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Su enseñanza, a través de todos los grados y niveles del sistema educativo, debe ser
atendida por un docente que esté formado en el saber, el ser y el hacer es decir, que posea los
conocimientos necesarios para abordar su enseñanza; que tenga un adecuado grado de
inserción social y de equilibrio emocional y que haya desarrollado las competencias
necesarias para actuar didácticamente en el salón de clase.
Un lector autónomo es aquel que se acerca al texto de una manera independiente, con
un propósito definido, que maneja fuentes de información de acuerdo a necesidades reales:
cumplir con una tarea escolar, saber qué película están proyectando, aprender a manejar un
equipo electrónico, instalar un aparato electrodoméstico, conseguir en la guía telefónica un
número determinado, utilizar el diccionario con propiedad y rapidez, que busca relaciones,
que establece comparaciones, que duda, que confronta, que construye significados (Peña,
1998).
A partir de esta concepción del aprendizaje y del sujeto que aprende se debe planificar
el proceso de enseñanza-aprendizaje de la lectura y de la escritura. Para la lectura se requiere,
en primer lugar, la utilización de materiales significativos; proporcionarle a los alumnos las
situaciones de aprendizaje que les permitan desarrollar las estrategias para comprender el
texto, que aprendan a enfrentarlo con un propósito determinado, que conozcan las diferentes
funciones de la lectura. Igualmente, la enseñanza de la escritura debe ser abordada desde la
misma concepción constructivista, que permite ver al escritor como un productor de textos,
que puede plasmar sus reflexiones, sus ideas y opiniones.
Los alumnos son quienes elaboran, mediante la actividad personal, los conocimientos
culturales. El papel del docente es, entonces, servir de mediador entre el conocimiento y el
alumno, ayudándolo a construir los nuevos conocimientos. Desde este punto de vista,
aprender algo equivale a elaborar una representación personal del contenido objeto de
aprendizaje. Esta representación no se hace desde una mente en blanco, sino desde la mente
de un alumno que posee conocimientos y experiencias previas que le permiten adquirir el
nuevo conocimiento y atribuirle significado. Este es un proceso activo que le ofrecerá al
alumno la posibilidad de reorganizar el propio conocimiento y enriquecerlo.
Los estudios, reflexiones e investigaciones que, en los últimos tiempos, se han venido
realizando en el campo de la educación ‘imponen’ un cambio en los espacios de aprendizaje,
en donde tradicionalmente se ha privilegiado la lectura eferente, con fines netamente
escolares: aprender la lección para luego repetirla al docente, o, como apunta Rosenblatt
(1978), retener aspectos específicos o particulares y ser capaz de hacer uso de ellos,
orientando de este modo, el lector, su atención selectiva hacia aquellos elementos del discurso
que le permitan obtener resultados positivos en las acciones propuestas, una vez terminada la
lectura. Yo diría que, vista la lectura de esta manera, no hay una convivencia afectiva, entre el
lector y el texto para que aquel construya significados.
En cambio, plantea esta misma autora la lectura estética, que es aquella que se realiza
cuando el interés del lector está centrado en el disfrute del texto, pudiendo ser motivo de
agrado desde el lenguaje utilizado, la manera cómo el autor lo ha estructurado en la totalidad
de la obra hasta la trama de las acciones desarrolladas. Es así como el lector, de acuerdo a su
gratificación, orientará su atención selectiva hacia el logro de su satisfacción inmediata.
La escuela, entendida ésta en el sentido más amplio, vale decir, desde el preescolar
hasta el nivel superior, es el espacio considerado más idóneo para propiciar el deseo de leer,
para lograr que la lectura se convierta en instrumento de aprendizaje permanente y de esta
manera su utilización trascienda las paredes del aula, en este sentido Ferreiro (1991), afirma
que “leer en la escuela y seguir leyendo fuera de la escuela, son actividades necesarias para el
lento proceso de construcción de un lector que no deje de leer cuando haya terminado su
escolaridad” (p. 8).
La escritura permite, además, comunicarnos con personas ausentes a través del tiempo
y del espacio; explorar y presentar información; organizar y reorganizar el conocimiento;
expresar sentimientos y opiniones; registrar ideas, hechos, acontecimientos y cualquier dato
que sirva para usarlo después; tomar notas mientras alguien habla; reflexionar sobre el propio
pensamiento; elaborar resúmenes; influir y modificar opiniones y comportamientos.
Podríamos, finalmente, afirmar que la escritura supone la transformación interna del escritor a
la vez que permite ejercer su acción sobre la realidad.
