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ULTÍLOGO

Cotas al Masferrer de Mejía Burgos

Uno de los objetivos de Masferrer a lo largo de su vida


y de sus escritos fue generar un debate amplio, tolerante
y respetuoso sobre temas candentes de la sociedad y del
Estado en Centroamérica. Eso mismo pretendo hacer a
propósito de Aliados con Martínez, el papel de los inte-
lectuales tras la matanza de 1932, con el fin de abrir una
discusión entre los intelectuales de hoy y mostrar la
riqueza del pensamiento de Don Alberto y las diferentes
lecturas que su obra nos proporciona.
Comienzo por decir que uno de los aciertos de Otto
Mejía Burgos en este libro es analizar lo que entendía
Masferrer por intelectual y el papel que este y la cultura
debían de tener en la construcción de la nación. El
aporte fundamental de su libro es estudiar en profun-
didad la iniciativa de un grupo de intelectuales para dar
seguimiento a las ideas del Maestro y tratar de llevar a
cabo los ideales del Minimum Vital.

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Tras hacer un detalle minucioso de este grupo y de


sus componentes, Mejía Burgos analiza las alianzas
que se produjeron entre los discípulos de Masferrer y
el martinato y cómo ambos contribuyeron a forjar un
proyecto de nación al imaginar los signos de identidad
cultural y espiritual de la nueva nación salvadoreña. Sin
embargo, cuando reconstruye las diferentes acepciones
que plantea Masferrer para hablar de los intelectuales
como “los forjadores de la patria y de la cultura”, “el
intelectual y patriota comprometido” y generador de
opinión pública, omite el hecho de que él luchó siempre
por un intelectual comprometido con las clases desfa-
vorecidas, por lo que todas esas acepciones no pueden
llevarnos a pensar que Masferrer quería un tipo de “inte-
lectual desideologizado”.
A propósito, resulta interesante que Mejía Burgos
observe que, ante todo, Masferrer era un librepen-
sador. En ese sentido, conviene recordar que, durante el
siglo XIX, en toda Europa, especialmente en los países
francófonos, se difundieron las sociedades de libre-
pensadores como fruto de todas las ideas nuevas y del
culto a la razón. El rasgo común a todos ellos era su
anticlericalismo y su rechazo a los dogmatismos de la
Iglesia. En estas sociedades de librepensadores solían
coexistir masones, teósofos, anarquistas, socialistas.
Generalmente eran partidarios de sistemas de gobierno
como el republicanismo, el federalismo o el unionismo.
Se oponían a las ideas monárquicas y a las dictaduras
liberales porque iban contra sus principios democrá-
ticos. El lema de casi todos ellos era la búsqueda de la
verdad, de la justicia y de la libertad.1
En general, los librepensadores de esa época tenían
algo de profetas y de mesías. Creían que estaban
fundando una nueva religión —“la religión universal”—,

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en donde se podía conciliar la libertad individual con la


libre conciencia y con el deseo de regenerar a la huma-
nidad. En esta tipología de librepensadores —tan común
en esa época y tan cercana a los espiritualistas, teósofos,
masones y anarquistas— no cabe pensar en la posibi-
lidad de que fueran intelectuales desideologizados, pues
es cuando surge un nuevo tipo de intelectual compro-
metido con su realidad y con el pueblo.
Otro de los mejores aportes del libro de Mejía Burgos
es valorar la incorporación de los indígenas a la cons-
trucción nacional como una parte importante del legado
cultural de Masferrer en su intento por definir la nación.
En efecto, el grupo de intelectuales que lo siguió reivin-
dicó el derecho de los pueblos indígenas a expresarse en
sus idiomas y fomentó el respeto a su cultura, su folklore
y sus costumbres al visibilizar a los grupos indígenas
e incluso realizar conmemoraciones en donde ellos se
encontraran representados.
El autor parte de un artículo de Masferrer sobre las
castas hindús y las diferentes vocaciones —los kshat-
triyas, hombres de gobierno, y los brahamanes, hombres
destinados a dar luz— con el fin de explicar cómo se
conjugan y articulan las castas de intelectuales, políticos
y comerciantes, para poner en marcha un modelo de
“estado organicista y/o corporativista”. Sin embargo, la
idea de patria y de nación que concibe Masferrer es ante-
rior al artículo que cita. La imagina y delinea en la primera
conferencia que imparte en 1927. Posteriormente la
reproduce en Patria. Luego, en Orientación. Por último,
la perfecciona en su conocido libro Leer y Escribir.
Al preguntarse qué es la patria —emulando a Renan
en ¿Qué es la nación?—, responde a las diferentes
corrientes que tratan de ubicar la patria como el terruño,
el patrimonio histórico, la raza, la religión, el himno y la

