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VIII Congreso Español de Ciencia Política y de la Administración

Política para un mundo en cambio

SEGURIDAD HUMANA: EL CONTROVERTIDO ENCUENTRO


ENTRE LA SEGURIDAD Y EL DESARROLLO EN LA GESTIÓN
GLOBAL DE LAS CRISIS HUMANITARIAS

Karlos Pérez de Armiño


Dpto. de Derecho Internacional Público, Relaciones Internacionales e Hª del Derecho.
HEGOA-Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional.
Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea
karlos.perezdearmino@ehu.es

Nota biográfica
Profesor titular de Universidad, de Relaciones Internacionales. Investigador adscrito y
Secretario Académico del Instituto HEGOA. Licenciado en Geografía e Historia, y
Doctor en Ciencia Política. Diplomado en Estudios Europeos y en Acción Internacional
Humanitaria. Investigador visitante en las Universidades de Sussex y Oxford. Areas
de especialización: rehabilitación posbélica (Mozambique, Angola), acción
humanitaria, emergencias políticas complejas y seguridad alimentaria.

Palabras clave
Seguridad humana, crisis humanitarias, gobernabilidad global, estados
fallidos.

Resumen
El concepto de seguridad humana se expandió a principios de los años 90 como un
nuevo paradigma de la seguridad, centrado en las personas y no en los estados.
Promovido por el PNUD, el inicial “enfoque amplio” de la seguridad humana vincula
ésta a la satisfacción de las necesidades básicas y al desarrollo humano. Sin embargo,
ha emergido con fuerza un “enfoque restringido”, que la entiende como la mera
seguridad ante la violencia física. Ambas interpretaciones, sobre todo la primera,
encierran importantes potencialidades analíticas y prescriptivas respecto a las crisis
humanitarias en contextos de violencia y estados frágiles y fallidos. Sin embargo, en
los últimos años, especialmente tras el 11-S, el concepto está siendo distorsionado y
utilizado como un instrumento de gobernabilidad global por occidente, esto es, como
una posible justificación para sus intervenciones en países periféricos en contextos de
conflicto.

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Introducción

Esta ponencia recoge algunas reflexiones derivadas de una investigación en curso


sobre el concepto de seguridad humana y su utilización en la agenda internacional.1
Por consiguiente, los contenidos y conclusiones aquí expuestos no son definitivos.

El objetivo de esta ponencia es explorar las implicaciones que puede tener la


aplicación del paradigma de la seguridad humana (seguridad humana) al análisis y al
tratamiento internacional de los denominados estados fallidos (failed states) y, en
particular, a la gestión internacional de las crisis humanitarias que suelen
desencadenarse con frecuencia en ellos. Como es sabido, el enfoque de la seguridad
humana surgió en los años 90 como una nueva forma de entender la seguridad, ligada
al desarrollo, basada en el bienestar, los derechos y las libertades de las personas, la
cual rompe con la visión clásica de la seguridad, centrada en el Estado, y en su
soberanía y su poder militar.

Partimos de la base de que muchas de tales implicaciones son positivas, pero que
algunas pueden ser también negativas. En otras palabras, el concepto de la seguridad
humana ciertamente encierra importantes potencialidades, pero también algunas
debilidades conceptuales y riesgos en cuanto a su puesta en práctica. En este sentido,
la hipótesis central que queremos demostrar es que en los últimos años ha existido
una cierta cooptación y distorsión del concepto de seguridad humana por parte
fundamentalmente de las potencias occidentales, para ponerlo al servicio de sus
políticas exteriores. En efecto, muchos actores académicos y políticos vienen
promoviendo una interpretación de la seguridad humana que, en comparación a su
formulación inicial, presta poca atención a la dimensión del desarrollo y se centra
fundamentalmente en la seguridad física en contextos conflictivos. Además, en el
marco de este enfoque restrictivo, la seguridad humana ha pasado a considerarse
como uno de los bienes que los Estados tienen la “obligación de proteger” a sus
ciudadanos, y cuya conculcación podría justificar la intervención de la comunidad
internacional, incluyendo el uso de la fuerza.
1
El autor es Investigador Principal del Grupo de Investigación sobre Seguridad humana y Desarrollo
Humano Local, reconocido por la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea en 2006 y
constituido en HEGOA-Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional. Dentro de
dicho Grupo, el autor centra su trabajo en al análisis del concepto de seguridad humana, en sus
potencialidades y sus riesgos tanto analíticos como en lo relativo a su aplicación política.
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Así pues, la seguridad humana está comenzando a utilizarse como un nuevo


argumento que puede justificar las “intervenciones humanitarias” (intervenciones
militares justificadas con argumentos humanitarios, a no confundir con la “ayuda
humanitaria”), que constituyen uno de los instrumentos empleados por Occidente
para la gestión global de los escenarios de caos en el sistema internacional (estados
fallidos y guerras civiles, asociadas a crisis humanitarias). Como es lógico, esta
instrumentalización del concepto de seguridad humana al servicio de la política
exterior de las potencias occidentales ha dado lugar a una distorsión de su contenido,
en particular, a un uso restrictivo del mismo que le despoja de gran parte de las
virtudes que tuvo en su origen, en particular, de su potencial transformador.

