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mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270
y siguientes del Código Penal).
ISBN: 978-84-18556-21-0
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Introducción: Listas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
Todos los desgraciados los son
por haber buscado su propia felicidad;
todos los afortunados los son
por haber buscado la felicidad de los demás.
El Buda vio un mundo muy diferente al que pudiera ver cualquier persona
que esté en condiciones de leer este libro. Entonces, escribir un libro para
ayudar a la gente de hoy a ver su mundo como el Buda no es tarea fácil.
Sin embargo, Nagapriya está a la altura de esa tarea. Sus reflexiones sobre
las enseñanzas budistas centrales cubren un terreno que seguramente será
familiar para cualquiera que haya escuchado o leído algo del tema, pero
pocos libros exploran ese terreno de una manera tan atractiva como lo
hace Nagapriya. Inspirándose en una gama de textos canónicos, Nagapriya
los analiza recurriendo a poetas, filósofos y psicólogos modernos cuya
perspectiva es similar a la del Buda. Su lenguaje resulta más asequible
para el público contemporáneo que el estilo a menudo rebuscado de las
traducciones de textos escritos hace milenios. El resultado es una mezcla
de citas bien elegidas y una prosa elegante, ingeniosa y literaria del propio
Nagapriya. Al presentar ejemplos de cómo ciertos estados mentales lejos
de ser perfectos pueden provocar experiencias incómodas y embarazosas,
Nagapriya a menudo se presenta a sí mismo como ejemplo, pero lo hace
de manera que el lector seguramente pensará: «Yo mismo he caído en las
mismas trampas». El tono es amable y bondadoso, por lo que el lector se
sentirá como si estuviera leyendo una carta personal enviada por un ami-
go. El libro es reflexivo en sus exploraciones sobre las maneras en que
creamos nuestras propias dificultades y es realista al presentar formas
probadas a través del tiempo para reducir dichas dificultades. Aunque
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AGRADECIMIENTOS
Este libro, como toda mi vida, es en parte el producto de todas las personas
que he conocido, así como de muchas otras que no, pero de las que he
aprendido. Como dijo una vez Paul Valéry: «No hay obras acabadas, pa-
labra que para este libro no tiene sentido, tan solo hay obras abandona-
das». No obstante, me gustaría agradecer especialmente a Dh. Dayamati
(Dr. Richard Hayes), al Dr. Will Buckingham, al Dr. Tim Stanley, a
Dh. Dhivan, y a Windhorse Publications por sus perspicaces comentarios
y ánimo que me brindaron durante los distintos borradores de lo que aquí
se lee. Para esta edición en español, también doy las gracias de corazón a
Adolfo Echeverría, que muy generosamente y con mucha precisión tradujo
el texto. También me gustaría agradecer a Leticia Mancera el que haya
leído detenidamente el manuscrito en español y haya ofrecido algunas
correcciones útiles. Por último, quiero agradecer a Siglantana y especial-
mente a Carles de Gispert su disposición para publicar esta edición en
español. También debo mencionar el maravilloso apoyo y amistad que
sigo recibiendo de la sangha Triratna de Cuernavaca, México.
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INTRODUCCIÓN: LISTAS
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Introducción: Listas
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Es probable que hayas notado que incluso al enumerar las Cuatro Nobles
Verdades, el texto no pudo evitar un guiño en la dirección de varias listas
más: Las Siete Clases de Sufrimiento, Los Cinco Agregados o skandhas,
y Los Tres Modos del Deseo Compulsivo. Sí, el budismo ama las listas,
¿verdad?
Como queda registrado en las escrituras, la predicación de las Cuatro
Nobles Verdades fue un evento cósmico que tuvo implicaciones no solo
para unos cuantos vagabundos desaliñados, sino para el universo entero.
Al oírlo, los espíritus de la tierra clamaron con excitación y este clamor
ascendió a través de todos los reinos de los dioses y diosas. Todo el
cosmos tembló y se estremeció y un gran resplandor se extendió por
todos los mundos. Las reverberaciones de esta enseñanza seminal aún
se pueden sentir hoy en día, ya que sigue siendo tan relevante como
cuando el Buda la impartió por primera vez.
Vale la pena mencionar que la fórmula de las Cuatro Nobles Verdades
se deriva de otra lista, es decir de una fórmula médica: la enfermedad,
la causa, la cura y, finalmente, el tratamiento. El paralelismo nos permite
subrayar que las Cuatro Nobles Verdades son, sobre todo, una enseñanza
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Introducción: Listas
EL TÉRMINO NOBLE
Vale la pena hacer una pausa para considerar el término «noble». ¿En
qué sentido son las Cuatro Verdades «Nobles»? Noble traduce la pa-
labra sánscrita ārya, que fue usada originalmente por los indoiraníes
de la antigüedad para describirse a sí mismos. Se refería tanto a la clase
noble como a esa región geográfica en donde prevaleció esa cultura.
No obstante, a lo largo de los siglos el término fue adquiriendo un
significado más ético y espiritual, de tal modo que, en el budismo, ārya
hace referencia a todo aquello que se relaciona tanto con el camino
como con la meta espiritual.6 Por ejemplo, una escritura conocida como
la «noble búsqueda» describe cómo el Buda deja atrás la vida conven-
cional para convertirse en un vagabundo sin hogar y cómo finalmente
alcanza el despertar espiritual. Un maestro contemporáneo, Stephen
Batchelor, ha traducido las Cuatro Nobles Verdades como «las cuatro
verdades ennoblecedoras» y enfatiza que «no son afirmaciones que
debamos creer; son desafíos que debemos llevar a la acción».7 Nos
ennoblecemos no a través de un asentimiento sumiso a estas verdades,
sino a través de aplicarlas a la vida. En breve, nos ennoblecemos a
través de la transformación. Al acercarnos a las Cuatro Nobles
Verdades, entonces, no significa tragarse una doctrina religiosa, sino
abrirnos a la posibilidad del despertar.
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PRIMERA PARTE
LA VERDAD
LA PRIMERA NOBLE VERDAD
EL SUFRIMIENTO
Todos sufrimos. Este hecho ineludible nos une, y a menudo nos divide,
a todos. Por muy felices que seamos (o creamos que somos), nuestras
vidas nunca están completas, nunca estamos plenamente satisfechos
porque queremos más, tememos perder lo que tenemos, o porque al-
guien no tiene las mismas oportunidades que nosotros y nos sentimos
mal, o tienen las mismas oportunidades, tal vez incluso mejores y eso
nos molesta. La Primera Noble Verdad llama nuestra atención hacia la
naturaleza universal del sufrimiento y nos invita a reflexionar sobre ello,
pero no de una manera morbosa y depresiva, sino para permitirnos
despertar a un límite de la realidad. En lugar de huir de nuestro propio
sufrimiento y del de los demás, enfrentarlo se convierte en nuestra puer-
ta de entrada a la comprensión espiritual y la auto transformación. En
lugar de ser el medio a través del cual confirmamos nuestra sensación
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El nacimiento
Mientras que el nacimiento de un niño suele ser recibido con feli-
citaciones y alegría, implica sufrimiento porque inicia una vez más
el ciclo del samsara, la ronda interminable de nacimiento, muerte y
renacimiento, un ciclo que está dominado por los venenos de la avi-
dez, el odio y la ignorancia. Los textos tradicionales enfatizan el su-
frimiento que tanto la madre como el niño experimentan en el proceso
del parto; en el caso del niño, abandonar la seguridad y comodidad
del útero para entrar en un mundo extraño, incluso hostil, para el que
no está preparado. Se nos exige que encontremos nuestro camino,
que atravesemos todos los obstáculos que aparecen en nuestro tra-
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yecto y que demos algún tipo de sentido a esta vida a la que hemos
sido arrojados. Excepto por la muerte, no hay garantías. Podemos ser
afortunados y crecer en un país pacífico, con buenos padres que nos
aman y apoyan, obtener una buena educación, y luego vivir una vida
de abundancia. Pero, puede que no. Puede que seamos arrojados a
un país desgarrado por la guerra, o tener padres violentos, o tal vez
ni siquiera tener padres, y escasas oportunidades de mejorar. El na-
cimiento puede parecer una especie de lotería. Más específicamente,
el samsara es nuestra propia mente, sus patrones dolorosos, la forma
en que se enmaraña con el sufrimiento, su paranoia, sus miedos, sus
deseos insaciables, su incertidumbre.
