Está en la página 1de 36

COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

III SEMANA DE LA LITURGIA

En el contexto de la conmemoración de los 500 años de la


Evangelización y la primera misa en Tabasco, durante este año la
comisión Diocesana de liturgia, ha versado su tiempo en el equipo
litúrgico, en la formación y en el comprensión de la Eucaristía, en clave
bíblica, litúrgica y espiritual. En la misma línea, ofrecemos este material,
siete catequesis sobre la Eucaristía, elaboradas en un lenguaje sencillo,
que ayudan a la comunidad cristiana a comprender y a vivir la
Eucaristía.
Estas catequesis, pueden ser de utilidad, incluso para quienes se
preparan para recibir por primera vez la eucaristía. Se anexa a este
material, una hora santa, deseamos que pueda ser dirigida por el
sacerdote de tu comunidad parroquial.
«Todos debemos colaborar para celebrar cada vez más profundamente
la Eucaristía: no solo como rito, sino también como proceso existencial
que me afecta en lo más íntimo, más que cualquier otra cosa, y me
cambia, me transforma. Y, transformándome, también da inicio a la
transformación del mundo que el Señor desea y para la cual quiere que
seamos sus instrumentos» (Benedicto XVI, Discurso en el encuentro
con los párrocos y el clero de Roma, 26 de febrero de 2009).
Esperamos que estas catequesis se aprovechen en los equipos
liturgicos.

Atentamente:
Pbro. Eliseo Hernández Morales
Coordinador Diocesano y equipo codipal

1
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

1 LOS CRISTIANOS NOS REUNIMOS

Lo primero que hacemos los cristianos, al acudir a la Eucaristía, es reunirnos con


otros cristianos.
Sobre todo lo hacemos el día del domingo. Ya la primera comunidad cristiana
decidió tener en este día su reunión eucarística, porque en este día resucitó Jesús
de entre los muertos: “El primer día de la semana, estando todos reunidos... A los
ocho días, estando de nuevo todos reunidos...” (Jn 20); “el primer día de la semana,
estando nosotros reunidos para la fracción del pan...” (Hch 20). Desde entonces,
hace dos mil años, no hay domingo cristiano sin Eucaristía.
Nos reunimos. Eso es lo primero. ¿Y para qué? Para orar juntos. Para escuchar la
Palabra de Dios. Para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo. Para participar de su
Cuerpo y su Sangre en la comunión.
No acudimos a misa necesariamente por los lazos sociales comunes o los gustos
coincidentes: nos sentimos miembros de la Iglesia y convocados por Dios para
celebrar nuestra Pascua semanal en torno a Jesús Resucitado, escuchando su
Palabra y participando en su Eucaristía.

Todos celebramos
Los cristianos somos invitados no sólo a “oír misa” o “asistir” a algo que hacen otros,
sino a “celebrar” la Eucaristía.
El Misal, en su Introducción general, nos dice: “En la Misa o Cena del Señor el
pueblo de Dios es reunido, bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de
Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico” (IGMR 27: la
numeración es la de la reciente 3* edición). Toda la comunidad celebra y participa.
Pero dentro de ella hay ministros o servidores que le ayudan a celebrar. Son los que
dirigen el canto, proclaman las lecturas y, sobre todo, presiden la celebración en
nombre de Cristo:
• no todos hacen todo (no todos leen, ni cantan los solos, ni predican, ni
bendicen), pero sí todos celebran y participan y acogen;
• uno lee la lectura, pero todos participan escuchándola y acogiéndola;
• uno canta como solista, y todos le responden en el momento oportuno;
• el presidente, ayudado si conviene por otros ministros, distribuye la comunión,
pero lo más importante es que todos son invitados a participar en ella.

2
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

Cristo ya está realmente presente


La misa es “sinfónica”. Comunidad y ministros celebran lo mismo. Pero lo hacen
conscientes de la presencia de Cristo y de la animación invisible de su Espíritu.
Ya desde el comienzo de la celebración está Cristo Jesús presente en la comunidad:
“Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo”.
Por eso el que preside, cuando saluda a los presentes, dice: “El Señor (Jesús, el
Resucitado) esté con vosotros”. El Misal lo comenta diciendo que así “manifiesta a
la asamblea reunida la presencia del Señor” (IGMR 50).

Todos pecadores y débiles... pero todos cristianos


Los que nos reunimos para la Eucaristía somos pecadores. La Eucaristía no es sólo
para los santos: es la fuerza y la medicina que Jesús pensó darnos para nuestro
camino: él mismo se ha hecho nuestro alimento, en la Palabra y en el Pan y el Vino.
Precisamente porque somos débiles y pecadores, normalmente la misa empieza
con un acto penitencial: “Yo confieso...”, O bien: “Tú que estás sentado a la derecha
del Padre para interceder por nosotros, Señor, ten piedad”.
Pero si lo de ser débiles nos une, hay algo más que nos identifica a todos los que
vamos a misa: somos cristianos, estamos bautizados.
Por eso los domingos -sobre todo los domingos de Pascua- podemos dar inicio a
nuestra celebración con la aspersión, recordando el sacramento del Bautismo por
el que fuimos incorporados a Cristo y a su Iglesia.
A la entrada de la iglesia suele haber una “pila de agua bendita” en la que mojamos
nuestra mano y nos santiguamos: así entramos a misa recordando que somos
bautizados. Aunque seamos pecadores, estamos en nuestra casa.

Uno preside en nombre de Cristo


A esta comunidad reunida de cristianos hay una persona -el presidente- que le hace
este servicio ministerial: representa a Cristo.
Ya en el año 150, cuando san Justino, un laico, profesor de filosofía, describe la
misa de los cristianos, habla del sacerdote (o del obispo) llamándole “el que preside,
el presidente”, o sea, el que “se sienta delante”, y dice que es él quien predica y
quien proclama la plegaria central de la misa.
El presidente verdadero —y el Maestro y el Alimento y el Guía— de la comunidad
cristiana es Cristo Jesús. Pero él mismo ha querido, por el sacramento del orden,
dar a algunos cristianos la gracia y el ministerio de quedar configurados a él como
3
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

Cabeza y Pastor de la comunidad, y por eso pueden recibir el encargo de presidir


la Eucaristía en su nombre. Por eso se sientan delante. Por eso predican. Por eso
toman la palabra en la Plegaria Eucarística y pueden decir “esto es mi Cuerpo”. Por
eso bendicen.
Y la comunidad desea que este presidente esté lleno de Cristo. A su saludo (“El
Señor esté con ustedes”), responde con intención “y con tu espíritu”, o sea, le desea
que en lo más profundo de su ser esté como habitado por Cristo Jesús, en cuyo
nombre va a presidir la celebración.

La estructura del rito de entrada


1. El sacerdote, con sus ayudantes, entra en procesión. La comunidad les acoge
con un canto de entrada.
2. El sacerdote, después de besar el altar e ir a su sede, saluda a la comunidad,
y le puede dirigir unas palabras introductorias.
3. Todos juntos recitan el acto penitencial, pidiendo a Dios su ayuda y su perdón.
4. Si no se hizo en el acto penitencial, decimos la aclamación “Señor ten piedad”.
5. En días solemnes se dice o se canta el himno “Gloria a Dios en el cielo”.
6. Y finalmente, el sacerdote, después de dejar unos momentos de silencio, dice
en nombre de todos la breve oración que da el sentido a la Eucaristía del día.
La finalidad de estos elementos es, según el Misal (IGMR 46-47):
a) crear en los presentes la conciencia de que somos una comunidad celebrante,
b) prepararnos a las dos cosas principales que vamos a hacer: escuchar la
Palabra y celebrar la Eucaristía,
c) dar el tono y el clima justo a la fiesta o tiempo litúrgico que celebramos.

Consecuencias
Venimos a misa para celebrar algo en común: esa debe ser nuestra actitud, y no la
de encerrarnos en nosotros mismos: somos Pueblo de Dios, somos el Cuerpo de
Cristo, somos una comunidad;
• porque todos formamos esta Iglesia en pequeño, los demás tienen en algún
sentido derecho a nuestra presencia, así les ayudamos a celebrar mejor y a
animarse en su fe;

4
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• debemos ser puntuales: por respeto a la comunidad y a lo que vamos a


celebrar; en los primeros minutos (el canto, el saludo, etc), incluido el ensayo
de los cantos, se prepara y se da sentido a toda la celebración;
• no deberíamos quedar dispersos por los bancos de la iglesia, sino agruparnos
razonablemente delante, para crear un clima más expresivo de comunidad
celebrante;
• debemos adoptar una postura interior y exterior de activa participación: en la
escucha atenta, en la oración y el canto, etc; porque es toda la comunidad la
que celebra;
• participamos en la Eucaristía dominical con gozo: no sólo porque es un
precepto (las cosas no son importantes porque están mandadas, sino que están
mandadas porque son importantes), sino porque necesitamos la Eucaristía
para seguir viviendo nuestra fe y creciendo en nuestra conciencia de que
pertenecemos a una comunidad cristiana: la Iglesia.