Como decíamos, el concepto de seguridad humana encierra diferentes implicaciones y


potencialidades teóricas y prácticas. En efecto, tales implicaciones, que vamos a
estudiar, son básicamente de dos tipos:

-a) En primer lugar, implicaciones analíticas, referidas a la comprensión del


fenómeno de los estados fallidos y de los contextos de Emergencias Políticas
Complejas (crisis humanitarias en contextos de colapso político y económico, y
de guerra civil). Creemos que el enfoque de la seguridad humana puede
contribuir a una mejor comprensión de esos fenómenos, entendidos como crisis
de las estructuras políticas y también socioeconómicas, que dan lugar a
amenazas tanto directas (violencia física) como indirectas (violencia
estructural), para las personas. No obstante, debemos reconocer que la
seguridad humana presenta diferentes ambigüedades y carencias conceptuales
que pueden limitar esta capacidad de análisis.

-b) En segundo lugar, implicaciones prescriptivas, es decir, referidas a la


utilización del paradigma de la seguridad humana como instrumento de
actuación política, a escala nacional e internacional; y más en concreto, como
criterio y argumento de Occidente para actuar en los estados fallidos. También
aquí hay elementos potencialmente positivos, así como otros peligrosos.

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Antes de ver cada uno de estos dos planos, es necesario explicar brevemente el
origen de la seguridad humana, así como las dos grandes formulaciones que han
surgido sobre ella.
La seguridad humana: orígenes, enfoques y contenidos

Aunque el concepto de seguridad humana ya había sido utilizado antes, su primera


formulación y su divulgación a nivel internacional tuvieron lugar en 1994, mediante el
Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD de ese año. En tal Informe el PNUD
define la seguridad humana como un requisito necesario para que las personas
puedan disfrutar el “desarrollo humano” (un concepto que había creado previamente,
en 1990); es decir, para que puedan ampliar sus capacidades y libertades de forma
segura. A su vez, la seguridad humana depende del desarrollo humano de las
personas. En definitiva, ambos conceptos están estrechamente interrelacionados y se
necesitan mutuamente.

La aparición y expansión del concepto de la seguridad humana fue posible gracias al


nuevo contexto internacional de la posguerra fría, caracterizado por una nueva
agenda de seguridad (fin de la confrontación bipolar entre los bloques, predominio de
guerras civiles vinculadas a problemas del desarrollo), y por el auge del liberalismo y
de sus valores en la política internacional. El nuevo entorno aumentó el margen para
pensar sobre la seguridad y las relaciones internacionales en otras claves, menos
constreñidas por la lucha geopolítica entre Estados y más basadas en el
multilateralismo y la cooperación.

Ese fue el contexto que posibilitó la aparición del nuevo enfoque. Ahora bien, su
gestación fue fruto de una larga evolución teórica habida en dos campos que
tradicionalmente han estado separados, pero que la seguridad humana ha contribuido
a vincular: el campo del desarrollo y el de la seguridad. En el ámbito del desarrollo,
como hemos dicho, frente a la visión clásica del mismo como mero crecimiento
macroeconómico, se formuló el concepto del “desarrollo humano”, entendido como un
proceso de ampliación de las capacidades y libertades de las personas. En cuanto al
ámbito de la seguridad, la seguridad humana es fruto de los enfoques que, desde los
años 70, fueron cuestionando la concepción realista tradicional de la seguridad
nacional. Ésta visión tradicional se centra en el Estado, en su independencia e
integridad territorial, frente a posibles agresiones armadas externas en un sistema
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internacional anárquico y violento, por lo que debe lograrse mediante el incremento


de las capacidades militares. Las nuevas formulaciones alternativas (seguridad
común, comprehensiva, cooperativa, global, etc.) fueron cuestionando aquel enfoque
imperante y fueron allanando el terreno para la posterior formulación de la seguridad
humana.

Esta evolución teórica habida en el campo de la seguridad ha girado en torno a las


cuatro famosas cuestiones formuladas por David Baldwin (1997:13):

1) ¿Para quién es la seguridad? La visión clásica centrada en el Estado (“seguridad


nacional”) ha sido superada por otros enfoques, avanzando tanto hacia arriba
como hacia abajo: para unos el sujeto de la seguridad debe ser la sociedad
global (“seguridad común”), mientras para otros el sujeto final debe ser el
“individuo (“seguridad humana”).

2) ¿Qué valores hay que asegurar o proteger? La concepción tradicional se centra


en la protección de la independencia política y la integridad territorial del
Estado. El paradigma de la seguridad humana abarca una amplia gama de
valores centrados en las personas (bienestar, derechos, etc.).

3) ¿Qué amenazas a la seguridad se perciben? Para la visión tradicional son las


potenciales agresiones militares desde otros estados, mientras que para los
nuevos enfoques, incluyendo la seguridad humana, abarcan numerosas
amenazas (crisis económicas, epidemias, calamidades, etc.).