En palabras del poeta Rainer Maria Rilke:
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El envejecimiento
El envejecimiento implica la degradación progresiva de nuestros cuerpos
e incluso de nuestras mentes. Los líderes no son inmunes: Ronald Reagan
y Lady Thatcher sufrieron de demencia. Muchas personas mayores viven
en constante dolor debido a las enfermedades crónicas. Debido a que se nos
mantiene vivos artificialmente con tantas intervenciones médicas, podemos
terminar sufriendo aún más. El envejecimiento puede traernos humillación,
debilidad, frustración y miedo. Nos resulta difícil ajustarnos a los cambios
que ocurren durante el envejecimiento. El hecho de que ya no podamos
hacer las cosas que solíamos hacer, así como la comprensión de que no
cumpliremos todos los sueños de la juventud, pueden ser fuente de tristeza
y frustración. A medida que envejecemos generalmente tenemos menos
energía, menos agilidad, incluso menos capacidad para maravillarnos; po-
demos empezar a desconectarnos, a ensimismarnos y a menudo nos vol-
vemos temerosos y renuentes al riesgo. Dejamos de anhelar nuevas posibi-
lidades y cada vez más volvemos la mirada hacia los momentos que ya han
pasado. A medida que envejecemos, nos volvemos físicamente vulnerables
y podemos temer a la muerte. Además, ser testigo del deterioro de un ser
querido es causa de sufrimiento para nosotros mismos.
Nada de lo anterior es para decir que el envejecimiento es exclusiva-
mente doloroso. Por supuesto que no lo es. El envejecimiento puede
traer algún alivio a la tormenta que es nuestra mente, podemos sentirnos
más confiados, más enraizados. Podemos ganar experiencia que nos
permita tomar decisiones más inteligentes y construir una vida más
satisfactoria. El propósito de la reflexión sobre las limitaciones de la vejez
no es hacernos sentir mal por envejecer, sino más bien ayudar a soltar
el apego y buscar algo más allá de nuestros deseos cotidianos.
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La enfermedad
Nuestros cuerpos enferman. Incluso los jóvenes sucumben a enferme-
dades graves o pueden sufrir una enfermedad congénita. Aun cuando
estamos aparentemente sanos, de pronto podemos contraer una enferme-
dad que nos debilite o sufrir un accidente que afecte la movilidad. Cuando
me enteré de que el difunto Christopher Reeve había sufrido un accidente
de equitación que lo dejó tetrapléjico y confinado a una silla de ruedas,
fue algo duro de aceptar. Un hombre fuerte, un actor que interpretaba
nada menos que a Superman, tan reducido en sus movimientos y posibi-
lidades, me hizo pausar seriamente. Reflexionar sobre la enfermedad
puede llevarnos a apreciar los momentos en que tenemos buena salud y,
además, a cuidar mejor del cuerpo. Incluso mientras nosotros podemos
disfrutar de buena salud, otros no. Ser testigo del sufrimiento de un amigo
o un ser querido causado por una enfermedad, no solo es aleccionador,
sino que puede hacernos sentir impotentes y aun culpables.
La muerte
Todos a quienes amamos morirán. Tal vez todavía estemos cerca para
llorarlos, tal vez ellos sean los que nos lloren a nosotros. De cualquier
manera, la muerte nos separará de todo lo que nos importa; no solo de
nuestros seres queridos, sino de todo. En palabras de D. H. Lawrence:
«…nada detendrá la marejada mortal en nuestro interior…».10 Esto pue-
de parecer un pensamiento deprimente, pero también puede hacernos
reconocer dónde está el verdadero valor. Si muriéramos mañana, ¿sen-
tiríamos que hemos vivido una vida significativa? Si no, entonces debe-
ríamos aprovechar el momento para ponernos en marcha y hacer algo
al respecto. El miedo a la muerte puede incluso provocar una ansiedad
mórbida, el miedo a la muerte de un ser querido puede abrumarnos con
el terror, paralizándonos de tal manera que ni siquiera podemos disfrutar
de los fugaces momentos de la vida que nos son concedidos.
Hay una triste pero maravillosa historia en las escrituras budistas
que cuenta cómo, en una vida anterior, el Buda ayuda a una mujer lla-
mada Kisagotami a aceptar la inevitabilidad de la muerte. Kisagotami
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dio a luz a un niño, lo que la hizo una orgullosa y dichosa madre. Pero
su hijo era todavía muy joven cuando la tragedia sucedió: el niño murió.
Kisagotami, desconsolada, no podía aceptar que su hijo se había ido. Y
en su angustia vagaba de casa en casa preguntando a los otros aldeanos
si tenían alguna medicina que pudiera curar a su hijo… Nadie la tenía.
Finalmente, un amable vecino le sugirió que fuera a ver al Buda: tal vez
él podría ser de ayuda.
Así que Kisagotami fue a ver al Buda, imaginando, supongo, que
siendo un hombre santo tendría algún tipo de poderes mágicos. En lugar
de responder sin rodeos: «No. No hay nada que pueda hacer. Tu hijo
está muerto. Lo lamento». El Buda le respondió de una manera más
creativa, usando lo que se puede llamar, en el lenguaje del budismo
mahayana, un medio hábil. «Lo siento por ti, Kisagotami», le dijo el
Buda. «Te diré algo. Quiero que vayas por el pueblo y me traigas un
grano de mostaza de una casa en la que nadie haya muerto. Si haces eso,
entonces veremos si hay alguna medicina que pueda curar a tu hijo».
Súbitamente, Kisagotami volvía a tener esperanza y se lanzó a llamar
a todas las puertas para encontrar el grano de mostaza. Pero en cada
puerta recibía la misma respuesta: «Sí, alguien de esta casa ha muerto.
Fue mi padre... fue mi hermano... fue mi hija…». Al principio, la angustia
y la ansiedad de Kisagotami solo se hacía más honda. ¿Dónde podría
conseguir esa semilla de mostaza? Con el paso del tiempo, Kisagotami
se dio cuenta de que la muerte es una parte inevitable de la vida; todos
experimentamos la pérdida, el dolor, la separación de nuestros seres
queridos. Nadie es inmune. Darse cuenta de eso permite empatizar con
la pérdida de otros en lugar de identificarse únicamente con el propio
sufrimiento y, por lo tanto, dejarlo ir.
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Era como si nos hubieran revelado un secreto tan sucio, tan des-
agradable, que casi no pudiéramos soportar la compañía del
otro, aunque sin ser capaces de separarnos, los dos sabiendo esa
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EL SUFRIMIENTO OCULTO
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en una colmena: no hay forma de comer esa deliciosa miel sin que sea-
mos picoteados. El elegir trae consigo un grado de sufrimiento ya que,
al comprometernos con una elección, debemos renunciar a otras y esto
puede causarnos duda, angustia, incluso arrepentimiento. ¿Cómo puedo
saber si tomé la decisión correcta?
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Contemplar el sufrimiento
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LA SEGUNDA NOBLE VERDAD
LA COMPULSIÓN
Mientras que cierto sufrimiento quizá es ineludible, una gran parte es evi-
table; además, la forma en que respondemos a nuestro sufrimiento puede
reducirlo o agravarlo. De raíz, sufrimos porque queremos algo o porque
tememos algo. De cualquier manera, según el budismo el sufrimiento surge,
en el fondo, en dependencia de la avidez o compulsión. Pero no significa
que todo deseo sea avidez y que, por lo tanto, deba conducir forzosamente
al sufrimiento; tal punto de vista nos condenaría a una interpretación triste
y deprimente de la vida humana. Más bien, la Segunda Noble Verdad con-
siste en aprender a reconocer la presencia de la avidez (y su reflejo de aver-
sión), cómo nos impulsa, y cómo moldea nuestras decisiones y acciones. El
comprender esta verdad nos permite contemplar la avidez sin ceder a ella,
reconocerla sin ser esclavizado por ella.
Pero, ¿qué es la avidez? Es una especie de deseo neurótico y descon-
trolado, incluso una compulsión. La avidez nunca puede ser satisfecha
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¿Por qué nos aferramos a las cosas? En el fondo, tememos que sin el
objeto de aferramiento nuestras vidas no serán lo suficientemente bue-
nas, el futuro será insatisfactorio, estaremos vacíos. En otras palabras,
nos aferramos por el sentimiento de carencia, de incompletud. No con-
fiamos en que podamos sentirnos completos sin el objeto de apego. En
lugar de ello, caemos en la creencia errónea de que la felicidad se logra
a través de la satisfacción de nuestros deseos. Tratamos de extendernos
más allá del presente y fijar el futuro para que se ajuste a nuestros anhe-
los. Sin embargo, aferrarse es muy peligroso. Mientras que el intento de
controlar la realidad, de plegar el mundo a nuestra voluntad, a veces
funciona, al menos durante un tiempo, la mente aferrada tiene que en-
frentarse al hecho de que la realidad no es tan complaciente. Cuando
lidiamos con otras personas, por ejemplo, ellas tienen sus propias ideas
sobre lo que debería ocurrir, no las acoplan a nuestros deseos. Situaciones
así, incitan a la ansiedad, la inseguridad y la inquietud. En lugar de re-
conocerlo como una oportunidad para dejar de aferrarse y ajustarse a la
naturaleza impermanente y quijotesca de la experiencia, la mente afe-
rrada trata de agarrar aún más y así la espiral negativa se intensifica.