5
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

2 ESCUCHAMOS LA PALABRA DE DIOS

Después de reunirnos y constituir la comunidad, escuchamos las lecturas bíblicas,


la Palabra de Dios.
Escuchar es algo más que oír. Es atender, ir asimilando y haciendo propio lo que
se nos dice. Es algo activo, no pasivo.
En nuestras relaciones con los demás también es importante el saber escuchar.
Nos cuesta escuchar a los demás. Más bien, en lo que ellos dicen, nos escuchamos
a nosotros mismos. Ellos nos están contando “sus” cosas, y nosotros, a la primera
ocasión, les interrumpimos y hablamos de las “nuestras”.
Escuchar es abrirse al otro, admitirle en nuestra existencia. Por eso nos enriquece
tanto, nos llena de la experiencia y del pensamiento del otro, y nos acerca a él.
En la primera parte de la misa, escuchamos a Dios. Nos abrimos al Dios que nos
dirige su Palabra. A través de las páginas de Isaías o de Pablo, él nos habla hoy y
aquí a nosotros, nos comunica su proyecto de salvación y su cercanía, y nos invita
a la comunión de vida con él. Nuestro Dios no es un Dios mudo y lejano. Nos habla.
Nos está presente. Nos dirige su Palabra.
Nuestra primera actitud, como cristianos, es la escucha atenta. “Celebramos” la
Palabra, para asimilarla y luego llevarla a la práctica en la vida de cada día. Nos
miramos al espejo de la Palabra para ir conformando nuestra mentalidad a la de
Dios. Unas veces nos consuela y nos anima. Otras, juzga y desautoriza nuestro
estilo de vida y nos invita a la conversión. Siempre nos ilumina, nos estimula, nos
alimenta.

Cristo Jesús ES la Palabra


La Palabra que nos dirige Dios es una Persona, y se llama Cristo Jesús.
Cristo no sólo se nos dará en el Pan y el Vino. Ya está realmente presente en la
Palabra que se nos proclama y que escuchamos.
Cristo no fue un maestro que dijo palabras, o que mandó que escribieran palabras.
Él ES la Palabra que Dios nos dirige, la Palabra hecha Persona viviente. “La
Palabra, que era Dios, se hizo hombre”.
No se trata sólo de que las lecturas hablan de él. Aunque ahora no se le ve, ni se le
oye directamente, pero a través de los lectores es él mismo, Cristo Jesús, el
Resucitado, el que se nos comunica como la Palabra viviente de Dios. También a
nosotros nos dice Dios: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”.
“En las lecturas Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la
redención y salvación y le ofrece alimento espiritual.

6
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

Y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de los


fieles” (Misal, IGMR 55).

La doble mesa
Los cristianos, en cada Eucaristía, somos invitados a una doble mesa: la mesa de
la Palabra y la mesa del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Ante todo, Cristo Jesús se nos da en alimento en las lecturas. Ya “comemos” y
“comulgamos” a Cristo como Palabra. O sea, le escuchamos, le admitimos dentro
de nosotros, asimilamos su Palabra, para llevarla a la práctica, aceptando su
mentalidad y su estilo de vida. No sólo cuando es fácil, sino también cuando nos
parece exigente.
b) Y así, preparados por él mismo, nos disponemos a recibirle como Pan y Vino
en la comunión eucarística.
Cristo-Palabra y Cristo-Pan. Un doble y progresivo encuentro con el mismo Cristo.
Como los discípulos de Emaús, que le reconocieron en la fracción del Pan. Pero
luego decían: ¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?
Uno de los aspectos en que más ha mejorado nuestra misa, tras la reforma del
Vaticano II, es la importancia mayor que le damos a la proclamación y escucha de
la Palabra de Dios, ahora ya en nuestra lengua.
El nuevo Leccionario, que apareció en 1969, con su ciclo trienal de lecturas para los
domingos y bienal para las ferias, además del propio de los santos y otros, es una
de las mejores riquezas del postconcilio y se ha convertido en la mejor escuela de
formación permanente que tenemos los cristianos. ¿Podemos pensar un mejor
maestro que nos vaya orientando en la vida que la Palabra del mismo Dios?

La estructura de la Liturgia de la Palabra


• La 1a. lectura es normalmente del Antiguo Testamento: la historia del pueblo de
Israel nos prepara para comprender la plenitud de Cristo;
• le sigue el salmo, que nos ayuda a meditar en lo que ha dicho la 1a lectura; se
llama “salmo responsorial”, porque la comunidad va respondiendo a las estrofas
del cantor;
• la 2a lectura es de los Hechos o de las Cartas que los Apóstoles escribieron a
sus comunidades cristianas, invitándoles a vivir según Cristo;
• y, precedida por la aclamación del Aleluya, se proclama la tercera lectura, el
evangelio, la Palabra más importante, la de Cristo, que escuchamos de pie y
que acompañamos con aclamaciones;

7
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• en la homilía el sacerdote que preside explica y aplica a nuestra vida lo que han
dicho las lecturas bíblicas;
• la comunidad recita el Credo, la profesión eclesial de fe, como respuesta a la
Palabra;
• y eleva a Dios la Oración Universal, intercediendo por las intenciones más
urgentes de la Iglesia y la humanidad, sobre todo de los que sufren.

Signos de respeto a la Palabra


Cuando apreciamos algo o a alguien, se nota en los signos exteriores de nuestro
trato. Si nos damos cuenta de la importancia de la Palabra de Dios que se nos
proclama, tendría que notarse claramente por los signos de respeto y aprecio:
• la dignidad del libro, del Leccionario: que luego puede quedar abierto en el
ambón, en la página que se ha leído; no se leen las lecturas de una “hoja
parroquial” o de un misalito, sino del Leccionario;
• el ambón desde el que se proclaman las lecturas bíblicas, adornado, noble,
hacia el que se dirigen en la primera parte de la misa las miradas de todos; y
reservado normalmente a estas lecturas: desde el ambón nos habla Dios
(lecturas, salmo), mientras que nuestras oraciones, avisos, moniciones,
explicaciones, se hacen de otra parte, incluida la homilía, que tiene como lugar
más lógico la sede presidencial;
• la preparación de los lectores: la lectura de la Palabra es demasiado importante
como para improvisarla; tiene que prepararse cuidadosamente, para que llegue
a los presentes en las mejores condiciones posibles;
• esta Palabra que escuchamos en misa, tanto si es del Antiguo Testamento
como de los apóstoles del Nuevo o, sobre todo, el evangelio de Jesús, es la
más importante que escuchamos a lo largo del día o de la semana.

Nuestra actitud ante la Palabra


• Ante todo, la puntualidad a la misa, porque ya desde el principio tenemos que
poder escuchar bien lo que Dios nos dice; si no somos puntuales, perdemos
esta Palabra y, además, al llegar tarde, estorbamos a los demás;
• actitud de acogida y de obediencia, porque cuando Dios comunica su Palabra,
espera siempre una respuesta, siguiendo el consejo de Santiago: “poned por
obra la Palabra y no os contentéis con oírla”. Entonces es cuando en verdad
edificamos sobre roca el edificio de nuestra vida.
La Palabra es siempre un acontecimiento nuevo. Cada vez que se proclama en
nuestra celebración, nos habla Dios. No leemos las páginas bíblicas para enterarnos

8
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

de algo que no sabemos, sino para oír en ellas la voz viva de Dios que hoy y aquí
nos dirige su Palabra a nosotros, para iluminarnos y fortalecernos para nuestro
camino de cada día. Y pide de nosotros que le demos una respuesta existencial en
nuestra vida.
Jesús dijo que la Palabra es como una semilla que cae en el campo. No tendríamos
que conformarnos con que en nuestro campo produzca un 30% de fruto, sino el
100%. Ojalá, como los discípulos de Emaús en Lucas 24, podamos decir también
nosotros, después de cada celebración, que “ardía nuestro corazón mientras nos
explicaba las Escrituras”.

