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Espacio, poder y resistencia… Ficha de Cátedra – Antropología y Problemática Regional

Espacio, poder y resistencia


Nociones foucaultianas para pensar el presente

Ficha de Cátedra – Antropología y Problemática Regional – 2020


Andrea Flores

1. Introducción
Michel Foucault, nacido en 1926 en Poitiers, fue un influyente filósofo francés, cuyo trabajo
giró en torno a las nociones de ‘verdad’, ‘poder’ y ‘sujeto’. Desde 1970 hasta su muerte en
1984, estuvo al frente de la cátedra Historia de los sistemas de pensamiento del Collège de
France.
De acuerdo a su amigo y colega Gilles Deleuze, Foucault se caracterizaba por ser un pensador
sísmico: avanzaba por crisis y por sacudidas, se desplazaba continuamente, buscando líneas de
fisura y fractura en terrenos seguros. Para Deleuze (1990), el trabajo de Foucault era una
cartografía: un levantar un mapa; el recorrido de tierras desconocidas; el instalarse, describir y
desenmarañar las fuerzas múltiples de lo real.
Foucault, entonces, es tanto un filósofo cuyo pensar busca deslizarse, trasladarse, arrojarse a
otros espacios del pensamiento. Pero también, un filósofo que ha concebido el espacio en tanto
objeto, mostrando cómo éste se constituye históricamente a partir de relaciones de poder y
prácticas de resistencias.
Es así que en esta ficha nos interesa exponer ciertas nociones espaciales presentes en los
desarrollos foucaultianos, con el ánimo también de invitar a pensar la experiencia que hacemos
de nosotrxs mismxs en relación al espacio.

2. El pensamiento como desplazamiento


En 1984 Denis Huisman publicó el Dictionnaire des philosophes. Huisman, a principio de los
años ’80, había encargado a François Ewald, asistente de Foucault, que elaborara la entrada
referida a dicho filósofo para incluirla en el diccionario. Sin embargo, la misma se publica
finalmente con el nombre de “Maurice Florence”: éste no era otro que el pseudónimo que el
propio Michel Foucault utilizó para escribir la reseña de su trabajo en complicidad con su
asistente y el editor del diccionario. De esta forma, se refiere a sí mismo y a su obra de manera
retrospectiva, denominando su empresa como una historia crítica del pensamiento:
Si por pensamiento se entiende el acto que plantea, en sus diversas relaciones
posibles, un sujeto y un objeto; una historia crítica del pensamiento sería un análisis

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de las condiciones en las que se han formado o modificado ciertas relaciones entre
sujeto y objeto, en la medida en que éstas constituyen un saber posible. (1999.a: 363)

En esta etapa tardía de su trayectoria, Foucault vuelve constantemente sobre la noción de


pensamiento. Éste se presenta como una distancia, como aquello que hace posible un
movimiento de distanciamiento con respecto a las maneras de hacer, de pensar y de ser a las
que estamos habituadxs, y las instaura como objeto de interrogación. Por esta razón, lo define
como un acto que plantea diferentes relaciones entre un sujeto y un objeto: qué podemos saber
sobre ese objeto – llámese sexualidad, locura, seguridad, etc. – y cómo ese saber nos constituye
como sujetos.
Aquí, el pensamiento se presenta como un espacio de libertad que permite un ejercicio crítico
sobre nuestras prácticas: es decir, es la libertad del pensamiento que nos posibilita pensar lo que
hacemos y somos, volver ajeno, extraño, aquello que nos constituye. Es en este sentido que hay
que entender la caracterización de Deleuze: el pensamiento es tal, cuando permite distanciarse.
Pues no se piensa cualquier cosa ni se piensa siempre lo mismo, sino que, para estos autores,
pensar es irrumpir, sacudir, trastocar las capas del pensamiento como un sismo.
Así operó Foucault en relación al espacio: su pensamiento se desplazó de las maneras
tradicionales de concebirlo como un espacio vacío o natural, o como algo preexistente a las
prácticas. Y junto a otrxs pensadorxs, comienza a poner el espacio como objeto de conocimiento
en las ciencias sociales y la filosofía, y a mostrar cómo éste se va constituyendo a partir de
diversas relaciones históricas de poder y resistencia.

