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1. Introducción
Michel Foucault, nacido en 1926 en Poitiers, fue un influyente filósofo francés, cuyo trabajo
giró en torno a las nociones de ‘verdad’, ‘poder’ y ‘sujeto’. Desde 1970 hasta su muerte en
1984, estuvo al frente de la cátedra Historia de los sistemas de pensamiento del Collège de
France.
De acuerdo a su amigo y colega Gilles Deleuze, Foucault se caracterizaba por ser un pensador
sísmico: avanzaba por crisis y por sacudidas, se desplazaba continuamente, buscando líneas de
fisura y fractura en terrenos seguros. Para Deleuze (1990), el trabajo de Foucault era una
cartografía: un levantar un mapa; el recorrido de tierras desconocidas; el instalarse, describir y
desenmarañar las fuerzas múltiples de lo real.
Foucault, entonces, es tanto un filósofo cuyo pensar busca deslizarse, trasladarse, arrojarse a
otros espacios del pensamiento. Pero también, un filósofo que ha concebido el espacio en tanto
objeto, mostrando cómo éste se constituye históricamente a partir de relaciones de poder y
prácticas de resistencias.
Es así que en esta ficha nos interesa exponer ciertas nociones espaciales presentes en los
desarrollos foucaultianos, con el ánimo también de invitar a pensar la experiencia que hacemos
de nosotrxs mismxs en relación al espacio.
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de las condiciones en las que se han formado o modificado ciertas relaciones entre
sujeto y objeto, en la medida en que éstas constituyen un saber posible. (1999.a: 363)
Para Foucault, es de suma importancia realizar una historia de los espacios, mostrando que
éstos no son simples escenarios de procesos históricos, sino que son productos de la historia,
de las tensiones y fuerzas que constituyen dichos procesos. En esta línea, afirma que
podría escribirse toda una “historia de los espacios” – que sería al mismo tiempo una
“historia de los poderes” – que comprendería desde las grandes estrategias de la
geopolítica hasta las pequeñas tácticas del hábitat, de la arquitectura institucional, de
la sala de clase o de la organización hospitalaria, pasando por las implantaciones
económico-políticas. (1980.a: 12)
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Así, no hay espacio que pueda definirse como un vacío, o como anterior a la historia, sino que
tiene una (o varias) historias y está atravesado y constituido por relaciones de poder y por
prácticas de resistencia: desde la constitución de los territorios nacionales, los barrios
“peligrosos”, las “zonas rojas”, un cementerio, las aulas de la universidad, las terminales de
colectivos, los bares y boliches, las habitaciones de una casa.
Por esto, es que el espacio debe pensarse desde un lugar que permita concebir las fuerzas que
lo construyen y destruyen continuamente. Foucault, va a destacar que, desde finales del siglo
XVIII, la filosofía privilegió el tiempo y descalificó el espacio como algo muerto, fijo e inerte.
Es recién a partir de la década de los sesenta que aparecen nuevas conceptualizaciones del
espacio: ya no puede ser pensado sino en una dinámica constante.
Por otro lado, el mismo vocabulario de Foucault se encuentra habitado por metáforas
espaciales. De acuerdo con el autor, a través de éstas va descubriendo lo que en el fondo
buscaba: las relaciones que pueden existir entre poder y saber. Y éstas más que de un discurso
geográfico, provienen de un discurso estratégico a partir del cual se puede entender cómo lo
político-estratégico se inscribe sobre un suelo. Ante la pregunta, en una entrevista de 1976,
sobre la profusión de estas metáforas en sus planteos, Foucault responde:
Pues bien, retomemos estas metáforas geográficas. Territorio, es sin duda una noción
geográfica, pero es en primer lugar una noción jurídico-política: lo que es controlado
por un cierto tipo de poder. Campo: noción económico-jurídica. Desplazamiento: se
desplaza un ejército, una tropa, una población. Dominio: noción jurídico-política.
Suelo: noción histórico-geológica. Región: noción fiscal, administrativa, militar.
Horizonte: noción pictórica, pero también estratégica (…) Desde el momento en que
se puede analizar el saber en términos de región, de dominio, de implantación, de
desplazamiento, de transferencia, se puede comprender el proceso mediante el cual
el saber funciona como un poder y reconduce a él los efectos. (1980.b:116)
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Para Foucault (2005) hay que comprender por poder aquellas relaciones de fuerza propias del
dominio en que se ejerce, señalando algunas proposiciones acerca del mismo.