9
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

3 ORAMOS Y CANTAMOS JUNTOS

Los que acudimos a la Eucaristía, como bautizados, formamos la familia cristiana y


somos invitados a celebrar los dones de Dios: su Palabra, su Eucaristía. A veces
escuchamos, como en las lecturas o en la homilía. Otras veces somos invitados a
ir procesionalmente hacia el altar y participar de la comunión del Cuerpo y Sangre
de Jesús.
Hay varios momentos en la misa en que lo que hacemos es rezar y cantar juntos. Y
es una de las cosas más expresivas de nuestra fe. A lo largo del día podemos rezar
personalmente, por nuestra cuenta, alabando a Dios o implorando su ayuda. Aquí
oramos todos juntos.
Aunque se puede decir que toda la misa es oración, nuestra plegaria comunitaria
es particularmente expresiva:
• cuando pedimos perdón a Dios al principio de la misa,
• cuando entonamos su alabanza en el Gloria,
• cuando intercedemos por el mundo en la oración universal,
• y cuando todos juntos recitamos o cantamos la oración que nos enseñó Jesús,
el Padrenuestro.

Señor, ten piedad: empezamos pidiendo perdón


Al comienzo de la misa somos invitados a reconocer sinceramente en presencia de
Dios nuestras faltas y pedirle su perdón y su ayuda. Es como pedir permiso para
entrar en la Eucaristía.
En el acto penitencial reconocemos que somos pecadores. Mientras nos golpeamos
el pecho, decimos humildemente: “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
Esto nos prepara para escuchar con más fruto la Palabra y para celebrar mejor la
Eucaristía. El que se cree santo, no pide perdón. El que se siente rico, no pide nada.
El que lo sabe todo, no pregunta ni escucha.
Es una buena manera de comenzar la misa: hacer como una “confesión general”
ante Dios y ante nuestros hermanos, y a la vez manifestar nuestra confianza en
Dios y aclamar a Cristo Jesús: “tú que has venido a llamar a los pecadores, Señor,
ten piedad; tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos, Cristo, ten
piedad”.
Además, cuando decimos el “yo confieso”, invocamos la ayuda de la Virgen, de los
ángeles, de los santos y de los hermanos presentes, para que entre todos nos
ayuden a reconciliarnos con Dios:

10
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

Yo confieso ante Dios todopoderoso


y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos,
que intercedan por mí ante Dios nuestro Señor.

Gloria a Dios en el cielo: nuestra alabanza a Dios Trino


Los cristianos sabemos alabar a Dios. Lo hacemos en los días más festivos con uno
de los himnos más antiguos y venerables de la Iglesia:
“Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres
que ama el Señor”.
Las primeras palabras de este himno ya las pone Lucas en boca de los ángeles la
noche del nacimiento de Jesús, en Belén. ¿Qué mejor se puede desear: en el cielo,
gloria a Dios, y en la tierra, paz a los hombres?
• En el Gloria, alabamos con entusiasmo a Dios Padre: “te alabamos, te
bendecimos, te damos gracias...”: nos sentimos hijos y creyentes, y no nos
cansamos de alabar a Dios “por su inmensa gloria”.
• Entonamos después las alabanzas a Cristo Jesús; acumulamos títulos como
“Señor, Hijo único, Señor Dios, Cordero de Dios”, nombres que nos recuerdan
su victoria pascual; a las alabanzas siguen nuestras súplicas: “tú que quitas el
pecado del mundo... tú que estás sentado a la derecha del Padre... ten piedad
de nosotros”; para añadir todavía más alabanzas: “sólo tú eres Santo, sólo tú
Señor, sólo tú Altísimo”.
• Todo concluye con una alabanza trinitaria, una breve y densa doxología final
en la que se nombra también al Espíritu Santo:
“Jesucristo, con el Espíritu Santo,
en la gloria de Dios Padre. Amén”.

Te rogamos, óyenos: intercedemos por los demás


Hay un momento en la misa en que elevamos a Dios nuestra oración por los demás:
por la Iglesia, por los gobernantes y la paz de las naciones, y sobre todo por los que
sufren cualquier necesidad. Ya san Pablo recomendaba que se hiciera esta oración:
“que se hagan súplicas y plegarias por todos los hombres, por los reyes y por los
constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con
toda piedad y dignidad” (1 Timoteo 2).

11
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

La oración de los fieles u oración universal es una oración en la que ejercitamos


explícitamente nuestro sacerdocio bautismal. Todos los cristianos somos pueblo
sacerdotal. Ser sacerdotes significa ser mediadores, hacer de puente, interceder
por otros ante Dios. El que dirige esta oración sugiere intenciones, y la comunidad
las hace suyas y, dirigiéndose a Dios, dice: “te lo pedimos, Señor... te rogamos,
óyenos”. Intercedemos por la paz y por la justicia y por los que sufren y por los
acontecimientos de la vida social y eclesial. “Oramos nuestra vida”, poniéndola
humildemente en la presencia de Dios, presentando ante nuestro Padre los
numerosos déficit que hay en nuestro mundo. Dispuestos, además, a contribuir con
nuestro trabajo y compromiso a que nuestra historia vaya en esta dirección de paz,
de justicia, de bendición.
Es bueno que pidamos por nosotros mismos. Pero en este momento intercedemos
por los demás: es oración sacerdotal, en la que nos unimos al sacerdocio del mismo
Cristo.

El Padrenuestro: oración de hijos y hermanos


Antes de ir a comulgar, se nos invita en la misa a recitar una de las oraciones que
los cristianos decimos con más gozo: la oración que nos enseñó el mismo Jesús.
Es oración de hijos,
• que llaman a Dios “Padre nuestro, que estás en el cielo”,
• y desean que sea santificado su nombre,
• y que venga su Reino: los cielos nuevos y la tierra nueva,
• y que se cumpla su voluntad, que es voluntad de salvación.
Es oración de personas que necesitan de Dios, porque son débiles:
• “danos hoy nuestro pan de cada día”,
• “perdona nuestras ofensas”,
• “no nos dejes caer en la tentación”,
• “líbranos del mal”.
Es oración de hermanos, hijos todos de un mismo Padre:
• Padre “nuestro”,
• “perdónanos como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Los cristianos sabemos orar


• pidiendo perdón a Dios,

12
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• alabándole y dándole gracias,


• intercediendo por todo el mundo
• y diciendo la oración de los hijos, el Padrenuestro.

13
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

4 DAMOS GRACIAS

Jesús, en la Cena de despedida con los suyos, antes de ir a entregar su vida en la


Cruz, realizó cuatro acciones que los evangelistas recuerdan y nosotros imitamos:
. Tomó Pan = nosotros, en el ofertorio, traemos al altar pan y vino;
. dio gracias = el sacerdote proclama la Plegaria Eucarística en nombre de todos;
. lo partió = el sacerdote parte el Pan durante el canto del “Cordero de Dios”;
. y se lo dio diciendo: tomen y coman= la comunidad es invitada a la comunión.

“Eucaristía” significa “acción de gracias” (en griego eu-jaris). De parte de Dios, la


“buena gracia” que nos concede. De parte nuestra, la “buena gracia” que le decimos,
la acción de gracias.
A veces le “bendecimos” (decimos-bien) y le “alabamos”. Otras, le “damos gracias”.
Bendecir y alabar miran más directamente a la persona. Dar gracias se refiere sobre
todo a los favores que esa persona nos ha concedido.
Pero en la práctica, en nuestra Eucaristía, usamos como sinónimos “eucaristía”,
“bendición” y “alabanza”.
Una actitud muy propia del cristiano cara a Dios es la de la alabanza y la
gratitud.
Es nuestra oración más fina. No sólo nos acordamos de él para pedirle (que
también es legítimo y lo hacemos muchas veces), sino ante todo para alabar
su grandeza, expresarle nuestra admiración, darle gracias por su inmensa
bondad.
A las personas que nos hacen un favor les damos gracias.
Es de bien nacidos el ser agradecidos.
A Dios, más.

La Plegaria Eucarística
La Plegaria Eucarística (antes llamada “canon”, es la oración central de la misa. La
proclama, en nombre de toda la comunidad y de Cristo, el sacerdote que preside la
celebración.
Tiene cuatro partes fundamentales:
• la acción de gracias a Dios Padre por cómo ha llevado y sigue llevando su
Historia de Salvación,

14
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• la memoria de Cristo Jesús y el ofrecimiento de su entrega pascual: sacrificio


definitivo que una y otra vez hacemos nuestro y ofrecemos al Padre,
• la doble invocación del Espíritu Santo, la primera para que convierta los dones
de pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y la segunda para que
transforme a los que van a comulgar -a la comunidad- en el Cuerpo eclesial de
Cristo,
• y finalmente la afirmación de comunión con la Iglesia: la de los
bienaventurados, la de los difuntos y la de las comunidades esparcidas por el
mundo.

A cada parte que va proclamando el sacerdote, la comunidad le intercala al menos


una aclamación:
de alabanza a Dios Padre (“Santo, Santo...”),
de recuerdo pascual de Cristo (“Anunciamos tu muerte...”), (ojalá hubiera otra
de invocación al Espíritu),
de comunión eclesial (sólo en las misas con niños)
y el Amén conclusivo.