3. El espacio como objeto del pensamiento


En una entrevista realizada en 1977, este filósofo expresa que
sorprende ver cuánto tiempo ha hecho falta para que el problema de los espacios
aparezca como un problema histórico-político, ya que o bien el espacio se reenviaba a
la “naturaleza” – a lo dado, a las determinaciones primeras, a la “geografía física” –
es decir a una especie de capa “prehistórica”, o bien se lo concebía como lugar de
residencia o de expansión de un pueblo, de una cultura, de una lengua, o de un Estado.
En suma, se lo analizaba o bien como suelo, o bien como aire. (1980.a: 12)

Para Foucault, es de suma importancia realizar una historia de los espacios, mostrando que
éstos no son simples escenarios de procesos históricos, sino que son productos de la historia,
de las tensiones y fuerzas que constituyen dichos procesos. En esta línea, afirma que
podría escribirse toda una “historia de los espacios” – que sería al mismo tiempo una
“historia de los poderes” – que comprendería desde las grandes estrategias de la
geopolítica hasta las pequeñas tácticas del hábitat, de la arquitectura institucional, de
la sala de clase o de la organización hospitalaria, pasando por las implantaciones
económico-políticas. (1980.a: 12)

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Así, no hay espacio que pueda definirse como un vacío, o como anterior a la historia, sino que
tiene una (o varias) historias y está atravesado y constituido por relaciones de poder y por
prácticas de resistencia: desde la constitución de los territorios nacionales, los barrios
“peligrosos”, las “zonas rojas”, un cementerio, las aulas de la universidad, las terminales de
colectivos, los bares y boliches, las habitaciones de una casa.
Por esto, es que el espacio debe pensarse desde un lugar que permita concebir las fuerzas que
lo construyen y destruyen continuamente. Foucault, va a destacar que, desde finales del siglo
XVIII, la filosofía privilegió el tiempo y descalificó el espacio como algo muerto, fijo e inerte.
Es recién a partir de la década de los sesenta que aparecen nuevas conceptualizaciones del
espacio: ya no puede ser pensado sino en una dinámica constante.
Por otro lado, el mismo vocabulario de Foucault se encuentra habitado por metáforas
espaciales. De acuerdo con el autor, a través de éstas va descubriendo lo que en el fondo
buscaba: las relaciones que pueden existir entre poder y saber. Y éstas más que de un discurso
geográfico, provienen de un discurso estratégico a partir del cual se puede entender cómo lo
político-estratégico se inscribe sobre un suelo. Ante la pregunta, en una entrevista de 1976,
sobre la profusión de estas metáforas en sus planteos, Foucault responde:
Pues bien, retomemos estas metáforas geográficas. Territorio, es sin duda una noción
geográfica, pero es en primer lugar una noción jurídico-política: lo que es controlado
por un cierto tipo de poder. Campo: noción económico-jurídica. Desplazamiento: se
desplaza un ejército, una tropa, una población. Dominio: noción jurídico-política.
Suelo: noción histórico-geológica. Región: noción fiscal, administrativa, militar.
Horizonte: noción pictórica, pero también estratégica (…) Desde el momento en que
se puede analizar el saber en términos de región, de dominio, de implantación, de
desplazamiento, de transferencia, se puede comprender el proceso mediante el cual
el saber funciona como un poder y reconduce a él los efectos. (1980.b:116)

4. Los espacios: entre el poder y la resistencia


Para poder entender este proceso histórico de constitución de los espacios, antes es necesario
que conozcamos dos nociones centrales del acervo foucaultiano: poder y resistencia.
Podríamos comenzar preguntándonos qué es el poder para Foucault. No obstante, este
interrogante no es algo que le haya interesado, dado que supondría la elaboración de una teoría.
En cambio, la intención foucaultiana se dirigía al despliegue de una analítica del poder. Tal
analítica estaría centrada no en la definición del poder (como si fuera una esencia), sino en su
ejercicio; no le interesa el qué, sino el cómo se ejerce. Es por esto que en la obra de Foucault
no encontraremos tratados sobre el poder, sino análisis de su ejercicio en diferentes dominios:
la prisión, la medicina, la psiquiatría, la pedagogía, los dispositivos de seguridad, la salud de
las poblaciones, etc.