Desde su apuesta, el poder no se concentra en el Estado, sino que existe toda una serie de
micropoderes: el poder se produce a cada instante en distintos puntos. Esto significa que, al no
ser ‘algo’ que se posee, no puede localizarse en un punto central, sino que se está produciendo
a cada instante, en todos los puntos, o más bien: en toda relación de un punto con otro. Un poder
estatal de sujeción de los individuos, pero también el poder al interior de las familias; aquel que
se produce en los espacios de un hospital psiquiátrico o de aprendizaje escolar; o aquellos de
los conocimientos médicos que se ejercen sobre los cuerpos en un consultorio; o el de las
normas sexo-genéricas al elegir cómo vestirnos; o el constante lavado de manos frente a una
pandemia.
Igual de importante, es el carácter productivo y positivo del poder: el poder más que reprimir
o impedir tiene como su efecto más positivo la producción de lo real. Lo real no es algo dado,
sino que es efecto – producto – de diversas estrategias. No hay nada en la constitución química
y física del cemento o del concreto que establezca que tal espacio deba ser de tal manera: una
plaza puede ser un espacio público con ciertas reglas para transitarlo (o incluso restringido para
ciertos habitantes de una ciudad). O puede ser un espacio de protesta para recordar a lxs
desaparecidxs de la dictadura. Y lo que un espacio pueda ser, no está definido de antemano.
Incluso una plaza puede estar enrejada, clausurando su carácter público en ciertos horarios para
algunxs.
Y, por último, es necesario destacar que una analítica no sería tal si no permitiera concebir las
resistencias en conjunto con el poder. La resistencia no es un elemento pasivo, es decir, no se
trata de una reacción al poder que le sería exterior. Sino que es activa porque constituye y es
constituida por las relaciones de poder. El poder aquí es la condición de posibilidad de la
resistencia, y viceversa.
Foucault afirma que allí
donde hay poder hay resistencia (…) Los puntos de resistencia están presentes en
todas partes dentro de la red de poder (…) hay varias resistencias que constituyen
excepciones, casos especiales: posibles, necesarias, improbables, espontáneas,
salvajes, solitarias, concertadas, rastreras, violentas, irreconciliables, rápidas para la
transición, interesadas o sacrificiales; por definición, no pueden existir sino en el
campo estratégico de las relaciones de poder. (2005: 117)
Estas nociones son importantes para entender cómo Foucault ha operado en su análisis sobre el
espacio. Y, a la vez, nos permitirán pensar desde esa distancia crítica otros espacios, otras
problemáticas y otros acontecimientos de nuestro presente.
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5. La disciplina y el panóptico
Aquí queremos referirnos a una forma particular de ejercicio de poder que le interesó estudiar
a Foucault: la disciplina o anatomopolítica del cuerpo. Si reunimos los distintos libros, cursos
y escritos de Foucault podríamos trazar una genealogía de distintos mecanismos y dispositivos
de poder que surgen en Occidente en un momento dado. Dentro de este recorrido, uno de los
momentos que destaca es la emergencia del poder disciplinario, a fines del siglo XVII e inicios
del XVIII.
Se trata de una forma de poder que tiene como objetivo los cuerpos en sus detalles, en su
organización interna, en la eficacia de sus movimientos. Las técnicas disciplinarias se centran
en el cuerpo como foco de fuerzas que deben hacerse útiles y dóciles, se centran en el cuerpo
como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el
crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces
y económicos. El poder disciplinar opera a través de “procedimientos mediante los cuales se
asegura la distribución espacial de los cuerpos individuales (su separación, su alineamiento, su
subdivisión y su vigilancia) y la organización – alrededor de estos cuerpos – de todo un campo
de visibilidad” (1996: 195).