4) ¿Con qué medios garantizar la seguridad? Frente al medio clásico centrado en


la disuasión militar, los nuevos enfoques exigen instrumentos como la
cooperación internacional (caso de la “seguridad cooperativa”) o políticas de
desarrollo humano (“seguridad humana”).

En conclusión, el cuestionamiento del paradigma tradicional ha girado sobre todo en


torno a dos ejes. El primero ha consistido en el cuestionamiento del contenido de la
seguridad y en el ensanchamiento del mismo, añadiendo a las amenazas militares
otras diversas (económicas, políticas, sociales, medioambientales, etc.). Este proceso
ha conllevado un acercamiento entre las cuestiones de seguridad y las de desarrollo,
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que se ha incrementado en los años 90 y se ha reflejado en el concepto de seguridad


humana. El segundo eje de evolución ha girado en torno a quién es el objeto de la
seguridad, pasándose desde la visión estatocéntrica clásica hasta las que se centran
en un nivel global o individual.

De este modo, la aparición del concepto de seguridad humana responde sobre todo a
dos nuevas ideas formuladas en la década y media anterior: a) la seguridad debe
centrarse en las personas; y b) la seguridad de las personas se ve amenazada no sólo
por la violencia física, sino también por otras amenazas a su subsistencia en
condiciones de dignidad. A estas ideas habría que añadir una tercera, referida a los
medios: la seguridad no puede alcanzarse mediante la confrontación y las armas, sino
mediante la cooperación y la política.

Ahora bien, tras su aparición en 1994, el enfoque de la seguridad humana ha


experimentado una cierta evolución y ha dado lugar a dos enfoques principales que
discrepan en cuanto a su definición y a los medios para su consecución. Así pues, hay
que reconocer que se trata de un enfoque todavía en proceso de discusión y
maduración, afectado por imprecisiones y discrepancias.

Tales dos enfoques sobre la seguridad humana son los que suelen denominarse
“enfoque amplio” y “enfoque restringido”. El primero prioriza la “libertad de
necesidades” (freedom from want), esto es, la satisfacción del desarrollo humano y de
un mínimo bienestar. Se corresponde con la formulación inicial de la seguridad
humana realizada por el PNUD en su Informe sobre Desarrollo Humano de 1994,
sostenida también por la Comisión de la Seguridad humana, liderada por Japón, y su
relevante informe La seguridad humana ahora, publicado en 2003. En su formulación,
el PNUD desglosó la seguridad humana en siete tipos de seguridad: seguridad
económica, seguridad alimentaria, seguridad sanitaria, seguridad medioambiental,
seguridad personal, seguridad comunitaria y seguridad política.

Por su parte, el denominado “enfoque restringido” prioriza la “libertad de temores”


(freedom from fear), esto es, la protección ante la violencia física principalmente en
contextos de conflicto. Su gestación y expansión ha venido de la mano en gran
medida de la Red de Seguridad Humana, promovida por Canadá e integrada por
varios Estados.
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Hay que precisar que ambos enfoques comparten una base común: la idea de que el
objeto de la seguridad son las personas y de que hay unos ciertos valores que
defender (un mínimo bienestar, seguridad física y garantía de libertades y derechos
básicos). Igualmente, ambos identifican tanto amenazas directas (violencia física)
como amenazas indirectas (violencia estructural) a la seguridad humana. Ahora bien,
cada enfoque pone énfasis en un aspecto. El enfoque del PNUD presta más atención a
las amenazas indirectas, ligadas a la falta de desarrollo humano. Por su parte, el
enfoque restringido o canadiense subraya las amenazas directas, por lo cual sigue
tomando en consideración las amenazas tradicionales a la seguridad nacional
derivadas de la violencia internacional (crimen transnacional, proliferación de armas
pequeñas, narcotráfico a escala mundial, etc.), así como la violencia derivada la
quiebra de los Estados y de los conflictos internos (bandidaje, señores de la guerra,
violencia étnica, genocidio, minas antipersona, etc.). (Bajpai, 2000:29).

Una vez que hemos analizado las raíces conceptuales y las diferentes formulaciones
de la seguridad humana, vamos a ver a continuación cuáles podrían ser sus
implicaciones, en el plano analítico y en el prescriptivo, ante el fenómeno de los
estados fallidos, las Emergencias Políticas Complejas y las crisis humanitarias en
general.

Implicaciones analíticas

En nuestra opinión, el concepto de seguridad humana puede realizar una interesante


contribución a una mejor comprensión de la multiplicidad y variedad tanto de las
causas como de las consecuencias del colapso de los Estados y de las crisis
humanitarias que en tales circunstancias suelen darse. Una contribución
particularmente interesante es que la seguridad humana nos puede ayudar a
interpretar las múltiples formas de inseguridad que genera el colapso de los Estados y
las Emergencias Políticas Complejas, que representan una amenaza internacional para
los demás Estados, pero que sobre todo constituyen amenazas para los ciudadanos de
esos propios Estados. Veamos a continuación tales posibles contribuciones analíticas,
para mencionar después algunas limitaciones que pueden afrontar debido a varias
carencias del concepto de seguridad humana.