Te damos gracias, Señor


La primera parte de esta Plegaria es la acción de gracias.
Ya lo anuncia el sacerdote en el diálogo introductorio: “Demos gracias al Señor
nuestro Dios”, a lo que la comunidad responde, como dándole el permiso de
empezar la solemne oración en nombre de todos: “Es justo y necesario”.
Esta primera parte de la Plegaria se llama “prefacio” y acaba con el canto del Santo
por parte de la comunidad:
“Santo, Santo, Santo es el Señor...
llenos están los cielos y la tierra de tu gloria...
Bendito el que viene en nombre del Señor,
hosanna en el cielo”.
La alabanza del sacerdote continúa, sobre todo en algunas Plegarias, también
después del Santo.
En la Plegaria IV del Misal es donde alabamos a Dios de un modo más
extenso, enumerando los principales momentos de la Historia de la
Salvación.
“Es justo darte gracias y deber nuestro glorificarte, Padre Santo:

15
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• porque tú eres el único Dios vivo y verdadero (Dios en sí mismo, plenitud


de la vida),
• porque hiciste todas las cosas para colmarlas de tus bendiciones (la
creación de este mundo maravilloso),
• a imagen tuya creaste al hombre (la obra maestra de la creación:
“hombre y mujer los creó”),
• y cuando el hombre, por desobediencia, perdió tu amistad, no le
abandonaste (el pecado del hombre y la misericordia de Dios, que
siempre deja abierta la puerta de la esperanza),
• reiteraste tu Alianza con los hombres (Dios siempre dispuesto a la
amistad: Noé, Abrahán, Moisés, y luego la Nueva Alianza en Cristo
Jesús),
• por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación (sobre
todo en momentos de dificultad),
• y tanto amaste al mundo, que nos enviaste como Salvador a tu único
Hijo (la mejor prueba del amor de Dios, su Hijo),
• el cual se encarnó... nació... y así compartió en todo nuestra condición
humana menos en el pecado (el Hijo de Dios, hecho de nuestra familia),
• se entregó a la muerte y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva
vida (la Pascua de Cristo como momento culminante de la salvación),
• y nos envió al Espíritu Santo a fin de santificar todas las cosas, llevando
a plenitud su obra en el mundo (el Espíritu, el mejor don del Señor
Resucitado a la Iglesia.
Es un buen resumen de toda la Historia de Salvación (de todo el catecismo
y de toda la teología cristiana). Por todo ello, el sacerdote, en nombre de la
comunidad, alaba a Dios dándole gracias.

Saber dar gracias


Los cristianos alabamos a Dios de muchas maneras. Con oraciones espontáneas,
a lo largo del día. O con los Salmos, muchos de los cuales son de acción de gracias:
“alaba, alma mía, al Señor”, “dad gracias al Señor porque es bueno, porque es
eterna su misericordia”.
Como comunidad lo hacemos, además, en nuestras celebraciones, con varios
cantos y oraciones, como el Gloria de la Misa.
Durante la Plegaria Eucarística que proclama el sacerdote:
• estamos atentos a lo que él va diciendo en nombre nuestro,
• sintonizamos con sus palabras: hacemos nuestra interiormente la acción de
gracias, el ofrecimiento de Cristo, la invocación del Espíritu; aunque el
sacerdote sea nuestro portavoz, somos todos los que damos gracias y
ofrecemos,

16
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• participamos activamente además en las aclamaciones que se intercalan,


sobre todo el Santo y el Amén final, dando gracias a Dios desde lo más
profundo de nuestro ser.

Sacerdotes de toda la creación


Nuestra alabanza a Dios en la misa no sólo es personal, sino incluso cósmica:
• glorificamos a Dios en nombre de toda la creación,
• nos sentimos “sacerdotes”, mediadores, portavoces del cosmos,
• estamos unidos, no sólo con la Iglesia del cielo y la Iglesia de la tierra, sino con
todos los seres de la creación:
“...y con los ángeles, también nosotros,
llenos de alegría,
y por nuestra voz las demás criaturas,
aclamamos tu nombre cantando:
Santo, Santo, Santo es el Señor
Dios del universo...”.

El Espíritu transforma el pan y el vino y a la comunidad


En esta Plegaria Eucarística, no sólo alabamos al Padre, junto con el sacerdote,
sino también le invocamos para que envíe su Espíritu sobre nuestra celebración:
• antes de la consagración, el sacerdote, extendiendo sus manos sobre el pan y
el vino, pide que el Espíritu los transforme en el Cuerpo y Sangre del Señor
Resucitado: “envía tu espíritu, Señor, para que este pan y este vino sean para
nosotros el Cuerpo y Sangre de Cristo”;
• luego, después de la consagración, vuelve a pedir a Dios que envíe su Espíritu,
esta vez sobre la comunidad, sobre “los que vamos a participar del Cuerpo y
Sangre de Cristo”: para que el Espíritu haga de nosotros “un solo cuerpo y un
solo espíritu”, que nos reúna en la unidad eclesial y nos haga cada vez más
semejantes a Cristo.
Es el Espíritu de Dios, no nosotros, el que transforma el pan y el vino, y el que nos
hace sacar fruto de la comunión eucarística.

17
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

5 OFRECEMOS Y NOS OFRECEMOS

¿En qué sentido podemos decir que ofrecemos el sacrificio de la Misa?


El sacrificio lo realizó Jesús de Nazaret, hace dos mil años. Se ofreció a sí mismo a
Dios, en solidaridad con todos los hombres, hasta las últimas consecuencias.
La muerte de Jesús en la cruz es de una vez por todas el sacrificio perfecto, el que
sustituía a los sacrificios de Israel y de todas las religiones. No fue una ofrenda de
animales o de cosas. Fue la ofrenda de su propia persona. Él era el Hijo de Dios y
nuestro Hermano. Así resolvió Dios, con su propio dolor y entrega, el desfase que
había creado nuestro pecado, y se restableció la Alianza entre Dios y la Humanidad.
En la Eucaristía celebramos el memorial de ese sacrificio, que el mismo Señor
actualiza para nosotros para hacernos partícipes de su entrega pascual de hace dos
mil años.

Celebramos el memorial
El memorial no es un mero recuerdo del pasado. Siempre supone una mirada al
futuro. Y, sobre todo, la convicción de que lo pasado se actualiza hoy, y que el futuro
ya se anticipa de alguna manera. El “hoy” está cargado del “ayer” y del “mañana”.
Cuando celebramos un cumpleaños o las bodas de oro o plata de un
acontecimiento:
• celebramos que hace tantos años nacimos o nos casamos o nos ordenamos
(ayer),
• pero lo celebramos como algo que continúa, porque nos alegramos de seguir
viviendo, o de estar casados o de ser religiosos (hoy),
• y nos deseamos que en el futuro todo ello todavía sea más feliz y completo
(mañana).
Para los judíos, el memorial que celebran cada año en la Pascua:
• Es el recuerdo agradecido de su liberación de Egipto,
• pero consideran que Dios les sigue ayudando con la misma voluntad salvadora
que en el éxodo, y renuevan la alianza con él,
• y siempre terminan su celebración pensando en “el año que viene”, en que
esperan una salvación más plena.
Los cristianos celebramos el memorial del sacrificio de Cristo:
• en cada Eucaristía celebramos el memorial de su muerte salvadora (el pasado),

18
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• pero estamos convencidos de que él se hace presente entre nosotros y nos


hace partícipes cada vez de su Pascua, dándonos su Cuerpo y su Sangre (el
presente),
• y así nuestra Eucaristía nos va ayudando en nuestro camino hacia la plenitud
final de su Reino (el futuro).

San Pablo lo dijo muy brevemente:


“Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa (hoy),
proclamáis la muerte del Señor (ayer)
hasta que venga (mañana)” (1 Corintios 11, 26).

Ofrecemos el sacrificio de Cristo


A nuestra Eucaristía le llamamos con razón “el sacrificio de la misa”. En ella Cristo
actualiza para nosotros su sacrificio de la Cruz. Nos da su “cuerpo entregado por
nosotros”, su “Sangre derramada por nosotros”.
No ofrecemos un nuevo sacrificio, añadido al de Cristo. Tampoco hace falta que
Cristo repita su sacrificio, porque no ha terminado. Su entrega de la cruz ha quedado
perpetuada en él, el Señor glorioso y resucitado.
Al igual que sigue siendo la Palabra y la Luz y la Vida, él es también la Pascua, la
entrega personificada. Es su mejor definición: Jesús, “el entregado por todos”.
Por eso, cuando se nos hace presente y se nos da como alimento en la Eucaristía,
él mismo actualiza y nos comunica su único y definitivo sacrificio, su persona
siempre “entregada por”.
Y nosotros tomamos tan en serio esta entrega de Cristo, que la hacemos propia y
la ofrecemos a Dios Padre:
“al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección
de tu Hijo,
te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación”
(Plegaria Eucarística II)

“te ofrecemos, en esta acción de gracias,


el sacrificio vivo y santo.
Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia,
y reconoce en ella la víctima
por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad”
(Plegaria Eucarística III)

19
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

“mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos su Cuerpo y su


Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo”.
(Plegaria Eucarística IV)
No es otro sacrificio. Es siempre el mismo. Lo mejor que podemos ofrecer a Dios
Padre es lo que su Hijo -y Hermano nuestro- ofreció en el altar de la cruz, y que
sigue ofreciendo también ahora, su sacrificio pascual.

