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OM SRI GANESHAIA NAMAHA

Reverencia a Sri Ganesha


Deva de la Sabiduría Espiritual
en la Religión de la India y
Guía de los devotos de Dios
Ada Albrecht, Fundadora de Hastinapura, en la
Sede Central de Hastinapura,
en Buenos Aires, República Argentina

œ4
Ada Albrecht

SANTOS Y ENSEÑANZAS
DE LA INDIA
GUÍA PARA TRANSITAR EL SENDERO
ESPIRITUAL SIGUIENDO EL EJEMPLO DE LOS
GRANDES SANTOS HINDÚES

2017
EDITORIAL HASTINAPURA
BUENOS AIRES, ARGENTINA
Santos y enseñanzas de la India
Ada Albrecht

Ediciones:
Primera edición: 1992
Segunda edición ampliada: 2017
Edición de 1000 ejemplares

Imagen de la portada: El santo Tukaram


Todos aquellos que deseen profundizar sus estudios sobre los temas
tratados en este libro pueden llamar o acercarse a cualquiera de las
direcciones dadas al final del volumen.
El tipeo, diseño y corrección del presente libro ha sido realizado ínte-
gramente por Miembros de la Fundación Hastinapura.

Albrecht, Ada
Santos y enseñanzas de la India : Guía para transitar el sendero espiri-
tual siguiendo el ejemplo de los grandes santos hindúes / Ada Albrecht.
- 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Hastinapura, 2017.
344 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-4038-17-3
1. Espiritualidad. I. Título.
CDD 291.4

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


© by Editorial Hastinapura
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Buenos Aires, República Argentina
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Impreso en Argentina
Printed in Argentina

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ÍNDICE

Prólogo .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 9

Parte I
Vidas de Santos Hindúes

Capítulo 1: Chaitanya Mahâprabhu .. .. .. .. .. .. 17


Capítulo 2: Bolaram .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 33
Capítulo 3: Damaji .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 41
Capítulo 4: Tukaram .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 49
Capítulo 5: Tyagaraja .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 77
Capítulo 6: Mirabai .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 85
Capítulo 7: Tulsidas .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 93
Capítulo 8: Surdas .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 101
Capítulo 9: Sakhu .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 107
Capítulo 10: Chokamela .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 115
Capítulo 11: Pundalik .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 121

Parte II
Relatos de Santos

Capítulo 1: Min, el que dudaba .. .. .. .. .. .. .. 133


Capítulo 2: Gudaji .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 145
Capítulo 3: Midiko y Vagudar .. .. .. .. .. .. .. .. 155
Capítulo 4: Mukunda, el mendigo .. .. .. .. .. .. 169
Capítulo 5: Ragakabir .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 185

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santos y enseñanzas de la india

Capítulo 6: Migo, el haragán .. .. .. .. .. .. .. .. 193


Capítulo 7: Nanda-Ji .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 209

Parte III
El Jardín de Jñâna: Enseñanzas Espirituales

Voluntad intencionada .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 247


Viveka y las Gunas .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 261
Shravana .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 283
Darshan .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 295
Kumbha Mela .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 303

Apéndice
Enseñanzas sobre la Devoción a Dios

Las cinco Formas del Señor .. .. .. .. .. .. .. .. .. 311


Los cuatro espejos de la Devoción .. .. .. .. .. .. .. 312
Once cualidades del discípulo devoto .. .. .. .. .. .. 313
Las nueve formas de la Devoción .. .. .. .. .. .. .. 315

Glosario de términos sánscritos .. .. .. .. .. .. .. .. 319

_________

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PRÓLOGO

Nos enseñan los Maestros que el Camino Espiritual tie-


ne sólo un requisito indispensable: el Amor a Dios.
Sin esta condición esencial, el Buscador de la Verdad
se halla a ciegas en el siempre cambiante y desconocido
escenario del mundo.
En todas las culturas, y en todos los tiempos, han exis-
tido —por la Gracia de Dios—, seres bienaventurados que
han vivido más en el Cielo de los Dioses que en el mundo
de los hombres. Ellos han sido conocidos como Sabios,
Maestros, Gurus, Iniciados, Místicos y Santos. Consti-
tuyen la encarnación misma de la Compasión y la Devo-
ción.
Sea cual sea la ciencia o el arte que escoja, el ser humano
necesita de ejemplos a seguir, y mucho más en la Sagrada
Ciencia del Espíritu.
Los Libros Sagrados y los textos de metafísica nos en-
señan cómo debemos actuar, cómo reverenciar a Dios,
cómo meditar. Sin embargo, las dificultades se presentan
cuando tratamos de poner en práctica tales enseñanzas.
Una cosa es leer que “debemos amar al prójimo como a
nosotros mismos”, otra, muy diferente, es que en nuestra
vida diaria, cuando nos vemos obligados a relacionarnos
con otras personas, actuemos de acuerdo a ese principio.
El real valor de nuestro ser reside no en lo que sepamos
sobre religión y filosofía, sino en cómo aplicamos a nues-
tra vida lo mucho o poco que conozcamos.

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santos y enseñanzas de la india

Por ello es que la mera letra de los libros —aunque de


inestimable ayuda—, no basta. Es necesario de alguien
que se halle a nuestro lado y que tenga el poder de otor-
garle —de un modo misterioso y sublime— vida a lo que
esos Libros encierran. Esa persona de la que hablamos es
el Maestro Espiritual, o, como es llamado en las tierras de
India: el Guru.
Tan necesario es el Maestro para el aspirante espiritual
que éste último no puede ser concebido sin el primero.
De nada sirve un Camino si no está presente el Guía
que nos indique cómo transitarlo. Quizás por ello, en un
célebre Canto de Paz del Krishna Yajur Veda, se expresa
lo siguiente:

“Señor, protégenos a ambos:


Maestro y discípulo.
Puedas Tú cuidar de nosotros.
Que podamos alcanzar el auto-conocimiento.
Que el estudio pueda otorgarnos
el esplendor de la Iluminación Espiritual.
Y que nunca haya desavenencias entre nosotros.
Paz, Paz, Paz”.

Explicando el significado de los Textos Sagrados y na-


rrando historias devocionales, el Maestro enseña a sus
discípulos sobre religión y metafísica; mas, por sobre to-
das las cosas, enseña con su propia vida y su ejemplo cons-
tante. Transmite la Sabiduría Divina, más que con pala-
bras, con actos plenos de amor e inegoísmo. Y son estos

œ 10 
prólogo

actos los que irán sembrando en el corazón del discípulo,


las semillas de la futura santidad.
Sin embargo, para que esta divina siembra halle un te-
rreno fértil es necesario que el discípulo vaya, poco a poco,
preparando su corazón, del mismo modo en que un cam-
pesino prepara cuidadosamente la tierra que albergará a
las delicadas semillas.
Y una de las más valiosas ayudas en esta tarea esencial
es la lectura y el estudio de las Vidas de los Santos.
Por extraño que parezca, los obstáculos que se van pre-
sentando en nuestras vidas, son los mismos que aparecie-
ron en el camino de las Grandes Almas. La diferencia suele
hallarse en que el hombre común y el santo no reaccionan
de la misma manera frente a similares dificultades.
El hombre de santidad es, en realidad, un Sagrado
Alquimista. En virtud de su Amor, transmuta las dificul-
tades que surgen en su camino, en peldaños celestes de
una escala que paso a paso, lo llevará al Cielo. Las adver-
sidades que se nos presentan hacen que reaccionemos —a
menudo violentamente— contra ellas y contra quienes
nos las provocan, ya que suelen oponerse a los dictados de
nuestro propio ego, el cual —las más de las veces— actúa
como si fuera nuestro rey. En cambio, el Rey del hombre
de santidad no es ya el pequeño ego mortal, sino Dios. En
virtud de ello, para él, todo cuanto llega hasta su vida, no
proviene de “afuera”, sino de Dios. Visto de esta forma,
una adversidad no es tal, sino una “sagrada posibilidad”
de acercarse más a su amado Señor. Así, no tratará de
sobreimponer su voluntad a la Voluntad Divina, sino que

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santos y enseñanzas de la india

sumisamente la acatará, y de este modo, pasará a ser par-


te de la Acción del Señor.
De igual modo, recordemos que muchas veces, los ma-
yores obstáculos llegan “disfrazados” de aparentes “goces”
y “dichas” que son tales para el incauto, pero no para el ser
maduro espiritualmente.
Por ello, el Bhagavad Gîtâ nos dice:

“Cumple tus acciones, morando en Unión con la Divini-


dad, renunciando a todos los apegos y por igual sereno en
el éxito que en el fracaso. Este equilibrio se llama Yoga”.

Y también:

“El Espíritu de quien está en plenitud de paz y regulado


por el Espíritu, se mantiene inalterable en el calor y en el
frío, en el gozo y en la pena, en la honra y en la infamia”.

¿Cuál es la actitud de un alma enamorada de Dios?


¿Cómo consagra su vida al servicio divino? ¿De qué forma
convive con sus hermanos? ¿Cómo actúa? Las respuestas
a estos interrogantes se hallan, muchas veces, en la lec-
tura atenta de las Vidas de los Santos. Para el aspirante
espiritual, ellas no son simples recopilaciones de actos de
seres virtuosos, sino un modelo a seguir, una guía que lo
orienta en el camino de la vida.
Conociendo dicha necesidad, y llevada por un infinito
Amor a Dios y a los seres humanos, nuestra Maestra Espi-
ritual, Ada Albrecht ha escrito el presente libro.

œ 12 
prólogo

En la primera parte ha narrado en forma maravillosa


una selecta serie de Vidas de Santos Hindúes a fin de que
sirvan como una celeste inspiración para nuestras propias
vidas.
La segunda parte se halla conformada por diversos re-
latos y cuentos sobre maestros y discípulos, en los cuales
hallaremos valiosas respuestas a muchas de las dudas que
nos asaltan durante nuestra peregrinación por la Senda
Divina.
Y en la tercera y última parte del libro nuestra Maestra
nos da profundas enseñanzas del misticismo hindú pre-
sentadas de un modo sencillo, claro, práctico y pedagógico,
sin por ello desatender la exactitud de las explicaciones en
los tratados1.
¡Quiera Dios que este libro pueda brindar luz espiritual
a muchas almas!
¡Que muchas almas puedan afianzarse en el Sendero
hacia Dios!

Claudio Dossetti
Bs. As., 24 de Mayo del 2003
Ampliado el 13 de Mayo de 2016

1. La presente edición de Santos y enseñanzas de la India incluye


las ocho historias del libro Vida de Santos Hindúes, al cual pertene-
ce el prólogo aquí transcripto.

œ 13 
PARTE I

VIDAS DE SANTOS HINDÚES


Chaitanya Mahâprabhu adorando al Divino Señor.

œ 16 
Capítulo I

CHAITANYA MAHÂPRABHU

India, o Bharata Varsha, esto es, “el país de los hom­


bres enamorados de Dios”, es el país de los santos por ex­
celencia. De norte a sur, de este a oeste, en cada aldea, en
cada villa o gran ciudad, siempre florecieron como inefa­
bles lotos humanos, hombres y mujeres cuyo único fin
en la vida era la entrega total a los pies de Nuestro Señor.
Siguen floreciendo ahora, como en épocas pasadas, pues
detener la vocación de santidad del indio es tan difícil —si
no imposible— como querer cambiar la naturaleza de los
ríos, que siempre tienden al mar.
Los occidentales, tan lejos como están del espíritu in-
dio, saben poco sobre sus innumerables santos. Los hay
por millones, como estrellas en el Cielo, como flores en los
campos que despiertan al beso de la primavera, así ellos,
al beso de la Devoción. Lo que conmueve en ellos, es su
universalismo, su amplitud, su amor sin límites dogmáti­
cos, sin encasillamientos. Unos, se entregan a Rama, otros
a Krishna, los de más allá a Sankara, a la Madre Kali, a
Parvati, al Divino Ganesha... o a ninguno. Estos últimos,
resumidos en el Absoluto Brahman, tratan de lograr la
Unión con Aquello, lejanos a todo lo que sea manifestación
formal de Dios Nuestro Señor. Todos juntos y unidos, con-
forman una verdadera Familia Celeste de criaturas infini-
tamente puras y sublimes. Ellos lograron llegar a la última

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santos y enseñanzas de la india

meta que el destino depara al Hombre: la total entrega a


Dios, allende el intelecto y sus especulaciones, allende to-
da teología o puntos de vista particula­res, pues sabido es
que donde el Amor enciende su mara­villosa lámpara, se
desvanecen las sombras nacidas de la orgullosa doxa.
Es una pena, como decimos, que conozcamos tan po-
co so­bre la vida de sus santos. Cuanto sabemos de India,
suele ser un poco de sus Vedas, Upanishads, alguno que
otro Purâna... su Vedânta1... Nos aventuramos a nadar
en el océano de su intelecto, pero el infinito océano de
su Mís­tica de Amor, para nosotros suele hallarse cubierto
por el velo inigualable de su Jñâna2 que, racionales como
somos, tanto nos fascina, aunque no siempre lo compren­
damos...
La historia del santo Vishvambhar3, por ejemplo, es de
una naturaleza tal que, a menos que se tenga un corazón
de hierro, nos arroba y redime de muchas angustias en
este torbellino de nuestra Madre Mâyâ4.

1. Los Vedas son los Libros Sagrados fundamentales de la India,


ellos son revelaciones directas de Dios a los Sabios Iluminados. Los
Upanishads son la parte más metafísica de los Vedas. Los Purânas
son relatos acerca de Dioses, sabios y santos. La Vedânta es el prin-
cipal sistema de filosofía mística de la India.
2. Jñâna significa “conocimiento”. Indica al camino del conoci-
miento espiritual.
3. Vishvambhar Mishra era el nombre de nacimiento de Chaitanya
Mahâprabhu. También era conocido con el nombre de Nimai.
4. La ilusión del mundo manifiesto.

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chaitanya mahâprabhu

Nació en el mes de febrero del año 1486, durante ple-


na do­minación musulmana, en el seno de una familia de
Brahmines consagrados al culto de Hari1.
Su padre, Jagannath Mishra, que era un gran erudito
en los Vedas, en el momento del nacimiento de su hijo se
hallaba a la orilla del sagrado río Ganges, participando de
una fiesta mística que todos los habitantes de Navadvip
—que tal era el nom­bre de la ciudad— se hallaban realizan-
do en honor al Dios Hari.
Ciertamente, las plegarias llenaban el aire de mieles es-
pirituales cuando se produjo el divino nacimiento del niño
que llegaría a ser, con el paso del tiempo, uno de los más
grandes místicos de India.
Contaba sólo con unos pocos meses de edad, cuando
su sabio abuelo, Nilambar Chakravarti, un renombrado
astrólogo, querien­do probar las aptitudes de su nieto, lo
sometió a una prueba. Esta consistía en esparcir al paso
del pequeño numerosos objetos, tales como joyas, dine-
ro, juguetes, dulces... y también poner a su alcance libros
sagrados, inciensos, rosarios, etc. Existe una creencia en
India, que nos dice que de acuerdo a nuestros Samskaras,
esto es, de acuerdo a nuestra herencia espiritual, nos incli-
naremos, ya sea por unos objetos, ya sea por otros, desde
nuestros primeros me­ses de vida. Según nuestra natura-
leza, pues, nos sentire­mos atraídos, o bien por las cosas

1. Otro Nombre del Divino Señor Vishnu, el compasivo Dios Pro-


tector del Universo.

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santos y enseñanzas de la india

mundanas, o bien, divinas. Así fue como al pequeño Ni-


mai —sobrenombre familiar de nues­tro santo— le exten-
dieron, como decimos, a su paso, todos estos elementos...
Desconociendo dulces y juguetes, el pequeño se abrazó al
sagrado Bhagavatam1, el libro divino de los grandes de-
votos hindúes.
También existe en India la creencia de que las peligro­
sas serpientes cobras, de veneno mortal, se tornan man­
sas y tiernas ante los hombres con espíritu de santidad,
yendo tras ellos como mansos perrillos y resguardándolos
con sus propias cabezas, de los rayos del Sol. Vishvam-
bhar poseía una gran amiga cobra que siem­pre que lo veía
jugando en el jardín, salía de su guarida a contemplarlo
con reverencia. Incluso jugaba con él, es­condiéndose en-
tre las matas y deslizándose por sus pe­queñas piernas co-
mo inofensiva serpentina. Vishvambhar abría sus fauces y
tocaba sus peligrosos colmillos, pero la cobra se mantenía
arrobada ante el niño a quien jamás hizo daño alguno.
A medida que éste crecía, el Amor a Dios también au­
mentaba en él, al punto de que para verlo feliz todo lo que
debían hacer su Madre Sachi Devi y su Padre Jagannath,
era cantar el nombre de Hari: esto llevaba al pequeño a
un estado de alegría tal que su rostro se iluminaba como
besado por mil soles, comenzando a bailar y bailar sin
de­tenerse, anheloso tal vez de conquistar esa sublime

1. También llamado Srimad Bhagavatam y Bhagavata Purâna.

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chaitanya mahâprabhu

liber­tad de la Luz interior que no se aviene a limitación


alguna.
Si en la vecindad se preparaban alimentos para Hari1,
el pequeño intuitivamente lo sabía y comenzaba a llorar
reclamando los dulces. ¡Tal era su identificación con la Di-
vinidad que anhelaba participar de las ofrendas que a Ella
se le rendían!
Al llegar a los ocho años, sin embargo, su vida plena
de devoción, de mística y alegría, sintió el ramalazo de la
tragedia: su hermano mayor, Visvarupa, había renuncia­
do al mundo, tomando las vestiduras de Sannyâsin2. Es-
to en India, para una familia común, es dramático, pues
equi­vale a la pérdida del hijo en cuestión. Profundamente
acongojados, los padres de Nimai pensaron que el excesi-
vo conocimiento de los Shâstras o Libros Sagrados había
llevado al hijo mayor al camino de renunciante, y no de-
seando que ocurriera lo mismo con el más pequeño, deci-
dieron mantenerlo en la más suprema ignorancia de todo
lo Divino.
Tal vez era la experiencia que Nimai necesitaba para
demostrar que por sí mismo y sin ayuda de enseñanza al-
guna, él encontraría a Dios Nuestro Señor.

1. En India se preparan alimentos a los Devas o Divinidades a fin


de entregárselos como ofrenda en los Templos y frente a las Imáge-
nes Sagradas.
2. Monje renunciante.

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santos y enseñanzas de la india

En efecto, pasaba horas y horas sentado en oración an-


te el divino rostro de la Madre Ganga-Ji1, y no se movía
del lugar ni aun cuando caía la noche. Su alma era una
campana donde resonaban los cánticos divinos de su pro-
pio cora­zón. Su Fe y Amor a Nuestro Señor eran tales que
derri­tieron por fin los hielos del temor y el apego en sus
propios padres.
—Lo que tenga que ser, que sea —dijeron por fin, retor­
nando a su pequeño hijo al mundo del conocimiento ce-
leste.
Todos los Shâstras le fueron enseñados, se hizo peri-
to en sánscrito, en rituales, etc. Años después, tuvo que
afron­tar la pérdida de su padre, quedando como único
sostén de su madre viuda. Siguió estudiando, hasta con-
vertirse en uno de los más renombrados sabios. No llega-
ba a los veinte años cuando su fama era ya inmensa. Mas,
si bien la sabiduría de su intelecto era copiosa, la de su
corazón lo era más.
Cierta vez escribió comentarios al Nyâya Shâstra2,
mas, viendo que uno de sus colegas bajaba la cabeza ape-
sadumbrado, le preguntó el porqué de esa actitud. Su con-
discípulo le dijo:
—Sucede que yo también había escrito un comentario
del mismo libro, mas... ¿que posibilidad tengo ahora de

1. La personificación del sagrado río Ganges. También es llamada


Ganga Devi.
2. Tratado de lógica hindú.

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chaitanya mahâprabhu

que sea leído, estando también los tuyos? Los míos, pa-
sarán como la arena entre los dedos, nadie querrá saber
nada con ellos...
No había terminado de escuchar las palabras de su
amigo, cuando, tomando sus propios comentarios, y con
una sonrisa generosa, los echó al fuego.
—Nada es más sublime, hermano mío, que la amistad
—le dijo. Y luego añadió:
—Es poca la ofrenda que hago, destru­yendo mi obra,
pues estaría feliz si por ello se me pidiese la misma vi-
da...
Mientras todo esto sucedía, su ya anciana Madre le
había buscado esposa, como es costumbre entre los hin-
dúes. Sin embargo, su casamiento fue de breve duración.
Su esposa murió a los pocos meses de casados. Y luego
abandonó a su segunda consorte sin llegar a consumar el
matrimonio.
—Madre, es inútil que sigas insistiendo con mi casa-
miento —explicó Nimai—. Lo que anhelo desde el fondo
del alma es mi casamiento con Dios... Déjame libre como
el viento, déjame cantar Su Nombre, permíteme vivir para
Él, pues si no lo haces, por obedecerte, me harás el más
infeliz de los mortales.
Comprendió por fin su madre, abandonando todo
inten­to de retenerlo para la vida de hogareño... y Nimai
se transformó en un latido del corazón mismísimo de la
devoción...
Sin embargo, como toda obra de arte necesita para su
terminación del último pulido del creador, así también el

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santos y enseñanzas de la india

alma de Nimai, necesitó de un viaje: ir a la sagrada ciudad


de Gaya.
En esa ciudad se eleva un maravilloso Templo donde se
guarda celosamente la huella de Nuestro Divino Señor Vis-
hnu1, dejada en uno de Sus pasos por la Tierra. Gaya es un
centro de Fe infinita. Allí se guardan reliquias maravillo­
sas de Hari, pero por sobre todas las cosas, Hari mismo se
guarda en el corazón de sus innumerables devotos.
Allí fue nuestro santo... y cuando regresó a su ciudad
natal, ya no era el mismo. La semilla de Dios se había con-
vertido en árbol frondoso, y el pequeño sonido en sinfo­nía
magistral.
Sentado junto a sus alumnos, iba perdiendo la capaci-
dad discursiva, mientras crecía en él su capacidad místi­ca.
El leve arrullo de un pájaro, la brisa más débil que lo acari-
ciara, el pétalo de una flor, o la visión de un grano de polvo,
traía a su memoria el recuerdo de Hari, Nuestro Señor. En-
tonces comenzaba a cantar, y las más de las veces, a llorar
desconsoladamente, lleno de nostalgia por Su lejanía.
—Desciende Dios mío a mi corazón —gritaba desconsola­
do—. No permitas que viva separado de Ti, mira que las
sombras son muchas y no quiero caer enredado por las lia-
nas de Mâyâ. Sosténme, Dios misericordioso, en Tus bra-
zos, quiero ser Tuyo, quiero amarte a Ti, sólo a Ti...

1. El Templo, muy antiguo y venerado, es llamado Vishnupada


Mandir, es decir, “Templo del Pie de Vishnu”. Muchos santos y de-
votos lo han visitado desde tiempos inmemoriales, entre ellos los
santos Ramanuja y Madhavacharya.

œ 24 
chaitanya mahâprabhu

Era inútil. Ya no podía enseñar. Sus alumnos se le iban


yendo uno a uno, y más y más devotos iban buscando su
compañía.
Cierta vez, Ishvarapuri, un renombrado Pandit1, habién-
dose conmovido profundamente por la fe que de­mostraba
el joven Vishvambhar, decidió tomarlo como discípulo e
iniciarlo en los misteriosos e intrincados pro­blemas de la
Vedânta, esto es, el final de toda sabiduría, o encuentro con
Dios. Para su asombro, descubrió que su joven discípulo,
sabía más que él mismo sobre los difíci­les textos estudia-
dos. Esto hizo que ciudades enteras aclamaran al joven
Pandit Vishvambhar... mas... no era gloria ni honor lo que
éste buscaba, sino algo mil veces superior: amar a Dios con
todo su Ser... Él quería hallar ese amor infinito, con cuya
luz de fuego se corta todo terreno lazo para ascender de
una vez y para siempre al mundo del cual jamás se regresa
a los dominios del Infierno, es decir, esta misma Tierra2. Él
sabía que para conquistarlas, era necesaria la humildad, el
sometimiento absoluto del pe­queño déspota y tirano del yo
al fuego resplandeciente de Âtman3. Iba pues, cantando por

1. Un Pandit es alguien muy versado en los Textos Sagrados. Es un


erudito que posee gran conocimiento intelectual.
2. A la Tierra en la cual habitamos, los Budhistas Tibetanos llaman
Myalba, es decir un infierno al cual nos hallamos obligados a regre-
sar una y otra vez hasta que extingamos todo Karma de apegos y
deseos terrenales.
3. Âtman es la Esencia Divina que habita en nuestro interior y que
constituye nuestro verdadero Ser. Lo maravilloso de Âtman es que

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santos y enseñanzas de la india

las calles el nombre de Hari, y mientras algunos lo llama-


ban “el santo”, para otros era “el loco”, y para los más era
“el tonto”, el que había perdido su sabiduría maravillosa y
su conocimiento, por tomar un sendero equivocado... Sea
como sea, calles y senderos de Navadvip, su ciudad natal,
lo veían pasar, las manos hacia el cielo, los ojos perdidos,
cantando Bayans y Kirtams1 en loor al Único.
Cierta vez, dos hermanos Brahmines2, cansados —o envi­
diosos— de tanta devoción, decidieron golpearlo sin piedad
valiéndose de grandes piedras. Recibió Vishvambhar los
golpes, como si se trataran de ofrendas, y extendiendo sus
brazos hacia sus enemigos, los estrechó entre ellos como si
fueran su vida misma. Avergonzados y entristeci­dos por su
mala acción, depusieron éstos su odio, y arrojándose a los
pies del santo, pidieron su perdón y misericordia.
—Dios Nuestro Señor vive de Amor, fue la respuesta
de Vishvambhar... y todos debemos hacer lo mismo que
Nuestro Padre... Fue tan puro y sincero ese abrazo, que
los dos hermanos Brahmines, llamados Jagai y Madhai,
se sintie­ron resurrectos para el reino de la pureza... como
si aguas cristalinas hubieran lavado las oscuras manchas
de sus corazones.
—Jamás —gimieron—, jamás levantaremos las manos
contra ti, hombre divino.

es idéntico a Brahman o Dios Absoluto.


1. Bayans y Kirtams son cantos devocionales.
2. Es decir, pertenecientes a la casta sacerdotal.

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chaitanya mahâprabhu

¡Y así fue! Ambos se convirtieron en sus más íntimos


discípulos, y como la vieja cobra de su infancia, ellos tam-
bién seguían sus pasos envueltos en humildad y reveren-
cia por esa alma sublime, sin el menor deseo de causarle
daño alguno.
Un jefe musulmán, a quien el resurgimiento del amor
a Vishnu tenía preocupado, decidió crear una ley por la
cual a partir de la fecha ninguna manifestación de amor a
Hari estaría permitida. Su oculta intención era disminuir
el fervor religioso de los hindúes a fin de debilitar la fe en
sus creencias ancestrales. Sabido es que la religión del Is-
lam, como todas las Religiones, es maravillosa, pero caída
muchas veces en manos de sectarios fanáti­cos, se ve dis-
minuida, dogmatizada, y magra en Verdad. Alah es idén-
tico a Brahman, éste a Zeus, y éste a Osiris, mas... ¿cómo
lograr que semejante comprensión se asile en las mentes
estrechas? Estas pequeñas mentes han sido desde siem-
pre la causa de cruentas guerras y toda clase de vicisitudes
entre los hombres.
Chand Kazi —que tal era el nombre del jefe musulmán
de nuestra historia— no era una excepción. Así pues, apo-
yándose en la soldadesca impuso su ley arbitra­ria, creyen-
do que de ese modo quedaría acabada la devoción a Hari.
Pero Vishvambhar era un santo, y quería con gran
amor a todo el mundo. Así es como fue hasta el palacio
del musulmán con los brazos abiertos, y éste, más por
miedo a sus miles de seguidores que a su propia con-
ciencia, lo recibió, lo escu­chó, y dispuso por fin que su
propia ley sería revocada a fin de que pudiera continuar

œ 27 
santos y enseñanzas de la india

libremente el maravilloso culto a Dios Nuestro Señor, en


forma hindú.
Cierta vez en que uno de sus discípulos —que era pre-
cisamente un converso de la religión de Alah— contrajera
lepra, se vio totalmente curado de esa enfermedad por el
solo abrazo divino que le prodigara su Maestro Vishvam-
bhar. Lo que éste tocaba convertía en luz, en salud, en
bienaventuran­za, y eso acontecía porque él mismo se ha-
llaba tan pleno de Dios, que obraba milagrosamente sobre
los cuerpos y las almas de quienes tenían la fortuna de
pertenecer a su círculo íntimo.
A medida que iba pasando el tiempo, Vishvambhar
acrecentaba su devoción y su Fe. Solía pasearse por las
ri­beras del sagrado río Jamuna, donde Sri Krishna, pasa-
ra su niñez junto a las Gopis1, en su tiempo de pastorci-
llo. ¡Cuánta beatitud despertaba la visión de esas divinas
aguas en el corazón de Vishvambhar! Una maña­na, en que
su amor por Nuestro Señor parecía desbordar hasta el infi-
nito, no midiendo las consecuencias, y excla­mando: “¡Ha-
ri, Hari, ya voy, me llamas desde el corazón de todas las
cosas!”, arrojóse a las aguas hundiéndose en las mismas
ante los ojos horrorizados de sus devotos que nada pudie-
ron hacer para impedirlo. Horas después, su cuerpo fue
extraído del fondo del río, gracias a una red de pescadores
que fortuitamente diera con tesoro tan subli­me. Puesto su

1. Pastoras devotas del Divino Señor Krishna cuando este era un


Gopala, es decir, un pastor que cuidaba a las mansas y bondadosas
vacas de la aldea.

œ 28 
chaitanya mahâprabhu

cuerpo sobre la playa, se vio descender una luz purísima y


supremamente rutilante que, tomándolo por las espaldas,
convertida ella misma en dos divinos brazos, lo ponían de
pie al tiempo que una voz maravillosa decía: “¡Sigue, Hijo
mío, expandiendo la doctrina del amor a Dios!”
Así lo hizo el santo Vishvambhar por algunos años más,
hasta el día en que ocurrió ese milagro de milagros, en
cuya historia se recrean todavía los hindúes de hoy. La
misma es narrada una y otra vez en todas las casas, todos
los Templos, todas las aldeas, como si el alma quisiera ex-
traer fuerzas para emprender idéntico camino, merced al
recuerdo constante de este gran amador de Dios.
Corría el año 1533, y una maravillosa mañana, en la
cual el perfume de lotos y Champakas1 acariciaban como
el ala invisible de algún ángel sutil las mejillas infantiles
del día, en el Templo de Jagannath se preparaban las ce-
remonias al Divino Hari.
El recinto se hallaba colmado de devotos. Vishvam-
bhar, entre ellos, estaba apoyado sobre la columna llama-
da Garuda, observando con el mismo amor de siempre el
Sanctum Sanctorum2, y escuchando con lágrimas en los
ojos, los cantos de los fieles.
Allí, en ese divino Sanctum Sanctorum, como decimos,
se hallaba expuesta la imagen de nuestro Señor, el divino

1. Una clase de magnolia de gran tamaño, cuyas flores blancas y


amarillas poseen un maravilloso perfume.
2. La parte más sagrada del Templo, donde se halla la imagen de la
Divinidad. En sánscrito recibe el nombre de Garbhagriha.

œ 29 
santos y enseñanzas de la india

Hari, el bienaventurado Vishnu, en una de sus formas.


Algo debió ocurrir en el corazón de Dios y en el corazón
de Su devoto, ambos debieron sintonizar en el mismo
instan­te, ambos sentir el dolor de la misma lejanía, am-
bos recla­mar la unión para siempre de Padre e Hijo, pues,
inexpli­cablemente las pesadísimas puertas del santuario,
a las que para mover, eran necesarios dos o tres hombres
cor­pulentos, comenzaron por sí solas a abrirse de par en
par. Ya no sólo se veían las imágenes, como todos los días,
sino todo el santuario, que por regla general y por ser
innecesa­rio, se mantenía a medio cubrir. Un rayo de luz
muy tenue, desprendióse de la imagen de Hari, a los ojos
de todos. El recinto fue dulcemente iluminado, como si
“al­guien” estuviera aguardando a quien seguramente ven­
dría. Súbitamente, se vio al santo Vishvambhar, extender
los brazos hacia el Sanctum Sanctorum exclamando: “Ya
voy Señor, ya voy”.
Ingresó pues, al Sanctum Sanctorum, ante los ojos de
miles de fieles, que vieron estupefactos cómo las puertas
del mismo se cerraban luego de que el santo ingresa­ra.
Instantes después, las mismas se abrieron, pero...
Vishvambhar había desaparecido para siempre. Nunca
más regresaría al mundo de Myalba. Él había coronado su
existencia, tornándose Uno con Dios.
* * *
Nuestra marcada propensión a razonarlo todo nos im-
pide entrever el perfu­me sutil y verídico de esta narración.
No comprendemos cómo pudo “esfumarse”, y tendemos a
negar siempre aquello que no se devela con razones ante

œ 30 
chaitanya mahâprabhu

nuestra mente. Con mayor humildad, sin embargo, po-


dríamos confesar que mucho, pero mucho más, es lo que
vivimos ignorando que sabiendo, y muchos, pero muchos
más los milagros que asisten a nuestra vida, cotidiana-
mente, que aquello ordenado por nuestra razón. Necesita-
mos tal vez, los ojos puros de los niños, sin ideas precon-
cebidas, para acercar­nos al Reino de lo Real, y por ellos al
Reino Divino.
La mente nos lleva hasta un punto del Camino, mas es
el Camino en sí el que nos otorga la difícil capa­cidad de
Amar, la cual sólo anida en los corazones de los hombres
que van marchando paulatina, pero seguramen­te, hacia la
dulcísima coronación humana: la Santidad.

_________

œ 31 
El Señor Hanuman, Dios de la Devoción, cantando al Señor Rama
y a Sita, de quienes era un gran devoto Samartha Ramadás,
el amado Guru de Bolaram.

œ 32 
Capítulo II

BOLARAM

Para llegar a Dios, Nuestro Señor, la única sabidu-


ría im­prescindible, es la del corazón, o sea la capacidad
maravi­llosa de amar. Es inútil que la criatura humana
busque llegar a lo Absoluto por los caminos del conoci-
miento. Lo que es una brizna de paja comparada con el
esplendor miste­rioso del bosque, eso mismo es la más
grande sabiduría humana comparada con la Conciencia
Infinita de Dios.
¿Qué pueden a Él importarle nuestros razonamientos
mentales, nuestras especulaciones? El conocimiento hu-
mano, granito de arena de Su inmenso mar, pasa de mo-
do invi­sible ante Sus ojos que sólo se conmueven cuando
desa­rrollamos esa misteriosa capacidad de Ser, que es la
De­voción.
Como nos enseña el Bhagavad Gîtâ:
“Ni el conocimien­to de los Vedas, ni los grandes sacrifi-
cios, ni las fastuosas limosnas pueden alcanzarme: tan
sólo la devoción de mis criaturas, hace posible que Yo
me manifieste”1.
Por eso, todas las Religiones y sus Maestros enseñan
una y otra vez que debemos amar a Nuestro Señor; no
pensar: amar. Buscarlo a través de la razón es perderlo

1. Bh. G. XI, 53 y 54.

œ 33 
santos y enseñanzas de la india

definitivamente. De algún modo, la razón es un diálogo


con las ideas... mientras que la Devoción amorosa hacia
Dios, es un diálogo con Él Mismo que efectúa el corazón,
postrado ya para siempre, ante la Suprema Realidad.
En la religión cristiana nos emociona profundamente
leer sobre devotos iletrados, pastorcillos y campesinos que
nada sabían de ciencias ni filosofías, y que sin embargo lle-
garon fácilmente a los pies de nuestro Padre por el camino
santificado del Amor. Tal es el caso, por ejemplo, de San
Cristóbal, cuya figura mística impacta profundamen­te en
el alma del lector. En India, la patria de los santos por ex-
celencia, la de los místicos, maestros, y hombres plenos de
Verdad, las historias sobre ellos son casi infinitas. En cada
recodo del camino, en cada una de sus centenares de miles
de aldeas, en cada pueblo o ciudad, se narran las vidas de
santos y santas. Los mismos suman millones en esa tierra
bendecida donde se tiene conciencia de que el fin capital
de nuestra estadía en la Tierra es precisamente la búsque-
da de Dios Nuestro Padre y Señor. Se dice que quien no lo
anhela no vive una vida humana, sino simple­mente la de
su mente gobernada por sus instintos, como son las vidas
de las criaturas animales.
Suman pues, miles de miles las historias de santos. De
ellas, vamos a narrar ahora la de Bolaram, un discípulo de
otro santo famoso, Samartha Ramadas1. Este discípulo de

1. Un célebre santo hindú del S. XVII dC. Fue un gran místico, mú-
sico, poeta y un Maestro de la Vedânta Advaita. Uno de sus tra-
tados más conocidos es el Dâsbodh o “Consejos a los discípulos”,

œ 34 
bolaram

nuestra historia, era absolutamente analfabeto. Descono­


cía tanto que incluso ignoraba el concepto básico sobre las
imágenes divinas que se encuentran en los Templos. Una
cosa sí había aprendido: a amar a su Maestro, Ramadas,
como si este fuera Dios mismo.
Sabido es la altísima estima que se tiene en India por
aquella alma sagrada que guía nuestros pasos en el Sen-
dero hacia Dios, y que llamamos Maestro. Así, Bolaram,
que se juz­gaba a sí mismo muy pequeño como para llegar
a los pies de loto del Padre Celeste, amaba infinitamente
a su Maestro, a quien sentía en su corazón como medio y
camino que lo conduciría, a su debido tiempo, hasta Dios.
Sólo esto sabía: que su amor por el Guru debía ser tan
inconmen­surable como la Esencia del universo.
Si Ramadas le ordenaba quedarse una noche entera
con los pies en la nieve, Bolaram se sentía el más feliz de
los mortales obedeciendo la orden de su Maestro. Si era
sometido a una semana de ayunos, sus ojos sólo sabían
derramar lágrimas de felicidad y agradecimiento.
Cierta vez en que su Maestro se hallaba en meditación
en la cima de una lejana montaña, no vaciló, mañana tras
mañana, en subir la escarpada cuesta llevando sobre sus
espaldas un gigantesco pote con agua, a fin de que Rama-
das no se viera privado ni siquiera un solo día de sus ba-
ños y abluciones.

donde brinda instrucciones acerca de la devoción y el Conocimiento


Espiritual. También compuso muchos cantos devocionales. Fue un
gran devoto del Dios Hanuman y del Señor Rama.

œ 35 
santos y enseñanzas de la india

Otra vez, en que la corriente del río era extre­madamente


peligrosa a causa de una inundación que asola­ba el lugar,
impidiendo el paso de las embarcaciones, lle­vó a su Maes-
tro de una a otra orilla sobre sus hombros sin que hubiera
fuerza en el mundo que pudiera convencerlo que hacer
eso era una locura.
Bolaram tenía la totalidad de su mente y de sus senti­
mientos concentrados en su Maestro, razón por la cual, su
naturaleza se tornó tan pura y trasparente como un dia-
mante, ya que no convivía con nada del mundo, sino que
habitaba en la Casa bendita de la Devoción.
Cierto día, en que Ramadas debía salir con sus discípu­
los a una peregrinación hacia Kashi, la sagrada ciudad de
los hindúes, quedó Bolaram encargado del cuidado del
Templo. En el mismo había dos imágenes maravillosas,
de Rama y Sita.
—Has de cuidar el Templo —le dijo su Maestro—, y ofre-
cer a ambas imágenes de Dios Nuestro Señor, el alimento
co­tidiano a fin de que este sea bendecido1.
Bolaram, que como ya dijéramos, nada sabía de sa­
gradas imágenes, tomó al pie de la letra las palabras de su
Guru, preparó del mejor modo que pudo la comida, y la

1. El ofrecimiento diario de alimento ante el altar de las imágenes


de los Devas es parte muy importante de las ceremonias sagradas
de India. Una vez ofrecido, el alimento así santificado pasa a lla-
marse Prasad, es decir, un alimento ofrendado a Dios. Ese alimento,
pleno de bendiciones divinas, luego es distribuido entre los devotos
y los peregrinos. Algo similar ocurre con el agradecimiento a Dios
que realizamos antes de ingerir todo alimento.

œ 36 
bolaram

ofreció a los divinos residentes del Templo. Ofrecer, para


la mente simple de Bolaram, era ingerir; las dos estatuas
pues, debían comer el alimento, tal como lo haría cual­
quier criatura humana. Quedóse pues, con sus manjares,
ante las imágenes divinas, y como viera que estas no ha-
cían el menor movimiento para servirse de ellos, co­menzó
a llorar amargamente diciendo que de ese modo, estaría
en falta ante su Guru. Él le había dado la orden de ofrecer
el alimento a Sita y Rama. ¿Cómo era que éstos se nega-
ban a comerlo?
Quedaba una única solución: Si seguían empecinados
en abstenerse de probar bocado, Bolaram terminaría con
su vida allí mismo, destrozándose la cabeza contra las pie­
dras del Templo. Para él, faltar a una orden de su Guru,
era faltar a la Vida misma.
Su sinceridad era tan cristali­na y sus intenciones tan
santas que lo que no pueden lograr las grandes austerida-
des, ni el estudio de los Libros Sagrados, esto es, la mani-
festación de Dios Nuestro Señor, lo logró Bolaram: ¡Sita y
Rama comieron el alimento ofrecido por él!
Como no quedaba nada del mismo, Sita, la Madre del
Mundo, Señora amantísima de Sus criaturas, decidió co­
cinar unos ricos panqueques para Bolaram. Al ir a ofre­
cérselos a este, Bolaram exclamó en el colmo de la felici­
dad:
—¡Son justo la clase de dulces que encantan a mi Maes-
tro Ramadas! ¡Antes de probarlos, debo bendecirlos dán-
dole a gustar primero a él! ¡Y sin reflexionar que le sería
difícil alcanzar a su Maestro, quien ya llevaba andando

œ 37 
santos y enseñanzas de la india

varias millas, dióse a correr por los caminos con el plato


en alto y la alegría estallándole en el corazón!
—Es inútil detenerlo —se dijo Sita, llamando entonces a
Hanuman1 y dándole las indicaciones necesarias para que,
cargándolo sobre sus divinas espaldas lo llevase junto a
Ramadas.
Una vez frente a su Guru, y absolutamente inconscien-
te del prodigio divino que hiciera posible su encuentro con
Ramadas, Bolaram le dijo:
—No sabes Maestro el trabajo que me dieron esos dos
huéspedes que dejaste en el Templo; me refiero a Sita y
Rama. Tuve que decirles que me iba a matar si no comían
para que por fin se determinaran a hacerlo. Tienes que
tener en adelante, mucho cuidado y estudiar mejor a las
personas que admites en ese lugar sagrado, aunque tu co­
razón compasivo te inste a admitir a todo el mundo, no
creo que debas hacerlo. Mira si no, como te cuento, el tra-
bajo que me dieron estos dos. Ahora los dejé cuidando el
Templo mientras venía a traerte los panqueques. El cami-
no se me hizo mucho más corto, gracias a este mono que
enviaste en mi ayuda.
Luego Bolaram continuó hablando, absolutamente
inconsciente de la divinidad de Nuestro Señor de la De-
voción Perfecta, que encarna, pre­cisamente, la figura de
Hanuman.

1. El sabio y poderoso Dios de la Devoción, quien tiene el aspecto


de un mono.

œ 38 
bolaram

Ramadas, que sí conocía la verdad de todo lo que ha-


bía acontecido gracias a su extraordinario poder espiritual,
vertió su propio cora­zón transformado en lágrimas ante
este milagroso suce­so, y luego pronunció las siguientes
palabras:
—Debemos aprender —dijo a sus discípulos—, que el as­
censo a Dios, Nuestro Padre, se da a través de la misterio­
sa magia del Amor. ¡Cuántas son las puertas que abre su
santificada energía! ¡Cuántos los muros que derriba con
su poder!
Y así, a través del tiempo, esta historia de Bolaram el
devoto, llegó a oídos de hombres y mujeres ilustres que
tomaron ejemplo de esta vida sin par, vida de humilde
sencillez, para encauzar más divinamente las suyas, y más
ajustadas al Plan de Dios, que no nos pide que seamos
intelectualmente ilustres, sino que tengamos un corazón
enamorado de Su Resplandeciente Ser.

_________

œ 39 
El devoto y compasivo santo Damaji.

œ 40 
Capítulo III

DAMAJI

Sabido es que mientras la criatura humana mantenga una


fuerte relación con su ego, la manifestación de su energía
divina será absolutamente imposible. Mientras estemos
aferrados a lo que vemos, gustamos, palpamos, respira-
mos, y oímos indiscriminadamente, mientras nuestra
fuerza dimane de la mente y sus relaciones con los senti-
dos, sólo estaremos capacitados para vivir —por así decir—
“en el regazo de Mamá”, como los niños que por sus pocos
años carecen de la energía necesaria para valerse por sus
propios medios. Así como a los niños de pocos meses los
cargan en brazos las personas mayores, a los hombres de
ego muy marcado, los acuna la Madre Mâyâ, esto es, el
mundo y sus leyes. En sus brazos, cono­cen la felicidad, el
amor, la fortuna, la gloria, pero también sus contrarios,
esto es, el dolor, el odio, el fracaso, la enfermedad, la po-
breza, la muerte.
Es inútil buscar tan sólo a las primeras, pues inexora­
blemente se hallarán también a las otras, y esto, porque
una de las características de Nuestra Madre es la ambi­
valencia. Ella nos sujeta “a su falda”, por el “cordón um­
bilical” del yo, de modo que hasta tanto no poseamos el
poder —esto es, el Amor— como para cortar su cuerda, allí
estaremos, en un eterno ir y venir desde la casa del dolor,
a la de la felicidad, desde la casa de la muerte a la vida, y
viceversa. Nuestra Madre —como todas las madres— nos

œ 41 
santos y enseñanzas de la india

quiere para sí, nos ofrece mil paraísos, con tal de mante­
nernos a su lado. Al que anhela gloria, le ofrece gloria, al
que anhela fortuna, con poco que se empeñe, si lo hace
con decisión, no tardará en otorgársela. Es cierto que lue-
go vendrán dolores y fracasos, mas, en el momento de las
grandes ilusiones y esperanzas, poco tenemos en cuenta
“lo que vendrá”, tibiamente abrigados por el dulce y susu-
rrante deseo.
Mientras la mayoría de las criaturas humanas, se sien­
ten cómodas en el mundo tal como éste es, y no solamen­
te cómodas, sino partícipes de cuanto sucede en él, mis­
teriosamente, ha existido desde siempre un grupo de las
mismas criaturas, que ha observado de soslayo la vida en
esta Tierra y sus innumerables altibajos como si buscaran
algún otro modo de Ser. Quienes para hallarlo se valieron
de la razón, resultaron inventores de la filosofía; quienes
se apoyaron en la fuerza del sentimiento, escalaron la difí-
cil cuesta de la santidad.
El ser humano común se conforma con tener la con­
ciencia de un yo; el santo es ese mismo ser humano que,
en oportunidad de tiempo, se da cuenta de que ese “yo” no
sirve para nada, como no sirve para nada el hermoso cas-
tillo de arena que levantan los niños junto a las playas.
El viento, el mar, el menor roce, terminan por desmoro­
narlo. El santo sabe, por Gracia Divina, que la Vida Verda­
dera y la Suprema Realidad se hallan lejos de cuanto se
enmarca dentro del tiempo y el espacio. A la minúscula
conciencia del yo, se opone la infinita Conciencia Cósmi­ca:
es esta última la que conquistan los santos, y la conquistan

œ 42 
damaji

valiéndose de una única manera; saturando el espíritu de


Amor.
Contemos ahora la vida de uno de esos extraños —por
lo Divinos— seres de Santidad. En Mangalaveda1, duran-
te el reinado de Bidar Badashah2, vivía un alma genero-
sa, pro­fundamente devota de Dios, a quien rendía culto
diaria­mente con todo su corazón. Desafortunadamente
para él, trabajaba para el Rey como cobrador de impues-
tos. Anualmente, el soberano enviaba una fuerte escolta a
Mangalaveda para llevar a la capital de su reino inmensas
cantidades de granos y especias, que era el modo en que
los campesinos del lugar pagaban al rey por el usufructo
de sus tierras.
Así pues, la casa de Damaji poseía inmensos graneros
en los que se almacenaba todo lo recolectado en muchas
aldeas.
Un año, sin embargo, sucedió una catástrofe: se seca-
ron los ríos, no cayeron las lluvias, y la población moría
por falta de alimentos. Una pobre mujer había perdido
tres de sus cinco hijos, y los otros dos se hallaban en un
estado lamentable de inanición. Como sabía del corazón
generoso de Damaji no vaciló en acudir a él, con la buena
fortuna que era de esperar. Damaji abrió las puertas de

1. Mangalaveda es una ciudad del gran estado de Maharashtra, ubi-


cado en la región centro oeste de la India. Mangalaveda es llamada
también “la ciudad de los santos”, a causa del gran número de seres
de santidad que vivieron en ella.
2. En el S. XV dC.

œ 43 
santos y enseñanzas de la india

uno de sus graneros, entregando a la mujer gran cantidad


de semillas, como para sobrevivir durante meses. La noti-
cia corrió de boca en boca y, como se forma un relámpago
en una noche de tormenta, así la espe­ranza formó su cuer-
po de luz en el corazón de miles de desdichados. En poco
tiempo, un ejército de incontables almas marchaba hacia
la casa de Damaji en procura de alimen­tos.
Al verlos llegar, Damaji creyó que la misma diosa de la
Miseria lo visitaba. Aquí y allá caían cuerpos desmayados
por la hambruna, y hasta murieron algunos niños en sus
jardines, sin poder ser auxiliados a tiempo.
Lloraba el bueno de Damaji ante tanto dolor, y sin
detenerse a pen­sar ni por un breve instante en las conse-
cuencias que le acarrearía su acción, entregó las llaves de
sus almacenes de granos a los allí reunidos, diciéndoles
estas palabras:
—Lo que nuestra Madre Tierra nos da, es para sus hijos,
y quienes más derecho tienen a sus frutos son los necesi-
tados. Dios Nuestro Señor, nos proteja a todos de la furia
del Rey.
Diciendo esto, él mismo ayudó a cargar en grandes sa-
cos los cereales allí almacenados, hasta que no quedó ni
uno solo de ellos en sus vastos graneros.
Un contador, a quien la buena fama de Damaji llenaba
de envidia, no vaciló en informar al Rey acerca de lo ocu-
rrido, sobre cómo Damaji había arrojado los tesoros del
soberano a los pies de tantos desdichados.
Es de imaginar la cólera del Rey, quien de inmediato,
dispuso de un batallón de soldados, ordenándoles fueran

œ 44 
damaji

a buscar a Damaji y lo trajeran a la corte para ser castiga-


do como se merecía por su conducta.
Damaji sabía que por su acción le correspondería la
pena de muerte, de modo que, ya enfrentado a los solda­
dos, pidió una gracia: la de visitar el Templo de Nuestro
Divino Señor, el compasivo Vishnu, a fin de tener una últi-
ma visión de su Sagrada Imagen. Los soldados del Rey no
vacilaron en concederle este favor ya que todo el mundo,
hasta ellos, sabían que Damaji era la encarnación misma
de la bondad y el espíritu de fraternidad. Ya en el Templo,
éste oró así:
—Misericordioso Señor de todo lo creado, voy a morir,
pero qué puede importar la pérdida de esta pequeña vida,
comparada con la gloria de haber servido a Tus criaturas.
En verdad, me has hecho el hombre más afortunado de la
Tierra y es por eso que vengo a darte las gracias, pues te
has valido de mí, un hombre humilde, para beneficiar a
tantas familias que ya no padecerán mil y un infortunios,
atena­zados por el hambre. Abrazó los pies de su Divino
Señor, derramando lágrimas de gratitud, y regresó luego
a la tenebrosa comitiva que lo aguardaba a la puerta del
Templo, para proseguir su último viaje hacia el palacio.
Sin embargo, los designios de Dios eran muy diferen-
tes a los que Damaji imaginaba, esto es, su propia muerte
en manos del Rey.
En India, la consorte de Vishnu es la Divina Madre
Lakshmi. Según los hindúes ésta vela constantemente
por toda la Creación universal. Es Ella quien esparce las
semillas en los innumerables caminos, a fin de que no

œ 45 
santos y enseñanzas de la india

falte alimento para Sus hijos los pájaros, Ella quien cuida
el brote de cada hojuela, Ella quien perfuma cada coro-
la, Ella en fin, quien distribuye amor, belleza y plenitud a
cada cuerpo donde Nuestro Señor aloja la Vida. Ella está
cuando nacemos, a nuestro lado, y acuna nuestras almas
en el viaje final. La Madre Santísima, la Divina virgen
Lakshmi distribuye y controla con precisión maravillosa,
las riquezas de Dios en la vastedad oceánica del mundo.
Le dolía pues, en su corazón, la injusta desgracia que esta-
ba a punto de caer sobre el bondadoso Damaji.
—¿Cómo se las ingeniará mi Señor —preguntó a Vishnu—,
para salvar de semejante impropio destino a Su hijo? La
recompensa de tamaño amor, jamás puede ser una muer­
te vil, a menos que hayan causas que sólo Usted conoce
para que ello suceda.
Sonrió Vishnu, iluminando con este gesto la inmensi­
dad del universo.
—No —dijo—, no puedo abandonar a mi hijo, pues sería
una injusticia peor que la del Rey. Ya verás lo que hago.
En India existe la creencia, o mejor dicho, la absolu-
ta certeza de que Dios Nuestro Señor se transforma en
el siervo de Sus siervos a través del Amor. Esto es, que
cuan­do una criatura humana pone al Señor en el centro
de su corazón como razón capital de su existencia, Dios
nunca puede abandonarlo, bajo ninguna circunstancia,
por imposi­ble que parezca que la intervención divina se
dé en ella.
Esta creencia, se hallaba pronta a ser demostrada una
vez más.

œ 46 
damaji

Efectivamente, delante del Rey se apareció un sirviente


de nombre Vitu, que portaba una bolsa colmada de mone­
das de oro.
—Vengo en nombre de Damaji —dijo Vitu—, a quien sir-
vo. Él ha vendido los cereales de los graneros de su majes-
tad a buen precio, durante una sequía que azotó la región
donde él trabaja cobrando impuestos por el usufructo de
las tierras. Aquí está el dinero —continuó, abriendo la pe-
sada bolsa y desparramando ante los ojos asombrados del
soberano, una verdadera montaña de oro.
—Todo lo que quiero —finalizó Vitu—, es que firme un
recibo dando cuenta de que el dinero ha llegado a vuestras
manos.
El Rey firmó el recibo y lo entregó a Vitu, quien lo guar-
dó. Y ya al despedir­se, clavó sus ojos purísimos en los del
soberano. Tanta luz infinita penetró en su corazón, que el
mismísimo Rey del día era pálida lamparilla comparada
con ese universo de soles que poblaron por un instante
el corazón del monar­ca. ¡Qué maravillosa sensación de
bienaventuranza, qué apoteosis de paz y de conciencia
perfecta!
Cuando logró por fin salir de su trance, Vitu ya se ha­
llaba lejos. Rompió a correr alocadamente el soberano, ol­
vidado completamente de sus maneras cortesanas. Corría
como un niño hacia los brazos de su Madre-Padre, corría
como un ciego al cual se le ha prometido la visión, como
un sediento de días, ante la surgida esperanza del oasis.
—¡Vitu! —clamaba en su carrera—, ¡Vitu... No eres
el sir­viente de Damaji, eres Nuestro Mismísimo Señor,

œ 47 
santos y enseñanzas de la india

quien, movido por el amor de Tu siervo, has venido a pa-


gar su deuda...! ¿Y cómo puedo pagar yo la mía? ¿Cómo
pagar por el crimen que estaba próximo a cometer, esto es,
dar muerte a una criatura humana que había actuado por
amor sin que le importaran las consecuencias?
En su carrera enajenada, y como en estado de éxtasis,
dio con la formación de soldados que traían a Damaji a su
presencia.
—Tu siervo Vitu —dijo el Rey con voz entrecortada por
el llanto—, ha pagado tu deuda... pero te digo, ¡oh alma
bondadosa!, que Vitu jamás ha existido. Ha sido Nuestro
Señor quien te ha socorrido y me ha liberado de mi avari-
cia... Y luego, como pudo, en medio de su emoción, contó
lo ocurrido en palacio.
Nunca regresó el soberano a comandar su reino, prefi­
riendo en vez de eso la Vida Divina y la constante oración.
En un instante, había comprendido con cuánta mez­
quindad había vivido: tenía una gran deuda con el Amor,
y estaba muy bien dispuesto a pagarla.
Es tradición contar en India que ambos, el Rey y
Damaji, terminaron sus vidas en el Templo de Vishnu,
Nuestro Padre Celeste, alabando día y noche la gloria del
Nombre bendito. El Rey había despertado a la Conciencia
Cósmica, había logrado la destrucción de su yo mortal, y
por el caminillo sagrado de la redención, había sido capaz
de arribar a los mismos portales del Cielo...
_________

œ 48 
Capítulo IV

TUKARAM

Siendo una tierra de santidad, India se ha caracteriza-


do siempre por sus hombres y mujeres divinos. El terri-
torio de Maharashtra, ha sido rico en ellos. De esa parte
del mundo fue oriundo nuestro santo Tukaram. No fue
Brahmín, ni siquiera Kshatrya1, sino Vaisha, o sea, perte-
neciente a la casta de los comerciantes.
Impacta en él su Fe en Dios y su dulzura infinita para
con todos los seres.
Fue hijo de Bholoba, un agricultor, y de Kanabai. Am-
bos vivían en Dehu, una aldea cercana a Puna. Acostum-
braban a realizar peregrinajes a Pandharpura, a fin de ro-
gar a Nuestro Señor por el único bien que les faltaba: un
hijo. Cierta noche, en que Bholoba se hallaba entregado
al sueño, tuvo un Darshan2 maravilloso con la Trimurti3
hindú, esto es, Brahma, Vishnu y Shiva. Tan grande era la
fe de este campesino, que los tres Devas se le presentaron,

1. Recordemos que los Brahmines forman la casta sacerdotal, y los


Kshatryas la de los guerreros.
2. Visión celestial que a veces se presenta en sueños.
3. La Trimurti es Dios Mismo en su triple aspecto de Creador
(Brahmâ), Conservador (Vishnu) y Destructor (Shiva) del Univer-
so. La palabra “Trimurti” significa “las tres Formas o Aspectos de
Dios”.