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1. La seguridad humana convierte a la persona (su bienestar, libertad y derechos), y


no al Estado, en el sujeto de la seguridad. Esta es la primera contribución de la
seguridad humana, que tiene profundas implicaciones tanto teóricas como prácticas.

En el plano teórico, como hemos comentado, este cambio de enfoque supone un


desafío al carácter estatocéntrico del concepto clásico de seguridad, y al mainstream
realista dominante en las Relaciones Internacionales. No en vano, “la seguridad del
Estado sólo tiene valor como herramienta para otro tipo de seguridad, la del ser
humano” (Núñez, 2007:12). Igualmente, el desplazamiento del eje de atención desde
el Estado hacia el individuo implica un cambio de enfoque en varios niveles de
análisis. Por ejemplo, la prioridad de la seguridad humana pasa de centrarse en las
preocupaciones y necesidades del Estado (intereses nacionales, poder militar), a
centrarse en las de las personas (necesidades básicas, libertades). Así mismo, la
preocupación de la seguridad humana no está en los derechos de los Estados
(soberanía, no injerencia), sino en los de las personas. Del mismo modo, la prioridad
no está ya en las relaciones geopolíticas de poder entre Estados, sino en las múltiples
amenazas que pueden afectar a las personas, así como en las relaciones entre éstas y
su Estado (como garante de su seguridad y sus derechos). En este sentido, el colapso
de un Estado en un contexto de emergencia política compleja debe ser visto como una
amenaza directa a la seguridad humana de sus ciudadanos, al conllevar el colapso de
los servicios sociales básicos, la quiebra del sistema de derecho, el aumento de la
violencia física, etc.

2) Una segunda aportación del enfoque de la seguridad humana, decisiva para el


estudio de las crisis humanitarias en contextos de guerra y colapso del estado, es que
introduce los problemas de seguridad en los debates sobre el desarrollo y, así mismo
y sobre todo, las cuestiones del desarrollo en los análisis sobre la seguridad. En otras
palabras, el concepto de seguridad humana refleja la confluencia teórica y política de
dos campos de análisis, el de la seguridad y el del desarrollo. Estos dos han estado
tradicionalmente separados, pero desde los años 90 existe una creciente conciencia de
que ambos, seguridad y desarrollo, están interrelacionados, de que uno es requisito
para el otro.

Esta nueva perspectiva que interrelaciona el desarrollo y la seguridad es


particularmente aplicable a los escenarios Emergencias Políticas Complejas,
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caracterizadas, como hemos dicho, por la quiebra del Estado y de la economía formal,
así como por la guerra civil. En este contexto, el conflicto armado interno es reflejo de
una crisis del modelo de desarrollo económico y político en su conjunto. Sus causas no
están ni en la confrontación entre Estados que buscan el poder y sus intereses
nacionales, ni siquiera en las disputas ideológicas. Los análisis de las guerras
intraestatales contemporáneas buscan sus causas en factores vinculados al
(sub)desarrollo, tanto económicos (colapso de los sistemas de sustento o livelihoods,
incremento de la desigualdad, apropiación de recursos) como políticos (mal gobierno,
agravios identitarios, violación de derechos, etc.).2 En este sentido, el enfoque de la
seguridad humana tiene una mayor capacidad que los esquemas clásicos de la
seguridad (estatocéntricos y centrados en el poder militar) para explicar las guerras
civiles actuales. Igualmente, sobre todo el enfoque amplio del PNUD, tiene la
capacidad de explicar, más allá de la violencia física o directa, diferentes formas de
violencia estructural y difusa presentes en los contextos de colapso del Estado.

3) El concepto de seguridad humana facilita realizar análisis que integren dimensiones


que van de lo micro a lo macro, abarcando factores tanto personales, como locales y
globales.

Dado que la seguridad humana se centra en el individuo, en su disfrute y su


conculcación inciden decisivamente factores personales como el género, la edad, la
clase social, la etnia, la religión, etc. Ahora bien, vienen marcados también por el
entorno de cada persona a diferentes niveles, desde los más próximos a los más
lejanos. Es decir, son determinantes factores como la familia, la comunidad, el Estado
y, también, las estructuras del sistema internacional y las instituciones de gobernanza
a escala global. Estas últimas (organizaciones y normas internacionales), juegan un
papel importante en las condiciones de la (in)seguridad humana para gran parte de la
población mundial, pues contribuyen a delimitar las estructuras y los procesos
globales, orientando en determinada dirección las políticas de desarrollo a escala tanto
nacional como global. Esta conexión entre lo local y lo global ratifica lo que subraya
buena parte de la literatura sobre Emergencias Políticas Complejas y estados fallidos:
que su aparición no se debe solo ni principalmente a factores internos, sino en gran
medida a estructuras y dinámicas mundiales en el marco de la globalización.3
2
Entre la amplia bibliografía al respecto, véase por ejemplo STEWART, F. Y FITZERALD, V. (2001).
3
Esta visión, con un enfoque crítico hacia los enfoques dominantes, es recogida por ejemplo en Pureza et
al (2007).
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Las causas tanto de la inseguridad humana como de las emergencias políticas