Nos ofrecemos nosotros junto con Cristo


Nuestro memorial no es pasivo: no sólo recordamos, agradecidos, el sacrificio
pascual de Cristo, sino que la ofrenda de Cristo se convierte también en autoofrenda
de la comunidad. Tomamos tan en serio su sacrificio que lo hacemos nuestro, que
entramos en él, nos incorporamos a él, y así toda nuestra vida se convierte en
materia de la Eucaristía: nuestras alegrías y penas, nuestros esfuerzos y
actividades, toda nuestra existencia, se une a la ofrenda pascual de Cristo. No le
añadimos nada, pero sí participamos en ella. Simbolizada en ese pan y ese vino
que traemos en el ofertorio, está nuestra vida.
Como al vino del cáliz le echamos un poco de agua, también al sacrificio de Cristo,
que es el auténtico, le añadimos nosotros nuestro pequeño sacrificio personal de
cada día, de cada semana. Y todo junto lo ofrecemos a Dios: no sólo lo que ofreció
Cristo Jesús, sino también lo que sufre la Iglesia, lo que sufre la humanidad, lo que
nos toca sufrir a cada uno. Eso no “añade” nada al sacrificio de Cristo. Eso “se
añade”, “entra” en su sacrificio.
La Eucaristía se convierte así, no sólo en memorial de la entrega pascual de Cristo,
sino también en sacramento de nuestra vida diaria y culto vivo a Dios.
Así como en la primera invocación (antes de la “consagración”, pedimos al Espíritu
que convierta el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, en la segunda
invocación (después de la “consagración”) le pedimos que nos transforme también
a nosotros y nos haga imágenes de Cristo en este mundo, sobre todo en este
aspecto de la entrega sacrificial. Le pedimos que haga de nosotros “víctima viva” y
“ofrenda permanente” junto con Cristo:

“Que él (el Espíritu) nos transforme en ofrenda permanente”


(Plegaria Eucarística III)
“Seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria”
(Plegaria Eucarística IV)

20
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

“acéptanos también a nosotros, Padre Santo,


juntamente con la ofrenda de tu Hijo”
(Plegaria Eucarística de la Reconciliación II)
“acéptanos a nosotros juntamente con él”
(Plegaria Eucarística de niños, I)
“para que te lo ofrezcamos como sacrificio nuestro
y junto con él nos ofrezcamos a ti”
(Plegaria Eucarística de niños, II)
“te pedimos que nos recibas a nosotros
con tu Hijo querido”
(Plegaria Eucarística de niños, III).

Estamos unidos a la Iglesia entera


En la Plegaria Eucarística, el sacerdote reafirma nuestra unión con la Iglesia:
• la de los bienaventurados que ya gozan de Dios en el cielo; y nombra siempre
a la Virgen María, y también a algunos de los Santos más importantes o más
cercanos a nosotros,
• a los difuntos, a los que nos sentimos muy unidos; y nombra a los más
recientes, o a aquellos por los que se aplica la intención de la misa,
• y también a las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo, y nombra
siempre al Papa, centro de unidad de toda la Iglesia, y al obispo de la propia
diócesis.
Nuestra Eucaristía es eclesial: la celebramos en comunidad. Aumenta nuestros
lazos de unión con Cristo y también nuestra pertenencia a la Iglesia, a la comunidad
de Jesús a la que pertenecemos por el Bautismo y la Confirmación.
Cuando vamos a misa, nos sentimos unidos a la Iglesia en el tiempo: no somos los
primeros que la celebramos, sino que seguimos a generaciones y generaciones de
cristianos que han encontrado en la Eucaristía luz y fuerza para su camino.
Y nos sentimos unidos a la Iglesia en el espacio: no la celebramos solos, sino en
unión con otras muchas comunidades cristianas que en todo el mundo se reúnen
para escuchar las mismas lecturas bíblicas que nosotros y dirigir a Dios las mismas
oraciones y participar del alimento común que es Cristo. Todos animados por el
mismo Espíritu.

21
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

6 COMULGAMOS CON CRISTO


Después de comulgar con Cristo-Palabra, somos invitados a comulgar con Cristo-
Pan. El que se nos ha entregado como la Palabra viviente de Dios, que ilumina
nuestra vida, ahora se nos da como Pan y Vino. Es la doble mesa a la que somos
invitados en cada misa.
El pan y el vino que en el ofertorio se traen al altar, se han convertido
misteriosamente en una nueva realidad, la persona misma del Señor Resucitado.
Esto sucede porque el sacerdote ha invocado sobre ellos la acción del Espíritu:
“Derrama la fuerza de tu Espíritu, de manera que este pan y este vino sean para
nosotros Cuerpo y Sangre de tu amado Hijo Jesucristo”, y porque ha repetido las
palabras que hace dos mil años dijo Jesús de una vez para siempre: “tomad y
comed: esto es mi Cuerpo... esta es mi Sangre”.

Cristo, nuestro Alimento


La Eucaristía es nuestra comida espiritual.
El pan y el vino humanos alimentan y alegran nuestra vida. Pero Cristo ha querido
dársenos él mismo como alimento y alegría espiritual. Y lo ha hecho con un signo
que todos entienden: comer pan y beber vino.
En otros sacramentos el Resucitado nos perdona los pecados (Reconciliación) o
nos da su Espíritu (Confirmación): en este se nos da él mismo como “viático”, o sea,
como alimento para el camino. Porque ya sabía que este camino nos iba a resultar
difícil.
Si los cristianos creemos gozosamente esto y lo celebramos desde hace dos mil
años, es porque nos lo dijo él:
“tomad y comed... esto es mi Cuerpo entregado por ustedes”, “el que come mi Carne
y bebe mi Sangre “permanece en mí y yo en él”, “el que me come vivirá de mí como
yo vivo del Padre”.
La comunidad cristiana necesita entrar continuamente en comunión con Cristo: por
eso es invitada a su mesa pascual.
Cristo se ha identificado con ese pan y vino del altar para hacérsenos presente, para
que comiéndole, nos unamos y nos vayamos asemejando a él, ya que vamos
recibiendo su misma vida en nosotros, y con ella, la garantía de la vida eterna: “el
que me come tiene vida eterna: yo le resucitaré el último día”.
La comunión es el momento culminante de la misa. Su gesto principal.

22
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

La celebración está orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio
de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. Es
el momento en que debemos expresar nuestro más profundo respeto y
agradecimiento al que ha querido ser nuestro alimento para el camino.

La Eucaristía construye la fraternidad


La comunión tiene otra dimensión importante: nos va construyendo como
comunidad fraterna, porque comulgamos juntamente con otros.
Recibimos el Cuerpo eucarístico de Cristo, para que vayamos siendo cada vez más
claramente el Cuerpo eclesial del mismo Cristo. Como dijo Pablo a los cristianos de
Corinto: “Siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos
participamos de un solo pan”. “Somos” (un cuerpo, una comunidad) porque
“participamos” (la Eucaristía nos va construyendo como tal comunidad).
Y a continuación les tuvo que decir que si despreciaban a la comunidad y
avergonzaban a los pobres, lo que celebraban no era Eucaristía, no era la Cena que
el Señor pensó. Por eso les recuerda el Relato de la Última Cena, en el que Jesús
entrega su Cuerpo “por nosotros”, y les encarga que celebren esta Eucaristía como
memorial suyo.
La Eucaristía no sólo nos llena de consuelo y nos comunica la vida del Resucitado.
Sino que nos urge a aprender la gran lección de Jesús, que estaba en medio de la
comunidad no para ser servido, sino para servir; que se ciñó la toalla y lavó los pies
a sus discípulos; que en la Cruz, y ahora en el sacramento de la Eucaristía, es por
definición el “entregado por” los demás. Si comemos “el Cuerpo entregado por
nosotros”, en nuestra vida debemos ser cada vez más claramente signos suyos y
construir fraternidad. No podemos separar nuestro “sí” a Cristo del “sí” al hermano.
En nuestra misa, y precisamente como preparación próxima a la comunión con
Cristo, hacemos unos gestos que expresan esta dimensión “horizontal” de cada
comunión:
• en el Padrenuestro, además de pedir “el pan de cada día”, decimos
“perdónanos como nosotros perdonamos...”;
• nos damos mutuamente la paz, con los más cercanos, antes de ir a comulgar:
no podemos estar en comunión con Cristo si no lo estamos con nuestros
hermanos;
• vemos cómo van partiendo las hostias de pan y luego cómo las reparten: un
pan partido es un buen símbolo de fraternidad y unión: el Pan eucarístico se
parte, se reparte y se comparte;
• vamos comunitariamente, en procesión y cantando, a participar de Cristo, que
se nos da a cada uno;