œ 49 
santos y enseñanzas de la india

como recompensándolo con su aparición por la devoción


infinita que Bholoba les demostrara.
Por cierto, lo primero que éste pidió a los Devas1, fue
que le otorgaran la gracia de un hijo. Lo singular fue que,
según nos cuenta la historia, los tres Seres Divinos habla-
ron al mismo tiempo, diciendo: “Te daremos el hijo que
pides”, y así, cada Deva otorgó el suyo.
De Brahmâ, nació Kanobha, el que luego se destacaría
como espléndido comerciante, capaz de levantar un im-
perio económico de la nada... Había heredado del Señor
del Universo, el Gran Constructor de los mundos, el arte
divino de plasmar en la materia con todo éxito.
De Vishnu nació el divino Tukaram, y de Shiva, Deva
de los ascetas, de místicos y liberados, Savaji.
Años más tarde, cuando sus padres comenzaban a ver
llegado el ocaso de sus vidas, pidieron colaboración a
sus hijos para atender los negocios. Savaji aprovechó esa
oportunidad para rogar a sus padres por autorización —y
bendición— a fin de dedicarse a la vida religiosa, tomar los
hábitos de Sannyâsin2 y renunciar al mundo.
Cuando se le pidió la colaboración a Tukaram, éste
aceptó enseguida, movido por su buen corazón, si bien no
por su inclinación a los negocios.

1. Dioses o Deidades, las cuales son diferentes manifestaciones que


adopta Dios Absoluto, para poder así llegar a los corazones de todos
Sus devotos.
2. Monje renunciante.

œ 50 
tukaram

Siguiendo las costumbres de India, Tukaram debió


tomar esposa, obedeciendo la voluntad de sus padres. El
nombre de la joven era Rakmabai; adolecía de una en-
fermedad —asma— que constantemente la mantenía en
el lecho. Los padres decidieron casarlo por segunda vez,
para que esta segunda esposa se encargara de la casa, de
atender al hijo, al nieto y hasta a la primera esposa as-
mática. Su nombre era Avali, hija de un rico banquero de
Puna. Fue leal con su co-esposa, y una verdadera madre
para Mahadeva.
Desdichadamente, la felicidad de Tukaram duraría po-
co; sus padres fallecieron casi juntos y, de buenas a prime-
ra, una familia que poseía el encanto de todos los afectos,
se quedó sin parte de ellos. Esto sumió en una verdadera
indiferencia a Tukaram que, al morir sus padres, tomó
conciencia de la ilusión del mundo, de sus afectos, de sus
personas que llegan y van entre sombras, de las vanas ilu-
siones, en fin, de todo esto que llamamos “realidad”, y que
en su fondo es lo más irreal que existe.
En su dolor, buscó solaz y protección, buscó consuelo
en Dios. Comenzó al mismo tiempo a descuidar sus ne-
gocios. Las deudas se acumulaban y los acreedores eran
cada día más... Tukaram poco caso hacía de ellos. Si todo
eso era ilusión, y sólo Dios la Única Realidad, ¿para qué
perder el tiempo con los primeros?
Unos amigos suyos, que lo veían hundirse cada vez
más en la pobreza, decidieron llevarlo consigo a un
mercado de granos a fin de mejorar un poco sus malos
negocios. Al regreso, y ante las puertas de una terrible

œ 51 
Tukaram entonando cantos devocionales a Vittala, uno de los bellos
Nombres del Señor Vishnu.

œ 52 
tukaram

tempestad, Tukaram desmontó de su caballo, y se puso a


orar, ya que, según él, era tiempo de hacerlo, y para esto,
no importaba el sitio, ni la hora: el lugar era un espeso
bosque, y el tiempo, un tormentoso anochecer. Sus ami-
gos, cansados de sus devociones, decidieron continuar su
camino. Allí quedó pues, Tukaram, solitario y desvalido
en medio de la tormenta. Al volver de sus arrobamientos
místicos, pudo ver cómo un rayo caía cerca de su caballo
espantándolo y arrojando la carga de cereales al suelo. El
animal huyó despavorido, y el pobre Tukaram, en me-
dio de la noche, sólo pudo encomendarse a Dios. Vio, de
pronto, a alguien que se acercaba; el desconocido trajo
de vuelta a su caballo, recogió los granos y le dijo que lo
siguiera, que le mostraría el camino para salir del bosque.
Así lo hizo Tukaram, y cuando ya llegaban a la aldea, pu-
do ver el rostro de su amigo desconocido: ¡Era el mismo
Vishnu, resplandeciente, que había acudido en ayuda de
Su devoto!
Luego de esto, la fe robustecida de Tukaram, no cono-
ció límites. Alrededor suyo todo era hambre y miseria...
pero... él oraba y cantaba a Dios como si todo fuera gloria
a su lado, tal vez porque la única gloria que él percibía era
la de su corazón enamorado de Nuestro Señor.
Su familia comenzó a enfermar por falta de alimento.
Su primera mujer y su pequeño hijo fallecieron. Sólo Avali,
su segunda esposa, permaneció junto a él. Aconsejado por
ésta, buscó empleo en un campo, para alejar a los cuervos
que descendían a hacer verdaderas depredaciones en los
cultivos. Sin embargo, poca era la atención que prodigaba

œ 53 
santos y enseñanzas de la india

a las aves, ya que el mayor tiempo posible pasaba cantan-


do sus Kirtams y Bayans1 a Dios.
Cierto día en que el dueño del campo inspeccionaba sus
tierras, vio aterrorizado cómo verdaderas nubes de cuer-
vos lo devoraban todo... y en medio de la escena, Tukaram,
cantando arrobadas canciones al Rey del Cielo.
Fue regañado y llevado a rastras ante el jefe de la aldea,
que oficiaba de juez, para que se le impusiera un castigo.
Mas, cosa extraordinaria, cuando los granos fueron cose-
chados, la medida de los mismos fue muy superior a la
de los años precedentes. Tukaram comprendió el milagro;
vio así la puesta en práctica de esa vieja y sabia enseñanza
que nos dice: “Buscad el Reino de Dios y Su Justicia, y
todo lo demás os será dado por añadidura”.
Luego de este incidente, su esposa decidió ayudarlo
pidiendo a su padre banquero un préstamo a fin de que
Tukaram reabriera su negocio de granos. Le fueron envia-
das doscientas rupias... Doscientas rupias que pasaron al
bolsillo roto de Tukaram, quien, al ir a comprar granos pa-
ra reabrir su negocio, hallóse con que, en el pueblo, unos
hombres crueles estaban azotando a un Brahmín por de-
berles, precisamente, doscientas rupias. No tenemos que
decir cuál fue la actitud del santo: las doscientas rupias
saldaron la deuda del Brahmín... ¡y los granos pasaron a
mejor vida!

1. Kirtams y Bayans son cantos devocionales.

œ 54 
tukaram

Enterada Avali de lo que había hecho su esposo, rom-


pió en gritos y lamentaciones. La aldea entera fue a ver
qué acontecía en ese hogar, y apenas enterados, llevaron
a Tukaram a la rastra, lo sentaron sobre un borrico, le pu-
sieron una guirnalda de ajos y cebollas alrededor del cue-
llo, y le hicieron desfilar ante todos gritando: “¡Allí va el
rey de los tontos!”
Esto, que para cualquiera hubiera sido una ofensa, fue
para Tukaram una liberación, ya que vio abierta la puerta
de su independencia en cuanto a sus obligaciones como
hogareño. Huyó a las montañas y se dedicó a alabar al Se-
ñor sin otra responsabilidad que la de su devoción.
En el ínterin, había llegado a visitarlo su hermano Ka-
nobha, el que fuera un don del Dios Brahmâ. Habiéndose
enterado de la triste situación de su hermano, fue a bus-
carlo a las montañas y lo cubrió de oro, para ayudar a que
el negocio prospere nuevamente. Pero... Tukaram arrojó
el dinero al río y continuó cantando para el Señor, pues
para él esa era la verdadera fortuna, el oro real.
Allí se le apareció el Dios Vishnu conmovido por la
devoción de Tukaram, y le dio como tarea finalizar cien
mil versos que otro santo, llamado Namadeo1, no pudiera
hacer por haber desencarnado2. Esto, para Tukaram, fue
milagro y maravilla. Entonces, en sus montañas, apartado

1. También conocido como Namadeva o Namadev, quien vivió en el


S. XIII dC, fue un gran poeta y santo de Maharashtra.
2. Es decir, haber dejado su alma el cuerpo físico, el cual es transi-
torio.

œ 55 
santos y enseñanzas de la india

del mundo, se dedicó a componer sus canciones sin nin-


guna interferencia. Poco a poco fue ganando el corazón de
sus semejantes. Ingresaba a los Templos y cantaba.
Desdichadamente, los celos de los Brahmines comen-
zaron a nacer, y así, cierto día, fue llamado por el jefe de
la aldea, para que arrojara todos los poemas escritos al río
Indrayani.
Y así lo hizo, pero se sentó a la orilla, rogando a Dios
que, si verdaderamente se hallaban santificados por la de-
voción, le fueran devueltos por la Devi1 de dicho río. Allí
quedóse pues, durante doce días ayunando y orando. El
día duodécimo, la Diosa de las aguas, enviada por el Dios
Vishnu, le devolvió sus maravillosos cantos, compuestos
en alabanzas del Bhagavad Gîtâ2, ante la multitud expec-
tante de Brahmines y gente del pueblo que observaba la
aparición de la Diosa con profunda emoción.
Su vida continuó siendo vida de enseñanzas y de cantos;
en efecto, cantaba y enseñaba en todas partes, valiéndose
de su pequeña éctara, un humilde instrumento musical.
Cierto día, se acercó a su esposa y le dijo simplemente:
“Vishnu, mi Padre, vendrá por mí, voy a Vaikuntha3.”
Entrando pues, en las aguas del río Indrayani, hizo
abandono de su cuerpo, y viajó a las regiones celestiales.

1. Diosa. En India, cada río sagrado tiene su deidad tutelar.


2. El libro sagrado más difundido y estudiado de la India.
3. Esto es, al Cielo

œ 56 
tukaram

Lo que nos atrae de este santo maravilloso es su pureza,


su fuerza de fe, su sentir a Nuestro Señor cada minuto de
su vida, su vivir ensimismado en Dios, a través de la forma
de su Deidad escogida, el Sagrado Vishnu.

Las enseñanzas de Tukaram


El maravilloso, profundo y amado lema de Tukaram era
el siguiente:

“La Realidad del Ser descansa en la contemplación de


Dios, con exclusión de toda otra cosa”.

Enseñaba a “sentir a Dios en todas las criaturas”, no


solamente en palabras, sino también en acción.
Cierta vez fue alertado por los aldeanos con respecto a
un perro rabioso que andaba suelto, y al que todos temían.
Mas Tukaram ignoró dicha advertencia, prosiguiendo su
camino y pronunciando con toda devoción el Nombre de
Dios. El feroz animal tardó más en divisar la figura del
santo que en arrojarse a sus divinos pies, como si fuera un
dulcísimo cachorro.
Además, se dice también que hablaba con los pájaros,
especialmente con las palomas, a quienes amaba profun-
damente.
Su historia, en verdad, se halla repleta de milagros.
Cierta vez, defendiendo a un rey devoto, hizo que todos los
asistentes a su prédica, ostentaran sobre sus verdaderos
rostros, el del mismo rey, quien era perseguido por malhe-
chores, salvándolo así, de una muerte segura.

œ 57 
santos y enseñanzas de la india

Sin embargo, las cumbres espirituales logradas por


Tukaram, no fueron conquistadas por el vuelo súbito:
mientras sus compañeros dormían, él trabajaba labrando
su perfección, en la noche.
Siempre decía a sus discípulos:

“No desperdicien sus vidas en frivolidades; todos debe-


mos apuntar, constantemente, a nuestra purificación
mental”.

Por “purificación”, él quería significar mucho más que


las abstinencias convencionales. Él fue a la raíz del pro-
blema, a fin de atrapar a la mente en su genuina fuente de
origen. Así nos dice:

“La eterna vigilancia es el precio de la real libertad”.

“La mente requiere el aguijón de una vigilancia lúcida,


día tras día, sin pausas”.

También enseñaba:

“Nosotros, los esclavos de Vishnu (Dios), somos blandos


como cera y, paradójicamente, más duros que el diaman-
te. Somos más cariñosos que una madre, pero al mismo
tiempo más feroces que cualquier enemigo si se ha de
luchar contra los deseos que nos apartan del Señor”.

Con respecto a la devoción, decía:

œ 58 
tukaram

“Bhakti (devoción), es como un pastelillo ensartado sobre


el extremo de una lanza: aquel que logra darle alcance,
es un héroe difícil de encontrar. Para ello, para el logro
de la santidad, se deben soportar sin rendirse las bofeta-
das del mundo. La piedra asume una forma divina sola-
mente después de soportar los golpes de martillo y cincel,
dispuestos por el escultor”.

Acerca de los lugares de peregrinación decía:

“Ayudan a recordar que Dios está fuertemente inmanen-


te en los Sadhus1 y los sabios2”.

Su Vittala3 le resultaba más real que toda la gente que


lo rodeaba. Así, le hablaba, le suplicaba, y hasta discutía
con Él; por este hecho de humanizar a Dios, Tukaram se
divinizó a sí mismo. Para Tukaram, Su presencia colmaba
su persona entera, y gobernaba cada una de sus acciones.
Así, decía:

“Vittala es mi pariente y acompañante. Vittala está sen-


tado en mi corazón. Vittala llena mi cuerpo y mis miem-
bros. Vittala es para mí, y yo soy para Vittala. Vittala se

1. Santos; monjes mendicantes.


2. Los amantes de los Libros Sagrados.
3. Otro Nombre de Vishnu, o sea, Dios.

œ 59 
santos y enseñanzas de la india

sienta sobre la punta de mi lengua. Yo no hablo de otra


cosa que no sea Vittala”.

“Cuando medito sobre mi Señor, la mente y el cuerpo


quedan transfigurados. ¿Dónde, entonces, hallar una ha-
bitación vacía para hablar de otra cosa que no sea Dios?”

Esta práctica constante sobre la existencia de Dios, po-


seyó a Tukaram luego de una intensa, prolongada y abso-
luta abnegación. Por eso decía:

“El cuerpo es el hogar de la felicidad y la miseria, pero es


también el instrumento para la Realización de Dios. El
cuerpo no es ni bueno ni malo en sí mismo: él actuará de
una u otra forma, según se lo conciba”.

“La mente está en su propio lugar, y por sí misma puede


hacer un cielo de un infierno y un infierno de un cielo”.

La evolución de la santidad de Tukaram


Tukaram era poeta y músico, además de santo. Así, él co-
menzó por memorizar poesías de los más antiguos poe-
tas santos, como Namadeva, Kabir, Ekanath, etc. Las
estudió en la soledad de la colina Bhandara, y por este
atento estudio, “las palabras se adhirieron a su lengua”.
Con sentimiento de amor, Tukaram las aprendió ínte-
gramente de memoria. Se familiarizó con las narraciones
del Bhagavata Mahapurâna, libro de profunda ciencia y

œ 60 
tukaram

misticismo donde se narran las glorias y divinas acciones


de Vishnu, como Dios manifiesto a través de Sus Avataras1.
Estudió el Laghu Yoga Vasishtha2 y otros libros de
relevante valor. Los profundizó y trató de desentrañar su
significado. Nos dice:

“Si el corazón no está purificado, a pesar de que uno se re-


fugie en la soledad adorando a Dios, la mente comienza a
recolectar sus propios deseos, y estos hacen que la mente
se torne vagabunda y se aleje del libro sagrado que se
está estudiando”.

Tukaram ama especialmente a los pobres, si bien la


simpatía por todas las criaturas se domicilia en su cora-
zón, y así nos dice:

“¿Cuántas veces debo yo repetir esto?: Ese hombre, cual-


quier hombre, es la propia hechura de Dios”.

Era inútil explicarle qué era la dualidad3: él no la veía


ni aun en sueños, pues para él, todo era Dios. Al adorar a

1. Los Avataras son los Descensos o Encarnaciones de Dios sobre


la Tierra para bien de la Humanidad. El Bendito Krishna y el Prín-
cipe Rama son, entre otros, Avataras del Señor.
2. Un célebre libro hindú, escrito por el Sabio Valmiki.
3. Como sabemos, la criatura humana, de la mano de la mente in-
quieta, va siempre de un extremo al otro, de lo lindo a lo feo, de lo
bueno a lo malo, de la sombra a la luz, y así dice: “esto quiero”, “esto

œ 61 
santos y enseñanzas de la india

Dios, con su amor entusiasta, él mismo se transfiguraba


en Dios, y así, en la cumbre de su éxtasis, decía:

“Si sólo Dios existe, ¿quién está adorando a quien?”

Uno de sus grandes modelos, de sus más apreciados


ejemplos, era el santo Ekanath, quien había servido a le-
prosos e intocables, y regresado a la vida a un asno muerto.
Alguien, que en cierta ocasión le escupiera en el rostro por
ciento ocho veces, ¡recibió de él toda clase de postraciones

no quiero”, “odio a Juan”, “amo a Pedro”, etc. Tener dinero mueve


sus sentimientos hacia la satisfacción, y carecer de él lo torna des-
dichado. Este movimiento dual de la mente le quita paz. Lo dual es,
precisamente, lo que despeña al hombre en el abismo sombrío de
la inquietud. Es por eso que todas las grandes religiones y filosofías
nos enseñan cómo, para ser felices, debemos conquistar “el camino
del medio” (Budha), el “mesotés o equilibrio entre los dos extremos”
(Aristóteles), la “separación de Râga (placer) y Dvêsha (dolor)” (Fi-
losofía Vedânta). Este “camino del medio” no se puede lograr en
el ámbito de la mente, porque ella tiene una cualidad: la inquie-
tud. Es por eso que se la define como “la que fluctúa”. Para salir
de esto el hombre tiene un sendero, y este es el del discernimiento.
“Nitya Anitya Vastu Vivekaha”, o sea, saber diferenciar lo Real de
lo falso. Lo que fluctúa —el mundo y sus objetos, el quehacer del
tiempo, nuestros pensamientos, etc.—, no perdura, se mueve cons-
tantemente y cambia. Cuando, a través del discernimiento, el ser
humano llega a la comprensión de esto, toma el único camino que
le queda, y este es el de la ascensión a un plano superior, o sea, el
salir de esta dualidad y llegar a Bhavana: “fijación en Dios a través
de un Sentimiento Divino”. Esto lo divorcia totalmente del universo
mental, y por lo tanto, hace posible que la dualidad cese, lográndose
así la muerte del dolor, de la angustia, la tristeza, el regocijo efímero,
que son los hijos dilectos generados por la mente.

œ 62 
tukaram

y agradecimientos...! Le había permitido entrar en las


aguas sagradas del Ganges por ciento ocho veces, y adqui-
rir así mayor destreza en el difícil arte de la paciencia y el
amor al prójimo que nos hiere.
Estos, pues, fueron los modelos para su futura santi-
dad, la que lo llevaría luego a pregonar:

“Batan el gran tambor de Bhakti (devoción): muy aterra-


dor para esta Edad de Hierro1”

“Mi muerte está muerta: yo me he transfigurado en un


inmortal”.

“El ciervo almizclero vagabundea con frenesí a través de


la selva, buscando el almizcle, sin percatarse de que lo
lleva dentro de sí2”.

Enseñaba que los Vedas3 son Maestros en muchas co-


sas, pero que su importancia capital residía en ser la Mo-
rada de Dios:

1. Se llama así a Kali Yuga, o Edad en la que la Fe desmaya en el


corazón humano. Los Yugas son las grandes edades que conforman
la duración de un universo. Según la metafísica de la India, existen
cuatro Yugas: Krita, Treta, Dvapara y Kali, siendo Krita la edad en
que reina la mayor espiritualidad, y Kali la más baja (que es la edad
actual).
2. Haciendo esto referencia a que el hombre busca a Dios afuera,
sin darse cuenta de que Él reside en su corazón.
3. Los Libros Sagrados de India.

œ 63 
santos y enseñanzas de la india

“En la críptica y enigmática esencia de la fórmula sagrada


‘Om Tat Sat’1, en los acentos y entonaciones altas y bajas,
y en la adoración del Creador del Universo2, en todo esto,
y más allá de todo esto, se encuentra Pânduranga3”.

Vemos, pues, que la visión obtenida por Tukaram so-


brevuela muy alto lo que comúnmente se entiende por de-
voción. Por eso, él nos dice:

“Bebed la Esencia Divina y, mentalmente, sumergíos en


Dios”.

La naturaleza de Bhakti o Devoción


Generalmente se mira al Camino de la Devoción como
siendo el más fácil de todos para acercarnos a Dios. Sin
embargo, Tukaram nos dice:

“El Bhakti es duro, muy duro; resulta como tragarse car-


bones encendidos, y es peligroso como sumergirse en
una correntada, o tragar veneno. Hace que uno desespe-
re de su propia vida. Resulta agudo como el filo de una

1. Om Tat Sat es —según nos dice el Bhagavad Gîtâ—, “la triple


enunciación del Eterno”. Om es el Nombre de Brahman, es Dios
Mismo; Tat significa “Aquello”, lo Absoluto; y Sat es “Suprema Rea-
lidad”.
2. Dios como Îshvara, el Supremo Hacedor del mundo.
3. Dios, como Causa Infinita, que Tukaram unificaba con Vishnu o
Pânduranga.

œ 64 
tukaram

espada. Piensen bien en esto, y sobre todo, sepan que


pese a lo que digo, todo se torna posible en compañía de
los santos”.

Además, es bueno pensar que para ganar la Gracia de


Dios, debemos pagar el precio. Las pruebas a las que so-
mete Dios a Sus elegidos no son fáciles:

“La señal del favor de Dios, de Su toque de elección, es


que Él hará añicos todo el círculo de complacencia que
pudiera rodear al alma elegida. Él la privará de todas
sus posesiones, si bien, comparado con Él, nada hay
que sea invalorable. Él no permite que los deseos po-
sean a Sus devotos, ni que sean contaminados por los
deseos mundanos. Él controla nuestras palabras para
preservarlas de la mentira. Él despoja las telarañas de
la ilusión y del engaño, permitiendo así que concien-
ciemos que el mundo entero no es nada sino Dios. Él
subyace por doquier. Esto es, verdaderamente, el signo
de Su Gracia”.

Es importante explayarse sobre el Bhakti. Aquellos que


pretenden ser un dechado de devoción, generalmente no
profundizan lo suficiente en estas implicancias. Es fácil
cumplir con todos los signos exteriores de la devoción, to-
dos los signos de la compasión, etc., sin sufrir los rigores
de una disciplina espiritual interior.
Acerca de la devoción, el Señor Krishna dice a su discí-
pulo Uddhava:

œ 65 
santos y enseñanzas de la india

“En tu corazón, Mi perpetua meditación.


Tus labios, siempre balbuceando Mi Nombre.
Tus oídos, siempre escuchando Mis Historias.
Tus manos, entrelazadas en Mi adoración.
Tus ojos, contemplando Mi imagen.
Tus pies, sobre el sendero que conduce a Mi Templo.
Tu lengua, saboreando Mi celestial dulzura,
y recibiendo los alimentos que te doy,
con exquisita reverencia.
Postrándote ante Mí, con el cuerpo entero.
Y abrazando a Mis devotos con gran júbilo.
En suma, no permitiéndote pasar un solo momento
sin un amoroso servicio a Mí”.

Reafirmando estas enseñanzas, otro gran santo hindú,


llamado Ekanath, nos dice con respecto al Señor y nuestra
actitud para con Él:

“Sirviéndome de este modo los devotos Me ven sólo a


Mí en todas las criaturas. Este es el más alto Dharma1,
y no hay en ello el menor peligro. Cuando alguien Me
ve así, Omnipresente, la verdadera renunciación y el co-
nocimiento real son el resultado. La conciencia corporal
es destruida, y así, todo lo creado aparece como ilusorio.

1. La palabra “Dharma” puede ser traducida como “deber”, aquello


que cada criatura debe realizar, pero su significado va mucho más
allá de este simple término. Es aquello en correspondencia con la
naturaleza esencial de cada ser, y por ende, lo mejor a ser realizado.

œ 66 
tukaram

Aquel que comprenda esto, verdaderamente trasciende


la mente ordinaria. Este es, con toda certeza, el más alto
conocimiento”.

En Dehu, Tukaram trabajó como albañil, reparando un


Templo semi-destruido de la vecindad, haciendo trabajo
manual como un acto de servicio a Dios. Sin embargo, su
enseñanza era:

“Para ver a Dios, es necesario ir a los Templos, por hacer-


lo así, a veces, Dios se revela a Sí Mismo. Por Templos,
quiero significar algunos cuerpos, en donde Dios reside
en forma de individuos”.

Esto es lo que Tukaram pudo hacer. Él contempló al


cuerpo físico como un Templo, puro por dentro y por fue-
ra. Entonces fue cuando vio a Dios en todas las criaturas.
Finalmente logró integrarse con todo lo existente.

La religión de Tukaram
Sin lugar a dudas, Vishnu, el Creador del Universo, a
quien Tukaram llamaba Pânduranga o Vittala, era su ra-
zón de ser y su finalidad ultérrima. Vivió exclusivamente
para Él, y quiso hablar solamente de Él. Su mente y su co-
razón permanecieron rebosantes de Pânduranga. Estaba
enamorado de Su imagen. En el Templo de Pandharpura,
se recreaba contemplándola, y jamás se cansó de concluir
en un éxtasis, motivado por la fascinación que le produ-
cía. Existen centenares de canciones y poemas escritos

œ 67 
santos y enseñanzas de la india

por nuestro santo que describen cada rasgo de Su Forma.


No se podrá, sin embargo, decir jamás que era idólatra.
La imagen divina le servía simplemente para mantener la
presencia de Dios, sin cortes, en su corazón, como el fluir
de un recuerdo constante. Él mismo dice al respecto:

“En quince días Vithoba se reveló a Sí Mismo como una


presencia desprovista de formas, y así, el cuerpo se torna
indistinguible de Dios Mismo, como se amalgaman el al-
canfor y la llama en ignición”.

“Este cuerpo de ignorancia quedó disuelto en Dios; to-


do fue liquidado en el desprendimiento de la conciencia
corporal. Enlazado en el Conocimiento de Dios, yo per-
cibí dentro de mí la llama reveladora; la mente se torna
entonces enraizada en Dios1, y el cuerpo halla su lugar de
descanso a Sus plantas”.

“Nosotros hacemos una estatua de piedra del Dios Vishnu;


la adoración enfila y se dirige hacia Vishnu, y la piedra
permanece como lo que es: una piedra”.

O sea que toda imagen material opera como un ra-


diotransmisor. El mensaje lo atraviesa, mientras que el
dispositivo permanece como el mero mecanismo que en
realidad es.

1. Âtman o Dios en nosotros.

œ 68 
tukaram

Nos dice también que:

“Cuando alguien se halla rebosante de Dios, todas las vir-


tudes divinas convergen en tropel, por lo cual, el ciclo de
reencarnaciones se dirige hacia su fin. La mera pronun-
ciación del Nombre de Dios en todo momento es sufi-
ciente. ‘Narayana’ es el Nombre de Dios santificado por
los Vedas; para los Yogis es Brahman”.

En cuanto a Dios manifiesto, es decir, cuando el Señor


se presenta bajo una forma visible, dice Tukaram:

“Dios con atributos es excelente para gente simple como


somos nosotros. En realidad, la concepción de Dios sin
atributos es posible tan sólo cuando la criatura humana
pierde su ego personal; mientras lo tenga, mientras su
yo mortal lo posea, la imagen de Dios, en cualquiera de
Sus miles de formas, le es de incalculable ayuda para la
ascensión espiritual”.

Por otra parte, con respecto a los hombres dogmáticos,


Tukaram nos dice lo siguiente:

“¿Por qué esa riña respecto de las diferencias? Permane-


ced en el éxtasis de la Unidad. Dios es lo que nosotros
pensamos respecto de Él. Por la Fe, y solamente por la
Fe, abracemos, creyendo, donde no podemos probar. La
prueba es una cuestión de la mente. Dios permanece
más allá de nuestra facultad de razonar”.

œ 69 
santos y enseñanzas de la india

“Cuando medito sobre el Señor de Pandhari1, cuerpo y men-


te se transfiguran. ¿Dónde hay, entonces, albergue para las
discusiones? Mi ser íntimo se transfigura en Hari (Dios)”

El misticismo de Tukaram
El misticismo es a la religión lo que la fragancia es a una
flor, o la luz a la llama. Tukaram compartió esto con todos
los otros santos. Él comenzó cuidando el pabilo: el espíri-
tu de la devoción era el aceite, y la compañía de los santos
era el oxígeno que mantenía la llama ardiendo. Los santos
permanecen despiertos, cuando la mayoría de la gente se
halla profundamente dormida.
Ekanath, el célebre santo que mencionáramos ante-
riormente, nos dice:

“El recuerdo de Dios, si es constante, da como fruto la li-


beración de la ignorancia: olvido de Dios es regresión. Pa-
ra la invocación de Dios, la devoción es esencial. Con ello
se obtiene la repugnancia y el rechazo por lo mundano”.

Tukaram nos enseña:

“Hay una marea que sube más alto que el éxtasis divino:
es el ‘bote salvavidas’ del Nombre de Hari (Dios), cuyas

1. Pandhari, también conocida como Pandharpura, es la ciudad en


la cual se levanta el famoso Templo de Vithoba. Recordemos que
Vithoba, una de las formas de Sri Krishna, encarnación de Vishnu,
también es conocido bajo los nombres de Vittala, Pânduranga y
Pandharinâth.

œ 70 
tukaram

velas están flameando. Los Vedas hablan de muchas co-


sas, pero su importancia esencial es únicamente esta:
albergar a Vithoba (Dios) en el corazón, y entonar Su
Nombre con constante ardor. Entonces conocerás lo que
es desconocido; verás lo que no ha sido visto; pronun-
ciarás lo que no es pronunciable; te reunirás con lo que
siempre antes te faltó; tu ganancia estará por encima de
toda ponderación”.

“La vida de apegos y esclavitud quedará trascendida por


la pronunciación del Nombre de Vithoba (Dios). Arrodí-
llate allí donde estés, pero con la mente en reposo, todo
el tiempo entonando: “Rama... Brahma... Krishna... Ha-
ri... Vittala...” Y si se pensara que existen otros medios
más eficaces, juro que no existe ninguno”.

Esto realza la profunda profesión de Fe que tienen to-


dos los santos, respecto de la eficacia del Nombre de Dios.
La mentalidad moderna no comprende con facilidad el
significado de todo esto, y ello es así porque se apoya o
descansa en lo que habitualmente se denomina “racioci-
nio”. Lo que ocurre es que ella no profundiza lo suficiente
en el asunto. El raciocinio, para ser consistente, debe ir
más allá de sí mismo, y trocarse en experiencia.
Dice Tukaram:

“La constante y continua meditación coloca a Parabrahman


(Dios Absoluto) dentro de nuestras manos: esta es mi ex-
periencia personal, y yo la proclamo al mundo”.

œ 71 
santos y enseñanzas de la india

Otro santo hindú, de nombre Chokamela, enseñaba:

“Dios no tiene Forma, Dios no tiene Nombre. El Nombre


en sí mismo es Forma; la Forma, en sí misma es Nombre.
Ambos no son diferentes. Dios asume una Forma deter-
minada, y entonces se transmuta en cognoscible; por lo
tanto, los Vedas establecieron el Nombre. Por detrás del
Nombre no hay fórmula sagrada. Solamente el ignorante
piensa de otra manera. En realidad, el Nombre mismo
ya es Dios: Sus devotos comprenden esto muy bien”.

Las maravillosas palabras de Tukaram, este sublime


santo entre santos, elevan nuestros corazones, haciendo
que despierte en ellos un profundo anhelo por Dios Nues-
tro Señor.
¡Cuánto dolor, cuánta angustia golpea a la conciencia
humana por la simple razón de que ella, como los niños
rebeldes, se sumerge en el lodo, se mancha, se inquieta,
desconociendo en sus enojos, el regazo dulcísimo de su
Madre-Padre, que con gusto la llenarían de contento!
Dice Tukaram:

“Yo he construido mi morada en lo inmaculado, estoy di-


luido en lo que está más allá de las formas, y soy Uno con
lo no-ilusorio. He alcanzado la indestructible Unidad.
Ahora no hay albergue para el egoísmo: yo estoy identifi-
cado con lo Eternamente Puro. Hablando, yo permanez-
co silencioso, y estando muerto, sigo con vida. Estando
entre la gente, no permanezco en ella: mi renunciación

œ 72 
tukaram

es un disfrute. No soy lo que parezco: interrogad a Pân-


duranga (Dios) por este enigma”.

La Sâdhana de Tukaram
Entendemos por Sâdhana una forma de vida que involu-
cra esfuerzo espiritual por alcanzar el Sendero que condu-
ce a Dios.
Tukaram había realizado ayunos de quince días, vigi-
lias y retiros en soledad. Sin embargo, el Sendero a Dios, a
este santo, jamás le demandó mortificantes disputas con
una voluntad rebelde. Decía:

“Lo importante es tener a Dios como Gran Amado en


nuestro corazón, tener siempre a Dios en la mente. To-
dos los excesos son vanos. Discutir esto nos arroja en los
brazos del error. Él pide a los hombres que rueguen se-
riamente por la Gracia de Dios”.

“Conténtate con todo lo que Dios te ha otorgado, y per-


mite aposentarse en tu mente la serena satisfacción.
Renuncia a tu sabihonda vanidad, y despréndete de las
distracciones de la mente... permítete ser, como el cielo,
impasible a las nubes transeúntes”.

Este mundo era, para Tukaram, “una escuela de disci-


plina”. Es importante que recordemos que:

“La esencia de las Sâdhanas no es otra cosa que despren-


derse de la conciencia corporal, y contemplar a todo ello

œ 73 
santos y enseñanzas de la india

como una mera vanidad. El cuerpo es la ciudadela del ego:


el subyugarlo y amasarlo es lo crucial en la vida espiritual.
Por ello, verdadero Bhakta es aquel que es indiferente al
cuerpo, y que ha trascendido la servidumbre del deseo.
En efecto, Narayana (Dios), constituye todo su interés”.

“Si el miedo permanece en el sendero, el infierno es el


lugar de arribo”.

Pero no se refiere al infierno post-mortem, sino al in-


fierno aquí, en la Tierra, el horroroso infierno de convivir
de continuo con una mente temerosa y despiadada que, en
el fondo, nos roba, como una ladrona, la alegría de vivir.
Nuestro peor enemigo es el temor: temor a enfermarnos,
a no ser queridos, a perder un ser querido, fortunas, bie-
nes... Todo ello proviene del ego personal, que es quien vi-
ve a los pies del temor. Por todo esto, exclama Tukaram:

“¡Oh Dios! Ahora no me hagas sino un favor:


Hazme totalmente olvidadizo de mi cuerpo (ego)”

Confiando sólo en el Amor a Dios, exclama:

“¡Oh Hari! Dime, ¿cómo podría yo adorarte? Mi mente


está desviada del deber. Desconozco el Japa1 y el Tapas2.

1. La práctica de la oración y la meditación. Plegarias a Dios.


2. Disciplinas espirituales.

œ 74 
tukaram

No tengo controlados mis sentidos ni puedo enfocar la


mente en un solo punto, y desconozco la naturaleza del
Bhakti. Necesito el apoyo de los santos. Mi entendimien-
to es inestable. Las asechanzas del engaño y la ilusión no
cesan. No hay serenidad ni renunciamiento en mí. Lu-
juria e ira tienen su fortaleza en mi cuerpo. Ahora, pro-
tégeme, de algún modo, Hari, sé fiel a Tu reputación de
Padre amoroso”.

Dios escuchó su fervoroso llamado, y Tukaram obtu-


vo la total Emancipación. Anunció a sus discípulos que
él presenciaría la muerte de su propio cuerpo, ligándose
al Ser Universal. El logró este estado, por querer ser no
el más grande, sino el más pequeño, el más pequeño de
todos.
¡Bendito sea Nuestro Señor!
¡Benditos Sus hijos ilustres, los científicos del Ser, los
santos!

_________

œ 75 
Tyagaraja cantando al Divino Señor Rama.

œ 76 
Capítulo V

TYAGARAJA

¡Qué maravilla! ¡Qué gloria! —dijeron los Devas al escu-


char en Indraloka1 la resolución de Sarasvati2:
—Enviaré a la tierra de los hombres a un alma purísima,
plena de Devoción hacia nosotros, los Perfectos, pero esta
vez no será un sabio como Sankara o Ramanuja; será un
músico. Él enseñará, cantando, la Gloria del Amor a Dios.
Sus composiciones se hallarán nimbadas de sacralidad.
En sus melodías, como en ánforas de blanco alabastro, se
contendrá el Amrita3 de la Sagrada Ebriedad. Todos aque-
llos que escuchen sus notas anhelarán una sola cosa: re-
gresar al Hogar del Dios Padre... Sí, este espíritu diaman-
tino que descenderá a la Tierra tendrá esa tarea.
Por todas las calles de Tamil-Nadu4, por todas sus ciu-
dades y aldeas, la historia que narramos es repetida una y
otra vez.
—Es cierto —nos dicen sonriendo—, nuestro músico Tya-
garaja fue como un regalo de los Devas a la Humanidad.

1. La Morada de Indra, el Rey de los Devas. El Cielo.


2. Consorte del Dios Brahmâ. La Diosa de la Música y las Bellas
Artes.
3. El Néctar de la Inmortalidad.
4. Región del sur de la India, cuyo principal centro es la ciudad de
Madrás.

œ 77 
santos y enseñanzas de la india

Luego, apasionados, como en trance, tararean algunas


de sus composiciones más famosas:

“¡Oh mente! Mientras que un camino real espera por ti,


¿por qué tomas esa triste ruta de los placeres sensuales,
llena de lodo y escorias? Se te ha ofrecido el Sendero de
la Devoción para salvarte, y sin embargo, como ciega,
andas por calles de perdición”.

“Embriágate, ¡oh mente mía!, con el vino sagrado del


Amor a Dios. He ahí la verdadera ebriedad. He ahí el Rey
de los vinos, la Devoción”.

O bien, esta otra, llamada Anuragamu Lemi:

“La mente que se halla vacía de devoción no puede jamás


ser bendecida por la gloria del Conocimiento Divino. Es-
ta Verdad es bien conocida por los Hombres Sabios. Así
como un hombre devorado por el hambre, se precipita
sobre la comida que se le acaba de ofrecer, así, el alma
enamorada de Dios, halla placer tan sólo en la adoración
de Dios con atributos1. ¡La Devoción a Nuestro Creador
lo es todo!”

1. En la Metafísica de la India se suele hablar de Dios con atributos


y Dios sin atributos. Se dice que Dios Absoluto, aún siendo Omni-
presente y desprovisto de toda forma que pueda ser captada por la
mente humana, toma formas visibles —que pueden ser representa-
das a través de imágenes— para el bien de Sus hijos, los seres huma-

œ 78 
Tyagaraja

Tyagaraja, el “compositor santo” nació en Tiruvarur1,


el 4 de Mayo de 1767. Hijo del Pandit2 Ramabrahman,
erudito en sánscrito y telugu, tuvo el privilegio de gozar
desde su niñez del ambiente musical imprescindible para
el desarrollo de su genio místico. En brazos de su madre
aprendió canciones devocionales, con las que fuera acu-
nado desde su nacimiento. Junto a su padre se familiarizó
con el Ramayana3. Así, la música, él y la devoción a Dios,
personificado por Rama, Avatara4 de Vishnu, fueron una
unidad inquebrantable. Nació para transportar, por me-
dio del sonido, a millones de corazones hacia la Divina Pa-
tria. Hizo de la música su Barca Celeste, y la elevó más allá
de toda ponderación.
Su obra es casi indescriptible. Acostumbrados a melo-
días rampantes, sensuales, hechos a la macabra combina-
ción de sonidos y tiempos, destinados, como galeotes, a
remar en la nave de las pasiones mundanas, ¿cómo com-
prender la ruta canora de Tyagaraja? Sale totalmente de
contexto; no cabe en el milenio. Sus canciones no fueron
jamás dedicadas a ningún rey, a ninguna reina o kaiser,
no se entendieron con las personalidades transeúntes, no

nos. De allí que se hable de estas dos características de Dios.


1. Ciudad del sur de India, en la región de Tamil Nadu.
2. Alguien versado en las Escrituras Sagradas.
3. Una gran epopeya escrita por el Sabio Valmiki en la que se narra
la vida y enseñanzas del Dios Rama.
4. Encarnación Divina o Descenso de Dios sobre la Tierra.

œ 79 
santos y enseñanzas de la india

se elevaron para elogiar nada acuñable en la tesorería del


tiempo: Dios y Su Eternidad fueron inspiración única, to-
tal, de su alma.
Se cuenta al respecto una anécdota:
Cierta vez, Serfoji1, sucesor de Tulaji III en el trono
de Tanjavur, informado por los músicos de su corte, de
la existencia de este compositor extraordinario, envió por
él a sus ministros. Habiendo éstos arribado a la casa de
Tyagaraja, y solicitando su presencia en el palacio del so-
berano, el músico rompió en llanto, cayendo ante su altar
familiar, donde resplandecía la imagen de su adorado Ra-
ma.
—¡Oh Señor! —dijo—, ¿me diste acaso el don de la mú-
sica para satisfacer los caprichos de los reyes pasajeros?
¿Qué palacio es superior al palacio de la devoción y qué
rey más grande que Rama? Manténme prisionero de Tu
Amor. No permitas que preste jamás mi voz para satisfa-
cer a lo pasajero.
Informado Serfoji de la actitud del músico, llamó a sus
guardias, ordenando que fueran a traerlo por la fuerza;
mas, en el momento de dar dicha orden, le acometió tan
terrible dolor por todo el cuerpo, que inútiles fueron los
esfuerzos de sus médicos y sus medicinas, pues el dolor
continuaba.

1. El Rey Serfoji (1777-1832), soberano Tanjavur, es recordado


como un gran protector de las artes, la literatura, la poesía, la músi-
ca y el conocimiento védico. Además difundió la medicina tradicio-
nal hindú y construyó refugios para peregrinos y devotos.

œ 80 
Tyagaraja

Como en un afortunado vislumbre, vio entonces Serfoji


dónde se hallaba la causa de su dolor. Hizo que sus súbdi-
tos lo llevaran rápidamente a casa del músico, y ya en ella
se inclinó respetuosamente ante Tyagaraja.
—Creí que eras un músico —le dijo—, no sabía que eras
un santo.
Inmediatamente, los dolores del rey cesaron milagro-
samente. A partir de ese momento fue su más grande ad-
mirador y su más sumiso devoto. Por horas, y hasta días
enteros, descuidando sus deberes de monarca, pasábase
escuchando las canciones devocionales de Tyagaraja, con
los ojos inundados de lágrimas:

“¡Oh música!, tú, como yo, tienes un alma inmortal. ¿Por


qué utilizar tu cuerpo sonoro para cantar mundanos senti-
mientos y elogiar a personas mundanas? Yo te alzaré hasta
las estrellas. ¡Allí vislumbrarás a Dios y te tenderás sumi-
samente a Sus pies como manso cervatillo, agradeciendo a
tu Creador por haberte dado cuerpo tan precioso!”

Algo que perturbaba al rey Serfoji, era el estado de po-


breza en el que vivía su amado músico. Quiso, pues, so-
lucionarlo, depositando algunas monedas de oro en su
Kamandalú1. Sintiendo el peso, un poco excesivo del pote,
inquirió Tyagaraja sobre ello, y así pudo saber la verdad.

1. Especie de vasija de arcilla donde se guarda agua o comida, y que


es uno de los signos de los monjes mendicantes o Sadhus.

œ 81 
santos y enseñanzas de la india

—Mis granos de arroz se hallan manchados por ese oro


—dijo entonces—, arrojando el Kamandalú con todo su
contenido a un río cercano.
Su hermano Jalpesha, antítesis suya, de corazón ambi-
cioso, a quien molestaba profundamente el voto de pobre-
za de su hermano menor, quiso poner fin a todo ello.
Es culpa de su constante meditación en el Dios Rama
—se dijo—, de modo que arrojaré al río la imagen de ese
Deva, a la cual siempre le canta.
Con el dolor que es de suponer, halló luego Tyagaraja,
que su altar se hallaba vacío. Hondísima fue su congoja,
de modo que, envuelto en lágrimas, quedóse días y noches
a la orilla del río, clamando por la restitución de su ado-
rado Rama.
Algún tiempo después, en un amanecer, las olas depo-
sitaron junto a Tyagaraja la imagen del Deva, quien llega-
ba envuelto en una aureola de Gracia.
—Tu amor me ha traído hasta ti —dijo el Deva sonrien-
do—. Persevera, ¡oh músico celestial!, y estaremos unidos
para siempre a través de tu devoción.
Tyagaraja cantó a los pies de Dios, Nuestro Señor, has-
ta que, a los ochenta y ocho años de su vida física, aban-
donó finalmente su envoltura mortal para unirse con su
Deva adorado.
Un bosque de canciones sublimes, nacido de su genio
místico, cubre ahora el desierto donde se alzaba el olvido
de Dios. Millones de almas Lo recuerdan constantemen-
te, gracias a Tyagaraja. Sí, él hizo del sonido una inefable
escalera al Cielo y logró también que la música ocupara el

œ 82 
Tyagaraja

verdadero lugar que le correspondía sobre la Tierra, la de


ser un instrumento para que el corazón humano se puri-
ficara, haciéndose merecedor de la perfección espiritual a
través de la devoción.

_________

œ 83 
Mirabai cantado a Sri Krishna.

œ 84 
Capítulo VI

MIRABAI

¡Santa Mira! ¡Santa Mirabai! Como loto despierto de su


sueño, allá, en las profundidades del estanque, por los ra-
yos purísimos del Sol, como ave ya libre de sus ataduras,
volando a cielo abierto, ebria de estrellas, así, el alma de
nuestra Mira, arrobada a los pies de Nuestro Único Se-
ñor, florecida de devoción total y entrega total, se yergue
coronada por el destino más alto que puede caberle a un
ser humano: el vivo anhelo de Dios, florecido en el alma
constantemente.
Nacida hacia fines del siglo XV ­como una noble prince-
sa, hija del Rey de Rajistan y gobernador de Kurkhi, ella
hizo su reino en el Amor Divino, y tomó por Rey, al Santí-
simo Señor Krishna, del cual fuera profundamente devota
desde los cinco años de edad.
Su padre, el Rey Ratansing, amaba profundamente a
su pequeña hija, y a fin de asegurar su futuro, la casó, sien-
do niña, con el príncipe Bhojraj de Chittor, quien fuera
conocido por su profunda aversión a los mogoles, que en
ese momento eran dueños prácticamente de toda la India,
a la que gobernaban a veces despóticamente.
A los quince años de Mira, el matrimonio fue consuma-
do, según las leyes hindúes, y aunque Mira, como esposa,
llevaba una conducta ejemplar, lo cierto es que durante
todo el día, su mente se hallaba poseída por el recuerdo de

œ 85 
santos y enseñanzas de la india

Su Gran Amado Celestial. No bien terminaba sus tareas


domésticas, ella iba al santuario, en el cual pasaba horas
y horas, frente a la imagen de Krishna, una maravillosa
estatua que su padre le obsequiara al cumplir ella cinco
años de edad. Sobre este particular se narra la siguiente
historia:
Contemplaba Mira el paso de una larga comitiva que
celebraba los esponsales de unos parientes, cuando ella,
en su inocencia de niña, preguntó a su madre quién sería
su esposo... La madre, que intuía en su hija el alma de una
devota, llevóla ante la mencionada imagen del Dios, y le
dijo:
—Mira, Dios Nuestro Señor, debe ser tu único Esposo
de por vida... recuérdalo... sólo a Él debes querer con todo
tu corazón, y debes hacerlo, tomando para ello la imagen
del pastorcito de Brindaván.
Fueron palabras sagradas para el corazón de Mira.
Desde entonces, dejó los juegos propios de la infancia,
abandonó todo otro querer que no fuera su completa con-
sagración a la veneración de Krishna y todo cuanto Él sig-
nificaba: el despertar del Ser en el corazón.
Su madre política no veía con buenos ojos la adoración
de Mirabai a Krishna, ya que la Diosa protectora de la fa-
milia de su esposo era Durga1.
Uda, la hermana de su esposo, quiso tejer una igno-
miniosa calumnia alrededor de Mira, a fin de extraerla

1. Una de las formas de Devi, la Madre Cósmica.

œ 86 
mirabai

de su culto al Dios Krishna. Se apersonó pues al príncipe


Bhojraj, y le dijo que su esposa Mira lo traicionaba con
un amante. Enfurecido éste, y dispuesto a saber la verdad,
llegóse a los aposentos de Mira, y como escuchara que és-
ta hablaba con alguien utilizando para ello términos su-
mamente amorosos, desenvainó la espada e ingresó en el
lugar diciendo:
—¿Dónde está el canalla? ¡Voy a matarlo!
Mira le señaló a su Amado Señor Krishna, y le dijo:
—Él es mi verdadero Esposo, no tú. Mi alma se ha en-
tregado a Él, que es el Señor de los Cielos y nada ni nadie
podrá sacarlo jamás de mi corazón.
Su esposo, creyéndola insana, edificó para ella un ma-
ravilloso Templo a fin de que pudiera permanecer en él to-
das las veces que quisiera, cantando sus Kirtams1 y diser-
tando sobre el Camino de la salvación interior del hombre,
como Mira acostumbraba a hacerlo a menudo.
Esto, para nuestra santa, fue tocar el Cielo con las ma-
nos. ¡Tener un lugar en el cual poder abrir su corazón a la
devoción de manera libre, sin verse escarnecida y burlada
por todos los de su casa!
Desdichadamente, su suerte duraría poco. El Empera-
dor mogol, que en aquellos días era Akbar2, otro enamorado

1. Cantos devocionales.
2. Akbar (1542-1605), es considerado el más grande los emperado-
res mogoles. Su gobierno se caracterizó por la búsqueda de la con-
vivencia y la concordia entre las diversas Religiones. Además fue un
gran protector de las artes, la literatura y las ciencias.

œ 87 
santos y enseñanzas de la india

del camino de la Gran Búsqueda, quien no perdía jamás


la oportunidad de entrevistar a todo santo que apareciese,
sin importar de qué religión fuere. Enterado por sus mi-
nistros de la santa de Rajistán, fue a verla utilizando para
ello el disfraz de un Sadhu1. La escuchó cantar, recitar sus
oraciones y plegarias en honor a su Dios, y besó conmovi-
do sus pies, como lo aconsejaba la costumbre de la época,
en la cual los pies de los santos eran venerados por transi-
tar solamente caminos celestiales.
Enterado su esposo por los Ministros de la presencia
del odiado Emperador Mogol en el Templo que él cons-
truyera para Mirabai, fuera de sí, y poseído por la furia,
al saber que el mismo había osado tocar los pies de una
princesa rajputana, ordenó a Mira que se diera a sí misma
un castigo: este era la muerte. Le dijo que se arrojara al río
y acabara así con su vida deshonrada por habérsele permi-
tido a Akbar ingresar al Templo.
Este es un episodio en la vida de Mira sumamente im-
portante por el siguiente motivo: fiel al requerimiento de
su esposo, abrazada a la imagen de Krishna, anduvo la san-
ta un largo trecho, seguida por una muchedumbre cada vez
más numerosa, hasta alcanzar las orillas del río. Allí per-
maneció llorando por largo tiempo, no porque iba a perder
su vida, sino porque no cantaría ya para su Gran Amado
las canciones que acostumbraba en el Templo. Dejó enton-
ces la imagen a la orilla del río, y cuando se inclinaba para

1. Monje mendicante.

œ 88 
mirabai

arrojarse en sus aguas, ante el asombro de todos, la imagen


cobró vida. Tomando a Mira entre Sus brazos, la sostuvo
en ellos, impidiendo así que se arrojara a las aguas.
—Desde ahora en adelante —dijo el Señor—, han termi-
nado tus tareas como hogareña; sólo te dedicarás a cantar
en honor Mío, y a predicar por el resto de tus días.
Regresó entonces al Templo y halló por el camino a su
arrepentido esposo, quien, eufórico de felicidad, la veía
regresar con vida. Nunca más fue perturbada en sus ora-
ciones.
Nunca más... mientras duró la existencia de su protec-
tor príncipe consorte. Fallecido éste a temprana edad, su
cuñado, que tomara las riendas no sólo del gobierno, sino
también de la vida de Mira, quiso acabar definitivamente
con esta.
—Yo no seré débil como mi hermano —se dijo—. No to-
leraré ningún culto a un Dios extraño a nuestra Casa Real.
Así pues, lo que deberé hacer es matar a Mira, valiéndome
de las serpientes más venenosas del reino.
Hizo traer a sus sirvientes, una cesta llena de cobras, y
ordenó que se la llevaran a Mira, diciéndole que se trata-
ba de guirnaldas para su Señor. ¡Cuál no sería la sorpresa
de los servidores en cuestión, cuando al abrir dicha cesta,
lo que vieron en su interior, fueron, en realidad, maravi-
llosos lazos florales de exquisito perfume en lugar de los
peligrosos animales!
No cejaré en mi intento —pensó el nuevo Rey—. Yo
mismo prepararé un veneno mortal y se lo llevaré para
que lo tome.

œ 89 
santos y enseñanzas de la india

Mas, cuando Mira lo bebió, ¡este se transformó en am-


brosía! Y es que el Señor convierte, para todos Sus devotos,
un mal en un bien.
Es inútil decir que jamás daño alguno motivado por el
Rey, alcanzó a nuestra santa. Sin embargo, ésta, cansada
de tantas persecuciones, quiso poner punto final a ellas, y
para ello, escribió a otro santo de esos días, Tulsidas, bus-
cando consejos.
—Olvida ese lugar —le contestó éste—, abandónalo, y
dirígete adonde no seas molestada por nadie en tus actos
devotos.
Mirabai, entonces, buscó refugio en Mertha, el reino de
un tío suyo. Allí consiguió toda la paz que le faltaba para
dar rienda suelta a su mística. Por años, hombres y mu-
jeres gozaron espiritualmente de la profunda religiosidad
de Mira, pero..., ésta llegaba ya a su vejez, y su vida era
escasa en esta tierra.
Peregrinó por los lugares amados por el Señor Krishna,
lo adoró en la ciudad de Madura, en Brindaván, en
Dwarka... Ríos de cristalina devoción emergían de su co-
razón purificado; los mismos ángeles cantaban por su voz,
a través de la magia de sus dulces Kirtams.
Por fin, un atardecer en que su alma toda sentía como
nunca la nostalgia de su Gran Adorado, abrazada a la ima-
gen que fuera compañía de su corazón, desde su ya lejana
niñez, y en medio de un Templo, Mira, la santa, entregó
su vida a Dios.
Se dice que cuando un santo muere, hay vuelo de án-
geles que llegan desde lo infinito, para acompañarlo en

œ 90 
mirabai

su viaje a las regiones sutiles. Cuando Mira abandonó su


cuerpo mortal —según cuentan los miles y miles de devo-
tos suyos que se hallaban en el Templo—, en ese sagrado
momento, podía escucharse desde lejos, y proviniendo
desde lo alto, rumorosas y celestiales canciones que, como
pétalos canoros, cubrieron sus despojos, deseando seña-
lar con ello, que el Alma de los Liberados por Amor a Dios,
son la Eterna Primavera del Mundo.
¡Honor eterno al Espíritu de nuestra Mirabai!
¡Que ella nos inspire y aliente en nuestra búsqueda!
Dios con rostro, Dios sin rostro, Dios hebreo, cristiano
o hindú... ¡bendiciones caigan sobre el alma de quienes Lo
buscan!

_________

œ 91 
Tulsidas componiendo el maravilloso poema devocional titulado
Ramacharita Manasa, en el cual se narra la vida del Dios Rama.

œ 92 
Capítulo VII

TULSIDAS

Los mogoles reinaban en India. La dulcísima Bharata1,


conquistada por la fuerza, vio a sus hijos asesinados, sus
Templos destruidos, su religión y Devas arrasados por el
dogmatismo y la violencia. Sí, India o Bharata, estaba en-
vuelta en las llamas del infierno.
En medio de ese caos, un hijo de Dios descendió a la
Tierra. Se llamó Tulsidas, y estaba destinado a ser un gran
sabio, pero para ello, debió primero conocer el infierno.
Nacido en una humilde aldea de Uttar Pradesh2, su ma-
dre falleció al darlo a luz, los astrólogos leyeron su destino,
y lo acusaron de “encarnación demoníaca”. Su padre, en-
tonces, se deshizo de él, que pasó, por piedad de una sir-
vienta, a ser criado por ésta. Cuando contaba con apenas
siete años, la buena mujer también fallecía, víctima de la
picadura de una serpiente.
A causa de este nuevo acontecimiento, se prohibió al
niño la entrada en esa casa, la única que conocía. Deam-
buló entonces por las calles, hasta que, totalmente solo,
perdido, hambriento y entristecido, fue a un Templo pa-
ra refugiarse en él. Desde ese preciso instante, su destino

1. Bharata Varshya, el antiguo nombre de India, que significa “el


país de los hombres enamorados de Dios”.
2. Una gran región al norte de la India.

œ 93 
santos y enseñanzas de la india

cambiaría. Allí conoció al santo Naraharidas, un alma


llena de bondad divina. Profundamente compadecido del
pequeño, lo hizo devoto, por amor, al Dios Rama.
—Él —dijo Naraharidas al niño—, ama a todos Sus hijos,
no cree que ninguno de nosotros haya venido al mundo,
como dicen ciertos astrólogos, con “mala estrella”... Yo te
enseñaré el Camino a Dios, y tendrás una vida maravillosa,
plena de luz...
Llevó pues, al pequeño con él, y fue enseñándole, a través
de los años, cuanto sabía. Así el niño aprendió a leer y a es-
cribir, y aprendió lo más importante, a amar a Dios, a quien
veía bajo la forma del Divino Señor Rama1. A los veinte años
era ya un sabio, sabía sánscrito y conocía todos los tratados
metafísicos de la India. Su erudición era vastísima.
De acuerdo a la época, su propio Maestro buscó para
él una esposa, y en fecha oportuna contrajeron los dos jó-
venes matrimonio. Mas... Dios lo quería para Sí, y por ello
le otorgó una mujer completamente distinta a una esposa
común. Ratna —que tal era el nombre de la joven—, lo im-
pulsaba constantemente a la vida espiritual.
—Si amaras a Rama —le decía—, como a esta ilusión
que soy yo, seguramente que tus pasos por el Sendero de
la Realización hallarían éxito, dejarías de querer a este
cuerpo manifiesto, y te sumirías en lo Absoluto como te
enseñara tu Maestro...

1. Dios, en Su misericordia para con los hombres, adopta infinitos


rostros para llegar a sus corazones, todos igualmente puros y plenos
de amor. El Señor Rama, una de las Formas Divinas más veneradas
en India, es una de esas manifestaciones de Dios.