complemas sólo pueden comprenderse desde un enfoque global. Como dice Caroline
Thomas, "una consideración de la seguridad humana en la era contemporánea nos
exige contemplar a la humanidad insertada no simplemente dentro de estados
soberanos, sino dentro de una estructura social global, la economía capitalista
mundial que ha estado desarrollándose desde el siglo XVI." (Thomas, 2001:162). En
este sentido, el concepto de la seguridad humana puede ser utilizado como criterio
para analizar y juzgar los procesos globales y las estructuras de gobernanza global
que inciden en la insatisfacción de las necesidades de los más pobres del planeta, así
como en el proceso de colapso de los estados. Igualmente, puede servir como
referente para redefinir los objetivos de las políticas globales de desarrollo.

4) Por último, la seguridad humana ayuda a cuestionar diversas narrativas y enfoques


dominantes en relación a la seguridad y a la política, nacional e internacional, que se
basan en la lógica de la confrontación, tales como pueden ser las de “interés
nacional”, “enemigos” o “relaciones de poder”. La seguridad humana rompe esa lógica
de confrontación y promueve un análisis de la seguridad en clave cooperativa,
universal y preventiva.

En este sentido, la seguridad humana puede ayudar a confrontar el discurso de la


“guerra global contra el terrorismo”, dominante desde el 11-S. Este discurso, que ha
implicado una revitalización de una visión realista y militar de la seguridad, asume
que el terrorismo internacional es la principal y casi única amenaza a la seguridad
mundial, incitando a ocuparse de los síntomas del problema y a olvidar las posibles
causas subyacentes. El enfoque de la seguridad humana, por el contrario, invita a
pensar en la multiplicidad de causas raíces de esa fuente de inseguridad.

Por otro lado, otra característica de tal discurso antiterrorista consiste en la creciente
atención prestada a los estados fallidos (después de cierto olvido durante parte de los
90), en la medida en que se teme que pueden servir como base de operaciones a las
organizaciones terroristas. De este modo, actualmente la respuesta internacional al
fenómeno del colapso de los estados viene motivada en gran medida por un análisis
estrecho en clave de seguridad nacional (de Occidente) y de lucha antiterrorista. En
este sentido, el enfoque de la seguridad humana puede contribuir a análisis más
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centrados en las causas de las múltiples violencias (directas e indirectas) que afectan
a esos países y a sus ciudadanos, así como en las necesidades y derechos de éstos.

Como hemos visto, el enfoque de la seguridad humana encierra varios aportes


positivos para un mejor análisis de los contextos de estados fallidos. Sin embargo,
hay que reconocer que tales contribuciones pueden verse reducidas por varias
limitaciones del concepto, que son subrayadas por muchos investigadores. Un primer
problema radica en que se trata de un concepto impreciso, con una definición fluida y
de fronteras poco claras (Weissberg: 2003:4). Esto responde a que la seguridad
humana abarca una gama excesiva de cuestiones (desde la seguridad física hasta el
bienestar psicológico) y de posibles amenazas (Paris, 2005:479). En efecto, según
algunos, el enfoque amplio se ha convertido en una especie de “lista de la compra”,
en la que se catalogan como amenazas una gran diversidad de factores sin conexión
entre si (Krause, 2004:44), o sin que se haya explicado las interconexiones causales
entre ellos (por ejemplo, entre la pobreza y la violencia).

En suma, para estos autores, dicha ambigüedad conceptual hace que el concepto
tenga escasa utilidad práctica, sea para los investigadores como herramienta de
análisis, sea para los políticos como propuesta y criterio para priorizar sus objetivos y
diseñar sus actuaciones (Paris, 2001:88).

En nuestra opinión, la crítica sobre la falta de claridad conceptual, que reduce la


utilidad analítica y política, es en gran medida cierta. Sin embargo, no creemos que
sea una deficiencia inherente al concepto de la seguridad humana en si. Más bien, es
la constatación de que este campo necesita desarrollar un marco teórico más claro,
dedicando más esfuerzos a la investigación, la cual creemos que debería centrarse en
cuatro líneas:

a) Estudios empíricos, por ejemplo, en estados frágiles y fallidos.


b) Interrelaciones entre los diferentes componentes de la seguridad humana.

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c) Vínculos entre la seguridad humana y otras categorías conceptuales, como


son el género4, la vulnerabilidad, los sistemas de sustento de diversos
grupos de población, y los derechos humanos5.
d) Diseño de herramientas de medición de la seguridad humana, sobre lo que
ya se han formulado varias propuestas.

Implicaciones prescriptivas

Como decíamos, la seguridad humana puede tener implicaciones también en el ámbito


práctico y político. De hecho, la seguridad humana tiene un contenido normativo, ético
y transformador, pues se formula no tanto para explicar la realidad, sino para
impulsar su transformación en base a determinados valores (cooperación
internacional, multilateralismo, derechos humanos, bienestar, construcción de la paz)
alternativos a los principios tradicionalmente dominantes en las relaciones
internacionales (intereses nacionales, seguridad estatal, poder militar, relaciones de
confrontación en un sistema anárquico, etc.). Esta dimensión ha sido subrayada por
diferente autores, que incluso llegan a decir que “la importancia de la seguridad
humana descansa no tanto en su poder explicativo sino en ser un significante
[signifier] de valores políticos y morales compartidos” (Mack, 2004: 367).

