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Se cree también, que antes la Collona servía para guardar alimentos y a la vez
de predicción sobre las cosechas de cada año. Arrojando algunos granos hacia
el interior de la cueva y si estos hacen un sonido suave y prolongado sabremos
que el año va a ser muy bueno, por el contrario, si el sonido es seco y corto, el
año va a ser malo y la gente se tiene que preparar.
Dicen, que unos señores que estaban por ahí cosechando frejoles (por lo que
suponemos esto se dio en el mes de julio o agosto cuando los laberintos de
nudillo van perdiendo su forma y hacen visibles senderos enmarañados)
testimoniaron que hasta eso de las cinco de la tarde el muchacho estaba jugando
por ahí. Cuando ya la noche entraba y un viento extraño les acarició fríamente,
había desaparecido. Entre ellos conversaron las posibilidades que se haya
cansado y se fue a su casa; otros pensaron que estaba escondido o detrás de
un monte, sólo uno atinó a proponer en forma de broma, que quizá la Collona
habría tapiado al muchacho; pero entre la poca sorpresa y el mucho cansancio
de los hombres, el tema quedó ahí.
La familia, por su parte, habría comentado que ese día el muchacho no regresó
a su casa. Que había salido temprano a mudar unos burros y que nadie le
extrañó al almuerzo, pues se llevó unas tortillas con queso de fiambre. Tampoco
les hizo raro que hasta eso de las ocho de la noche no regresara, sabían ellos,
que le gustaba quedarse jugando hasta tarde. A eso de las diez de la noche la
preguntadera con ira y poco a poco la preguntadera con temor, alarmó a todo el
pueblo. Algo malo le había pasado. Ese día no regresó a su casa y lo mismo por
muchos días más. Nadie supo que había pasado, quizá se fue al Ecuador, quizá
se fue a la costa, las posibilidades eran una larga lista de Quizás.
Fue fácil de conseguir aquello de la beta bendita, más lo de los hombres era una
cosa que siempre sería inquietante. Buscaron entre los amigos más fieles y
buenos de la familia y otros que quisieran de todo corazón que el joven volviera
a la casa. Una semana después el médico, algunos familiares y los cuatro
hombres se dirigieron a la Collona a esperar que los primeros rayos del sol
salieran a tentar al encantado la necesidad de abrigo. Cuando el sol calentó algo,
a eso de las diez o quizá las once, vieron todos absortos que el encantado salió
a una piedra y empezó a retozarse sobre ella. Descuidado, todo roto, el pelo tan
grande como sus uñas y los ojos de un animal siempre acechantes y huidizos.
Cuando ya estaban dando los primeros metros del regreso. La Collona, antes de
piedra, empezó a tomar un matiz diferente. Fue asumiendo un brillo intenso, se
estaba volviendo de oro cada piedra. Más todavía, la entrada de la cueva se
amplió tanto que hacia su interior se pudo ver una ciudad maravillosa, era un
pueblo construido en oro y plata, Los animales eran de oro y plata y se
presentaba tan apetecible que el médico sólo alcanzó a decir a los hombres que
cargaban al encantado, que cerraran los ojos.
Entonces todos cerraron los ojos. Pero la imaginación fue más grande. Cada
quien se veía como un hombre rico, pensando en tener grandezas, los
sentimientos y los pensamientos de los hombres cambiaron. Ya no querían
ayudar al encantado, querían volver y tomar todo el oro y la plata que pudieran.
El médico despachaba sus perfumes y peleaba. A ratos sudaba frio y a ratos
saltaba con sus varas de chonta. Golpeaba las espaldas de los cargadores y
cerraba los ojos para evitar la aparición de la ciudad. Ya estaban avanzando
algo más y pese a los deseos de riqueza muchos se mantuvieron firmes.
Solo uno creyó que esta era la oportunidad de su vida y loco de avaricia soltó al
encantado y corrió hasta donde las piedras de oro a querer coger algo para su
fortuna. Esto fue suficiente para que el encantado despertara hiciera un esfuerzo
no muy grande y como arte de magia quedó libre y su cuerpo fue atraído hasta
la entrada de la cueva, que nuevamente se convertía en piedra. Esta vez la
Collona no se cerró hasta que su viejo huésped el muchacho encantado
estuviera dentro y además el nuevo huésped seria el hombre de espíritu débil y
malos pensamientos que no pudo controlar su avaricia.
La gente regresó triste de la jornada y desde ese día han contado esta historia
que no se sabe cuándo ocurrió, pero que de generación en generación ha
llegado hasta nuestros días para dejarnos el mensaje que las fuerzas del cerro
ponen a prueba la limpieza de nuestros espíritus y la calidad de nuestros
pensamientos.