Aunque esta estrategia, como es obvio, no resulta muy inteligente, la
mayoría de nosotros caemos en ella muy a menudo.
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Celos y envidia
Emociones como los celos y la envidia son bastante feas y por esta razón
no son fáciles de admitir. Expresan inseguridad y carencia. La mente celosa
piensa que el objeto apreciado es el medio para su felicidad y por eso busca
controlarlo y vigilarlo. Como si aplastara una mariposa apretando el puño,
la mente celosa agarra el objeto de su apego con tanta fuerza que a menudo
lo destruye. La mente celosa está aterrorizada de perder el objeto de su
apego porque cree que no puede ser feliz sin él. No reconoce que el medio
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La adicción
Cuando pensamos en las adicciones, a menudo pensamos en las dro-
gas, el juego, el alcohol, tal vez incluso el sexo, pero el problema no ra-
dica en la actividad u objeto en sí mismos, sino en la relación con ellos.
La adicción puede definirse como: «Todo hábito mental o corporal que
tenga una calidad compulsiva y nos cause sufrimiento».17 En el com-
portamiento adictivo utilizamos una actividad, o incluso un patrón de
pensamiento, para evitar que vivamos el momento actual, precisamente
porque la experiencia propia nos parece insoportable. Estamos sufriendo,
y el comportamiento adictivo parece servir al menos como una liberación
temporal. A largo plazo, sin embargo, la adicción solo nos trae más
sufrimiento.
En la película Damaged, Ana (interpretada por Juliette Binoche) utiliza
las relaciones sexuales secretas como medio para escapar del dolor, la
pena y la culpa que siente porque su hermano se suicidó al descubrir
que ella había encontrado un novio (su hermano estaba enamorado de
ella). Ana entabla una relación secreta con el padre de su prometido, que
se enamora de ella. Llevan la relación, en contra de toda lógica y sentido
común, con trágicas consecuencias. El comportamiento adictivo es ciego
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La segunda noble verdad
La magnificación
Al menos un poco de sufrimiento es probablemente ineludible, pero
mucho se puede aliviar e incluso evitar. Nuestra respuesta habitual al
sufrimiento es agravarlo. Dicho así, suena perverso, pero eso es lo que
hacemos. Ninguna persona sensata quiere realmente sufrir y, sin embar-
go, el comportamiento cotidiano, en lugar de aliviar el sufrimiento que
no podemos evitar, en realidad lo intensifica.
Mientras nos ahogamos en un torrente de autoconmiseración o au-
tocrítica, es difícil ver que yo mismo soy la persona que está creando mi
propio sufrimiento. Es mucho más fácil culpar a otro, insistir en que la
culpa del sufrimiento está en el mundo en sí, que es impuesta desde
fuera, y entonces pintarme como una víctima indefensa. Puedo arremeter
contra los demás como un elefante herido enfurecido por su dolor. Pero
reaccionar así solo agrava el sufrimiento propio. A veces, los pensamien-
tos se precipitan alocadamente, como un autobús desbocado, sin frenos
ni conductor, que va en todas direcciones y causa destrucción por todos
lados. A la vez, poner freno a una mente desbocada no es nada fácil.
Empezamos a ver la conexión entre la experiencia propia del sufrimiento
y la textura de nuestros deseos.
El Buda explicó este proceso por medio de la parábola conocida
como la de «los dos dardos». Señaló que tanto las personas que siguen
el camino espiritual como las que no lo hacen experimentan dolor. Pero
hay una diferencia importante en la forma en que las dos clases de
personas responden al dolor o al sufrimiento que les sobreviene. Una
persona ordinaria o «mundana» que experimenta dolor o sufrimiento
responde con ansiedad y angustia; se siente consternada, se aflige, tal
vez incluso siente que el mundo es injusto. Mientras que la persona
ordinaria no puede evitar ser atravesada por el primer dardo, es decir,
la experiencia inicial de dolor o sufrimiento, él o ella es entonces atra-
vesado por un segundo dardo, es decir, el sufrimiento adicional que él
o ella crea en respuesta al primer dardo. Según el Buda, el sufrimiento
se agrava a través de nuestra respuesta al sufrimiento inicial que ex-
perimentamos. Además, debido a nuestro deseo de evitar el sufrimiento
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La catastrofización
Un ejemplo de la manera en que somos atravesados por un segundo
dardo es a través de la tendencia a la catastrofización. La catastrofización
comprende dos tendencias inútiles: en primer lugar, la tendencia a pre-
decir un resultado negativo y, en segundo lugar, la creencia de que si el
resultado negativo ocurre será un desastre insoportable. Es una tenden-
cia que la mayoría de nosotros experimenta al menos de vez en cuando.
Además, la tendencia a la catastrofización está asociada a tres hábitos
cognitivos: la rumiación, la magnificación y la impotencia. A través de
la rumiación, reproducimos una y otra vez un acontecimiento, como si
reprodujéramos una y otra vez la grabación de un desagradable mensaje.
Al morar tercamente una y otra vez en el suceso, intensificamos el su-
frimiento asociado a él. A veces nos sentimos completamente fuera de
control, aparentemente víctimas pasivas de nuestra rumiación. Más con-
cretamente, la rumiación está asociada con una tendencia a la depresión,
a dar vueltas en círculos, obsesionándonos con lo que a veces no es más
que un insignificante detalle. La magnificación es sacar las cosas fuera
de proporción, pensar que un pequeño desacuerdo es de alguna manera
el fin del mundo o que un comentario insensible que hemos hecho sig-
nifica que nunca más le agradaremos a nadie. El desamparo nos despoja
de nuestra iniciativa, nos sentimos impotentes para cambiar, sometién-
donos pasivamente a la situación.
El proceso de catastrofización puede verse en relación con un pro-
blema menor que experimenté con una tela para un altar. Me estaba
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Quejarse y criticar
La mente quejumbrosa y crítica revela apego, así como expresa un
estado mental torpe. Queremos que las cosas sean diferentes y nos lleva
a la resistencia, a la irritación e incluso a la mala voluntad. A menudo
desviamos nuestro malestar hacia fuera; vemos el problema, los impedi-
mentos a nuestra felicidad, como si estuvieran fuera de nosotros mismos.
Alguien o algo más tiene la culpa. Tal persona o situación es el obstáculo
para nuestra felicidad. La mente quejumbrosa siente que el mundo está
en su contra, que todo el mundo está dispuesto a provocarle miseria. Así
pues, si no podemos cambiar la situación o a la otra persona, nos ponemos
en una posición de impotencia que agrava nuestro sufrimiento.
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Es seductor pensar que responder al odio con el odio nos hará sentir
mejor, pero nunca ocurre así; nos sentimos aun peor, sufrimos más y,
adicionalmente, la otra persona también sufre. Tomamos el odio de los
demás personalmente. Si podemos sorprendernos en ese estado, podre-
mos deshacer el nudo de sufrimiento al que estamos atados y regresar
al equilibrio. Si podemos reconocer que la otra persona está sufriendo
y, por eso, arremete en nuestra contra, quizá podamos empezar a disol-
ver nuestro sentimiento de agravio y resentimiento y, en cambio, expe-
rimentar compasión por ella. Tal vez podamos empezar a ver el mundo
desde su punto de vista. Por supuesto, puede que siga siendo apropiado
distanciarnos de esa persona para cuidar de nosotros mismos.
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siquiera habíamos oído hablar. Durante muchos años, viví sin auto propio
y sin darle mayor importancia. Sin embargo, una vez que conseguí uno,
la idea de dejarlo me pareció imposible, aunque sabía que me costaba
mucho dinero. El día antes de mudarme a México, conduje hasta un garaje,
vendí mi auto y partí sin mirar atrás. Nos habituamos a un determinado
estilo de vida y conseguir sostener ese estilo de vida (que supuestamente
conduce a nuestra felicidad) a menudo nos ata a mucho sufrimiento: tal
vez un empleo que no nos gusta, trabajar con personas con las que no
tenemos nada en común... Raramente dimensionamos el costo de cumplir
nuestros deseos. ¿Valen realmente la pena?
