Está en la página 1de 9

Ensayos

RELACIÓN ENTRE DESARROLLO HUMANO Y SALUD MENTAL, Y SU IMPLICACIÓN EN


EL BIENESTAR DEL HOMBRE
Blanca Verónica Moreno García
Introducción.
Después de dilucidar sobre la problemática actual y luego de las lecturas realizadas e indagar sobre
el Desarrollo Humano, salud y bienestar, la autora de este trabajo considera como punto de partida iniciar
el presente ensayo, reflexionando sobre aspectos que en el informe del Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD, 2018), se puntualizaron y cobraron un valor fundamental, en la evaluación
sobre Desarrollo Humano; la conferencia sobre denominada “Progreso Humano: Reducir
vulnerabilidades y construir resiliencia” le ha dado un giro especial a la manera de encarar la problemática
de las personas en nuestros tiempos; este informe se centraba en empezar a generar la toma de conciencia
sobre la necesidad de atender a los grupos vulnerables, entre los cuales se consideraba a una parte de la
población que en otros momentos había sido dejada de lado circunstancialmente: las personas con
problemas de salud mental, quienes históricamente han presentado amplios márgenes de vulnerabilidad
estructural y del ciclo vital. Tangencialmente con este informe se cierra aún más la relación que tiene la
salud mental y el Desarrollo Humano, debido a que plantea que la vulnerabilidad amenaza el desarrollo de
las personas que carecen de ella; por tanto, se considera que, si no se aborda de manera sistemática mediante
la transformación de las normas sociales y de la política pública, no será ni equitativo ni sostenible, dado el
amplio sentido de segregación y discriminación en la que viven las personas afectadas.
Por otra parte, para la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2004), la salud mental ha tendido una
forma diferente de ser definida, considerándola ahora como “un estado de bienestar en el cual el individuo
es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar
de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”.
Es notorio bajo este perspectivo el observar, que, para el Desarrollo Humano, así como para la salud
mental, es importante potenciar las capacidades de los individuos para lograr un bienestar individual que
se traduzca en la colectividad en forma de un mejor desempeño y sentido de participación creativa de
compromisos ilimitados.
Es importante mencionar que a lo largo de la historia el concepto de salud ha evolucionado, iniciando
con los griegos que tenían un concepto místico de ésta, que más adelante durante el imperio romano se
tornaría más objetiva y menos mística, recordemos el famoso proverbio "mente sana en cuerpo sano", una
frase que realmente era una plegaria a los dioses escrita por el poeta romano Decimus, cuya cita completa
era “Se debe orar a los dioses que nos concedan una mente sana en un cuerpo sano”. Durante la edad media,
el espíritu se consideró como principal elemento de la salud y el cuerpo fue vinculado al pecado, por lo que
una enfermedad era producto de un castigo y la enfermedad mental como una evidencia demoniaca que
tenía que ser erradicada mediante procedimientos torturantes, como nos lo hace saber Foucault, M. (1961,
p.82)
Por otro lado, es importante considerar que el paradigma respecto al ser humano, ha cambiado
considerablemente después de la segunda guerra mundial, por lo que han surgido nuevas formas de entender
a las personas y así se han establecido modelos de intervención desde la perspectiva de diferentes disciplinas
como la sociología, la antropología, el derecho, la psicología; y dentro de ésta hasta llegar al modelo de la
Psicología Positiva que se enfoca en tres objetivos: curar la enfermedad mental, pero sobretodo hacer la
vida de las personas más productivas y plenas, e identificar y fomentar los más altos talentos; pero este
proceso de transición no ha sido por desidia ni comodidad, sino todo lo contrario, ha sido el producto de
una serie de contradicciones que han dado paso a una forma evolucionada de plantear la existencia. Por
ejemplo, luego de sobrevivir a varios campos de concentración, Frankl, V. (1991) proporciona al hombre
una herramienta de intervención (logoterapia) que en su momento tuvo un nivel de pertinencia trascendental
por el contexto histórico de pos guerra que se vivía, donde como él decía “La felicidad no es una pisada en
el camino, sino una forma de caminar la vida”, también es cierto que con los años las necesidades del
hombre y su contexto han cambiado, y es la psicología positiva la que ha replanteado aquello que se asocia
con el vivir feliz y ser espiritual.
