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LA COLLONA, EL ENCANTADO Y LOS

HOMBRES DE MALOS PENSAMIENTOS


(Leyenda)

Héctor Manolo Gonza Rivera

En la Comunidad Campesina de Chocán, entre los caseríos de Tablas y


Huachuma se encuentra una hermosa construcción de piedra sobre la entrada
de una cueva, la cual es conocida por los lugareños con el nombre de Collona.
Sobre ella se han elaborado una serie de relatos fantásticos, de encantamientos,
de desaparecidos, de aparecidos y de hechizos. Hay quienes dicen que al
penetrar en ella encontraríamos un mundo maravilloso hecho de oro y plata.
Otros, creen que es un túnel que comunica con Quito, Cusco o Cajamarca.

Se cree también, que antes la Collona servía para guardar alimentos y a la vez
de predicción sobre las cosechas de cada año. Arrojando algunos granos hacia
el interior de la cueva y si estos hacen un sonido suave y prolongado sabremos
que el año va a ser muy bueno, por el contrario, si el sonido es seco y corto, el
año va a ser malo y la gente se tiene que preparar.

Cuenta la tradición que cierta vez un muchacho más o menos de catorce o


quince años (los que refirieron esta historia no alcanzan a ponerse de acuerdo)
estaba jugando en un plan cerca a la Collona. Se sabía que esa parte del cerro
es brava, pues muchos animales ya se habían perdido o muerto cerca y más de
un poblador, algo despistado en las tardes de neblina, aseguraban haber
escuchado silbidos, voces y llamados. Pero el muchacho, que no tenía tanta
edad para tomar las cosas en serio, ni la poca edad como para tener miedo, aun
conocedor de lo que venimos conversando no hizo caso y se acercaba cada vez
más, conforme su pelota le iba atrayendo a la construcción de piedra.

Dicen, que unos señores que estaban por ahí cosechando frejoles (por lo que
suponemos esto se dio en el mes de julio o agosto cuando los laberintos de
nudillo van perdiendo su forma y hacen visibles senderos enmarañados)
testimoniaron que hasta eso de las cinco de la tarde el muchacho estaba jugando
por ahí. Cuando ya la noche entraba y un viento extraño les acarició fríamente,
había desaparecido. Entre ellos conversaron las posibilidades que se haya
cansado y se fue a su casa; otros pensaron que estaba escondido o detrás de
un monte, sólo uno atinó a proponer en forma de broma, que quizá la Collona
habría tapiado al muchacho; pero entre la poca sorpresa y el mucho cansancio
de los hombres, el tema quedó ahí.

La familia, por su parte, habría comentado que ese día el muchacho no regresó
a su casa. Que había salido temprano a mudar unos burros y que nadie le
extrañó al almuerzo, pues se llevó unas tortillas con queso de fiambre. Tampoco
les hizo raro que hasta eso de las ocho de la noche no regresara, sabían ellos,
que le gustaba quedarse jugando hasta tarde. A eso de las diez de la noche la
preguntadera con ira y poco a poco la preguntadera con temor, alarmó a todo el
pueblo. Algo malo le había pasado. Ese día no regresó a su casa y lo mismo por
muchos días más. Nadie supo que había pasado, quizá se fue al Ecuador, quizá
se fue a la costa, las posibilidades eran una larga lista de Quizás.

Al siguiente verano (o quizá unos cuantos veranos después) un grupo de niños


que estaban jugando cerca de la Collona afirmaron que vieron a un joven todo
desgreñado y sucio que salía de la cueva y se sentaba sobre unas piedras a
tomar el sol. Se abrigaba. Luego si escuchaba algún ruido huía como un animal
hacia el interior de la cueva. Los mismos datos le siguieron después: un hombre
que había perdido un burro, unos enamorados que andaban buscado
tranquilidad, huyeron despavoridos por la misma imagen. Poco a poco fue
corriendo la idea que en la Collona los días martes y viernes de cada semana
un encantando salía a tomar el sol y si alguien se acercaba tomaba el riesgo de
irse con él y nunca más volver.

