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Atentamente:
Pbro. Eliseo Hernández Morales
Coordinador Diocesano y equipo codipal
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COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA
Todos celebramos
Los cristianos somos invitados no sólo a “oír misa” o “asistir” a algo que hacen otros,
sino a “celebrar” la Eucaristía.
El Misal, en su Introducción general, nos dice: “En la Misa o Cena del Señor el
pueblo de Dios es reunido, bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de
Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico” (IGMR 27: la
numeración es la de la reciente 3* edición). Toda la comunidad celebra y participa.
Pero dentro de ella hay ministros o servidores que le ayudan a celebrar. Son los que
dirigen el canto, proclaman las lecturas y, sobre todo, presiden la celebración en
nombre de Cristo:
• no todos hacen todo (no todos leen, ni cantan los solos, ni predican, ni
bendicen), pero sí todos celebran y participan y acogen;
• uno lee la lectura, pero todos participan escuchándola y acogiéndola;
• uno canta como solista, y todos le responden en el momento oportuno;
• el presidente, ayudado si conviene por otros ministros, distribuye la comunión,
pero lo más importante es que todos son invitados a participar en ella.
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Consecuencias
Venimos a misa para celebrar algo en común: esa debe ser nuestra actitud, y no la
de encerrarnos en nosotros mismos: somos Pueblo de Dios, somos el Cuerpo de
Cristo, somos una comunidad;
• porque todos formamos esta Iglesia en pequeño, los demás tienen en algún
sentido derecho a nuestra presencia, así les ayudamos a celebrar mejor y a
animarse en su fe;
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La doble mesa
Los cristianos, en cada Eucaristía, somos invitados a una doble mesa: la mesa de
la Palabra y la mesa del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Ante todo, Cristo Jesús se nos da en alimento en las lecturas. Ya “comemos” y
“comulgamos” a Cristo como Palabra. O sea, le escuchamos, le admitimos dentro
de nosotros, asimilamos su Palabra, para llevarla a la práctica, aceptando su
mentalidad y su estilo de vida. No sólo cuando es fácil, sino también cuando nos
parece exigente.
b) Y así, preparados por él mismo, nos disponemos a recibirle como Pan y Vino
en la comunión eucarística.
Cristo-Palabra y Cristo-Pan. Un doble y progresivo encuentro con el mismo Cristo.
Como los discípulos de Emaús, que le reconocieron en la fracción del Pan. Pero
luego decían: ¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?
Uno de los aspectos en que más ha mejorado nuestra misa, tras la reforma del
Vaticano II, es la importancia mayor que le damos a la proclamación y escucha de
la Palabra de Dios, ahora ya en nuestra lengua.
El nuevo Leccionario, que apareció en 1969, con su ciclo trienal de lecturas para los
domingos y bienal para las ferias, además del propio de los santos y otros, es una
de las mejores riquezas del postconcilio y se ha convertido en la mejor escuela de
formación permanente que tenemos los cristianos. ¿Podemos pensar un mejor
maestro que nos vaya orientando en la vida que la Palabra del mismo Dios?
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• en la homilía el sacerdote que preside explica y aplica a nuestra vida lo que han
dicho las lecturas bíblicas;
• la comunidad recita el Credo, la profesión eclesial de fe, como respuesta a la
Palabra;
• y eleva a Dios la Oración Universal, intercediendo por las intenciones más
urgentes de la Iglesia y la humanidad, sobre todo de los que sufren.
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de algo que no sabemos, sino para oír en ellas la voz viva de Dios que hoy y aquí
nos dirige su Palabra a nosotros, para iluminarnos y fortalecernos para nuestro
camino de cada día. Y pide de nosotros que le demos una respuesta existencial en
nuestra vida.
Jesús dijo que la Palabra es como una semilla que cae en el campo. No tendríamos
que conformarnos con que en nuestro campo produzca un 30% de fruto, sino el
100%. Ojalá, como los discípulos de Emaús en Lucas 24, podamos decir también
nosotros, después de cada celebración, que “ardía nuestro corazón mientras nos
explicaba las Escrituras”.