Desarrollo.
Se inicia este apartado considerando la definición de salud mental de acuerdo a la Organización
Mundial de la Salud (2004) que la identifica como “un estado completo de bienestar físico, mental y social,
y no solamente la ausencia de enfermedad” (p. 1). Aquí es donde surge la noción de bienestar, misma que
ha sido dividida en: bienestar psicológico, bienestar subjetivo y bienestar social.
Entendiendo por bienestar psicológico a la satisfacción vital, que se traduce en, lo que cada uno piensa
sobre su propia vida. Satisfacción específica que se encuentra en determinados aspectos importantes para
la vida del sujeto (trabajo, salud, pareja, familia, amistades, economía…). Afecto positivo que son la
experiencia de emociones positivas placenteras y disminución del Afecto negativo, es decir, disminución o
anulación de experiencias que impliquen emociones negativas displacenteras.
En términos de Diener, E. Emmons, R. Larsen, R. y Griffin, S. (1985) el bienestar subjetivo son las
respuestas emocionales de las personas también denominados afectos, y la satisfacción con la vida, esta
última se define como una evaluación global que la persona hace sobre su propia vida, considerando sus
logros, lo que esperaba conseguir y sus expectativas.
Con respecto al bienestar social Keyes, C. (1998) entiende que este se alcanza mientras más se
equilibren los siguientes factores: distribución de la renta, tasa de desempleo, ingreso per cápita, gasto
social, nivel de consumo, nivel de salud, nivel de contaminación, nivel de pobreza, nivel de educación,
libertad ciudadana, seguridad social.
De lo anterior se puede cuestionar ¿cuáles son los factores que determinan la forma como una sociedad
logra o no el bienestar de su gente?, es importante considerar que el Estado debería garantizar las
condiciones para satisfacer las necesidades básicas del hombre, y que dentro de aquellos factores
institucionales o sociales que merman la posibilidad de llegar a ese estado de bienestar son (por lo menos
en México) los problemas económicos, que si bien el dinero no es una vía para llegar al bienestar y menos
a la felicidad, si es un medio para tener calidad de vida, no por nada Marx decía que las condiciones
materiales determinaban la existencia del hombre, aquí se puede debatir que alguien como Mahatma
Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, San Francisco de Asís o Rigoberta Menchú (entre otros) renunciaron
al interés económico y fueron felices, y aquí hace referencia la autora de este trabajo a la Oficina Nacional
de Estadísticas británica (ONS, 2006) quien publicó recientemente una investigación en la que planteo que
el nivel de felicidad y el bienestar aumentan a medida que aumenta la riqueza en el hogar, aunque queda
establecido que su relación no es tan fuerte. De acuerdo a Gosta Esping-Andersen (1993) cuando las
personas han alcanzado un nivel básico de calidad de vida, obtener mayor ingreso no es significativamente
importante en el aumento de niveles de felicidad. El dinero influye cuando el ingreso es bajo y cuando hay
dificultades económicas que no permiten un nivel mínimo de calidad de vida. Por su parte Seligman, M.
(1991), presenta la correlación entre la variable ingreso per cápita y la variable satisfacción promedio con
la vida, y asegura que a mayores ingresos, los incrementos del bienestar son menos representativos para
países como la misma Gran Bretaña, Noruega o Emiratos Árabes los cuales cuentan con altos índices de
ingreso per cápita, no así para América Latina; aunque particularmente se podría decir que comprar un
BMW no haría más o menos feliz y no repercutiría en el estado de bienestar, sin embargo si impactaría el
estado de bienestar incrementándose (si fuera el caso) si se tuviera físicamente un vehículo que contribuyera
con llegar rápido a casa para ver a la familia, o para tener el acceso rápido para llegar a un doctor ante una
enfermedad, o para no mojarse los pies mientras se espera que algún transporte publico pase.