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Para Foucault (2005) hay que comprender por poder aquellas relaciones de fuerza propias del
dominio en que se ejerce, señalando algunas proposiciones acerca del mismo.
Desde su apuesta, el poder no se concentra en el Estado, sino que existe toda una serie de
micropoderes: el poder se produce a cada instante en distintos puntos. Esto significa que, al no
ser ‘algo’ que se posee, no puede localizarse en un punto central, sino que se está produciendo
a cada instante, en todos los puntos, o más bien: en toda relación de un punto con otro. Un poder
estatal de sujeción de los individuos, pero también el poder al interior de las familias; aquel que
se produce en los espacios de un hospital psiquiátrico o de aprendizaje escolar; o aquellos de
los conocimientos médicos que se ejercen sobre los cuerpos en un consultorio; o el de las
normas sexo-genéricas al elegir cómo vestirnos; o el constante lavado de manos frente a una
pandemia.
Igual de importante, es el carácter productivo y positivo del poder: el poder más que reprimir
o impedir tiene como su efecto más positivo la producción de lo real. Lo real no es algo dado,
sino que es efecto – producto – de diversas estrategias. No hay nada en la constitución química
y física del cemento o del concreto que establezca que tal espacio deba ser de tal manera: una
plaza puede ser un espacio público con ciertas reglas para transitarlo (o incluso restringido para
ciertos habitantes de una ciudad). O puede ser un espacio de protesta para recordar a lxs
desaparecidxs de la dictadura. Y lo que un espacio pueda ser, no está definido de antemano.
Incluso una plaza puede estar enrejada, clausurando su carácter público en ciertos horarios para
algunxs.
Y, por último, es necesario destacar que una analítica no sería tal si no permitiera concebir las
resistencias en conjunto con el poder. La resistencia no es un elemento pasivo, es decir, no se
trata de una reacción al poder que le sería exterior. Sino que es activa porque constituye y es
constituida por las relaciones de poder. El poder aquí es la condición de posibilidad de la
resistencia, y viceversa.
Foucault afirma que allí
donde hay poder hay resistencia (…) Los puntos de resistencia están presentes en
todas partes dentro de la red de poder (…) hay varias resistencias que constituyen
excepciones, casos especiales: posibles, necesarias, improbables, espontáneas,
salvajes, solitarias, concertadas, rastreras, violentas, irreconciliables, rápidas para la
transición, interesadas o sacrificiales; por definición, no pueden existir sino en el
campo estratégico de las relaciones de poder. (2005: 117)

Estas nociones son importantes para entender cómo Foucault ha operado en su análisis sobre el
espacio. Y, a la vez, nos permitirán pensar desde esa distancia crítica otros espacios, otras
problemáticas y otros acontecimientos de nuestro presente.