En el Diccionario Foucault, Edgardo Castro resume las técnicas del poder disciplinario de la
siguiente manera:
1) La repartición de los cuerpos en el espacio. Para ello se utilizan varios
procedimientos: la clausura (definición del lugar de lo heterogéneo), la
cuadriculación (localización elemental; cada cuerpo en su lugar; tantos espacios
como cuerpos), ubicaciones funcionales (articulación del espacio individual, por
ejemplo, con los procesos de producción). La unidad del espacio disciplinar es el
rango (a diferencia del territorio, unidad de dominación, y del lugar, unidad de
residencia): un espacio definido a partir de una clasificación. En otras palabras, se
trata de ordenar la multiplicidad confusa, de crear un cuadro viviente. 2) El control
de la actividad: horario (actividades regulares afinadas en minutos), elaboración
temporal del acto (ajuste del cuerpo a los imperativos temporales), correlación entre
el cuerpo y los gestos (el cuerpo disciplinado favorece un gesto eficaz),
articulación del cuerpo con los objetos, utilización exhaustiva del tiempo. 3) La
organización de la génesis (el problema es cómo capitalizar el tiempo): división del
tiempo en segmentos en los que se debe llegar a un término, serialización de las
actividades sucesivas, el ejercicio como técnica que impone a los cuerpos tareas
repetitivas y diferentes, pero graduadas. 4) La composición de las fuerzas:
articulación y emplazamiento de los cuerpos, combinación de las series
cronológicas, sistema preciso de mando. (2011: 104)
Bajo esta lógica de las técnicas disciplinarias, las sociedades procedieron entonces a la
organización de grandes espacios de encierro: cárceles, hospitales, manicomios y otras
instituciones de control social. En estas sociedades el individuo pasa sin cesar de un espacio
cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela, más tarde el
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Este filósofo francés destaca que el problema de la total visibilidad de los cuerpos, de los
individuos, de las cosas, bajo una mirada centralizada, había sido uno de los principios básicos
más constantes, así como también lo era la referencia a Bentham en los proyectos
arquitectónicos, no sólo de las prisiones, sino también de los hospitales y de instituciones
educativas.
Aquí, la tecnología de la anatomopolítica se vale del espacio para crear una arquitectura en la
que se inscriben los controles sociales. Por ejemplo, en la Casa del Buen Pastor de nuestra
ciudad, las prostitutas eran llevadas detenidas a principios del siglo XX y distribuidas en ese
espacio creado bajo esta lógica disciplinaria. Los cuerpos de las prostitutas eran distribuidos en
una sección separada del resto, separadas del hogar y del colegio para huérfanas. Las celdas se
disponían en dos hileras enfrentadas separadas por un pasillo. Las paredes divisorias no
llegaban al límite del techo porque la casa era muy alta. Se disponían horarios además para
realizar labores que las transformarían en ‘mujeres decentes’. El poder opera aquí de manera
continua e individualizante, controla en el cuerpo social hasta los elementos más tenues por los
cuales se llega a tocar los propios átomos sociales, es decir a los sujetos corporizados. Se los
individualiza dentro de la multiplicidad.
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Así es posible visualizar cómo el espacio se constituye a partir del ejercicio del poder y cómo
el poder utiliza el espacio para controlar y disciplinar los cuerpos. En este punto, es necesario
remarcar que Foucault, no terminó de señalar cómo se daban las resistencias en estos espacios.
Sin embargo, dejó sentada las bases teóricas para pensar en esas resistencias: cómo se resiste
en esos espacios disciplinarios, cómo los cuerpos evaden esos controles, resistiendo a las formas
que tiene el poder de controlarlos.
Si bien en esta genealogía de las formas de poder ya no nos encontramos en una sociedad
netamente disciplinaria, Foucault advierte que las nuevas formas no sustituyen a otras, sino que
estas perviven y conviven con otras.
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Este modelo de exclusión cuyo objetivo era evitar la contaminación y purificar la comunidad
va desapareciendo hacia fines del siglo XVII e inicios del XVIII, y dando lugar a otro modelo
que supone la inclusión del apestado y que trata justamente del problema de la peste y del
relevamiento de la ciudad apestada. Los reglamentos de la peste tienen objetivos e instrumentos
diferentes. Aquí se trata de establecer, fijar, dar su lugar, asignar sitios, definir presencias en
una cuadrícula, de cuadricular literalmente las ciudades dentro de las cuales están lxs
apestadxs. Los reglamentos sostienen normas que indican a la gente cuándo salir, cómo deben
hacerlo, en qué horas, qué deben hacer en sus casas, qué comer, qué actividades realizar, se
prohíben ciertos contactos, y lxs inspectorxs están habilitadxs para entrar en sus casas. Se trata
aquí justamente de un sistema de tipo disciplinario. Y sobre todo se apoya en una reacción
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En esta política de la población, los cuerpos interesan en tanto su existencia está atravesada por
la mecánica biológica, y cuyos procesos, que se presentan de manera aleatoria e imprevisible,
son sometidos a mecanismos de regulación constante. La biopolítica reagrupa así efectos de
masas propios de las poblaciones procurando controlar la probabilidad de los acontecimientos
o compensar sus efectos.