En este orden de ideas la Globalización también ha contribuido con su impacto sobre la calidad de
vida, que en México ha afectado desde finales del siglo pasado, provocando una situación que debilitó al
país en términos sociales y económicos, donde se perdió poder ante el mercado mundial y trajo consigo un
incremento de la desigualdad social, baja esperanza de vida, aumento de la pobreza, etc.
De aquí en adelante estaremos hablando del concepto calidad de vida, dado que tiene un vínculo
estrecho con la salud, bienestar o desarrollo; valga decir que la calidad de vida ha adquirido en las últimas
décadas una enorme relevancia teórica y aplicada en distintos ámbitos: educación, salud, servicios sociales,
familia, etc. (Schalock y Verdugo, 2003). Tal y como señalan Gómez y Sabeh (2000), este concepto alude
irremisiblemente al ámbito individual y personal, focalizándose sobre una serie de propósitos, entre
los cuales se encontrarían la evaluación de las necesidades de los individuos, la implementación y
evaluación de medidas y programas destinados a satisfacer tales necesidades o la formulación de
políticas nacionales e internacionales dirigidas tanto al conjunto de la población como a determinados
colectivos sociales con una necesidades más definidas y urgentes.
En relación al concepto “calidad de vida”, un estudio por demás interesante en función de las variables
que maneja es el de Walker, A. (2004) quien destaca la importancia de la salud y del bienestar objetivo en
la calidad de vida de las personas mayores. Alude a la investigación realizada en Suecia, con nonagenarios,
en la que un alto grado de satisfacción con la vida se asocia a una excelente salud “subjetiva”, buenas
relaciones sociales, participación en actividades placenteras y personalidad extrovertida y emocionalmente
estable. La valoración subjetiva del estado de salud muestra una fuerte relación con la calidad de vida,
fundamentalmente durante la segunda mitad de la vida (Argyle, 1997; Baltes y Baltes, 1990). Diversos
estudios gerontológicos han constatado una falta de correspondencia entre la salud subjetiva y la valoración
objetiva realizada por los profesionales sanitarios como lo deja bien referido Walker, A. (2004). La
existencia de procesos de adaptación psicológica durante el envejecimiento permite a las personas mayores
hacer frente a los cambios y a las posibles pérdidas de salud asociadas al avance de la edad, manteniendo
unos niveles estables de bienestar psicológico.
Se ha tocado el concepto de salud, y ésta representa un aporte importante para la noción de bienestar
puesto que, a partir de su evolución tanto en la manera como se ha definido como en sus intervenciones, se
reconoce actualmente la salud como un componente del bienestar, el cual a su vez es un componente de la
calidad de vida como lo afirma Romo, F. (2014).
Se tiene que destacar que los enfoques psicológicos del bienestar tienden a centrarse en el individuo y
la generación interna de sentido y el sentido del yo, como lo afirma Cronin de Chávez, A. (2005).
Un óptimo bienestar psicológico requiere también que el individuo se esfuerce por continuar creciendo
y desarrollando al máximo todas sus potencialidades y capacidades, sea inconforme con los logros
obtenidos en el pasado y afronte nuevos desafíos personales que le permitan crecer como individuo. Esta
dimensión, como señala Ryff, C. (1989) estaría muy próxima al concepto de eudaimonia desarrollado por
Aristóteles, el cual alude a la sensación de que uno mismo ha alcanzado la excelencia, la perfección en todo
aquello en lo que se ha esforzado, dotando de sentido a su propia vida. Los individuos con alto valor en esta
dimensión se definen porque sienten la necesidad de estar desarrollándose o preparando permanentemente,
se perciben a sí mismos creciendo y desarrollándose, se encuentran abiertos a nuevas experiencias, sienten
que están desarrollando al máximo todas sus potencialidades y capacidades, perciben mejoras en ellos
mismos y en su conducta con el paso del tiempo y dirigen sus esfuerzos hacia la consecución de un mayor
autoconocimiento y una mayor autoeficacia. Los individuos que tienen valores bajos en esta dimensión
experimentan una sensación de estancamiento personal, no sienten que estén progresando o desarrollándose
con el transcurso del tiempo, se sienten desganados y desinteresados con respecto a su propia vida y se
sienten incapaces de desarrollar nuevas actitudes o nuevas conductas.