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bandera, en donde solo se sitúan los vínculos sentimen-


tales o afectivos. Masferrer desarrolla un concepto histó-
rico y genealógico de patria en la línea de Proudhon,
Kropotkin o Reclus, a quienes cita, y hace hincapié en
la creación de lazos morales, culturales y espirituales en
donde surge el sentimiento de patria.2
El espacio en donde se produce esa fusión y toma de
conciencia es la comuna, reunión de varias tribus donde
se funden no solo los aspectos materiales —como la
tierra, el vecindario, la localidad— ni solo los culturales
—como las costumbres, raza, religión—, sino también
“el mutuo servicio, el amor real, constante y práctico entre
todos los habitantes de una misma nación”.3 Esta cons-
trucción moral, este pacto federal basado en la voluntad
de servicio a los demás y fundado en el núcleo básico
de la familia, la comuna y el municipio debe cubrir las
necesidades justas, reales y primarias de todos. De ahí
que la nueva patria, “la patria moderna”, en sus palabras,
no tenía que mirar solo hacia el pasado, sino forjar el
futuro desde el presente y “alimentar y educar al niño de
hoy, darle tierras al trabajador de hoy, asilar y servir al
anciano desvalido de hoy, hospitalizar y curar al enfermo
de hoy”.4
La idea de patria y de nación de Masferrer tiene un
carácter más etno-cultural y tiene su fundamento en
el anarco-federalismo o en el socialismo fabiano, que
difiere de un modelo de estado corporativista u organi-
cista, como el que expresaba Hernández Martínez. Esto
es que el tipo de Estado que soñaba Masferrer estaba más
cercano a uno social o a uno federal, como lo expresa en
varios de sus artículos5. Al retomar los planteamientos
de Tolstoi y del socialismo fabiano, consideraba que le
correspondía al Estado velar para que no hubiera pará-
sitos y para que todo trabajador tuviera cubiertas las

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necesidades expuestas en el Minimum vital. Al Estado


social del que habla Masferrer en varios textos es al que
le corresponde garantizar todos esos derechos al redis-
tribuir el presupuesto entre los sectores más desfavore-
cidos en educación, sanidad y vivienda, en vez de desti-
narlo a bienes suntuarios o a mantener un gran ejército
en épocas de paz.
Otro de los puntos fuertes del libro es destacar el
unionismo, pues la influencia de Masferrer y de otros
líderes centroamericanos como Mendieta constituyó
uno de los puntos más importantes del programa vita-
lista y del grupo Masferrer, que continuó con esta
misión. Masferrer fue un unionista practicante. Junto
a Salvador Mendieta, fue uno de los principales impul-
sores del Pacto de Unión, realizado el 19 de enero de
1921. Este pacto tenía como principio básico reconocer
a la Federación Centroamericana como la única nación
soberana e independiente, cuya soberanía estaba por
encima de la de los Estados. El tipo de gobierno debía
ser republicano, popular, democrático, representativo y
debía haber una separación y delimitación de poderes
con el fin de balancear la preponderancia del Ejecutivo,
que había provocado tantas dictaduras liberales en el
siglo XIX. En el unionismo se hacía necesario forjar
una ética basada en una serie de valores como la tole-
rancia, la libertad y la igualdad entre los hombres y el
compromiso del Estado en la protección de las clases
más desfavorecidas.
El unionismo para Mendieta, Masferrer y Joaquín
Rodas fue un movimiento social y político que trataba de
reconstruir la nación sobre bases republicanas y demo-
cráticas, con el fin de alcanzar la justicia, promover el
bienestar general, libre e independiente en el campo inter-