Una de las razones de tal carácter transformador de la realidad radica en que la


seguridad humana requiere el avance en la satisfacción de los derechos humanos y, al
menos en su enfoque amplio, del desarrollo humano. Para ello es precisa la
implementación de políticas públicas que garanticen los derechos y libertades de los
ciudadanos, y que tengan un cierto carácter redistributivo para proporcionarles
servicios básicos y bienestar. Por todo ello, la seguridad humana requiere la existencia
de un Estado operativo, y se ve seriamente erosionada en contextos de colapso
estatal y Emergencia Política Compleja.

En este sentido, otro elemento transformador de la seguridad humana,


particularmente de su enfoque amplio, radica en que puede contribuir a subrayar la
importancia de los derechos humanos sociales y económicos (como los derechos a la

4
Sobre la relación entre seguridad humana y género, véase por ejemplo el reciente trabajo de
Hoogensen y Stuvøy (2006).
5
Un reciente avance en la reflexión sobre la relación entre los conceptos de seguridad humana y de
derechos humanos, necesidades humanas y desarrollo humano la proporciona Gasper (2007).
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alimentación, a la salud, etc.), que, como es sabido, en comparación a los cívico-


políticos, se encuentran relegados a un segundo plano teórico e institucional en el
sistema internacional.

Otra contribución del enfoque de la seguridad humana es que proporciona algunas


bases para orientar las políticas de cooperación internacional, y en particular las de
rehabilitación posbélica y de ayuda a países frágiles o fallidos. Subraya la necesidad
de un enfoque coordinado por parte de múltiples actores (nacionales y extranjeros),
para afrontar los graves problemas en esos contextos y contribuir a la creación de
servicios básicos, empleo y una administración que proteja los derechos humanos e
imparta justicia (Henk, 2005:102).

Por otro lado, se puede afirmar que la seguridad humana aporta criterios y elementos
para analizar y juzgar las políticas de los propios Estados, pues estos son los
principales responsables de garantizar aquélla, aunque a veces también son sus
principales conculcadores. Así pues, la seguridad humana constituye un referente y un
criterio con los que someter a análisis crítico las políticas de los Estados, sus
capacidades, sus relaciones con los ciudadanos, e, incluso, su legitimidad.

Este último punto, el de la seguridad humana como un posible criterio de legitimidad


del Estado, es quizá el más importante y el que tiene una mayor aplicabilidad a los
contextos de Estados frágiles y fallidos, y de Emergencias Políticas Complejas. A este
respecto, Krause considera que un objetivo importante de la seguridad humana
consiste en reestructurar la relación entre los Estados y sus ciudadanos, de modo que
la legitimidad y soberanía de aquéllos queden condicionadas al trato que dispensen a
sus ciudadanos. “En cierto sentido, promover la seguridad humana tiene que ver con
hacer que los estados y sus gobernantes mantengan el contrato social básico: los
estados son creados (entre otras cosas) para proporcionar seguridad, a fin de que los
individuos puedan llevar sus vidas en paz. Los estados tienen la responsabilidad no
solo de proporcionar bienestar, o representación, sino, ante todo, la seguridad de sus
ciudadanos: el “pacto” o contrato básico que nos llevó fuera de la anarquía
hobbesiana” (Krause, 2004:46).

Esta idea de vincular la seguridad humana a la legitimidad del Estado ha ido cobrando
fuerza en los últimos años. Así, el relevante informe The Responsability to Protect, de
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la Comisión Internacional de la Intervención y la Soberanía de los Estados (ICISS,


2001), promovida por Canadá y presentado a la Asamblea General de las Naciones
Unidas en 2001, argumentó que la soberanía del Estado debe quedar condicionada a
que éste proteja los derechos humanos y la seguridad humana (entendida en su
visión restringida) de sus ciudadanos. En caso contrario quedaría justificada la
suspensión del principio de no injerencia, a fin de que sea la denominada comunidad
internacional la encargada de ejercer tal protección a través, por ejemplo, de
intervenciones militares.6

Estos planteamientos fueron posteriormente adoptados por el Documento Final de la


Cumbre Mundial sobre la Reforma de la ONU (septiembre de 2005), el cual incorpora
el concepto de “deber de proteger” ante las “amenazas a la seguridad humana”
(entendidas como violaciones graves y masivas de los derechos humanos). Tal deber
de proteger corresponde a los Estados, pero si a estos les falta la capacidad o
voluntad necesarias, como puede ocurrir sobre todo en los estados fallidos, pasaría a
ser responsabilidad subsidiaria de la comunidad internacional, quedando a
discrecionalidad del Consejo de Seguridad la posibilidad de adoptar acciones
coercitivas en base al capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas.

