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LEYENDAS DE BAJA CALIFORNIA SUR

LOS ACAPULES

Los acapulles, nacapules o macapules eran un grupo de árboles de gran tamaño


que se encontraba en un sendero de terracería, muy estrecho, que unía a San
José del Cabo con el poblado de La Playita. A todos los que pasaban por allí les
causaba cierto temor, más si era de noche, pues los abuelos siempre contaron
que «en los acapules espantaban». Al ver de lejos los enormes árboles, se podía
distinguir al fondo un gran círculo que aparentaba ser un túnel impresionante.
Al acercarse a ellos, provocaba cierto miedo al no saber qué se podía encontrar
del otro lado. Además, al llegar a los acapules, impactaban las raíces que, por
su gran tamaño, colgaban de las mismas ramas. Se dice que al pasar muy cerca,
siempre se tenía la sensación de que en algún momento se moverían y te
atraparían. Sin duda todo esto creaba un ambiente tenebroso y mortífero.

Los acapules eran únicos, tal vez místicos, ya que no había otros iguales. Algunos
lugareños cuentan que, al pasar por ahí, se ve un bulto colgado, como si fuera
una persona que pudo haber sido atrapada por sus enredaderas. Otros cuentan
que ahí se aparecía una mujer vestida de blanco, como novia, porque en ese
lugar fue asesinada por un ex novio despechado, que la raptó el día de su boda.
Se dice que ahí la mató y por eso es que se aparece deambulando en busca de
su amado prometido, con el que nunca se casó.

En la actualidad estos árboles no existen, debido a la corriente del arroyo de San


José que creció y arrasó con ellos en el paso del huracán Juliette. Ahí se
construyó un puente, pero cuentan que aún se aparece, entre las curvas de la
carretera, la mujer de blanco.
UNA MUJER QUE MURIÓ DE AMOR

Hay una tradición muy famosa en la que se dice que, si llevas una rosa
roja a las doce de la noche a una tumba muy especial situada en el
Panteón de San José del Cabo, se te cumplirá un deseo de amor. El origen
de esta historia se sitúa en el siglo XVIII. Se cuenta que, dentro de la
familia Mouet —un apellido de origen francés—, conformada por don Juan
Mouet, la señora Priscila Ceseña y sus doce hijos, había una joven llamada
Adelina, quien contrajo matrimonio con Pablo Seguín, un portugués que
había llegado a nuestras tierras.

Adelina y Pablo se juraron amor eterno y se amaron con pasión.


Contrajeron matrimonio y eran muy felices, hasta que ella, muy joven,
murió en trabajo de parto. Pablo sufrió mucho la muerte de su amada
esposa y encargó a Portugal una lápida muy original con un epitafio que
dice así:

Fría e insensible bajo la losa

Víctima triste de la parca airada

Una joven beldad yerta reposa,

Con lágrimas tiernísimas lloradas.

Fue su muerte temprana y lastimosa.


En la actualidad, esta tumba se ha derrumbado, pero, en el sitio donde
se estaba, es muy común encontrar listones, anillos y, por supuesto,
rosas. Ya sea falsa o cierta la leyenda, muchos juran que es verdad, y ya
que en el nombre del amor hacemos muchas locuras, «vale la pena
intentarlo». Por cierto, existen algunas otras versiones que son más
dramáticas sobre esta historia. Una de ellas dice que una joven, cuyo
enamorado era un militar en tiempos de guerra, murió de amor y tristeza
al ver que su novio jamás volvió del campo de batalla.

EL FANTASMA DE SAN JOSÉ DEL CABO

Cuenta la leyenda que, en San José del Cabo, Baja California Sur, después
de varios intentos, por fin pudo obtenerse una fotografía de, lo que
aparenta ser, el fantasma de una niña que se aparece en una vivienda
abandonada de la colonia 8 de octubre, en la calle III Ayuntamiento.