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nacional. Por eso luchaban contra el caciquismo represen-


tado por los dictadores locales, centro o latinoamericanos.
Ellos se definían como antiimperialistas y apoyaban la
lucha por la soberanía nacional de Sandino, la lucha anti-
imperialista de Haya de la Torre y —con mayor o menor
grado de intensidad— consideraban la prioridad de una
unidad continental de todos los pueblos de América
Latina. Defendían el proyecto federal como la práctica de
la doctrina unionista en un partido cívico y educativo: el
Partido Unionista, que apoyaba la economía socialista y el
sistema de gobierno conocido como “federalismo autóc-
tono”, con una división territorial y normas administra-
tivas que corrigieran los graves y trascendentales errores
de la Federación de 1824.6
El capítulo acerca del vitalismo masferriano y el de
sus seguidores es muy sugerente. Justo por eso resulta
útil agregar ahora que el tipo que predicaba Masferrer
era claramente teosófico, no un vitalismo bergsoniano
ni orteguiano. El vitalismo teosófico o espiritualismo
nacionalista fue un movimiento social y político sui
géneris originado del vitalismo y la teosofía, que en
América Latina aparecen como doctrinas complemen-
tarias. De este surgieron varios movimientos sociales y
partidos políticos que, sin duda, supusieron una alter-
nativa política y cultural para toda la región y que fue
plasmada en un proyecto regional de gran envergadura
como el Partido Unionista Centroamericano, el Partido
Laborista de Araujo en El Salvador y en la Unión Vitalista
Americana de Masferrer.
Este vitalismo teosófico tuvo diferentes trasfondos:
el krausismo europeo, el regeneracionismo hispano y
el regeneracionismo oriental y su vinculación con la
teosofía, que ha sido el menos estudiado de todos ellos.7

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Estas corrientes se manifestaron en múltiples órganos de


expresión pública, especialmente en revistas, diarios y
semanarios, con títulos como Vida, La Vida, Vivir, Ariel,
Patria, Repertorio Americano, Repertorio Salvadoreño,
Alma Latina, Claridad y Orientación. Lo importante
de este, como corriente política, fue su componente
democrático, antidictatorial, regenerador y profunda-
mente antiimperialista, que abarcó todos los saberes y
las disciplinas e impregnó a las instituciones, como la
Universidad Popular, la Asociación de Estudiantes (AEU),
la Universidad de San Carlos, las Sociedades Gabriela
Mistral y las ligas femeninas en Honduras y El Salvador.
A mi juicio, el vitalismo teosófico centroamericano
fue una de las corrientes regeneracionistas más fuertes,
abarcó múltiples espacios públicos socio-culturales y
políticos y tuvo una clara vertiente socialista y anarquista.
Tras el vitalismo se encubría un cúmulo de corrientes
dispersas y dispares, pero con muchos lugares comunes,
cuyos fundamentos filosóficos, políticos y sociales eran
similares: el espiritualismo, la teosofía, el anarquismo y
el socialismo utópico y fabiano.
Alberto Masferrer fue, sin duda, su mejor expo-
nente, además de ser su fundador y el intelectual que
mejor difundió e influyó en el pensamiento centroame-
ricano que desembocó en un proyecto político como
fue el unionismo y la Unión Vitalista Americana. En su
pensamiento hay una hibridación de varias corrientes:
el vitalismo de Tolstoi y George; el socialismo fabiano
de Besant y Webb; el anarquismo y socialismo libertario
de Kropotkin Proudhon, Reclus y Graves; las corrientes
teosóficas e hinduistas de Krishnamurti, Jinarajadasa,
Vivekanda, Besant y el pensamiento unionista y panhis-
panista de Haya de la Torre, Rodó, Martí, Ugarte, Mistral
y Vasconcelos. 8