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4 DAMOS GRACIAS
La Plegaria Eucarística
La Plegaria Eucarística (antes llamada “canon”, es la oración central de la misa. La
proclama, en nombre de toda la comunidad y de Cristo, el sacerdote que preside la
celebración.
Tiene cuatro partes fundamentales:
• la acción de gracias a Dios Padre por cómo ha llevado y sigue llevando su
Historia de Salvación,
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Celebramos el memorial
El memorial no es un mero recuerdo del pasado. Siempre supone una mirada al
futuro. Y, sobre todo, la convicción de que lo pasado se actualiza hoy, y que el futuro
ya se anticipa de alguna manera. El “hoy” está cargado del “ayer” y del “mañana”.
Cuando celebramos un cumpleaños o las bodas de oro o plata de un
acontecimiento:
• celebramos que hace tantos años nacimos o nos casamos o nos ordenamos
(ayer),
• pero lo celebramos como algo que continúa, porque nos alegramos de seguir
viviendo, o de estar casados o de ser religiosos (hoy),
• y nos deseamos que en el futuro todo ello todavía sea más feliz y completo
(mañana).
Para los judíos, el memorial que celebran cada año en la Pascua:
• Es el recuerdo agradecido de su liberación de Egipto,
• pero consideran que Dios les sigue ayudando con la misma voluntad salvadora
que en el éxodo, y renuevan la alianza con él,
• y siempre terminan su celebración pensando en “el año que viene”, en que
esperan una salvación más plena.
Los cristianos celebramos el memorial del sacrificio de Cristo:
• en cada Eucaristía celebramos el memorial de su muerte salvadora (el pasado),
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La celebración está orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio
de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. Es
el momento en que debemos expresar nuestro más profundo respeto y
agradecimiento al que ha querido ser nuestro alimento para el camino.
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• y compartimos también -si comulgamos bajo las dos especies- el mismo cáliz,
la misma Sangre de Cristo.
Un diálogo expresivo Cuando vamos a comulgar:
. el ministro nos muestra el Cuerpo (y la Sangre) del Señor,
. dice en voz alta: “El Cuerpo de Cristo” (“La Sangre de Cristo”),
. nosotros contestamos claramente Amén, expresando nuestra fe en la promesa de
Cristo,
. y entonces comulgamos.
La comunión recibiéndola en la boca, se ha hecho desde el año 1000, más o menos.
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7 SOMOS ENVIADOS
Si al principio de la misa nos sentíamos convocados, al final deberíamos
considerarnos enviados.
Venimos de nuestras ocupaciones, de nuestras casas, a la reunión dominical de la
comunidad cristiana. Al final salimos de esta reunión y volvemos a nuestra historia
y a nuestra vida.
Esta celebración -estos tres cuartos de hora- no es algo aislado, sin relación con lo
anterior y con lo siguiente. Entramos a la Eucaristía “cargados con nuestra vida” y
salimos de ella con el encargo de “dar testimonio en la vida” de lo que acabamos de
escuchar y celebrar.
En medio, seguramente no habrá pasado nada extraordinario ni espectacular. No
saldremos llorando de emoción o aplaudiendo de entusiasmo. Pero sí es de esperar
que salgamos más ilumina- dos por la Palabra de Dios y más animados por su
Eucaristía para vivir cada vez más según el estilo de vida cristiana que nos enseñó
Jesús.
¿Podéis ir en paz?
Se puede decir que con la Eucaristía ya hemos hecho lo más fácil: reunirnos con
otros cristianos, escuchar lo que Dios nos quería decir, rezar y cantar juntos, dar
gracias a Dios y ofrecerle una y otra vez el sacrificio de Cristo en la Cruz, y participar
de él comulgando con su Cuerpo y su Sangre.