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5. La disciplina y el panóptico
Aquí queremos referirnos a una forma particular de ejercicio de poder que le interesó estudiar
a Foucault: la disciplina o anatomopolítica del cuerpo. Si reunimos los distintos libros, cursos
y escritos de Foucault podríamos trazar una genealogía de distintos mecanismos y dispositivos
de poder que surgen en Occidente en un momento dado. Dentro de este recorrido, uno de los
momentos que destaca es la emergencia del poder disciplinario, a fines del siglo XVII e inicios
del XVIII.
Se trata de una forma de poder que tiene como objetivo los cuerpos en sus detalles, en su
organización interna, en la eficacia de sus movimientos. Las técnicas disciplinarias se centran
en el cuerpo como foco de fuerzas que deben hacerse útiles y dóciles, se centran en el cuerpo
como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el
crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces
y económicos. El poder disciplinar opera a través de “procedimientos mediante los cuales se
asegura la distribución espacial de los cuerpos individuales (su separación, su alineamiento, su
subdivisión y su vigilancia) y la organización – alrededor de estos cuerpos – de todo un campo
de visibilidad” (1996: 195).
En el Diccionario Foucault, Edgardo Castro resume las técnicas del poder disciplinario de la
siguiente manera:
1) La repartición de los cuerpos en el espacio. Para ello se utilizan varios
procedimientos: la clausura (definición del lugar de lo heterogéneo), la
cuadriculación (localización elemental; cada cuerpo en su lugar; tantos espacios
como cuerpos), ubicaciones funcionales (articulación del espacio individual, por
ejemplo, con los procesos de producción). La unidad del espacio disciplinar es el
rango (a diferencia del territorio, unidad de dominación, y del lugar, unidad de
residencia): un espacio definido a partir de una clasificación. En otras palabras, se
trata de ordenar la multiplicidad confusa, de crear un cuadro viviente. 2) El control
de la actividad: horario (actividades regulares afinadas en minutos), elaboración
temporal del acto (ajuste del cuerpo a los imperativos temporales), correlación entre
el cuerpo y los gestos (el cuerpo disciplinado favorece un gesto eficaz),
articulación del cuerpo con los objetos, utilización exhaustiva del tiempo. 3) La
organización de la génesis (el problema es cómo capitalizar el tiempo): división del
tiempo en segmentos en los que se debe llegar a un término, serialización de las
actividades sucesivas, el ejercicio como técnica que impone a los cuerpos tareas
repetitivas y diferentes, pero graduadas. 4) La composición de las fuerzas:
articulación y emplazamiento de los cuerpos, combinación de las series
cronológicas, sistema preciso de mando. (2011: 104)

Bajo esta lógica de las técnicas disciplinarias, las sociedades procedieron entonces a la
organización de grandes espacios de encierro: cárceles, hospitales, manicomios y otras
instituciones de control social. En estas sociedades el individuo pasa sin cesar de un espacio
cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela, más tarde el

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cuartel, luego la fábrica, de vez en cuando el hospital, y eventualmente la cárcel, que es el


espacio de encierro por excelencia (Deleuze, 1991).
En estos espacios disciplinarios, espacio y tecnología se unen para crear una arquitectura en la
que se inscriben los controles sociales. Uno de los principios que dirigió las tecnologías de
poder durante el siglo XVIII y XIX en estos espacios disciplinarios, fue el principio de la
visibilidad. Foucault en sus diversas investigaciones observó cómo el problema del
disciplinamiento de los cuerpos fue resuelto en aquella época por Jeremías Bentham con la idea
del panóptico. En la entrevista, El ojo del poder, Foucault da cuenta de cómo esta preocupación
sobre el control de los cuerpos fue resuelta a partir de esta idea. El principio que opera aquí es
el siguiente:
en la periferia un edificio circular; en el centro una torre; ésta aparece atravesada por
amplias ventanas que se abren sobre la cara interior del círculo. El edificio periférico
está dividido en celdas, cada una de las cuales ocupa todo el espesor del edificio.
Estas celdas tienen dos ventanas: una abierta hacia el interior que se corresponde con
las ventanas de la torre; y otra hacia el exterior que deja pasar la luz de un lado al
otro de la celda. Basta pues situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada
celda un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un alumno. Mediante el efecto
de contraluz se pueden captar desde la torre las siluetas prisioneras en las celdas de
la periferia proyectadas y recortadas en la luz. En suma, se invierte el principio de la
mazmorra. La plena luz y la mirada de un vigilante captan mejor que la sombra que
en último término cumplía una función protectora. (1980.a: 11)