¿Cómo podemos reducir el deseo? Para mucha gente, la idea de re-
nunciar a algunas de las cosas que anhela es más aterradora que lanzarse
desde un acantilado. Por lo general, nos encontramos muy enfrascados
en la lógica de que la felicidad es el resultado de cumplir nuestros deseos
en lugar de abandonarlos. Sin embargo, como hemos visto, a menudo
ocurre lo contrario: es decir que los deseos intensifican el sufrimiento.
Podemos trabajar con nuestro deseo tanto de forma meditativa como
práctica. En relación con la meditación, podemos contemplar nuestros
deseos y «dejarlos ser». Podemos reconocer nuestro deseo sin juzgarlo
pero sin complacerlo, reconociendo una sensación de carencia pero re-
sistiendo a dar el siguiente paso con el que intentamos frenéticamente
llenarla. También podemos reflexionar sobre cómo los deseos nos atan
al sufrimiento. En primer lugar, el objeto del deseo es impermanente y,
si invertimos la felicidad en su posesión, correremos el riesgo de sufrir.
En segundo lugar, es posible que no seamos capaces de alcanzar, poseer
o controlar el objeto que deseamos. Tercero, alguien puede quitarnos el
objeto de nuestro deseo. Reflexionar sobre algunos de los resultados
negativos del deseo puede ayudarnos a aflojar el aferramiento e incluso
a dejarlo ir.
La renuncia nos permite ver el funcionamiento del deseo compulsivo
con gran claridad, abriendo un espacio en el que el deseo queda al des-
cubierto, en el que se extiende hasta alcanzar un espacio vacío. Esta
experiencia puede ser aterradora pero también es liberadora cuando
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LA TERCERA NOBLE VERDAD
EL NIRVANA
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La tercera noble verdad
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cuerpos, el dolor no puede ser evitado del todo; sin embargo, como se
señaló en el capítulo 2, tenemos la libertad sobre cómo reaccionamos al
dolor, ya sea para agravarlo a través de la resistencia y la aversión (el
segundo dardo) o para responder con ecuanimidad.
El sufrimiento, a diferencia del dolor, ocurre en el nivel de la inter-
pretación. Es la historia que nos contamos a nosotros mismos sobre lo
que ocurre. ¡El mundo está en mi contra! ¿Por qué siempre fracaso? ¿Por
qué nunca consigo lo que quiero? Solo tenemos que abrir los ojos para
ver que el dolor está a nuestro alrededor. Al caminar por un puente
peatonal, me cruzo con una mujer de edad avanzada, agachada, con la
cabeza para el otro lado y la mano extendida. Al pasar, noto un frasco
vacío y una receta médica. Antes de que pueda entender el significado
de esta expresión cotidiana de necesidad, el flujo de peatones me ha
llevado ya adelante. ¿Debería haberme detenido? ¿Debería comprar su
medicina? Llevo a la señora conmigo, creando una historia de sufrimien-
to, incluso de culpa. Pero nada de eso la ayuda ni a ella ni a mí. Sucumbir
al pánico o a la ansiedad horrorizada ante el sufrimiento de los demás
obstruye una respuesta compasiva. Acabamos complaciéndonos en nues-
tra propia lástima en lugar de ayudar. Entregarnos al sufrimiento porque
otros sufren no resuelve nada. Es una distracción.
En el contexto de la psicoterapia, James Hollis escribe:
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Lo que no es el nirvana
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Y no fue el único que adoptó este punto de vista, que persiste incluso
hoy en día. En 2007, el teórico de la cultura Charles Taylor escribió: «[En
el budismo] el creyente o el devoto está llamado a hacer una profunda
ruptura interior... hasta el punto de extinción del yo».29 Es probable que
pocas personas se sientan atraídas por un objetivo que parece nihilista.
Pero dado que, según el budismo, no hay un «yo» subyacente que per-
dure en el tiempo, ¿cómo podría extinguirse ese «yo»? Más bien, es la
construcción ilusoria de un «yo» fijo, la que se extingue o, mejor, aquello
a lo que se renuncia.
Una concepción nihilista del nirvana no es solo una distorsión occi-
dental; muchos budistas entienden que es una especie de auto-extinción.
Un estudio sociológico sobre el budismo en Birmania descubrió que
muchas personas veían el nirvana como un objetivo indeseable precisa-
mente porque equivalía a la extinción. Un entrevistado reportó: «En el
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La tercera noble verdad
nirvana no hay cuerpo, ni alma, ni nada. ¿Quién quiere eso?»30 Esta in-
terpretación del nirvana no carece de fundamento. En una frase típica de
las primeras escrituras budistas, la realización del nirvana se describe en
los siguientes términos: «Aniquilado el renacer, cumplida la vida de
santidad, hecho lo que había por hacer, no hay ya más devenir».31 Esta
fórmula parece indicar que el nirvana es una especie de punto final
definitivo.
Es cierto que nirvana se traduce literalmente como «soplar» o «apa-
gar», pero surge la pregunta: ¿qué es lo que se apaga? ¿Qué se sofoca en
el nirvana? Como no hay un ser eterno, no puede tratarse de eso.
¿Entonces qué? Es el fuego de la avaricia, el odio y la ilusión lo que se
apaga en el nirvana. Estos tres fuegos nos parecen la raíz de nuestro
sufrimiento y apagarlos lo alivia. Pero cuando estos fuegos se apagan,
no desaparecemos en una bocanada de humo; hay vida después del
nirvana y el Buda fue la prueba, así como lo fueron varios de sus
discípulos.
El Buda rechazó firmemente la opinión de que el nirvana era una
forma de extinción. En cambio, el santo budista, conocido como arhat
(literalmente «digno»), que ha logrado el nirvana, va más allá del naci-
miento y la muerte. Como dice el Buda:
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VER CON LOS OJOS DEL BUDA
«Supongamos», dice, «que alguien deja un fuego ardiendo ante ti. ¿No
sabrías que hay un fuego allí?» Vaccha asiente. «Ahora supongamos que
alguien apaga el fuego. ¿Sabrías en qué dirección se ha ido el fuego?
¿Hacia el este, el oeste, el norte o el sur?» Vaccha responde que esta
pregunta no sería aplicable. De la misma manera:
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Imágenes
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EL DESPERTAR UNIVERSAL
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La tercera noble verdad
abrazar la causa del despertar universal. Así, llega a ver la realización del
camino como algo íntimamente relacionado con la liberación de todos los
seres y se compromete a llevar a cabo esta liberación. Esta promesa toma
la forma de un voto cósmico o, más habitualmente, de una serie de votos
que expresan un compromiso abierto para aliviar el sufrimiento de todos
los seres del universo y dirigirlos hacia el despertar. En su relato clásico
del camino del bodhisattva, por ejemplo, Shantideva escribe:
Más que un modelo práctico para la propia vida espiritual, el ideal del
bodhisattva es quizá mejor visto como un mito y el propio bodhisattva como
un símbolo espiritual. Encarna el espíritu de la vida compasiva, y su al-
cance cósmico ayuda a liberar nuestra imaginación de su preocupación
por los asuntos cotidianos, para que podamos conectar con algo trascen-
dente, incluso eterno. Podríamos considerar al bodhisattva como una es-
pecie de fuerza transpersonal y redentora que actúa en el universo, una
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La naturaleza búdica
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La naturaleza búdica se ilustra pues con una serie de nueve símiles como
oro escondido dentro de una fosa de desperdicios, miel dentro de un
enjambre de abejas furiosas, o una estatua de oro envuelta en trapos
sucios. La tendencia general de los símiles es enfatizar la presencia de
algo exquisitamente precioso contenido en algo abyecto. Algunos sugie-
ren que está completamente formado y otros que sigue siendo un po-
tencial aún por realizar. La naturaleza búdica sintetiza así una visión
afirmativa y optimista de la condición humana: a pesar de todos nuestros
defectos, todos nuestros berrinches, toda nuestra insensibilidad egoísta,
seguimos siendo una matriz de la iluminación. Esta forma de pensar
puede servir de antídoto contra el lenguaje más negativo utilizado por
algunas tradiciones que pueden, a veces, parecer desalentadoras.
Pero al resolver un problema, la idea de la naturaleza búdica puede
incitar otros. Incluso en sus formas más tempranas había ambigüedad.
¿Es el despertar un potencial o ya está presente? Y si el despertar ya está
presente, ¿por qué no lo experimentamos como tal? Problemas de esta
clase indican que debemos recordar que la naturaleza búdica también
es solo una metáfora y que no debe estirarse demasiado.