La familia del joven que, por supuesto nuca renunciaría a la posibilidad de


rescatarlo, se empeñó en romper el encanto. Para ello acudieron a médicos de
diversos lugares, uno lo llevó donde otro y el otro donde otro, hasta que en ese
círculo llegaron donde uno, que extendiendo la baraja, comunicó que el
encantado se trataba del muchacho antes perdido, que el encanto era de la
Collona y que dentro había un entierro de gentiles que no se podía calcular la
magnitud. En la mesada que posteriormente celebraron, agregó que él, si podía
sacarlo, pero que para ello era necesario además de los implementos propios
del rito; varas, espadas, artes y perfumes; una beta bendecida con agua de San
Francisco y cuatro hombres de alma pura y buenos pensamientos que quisieran
ayudar a romper el encantamiento.

Fue fácil de conseguir aquello de la beta bendita, más lo de los hombres era una
cosa que siempre sería inquietante. Buscaron entre los amigos más fieles y
buenos de la familia y otros que quisieran de todo corazón que el joven volviera
a la casa. Una semana después el médico, algunos familiares y los cuatro
hombres se dirigieron a la Collona a esperar que los primeros rayos del sol
salieran a tentar al encantado la necesidad de abrigo. Cuando el sol calentó algo,
a eso de las diez o quizá las once, vieron todos absortos que el encantado salió
a una piedra y empezó a retozarse sobre ella. Descuidado, todo roto, el pelo tan
grande como sus uñas y los ojos de un animal siempre acechantes y huidizos.

A la señal del médico, los hombres de buen corazón se abalanzaron sobre el


encantado. Alguien le lanzó la beta bendita y lo lacearon. Era un espectáculo
desgarrador de gritos, bufidos, gruñidos, llantos; el desorden y el temor
entremezclados con alegría y esperanza. Después de unos inmensos diez
minutos de jaloneo y de una tenaz lucha de los hombres con el encantado y del
médico con la sombra del cerro, pudieron domarlos. El encantado cayó
desmayado y los hombres aprovecharon para amarrarlo a un madero y al tiempo
se turnaron para cargarlo y regresar a la casa. Los
cantos, despachos y evocamientos del médico estaban dando resultado, le
estaban arrancando al cerro una de sus víctimas.

Cuando ya estaban dando los primeros metros del regreso. La Collona, antes de
piedra, empezó a tomar un matiz diferente. Fue asumiendo un brillo intenso, se
estaba volviendo de oro cada piedra. Más todavía, la entrada de la cueva se
amplió tanto que hacia su interior se pudo ver una ciudad maravillosa, era un
pueblo construido en oro y plata, Los animales eran de oro y plata y se
presentaba tan apetecible que el médico sólo alcanzó a decir a los hombres que
cargaban al encantado, que cerraran los ojos.

Entonces todos cerraron los ojos. Pero la imaginación fue más grande. Cada
quien se veía como un hombre rico, pensando en tener grandezas, los
sentimientos y los pensamientos de los hombres cambiaron. Ya no querían
ayudar al encantado, querían volver y tomar todo el oro y la plata que pudieran.
El médico despachaba sus perfumes y peleaba. A ratos sudaba frio y a ratos
saltaba con sus varas de chonta. Golpeaba las espaldas de los cargadores y
cerraba los ojos para evitar la aparición de la ciudad. Ya estaban avanzando
algo más y pese a los deseos de riqueza muchos se mantuvieron firmes.

Solo uno creyó que esta era la oportunidad de su vida y loco de avaricia soltó al
encantado y corrió hasta donde las piedras de oro a querer coger algo para su
fortuna. Esto fue suficiente para que el encantado despertara hiciera un esfuerzo
no muy grande y como arte de magia quedó libre y su cuerpo fue atraído hasta
la entrada de la cueva, que nuevamente se convertía en piedra. Esta vez la
Collona no se cerró hasta que su viejo huésped el muchacho encantado
estuviera dentro y además el nuevo huésped seria el hombre de espíritu débil y
malos pensamientos que no pudo controlar su avaricia.

La gente regresó triste de la jornada y desde ese día han contado esta historia
que no se sabe cuándo ocurrió, pero que de generación en generación ha
llegado hasta nuestros días para dejarnos el mensaje que las fuerzas del cerro
ponen a prueba la limpieza de nuestros espíritus y la calidad de nuestros
pensamientos.

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