23
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• y compartimos también -si comulgamos bajo las dos especies- el mismo cáliz,
la misma Sangre de Cristo.
Un diálogo expresivo Cuando vamos a comulgar:
. el ministro nos muestra el Cuerpo (y la Sangre) del Señor,
. dice en voz alta: “El Cuerpo de Cristo” (“La Sangre de Cristo”),
. nosotros contestamos claramente Amén, expresando nuestra fe en la promesa de
Cristo,
. y entonces comulgamos.
La comunión recibiéndola en la boca, se ha hecho desde el año 1000, más o menos.

24
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

7 SOMOS ENVIADOS
Si al principio de la misa nos sentíamos convocados, al final deberíamos
considerarnos enviados.
Venimos de nuestras ocupaciones, de nuestras casas, a la reunión dominical de la
comunidad cristiana. Al final salimos de esta reunión y volvemos a nuestra historia
y a nuestra vida.
Esta celebración -estos tres cuartos de hora- no es algo aislado, sin relación con lo
anterior y con lo siguiente. Entramos a la Eucaristía “cargados con nuestra vida” y
salimos de ella con el encargo de “dar testimonio en la vida” de lo que acabamos de
escuchar y celebrar.
En medio, seguramente no habrá pasado nada extraordinario ni espectacular. No
saldremos llorando de emoción o aplaudiendo de entusiasmo. Pero sí es de esperar
que salgamos más ilumina- dos por la Palabra de Dios y más animados por su
Eucaristía para vivir cada vez más según el estilo de vida cristiana que nos enseñó
Jesús.

Un final sencillo pero cordial


El final de la misa es muy breve, pero tiene unas palabras y unos gestos muy
expresivos de lo que es la Eucaristía en el conjunto de nuestra vida.
• Al terminar la distribución de la comunión, hay unos momentos de silencio que
nos pueden resultar muy provechosos para interiorizar el misterio que
acabamos de celebrar, que Cristo se nos ha dado como alimento; le damos
gracias personalmente y profundizamos en nuestra unión con él; terminado el
canto que acompaña la comunión, conviene omitir la práctica convencional de
algunas parroquias, de recitar la oración por las vocaciones después de
comulgar, dando primacía al silencio litúrgico.
• entonces el sacerdote nos invita a orar, y proclama por todos la poscomunión:
es una oración breve en la que pedimos a Dios que nos ayude a prolongar en
la vida lo que hemos celebrado en la Eucaristía;
• puede ser que nos den brevemente en este momento unos avisos referentes a
la vida de la comunidad, porque todos formamos esta comunidad y nos interesa
qué sucede de especial a lo largo de la semana; es necesario que los avisos
sean breves.
• el sacerdote, antes de despedirnos, nos da en nombre de Cristo la bendición
final, a veces, lo hace en su forma más sencilla (“la bendición de Dios
todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes”),
mientras traza sobre la comunidad una gran señal de la cruz, que haremos bien
en acoger trazando sobre nosotros la misma señal de la cruz, como
apropiándonos con gozo de la bendición del Señor; en días más festivos, nos
25
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

da una bendición más solemne, extendiendo las manos sobre la asamblea y


diciendo tres peticiones, a cada una de las cuales respondemos todos “amén”;
• el sacerdote, a continuación, nos despide con el “Poden ir en paz”, a lo que
contestamos “Demos gracias a Dios”, y así da por concluida nuestra reunión
dominical;
• puede ser, con todo, que entonen todavía un breve canto de salida, que tal vez
cantamos, después de la bendición, antes de la despedida; pero si es al final,
lo más lógico es que sea en verdad “de salida”, un canto breve mientras vamos
ya saliendo si queremos.

¿Podéis ir en paz?
Se puede decir que con la Eucaristía ya hemos hecho lo más fácil: reunirnos con
otros cristianos, escuchar lo que Dios nos quería decir, rezar y cantar juntos, dar
gracias a Dios y ofrecerle una y otra vez el sacrificio de Cristo en la Cruz, y participar
de él comulgando con su Cuerpo y su Sangre.
Al final oímos con gusto el “pueden ir en paz”. A lo que contestamos “demos gracias
a Dios”, no ciertamente en el sentido de que “finalmente ha terminado esto”, sino
porque nos sentimos agradecidos a Dios de que nos haya dado, en el ámbito de su
Iglesia, este admirable sacramento.
Pero con la misa no termina todo. Continúa el domingo. Continúa la vida. Y este
“pueden ir en paz” lo deberíamos interpretar, no ciertamente como “aquí no ha
pasado nada”, sino como un envío a la vida, para prolongar la Eucaristía.
De la vida venimos a la misa y de la misa volvemos a la vida.
Ahora queda lo difícil: en nuestra familia, en el mundo del trabajo, en la sociedad,
en las actividades del barrio: ¿pensamos ser consecuentes con lo que hemos
escuchado y dicho y celebrado?
Toda la celebración ilumina nuestra vida:
• la Palabra que hemos escuchado debe producir frutos e ir cambiando nuestra
manera de vivir;
• hemos cantado el Aleluya: la vida de un cristiano debería ser más “aleluyática”;
• la alabanza y la acción de gracias que hemos elevado a Dios Padre debe
continuar en nuestro talante optimista y positivo, más esperanzado;
• en la Oración Universal hemos pedido por las intenciones del mundo, y ahora
nos toca trabajar para que sea verdad esa paz y bienestar que pedíamos;
• nos hemos dado la paz antes de ir a comulgar: la Eucaristía debe hacer crecer
la fraternidad en toda nuestra vida;

26
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

• hemos comido a un Cristo entregado por nosotros: para que vayamos siendo
también nosotros “entregados por los demás”;
• al mismo Jesús a quien hemos recibido en la comunión es al que tenemos que
ver presente en la persona del prójimo, sobre todo del que pasa hambre y
necesita de nosotros.
La Eucaristía no nos deja tranquilos. El “pueden ir en paz” no es un tranquilizante.
Quiere decir más bien “son enviados”. No podemos salir de misa igual que como
hemos entrado. No hemos ido a misa sólo porque era precepto, o para satisfacer
una necesidad religiosa. Sino para ir creciendo en la vida que Cristo nos comunica.
Lo que hemos celebrado nos debe dar fuerzas para dar luego testimonio de nuestra
fe cristiana en la vida, en nuestro trabajo, en nuestra familia y sociedad.
Unos textos intencionados
El Misal, en su introducción, describe así la parte final de la misa: “despedida del
pueblo por parte del diácono o del sacerdote, para que cada uno regrese a sus
honestos quehaceres, alabando y ben- diciendo a Dios” (Misal, IGMR 90).
En la oración poscomunión muchas veces el sacerdote le pide a Dios, de parte de
toda la comunidad, que haya sintonía entre lo que hemos celebrado y lo que vamos
a vivir en nuestra historia de cada día:
Oh Dios, Padre de todos los hombres,
que nos haces participar
de un mismo pan y un mismo Espíritu
como anticipación del convite eterno.

Te pedimos
que quienes formamos la multitud de tus hijos,
manteniéndonos en la unidad de la fe,
edifiquemos unánimes el reino de la justicia y de la paz.

Señor, te suplicamos concedas a tus hijos,


que se juntan en tu amor y participan en un mismo pan,
la gracia de la caridad y de las buenas obras,
para que puedan presentarse ante el mundo
como verdaderos testigos de Cristo.

La despedida clásica (el “ite, missa est” latino) es: “Pueden ir en paz. Demos gracias
a Dios”. Pero el sacerdote o el diácono pueden utilizar otras que ofrece el Misal y
que conectan la Eucaristía que acabamos de celebrar con la vida a la que volvemos:
La alegría del Señor sea nuestra fuerza. Pueden ir en paz.

27
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

Glorificad al Señor con nuestra vida. Pueden ir en paz.


Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado. Pueden ir en paz.