Volviendo al ejemplo que da Foucault en torno a la enfermedad y el modelo de la viruela, esta
será pensada en términos de cálculos de probabilidades, estableciéndose riesgos de morbilidad
y mortalidad, curvas de normalidad, indicadores de riesgo y peligro para dirigir acciones
preventivas. Se trata de una serie de mecanismos que no pretenden ni expulsar ni detener la
enfermedad, sino que se acoplan a la enfermedad misma interviniendo sobre probabilidades y
manteniendo la cantidad de casos para no derivar en una crisis.
Lo importante no consiste en imponer disciplina, aunque sí se la solicite, sino que el
problema fundamental va a ser cuántas personas serán víctimas de la viruela, a qué
edad, con qué efectos, qué mortalidad, qué lesiones o secuelas, qué riesgos se corren
al inocularse, cuál es la probabilidad de que un individuo muera o se contagie la
enfermedad a pesar de la inoculación, cuáles son los efectos estadísticos sobre la
población en general, en síntesis, todo un problema que ya no es el de la exclusión,
como en el caso de la lepra, que ya no es el de la cuarentena, como en la peste, sino
que será en cambio el problema de las epidemias y las campañas médicas por cuyo
conducto se intenta erradicar los fenómenos, sea pandémicos, sea endémicos.
(Foucault, 2006, 26)
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El médico suizo Daniel Bernoulli afirmaba en su Essai d’une nouvelle analyse de la mortalité
causée par la petite vérole et des avantages del’inoculation pour la prevenir de 1766 que: «De
adoptarse la inoculación, el resultado será una ganancia de varios miles de personas; aunque
sea letal, como mata las criaturas en la cuna, es preferible a la viruela, que hace morir a adultos
útiles para la sociedad; si bien es cierto que la generalización de la inoculación amenaza
reemplazar las grandes epidemias por una situación de endemia permanente, el peligro es
menor, pues la viruela es una irrupción generalizada y la inoculación sólo afecta a una superficie
de la piel» (Bernoulli, 1766, citado por Sacchi, 2015: 299).
Lo que acontece aquí es que la viruela puede afectar a toda la población, pero la inoculación,
que es la circulación de la propia enfermedad en dosis no letales, afecta sólo a una pequeña
porción de la población, a lxs niñxs. E incluso aunque el mismo proceso de inoculación al
introducir en el cuerpo el propio mal que quiere regular, pueda causar la enfermedad al riesgo
de conllevar la muerte, estas muertes siguen siendo aceptables porque permiten que otros sigan
vivos. El imperativo de muerte es admisible si tiende a la eliminación del peligro biológico y al
fortalecimiento de la especie. Esto es lo que Foucault y otrxs autorxs destacan como el principio
de la tanatopolítica de un biopoder sobre la población: algunos morirán para que otros vivan,
pero es un riesgo que dentro de estos mecanismos de poder se puede permitir. De lo que se trata
es de mantener esos niveles de enfermedad, de riesgo, de muerte, en aquello que se esgrima
como normalidad para tal región, rango etario, rango ocupacional, etc. (al igual que sucede con
el hambre y la escasez).
Estos tres modelos nos permiten pensar aquello que acontece en el ahora: frente a un mundo
globalizado sin un afuera para expulsar a lxs enfermxs, y sin vacuna posible frente a un nuevo
virus que ha desatado una pandemia generalizada y peligrosa (ante sistemas de salud
devastados), el confinamiento disciplinado, el repliegue sobre un espacio interior cuadriculado,
el control de los gestos corporales, se impone como medida preventiva, como alternativa de
cuidado, pero también como disciplinamiento y vigilancia que sucede en todo momento.
7. Consideraciones finales
Este recorrido propone por un lado abrir las posibilidades de un pensamiento del presente a
partir de algunas nociones espaciales en Foucault, pensando a la vez los ejercicios de poder y
las prácticas de resistencia en la constitución de los espacios.
Asimismo, traemos a colación algunas otras nociones para pensar lo excepcional, pero sin
pretender clausurar sentidos ante lo indecible e incierto de este presente inmediato.
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8. Bibliografía
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Blitstein y Tadeo Lima.
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Barcelona.
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Editorial La Piqueta, Madrid.
-----------------(1996) Defender la sociedad.
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Barcelona: Editorial Paidós.
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-----------------(2005) Historia de la sexualidad. Volumen I. La Voluntad de Saber.
-----------------(2006) Seguridad, territorio, población: Curso en el Collège de France: 1977-1978.
Buenos Aires: FCE.
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Sacchi, E. (2015) La paradoja bio‐tanato‑política y los mecanismos de seguridad. En Revista de
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