Por otra parte, debe dedicársele también en el aula, suficiente tiempo al proceso por el
que pasa el escritor desde el momento en que decide escribir hasta la producción definitiva de
un texto. Así, para Lerner (1994) la escritura incluye tres procesos íntimamente relacionados:
planificación, textualización y revisión. Señala la misma autora que estos procesos no pueden
considerarse como etapas, ya que son superpuestos y recursivos. Durante la textualización se
hace necesario, muchas veces, volver a revisar el plan inicial y la revisión de lo que se va
escribiendo, es también permanente.
Aspecto muy importante lo constituye el decidir sobre qué tema se va a escribir, éste
podría surgir de una necesidad planteada en clase, así, el docente podría proponer varias
alternativas para que cada alumno escoja, o dentro de una misma proposición cada alumno
pueda elegir diferentes aspectos para abordar el tema, pero siempre pensando en un
destinatario real y con una intención comunicativa, es decir que las situaciones de escritura
que se propongan en el aula sean cercanas a la práctica social.
Otra decisión, que debe ser discutida, es si la escritura será individual o grupal, ambas
formas tienen sus pro y sus contra. El escribir individualmente sobre un tema exige varias
revisiones por parte del docente y mucho esfuerzo por parte del alumno. En cuanto a la
escritura grupal Lerner (1994) señala:
Una vez realizadas estas actividades es necesario que los alumnos compartan la
información recogida, la confronten con sus compañeros a objeto de que encuentren cuáles
son los aspectos más significativos para cada uno, descubran relaciones que antes no habían
descubierto y establezcan acuerdos sobre el género.
Para este último aspecto es conveniente que el alumno se familiarice con diversos
géneros. Aquí cabe señalar la reescritura de que hablan Teberosky y Tolchisnsky (1995)
porque la misma le permite al niño apropiarse de las características implícitas de un género en
particular, el cual no puede ser enseñado explícitamente. Agregan que, la reescritura, permite
de manera indirecta repetir las formas en que está codificada la información del texto y a
través de la misma los niños se van apropiando de los elementos textuales. Pero, también
recomiendan estas autoras, que primero el alumno tiene que ser lector, permitiéndole esta
actividad conocer modelos convencionales de textos.
La textualización exige del escritor tomar en cuenta una serie de aspectos. Así, deberá
anticipar posibles preguntas, incluir todos los datos que necesitará el lector, elaborar una
exposición ordenada, establecer y mantener una línea de pensamiento y establecer conexiones
entre las diferentes partes del texto. Al decir de Lerner (1994):
Entre las propiedades del texto escrito hay una que representa una
intensa exigencia: a diferencia de la conversación, que transcurre en la
sucesión del tiempo, el texto escrito se presenta como una totalidad cuyas
partes pueden estar presentes simultáneamente: para el lector es posible
comparar el principio del texto con el final, es posible acercar dos fragmentos
muy distantes del texto y analizar sus interrelaciones. Es por eso que el texto
escrito tiene una exigencia de coherencia –de articulación interna- mucho
mayor que el discurso oral ( p. 14).
Entre otras muchas bondades del uso del portafolio se puede señalar la que le permite
al alumno involucrarse en el proceso a través de la autoevaluación y, de esta manera, poder
apreciar su progreso como lector y escritor.
Las entrevistas consisten en conversaciones sostenidas entre el maestro y el alumno
acerca de su producción escrita y tienen por finalidad ayudarlo a descubrir qué es lo esencial
del tema seleccionado, qué información falta, cómo orientar una idea o cómo ampliar o iniciar
sus borradores, Serrano y Peña (1998). Las entrevistas permiten que el niño descubra que la
escritura le ayuda a trascenderse a sí mismo en el tiempo y en el espacio, corregir, ampliar o
suprimir información contenida en sus escritos iniciales, razonar sobre aspectos que tengan
que ver con la secuencia cronológica y la organización lógica de la presentación de los datos,
con el vocabulario utilizado, con la coherencia semántica al vincularse con un tema central y
presentar articulación entre los diferentes pasajes entre sí.
Esta actividad exige emplear varias sesiones, por cuanto el proceso de revisión debe
ser lento y cuidadoso. Es importante señalar también que los alumnos elaboren previamente,
un esquema y recopilen diversos textos en los que se puedan apoyar para elaborar su
producción final, al respecto señalan González y Charria (1992):
A partir de las actividades de lectura los niños pueden producir sus propios
textos, ayudados por otras formas de expresión. A los niños de todas las
edades les encanta transformar en línea, forma y color, los personajes, las
situaciones o las ideas que han leído (p. 24).
Para crear espacios que favorezcan la escritura dentro del aula, es preciso que el
docente asuma el rol de guía y orientador, que acompañe a sus alumnos en la tarea de
planificar la escritura, de componer, de ayudarlos a revisar sus escritos, de valorar sus
producciones, de descubrir la utilidad de la escritura, pero sobre todo hacerle comprender al
niño que sus escritos tendrán un destinatario real, ya que como plantean González y Charria
(1992)
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