A cualquiera esto puede parecerle demasiado extraño, pero es posible que


tenga una explicación lógica. Durante mucho tiempo, los vecinos del lugar
ya habían reportado las extrañas apariciones que ocurren en el sitio. Para
no dejar dudas, sus historias han sido avaladas por trabajadores que
instalaban cercos de protección en el inmueble, que ahora luce
abandonado. Mencionan que se trata de una pequeña que aparece en el
lugar sin importar la hora. Nunca se ve de frente, por lo que en realidad
nadie sabe quién es. Sólo se escucha su voz y sus risas, «como si
estuviera jugando». Se aparece sólo en la propiedad, la cual abarca una
extensión de más de 25 metros sobre la calle.
Algunos dicen que, hace muchos años, la familia de la pequeña se iba a
cambiar de casa. Al llegar el camión de la mudanza, dejaron a la niña
cuidando algunas cosas, mientras los padres se fueron con los muebles al
nuevo hogar. Descargaron, pero de regreso tuvieron un trágico accidente,
por lo que nunca volvieron a ver a la pequeña. Al llegar un policía con la
niña y contarle lo que había pasado, la pequeña se echó a correr mientras
pasaba un automóvil por ahí. Ella tampoco sobrevivió. La niña sigue en la
casa, jugando con sus viejos y fantasmagóricos juguetes, mientras espera
que sus padres regresen.

La Cueva del Pirata

Dicen que, en el siglo XVI, anduvieron por la zona del Pacífico y el Mar de
Cortés, muchos piratas que vivían robando a otros barcos en alta mar y
escondían los tesoros saqueados en las costas de Los Cabos.

Entre todos éstos, había uno que era temido por su tripulación, ya que
era extremadamente cruel y sanguinario. Este capitán era muy rico, por
lo que un día decidió esconder todo su tesoro en una cueva que estaba a
orillas del océano, justamente en donde se unen los dos mares. Ese lugar
queda en lo que actualmente se conoce como Cabo San Lucas, muy cerca
del Arco de Los Cabos, y es conocido hoy como la Cueva del Pirata. Entre
él y algunos miembros de su tripulación bajaron allí todas las joyas,
perlas, piedras preciosas, plata y oro. Después mandó cerrar la cueva y
lanzó una maldición a quien se atreviera a entrar. Antes de subir al barco,
mató a todos los que lo acompañaron para que nadie supiera la ubicación
del tesoro.
Varios años después, el pirata murió mientras intentaba robar un barco.
El secreto de su cueva pareció quedar en el olvido, hasta que un día una
mujer llegó a esa cueva con su hijo, donde ella percibió que una voz la
llamaba desde el interior. Aunque sintió que no debía entrar, la curiosidad
le ganó y se metió con mucho cuidado a esa gruta oscura. Jamás pensó
en hallar riquezas nunca antes imaginadas.

Su miedo se mezclaba con la alegría de haber encontrado tanta fortuna,


pero la entrada de la cueva comenzaba a cerrarse poco a poco. En ese
silencio, sólo se escuchaban las olas del mar. Ella creyó haber escuchado
una voz desde lo profundo del lugar, que decía:

—Toma ya todo lo que puedas y vete, porque la entrada se cerrará para


siempre.

Ella se esforzó por llevar lo más posible: monedas antiguas, joyas y


figuras talladas en marfil. Pero mientras más se demoraba, más se
cerraba la cueva. Cuando por fin sintió que ya era suficiente, salió
corriendo del lugar con sus manos llenas de riquezas.

Pero por pensar en la ambición y en huir de ahí, se olvidó del tesoro más
importante que tenía y mientras gritaba:

—¡Mi hijo!

Se escuchó un ruido de piedras que caían dentro de la cueva, cerrándose


para siempre su interior. La Cueva del Pirata no se abrió más ni para esa
mujer ni para nadie.
Ella ya no pudo rescatar a quien más amaba, por su codicia. Mientras sus
lágrimas caían, arrojó todas las cosas al mar y corrió hacia la entrada,
pero por más que se esforzó, sólo logró arañarla. Finalmente, casi
desfallecida y sin dejar de llorar, alzó la vista y le pareció ver la cara de
un niño, formada entre las rocas y sus sombras, que parecía sonreír.