Este filósofo francés destaca que el problema de la total visibilidad de los cuerpos, de los
individuos, de las cosas, bajo una mirada centralizada, había sido uno de los principios básicos
más constantes, así como también lo era la referencia a Bentham en los proyectos
arquitectónicos, no sólo de las prisiones, sino también de los hospitales y de instituciones
educativas.
Aquí, la tecnología de la anatomopolítica se vale del espacio para crear una arquitectura en la
que se inscriben los controles sociales. Por ejemplo, en la Casa del Buen Pastor de nuestra
ciudad, las prostitutas eran llevadas detenidas a principios del siglo XX y distribuidas en ese
espacio creado bajo esta lógica disciplinaria. Los cuerpos de las prostitutas eran distribuidos en
una sección separada del resto, separadas del hogar y del colegio para huérfanas. Las celdas se
disponían en dos hileras enfrentadas separadas por un pasillo. Las paredes divisorias no
llegaban al límite del techo porque la casa era muy alta. Se disponían horarios además para
realizar labores que las transformarían en ‘mujeres decentes’. El poder opera aquí de manera
continua e individualizante, controla en el cuerpo social hasta los elementos más tenues por los
cuales se llega a tocar los propios átomos sociales, es decir a los sujetos corporizados. Se los
individualiza dentro de la multiplicidad.

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Así es posible visualizar cómo el espacio se constituye a partir del ejercicio del poder y cómo
el poder utiliza el espacio para controlar y disciplinar los cuerpos. En este punto, es necesario
remarcar que Foucault, no terminó de señalar cómo se daban las resistencias en estos espacios.
Sin embargo, dejó sentada las bases teóricas para pensar en esas resistencias: cómo se resiste
en esos espacios disciplinarios, cómo los cuerpos evaden esos controles, resistiendo a las formas
que tiene el poder de controlarlos.
Si bien en esta genealogía de las formas de poder ya no nos encontramos en una sociedad
netamente disciplinaria, Foucault advierte que las nuevas formas no sustituyen a otras, sino que
estas perviven y conviven con otras.

Láminas incluidas en el libro de Foucault Vigilar y Castigar. El nacimiento de la prisión, de 1976.

LÁMINA 12. B. Poyet. Proyecto de hospital.


1786. Cf. p. 179.

LÁMINA 17. J. Bentham. Plano del Panóptico


(The Works of Jeremy Bentham, ed. Bowring,
t. IV, pp. 172-173). Cf. p. 204.

LÁMINA 16. J. F. de Neufforge. Proyecto de


prisión, loc. cit. Cf. p. 179.

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6. La lepra, la peste y la viruela: elementos para pensar nuestro presente


En la que fuera la primera clase del curso dictado en 1978 y publicado bajo el título Seguridad,
Territorio y Población (2006), Foucault destaca las mutaciones y discontinuidades de los
mecanismos de poder, señalando tres modos distintos: el sistema jurídico-legal del poder
soberano, los mecanismos disciplinarios de la sociedad moderna y la emergencia de los
dispositivos de seguridad. Aunque como advierte, no se trata de una serie en la que los
elementos se suceden y los que aparecen provocan la desaparición de los anteriores, sino lo que
cambia es el sistema de correlación entre los mismos.
Y al dar cuenta de estas mutaciones Foucault recurre a una serie de ejemplos, y uno de ellos
remite a las maneras en que socialmente se intentó dar respuesta a la enfermedad, y es aquí
donde retoma los modelos de la lepra, la peste y la viruela, justamente para mostrar cómo cada
mecanismo articula de manera diferente las técnicas de poder.
Hasta finales de la Edad Media la exclusión de lxs leprosxs se hacía mediante un conjunto
jurídico de leyes y reglamentos, un conjunto religioso, asimismo, de rituales que introducían
una separación entre quienes eran leprosxs y quienes no lo eran. Ya en 1975, en el Curso Los
Anormales, Foucault relata
[l]a exclusión de la lepra era una práctica social que implicaba, en principio, una
partición rigurosa, una puesta a distancia, una regla de no contacto entre un
individuo (o un grupo de individuos) y otro. Se trataba, por otra parte, de la
expulsión de esos individuos hacia un mundo exterior, confuso, más allá de las
murallas de la ciudad, más allá de los límites de la comunidad. (…) [E]sta exclusión
del leproso implicaba la descalificación – tal vez no exactamente moral, pero en
todo caso sí jurídica y política – de los individuos así excluidos y expulsados. Éstos
entraban en la muerte, y la exclusión del leproso estaba acompañada regularmente
por una especie de ceremonia fúnebre durante la cual se declara muertos a los
individuos que padecían la enfermedad o iban a partir hacia ese mundo exterior y
extranjero. En síntesis, se trataba en efecto de prácticas de exclusión, de rechazo
de marginación. (2007: 51-52)