La importancia de esta vinculación entre la seguridad humana y el deber de proteger,


con su relativización de la soberanía, radica en que proporcionan argumentos teóricos
a la idea del “derecho de injerencia humanitaria”, que surgió en los años 80 y
comenzó a materializarse en los 90 con la proliferación de las confusamente
denominadas “intervenciones humanitarias” (esto es, intervenciones militares
justificadas por “razones humanitarias”, aplicando el capítulo VII). Sin embargo, la
idea del deber de proteger aún no se ha plasmado en instrumentos operativos
específicos.

En definitiva, la preservación de la seguridad humana ha pasado a ser una de las


justificaciones para tales intervenciones por parte de los países occidentales en
estados fallidos periféricos, en contextos de conflicto armado y de crisis humanitaria.
Tal argumento es promovido particularmente por los que postulan el enfoque
restrictivo de la misma, apadrinado por Canadá.

6
Un análisis de la relación entre la seguridad humana, el deber de proteger y el papel de la comunidad
internacional puede encontrarse en Peral (2005).
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Ahora bien, la experiencia demuestra que tales intervenciones, aunque justificadas


con principios universales y humanistas, en realidad responden en gran medida a la
agenda y los intereses geopolíticos de los países desarrollados que las practican. Esto
nos ayuda a comprender mejor otra dimensión de la utilización práctica que el
concepto de seguridad humana puede estar teniendo hoy en las relaciones
internacionales. Según sostiene Mark Duffield, la seguridad humana puede verse
como un instrumento occidental para la gobernanza global, para lo que (a partir del
concepto “biopolítica”, creado por Foucault para referirse al entramado de múltiples
relaciones de poder existentes en la sociedad) denomina la “biopolítica global”, esto
es, un mecanismo de seguridad que opera mediante intervenciones tanto reguladoras
como disciplinarias. Ve la “seguridad humana como una tecnología que empodera a
las instituciones y actores internacionales para individualizar, agrupar y actuar sobre
las poblaciones del Sur” (p. 5). La visión crítica de éste y otros autores podría
resumirse diciendo que entienden la seguridad humana como un nuevo instrumento
de la agenda neoliberal del Norte para imponer valores y sistemas occidentales a los
países periféricos en crisis.

Este uso geopolítico de la seguridad humana se ha visto incrementado a raíz del 11-S
y de la guerra global contra el terrorismo, mediante una cierta distorsión de su
contenido originario. Como dice Duffield (2005:1), durante los años 90 predominó una
visión universalista de la seguridad humana, en la que el desarrollo y la seguridad
eran vistas como “diferentes pero iguales”. Sin embargo, en los últimos años el uso
del concepto de seguridad humana viene prestando un creciente énfasis a uno de sus
componentes, el de seguridad, en detrimento del otro, el de desarrollo. En efecto, la
guerra contra el terrorismo ha roto el equilibrio entre ambas, restando peso al
desarrollo a favor de una visión “más dura” de la seguridad, entendida como la
seguridad de la economía e infraestructuras nacionales, de los países desarrollados.
Esto es coherente con un escenario en el que la agenda universalista de desarrollo y
de lucha contra la pobreza, así como la cooperación internacional para el desarrollo,
han quedado supeditadas a la prevención del terrorismo mediante la reconstrucción
de los estados frágiles y fallidos, y la mejora de la seguridad en áreas inestables de
interés geoestratégico (pp. 3,12). El problema, concluye, es que “su” seguridad y
desarrollo se están convirtiendo en importantes sólo en la medida en que son medios
para “nuestra” seguridad (p. 13).
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Como vemos, la vinculación entre estas dos variables de la gobernanza global, el


desarrollo y la seguridad, tras el 11-S se ha descompensado a favor de la segunda.
Como resultado, la acción humanitaria, la ayuda a la rehabilitación posbélica y la
cooperación al desarrollo en muchos contextos de estados frágiles y fallidos, y de
Emergencias Políticas Complejas, se están viendo supeditadas a criterios de seguridad
y geopolíticos de los países donantes occidentales (Thieux, 2006:34-35; Duffield and
Waddell, 2004:31-33), lo que dificulta que se preste la debida atención a los
problemas estructurales de subdesarrollo que subyacen a la crisis en esos países.

Conclusiones

El concepto de seguridad humana es controvertido y cuenta con diversas definiciones


y enfoques. Antes de lograr su madurez y un cierto consenso sobre sus contenidos, el
concepto ha comenzado a ser utilizado al servicio de un nuevo pensamiento sobre la
seguridad global, en el marco de la lucha global contra el terrorismo, que presta una
atención particular a los estados fallidos. En este contexto, a veces la seguridad
humana se convierte en un instrumento para justificar la injerencia e intervención en
países periféricos, dando lugar a situaciones de control por parte de Occidente. Puede
hablarse, como hacen Núñez y otros (2007:20), de una cierta cooptación o
apropiación del concepto, y de un vaciamiento de su contenido originario.

Ante esta instrumentalización por parte de los gobiernos, algunas ONG y


organizaciones sociales comienzan a ser reticentes a utilizar el concepto, proponiendo
dejarlo de lado.