Al final oímos con gusto el “pueden ir en paz”. A lo que contestamos “demos gracias
a Dios”, no ciertamente en el sentido de que “finalmente ha terminado esto”, sino
porque nos sentimos agradecidos a Dios de que nos haya dado, en el ámbito de su
Iglesia, este admirable sacramento.
Pero con la misa no termina todo. Continúa el domingo. Continúa la vida. Y este
“pueden ir en paz” lo deberíamos interpretar, no ciertamente como “aquí no ha
pasado nada”, sino como un envío a la vida, para prolongar la Eucaristía.
De la vida venimos a la misa y de la misa volvemos a la vida.
Ahora queda lo difícil: en nuestra familia, en el mundo del trabajo, en la sociedad,
en las actividades del barrio: ¿pensamos ser consecuentes con lo que hemos
escuchado y dicho y celebrado?
Toda la celebración ilumina nuestra vida:
• la Palabra que hemos escuchado debe producir frutos e ir cambiando nuestra
manera de vivir;
• hemos cantado el Aleluya: la vida de un cristiano debería ser más “aleluyática”;
• la alabanza y la acción de gracias que hemos elevado a Dios Padre debe
continuar en nuestro talante optimista y positivo, más esperanzado;
• en la Oración Universal hemos pedido por las intenciones del mundo, y ahora
nos toca trabajar para que sea verdad esa paz y bienestar que pedíamos;
• nos hemos dado la paz antes de ir a comulgar: la Eucaristía debe hacer crecer
la fraternidad en toda nuestra vida;
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• hemos comido a un Cristo entregado por nosotros: para que vayamos siendo
también nosotros “entregados por los demás”;
• al mismo Jesús a quien hemos recibido en la comunión es al que tenemos que
ver presente en la persona del prójimo, sobre todo del que pasa hambre y
necesita de nosotros.
La Eucaristía no nos deja tranquilos. El “pueden ir en paz” no es un tranquilizante.
Quiere decir más bien “son enviados”. No podemos salir de misa igual que como
hemos entrado. No hemos ido a misa sólo porque era precepto, o para satisfacer
una necesidad religiosa. Sino para ir creciendo en la vida que Cristo nos comunica.
Lo que hemos celebrado nos debe dar fuerzas para dar luego testimonio de nuestra
fe cristiana en la vida, en nuestro trabajo, en nuestra familia y sociedad.
Unos textos intencionados
El Misal, en su introducción, describe así la parte final de la misa: “despedida del
pueblo por parte del diácono o del sacerdote, para que cada uno regrese a sus
honestos quehaceres, alabando y ben- diciendo a Dios” (Misal, IGMR 90).
En la oración poscomunión muchas veces el sacerdote le pide a Dios, de parte de
toda la comunidad, que haya sintonía entre lo que hemos celebrado y lo que vamos
a vivir en nuestra historia de cada día:
Oh Dios, Padre de todos los hombres,
que nos haces participar
de un mismo pan y un mismo Espíritu
como anticipación del convite eterno.
Te pedimos
que quienes formamos la multitud de tus hijos,
manteniéndonos en la unidad de la fe,
edifiquemos unánimes el reino de la justicia y de la paz.
La despedida clásica (el “ite, missa est” latino) es: “Pueden ir en paz. Demos gracias
a Dios”. Pero el sacerdote o el diácono pueden utilizar otras que ofrece el Misal y
que conectan la Eucaristía que acabamos de celebrar con la vida a la que volvemos:
La alegría del Señor sea nuestra fuerza. Pueden ir en paz.
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Bibliografía:
Aldazábal, J., La Eucaristía. Siete catequesis: (Colección “celebrar” n. 67), CPL,
Barcelona 2004.