œ 94 
tulsidas

Y así lo hizo. ¡Un día abandonó su hogar y se perdió en


la selva! Allí construyó una huta, dedicándose a la medita-
ción en Rama, a quien, a partir de ese momento, entregó
por completo su corazón. El amor, como un árbol del cielo,
le fue llenando de los frutos maduros de la devoción total...
Fue entonces hasta Prayag, a orillas de la Madre Gangaji1
y tomó los votos de renunciante.
—De hoy en más —se dijo—, sólo viviré para predicar el
Evangelio de Nuestro Señor Rama.
Y como su amor por éste era intenso, y por ello también
el amor a sus semejantes, hijos del Señor, quiso, para llegar
a sus almas, utilizar una lengua común, el hindi, ya que el
sánscrito2 era conocido sólo por los eruditos Brahmines.
—¡Cómo! —dijeron éstos aterrados—, ¡cómo osa ese jo-
ven escribir y hablar de Nuestro Señor, en lengua vulgar!
Así, el santo Tulsidas conoció persecuciones y cárceles, pe-
ro nada de ello quebraba su fe en el mensaje que debía dar.
Escribió pues, un nuevo Ramayana3, en hindi, para
que todos pudieran leerlo.
Este “nuevo Ramayana” es de una poesía tan bella, y
una profundidad tan honda, que sólo quienes pueden con-
templar su sabiduría a través de sus versos en el idioma

1. El sagrado río Ganges.


2. El sánscrito es la antigua lengua en la cual se hallan escritos los
principales Textos Sagrados de India, tales como los Vedas, los
Purânas, el Mahâbhârata y otros. Por otra parte, el hindi es lengua
de uso general en el subcontinente hindú.
3. El gran poema sánscrito del Sabio Valmiki.

œ 95 
santos y enseñanzas de la india

original, pueden gustar de esta verdadera ambrosía


literaria-mística.
Se cuenta que en las exposiciones de Tulsidas, el mis-
mo Hanuman1, Deva de la Devoción, acostumbraba a
hacerse presente a fin de escucharlo hablar... y todos los
otros Devas del Cielo, y todos los santos y santas, y músi-
cos angélicos, asomábanse gustosos y sonrientes para ver
al Divino Sabio y santo que con lírica sin igual componía
sus cantos para el Gran Amado...
Los Brahmines, por fin, tuvieron que transigir. ¡Sí, Tul-
sidas era un bardo de Rama! ¡Qué importaba entonces que
su obra se hallara escrita en hindi!
Este sagrado poema, muy extenso y bello, revitalizó en
India la Devoción por sus Devas en años en los cuales los
musulmanes arrasaban Templos e imágenes, queriendo lle-
var a todos, por la fuerza, a reverenciar la Religión del Islam.
El Ramacharita Manasa2 es, hasta el día de hoy, el
libro preferido por los anacoretas que hacen de Nuestro
Señor, su única aspiración. Para leerlo hay que seguir cier-
tas normas muy rigurosas: recitar ciertos Mantras3, hacer

1. Hanuman es el Deva que simboliza la devoción humana a Dios.


Se lo representa con aspecto de mono —muchas veces en una acti-
tud reverente ante el Señor Rama— puesto que simboliza al ego, los
instintos y la personalidad humana, pero no ya esclavos del espacio-
tiempo, sino sublimados y puestos a los pies de Dios.
2. El nombre que recibe el Ramayana de Tulsidas.
3. Los Mantras son oraciones sagradas, que a menudo contienen
uno o varios de los Nombres de Dios. Pueden ser breves o relativa-

œ 96 
tulsidas

invocaciones, pausas de oración por treinta días, tener el


Libro Sagrado en un altar, quemar incienso, prender sa-
humerios, hacer ayunos, dar limosnas... Un Libro-Maestro,
que nos conduce a Dios, no puede ser leído como una sim-
ple novela. Todo esto, según los hindúes. Nosotros, los
“bárbaros contemporáneos” desconocemos esa gloriosa
reverencia del alma hacia aquello que nos muestra el Ca-
mino del Regreso... Nuestras Biblias no suelen ocupar un
lugar demasiado privilegiado en los anaqueles... se las co-
loca junto con cualquier otro texto, y jamás a nadie se le
ocurriría llevarle flores... o acaso colocarle una guirnalda
alrededor de su cuerpo de papel y cartón... y lo cierto es
que ese cuerpo de papel y cartón lleva en sí la esencia del
mensaje del Nazareno, de Pablo, de Moisés...
Las traducciones del Ramacharita Manasa que posee-
mos en castellano, son como sería el dibujo de un cielo
estrellado hecho por un niñito de cuatro años... o el dibujo
del Sol, hecho por el mismo niño, comparado al verdade-
ro cielo de estrellas y Sol... Se ha quitado toda su místi-
ca, y como si esto fuera poco, toda su belleza devocional;
sólo quedó la historia lavada de un Rey y sus hermanos,
una historia de tantas... pero eso no es el Ramacharita

mente extensos. Ellos son muy amados por los místicos de la India,
quienes los recitan a menudo acompañados por un Japamala o ro-
sario hindú. Por ejemplo, “Om Sri Krishnaia Namaha” es uno de
los Mantras del Señor Krishna. “Om Sri Ganeshaia Namaha” lo es
de Sri Ganesha, el Dios de la Sabiduría. “Om Sri Rama Namaha” es
un Mantra del Señor Rama. Y de modo similar ocurre con todos los
otros Devas.

œ 97 
santos y enseñanzas de la india

Manasa1. Tal vez, algún joven, en el futuro, pueda hacer


una buena traducción de este Sagrado Libro. Se logra ha-
cerlo si el alma se halla pletórica de Amor. Quien sin Amor
escribe, sólo grafica muerte.
Hablemos de una de las ceremonias que se deben reali-
zar, antes de abocarse a esta lectura sacratísima.
Antes de leer este sagrado manantial de Vida, las imá-
genes de Sita y Rama deben ser adoradas en los días co-
rrespondientes. Con flores en sus manos y polvo de sán-
dalo en su frente, el lector deberá pensar en la fortuna que
Dios le concedió, al acercar este Libro a su corazón. Por
ello, debe recitar la oración siguiente, con el alma plena
de agradecimiento:

“Adoro fervientemente al Dios de la Compasión Infinita,


Sri Rama, cuyos ojos recuerdan a un loto purísimo, y ado-
ro a la Madre Sita, Océano de Misericordia, adorada por
el Deva de la Liberación, por Hanuman, por Vasishtha,
el Sabio, y por miles de huestes de las regiones donde
habitan los Perfectos”.

Luego se le pide protección al Dios Rama y a Su con-


sorte Sita, protección y luz para transitar la Senda. Y sólo
entonces se comienza a leer el Ramacharita Manasa.
Cierta vez, en la que Tulsidas se hallaba exponiendo so-
bre Rama, un sabio Brahmín le interrumpió diciéndole:

1. Una de las traducciones del nombre Ramacharita Manasa es “El


sagrado lago Manasa rebosante con las divinas acciones del Señor
Rama”.

œ 98 
tulsidas

—Dios carece de forma, no posee ningún atributo, es in-


visible. Rama, para ti, es todo lo contrario... ¿cómo puede
ser eso posible?
—Lo que dice usted —respondió Tulsidas—, es comple-
tamente cierto, mas, por amor a Sus hijos, Dios se reviste
de forma y atributos, logrando por medio de ellos, desper-
tar nuestro amor hacia Él.
Y el Brahmín comprendió entonces esta simple verdad:
que nuestra sed necesita del río sólo un pequeño vaso de
agua y no todas sus infinitas olas que, si en conjunto lle-
garan hasta nosotros, sólo lograrían ahogarnos, pero no
calmar nuestra sed.
El mismo Rey Pratap, gran defensor de las tradiciones
de la India, fue discípulo suyo, y amante de sus enseñan-
zas, a las que seguía con sinceridad.
Cierta vez en que un Brahmín alzó de nuevo la voz di-
ciendo que “la historia de Rama, Dios encarnado, no debía
narrarse en lenguaje vulgar”, al ir a la choza de Tulsidas
con sus reproches, halló frente a la misma, custodiándola,
al mismo Dios Rama, junto con Hanuman...
Dios Padre Todopoderoso en bondad, llene de fuerzas
nuestras almas para que tengamos fe, confianza, humil-
dad, y podamos así, avanzar en el camino para hallarnos
delante de nuestro único Rey. La vida es breve, los peli-
gros incesantes, la alegría, engañosa y fugaz.
El seguir las enseñanzas de los Grandes de Espíritu,
nos conducirá, sin duda alguna, a la Paz.
_________

œ 99 
Surdas cantando al Señor Krishna.

œ 100 
Capítulo VIII

SURDAS

Surdas-Ji es uno de los santos más venerados en India


por todos los corazones devotos donde Dios Nuestro Se-
ñor esplende como joya diamantina hecho anhelo celeste.
Nació en el año 1478, en la aldea de Sihi, cercana a
Nueva Delhi. Sus padres, de la casta brahmánica, habían
tenido con anterioridad cuatro bellísimos niños de quie-
nes se hallaban sumamente orgullosos. Cuando nació Sur-
das, en cambio, todo este orgullo por sus cuatro primeros
vástagos se transformó en vergüenza y humillación frente
al quinto: ¡Surdas había nacido ciego!
Cuando un cuerpo físico descendía al mundo con algún
defecto, éste era considerado como un bote cuyo botero —el
alma— traía consigo un mal destino. Así pues, la infancia
de Surdas estuvo llena de desatenciones, castigos e indife-
rencia, no sólo de sus hermanos, sino hasta de sus mismos
padres que, como decíamos, consideraban a su quinto hi-
jo como un estigma en la familia.
Contaba apenas diez años, y era un niño triste y rele-
gado por todos, hasta que cierta vez, la mano del Señor
generosamente se hizo presente por medio de una compa-
ñía de bardos o juglares quienes, amigos de todos los ca-
minos, acostumbraban a visitar ciudades llevando a ellas
el inefable regalo de la música. Se detenían, pues, aquí y
allá, y cantaban. Tal fue la suerte de Surdas, que esa tarde,

œ 101 
santos y enseñanzas de la india

se detuvieron a escasos metros de donde Surdas lloraba


silenciosamente su infortunio. Escucharlos y sentir que el
Alma del Mundo lo visitaba, fue una sola cosa. Viajó su
corazón por el hilillo sutil de cada nota, y bebió la gota de
rocío de Kirtams y Bayans1 que se le ofrecían en el loto
sublime de esa nueva esperanza.
Era ya noche, cuando los músicos decidieron proseguir
su camino. Surdas no lo pensó dos veces, y marchó tras ellos,
guiándose, para seguirlos, por el sonido de sus voces y sus
risas. Donde los músicos iban, Surdas iba; donde éstos se
detenían, se detenía también el niño, ocultándose de ellos
mientras podía, por temor a ser nuevamente rechazado co-
mo lo fuera siempre, y a cada momento de su corta vida.
Así pues, en pocas semanas, aprendió muchísimas
canciones. Su oído musical era excelente, y su atención,
total. Es claro que esta situación de ocultamiento no po-
día durar demasiado tiempo. Así fue que, descubierto el
pequeño seguidor de los bardos por el jefe de los mismos,
fue amonestado, pues nadie quería verse comprometido
con un niño ciego, de modo que se le dijo que si continua-
ba siguiéndolos, éstos se verían obligados a castigarlo o
perderlo en algún lugar del cual resultase difícil salir para
reanudar nuevos seguimientos.
Cuando esto ocurrió, ya Surdas era un perito en el reci-
tado de los Kirtams, y un perito, además, cantándolos, pues
sabido es que los ciegos poseen gran poder de concentración.

1. Cantos devocionales.

œ 102 
surdas

Permaneció pues, en ese lugar, que era el de una aldea cual-


quiera, y cantaba cuando sentía aproximarse a alguien. Al-
gunos le ofrecían alimentos, otros, albergue.
Mientras tanto, el tiempo iba transcurriendo y Surdas
llegaba a los catorce años. Para ese entonces, además de
músico resultó ser un gran clarividente. Podía decir, con
precisión, dónde se hallaba cualquier cosa que se hubie-
ra extraviado, una persona, un animal, un objeto. En su
mente purificada por la falta de visión, él lograba “ver” con
claridad meridiana todo cuanto era imposible para aque-
llos que sí poseían visión para el mundo físico.
Cierta vez, el pequeño hijo de un Zamidar, esto es, de
un alto jefe de aquel entonces, se había extraviado. Para
Surdas fue muy fácil saber dónde se encontraba, y así se lo
expresó a su padre, quien, feliz a más no poder, al hallar
a su pequeño, obsequió a Surdas con una casa para que
viviera con todo confort... Es claro que el Zamidar no co-
nocía al alma del pequeño santo.
—He abandonado mi hogar —se dijo—, no por mi ce-
guera, ni por los malos tratos, sino para poder cantar a
Dios Nuestro Señor con todo mi corazón y con libertad...
Él envió esos bardos a buscarme, Él me quiere músico Su-
yo, de modo que huiré de esta casa, y me haré a los cami-
nos... ¡Yo sólo quiero cantar para Él!
Así pues, tomó su pequeña éctara —un instrumento mu-
sical sumamente humilde, que consta de una sola cuerda
colocada sobre una calabaza hueca—, y marchó lejos de
ahí, perdiéndose en mil senderos, deteniéndose en las al-
deas y cantando... cantando siempre y siempre para Dios.

œ 103 
santos y enseñanzas de la india

Él lo veía a través de la Forma de Krishna, el pastorcito


de Brindaván, el Niño Divino, la Sagrada Encarnación de
Vishnu, el Señor del Universo.
Cierta vez en que parecía volar en alas de la música,
fue a dar con su cuerpo en una especie de ciénaga de la
que era imposible librarse... Viendo que se hundía, y en su
desesperación, invocó la presencia de su amado Deva des-
de el fondo de su corazón... Casi instantáneamente, sintió
el calor de unos brazos pequeños que lo levantaban como
si fuera una pluma, para depositarlo suavemente sobre un
hermoso jardín cuyo césped era suave, y acogedor el per-
fume de sus flores.
—Niño, niño, ¿quién eres?, —interrogó Surdas con la
devoción estallándole en el alma, pues bien sabía de quién
se trataba.
—Soy tu Krishna, Surdas —dijo entonces la voz más dul-
ce del Universo, y agregó:
—Estás a salvo, y siempre lo estarás, pues Yo me hallaré
a tu lado en todo momento...
A partir de entonces, el músico-santo se convirtió en un
ser totalmente indiferente para las cosas del mundo. Se lo
veía andar por los caminos con una sola pregunta:
—¿Pasó por aquí mi Señor de Brindaván? ¿Han visto a
Krishna?
—Se ha vuelto loco —opinaban los materialistas, mien-
tras que otros veían en él la imagen del hombre enamora-
do de Dios, a quien seguían ya, por todos los caminos.
Se cree que Surdas compuso para su Dios, veinticinco
grandes tomos de canciones; otros opinan que ellos fueron

œ 104 
surdas

sólo siete; entre ellos, el llamado Sur-Sagar ocupa el pri-


mer lugar, seguido por el Sur-Saravali y el Sahitya-Lahari.
Se dice que el primero de los trabajos mencionados, el
Sur-Sagar, constaba de cien mil canciones. Muchas se
perdieron, algunas miles de ellas están todavía en boga y
son cantadas por todos los devotos.
Surdas pertenecía al culto Pushti, fundado por el Sabio
Vallabhacharya. Dicho culto considera a Krishna como la
Suprema Encarnación de Dios, y cree que a Él se lo puede
obtener sólo por Divina Gracia. Este sabio-santo inició a
Surdas en el Perfecto Amor a Dios Nuestro Señor, y lo hizo
Maestro de cantores en el Templo Srinatji, de Govardhana,
en Brindaván.
Permaneció allí por muchísimos años, cantando en el
Templo. Infinitas son las leyendas e historias que se cuen-
tan de Surdas, ocurridas durante su permanencia en ese
lugar. Pese a su ceguera, todos sabían muy bien que el
santo, en sus canciones, hablaba del color de la vestidura y
adornos con los cuales los Puyaris1 del Templo adornaban
la imagen del Señor, y así decía, ni bien tomaba su lugar
en la Casa de Dios: “Hoy mi Señor tiene una hermosa tú-
nica azul”, o bien, “Hoy mi Señor se halla vestido de rojo”...
y jamás equivocaba los colores.
Cierta vez, entre los más incrédulos, nació la idea de
jugarle una “mala pasada”.

1. Los Puyaris (de “Puya”: adoración), son los devotos que realizan
los rituales diarios en el Templo, y también cuidan de él.

œ 105 
santos y enseñanzas de la india

—No le pondremos túnica alguna —dijeron—, y vere-


mos luego qué pasa.
Ingresó pues, Surdas al Templo y se puso a cantar con
voz entristecida:

“Hoy el puyari se olvidó de ponerle ornamentos a mi Se-


ñor”.

Convencidos éstos de la visión divina que le había sido


conferida a Surdas, nunca más dudaron de su santidad.
El famoso emperador mogol Akbar, que oyera pronun-
ciar alabanzas con referencia a Surdas, quiso gratificarlo
regalándole una ciudad, a lo que Surdas respondió:

“El Universo entero pertenece a Krishna; ¿qué necesidad


hay de hacer una transferencia a mi nombre de un peda-
cito de tierra, siendo que yo, como Hijo Suyo, estoy lla-
mado a heredar el tesoro más grande, que es Su Amor?”

Surdas terminó sus días cantando en el Templo. Sus


devotos suman millones, aún en el presente.
¡Dios bendiga a los santos, Dios bendiga a Surdas,
quien elevó su corazón a la verdadera y sagrada “visión
espiritual”!
Su ceguera fue fortuna; no viendo con los ojos, pudo
ver, como nadie, con el alma.
_________

œ 106 
Capítulo IX

SAKHU

La milenaria ciudad de Karhad se erguía majestuosa


entre dos ríos: el Krishna y el Koyna. Vivía allí, hace unos
trescientos años, una joven maravillosa, profunda devota
del Dios Vishnu.
Sus labios siempre repetían el Nombre de su Señor, a
quien ella había entregado su corazón desde muy niña, de
modo que las tareas propias del hogar pasaban desaperci-
bidas por su alma pletórica de mística. En efecto, las rea-
lizaba de manera inconsciente, sin prestarle demasiada
atención: todo su Ser se hallaba inmerso en el recuerdo de
Hari, Nuestro Señor.
Como todas las niñas hindúes, fue desposada con un jo-
ven lugareño, a la edad de siete años. Al cumplir los quin-
ce, pasó a vivir definitivamente con su familia política.
Esta vieja costumbre de India, trata de salvaguardar la
moral y el futuro de los jóvenes, ya que, por su inexpe-
riencia en la vida pueden hallar compañías peligrosas, y
aún contraer enlace con personas poco dignas. Los padres,
pues, prefieren, buscando pareja a sus hijos e hijas, cuidar
también de su futuro, velando por ellos toda la vida, no
solamente durante los años de crianza.
En el caso de Sakhu, las cosas no fueron del todo bien.
Una suegra de carácter agrio, una cuñada mundana y un
marido sometido al poder materno, le hicieron la vida

œ 107 
santos y enseñanzas de la india

difícil. Siempre había acusaciones con respecto a las acti-


tudes de la santa devota, por parte de su cuñada:
—Madre —decía—, Sakhu permanece orando todo el
día, y descuida sus tareas hogareñas.
—Yo pondré orden en su mente —decía entonces la ai-
rada suegra, quien con castigos y regaños deseaba alejarla
de cuanto fuera Religión.
En una ocasión, incluso, destruyó una pequeña imagen
del Dios Vishnu por la cual Sakhu sentía profunda vene-
ración.
Ella, Sakhu, pedía a Dios le otorgara fuerzas para tole-
rar mansamente semejantes ignominias.
Cierta vez en que Sakhu iba a la fuente de la ciudad
en busca de agua, observó algo que la dejó extasiada: una
procesión de fieles que se dirigían al Templo de Vishnu,
Templo al cual, por años, había deseado con toda su alma
visitar.
No lo pensó dos veces. Dando los recipientes para el
agua a una vecina, se fue con la procesión, cantando el
Nombre de Dios. Nada anhelaba tanto en la vida, como
ver Su Imagen, y adorarlo en Su propia Casa.
Enterada su suegra de semejante actitud, cayó con todo
tipo de recriminaciones sobre su hijo, al cual ordenó que
fuera inmediatamente en búsqueda de su esposa. Éste, co-
mo siempre obediente a las órdenes maternas, la halló y
arrastró de los cabellos, azotándola durante el regreso
e insultándola con las peores palabras. Una vez en la casa,
ayudado por sus padres y hermana, la ató a un poste con
una rústica soga.

œ 108 
sakhu

—¡De allí no escaparás! —le dijo, mofándose de su de-


voción.
—Además —agregaron los otros—, permanecerá sin co-
mer, atada al poste, hasta que lo dispongamos.
Así pues, la pobre Sakhu, se hallaba triste y desvalida,
no por el castigo, sino por no haber podido dirigirse al
amado Templo.
—¿Qué haré Señor? —decía—. No me permiten orar, ni
visitar Tu Casa, mas yo te prometo que mientras perma-
nezca atada, sólo Tú vivirás en mi corazón...
...Y así fue, ya que con los ojos cerrados, lograba con-
templar el rostro de su Señor mucho más vívidamente que
cuando lo miraba con sus ojos físicos en la imagen amada.
Y ocurrió un milagro, que pasamos a narrar.
Sintió entonces Su Voz, que le decía:
—Sakhu, escúchame: al abrir tus ojos verás a una joven
idéntica a ti, que tomará tu lugar en el poste, para que
puedas visitar el Templo que tanto amas. Esa joven, se-
ré Yo mismo, transfigurado, Yo mismo quien, por amor
a una de Mis devotas, que eres tú, te dará la libertad que
deseas para tu peregrinación.
Y así fue. Sakhu, ya sin ataduras, voló, más que anduvo,
por el largo camino, cumpliendo el mandato de su Biena-
mado. Una vez en él, y contemplando el rostro sonriente
de su Señor, en el altar, y recordando Su aparición en su
propio hogar, se dijo muy dentro de su corazón:
—¡Señor mío, Te he visto! Ya no deseo vivir más, pues
todo cuanto pueda contemplar con mis ojos, manchará la
imagen santificada que ellos atesoran de Ti.

œ 109 
santos y enseñanzas de la india

Sakhu en el momento de ser liberada de sus ataduras por el amable


y compasivo Señor Vishnu.

œ 110 
sakhu

Y así, postrándose completamente ante el altar, dejó


yacer su cuerpo ante su Dios, y entregó la vida.
Un vecino suyo, al reconocerla, tomó a su cargo toda la
ceremonia de cremación, allí mismo, en el Templo, ya que
por lo distante que estaba de la ciudad, no podía esperarse
para realizar los funerales.
El mismo vecino depositó el cuerpo en su lecho de le-
ños secos, y vio cómo brotaba entre las llamas la purísima
flor de la blanca ceniza, mientras el almita de Sakhu as-
cendía feliz a Vaikuntha, el Cielo de Vishnu, su Señor.
La familia de Sakhu, mientras tanto, allá, en su hogar,
contemplaba a la joven atada al poste, y sin saber por
qué, sentían en sus duros corazones nacer una ternura in-
finita, como nunca habían tenido por ella, de modo que,
desatándola de su duro cautiverio, diéronse en colmarla
de caricias y alimentos.
Durante los días siguientes, en la casa, ella realizaba las
tareas hogareñas más perfectamente que nunca... ¡Nadie
sospechaba que era el mismo Vishnu quien moraba entre
ellos!
Cierta vez, en que la supuesta Sakhu recogía el agua de
la fuente de la ciudad, atinó a pasar junto a ella el vecino
que la cremara tiempo atrás en el Templo. ¡Ay! No podía
creer a sus ojos, no, esa joven no podía ser Sakhu. ¡Sakhu
estaba muerta! Él mismo la había visto fallecer, él preparó
la ceremonia de cremación, él esparció las cenizas al vien-
to. Y como su emoción era demasiado grande, desmayóse
allí mismo, a los pies de la supuesta joven.
Vishnu, entonces, se dijo:

œ 111 
santos y enseñanzas de la india

—Creo que los parientes de Mi devota, nunca más abu-


sarán de ella. Debo retornarla a la vida, ya que la lección
está aprendida.
Y así fue, pues quien regresó a casa de su esposo esta
vez, era la misma Sakhu, en el cuerpo que ocupara Vishnu
todos esos días. El vecino, y todos cuantos acompañaron
a Sakhu en la ceremonia de cremación, juraban que había
muerto. ¿Cómo entonces, podía de nuevo hallarse viva?
Sakhu explicó:
—Es cierto. Yo pedí morir ante el altar de mi Señor, y
así fue, ascendí luego a Vaikuntha, el Cielo, y moré allí,
en medio de felicidad indescriptible, hasta que mi Señor,
hablando dentro de mi alma, me dijo que debería estar
nuevamente con ustedes. Mi tarea será despertarlos a la
Fe en Dios, al Amor, a la dulzura.
—¡Oh! —dijo entonces su suegra—, ¡ahora comprendo
por qué, al desatar su cuerpo del poste, sentí que todo mi
espíritu se transformaba en mieles!
—¡Cuánto me arrepentí de haberte golpeado! —dijo su
esposo.
—Y yo, de haberte acusado y maltratado —dijo su cu-
ñada.
—Es porque Él, al estar entre ustedes, les llenó de Amor
el corazón —dijo entonces Sakhu—. No era yo, era Él,
quien vino a fin de transformar este hogar en un canto de
armonía...
Durante años, la casa de Sakhu fue considerada sagra-
da. Iba la gente allí, para beber del milagro que tuviera
lugar.

œ 112 
sakhu

—Dios protege a los que Lo aman —decía Sakhu—.


¡Amad a Dios con todo vuestro Ser y veréis cómo Él se os
revela en forma de Bienaventuranza!
Centenares de años han pasado, pero... aún continúan
los peregrinajes a la antigua ciudad de Karhad, donde vi-
viera esa gran devota de Vishnu. Un manantial, cuando
surge de las entrañas de la tierra con su agua purísima, da
vida a cuantos se acercan a beber de sus aguas.
Un alma, enaltecida por el Amor a Dios, comunica la
sagrada ambrosía de la Devoción a todos sus hermanos,
llenando sus corazones de sagradas mieles.

_________

œ 113 
Chokamela cantando Kirtams al Divino Señor

œ 114 
Capítulo X

Chokamela

Se dice en las Sagradas Escrituras de las Grandes Re-


ligiones, que Nuestro Señor, en Su infinita bondad, se ma-
nifiesta a Sus hijos teniendo en cuenta que no todos ellos
poseen la misma purificación mental para Realizarlo. Así,
para los hombres de mucha elevación, para los que se han
realizado interiormente y hallado su Yo-Esencia, Él es lo
Inmanifestado y Absoluto. Para otros, Él es un Dios In-
manente —no Trascendente, como en el primer caso—, un
Dios que se halla en todos y en todo, un Dios y Su mundo.
Para una tercera categoría de seres humanos, Él es un Dios
personal, habla con ellos, puede comer, caminar, aconse-
jar a sus hijos. Esta última tal vez sea la característica más
amada por Sus devotos. Él es, así, fácilmente conquistable
por la devoción que demuestran sus Bhaktas1, cuando ven
que Él, como una Aurora Divina, se presenta en sus vidas
para iluminarlas completamente. Recordemos en la reli-
gión cristiana las miles y miles de apariciones de la Vir-
gen María, de los santos, ángeles, arcángeles, desde Saulo
—Pablo—, hasta los pastorcitos que hablaban con la Virgen
de Fátima.

1. Devotos.

œ 115 
santos y enseñanzas de la india

Existe en India, en la ciudad de Pandharpura, una tum-


ba frente a un inmenso Templo erigido en honor del Señor
Vishnu. Millones de devotos se inclinan con reverencia y
muchísima devoción frente a la tumba mencionada pi-
diendo a Dios para sus corazones un poquito siquiera de la
inmensísima devoción que florecía en el alma del hombre
cuya tumba se venera hasta el día de hoy.
La misma pertenece a un “intocable”, un fuera de casta
de acuerdo a las leyes hindúes; sin embargo, este “intoca-
ble”, era muy amado por Dios, pues su devoción por Él era
infinita. Nacido como Paria, le estaba prohibido ingre-
sar en Templo alguno; él, por su cuenta, en la silenciosa
intimidad de su corazón, amaba profundamente al Dios
Vishnu, deambulaba y se postraba a diario por inconta-
bles horas alrededor del sagrado recinto, luego de sus ba-
ños rituales en el río Bhima, mientras soñaba con todo su
ser alcanzar la perfección en el Amor Supremo a fin de
merecer la presencia real de dicho Dios en su camino.
Para alimentar su devoción, cantaba Kirtams y Bayans
frente al Templo, si bien ridiculizado y herido continua-
mente por el sacerdote del mismo, a quien molestaba pro-
fundamente que un Paria se tomara tan a pecho cuestio-
nes de religión, pues sabido es que todo eso le está negado
a los sin casta.
Cierta vez, nos cuenta la historia, a fin de dar una lec-
ción de humildad al sacerdote Brahmín, hizo su aparición
ante el santo el mismo Dios Vishnu, quien, tomándolo de
la mano, lo introdujo al Templo, llevándolo delante del

œ 116 
chokamela

Sanctum Sanctorum. Pasó pues Chokamela cantando sus


Kirtams durante toda la noche a los pies de su Gran Ama-
do. Ya de mañana, hizo su aparición el orgulloso sacerdote,
quien no podía creer lo que veían sus ojos: ¡el Paria sen-
tado en el interior del Templo, cantando arrobadamente
frente a la imagen del Dios! Una tormenta de insultos ca-
yó sobre el pobre Chokamela, quien fue arrastrado hasta
la salida, y además, castigado: a partir de ese momento, se
le prohibía vivir del lado del río Bhima donde se hallaba
el Templo. Con su familia, pues, se estableció en la otra
orilla, bien lejos del Templo de Vishnu.
Apesadumbrado, pero obediente, el santo estableció su
nuevo hogar en el lugar que se le indicara. Sabido es que
las chozas hindúes, hechas con hojas de palmera, algunas
maderas encontradas al azar, etc., son fáciles de construir.
Esto les basta a los pobres, ¡y a los Bhaktas!, para vivir; a
los Bhaktas, porque todo el tesoro del universo lo llevan
en el corazón. Allí está Nuestro Señor, el Rey del mundo,
a quien ellos veneran. Todo lo demás es ilusión... Y a me-
nos que se sea un iluso, no se debe pactar con esa clase de
bienes fugaces.
Así pues, Chokamela se consolaba desde la otra orilla,
observando las cúpulas del Templo y escuchando con el
viento como aliado, el dulce sonar de las campanas que
llamaban a los fieles desde el alba.
El Dios Vishnu quiso dar otra lección a su orgulloso
sacerdote. Fue pues a merendar en la humilde huta de su
devoto Chokamela. Allí estaban pues, Vishnu y su amado

œ 117 
santos y enseñanzas de la india

santo, cuando atinó a pasar el Brahmín de nuestra his-


toria. Mientras la esposa de Chokamela servía los platos,
su afán por hacer las cosas bien frente al Señor, la llevó
a esmerarse de tal modo, que precisamente hizo lo con-
trario, derramando algo de curri y otros alimentos sobre
el maravilloso ropaje del Dios Vishnu. Chokamela repren-
dió a su esposa por haber manchado el atuendo celestial
de tan distinguido huésped. Mientras tanto, el sacerdote
Brahmín, que se había ocultado para espiar lo que acon-
tecía en la choza de Chokamela, al no ver a nadie sentado
en el lugar del Dios, pensó para sí mismo: “Me han descu-
bierto espiando, y por ello Chokamela se está burlando de
mí”. Furioso, acometió a golpes e insultos contra el santo,
al cual llenó de moretones. Luego de esto fue al río a puri-
ficarse por haber puesto las manos sobre un intocable.
Tiempo después, cuando el Brahmín ingresó al Templo,
pudo ver la imagen del Dios Vishnu manchada con curri y
otros alimentos, y su rostro morado por los golpes que él
había prodigado a Chokamela. Atónito y asustado, cayó de
bruces ante la imagen pidiendo perdón por lo que había
hecho. Comprendió en un instante que se hallaba persi-
guiendo a un verdadero santo. Supo que fue Vishnu quien
recibió los golpes de sus manos, ya que en India se dice
que Dios recibe todo el mal que se le quiere hacer a Sus
devotos, a fin de proteger a éstos contra toda calamidad.
No bien hubo orado con todo fervor, para ser perdonado,
las marcas desaparecieron del rostro de la imagen, así co-
mo también las manchas de su ropaje. Chokamela predicó

œ 118 
chokamela

entonces en el Templo el amor a Nuestro Señor sin ser


interferido ya por el sacerdote Brahmín, que se constituyó
en uno de sus más brillantes discípulos.
Al morir Chokamela, sus restos fueron arrojados al río
Bhima, junto con los de otras personas también fallecidas.
Mientras esto ocurría en Pandharpura, el santo Namadeva,
que vivía en otro lugar, recibía la visita del Dios Vishnu.
—Quiero —le dijo Vishnu—, que vayas hasta el río Bhi-
ma y recojas los restos de Mi devoto Chokamela. Luego, le
levantarás su tumba en el lugar donde él acostumbraba a
cantar sus Kirtams para Mí, delante del Templo.
—Pero Señor —dijo Namadeva—, ¿cómo reconoceré
cuáles son los restos mortales de Chokamela?
—Es muy sencillo —repuso el Dios—, sus huesos están
llenos de música, todo su cuerpo es una caña que sólo can-
ta Mi Nombre. Ve y presta atención: el cuerpo que canta
Kirtams en adoración Mía, ese es el cuerpo de Mi devoto.
Así lo hizo Namadeva, comprobando que uno de los
numerosos despojos que flotaban sobre el río se hallaba
poseído por el más exquisito perfume del incienso, y que,
además de esto, de cada parte suya se elevaba un canto ce-
lestial que nombraba al Señor Vishnu. Namadeva, enton-
ces, los tomó con profundo respeto e hizo lo que el Dios
Vishnu le pidiera; elevó una tumba allí, donde Chokamela
entonara, en los días pasados, mañana tras mañana, can-
ciones para el dulcísimo Dios del Universo.
Aún hoy, como decíamos al principio, el recuerdo de
Chokamela, es fuente de inspiración para millones de

œ 119 
santos y enseñanzas de la india

devotos que visitan día tras día el Templo del Señor Vish-
nu en la ciudad de Pandharpura, anhelosos de conquistar
para sus corazones el tesoro más preciado de los Hombres
Despiertos: la devoción a Dios, la devoción al Ser, a ese
Reino Interior que el Señor piadosamente dejara en nues-
tros corazones.

_________

œ 120 
Capítulo XI

PUNDALIK

La maravillosa religión hindú, da a todos los seres


humanos la inefable posibilidad de transmutar sus vidas
mundanas en las purísimas Sendas donde las flores de
la Mística abren sus corolas. Tal, por ejemplo, el caso de
Pundalik, un gran pecador, como San Agustín cristiano,
regenerado luego, y convertido en ejemplo máximo de pu-
reza y rectitud.
Pundalik es un santo profundamente amado en Ma-
harashtra, un territorio de India de larga fama por sus
Templos, y como decimos, por sus santos, de cuya hueste
Pundalik forma parte.
Amante de los juegos de azar en su juventud, dilapida-
ba sin ton ni son la fortuna de sus padres, y como si esto
fuera poco, no demostraba la menor consideración hacia
sus progenitores, haciéndoles blanco de insultos y malos
tratos continuamente.
Cansados y profundamente entristecidos por este hijo,
cuya conducta era la vergüenza de sus vidas, la pareja de
ancianos decidió alejarse de su hogar y peregrinar hasta
Kashi, un centro sagrado, a fin de buscar consuelo en los
Devas por la amargura que les llenaba el corazón.
Enterado Pundalik de la ausencia de sus padres, hizo
poco caso de ello, pensando que sus conocidos le seguirían
entregando todo el dinero que pidiera... Tarde comprendió

œ 121 
santos y enseñanzas de la india

que ello no sería así. Estos, ni bien supieron que la pareja


de nobles ancianos ya no se encontraba en la ciudad, no
tuvieron para Pundalik sino palabras de recriminaciones
por su mal comportamiento, y, por supuesto, no le entre-
garon ni una sola rupia.
Acudió entonces Pundalik a sus amigos, pero éstos,
como los primeros, dábanle vuelta el rostro, pues el des-
dichado y equivocado joven nada poseía de valor; era un
don nadie, empobrecido, y, ahora, profundamente arre-
pentido del mal que causara a sus progenitores.
—Mis padres —se dijo—, fueron los únicos que realmen-
te me amaron. Los demás, sólo mientras poseía dinero pa-
ra dilapidarlo en fiestas y juegos, mas, cuando me quedé
sin ellos, del resto sólo conocí la espalda... ¡Qué gran equi-
vocación he cometido! Y ahora... ¿qué podré hacer?
Dolorido espiritualmente, tambaleando por los cami-
nos, presa del más profundo arrepentimiento, y sin saber
qué hacer, decidió, por fin, correr en pos de sus padres, y
marchar hacia Kashi para pedirles perdón por todas sus
faltas y cuidarlos y protegerlos el resto de su vida.
Pernoctó en su marcha, cierta vez, en el claro de un
bosque, donde tuvo lugar un milagro; en efecto, vio llegar
hasta la choza de un santo, que moraba en los alrededores,
a tres damas oscurísimas, cuya piel parecía la imagen de la
misma noche. Estas, ni bien estuvieron en el Kutir —esto
es, la morada del santo—, se pusieron a asearlo con esco-
bas, paños y todo cuanto hallaban a su paso. Una de ellas
fue hasta un pozo cercano en busca de agua; la otra, sa-
có malezas, cortó la hierba que crecía afeando la humilde

œ 122 
pundalik

casa; y la tercera, escoba en mano, llevóse lejos el polvo de


caminos y morada. A medida que iban realizando dichas
tareas... ¡oh milagro!, la piel de sus cuerpos íbase tornan-
do más y más blanca, hasta que toda oscuridad desapare-
ció de ellas...
Intrigado por lo que presenciara, Pundalik se acercó a
ellas para preguntar quienes eran, mas estas, al verlo, re-
trocedieron espantadas, como si se hallaran frente al más
grande criminal.
—¡Aléjate de nosotras! —dijeron a coro—. ¡Vete lejos,
oh pecador entre pecadores! Has destruido la vida de tus
padres, has dilapidado su fortuna, los desconociste y he-
riste como el hijo diabólico que eres... ¡No queremos verte
ante nosotras! ¡Largo de aquí!
Pundalik cayó de rodillas ante las damas, llorando des-
consoladamente, completamente arrepentido por el mal
que causara.
Movidas por la compasión, las tres extrañas damas le
dijeron:
—Somos el alma de los tres ríos sagrados de India: el
Yamuna, el Ganges y el Sarasvati. Todos los días se sumer-
gen en nuestras aguas innumerables pecadores que buscan
purificarse realizando ritos y ofrendas a los Devas. Cuando
finaliza el día, nos hallamos tan maculadas, tan tristes, y
con tanta carga de males, que nos tornamos oscuras. De
ello nos libera el estar aquí. Esta es la choza del Sabio
Kukkut; aseándola con esmero, y cuidando de la morada
del Sabio, nosotras nos tornamos nuevamente blancas. Ya
sabes, pues, quiénes somos, y qué hacemos aquí.

œ 123 
santos y enseñanzas de la india

—Por favor —dijo entonces Pundalik—, escúchenme.


He sido cruel, y he tratado mal a mis padres; pero de todo
eso estoy profundamente arrepentido. ¡Les ruego por el
amor de Dios, me digan cómo y qué debo hacer para que
mi conciencia reconquiste la paz perdida!
—Bien —dijeron las almas de los tres ríos—; deberás
permanecer aquí, hasta que el santo Kukkut salga de su
trance, pues ahora se halla en meditación. Cuando des-
pierte, pídele consejos y él, que de todos tiene conmisera-
ción, te orientará sobre lo que debas hacer.
Siguió Pundalik este consejo al pie de la letra, y luego
de salir del estado de profunda meditación en el cual se
hallaba, el santo le dijo lo siguiente:
—Corre a Kashi. Tus padres están en camino todavía,
pues siendo ancianos, se mueven lentamente. Pídeles per-
dón por tu vida pecadora, y dedícate a servirlos y cuidarlos
desde ahora y para siempre, como si fueran Dios sobre la
Tierra para ti...
Volando más que andando, en alas de una nueva espe-
ranza espiritual, anduvo Pundalik por varios días, hasta
que por fin divisó a sus padres y llegó hasta ellos. Cayendo
a sus pies y abrazando a ambos, les prometió que todo se-
ría diferente a partir de ese momento.
Y así fue. El servicio a sus padres fue su religión, y a tal
punto lo hacía, que su mente impura alcanzó, con el paso
de los años, la inmaculada esencia del más fino cristal: el
mismo sol podía reflejarse en ella sin que la menor mácula
detuviera sus rayos. Luego, desde Kashi, decidieron mar-
char hacia Pandharpura, lugar en el cual, Pundalik, con

œ 124 
pundalik

todo esmero, construyó una humilde casa para ellos, a la


cual no le faltó ningún elemento necesario para el confort
de los dos ancianos.
Cuando no se hallaba sirviéndolos, leía los Libros Sa-
grados, y trataba de comprender el maravilloso Mundo
Celestial, donde moran los Devas y las almas virtuosas.
Tan recto y tan bueno era, tan grande había sido su
metamorfosis, que todos en el lugar lo conocían como el
mejor de los hijos, el alma de mayor santidad de los con-
tornos, el amigo de todos, el dulce y abnegado Pundalik.
Su Deva más amado era Krishna, en quien meditaba
constantemente, y por quien sentía profundísima devo-
ción.
Y... como el Amor o Bhavana atrae inexorablemente al
Deva sobre quien se derraman las mieles del corazón, el
Divino Señor Krishna mismo se presentó ante Pundalik
un día y le dijo:
—¡Oh Pundalik!, veo que te has transformado en el me-
jor de los hijos, y veo también con sumo agrado que eres
uno de Mis grandes devotos. ¿Qué don puedo ofrecerte?
Pundalik, que se hallaba frotando los miembros de su
anciano padre, dijo entonces al Señor:
—Estoy ahora sirviendo a mi padre, y ni aún por Tu vi-
sita puedo dejar la tarea que estoy realizando. Pongo a Tus
pies este ladrillo, que es el único asiento que puedo ofre-
certe, tan pobre como soy.
—Y... ¿qué quieres que haga con él? —preguntó Krishna
sonriente, Krishna, que es la imagen misma de la conside-
ración y de la alegría.

œ 125 
Pundalik en el momento en que, mientras se hallaba atendiendo a
su padre y a su madre, se manifiesta el Señor Krishna quien, a pedi-
do del mismo Pundalik, se convierte en una imagen de piedra para
permanecer por siempre en ese lugar.

œ 126 
pundalik

—Lo que deseo —dijo entonces Pundalik, trémulo de


emoción, de amor, de devoción por su Deva bienamado—
...lo que deseo es que nunca, pero nunca, te alejes de aquí,
lo que anhelo es que te quedes para siempre, que te pueda
ver siempre como te veo ahora, mi Señor adorado, para
que me bendigas día a día con Tu dulce imagen, y pueda
yo, a través de ella, ser más bueno y mejor cada día...
Y Krishna le respondió, sin dejar de sonreír:
—¡Así será, Pundalik! Nunca, pero nunca, me iré de este
sitio, y tú podrás verme siempre.
Luego, como magia divina, como milagro del Cielo, la
figura de Krishna se convirtió en piedra, sobre el ladrillo
que le fuera ofrecido como asiento.
Si pudiéramos en este precioso instante, viajar a India,
veríamos un hermosísimo Templo, construido a orillas
del río Chandrabhaga, en la ciudad de Pandharpura, y
en él, la imagen de Vithoba, o Vishnu, o Krishna, la vieja
imagen de piedra que Pundalik viera el lejano día en que
fuera visitado por su Deva. Este es sitio de peregrinacio-
nes constantes en India, lugar en el cual todos bendicen
el que haya morado en él aquel hijo que fuera un agravio
para sus padres, y que por piedad y misericordia divinas,
se transformara en un alma santa.
¡Benditos sean los Devas! ¡Bendito sea Dios Nuestro
Señor, Padre de todos ellos y de nosotros! ¡Bendito por
Su constante Amor, que hace posible que a toda noche le
suceda el radiante día, a toda hoja marchita, la gracia de
los nuevos brotes! ¡A toda aridez, le espera una rosa, a to-
do invierno, se le regalan luego primaveras! El hombre es

œ 127 
santos y enseñanzas de la india

hijo inmaculado de la virtud, y cuando “cae”, cuando no


se sienta como príncipe en su carroza de estrellas, es sim-
plemente porque está buscando entre las sombras nuevas
hebras de luz con las cuales tejerse un manto más lumino-
so todavía.
Hemos de vestir constantemente nuestros corazones
de alegría; la tristeza no es sino quimera e impostura: todo
el Reino de Dios es hijo de la Bienaventuranza, y todo es
música y armonía sumas.
Hay algunas llaves que podemos tener para ingresar al
Reino de los Cielos. Una de ellas es la lectura constante de
los Textos Sagrados. Ellos higienizan nuestras mentes, y
poco a poco nos vamos transformando en criaturas bellas
a los ojos del Padre.
Otra de las llaves es Satsanga1 espiritual, es decir, es-
tar siempre en compañía de quienes santifican nuestras
almas. Esta compañía es, por cierto, muy difícil de hallar.
Quienes no logran encontrarla, pueden permanecer a so-
las con sus sagradas meditaciones. Es más conveniente el
reino de la soledad que el del ruido disfrazado de “conver-
saciones amenas”, que no son tales, pues nada que no nos
direccione hacia el Ser, puede considerarse valedero.

1. Satsanga es la compañía del Ser Divino —o Âtman— que mora


en mí. No compartirme con los caprichos de mi ego personal, no se-
guir sus pulsiones y deseos. Esto último —si lo hago— me sumerge
en Mâyâ, la ilusión del Tiempo-Mundo, y termina dándome con-
ciencia tan sólo del mundo material.

œ 128 
pundalik

La Realización Espiritual tiene lugar solamente dentro


del corazón humano: ella no es hija de las discusiones, el
intelecto desmedido, la mucha palabra, sino flor que se
abre cuando el alma se halla pletórica de Amor por Dios,
por Sus criaturas, por el Camino.
Hemos visto, en la vida de Pundalik, cómo, a través del
Amor bien comprendido, puede una persona realizarse es-
piritualmente. Dios nos espera a la vuelta de cada esquina
para darnos el abrazo inmenso que nos conduzca a Su In-
finito. Pero hemos de llegar a Él envueltos en la pureza y la
simplicidad. Eso es lo que cuenta.
Que nuestros pasos futuros puedan ser esos pasos divi-
nos de los que retoman para siempre la Senda de la Vida
Verdadera.

_________

œ 129 
PARTE II

RELATOS DE SANTOS
Capítulo I

MIN, EL QUE DUDABA

Min amaba a su Maestro, pero no lo amaba. Quería su


monasterio, pero no lo quería. Se sentía muy bien con sus
compañeros, pero no se sentía nada bien con ellos, y cuan-
do iba al mundo seguro de su pasión por él, no bien calma-
ba su sed en las aguas de algún pozo lodoso, regre­saba rá-
pidamente al monasterio, seguro de su rechazo al mundo.
Y otra vez, hoy amaba su vida de plegarias y me­ditaciones,
para aborrecerla mañana y regresar a la Casa de Mâyâ.
Min tenía un pie en el cielo y otro asentado sobre la
tierra. Con un oído escuchaba los rumores de la ilusión,
con el otro el llamado celeste. Con uno de sus ojos, con­
templaba extasiado todas las formas bellas; con el otro,
sólo el rostro de Nuestro Señor. Su corazón latía de la mis-
ma manera para todo: un latido para los pies, otro para
las alas... uno para lo perecedero y corruptible, otro para
lo arcano y eterno. Una veleta se movía mucho menos que
la mente de Min. El mar lo honraba como su Maestro, y
el viento, nunca quieto, e inconstante, lo nombraba con
reverencia como su Guru.
Min era día y noche, era camino hacia adelante y cami­
no hacia atrás. Iba y venía de la oscuridad a la luz y de la
luz a la oscuridad. Le atraían los dos mundos con la misma
intensidad que a una tortuga le atraen la tierra y el agua.
En su cuarto del monasterio era extremadamen­te pulcro

œ 133 
santos y enseñanzas de la india

y aseado. En realidad, el cuarto suyo era un dechado de


prolijidad. Tal vez porque Min se esmeraba con el piso y
las paredes del mismo, inconscientemente, como hubiera
querido esmerarse con su propia mente y establecer allí
el orden que le faltaba. Nadie jamás lo vio serio; siempre
sonreía. Era atento y bondadoso, más allá de su naturale-
za dual, lo que lo hacía simpático a los ojos de todos sus
compañeros y superiores, que eran para con él la misma
encarnación de la paciencia.
Cierta vez, Min se dijo:
—Ahora sí, estoy absolutamente seguro de que esta vida
dentro del Monasterio es absurda y una pérdida de tiem-
po. Mejor regreso al mundo del cual jamás debería haber
salido.
Y se fue a la ciudad a llenarse con ella los bolsillos de
sus ilusiones. Como era de esperar, la hartura lo alcanzó
pronto, y comenzó a extrañar a sus compañeros del Mo-
nasterio.
—Aquello sí que era vida —se dijo, o mejor dicho, se
desdijo—. Mejor regreso allá, pues esto de vivir en el mun-
do es una dilapidación inútil de la energía, y no sirve para
nada.
Y así, rápidamente se puso en marcha hacia el lugar
bendito, como lo hacía siempre, loco de contento y seguro
de haber escogido correctamente.
Entonces los Dioses se dijeron:
—Es una criatura difícil. No se encuentra bien en nin­
guna parte, no podemos hacer de él un ser de la tierra ni
tampoco uno del cielo. Es menester darle unas cuantas

œ 134 
min, el que dudaba

lecciones, de modo que aprenda lo que debe hacer para


colaborar con su crecimiento interior.
Y dicho y hecho, pusieron manos a la obra.
Estuvo un breve tiempo en el Monasterio, y como ya
era su costumbre, volvió a salir de él.
—Esta vez me casaré —se dijo al abandonarlo— y seré
un dueño de casa, esto es, un Grihastha.
Como era muy dado a las aventuras amorosas, le fue
sumamente fácil inge­niárselas para conseguir una com-
pañera. Esta era una joven muy bella de la cual se había
prendado sinceramen­te. Mas, un día le decía “te quiero”
para negárselo rotun­damente al siguiente. De igual ma-
nera, entre sus “no” y sus “sí”, fue establecida la fecha de
la boda.
El día fijado llegaron los sacerdotes, se preparó el fuego
sagrado, y ya en plena ceremonia sucedió algo extraño: la
joven daba un paso adelante —de los siete pasos rituales—
y daba otro atrás. Min se sintió suma­mente disgustado
con esta actitud, pero como es de supo­ner, en medio de la
ceremonia se guardó muy bien de expresar sus sentimien-
tos. De todos modos, esta finalizó sabe Dios cómo, pues
ninguno de los presentes hubiera podido decir a ciencia
cierta si el casamiento había finali­zado, o había sido in-
terrumpido por la mitad sin terminar. La coronación con
las guirnaldas, no se había efectuado, pues, la joven, al ex-
tender los brazos para enlazarla al cuello de su bienamado,
juzgó más oportuno depositarla sobre un banquillo aleda-
ño, del cual la tomó nuevamente para regresar a ponérse-
la, arrepintiéndose a último momento y saliendo hacia los

œ 135 
santos y enseñanzas de la india

jardines con la guirnalda en mano. Cuál fue el destino de


las desdichadas flores, y en qué lugar terminaron, nadie
podría decirlo. Eso sí, no lo hicieron en el atribulado cue-
llo de Min, quien se hallaba sumamente disgustado.
—Le expresaré mi desagrado por la situación apenas
termine todo esto —se prometió, pero no pudo hacerlo,
pues si bien la joven había subido al carruaje matrimonial
que los esperaba, descendió del mismo rápidamente y se
perdió en el laberinto de las calles del pueblo.
—¿Estoy casado o no estoy casado? —se interrogó Min
presa de angustia.
—La verdad, es que ni yo mismo lo sé —finalizó.
Y para calmar la desazón que lo embargaba decidió vi-
sitar a unos amigos, pero se arrepintió por el camino, eli-
giendo en vez, pasar el resto de ese día a la orilla de un río.
En eso estaba, cuando fue asaltado por dos ladrones.
—¡La bolsa o la vida! —dijo uno de ellos.
Y el otro agregó:
—¡No! ¡Mejor la bolsa que la vida!
Y el otro:
—¡No! ¡Mejor la vida que la bolsa! Matémosle, ya que
nos ha visto el rostro y puede denunciarnos.
—No lo hagamos. Es preferible hurtar antes que matar
—repuso su compañero.
Y como el primero no estuviera de acuerdo, se trenza-
ron en una feroz batalla entre ambos, cosa que aprovechó
Min para correr y escurrírsele a ambos ladrones.
En su alocada marcha, cayó en una zanja y se hirió ma-
lamente una pierna. Como pudo, llegó hasta un hospital.

œ 136 
min, el que dudaba

—Estoy herido y necesito cura —dijo a una enfermera


que hallara en la puerta del mismo.
—Espere usted un instante —repuso la enfermera, ro-
gándole toma­ra asiento en la Sala de Guardia. Y se dirigió
al interior de una de las numerosas habitaciones del noso-
comio. Regre­só precedida por un médico que examinó de
inmediato sus contusiones.
—Esto es muy feo y habrá que operar —comunicó a Min,
agregando:
—Para ello debo consultar con otros colegas.
Y fue por ellos, regresando con dos más.
El primer médico, luego de auscultar el miembro heri­
do, dijo:
—Es una infección, y habrá que amputar la pierna.
El segundo dijo:
—No estoy de acuerdo. Esto es más que una amputa­
ción, pues el cuerpo entero participa ya de la infección
de modo que comenzaremos con una cirugía cardíaca a
fin de poner fuerte al corazón para que resista tamaña
cala­midad.
Y cuando le llegó el turno de opinar al tercero:
—Yo lo internaría en observación, luego de curar la he­
rida, por tiempo indeterminado a fin de observar el proce­
so que vaya siguiendo el mal.
Como no lograban ponerse de acuerdo, y cada quien
aseguraba que su punto de vista era el correcto, las voces
iban en aumento y para nada se acordaban de Min, quien
más rápido que ligero ganó la calle seguido por la enfer-
mera.

œ 137 
santos y enseñanzas de la india

—No es nada grave —le dijo esta. He visto heridas peores


que no necesitaron ni de un yeso siquiera. No tiene nada
roto, es sólo un tajo profundo. Láveselo con alcohol y pón-
gase este ungüento. Verá que se cura con rapidez... Es claro
que nadie sabe... a lo mejor es conveniente amputar...
Pero ya el desdichado Min no la escuchaba, pues, ren-
gueando y todo, echó a correr más rápido que el viento.
A los pocos días, estaba completamente curado y deci­
dió entonces, regresar por centésima vez al Monasterio.
—Nunca debí abandonarlo. La vida en el mundo está
llena de incertidumbres —se dijo, agregando:
—Allá está la luz. ¿Cómo pude ser tan ciego como para
ausentarme de él?
Y retomó alegremente el camino hacia su hogar espiri­
tual.
Antes de llegar, y restándole todavía un buen trecho,
sintió hambre. En ese mismo momento vio una casa asen-
tada a un costado del sendero
—Iré a pedir algún alimento en esa casa —se dijo, diri­
giéndose hasta ella.
Llamó a la puerta y aguardó:
—¿Quién es?, —preguntó alguien desde el interior.
—Un viajero que ruega por un pedazo de pan. Voy al Mo-
nasterio del Maestro Kam, tengo aún un largo trecho que
recorrer, y me siento débil a consecuencia del ham­bre.
—Espera y te lo daremos —le contestaron.
Min se sentía feliz y aguardó alegremente. Entonces
salieron dos viejecitas del interior de la casa. Una llevaba
frutas y la otra una fuente con chapatis.

œ 138 
min, el que dudaba

—El chapati se come con salsas, pero como no tenemos


ninguna, puedes hacerlo con estas frutas —repuso la más
anciana de las dos.
—No —dijo la más joven. Come primero el chapati solo
y luego la fruta.
—¿Cómo es eso? —arguyó la primera—. ¡Primero las
frutas, luego el chapati!
—¡Que no!
—¡Que sí!
—¡Que sí!
—¡Que no y mil veces no! ¡Primero las frutas y luego el
chapati, cabeza de asno!
—¿Yo, cabeza de asno? ¡Entonces tú, cabeza de jamelgo
que ya nada recuerdas, candidata como eres a las legiones
de Yama!
En medio de la discusión, una de ellas dijo:
—Tan bien como estábamos... ¡Si no hubiera sido por
ti, vagabundo hambriento, esta discusión jamás se habría
alzado entre nosotras dos!
—Merece un escarmiento por ello —repuso la segunda.
Y dejando a un lado ambos platos, se abalanzaron con-
tra Min esgrimiendo sus bastones y golpeándolo donde
con­seguían hacer blanco.
Min se las arregló para salir huyendo, pero sin haber
podido evitar que dos o tres golpes propinados le alcan-
zaran a la espalda. Contuso y ham­briento, siguió andando,
profundamente apesadumbrado.
—No sé lo que ocurre alrededor mío. Últimamente, pa­
reciera que nadie logra ponerse de acuerdo con sus seme­

œ 139 
santos y enseñanzas de la india

jantes... ni consigo mismo... Y entristecido como nun­ca,


llegó por fin al Monasterio. Ya en el interior del mismo, su
Maestro Kam lo observó seriamente.
—No mereces que te permitamos el ingreso nuevamen­
te —le dijo, agregando:
—Espero que esta sea la última vez.
Iban camino a la habitación de Min, cuando súbitamen­
te, su Maestro se detuvo:
—¿Y si no fuera esta la última vez, sino una de las tan­tas
veces que vas y vienes? —dijo.
—No, no puedes estar ya entre nosotros. Es mejor que
regreses por donde has venido. La vida aquí dentro no es
la que te corresponde. Todavía bulle el mundo en ti y de-
bes marcharte con él.
Y dicho y hecho, lo acompañó a la puerta de salida.
Estaban llegando a ella, cuando Kam volvió a detener­se.
—Es claro que es la confianza en el cambio de las cria­
turas humanas lo que atrae a los Budhas de Compasión
hasta este perdido planeta... Si no fuera por ello, no existi-
rían Maestros. Nosotros, más pequeños que los Perfectos,
debemos seguir sus huellas, de modo que puedes quedar-
te... Y volvieron sobre sus pasos, pero no sobre muchos de
ellos, pues una nueva duda, —o un nuevo razo­namiento—
asaltó la mente de Kam.
—¡Es claro que nuestras Escrituras son bien claras en
un caso como el tuyo! El Bhagavad Gîtâ dice “nada digáis
de esto al necio”... y quien, como tú, ha abandonado tan-
tas veces el Camino, no merece ingresar nuevamente a él,
¡de modo que ya te estás yendo de aquí para siempre!

