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La novela narra la historia de Damaris, una mujer que ha crecido en medio de la pobreza en
el pacífico colombiano sostiene limpiando casas de personas adineradas y vive junto a su
esposo Rogelio, quien pesca en la costa y está ensimismado en las trivialidades rutinarias.
Damaris está a punto de cumplir cuarenta años y tiene una hendidura en el alma, la
frustración más grande con la cual vive ha sido el hecho de no ser madre y le pesan los pies
de cargar el pasado, como un yunque que le acorta el viaje de su vida. Es juzgada por su
familia, sus vecinos y constantemente por ella misma, resalta el desprecio que tiene hacia su
aspecto físico y la presión a la que es sometida una mujer casada, que necesita ser madre
para sentirse realizada y que a los 40 años “no cumplió el propósito de su vida”.
“Cuando por delante de ellos pasó una mujer del pueblo. Era alta, caminaba con orgullo
meneando sus nalgas, y el pelo, que tenía alisado, le llegaba hasta la mitad de la espalda.
Damaris siempre la había admirado. Todos los pescadores la siguieron con los ojos y el tío se
tomó un trago.
-Como está de buena-dijo-, y eso que ya debe tener cuarenta, la edad en la que las mujeres se
secan.
Sin embargo, en medio de la desesperanza, se encuentra con una perra a la cual adopta y
cuida como si fuese su hija, hasta el punto en el que nombra a la perra Chirli, como le habría
puesto al bebé que siempre deseó. El vínculo que Damaris crea con su mascota es
irreprochable y aparentemente duradero, no obstante, durante el transcurso de la novela,
vemos cómo los personajes divergen de su impulso inicial y se envuelven en diferentes
encrucijadas, que en el caso de Damaris la llevan a un espiral inaprensible de emociones
reprimidas y finalmente, a no reconocerse a sí misma. Uno de los eventos que más afectan a
Damaris es que la perra regrese embarazada a su casa, esto hace que sienta rencor hacia ella
y la evite más que en cualquier otro momento. “Para Damaris fue como un golpe en el
estómago: sintió que se quedaba sin aire. No pudo ni siquiera negarse a aceptarlo porque era
evidente. La perra tenía las tetas infladas y la barriga redonda y dura.” (p, 37)
El escenario en el que se desarrollan las escenas está unido por un hilo conductor que nos
lleva a pensar que Damaris y las personas que están cerca, viven en medio de la voraz e
inesperada selva y el impetuoso y traicionero mar. La protagonista tiene un cargo de
consciencia sin resolver y una incapacidad de perdonarse a sí misma y a los demás. Quintana
revela la cólera de Damaris desde el inicio de la novela, ella, tiene un trauma que esta
vinculado al lugar en el que habita: la desafortunada muerte de Nicolasito, un niño con el
cual compartió en su infancia y vio morir sin poder hacer mucho más para salvarlo que ver
como se lo llevaban las olas. Damaris fue culpada y castigada por lo ocurrido y desde ahí su
percepción cambia para siempre. Quintana le da un símbolo palpable a lo inevitable que es
atentar contra la naturaleza o impedir que esta siga su curso hostil, entonces por donde mire
todos están condenados al desastre. “El mar seguía tranquilo como una piscina infinita, pero
Damaris no se dejó engañar. Ella sabía muy bien que ese era el mismo animal malévolo que
tragaba y escupía gente”. (p, 99).