Este modelo de exclusión cuyo objetivo era evitar la contaminación y purificar la comunidad
va desapareciendo hacia fines del siglo XVII e inicios del XVIII, y dando lugar a otro modelo
que supone la inclusión del apestado y que trata justamente del problema de la peste y del
relevamiento de la ciudad apestada. Los reglamentos de la peste tienen objetivos e instrumentos
diferentes. Aquí se trata de establecer, fijar, dar su lugar, asignar sitios, definir presencias en
una cuadrícula, de cuadricular literalmente las ciudades dentro de las cuales están lxs
apestadxs. Los reglamentos sostienen normas que indican a la gente cuándo salir, cómo deben
hacerlo, en qué horas, qué deben hacer en sus casas, qué comer, qué actividades realizar, se
prohíben ciertos contactos, y lxs inspectorxs están habilitadxs para entrar en sus casas. Se trata
aquí justamente de un sistema de tipo disciplinario. Y sobre todo se apoya en una reacción

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positiva (no de rechazo, exclusión, marginación), sino inclusión, observación, formación de


saber, multiplicación de los efectos de poder a partir de la acumulación de la observación y el
saber. Más que a la división masiva y binaria entre apestadxs y no apestadxs, se apela a la
división múltiple, a distribuciones individualizadas, a una organización de la vigilancia, a una
intensificación y ramificación del poder.
En el capítulo III de Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, y bajo el título El Panoptismo,
Foucault describe las medidas que indicaban los reglamentos de fines del siglo XVIII cuando
se declaraba la peste en una ciudad. Aquí reproducimos – de manera un tanto extensa – aquello
que sucedía en cuarentena:
En primer lugar, una estricta división espacial: cierre, naturalmente, de la ciudad y
del "terruño"(…); división de la ciudad en secciones distintas en las que se
establece el poder de un intendente. Cada calle queda bajo la autoridad de un
síndico, que la vigila; si la abandonara, sería castigado con la muerte. El día
designado, se ordena a cada cual que se encierre en su casa, con la prohibición de
salir de ella so pena de la vida. El síndico cierra en persona, por el exterior, la puerta
de cada casa, y se lleva la llave, que entrega al intendente de sección; éste la
conserva hasta el término de la cuarentena. Cada familia habrá hecho sus
provisiones (…). Cuando es preciso en absoluto salir de las casas, se hace por turno,
y evitando todo encuentro. No circulan por las calles más que los intendentes, los
síndicos, los soldados de la guardia, y también entre las casas infectadas, de un
cadáver a otro, los "cuervos" (…). Espacio recortado, inmóvil, petrificado. Cada
cual está pegado a su puesto. Y si se mueve, le va en ello la vida, contagio o castigo.
La inspección funciona sin cesar. La mirada está por doquier en movimiento: “Un
cuerpo de milicia considerable, mandado por buenos oficiales y gente de bien",
cuerpos de guardia en las puertas, en el ayuntamiento y en todas las secciones para
que la obediencia del pueblo sea más rápida y la autoridad de los magistrados más
absoluta, “así como para vigilar todos los desórdenes, latrocinios y saqueos". En
las puertas, puestos de vigilancia; al extremo cada calle, centinelas. Todos los días,
el intendente recorre la sección que tiene a su cargo, se entera de si los síndicos
cumplen su misión, si los vecinos tienen de qué quejarse; “vigilan sus actos". Todos
los días también, pasa el síndico por la calle de que es responsable; se detiene
delante de cada casa; hace que se asomen todos los vecinos a las ventanas (…);
llama a cada cual por su nombre; se informa del estado de todos, uno por uno, "en
lo cual los vecinos estarán obligados a decir la verdad"; si alguno no se presenta en
la ventana, el síndico debe preguntar el motivo; "así descubrirá fácilmente si se
ocultan muertos o enfermos". Cada cual, encerrado en su jaula, cada cual,
asomándose a su ventana, respondiendo al ser nombrado y mostrándose cuando se
le llama, es la gran revista de los vivos y de los muertos. Esta vigilancia se apoya
en un sistema de registro permanente: informes de los síndicos a los intendentes,
de los intendentes a los regidores o al alcalde. (…) El registro de lo patológico debe
ser constante y centralizado. (…) Cinco o seis días después del comienzo de la
cuarentena, se procede a la purificación de las casas, una por una. Se hace salir a
todos los habitantes (…) se esparce perfume (…) se registra a los perfumistas, "en
presencia de los vecinos de la casa, para ver si al salir llevan sobre sí alguna cosa
que no tuvieran al entrar". Cuatro horas después, los habitantes de la casa pueden
volver a ocuparla. (2002: 199-201)