EL DIFUNTITO

La historia cuenta que el cuerpo de José Zazueta, un pequeño de ocho


años, fue encontrado a las orillas de la playa, rumbo a Zacatitos, en San
José del Cabo, allá por el año 1910. Durante una crecida del arroyo, el
niño y su familia murieron arrastrados por el agua. Por el trágico suceso,
los vecinos del lugar le dieron santa sepultura y en el lugar construyeran
una capillita.

Desde entonces, año con año y hasta la fecha, familias josefinas —familias
de San José del Cabo—, sobre todo aquellas asentadas o nativas del
poblado más cercano, acuden hasta el lugar donde descansan sus restos
para rezarle y, en forma de manda, pedirle favores. Se dice que el
pequeño es muy milagroso cuando se trata de curar a los enfermos. La
capilla adorna la vista de la costa, pues entre la playa y el azul del mar
destaca un ángel blanco que cuida los restos del Difuntito desde afuera.
En cambio, por dentro está repleta de flores, ropa de bebé, juguetes,
rosarios, cruces, veladoras y hasta trenzas de cabello humano, como
agradecimiento por los favores recibidos.
Los más viejos intentan transmitir esta tradición de generación en
generación, con la intención de que, los integrantes más jóvenes de la
familia, preserven esta historia de fe, muy propia de Los Cabos y del Día
de Muertos, y parece que lo han logrado, pues todos los habitantes del
lugar creen en el Difuntito y hasta llevan a los turistas para que también
conozcan la leyenda.

EL RATÓN

Una de las leyendas más recientes, y quizá la más famosa, pues a muchos
jóvenes les tocó conocerlo, es la de El Ratón, apodado así por sus padrinos
y por los patrones de donde laboraba su madre. Se cuenta que, al nacer,
era tan pequeño que su cuna fue una caja de zapatos, según narra el libro
Huellas de Los Cabos.

Su nombre era Oscar Lucero Villarino, pero era mejor conocido como “El
Ratón”. Se convirtió en un personaje muy famoso en San José del Cabo,
pero por su triste historia. En 1961, al morir su madre a quien tanto
amaba, se decidió a no dejarla sola y, desde ese momento y hasta el día
de su muerte en 2009, vivió junto a su tumba en el panteón del centro
de la cabecera municipal.

Quienes los conocieron contaban que era un personaje con una risa
singular, sobre todo cuando bebía algunas copas, pues el alcohol era su
vicio.
—¿No te da miedo vivir aquí? —le preguntaban regularmente.

—Para nada. Yo conozco la vida de cada uno de los que aquí están
enterrados. Además, hay que tenerles más miedo a los vivos que a los
muertos, ¿no? —solía contestar con una gran carcajada.

Desde muy joven pastoreó ganado. Casi no estudió, pero aún así trabajó
en barcos y muelles de Ensenada y Santa Rosalía. Los que lo conocieron
dicen que para la poca actividad académica que cursó, su vocabulario y
sus conocimientos eran bastante amplios. El joven nunca tuvo familia,
porque amaba tanto a su mamá que nunca se quiso separar de ella. Eso
sí, se sabe que las mujeres le gustaban mucho y que incluso tuvo una
novia, pero ella lo dejó porque no tenía muchas ganas de irse a vivir a un
panteón.

Cuentan que El Ratón decía:

—Estoy aquí porque mi madre me habla. Cuando sueño, ella me dice:


«Hijo, ¿qué estás haciendo aquí?, busca otro lugar para vivir. Necesitas a
tu esposa y a tus hijos».

Pero él siempre le decía que no, que estaba ahí para cuidarla y que jamás
la dejaría. ¡Y así sucedió! Algunos cuentan que todavía se ve el fantasma
de El Ratón junto a la tumba de su mamá, pero en lugar de estar llorando
por su partida, ambos fantasmas están platicando o abrazados,
disfrutando juntos de la eternidad que tanto tiempo soñaron.

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