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HORA SANTA
POR LA CALZADA DE LA VIDA
AMIGOS DE JESÚS
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vacío, y que las mujeres habían recibido el anuncio de mi resurrección por medio
de unos ángeles, pero no creen, están tristes y su fe titubea. Mientras conversaban
y discutían de todo lo vivido, Ya estando Yo a su lado sin que me reconocieran les
pregunto ¿qué sucede? ¿de qué hablan?. Mi presencia siempre inspira confianza,
pues apenas con dos frases provoque enseguida el diálogo que les brinda la
oportunidad de desahogarse. Narran lo sucedido y también dan testimonio de lo que
escucharon de las mujeres, de Pedro y Juan, pero para ellos, eso solo suena como
rumores. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado con
pasión les parece ahora un caminante extraño. Yo, comprendo su dolor, penetro su
corazón, y les comunico algo de la vida que habita en Mí, y poco a poco les llega mi
paz.
(Silencio contemplativo)
Canto: Por la calzada de Emaús
Todos
Mi Jesús cuanta paciencia nos tienes, cuanto amor nos arropa para protegernos de
los malos ratos que pasamos y te haces uno con nosotros. Pero que tristeza,
pocas…muy pocas veces sentimos tu compañía. Ahora entiendo lo que significa
saber ver más allá de nuestros fracasos, no sabemos reconocer tu presencia en
cada acontecimiento, siempre esperamos mejores tiempos sin una fe recia, sin
esperanza y mucho menos, nos ponemos a trabajar para hacer realidad lo que
anhelamos. Por eso en ese momento los discípulos de Emaús no eran capaces de
mirar lejos; más allá de su tristeza.
Lector
Para reconocerme tienen que pasar por un proceso; volver a escuchar a su Maestro,
por eso platico con ellos. Mis palabras, primero los sorprenden, pero poco a poco
los van transformando porque las escuchan con el corazón, ellos están ávidos de
una respuesta y no saben exactamente que les está sucediendo, pero se sienten
atraídos por mis palabras y llega el momento que necesitan de mi compañía, por
eso no me dejan marchar y me dicen: “Quédate con nosotros”. Y esto es lo más
grande que sucede porque cuando me acoges como compañero de camino, mis
palabras pueden despertar la esperanza perdida. Porque no se puede creer en Dios
cuando no te comunicas con El. No me puedes seguir a mi cuando no hay contacto
conmigo. Por eso seguí conversando con ellos, “sentían que ardía su corazón” y así
poco a poco iban descubriendo su ceguera. Se les abrirán los ojos cuando guiados
por mi Palabra hagan un recorrido interior. Si ustedes hablaran más de mí y
conmigo, su fe se avivaría constantemente.
Todos
Jesús amado, sí, amado porque a través de nuestros encuentros te he ido
conociendo y amando. Muy poco, pero deseo ardientemente enamorarme de ti. Aún
no nos acostumbramos a mirar lejos, a hacer planes a un futuro, elaborando
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proyectos, más bien vivimos al día nuestras responsabilidades sobre todo cuando
se refiere a lo espiritual. Los discípulos de Emaús, sintieron que ardía su corazón, y
se iluminan con tu presencia y compañía Jesús. Pero nosotros que estamos frente
a ti vivo y verdadero con tu cuerpo, con tu sangre y tu divinidad. ¿Dónde está nuestra
alegría? ¿Dónde está la alegría pascual de tus discípulos poco sonriente y sin ganas
de reconocer sus errores y limitaciones, tan ocupados en sus propios problemas y
difícil acceder? ¿Dónde está el gozo de los creyentes que practican una religión
triste y aburrida, sin descubrir con emoción lo que es caminar junto a ti y celebrar tu
amor?
Canto: Junto a Ti, al caer de la tarde
Lector
Qué bueno que me dices que me amas. Porque esa alegría no se da sin amor y
oración. Es respirar junto a mi resucitado, no es optimismo ingenuo y carencia de
problemas. Esta alegría se da cuando me llevas en el fondo del alma en el diario
vivir. Porque de ahí brota mi paz, disipo tu temor, y unidas tu fuerza y la mía nos
hace aceptar serenamente tus limitaciones, porque tú y yo unidos vivimos ante la
presencia del Dios de la Vida. Es experimentar un comenzar de nuevo viviendo
nuestra propia resurrección, para que se dé un encuentro sincero y agradecido, que
en silencio me albergues en tu corazón. Entonces podrás decir que has vivido una
experiencia de encuentro conmigo y las iras desmenuzando en vivencias, actitudes
y acciones. Mi compañía transformara tu vida, no podremos vivir el uno sin el otro.