Ahora bien, la psicología positiva ha centrado su interés en el tema del bienestar y una premisa
fundamental de esta disciplina es que el bienestar humano y la búsqueda de la excelencia son tan auténticos
como la enfermedad y los desórdenes psicológicos. Para la psicología positiva es importante la promoción
y gestión de la felicidad y emoción positiva como manifestación de bienestar, desarrollo humano y calidad
de vida.
Inicialmente la psicología positiva no pretendía sustituir a la psicología tradicional, o descartar la
importancia de comprender los trastornos mentales, sino una psicología en la que se considerara el estudio
de las dificultades y las fortalezas en la vida de las personas, así como los recursos con los que cuentan
éstas; es decir, consideraba tanto los problemas como todo aquello que funciona bien y lo que hace que la
vida tenga sentido y valga la pena, como lo comenta Gavidia, A. y Talavera, M. (2012).
Cuando Martin Seligman se adentró al estudio de la felicidad y bienestar subjetivo planteaba tres
elementos que acercaban al individuo a una vida plena: las emociones positivas (vida placentera); el
compromiso, esto relacionado con disfrutar lo que se hace y reconocer las fortalezas que las personas tienen
(denominado flow); y el sentido que se le da a la vida, que involucra la capacidad que tiene un individuo
para ayudar a los demás, esto como una vía donde se alcanza la felicidad a partir de lo que se ama con toda
el alma, al tener un sentido bien definido del devenir y así la emoción positiva y la felicidad se transforman
en energía creciente como bien lo apunta Briceño-León, R (2000). Poco después Seligman, M. (1991)
agregó a esto los vínculos positivos, la vida social y las relaciones e interacciones que se establecen con las
personas; el autor planteó un modelo al que denominó PERMA, que, aunque por sí solo no constituye “la
clave” para el bienestar, si contribuye para llegar a ella, y cada elemento cuenta con tres propiedades:
contribuyen al bienestar, son buscados y elegidos libremente por muchas personas, y se definen y miden
independientemente de los otros elementos.
Quien escribe este trabajo afirma que la psicología positiva rebasó a la psicología tradicional, dado
que es un punto de partida para considerar que la salud es algo más que la ausencia de enfermedad, ya que
una persona puede no sentirse mal, pero aun así no gozar de bienestar, atributo que se considera dentro del
concepto contemporáneo de salud mental.
Los métodos de observación y experimentación que ha empleado la psicología positiva en pro del
bienestar del día a día han desencadenado innumerables estrategias de intervención, como visualización,
auto reforzamiento, técnicas narrativas sobre sucesos positivos pasados con palabras positivas y palabras
insight, técnicas de relajación, y las intervenciones cuya finalidad es aprender a otorgar perdón como un
medio de sanación de heridas, confort espiritual y compasión existencial, etc. todas las estrategias de
intervención tienen el fin último de alcanzar un alto grado de bienestar y felicidad.
Hasta ahora, ha quedado evidenciada la principal diferencia entre la psicología tradicional y la
psicología positiva, y es que ya no solo es importante estudiar la enfermedad mental, o aquel modelo médico
que buscaba la interpretación diagnóstica y tratamiento para curar al paciente de dolencia alguna, sino
también, comprender a través de la investigación científica, los procesos que subyacen a las cualidades y
emociones positivas del ser humano, donde no solo se encuentre en la ausencia de malestar, sino que libera
sus potencialidades en el camino hacia un estado de bienestar. Así también, no podemos ignorar que ambas
tienen una preocupación genuina hacia el ser humano al que tratan y ambas pretenden ser alternativas reales
a la condición del hombre.
Los estudios sobre el bienestar se han organizado en dos grandes tradiciones según Ryan, R. y Deci,
E. (2001): una relacionada fundamentalmente con la felicidad (bienestar hedónico) y otra ligada al
desarrollo del potencial humano (bienestar eudaimónico). Por extensión de esta clasificación, Keyes, C.