En la medida en que el budismo se ha hecho más popular fuera de
Asia, las enseñanzas sobre la naturaleza búdica han llamado mucho la
atención y no siempre por las mejores razones. Mientras que, por un
lado, consiguen hacer que el objetivo sea más natural, más íntimo y
asequible; por otro, pueden perjudicar el camino: si ya estamos despiertos,
no necesitamos molestarnos con la práctica espiritual. Apartada de sus
contextos prácticos y filosóficos tradicionales, la naturaleza búdica puede
ser distorsionada para dignificar la pereza espiritual y confundirnos para
que pasemos por alto incluso nuestras faltas más flagrantes.
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La tercera noble verdad
Esta visión poética sugiere que todos los elementos del cosmos están com-
prometidos en un proceso perpetuo de despertar mutuo, revelando mutua-
mente la naturaleza búdica. Ser despertado por todas las cosas de esta ma-
nera es abandonar la actitud egocéntrica, olvidar o incluso renunciar al «yo».
El despertar no es un fruto del pasado ni una esperanza para el futuro, sino
la dimensión más profunda de un presente que se revela perpetuamente.
Solo que no estamos en el presente para darnos cuenta. El despertar no
puede alcanzarse porque no surge con el tiempo, sino que constituye una
ruptura en el tiempo tal y como lo concebimos normalmente. Nunca es algo
que pueda mirarse como un logro pasado porque, al intentar hacerlo, per-
demos de vista el momento presente, que es donde el despertar se revela.
El enfoque de Dōgen hace hincapié en la percepción, la apertura y la
revelación, más que en el esfuerzo, la búsqueda y el logro. Escribe:
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La tercera noble verdad
Si, cuando logre la budeidad, los seres sintientes de las diez di-
recciones, que con mente sincera se encomienden, y aspiren a
nacer en mi tierra, diciendo mi Nombre si acaso solo diez veces,
no nazcan allí, que no pueda lograr la suprema iluminación.52
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La paradoja
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La tercera noble verdad
Acercándose al nirvana
En los dos últimos capítulos, hemos visto cómo el objetivo budista puede
entenderse de varias maneras, acercándose a él por vía de una serie de
imágenes, metáforas, símbolos y conceptos diferentes. Si bien cada mo-
delo revela aspectos importantes de la meta, ninguna formulación puede
captarla por completo. El nirvana no es una idea que podamos apropiar-
nos y luego archivarla en nuestro almacén de datos, sino que es el relu-
ciente arquetipo de nuestro potencial espiritual, el diseño de nuestras
máximas posibilidades. Solo cuando transformemos ese proyecto en una
realidad, se revelará la verdadera naturaleza del nirvana.
La visión básica del budismo señala que en este momento somos
seres ignorantes y, mediante una práctica ardua y constante, podemos
transformarnos en sabios despiertos. Por lo tanto, la práctica sirve al
propósito de llevarnos hacia el nirvana un movimiento que se entiende
ampliamente en términos de la metáfora del camino. Sin embargo, la
forma de concebir el camino dependerá de qué modelo de la meta uti-
licemos. El camino puede entenderse fácilmente como la expresión del
despertar así como los medios para alcanzarlo. Por un lado, podemos
seguir el sendero para alcanzar la meta mientras que, por otro, podemos
practicar desde la gratitud gozosa por haber sido ya dotados de una
conexión íntima con la mente iluminada. Podemos practicar con el logro
como meta o, por otro lado, como su impulso o fundamento.
El maestro coreano Jinul (1158-1210) formuló un interesante modelo
de relación entre el camino y la meta conocido como «el despertar re-
pentino, y el cultivo gradual».58 Elaboró su perspectiva sobre la base
de un enfoque de la naturaleza búdica, por la que se entiende que el
despertar es inherente a la mente. Según Jinul, esta naturaleza inhe-
rente puede realizarse si «nos vaciamos de pasión y simplemente nos
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SEGUNDA PARTE
EL CAMINO
LA CUARTA NOBLE VERDAD
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3. Habla correcta
4. Acción correcta
5. Subsistencia correcta
6. Esfuerzo correcto
7. Consciencia correcta
8. Meditación correcta
VISIÓN
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La cuarta noble verdad
Visión correcta
En otras palabras, lo que hace que algo sea una visión correcta no es que
el Buda lo diga, sino más bien que esa visión nos ayuda a movernos en
la dirección de la consciencia compasiva y a alejarnos de la auto-obse-
sión. Dicho en términos de las Cuatro Nobles Verdades: la visión correcta
nos ayuda a soltar el sufrimiento que nos creamos a través de nuestros
patrones limitantes de creencia y pensamiento. Vale la pena subrayar
que el pasaje citado más arriba hace referencia a la sensibilidad de los
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En otras palabras, el sabio no utiliza los puntos de vista para reforzar el ego.
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El filósofo Heidegger escribió una vez: «El maestro debe ser capaz de
ser más dócil que los aprendices. El maestro está mucho menos seguro de
lo que se lleva entre manos, que los aprendices».65 Puede parecer una
contradicción, pero profundizar en la práctica del Dharma implica un cre-
ciente reconocimiento de las limitaciones de nuestra comprensión actual
y una mayor apertura a la incertidumbre y a nuevos descubrimientos.
Cargar estiércol
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ACTITUD
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significa que, por muy buenas que sean las enseñanzas, si no estamos
bien preparados, si no somos el recipiente adecuado para recibirlas, las
enseñanzas no nos ayudarán, sino que las malinterpretaremos y las uti-
lizaremos mal. En otra analogía, el Buda comparó sus enseñanzas con
una serpiente que, si se coge de forma equivocada, puede darse la vuelta
y mordernos.69
Es normal y de hecho deseable que los motivos para practicar cam-
bien con el tiempo; una purificación gradual de la orientación confirma
un proceso del despertar de la consciencia. Un amigo me habló de un
monje que empezó a practicar el Dharma con la esperanza de convertirse
en un campeón de kickboxing. Pocas personas comienzan la práctica
budista buscando una transformación radical de su régimen de vida.
Podemos decir que anhelamos el despertar, pero la mayoría de las veces
no tenemos ni la menor idea de lo que eso puede significar. Es más usual
que en primera instancia busquemos una manera de ajustarnos a las
locas exigencias de la vida y, solo cuando profundizamos en la práctica,
nos damos cuenta de que es necesario reorganizar la vida misma.
Es común que los principiantes en el budismo esperen algún tipo de
solución rápida a su insatisfacción; como el alcohólico que quiere una
cura para la resaca, se acercan al budismo en busca de un antídoto que
les permita seguir viviendo como antes, solo que de forma más eficaz y
con menos inconvenientes. No es del todo erróneo; hay que empezar
por algún lado. Pero las enseñanzas budistas no ofrecen una solución
instantánea, y muchos se van decepcionados, tras haber remojado apenas
la punta del pie en el océano del Dharma. No vivimos en tiempos de
paciencia, sino en la era de los flashmobs, las frasecitas llamativas y los
microrrelatos. Nadie tiene tiempo para nada; queremos ese café, ese
sándwich, esa experiencia sublime para llevar, ahora mismo. Queremos
el producto empaquetado que satisfaga nuestras necesidades más pro-
fundas en una sola dosis. Estamos tan condicionados por los hábitos de
consumo que pensamos que la adquisición es el medio para llegar a la
profundidad existencial. Si nos llevamos de la tienda ese Buda, algo de
incienso y una vela, entonces estaremos a mitad de camino hacia el
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Fe - Confianza
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LA COMUNICACIÓN
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Un habla veraz
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Decir la verdad, entonces, significa no solo honrar los hechos, sino tam-
bién revelarnos a través de nuestra comunicación y compartir nuestra
vida interior. Por supuesto, esto no significa que debamos dejar escapar
siempre lo que se nos ocurra. La veracidad debe estar informada por la
amabilidad, la utilidad y un anhelo a la apreciación.
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inspira confianza, e incluso apertura. Si los demás sienten que los apre-
ciamos, les resultará más fácil revelar sus dificultades e incluso sus de-
fectos. Además, las personas que son sinceras con sus propias fallas
suelen atraer la lealtad y la confianza de las otras. A nadie le gusta un
fanfarrón arrogante, pero una persona humilde que aprecia a los demás
es un amigo que a todos nos gustaría tener. En lugar de criticar, lo que
fomenta el conflicto y la división, esta persona inspira una cultura del
aprecio, que a su vez favorece la armonía y la solidaridad, y promueve
la prosperidad del resto.