Cristo da unidad a nuestra misa y a nuestra vida


Nos hace mucho bien entender mejor la presencia real de Cristo en la Eucaristía y
en la vida, que ahora se ve en una perspectiva más amplia.
Cristo Jesús, el Señor Resucitado, se nos hace presente en nuestra vida de diversas
maneras:
• la presencia más excelente es que el Señor Resucitado se identifica con el pan
y el vino, para dársenos en comunión, “tomad y comed”;
• pero esta comunión está preparada por la presencia, también real, de Cristo en
su Palabra: Cristo es la Palabra viviente que Dios nos comunica;
• y aún antes por su presencia en la comunidad y en la persona del ministro que
preside la celebración: “cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, allí
estoy yo”;
• después dela celebración, la presencia de Cristo se prolonga en el sagrario,
donde sigue siendo Pan disponible para los enfermos (sobre todo para los
moribundos) y para los que no han podido acudir a la celebración;
• de otro modo sigue estando también realmente presente en la persona de los
demás, sobre todo de los pobres y enfermos (“a mí me lo hiciste”);
• también lo está en los demás sacramentos, todos los cuales son “fuerzas vivas
que emanan del Cristo vivo” (Catecismo 1116), “cuando alguien bautiza, es
Cristo quien bautiza”, “cuando alguien absuelve, es Cristo quien absuelve”;
• y en la oración, sobre todo en la Liturgia de las Horas: el mismo Jesús, Orante
supremo también ahora, como Resucitado, nos incorpora a su oración,
haciéndonos “concelebrar” la oración con él, alabando al Padre y pidiendo por
el mundo.
Esta multiforme presencia del Resucitado es lo que da unidad a nuestra vida entera.
No sólo la Eucaristía, los sacramentos y la oración litúrgica, sino también la
comunidad misma, su misión y su servicio de fraternidad para con los demás, todo
queda unificado por el Señor Jesús que nos está presente en cada momento, como
él mismo nos aseguró: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Eso sí, la Eucaristía es el sacramento en que con mayor densidad se nos comunica
Cristo Jesús para hacernos partícipes de su vida. Como los dos discípulos de
Emaús, también nosotros reconocemos en cada Eucaristía la presencia viva del
Señor: ellos le reconocieron en la “fracción del Pan”, en su Palabra (¿no ardía

28
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?”) y en la comunidad, a la


que volvieron apresurados, para oír también allí la experiencia de que Cristo había
resucitado y se había aparecido.

La Eucaristía, importante en nuestra vida


La comunidad cristiana lleva ya dos mil años celebrando este sacramento con gozo
y gran fruto: se reúne, escucha la Palabra y recibe el alimento eucarístico de su
Señor. Y en esta celebración es donde de modo privilegiado va reconstruyendo
continua- mente sus propias raíces y se mantiene fiel a su fe.
En el programa que el papa Juan Pablo II nos ha dado para el tercer milenio, en su
exhortación del 6 de enero del 2001 (Novo millennio ineunte), llama la atención el
énfasis que pone en la importancia de la Eucaristía dominical para el futuro de la
comunidad cristiana:
“Debemos dar un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo...:
es un deber irrenunciable, que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino
como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente.
Estamos entrando en un milenio que se presenta caracterizado por un profundo
entramado de culturas y religiones incluso en países de antigua cristianización...
Esto nos pone ante el reto de testimoniar con mayor fuerza, a menudo en
condiciones de soledad y dificultad, los aspectos específicos de la propia identidad...
La Eucaristía dominical, congregando semanalmente a los cristianos como familia
de Dios, en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida, es también el antídoto
más natural contra la dispersión...” (NMI 35-36).
En un mundo que nos lleva a un creciente enfriamiento en la fe, y que nos sitúa en
una notoria mezcla de culturas religiosas, la Eucaristía de cada domingo es hoy más
que nunca central para la comunidad cristiana, la que más eficazmente ayuda a un
cristiano o a una familia, a ir creciendo y madurando en su fe, renovando
continuamente su identidad, a la luz de la Palabra de Dios.
La Eucaristía no es sólo un precepto. Ni sólo un momento de religiosidad que puede
darnos paz y sosiego interior. Son tan importantes los valores que comporta, que la
conciencia de su obligatoriedad para un cristiano le nace de dentro. Así lo entendió
la comunidad cristiana desde el principio. En la carta a los Hebreos (10,24) ya se
avisaba de que no faltaran a la reunión dominical, como algunos ya tenían
costumbre de hacer...
La Eucaristía dominical nos ayuda en nuestro camino cristiano.
El año 304, en Abitene, en el norte de África, los cristianos sufrieron una dura
persecución, la de Diocleciano. Un domingo entró la policía romana en una casa
donde celebraban la Eucaristía unos cincuenta cristianos, que murieron todos
mártires. Niños y jóvenes, humildes trabajadores y senadores. El presbítero
Saturnino fue uno de los primeros en morir.

29
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

Cuando le tocó el turno a Emérito, un laico, lector de la comunidad, en cuya casa


se tenía precisamente la reunión, sucedió un diálogo muy interesante entre el juez
y él. El juez le recriminó que se hubiera tenido la reunión en su casa, cosa que
estaba totalmente prohibida. Y Emérito contestó con una frase lapidaria que se ha
hecho famosa: “sine dominico non possumus”, nosotros, sin el domingo (sin lo que
celebramos el domingo, la Eucaristía) no podemos.
¿Cómo hubieran podido aquellas familias cristianas conservar su fe y su identidad
de seguidores de Cristo Jesús, en medio de una sociedad pagana y además
perseguidos, si no hubiera sido porque cada domingo se reunían, animándose unos
a otros, y escuchaban la Palabra de Dios, y celebraban la Eucaristía?
Podemos afirmar que, en las circunstancias actuales, en medio de una sociedad
secularizada, una familia, o una comunidad, o un joven cristiano, no podrán
mantener su fe y su identidad si no son fieles a este encuentro semanal con la
comunidad y con el Señor, con su Palabra, con su Alimento de vida eterna. Si en el
siglo IV era necesaria la celebración de la Eucaristía para los cristianos del Norte de
África, igualmente lo es ahora para todos los cristianos.

Bibliografía:
Aldazábal, J., La Eucaristía. Siete catequesis: (Colección “celebrar” n. 67), CPL,
Barcelona 2004.

30
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

HORA SANTA
POR LA CALZADA DE LA VIDA

AMIGOS DE JESÚS

31
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

NOTA: Venimos a visitar al mejor amigo del mundo: al dueño de nuestra


vida. Y lo debemos hacer con sumo respeto. Sin carreras, siguiendo a
los demás. La oración comunitaria debe ser un coro de hermanos, que
unimos los corazones para el Señor en una sola voz.
I. Exposición
Lector: Queremos, Jesús, estar contigo. Queremos recordar tus palabras. Benditas
palabras. Queremos poner nuestro corazón junto al tuyo, y captar tus sentimientos.
Canto: Señor, a quien iremos
Texto: Lucas 24, 13-35.
Lector
Era después del medio día, había llovido cerca del camino y en lontananza se
observaba un hermoso arcoíris. Dos viajeros de lento andar con sus caras largas,
hombros caídos completamente desgarbados mirando sin ver, cargados de tristeza
borraban los colores del arcoíris viéndolo en pardos grises y negros. Hablaban en
un tono carente de emociones como repitiendo palabras solo por romper el silencio.
Ni en sus ojos, ni en su mente había lugar para ilusiones, sueños o esperanzas. Se
ven tristes y abatidos. Y ahí sin darse cuenta Jesús se acerca y se pone a caminar
con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Con la conversación,
disminuye la fatiga. Sombreaba la tarde y una suave brisa soplaba haciendo que los
campos de trigo ya maduros se mecieran cual arrullo y los viejos olivos pintaban de
plata el paisaje con el reflejo del sol poniente en sus hojas. ¿quién podrá llenar ese
vacío en sus corazones?
Todos
Jesús mío, mi amor y mi consuelo. Gracias por traerme aquí. Sí, gracias por traerme
porque no vine porque te quería contemplar, vine porque soy dichosamente elegido
por ti para estar hoy a tu lado. Si cierro mis ojos y empiezo a repasar mi vida.
¡Cuántas veces he pasado largos momentos como el que acabas de describir! La
vida en ocasiones nos hiere y entonces nos marchamos tristes hacia donde menos
deberíamos escondernos: los angustiados recuerdos, dudas, traiciones, fracasos,
abandonos, desprecios, incomprensiones, soledad y todo lo que hace sangrar tu
herida y mi herida del corazón.
Lector
Alma mía no te precipites, escucha…escucha. Muchas veces suceden cosas
negativas porque no estás acostumbrado a oírme, ten paz, ese es mi saludo, sin
ella no escuchas, sosiega tu corazón. Te estoy hablando de dos personas, dos de
mis discípulos, es un pasaje netamente humano van llenos de tristeza y cargados
de decepción. Sus esperanzas de que Yo, Jesús, redimiera a Israel habían
terminado con la crucifixión. Al salir de Jerusalén ya sabían que el sepulcro estaba