Ryff, C. y Shmotkin, D. (2002) han identificado el bienestar subjetivo como principal representante de la
tradición hedónica y el bienestar psicológico de la tradición eudaimónica. El estudio del bienestar subjetivo
se interesa por cómo y por qué las personas experimentan su vida de forma positiva, incluyendo tanto juicios
cognitivos como reacciones afectivas de acuerdo a Diener, E. (1994), se inscribe, por tanto, dentro de una
dimensión cognitivo-emocional que ha tenido diferentes denominaciones: felicidad, satisfacción con la
vida, afectos positivos o negativos. Habitualmente se ha caracterizado en términos de satisfacción con la
vida según Cabañero, M. (2004); Diener, E. (1994) y Veenhoven, R. (1994) o en términos de felicidad:
balance global de los afectos positivos y negativos que han marcado nuestra vida, tal y como lo concibió
Argyle. M. (1992). Estas dos denominaciones corresponden con diferentes marcos temporales: la
satisfacción es un juicio. La satisfacción vital refleja el grado en que la persona evalúa la calidad global de
su vida en conjunto de forma positiva de acuerdo con Veenhoven, R. (1994), una medida a largo plazo de
la vida de una persona. Por su parte, la felicidad es un balance de afectos positivos y negativos que provoca
una experiencia inmediata.
Conclusión.
La psicología positiva ha estudiado formal y empíricamente todo aquello que lleva al hombre a un
enriquecimiento vivencial creando modelos sobre bienestar humano tal como el modelo multidimensional
de bienestar psicológico de Ryff conocido como Modelo Integrado de Desarrollo Personal, compuesto por
seis dimensiones orientadas a enfatizar el bienestar en el proceso y consecución de aquellos valores que nos
hacen sentir vivos, genuinos, y que nos hacen crecer como personas; o por ejemplo, el Modelo de las tres
vías de Seligman, cuyo modelo descriptivo propone tres vías para aumentar la felicidad: la vida placentera,
la vida con compromiso y la vida con significado, y así se podría seguir enunciando los modelos de Jahoda,
de Edward Deci y Richard Ryan, de Corey Keyes, etc.
Conociendo los modelos, nos damos cuenta que todos comparten una filosofía de vivir y se alinean
hacia la búsqueda de bienestar y enriquecimiento vivencial, poniendo por encima de toda la calidad de vida
del hombre. Con esto se puntualiza que todo hombre puede ser feliz, y que la felicidad deriva de los recursos
de la misma persona, recursos que pueden o no tener, pero que sin duda se pueden adquirir, potencializar,
y reforzar en aras de una vida plena.
Por otra parte, es importante la creación de instrumentos válidos y confiables de evaluación que se
centren en las fortalezas de las personas orientadas a la prevención y tratamiento, pero sobre todo al
desarrollo de potencialidades individuales; ya que la evaluación tradicional y modelos que han emanado de
ésta, han hecho énfasis en la enfermedad y las debilidades del hombre como bien lo hace notar Vega, M.
(2012)., es por esto que se requiere evaluar los recursos y emociones positivas para el desarrollo de modelos
funcionales, dinámicos y saludables, y aquí rescato a Martin Seligman y Christopher Peterson quienes en
su momento diseñaron El Inventario de Fortalezas basándose en una clasificación de los recursos positivos
del individuo, que mide el grado en que un individuo posee tanto fortalezas como virtudes, agrupadas en
sabiduría y conocimiento, coraje, humanidad, justicia, moderación y trascendencia; y que tienen una
relacionan de forma consistente con la satisfacción con la vida con cualidades como gratitud, optimismo,
entusiasmo, curiosidad y capacidad de amar y de ser amado.
Con relación a la satisfacción con la vida, hay que señalar que las escalas utilizadas para medirla
presuponen que la persona que puntúa alto tiene una vida satisfactoria y se encuentra autorealizada. Pero
conviene tener en cuenta que estas expresiones de vida satisfactoria y realizada, habituales en el ámbito
occidental, pueden sonar extrañas en otras culturas, como la oriental, e incluso pueden ser calificadas como
egoístas o inmaduras. En este caso, dichas medidas serían de poco valor en culturas menos individualistas
que destacan valores centrados en la modestia o la perspectiva del otro.