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Es este el modelo de la peste que se asienta en tecnologías disciplinares de reticulación del


espacio de la ciudad, de distribución y control de los cuerpos, de sus gestos y movimientos, de
vigilancia constante. Este será desplazado por el modelo de la viruela, a partir del siglo XVIII
a raíz de la emergencia de las prácticas de inoculación en el marco de los dispositivos de
seguridad. Es este un tercer momento que marcará Foucault en esta genealogía de los
mecanismos de poder.
Los dispositivos de seguridad, a diferencia de la disciplina, no se articulan sobre el espacio y
cada cuerpo individual, sino que lo que interesa es el gobierno de la población y la regulación
de sus procesos biológicos. Al interior de estos dispositivos, Foucault distingue la biopolítica
como ese encuentro entre lo político y lo biológico, donde el hecho de vivir pasa en parte al
campo del control del saber e intervención del poder. Y aquí la población va a ser entendida
como un cuerpo-especie
transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos
biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la
duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos
variar; todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y
controles reguladores. (Foucault, 2005: 167)

En esta política de la población, los cuerpos interesan en tanto su existencia está atravesada por
la mecánica biológica, y cuyos procesos, que se presentan de manera aleatoria e imprevisible,
son sometidos a mecanismos de regulación constante. La biopolítica reagrupa así efectos de
masas propios de las poblaciones procurando controlar la probabilidad de los acontecimientos
o compensar sus efectos.
Volviendo al ejemplo que da Foucault en torno a la enfermedad y el modelo de la viruela, esta
será pensada en términos de cálculos de probabilidades, estableciéndose riesgos de morbilidad
y mortalidad, curvas de normalidad, indicadores de riesgo y peligro para dirigir acciones
preventivas. Se trata de una serie de mecanismos que no pretenden ni expulsar ni detener la
enfermedad, sino que se acoplan a la enfermedad misma interviniendo sobre probabilidades y
manteniendo la cantidad de casos para no derivar en una crisis.
Lo importante no consiste en imponer disciplina, aunque sí se la solicite, sino que el
problema fundamental va a ser cuántas personas serán víctimas de la viruela, a qué
edad, con qué efectos, qué mortalidad, qué lesiones o secuelas, qué riesgos se corren
al inocularse, cuál es la probabilidad de que un individuo muera o se contagie la
enfermedad a pesar de la inoculación, cuáles son los efectos estadísticos sobre la
población en general, en síntesis, todo un problema que ya no es el de la exclusión,
como en el caso de la lepra, que ya no es el de la cuarentena, como en la peste, sino
que será en cambio el problema de las epidemias y las campañas médicas por cuyo
conducto se intenta erradicar los fenómenos, sea pandémicos, sea endémicos.
(Foucault, 2006, 26)