œ 140 
min, el que dudaba

Llegaban a la puerta, cuando volvió a cambiar de pare­


cer. Esto ocurrió innumerables veces, y fueron tantas, que
terminaron agotando la paciencia de Min.
—¡Basta, basta! —gritó entristecido y conteniendo los
so­llozos. ¿Es que mi Maestro se ha vuelto loco? ¡Jamás
te he visto así! ¡No te conozco! Dime por última vez: ¿me
permi­tes quedarme o debo irme?
—Vete —dijo Kam.
Y Min, con lágrimas en los ojos se alejó del Monaste-
rio.
Se sentía sumamente hambriento y cansado. Pocas
eran las fuerzas que le quedaban para desandar el largo
camino, de modo que buscó el amparo de un árbol cuya
sombra era espesa y se tendió en el suelo quedándose pro-
fundamente dormido.
Tuvo sueños extrañísimos. Soñó por ejemplo, que ve-
nía a buscarlo el dios de la muerte, Yama, y le decía:
—Has vivido inútilmente, tu vida no tuvo jamás una
dirección fija, de modo que deberás devolver ese cuerpo
y regresar a las regiones astrales. Así, por lo menos deja-
rás de hacer sufrir a la gente, como ser, a tus compañeros
del Monasterio que mucho creyeron en ti y te amaron. Tú,
sin embargo, no cesabas de lastimarlos con tus continuos
adioses... Sí, es mejor que vengas conmigo.
—¡No, no! —gemía Min, desesperado—. No quiero per-
der mi cuerpo, aún soy muy joven, ¡no me lleves a tus re-
giones sombrías, te lo ruego!
...Y cuando Yama estaba a punto de concederle la vida,
volvía a arrepentirse y aseguraba que se la quitaría.

œ 141 
santos y enseñanzas de la india

El dolor y la angustia de Min no tenía límites. Despertó


envuelto en sudor, con el corazón latiéndole alocadamen­te.
Entonces lo vio todo claro, así, de pronto, como un re-
lámpago.
—No he visto a Yama-Ji, no he buscado mujer para ca­
sarme, no fue mi Maestro el que descubrí dubitativo, no
me asaltaron los ladrones, ni me herí en aquella zanja pa-
ra que los médicos no pudieran ponerse de acuerdo sobre
mi mal. Tampoco fueron las viejecitas quienes me golpea-
ron... He sido yo mismo. Siempre he sido yo mismo en
todas las situaciones, enfrentado con mi propio espejo: el
espejo de mi mente, el espejo de mi ser desdichado. Cada
quien halla a su paso su propia imagen.
El mundo es un espejo, ahora lo comprendo. No hay
hombres malos si no somos malos nosotros mismos, y la
bondad nos sonríe cuando interiormente no existe la más
débil sombra de crueldad... Desde ahora en adelante, me
determinaré por un solo Camino; bien sé cuál es el que
escogeré, es el que nos regresa a nuestro Gran Amor, a
nuestro Primer Hogar... Permaneceré debajo de este árbol,
sumido en oración, higienizaré mi ser de tantas dudas, y
cuando me sienta purificado, seguramente que regresaré
al Monasterio... para no salir jamás de él... Sus dulcísimos
muros serán la ropa que cubra mi desnu­dez mística. Be-
beré el agua clara de las oraciones, y para ello, Dios mi
Señor Amado me ayudará en esta bendita senda de la pu-
rificación.
Y así fue. Min permaneció por mucho tiempo, bajo el
árbol que le abrigaba con sus ramas y lo alimentaba con

œ 142 
min, el que dudaba

sus frutos. Nunca supo cuánto tiempo pasó, pero eso sí,
cuando regresó por fin al Monasterio, era un alma purísi­
ma. Su Maestro lo recibió con lágrimas en los ojos y to-
dos sus compañeros con ternura inmensa. Nunca salió del
Monasterio, nunca más intentó irse, y cuando lo hacía, era
para predicar, diciendo:
—Las criaturas humanas, como las mariposas, nos sen-
timos atraídas por las innumerables flores de este reino de
Mâyâ. Es preciso un espíritu despierto para ver el Sende­
ro. Cuando esto es imposible... tened Fe. Los Dioses siem-
pre ayudan al débil en el Camino del Gran Encuen­tro... Lo
ayudan por Amor, y no cejan en su empeño hasta devol-
verlo a la Senda...

_________

œ 143 
El Divino Señor Vishnu

œ 144 
Capítulo II

GUDAJI

Guda nunca pudo querer a su Guru, y nunca pudo,


porque tampoco se quería a sí mismo. Tenía para con su
Maestro una constante actitud negativa, observaba todos
sus defectos con la escasa luz que le otorgaba la lamparilla
de su luciérnaga mental. Su Maestro era recto y hablaba
palabras sabias, pero él sólo concienciaba de este los rega-
ños y amonestaciones por sus faltas. Carecía de humildad,
y pensaba demasiado. Su mente era su gran tesoro al cual
Guda mimaba en todos los planos.
Cierta noche tuvo un sueño. Estaba en un bosque de
mangos y tenía hambre, mas, cada vez que iba a tomar un
fruto, su mente le hablaba diciéndole:
—Deja ese fruto Guda, mira que el árbol del cual provie­
ne es la morada de una cobra que ha hecho su habitácu­lo
allá, entre sus raíces.
Y Guda huía despavorido. Cuando iba a recoger otro
fruto de un árbol diferente, la misma voz mental volvía a
decirle:
—Ese tampoco Guda, mira que un cuervo vive entre sus
ramas.
Y una vez más, el pobre abandonaba el fruto en cues-
tión yendo por un tercero... un cuarto... un quin­to.
En el colmo de la inanición, y cuando estaba ya a pun-
to de morir, Yama-Ji, el Deva de la muerte, apareció

œ 145 
santos y enseñanzas de la india

entonces, con su gran maza, montado en su divino búfalo


de fuego.
—Ven conmigo Guda —le dijo, yo te llevaré a las regio-
nes sutiles de la Luz Bienaventurada.
Pero otra vez, la vocecilla de su mente volvía a decirle:
—No le creas Guda, Yama-Ji te llevará al Taraka1, es
cruel, su cuerpo es sombra y corrupción, no oigas su voz...
Y Guda le daba la espalda, pero cuando iba a recogerlo
la vida, su mente retornaba a hablarle.
—La vida es dolor Guda, aléjate de ella...
Así, el pobre, no hallaba sosiego para su mal en nin-
gún plano, de ningún modo posible. Lo encontró por fin
su Maestro, transpirado y gritando en medio de la noche,
envuelto en las sombras de su siniestra pesadilla.
—Fue una lección, hijo mío, una lección para que apren-
das a no ser tan devoto de tu ego.
Y Guda por fin, despertó de su error, vio claramente
que era esclavo de sus ideas y se tornó tan manso y bueno
que nadie ya era superior a él en humildad en todo el As-
hram. Aprendía con tal mansedumbre, que era el regocijo
de sus superiores y condiscípulos...
Hasta que llegó Silam, el ladrón, y le enseñó a hurtar.
Todas las mañanas, falta­ban panecillos en la hora del de-
sayuno, y durante el almuerzo, una misteriosa mano arre-
bataba al cocinero platillos colmados de vegetales y demás
alimentos. Comenzaron también a faltar ropas, libros y

1. El infierno.

œ 146 
gudaji

otros elementos hasta que fue necesario efectuar una re-


quisa por todo el monasterio. Cuando la misma llegó al
cuarto de Guda, hallóse un verdadero arsenal de cosas
hurtadas entre sus paredes.
—¿Cómo es esto, Guda? —reprendióle su Guru. ¿Es esta
la manera que tienes para demostrarnos que estás en el
sendero de la Ley?
—Me has dicho Maestro que debo posponer mi ego, que
de todos debo aprender. Silam me enseñó que el hurto es
camino que toma la justicia para sacar al que tiene de más
y dárselo a quien carece. De todos, me dijiste, debo apren­
der, y es lo que he hecho... yo comparto lo hurtado con los
pobres.
Entonces su Maestro y condiscípulos se pusieron muy
serios.
—Jamás hemos visto —se dijeron—, un caso tan marca-
do de falta de discriminación. Le llamaremos Mrityuvive-
ka, o sea “aquel que tiene muerto el discernimiento”.
Y todos estuvieron de acuerdo en que el camino del es-
píritu no era para Guda. Y le rogaron que abandonara el
Ashram, pues­to que era un lobo entre corderos.
Era cierto: Guda carecía de Viveka; pero poseía algo
inapreciable a su favor: amaba a Vishnu por sobre todas
las cosas. Aun conviviendo con su ego salvaje, en la dimi-
nuta torrecilla de su mente, pensaba de modo conti­nuo en
el Dios de todos los Dioses:
—Soy Tuyo —le decía—. Tú me has hecho así y debes
pro­tegerme de mí mismo porque si grande es mi anhelo
de alcanzarte, pese a mis errores, más grande es el Tuyo

œ 147 
santos y enseñanzas de la india

de poseerme; de modo Señor que es Tu deber trabajar so-


bre mi tierra árida y convertirla en Tu propio vergel.
Anduvo así, errante por todos los Caminos, hasta que
llegó al país de los monos. Estos se movían constantemen­
te de rama en rama, recogían frutos que abandonaban al
momento por otros, y volvían a arrojar los recién toma-
dos por los que observaban frescos y llamativos en nuevas
ramas. Apenas si comían un bocado de alguno, que ya la
visión de nuevos manjares llenaba sus retinas. Los pobres
sufrían de ambición a tal punto que no bien se detenían a
satisfacer la primera, ya despertaban a una segunda y una
tercera... Era en verdad una tortura convivir con ellos, pues
el padecer de los pobres animales hería de modo atroz el
corazón de quien los observaba. Guda estaba aterrado y
desconcertado. Quería huir de ese lugar, pero siempre ha-
bía un mono que de un zarpazo lo llevaba nuevamente al
medio del bosque. Desesperado, se acercó a orillas de un
río para llorar sus cuitas, cuando vio emerger de sus aguas,
al mismo Vishnu que le sonreía.
—No estás en el país de los monos, querido Guda —díjole
éste—, sino en el país de tu mente. Tú me quieres, lo sé, y
me llamas, pero, ¿cómo puedo despertar en ti, mientras
convives con tan grande cantidad de ideas, sugeridas por
tu travieso ego? No ves diferencia alguna entre las ense-
ñanzas de un sabio y las de un ladrón. Por eso te han sepa-
rado del Ashram donde sólo por momentos llegaste a ser
un buen discípulo. Es cierto: careces de la luz del discerni-
miento, joya preciosa en el Sendero de la Realiza­ción espi-
ritual. Pero tienes devoción hacia Mí, y eso salva cualquier

œ 148 
gudaji

inconveniente. Haremos entonces lo siguiente —expresó


el Señor, con una sonrisa en su resplandeciente faz, ante
la cual las más bellas auroras eran noche y oscuridad:
—Cada vez que la mente te sugiera una idea, te pregun­
tarás: si la realizo, ¿a quién hiero, a quien perjudico? Sólo
cuando una entre todas ellas se encuentre envuelta en las
sedas bienaventuradas de la bondad total, has de recibirla
y darle asilo en ti. No antes.
Guda se inclinó reverentemente ante la aparición, mas
cuando levantó la cabeza, ésta, como también el bosque
y los monos, habían desaparecido. Estaba absolutamente
solo a orillas del río. No saliendo aún de su asombro, ca-
minó por las riberas del mismo, atesorando la enseñan­za
recibida y lleno de renovados anhelos espirituales.
—No podré, a partir de ahora, equivocarme jamás —se
dijo, y caminando llegó a una aldea de pas­tores, donde
había muchos niños y algunas hermosas vacas que gene-
rosamente mañana y tarde, prodigaban su leche.
Como nada sabía de ordeño, rogó lo aceptaran para ali-
mentar al alegre ganado. Los aldeanos recibieron a Guda
encantados. Durante los días siguientes, este, muy tempra-
no en la mañana, las llevaba a pastar en los prados de la ve-
cindad. Las vacas, con sus cuidados y esmeros, se pusieron
hermosas, comenzaron a engordar, a dar buena leche.
—Si alimento estas vacas —se preguntaba Guda—, ¿a
quién hiero, a quien perjudico? ¡A nadie, a nadie! —se re-
petía entusiasmado...
Hasta que una tarde, mientras los animales pacían se-
renamente en medio del campo, Guda vio venir hacia él,

œ 149 
santos y enseñanzas de la india

a una anciana mendiga, cuyas ropas se hallaban viejas y


destrozadas.
—¿Quién eres? —quiso saber éste.
—Soy el alma de este prado, al cual tú y las vacas des­
truyen día a día. Mira a mi hijo el césped, que minuto a
minuto muere destrozado por las fauces de estos anima­
les. Cuando llegue la primavera, aquí no se alzará ningu­
na flor... ¡Ay, cómo me hieres, cómo me perjudicas Guda,
trayendo este ganado a mi casa! Guda no regresó esa tarde
a la aldea. Las vacas, lentamente, volvieron solas, y él se
marchó por cualquier camino, el primero que le saliera al
paso, atontado, estupefacto, y llorando a más no poder.
—Evidentemente —se dijo—, soy Mrityuviveka, “aquel
que carece de discriminación”. Ni siquiera los consejos de
mi Padre Celeste, me han dado claridad. Es mejor que des-
aparezca del Universo, que me vaya bien lejos de la vida
y la muerte, pues en ambos reinos seguramente sembraré
continuas equivocaciones.
Y se quedó quieto, muy quieto y muy lejano a todo lo
que fuera mente, pensamiento y acción exterior.
A partir de ese instante, podía contar con los dedos de
una mano, al finalizar el día, cuantas ideas habían mora­do
en la casa de su mente. ¡Tan pocas eran ellas! Al paso de
los años, sólo una le había quedado, como una reina en su
vacío palacio mental: Vishnu.
A veces, por la choza en la cual vivía, pasaba algún
hombre y le saludaba, pero Guda apenas si respondía a
su saludo. Comía cuando podía y sólo cuando hallaba ali-
mentos al albur.

œ 150 
gudaji

—Todo aquí es insubstancial —se repetía, y agregaba—:


una sola cosa es valedera, y esta es Vishnu. Hasta la mis-
ma facultad discriminativa que tanto ansiara alguna vez,
me es indiferente. ¿Para qué he de quererla en el reino del
error que es este mundo? Aún con ella, la equivocación
morderá mis pasos constantemente.
Una mañana, amaneció muerto, y un carpintero que
pasaba frente a su choza, lo alzó en su carretón y lo llevó
al crematorio.
Cuando su alma, ya libre de ataduras materiales, nave-
gó libremente por el espacio, vio asombrado el carro dia-
mantino de Indra que venía a buscarlo.
—Sube —le dijo—. Vamos al Cielo.
—¿Cómo es esto? — preguntó asombrado Guda. Es­tarás
equivocado, yo soy Mrityuviveka, un hombre ciego. No
podré morar en el mismo lugar donde, según se cree en la
Tierra, residen los hombres sabios.
Pero Indra con suavidad lo llevó hasta su carruaje,
par­tiendo raudamente hacia las regiones bienaventura-
das.
Al llegar, Guda vio un resplandor de luces, de sutiles
per­fumes y de música, poblando el espacio. Seres etéreos
y bienaventurados salieron a su encuentro, al grito de
¡Hare Vivekatirtha!
Guda los observaba entre avergonzado y admirado an-
te tanto esplendor.
—Con todo respeto —les dijo—, creo que estáis equivoca­
dos... Soy Mrityuviveka, el hombre que se halla muerto pa-
ra la discriminación... Seguramente me habéis con­fundido

œ 151 
santos y enseñanzas de la india

con algún santo que llegaría al cielo a la misma hora que


yo debería estar llegando a los infiernos...
Entonces, como una montaña de Soles que se alza en
medio de la oscuridad, tan grande era su fulgor, apareció
ante él su Gran Amado, su Gozo, Aquel que ocupara la ca-
sa de su corazón y de su mente, convertido en idea única,
el Gran Vishnu, Dios de Dioses, Emperador perpe­tuo de
los Cielos. Abría éste sus brazos y lloraba como suelen llo-
rar de amor los mismos mortales.
—Oh Guda —le dijo, atrayéndolo hacia sí—. ¿A quién
hie­res? ¿A quién perjudicas con este Amor que has
deposita­do en Mí?
...Y Guda, en el relumbre de un segundo, de un instan­te,
vio completamente claro.
—Ay Señor —repuso, sollozan­do en medio de la felici-
dad más completa—. ¡Era esa Tu enseñanza, esa Tu lec-
ción! Sólo quien Te ama sin medidas abandona la casa
del dolor para siempre... Perdóname por no haberte com-
prendido antes, allá en la Tierra, mas... como bien sabes,
el discernimiento no mora en mí... por algo mi nombre es
Mrityuviveka...
—No —repuso Vishnu—, de ahora en adelante se te
cono­cerá por tu verdadero nombre y este será Vivekatir-
tha, o sea “la morada de Viveka”, pues la más alta discri-
minación que puede poseer una criatura humana es la que
lo orienta a “Amar A Dios Sobre Todas Las Cosas”, como
tú lo has hecho...
Y de este modo, por amor a los hombres, Guda, con
otros vestidos-cuer­pos, regresó a la Tierra para enseñar

œ 152 
gudaji

la dirección del autén­tico camino. Vio al paso de sus exis-


tencias, muchos otros Gudas, como fuera él en el pasado,
siendo malos discípulos en los Ashrams, y los vio también,
en los bos­ques-mente donde moran los monos-ideas. Los
vio tam­bién deseosos de no herir, de no perjudicar, siem-
pre abra­zados al fantasma del mundo... y los vio por últi-
mo ya realizados, partir como él mismo, hacia la región de
los bienaventurados, con la última lección bien aprendida,
abandonando para siempre, ¡oh dicha infinita!, la oscura
Casa Cósmica de todas las tragedias, que se llama Igno­
rancia, pero, por sobre todas las cosas, que se llama Indi-
ferencia y Desamor para con nuestro Gran Señor.

_________

œ 153 
El Divino Señor Ganesha, el Dios Shiva y la Divina Madre Parvati
con el Niño Kartikeya en Sus brazos.

œ 154 
Capítulo III

MIDIKO Y VAGUDAR

Al santo Midiko una sola cosa lo aterraba, y era el


olvido de Dios.
En su corazón acostumbraba a hablar con Nuestro Se-
ñor y así le decía:
“Puedo vivir sin ojos, sin oídos, puedo perder ambas
piernas y brazos, el don del habla y la salud de este cuerpo,
si Te place, Padre mío, mas nunca, pero nunca, deshabi-
tes mi corazón, jamás Te vayas de la casa de mi mente. Si
acaricio un niño debo recordarte, si aspi­ro el perfume de
una flor, bendecirte. Cuando baño mi cuerpo, bañarte en
él, puesto que es Tuyo hasta su última célula, y cuando
comento los Libros Sagrados, sentirte andar en cada pa-
labra que pronuncio. Poséeme tan com­pletamente que no
haya hendijas en la casa de mi memoria por donde Te me
pierdas. Bien sabes que la verdadera muerte es no recor-
darte. De nada más tengo miedo Señor; sólo del olvido.
Él es más peligroso que mil tigres de Bengala, y guarda
mayor ponzoña que todas las cobras, pues su veneno nos
aletarga para lo real y nos sume en la materia. Mira a esas
criaturas humanas, completamente ebrias con el funesto
licor de la desmemo­ria. Van y vienen presumiendo que
hacen cosas, cuando en verdad, si no piensan en Ti, su
quehacer carece de significado, ya que sólo el pequeño yo
se manifiesta en cuanto realizan. La ignorancia ciega los

œ 155 
santos y enseñanzas de la india

sigue como su propia sombra. ¡Ay, nada puede haber en


este Universo Tuyo, que sea más triste! No pensarte, no
recordarte, no amarte, es no-Ser; así, ¡permíteme vivir co-
mo si fuera la misma morada de Tu Nombre! Que todo mi
espíritu lo pronuncie en sus mil formas, con este cuerpo,
con sus emociones, con la mente, con el discernimiento.
Nada haga donde Tú no estés, y no tenga palabra que no
Te exalte...”
Cuando Midiko se hacía a los Caminos, saludaba a Dios
en cada criatura que veía. No permitía que los devotos
cortaran las flores de los jardines cercanos para ofrecerlas
al Señor en sus altares.
—Él estará más feliz si respetáis la vida de Sus hijas a
las que Él viste de pétalos y perfumes. No le llevéis sus
cabecitas muertas ¡Ellas son pequeños ángeles a los que
da a luz la Madre Tierra para gloria del Amado Celeste!
Lleva­dle más bien las flores de vuestro constante recuer-
do; el recuerdo de Dios, si es constante, es la orquídea de
los jardines de la mente, a la que Él aprecia sobre todas
las cosas...
Esta idea suya resultaba sumamente extraña, pues sa-
bido es que los hindúes hacen un verdadero culto de la
preparación de las flores para los innumerables altares
que poseen. Quedarse sin ellas para sus devociones era in-
comprensible, pero... si Midiko lo pedía, había que hacerle
caso, pues Midiko era un santo de Dios.
Una mañana del mes de Marzo, durante los cultos del
Dios de la Liberación, el piadoso Shiva, los sacerdotes
Brahmines se sentían sumamente desolados, pues ni una

œ 156 
midiko y vagudar

flor había sido llevada a los altares. La fiesta parecía cami-


nar de la mano de la tristeza y el deslucimiento, cuando,
¡oh mara­villa de maravillas, el santo Midiko se hizo pre-
sente en el Templo, y con él, de modo misterioso, llegaron
miles de rosas, jazmines, lotos, y Champakas de exquisi-
to perfume. Todos los Devas de los innumerables pilares,
templetes, hornacinas, etc., se enjoyaron con ellas. Era un
poema del Cielo ver semejante esplendor.
Las misteriosas flores yacían postradas, como diminu­
tas devotas, a los pies de Shiva, Parvati, Kartika y el Di­
vino Ganesha-Ji1. Los sacerdotes no salían de su asombro,
y daban gracias al Cielo por tan inusitado acontecimien­to.
Cuando los numerosos fieles se retiraron y los dulces
Mridangas2 cesaron junto con los tamboriles y Vinas3 de
los músicos, el último sacerdote Brahmín vio cómo las
flores ascendían en brazos de un viento invisible, abando-
nando los altares y desapareciendo en el espacio colmado
tan sólo de un inusitado resplandor. Y ese resplandor fue
la postrer huella que dejaron las flores de su estancia en el
Divino Templo.

1. Shiva es el compasivo Dios de la Liberación, Parvati es Su divi-


na consorte, la Madre Cósmica. El Señor Kartika, también llamado
Kartikeya o Skanda es el hermano del Dios Ganesha. Y Ganesha-Ji
es el Deva del Discernimiento Espiritual.
2. El Mridanga es un tambor muy utilizado en la música devocio-
nal de la India.
3. La Vina es un instrumento de cuerdas hindú. A la Diosa Sarasvati
se la suele representar ejecutando la Vina.

œ 157 
santos y enseñanzas de la india

Midiko las había materializado trayéndolas de los


jardi­nes de Indra, el Rey del Cielo, donde las flores son
eternas y nunca perecen. Ese día, en verdad, resultó de
singular gracia para los devotos, por la inusual aparición
de las flores. Toda la ciudad sagrada de Rishikesh comen-
tó el maravilloso acontecimiento con lágrimas en los ojos.
Todos, menos el orgulloso Pandit1 Vagudar. Acercándose
a Midiko, le espetó entre irónico y enfadado:
—¡Bien se las ingenió usted para hipnotizar a la gente
con esas supuestas flores! —le dijo—. Nada de lo que se
comen­ta es verdad —agregó—, excepto para esta pobre
gente ignorante que sólo sabe creer en Dios, ya que no tie-
nen capacidad de pensar.
—Tiene razón, Pandit-Ji, repuso Midiko, fue un fenóme­
no hipnótico, el mismo que Nuestro Señor realiza todas las
mañanas y al que llamamos aurora, y todos los atardece­res,
y al cual llamamos ocaso. Es el mismo fenómeno hipnó­
tico por medio del cual alimenta en usted con sus frutos a
un cuerpo que debe desaparecer cuando el Sublime Mago
Celeste así lo quiera. Todo este mundo es eso, un fenóme­
no hipnótico, un gran Sueño del cual deberemos desper­tar
algún día. Pero no debe usted quedarse en ello, sino que
debe ir más lejos y descubrir a Dios, la Gran Realidad. En-
tonces sabrá que las flores que aparecieron en el Templo

1. Se llama Pandit a alguien muy versado en las Escrituras Sagra-


das, un erudito. En las historias de santos y sabios muchas veces se
habla de los Pandits como personas poseedoras de un gran conoci-
miento intelectual pero carentes de Realización Espiritual.

œ 158 
midiko y vagudar

pertenecían a otra clase de “fenómeno” diferente al que


usted supone.
Y como el Pandit se alzara de hombros y se diera media
vuelta, marchándose sin responder, Midiko se dijo para sí
que el pobre Pandit debía conversar menos con su mente
y más con su espíritu.
—Cuando dialogamos en demasía con nuestra razón,
terminamos por considerarla nuestro amo —se dijo— y
olvi­damos que ella es sólo sirvienta del Divino Poder que
nos hace concienciar al Eterno.
En otra oportunidad, Midiko se internó en la selva a fin
de hallar un poco de soledad y poder así, más libremente,
repetir el nombre de su Adorado sin que multitudes de
personas lo siguieran por todos los caminos. Anduvo y an-
duvo, hasta llegar a una cueva de la montaña a la que reci-
bió como un verdadero don del Cielo, instalándose en ella
como si fuera el palacio de las maravillas. Hacía mucho
frío, pero Midiko repetía constantemente el nom­bre del
Señor, y verdaderas oleadas de fuego se elevaban de su es-
píritu produciendo un intenso calor, parecido seguramen-
te al que poblaba el bosque Khandava, cuando Krishna y
Arjuna lo incendiaron a ruegos de Agni.
A eso de la medianoche, comenzaron a sonar las cam­
panas de los innumerables Templos de Rishikesh. Cundía
en verdad el pánico, y la gente se arremolinaba en las es-
quinas con sendas antorchas. ¿Qué había pasado? No bien
Midiko comenzó sus meditaciones en Nuestro Señor, todo
el valle circundante, las montañas, las selvas y caminos
de los contornos asumieron la forma de inmensí­simas

œ 159 
santos y enseñanzas de la india

lenguas de fuego elevándose muy alto en el cielo. Tigres,


leones, serpientes, elefantes, gacelas, en fin, todos los ha-
bitantes del lugar, parecían huir despavoridos del supues-
to incendio.
Un devoto del santo Midiko, el joven Brahmachary1
Gutanka, intuyó lo que pasaba, de modo que tomando
apre­suradamente el sendero que conducía hacia las cue-
vas de la montaña, apersonóse ante el santo.
Este se hallaba suspendido en el aire, con los brazos
extendidos hacia el Cielo.
El mismo era una llama viva de Amor, anhelosa de as­
cender para siempre hasta Dios.
—¡Guru-Ji! —exclamó Gutanka, arrojándose a sus
pies—. La pequeña ciudad de Rishikesh ha sido invadida
por tigres y leones. Si no haces algo, la gente no podrá dor-
mir durante toda la noche y será además presa del terror.
¡Imagínate! ¡Toda la ciudad invadida por esas criaturas
aterrorizadoras! Sé que te estoy importunando, pues ha-
blas en tu corazón con Dios Nuestro Padre, y yo te traigo
problemas mundanales, mas eres el único que puede ayu-
darnos y si no lo haces, ¿qué será de nosotros?
Poco a poco, Midiko fue descendiendo de su éxtasis,
atraído, más que por la voz, por las ondas de dolor en las
cuales se hallaba preso el corazón de Gutanka.

1. Brahmachary es el estudiante célibe que vive bajo la guía de su


Maestro Espiritual o Guru. La palabra Brahmachary proviene de
los términos Brahma (Dios) y Acharya (versado), es decir, aquel
que es versado en el conocimiento de Dios.

œ 160 
midiko y vagudar

Todavía le llevó unos instantes comprender lo que Gu­


tanka estaba comunicándole.
—No —le dijo por fin—. Nuestros hermanos animales
no han bajado hasta Rishikesh para atemorizarlos, sino
todo lo contrario. Ellos han estado aquí mientras yo ora-
ba. Vieron descender a los Devas y bebieron del cáliz de
la bienaventuranza, pues, aunque animales, son también
pequeñuelos del Señor. Envueltos en espíritu de libertad y
bienaventuranza, por esta única vez, han perdido el te­mor,
tan propio de los animales feroces y las criaturas selváti­cas.
Si están allá, con los hombres, lo hacen como amigos, no
deben tenerles miedo. Recién mañana, al nacer el nuevo
Sol, el espíritu de Ahimsa comenzará a abandonar­los, mas
ni aun así podrán todavía hacer daño alguno. Por sí solos,
regresarán a su morada en la selva. Te ruego, Gutanka, ve
a comunicar esto, y que la Paz y el Amor reine por esta
única noche entre todas las criaturas de Nuestro Señor.
Gutanka, embriagado de alegría, comenzó a desandar
el camino. Mientras lo hacía, iba tropezando prácticamen-
te con toda clase de bestias, a las que, sin temor alguno,
acariciaba como si en vez de tigres, leones y cobras, se tra-
tase de pequeños felinos y humildes gusanillos.
Ya en la ciudad, donde todos lo esperaban, comunicó la
buena nueva con lágrimas en los ojos.
—Por esta única noche, todos seremos hermanos dijo.
No habrá elefantes ni osos gigantescos a quienes temer.
¡Acariciad a los tigres, no os harán daño!, Midiko ha he-
cho posible que esta región fuese poseída por el espíritu
de Paz.

œ 161 
santos y enseñanzas de la india

Pero el miedo reinaba en los corazones humanos, y po­


cos fueron los capaces de liberarse de sus agudos colmi­
llos. Es claro que el ejemplo de Gutanka cundía por do-
quier. Este, iba y venía entre las bestias, las acariciaba,
caminaba un trecho con ellas, o se recostaba donde es-
tas lo hacían. Uno a uno, fueron siguiendo su ejemplo y
por fin, la gran fraternidad universal de las criaturas de
Nues­tro Señor, fue la sinfonía sagrada que se elevó en el
anfiteatro de la noche. Los grandes elefantes jugaban con
sus enemigos naturales, los leones, acariciando sus mele­
nas puntiagudas con sus poderosas trompas. Estos, a su
vez, alzándose, iban a apoyar sus patas delanteras sobre
el vientre de los macizos paquidermos como muestra de
ternura.
Las poderosas cobras, hinchaban sus befos a los costa­
dos de su imponente cabeza, mas ningún veneno era lan-
zado por sus temidos colmillos. Los más valientes —o bien
los hombres de mayor fe— jugaban con ellas, liándolas
alrededor de sus cuerpos y cuellos como si se trataran de
inocentes cinturones de seda.
En medio de tal algarabía, una pequeña gacela cayó a
una zanja muy ancha y peligrosa. Con toda premura vióse
a una tigresa ir a su rescate. Tomándola con extremo cui-
dado entre sus colmillos, la arrebató de las aguas, la puso
sobre la tierra, y con su propia lengua secó su cuerpecillo,
tal como hacía con sus propios hijuelos tigrecillos.
La gente no cabía en sí de gozo. Era mirar y no creer. Lo
que allí estaba aconteciendo era mucho más que un mila­
gro; era el adelanto del fin postrero del Universo, o bien el

œ 162 
midiko y vagudar

comienzo de uno nuevo, blanco y purísimo, donde ya no


existirían diferencias entre las criaturas.
Nadie tuvo deseos de marcharse a sus casas. Por el con-
trario, los más temerosos que se habían escondido en las
suyas, salían para presenciar el extraordinario es­pectáculo,
esta vez, sin miedo a la inusitada invasión de los animales
de la selva. ¡Qué de regocijos, qué de biena­venturanzas
elevándose de todos los corazones! ¡Vivían un cuento de
hadas! La niñez, con sus mil sortilegios, estaba presente
esa noche. El mundo volvía a ser bueno, y el mal no existía,
todo era un encantamiento de Amor.
Un poco antes del amanecer, y regresando de la mon­
taña, vieron caminar hacia ellos a Midiko el santo. Su ros-
tro era un incendio de auroras y sus pies apenas si se posa-
ban sobre el camino. Uno a uno, los hombres comen­zaron
a rodearlo. Algunos caían a sus pies, profundamen­te emo-
cionados; otros, lloraban silenciosamente; los de más allá,
agradecidos, se abrazaban trémulos de amor a las bestias
que por sólo esa noche inolvidable serían sus amigas. Una
Paz Celestial rodeaba todo el valle y hasta parecía que las
aguas sagradas de la Divina Madre Ganga se detenían en
su marcha perezosamente, no queriendo alejarse, por es-
ta vez, de las riberas donde se estaba llevando a cabo tan
inefable milagro.
Entonces Midiko, comenzó a hablar con su voz de pája­
ro del cielo.
—Es natural el amor entre las criaturas —dijo—. To-
dos nosotros sentimos el frío y el calor, nos alimentamos,
amamos y tememos. Las características que poseemos

œ 163 
santos y enseñanzas de la india

son similares debido a que Nuestro Padre y Señor es el


mismo. Hasta un gusanillo siente hambre y sed, como
el más inteligente de los hombres. Así también, del mis-
mo modo en que esas cualidades nos enlazan a todos por
igual, el Amor puede hacerlo. Quitad de vuestro cuadro
mental el negro color de los apegos, el gris del temor, el
rojo de la ira. Recordad a Dios de modo constante y cons-
ciente, repetid Su Sagrado Nombre en vuestros corazones.
¡Trans­mutaos hermanos, como la semilla que alegremen-
te muere para llegar a ser árbol de generosos frutos! Y
creed. Creed que existe un Dios. Creedlo con todas las
fuerzas de vuestro corazón. Para ello no pidáis ayuda a la
mente; ésta, por el contrario, os despeñará a la nada. Pa-
ra creer, debéis aprender a no pensar. Todo pensamien-
to es por naturaleza enemigo acérrimo de la Fe. Debéis
aprender el difícil arte del escultor divino; éste esculpe el
sentimien­to de Dios en su corazón valiéndose del cincel
de la sole­dad y del silencio. ¡Llenaos hermanitos de ansie-
dad celes­te! Que vuestras almas no dejen jamás de gustar
la miel de Su recuerdo, y renaceréis a los mundos de la
bienaven­turanza.
Cuando las primeras luces del alba asomaron tímida­
mente por el oriente, los animales comenzaron a marchar­
se rumbo a la selva. Todos los seguían emocionados, como
si estuvieran despidiendo a sus seres queridos. Luego, ca-
da quien marchó a su hogar, bendiciendo las horas trans-
curridas.
El santo Midiko también se alejó rumbo a sus amadas
montañas.

œ 164 
midiko y vagudar

Al doblar un recodo del camino, sintió cómo alguien se


arrojaba a sus pies. Era el Pandit Vagudar.
—Siempre he sido un necio, mi señor —exclamó sollozan­
do—. Tuve la desgracia de un mal amor: me prendé del in-
telecto y este mal amante me arrastró hasta la tumba del
escepticismo, me hizo gustar las agrias uvas de la duda, me
dio por morada la noche del Ser. Libérame de sus brazos,
¡oh santo! ¡Me muero de sed de agua pura, des­conozco el
camino de la fuente, y ya no puedo beber más del vinagre
racional que lacera las entrañas de mi alma!
El santo Midiko sintió profunda compasión por esta
alma desdichada. Sin embargo, antes de acogerlo en el
Camino de los Hombres enamorados de Dios, quiso saber
si cuanto expresaba era sincero, y habiéndolo confirmado
por medio de su arcana clarividencia, lo abrazó con afecto
y le dijo:
—Estás bajo la bendición de una fuerte emoción, la que
momentáneamente te ha acercado al camino recto. Mas
ella pasará, y otra vez la mente arrojará sus dudas sobre
las espaldas de tu cansado espíritu. Tendrás que prome­
terme que cuando ello ocurra, cortarás de raíz todo pen­
samiento. En su lugar, pondrás tan sólo el nombre de Hari.
Todas tus enciclopedias, a partir de ahora, tendrán en sus
páginas esa sola palabra, de la que beberás tarde mañana
y noche como si la misma fuera tu único alimen­to. Con el
tiempo volveremos a vernos, Vagudar, pero tú ya no serás
el mismo.
Doce años pasó el Pandit repitiendo el Sagrado Nom-
bre. Millones de veces, el mar mental arrojaba a las playas

œ 165 
santos y enseñanzas de la india

de su conciencia las desventuradas olas de los “por qué”...


y “quien sabe”... En más de una oportunidad estuvo a pun-
to de ahogarse en sus aguas estériles; acudía enton­ces con
desesperación al recuerdo del santo Midiko y al Nombre
de Hari hasta que el oscuro oleaje se retiraba y volvía la
añorada calma.
Y así, poco a poco, los terrenos de la ilusión se iban
perdiendo y conquistándose los otros celestiales. Su men-
te comenzó a apagarse como una lámpara a la cual nadie
abastece de combustible. Una última llama, y por fin, nada.
Cuando esto ocurrió se sintió como el polluelo que acaba
de perder su cascarón. ¡Cuánta maravillosa libertad allen-
de su estrecha celda! ¡Cuánta bienaventu­ranza, qué océa-
no de luz rodeándolo por todos lados! ¡Y supo entonces lo
que es la verdadera conciencia! Lo supo al perder su yo
mental. Todo él se convirtió en un poema de Dios, escrito
por Dios y recitado para Dios. Vio a Dios por todos lados y
se sintió desmayar de la dicha. Se dijo que podía volar... y
voló; que podía caminar sobre las aguas... y caminó. Hizo
un alto, en su camino a la plenitud, para llorar agradecido
a la Vida y al santo Midiko.
Estaba todavía enviándole su agradecimiento desde el
corazón, cuando lo vio aparecer por el camino.
—Tu sufrías mucho, Vagudar, —le dijo con voz suave—.
Tu alma se te moría a diario, quemada por el fuego de la
especulación.
Has aprendido ahora que el reino de la felicidad radica
en la devoción al Nombre de Hari, mas ello no es suficien­
te; deberás predicar esa Verdad hasta el fin de tu vida,

œ 166 
midiko y vagudar

porque muchos son los hombres que padecen la misma


enfermedad que hasta ayer fuera la tuya. Sólo el recuerdo
constante de Dios salva a la criatura humana de los espon-
sales con el dolor.
Vagudar llegó a ser un gran santo del Norte de India.
Miles de veces, contaba a las multitudes lo que había su-
cedido aquella venturosa noche en que los animales des-
cendieran hasta Rishikesh en son de amistad. Tam­bién
narraba la ya lejana historia de las flores —en las cuales
ahora sí creía Vagudar— y mil y un acontecimientos de la
vida del santo Midiko.
Fue el más fiel de sus centenares de discípulos, y cuan­
do Midiko se despidió por fin de su vestidura mortal, fue
el ex Pandit Vagudar el que llevó su sagrado cuerpo hasta
la tumba. Pero no lo sobrevivió por mucho tiempo.
Escasamente a la semana del adiós de Midiko, Vagu-
dar también ingresó al Mahasamâdhi1. Las circunstancias
que rodearon su muerte, fueron por demás extrañas. Lo
halla­ron unos pastores, en un claro de la selva, rodeado
por tigres y leones que parecían montar guardia ante el
cuer­po inerte de Vagudar.
Ningún animal tocó siquiera sus restos mortales: sim­
plemente, lo velaban, como si se tratara de decir adiós a
un querido amigo.

1. Se llama Mahasamâdhi al momento en el cual el alma de los


grandes santos y devotos abandona el cuerpo físico.

œ 167 
santos y enseñanzas de la india

Tal vez, entre esos animales, hubiera alguno de los que


descendieran hasta Rishikesh aquella venturosa noche en
la cual comenzara la conversión espiritual de Vagudar.
Esta maravillosa historia, se escucha repetida por to-
dos los caminos de la India del Norte. Muchas, como ella,
alimentan todavía, y lo seguirán haciendo a través de los
siglos, el corazón de Bharatavarshya, el “país de los hom­
bres enamorados de Dios”, para Gloria y Bienaventuran­za
de todos los hombres de esta tierra.

_________

œ 168 
Capítulo IV

MUKUNDA, EL MENDIGO

Gadu, el renunciante, meditaba serenamente a la puer­


ta de su cabaña, desde donde podían contemplarse los ne­
vados Himalayas envueltos en su paz milenaria. En sus
laderas, serpenteaban arroyos nerviosos e inquietos. Eran
el símbolo de la mente humana, como las montañas sa­
gradas lo eran de los Hombres realizados que sólo se en-
tienden con el Infinito.
De pronto se oyeron pasos tambaleantes sobre las pie­
dras. Era el joven Mukunda, de la aldea de Midurivar, que
se acercaba al sabio envuelto en lágrimas y desasosiegos.
Esperó, entre mal contenidos sollozos, a que el santo retor­
nara a su conciencia, y cuando lo hubo hecho, Mukunda le
dijo arrojándose a sus pies benditos:
—Señor, he estudiado los Shâstras, conozco la Vedânta
palmo a palmo, los Yogas Sûtras no esconden secretos
para mí, y tampoco las otras Darshanas1. ¡Ay! Nada hay
que el lobo hambriento de mi cerebro no se haya llevado
a las fauces nunca ahítas de alimentos verbales. Y mírame,

1. Los Shâstras son libros de sabiduría; la Vedânta es la escuela de


filosofía hindú que enseña el no-dualismo, es decir, la absoluta iden-
tidad entre el alma individual y Dios; los Yoga Sûtras son el libro
para guía de aspirantes espirituales escrito por el sabio Patañjali; y
las Darshanas son los diversos senderos espirituales de la India, es
especial los seis llamados ortodoxos.

œ 169 
santos y enseñanzas de la india

desfallezco. El engorda y cría carnes de conocimientos


que para nada sirven. Me encuentro en medio del tempo-
ral de Mâyâ1, me cerca el Samsâra2 como un lazo de hie-
rro que amenaza ahogarme constantemente. Tengo una
sola verdad: mi ciclópea ignorancia. Vivo en brazos de ese
gigante negro del apego al yo, y no consigo liberarme de
su horrible compañía. Todo yo soy la encarnación del te-
mor. Temor a la vida, temor a la muerte, temor por todos
lados. Este me cerca como el mar al cuerpo desvalido del
náufrago. ¿En qué me equivoqué, santo mío, en qué? ¿No
soy un Brahmachary? ¿No dediqué mi vida al estudio de
las Escrituras? ¿No rendí culto a los Dioses? ¿No bañé mi
cuerpo una y otra vez en las aguas purificadoras de nuestra
Madre Ganga? Estoy a punto de perder la escasa Fe que
lograra tras años y años de meditación y eso, imagino, es
peor que la muerte... Padrecito, ¿qué debo hacer? Vengo a
rendirme completamente a tus pies. Mátame o revíveme
vertiendo sobre mi ser el agua de tu sabiduría...
Y no pudo hablar más, porque las lágrimas y los sollo­
zos lo arrastraron al país del dolor.
Gadu lo contempló con una dulcísima mirada. Él tam-
bién estaba llorando. Veía en él, el símbolo de la Humani-
dad. Entonces, secándose el llanto, le dijo:

1. El mundo de la Ilusión.
2. El ciclo de nacimientos y muertes al cual se hallan sujetos todos
los seres hasta que alcanzan el estado de Unión con Dios o Concien-
cia Divina.

œ 170 
mukunda, el mendigo

—Ay, pobre alma equivocada. ¿En qué Shâstra has leí-


do que el Camino se halla en la selva verbal? ¿No te dice
Krishna en el Bhagavad Gîtâ: “Posa tu mente en Mí, sé
Mi devoto, sacrifica en Mi honor, póstrate ante Mí”? ¿Es
aca­so Krishna inferior a tus Libros Sagrados? Mal Rey has
ele­gido para reverenciar: el Rey Intelecto. Olvídate de él,
deja de rendirle culto. Yo te daré la medicina apropiada
para tu mal. La cura consiste en el olvido de los Shâstras
y el recuerdo constante de Dios. No esperes mucho para
tomar esta medicina, porque quizás luego sea demasiado
tarde. Estás a tiempo todavía. Hazte mendigo...
Y agregó emocionado:
—Hazte mendigo del Amor. Es lo que Dios anhela de
nosotros. Para eso hemos venido a este mundo de lágri­
mas, para encontrarlo. Hallándolo, todo está hallado. Ol-
vidándolo, la criatura humana está completamente perdi-
da. El Reino Divino, hijo querido, posee dos puertas: la
de entrada, que es el intelecto, y la más interna, que es la
del corazón. Cuando abras esta segunda, te hallarás a los
Pies de Nuestro Señor. No te quedes en la primera. Sim­
plemente, pásala y busca la otra, la celeste. La Humanidad
es un gran vientre cerebral que se alimenta de inmundi­
cias racionales. ¿Para qué les sirven al Gran Pensador, las
diminutas lógicas con las que buscamos asirlo? Él se ríe
de ellas, ¡y a veces llora! Sus hijos más cultos suelen ser
espiritualmente los más salvajes. El cerebro les devora to-
da la energía, y así, no les queda fuerzas para depositar­las
a los benditos pies del Niño Celeste del Corazón, que es la
Morada de Aquello.

œ 171 
santos y enseñanzas de la india

Luego le dijo:
—Hazte bueno, Mukunda, no sabio... bueno como el pan,
bueno como las piedras, como el agua... El pan no se niega
a nadie, no dice “elijo que este me devore y este otro no”.
A las piedras las pisan tigres, santos y ladrones, y a todos
los sostienen con gentileza. El agua calma la sed de miles
de criaturas, y da su vigor a espinos y jazmineros. La cria-
tura humana que no recuerda a Dios está seca. No posee
vida celeste porque sigue una falsa dirección para hallar el
Camino. Mukunda querido, una hoja amarilla y ya muer­ta
de otoño, tiene más sustancia divina que ese ser humano
olvidado de Dios: por lo menos, con su cuerpecillo mustio
va a nutrir a la Madre que ayer le dio la vida. El hombre
alejado de Dios ni siquiera sabe de la gratitud, de todo se
queja, lloriquea continuamente. Sólo es feliz en brazos del
placer hipócrita que lo amarra como una cobra venenosa
a las playas de la Gran Mentira, este sueño inmenso que
llamamos Mâyâ. El Amor bienaventurado es una espada
en las manos de Dios, con la cual destruye nuestro peque-
ño yo. Cada vez que entregas algo, cada vez que das algo,
entregas una parte de ese pequeño yo. Lo debilitas con el
senti­miento inegoísta, hasta que por fin se muere, pues si
hay algo que al yo le disgusta, es precisamente un corazón
generoso, comprensivo y tierno.
Y finalmente dijo:
—No pienses más en las Escrituras. Haz del árbol de
mango tu Maestro. Obsérvalo con atención. Es hijo de
Dios, y de Él aprendió el difícil arte de ser auténticamen-
te generoso para con todos. No pases por el libro de la

œ 172 
mukunda, el mendigo

Naturaleza como suelen hacer los ciegos: con indiferencia,


creyéndose superiores a los lotos y Champakas porque no
los ven, asomados a la puerta de la soberbia y el desdén.
Hijito mío, que la Paz te nutra a través del Amor. ¡Ve por
el mundo amando! Olvida el pensamiento. Olvídalo. No
viniste a descubrir a Dios a través de tus álgebras racio­
nales; has venido a ser devoto Suyo y de todas Sus criatu­
ras. Pasará esta noche, y ya verás qué maravillosamente
pura alborea el Alba en tu Mañana...
Y Mukunda cubrió de besos y de lágrimas los pies del
divino santo, y se hizo a los caminos.
—Seré mendigo —se dijo—; mendigo del Amor. Eso me
ha aconsejado el sabio y nada más que eso seré.
La determinación estaba tomada, mas en este mundo
de Mâyâ, nada hay que sea más difícil que ello: ser un
mendigo del Amor.
—El Amor-Dios —se dijo Mukunda—, posee un palacio
maravilloso: el Universo. Toda criatura que habita en él le
pertenece a Dios, y sirviéndolas, a Él se lo sirve, de modo
que dedicaré mi vida a ello.
—Amor, Amor —rogaba—, dame una moneda de Tu
in­menso tesoro... Dame la posibilidad de ser bueno. No
te impongo condiciones. ¡Dame simplemente esa posibi-
lidad! La posibilidad de Dar y de Servir, pues en ambas
accio­nes se esconde Tu tesoro, y este será mío en la medi-
da en que yo Te sea un discípulo fiel.
Mientras hablaba de este modo al Señor, pasó por una
pequeña aldea, y vio a un campesino castigando duramen-
te a su búfalo. Por su lomo corrían senderillos de sangre

œ 173 
santos y enseñanzas de la india

y lloraba de dolor. Porque también los animales lloran.


Mukunda se abrazó a la pobre bestia y dijo dirigiéndose
a su dueño:
—¡Oh buen hermano campesino! Restalla tu látigo so-
bre mi cuerpo. Si él ha hecho algo malo, ha sido también
mi culpa, pues nada hay desunido en este Universo. Yo
podré soportarlo mejor, porque aunque no poseo su fuer-
za, Dios me dará el valor necesario para resistirlo.
El pobre campesino pensó que se trataba de un loco y
descargó su furia contra Mukunda. Saciada su cuota de
violencia, arrastró al animal tras suyo, quedando Mukun­
da malherido en medio del camino. Su felicidad no tenía
límites. Ríos de resplandecientes estrellas poblábanle el
corazón, y un estado de bienaventuranza cubría su alma
como un manto bendito.
—Tu primera moneda, Dios del Amor —decía llorando
y riendo—. Me has dado tu primera moneda, y no tengo
palabras para agradecerte.
Se levantó como pudo, hasta llegar al pie de un bayan
gigantesco cuyas numerosas ramas-troncos conformaban
una sombra espesa y generosa. Se tendió bajo ella y se
quedó dormido.
Al despertar, grande fue su sorpresa al ver al Rey y sus
Ministros, hincados de rodillas frente suyo.
—No te asombres, oh joven —dijo el Rey, con las manos
juntas—. Desde hoy serás mi hijo, el príncipe heredero. El
astrólogo y Guru de mi Corte, ha vaticinado que en este
mes de Margashirsha, de tarde, bajo este árbol bayan, ha-
llaríamos a un joven como tú, cubierto de heridas. La hora

œ 174 
mukunda, el mendigo

que nos diera el sabio es esta hora, y el día es este día. Tú


me sucederás en el gobierno del reino, y según nuestro
sabio serás un Rey por demás justo y generoso.
Mukunda fue llevado a palacio en un palan­quín de oro.
Ya en sus cámaras reales, fue atendido por los médicos de
la Corte que curaron sus heridas. Lo bañaron y vistieron
de costosas ropas, y lo presentaron en su oportunidad a la
hueste de sabios Ministros. El Rey no cabía en sí de gozo.
Descubrió, con el andar del tiempo, que ciertamente se
trataba de un alma bendita, toda caridad y compasión, to-
da justicia y nobleza. Y así trans­currió el tiempo, hasta la
muerte del Rey y su ascenso al trono.
Nunca esas tierras conocieron tanta felicidad. La ves­
tían todas las virtudes, se desconocía el dolor y la pobreza.
No existían ladrones, pues cuando alguien hurtaba algo,
inmediatamente se lo colmaba con el doble o el triple de
lo sustraído, y se le pedía perdón por no haberse tenido
conciencia de sus necesidades. Se ponía entonces a los la-
drones bajo la tutela de los Maestros de la Corte, quie­nes
les enseñaban que en verdad nadie puede hurtar nada de
nadie, pues todo queda aquí, en nuestra pequeña casa cós-
mica. Muchos de ellos, tomaron las sagradas vestiduras.
El amor con el cual se los guiaba era tan grande, que no
hubo un solo ladrón que no desistiera de sus malas an-
danzas. El joven Rey les enseñaba a sus Mi­nistros a ser
bondadosos con todos, sin discriminación.
—Quien discrimina es la mente —les decía—. Si alguno
de estos ladrones fuera vuestro hijo, excusaríais sus fecho­
rías, y ello, porque estaríais bajo la regencia sublime del

œ 175 
santos y enseñanzas de la india

afecto. Así es como nos quiere Dios, y así debemos querer­


nos entre nosotros.
Y de noche, cuando quedaba por fin solo, lejos de sus
Ministros, de las audiencias y labores propias de un sobe­
rano, arrodillado y con las manos juntas, exclamaba lleno
de gratitud y alborozo:
—Le has dado otra moneda a este mendigo, Dios Ama­
dísimo... Me has permitido hacer el bien y conducir a ha-
cerlo a quienes me rodean.
Pero la felicidad, como se sabe, es una niña que no
permanece por mucho tiempo entre los brazos de nuestra
Madre Mâyâ.
Cierto día, un soberano del reino vecino les declaró la
guerra, y Mukunda, con los brazos abiertos y el corazón
pletórico de desapego fue a verlo, diciendo:
—Hermano querido, ¿qué importancia tiene que sea yo,
o seas tú, quien dirija este reino? En el fondo ni tú ni yo lo
hacemos, sino Nuestro Señor que se vale de nosotros, co-
mo un artista de su instrumento. ¿Hemos de hacer morir
a miles de soldados por la tonta ambición de impe­rar? Si
mis Ministros te aceptan, y aunque no lo hicieran, te en-
trego mi cetro y mi corona. La guerra es sufrimiento para
muchos inocentes y nada se gana con ella. El reino que
ahora me tiene como Rey, conoció a miles de Reyes antes
que yo: lo mismo ha sucedido con el reino tuyo. En ambos,
sin embargo, como al principio de los tiempos, siguen los
campos dando sus frutos y los jardines sus flores. Ellos
conocen más que nosotros sobre el legítimo Dueño de las
cosas. No. No voy a luchar, no voy a ser causa de dolor.

œ 176 
mukunda, el mendigo

Y el joven Rey Mukunda habló luego con sus Minis-


tros.
Era de esperar que no lo comprendieran.
—Tu deber es defendernos —exclamaron a coro—. Si no
lo haces, pensaremos que eres un cobarde. ¿Cómo darás
este reino al enemigo?
—Es que no es enemigo —dijo Mukunda.
—¿Y cómo puede llamarse a quien viene con el propósi­
to de conquistar aquello que no le pertenece, a hacer la
guerra para salir victorioso en sus nefastas ambiciones?
—replicaron los Ministros.
Y como Mukunda permaneciera callado, la ira se fue
apoderando de todos ellos. Una ira sorda, ciega, bestial.
—El Rey —pensaban— nos deja solos. Es un ser débil y
miserable que sólo nos ha servido para los tiempos de paz,
pero es evidente que no puede hacerlo en los de guerra.
—Os matareis entre vosotros —gemía el monarca.
Cubri­réis de sangre y de dolor cada casa, cada aldea, cada
ciudad. ¡Dios es el único Poder que rige detrás de Reyes y
Ministros! ¡Sed buenos, desapegaos de vuestra falsa cre­
encia del “yo soy”, “yo tengo”, “yo hago”. Nadie es, nadie
tiene, nadie hace; el mundo ya tiene su Señor y Dueño.
Despertad de la ilusión que os vela el entendimiento.
Estas palabras no hicieron sino encender aún más la
ira de todos.
—¡Merece la muerte! —dijo uno de los Ministros.
—No —exclamó otro—; ello sería un premio para este
des­dichado. Lo que merece es un castigo ejemplar en las
mazmorras.

œ 177 
santos y enseñanzas de la india

Y como todos estuvieran de acuerdo en esta última reso-


lución, Mukunda fue arrastrado hasta los oscuros sótanos
del palacio, donde aguardaban por él sus verdu­gos. El cas-
tigo fue horrendo, y lo hubiera sido más aún, si el mismo no
hubiera coincidido con el ataque del soberano del vecino
reino. Todo comenzó a movilizarse para la guerra, y hasta
los verdugos, ansiosos más que nadie de pelea, se olvidaron
de su víctima, abandonándola en medio de su dolor.
Su cuerpo había sido sometido al fuego. Tenía llagas
por todas partes. Cuando recobró la conciencia, dijo desde
el fondo de su corazón:
—Otra moneda... Dios del amor... otra moneda que has
dado a Tu mendigo y que éste agradece desde el fondo del
alma. Esta es Tu Voluntad, Rey del Universo. Primero me
has puesto de cobertor de un búfalo, luego me has hecho
soberano de estas tierras, y ahora me has arrojado a las
mazmorras que hacía tanto tiempo, durante mi gobierno,
se hallaban clausuradas. Todo es Tu Voluntad Divina. Mi
alma aprende así el difícil arte de la aceptación y el con-
tentamiento con lo que sea que nos des. Porque eres Tú
quien sabe lo que nos conviene.
—¡Oh Rey de la Luz Única! ¡Tú serás general y soldado
en esta guerra y a cada quien le otorgarás la enseñanza
que Te plazca por los medios que Te plazcan! ¡Bendito y
alabado seas mil veces!
Fueron pasando los días, y los gritos y el entrechocar
de espadas en el combate fue menguando. Cada vez eran
menos, hasta que por fin, cesaron por completo. El silen-
cio parecía ser el único habitante del lugar, hasta que una

œ 178 
mukunda, el mendigo

mañana se abrió la pesada puerta de la mazmo­rra. Era el


soberano del reino vecino. Estaba malherido y caminaba
tambaleándose.
—Sabía que te hallaría aquí —le dijo con lágrimas en
los ojos. Todos han muerto, los míos y los tuyos. Fue real­
mente una masacre. He sido un ciego poseído por la am-
bición de tornar más vasto el territorio de mi propio reino.
En el fondo, sentí mucha envidia de ti, pues los viajeros
me hablaban maravillas de tu Gobierno. Quise destruir
tanta luz, y en vez, me he destruido a mí mismo... Mírame,
estoy a la puerta de la muerte. Vine a decirte que abando-
no mi reino y el tuyo, o mejor dicho, lo que ha quedado de
ambos. Pienso renunciar al mundo y tomar las vestiduras
sagradas. Veo que en la Casa de Mâyâ, todo es insubs-
tancial y efímero, ya no me apetece este juego de causas
y efectos.
—No —repuso Mukunda—. Sanarás de tus heridas, y
tendrás que imponerte un castigo: el de ser soberano de
ambos reinos, pero sin que el apego se posesione de tu
corazón. La verdadera renuncia no es material: su raíz es-
tá en la mente. No te consideres jamás Rey, y llegarás a
serlo algún día... pero de ti mismo. Yo también curaré y
dejaré este palacio y estas tierras... Tengo que continuar
mi camino.
Y Mukunda contó al Rey lo que había sucedido aquella
lejana tarde, bajo el árbol bayan, y cómo había sido lleva-
do a palacio como príncipe heredero. Le confesó también
que era un mendigo del Amor, y que todo lo que le intere-
saba era ser un hombre bueno. El Rey al que sus Ministros

œ 179 
santos y enseñanzas de la india

habían llamado enemigo, se deshizo en lágri­mas. Abrazó


a Mukunda y lo llevó a Palacio, pero fue inútil. No pudo
convencerlo que permaneciera en él.
—¡Podrías enseñarme tanto! —le dijo—. He destruido
miles y miles de vidas. Soy el peor de los asesinos...
—Tú no las has destruido— repuso Mukunda—. Dios
nos da y nos quita la vida cuando a Él le place. Su Volun-
tad y no la tuya, dirigió esta guerra.
Cuando curó de sus heridas, se hizo una vez más al ca-
mino.
Andando y andando, cantaba Kirtams a su Único, y re-
cogía —como Mukunda decía— sus monedas aquí y allá.
Una vez, sirvió de esclavo a una vieja vaca a la que se le
habían caído todos los dientes, razón por la cual le era im-
posible comer. El trituraba el pasto para alimentarla y así
lo hizo hasta que el pobre animal se vio libre de su envol-
tura física. En el momento de su muerte, un mara­villoso
fulgor emergió de su cuerpo.
—Soy el Deva Gavida —le dijo—, de la corte de Chitra-
ratha, el Rey de los Músicos Celestiales. Mi alma necesitó
aprender algo y así ingresé a este cuerpo animal del cual
ahora me veo libre, y así te digo, Mukunda, antes de aban-
donar la tierra de los Hombres: Como tú me alimentaste
en mi vejez, y cuando me hallaba completamente impo-
sibilitada de tomar alimento, así también yo, alimentaré
tu corazón de cantos. Serás el Rey de los Bhagavatars1, y

1. Los devotos que cantan a Dios.

œ 180 
mukunda, el mendigo

hasta Chitraratha mismo escu­chará entonces tus venera-


bles versos a los Dioses. ¡Bendito seas una y mil veces por
tu corazón compasivo!
Y Mukunda, llorando y riendo, con los brazos extendi­
dos al cielo, repetía una y otra vez:
—Gracias por esta otra moneda, Rey mío, Idolatrado
¡Alguna vez tendré las suficientes como para poder adqui­
rir la sabiduría del Auto-Conocimiento! Mas, bien sé que
para ello, ninguna criatura Tuya debe serme indiferente
sobre la Tierra.
Cierta vez, al cruzar un río, vio cómo un inmenso pez
givara luchaba denodadamente por su vida; había sido
cogido por el anzuelo de un pescador.
Con todo cuidado, Mukunda lo liberó de su cautiverio,
curando sus heridas con amor infinito.
Antes de alejarse por sus caminos de olas, el pez dijo a
Mukunda:
—Tú también, al cruzar el mar de Mâyâ, hallarás la ma-
no compasiva de la sabiduría que te ayude a no caer presa
del gran pescador, el Apego. ¡Bendito seas, por tu corazón
generoso!
En otra oportunidad, a los pies de un árbol, halló heri-
do a un pájaro godila.
El plumaje de estas aves es todo azul, semejando un
pedazo de inefable cielo, y su canto armonioso, como el
de la misma Vina. Mukunda se constituyó en enfermero
suyo. Durante días y noches velaba por el avecilla con celo
sin igual, hasta que una gloriosa mañana, la vio restable­
cida por completo.