Y podrás decir como el Apóstol “No soy yo es Cristo quien vive en mí”.
Todos
Jesús ¿y qué hago con todas las trampas que le he puesto a mi corazón para no
abrirlo ni para ti de par en par? Solo lo abro un poco cuando me emociono y
enseguida lo vuelvo a cerrar. Vengo a contemplarte porque como te dije me estoy
enamorando, pero tengo miedo, más ahora que me dices todo lo hermoso que me
sucederá si te dejo entrar en mi alma, quiero hacerlo, pero ayúdame, siento que me
falta fuerza y coraje: Por banalidades he dejado todo y por ti no me atrevo. Ve mi
cobardía Jesús, ¡ayúdame! Quiero que mores en mí, pero quita todos los obstáculos
que yo he puesto. Sé que vivir como resucitado es empezar una nueva vida, sin
rencores, sacando de mi corazón todo lo que me impide ser libre para decirte aquí
estoy toma mi vida, quiero que mores en mi para vivir con esa paz que tu viviste
durante la tormenta, cuando los apóstoles creían sucumbir en la barca olvidando
que tu ibas ahí. ¡Jesús, quédate conmigo que en mi vida anochece! Ya no quiero
vivir con zozobra, quiero vivir en tu paz y en tu amor.
Lector
Pero recuerda hijo mío, que esta paz debes vivirla de frente al mundo, que muchas
veces se torrna triste, frio, maltrecho y sombrío y aceptar con amor y ternura infinita
todo lo que te toque hacer porque me tienes a tu lado, y soy Jesús resucitado que
he vencido a la muerte.
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Hoy la Iglesia tiene un reto muy grande: mostrarme a mí resucitado, alegre, jovial,
servicial, compañero de camino, que irradio Vida en abundancia en la Eucaristía y
soy fiel enamorado de todas mis creaturas. Yo soy el corazón de la Iglesia y quiero
que mi corazón lata al compás del de cada uno de mis hermanos, por eso necesito
una Iglesia amiga, cercana y accesible, que muestre mi alegría, la ternura y el amor
del Padre que nos espera en el Reino. Pero mi iglesia la forman todos los
bautizados, así que el reto también es para ti.
Canto: Misionero
Todos
Los discípulos escucharon tu Palabra y cuando tú partes el pan, a ellos se les
abrieron los ojos, por eso debemos reunirnos con nuestros hermanos en la iglesia,
escuchando tu Palabra y celebrando la Eucaristía y te descubramos a ti como
alguien que alimenta nuestras vidas, porque estamos llamados todos los cristianos
resucitados a ser servidores y constructores de esperanza, dejando que tú, Señor,
nos transformes para trascender. Y aunque veamos triste a nuestra Iglesia
recordemos que Jesús habita en su corazón y nunca se apagará. Como dice el
poeta, “revolví las cenizas y me quemé la mano”. Quitemos las cenizas y avivemos
el fuego del amor que tú, Jesús, nos tienes para convertir mi vida y la de todos mis
hermanos en el fuego ardiente de tu amor. Porque “la alegría del Evangelio llena los
corazones de los que se encuentran con el mensaje de Jesús” (Mons. Sigifredo
Noriega).
Canto: Pan Transformado
Silencio contemplativo
Himno:
Estate, Señor, conmigo
Llévame en tu compañía,
donde tú vayas, Jesús,
porque bien sé que eres tu
la vida del ama mía;
si tu vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
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ni si yo sin ti me quedo
ni si tú sin mí te vas.
(Durante este canto, puede ser oportuna una breve procesión con el
santísimo).
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