Sin embargo, a pesar de los riesgos citados, en mi opinión el concepto de seguridad


humana todavía encierra un importante potencial tanto analítico como prescriptivo,
por ejemplo en lo relativo a las crisis humanitarias en estados fallidos. Para desarrollar
tal potencial, como hemos sugerido más arriba, es necesario investigar más sobre su
contenido teórico y práctico, por ejemplo explorando sus vínculos con otras categorías
analíticas (género, derechos humanos, desarrollo humano, etc.) a fin de dotarle de
contenidos más precisos.

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El debate sobre la utilidad de la seguridad humana se cruza con el debate entre


ambos enfoques de la misma. Como hemos visto, el “enfoque amplio” inicial (centrado
en la freedom from want) ha sido confrontado por un pujante “enfoque restringido”,
centrado en la seguridad ante la violencia física (freedom from fear), particularmente
en contextos de conflictos armados y crisis humanitarias en estados frágiles y fallidos.
Éste defiende una definición restringida de la seguridad humana a fin de que: a) sea
clara y concisa; b) pueda medirse mediante indicadores; c) sea útil como herramienta
de análisis; y d) sea útil para el diseño de políticas. Todos estos argumentos son
comprensibles, pues un concepto ambiguo puede resultar poco útil. Además,
aparentemente este enfoque restringido presta una especial atención a los contextos
de violencia física, como son los de Emergencias Políticas Complejas en los estados
fallidos.

Sin embargo, creemos que este enfoque restringido supone una merma de la
capacidad analítica y prescriptiva de la seguridad humana. En los estados fallidos y en
las Emergencias Políticas Complejas, la violencia física y la desestructuración política
están inseparablemente unidas a factores como la pobreza, las crisis epidémicas, u
otras formas de falta de desarrollo humano. En tales contextos, la seguridad de las
personas se ve amenazada por todos ellos, mutuamente interrelacionados, y no solo
por la violencia física. Por lo tanto, aunque el enfoque restringido pueda tener algunas
ventajas operativas en el ámbito prescriptivo, por ser más fácil de traducir en políticas
concretas, creemos que tiene desventajas desde el punto de vista analítico. El
enfoque restringido no es capaz de captar el carácter complejo, sistémico y
multidimensional de la inseguridad que sufren las personas en los contextos de
estados fallidos, ni de proponerles un paradigma de seguridad en todas las
dimensiones que les afectan.

En este sentido, el enfoque restringido supone en cierto modo revertir una de las dos
líneas de avance teórico habidas en las décadas pasadas en materia de seguridad.
Una de ellas fue el cuestionamiento de quién es el sujeto de la seguridad, lo que
permitió una reorientación desde el Estado hacia la persona. Pero la segunda línea se
refería a qué son la seguridad y las amenazas a la misma, y su aporte consistió en
concebirlas más allá de la ausencia de violencia física, contemplando otros factores
socioeconómicos o medioambientales esenciales para la supervivencia y dignidad
humanas. Esta línea de evolución ha quedado en parte olvidada por el enfoque
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restringido. Ahora bien, si asumimos que el eje de la seguridad son las personas,
¿cómo negar que para muchas de ellas, en los estados fallidos, tan amenazantes
como la violencia física pueden ser las hambrunas, las epidemias o la miseria?

Otra ventaja analítica del enfoque amplio es que ofrece más posibilidades para
explorar las interconexiones entre la seguridad humana y otras categorías (como
género, derechos humanos o seguridad medioambiental). Igualmente, permite un
vínculo más claro con los derechos humanos económicos, sociales y culturales, que
son un referente para avalar políticas que satisfagan las necesidades básicas de las
personas vulnerables.

Así pues, aún conscientes de sus limitaciones, junto a esas ventajas analíticas
creemos que el enfoque original del freedom from want además encierra en el campo
prescriptivo un mayor potencial de transformación social, a nivel interno e
internacional. Al conectar la falta de bienestar con la inseguridad, favorece un análisis
según el cual la falta de seguridad humana es resultado de las estructuras de poder
existentes. En particular, ayuda a cuestionar las instituciones de gobernanza global y
la agenda de desarrollo global, basadas en un modelo de desarrollo neoliberal, por
cuanto vienen ocasionando un incremento de las diferencias socioeconómicas a escala
global y un incremento de la inseguridad para muchas personas.

Cabe preguntarse entonces si el enfoque restringido, aunque justificado por razones


operativas, en el fondo no buscará también reducir el potencial transformador y
alternativo de la formulación inicial de la seguridad humana. E, igualmente, si tal
reinterpretación no habrá estado orientada a facilitar el creciente uso de la idea de
seguridad humana como argumento justificativo de las intervenciones humanitarias.
No en vano, la seguridad humana parece ser cada vez más un instrumento de
gobernabilidad global, una herramienta de occidente, vinculada al discurso liberal
(derechos, libertades, dignidad de las personas), para actuar sobre los escenarios de
crisis humanitaria, violencia y caos político en países periféricos del sistema
internacional.

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