œ 181 
santos y enseñanzas de la india

—Mukunda —le dijo el ave—, la Bienaven­turanza será


tu compañera para siempre. Cuando vueles hacia Dios
Infinito, si algún Karma te saliera al encuentro para im-
pedirte el viaje, esta acción tuya lo destruirá de inmedia-
to. Irás a Sus brazos como el perfume a la flor. ¡La Tierra
tiene contigo un nuevo santo!
Y con mil bendiciones más, remontóse el ave hasta per-
derse en el espacio.
Fueron pasando los días, las semanas y los años para
Mukunda, el devoto del Amor. Su tesoro era ya infinito,
sus monedas, como él las llamaba, se habían convertido
en verdaderas arcas de reyes.
La estación de la vejez se había hecho presente en su
cuerpo. Ahora vivía en una cabaña y raramente salía al
exterior, alimentándose como podía, con las dádivas que
algún alma generosa le alcanzaba. Un poco de leche, de
arroz, un trozo de pan, alguna fruta, eran suficientes.
Cierta mañana, amaneció con fiebre y supo que la vida
lo abandonaría a la brevedad. Entonces, escuchó que al­
guien llamaba a su puerta.
—Pase quien sea —dijo Mukunda con un hilo de voz—,
pues la debilidad que lo poseía era muy grande.
Toda la Luz del Mundo, ingresó entonces en la humil-
de choza. El resplandor impedía ver el rostro del visitante,
quien dijo:
—Mukunda, me has comprado hace ya mucho tiempo.
—¿Quién eres, Divino Señor? —exclamó Mukunda
profunda­mente emocionado.
—Soy tú —repuso el recién llegado.

œ 182 
mukunda, el mendigo

Mukunda cerró entonces los ojos y emergió plácida­


mente del cuerpo. La luz se unió con la luz y no fueron dos
sino una. Mukunda había llegado a la otra orilla. El Amor
era suyo y él era del Amor y el Amor era Aquello.
Ya al salir de la Casa de la Madre Mâyâ, dejó con esta
su vestidura mental.
—Madre —dijo—, te devuelvo lo que es tuyo, lo que me
dieras en préstamos al visitar tu reino. Lo que es la lámpa-
ra a la luz, así es el pensamiento al corazón: sirve tan sólo
para mostrar la llama, cuyo fulgor no le pertene­ce. Que
los Hombres, tus hijos, aprendan pronto esta lección para
que puedan ser felices ¡Qué haya, Madre, en tu Casa, mu-
chos mendigos del Amor!
En su viaje, fueron con él los ángeles de miles de ben-
diciones. De algún modo, el alma de su primer llanto a los
pies de Gadu, su sacrificio corporal para proteger al búfalo,
sus años de Rey compasivo, las bendiciones de la vaca que
alimentara, del pez que salvara, del avecilla que cuidara, y
de tantas, pero tantas criaturas que protegiera. Todo eso
lo acom­pañó como un inefable manto de luces y de mieles,
hasta que tocaron los límites del Tiempo.
Luego, el alma bendita de Mukunda, que ya nunca re-
tornaría al caleidoscópico reino de las tres Gunas1 ingre­só
para siempre en la Eternidad...
_________

1. Las tres cualidades de la materia: armonía, actividad e inercia.

œ 183 
Sri Krishna

œ 184 
Capítulo V

RAGAKABIR

El santo Ragakabir era analfabeto. Si se le preguntaba


cuánto eran dos por cinco, se tornaba rojo como un cla-
vel, comenzaba a tartamudear, y se echaba luego a llorar
pidiendo excusas por no saberlo. En las aldeas que visita­
ba, observaba los carteles conteniendo leyendas como lo
haría una gacela, totalmente ajeno a su contenido. Cierta
vez, un Pandit de buen corazón, le dijo:
—No es posible, Ragakabir, que vivas de ese modo. Tie­
nes que aprender a leer y a escribir como todos lo hacen.
Tú perteneces a la casta Kshatrya, y es una vergüenza pa-
ra los tuyos esa desprolijidad mental.
Ragakabir, que era la imagen viviente de la humildad,
agradeció postrándose a los pies del Pandit. Al día si­
guiente, tablilla en mano, acercóse a su Guru, y éste co-
menzó su primera lección, mas, no bien le enseñaba una
letra, Ragakabir entraba en éxtasis diciendo:
—Bendito sea Nuestro Señor por toda la gloria de Su
sabiduría. ¡Estas líneas me recuerdan las curvas que po­
seen los pétalos de Sus flores, y estos Mâtrâs1, la gallardía
de las ramas siempre obedientes a Su Divina Ley que las
cubre de besos rosados en la primavera, y las abriga con la
nieve tibia durante el invierno.

1. Las duraciones de las letras sánscritas son llamadas Mâtrâs.

œ 185 
santos y enseñanzas de la india

—Sí, sí —argumentaba el pobre Pandit—, pero... de-


ja eso ahora, y trata de concentrarte en lo que te estoy
explican­do.
Una y otra vez intentaba su Maestro hacerlo ingresar
en el mundo del abecedario, y una y otra vez fracasaba
completamente. Por mucho empeño que ponía el joven en
aprender, su mente lo derivaba hacia el misterioso mun­do
de la devoción.
Cierta mañana, en que el Pandit se encontraba más
bien distante de las regiones bienaventuradas de la pa­
ciencia, no soportando ya la constante fuga mental de su
discípulo, se puso de pie y tomando su bastón, le propinó
una serie de golpes, al tiempo que exclamaba totalmente
fuera de sí:
—Debes ser un intocable disfrazado de Kshatrya. ¡Na-
die creerá que perteneces a la casta de nuestros viejos y
sabios Reyes! ¡Un asno posee mayor concentración que tú,
pues tan siquiera persigue en las norias a los nabos que se
le cuelgan adelante!
Y sin más, dándose por vencido, ordenó al joven que
nunca más regresara a tomar lección alguna, cosa que
allá en el fondo de su corazón Ragakabir agradeció pro­
fundamente.
—Me has hecho, Señor mío, tan tonto, que sólo me que­
da el camino de la devoción para llegar a Ti, se expresaba
emocionado.
Y siguió por los valles, montañas y senderos loando a
su Padre Celestial con toda el alma puesta en cada oración,
en cada canto.

œ 186 
ragakabir

Cierto día el Pandit fue invitado a una gran asamblea


de sabios, en la cual se debatirían problemas concernien-
tes a las Escrituras Sagradas. Para asistir a la misma, debía
cruzar el río Ganges, de modo que, vistiendo sus mejores
ropas, encaminóse a la playa en busca de una embarca­
ción que lo llevara hasta el sitio en el cual se realizaría di-
cha asamblea de eruditos.
Un botero de tez oscura, muy sonriente, y de ojos su-
mamente expresivos y bondadosos, cantaba al son de una
flauta, reclinado junto a su barca, en la orilla del río.
—Necesito que me cruces al otro lado —dijo el Pan-
dit—. Si tu embarcación está libre, hazlo y te pagaré lo que
corres­ponda.
El botero, sin dejar de sonreír, observó al Pandit, entre
serio y divertido y le dijo:
—Lo haré, si eres capaz de decirme cuántos peces habi­tan
este río, cuántas olas posee el mismo, cuántas molé­culas de
agua, y cuántos granos de arena conforman su lecho.
El Pandit lo miró atónito por un instante, sin atreverse
a responder, tan perplejo como estaba. Por fin, y tartamu­
deando, dijo:
—¿Es... es una broma? ¿Qué ocurrencia es esa tuya?
¿Eres un loco? ¿Te burlas de mí?
—No más que tú de Ragakabir —fue la respuesta—. A él
le fue otorgada la nave real de la Devoción para cruzar de
la orilla de la Ilusión a la otra de la Suprema Realidad, mas
tú te has empeñado en hacer que aprendiera una sarta de
símbolos que tan sólo son útiles como lo es el bastón pa-
ra el ciego. Quien ve, ¿qué necesidad tiene de ello? No es

œ 187 
santos y enseñanzas de la india

a través de ningún conocimiento intelectual que el hom-


bre se conecta con Dios, sino a través de la Fe. ¡Oh sabio
Pandit! No hay Escritura Sagrada en todo el mundo, que
te aconseje razonar, antes que amar. Dios no es un sabio
tonto, como tú. Cambia de perspectiva interior y sabrás
sobre lo Real, mucho más que cuanto puedas alcanzar con
todas tus erudiciones.
Y mostrando su verdadera naturaleza, transformóse el
botero en Krishna, Nuestro Señor resplandeciente, desa­
pareciendo luego ante los desorbitados ojos del Pandit.

* * *
Ciertamente, las enseñanzas del Bhagavad Gîtâ se
expre­san claramente sobre esta cuestión:

“Y de todos los sa­bios Yogis, el que rebosante de Fe Me


adora con su interno Yo en Mi posado, es para Mí, el Yo-
gi más perfectamente Realizado.”1

“El que rebosante de Fe Me adora”, no el que trata de


llegar a Su Verdad por medios mentales. ¿Qué puede im-
portarle a Aquel que es Esencia de todas las ciencias, nues-
tros pobres conocimientos? Por mucho que tratemos de
inteligibilizar las leyes de Su Casa Cósmica, nuestro saber
será siempre lo que un grano de arena para la vastedad
inconmensurable del océano.

1. Bhagavad Gîtâ VI, 47.

œ 188 
ragakabir

El Budhismo, que no es sino un brote tardío del gran


conocimiento Védico, fiel como toda rama, a la naturale-
za del árbol del cual nació, nos habla de “la sabiduría del
ojo y la sabiduría del corazón”, siendo esta última, para
los elegidos, los “simples de espíritu”, los que se hallan
dis­puestos a “perder”, para ganar... perder la soberbia de
creer que sobre Aquel se puede saber algo por medio de
lógicas y especulaciones. Se nos dice: “Amarás a Dios so-
bre todas las cosas” y no “pensarás a Dios sobre todas las
cosas”. El verdadero triunfo espiritual es la conquis­ta del
Amor, y quien nos hace fracasar, precisamente, es ese cú-
mulo de razonamientos, con los cuales, la mayoría de las
veces, obturamos el paso de Dios Infinito hacia nosotros.
¡Cuánta soberbia infantil ha generado la mente huma­
na! Especialmente en nuestro siglo tan pobre de Fe, tan
carente de Devoción. ¡Computadoras, satélites, naves
es­paciales, trasplantes de órganos, son juegos de niños
comparados a la grandiosidad de Su Ciencia Única, mas,
ebrios con las conquistas del intelecto, solemos dar la es-
palda a lo Divino para enajenarnos en búsquedas ma­gras
sumidos en fábricas y laboratorios!
Lo triste no es que avancemos en el camino del conoci­
miento, sino que lo hagamos egolátricamente, suplantan­
do la visión de Aquel, por la admiración de nosotros mis­
mos; lo doloroso es nuestra soberbia, nuestra falta de vi-
sión universal, nuestra esterilidad para la Fe.
Podremos volar a las estrellas, podremos aumentar los
años de nuestra vida física. ¿Y qué? Ninguna nave tendrá
jamás la velocidad del pensamiento, ni vida física alguna

œ 189 
santos y enseñanzas de la india

durará lo que un día de Sirio. Por otra parte, ¿de qué nos
sirve la prolongación de esta última? ¿Se miden las cosas
por su cantidad o por su cualidad? Un hombre sin Fe, por
mucho que viva, será presa constante del temor, el apego,
la angustia, y arrastrará detrás suyo su pobre cuerpo, co-
mo un soldado malherido arrastra su armadura, sin po-
derse librar de sus hierros.
La prolongación de su amada vida física, será para él,
una nefasta prolongación en el país del dolor constante,
la constante ansiedad, el perpetuo desasosiego. El deseo
desesperado que se tiene en la actualidad por triunfar so-
bre la muerte, demuestra claramente hacia donde enfo­
camos nuestro concepto de lo importante; lo importante
es seguir viviendo, vivir mucho, sea como sea, con mule­tas,
“bypass”, órganos prestados, como sea, pero vivir... lo cual
habla de nuestra idea grosera y materialista de la vida. Los
que llamamos “muertos” están mucho más vivos que no-
sotros seguramente, mas, obcecados y capricho­sos, que-
remos construir un mundo diferente al que existe, donde
el primado de nuestra “voluntad intencionada” re­ine por
sobre la Divina Voluntad.
Es cierto; la criatura humana ha nacido para vencer a
la muerte, mas no en el plano físico, sino para vencer a
su muerte espiritual, a su letargo. Ha nacido para volar...
pero no en naves espaciales, sino sobre sus pasiones; ha
nacido para crear, pero no sólo máquinas, sino su propio
Ser, integrándolo con la Gran Causa de todas las causas.
Mas nuestro siglo es siglo de científicos, no de santos...
Estos esperan, allende las fronteras de nuestra soberbia,

œ 190 
ragakabir

esperan que con el último fracaso tomemos conciencia de


nuestro verdadero destino, y nos encaminemos con mayor
humildad y siquiera un átomo de Devoción, hacia el reen­
cuentro con el Infinito, en ese aeropuerto especial del co-
razón, cuyos pilotos bienaventurados, cuando logran alzar
vuelo, jamás regresan a la Casa de la Gran Ilusión.

_________

œ 191 
La Divina Madre Durga

œ 192 
Capítulo VI

MIGO, EL HARAGAN

Migo era devoto, muy devoto de la Madre Durga, nues­


tra Señora de la Piedad infinita. Pero también era ha­ragán,
muy haragán. Le gustaba dormir hasta altas horas de la
mañana, y si podía, echaba una larga siesta luego de al-
morzar. Cuando se levantaba, comía nuevamente, lo que
hacía que su cuerpo y mente se hallaran siempre envuel­
tos en Tamas, esto es, cansancio, lo que constituía una ba-
rrera constante para sus oraciones.
—No importa —decía Migo—. Meditaré mañana sin falta...
Y al día siguiente, volvía a decir lo mismo:
—Mañana sí co­menzaré a meditar seriamente.
Eso sí, estuviere trabajando, recogiendo agua del río cer-
cano, buscando leños para encender el fuego, o jugan­do con
las mansas gacelas del bosque, Migo jamás dejaba de pen-
sar en la Diosa a quien bendecía con todo su corazón. Su
espíritu siempre moraba junto a Ella, si bien como decimos,
sus horas de meditación dejaban mucho que desear.
Cierta vez, Migo tuvo que ir a una aldea vecina, a bus­
car alimentos, y para ello, era necesario que cruzara un
río, el cual, para desdicha de Migo, se hallaba sumamen­te
crecido pues era época de monzones.
—No importa —se dijo, no es muy ancho, y soy buen
na­dador, de modo que me arrojaré a las aguas y con dos
brazadas estaré en la otra orilla.

œ 193 
santos y enseñanzas de la india

Dicho y hecho, comenzó a nadar, mas ello no le resultó


nada fácil, pues una vez en la corriente, esta parecía en-
sancharse más y más y la orilla alejarse constantemente.
El pánico se apoderó de su corazón, y no habiendo un al-
ma a quien pedir auxilio por el contorno, comenzó a im-
plorar la ayuda celestial de su Madre Durga.
—Madre —clamaba en medio de las aguas—, ¡Madre
mía, sálvame, que me estoy hundiendo! En medio de la
corrien­te torrentosa, oyóse claramente una voz mirífica,
que le decía:
—Hijo mío, te salvaré mañana sin falta. Ahora me es
imposible. Debes tener paciencia.
Y la voz calló ante la desesperación del pobre Migo,
que, más muerto que vivo llegó por fin a la deseada orilla
quedando sobre ella por un largo tiempo, incapacitado de
moverse cansado como es­taba. Irguióse por fin, y comen-
zó a caminar por un senderillo que atravesaba la selva.
En su mente, iba cavilando sobre la extraña contestación
que en momento de tanta necesidad, le diera la Reina del
Cielo.
—No me ayudó cuando más la precisaba —se decía, sin
poder hallar una respuesta para el Divino proceder.
En eso estaba, cuando salióle al encuentro un inmensí-
simo oso de negro pelaje, el cual, desnudando sus podero-
sos dientes y extendiendo amenazadoramente sus grandes
patas delanteras, acercóse a Migo con toda la intención de
triturarlo entre sus poderosas extremidades.
—Madre Durga sálvame —gritó aterrado el pobre Mi-
go, echando a correr por la selva en dirección opuesta al

œ 194 
migo, el haragán

temible animal, y otra vez, como durante el cruce del río


torrentoso, oyóse la misma voz que le decía:
—Mañana Migo, te salvaré mañana sin falta. Ahora me
es imposible.
Migo no supo qué aconteció luego. Su pánico, hizo pro­
bablemente que se desmayara y cayera en un hueco del
terreno, donde permaneció por horas, hasta que por fin
regresó a él la conciencia. El oso había desaparecido, pero
no así el cansancio que su alocada carrera había impreso
en todo su cuerpo.
Bastante golpeado y cariacontecido, llegó por fin a la al-
dea en busca del alimento necesario. Entró en un almacén
de granos, pidió los que necesitaba, y cuando iba a pagar
sacando los billetes de una rupia de entre sus ropas, notó
que los mismos se hallaban mojados como consecuencia
del cruce del río, y para nada se asemejaban a los billetes
en cuestión. Sea como sea, extendió los mismos al tende­ro,
quien los analizó una y otra vez sin dar crédito a sus ojos.
—Esto es un montón de papeles revueltos —le dijo a
Migo—. Seguramente que son billetes falsos. Tú quieres
aprovecharte de mi buena fe y pagarme de semejante mo-
do el precio de la mercadería.
La ira iba apoderándose más y más del tendero en cues-
tión, quien, por fin, tomando a Migo por uno de sus brazos,
lo arrastró prácticamente hasta la casa del jefe de la aldea,
que era quien arreglaba casos semejantes. Este, luego de
observar los billetes, dijo:
—Sí, deben ser falsos, y para ello la pena es de muerte.
Te ahorcaremos mañana al amanecer.

œ 195 
santos y enseñanzas de la india

Y dio por termina­do el incidente, llamando a dos guar-


dias para que Migo fuera encerrado en la cárcel.
Ni qué hablar del estado espiritual del pobre Migo. El
cielo se le había caído encima, todo le había resultado mal,
y no teniendo a quien recurrir, imploró nuevamente la
ayuda de la Madre del Cielo.
—¡Madre Durga! —exclamó con lágrimas en los ojos—,
esta vez me matarán. No puedes menos que ayudarme, te
im­ploro por favor, ¡un poco de auxilio celeste!
Rogó y rogó hasta el alba, pero la Diosa celestial no le
respondía. Por fin, con los primeros rayos del Sol, oyóse la
misma voz liada en mieles, que le decía:
—Mañana Migo, mañana te ayudaré sin falta. Hoy no
puede ser.
—Mañana estaré muerto y ya no te necesitaré, Madre
del Cielo —gimió Migo.
Pero la voz, como era ya habitual, había callado una
vez más.
Instantes después, dos robustos soldados lo sacaban
de la celda para llevarlo hasta el lugar de castigo.
—¡Alto ahí! ¡Esta ejecución debe detenerse!
Era la voz del tendero, quien seguidamente continuó
diciendo:
—Durante la noche, los billetes se secaron, y me he dado
cuenta de que aunque están sumamente arrugados, son
legítimos, de modo que este hombre es inocente y sería
injusto quitarle la vida.
Dicho esto, mostró las rupias a quien correspondía y
Migo fue puesto en libertad.

œ 196 
migo, el haragán

Es claro que su estado de ánimo se hallaba por el sue­lo.


Y no era para menos. Recogió entonces, de mala gana, los
granos comprados y que tantos dolores de cabeza le cos­
taran y tomó el camino de regreso a su aldea.
Andando y andando, llegó a un claro en la selva, donde
pensó descansar un poco de tantos inconvenientes.
—Sería bueno meditar en Nuestra Señora, antes de co­
mer algo y dormir por unas horas —se dijo, pero luego ex-
clamó como ya era costumbre en él:
—Lo haré mañana, ahora estoy sumamente agotado.
Iba a darse vuelta para echar un sueño, cuando de
pronto, escuchó una voz que le decía:
—Mañana Migo, duerme mañana.
Se levantó de un salto, permaneciendo sumamente
atento, para ver de dónde provenía la voz, mas la soledad
y el silencio lo rodeaban. Quedóse por un instante oteando
los diferentes caminos y recodos del lugar, y preguntándo-
se una y otra vez si todo no habría sido sino imaginación.
Se sentía extremadamente nervio­so.
—Un corto paseo me hará bien —se dijo, poniéndose de
pie y comenzando a caminar.
A escasos metros, halló un her­moso árbol de mango,
cuajado de frutos maduros.
—¡Qué maravilla! —dijo Migo—. Comeré un par de ellos
y seguramente que me sentiré como nuevo. Extendió la
mano para cogerlos, mas algo lo detuvo en el aire.
—Mañana Migo, come mañana —dijo una voz, y toda la
selva pareció hacerse eco de la misma repitiendo “maña­
na”... “mañana”...

œ 197 
santos y enseñanzas de la india

Entonces Migo echó a correr presa de pánico, hasta que


fue a dar a una cascada de aguas cristalinas. La presuro­sa
carrera le había dado mucha sed, de modo que sin pensar-
lo dos veces, acercóse a la misma para beber, mas otra vez
se escuchó la acostumbrada voz que le decía:
—Mañana Migo, bebe mañana...
Y era inútil que hicie­ra todo tipo de intento por acercar-
se a las aguas, ya que estas parecían alejarse más y más...
Y así, sin poder dormir, ni comer, ni beber, le sorpren­
dió la noche, vagando en medio de la selva, envuelto en
lágrimas y desasosiegos.
Entonces, vio acercarse hasta él una extrañísima figu­ra.
Era un gigante de cabellos rojos y barba del mismo co-
lor. Sus ojos parecían dos volcanes envueltos en llamas, y
al andar, cada pisada suya transformaba el terreno en un
mar de fuego.
—¿Quién eres? —preguntó el atribulado Migo, a quien
to­das las vicisitudes de la vida, y muchas otras más, pare­
cían haberle estado esperando en ese desventurado viaje.
—Yo soy Mañana —repuso el gigante con voz caverno-
sa—. Soy el amigo de los torpes y los idiotas. Cuanta cria-
tura ciega habita este planeta, en mi se apoya y se refugia.
Los ladrones dicen “mañana enmendaré mi vida... hoy
segui­ré hurtando”. Los estudiantes dicen “mañana haré
mis deberes, hoy saldré a divertirme con mis compañe-
ros”... y los devotos exclaman “mañana comenzaré mis
medita­ciones... hoy tengo otras cosas que hacer”... y así,
unos olvidan al Dios del Dharma, y los otros olvidan el
Bhakti...

œ 198 
migo, el haragán

Al escuchar esto último, Migo se puso rojo como una


manzana, pues recordó cuántas veces él había pospuesto
sus meditaciones diciéndose “mañana comenzaré”... para
volver a repetir lo mismo al día siguiente...
—¿Por qué eres tan voluminoso? —quiso saber Migo.
—Porque toda la Humanidad me alimenta y así engor-
do constantemente y también constantemente aumento
de altura. En cuanto a mi naturaleza ígnea, yo soy el fue-
go del infierno que detiene el surgimiento de la Eternidad,
la cual reside en mi enemigo “Hoy”. Siempre que alguien
dice “hoy seré bueno”, mi estatura decrece un poquito, y
cuan­do los enamorados de Dios Nuestro Señor exclaman
“est-Hoy” meditando, siento que la vida me abandona. En
verdad, yo soy Mâyâ, pues no tengo existencia real. Por
eso te decía que soy el amigo de los idiotas: éstos nunca
interpretan correctamente las leyes de la Vida y es por eso
que me buscan y prefieren.
—Y ahora —exclamó Mañana abriendo su boca inmen­
sa—, vengo a devorar también tu pequeño y débil amor a
nuestra Divina Señora Durga, puesto que has vivido in­
vocándome y exclamando “mañana comenzaré mis medi­
taciones, hoy tengo otras cosas que hacer”.
Entonces Migo cerró los ojos, y por primera vez en su
vida, vio todo absolutamente claro. Había sido un perfec­
to bandido, un inconsciente, un obcecado... ¡Había sido
un pobre desdichado! Entendió por qué su Divina Madre
le había retaceado su ayuda en el cruce del río, en su en-
cuentro con el oso, en la cárcel... En realidad, de todo lo
había salvado, mas cuando él la invocaba, la Divina Madre,

œ 199 
santos y enseñanzas de la india

con amoroso ánimo de llamarle la atención con respecto


a sus faltas, le decía “mañana...”, como él mismo lo hacía
cuando era el momento de la meditación, y él la posponía...
Concienció nuevamente, su infinito amor, en la negación
del sueño, de los frutos, del agua... ¡Cuánto trabajo le dio
su ceguera a tan Divina Madre, cuánto hizo por despertar-
lo, cuánto sacrificio para que él viera su error!
—Hasta el poderoso Rakshasha Mañana, seguramen-
te fue enviado por Ella —se dijo— para que mi espíritu
ignoran­te tomara conciencia de la Gran Realidad.
Su corazón había renacido, una profunda paz reinaba
en su alma, y todo él tranformóse en un estático sentimien­
to de Amor a Dios. No supo cuántas horas habían pasado.
Cuando abrió los ojos, Mañana había desaparecido, el Sol
estaba en medio del cielo, había amanecido otro día y este
mismo se hallaba ya en su punto medio.
Caminando por la selva, halló un pequeño santuario a
la Madre Kali, quien es la misma Diosa Durga, o Nuestra
señora Parvati... o Lakshmi1. Entonces Migo ingresó a él
para siempre. Pasaron los días y los meses, y Migo no se
movía. Olvidó completamente todo otro menester y sólo
tuvo memoria constante para con Dios.

1. Todos estos son Nombres de Devi o la Madre Universal. Sus tres


aspectos principales son: 1) La Diosa Parvati —que a veces toma
el aspecto de Kali o Durga—, consorte del Dios Shiva; 2) La Diosa
Lakshmi, consorte del Dios Vishnu; y 3) Sarasvati, consorte del Dios
Brahmâ.

œ 200 
migo, el haragán

Algunos aldeanos, al pasar por ese lugar, dejábanle fru-


tas o leche. Subsistía del amor de los demás y vivía para
Amar a Dios. Los años fueron transcurriendo y Migo llegó,
naturalmente, a la santidad más acabada. Silenciosamente,
como despierta la Vida en la semilla, así había nacido en
su espíritu el estado de Gracia. La gente de los alrededores
comenzó a acercarse al santuario donde oraba el santo, el
cual, según decían, daba paz con su sola presencia.
Entre los visitantes, acostumbraba a venir un joven de
veinte años, hijo del Rey, con su Primer Ministro. El pri­
mero postrábase a los pies de Migo con inmensa devoción,
mientras el segundo permanecía de pie, como silencioso
testigo de las actitudes del joven.
Una mañana, el Príncipe llegó envuelto en lágrimas.
—¿Qué ocurre, hijo mío? —inquirió Migo, dulcemente,
y el joven, balbuceando y ahogado por la desesperación,
excla­mó:
—Mi Padre el Rey me ha nombrado Yuvaraja1, y de
aquí a breves semanas deberé hacerme cargo de todos los
problemas del estado. Sin embargo, ¡oh joya preciosa de
la Madre Bhakti!, mi anhelo ha sido siempre renunciar al
mundo y consagrarme a Nuestro Señor, como tú mismo
lo has hecho, pero mi familia se opone aduciendo que soy
muy joven y que ya tendré tiempo de consagrarme a las
tareas espirituales.
En eso, y creyéndolo oportuno, terció el real Ministro:

1. Príncipe heredero.

œ 201 
santos y enseñanzas de la india

—En verdad, Guru-Ji, nuestro Príncipe es excesivamen-


te joven para hacer abandono del mundo. Él debe vivir su
vida palaciega ahora... Mañana, en todo caso, y si le dura
su vocación divina, podrá consagrarse a Dios...
Migo, quien escuchaba serenamente a ambos interlo-
cutores, ni bien oyó la palabra “mañana” saltó como un
resorte, más aún, como un tigre huyendo de las llamas, co-
mo una cobra ante la visión de una mangosta.
—¡Mañana es el infierno! —exclamó—, mañana es
inexisten­cia, es vacío, es la Nada. Tu Príncipe se enlodará du-
rante años y años viviendo una vida cortesana. Hará la gue-
rra, matará a supuestos enemigos y conocerá el odio, dormi-
rá en tálamos nupciales con sus reinas y conocerá la pasión
sensual, generará innumerables hijos, así conocerá tam­bién
el apego. Asistirá a banquetes sin fin, sabrá lo que es vestir
trajes lujosos y entenderá de vanidades, se adornará con las
más hermosas joyas, y anidará en él la soberbia; luego, lo
que quede del desdichado, si es que queda algo, será puesto
a los pies de nuestro Señor, o sea que nuestro Señor recibirá
las sobras, el descarte de toda su vida. ¿Te parece justo eso?
¡Y todo por haber incubado, por haber creado ese concepto
que es camino del infierno! “¡Mañana!” ¡Todo cuanto no po-
déis realizar de bueno ahora, lo dejáis para mañana!
Y dicho esto, cogió al Príncipe de la mano y exclamó:
—Ministro, dile al Rey que acabo de nombrar a su hijo
el Yuvaraya de Dios, o sea heredero del Reino Celeste.
El joven no cabía en sí de gozo. Lágrimas de gratitud
roda­ban por sus mejillas, del mismo modo que gestos de
preocupación en el atribulado primer Ministro.

œ 202 
migo, el haragán

Cuando el Rey se enteró de lo acontecido, quedóse en


profundo silencio.
Era un Rey noble, que amaba entrañablemente a su hi-
jo, y no deseaba hacer nada en contra de la voluntad de
éste.
—No es bueno —se dijo—, que lo traiga a la fuerza y lo
haga gobernar por medio de la violencia, pero, eso sí, debo
asegurarme de que su vocación sea legítima y no una mera
pasión del momento.
Y dicho y hecho, se sumó él mismo a los visitantes del
santo del bosque, asistiendo junto con su hijo a las leccio-
nes y enseñanzas.
—Si anheláis a Dios, comenzad a vivir una vida correc­
ta ahora mismo —decía el santo—. Debéis desarraigar por
com­pleto el pensamiento sobre el futuro. Este no existe; la
criatura humana se labra en el presente, pues el presente
es el tiempo de Dios. El futuro como el pasado, es muer­te.
Recordadlo siempre y podréis llegar al éxito espiritual y a
una existencia perfecta.
Estas enseñanzas maravillaban al Rey, quien, a du-
ras penas si visitaba su palacio, prefiriendo, en cambio,
perma­necer cerca del santo en su ermita. Y así, padre e
hijo se acogieron a la vida divina, quedando a cargo de las
cues­tiones del estado el noble y leal Primer Ministro.
¡Cuántos cambios maravillosos conoció la sagrada tie­
rra que tuviera el buen Karma de poseer un santo como
Migo!
Al paso del tiempo, Migo cerró el ciclo de su vida, lue-
go de haber realizado todo el bien posible en el alma de

œ 203 
santos y enseñanzas de la india

innu­merables devotos. Ya a punto de viajar hacia Vaikun-


tha1, los celestiales reunidos dispusieron que fuera el mis-
mo Dios Yama, el dios de la muerte quien buscara su espí-
ritu para llevarlo a los Lokas2 Inefables.
Pero sucedió que en el instante en que Migo abandona-
ba su cuerpo, también lo hacía otro santo en un lugar muy
lejano, cuya alma también debía ser buscada por Yama.
Existe una vieja tradición en India según la cual el es­
píritu de un hombre perfecto no puede ser conducido a
los Cielos sino por el mismo Dios Yama, encargándose
sus innumerables ministros de buscar a las otras almas
de hombres y mujeres comunes cuyas vidas transcurren
envueltas por los innumerables velos de Mâyâ.
—¿Qué hacer? —se preguntaba Yama.
Dos santos aban­donando sus cuerpos en el mismo ins-
tante, era cosa que no se había visto jamás. Luego de pen-
sarlo y volverlo a pensar, se dijo:
—Y bueno, lo que haré será lo siguiente: insuflaré un
poco de Prâna3 en el cuerpo de Migo, luego buscaré el al-
ma del otro santo, y la de Migo, pues... ¡mañana! ¡Sí, sí,
mañana iré por él!
Y dicho y hecho, el sagrado Deva del Dharma envió
nuevas corrientes pránicas al cuerpo de Migo, que para

1. El plano celestial.
2. Los Lokas son los diversos mundos o planos de existencia del
universo. La Tierra, por ejemplo, es uno de ellos.
3. Es decir, vida.

œ 204 
migo, el haragán

alegría de todos sus devotos retornó a la vida momentá-


neamente.
Es claro que la santidad le había conferido a Migo po-
deres inmensos, pues, di­cho sea de paso, la santidad nos
hace semejantes a Dios Nuestro Señor.
Así pudo Migo leer los mismos pensamien­tos de Yama.
Se sintió sumamente triste y se dijo:
—¡Mañana! ¡Mañana! Toda mi vida he rechazado ese
pen­samiento, al que he considerado infernal, y ahora re-
sulta que hasta para poder abandonar mi cuerpo físico,
éste me sale hipócritamente al encuentro. Es hora de que
demuestre a los mismos Devas, valiéndome de esta opor-
tunidad, la falsedad de su existencia.
Y el santo Migo, que por su vida de amor, dedicada a los
pies de la Diosa Madre, había merecido el Vaikuntha, en
esas pocas horas de vida conferidas logró la infinita proe-
za de trascender la Devoción a Dios con forma, y llegar a
las insondables playas de lo Absoluto. Nirguna Brahman1
fue así obtenido en un instante, por quien du­rante toda su
vida rechazara el trabajar recién “mañana”.
Si grande era la fiesta que preparaban los Cielos pa-
ra recibir al santo, es de imaginar aquella que todo el

1. Nirguna Brahman es el nombre con el cual se designa a Dios


Absoluto, libre de todas las cualidades perceptibles. Es la Eterna
Realidad. Por otra parte Saguna Brahman indica a Dios con atri-
butos, es decir, las imágenes visibles de Dios, tales como los Devas.
La palabra Guna significa “atributos” o “cualidades”, así, Nirguna
es “sin cualidades” y Saguna es “con cualidades”.

œ 205 
santos y enseñanzas de la india

Univer­so estaba pronto a rendir al espíritu que había lo-


grado la Liberación Final1.
Ya en Indraloka2, el espíritu de Migo arrojóse a los pies
de Nuestra Señora del Cielo, la Inmaculada y Santísima
Diosa Durga, quien le había salido al encuentro como
amantísima Madre feliz de recibir a su hijo maravilloso.
Entre sus labios radiaba una sonrisa auroral.
—Hijo querido —le dijo—, he sido yo, quien por amor
a ti, ha hecho posible que dos vidas santas, abandonasen
sus notables vestiduras en el mismo instante, creándole
así, al Señor Yama, un problema difícil de resolver. Quise
con ello darte la divina oportunidad de alcanzar lo Abso-
luto. Yo sabía que podías realizarlo, pero sabía tam­bién
que tu inmensa devoción a Mí, te prohibía avizorar el Mar
sin Orillas de Aquello. Te he ayudado a trascender toda
forma, incluso la Mía, valiéndome de tu comprensión pro-
funda sobre la vacuidad del concepto del “mañana”. Así
fue cómo lograste lo más difícil, lo que es casi inaccesible
al espíritu de los hombres, incluso al de los más Perfectos:
la Liberación de Mâyâ, o sea, la Liberación de todo cuanto
se sujeta al Tiempo. Nunca más el mundo te esclavizará,
nunca, ninguna forma será ama de tu corazón. Ya para ti
no habrá ni hoy, ni ayer, ni mañana: el eterno presente, la
Eternidad sin orillas, se ha constituido en tu Morada.

1. Es decir, Moksha o Unión con Dios.


2. El mundo de Indra, Rey de los Devas.

œ 206 
migo, el haragán

Lejos, muy lejos quedaron los aciagos días de Migo el


haragán, el que posponía meditar en lo Divino atraído por
los juguetes de Mâyâ. Todo eso había acontecido durante
la niñez de su espíritu, todo eso había sido ya devorado
por el Tiempo y transmutado en su conquistada Concien­
cia Cósmica.
Dicen, sin embargo, los habitantes del bosque donde
el santo meditara en su ermita, que persiste en ella una
ex­traña fuerza: quien ora cobijado por sus paredes, jamás
siente decaer sus energías, nunca ve desmayar su devo­
ción, no dice “recomenzaré mañana”... Es como si todo el
lugar rechazara ese concepto, y es seguramente el alma de
Migo el santo, velando por aquellos que buscan la salida
del tenebroso mundo del dolor, para que compren­dan la
importancia fundamental que posee el saber que el alma
de la criatura humana es hija del eterno presente, nido de
la Eternidad, Morada de lo Infinito, corazón inma­culado
de Dios.

_________

œ 207 
Shiva, el Divino Señor profundamente
adorado por Su devoto Nanda-Ji

œ 208 
Capítulo VII

NANDA-JI

Parte I
1
El alma del santo Nanda fue la copa de cristal purísimo
donde Dios bebió la ambrosía de la Gran Devo­ción. Para
Nuestro Señor, no existe en toda la vastedad de Su mundo,
nada tan apreciado como el Amor de sus Bhaktas.
Y Nanda el Paria2, escanció en sus divinos labios hasta
la saciedad esa miel de mieles que nace de las flores hu­
manas, acunadas en el jardín de la Fe.
Este Rey de Reyes nació en la aldea de Adhanor, Ma­
drás, hace alrededor de mil doscientos años.
En la Antigua India, un sin casta era peor que un men­
digo, casi peor que un Chandala3. Todo bien de fortuna, le
fue negado desde su ingreso a este laberinto que llama­mos
vida. Y le fue negado porque quien se alimenta del recuer-
do de Dios constantemente, nada más necesita, ya que ha

1. El presente relato se halla basado en gran parte en la vida real del


santo Nandanar —también conocido como Tirunalaipovar— narra-
da en el libro titulado Periya Purânam.
2. Alguien no perteneciente a ninguna de las castas tradicionales
de la India. Las cuatro principales son: Brahmines (sacerdotes),
Kshatryas (guerreros), Vaishas (comerciantes) y Sudras (artesanos).
3. Persona de baja casta, es decir, inferior a las cuatro principales.

œ 209 
santos y enseñanzas de la india

salido del parque de juegos infantiles donde se recrea la


ambiciosa mente de los hombres niños.
En realidad, nadie es más ambicioso que un ser de san-
tidad. Él no se conforma con los juguetes que la Madre
Tierra suele poner a disposición de sus hijos, no cambia
el Tesoro Real —el Amor a Dios—, por algunas cuen­tas de
colores brillantes a las que se les da el pomposo nombre
de “fortuna”.
Él sabe muy bien —porque ve claro— dónde está la
Verda­dera Joya; él —por quien sabe qué magia celeste—
es el único que puede diferenciar el oro de la arcilla. En-
tiende que en la casa del tiempo, todo es vago y transitorio,
huidizo como el viento, y no se aviene a poner los ojos en
sus supuestas riquezas.
Él quiere el Todo y es indiferente a las partes. Con la más
grande sabiduría, se encoge de hombros y da la espalda a
toda fruslería que sólo ejerce su hechizo en los mojigatos.
El poder dominar el mundo, poseer el imperio de la Tierra,
sus montañas de esmeraldas y brillantes, el ser honrado,
servido, glorificado, el vivir para la satisfac­ción de ambi-
ciones y deseos, lo tienen sin cuidado. No es un tonto, ni
un torpe, ni un necio. Ha puesto el barco de su esperanza
proa al Infinito, ya no se detiene en la contempla­ción de
las doradas costas, ni quiere otro puerto que Aquel que es
el Origen de todos los puertos.
Un santo es la criatura más extraña que existe, porque
estando en el mundo, no pertenece a él; viviendo en un
cuerpo, es todos los cuerpos a la vez, como Dios mismo;
teniendo ojos, no ve; teniendo oídos no oye; teniendo

œ 210 
nanda-ji

mente, no la direcciona al taller de las aleaciones equívo­


cas donde aquello que es oro purísimo —el Âtman o Espí-
ritu— se suele fundir con el plomo de la codicia material;
no cambia la gota de la vida por el océano de la Eternidad.
Un santo sólo ve, oye, aspira y gusta la presencia de Dios
en todas las cosas. Se ha convertido en refulgente Pupila
del Cielo y ve al Cielo y a su Creador en toda manifesta-
ción. Tanto Lo contempla, que es indiferente a toda otra
contem­plación, pues solemos querer aquello con lo cual
nuestra conciencia se conecta, y la del santo, que se ha
unido ya a la Luz Una, sortea, con alegría el resplandor de
la efímera llama del fuego de Mâyâ1.
No anhela el universo; anhela a su Creador. Quiere a
Dios, y se estremece sólo por Dios. Vive, pero está ausen­te
de todo, y por ello, de algún modo podríamos decir que
ya está muerto, que está seco, como el árbol descuajado
por un temporal, porque el hombre de santidad ha sido
desterrado del mundo por los vientos celestiales de la de­
voción. Entre sus ramas ya no hay flores, ni brotes nue­vos,
ni temor ante la presencia del invierno. Primavera y otoño
no existen más; es un exilado en el país del Infinito.
El verdadero Maestro de la Humanidad es precisamen­
te, el hombre de santidad. Nos lleva de la mano del Amor
a las tierras de la Bienaventuranza Celeste. ¡Qué poco caso
hacemos de él, con qué emoción superficial solemos con-
templar su paso por el mundo! Hoy la historia de su vida

1. La pasajera ilusión a la que llamamos “mundo”.

œ 211 
santos y enseñanzas de la india

nos arranca lágri­mas pero mañana... mañana debemos


servir nuevamente a nuestro Rey: el mundo. De modo que
conviene olvidar y tomar asiento una vez más en el tiovivo
de las ambiciones, cuyo dueño y soberano es este pequeño
yo, jamás ahíto de sus innumerables vueltas que no van
a parte alguna, o mejor dicho que sí van, tarde o tempra-
no, a las tierras del hartazgo, la angustia, el desasosiego,
porque si hay criatura que jamás halla sino satisfacciones
temporales en su laborioso quehacer, esa es la criatura hu-
mana.
Todo esto lo sabe el alma del santo y por ello, como
de­cíamos, no se sujeta a sus lazos. Miremos si no, a nues­
tro Nanda. Si es difícil la santidad para un Brahmín, un
Kshatrya o un Vaisha, la misma es casi imposible para
un Paria hindú. Despreciados, envilecidos, fustigados,
escarne­cidos, suelen agruparse en oscuros choceríos con
paredes hechas de hojas de palmera, o restos de cartones y
pape­les de diario hallados al acaso o entre los desperdicios
de los basurales. Allí subsisten, a veces con temor a salir
al exterior por la cotidiana limosna diabólica del escarnio
y hasta una que otra piedra arrojada por la mano de un
Sudra y hasta por la de un altanero Brahmín para quienes
la presencia de un “intocable” es signo de mal augurio.
Las lluvias constantes de ese subcontinente tropical
suelen cubrir de charcos lodosos los serpenteantes veri­
cuetos llamados caminos que se enredan entre el choce-
río. Perros totalmente pelados —sabido es que la pelam-
bre del animal es el resultado de un buen alimento pleno
de proteínas, al cual no tienen acceso los pobres canes

œ 212 
nanda-ji

hindúes— con sus patas curvadas por la descalcificación


que sufren sus huesos, deambulan fan­tasmagóricos de
aquí para allá, buscando lo imposible, o sea, un poco de
alimento. Como un regalo del Cielo, sobre los techos de
las chozas o casas mejor edificadas, suelen descansar los
múltiples brazos de trepadoras, entre ellas, de calabazas
y zapallos que aquí y acullá dejan caer sus frutos como si
fueran una ofrenda de la Tierra a sus hijos más pobres.
Cacharros de barro cocido, algunos sanos, otros rotos,
enmarcan las viviendas de esos desdichados, y por su­
puesto, el conglomerado humano en sus tareas cotidia­nas.
Semidesnudos los más, mal vestidos los menos y apenas
alimentados, son un cuadro de miseria constante. Como
la religión oficial no les permite acceso a los Templos, y
como el espíritu indio, aunque de intocables se trate, po-
see más que ningún otro pueblo del mundo una marca-
da tendencia a la devoción, ellos, los Parias adoran a los
Rakshasas1 y otros espíritus menores.
A esto no se avenía el espíritu de Nanda. Él amaba a
Shiva, el Dios de la Misericordia total, el que nos libera de
las tierras de la Ilusión del mundo otorgándonos la gra-
cia de la Realidad. De lejos, solía admirar la fachada de
los Templos. Para él, eran el Cielo mismo, al cual no le
estaba permitido ingresar; Nanda entonces, deambulaba

1. Los Rakshasas son seres sobrenaturales con tendencia a la ma-


terialidad y las acciones brutales. A menudo se los llama demonios.
Otra clase de seres parecidos son los Yakshas, que en general son
más benevolentes que los primeros.

œ 213 
santos y enseñanzas de la india

alrede­dor de sus cuerpos de piedra ciñéndolos con los bra-


zos invisibles de su Amor. ¡Cuánta gloria sería —pensaba
Nan­da niño— poder contemplar la imagen del Dios de la
Libera­ción!
En la aldea, alguna abuela que exitosamente lograba
llegar a la vejez, contaba acerca del Dios de Dioses:

“Él es muy bueno y compasivo, y ama a los sin casta del


mismo modo que a los Brahmines. Nataraya1 danza y
dan­za, y con cada paso libera de sus miserias a las criatu-
ras humanas, a la vez que con Su pie derecho destruye el
cuerpo de la Ilusión, de Mâyâ, del mundo manifiesto2.”

Y Nanda niño, a través de los cuentos de los mayores,


sentía que su corazón, como pajuela divina, se sumergía
en las llamas de ese fuego abrasador del Amor. Corría lue-
go hasta el campo cercano, e inventaba pasos de baile, con
los brazos abiertos y los ojos iluminados con una extraña
luz... Y reía y reía con el arroyuelo, con el viento, con las
flores, porque Shiva estaba en ellos. El Universo era una
gigantesca copa de cristal: la vida, era el licor escanciado
en ella, que el Dios Shiva bebía sediento al término de sus
danzas. Luego llegaba la noche y con la nueva aurora, to-
do volvía a recomenzar. El juego era infinito para todos,

1. Uno de los aspectos del Dios Shiva en el cual se lo representa


realizando la danza cósmica del Divino Señor.
2. Para el hindú, decir que el Señor destruye el mundo manifiesto
equivale a decir que destruye la causa del dolor

œ 214 
nanda-ji

menos para aquellos enamorados plenamente de Dios.


Estos gozaban de Su abrazo eterno y ya no se manifesta-
ban jamás, a no ser como bendición bienaventurada.
Nanda poseía un pequeño tambor y cuando lo tocaba,
él mismo era Nataraya creando los ritmos de la manifesta­
ción.
Un día pensó en construir tambores para los músicos
del Templo. ¡Qué infinita alegría le embargó el corazón! El
estaría presente en los tambores, estaría a los pies de Dios,
lo vería danzar, se arrobaría de amor ante su ima­gen... Esta
dulce tarea ocupó los años de su puericia y adolescencia.
Cuando su cuerpo pudo resistir las duras tareas del
campo, su señor —porque los Parias no son libres, sino
que pertenecen siempre a alguien de las cas­tas superio-
res— lo envió a los arrozales. Con las piernas desnudas en
el limo pasaba horas y horas cantando a su Padre del Cielo
hasta entrada la noche. Era el primero en hacerse presente
en el trabajo y el último en retirarse de él, como que era un
Bhagavatar, esto es, un músico de Dios, y así le cantaba:

“Te agradezco mi Señor, el haberme hecho Paria. Sé que


ello es lo mejor para mí. Tú que formas las corolas de los
lotos y champakas, ¿no has de saber qué es lo mejor para
cada hijo Tuyo? Al búfalo le otorgas fuerza, leche a Ka-
madhenu1, brillo a las estrellas: a mí me hiciste Paria y

1. Kamadhenu es la Madre Tierra representada como la vaca dado-


ra de deseos. Todas las vacas son hijas de Kamadhenu.

œ 215 
santos y enseñanzas de la india

es seguro que en esta condición estoy aprendiendo mejor


que en ninguna otra cómo llegar hasta Ti. Tal vez si me
hubieras hecho Brahmín, la arrogancia hubiera sido para
mí un veneno peor que el de las cobras, y lleno de orgullo,
en vez de cantarte, me creería el señor de la tierra. Si Vais-
ha, estaría haciendo grandes fortunas con mis negocios y
no podría acordarme de Ti... ¡Oh Señor misericordioso,
cuánta bondad posee Tu corazón! De todo me privaste
para que nada se interpusiera entre Tú y yo. ¡Nataraya,
Nataraya, bendito seas! ¡Consérvame desnudo de bienes
para que nunca deje de adorarte! Tú que eres la Luz del
Universo, ¿no tendrás acaso la luz de la sabiduría necesa­
ria como para saber qué es lo mejor para mí?”

Nanda tenía un sueño, un ideal, y este era visitar, si­


quiera de lejos, el Templo de Chidambaram, donde existía
una magnífica imagen de Nataraya. Tan perfecta era dicha
imagen que parecía ser un ex­traño espejo donde el Deva
mismo parecía reflejarse. Sus dos pupilas en verdad con-
templaban dulcemente a Sus fieles y Sus labios parecían
impartir bendiciones.
Nanda quería verla y hasta que no lo hiciera su alma no
tendría paz. ¿Y cómo la contemplaría siendo un Paria? ¡Ah,
permanecería cerca del Templo e iría escu­chando las na-
rraciones de los bienaventurados Brahmines, Kshatryas y
Vaishas que seguramente dejarían esca­par algún comen-
tario sobre esa maravilla del Cielo! ¡Eso sería suficiente
para su corazón enamorado, que lo vería con los ojos de la
devoción! Tal vez hasta lograría aspirar el perfu­me de los

œ 216 
nanda-ji

sagrados agarbathis1 encendidos ante la miseri­cordiosa


presencia de su idolatrado. El aroma de las flores es una
carta de amor enviada por Dios para los hombres, y el
de los inciensos, una carta de amor de los hombres para
Dios... Al aspirarlos, de una sutil manera, él participaría
de ese idilio celeste...
Decíamos que Nanda era el primero en llegar al campo
de labor y agregamos que era de los más trabajadores. Sin
embargo, por su constante hablar de Dios, se hizo antipá­
tico a los ojos de su amo, quien consideraba una insolen­
cia, una falta de respeto por parte de Nanda, un miserable
Paria, el hecho de que pasase horas y horas cantando a
ese Dios de las castas superiores. Así, como tenía plenos
dere­chos sobre él —derechos de vida y muerte— solía cas-
tigarlo a más no poder. Cierta vez, los latigazos prodiga-
dos fueron tantos que el pobre Nanda cayó desmayado y
estuvo al borde de la muerte por varios días. Se repuso
milagrosamente, y lo primero que hizo, fue besar las ma-
nos de su verdugo:

“Dios me ha querido fortalecer la paciencia, y extraer­me


de las garras del apego al cuerpo material valiéndose de
mi señor. Por lo tanto, mi señor es mi Guru.”

Y así, todos los días le llevaba un ramillete de flores


de champaka, a las que depositaba humildemente en el

1. Sahumerios.

œ 217 
santos y enseñanzas de la india

dintel de la puerta de su amo de un modo anónimo, más


no tanto como para que éste no supiera de donde prove-
nían las mismas.
Cierta vez, Rakumar, el nieto de su señor, fabricó con
pedazos de viejos cartones, una pequeña embarcación. La
untó con goma para volverla impermeable al agua y la lle-
vó a un río cercano. Se lo veía a menudo con dicho juguete,
lleno de infantil inocencia, simulando subir en ella y hacer-
se rumbo a la otra orilla. Aunque esto era completa­mente
imposible para una mente adulta, era real para el pequeño
que en alas de su imaginación, iba y venía de una costa a
la otra, narrando sus encuentros con tigres y elefantes a
cuantos quisieran escucharlo. Uno de ellos era Nanda.
Para Rakumar, que dada su corta edad no com­prendía
de segregaciones sociales, Nanda era su mejor amigo.
El abuelo de Rakumar, el “señor” de Nanda, su amo ab-
soluto, comenzó poco a poco a cambiar para con éste. En
el fondo de su corazón sabía que los castigos que le pro-
digaba eran injustos. Nanda era bueno, muy bueno. ¿Por
qué entonces lo laceraba de con­tinuo? Observaba el com-
portamiento de éste para con su nieto y muchas veces tuvo
que reconocer a solas que ni él mismo trataba al niño con
la delicadeza del Paria. Su endurecido corazón, comenzó
a ablandarse, secretamen­te, y así, cierta vez que lo viera a
la orilla del río, haciendo una especie de embarcadero de
arena y piedras para la navecilla del pequeño, se acercó a
ambos, y dijo a Nanda en tren de broma:
—Sabes Nanda, si te subes a esa embarcación de cartón
y logras cruzar el río te dejaré ir a contemplar el Templo

œ 218 
nanda-ji

de Chidambaram. En la otra orilla, las piedras de la pla-


ya semejan Lingams1. Tráeme de regreso una, y podrás ir
cuando quieras a realizar tu sueño.
Su ínfima capacidad de amar se manifestó de esa ma-
nera: por medio de la burla, del sadismo. Es claro que lo
único que el amo de Nanda tenía en cuenta era que se ha-
bía dignado hablar a un Paria con cierto tonillo amistoso,
y esto lo hacía sentirse bien, tendiendo un manto de olvido
sobre su acusadora conciencia que a menudo le reprocha-
ba los injustos castigos que vivía prodigándole a Nanda.
¿Cómo hubiera tomado estas palabras una persona co-
mún? ¡Cruzar el río en una navecilla de cartón! ¡Cuán­ta
maldad, cuánta burla! Es claro que Nanda distaba mucho
de ser eso, una persona como todas. De modo que, embar-
gado de felicidad, tomó la navecilla entre sus ma­nos, la
depositó sobre las aguas, y ante el asombro del río mismo,
al poner el pie sobre la frágil superficie de cartón, se con-
virtió en el mejor barco marinero, el cual cruzó fácilmente
la torrentosa corriente del río de unos doscientos metros
de ancho. Ya en la otra orilla, Nanda tomó la piedra más
bella que se viera por los alrededores y regresó, depositán-
dola a los pies de su dueño y señor.
Muy dentro del alma del cruel amo —y por Gracia
Divina— tuvo lugar la transformación del oscuro y des­
preciable carbón, tornándose en un diamante, de la pie-
dra, con­virtiéndose en una maravillosa escultura.