El bienestar ha recibido escasa atención en la investigación psicológica clásica, al menos en
comparación con la atención prestada a los asuntos relacionados con la psicopatología según Christopher,
J. (1996). Un dato revelador es que apenas sí hay revistas sobre el bienestar, mientras que las hay en
abundancia sobre los trastornos psicopatológicos. Los expertos han estudiado minuciosamente los aspectos
que hacen referencia al malestar y a los desórdenes de conducta, pero no han invertido el mismo tiempo y
energías en desentrañar las interioridades del bienestar. La consecuencia es que tenemos mucho menos
clara la comprensión del bienestar psicológico que la que tenemos sobre los aspectos problemáticos de la
conducta humana. Sin embargo, el bienestar juega un papel fundamental en el desarrollo de la personalidad.
Todas las sociedades presentan una serie de características y cualidades entendidas como deseables y
alcanzables por cada uno de sus miembros. Concretamente, en la sociedad occidental, estas cualidades
funcionan a modo de normas que definen el bienestar psicológico. Siguiendo este orden de ideas, todos sus
miembros pueden disfrutar de una especie de orientación global que les permite tejer su saber estar en el
mundo.
La habilidad del individuo para elegir y crear entornos propicios para satisfacer sus propias
necesidades y desarrollarse óptimamente es otra de los indicadores centrales de la salud mental según Ryff,
C, (1989a, 1989b) y del funcionamiento positivo de acuerdo a Díaz, D. (2006). En efecto, las personas con
un alto dominio del entorno experimentan una mayor motivación personal y una mayor percepción de
autodeterminación, lo que les lleva a sentirse capaces de influir y producir cambios en el contexto que les
rodea. Estas personas experimentan una sensación de control y de competencia en el manejo del entorno.
Asimismo, estas personas son capaces de utilizar en gran medida las oportunidades o alternativas que les
ofrece su ambiente. Concluyentemente, tienen capacidad para preferir o establecer contextos adecuados
para la satisfacción de las necesidades y valores propios. Por el contrario, las personas con bajo dominio
del entorno tienen dificultades para manejar los sucesos diarios, se experimentan inhábiles de cambiar o
mejorar el medio, desperdician las oportunidades que éste suministra y muestran carencia de percepción de
control con relación al mundo del que forman parte. Para un óptimo funcionamiento positivo es puntual
que el individuo establezca sus propias metas, propósitos y objetivos a lograr en su vida, todo lo cual
concederá a ésta de sentido (Díaz et al., 2006).
Cierto es que las condiciones actuales posiblemente no nos brinden el mejor de los escenarios, sin
embargo, con la psicología positiva sabemos que podemos tener alternativas para generar estados de
bienestar internos que nos lleven a una vida apartada de la desesperanza, marasmo, violencia, etc; y nos
ubique en un espacio donde la salud mental y nuestra felicidad sean consecuencia de estados de bienestar
emanados de nosotros mismos.

Referencias.
Argyle, M. (1992). La psicología de la felicidad. Madrid: Alianza.
Argyle, M. (1997). Is happiness a cause of health? Psychological Health, 12, 769-781.
Baltes, P. B., y Baltes, M. M. (1990). Psychological perspectives on successful aging: the model of selective
optimization with compensation. En P. B. Baltes y M. M. Baltes (Eds.), Successful aging: perspectives
from the behavioural sciences (pp. 1-34). Cambridge, UK: Cambridge University Press.
Briceño-León, R. (2000). Bienestar, salud pública y cambio social. En R. Briceño León, M. De Souza, &
C. Coimbra, Salud y equidad: una mirada desde las ciencias sociales (págs. 15-24). Río de Janeiro:
Editora Fiocruz.
Cabañero, M. J., Richard, M., Cabrero, J., Orts, M. I., Reig, A., y Tosal, B. (2004). Fiabilidad y validez de
una escala de satisfacción con la vida de Diener en una muestra de mujeres embarazadas y puérperas.
Psicothema, 16, 448-455.
Christopher, J. C. (1996). Counseling´s inescapable moral visions. Journal of Counseling & Development,
75, 17-25.