LA ÉTICA
El karma
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tros hábitos mentales tenemos que examinar nuestras vidas de forma más
amplia. No es solo una cuestión de voluntad individual, sino también de
comprender las condiciones que mantienen nuestros hábitos.
Se puede expresar esta percatación diciendo que la consciencia per-
sonal no es el único factor que determina nuestras acciones o, más bien,
que nuestra consciencia no es exclusivamente nuestra, sino algo que, en
cierta medida, compartimos con otros. Entonces la consciencia propia
está en parte constituida y moldeada por los demás. Las acciones de
estos y su estímulo o desánimo, su aprobación o desaprobación, reper-
cuten en nuestra imaginación moral y, en consecuencia, en nuestra forma
de comportarnos. En otras palabras, a través del contacto con los demás,
podemos agudizar o aturdir nuestra sensibilidad ética, nuestra capaci-
dad de reconocer nuestros propios motivos y, como resultado, de ver
cómo nuestras acciones pueden beneficiarnos o perjudicarnos a nosotros
mismos y a los otros.
Se observa esta dinámica en el contexto de la familia, donde los pa-
dres suelen ejercer una influencia formativa sobre nosotros, definiendo
en algunos casos los contornos de nuestro paisaje moral. Su influencia
suele prolongarse hasta la edad adulta. Además de nuestra familia, otras
personas pueden ejercer una presión moral como, por ejemplo, apelando
a nuestros vínculos emocionales con ellos, invocando nuestro sentido
del deber, imponiendo una jerarquía ética, incluso intimidándonos.
Nuestra voluntad no florece libre de la intromisión de los demás porque,
en última instancia, no es solo nuestra. De forma similar, invadimos
éticamente a los demás, influyendo en sus imaginaciones morales.
Estamos sujetos a muchas influencias y también influimos en muchos
otros; nuestro curso moral no puede separarse claramente del suyo.
El karma institucional
Por otra parte, nuestro ambiente ético está informado por una serie de
formas institucionales de las que ningún individuo en última instancia
es responsable. Las instituciones en las que participamos o en las que
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valor, como dientes de oro y demás.85 Concluye: «Creo que nadie está
autorizado a juzgarlos, ni los que vivieron la experiencia del Lager y
menos aún los que no la vivieron».86
Continúa observando: «Cada individuo es un objeto tan complejo que
es inútil pretender prever su comportamiento, mucho menos en situacio-
nes límites; ni siquiera es posible prever el comportamiento propio».87
Debido a estos factores, Levi sugiere que debemos suspender el juicio
sobre las acciones cómplices de los prisioneros de los campos de concen-
tración que temían una muerte inminente. Esta suspensión del juicio tiene
una relevancia más amplia. Cuando nos encontramos haciendo un juicio
rápido sobre las debilidades morales de los demás, ¿qué es lo que nos
pasa? ¿Por qué creemos que es necesario? ¿Dónde está nuestra empatía y
compasión por las opresiones a las que están sometidos?
El sentido moral es frágil, se desbarata fácilmente y a veces está su-
perado. Comprenderlo puede permitirnos responder con más compasión
tanto a los errores que cometemos y que hacen sufrir a los demás como
a los errores que ellos cometen y que nos hacen sufrir. En lugar de sen-
tirnos fracasados por no resistir las incursiones de las fuerzas negativas,
podemos tomar distancia y considerarnos compasivamente como seres
humanos falibles. Al mismo tiempo, podemos suspender las condenas
a los demás al comprender que ellos también viven bajo la opresión de
diversas presiones negativas. Además, podemos reconocer que cuidar
nuestra vida moral no es simplemente una cuestión de voluntad indivi-
dual, sino de asumir la responsabilidad de las condiciones que mantie-
nen nuestras acciones en su lugar. Para cambiar el comportamiento,
tenemos que cambiar las condiciones que lo sostienen.
Estas reflexiones sobre la interdependencia y, más concretamente,
sobre cómo nuestro comportamiento está influido por el contexto insti-
tucional en el que vivimos, subrayan la importancia de vivir en una
sociedad que defienda la responsabilidad ética. Para que una sociedad
apoye el cultivo de la ética budista, lo que se considera aceptable, debe
estar en consonancia con lo que es éticamente hábil. Cuando no es así,
el cultivo del karma hábil será más difícil.
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EL MUNDO
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Nuestros actos son como barcos a los que podemos ver hacerse a
la mar, sin saber cuándo o con qué carga regresarán a puerto.90
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Hace un par de años, recibí una carta de un francés que había parti-
cipado en un retiro conmigo, unos 12 o 15 años antes. Ya era miembro
de la Orden Budista Triratna y me escribía para hablarme de su trabajo
con los presos de París y de cómo un preso se había inspirado para tra-
ducir uno de mis libros para publicarlo en francés. Nuestras acciones
afectarán a los demás de maneras que nunca sabremos, incluso en vidas
futuras...
Hay un pasaje sorprendente del Corán que dice:
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EL ESFUERZO
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La cuarta noble verdad
A los budistas se les critica habitualmente por evitar la vida real, por
recluirse en alguna burbuja supuestamente nirvánica en la que nada les
toca, nada les desafía, y los inunda en algún mundo de serena fantasía.
¡Ojalá fuera tan fácil! Tal vez algunas personas puedan lograrlo, pero
para la mayoría de nosotros, incluso si nos retiramos de las situaciones
externas que nos sacan de quicio, seguimos teniendo que lidiar con nues-
tras propias mentes. En las palabras de John Milton, al hablar de Satanás:
La práctica de vigilar las puertas de los sentidos es una estrategia que toma
en cuenta cómo nuestros estados mentales están fuertemente informados
por ciertas condiciones y que nuestra experiencia es siempre contextual. En
conformidad con nuestro acondicionamiento individual, determinados
entornos nos hacen más propensos a entrar en ciertos estados mentales.
Una persona puede entrar en un bar sin pensar más que en tomar una Coca-
Cola light, mientras que otra se siente acosada por un impulso irresistible
de empezar a beber. Saber qué situaciones desencadenan nuestros hábitos
limitantes es ya la mitad de la batalla para superarlos.
Es relevante ejercer este nivel de vigilancia no solo en relación con las
condiciones externas, sino también, y quizá aun más importante, en relación
con el flujo de eventos mentales. Aunque a veces podemos sentirnos a
merced de nuestro clima interior, que parece entrar y salir por sí solo, gran
parte de lo que ocurre en la mente está construido por los propios esfuerzos,
momento a momento. No lo vemos porque no tenemos suficiente claridad
sobre cómo alimentamos los estados mentales habituales. A menudo hay
una frontera en la que podemos hacer una pausa, repensar y elegir una
respuesta saludable en lugar de sucumbir a una reacción habitual. La capa-
cidad de reconocer y luego ver esta posibilidad es el comienzo del cambio
creativo; es un punto que nos permite entrar en el camino budista.
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Una vez que hemos conseguido cultivar un estado mental hábil, que
puede haber requerido mucho esfuerzo, resulta perverso el poco cuidado
que invertimos en mantenerlo. Es como si pensáramos que una vez que
hemos entrado en un estado mental más expansivo, este continuará por
sí mismo. Pero no es así; el estado mental hábil depende de requisitos,
por lo que tenemos que entender que se requieren condiciones para
mantenerlo y asegurarnos de mantenerlas. Este proceso puede dar lugar
a un cambio permanente en las circunstancias en las que vivimos.
Podemos reconocer que nuestro estilo de vida no apoya el cultivo y el
mantenimiento de los estados mentales hábiles y, por tanto, tendremos
que cambiarlo. Tal comprensión es una consecuencia natural de ver como
funciona el surgimiento dependiente. Sin embargo, es tan fácil engañar-
nos al pensar que ya estamos por más allá de necesitar condiciones de
apoyo y, por lo tanto, podemos prescindir de ellas. Tal complacencia
puede deshacer todo nuestro dedicado esfuerzo.
Todo este discurso sobre el esfuerzo puede resultar agotador.