1. El Lingam es un símbolo sagrado del Dios Shiva.

œ 219 
santos y enseñanzas de la india

—¡Nataraya, Nataraya! —exclamó entonces arrojándo-


se a los pies de Nanda—. No Te vi, Dios mío, velado como
estabas por el cuerpo de un Paria. ¿Qué he hecho Padre
del Cielo? ¡He lacerado Tu cuerpo, Te he castigado, me
he burlado de Ti! Mas, ahora comprendo, Tú eres el Se-
ñor del Universo, mi Guru ¡Oh Nanda, Nanda, Maestro y
Luz mía, perdona mi trato infame, piensa que soy sólo un
Rakshasa ciego de soberbia. No he sido yo quien te pro-
digara tantos malos tratos, sino la ignorancia residente en
mí... ¡Ay, más me valiera haber muerto antes de hacer lo
que hice!
Su mente llegó a un estado de locura. No podía ni si-
quiera él mis­mo —que reclamaba perdón— perdonarse
por lo que hiciera.
La gente de los alrededores, al escuchar los gritos, co­
menzó a reunirse en la playa, entre ellos, los familiares y
amigos del amo de Nanda, quien no cesaba de llorar, pro-
firiendo alaridos como un poseído.
—Oídme todos —dijo, cuando el resuello se lo permi-
tió—, a partir de ahora, Nanda no sólo será libre, sino amo
mío, mi señor y dueño. A partir de ahora, me convertiré en
su sombra, en el polvo donde descansen sus pies, el pabilo
que irá a quemarse para que no falte la llama en su noche.
Quiso agregar más, mucho más, pero los sollozos y las
lágrimas no se lo permitieron y cayó nuevamente de rodi­
llas, abrazado a los pies de Nanda. Todos se hincaron a la
vez ante el Paria, quien, ausente del melodrama, sólo una
cosa tenía en su alma: ¡Ya podía ir a Chidambaram! Co-
menzó a caminar, o a volar como el ave celeste que era en

œ 220 
nanda-ji

dirección a la anhelada ciudad. Todo el mundo lo seguía,


el primero entre ellos, su ex amo. Así anduvieron por mu-
cho tiempo, hasta que arribaron a la sagrada tierra donde
se alzaba majestuoso el ambicionado hogar del Padre del
Moksha1, el Gran Liberador de las pesadas cade­nas del
Sueño cósmico que aflige a los mortales.
Entonces, vieron algo extraordinario. Los 2.999 sacer­
dotes del Templo, los Dikshitars2 (el número 3.000 es el
mismo Nataraya) se hallaban reunidos formando un in­
menso círculo en los jardines del Templo, como si fuera
cada uno de ellos, un pétalo del loto sublime de la Fe. Allí
estaban y con ellos toda la luz del mundo. Eran almas pu-
ras y bienaventuradas. Las enseñanzas del Bhagavad Gîtâ,
el Guru de la Humanidad, el Kohinor de los Libros Sagra-
dos, estaba presente en sus expresiones de paz y conten-
tamiento. Nanda y su extensa comitiva se acerca­ron can-
tando Kirtams3 en honor a Nataraya. La tarde del mes de
Margashirsha4, sonreía dulcemente con su lumino­sa se-
renidad. Era la fiesta de la devoción. Uno de los sa­cerdotes
se puso de pie:
—Nanda —dijo—, te esperábamos con impaciencia. To-
dos nosotros hemos tenido el mismo sueño anoche: el gran

1. La liberación de las redes de la ilusión; la Unión con Dios.


2. Los Dikshitars son los sacerdotes protectores del Templo de Chi-
dambaram, desde tiempos muy remotos hasta la actualidad.
3. Cantos devocionales.
4. Diciembre-Enero.

œ 221 
santos y enseñanzas de la india

Nataraya avisó a cada uno de tu llegada. Nos ha ordenado


recibirte con los honores reservados a los Brahmines. En
cuanto a nosotros, hemos preparado el fuego del sacrifi-
cio; en él te sumergirás para quemar en ti lo que aún que-
de de humano. Al salir de él, serás un bienaventurado, un
Avatara de la Fe sobre la Tierra.
Los tres mil sacerdotes se pusieron de pie, y Nanda fue
conducido al gran Yajña, más cuando estaba a punto de
abandonarse a las llamas, se vio aparecer a una figura in-
mensa que resplandecía como si fuera el corazón de todas
las lunas del universo. Era Agni, el Dios del Fuego.
—¿Qué hacéis, desdichados? —exclamó, dirigiéndose a
los sacerdotes—. ¿Acaso creéis que permanece en Nanda
algo poluto? Él es la Divinidad misma. ¡Yo, el gran purifi­
cador de todo lo creado, nada tengo que hacer en este ca-
so! Es más, si una de mis llamas tocara el cuerpo del más
grande devoto de Nataraya, ¡yo mismo me consumiría co-
mo la gota de rocío herida por los rayos del Sol.
Y dicien­do esto, retiró completamente su cuerpo de los
leños, que se mostraron a los ojos de todos, ennegrecidos
y humean­tes, como embriones de mundos abandonados
por el mismo Visvakarma1.
Nanda presenciaba estos aconteci­mientos con una
mente lejana. Todo él desesperaba por con­templar la

1. El arquitecto de los Devas. Se lo asocia también con el Dios


Brahmâ, el Creador del Universo.

œ 222 
nanda-ji

imagen de su Padre Celeste, de modo que sin dilación fue


llevado ante Él.
Lo que sintió el corazón de Nanda en ese momento fue
algo absolutamente indes­criptible, incomprensible por no-
sotros. En efecto, ¿qué puede saber una luciérnaga sobre el
Sol, o la pequeña perdiz, sobre el vuelo del águila? Quedó
en estado extáti­co, y eso sí pudieron contemplarlo todos.
Luego, como llama de lámpara que ha llegado a su fin, se
desvaneció delante de la imagen y del Sancto Santorum.
Donde estu­viera Nanda ya no había nada.
El bendito Templo se llenó de un extraño perfume y de
sonidos de campanas mirífi­cas. Eso fue todo.
Los sacerdotes no podían creer lo que estaba ocurrien-
do. Unos a otros se miraban, deseosos de comprobar si lo
que habían presenciado, era una ilusión. Pero no. Todos,
absolutamente todos, habían visto la desaparición instan-
tánea de Nanda-Ji.
Ya más o menos repuestos del fabuloso asombro, co-
menzaron las pregun­tas que la mente infantil del ser hu-
mano siempre se hace en casos como ese. ¿A dónde habrá
ido? ¿Lo llevaría Dios mismo, o un demonio tal vez? ¿Se-
ría un Shakti1 adquirido en otras vidas? ¿Qué había pasa-
do? ¿De dónde venía ese perfume y esas campanas cuyos
sonidos parecían no ser de este mundo? Muchos de los

1. Los Shaktis son poderes especiales que adquieren algunos Yogis,


tales como el don de la invisibilidad, etc. Dichos poderes son consi-
derados obstáculos por los Maestros Espirituales, porque distraen
al ser humano en su camino hacia Dios.

œ 223 
santos y enseñanzas de la india

sacerdotes se pusieron a meditar sentados en Padmâsana,


otros a llorar sin con­tención ninguna. Todos estaban su-
premamente emocio­nados y nadie quería abandonar el
Templo. No cesaba cada quien de interrogarse secreta-
mente sobre lo aconte­cido y buscar una solución al hecho.
Algo, en fin, para calmar el dolor psíquico que les producía
la ignorancia sobre el caso. Los antiguos Rishis1 —pensa-
ban algunos— podían materializarse y desmaterializarse a
voluntad. Después de todo, una forma material no es sino
un con­junto de moléculas que ayer no estaban unidas, y
ahora sí, para volver a desintegrarse mañana... ¿Quién sa-
be? O bien su cuerpo fue trasladado por algún Rakshasa...
o semidios... Las conjeturas no cesaban corazón adentro
y aunque de sacerdotes se trataba, ninguno de los sacer-
dotes pudo conectarse con la realidad, que era tan simple
que hasta un niño podía haberla percibido.
¿No se reúne el río con el mar? Sí, lo hace, cuando apren-
de a no detenerse, cuando sus aguas no se apartan de su
lecho. Cuando se detienen, se convierte en laguna, charco,
o estero... pero al mar no llega. El alma de los santos son
ríos inteligentes que jamás se apartan del Dharma: por
eso llegan al Océano de Bienaventuranza que es Dios, por-
que le son fieles. Así pues, el intenso amor de Nanda por su
Nataraya, lo había convertido en uno con Él. Él y Shiva-Ji,

1. Los antiguos sabios videntes de la India que, en virtud de su pu-


reza de corazón y su Amor a Dios, eran capaces de escuchar las re-
velaciones divinas, las cuales fueron luego compiladas bajo la forma
de los Vedas o Libros Sagrados Hindúes.

œ 224 
nanda-ji

se habían identificado. Hay casos extraordi­narios de san-


tos que ascienden a los cielos en cuerpo físico. De ellos, se
tiene algo escuchando, pero lo que nunca acontece es que,
una vez ascendidos, regresen nuevamente. Este fue el caso
de Nanda. Cuando su cuerpo desapareció de la faz de la
tierra, volvió a manifestarse en las regiones de Indra, el
Rey de los Cielos. Los Devas querían rendir tributo a esa
alma conquistadora de lo imposible: la Unión con Dios.
Desde Indraloka, seguiría ascendiendo y desaparecería
luego, convertido en la mis­ma esencia de Parabrahman.

Parte II
¡Qué regocijos sentía su espíritu allí, entre los inmorta­
les, tratado como Dios mismo! Todo era luz en la Corte.
Una hueste infinita de santos salió a su encuentro. Esta­ba
Madu, la gran enamorada del Venturoso Señor Krishna.
Junto a ella que resplandecía como mil soles, Tukaram, el
divino Tukaram al cual Vishnu lo buscara perso­nalmente
en su carro de mil estrellas, para traerlo a Amaravati. Jun-
to a ellos, Mikudi, el músico celeste y Moha, el aventurado
muchacho que el Señor había elegi­do para compañero de
los Kumaras, los siempre castos entre los Devas, y Mrityu,
el dios de la muerte, postrado y vencido ante sus pies, y
la diosa Mâyâ junto a los santos, que sonreía esplendo-
rosamente por ese hijo suyo que nunca más sabría de la
vida dentro de un cuerpo... y en medio de todo ese esplen-
dor, ¡ay desdicha increíble!, esta­ba también el Alma de la
Humanidad, y ésta era la única, la minúscula partícula de
pesar en el Cielo, la única sonrisa naufragada en el mar

œ 225 
santos y enseñanzas de la india

sempiterno de la tristeza. El alma de Nanda no podía creer


lo que estaba viendo. ¿Cómo en ese Mahaloka, existía al-
go sin resplandor, sin biena­venturanza? ¿Cómo podía ser
posible algo así? Toda su alegría, como copa de cristal
golpeada por un hierro, se le trizó en un instante. Elevó
entonces sus ojos al Dios de Dioses, su Shiva idolatrado, y
se deshizo en lágrimas. Era su modo de preguntar aquello
que no podía comprender. Por primera vez en mucho, pe-
ro mucho tiempo, cesó en la región de los Inmortales, de
danzar la musa de la felicidad perfecta. También cesaron
las músicas de las Vinas celestiales. Todo fue silencio en
un instante. Entonces, habló Krishna el Sublime:
—Verás, ¡oh santo! —dijo—. Cada vez que llega uno de
ustedes a estas sagradas regiones, no podemos hacer me-
nos que invitar a nuestra fiesta al Alma de la Humani­dad;
esta, siempre llora entristecida cuando le es permiti­do
acercarse hasta nosotros.
—Sí —repuso ella, tímidamente—; lloro al ver tanta
biena­venturanza aquí, y tanto dolor allá, sobre la Tierra,
porque has de saber, ¡oh divino Nanda!, que en Karma
Bhumi, tan solo una persona de cada cien millones tiene
verdadera Fe en Nuestro Señor. Todos pretenden creer en
Dios, pero ello es falso, la verdad es que nadie conoce ese
sentimien­to entre los hijos de Manu, y para demostrártelo,
te pon­dré un ejemplo: si un esclavo creyera realmente que
para romper sus cadenas, todo lo que tiene que hacer es
apro­ximarse al lugar donde se le dice que está el herrero
que ha de ser capaz de liberarlo, ¿crees tú que él, no lo ha-
ría? ¡Iría corriendo en su búsqueda! Y si un hombre pobre

œ 226 
nanda-ji

supiera donde se guarda el mayor de los tesoros, fácil de al-


canzar por sus manos, ¿crees que no iría por él? En Karma
Bhumi todos hablan de Nuestro Señor, pero su anhelo de
Él es ínfimo, y gigantesca la indiferencia. Así, dan vuelta el
rostro y siguen aprisionados por los dos grandes verdugos
de espacio y tiempo. Nacen y mueren de continuo, lloran
y ríen, cobijan esperanzas y fracasos en infinita sucesión,
pero nadie parece hallarse demasiado interesado en des-
pertar de ese largo sueño, como tú lo has hecho... Por eso,
cada vez que visito el Cielo, lloro y me angustio. Lloro por
mis hijos encadenados, lloro porque no saben el tesoro que
abandonan, prefiriendo el lodo al brillo y la pureza de los
diamantes. ¿Cómo no llorar? Sería impiadoso no hacerlo...
Eso sí, la Tierra mía está cuajada de Templos de piedra,
como el de Chidambaram: en cuan­to a Templos humanos,
muy pocos. Se labran las figuras de los Dioses en las pie-
dras y las maderas, pero no en los corazones que permane-
cen cerrados con las siete llaves de los grandes apegos.
No agregó nada más, y permaneció en silencio. Los Dio­
ses, que no conocen la tristeza, se sumergieron respetuo­
samente en sus conciencias bienaventuradas. Entonces,
Nanda dijo:
—Regreso. Por favor, llevadme de nuevo al mundo. Se-
ré botero de las almas humanas, les ayudaré a cruzar las
orillas de Mâyâ, trabajaré denodadamente para quitar los
velos ilusorios que recubren sus conciencias.
Y Nanda regresó, con las bendiciones de los Perfectos
y el agradecimiento infinito del Alma de la Humanidad.
Una cohorte de Devas lo escoltaron nuevamente hasta

œ 227 
santos y enseñanzas de la india

el Templo de Chidambaram, que a partir de ese instan-


te, ya poco le importaba. Había descubierto millones de
Chidamba­rams en estado de completo abandono dentro
de los cora­zones humanos y quería reconstruirlos como
pudiera.
De modo que, ante la sorpresa de los dos mil novecien­
tos noventa y nueve sacerdotes, apareció de nuevo su cuer-
po ante el Sanctum Sanctorum. Es claro que ese Nanda
que regresaba era completamente distinto al que conocie­
ran. Todo él era el arquetipo de la paz luminosa del alma.
Una vez repuestos del asombro primero, de la inmen-
sa alegría de tenerlo con ellos luego, los versados en los
Vedas lo cubrieron de bendiciones y palabras de sincera
bienvenida. Ninguno se atrevió a interrogarle sobre su
extraña desaparición, pues Dios mismo actuaba velando
sus conciencias para que nada preguntaran. Pasados los
primeros momentos de efusión, dijo el Jefe de los Dhis-
kitars:
—Santo perfecto, leerás con nosotros el Rig Veda y
te ilustraremos sobre la gramática sánscrita. La ciencia
del Jyotisha, la astrología, no tendrá secretos para ti ni
tampo­co el Shiva y el Linga Purâna. Estudiarás con noso-
tros el ritmo de Sâma Veda, y el misterio santificado del
Monosílabo Om. Sabrás sobre la construcción de los alta­
res, su correcta orientación de acuerdo a los puntos car­
dinales convenientes a cada Deva, y los Yajñas asignados
a cada uno de Ellos.
La letanía de los “sabrás”, “estudiarás”, “leerás” e “in­
vestigarás” parecía interminable. Cada uno de esos “sabrás”

œ 228 
nanda-ji

era una herida abierta en el corazón del santo. Sentía co-


mo si todo su ser se estuviera desmoro­nando de dolor. Y
cayó de rodillas, sollozando, y con cada sollozo, allá en lo
alto, nacían millones de esperanzas en el corazón de los
Dioses.
—No —dijo—. No... el Camino es el Gran Analfabeto, el
Gran Mudo, el Inefable Sordo. El Camino hacia Dios, se
recorre con un solo paso. El que para andarlo necesita de
dos, se pierde en el laberinto de la ilusión.
Y agregó trémulo, temeroso de no ser comprendido,
con los ojos llenos de infinita compasión:
—Todo el Camino es el Amor...
Los Dikshitars lo miraron atónitos. ¿El Camino hacia
Brahman... sin los Vedas? ¿Sin los Yajñas? Y les surgió un
pensamiento tenebroso que era el siguiente:
—Bien se conoce que se trata de un pobre Paria... Pare-
cía ser un santo, mas... seguramente que fue raptado por
un demo­nio, un Asura de las sombras... Después de todo,
los sin casta sienten gran inclinación por ellos... Sí, eso
habrá sucedido durante su extraña desaparición: fue lle-
vado a los Talas1 inferiores, a alguna región de tinieblas,
e instrui­do sobre esas blasfemias para que con ellas, des-
orientara al mundo y arrojara a los hombres en el abyecto
precipicio de la nada.
Sabido es que la mente, para movilizarse, necesita ape­
nas de un minúsculo soplo. Una vez activa, comienza a

1. Los planos inferiores de existencia.

œ 229 
santos y enseñanzas de la india

crear castillos en el aire, y a habitar en ellos como si de


palacios de mármoles se tratase. Sabido es también que
la pobre mente escucha siempre lo que está en su nivel de
conciencia, y así, los desdichados sacerdotes sólo enten­
dieron de las palabras del santo que no había que leer los
Vedas. El por qué, tan bien explicado, lo tomaron con ab-
soluta indiferencia. Tantos Sankalpas y Vikalpas1 men­
tales, atrajeron inmediatamente a los trillizos infaltables:
Kâma, Bhaya y Kroda, esto es, deseo, miedo e iracundia,
y así se dijeron:
—Si no lo detenemos, echará a perder a todo aquel que
se acerque a su presencia.
Y, ya desatada la mente, agre­garon:
—Habrá que exterminarlo, pues es un ser diabólico. ¡Ay,
cuán equivocados estábamos al creer que se trataba de un
verdadero santo!
Y sin más, los mismos que hasta un momento antes lo
cubrieran de lisonjas, comenzaron a llenarlo de insultos
y a arrastrarlo al exterior del Templo como a un animal.
Una vez afuera, buscaron piedras del jardín para lapidarlo,
y lo hubieran hecho, si la figura de Kansi —que tal era el
nombre del que fuera anteriormente su amo y señor— no
se hubiera puesto en el medio para protegerlo. No pudo
evitar, sin embargo, pese a todos sus devotos cuidados,
que muchas de ellas dieran en el blanco, y así, Nanda, el

1. Sankalpa es agitación de la mente; Vikalpa es una modificación


mental. Es decir, son pensamientos, deseos, recuerdos, etc.

œ 230 
nanda-ji

santo perfecto, honrado por los Devas y el Gran Natara-


ya hasta unos momentos antes, exaltado por las almas de
diamante, quedóse desmayado y ensangrentado a la vera
de un senderillo al cual fuera llevado con toda premura
por Kansi y algunos otros de su primera y biena­venturada
comitiva, lejos del Templo, para que los enfure­cidos sacer-
dotes no terminaran su misión asesina.
Extraña, muy extraña es la criatura humana. Puede ol-
vidar en segundos, un milagro, y hasta la manifestación
misma de Dios, y puede a su vez, pender de un rencor, de
una idea equivocada, de un mal hábito por años sin cuen-
to. En la frágil casa de los pensamientos mal dirigi­dos, to-
do se le confunde. Su miopía para con la Verdad es casi
infinita. Duerme de noche con los problemas que piensa
solucionar al día siguiente, y en horas de la maña­na, ya es-
tá creándose algunos nuevos sin haber podido todavía re-
solver los anteriores. Vive temerosa, sobre la tierra, como
los tigres en la selva, pero no hace nada por abandonarla.
La mente de los Dikshitars, después de todo, era mente
humana y así, en un instante olvidaron la de­mostrada
grandeza de Nanda. También, en un instante, Kansi había
olvidado su papel se señor y amo, para con­vertirse en dis-
cípulo. En este último caso, por lo menos, la mente obró
de modo positivo. Así pues, la entristecida comitiva de los
devotos de Nanda se alejó del Templo de Chidambaram
para siempre.
El día se había puesto gris. Los cabellos blanquecinos
del dios de la neblina se habían desatado completamen-
te sobre las cosas. Hasta los mismos pájaros pusieron a

œ 231 
santos y enseñanzas de la india

dormir sus cantos, hasta las mismas flores abrocharon


lentamente sus corolas, permaneciendo en sus ramas sin
esplendor alguno, como suspiros desalentados del Deva
de los alegres colores. Sí, todo estaba muy triste. Había
como un diálogo entre los innumerables habitantes de la
Naturaleza, y éste era un diálogo de angustia. Indra mis­
mo desde el cielo, abandonó sobre el espacio a su biena­
mada hija la nube Pushpa, que comenzó a llorar descon­
soladamente, vertiendo sus lágrimas sobre todas las cria­
turas de la tierra. Nada brillaba en ella, sólo existía el dolor
y la desesperación.
Y así, pausadamente, se apagó la luz de ese día biena­
venturado en que un Perfecto había ido y regresado al
Cielo, hasta que llegó la noche. Nanda y su comitiva ya
estaban lejos cuando se hicieron presentes las primeras
sombras. Yendo sin rumbo fijo, encontraron por fin, en un
bosquecillo de mangos, una cabaña abandonada.
—Pernoctaremos aquí —dijo Nanda—. En cuanto a maña­
na, el tiempo es de Dios y Él verá hacia dónde nos lleva.
No agregó nada más.
De los que lo siguieron hasta ese lugar, uno a uno, se
fueron retirando lentamente. Volvían a sus hogares, ca-
riacontecidos y desilusionados por el rumbo que habían
tomado los acontecimientos. Lloraban interiormente por
ello, pero nada decían. La duda les trepaba por el alma co-
mo una enredadera diabólica. ¿Era Nanda realmente un
santo, o todo había sido una ilusión de los sentidos, una
fantasía, una sugestión? ¡Quién sabe! Convenía esperar, y
mientras tanto, seguir con sus vidas tal como antes.

œ 232 
nanda-ji

El único que permaneció con el santo fue Kansi. Él mis-


mo no sabía por qué. Sus pies se habían tornado de hierro
y no deseaban moverse del lugar donde Nanda se ha­llaba.
Era prisionero de una intuición y ella le decía que debía
quedarse. Así lo hizo, en medio de mil desasosiegos.
Es fácil amar a un Maestro cuando todos lo veneran.
Cuesta hacerlo cuando el mismo es despreciado y des­
prestigiado por los demás. Hay que ver muy claro para
no dejarse influir por los acontecimientos exteriores, hay
que ser nave de primera para no sucumbir ante los fuertes
vendavales en medio de la mar, y quien ve claro no es ja-
más el intelecto sino el corazón.
Súbitamente, Kansi descubrió que amaba a Nanda más
allá de todo razona­miento. Su sentimiento era completa-
mente auténtico, como que era completamente ciego, y
cuando decimos ciego, queremos decir ciego a las interfe-
rencias de la mente. El amor a un Maestro es una bendición
que Dios otorga a muy pocos. Sólo a quien Él quiere salvar
de caer en el abismo de las Gunas, sólo a ese bendito afortu-
nado, le da la posibilidad de Amar a su Guru. Los pierde a los
otros, haciendo que recuerden siempre sus imperfeccio­nes
y tan sólo débilmente las virtudes de su Guía en el Camino.
Quien recuerda lo malo, es porque está habitado por el mal,
y quien sólo de lo bueno de los otros alimentan su memoria,
es porque la bondad ha tomado refugio en su corazón. Ese
es el secreto, de modo que cuando decimos que Dios elige y
Dios salva, queremos significar Dios dentro de nosotros, no
fuera nuestro, pues si hay Casa donde Dios Nuestro Señor
habita, es precisamente, el corazón de sus criaturas.

œ 233 
santos y enseñanzas de la india

El día siguiente amaneció límpido y soleado como si


con éste, su nuevo esplendor, hubiera deseado hacer ol-
vidar el rostro gris del que le precediera. Por otra parte,
el bosquecillo de mangos era en realidad una bendición y
Nanda decidió permanecer en él. Se hallaba lejos de cual-
quier aldea, el mundo estaba distante y sólo Su Amado
Señor existía. Por el momento, allí se quedaría.
Salió por impulso del hábito a buscar sus amados arro­
zales donde pese al trabajo y la fatiga, fuera tan feliz en los
días pasados. Contemplando la blancura exquisita de sus
granos, que tenían como madre al lodo tenebroso, él había
aprendido grandes enseñanzas.
—Increíble —se decía—, que este cenagal habitado por
in­sectos y alimañas, sea el secreto origen de esos maravillo­
sos granos blancos.
Y levantaba los terrones húmedos para llevárselos has-
ta los labios y cubrirlos de lágrimas y besos.
—De igual modo, Dios Santo, desde la oscuridad de
nues­tras angustias cotidianas, se eleva poco a poco el lirio
blanco de la sabiduría interior. ¡Nataraya, Nataraya!
Como en el bosquecillo de mangos no había arrozales,
se las ingenió para continuar unido a su Padre Celeste ad-
mirando los frutos que pendían mansamente de las ramas.
Los pájaros de la alegría, que por otra parte jamás habían
abandonado el corazón de Nanda, volvieron a desplegar
sus alas hechas cantos.
Y como era un Bhagavatar, pasó ese primer día de su
exilio envuelto en las sedas finísimas y armónicas de la
música. Cantaba. Las aves heridas también cantan, y así

œ 234 
nanda-ji

lo hacía el corazón de Nanda, ante el asombro total de


Kansi que no lograba explicarse en su torturada mente có-
mo, luego de lo acontecido, a esa bendita alma le resta­ban
fuerzas para el canto y la devoción.
—Al Amor no hay que darle tregua —decía su Maestro—.
No hay que darle tregua nunca. A mayor desventura, ma-
yor Devoción hacia Nuestro Señor. Quien ordena en el
mundo átomos y estrellas, ¿no podrá ordenar la pajuela
de la vida humana? ¿No sabrá lo que a cada quien le favo-
rece más, el que ha prodigado su ternura a manos llenas
en la Casa del Mundo? ¿Iremos con lágrimas y desasosie-
gos, a enlu­tar el corazón nuestro, que es su residencia, ate-
morizados por un accidental oleaje del mar de Mâyâ, que
se abate sobre esta frágil barca de la vida?
—Debemos vivir más allá del tiempo miserable ¡Cada mi-
nuto, cada hora, cada día, cada año, es una cadena de des-
venturas! El Hombre es Nataraya y Nataraya es el Hombre.
El Hombre y Nataraya son la misma Eternidad, la misma
Plenitud y Bienaventuranza. ¡Canta, Alma, Canta! ¡No te
contemples en el espejo de los aconteceres cotidia­nos, olvi-
da la memoria miserable del yo, y reconquista la Gran Me-
moria! Tú eres Hija del Cielo. Vive en Él desde ahora, no
te lamentes por la pequeña herida de la vida siempre tan
cargada de males. No has sembrado todavía, en las tierras
de la esperanza una nueva ilusión, cuando ya se alistan los
vientos del infortunio para cegar el cuerpo de la plantuela
próxima a alzarse desde esa tierra desdi­chada.
Kansi lo escuchaba, conteniendo lágrimas y sollo­zos.
Contemplaba el rostro de su Maestro, descubriendo sobre

œ 235 
santos y enseñanzas de la india

él, las marcas de los castigos que se le infligieran. Sobre


el costado derecho de la frente, abierta como un lirio rojo,
una herida mostraba el paso de piedras y láti­gos. Oscuros
moretones habitaban sus mejillas, y hasta uno de sus ojos,
a consecuencia de los golpes, se hallaba semicerrado.
Kansi, entonces, se arrojó a sus pies, como un perrillo
fiel ante su amo. No quería pensar: todo lo acontecido era
demasiado para que su pobre mente buscara una explica­
ción. Nanda le acarició los cabellos.
—Ama —le dijo—. No interrogues nada a la Vida, simple­
mente, acepta lo que ella te depare, porque la Vida es Dios
en Su Taller, trabajando por ti, para tornarte Perfecto.
—¿Cómo no he de sufrir, viendo tus golpes y heridas, mi
señor? —dijo Kansi con un hilo de voz.
Y Nanda, sonriente le repuso:
—No son golpes ni heridas, Kansi... todo ello, es simple-
mente el trabajo de Dios ¡Si supieras cuántos Dikshitars
han conocido el arrepentimiento merced a estos humildes
flagelos! Si por un milagro pudieras asomarte al Templo
de Chidambaram, los verías arrepentidos a los pies de Na-
taraya. Ahora mismo, muchos de ellos se han tornado más
buenos y más puros. La violencia los ha abandonado para
siempre, y nunca más herirán a criatu­ra alguna. Al hom-
bre iracundo, su misma ira desatada, le otorga la mayor de
las lecciones...
Y agregó:
—La ira es la oscura semilla del Amor. Espera a que se
levante de las tierras negras del Avidyâ, y verás cómo en-
trega sus flores y sus frutos con mano pródiga. Todo lo que

œ 236 
nanda-ji

debes tener, es paciencia. Si sabes esperar, cada grito se


transmutará en un canto... pero... tienes que saber espe-
rar: esa es la más grande de todas las virtudes.
...Y cuando Kansi, en los días subsiguientes, le pre­
guntaba cómo nacer al Amor a Dios, cómo despertar en el
alma la sagrada Devoción, Nanda lo llevaba tomado de la
mano, hasta el corazón del bosquecillo de mangos. Allí, le
señalaba un brote recién nacido, un gusanillo, una mari­
posa, un ave, y le decía:
—Admíralos, pon tu alma de rodillas ante Sus Obras,
no pases ante ellas como los ciegos, observa la caricia de
Sus manos en todo lo creado, descubre Su Inteligencia di-
bujando pétalos y hojas. Cuando puedas dialogar con tus
hermanos del mundo, fácilmente llegarás al Padre... La
indiferencia para con los primeros, engendra indiferen­
cia para con nuestro Adorado. No es leyendo los Shâstras
cómo llegarás a descubrirlo. Quiérelo en los tallos de sus
jazmineros, en sus lozanas rosas y sus mustias hojas de
Otoño. Abre tus ojos interiores, permanece atento a Su
Trabajo, y Él, lentamente, irá habitando todo tu Ser. Sen-
tirás entonces que el Amor te crece por dentro. El Amor es
luz. Toda sombra interior se desvanece ante su encendida
lámpara. Cuando Él te habite no te importará dónde estés,
ni quien eres para el mundo, si Rey o men­digo, ni lo que
te den, sean honores o vituperios, pues tu Conciencia ya
no habitará en el cambio, ya no se enten­derá con el mo-
vimiento, permanecerá indiferente ante las innumerables
transformaciones. ¡Oh Kansi! ¡Es bienaven­turado el espí-
ritu capaz de dialogar con Dios a través de Su Creación!

œ 237 
santos y enseñanzas de la india

Cierta vez, abandonaron el bosquecillo de mangos, y


se internaron en la selva cercana. Allí, un cazador había
atrapado a un gigantesco oso de oscuro pelaje entre hie-
rros que lo atormentaban. Los alaridos del animal eran la
encarnación misma del dolor. Tenía una de sus patas tra-
seras fuertemente aprisionada en la trampa. Cuanto ma-
yor era su esfuerzo por liberarse de ella, los filosos dientes
de hierro del instrumento demoníaco, más se hincaban
en sus carnes como dientes malditos. Nanda se acercó al
animal; éste, lo contempló por un instante, y luego, como
un niño que se queja de un mal ante la llegada de su ma-
dre, cambió sus gritos estentóreos por un leve sonidillo
de angustias donde fácilmente se leía entre­ga y confianza.
Nanda se inclinó ante él, y con extrema delicadeza, liberó
su pata de la trampa. El oso no se movió. Nanda tomó un
poco de tierra mojada y le untó la herida protegiéndola
con ella, y acarició luego el miembro dolorido con todo el
amor del mundo. El inmenso animal permanecía quieto,
como cogido por la misma tierra. Nanda entonces se puso
de pie. No bien lo hubo hecho, el oso desapareció instantá-
neamente, apareciendo en lugar suyo, un ser infinitamen-
te luminoso.
—Nanda —le dijo—, esta criatura que has visto es el alma
del ser humano, y la trampa es el apego que la mantiene
prisione­ra en los reinos del dolor. Soy Nandi, el Servidor
Celestial de Nataraya. Él te recuerda, a través mío, que de-
berás trabajar para la Liberación espiritual de la criatura
huma­na. Ha pasado el tiempo. Regresa a Chidambaram
y pre­dica tu Evangelio del Amor. No es eterna la vida, ni

œ 238 
nanda-ji

siquie­ra la de las estrellas. Tu plazo en la Casa de Mâyâ es


breve ya.
Nanda se postró a sus pies con amor infinito.
—Haré como dices —repuso—, totalmente olvidado
de los acontecimientos del pasado, y las heridas que le
infligie­ron sus falsos jueces.
El bendito ser luminoso desapareció instantáneamen-
te. Todo permaneció en silencio.
Nanda dijo entonces a Kansi:
—Apresurémonos a cumplir lo encomendado. Debemos
regresar a Chidambaram.
Kansi se llenó de angustias ante el solo nombre de Chi-
dambaram.
—Has sufrido mucho allí, señor —dijo—. Te han herido
y golpeado con decenas de látigos, apedreado, insultado.
Te han llamado impostor, falso. ¿Cómo quieres regresar
allá?
Nanda sonrió, y el día, estalló en mil soles.
—Un día, eres un feto, un embrión, luego un niño, des-
pués un joven. Mañana, serás un anciano. ¿Cuál es el
tiempo que permanece? ¡Oh Kansi, ninguno! ¡Sólo nues-
tra memoria le otorga el ser, que él no posee! Iremos a
Chidambaram por vez primera. No ates tu cora­zón a la
muerte... El ayer es justamente eso, la muerte.
Caminaron durante toda la noche y parte del día si­
guiente. A media mañana, divisaron las torres maravillo­
sas del Templo de Nataraya. La noticia de la llegada del
santo se extendió como la luz del Sol sobre las sombras
cuando nace la aurora. Los primeros en llegar y postrarse

œ 239 
santos y enseñanzas de la india

a los pies del Bendito, fueron, precisamente, los sacerdo­


tes del Templo.
—Desde que te fuiste, señor, no hemos dormido ni co-
mido bien. Pocos de nosotros se han atrevido a ingresar al
Templo. Nos viste el dolor, el arrepentimiento y el desa­
sosiego. Te hemos buscado por todas partes para implorar
tu perdón, pero Dios no ha querido que te encontremos.
Somos los esclavos de Avidyâ. El error que nos habita, es
hijo suyo. Por eso somos malos y dogmáticos. Nos aferra­
mos a nuestras Escrituras como el ciego a su bastón, por-
que es lo único que nos ayuda a no caer. Faltos de luz co-
mo estamos, nada sabemos de Dios, las leyes del Cielo nos
son desconocidas... Te imploramos humildemente, nos
acojas en la nave de tu sabiduría para que el mar de Mâyâ
no nos ahogue...
Al llegar a Chidambaram, comenzaron a sonar las cam­
panas de todos los Templos.
—¡El santo! ¡Ha regresado el santo Nanda-Ji! —excla-
maba la gente alborozada. Todo se vistió de fiesta y alegría.
Los pasados y tristes acontecimientos se habían diluido
como gota de tinta en el mar.
Nanda predicó, a partir de ese día, la sagrada doctrina
del Amor. No todos comprendían sus palabras. Encadena-
dos a sus Shâstras, los sacerdotes ortodoxos escuchaban
sus enseñanzas como si las mismas llegaran desde muy
lejos: la muralla de sus dogmas, apenas si permitían el in-
greso de la Sabiduría.
—Hay un Mahashâstra —decía Nanda—, leed en él y os
acercaréis a Dios. Ese Mahashâstra es la vida misma en

œ 240 
nanda-ji

todos sus reinos. Descubridla con los ojos del corazón. No


preguntéis nada, simplemente, mirad con los ojos de la
inocencia cuanto os rodea, porque los ojos de la inocencia,
son el altar de Dios, y su sacerdote es el silencio de la men-
te. La voz del Sol es su luz. No tengáis temor a volveros
mudos interiormente. Tened verdadero horror a la pala-
bra que agrede: las espadas que hieren y matan, nacen en
su fragua maldita...
El tiempo pasó, y muchas y maravillosas fueron las
enseñanzas de Nanda. Poco a poco, hasta los más reacios
entre los sacerdotes, fueron deponiendo sus dudas, hechi-
zados por las sagradas y simples enseñanzas de aquel a
quien algu­na lejana vez, consideraran un impostor.
Una tarde, se lo vio a Nanda-Ji dialogando con un ni-
ño en los jardines del Templo. Realizaba ante él cultos de
adoración, lo cubría con las hojas del sagrado árbol Bilba,
y se prosternaba ante su figura diminuta con devoción in-
finita.
Kansi, su viejo discípulo, que lo seguía como la sombra
al cuerpo, interrogó al santo sobre el pequeño.
—Es Nataraya —dijo Nanda—, que viene a buscarme.
Aban­dono las regiones de Mâyâ para siempre.
Kansi comunicó la triste noticia a sus ya innumerables
discípulos. Fue día de dolor para los habitantes de Chi-
dambaram, que lloraban desconsoladamente por lo que
consideraban una pérdida inmensa.
Al atardecer del día siguiente, los dos mil novecientos
noventa y nueve sacerdotes formaron un inmenso círculo
alrededor del Niño Divino y del santo Nanda.

œ 241 
santos y enseñanzas de la india

Súbitamente, atronó en cielos y tierra el sonido del Ta-


marú divino. Alguien danzaba en todos los cuerpos, en el
aire, en el fuego, en las aguas, en la tierra, dentro de los
corazones, en las almas, en la esencia de la vida misma.
Todo otro canto había cesado; sólo el tan-tan del tam-
boril sagrado resonaba con ritmos misteriosos. Este era
el oculto ritmo de la semilla al nacer, de la estrella gene-
rándose, del Universo entero abriéndose paso desde la
oscuridad de lo inmanifestado, hacia la inteligente mani-
festación. Los capullos de loto de los estanques cercanos,
pese a la hora que ya preludiaba la noche, abriéronse sú-
bitamente, emergiendo de ellos un intenso y maravilloso
perfume. Luego las Champakas, los jazmineros, los rosa-
les semi­dormidos a la escasa luz de ese bendito atardecer,
cobra­ron vida desplegando los pétalos de sus corolas, con
vigor inusitado. Y hasta los frutos de los mangos gigantes-
cos, verdes en esa estación del año, cambiaron sus túnicas
esmeraldas, por la ambarina de la madurez. El cielo en
su totalidad, fue cubierto por una luz tenuemente rosada
cuyo esplendor era indescriptible.
Cuando todos los allí presentes salieron de su arroba-
miento para dirigir la mirada al centro del inmenso círcu-
lo, descubrieron con dolor que el Niño y el santo habían
de­saparecido. Nanda regresaba al Todo por la inefable vía
del Amor, que él había escogido. Poco a poco cesó el soni-
do del Tamarú sagrado, los lotos volvieron a su sueño noc-
turno y la vida sobre la tierra, continuó su ritmo milenario.
Pero ya Chidambaram no volvería jamás a ser el mismo,
porque la Fe Perfecta la había visitado, sembrando en los

œ 242 
nanda-ji

corazones una infinita sed de Cielo, una inmensa nostal-


gia por el hogar del Único, al cual regresan aquellos que
realmente lo anhelan.
Kansi quedó profundamente desolado, mas, fiel a las
enseñanzas de su Maestro, se dedicó hasta el fin de sus
días, a sembrar sus enseñanzas por todos los caminos.
Con el dinero que tenía, abrió monasterios y fundó Tem-
plos, y cuando, a su vez, le tocó abandonar su cuerpo físico,
resplandecía en su rostro la sonrisa sabia de los seres ben-
ditos. Esta le subía desde el corazón, maduro ya para la
verdadera Entrega. Muerto su pequeño yo, Kansi el amo,
Kansi el discípulo, había conquistado, por la Gracia Divi-
na, su lugar en la Sagrada Barca que cruza a los seres de
las orillas del tiempo, a las otras orillas de la Eternidad.

_________

œ 243 
PARTE III

EL JARDÍN DE JÑÂNA
—ENSEÑANZAS ESPIRITUALES—
Un Maestro enseñando a su discípulo en un Ashram

œ 246 
Capítulo I

VOLUNTAD INTENCIONADA

Un verdadero Ashram, allende todas las enseñanzas de


los Sûtras, Shrutis y Smrittis1, debe inculcar en sus estu­
diantes la superación del yo personal.
Se puede ser un perito en las Escrituras, conocer los
himnos védicos de memoria y recitar el Bhagavad Gîtâ
varias veces por día. Sin embargo, si el ego permanece
abroquelado en su orgullosa altanería, el espíritu no habrá
dado un solo paso hacia su develamiento, por muchos que
sean los libros aprendidos.
Nunca olvidaré el caso de un monje en los Himalayas.
Era este, un verdadero personaje en el reino del conoci­
miento, mas, tantas veces se había repetido aquello de “Yo
soy Perfecto”, “Yo soy Brahman”, “Yo soy la Luz que di-
sipa las tinieblas de Mâyâ”, etc., que, mal canalizada su
energía, en vez de ascender hacia su espíritu, descendía
engrosando su personalidad. A todos observaba como a

1. Los Sûtras son sentencias breves que guardan en sí un profundo


conocimiento. Hay libros compuestos en forma de Sûtras, ejemplos
de los cuales son los Bhâkti Sûtras, los Yoga Sûtras y los Brahma
Sûtras. Los Smrittis son Libros Sagrados compuestos por grandes
sabios, tales como el Mahâbhârata, el Ramayana y el Srimad Bha-
gavatam. Y por último, los más elevados son los Shrutis, es decir los
Vedas, que incluyen a los sagrados Upanishads. Es el Conocimiento
revelado por Dios Mismo a los seres humanos.

œ 247 
santos y enseñanzas de la india

seres mínimos, sin apercibirse que los así contemplados


eran tan Brah­man como él.
Este es el peligro de las ortodoxias en todos los credos.
Quienes corren mayor desventura son precisa­mente los
enrolados dentro de la Advaita1, ya que tanto se repiten
una y otra vez aquello de “Yo soy Él”, que terminan por
hacer partícipe a su mínimo yo de una sabiduría nacida
precisamente, para abolirlo. Son muy pocas las criaturas
humanas que pueden repetir las sagradas Mahâvâkyas2
o “grandes sentencias”, desvinculándolas por completo de
la personalidad. Es preferible la inocencia metafísica del
cristiano, que sin muchas luces filosóficas, anhela ser “pol-
vo donde se asiente el hermano polvo”. Eso sí es dar muer-
te definitiva al yo, como lo hacía San Francisco de Asís, o
Santa Teresita del Niño Jesús, aquella que se llamaba a sí
misma “pelotita intrascendente de Nuestro Señor”3, quien
la depositaba en el rincón donde quería y según primara
Su deseo, no el de la santa. Toda cofradía espiri­tual, de-
bería tener muy en cuenta que el Camino hacia Aquello
requiere de nosotros ni más ni menos que nuestra muerte
como “yo”. La energía del Ser no se canaliza a través de la
mente altanera. Esta la cubre, como una espesa capa de

1. Doctrina del no-dualismo.


2. “Mahâ” es “grande” y “Vâkya”, “sentencia”. Las Mahâvâkyas
son las Grandes Sentencias de los Upanishads que establecen la
identidad esencial entre el alma individual y el Âtman Universal.
3. Cita de su autobiografía titulada Historia de un alma.

œ 248 
voluntad intencionada

lodo al diamante más puro, y es allí, precisamente, donde


se equivoca el Camino. Este no es dado a quienes culti-
van su ego orgulloso, sino, muy por el contrario, a los que
poseen una buena predisposición para la humildad, esa
Maestra de Maestros.
Ella, la humildad, se demuestra, no se explica, necesi­
ta ser entregada a cada paso, llevada a la práctica a ca-
da instante. Nos duele ser incomprendidos, avasallados,
cri­ticados, pero... ¿a quién “duele” en realidad? Al “yo”
que siempre busca para sí mismo el lugar de los grandes
honores. Es tan débil y nimio, que no soporta el menor
vientecillo que lo mueva del pedestal donde se ha coloca­
do. Todo debe girar en torno suyo: el amor, el respeto, la
gloria. Da de sí lo menos que puede, pero busca atrapar
de su entorno lo máximo. La vanidad es el capullo de ese
pertinaz gusano de seda nuestro; él mora adentro como
un rey en su trono. ¿Cómo conquistar de ese modo sabi-
duría alguna?
Así pues, la tarea del verdadero Maestro espiritual, es
derrocarlo; es un falso monarca al cual se le debe quitar
cetro y corona.
Los sabios Gurus de épocas pasadas, sabían muy bien
como ingeniárselas para lograr este cometido. Se cuenta
el caso, por ejemplo, de dos jóvenes Brahmacharys del
Ashram de Guru Govinda. Uno era hijo de un Rey, o sea
un príncipe; el otro pertenecía a la casta de los Vaishas o
comerciantes. El primero, era un dechado de perfección,
lo que llamaríamos un Adikari perfecto; el segundo, ape­
nas un alma que por primera vez avizoraba el Camino.

œ 249 
santos y enseñanzas de la india

Este último se llamaba Gali, y su corazón destilaba en-


vidia a causa de las virtudes de su noble compañero.
Ahora bien, ¿a cuál de ellos el Maestro ordenó la prác-
tica de la humildad con mayor severidad?
Todos diríamos: ¡al joven Vaisha, por supuesto! ...y es-
taríamos equivocados.
Govinda amonestaba al príncipe ante la menor falta.
Lo puso a servir a su compañero, barrer su cuarto, lavar
su ropa, preparar sus alimentos. Midar, que tal era el
nombre de este maravilloso joven, no se impacientaba,
por el contrario, todo lo realizaba con una sonrisa en
los labios y el corazón pleno de devoción para con su
Maestro.
—Si él me ordena este trabajo es indudable que ha de
ser para mi bien —se repetía.
Gali, por su parte, entendía las cosas de modo muy di-
ferente:
—Ha puesto a Midar como sirviente mío porque yo soy
superior a él, y es absolutamente lógico que realice accio­
nes en mi honor —razonaba.
Y así, mientras uno iba perdiendo el poco ego que toda­
vía permanecía en él, el otro iba engrosando a diario su ya
de por sí gigantesco yo.
Cierta vez, el sabio Nârada visitó el Ashram del Guru
Govinda.
—Traigo para estos discípulos tuyos dos joyas que son
un presente de Indra, Señor de los Cielos. Lláma­los, y
en presencia tuya, que eres su Maestro, se las entre­garé
—dijo Nârada.

œ 250 
voluntad intencionada

Govinda fue a buscar a Gali y a Midar, y poco después


retornaron hasta donde los esperaba Nârada. Este extra-
jo de un exquisito cofre, envuel­tas en sedas labradas las
dos joyas en cuestión. Mas... ¡oh sorpresa inesperada!, la
del joven príncipe era apenas una piedrecilla deslucida
y opaca, en tanto que la de Gali era un dechado de be-
lleza inenarrable. Diamantes y zafi­ros, perlas y brillantes,
descansaban en sendos encastres de oro y platino. Verla
era contemplar un prodigio y un milagro. Ni el mismo
Yudhistira, Rey de Hastinapura, conoció, seguramente,
una joya semejante.
¡Imaginaos el regocijo de Gali! ¡La mejor de las joyas
para él! Su contento no tenía límites. La inspeccionó una
y otra vez, la dio vuelta en sus manos observando hasta
los más mí­nimos detalles. ¡Sí, realmente Indra sabía muy
bien de qué alma se trataba! ¡Era Gali! ¡Ah, qué dirían sus
demás compañeros cuando la vieran!
Midar en tanto, agradeció con reverencia y humildad al
sabio por el obsequio, y le preguntó en qué podía servirle.
—Pienso pernoctar en el Ashram esta noche, joven
Midar —le dijo Nârada.
Los ojos de Midar se llenaron de regocijo.
—Te prepararé el baño y la cena y te asistiré, si me per­
mites, en tus meditaciones, cuidando que no falten leños
a tu fuego sagrado, ni el aceite de sándalo ni el agua para
tus abluciones.
Gali en tanto, había ido a exhibir su joya frente a todos
los habitantes del Ashram, olvidándose por completo del
sabio Nârada.

œ 251 
santos y enseñanzas de la india

A la mañana siguiente, antes de partir, el ilustre visitan­


te llamó a los dos jóvenes y en presencia de Guru Govinda,
dijo estas palabras:
—Lamento profundamente, Gali, el obsequio que has
recibido del Rey de los Cielos. Ella es el símbolo de tu esta-
do mental rico en egolatrías. Eres un altar al “yo” a quien
ocultas en tu interior. Tu riqueza es el orgullo, la soberbia,
la vanidad. Cuando tu corazón, a través del discernimien-
to, emprenda el difícil camino de la supera­ción de todos
los poderes de Mâyâ, merecerás, sin duda, una joya simi-
lar a la de Midar, pero debes poner mucho empeño en ello.
Te hechiza aún el esplendor de lo pasaje­ro y desprecias la
simpleza que posee la Verdad Eterna. Dios Nuestro Señor,
desnuda de bienes terrenos a las almas de sus privilegia-
dos, otorgando toda clase de orope­les a quienes prefieren
el ilusorio e intrascendente mun­do, hijo del tiempo...
¡Ese era pues, el símbolo de la “maravillosa” joya que
Indra otorgara a Gali!
El joven, lleno de vergüenza, comprendió en ese instan­
te, cuan equivocado había vivido. Comprendió también,
por qué su Maestro ponía a servir a su alumno más avan­
zado; anhelaba que la humildad se encontrara a la puerta
de su orgulloso corazón. El remedio es para los enfermos,
y él se hallaba totalmente poseído por el veneno del ego.
¡Cuántas veces, nosotros, como Gali, alardeamos de
po­seer la joya de Mâyâ! Así decimos: “Poseo una ilustre
familia, soy bello, inteligente, cuantos me conocen me
honran y acla­man”. Y todo eso no es sino hojarasca, arte-
sonados de la máscara de nuestra enjoyada personalidad.

œ 252 
voluntad intencionada

Un verdadero Maestro sabe perfectamente que, a me-


nos que diluyamos esa personalidad, que la purifiquemos
en las aguas de la sabiduría, no daremos un solo paso en el
Sendero espiri­tual. Es por eso que un Ashram es el campo
del Kurukshetra1, el “campo del Dharma”, es un campo de
batalla, pero de batalla real, donde se libra la verdadera
guerra en contra del verdadero enemigo: el yo.
En un Ashram no se va a aprender los Shâstras: se va a
morir como ego. ¡Cuánta resistencia nos opone ese caudi-
llejo! ¡Posee para ello, un arma contundente: el de su “vo-
luntad intencionada”; en efecto, somos la guarida del lobo
del capricho, disfrazado con la piel de oveja de las buenas
razones e intenciones! A menudo, esas “buenas razones”,
no son sino el deseo de predominar sobre los otros. Escu-
chamos poco a nuestros semejantes y mucho a nosotros
mismos. Es natural, mientras sea el ego quien prevalece.
Un Guru real, hace todo lo posible por quebrar esta ba­
rrera de resistencia constante. Contemos otra historia al
respecto.
Cerca de la legendaria Mahabalipuram, existían dos
an­cianos ascetas a quienes les había llegado la hora de
partir de este mundo material, rumbo a los planos sutiles.

1. Kurukshetra significa “el Campo de Kuru”, donde se desarrolló


la gran batalla del Mahâbhârata, al comienzo de la cual tuvo lugar
el inmortal diálogo entre Sri Krishna y Arjuna, llamado Bhagavad
Gîtâ. En el Kurukshetra se libró la batalla entre las fuerzas de las
sombras, simbolizadas por el ejército de los Kuravas, y las fuerzas
de la Luz, representadas por los Pandavas.

œ 253 
santos y enseñanzas de la india

Debían pues, abandonar sus cuerpos físicos. Uno de


ellos, Garuba, se hallaba sumamente apegado al mismo,
de modo que la sola idea de Yama, el Deva de la muer-
te, lo hacía estremecer. Por su parte, Vidyam, que era el
nombre del otro anacoreta, se hallaba feliz, y sumido en
profunda serenidad.
—Todo cuanto nos envía Dios Nuestro Señor, ha de ser
bienvenido —repetía.
—¿Creé yo, acaso, este cuerpo o esta mente? Hace seten­
ta años no existía y dentro de algunos más, o ahora mis­
mo, si es Voluntad del Padre, tampoco existirá. ¿De dónde
surge entonces la congoja, sino del apego, ese nefasto pro-
genitor de todos nuestros males? No. No opondré nin­guna
resistencia; por el contrario, me entregaré mansa­mente a
aquello que Él me haya deparado.
Una noche, golpearon a la puerta de la choza donde
mo­raban ambos anacoretas.
Vidyam, al abrirla, se halló con el Rey de la Muerte, el
Dios Yama, en todo su esplendor, montado en su legenda­
rio búfalo de fuego.
—Debéis abandonar la vieja cárcel de vuestros cuerpos
físicos y partir —dijo.
Garuba, quien estaba escuchando detrás de la puerta,
cogió su bastón y más rápido que un rayo, pese a su edad
y sus achaques, puso distancia, toda la que podía, entre él
y tan ingrato visitante.
—Yo te seguiré adonde vayas mi Señor —dijo en cambio
Vidyam—, pues Tú eres la manifestación de la Voluntad
del Padre.

œ 254 
voluntad intencionada

Sonrió Yama complacido, y desligó su espíritu del viejo


cuerpo. Vidyam supo entonces lo que era vivir en verdad.
Lo rodeaban mundos luminosos y etéreos, moraba en la
libertad infinita, se sentía más sutil que el pensamiento y
pletórico de bienaventuranzas. Sí, eso era regocijo y felici­
dad. Una vez llegado al punto donde debía ir, se reunió
con sabios espirituales. Un siglo era apenas un instante,
pues el tiempo enmudece para el corazón donde sólo Dios
habita.
Garuba en tanto, había ido a dar con su gastado y do­
lorido vehículo físico a una espesa selva. Fue perseguido
por tigres, mordido por alacranes, alcanzado por serpien-
tes venenosas. Sus achaques continuaban y se hacían cada
día más insoportables. Sin su compañero, sin nadie cerca
suyo, carecía de lo más elemental para su supervi­vencia.
Padecía de hambre y de sed, y como si esto fuera poco,
vivía poseído por el temor. Cualquier mínimo ruido pro-
veniente del mundo exterior lo atormentaba.
—Puede ser un oso salvaje o un nuevo tigre famélico
—se decía, y comenzaba a temblar y a llorar desesperada­
men­te.
Así fueron pasando algunos años, y tanto sufría el po-
bre Garuba, que comenzó a reconsiderar sus ideas desde
otro punto de vista.
—Tal vez Yama no sea lo que supongo —decía—, tal vez
en su Reino exista la paz de la cual carezco aquí... Sí, así
debe ser... ¿Por qué no me habré ido junto a Vidyam en
el momento oportuno? ¡Cuántos padecimientos he sopor­
tado todos estos años, debido a mi apego al cuerpo!

œ 255 
santos y enseñanzas de la india

Y comenzó a invocar la presencia de Yama con todo su


corazón. Pero... Yama no aparecía. Salió entonces, rum­bo
a la selva, a la cual sabía llena de tigres y otros anima­les
salvajes, buscando ser devorado por ellos. Estos se acer-
caban a Garuba, daban vuelta en torno suyo, y se alejaban,
sin infligirle el menor daño.
Garuba se hallaba nuevamente desesperado, ahora,
por un motivo distinto: no podía morir.
—Ya sé —dijo entonces—, me arrojaré al mar y pereceré
ahogado. Nadar no puedo porque no sé, y aunque lo su­
piera, estoy sumamente viejo como para dar la menor de
las brazadas en el agua.
Y dicho y hecho, llegóse hasta la playa y comenzó a in-
ternarse mar adentro, con tan mala fortuna para los fines
que se había propuesto, que unos pescadores, creyéndolo
insano lo rescataron en su barca llevándolo nuevamente
hacia la orilla.
Demás está decir que intentó lograr su propósito de
muchos modos, pero nada le resultaba: permanecía en su
destartalada choza física, sin poder salir de ella por más
esfuerzo que hacía. Hasta que la luz del discernimiento
encendió la lámpara bienaventurada en su casa mental, y
Garuba vio con meridia­na claridad lo que acontecía.
—Prisionero de mi voluntad intencionada, quise perma­
necer unos años más sobre la Tierra por apego a mi cuer­
po. Prisionero de la misma voluntad intencionada, busqué
morir cuando mis padecimientos eran demasiados en este
mundo. Jamás me entregué a la Voluntad de Dios; siem­
pre he deseado que prevaleciera la mía. Pues bien, ahora

œ 256 
voluntad intencionada

he aprendido la lección, y así me entrego y digo: “Hágase


la Voluntad de Hari, que el Divino nos lleve y traiga, nos
dé dolores y placeres según Su juicio. El hombre es apenas
un petalillo de vida, ¿cómo ha de oponerse a las leyes del
Sublime Jardinero que es quien sabiamente cuida de sus
flores?”
No bien hubo razonado así, llegó el Dios Yama hasta el
desdichado Garuba, quien, esta vez, lo recibió con lágri­
mas de alegría.
—Perdona mi insensatez —le dijo—. Me he pasado la vi-
da en oración, estudiado los Shâstras de memoria, y sin
em­bargo, no pude aprender lo más elemental: que todo el
Universo, como un niño, va de la mano del Padre. Lléva-
me, ¡oh Deva bendito!, o abandóname en las playas de la
vida corporal. He concienciado que toda obcecación, tiene
por fruto la tragedia...
Y Yama, sonriendo, y sin decir palabra, llevó su espíri­tu
hacia los luminosos planos sutiles...
Aquí termina nuestra narración; sin embargo, sobre
la voluntad intencionada apenas si hemos comenzado a
hablar. Ni aún si escribiéramos un libro entero sobre ella,
agotaríamos el tema, porque la misma es multifacética,
puede ser detectada fácilmente en nuestros empecina­
mientos, caprichos, opiniones y puede escondérsenos de-
trás de vestiduras extremadamente sutiles... Por ejem­plo,
hay quienes dicen: “Pensad que sois sanos, fuertes, pode-
rosos... pensad que vuestro cuerpo físico es un dechado
de perfección, que nunca estaréis enfermos... Pensad de
la misma manera con respecto a vuestra mente. Repetíos:

œ 257 
santos y enseñanzas de la india

‘podré llegar a la meta espiritual si me lo propongo’ ”, etc.,


etc. La verdad es que... seré sano, “si Dios quiere”, y “lle-
garé a la meta espiritual”... si Dios quiere..., y si estoy en-
fermo y si no llego a puerto alguno con mi alma, pese a to-
dos mis esfuerzos y anhelos, es también porque Dios así lo
quiere. ¿Sé acaso yo, qué está labrando el Señor en mí por
medio de todo aquello que mis puntos de vista personales
juzgan malo? ¿La muerte es un mal? ¿La enfermedad, la
traición, la injuria, son males? Desde mi humana concien-
cia, sí, no cabe duda, pero no desde la Conciencia Divina.
Tenemos un paladar psíquico al cual molesta la sal y
agrada la miel. Así, anhelamos la segunda en todos los
planos, y rechazamos la primera. Al operar de ese modo,
ponemos en descubierto a aquel —el yo— que no se aviene
con lo que no le causa regocijo inmediato.
Sin embargo, Dios gobierna el mundo, y si la sal exis-
te y debo probarla, es ello producto de Su Voluntad, me
agrade o desagrade, lo comprenda o no. Si mi conciencia
se abre a esta luz meridiana, si me entrego a Él totalmen­te,
si no le opongo barreras de ninguna especie, permito que
Él me labre con los instrumentos que Él elija, no los que
elige mi pequeño yo. El espíritu de santidad no es otro que
el de la entrega total, y mientras esa entrega total, esa total
sumisión no florezca en mi corazón, de es­piritualidad co-
noceré muy poco. No basta con que alguien diga “medite
durante seis años quince horas diarias, y verá usted, cómo
se convierte en un dios sobre la Tierra”, y... sí, podré con­
vertirme en ello... “si Dios quiere”. Poder exclamar: “Nada
soy, Padre mío, Amor mío, nada puedo, nada ambiciono,

œ 258 
voluntad intencionada

sólo quererte con toda el alma”. Poder abandonarse ín-


tegra, totalmente a Su Voluntad, aceptando lo bueno y lo
malo, el placer y el dolor, no permitir que la mente diseñe
nuestro futuro, ni aún en el camino espiritual, vestirnos
con el sayal de la humildad absoluta, rechazar “todo pen-
samiento nacido de la imaginación”, por elevado que este
nos parezca, eso es verdadera espiritualidad.
Es esa bendita renuncia la que genera la extinción del
yo, y por lo tanto, el nacimiento del Reino de los Cielos
que está en nosotros.
Como nos enseña el Bhagavad Gîtâ, “el que nada desea,
el que sin pasión, sereno, experimentado y puro renuncia
al bien y al mal, ese es a quien amo”, o sea, quien renuncia
a “esto me agrada y esto otro no”, que son nues­tro minús-
culo concepto del mal y del bien sobre la Tierra.
Cuando hay un deseo en nosotros, hay un lugar que
el Amor no puede ocupar. Como dicen en el Oriente,
“Libera­ción es haber matado el deseo de Liberación” Por
eso, Krishna-Ji nos repite una y otra vez en el Gîtâ, “Posa
tu mente en Mí, sé Mi devoto”, lo cual equivale a decir
“no la poses en tu voluntad intencionada, acógete a la Mía,
no seas devoto de tus ideas, sumerge tus pensamientos
en Mí”. Después de todo, la vida es una fiesta: el dolor, el
placer, son simples enmascarados que esconden detrás de
sus antifaces el Rostro Único de Aquel que mediante sus
continuas danzas guía almas, orienta los espíritus y nos
va llenando poco a poco de la inefable Gloria de Ser. Todo
tiende hacia la Felicidad y la Perfección, y no puede ser de
otra manera porque todo proviene de Dios; pero, es claro,

œ 259 
santos y enseñanzas de la india

esto lo descubrimos cuando por Amor nos hacemos parte


Suya, abandonando para siempre la esclavitud en este va-
lle de sombras... conminados inexorablemente a conver-
tirnos en Soles resplandecientes al superarlas.