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El médico suizo Daniel Bernoulli afirmaba en su Essai d’une nouvelle analyse de la mortalité
causée par la petite vérole et des avantages del’inoculation pour la prevenir de 1766 que: «De
adoptarse la inoculación, el resultado será una ganancia de varios miles de personas; aunque
sea letal, como mata las criaturas en la cuna, es preferible a la viruela, que hace morir a adultos
útiles para la sociedad; si bien es cierto que la generalización de la inoculación amenaza
reemplazar las grandes epidemias por una situación de endemia permanente, el peligro es
menor, pues la viruela es una irrupción generalizada y la inoculación sólo afecta a una superficie
de la piel» (Bernoulli, 1766, citado por Sacchi, 2015: 299).
Lo que acontece aquí es que la viruela puede afectar a toda la población, pero la inoculación,
que es la circulación de la propia enfermedad en dosis no letales, afecta sólo a una pequeña
porción de la población, a lxs niñxs. E incluso aunque el mismo proceso de inoculación al
introducir en el cuerpo el propio mal que quiere regular, pueda causar la enfermedad al riesgo
de conllevar la muerte, estas muertes siguen siendo aceptables porque permiten que otros sigan
vivos. El imperativo de muerte es admisible si tiende a la eliminación del peligro biológico y al
fortalecimiento de la especie. Esto es lo que Foucault y otrxs autorxs destacan como el principio
de la tanatopolítica de un biopoder sobre la población: algunos morirán para que otros vivan,
pero es un riesgo que dentro de estos mecanismos de poder se puede permitir. De lo que se trata
es de mantener esos niveles de enfermedad, de riesgo, de muerte, en aquello que se esgrima
como normalidad para tal región, rango etario, rango ocupacional, etc. (al igual que sucede con
el hambre y la escasez).
Estos tres modelos nos permiten pensar aquello que acontece en el ahora: frente a un mundo
globalizado sin un afuera para expulsar a lxs enfermxs, y sin vacuna posible frente a un nuevo
virus que ha desatado una pandemia generalizada y peligrosa (ante sistemas de salud
devastados), el confinamiento disciplinado, el repliegue sobre un espacio interior cuadriculado,
el control de los gestos corporales, se impone como medida preventiva, como alternativa de
cuidado, pero también como disciplinamiento y vigilancia que sucede en todo momento.
7. Consideraciones finales
Este recorrido propone por un lado abrir las posibilidades de un pensamiento del presente a
partir de algunas nociones espaciales en Foucault, pensando a la vez los ejercicios de poder y
las prácticas de resistencia en la constitución de los espacios.
Asimismo, traemos a colación algunas otras nociones para pensar lo excepcional, pero sin
pretender clausurar sentidos ante lo indecible e incierto de este presente inmediato.

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8. Bibliografía
Castro, E. (2011) Diccionario Foucault. Temas, conceptos y autores. Buenos Aires, Siglo XXI.
Deleuze, G. (1990) ¿Qué es un dispositivo? En: Michel Foucault, Filósofo. Editorial Gedisa, Barcelona.
Foucault, M. (1967) Los espacios otros, Conferencia dictada en el Cercle des études architecturals,
publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n 5, octubre de 1984. Traducida por Pablo
Blitstein y Tadeo Lima.
-----------------(1980.a) El ojo del poder En: Bentham, Jeremías: “El Panóptico”, Editorial La Piqueta,
Barcelona.
-----------------(1980.b) Preguntas a Michel Foucault sobre la geografía. En: Microfísica del Poder.
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Sacchi, E. (2015) La paradoja bio‐tanato‑política y los mecanismos de seguridad. En Revista de
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