Podemos sentir que el esfuerzo requerido nos supera. Por otro lado,
podemos caer en el engaño de que el esfuerzo dirigido por el ego puede
llevarnos al despertar. Por el contrario, tenemos que renunciar a ese
esfuerzo y permitir así que surja una forma de funcionar más espontánea
y creativa. Debemos ser cautelosos con nuestros intentos de merecer el
despertar. Al hablar de la orientación de la práctica hacia la Tierra Pura,
mi maestro escribió una vez:
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La cuarta noble verdad
No hacer nada
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Hay una cosa en este mundo que nunca debes olvidar hacer. Pero
si olvidas todo lo demás y no esto, no hay nada de qué preocu-
parse, pero si recuerdas todo lo demás y olvidas esto, entonces
no habrás hecho nada en tu vida.97
LA ATENCIÓN PLENA
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Un relámpago
y el grito de la garza,
hondo en lo oscuro.101
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LA MEDITACIÓN
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Se puede ver cada elemento como una fase progresiva pero, al mismo
tiempo, los cinco aspectos constituyen un mándala y practicamos cada
uno simultáneamente en niveles cada vez mayores de profundidad e
intensidad. Antes de explorar este sistema con más detalle, vale la pena
detenerse para señalar que la meditación no funciona dentro de un vacío,
sino que cualquier técnica de meditación que adoptemos forma parte
de un programa global de entrenamiento espiritual. Extraer una práctica
del sistema dentro del cual sirve y suponer que será igual de eficaz como
una técnica autónoma sería malinterpretar el funcionamiento de la me-
ditación. De la misma manera que un atleta sigue un régimen de entre-
namiento integrado para estar preparado el día de la carrera, el practi-
cante espiritual adopta un programa completo que incluye no solo la
meditación, sino que también aborda todos los aspectos de su vida para
trabajar de manera eficaz con la mente habitual. De este modo, se entrena
en patrones más creativos de pensamiento, sentimiento y acción.
Si extraemos una práctica de su sistema, no es que deje de tener ningún
efecto, si un atleta se limita a hacer flexiones de brazos aún podrá desa-
rrollar grandes bíceps, sino que es probable que caigamos en un tipo de
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Integración
La integración es el proceso de ser más consciente de uno mismo, de re-
velar los rincones ocultos, de desarrollar una mayor congruencia y profun-
didad. La mente está fragmentada, dispersa. A través del proceso de integra-
ción nos volvemos más completos, más conscientes, incluso más reales. Se
puede lograr mediante prácticas, como la atención plena a la respiración, que
nos ayudan a reunir las partes dispersas de la mente en un todo armonioso.
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La cuarta noble verdad
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VER CON LOS OJOS DEL BUDA
Emoción positiva
La dimensión del cultivo de la emoción positiva está ejemplificada
por las brahmaviharas que vimos en el capítulo sobre la actitud. Estas dos
primeras dimensiones de la práctica pueden equipararse a shamatha; sin
embargo, como ya se ha señalado, las llamadas prácticas de shamatha
también pueden cumplir una función de vipashyana. Este análisis aplica
en el caso de las brahmaviharas, que promueven la trascendencia de la
identificación con uno mismo, con las propias necesidades, y el abando-
no de la idea de que uno es el centro del universo. Además, implican ir
más allá de los gustos y disgustos en relación con los demás y relacio-
narse con ellos sobre la base de nuestra humanidad compartida.
Esta dimensión también tiene que ver con el desarrollo de la sensi-
bilidad moral y el reconocimiento de nuestra responsabilidad como
«agentes éticos»; es decir, con cómo nuestras acciones de mente, palabra
y cuerpo nos transformamos, impactan a nuestro mundo y también
repercuten en los demás. En lugar de culpar a los otros de nuestras
experiencias desagradables, empezamos a ver cómo, momento a mo-
mento, estamos construyendo una realidad que nos lleva al sufrimiento
o a la alegría. Además, a través de la meditación, podemos refinar la
consciencia al descubrir con mayor claridad el grado ético de nuestras
acciones. Este proceso puede ser aleccionador, aún más cuando empe-
zamos a ver el impacto negativo que tenemos en los demás.
La muerte espiritual
La muerte espiritual está asociada a las prácticas de percatación.
Aunque puede sonar un poco sombrío y drástico, se refiere más bien a
la muerte de la actitud egocéntrica, la obsesión neurótica por el «yo».
Implica dejar de lado los puntos de vista fijos que tenemos sobre nosotros
mismos, dejar de lado nuestros patrones limitantes de pensamiento,
sentimiento y comportamiento. La Práctica de los Seis Elementos es una
de las formas en las que podemos involucrarnos con la muerte espiritual.
En esta práctica, contemplamos una serie de seis elementos, tierra, agua,
fuego, aire, espacio y consciencia, y reconocemos que no nos pertenecen,
162
La cuarta noble verdad
que no son nuestros, sino tan solo prestados. Tarde o temprano debe-
remos devolverlos. Como no podemos identificarnos con ninguno de
los seis elementos, podemos renunciar a nuestro apego a ellos; al ha-
cerlo, soltamos el aferramiento al ego y permitimos que surja una nue-
va forma de ser, que honra nuestra interconexión con el mundo, pero
reconoce con gratitud cómo la vida nos está rehaciendo en cada
momento.
La muerte espiritual también puede cultivarse contemplando las
Tres Marcas de la Existencia: el sufrimiento, la impermanencia y la falta
de naturaleza fija. Si bien, ya hemos profundizado en el tema del su-
frimiento, reflexionar sobre la impermanencia es un medio a través del
cual podemos empezar a soltar el apego e incluso dejarlo ir. Contemplar
nuestra falta de naturaleza fija es un medio para abordar directamente
el «yo» habitual, el «yo» que protegemos y apreciamos constantemente
y reconocer que es una ilusión.
Se dice que la contemplación de cada una de las Tres Marcas funciona
como una puerta hacia el despertar. En primer lugar, a través de la con-
templación de dukkha, podemos entrar en la liberación "sin objetivos" o
"sin prejuicios". Es un estado de perfecto equilibrio, más allá de los gustos
y disgustos; uno no tiene ningún motivo egocéntrico para actuar. En se-
gundo lugar, al contemplar la impermanencia, entramos en la liberación
«sin signos» o «sin imágenes», en la que vemos que la experiencia en sí
misma trasciende todos los conceptos; no puede medirse, ni definirse, ni
catalogarse. Por último, al contemplar que nada tiene una naturaleza fija
e inmutable, entramos en la liberación de shunyata y nos sintonizamos con
la naturaleza evanescente e inaprehensible de la realidad.
Renacimiento espiritual
La muerte espiritual está íntimamente conectada con el renacimiento
espiritual; son realmente las dos caras de una misma moneda. No obstante,
si no se hace un debido énfasis en el renacimiento espiritual, es probable
que la muerte espiritual parezca una perspectiva desagradable e incluso
deprimente. El renacimiento espiritual está simbolizado por el Buda o por
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VER CON LOS OJOS DEL BUDA
Receptividad
Es común enfatizar el esfuerzo en la meditación; de hecho, hemos
visto que toda una etapa del Noble Sendero Óctuple está dedicada a ello.
Además, se habla del «cultivo» de los estados mentales hábiles; estos no
se producen por sí solos, sino que hay que esforzarse. No obstante, hay
peligros asociados a este enfoque. El esfuerzo en la meditación puede
convertirse en algo forzado, árido y desprovisto de alegría. Al cabo de
un tiempo, esto puede provocar resistencia, pérdida de inspiración e
incluso síntomas físicos como dolores de cabeza. Además, la meditación
puede convertirse en un ejercicio que únicamente funcione para ocultar
nuestras fisuras, por lo que, en lugar de conocer más a fondo la expe-
riencia propia, solo aplicamos una capa de positividad sobre ella. De
esta manera, la meditación se vuelve superficial y, lo que es peor, pode-
mos caer en una consciencia enajenada. Nuestra aspiración de ser felices
puede llevarnos a huir del momento presente, que parece infeliz, en
busca de algún futuro en el que creemos que seremos más felices. Esto
puede dar lugar a una vida espiritual de fantasía; nos escapamos por un
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La cuarta noble verdad
Samadhi perfecto
El término samadhi puede significar muchas cosas. En el Sutra
Gandavyuha, el peregrino Sudhana se embarca en una búsqueda, durante
la cual se encuentra con todo tipo de maravillosos kalyana mitras o
mentores espirituales. Cada uno de los mentores revela a Sudhana un
samadhi, que en este caso denota un universo espiritual, la expresión
visionaria de una realización trascendental. En el samadhi culminante,
Sudhana ve al gran bodhisattva Samantabhadra (el Universalmente
Benévolo) manifestándose en todos los mundos simultáneamente. Tras
ser bendecido por los rayos de luz que brotan de Samantabhadra,
Sudhana entra finalmente en su cuerpo y se vuelve idéntico a él: se suma
al cuerpo del despertar.
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CONCLUSIÓN: VER CON LOS OJOS DEL BUDA
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VER CON LOS OJOS DEL BUDA
rana en el pozo que cree que su mundo en miniatura es todo lo que hay
y no puede imaginar que pueda haber algo más allá.