_________

œ 260 
Capítulo II

VIVEKA Y LAS GUNAS

“La única manera de lograr Viveka,


y por lo tanto ser un Viveki —un
hombre poseedor de tal Viveka—,
es permanecer en Sattva el mayor
tiempo posible, porque la mente
purificada es la única que ve la
verdad.” 1

Âtma-Anâtma-Viveka: El discernimiento espiritual es el


único capaz de ver la diferencia existente entre la Gran Ilu-
sión y la Suprema Realidad2. Condición sine qua non del
Camino del Discípulo, un alma anhelosa de autorrealiza-
ción sacrifica todo para conquistarlo. En verdad, “sacrifi­
ca” desde nuestro punto de vista de conciencias dormidas,
porque lo que ella abandona es su vivencia en el mundo
sensible, pasional, sus apegos mundanos, en fin, todo lo
que es carga inútil sobre sus espaldas. Ella ha descubierto
esa inutilidad revestida de aparente brillo y gallardía, ha

1. Comentarios de Sri Sankaracharya al Bhagavad Gîtâ XVIII, 10.


2. Âtma es el Divino Espíritu, la Suprema Realidad; Anâtma, por
el contrario, es aquello que carece de realidad, es decir la Ilusión, el
mundo perecedero; y Viveka es el discernimiento espiritual, es de-
cir, la capacidad de distinguir entre ambos. Âtma-Anâtma-Viveka
es, pues, el medio de ver a Dios y alcanzar la bienaventurada Con-
ciencia Divina.

œ 261 
santos y enseñanzas de la india

buceado en el vientre de los siglos, y se ha apercibido de


que está lleno de grandes conquistas converti­das en ceni-
zas por el Tiempo transeúnte, el Gran Devorador de aven-
tureros y aventuras de todo tipo.
No se presta a ese tipo de juegos. Su visión se halla sus­
pendida en la esperanza de otros logros. Cuando la Con­
ciencia de la Eternidad comienza su trabajo en el corazón
humano, este se desprende lentamente de su apetencia
por los frutos del tiempo. Lentamente. El trabajo es pau­
latino y va in crescendo como los compases de las gran­des
sinfonías. Para que ello se produzca, es menester po­seer
una buena comprensión de las tres cualidades de la natu-
raleza, o Gunas1. No basta con enumerarlas, ni defi­nirlas:
hay que detectar su labor en nosotros, que somos sus más
amados prisioneros. Guna es Prakriti, y Prakriti es Ma-
dre Cósmica.
Nuestra Madre nos da todo, la fortuna del amor huma­
no, la juventud y sus ilusiones, la fama, la gloria, las ri­
quezas, el halago, los honores, etc. También nos da la vejez,
el dolor, la enfermedad y la muerte. Aunque sobre estos
últimos pensamos muy poco, ya que creemos que están
lejos, muy lejos, según nos engaña la mente. Así decimos:
“La felicidad es para mí, la desgracia para los demás”.

1. Recordemos aquí que las tres Gunas, de las cuales nos habla
la filosofía de la India, son: Sattva (armonía), Rajas (actividad) y
Tamas (inercia). Ellas se hallan siempre presentes, en diversas pro-
porciones, en todos los seres manifiestos.

œ 262 
viveka y las gunas

“Ha muerto Juan... pero yo moriré dentro de sesenta o


setenta años.”
“Pedro ha perdido su fortuna... pero la mía está a buen
recaudo y jamás me pasará lo mismo.”
“Mauricio ha sido abandonado por su mujer, pero eso le
pasó a Mauricio: la mía es una santa y jamás se marchará
de mi lado”.
Son consuelos de nuestra Madre, derramados cotidia-
namente como vino generoso en nuestra copa mental. Por
otra parte, sin estas ingenuas esperanzas, la vida sería in-
soportable.
Lo cierto es que mientras nos hallemos bajo el poder de
las Gunas, especialmente de Tamas y Rajas, cualquiera
de nosotros es candidato, tanto a la angustia y el dolor,
como a sus contrarios.
Es difícil definir qué son estas “cualidades de naturale­
za”; definir las Gunas, es definir la vida. Su núcleo es el
misterio y su Dueño es Nuestro Señor. Todo cuanto hace­
mos nosotros, es asomarnos humildemente a la inteligi-
bilización de su contenido. Así, decimos que toda inercia,
todo amodorramiento y lasitud en cualquiera de los pla­
nos, físico, emocional o mental, es debido a Tamas, como
toda actividad, a Rajas, y todo estado armónico a Sattva.
La verdad, es que ellas son canales por donde navegan
nuestros Samskaras1, son de algún modo generadas por

1. Los Samskaras son nuestras tendencias y predisposiciones en


la vida, los cuales se van conformando poco a poco con nuestras
propias acciones, pensamientos, etc.

œ 263 
santos y enseñanzas de la india

estos. Si careciéramos de ellos, las Gunas no existirían pa-


ra nosotros: existen a causa de nuestra imposibilidad de
liberarnos del Prârabdha Karma1 donde, precisamente,
se manifiestan nuestros Samskaras.
Hay dos Gunas contrapuestas, y es fácil de saber cuá-
les son: Tamas y Rajas, esto es, inercia y actividad. En el
centro, como equilibrando a ambas, se halla la armonía
de Sattva. El reinado de esta última en nosotros, es im-
prescindible si lo que anhelamos es aco­gernos a la vida
espiritual.
Alcanzar Sattva no es una salida definitiva, no es co-
menzar a navegar... pero sí es haber llegado al puerto des-
de el cual zarpará nuestra nave.
Llegar a Sattva es extremadamente difícil; ello implica
haber vencido las cadenas rojas de la pasión y las cadenas
negras de la inercia, la holganza, la haraga­nería física y
mental, el vivir como adormilados en todos los planos, en-
tristecidos, apáticos, pesarosos. Es un estar en la penum-
bra de la nada, vegetando. Una muerte en vida: nada atrae,
nada satisface, nada entusiasma. Rajas, que es actividad,
deseo de poder sobre la tierra, poder de conquistas mate-
riales, poder sobre los demás, imponer nuestros puntos de

1. De acuerdo a la filosofía de la Vedânta Advaita, la totalidad


del Karma de una persona se divide en tres partes: 1) Prârabdha
Karma, es el que se manifiesta en la vida presente y que modela
nuestra existencia; 2) Agami Karma, es el que se genera en la vida
presente y que dará sus frutos en el futuro; 3) Sanchita Karma, es la
totalidad del Karma acumulado y del cual una pequeña parte con-
forma nuestro Karma presente.

œ 264 
viveka y las gunas

vista, ideas, opiniones, y conquistar, siempre conquistar


horizontalmente, desde un buen empleo, un buen mari-
do o esposa, una casa, hasta el mundo, como lo hiciera
Alejandro, es la antítesis de Ta­mas. Sin embargo, Tamas
y Rajas en el fondo, son herma­nas gemelas, son hijas de
la gran ilusión, de la falsa creencia de que “hago y soy en
tanto me muevo”, o bien, “si no me intereso en nada, me
quebrantaré menos”. Podríamos decir que la peor parte
de la Humanidad se ubica en ambos dominios; o bien hay
preponderancia de Rajas en unos, o de Tamas en otros.
Evidentemente, casos puros de Tamas o Rajas, no pueden
existir, pues las tres Gunas se hallan interrelacionadas a
tal punto que hasta los mismos Dioses, al decir de los sa-
bios, se hallan bajo su dominio, si bien en ellos la Guna
imperante es Sattva.
Para la criatura humana, como decíamos anteriormente,
Sattva es presencia de discriminación espiritual. Cuando
nos acogemos a ella es porque aban­donamos la indolencia
y la actividad meramente mundana, actividad que puede
ir desde asaltar un banco, vender drogas, ser concertista
de flauta, nadador, perito en vuelos espaciales, o fundador
de hospitales, centros religio­sos, escuelas, monasterios o
conventos. Todo aquello que mueve la mente hacia afuera,
hacia la construcción en el mundo, es Rajas. Puede haber
grados, pero... lo mismo me aprisiona una cadena de oro,
que una de hierro, como dicen en el Oriente: el problema
es no tener cadenas. Estas comienzan a soltarse en Sattva.
¿Por qué? Porque el vehí­culo mental empieza a perma-
necer en estado de quietud, que aunque no sea total, al

œ 265 
santos y enseñanzas de la india

menos ha entrado en la difícil zona de conquistar que es


el equili­brio entre la inercia y la actividad. Ella, Sattva, es
como un catalizador de ambas. Al emerger de la pasión
y la desidia, de donde emerjo realmente es de Mâyâ. No
aban­dono los dominios del apego a la acción o el apego
a la molicie sino a aquello que se halla representado por
ambas modalidades. Mâyâ es Madre amantísima de los
niños humanos que están en su Parque-Mundo. Aquellos
que buscan ya la salida del mismo, les opone tenaz resis­
tencia. Estos, tienen que vencerla, para conquistar la llave
que abre sus puertas.
Generalmente no comprendemos el tesón que ponen
las religiones para alejarnos del mundo; por eso, optamos
por darles la espalda. Los diez mandamientos cristianos,
el código de honor del Mahâbhârata, y dentro suyo, la
gloria del Bhagavad Gîtâ, etc., nos aconsejan constante-
mente sobre el Ca­mino Recto, pero en realidad, su afán
está lejos de ser meramente moralizador; lo que en ver-
dad buscan, es nuestra liberación de las Gunas, esto es,
de Mâyâ. Sentencias tales como “no codiciarás la mujer
de tu prójimo”, “el que no traba­ja, que no coma”, etc., no
son sino consejos que tratan de apartarnos de los diversos
poderes de Mâyâ. Los Grandes Maestros nos quieren li-
bres, pero, ob­cecados e ignorantes como somos, les somos
indiferentes: queremos libertad... para ser esclavos.
Cuando percibo, por divina y bienaventurada intuición,
que en ese constante juego me comprometo más y más
con este caleidoscópico universo, nazco paulatinamente a
la Conciencia Cósmica, nazco a lo Real, a lo Verdadero.

œ 266 
viveka y las gunas

A esta percepción me lleva esa joya de joyas que es la


discriminación entre lo Real y lo irreal, o sea, establezco
diferencias entre Nitya y Anitya, es decir, logro realizar
Nitya-Anitya-Vastu-Vivekaha, la cual es la definición
ancestral de Viveka: separar lo Real de lo Irreal, concien­
ciar lo que es Nitya (lo Eterno), de A-Nitya (lo transeúnte,
lo moviente, lo desagraciado de Ser)1.
Para lograrlo, el fuego sutil, el fuego celeste y miste-
rioso de Viveka, el discernimiento, deberá alumbrarnos el
Camino, deberá hallarse encendi­do en nosotros. Ayudados
por su Luz es como volvemos a asomamos al mundo; en-
tonces nos apercibimos que la no-atracción de sus infinitas
modalidades (mundo-pasión, mundo-arte, mundo-poesía,
etc.), no significa pérdida; es sí, un salir de lo aparente que
hay en mí para conquistar lo Eterno, que está en Mí.
Por eso decíamos al comienzo que este saber discernir,
es requerimiento indispensable en el Camino del discipu-
lado espiritual. Si me hallo confundi­do, velado, si no sé a
ciencia cierta hacia dónde me dirijo, qué pierdo y qué ga-
no, no estoy preparado para direccionar mis pasos hacia la
puerta de salida de Mâyâ; todavía pertenezco a Ella, a mi
Madre amantísima. Ella me man­tendrá todavía prisionera
de sus brazos, me colmará, me dará todo cuanto le pida; só-
lo debo desearlo intensamen­te, y allí estará el fruto de mis
anhelos, esperándome en la vastedad inconmensurable

1. Nitya-Anitya-Vastu-Vivekaha significa “diferenciar (Vivekaha),


las cosas (Vastu), Eternas (Nitya) de las no-Eternas (Anitya). Esta
definición aparece en el libro Tattva Bodha 1, de Sri Sankaracharya.

œ 267 
santos y enseñanzas de la india

de Su Regazo. Yo voy a con­quistarlo todo... pero cuidado...


voy a perderlo todo tam­bién. En Su Reino, la duración no
existe, en Su Reino la Vida es movimiento y transforma-
ción constante. Son, por decir así, las leyes del juego; si me
avengo a ellas, realizaré todos mis sueños... pero... por un
instante...
Por ejemplo, a Alejandro Magno, el hecho de ser Em-
perador del mundo le duró lo que un suspiro. Hubo otros
Reyes que tuvieron mejor fortuna temporal, mas, inexo-
rablemente, como caen las hojas en el otoño, todo cuanto
conquistaron en el Reino de Prakriti, la materia, terminó
cayendo en tierra de nadie, del olvido y la ceniza.
Sólo cuando nos damos cuenta de ello, emprendemos
lo que aquí hemos denominado “camino de salida”. Es
muy difícil, porque Mâyâ es, como hemos dicho, una Ma-
dre amantísima, y lo es porque nosotros precisamos de su
Amor. Es en el regazo de nuestra Madre Mundo donde ad­
quirimos la necesaria experiencia del cambio. En verdad,
es este vivir en el cambio constante el que nos empuja ha-
cia la salida, hacia lo Real, porque llega un momento en
que nos agotamos, nos cansamos de tener y carecer, reír
y llorar, sufrir y gozar. Entonces damos la espalda a todo
lo que hasta ayer nos sedujera y buscamos otra cosa; ha-
bremos penetrado en el imperio del Ser, débilmente, pero
nuestras fuerzas irán creciendo a medida que generemos
conciencia pura y opaquemos o transformemos la mínima
conciencia del “yo soy” y “yo tengo” (Aham y Mâma) que
son los grandes enemigos de la Liberación de la ignoran-
cia (Avidyâ).

œ 268 
viveka y las gunas

Al respecto de las tres Gunas y todo cuanto llevamos


dicho sobre el Discernimiento, narremos la si­guiente his-
toria:
El Guru Anandavidyatirtha guiaba un grupo considera­
ble de discípulos en su Ashram, asentado en la ciudad de
Rishikesh. Algunos, habían tomado ya la vestidura sagra­da
del Sannyâsin; otros, consideraban aún la posibilidad de
formar un hogar y convertirse así en Grihasthas1, o bien,
seguir los pasos de sus compañeros más avanzados en el
Sendero, y escoger también la senda del renunciamiento.
Entre ellos, había un grupo de tres adolescentes, cuyas
edades oscilaban entre dieciséis y dieciocho años. El más
joven se llamaba Mukunda, el segundo Hari y el tercero
Shambo.
El primero, era la imagen misma de la holgaza­nería,
siempre tenía excusas para no asistir a las clases de su
Maestro, comía mucho, dormía aún más, y se quejaba de
todo. Su naturaleza rechazaba el esfuerzo en todos los pla-
nos, era apático, perezoso y triste, y las más de las veces,
irascible, contumaz y sensual. Vivía en continuo letargo,
del cual despertaba sólo para ingerir alimentos pútridos,

1. Recordemos que la vida de una persona en India tradicionalmen-


te se divide en cuatro períodos, llamados Ashramas. Ellos son:
1) Brahmacharya: período de estudio en un Ashram, junto al
Maestro.
2) Grihastha: período hogareño, en el cual se cuida de la familia,
se trabaja, etc.
3) Vanaprashtha: período de retiro en el bosque.
4) Sannyâsa: período de completa renunciación.

œ 269 
santos y enseñanzas de la india

sumamente condimentados, picantes y malsanos. En fin,


el pobre Mukunda no era precisamente un dechado de
perfección.
Hari, el segundo de los jóvenes era ex­cesivamente ac-
tivo, participaba en todos los trabajos que podía, siempre
era el primero en emprender cualquier tipo de labor y el
último en retirarse de las mismas, ya sea forrar un libro,
construir un armario, o polemizar sobre tal o cual lección
dada. No estaba nunca quieto, la paz le era desconocida,
vivía en constante tensión y era suma­mente crítico. En
efecto, criticaba a todo el mundo, y en realidad no quería
a criatura alguna, pues todas poseían defectos que él, con
su lupa mental no tardaba en detectar. A su juicio, el mun-
do se encontraba lleno de errores, a los cuales él corregiría,
puesto que, también a su juicio, había nacido para arre-
glar las cosas de este pobre planeta huérfano del orden
que, gracias a su trabajo, reinaría en el futuro. Cuando
discutía con alguien, era para hacer prevalecer sus puntos
de vista, y si le oponían resistencia, se enardecía apasiona-
damente. Su vida emocional era rica y pródiga en amoríos
que tan pronto eran satisfechos como reemplazados. Su
pobre mente, gobernada por tan cruel amo, desconocía la
serenidad, todo en él era cons­tante movimiento y cambio.
Se alimentaba cuantas veces podía de carne y otras comi-
das sanguinarias. Frutas y verduras le eran indiferentes,
y hasta insulsas, razón por la cual las rechazaba siempre
que se daba la oportunidad. Durante la horas de medi-
tación, así como Mukunda las aprovechaba para tomar
una buena siesta y permanecer dormido o amodorrado,

œ 270 
viveka y las gunas

Hari las utilizaba para dialogar sin ton ni son con los mil
y un pensamientos que le presentaba su mente, y en ellos,
siempre se destacaban ideas de conquista, de poder sobre
la Tierra, de honores y glorias que conseguiría con su in-
cansable labor, así como tam­bién otros pensamientos de
crítica constante a sus com­pañeros, a quienes, como ya
dijéramos, le era fácil hallar en falta.
El tercero, o sea Shambo, poseía una característica ma­
ravillosa: devoción profunda y total por las enseñanzas de
su Guru, a quien escuchaba arrobado tratando de com-
prender el mensaje de sus palabras. Meditaba mucho, y
con esfuerzo. Pese a su juventud, había logrado una pláci­
da quietud mental, lo que lo tornaba extremadamente se-
reno y dichoso. Sonreía siempre, como si lo hiciera desde
el fondo del alma. Jamás criticaba a nadie y no tenía ne-
cesidad de hacerlo, puesto que en todos hallaba siempre
una virtud relevante. Sus ojos eran incapaces de detectar
defecto en las criaturas. Trabajaba, pero sin excesos, dor-
mía y comía más bien poco. Su tiempo libre, al finalizar
las clases, y otras actividades y disciplinas del Ashram, lo
ocupaba en ayudar a los demás en sus tareas, y en meditar
y estudiar. Desconocía el temor, que era lámpara constan-
temente encendida en el corazón de sus otros dos compa-
ñeros; en él sólo existían la armonía y la benevolencia.
No se destacaba demasiado como estudiante, permane­
ciendo más bien a la sombra de todo halago y honor, pero,
eso sí, era el primero en ayudar cuando se lo precisaba
para la tarea que fuese. Su corazón era límpido como las
aguas de una vertiente, no abrigaba pasiones, pues estas

œ 271 
santos y enseñanzas de la india

habían sido reemplazadas por un infinito anhelo de amor


a Dios y reintegración con la Divina Esencia.
Para estos tres jóvenes de nuestra historia, como para
el resto de sus compañeros, el período de permanencia en
el Ashram estaba llegando a su fin.
Era el mes de Mayo y aún no había comenzado la épo­
ca de los monzones. La Madre Ganga-Ji fluía plácidamen­
te en su lecho bienaventurado, y como despedida de los
años que pasaron unidos, Mukunda, Hari y Shambo, de-
cidieron cruzar a la otra orilla a fin de visitar los Tem-
plos y Ashrams situados en esa zona de los Himalayas.
No había embarcaciones, y como es de suponer, era por
demás necesaria una de ellas para trasladarse a la ribera
opuesta.
—Yo construiré una —dijo Hari, el activo, y sin más, se
puso a buscar ramas y troncos que, como es sabido, abun­
dan en las zonas selváticas.
Luego se dirigió a una choza donde consiguió que le
presten un hacha y algunos cordeles, clavos y martillo.
Trabajó con ahínco, y en pocas horas, la preca­ria embar-
cación estuvo terminada.
Ya en el interior de la misma se acomodó Mukunda del
mejor modo posible, dispuesto a tomar una buena siesta.
Shambo, por su parte, contemplaba la belleza infinita del
paisaje, y daba gracias a Nuestro Señor por tanta paz. Ha-
ri, para quien una hora sin hacer otra cosa que remar de
tanto en tan­to y permanecer sentado el resto del tiempo
era insoportable, rebus­có en el altillo mental, hasta dar
con el pensamiento deseado.

œ 272 
viveka y las gunas

—Las aguas fluyen plácidamente —dijo a sus compañe­


ros—. Creo que me daré un baño; sí, me arrojaré de la em­
barcación y nadaré un buen rato.
—Puede llevarte la corriente —le dijo Shambo—. Es
prefe­rible que te mantengas en tu lugar, que rememos con
cui­dado y luego, ya en la otra orilla, podrás hacer lo que
te plazca.
De nada valieron sus consejos, por el contrario, lo ex-
citaron más aún a realizar su capricho, de modo que sin
esperar, se arrojó a las aguas. Poco tardó en darse cuenta
de que estas, pese a su aparente mansedumbre, estaban
llenas poderosas corrientes, de modo que rápidamente
fue arrastrado río abajo sin que él pudiera hacer nada pa-
ra evitarlo.
Ya muy lejos de la embarcación donde se hallaban sus
dos compañeros, fue atrapado por una banda de ladrones
que cruzaban a su vez el río en otra embarcación. Hari fue
duramente apaleado por ellos y luego vuelto a arrojar a las
aguas donde nuevamente fue arrastrado por la poderosa
corriente.
Pasado un tiempo fue recogido por otra barca que lo
devol­vió al mismo lugar desde donde partieran los tres
compañeros. Y allí se quedó Hari.
Mientras todo esto sucedía, Shambo llegó hasta la
otra orilla, y aunque hizo todo lo que estaba a su alcance
para sacar a Makunda de su letargo, le fue completamen-
te imposible. Su compañe­ro profería insultos, amena-
zándole de una y otra manera para que lo dejara dormir
en paz.

œ 273 
santos y enseñanzas de la india

El buen Shambo, viendo que era totalmente imposible


extraerlo de su estado de sopor, decidió permanecer a su
lado, cuidándolo y esperando el tiempo que fuere necesa-
rio hasta que se produjera su despertar.
En el ínterin, unos pescadores se acercaron al joven ro-
gándole que les facilitara la embarcación para poder cru-
zar el río.
—Tengo un compañero que está descansando en la mis-
ma —dijo Shambo—. Y con él debo continuar el viaje.
—Preguntémosle al compañero —dijo uno de los pesca-
dores. Tal vez decida ir con nosotros, y regresar más tarde.
Así lo hicieron, y Mukunda, para quien todo aquello
que le permitiera seguir des­cansando era bienvenido, re-
puso semidespierto y semi­dormido que esa era la solución
adecuada: regresaría junto a los pescadores al punto de
partida y volvería a empezar el viaje, quizás, después.
Así las cosas, el único que pudo seguir adelante y llegar
a la meta fue Shambo, a quien jamás ninguna idea nueva o
nuevo inconveniente podían apartar de su cometido.
A esta altu­ra de nuestro relato, sabemos perfectamen-
te que Mukunda es ejemplo de Tamas, Hari de Rajas y
Shambo de Sattva.
En esta última mora la capacidad discriminativa, la fa-
cultad que otorga la sagrada intuición del mundo espiri-
tual.
Sattva es como el fiel de una balanza perfectamente
equilibrada; en un extremo se halla Tamas, en el otro
Rajas. Ambas son causa de con­flicto y dolor, de los cuales
el alma se sustrae cuando puede, con supremo esfuerzo,

œ 274 
viveka y las gunas

acogerse a la bienaventura­da templanza de Sattva. Se sue-


le comparar a Rajas con el mono; este es muy inestable, se
mueve constantemente, la quietud le es desconocida. Del
mismo modo, el lento búfalo es símbolo de Tamas; para
que trabaje y perma­nezca activo, hay que obligarlo, pues
sólo despierta a la acción si se lo impele firmemente a ella.
El elefante, educado y gentil, respetuoso de la vida de sus
hermanos animales, pese a su corpulencia, es símbolo de
Sattva. Cuando la criatura humana se establece en Sattva,
la paz, la felicidad comienzan a ser su constante morada.
Puede detener su pensamiento a voluntad, conquistar el
tesoro más rico de los tres mundos, la Fe, y encaminarse
dichoso al cumplimiento de su propio destino. Respetuoso
para con la Vida en general, no la violenta ni la malquiere;
es un colaborador de la Naturaleza, en la cual ve la mano
del Creador, en su siembra de belleza e inteligencia. Por
eso, el establecer la conciencia en la sagrada serenidad de
Sattva es imprescindible para todos aquellos que anhelan
el regreso a la Sabiduría y la Paz. Bendito el Hombre que
la alcanza, pues en él, contempla el mundo el nacimiento
de uno de sus grandes Maestros.
Observemos, a través de nuestra historia, el destino de
Rajas: se mueve mucho... pero no sale de la ilusión. Siem-
bra, pero en lo temporal, y así, recoge sólo frutos tempo-
rales. Cada acto que realiza, lo compromete más y más con
lo mayávico. Salta de una aventura a otra, posee una sed
insaciable de acción, y la quietud lo ahoga y desconcierta.
Para el rajásico, estar vivo es estar activo. Repudia por na-
turaleza la meditación, y así dirá: “¿Qué es eso de perder el

œ 275 
santos y enseñanzas de la india

tiempo con los ojos cerrados y la mente en nin­guna parte?


¡Con todo lo que hay por hacer!” Si es un Rajas material,
trabajará para acumular fortunas personales; si se trata
de un Rajas con cierto tintecillo espiritual, él se esforza-
rá denodada­mente para levantar orfelinatos, casas para
desampara­dos, en fin, él será “el héroe del siglo”... Rajas
desconoce que el mundo tiene su propio Amo y su propio
Dueño. Puede “creer que cree en Dios”: la verdad es que
su Fe es teórica; sólo cree en sí mismo y en su actividad, y
así se dice: “si todo el mundo trabajara, cesarían el ham-
bre y la miseria”... La verdad es que ellos jamás cesarán:
pasarán los siglos, pero los males no. Estos cambiarán de
forma, pero el contenido será siempre el mismo. Tal vez
no se use más el “garrote vil” para ajusticiar a un ladrón, y,
en su reem­plazo, le ofrezcamos el trono negro de una silla
eléctrica. ¿Cuál es la diferencia? Sólo la forma; el conteni-
do es igual.
Al respecto de lo que llevamos dicho, no olvidaré jamás
una lección aprendida en los Himalayas.
—Usted quiere hacer el bien, ¿no es cierto? —me interro­
gó cierto día un monje.
—Sí —repuse con toda prontitud.
—Y anhela que merced al trabajo de muchos como us-
ted, cesen en la Tierra el mal, el hambre, la violencia, el
atropello...
—Eso mismo —repuse.
—O sea, quiere usted convertir esta Tierra en un lugar
de armonía y paz, donde todos sean felices y no exista el
dolor...

œ 276 
viveka y las gunas

—Por supuesto —contesté.


—Pero hija mía, ese lugar ya existe, ¡mas no se halla en
la Tierra que habitamos! Usted ha ingresado dentro de un
circo a buscar un cofre de diamantes. ¿No le parece que se
ha equivocado de lugar? Esto es Karma Bhumi1, el Loka
de los Karmasas, de aquellos que precisan de la acción
ma­nifiesta en cualquiera de las tres Gunas. Lo que usted
desea es trasladar el Cielo a la Tierra, y eso es imposible.
¿Por qué en lugar de ello no hace usted lo necesario para
trasladar a la gente de la Tierra al Cielo? Hágase usted me-
jor, y colabore con los demás para que sean mejores, para
que se liberen de la ignorancia, pesada cadena que a todos
nos sujeta. En la medida en que se llenen de Verdad y Sa-
biduría, con­quistarán ese paraíso que Ud, sueña... pero no
aquí. Deje en paz esta prisión espacial. ¡Usted busca poner
el palacio del Rey en el patio de la cárcel... Yo le sugiero
que ayude a los presos a mejorar sus conductas, merecer
la libertad y guiarlos entonces al Palacio del Rey...
Allí aprendí también que las tres Gunas se amalgaman
en cantidades científicamente establecidas, y no existe
buena voluntad humana que las pueda hacer variar. Si ello
fuera posible, ¿dónde estaría la Voluntad de Dios? ¿Acaso
en nuestros bolsillos?
Jugaríamos con la misma y el desorden cundiría en el
Universo. Pongamos un ejemplo bien simple: si quiero
hacer un pan necesito levadura, harina, agua. Si pusiera

1. El mundo de la acción, el lugar (Loka) de los que hacen Karma.

œ 277 
santos y enseñanzas de la india

pasas, azúcar, vainilla, pues, el pan desaparecería y lo


que tendría yo sería una torta o un pastel. Así también, el
mundo posee una cantidad absolutamente exacta de cada
Guna: en Karma Bhumi, o sea nuestro plano, la Tierra,
prima Rajas, como en los Lokas superiores la que prima
es Sattva, o en los Talas, Tamas1. Esto es incontroverti-
ble e inalterable. Una Inteligencia superior a la nuestra lo
rige y lo ha dispuesto así. ¿Qué puede hacer contra ello la
pequeña ambición del Hombre, por elevada que sea? La
“Puerta de Salida” no es poner el palacio del Rey dentro de
la cárcel, sino emigrar de esta hacia el Palacio del Rey. Lo
podemos hacer estableciéndonos en Sattva. Ese es el sen-
dero maravilloso hacia nuestra ansiada Libertad.
Por cuanto llevamos dicho, y sin detenerse demasiado
a pensar, un espíritu rajásico nos recriminaría del siguien­
te modo:
—Por todos los Dioses, ¿entonces no debemos hacer
nada? ¿Todo está bien cómo está? ¿Debo contemplar el
hambre, la miseria, y permanecer de brazos cruzados?
¿Qué clase de filosofía es esa que me aniquila para la bue-
na acción?

1. Según la cosmología de la Vedânta Advaita existen catorce Lokas


o mundos. Los siete superiores son: Bhu, Buvaha, Svaha, Maha,
Yanaha, Tapaha y Satya Loka, que es el más elevado. El primero de
ellos, Bhu, es nuestra Tierra. Y los siete inferiores, llamados Talas,
son: Atala, Vitala, Sutala, Rasatala, Talatala, Mahatala y Patala,
que es el más bajo.

œ 278 
viveka y las gunas

La realidad es que debemos hacer todo lo posible pa-


ra cambiar el mal por bien, el error por la verdad, pero
conscientes de que es Dios obrando a través nuestro. Si
enfatizo el “yo hago, yo trabajo, yo transformo”, estaré
ali­mentando de continuo a mi pequeño tirano personal,
crecerá el orgullo de mi ego vanidoso, y en vez de liberar­
me de la ignorancia a través de la acción desinteresada y
magnífica, lo que haré será construir nuevas ataduras con
la Ilusión. Como dicen los sabios indios, Guna Guneshu
Vartantê, esto es, “las cualidades (Gunas) revolucionan
entre sí”, y lo hacen movidas por la Voluntad de Aquel, no
por la nuestra; cuando la nuestra se manifiesta, es Aquel
quien lo hace, y a través Suyo.
Tenemos la tendencia infantil de erogarnos todo lo bue-
no y positivo que vamos construyendo, y sin embargo, el
ser humano en realidad nada hace; es, repetimos, Aquel,
obrando a través nuestro. El sagrado instante en que nos
damos cuenta de esto —no con la mente, sino con esa hon­
da sabiduría del corazón clarividente— comenzamos a ani­
quilar el ego, esa muralla vasta, altanera y poderosa que
nos separa de la Realidad que somos. Allí, con esa sublime
comprensión, alquimizamos a Rajas transformándola en
la santidad que representa Sattva. Ascendemos, en virtud
de esa purificación, y lo que conquistamos es, precisa­mente,
la suprema capacidad de la discriminación espiritual. Co-
menzamos a ver todo con mayor claridad, como cuando se
alejan las nubes que cubrían al Sol y que nos mantenían su-
midos en las sombras; tal es la ignorancia. Luego, distantes
éstas, la luz emerge con todo su esplen­dor.

œ 279 
santos y enseñanzas de la india

Mientras Rajas y Tamas sean nuestros amos, el ego


será quien prime sobre nuestra naturaleza espiritual,
el discer­nimiento será escaso y utilizado tan sólo para
determina­ciones mundanas. Hay que huir de esos opues-
tos, y per­manecer el mayor tiempo posible en Sattva. Bue-
nas lectu­ras, mucha meditación, alimentos sanos, buena
com­pañía, la fortalecen aún en el alma menos afortuna-
da para emprender el Camino. Debemos recordar siem-
pre que la Vida que nos ha dado Nuestro Señor no es un
pasaporte al reino de la esclavitud de mente y sentidos.
Él ha dejado puertas abiertas al mundo maravilloso de la
Felicidad Perfecta y la Constante Bienaventuranza; pero,
no debe­mos cerrar los ojos, lloriquear angustiados ante el
menor inconveniente. Todo lo contrario, con mucho en-
tusiasmo y profundo optimismo, hemos de abocarnos a
la tarea de dar con esa bendita puerta que nos llevará de
la Ilusión a la Realidad, del Tiempo pasajero a la trascen-
dente Eterni­dad.
Pero debemos permanecer despiertos, y para ello,
Rajas colabora sobradamente. Por cierto, entre Tamas y
Rajas, esta última, al mantenernos activos, colabora con
el per­feccionamiento de nuestra naturaleza. ¿Qué es pre-
ferible, un indolente o un hombre de acción? Por cierto,
es prefe­rible este último, pues mediante el constante mo-
vimiento, hallará algún día lo que la criatura poseída por
Tamas jamás encontrará. Todo movimiento es, de por sí,
y esencialmente, una búsqueda.
No buscamos lo que creemos; en verdad, “eso” que
cre­emos buscar, es sólo el anzuelo del que se vale la

œ 280 
viveka y las gunas

Natura­leza, para sacarnos de nuestro letargo. Nos activa,


en base al deseo que siembra en nosotros. Él nos impele
a con­quistas y empresas de todo tipo. Tarde o temprano,
nos apercibimos de lo pueril de nuestra búsqueda, o de su
intrascendencia; nos damos cuenta de que era otra cosa
lo que anhelábamos... y con renovadas energías volvemos
a la lucha... hasta que la luz se hace en nosotros. Enton­
ces, todo fruto mundano nos parece insubstancial, y co­
menzamos a girar el timón de nuestra nave hacia otras
latitudes.
En este largo proceso del despertar colaboran también
Tamas y Rajas: ambas dan malos frutos, pues los frutos de
una y otra son de dolor, y no hay cosa a la cual el hombre
escape con mayor celeridad que a este. Su gran miedo es el
sufrimiento en todos los planos y niveles, y el sufrimiento
está allí, como el “cuco” en la mente de los niños a quienes
se los asusta con su fantasma, a fin de que se porten bien...
¡y vaya si lo hacen! No es muy dife­rente la otra dimensión,
la del hombre adulto: nosotros tenemos sombras simila-
res cuyas compañías no nos son nada gratas. Poseemos la
angustia, la miseria, el deshonor... y todos ellos y muchos
más, son frutos del árbol del Samsâra, esa rueda infinita
de causas y efectos de la cual se logra salir sólo poseyendo
esa bendita discri­minación espiritual de la que hablamos.
—Piensa hijo, piensa —dice el Guru de India, lo que
equi­vale a “discrimina hijo, discrimina”—. ¡Tú eres reali-
dad Perfecta, eres Brahman, eres el Todo! ¿A qué lanzarte
apasionadamente a la conquista de una gota de rocío, ig-
norando que eres el Océano? Te enamoras de un rayo de

œ 281 
santos y enseñanzas de la india

Luna, sin saber que eres el Sol que los produce por milla­
res...
Benditas enseñanzas que, a fuerza de ser repetidas una
y otra vez, terminarán por ser comprendidas aún por el
corazón más indómito. Entonces podremos decir que se
ha hallado la Puerta, las desdichas yacerán a nuestros pies,
y se habrá renacido para siempre al Sagrado Reino de la
Perfecta Bienaventuranza...

_________

œ 282 
Capítulo III

SHRAVANA

Los antiguos discípulos hindúes eran capaces de sacri­


ficar la misma vida, por la divina ventura de lograr que un
Maestro Espiritual los aceptara a su lado.
Se cuenta el caso del joven Shankar, el Brahmín, que per-
siguiendo las huellas del Iluminado Vasishtha, cruzó los Hi-
malayas, en la zona del Punjab, utilizando para ello la cuarta
parte del tiempo necesario al más avezado escalador.
Interrogado por el mismo sabio Vasishtha sobre tan
asombroso evento, el joven respondió:
—Llevaba constantemente tu imagen en mi corazón
mental, y esta era la de una barca para el náufrago, la vi-
sión para el ciego, el remedio para el enfermo, el calor pa-
ra el que se muere de frío. Extraño es que no haya llegado
a tus pies con mayor premura aún...
O el otro caso de Giduvi, príncipe del reino de Chittor,
quien, habiendo sido encerrado en el palacio por sus mis-
mos padres para que no fuera en pos de un renombrado
Guru, luchó, espada en mano, durante una larga noche
con oficiales y soldados del reino venciéndolos a todos.
Herido y maltre­cho, llegó luego a los pies del santo:
—Huía de Mâyâ —dijo—, que es al peor de todos los
soldados. ¿Cómo no iba a vencer a los de mi padre el Rey?
Esos eran débiles, com­parados con el General de los Ejér-
citos, Mâyâ, forjador de la gran ilusión de este Universo.

œ 283 
santos y enseñanzas de la india

Esa extraña sed por la sabiduría, no brota, ciertamen­


te, en todos los corazones; sólo en algunos bienaventura­
dos. Estos son los que luego se constituyen en Maestros
de la Humanidad. Sienten una profunda nostalgia de Cie-
lo. Los intrascendentes juegos de la vida no logran he­
chizarlos. El poder en el reino de la ilusión, que ejerce
tanta fascinación sobre los débiles de espíritu, les resulta
indiferente; ellos anhelan el poder Ser Perfectos, que es el
Real Poder. Sus almas ya experimentadas y ancianas para
avenirse a los juegos de Mâyâ son remisas a esa clase de
aventuras que hoy corona a Reyes, y mañana los arroja
por los caminos como mendigos. Anhelan lo que no pere­
ce, la quietud de lo Eterno, el fuego único y sagrado de la
Iluminación total.
Para esa clase de espíritus los hindúes abrieron, desde
tiempo inmemorial, las puertas de sus Gurukulas, y con­
formaron sus doctrinas pedagógicas.
Quien se siente muy bien en la casa del Tiempo, no es
buen candidato al Conocimiento Verdadero. Aunque llegue
a recibir este último, no le prestará la debida atención, su
alma estará ausente, su interés en las cosas nimias ocupará
toda su conciencia. Así pues, la principal característica de
un discípulo es saber escuchar. Escucha pletórico de Amor,
escucha porque quiere aprender cómo salvarse, como ir de
la orilla de la ilusión hasta la otra de la Suprema Rea­lidad.
Su escuchar, es un escuchar devoto. Todo su corazón
bebe la palabra de sabiduría que le trasmite su Maestro.
Más que un acto perceptivo, es un acto místico. Quien oye,
no es la mente; es el corazón enamorado de la Sabi­duría,

œ 284 
shravana

de Dios, de lo Absoluto. Quiere regresar al Hogar, y oye


con infinita atención las instrucciones que se le dan para
llegar a él. Un segundo de indiferencia puede costarle muy
caro; puede costarle una estadía prolongada en Mâyâ, el
imperio del dolor, la enfermedad, la vejez y la muerte. Es
cierto, en su reino existen el placer y la alegría, pero estos
son mentirosos, efímeros, imperma­nentes.
Decíamos que escuchar es un acto devoto. Agregamos
ahora que la base de ese acto divino es la Fe. Quien escucha
sin Fe no aprende; quien va de la mano de la duda hasta su
Maestro no ve ni al Maestro ni a sus en­señanzas. La duda
neutraliza lo mejor de nosotros, es como una parálisis que
nos impide la verticalización espi­ritual. Es una nube que
oscurece el Sol impidiendo el paso de su resplandor.
Además, donde está la duda está la mente; un verdade­
ro discípulo ya no trabaja con esta última, es decir, no se
somete a sus “¿quién sabe?” y sus “¿por qué?”
Está más allá de sus leyes precarias que tan bien se
avienen al análisis y estudio de lo espacio-temporal. ¿Para
qué le sirve esto a un discípulo de la Verdad? No es un
científico que investiga el fenómeno y sus caleidoscópicas
transformaciones. Él se sueña conquistador del noúmeno1
y allí —como nos dijera Kant— la mente no llega, la mente

1. El fenómeno es aquello que es percibido por nuestros sentidos y


comprendido por nuestra mente (es el mundo de nombres y formas
sobre el cual pensamos y al cual vemos). El noúmeno es aquello que
está más allá del alcance de mente y sentidos, es lo real, y a lo cual
sólo se llega por la intuición.

œ 285 
santos y enseñanzas de la india

y los sentidos ya no tienen nada que hacer, no ocupan el


primer plano, sino uno muy secundario: no son el agua,
sino apenas el cántaro que ayuda a su acarreo; no tienen
manto de rey, sino harapos de sirviente, pues otro Rey se
ha descubierto, del cual toda la naturaleza es vasalla.
En el discipulado la Fe es mucho más importante que
la inteligencia. Un hombre cuyo coeficiente intelectual sea
mediocre, puede llegar a conquistar la Joya de la Verdad,
con mayor premura que otro de muchas luces, si el prime­
ro es poseedor de Fe y el segundo no. Esas son leyes del
camino espiritual. Podemos creerlas o negarlas; es lo mis-
mo, pues la realidad no cambiará por ello.
Para ilustrar lo que decimos, narremos el cuento del
Guru Murgava y sus dos discípulos, Shiva y Kartika.
El primero era un Paria, el segundo, hijo de un Rey. El
prime­ro no sabía ni leer ni escribir; el segundo era dueño
del conocimiento de todos los Shâstras, dominaba el per-
sa y el sánscrito: era en fin, era un erudito.
Cierta vez, en medio de una tormenta, el Guru y sus dos
discípulos vieron desde su pequeña choza cómo huían en
estampida tigres, osos y elefantes provenientes de la selva
cercana. Las aguas de los ríos habían crecido inusitada-
mente, y la inevitable inundación era cuestión de horas.
Todo predecía un desastre.
Entonces Murgava dijo a sus discípulos:
—Vayan y recojan los pocos leños secos que todavía se
encuentran en los alrededores. Casi no nos queda ningún
leño, y el fuego está próximo a extinguirse.
Ambos jóvenes salieron apresuradamente.

œ 286 
shravana

Shiva, en­vuelto en su Fe, y con gran entusiasmo, salió a


cumplir devotamente con las indicaciones de su Maestro.
Kartika también lo hizo, pero disgustado ante una or-
den que juzgaba arbitraria y hasta cruel, dado el mal tiem-
po rei­nante y los peligros a que se verían sometidos por
culpa de Murgava.
En la semipenumbra de la selva, al pie de un árbol gi­
gantesco, Shiva descubrió unos bultos oscuros a los que
supuso ramas caídas. Impulsado por la infinita Fe en su
Maestro, y anheloso de cumplir el pedido de este, se llenó
los brazos con lo hallado, dirigiéndose de inmediato a la
choza.
Kartika, por su parte, seleccionó cuidado­samente, uno
por uno, los leños que iba encontrando, hasta que por fin
también emprendió el regreso.
A la puerta de la choza aguardaba el Guru.
Ambos discípulos llegaron al mismo tiempo.
Mas, cual no sería la sorpresa y el espanto de Kartika,
al descubrir, entre los brazos de su compañero, un nido de
cobras que se retor­cían entre sí.
Arrojando a un costado sus bien selecciona­dos leños,
exclamó ciego de furia:
—¡Torpe, mil veces torpe! ¡Te has puesto en peligro de
muerte y traes además el peligro a la choza! ¡Son serpien-
tes, no son leños, imbé­cil, míralas!
Shiva, lejano, envuelto entre las sedas amorosas de la
Fe por su Maestro, apenas si escuchaba las palabras de
su enfurecido y temeroso compañero, de modo que, arro­
dillándose ante Murgava, le dijo:

œ 287 
santos y enseñanzas de la india

—Maestro mil veces adorado, te he traído la leña que


pidieras, a la cual he recogido con toda la devoción de mi
corazón.
No bien las depositó delante de su Maestro, cada ser-
piente tomó la forma de un hermoso leño seco, ante la sor-
presa y consternación de Kartika que no daba crédito a lo
que estaba viendo.
—Dame los tuyos ahora, Kartika —dijo el Guru.
Kartika se inclinó y recogió los leños que acababa de
arrojar al suelo. Mas, cuál no sería su asombro, cuando, al
depositarlos delante de su Maestro, vio cómo cada uno de
ellos tomaba la forma de una serpiente.
—La realidad exterior, toma la forma de nuestra pro-
pia realidad interna —le dijo su Maestro— El fruto del
desasosiego siempre es amargo, y siempre injurioso, en
tanto que la Fe alquimiza todo lo que toca; de un mendigo
hace un Rey, y de un Paria el más grande discípulo. Kar-
tika, nunca vuelvas a cumplir una orden mía con el cora-
zón lleno de ren­cor, porque si así lo haces no avanzarás ni
un solo paso en el Camino.
De quien dialoga de continuo con su mente, huye la
sabiduría espiritual, pues en él aún no hay lugar para
ella.
Cuando un Maestro dice a su discípulo “Tú eres Aque­
llo”, quien recepciona esas palabras no es la razón. La Ver-
dad pasa por sus dominios, pero sigue de largo dirigiéndo-
se a despertar al Ser que duerme en cada uno.
La mística es comunicativa, la razón, informativa; el
alumbramiento de Aquello en nosotros, traspasa el campo

œ 288 
shravana

mental y sólo se detiene en la realización interior, no en la


mera información, que es tarea del intelecto.
En el saber escuchar, en el escuchar con toda la Fe y
la sinceridad de que somos capaces, se produce, por así
decir, los primeros movimientos del Parto celeste. El oído
capta una Verdad, la mente la razona, pero quien la viven-
cia es el espíritu.
Recordemos la historia hindú del científico que llega
a las puertas del cielo y golpea. Una voz desde el interior
pregunta quién es, y el científico responde: “soy Williams”.
La voz dice entonces, “aléjate”.
El científico desciende nuevamente a la tierra, y tras
años de meditación, regresa una vez más a las regiones di-
vinas. Vuelve a golpear la puerta, y la voz de la vez anterior,
torna a su pregunta:
—¿Quién eres?
Ahora, el hombre de nuestra historia, que ha aprendi-
do la lección, responde:
—¡Yo soy Tú!... y las puertas se abren de par en par1.
En esta conversión de la conciencia a la Sagrada Reali­
dad, poco tiene que hacer la mente, instrumento impres­
cindible para nuestra estadía en Mâyâ, pero totalmente
innecesario ya, para la conquista de la Realización.
Seguramente que, para llegar a ese bienaventurado
fin, el científico de nuestra historia tuvo que ser una cria-
tura de atención, tuvo que saber escuchar, y tener Fe en

1. Esta historia es citada por Alan Watts.

œ 289 
santos y enseñanzas de la india

aque­llo que se le comunicaba. La Fe es el Verdadero Bote-


ro del Hombre, es quien lo cruza “de una orilla a la otra”,
es el marino celeste que puede encararse con las peores
tor­mentas de Mâyâ y salir vencedor.
Volviendo a la virtud de saber escuchar, digamos que
este es sólo el primer paso; hay otro mucho más difícil, y
es el sagrado don de la reflexión... pero como lo entien­den
en Oriente. No se trata de ningún extenuante parloteo del
pensamiento ya que aquí tampoco la razón juega ningún
papel. Se me ha dicho que “Yo soy Aquello”, y ahora debo
comprobarlo descubriendo “Aquello” en mí, para lo cual
se me impone el silencio absoluto de la facultad racional.
Repetimos: se trata de un descubri­miento, no de una in-
vestigación. Nada ni nadie debe hablar en mí, y si lo logro,
si conquisto la quietud total, paradójicamente, ahora todo
hablará, y cuando lo haga, descubriré que anteriormente
equivocaba los términos: antes llamaba “voz”, “lenguaje”,
a meros balbuceos. Ahora sé que voz, habla y lenguaje son
cosa diferente, puesto que poseen la luminosidad sideral
de lo Verdadero.
Cuando esto se produce, es porque he dado el Gran
Salto, he llegado a la misma esfera del Ser-Eternidad
que mora en mí. La reflexión o Manana me ha llevado a
Nididhyâsana o meditación en Dios, y en ella vivo la pose-
sión de Aquello o Samâdhi. He alcanzado la Meta, me he
reconocido como Esencia Divina.
Decíamos que se trata de un descubrimiento y no de
una investigación: el que descubre, puede hacerlo súbita­
mente; incluso el mencionado descubrimiento puede

œ 290 
shravana

acaecer en un momento en el cual no se lo busque; se da


“casualmente” (en verdad, “causalmente”), está allí, y nos
llena de felicidad inmensa el haber dado con ello. La in-
vestigación se confía demasiado al intelecto; su punto de
apoyo es la razón. Esta funciona muy bien dentro de los
límites espacio-temporales, mas, cuando se va en pos de
Aquello, la desdichada es simplemente carencia, debi­lidad,
ceguera, por ilustre que pretenda ser. A quien es Dueño
del Mundo, no se le alcanza por ese medio; ella, la razón,
es orientadora, pero su papel cesa cuando el espí­ritu sigue
adelante y quien lo impulsa es la Fe.
Por ejemplo, sin esa contundente Fe, ¿cómo pasar de
Shravana, el saber escuchar, a Manana, que es el saber re-
flexionar? La certeza absoluta de haber recibido la Ver­dad
a través de lo que se me ha comunicado en primera ins-
tancia, me introduce al mundo de la reflexión. Me hundo
dentro de mí mismo, me investigo “metaracionalmente”,
fijo la Sagrada Visión de Viveka en mi propio universo in-
terno, y ayudada por él, en un completo silen­cio mental,
descubro la Gran Realidad: ¡Sí, Aquello soy Yo! Cuando
la mente calla —se nos repite una y otra vez—, la criatu-
ra humana se enmarca en un estado de Bienaventu­ranza.
Cuando la mente calla... Pero es difícil cubrirla de silen­cio.
Su parloteo es incesante, y mentiroso; nos hace creer que
sólo estamos vivos cuando ella habla, y muertos cuando
no lo hace, siendo que precisamente es al revés. Es por esa
causa que el ser humano huye de la soledad y el silen­cio
como de dos grandes enemigos de la vida. Estar solos, no
tener a nadie con quien hablar —decimos—, es la peor de

œ 291 
santos y enseñanzas de la india

las tragedias—. Somos poco observadores. Nadie pierde


tanto de sí mismo como quien está acompañado, y nadie
escucha tan poco de sí mismo como el que se dedica a oír
a los demás.
Cuidado, no debemos tomar esto como des­amor, po-
co sentido de la fraternidad humana y todas esas razones
melosas, pero nada verdaderas. Toda compañía es, para
un hombre que va en busca de la Luz, castrado­ra. No para
todos, repetimos: para quien se direcciona a Aquello, para
quien ya no juega a estar acompañado, para quien anhe-
la la Gran Compañía de Dios que mora en nosotros. La
llamada “amistad” en este plano, genera una relación de
dependencia. Para llevarme “bien” con mis amigos, etc.,
debo muchas veces transigir en cosas que me son comple-
tamente detestables, pero que a las otras per­sonas de mi
relación cercana o íntima, agradan. Así, tran­sijo en Mâyâ,
me desconozco, me opaco, y no conforme con mis propios
males, defectos, debilidades, cargo tam­bién con el de mi
semejante, no para construirlo, sino por cobardía. No su-
pe estar solo, y busqué la cercanía de otro ciego como yo:
ahora seremos dos los que no vemos, los que marchare-
mos inclinados sobre nuestros bastones en la larga calle de
las sombras. Qué doloroso es que no podamos compren-
der —los que permanecemos todavía en el valle—, aquello
que sí comprenden los que se enfrentaron, en la cumbre
de sus montañas, al Sol que les da de lleno: que la mejor
compañía está dentro de nosotros, porque dentro nuestro
se halla el Señor. Esto es lo que descu­bren los caminantes
de Manana, reflexión, los que, en ese silencio creador, ese

œ 292 
shravana

bendito silencio, se acogen a la ley de la Vida-Diamante: el


Sonido, la música Madre de todas las otras, esa, que reside
solamente y únicamente, en el corazón humano.
Nuestra civilización occidental, para nada inclinada a
los buceos místicos, ha hecho de soledad y silencio dos
enemigos. Repetimos: el hombre nuestro, cuando quiere
confesar su angustia, su tristeza, no dice “soy po­bre...”, di-
ce “estoy solo... no tengo a nadie con quien ha­blar...” ¡Co-
mo si la Gran Palabra no esperara dentro suyo, como si
la Compañía Perfecta, no lo aguardara puertas adentro!
Al contrario, deberíamos exclamar: “¿Estas solo? ¡Bendito
seas!”
Cuando el mundo apaga sus voces, la Gran Voz se yer-
gue, mas, ¿cómo saberlo, si en nosotros no existe la Fe? En
el bienaventurado sabio espiritual, ese que sabe escuchar
y sabe reflexionar, la Fe se yergue plenamente, y es por
eso que, a través de la reflexión de la que hablamos llega el
estado de Nididhyâsana, el Encuen­tro con lo Celeste. Allí,
logra saberse, descubre el meri­diano Sol de su propio Cen-
tro luminoso, conquista por fin el Samâdhi, o posesión de
sí mismo como Aquello. Se alumbra, se ilumina, Es.
Como dicen los grandes Gurus: un conocimiento espi-
ritual que no puede comprobarse es mera charlatanería. Si
se me dice “el Reino de los Cielos está en vosotros”, no es
para que lo repita como un loro, no es para que me quede
inserto en la teoría de la cuestión. Debo seguir avanzando,
hasta ver claro, comprobar en mí mismo que es algo cier-
to, que no fue dicho para que enriquezca mi intelecto con
ello, para que lo adorne con su sabiduría, sino para que la

œ 293 
santos y enseñanzas de la india

realice en mí, para que logre dentro mío la absoluta com-


prensión de su Verdad.
Este es el largo y venturoso Camino del ser humano
espiri­tual, el que ya no juega, el que ha despertado, el que
se entiende con la Vida Celeste que mora en sí, el que no
persigue sombras, sino realidades.
Él ha comprendido que allende las pequeñas experien­
cias cotidianas, la criatura humana se dirige hacia la Gran
Experiencia. Cuando se cansa de jugar en el parque de
Mâyâ y comienza a preguntarse por lo que la trasciende,
comienza su aventura Real. Una nueva esperanza alum­
bra al mundo: alguien está decidido a subir la cuesta de
la montaña, y cuando llegue a la cima, todos tendremos
más luz, más felicidad, porque poseeremos, a través suyo,
mayor sabiduría sobre nosotros mismos.

_________

œ 294 
Capítulo IV

DARSHAN

Hubo un tiempo bienaventurado, en que los Dioses


descendían al mundo de los hombres, dialogaban con és-
tos, los aconsejaban, los trataban, en fin, con la dulcísi­ma
camaradería existente entre los seres que se aman profun-
damente... Hubo un tiempo, sí, y este se llamó el ciclo del
Satya Yuga. Desde nuestro siglo, asomado a montañas de
tuercas y tornillos, de cohetes espaciales, cuanto decimos
suena a cuento de hadas, a leyenda, a mito. No importa;
por ello, la Verdad no dejará de ser tal. A nosotros, criatu-
ras humanas de la Edad de Hierro o Kali Yuga, nos ocurre
lo mismo que a un ciego que se encuentra frente a alguien
que elogia la luz bendita del Sol. El ciego, que se conecta
con el mundo a través de su pobre bastoncillo, oye hablar
de la luz... pero lo cierto es que sólo posee una realidad
hecha de sombras. ¿Cómo ha de creer que exista algo di-
ferente a sus tinieblas? Dicen en India que en esa Edad
Divina, el Satya Loka o Cielo, y el Bhur Loka o Tierra, se
hallaban envueltos por la bienaven­turanza del reinado de
la Guna o cualidad Sattva o armonía. Los hombres eran
como ella, sattvicos, sus mentes puras, sus sentimientos
elevados, su devoción a Dios Nuestro Señor y Amigo, su-
premas. Reinaba la Fe, y la pequeña mente y su fabrica-
ción, el ego, se hallaban subordinados a lo superior, a lo
excelso y arcano.