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Aunque resulta difícil saber cuál de ellas primaba


sobre las otras corrientes, me atrevería a decir que la
teosofía y el socialismo fabiano con influencias anar-
quistas constituyeron el núcleo duro de su pensamiento
ético-político en su adaptación centroamericana y que,
sin duda, fue el mismo que compartieron seguidores
como Morán, Lars o Salarrué, todos ellos pertenecientes
a logias y sociedades teosóficas. Considero que este
aspecto poco abordado por el autor es una de las razones
fundamentales de la alianza de este grupo de intelec-
tuales masferrianos con Martínez. Su pertenencia a las
mismas sociedades teosóficas —que creaba mayores
lealtades y complicidades entre ambos sectores— fue el
principal vínculo de unión.
El capítulo sobre el espacio de la mujer me parece
un gran acierto y un análisis minucioso de las redes de
mujeres que formaron parte, primero, de las ligas feme-
ninas y, posteriormente, del Grupo Masferrer. Conviene
subrayar que estas ligas o sociedades feministas ya estaba
formadas durante los viajes a El Salvador, Guatemala y
Honduras de Gabriela Mistral, quien, con la ayuda de
Masferrer, había ido formado una amplia red de maes-
tras, escritoras y artistas que habían manifestado un
ideario sobre los derechos de las mujeres y la emanci-
pación femenina basada en las sufragistas anglosajonas
y en teósofas como Annie Bessant y Catherine Tingley.
Es interesante comprobar cómo muchas de las
fundadoras de las ligas feministas masferrianas coin-
ciden con las mujeres que formaron parte del Grupo
Masferrer. Entre las maestras, poetisas y actrices que lo
acompañaron a lo largo de su vida, es posible ubicar a
Ana Rosa Ochoa y María Solano de Guillén, pioneras
del feminismo en El Salvador; a Clara Luz Montalvo y

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Tránsita Córdova de Ramírez; a sus hermanas María


y Teresa Masferrer, por la vía paterna, y Nela Mónico,
por la materna, con quien lo unió una constante corres-
pondencia epistolar. En Guatemala, a Isaura Menéndez,
Josefina Saravia, Luz Valle, Rebeca Valdez Corzo, Lina
Leiva, Carmen Tamayo, Sara de Arévalo y el núcleo de
mujeres que constituía la Sociedad Gabriela Mistral9, una
de las sociedades feministas de orientación teosófica que
más apoyó la constitución de la Sociedad Vitalista y que
más contribuyó a difundir su pensamiento en el ámbito
de la educación.
Resulta novedoso e importante en el libro constatar
cómo fueron estas mujeres del Grupo Masferrer, vincu-
ladas al martinato en una primera etapa, las que, a partir
de 1939, se rebelan contra el general y son uno de los
sectores que más se opuso a la dictadura de Martínez.
Aliados con Martínez, el papel de los intelectuales
tras la matanza de 1932 es un interesante intento de
ampliar el conocimiento de otra cara de la dictadura
de Hernández Martínez: la de su apoyo a la cultura y
a los intelectuales, una posición que ya había puesto
de manifiesto Lara Martínez en su libro sobre la polí-
tica cultural del martinato10. Considero que este libro es
importante para conocer mejor el legado de Masferrer
en la historia cultural y política de El Salvador y de
toda Centroamérica. Las aportaciones de investiga-
ciones realizadas sobre fuentes hemerográficas y de
archivo constituyen una recuperación importante de un
período de la historia salvadoreña poco conocido hasta
el momento y que está dando importantes frutos, como
este libro.
Marta Casaús Arzú

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