No vemos el mundo tal y como es con una mirada desapasionada y
divina, sino desde nuestro punto de vista parcial, sesgado e incluso pre-
juicioso. Nuestra forma de interpretar el mundo es un hábito que hemos
fomentado a medida que crecíamos y aprendíamos a enfrentarnos a la
vida. Es un hábito tan fuerte que tendemos a considerarlo como algo
natural, incluso intuitivo. ¿Cómo sería si pudiéramos salir de nuestra
mente, de nuestro propio mundo?
Seguramente todos hemos fantaseado alguna vez con la idea de ser
otra persona, quizá una celebridad, alguien rico o una estrella del de-
porte. ¿Cómo sería si pudiéramos ver, oír, sentir, incluso tocar y saborear
como ellos? ¿Cómo sería observar el mundo desde su mirador personal?
Por supuesto, incluso cuando lo imaginamos, seguimos siendo nosotros
imaginando que somos ellos; no habitamos realmente su experiencia.
¡Si fuera posible convertirnos en otra persona, dejaríamos de ser nosotros
mismos!
En la película Cómo ser John Malkovich,107 el personaje principal (inter-
pretado por John Cusack) tropieza por casualidad con un portal que con-
duce a la mente del actor John Malkovich. El portal no solo le deja al
personaje ver la vida desde el punto de vista de Malkovich, sino que
también le permite experimentar la vida de Malkovich: tener sus expe-
riencias únicas, habitar su mundo personal, incluso controlar sus movi-
mientos y dirigir así su comportamiento. De forma divertida y a menudo
surrealista, la película ofrece un sentido imaginario de cómo sería habitar
el mundo propio de otra persona, en este caso el de John Malkovich.
Según el budismo, podemos aprender a habitar no el mundo de
John Malkovich, por muy fascinante que pudiera ser, sino el mundo
del Buda. Al igual que Sudhana, podemos entrar en el cuerpo del des-
pertar. Hacerlo no significa que podamos revivir literalmente la bio-
grafía del Buda histórico (como un invasor espiritual que viaja en el
tiempo para ocupar su cuerpo), sino que nosotros también podemos
movernos libremente por la vasta pradera espiritual que es la mente
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Conclusión: ver con los ojos del Buda
El pasaje del libro Las ciudades invisibles de Calvino describe nuestra si-
tuación: el mundo se ve diferente, es diferente, según nuestro punto de
vista. Si miramos desde el suelo hacia arriba, se ve de una manera; si
miramos desde el cielo hacia abajo, se ve de otra manera.
El Ojo de Buda establece una ventana única hacia la existencia, una
ventana que revela un mundo de posibilidades mayores, de sentido y
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VER CON LOS OJOS DEL BUDA
Podría decirse que ver como un Buda es ver las cosas como realmente
son. La metáfora de la percepción como un espejo y la idea de que nues-
tro objetivo es reflejar las cosas «tal y como son", es útil hasta cierto
punto, pero también es una trampa. ¿Realmente queremos ver las cosas
como un espejo? Hacerlo sería abandonar todo significado y valor, todo
propósito, toda intencionalidad. Una roca se convierte en algo tan digno
de atención como un bebé. Para nada queremos eso. Más bien queremos
comprender más profundamente el valor y el significado de las cosas,
pero no de una manera abstracta y sin matices, sino de una manera que
encarne una mayor capacidad de valorar.
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Conclusión: ver con los ojos del Buda
Ver con los ojos del Buda es ver las cosas a la luz de las Cuatro Nobles
Verdades. Esencialmente, es encarnar la capacidad de habitar un mundo
con un mayor sentido, una realidad cada vez más significativa y libre
de pensamientos neuróticos y avidez. No se trata solo de despojarse de
los puntos de vista distorsionadores para dejar al descubierto lo que
«realmente» existe, aunque esto es indispensable. Más bien, implica
abandonar un mundo de opciones imaginativas limitadas por un mundo
de un significado en constante expansión. En un mundo tal, nuestros
actos cotidianos tienen una resonancia trascendente que conecta con un
mito cósmico, en última instancia el mito de un universo que está en el
proceso constante del autodespertar. Esta relación con la realidad no es
fría ni distante, sino que está llena de asombro, humildad y misterio.
Me recuerda el poema La luna llena y la pequeña Frieda, en el que Ted
Hughes relata un momento que compartió con su pequeña hija, en el
que ella ve la luna llena aparentemente por primera vez, con la mente
de principiante, podríamos decir, y Hughes también ve esa misma luna
llena a través de los ojos de su hija:
¿Están Frieda y Ted viendo las cosas como realmente son? Esta no es la
manera adecuada de formular la pregunta. Más bien, están viendo la
luna con apertura, con asombro, con maravilla, como subraya el propio
Hughes. Esta capacidad de asombro es uno de los frutos de tener la
atención libre de aferramiento.
Ver las cosas a la luz de las Cuatro Nobles Verdades no es, pues,
aprender a ver las cosas correctamente, como si antes pensáramos que
teníamos tres piernas y ahora viéramos que solo tenemos dos, sino que
tiene la intención de ayudarnos a tomar distancia de una relación enfer-
miza con la realidad y a confiar en una fuente superior de valor o valores.
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VER CON LOS OJOS DEL BUDA
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LA COMUNIDAD BUDISTA TRIRATNA
En España:
Comunidad Budista Triratna de Valencia:
www.budismo-valencia.com
Comunidad Budista Triratna de Barcelona:
www.budismo-barcelona.com
En México:
Centro Budista de la Ciudad de México:
www.budismo.org.mx
Centro Budista de Cuernavaca:
www.budismocuernavaca.org
En Venezuela:
Centro Budista Triratna de Mérida
www.meditacion-merida.com
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NOTAS
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VER CON LOS OJOS DEL BUDA
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Notas
44. Sangharákshita, El ideal del bodhisattva, Editorial Pax México, 2007, pp. 47-49.
45. T. 666 traducido por William H. Grosnick en Donald S. Lopez (ed.), 1995,
Buddhism in Practice, Princeton University Press, pp. 94-106.
46. Ibidem, p. 96.
47. Eihei Dōgen, Shobogenzo (Tesoro del Verdadero Ojo del Dharma), traducción y no-
tas de Pedro Piquero y Gudo Wafu Nishijima, Editorial Sirio, 2013, vol. 1, p. 42.
48. Rilke, op. cit., p. 117.
49. Dōgen, 2013, op. cit. p. 35-6.
50. Dōgen, 2013, op. cit. p. 74.
51. The Collected Works of Shinran (CWS, 2 vols.). Dennis Hirota et al (trad.).
Kyoto: Hongwanji Interrnational Center, 1997, p. 526.
52. Rev. Josho Adrian Cîrlea, Los 48 votos del Buda Amida, Dharma Lion Publications,
Craiova, 2019, p. 26.
53. CWS: p. 519.
54. CWS: p. 663.
55. Ibidem.
56. Esta versión se ha elaborado a partir de Buddhist Wisdom Books, traducciones
y explicaciones de Edward Conze, Unwin Hyman, Londres, 1988, pp. 99-129.
57. Esta versión se ha elaborado a partir de The Flower Ornament Scripture, tra-
ducción y comentarios de Thomas Clearly, Shambhala, 1993, pp. 1498-90.
58. Para un análisis detallado del sistema de meditación de Jinul, véase Robert
E. Buswell Jr., Chinul’s Systematization of Chinese Meditative Techniques in Ko-
rean Son Buddhism. En Peter N. Gregory (ed.), Traditions of Meditation in Chi-
nese Buddhism. Kuroda Institute, Honolulu, University of Hawaii Press, 1986.
59. Citado en Robert E. Buswell, Jr., Tracing Back the Radiance: Chinul’s Korean
Way of Zen; Kuroda Institute, Honolulu University of Hawaii Press,1991,
p. 170.
60. Citado en Robert E. Buswell, Jr., The Formation of Ch’an Ideology in China and
Korea: the Vajrasamadhi Sutra, Princeton, Princeton University Press, 1998, p. 166.
61. Anguttara Nikaya 3:65. Esta versión se ha elaborado a partir de Numerical
Discourses of the Buda, traducción, notas y comentarios de Bhikkhu Bodhi,
Altamira Press, 1999, p. 66.
62. Sutta Nipata, v. 799.
63. Tittha Sutta, Udana 6.4.
64. Sutta Nipata, v. 800-1. Esta versión se ha elaborado a partir de la traducción
de Saddhatissa.
65. Martin Heidegger, ¿Qué significa pensar?, Editorial Trotta, 2010, p. 205.
66. Digha Nikaya 23.
67. Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, Ediciones Sígueme, 2012, p. 369.
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Notas
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