œ 295 
santos y enseñanzas de la india

El mismo cuerpo físico poseía larga, muy larga existen­


cia, puesto que no se desgastaba como los nuestros de esta
era. Los alimentos eran sanos, los problemas nerviosos no
existían, porque tampoco existía la ambición des­medida.
¿Qué se podía ambicionar, si se vivía en continuo estado de
bienaventuranza? Quien posee la felicidad per­fecta, ¿pue-
de anhelar otra cosa? Se vivía en aquella ven­turosa Edad
en el corazón del Tiempo; ahora damos vueltas entre sus
vísceras, recorremos caminos intermi­nables de apegos,
apasionamientos, cegueras múltiples, vamos abrazados al
fantasma de la duda, la angustia, el quebranto... y por ello
negamos a menudo la existencia de Dios. Es que no Ve-
mos pese a ver; es que deambulamos sin caminar.
Los magistrales cuentos del sabio Nârada, que a través
de generaciones repiten los hindúes, suelen acercarnos a
aquella Edad de edades, a ese arquetipo de dulcísima fra-
ternidad con lo Celeste. El ser humano de entonces creía
en Dios por la sencilla razón de que lo Veía... Nosotros no
creemos, o creemos a medias, porque nuestros ojos se re-
virtieron hacia lo material, perdiendo su clarividencia es-
piritual. La infinita bondad de Nuestro Padre permitió, sin
embargo, que aún en Kali Yuga existieran algunos seres
para quienes fuese posible llegar a lo Perfecto. Ellos son
los santos y las santas, diseminados como estrellas fulgu­
rantes de divina luz, en todas las religiones del mundo.
San Francisco de Asís, veía a su Cristo y Señor y recibió de
éste los estigmas de su propia crucifixión; Santa Teresita
del Niño Jesús dialogaba con su Gran Amado del mismo
modo que miríadas de espíritus bienaventurados de India

œ 296 
darshan

hallaban solaz en la compañía de Krishna, Rama, Shiva,


Ganesha, Parvati...
Dios jamás abando­na al ser humano; es el hombre
quien abandona a Dios, le da la espalda, lo cubre con el
manto letal de su indiferencia. A mayor posesión de ideas
mundanas, mayor lejanía también de lo sagrado y sutil.
Una mente que de modo constante se enfoca hacia abajo,
hacia los pequeños ape­gos, ¿cómo ha de poder incursio-
nar en planos donde reina la luz inegoísta y perfecta?
Para acercarnos a lo Divino debemos alejarnos inexo­
rablemente del ego.
Mientras sea este último quien impere, lo primero
jamás se dará a conocer. Es curioso cómo buscamos su
extinción en todos los sitios posibles, menos donde éste
reina. El palacio de tan nefasto rey es nuestra condescen­
dencia para con ese Pedro, Juan o María que somos. To-
dos los estudios que efectuamos sobre la mente y su com-
portamiento son barcos maravillosos que no pueden na-
vegar porque jamás soltamos sus amarras del puerto de la
autojustificación, el aprecio a nuestra persona. Y Dios nos
dice que “dejemos todo y lo sigamos”, y en Kali Yuga esto
no se puede comprender a nivel Vida, sino tan sólo a nivel
pensamiento.
La Conciencia Divina se halla adormecida para la gran
mayoría; mas, para unos pocos, esta puede resplandecer
con esfuerzo, y la Visión de Dios Nuestro Señor lograr ser
Conquistada. Es esa “visión superior” a la que los indios
llaman Darshan, esto es, “Ver” la Gran Realidad con los
ojos espirituales.

œ 297 
santos y enseñanzas de la india

Decimos “para algunos pocos” aunque en verdad, cual­


quier criatura humana que posea disposición para la oración
sincera, puede conseguirla. Como dice el Bhagavad Gîtâ:

“Aun si el más grande pecador Me adorara con entero co-


razón, ha de ser contado entre los justos, puesto que se
determinó por la rectitud.”1

O bien Jesús el Cristo, al hombre sincero:

“Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.”2

Toda mácula pues, logra ser exterminada por el cora-


zón sincero, y es éste, el que más se acerca a Dios.
Su visión, está “al alcance de nuestros corazones”, mas
son tantas las dudas y temores que arroja la mente sobre
la aurora del alma, que sus negros nubarrones velan su
naciente Sol.
¿Quién de nosotros ha logrado permanecer en oración,
diez, quince horas consecutivas, por espacio de treinta o
cuarenta días, o sea el tiempo aproximado que suele durar
una vaca­ción de fin de año? ¿Quién es devoto de la vigi-
lia y el ayuno? ¿Quién sumerge su mente en el silencio?
¿Quién, apasionadamente, con esa dulcísima pasión del
alma, logra despertar en sí el anhelo por Dios?
Nuestra Fe es débil, es escasa; creemos en lo superior a
medias, porque Aquello no se ve con los ojos del cuerpo. Y

1. Bh. G. IX, 30.


2. Mt. 9, 2.

œ 298 
darshan

así, semiciegos, agónicos espiritualmente y entristeci­dos,


nos arrastramos por los caminos de la vida sin poseer ni
siquiera un escaso contacto con lo Divino.
Darshan, como decimos, es visión celestial, es ver en
los llamados planos sutiles.
—¡Haced el esfuerzo! —exclaman los Iluminados—. No
os detengáis, perseverad, buscad, meditad... “Golpead y se
os abrirá” la puerta del misterioso enigma. Dios es com­
probación, Dios es experiencia por la cual hemos descen­
dido a esta Tierra de Myalba.
Quien realmente quiere, con ese querer profundo del
corazón enamorado, conquista lo Celeste. No hay duda
alguna sobre ello. Entonces, en vez de unirse con pasio-
nes perecederas, comienza a tocar las mismas puertas del
Cielo, comienza a tener, precisamente, Darshans, esto es,
visiones arcanas. Dios se manifiesta a través de la forma
escogida por Sus devotos. Si Cristo, pues será la imagen
de Cristo la que veremos; si Budha, será el Iluminado; si
Rama, tendrá la voz y el rostro del divino arquero de Ayo-
dhya... Dios es Océano, en el cual cada quien lleva un vaso
diferente, pero el agua que se contendrá en él será siempre
la misma, como la vida, que late en el corazón del humilde
murciélago, y en el pecho del león poderoso.
El hindú culto en mística práctica desafía a quien sea
diciendo:
—Dios no debería ser jamás un mero objeto de nuestras
teorizaciones, no se debe hablar de Él, especular sobre
Él, sino que se lo debe Ver y Sentir puesto que lo único
que lo conquista realmente es la experiencia: el alma es su

œ 299 
santos y enseñanzas de la india

laboratorio, el corazón del hombre quien lo atrae si ena­


morado, o lo rechaza, si indiferente y mundanal.
No existe criatura humana de Amor Pleno a quien Dios
no la visite como un amigo o familiar. Él espera por no-
sotros, espera, no por nuestros razonamientos, sino por
nuestra entrega espiritual.
Así pues, ¿deseamos verlo? Meditemos en Él largas
horas, días enteros, ayunemos, acudamos al Maestro
Si­lencio, callemos nuestra mente, pidamos el don de las
lágrimas, vivamos en soledad, y lo veremos esplender al
lado nuestro, lo veremos como vemos las flores de nues­tro
jardín o la gota de agua suspendida en sus pétalos.
No está ausente, sino para quien le está ausente. Se lo
alcanza con el Amor, no hay otra manera.
Quienes no poseen sino un querer a medias son seme­
jantes al hombre dormido: pasan junto a él montañas de
oro y diamantes, los perfumes más exquisitos, los más be-
llos tesoros de la tierra, pero, es claro, como duerme, no
los ve; luego despierta y niega la existencia de todo ello. Es
que no lo ha visto: dormido como estaba, ha preferido el
sueño a la visión de esas riquezas.
Una joven campesina de nombre Sakhu, enamorada de
su Krishna, en India del Norte, siguió por días una proce­
sión de fieles que iban rumbo a Brindaván, la patria del
divino pastorcillo; este se apareció a la joven, que clamaba
por Él, y la bendijo con Su presencia.
¡Hagamos como los santos! ¡Perseveremos en la bús-
queda de la Divina Forma, y Ella se tornará Suprema Rea-
lidad ante nosotros! ¡Esto es Darshan, y quien lo ha tenido

œ 300 
darshan

alguna vez ha conversado con el Cielo, se ha convertido en


un gigante, desechado la conciencia humana pequeña y
artera, se ha transmutado en fin, en Luz y Vida Eternas...
En Kali Yuga se llega a ello a través de la oración, el
recitado de Mantras, la meditación... la devoción a Dios;
Él no puede resistir el “tironeo” del alma enamorada, se
siente atraído hacia ella, como aguja al imán. Quienes lo
niegan es porque nunca se han puesto en campaña para
este logro de logros.
Hacemos a veces tantos esfuerzos por conseguir el
amor o la amistad de seres perecederos e imperfectos.
¡Nuestras ambiciones están puestas siempre en las ceni-
zas! No vemos más lejos... hasta que la Vida nos despierta
y comenzamos a otear nuevos horizontes.
El Darshan del cual hablamos es dador del supremo
estado de Bienaventuranza, uno se siente nuevo, cósmico,
purificado y perfecto; nadie que lo haya tenido vuelve a ser
jamás un ser temeroso. Ahora sabe que su Conciencia no
es la de ese pequeño yo verdugo, sino que, por el contrario,
es precisamente el pequeño yo —si se halla potenciado—,
el que nos impide la Visión de lo que realmente somos:
Hijos de Dios, que podemos Ver a nuestro Padre cuando
logramos entregarle el corazón enamorado...

_________

œ 301 
El Señor Vishnu recorriendo el universo sobre el ave Garuda

œ 302 
Capítulo IV

KUMBHA MELA

Tiene lugar cada doce años y se la conoce como la “fiesta


del pote” o Kumbha Mela. Su origen es tan antiguo como
el mundo y tan dulce como las mieles de todos los panales
de la Madre Tierra. La historia sagrada cuenta que hace
miles de años, los Suras o Señores de la Luz1 tuvieron que
soportar una violenta guerra provo­cada por los Asuras,
esto es, legiones demoníacas, anhe­losas las últimas, de
apoderarse del Amrita o licor de la inmortalidad, custo-
diado celosamente por los Devas.
El simbolismo de esta historia maravillosa, es que nin-
gún espíritu que aún se halle velado por los poderes de
Mâyâ, y por lo tanto prisionero de la ilusión, puede tener
acceso a aquello que se logra cuando se conquista la Per-
fección.
Para salvaguardar, pues, al Divino Amrita, el Señor del
Universo, el todopoderoso Vishnu, tomó a su cargo el pote
donde éste se contenía y lo llevó a lugar seguro, conocido
tan sólo por Él. Montado en el ave Garuda, iba atravesan­
do los celestes espacios, cuando de improviso, le salió al
paso una inmensa hueste de Asuras o Rakshasas. En la
lucha que sostuviera con estos, algunas gotas del precioso
licor cayeron del pote sobre diversos lugares, entre ellos las

1. Los Suras también son llamados Devas o Dioses.

œ 303 
santos y enseñanzas de la india

aguas de Nuestra Señora, la Sagrada Madre Ganga-Ji, san-


tificándola aún más con este venturoso acontecimiento.
Por cierto los Rakshasas fueron derrotados, pero las
valiosas gotas del licor de la Inmortalidad, nunca pudie-
ron ser recuperadas.
Ese Néctar de la Inmortalidad es el más preciado teso-
ro de los ríos sagrados, el cual, una vez cada doce años, re-
surge de sus santísimos senos para beneficio de quienes se
bañan en sus aguas, purificándolos de todos sus pecados.
Es de imaginar con cuánta sed espiritual buscan los hi-
jos de la India llegar hasta sus aguas durante el festival de
la Kumbha Mela.
Por meses, caravanas de hombres y mujeres provenien­
tes de aldeas y ciudades lejanas, toman el camino del nor-
te para estar presentes en esos días sagrados.
Son en realidad millones los que llegan a sus pla-
yas anhelosos de purificación. Centenares de miles de
Sadhus de innumerables cofradías religiosas, Sannyâsi-
nes, Brahmacharis, místicos, Bhaktas, en fin, un verda-
dero ramille­te de almas santas, despliegan sus corolas
espirituales en las riberas del sagrado río durante las
festividades. Se mezclan éstos con hombres y mujeres de
todas las castas y posiciones sociales. Ricos mercaderes y
sabios Pandits, se ubican bajo el mismo cielo que Sudras
y Parias. Todos esperan un solo milagro: el de su purifi-
cación. En medio de esa esperanzada algarabía, se suelen
ver caravanas de fieles siguiendo a sus Maestros o Gurus;
algunos de ellos, son transportados en carruajes especia-
les y otros en pa­lanquines como se usaba en la antigüedad.

œ 304 
kumbha mela

Hay verdade­ras orquestas de violines y sitares precedien-


do tan dignas comitivas; las músicas de Kirtams y Bayans,
de Mantras y oraciones estallan en el aire como sinfonías
místico-celestiales. Cada Guru se presenta con su largo
séquito, como un Indra del mismo Svarga, envuelto en
lujosos mantos y perfumado con exquisitos aceites. Todo
es un canto del alma humana a Dios, y hasta pareciera que
los mismos poderosos Himalayas del Norte, inclinaran
sus nevadas cabezas para poder escuchar las enseñanzas y
las oraciones de uno u otro místico.
Sin embargo, como ocurre con la misma Vida Univer-
sal, lo realmente maravilloso, lo que constituye un mila-
gro de por sí, se suele hallar presente durante las Kumbha
Mela de modo anónimo.
Mientras pasan las comitivas de renombrados Maes-
tros, u orgullosos hombres de negocio, allí, sentado en
cualquier anónimo portal, seguramente descalzo, cubier-
to apenas por un taparrabos, con una pequeña bolsa a la
cual despreciaría el más pobre de todos los mendigos, se
encuentra un Budha, un Perfecto entre Perfectos, un Li-
berado. Nadie lo sabe. Nadie tiene por qué saberlo, pero
él está ahí. Ha descendido de su habitáculo en medio de la
selva, ha llegado desde la cueva o huta donde se alberga,
para observar cómo marcha la devoción en la “Tierra de
los hombres enamorados de Dios”.
Él escuchará a miles de criaturas humanas exclamar
¡Dios!, ¡Brahman!, ¡Hari! Probablemente ninguno de los
que pronuncian este sagrado Nombre conozca sobre su
Esencia; pero el anónimo visitante, ese que se encuentra

œ 305 
santos y enseñanzas de la india

semioculto en cualquier zaguán, será Uno con Él, su Gran


Amigo, su Hijo más amado. Mirará el festival, con ojos de
infinito y sonreirá tal vez, poseído por el espí­ritu de com-
pasión ante los innumerables buscadores de lo Divino.
Por fin, una mañana, cayado en mano, se alejará hacia
las montañas, la fiesta seguirá, y nadie sabrá que el Alma
del Mundo se acaba de marchar con él. Se habrá marcha-
do el alma, la esen­cia, la gloria de los Shâstras, el tesoro
más preciado del Universo, la Vida de la vida misma. Se
llevará tras suyo todos los Soles del espíritu, la llave de la
Realización Espiritual, el Camino Perfecto. Pero nadie lo
sabrá porque él dispondrá que nadie lo sepa, porque cada
quien debe realizar su propia tarea, hallar por sí mismo
el Tesoro Celeste. Él no puede interferir en el trabajo de
cada ego; sólo ha descendido para contemplar el espíritu
de devo­ción de sus hermanos.
Cuando éramos ignorantes de este acontecer durante
las festividades de la Kumbha Mela, podíamos disfrutar de
la misma de algún modo. Pero alguien nos ha susurrado al
oído que durante las mismas suelen descender anónima-
mente los Hombres Perfectos... y desde ese instante, la fies-
ta ha dejado de ser tal. Ahora, caminamos como hechizados,
ebrios de misteriosa esperanza, mirando personas que has-
ta entonces no eran observadas... Ese mendigo... aquel me-
nesteroso... o ese Paria, allí, semioculto entre las chozas...
¿Será él? ¿O tal vez aquel otro? ¿Dónde estará el Cristo, el
Budha, el Hijo de Dios, el Perfecto, entre tanta multitud?
El corazón late presuroso, las lágrimas ciegan las
pupi­las... Hay tanta aspiración de Cielo, ¡tanto anhelo de

œ 306 
kumbha mela

Dios! ¡Y pensar, y saber que Dios mismo, en el cuerpo


realizado de uno de sus Hijos, está allí, anónimamente,
observando!
La Kumbha Mela puede tener lugar en las sagradas ciu­
dades de Haridvar, Ujjain, Nasik o Allahabad1, pues son
estas cuatro las que se turnan, en esa India del Norte, para
realizarla cada doce años2. En cada una de ellas, vuelven
a renacer las esperanzas de dar con el Divino Iluminado.
Aquel que bebió la celeste ambrosía, aquel poseedor del
Amrita estará allí, seguramente, como siempre, sin que
podamos saber quién es.
Y debe ser él, sin duda alguna, el que nos otorga la sa-
grada intuición de saber que somos nosotros mismos, el
pote sagrado donde Dios Nuestro Señor, ha ocultado el te-
soro inigualable de su Amrita hecha espíritu, Amrita que
descenderá hasta las aguas de nuestra mente, purificán­
dolas, para que pueda alzarse resurrecto el Divino Espíri­
tu Celeste que cada criatura humana lleva en su interior.
Nuestros Rakshasas pasiones, apegos, deseos, lu­
charán una y mil veces con el Alma de Vishnu oculta en

1. Estas ciudades se hallan a las orillas de cuatro ríos sagrados. Ha-


ridvar se encuentra sobre el río Ganges, Ujjain sobre el río Kshipra,
Nasik está a las orillas del santo río Godavari, y Allahabad —tam-
bién conocida como Prayag— se encuentra en un lugar muy especial,
la confluencia del Ganges, el Yamuna y el Sarasvati. Es en estos cua-
tro lugares donde cayeron las gotas del Amrita antes mencionado.
2. Además de esta Gran Kumbha Mela, llamada también Maha
Kumbha Mela, hay otras menores que se realizan aproximadamen-
te cada tres años, también en las ciudades mencionadas.

œ 307 
santos y enseñanzas de la india

nosotros, para tratar de hurtarnos el legítimo derecho a


la Paz, la Perfección y la Inmortalidad; mas el ave Garuda
de la Aspiración y los Ideales Celestes nos rescatará de las
huestes demoníacas y nos hará triunfar sobre toda tinie-
bla.
La Kumbha Mela es en verdad, una representación de
la vida misma. Alguna vez, dejaremos de buscar la presen­
cia del Hijo Divino en ella, y será cuando, ya rotos para
siempre los lazos con la Gran Ilusión, nos percatemos de
que ese Mendigo de la Tierra, Señor de las Alturas, obser-
va mansamente los quehaceres de Mâyâ, desde ese Hima-
laya reconquistado de nuestro corazón.

_________

œ 308 
APÉNDICE

ENSEÑANZAS
SOBRE LA DEVOCIÓN A DIOS
ENSEÑANZAS
SOBRE LA DEVOCIÓN A DIOS

I
Las cinco formas del Señor
Enseñan los sabios de la India que Dios, para llegar has-
ta los seres humanos adopta cinco “formas” o “aspectos”,
todos ellos igualmente verdaderos y divinos. Conocer es-
to puede servirnos de ayuda en nuestro camino espiritual.
Estas Formas del Señor son:
1. Para: La Forma Absoluta y Trascendental del Señor,
Inmutable, Eterna y más allá del alcance de la mente.
2. Vyûha: Su Auto-Manifestación a través del proceso
de Creación del Universo. La Naturaleza en su totali-
dad como Presencia Divina.
3. Avatâra: Cada uno de Sus divinos descensos sobre la
Tierra en la Forma de Grandes Maestros de la Huma-
nidad.
4. Antaryâmin: Su manifestación como el morador in-
terno nuestro. Como residiendo en nuestro propio
corazón
5. Arcâ: Su presencia en las imágenes consagradas. Las
imágenes del Señor presentes en los Templos y los
altares.
Cada uno de nosotros tiene una predisposición natu-
ral para concebir y amar a Dios de uno u otro modo. Hay

œ 311 
santos y enseñanzas de la india

quienes meditan en el Divino Señor como residiendo en


el loto del corazón. Otros lo adoran en las imágenes sa-
gradas. Hay quienes meditan en el Ser Trascendente que
se halla más allá de todo nombre y forma. Otros lo ven en
cada uno de los seres de la Creación. Mientras otros más
meditan en Sus Divinas Encarnaciones y Sus enseñanzas.
Todas estas formas de amar a Dios son buenas y válidas, lo
importante es hacerlo con devoción y pureza de corazón.

II
Los cuatro espejos de la Devoción
Los sabios de India describen cuatro espejos a través de
los cuales el hombre puede ver a Dios:
1. Vishva-Darpana: El Universo como un espejo. A
través de él se despierta al Amor a Dios admirando
a las criaturas.
2. Vichara-Darpana: Esto es, a través de Viveka o discri-
minación entre lo que es Real —Dios—, y lo irreal —que
es el mundo transeúnte—, se vislumbra la Divinidad.
3. Sadhu-Darpana: La vida de los santos como espejo
sacratísimo donde Dios se refleja.
4. Murti-Darpana: Las imágenes divinas, santos, án-
geles, Devas, donde se halla también Dios. En India,
las imágenes de Shiva, Vishnu, Ganesha, etc. Este úl-
timo espejo incluye las plegarias devocionales y las
canciones a Dios que se consideran como el Camino
más eficaz para llegar a Nuestro Señor en esta Edad
llamada Kali Yuga o Edad Oscura.

œ 312 
enseñanzas sobre la devoción

Es importante que el discípulo devoto trate de que su


corazón se halle en todo momento habitado por Dios, es
decir, que la Presencia Divina sea más intensa y poderosa
que la presencia de las cosas del mundo. Para ello los cua-
tro espejos mencionados son de gran ayuda. Admirar a las
criaturas es contemplarlas como siendo todas ellas mora-
das de Dios, ya que, como dice el Bhagavad Gîtâ, “en el
corazón de todos los seres mora el Señor”. Discriminar en-
tre lo Real y lo irreal es tomar conciencia de que el mundo
es pasajero, y que lo único permanente es Dios. La lectura
y estudio de las vidas de los santos es de una inapreciable
ayuda, ya que nos muestra el camino que otros, antes que
nosotros, han seguido para llegar a estar cerca de Dios. Y
las imágenes divinas, junto con las plegarias dirigidas a
ellas, hacen que el ojo de nuestro corazón se llene con la
visión de lo sagrado.
III
Once cualidades del discípulo devoto
En el Srimad Bhagavatam, Sri Krishna enseña a su dis-
cípulo Uddhava cuáles son las cualidades que el aspirante
espiritual debería cultivar para purificar su corazón. Ellas
son:
1. Ahimsa: No herir a criatura alguna, ni con el pensa-
miento, ni con las palabras, ni con las acciones. Ser
siempre compasivo con todos.
2. Satya: Veracidad. Decir siempre la verdad. Dios es
la Suprema Verdad, así, para acercarnos a Él hemos
de comenzar por practicar la verdad día a día.

œ 313 
santos y enseñanzas de la india

3. Asteya: No hurtar. Es decir, no tomar aquello que no


nos pertenece, y al mismo tiempo, no codiciar ni po-
ner la mente en las cosas que son de otras personas.
4. Asanga: Desapego. Es tratar de estar unido a Dios, y
no a las cosas pasajeras. Es un sentimiento de indi-
ferencia hacia las cosas materiales.
5. Lajja: Es sentir vergüenza de realizar acciones equi-
vocadas o contrarias a la Voluntad de Dios.
6. Asañchaya: No reunir fortunas ni cosas semejantes.
Es decir, tener sólo lo necesario para vivir. Las perte-
nencias obligan al ser humano a cuidar de ellas, y por
lo tanto, no le dejan tiempo para pensar en Dios.
7. Brahmacharya: Tener los sentidos bajo control y al
mismo tiempo, cultivar la Sabiduría Divina.
8. Mouna: Cultivar el silencio contemplativo.
9. Stairyam: Firmeza, resolución. Es tener firmeza y
constancia en la práctica espiritual. Es no abando-
nar el Sendero Divino.
10. Kshama: Perdón. Es saber perdonar, desde lo pro-
fundo de nuestro corazón, las heridas causadas por
otros seres.
11. Abhaya: Carencia de temor. Nace de la profunda fe y
de la confianza en Dios.
La vida diaria del devoto debería girar, por una parte,
en torno a la adoración del Divino Señor, y por otra, en
torno a la práctica de las virtudes espirituales aquí des-
criptas. Ambas —la adoración al Señor y la práctica de las

œ 314 
enseñanzas sobre la devoción

virtudes— harán que poco a poco el corazón se vaya pu-


rificando de todas sus máculas y se vaya tornando en la
residencia permanente de Dios.

IV
Las nueve formas de la Devoción
Enseña el Sagrado Srimad Bhagavatam que las formas
a través de las cuales es posible desarrollar y fortalecer la
devoción son las siguientes:
1. Shravana: Escuchar con devoción y profunda aten-
ción las Historias de nuestro Señor.
2. Kirtana: Cantarle a Dios y recitar con fe los Nom-
bres Divinos. También es recitar las Historias Sagra-
das constantemente.
3. Smarana: Es el recuerdo constante de Dios; meditar
en Dios. También es recordar las Historias Sagradas,
repitiéndolas en la mente.
4. Padasevana: Es un amoroso servicio a Dios. Es una
profunda Devoción al Señor, rindiéndose totalmen-
te a Sus pies.
5. Archana: Es la adoración a Dios a través de alaban-
zas. También es venerarlo en Sus Imágenes Sagra-
das.
6. Vandana: Es practicar la oración continua y la ado-
ración al Señor. También es postrarse ante Dios.
7. Dasya: Es sentirse un devoto servidor del Divino
Señor. Es tener en el corazón el sentimiento de que

œ 315 
santos y enseñanzas de la india

todo lo que se hace debe ser como ofrenda y servicio


a Dios.
8. Sakyam: Es sentirse amigo de Dios. Es ver a Dios
como a nuestro sublime Compañero y Amigo.
9. Âtma­nivedana: Es un completo sometimiento al Di-
vino Ser.
Todas estas prácticas devocionales irán haciendo que
paulatinamente Bhakti, es decir devoción o amor a Dios,
vaya tornándose más y más intenso dentro de nuestro co-
razón.

_________

œ 316 
GLOSARIO
DE TÉRMINOS SÁNSCRITOS
GLOSARIO
DE TÉRMINOS SÁNSCRITOS

Adikari: Discípulo espiritual. En Vedânta Advaita se habla


de tres grados de Adikaris: Uttama Adikari (el superior),
Maddama Adikari (el intermedio) y Addama Adikari (el
inferior).

Advaita: No-dualidad; también es el nombre de una escuela


de filosofía Vedânta que enseña la unidad de Dios, el alma
y el universo, cuyos principales exponentes son Gaudapâ-
da y Sankaracharya.

Agarbathi: Nombre hindú de los sahumerios.

Ahimsa: No-violencia. Antigua doctrina hindú basamentada


en la más profunda espiritualidad. Todo el universo es la
morada de Nuestro Señor, y también lo es cada uno de
los seres que lo componen, por lo tanto, hemos de evitar
la violencia en toda forma posible. Es no herir a criatura
alguna, ni con el pensamiento, ni con las palabras, ni con
las acciones. Ser siempre compasivo con todos.

Amaravati: Es el Cielo del Dios Indra, el Rey de los Devas.


También es llamado Indra Loka o el Mundo de Indra. En
él se encuentran los jardines celestiales, llamados Nan-
dana, los cuales se hallan pletóricos de árboles divinos y
plantas de dulce fragancia.

œ 319 
santos y enseñanzas de la india

Anâtma: Aquello que no es Âtman, es decir, la ilusión, lo que


no existe, lo irreal.

Ashram: Lugar donde los Maestros enseñan a sus Discípulos.


En él, los estudiantes aprenden las lecciones impartidas
por el Maestro, a la vez que realizan labores diversas, ta-
les como el servicio diario a su Guru, el mantenimiento
y aseo del lugar, el procurar el alimento diario, etc., todo
lo cual enriquece y completa la instrucción espiritual, ya
que, bien sabido es que en India, sin el correspondiente
servicio al Maestro, el valor de la instrucción espiritual
es nulo.

Ashramas: Cada uno de los cuatro estadios por los cua-


les pasa el ser humano a lo largo de su vida. Ellos son:
Brahmacharya (período de estudio junto al Maestro),
Grihastha (período hogareño), Vanaprashtha (período
de retiro en el bosque) y Sannyâsa (período de renun-
ciación).

Asura: Lit. “carentes de luz”. Son seres con características


demoníacas.

Âtman: El Alma inmortal que reside en el corazón de todos los


seres, la cual es idéntica a Brahman, el Espíritu Supremo:
Dios Eterno y Absoluto. Es la Realidad que se encuentra
allende todas las formas manifiestas. El ser humano, en
esencia, es idéntico a Dios, porque Âtman es idéntico a
Brahman. Âtman también es llamado Âtma.

œ 320 
glosario de términos sánscritos

Avidyâ: Ignorancia. Ausencia de Conocimiento (A: nega-


ción, falta de, ausencia de; Vidyâ: Conocimiento). Des-
conocimiento de la naturaleza Real de los seres, que es
Âtman. Ilusión que no nos permite concienciar la Pre-
sencia de Dios. Un término de la filosofía Vedânta que
denota ignorancia, tanto individual como cósmica. Tam-
bién es cualquier conocimiento que no trate de la Reali-
dad de Brahman, es decir, que no vaya en busca de Dios,
por ejemplo, el conocimiento científico del universo, es
Avidyâ, porque varía, es impermanente.

Bhagavad Gîtâ: Es el Libro Sagrado más importante de


India, el cual se halla en la sección Bhishma Parva del
Mahâbhârata. Afectuosamente es llamado la Madre
Bhagavad Gîtâ. Se halla compuesto por dieciocho capítu-
los desarrollados en forma de un diálogo entre el Divino
Señor Krishna, y Su discípulo, el Príncipe Arjuna. Junto
con los Brahma Sûtras y los Upanishads conforman la
triple base escritural de la Vedânta Advaita.

Bhagavatar: Un músico que dedica su vida a cantarle a Dios.


Un músico devoto de Dios.

Bhakta: Devoto de Dios.

Brahmachary: Un estudiante célibe que vive con su Maes-


tro y se devociona a sí mismo a la práctica de disciplinas
espirituales. También es el que lleva una vida de pureza y
estudia las Sagradas Escrituras.

œ 321 
santos y enseñanzas de la india

Brahmín: La casta (Varna) de los sacerdotes, la más elevada


de la sociedad hindú. Los miembros de esta casta tradi-
cionalmente se dedicaban a la enseñanza espiritual o al
sacerdocio.

Champakas: Las flores del árbol Champaka, el cual es una


clase especial de magnolia. Son flores poseedoras de un
maravilloso perfume.

Chandala: Perteneciente a una clase social baja.

Chitraratha: El Rey de los Gandharvas o músicos celestiales.

Deva: Lit. “luminoso”. Los Devas son los Dioses, los cuales
alumbran el sendero espiritual para que los devotos pue-
dan llegar a Dios.

Dharma: Rectitud, deber, justicia. La palabra Dharma sig-


nifica: “Aquello que hace que una cosa sea lo que es”. Es
decir, es la naturaleza propia de cada ser. Por extensión,
Dharma es el modo correcto de actuar correspondiente a
cada ser, de acuerdo con su peculiar naturaleza. De allí que
sea posible calificar las diversas acciones en “Dhármicas”
(correctas) o bien “Adhármicas” (incorrectas), tomando
en consideración si dichas acciones se hallan, o no, con-
forme a la naturaleza propia de quien las realiza. Por ello,
lo que es “Dhármico” en cierto lugar y oportunidad, pue-
de ser “Adhármico” en una situación diferente. También,
y en un sentido más general, Dharma es lo correcto, por

œ 322 
glosario de términos sánscritos

ejemplo, actuar bien, obrar correctamente, de un modo


acorde la moral, y Adharma es lo contrario.

Ganga: El río Ganges es llamado en India la Madre Ganga,


quien es la Deidad presidente sobre esas aguas. La Madre
Ganga es un Río Sagrado al que diariamente reverencian
con amor un sinnúmero de Maestros y discípulos anhe-
losos de purificación. A lo largo de su recorrido existen
innumerables lugares de peregrinación. También es lla-
mado Ganga-Ji.

Grihastha: Período de vida hogareño. En este período el de-


ber del ser humano es trabajar y cuidar a su familia, sin
descuidar por ello los deberes espirituales.

Gunas: Las Gunas son los tres componentes o cualidades de


la Materia o Prakriti. Ellas son conocidas como Sattva,
Rajas y Tamas. Sattva es “armonía” o “equilibrio”, Rajas
es “actividad”, y Tamas significa “pesadez”, “inercia” y
“oscuridad”. Ellas son los tres “hilos” que componen la en-
trelazada soga de la naturaleza por la cual el hombre se
halla atado al mundo relativo.

Guru: Maestro Espiritual. El Guru es quien transmite de ge-


neración en generación la Sabiduría Espiritual. El Cono-
cimiento de Dios sólo puede ser transmitido de “un alma
viviente a otra alma viviente”, de un Guru a sus discípulos.
Así es como ha llegado hasta nosotros el ancestral Conoci-
miento de Brahman.

œ 323 
santos y enseñanzas de la india

Gurukula: El hogar del Guru o Maestro. En la Gurukula el


Maestro vive junto a sus discípulos, a quienes imparte
instrucciones espirituales. Los discípulos, a su vez, cuidan
a su Guru y lo sirven con devoción y fe.

Jñâna: Conocimiento de la Realidad, al cual se llega a través


del razonamiento y el discernimiento unidos a la devo-
ción a Dios. También recibe el nombre de Jñâna el proce-
so por el cual es obtenida esa Ultérrima Verdad.

Kamadhenu: Vaca sagrada, poseedora de maravillosos pode-


res y otorgadora de bienes.

Karma Bhumi: El mundo de la acción (Karma), es decir, la


Tierra, ya que en este plano de existencia todos los seres
se hallan sujetos a la acción.

Karma: Acción en general. Acción que produce resultados


al que la efectúa. Toda acción que se realiza, provocará,
inexorablemente, su consecuencia. También se desig-
na por este nombre al fruto que dimana de la acción. El
Karma es lo que mantiene a los seres sujetos a la rueda
de las reencarnaciones. En el momento de la Unión del
alma con Dios, todos los Karmas se extinguen. Los Vedas
usan esta palabra principalmente para denotar adoración
ritualística y acción humanitaria.

Kirtam: Canto devocional. Es una disciplina muy necesaria


para los devotos de Dios.

œ 324 
glosario de términos sánscritos

Kirtana: Cantarle a Dios y recitar con fe los Nombres Divinos.


También es recitar las Historias Sagradas constantemente.

Kshatrya: La casta (Varna) de los guardianes del Dharma o


Justicia, la segunda de la sociedad hindú. Los miembros
de esta casta tradicionalmente se dedicaban al gobierno,
la política, las artes militares y la protección del pueblo.

Kurukshetra: El lugar donde se libró la batalla entre Pandavas


y Kuravas, la cual es narrada en el Mahâbhârata. Simboli-
za el campo de la vida y también nuestro propio corazón, al
cual hemos de purificar para poder vislumbrar a Dios.

Lingam: Símbolo de la energía espiritual.

Lokas: Planos de existencia. Según la cosmología de la Ve-


dânta Advaita existen catorce Lokas o mundos. Los siete
superiores son: Bhu, Buvaha, Svaha, Maha, Yanaha, Ta-
paha y Satya Loka, que es el más elevado. El primero de
ellos, Bhu, es nuestra Tierra. Y los siete inferiores, llama-
dos Talas, son: Atala, Vitala, Sutala, Rasatala, Talatala,
Mahatala y Patala, que es el más bajo.

Mahasamâdhi: Lit. “el gran Samâdhi”. El estado de absoluta


Unión con Dios al que ingresa el Yogi realizado en el mo-
mento en que su alma abandona el cuerpo físico.

Mahâvâkya: “Gran sentencia”. Mahâ es “grande” y Vâkya,


“sentencia”. Las Mahâvâkyas son las Grandes Sentencias de

œ 325 
santos y enseñanzas de la india

los Upanishads que establecen la identidad esencial entre


el alma individual y el Âtman Universal. Las Mahâvâkyas
son cuatro en número, correspondiendo cada una a uno
de los cuatro Vedas. Ellas son: Prajñanam Brahma, “El
Conocimiento es Brahman”, (Aitareya Upanishad del Rig
Veda); Ayam-Âtma-Brahma: “Este Âtman es Brahman”
(Mândûkya Upanishad del Atharva Veda); Tat Tvam Asi:
“Tú eres Aquello” (Chândogya Upanishad del Sâma Veda)
y Aham-Brahmasmi: “Yo soy Brahman” (Brihadâran-
yaka Upanishad del Yajur Veda).

Manana: Reflexionar acerca de las enseñanzas del Guru o


Maestro Espiritual. No se trata de una reflexión meramen-
te racional o analítica, sino más bien de una profundiza-
ción en las enseñanzas del Maestro a fin de que ellas sean
completamente asimiladas por nuestro corazón y pasen a
formar parte de nuestro ser. Manana proviene del término
“Man”, esto es, “pensar” o “reflexionar”. Es la segunda de la
triple disciplina discipular compuesta por Shravana (escu-
char), Manana (reflexionar), y Nididhyâsana (meditar).

Mantras: Invocaciones sagradas. La constante repetición de


los Mantras hace que la mente se establezca en el Divino
Señor. Algunos ejemplos de Mantras importantes son:
“Om”, “Om Sri Ganeshaia Namaha”, “Om Nama Shivaya”
y “Om Namo Narayanaya”.

Manú: El Padre de la raza humana y célebre legislador, autor


del Manava Dharma Shâstra o las “Leyes de Manú”.

œ 326 
glosario de términos sánscritos

Margashirsha: El mes de diciembre-enero considerado su-


mamente benéfico y auspicioso.

Mâtrâ: Unidad, elemento, duración. En especial se aplica a


la duración de las letras del lenguaje sánscrito. Es el tiem-
po necesario para pronunciar una vocal corta.

Mâyâ: Un término de la filosofía Vedânta para indicar la ig-


norancia que oscurece la visión de la Realidad; la ilusión
cósmica, a causa de la cual el Uno aparece como muchos,
el Absoluto como el mundo relativo. Es la ilusión del
mundo. Mâyâ es como un gran sueño que desaparece en
el momento del despertar espiritual.

Moksha: La liberación de la ilusión, lo cual es idéntico a la Unión


con Dios. Liberación de la rueda del Samsâra o existencia
empírica. También es uno de los cuatro fines de la vida.

Mridanga: Tambor muy utilizado en la música devocional


de la India.

Nârada: El gran maestro de la Devoción que peregrina por


el universo enseñando el Amor a Dios. Es un gran devoto
del Señor Narayana.

Nataraya: Shiva danzante.

Nididhyâsana: Meditar en Dios luego de haber escuchado


las enseñanzas del Guru y haber reflexionado sobre ellas.

œ 327 
santos y enseñanzas de la india

Es la tercera de la triple disciplina discipular compues-


ta por Shravana (escuchar), Manana (reflexionar), y
Nididhyâsana (meditar).

Nirguna Brahman: Brahman sin atributos. Cuando se dice


Nirguna Brahman se refiere a Dios Absoluto, el Impere-
cedero y Omnipenetrante Ser que se encuentra más allá
del alcance de la mente y la palabra. En tanto que Saguna
Brahman es Dios con forma, con atributos.

Padmâsana: Una de las posturas del Hatha Yoga que es muy


utilizada para meditar. Significa “la postura (Âsana) del
loto (Padma)”.

Pandit: Erudito en las Sagradas Escrituras.

Parabrahman: Dios Absoluto; el Ser Supremo; Brahman.

Paria: Sin casta. Fuera del orden de las cuatro castas.

Prakriti: La Naturaleza Primordial; el substractum material


de la creación, que se halla compuesto por Sattva, Rajas
y Tamas.

Rakshasas: Una clase de demonios.

Rishi: Sabio. Vidente de la esencia de las cosas. Un vidente de


la Verdad a quien fue revelada la Sabiduría de los Vedas;
un nombre genérico dado a santos o ascetas.

œ 328 
glosario de términos sánscritos

Samsâra: El ciclo de nacimientos y muertes a que se hallan


atados los seres en el universo manifiesto. Las enseñanzas
de los Grandes Maestros y de los Textos Sagrados condu-
cen a la Liberación (Moksha) de esa rueda del Samsâra.

Samskaras: Las tendencias de cada persona, las cuales han


sido adquiridas en otras vidas. Haciendo buenas obras se
crean Samskaras espirituales, pero realizando malas ac-
ciones, se construyen Samskaras mundanos.

Sankalpa: Facultad de imaginar, la cual hace proyectos y


planes para el porvenir. Proyección mental. Deseo. Pen-
samiento.

Shakti: Poder. Generalmente se aplica al Poder Creador de


Brahman; un nombre de la Madre Divina en la Religión
Hindú.

Shâstras: Tratados de enseñanzas morales y espirituales.

Shravana: Escuchar con profunda Fe y Devoción las pala-


bras del Guru o Maestro Espiritual. La palabra Shravana
proviene de Shru, oír. Es la primera de la triple disciplina
discipular compuesta por Shravana (escuchar), Manana
(reflexionar), y Nididhyâsana (meditar). Saber escuchar
al Guru es un arte que se debe cultivar con gran amor.

Shrutis: Los Vedas. La palabra Shruti proviene de Shru, que


significa “oír” o “escuchar”. Es el Conocimiento revelado

œ 329 
santos y enseñanzas de la india

por Dios a los hombres. Esta palabra suele ser usada para
designar a los Upanishads.

Smrittis: Libros Sagrados de los Hindúes, subsidiarios de


los Vedas o Shrutis; ellos incluyen los grandes poemas
épicos como el Mahâbhârata, los Purânas y las Leyes de
Manú. Los Smrittis poseen autor humano, los Shrutis, en
cambio, son la palabra directa de Dios. Smritti significa
también “memoria” o “recuerdo”, ya que es gracias a la
memoria cómo se transmite el conocimiento sagrado de
generación en generación.

Sudra: La casta (Varna) de los artesanos, la cuarta de la


sociedad hindú. Los miembros de esta casta tradicional-
mente se dedican a las actividades manuales, confección
de artesanías y servidumbre.

Sûtra: Una enseñanza dada en forma de aforismo, de aquí


los nombres de algunos textos fundamentales en filosofía
de la India tales como los Yoga Sûtras, Brahma Sûtras,
Nârada Bhakti Sûtras, Shandilya Bhakti Sûtras, Shiva
Sûtras, etc. La palabra Sûtra significa “cuerda”.

Svarga: El Cielo; el mundo de los Devas o Dioses.

Talas: Los mundos inferiores.

Vaikuntha: Otro nombre para designar al Cielo, el Plano Ce-


lestial.

œ 330 
glosario de términos sánscritos

Vaisha: La casta (Varna) de los comerciantes, la tercera de la


sociedad hindú. Los miembros de esta casta tradicional-
mente se dedican al comercio, la agricultura y la actividad
pastoril.

Varna: Cada una de las cuatro castas en las cuales tradicio-


nalmente se divide la sociedad hindú. Las Varnas son las
de: Brahmines, Kshatryas, Vaishas y Sudras.

Vedânta: Literalmente significa “la conclusión o esencia de


los Vedas” o “Conocimiento Final”. Por Vedânta se com-
prende un importante sistema de filosofía atribuido a
Vyasa, basado en los Upanishads, el Bhagavad Gîtâ y los
Brahma Sûtras. Uno de los más grandes Maestros de la
Vedânta Advaita ha sido Sri Sankaracharya, quien escri-
bió importantes tratados y comentarios al respecto. Tam-
bién se llama Vedânta a los Upanishads.

Vedas: Las Escrituras Sagradas (Shruti) de la Tradición


hindú. Ellos son eternos (Nitya) y sin autor humano
(Apaurusheya). Vyasa los compiló en cuatro Vedas: el
Rig Veda, el Sâma Veda, el Yajur Veda y el Atharva Veda.
El Rig Veda es el Veda de los himnos de sabiduría. El
Sâma Veda es una colección litúrgica de himnos. El Yajur
Veda es la escritura de los ritos sacrificiales. Y el Atharva
Veda contiene fórmulas mágicas. El Yajur Veda es divi-
dido en dos secciones: el Yajur Veda blanco (Shukla) y el
Yajur Veda negro (Krishna). Los Vedas se hallan orde-
nados en dos secciones llamadas Mantras y Brahmanas,

œ 331 
santos y enseñanzas de la india

las secciones finales de los Brahmanas reciben el nombre


de Aranyakas, y, a su vez, las partes finales de los Aran-
yakas son llamadas Upanishads. El Rig Veda contiene el
Aitareya Upanishad. En el Sâma Veda hallamos el Chân-
dogya Upanishad y el Kena Upanishad. En el Yajur Veda
encontramos el Isa Upanishad, el Taittiriya Upanishad,
el Brihadâranyaka Upanishad, el Katha Upanishad y el
Svetasvatara Upanishad. Y el Atharva Veda contiene el
Prashna Upanishad, el Mundaka Upanishad y el Mân-
dûkya Upanishad.

Vikalpa: Oscilación de la mente.

Vishnu: El Dios Conservador del universo y Padre del Amor


Universal. Divino Esposo de la Diosa Lakshmi. De edad en
edad renace sobre la Tierra para reestablecer el Dharma.
El Príncipe Rama y Sri Krishna, son, entre otros, Avata-
ras del Dios Vishnu. También se lo conoce con el nombre
de Narayana. Es la Segunda Persona de la Trinidad Hin-
dú, junto con Brahmâ y Shiva. También es el Nombre del
Supremo Señor.

Vishvakarma: El Arquitecto Divino.

Viveka: Discernimiento. La primera virtud del Discípulo. La


definición de Viveka es Nitya Anitya Vastu Vivekaha, es-
to es, “diferenciar lo Eterno de lo que no es Eterno”. Es te-
ner conciencia de que el mundo es perecedero y que Dios
es Eterno.

œ 332 
glosario de términos sánscritos

Yajña: Sacrificio, tanto en la forma de una oblación ofrecida


a Dios como una acción realizada con motivo espiritual.

Yama: El Dios de la muerte.

Yoga Sûtras: Un texto escrito por el Sabio Patañjali que trata


acerca del sendero del Yoga o Unión con Dios.

_________

œ 333 
Om Sri Ganeshaia Namaha
Títulos de nuestra Editorial
Obras de Ada Albrecht
LA PAZ DEL CORAZÓN
“Oh Corazón, pequeño niño mío, inocente como la sonrisa dorada del
alba, escúchate a ti mismo, deja que la mente duerma embriagada
por el vino de tu amor, y canta y reza al Único Adorado tuyo…”
FILOSOFÍA FINAL
Luego de convivir con los monjes hindúes, la autora nos revela la esen-
cia del conocimiento vedántico.
EL EVANGELIO DEL MAESTRO
Padres y maestros podremos aprender a enseñar con la “técnica” más
eficaz: el Amor.
MI PRIMER LIBRO DE FILOSOFÍA
Libro para la formación espiritual de los niños.
LOS MISTERIOS DE ELEUSIS
Edición ilustrada sobre las prácticas teofánicas de la antigua mística
griega.
OM, GURU, OM
Increíble novela acerca de una peregrina que penetra en los Himalayas
en pos del más valioso tesoro: Dios.
EL PAÍS DEL MÁS ACÁ
Fascinantes cuentos para niños y no tan niños, que buscan acercarnos
al país del Corazón.
LA LLAMA Y LA LUZ
Enseñar no es informar, sino despertar los valores escondidos en la pro-
fundidad de nuestro propio interior.
SANTOS Y ENSEÑANZAS DE LA INDIA
Gurus y hombres que alcanzaron la Auto-realización, describen las sen-
das hacia el Auto-conocimiento.
SATSANGA: CUENTOS DE LA INDIA
Cuentos e historias tradicionales de la India nos trasladan al maravillo-
so mundo de la mística.

œ 335 
santos y enseñanzas de la india

VUELVE, FRANCISCO, VUELVE


Recordando, valorando y bebiendo la infinita caridad y sabiduría de
nuestro añorado San Francisco de Asís.
TOM DE MIEL Y DULZURA Y SUS MIL AVENTURAS
Libro para la formación espiritual de los niños.
EL SECRETO DE LA FELICIDAD
La devoción es el poder del Amor Divino, es el poder del Amor de Dios.
VIDA DE SANTOS HINDÚES
Una serie de historias de santos de la India, sus vidas y sus enseñanzas,
válidas para todo aspirante espiritual.
KATEBET: Historia de una sacerdotisa egipcia
GUÍA BREVE PARA LA MEDITACIÓN
Una breve reseña de los principios fundamentales de la meditación, se-
guida de un cuento pedagógico: “El Maestro Varundar”.
GUÍA BREVE PARA LA VIDA ESPIRITUAL
PSICOLOGÍA: APUNTES FORMATIVOS
Una exposición clara y pedagógica de la constitución interna del ser hu-
mano, y su aplicación al desarrollo espiritual.
SABIDURÍA ESPIRITUAL
Una selección de importantes textos de mística universal, en los cuales
se hace clara referencia a la mente y la conformación interna del ser
humano.
ADIÓS A MI RAYI: Palabras de un niño hindú
La más excelsa sabiduría espiritual vertida a través de los labios de un
niño de la India.
CUENTOS EGIPCIOS
La sabiduría eterna de los antiguos egipcios presentada a través de bre-
ves relatos plenos de mística y devoción.
BHAKTI SÛTRAS
El gran libro de la Devoción a Dios escrito por el Divino Rishi Nârada,
comentado por Ada Albrecht.
BHAGAVAD GÎTÂ con notas pedagógicas de Ada Albrecht
Una obra fundamental de metafísica y devoción. La totalidad del Bha-
gavad Gîtâ comentado minuciosamente con gran cantidad de ejemplos
útiles para la vida espiritual.

œ 336 
títulos de nuestra editorial

CUENTOS PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL


DEL NIÑO
Una serie de libros ilustrados que ayudan a despertar los valores espiri-
tuales latentes en el alma de cada niño.
NOTAS SOBRE UNIVERSALISMO ESPIRITUAL
Una clara exposición acerca de la unidad esencial de todas las Religio-
nes y su basamento metafísico.
SUFISMO: CAMINO DE AMOR A DIOS
Una preciosa selección de libros acerca del Sufismo que nos conduce
hacia la Devoción a Dios de la mano de los Grandes Santos del Islam.
GUÍA PRÁCTICA PARA LA MEDITACIÓN
ÍNTIMAS: DESDE MI CORAZÓN, AL SEÑOR
Poemas

Traducciones de Ada Albrecht


SRIMAD BHAGAVATAM - Vedavyasa
Uno de los Textos Sagrados más importantes de la India.
COMENTARIOS AL BHAGAVAD GÎTÂ - Vinoba
Las enseñanzas del Bhagavad Gîtâ explicadas a través de un lenguaje
simple y a la vez profundo que nos ayuda a entendernos con la Vida.
MÂNDUKYA UPANISHAD - Swami Sarvananda
CHÂNDOGYA UPANISHAD
Swami Nikhilananda
ISA, KATHA, KENA, MUNDAKA Y PRASHNA
UPANISHADS - Swami Nikhilananda
MÂNDUKYA UPANISHAD - Swami Nikhilananda
SVETÂSVATARA, TAITTIRIYA Y AITAREYA
UPANISHADS - Swami Nikhilananda
EL ÂTMABODHA - Sri Sankaracharya
La milenaria tradición de Auto-realización de la India acercada al hom-
bre occidental de hoy, a través de la filosofía Vedânta.
SANATSUJÂTIYA - Vedavyasa

Libros Sagrados de la Humanidad


BHAGAVAD GÎTÂ - Vedavyasa
El Libro Sagrado más importante de India, el cual abarca todos los Ca-
minos por los cuales el ser humano puede llegar a Dios.

œ 337 
santos y enseñanzas de la india

TAO TÊ KING - Lao Tse


El texto más importante del Taoísmo.
CHUNG YUNG - Confucio
Uno de los principales Libros Sagrados de Confucianismo y el más im-
portante en cuanto al aspecto metafísico de sus enseñanzas. Incluye una
selección de frases de los Libros de Confucio.
YOGA SÛTRAS - Patañjali
Un texto fundamental dentro de la filosofía mística de la India. Incluye
abundantes notas que aclaran los principales conceptos filosóficos y
orientan al discípulo para una adecuada comprensión del libro.
EL SERMÓN DEL MONTE - Jesús
La esencia de las enseñanzas del Maestro Jesús. Incluye notas simples,
universalistas y devocionales que ayudan a aplicar las enseñanzas del
Sermón del Monte a nuestra vida cotidiana y a nuestro develamiento
espiritual.
EL DHAMMAPADA - Budha
Uno de los textos fundamentales del Budhismo, en cual encontramos
las principales enseñanzas del compasivo Budha compiladas por los
primeros monjes.
Filosofía de la India
MAHABHARATA - Vedavyasa
La grandiosa Epopeya Hindú donde se halla contenida la más profunda
sabiduría espiritual. Obra en doce volúmenes por primera vez editada
en idioma castellano.
LAGHU VAKYA VRITTI - Sri Sankaracharya
Breve exposición de sentencias védicas. Un importante libro de filosofía
Vedânta.
VEDÂNTASÂRA - Sadananda Yogindra
La esencia de la Vedânta Advaita.
DRG DRSHYA VIVEKA
Una indagación sobre la naturaleza del Vidente y lo visto. Un texto tra-
dicional de Vedânta Advaita.
GANESHA: EL COMPASIVO DIOS DE LA SABIDURÍA - Claudio Dossetti
DIOSES HINDÚES: SUS MANTRAS Y PLEGARIAS - Claudio Dossetti
EL AVADHUTA GÎTÂ - Vedavyasa
BHAKTI SÛTRAS - Nârada
MANUAL DE MEDITACIÓN - Claudio Dossetti

œ 338 
títulos de nuestra editorial

Mística Universal
LA SENDA DE LA VIRTUD
PLEGARIAS PARA COMENZAR UNA NUEVA VIDA
ENSEÑANZAS DE BUDHA
DIÁLOGO DE UN MAESTRO Y SU DISCÍPULO
EL NÉCTAR DEL SRIMAD BHAGAVATAM
ENSEÑANZAS DE MEISTER ECKHART
ENSEÑANZAS DE LOS UPANISHADS
ENSEÑANZAS DE LOS MÍSTICOS DEL ISLAM
EL GANAPATI UPANISHAD
PLEGARIAS PARA EL SEÑOR GANESHA
DEL BIEN Y DE LO UNO - Plotino
Obra maestra de la filosofía No-dualista, plena de misticismo y elevación
espiritual.
LA ESENCIA DEL ARTE DE LA ORACIÓN - Teófano el Recluso
ENSEÑANZAS DEL SABIO KAPILA - Vedavyasa
LA CANCIÓN DEL SEÑOR
Versión del Bhagavad Gîtâ en versos octosilábicos - Martín Satke
POEMAS DEVOCIONALES - Martín Satke
POESÍAS MÍSTICAS - Martín Satke
TRATADO DE LA UNIDAD - Ibn Al’ Arabi
EL ALIMENTO: DÁDIVA DIVINA - Isaac Wolpin

_________________

œ 339 
Los Principios
de la Fundación Hastinapura
1. Reconocer, promulgar y enseñar la existencia de
Dios y la esencia divina-espiritual del ser humano, uti-
lizando para ello el universalismo espiritual.

2. Concienciar la fraternidad naturalmente exis­­­tente


entre los integrantes de la familia humana, y educir
una actitud de respeto hacia los diferentes credos reli-
giosos, razas, costumbres, etc., así como también hacia
las demás criaturas de la creación.

3. Cultivar el estudio de las religiones, ciencias, artes y


filosofías, siempre que ello sea conducente a la eleva-
ción espiritual del hombre.

_________________

œ 340 
Nuestras direcciones
Librería Ganesh: Gallo 1571, Cap. Fed. - Tel. 4823-0609
Escuela Ganesh: Güemes 2981, Cap. Fed. - Tel. 4824-6680
Karuna, Educación Veterinaria: Gallo 1525 - Tel. 4823-8792
Editorial Hastinapura: Riobamba 1018, Cap. Fed. - Tel. 4811-9342
Filial Riobamba: Riobamba 1018, Cap. Fed. - Tel. 4811-9342
Filial Belgrano: Av. Cabildo 1163, Cap. Fed. - Tel. 4784-3341
Filial Flores: José Bonifacio 2374, Cap. Fed. - Tel. 4612-7280
Filial Parque Centenario: Av. Corrientes 4608, Cap. Fed. - Tel. 4866-0304
Filial Villa del Parque: Nazca 2184 - Cap. Fed. - Tel. 4581-6820
Filial Barrio Norte: Tucumán 1762, Cap. Fed. - Tel. 4373-5883
Filial Almagro: Av. Rivadavia 3687, Cap. Fed. - Tel. 4863-0335
Filial Boedo: Av. San Juan 3679, Cap. Fed. - Tel. 4931-5971
Filial Caballito: Av. Guayaquil 777, Cap. Fed. - Tel. 4904-1826
Filial Villa Devoto: Av. Fco. Beiró 4915, Cap. Fed. - Tel. 2067-6925
Filial Monserrat: Chile 1437, C. Fed. - Tel. 4381-2096
Filial Lomas de Zamora: Balcarce 290 - Tel. 4292-0581
Filial Avellaneda: Sarmiento 144 - Tel. 4201-4052
Filial San Isidro: Av. Centenario 3324- Tel. 4742-9284
Filial Ramos Mejía: Pueyrredón 448 - Tel. 4464-7283
Filial Lanús: 9 de Julio 1210 - Tel. 4247-5227
Filial Morón: Salta 238 - Tel. 5293-2296
Filial Francisco Álvarez: La Nación 5110 - Tel. 15-6485-9123
Filial Baradero: Blvd. Mariano Moreno 249 - Tel. (03329) 48-0683
Filial Mar del Plata: 25 de Mayo 3651 - Tel. (0223) 473-7436
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Sub-Filial Bariloche: El Chilco 425 - Tel. (0294) 452-6829
Sub-Filial San Pedro: Mitre 825 - Tel. (03329) 48-0683
Sub-Filial Ing. Maschwitz: Los Andes 242 - Tel. (03488) 44-1273
Sub-Filial Navarro: Calle 9 Nro 89- Tel. (02272) 43-0841
Sub-Filial Gral. Roca: Artigas 769 - Tel. (0298) 442-8051
Sub-Filial Tandil: Tel. (0249) 15-424-4750
En Uruguay: Daniel Muñoz 2231, Montevideo - Tel. 2408-0433
En Bolivia: Ecuador 1999, La Paz - Tel. 242-4145
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Buenos Aires - Argentina
4217-0824

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