32
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

vacío, y que las mujeres habían recibido el anuncio de mi resurrección por medio
de unos ángeles, pero no creen, están tristes y su fe titubea. Mientras conversaban
y discutían de todo lo vivido, Ya estando Yo a su lado sin que me reconocieran les
pregunto ¿qué sucede? ¿de qué hablan?. Mi presencia siempre inspira confianza,
pues apenas con dos frases provoque enseguida el diálogo que les brinda la
oportunidad de desahogarse. Narran lo sucedido y también dan testimonio de lo que
escucharon de las mujeres, de Pedro y Juan, pero para ellos, eso solo suena como
rumores. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado con
pasión les parece ahora un caminante extraño. Yo, comprendo su dolor, penetro su
corazón, y les comunico algo de la vida que habita en Mí, y poco a poco les llega mi
paz.
(Silencio contemplativo)
Canto: Por la calzada de Emaús
Todos
Mi Jesús cuanta paciencia nos tienes, cuanto amor nos arropa para protegernos de
los malos ratos que pasamos y te haces uno con nosotros. Pero que tristeza,
pocas…muy pocas veces sentimos tu compañía. Ahora entiendo lo que significa
saber ver más allá de nuestros fracasos, no sabemos reconocer tu presencia en
cada acontecimiento, siempre esperamos mejores tiempos sin una fe recia, sin
esperanza y mucho menos, nos ponemos a trabajar para hacer realidad lo que
anhelamos. Por eso en ese momento los discípulos de Emaús no eran capaces de
mirar lejos; más allá de su tristeza.
Lector
Para reconocerme tienen que pasar por un proceso; volver a escuchar a su Maestro,
por eso platico con ellos. Mis palabras, primero los sorprenden, pero poco a poco
los van transformando porque las escuchan con el corazón, ellos están ávidos de
una respuesta y no saben exactamente que les está sucediendo, pero se sienten
atraídos por mis palabras y llega el momento que necesitan de mi compañía, por
eso no me dejan marchar y me dicen: “Quédate con nosotros”. Y esto es lo más
grande que sucede porque cuando me acoges como compañero de camino, mis
palabras pueden despertar la esperanza perdida. Porque no se puede creer en Dios
cuando no te comunicas con El. No me puedes seguir a mi cuando no hay contacto
conmigo. Por eso seguí conversando con ellos, “sentían que ardía su corazón” y así
poco a poco iban descubriendo su ceguera. Se les abrirán los ojos cuando guiados
por mi Palabra hagan un recorrido interior. Si ustedes hablaran más de mí y
conmigo, su fe se avivaría constantemente.
Todos
Jesús amado, sí, amado porque a través de nuestros encuentros te he ido
conociendo y amando. Muy poco, pero deseo ardientemente enamorarme de ti. Aún
no nos acostumbramos a mirar lejos, a hacer planes a un futuro, elaborando

33
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

proyectos, más bien vivimos al día nuestras responsabilidades sobre todo cuando
se refiere a lo espiritual. Los discípulos de Emaús, sintieron que ardía su corazón, y
se iluminan con tu presencia y compañía Jesús. Pero nosotros que estamos frente
a ti vivo y verdadero con tu cuerpo, con tu sangre y tu divinidad. ¿Dónde está nuestra
alegría? ¿Dónde está la alegría pascual de tus discípulos poco sonriente y sin ganas
de reconocer sus errores y limitaciones, tan ocupados en sus propios problemas y
difícil acceder? ¿Dónde está el gozo de los creyentes que practican una religión
triste y aburrida, sin descubrir con emoción lo que es caminar junto a ti y celebrar tu
amor?
Canto: Junto a Ti, al caer de la tarde
Lector
Qué bueno que me dices que me amas. Porque esa alegría no se da sin amor y
oración. Es respirar junto a mi resucitado, no es optimismo ingenuo y carencia de
problemas. Esta alegría se da cuando me llevas en el fondo del alma en el diario
vivir. Porque de ahí brota mi paz, disipo tu temor, y unidas tu fuerza y la mía nos
hace aceptar serenamente tus limitaciones, porque tú y yo unidos vivimos ante la
presencia del Dios de la Vida. Es experimentar un comenzar de nuevo viviendo
nuestra propia resurrección, para que se dé un encuentro sincero y agradecido, que
en silencio me albergues en tu corazón. Entonces podrás decir que has vivido una
experiencia de encuentro conmigo y las iras desmenuzando en vivencias, actitudes
y acciones. Mi compañía transformara tu vida, no podremos vivir el uno sin el otro.
Y podrás decir como el Apóstol “No soy yo es Cristo quien vive en mí”.
Todos
Jesús ¿y qué hago con todas las trampas que le he puesto a mi corazón para no
abrirlo ni para ti de par en par? Solo lo abro un poco cuando me emociono y
enseguida lo vuelvo a cerrar. Vengo a contemplarte porque como te dije me estoy
enamorando, pero tengo miedo, más ahora que me dices todo lo hermoso que me
sucederá si te dejo entrar en mi alma, quiero hacerlo, pero ayúdame, siento que me
falta fuerza y coraje: Por banalidades he dejado todo y por ti no me atrevo. Ve mi
cobardía Jesús, ¡ayúdame! Quiero que mores en mí, pero quita todos los obstáculos
que yo he puesto. Sé que vivir como resucitado es empezar una nueva vida, sin
rencores, sacando de mi corazón todo lo que me impide ser libre para decirte aquí
estoy toma mi vida, quiero que mores en mi para vivir con esa paz que tu viviste
durante la tormenta, cuando los apóstoles creían sucumbir en la barca olvidando
que tu ibas ahí. ¡Jesús, quédate conmigo que en mi vida anochece! Ya no quiero
vivir con zozobra, quiero vivir en tu paz y en tu amor.
Lector
Pero recuerda hijo mío, que esta paz debes vivirla de frente al mundo, que muchas
veces se torrna triste, frio, maltrecho y sombrío y aceptar con amor y ternura infinita
todo lo que te toque hacer porque me tienes a tu lado, y soy Jesús resucitado que
he vencido a la muerte.

34
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

Hoy la Iglesia tiene un reto muy grande: mostrarme a mí resucitado, alegre, jovial,
servicial, compañero de camino, que irradio Vida en abundancia en la Eucaristía y
soy fiel enamorado de todas mis creaturas. Yo soy el corazón de la Iglesia y quiero
que mi corazón lata al compás del de cada uno de mis hermanos, por eso necesito
una Iglesia amiga, cercana y accesible, que muestre mi alegría, la ternura y el amor
del Padre que nos espera en el Reino. Pero mi iglesia la forman todos los
bautizados, así que el reto también es para ti.
Canto: Misionero
Todos
Los discípulos escucharon tu Palabra y cuando tú partes el pan, a ellos se les
abrieron los ojos, por eso debemos reunirnos con nuestros hermanos en la iglesia,
escuchando tu Palabra y celebrando la Eucaristía y te descubramos a ti como
alguien que alimenta nuestras vidas, porque estamos llamados todos los cristianos
resucitados a ser servidores y constructores de esperanza, dejando que tú, Señor,
nos transformes para trascender. Y aunque veamos triste a nuestra Iglesia
recordemos que Jesús habita en su corazón y nunca se apagará. Como dice el
poeta, “revolví las cenizas y me quemé la mano”. Quitemos las cenizas y avivemos
el fuego del amor que tú, Jesús, nos tienes para convertir mi vida y la de todos mis
hermanos en el fuego ardiente de tu amor. Porque “la alegría del Evangelio llena los
corazones de los que se encuentran con el mensaje de Jesús” (Mons. Sigifredo
Noriega).
Canto: Pan Transformado

Silencio contemplativo

Himno:
Estate, Señor, conmigo

Estate, Señor, conmigo


siempre, sin jamás partirte,
y, cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,
donde tú vayas, Jesús,
porque bien sé que eres tu
la vida del ama mía;
si tu vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,

35
COMISIÓN DIOCESANA DE PASTORAL LITÚRGICA

ni si yo sin ti me quedo
ni si tú sin mí te vas.

Por eso más que la muerte,


temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tu das
sé que alcanzarla no puedo
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tú sin mí te vas.

Canto: Jesús está vivo (Marcos López)

(Durante este canto, puede ser oportuna una breve procesión con el
santísimo).

II. Bendición y reserva.

36

También podría gustarte