Cronin de Chavez, A., Backett-Milburn, K., & Platt, S. (2005). Understanding and researching wellbeing:
Its usage in different disciplines and potential for health research and health promotion. Journal of
Occupational Health Psychology, 20(1), 62–71.
Díaz, D., Rodríguez-Carvajal, R., Blanco, A., Moreno-Jiménez, B., Gallardo, I., Valle, C., y van
Dierendock, D. (2006). Adaptación española de las escalas de bienestar psicológico de Ryff.
Psicothema, 18, 572-577.
Diener, E. (1994). El bienestar subjetivo. Intervención Psicosocial, 3, 67-113.
Diener, E. Emmons, R. Larsen, R. y Griffin, S. (1985). The satisfaction with life scale. Journal of personality
assessment. p. 49.
Foucault, M. (1961). Historia de la locura en la época clásica, tomo I. México; FCE
Frankl, V. (1991). El hombre en busca de sentido. Barcelona; Herder.
Gavidia, A., Talavera, M. (2012). La construcción del concepto de salud. Didáctica de las Ciencias
Experimentales y Sociales (26), 161-175.
Gómez, M., y Sabeh, E. N. (2000). Calidad de vida. Evolución del concepto y su influencia en la
investigación y la práctica. Integra, 9(3), 5-13.
Gosta Esping-Andersen (1993). Los tres mundos del Estado de Bienestar, Valencia, Ediciones Alfons El
Magnanim.
Keyes, C. (1998). Social Well-being. Social psychology quarterli, review, 61, p. 121-140
Keyes, C., Ryff, C. D., y Shmotkin, D. (2002). Optimizing well-being: the empirical encounter of two
traditions. Journal of Personality and Social Psychology, 82, 1007-1022.
Office for national statistics (2015) El dinero sí da la felicidad, según un estudio oficial británico
Recuperado de https://elpais.com/economia/2015/09/05/actualidad/1441461835_564364.html
Organización Mundial de la Salud (2004). Invertir en Salud Mental. Ginebra, Suiza: OMS.
Organización Mundial de la Salud (2014). Salud Mental y Desarrollo: Poniendo el objetivo en las personas
con problemas de salud mental como un grupo vulnerable. Ginebra, Suiza: OMS.
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2018). Informe Sobre Desarrollo Humano Sostener
el Progreso Humano: Reducir vulnerabilidades y construir resiliencia. Nueva York, Estados Unidos:
PNUD
Romo F, Patiño L. (2014). Ciclo vital y salud mental. Salud mental y medicina psicológica. México: Mc
Graw Hill UNAM; p. 68 -80.
Ryan, R. M., y Deci, E. L. (2001). On happiness and human potentials: A review of research on hedonic
and eudaimonic well-being. Annual Review of Psychology, 52, 141-166.
Ryff, C. D. (1989a). Beyond Ponce de Leon and life satisfaction: new directions in quest of successful
aging. International Journal of Behavioral Development, 12, 35-55.
Ryff, C. D. (1989b). Happiness is everything, or is it? Explorations on the meaning of psychological
wellbeing. Journal of Personality and Social Psychology, 57, 1069-1081.
Schalock, R. L. y Verdugo, M. A. (2003). Aplicación a nivel individual del concepto de calidad de vida.
En R. L. Schalock y M. A. Verdugo, Calidad de vida. Manual para profesionales de la educación, salud
y servicios sociales (pp. 309-330). Madrid: Alianza.
Seligman, M. (1991). Aprenda optimismo. España; Amazon
Tomás, J. M., Meléndez, J. C., y Navarro, E. (2008). Modelos factoriales confirmatorios de las escalas de
Ryff en una muestra de personas mayores. Psicothema, 20(2), 304-310.
Veenhoven, R. (1994). El estudio de la satisfacción con la vida. Intervención Psicosocial, 3, 87-116.
Vega, M. (2012). Sentido de comunidad y bienestar en usuarios de asociaciones sociales de salud. Global
Journal of Comunity Psychology Practice.
Walker, A. (2004). Calidad de vida de las personas mayores. Análisis comparativo europeo. Revista
Española de Geriatría y Gerontología, 39(3), 8-17.

También podría gustarte