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LOS ACAPULES
Los acapules eran únicos, tal vez místicos, ya que no había otros iguales. Algunos
lugareños cuentan que, al pasar por ahí, se ve un bulto colgado, como si fuera
una persona que pudo haber sido atrapada por sus enredaderas. Otros cuentan
que ahí se aparecía una mujer vestida de blanco, como novia, porque en ese
lugar fue asesinada por un ex novio despechado, que la raptó el día de su boda.
Se dice que ahí la mató y por eso es que se aparece deambulando en busca de
su amado prometido, con el que nunca se casó.
Hay una tradición muy famosa en la que se dice que, si llevas una rosa
roja a las doce de la noche a una tumba muy especial situada en el
Panteón de San José del Cabo, se te cumplirá un deseo de amor. El origen
de esta historia se sitúa en el siglo XVIII. Se cuenta que, dentro de la
familia Mouet —un apellido de origen francés—, conformada por don Juan
Mouet, la señora Priscila Ceseña y sus doce hijos, había una joven llamada
Adelina, quien contrajo matrimonio con Pablo Seguín, un portugués que
había llegado a nuestras tierras.
Cuenta la leyenda que, en San José del Cabo, Baja California Sur, después
de varios intentos, por fin pudo obtenerse una fotografía de, lo que
aparenta ser, el fantasma de una niña que se aparece en una vivienda
abandonada de la colonia 8 de octubre, en la calle III Ayuntamiento.
Dicen que, en el siglo XVI, anduvieron por la zona del Pacífico y el Mar de
Cortés, muchos piratas que vivían robando a otros barcos en alta mar y
escondían los tesoros saqueados en las costas de Los Cabos.
Entre todos éstos, había uno que era temido por su tripulación, ya que
era extremadamente cruel y sanguinario. Este capitán era muy rico, por
lo que un día decidió esconder todo su tesoro en una cueva que estaba a
orillas del océano, justamente en donde se unen los dos mares. Ese lugar
queda en lo que actualmente se conoce como Cabo San Lucas, muy cerca
del Arco de Los Cabos, y es conocido hoy como la Cueva del Pirata. Entre
él y algunos miembros de su tripulación bajaron allí todas las joyas,
perlas, piedras preciosas, plata y oro. Después mandó cerrar la cueva y
lanzó una maldición a quien se atreviera a entrar. Antes de subir al barco,
mató a todos los que lo acompañaron para que nadie supiera la ubicación
del tesoro.
Varios años después, el pirata murió mientras intentaba robar un barco.
El secreto de su cueva pareció quedar en el olvido, hasta que un día una
mujer llegó a esa cueva con su hijo, donde ella percibió que una voz la
llamaba desde el interior. Aunque sintió que no debía entrar, la curiosidad
le ganó y se metió con mucho cuidado a esa gruta oscura. Jamás pensó
en hallar riquezas nunca antes imaginadas.
Pero por pensar en la ambición y en huir de ahí, se olvidó del tesoro más
importante que tenía y mientras gritaba:
—¡Mi hijo!
EL DIFUNTITO
Desde entonces, año con año y hasta la fecha, familias josefinas —familias
de San José del Cabo—, sobre todo aquellas asentadas o nativas del
poblado más cercano, acuden hasta el lugar donde descansan sus restos
para rezarle y, en forma de manda, pedirle favores. Se dice que el
pequeño es muy milagroso cuando se trata de curar a los enfermos. La
capilla adorna la vista de la costa, pues entre la playa y el azul del mar
destaca un ángel blanco que cuida los restos del Difuntito desde afuera.
En cambio, por dentro está repleta de flores, ropa de bebé, juguetes,
rosarios, cruces, veladoras y hasta trenzas de cabello humano, como
agradecimiento por los favores recibidos.
Los más viejos intentan transmitir esta tradición de generación en
generación, con la intención de que, los integrantes más jóvenes de la
familia, preserven esta historia de fe, muy propia de Los Cabos y del Día
de Muertos, y parece que lo han logrado, pues todos los habitantes del
lugar creen en el Difuntito y hasta llevan a los turistas para que también
conozcan la leyenda.
EL RATÓN
Una de las leyendas más recientes, y quizá la más famosa, pues a muchos
jóvenes les tocó conocerlo, es la de El Ratón, apodado así por sus padrinos
y por los patrones de donde laboraba su madre. Se cuenta que, al nacer,
era tan pequeño que su cuna fue una caja de zapatos, según narra el libro
Huellas de Los Cabos.
Su nombre era Oscar Lucero Villarino, pero era mejor conocido como “El
Ratón”. Se convirtió en un personaje muy famoso en San José del Cabo,
pero por su triste historia. En 1961, al morir su madre a quien tanto
amaba, se decidió a no dejarla sola y, desde ese momento y hasta el día
de su muerte en 2009, vivió junto a su tumba en el panteón del centro
de la cabecera municipal.
Quienes los conocieron contaban que era un personaje con una risa
singular, sobre todo cuando bebía algunas copas, pues el alcohol era su
vicio.
—¿No te da miedo vivir aquí? —le preguntaban regularmente.
—Para nada. Yo conozco la vida de cada uno de los que aquí están
enterrados. Además, hay que tenerles más miedo a los vivos que a los
muertos, ¿no? —solía contestar con una gran carcajada.
Desde muy joven pastoreó ganado. Casi no estudió, pero aún así trabajó
en barcos y muelles de Ensenada y Santa Rosalía. Los que lo conocieron
dicen que para la poca actividad académica que cursó, su vocabulario y
sus conocimientos eran bastante amplios. El joven nunca tuvo familia,
porque amaba tanto a su mamá que nunca se quiso separar de ella. Eso
sí, se sabe que las mujeres le gustaban mucho y que incluso tuvo una
novia, pero ella lo dejó porque no tenía muchas ganas de irse a vivir a un
panteón.
Pero él siempre le decía que no, que estaba ahí para cuidarla y que jamás
la dejaría. ¡Y así sucedió! Algunos cuentan que todavía se ve el fantasma
de El Ratón junto a la tumba de su mamá, pero en lugar de estar llorando
por su partida, ambos fantasmas están platicando o abrazados,
disfrutando juntos de la eternidad que tanto tiempo soñaron.