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La madre naturaleza

Quinta, Pilar. (2017) La Perra. Bogotá, D. C,.: Literatura Random House


A lo largo del tiempo, la maternidad ha sido concebida como un hecho inherente a la
naturaleza femenina pues en ella se ven involucrados procesos biológicos. No obstante, estos
modelos impuestos han condicionado de manera tajante la autonomía de la mujer,
transformando el discurso maternal de opción a obligación. La novela sensibiliza a los
lectores sobre la frustración que supone no ser madre en una sociedad donde la maternidad
constituye la realización y trascendencia de las mujeres.
Pilar Quintana desdibuja los imaginarios desacertados a los que es sometida la percepción de
gestación y concepción, retrata las facetas históricamente silenciadas que existen alrededor
del anhelo socialmente fundado en torno a la maternidad y cómo este deseo se ve violentado
a sí mismo por las edades configuradas culturalmente, la repugnancia constante hacia la
propia corporeidad y cómo esto resulta en una presión permanente que se crea en torno al
coito al punto de que el disfrute mutuo se ve relegado a un segundo plano. La perra es la
cuarta novela de la caleña María Pilar Quintana Villalobos, la escribió en un celular, afirma,
no por elección sino por falta de alguna otra alternativa, acababa de tener un bebé y esto
ocupaba todo su tiempo, mientras él dormía ella escribía (Quintana, 2018), con el deseo
desaforado de plasmar en su teléfono la cara olvidada de la maternidad frustrada en la
marginalidad socioeconómica colombiana, Quintana encuentra en el rostro de Damaris, una
mujer que jamás logró ser madre, el iris de la desdicha. La novela ganó el premio Biblioteca
Narrativa Colombiana en su cuarta edición, pues más que una historia de ficción es el
conjuro de sus nostalgias propias, sus memorias y sus olvidos.

La novela narra la historia de Damaris, una mujer que ha crecido en medio de la pobreza en
el pacífico colombiano sostiene limpiando casas de personas adineradas y vive junto a su
esposo Rogelio, quien pesca en la costa y está ensimismado en las trivialidades rutinarias.
Damaris está a punto de cumplir cuarenta años y tiene una hendidura en el alma, la
frustración más grande con la cual vive ha sido el hecho de no ser madre y le pesan los pies
de cargar el pasado, como un yunque que le acorta el viaje de su vida. Es juzgada por su
familia, sus vecinos y constantemente por ella misma, resalta el desprecio que tiene hacia su
aspecto físico y la presión a la que es sometida una mujer casada, que necesita ser madre
para sentirse realizada y que a los 40 años “no cumplió el propósito de su vida”.

“Cuando por delante de ellos pasó una mujer del pueblo. Era alta, caminaba con orgullo
meneando sus nalgas, y el pelo, que tenía alisado, le llegaba hasta la mitad de la espalda.
Damaris siempre la había admirado. Todos los pescadores la siguieron con los ojos y el tío se
tomó un trago.

-Como está de buena-dijo-, y eso que ya debe tener cuarenta, la edad en la que las mujeres se
secan.

Yo siempre lo estuve”, pensó Damaris, amargada.” (p. 47).

Sin embargo, en medio de la desesperanza, se encuentra con una perra a la cual adopta y
cuida como si fuese su hija, hasta el punto en el que nombra a la perra Chirli, como le habría
puesto al bebé que siempre deseó. El vínculo que Damaris crea con su mascota es
irreprochable y aparentemente duradero, no obstante, durante el transcurso de la novela,
vemos cómo los personajes divergen de su impulso inicial y se envuelven en diferentes
encrucijadas, que en el caso de Damaris la llevan a un espiral inaprensible de emociones
reprimidas y finalmente, a no reconocerse a sí misma. Uno de los eventos que más afectan a
Damaris es que la perra regrese embarazada a su casa, esto hace que sienta rencor hacia ella
y la evite más que en cualquier otro momento. “Para Damaris fue como un golpe en el
estómago: sintió que se quedaba sin aire. No pudo ni siquiera negarse a aceptarlo porque era
evidente. La perra tenía las tetas infladas y la barriga redonda y dura.” (p, 37)

La desazón de la monotonía y un matrimonio apagado, que se ha desintegrado por los


numerosos fracasos y la búsqueda hacia algo que nunca pudo ser, hace que la convivencia
sea más difícil entre Damaris y su esposo Rogelio, que después de tanto tiempo juntos están
sin estar, existiendo entre los esbozos de una familia que se quiebra por el sentimiento de
carencia que los consume. Los sentires en las que se ve envuelta Damaris, la soledad, el
desamparo, las presiones sociales, detonan en ella un odio exagerado a su cuerpo y a lo
estéticamente homogeneizado, su autoestima se desintegra y habita constantemente en la
idea de que al ser tan grande es torpe y por esta razón su cuerpo carece de algo esencial
dentro de lo femenino: el poder procrear. “A Damaris le cubrió la tristeza y todo - levantarse
de la cama, preparar la comida, masticar los alimentos- le costaba un trabajo enorme. Sentía
que la vida era como la caleta y que a ella le había tocado atravesar caminando con los pies
enterrados en el barro y el agua hasta la cintura, sola, completamente sola, en un cuerpo que
no le daba hijos y sólo servía para romper cosas”. (p, 48).

El escenario en el que se desarrollan las escenas está unido por un hilo conductor que nos
lleva a pensar que Damaris y las personas que están cerca, viven en medio de la voraz e
inesperada selva y el impetuoso y traicionero mar. La protagonista tiene un cargo de
consciencia sin resolver y una incapacidad de perdonarse a sí misma y a los demás. Quintana
revela la cólera de Damaris desde el inicio de la novela, ella, tiene un trauma que esta
vinculado al lugar en el que habita: la desafortunada muerte de Nicolasito, un niño con el
cual compartió en su infancia y vio morir sin poder hacer mucho más para salvarlo que ver
como se lo llevaban las olas. Damaris fue culpada y castigada por lo ocurrido y desde ahí su
percepción cambia para siempre. Quintana le da un símbolo palpable a lo inevitable que es
atentar contra la naturaleza o impedir que esta siga su curso hostil, entonces por donde mire
todos están condenados al desastre. “El mar seguía tranquilo como una piscina infinita, pero
Damaris no se dejó engañar. Ella sabía muy bien que ese era el mismo animal malévolo que
tragaba y escupía gente”. (p, 99).

El final de la novela es inesperado y confuso, da la impresión de que los sucesos transcurren


más rápido desde el infortunado accidente y nos hace reflexionar con respecto a los puntos
de quiebre de los seres humanos, no entendemos cómo suceden las cosas hasta releerlas y
plantearnos la posibilidad en la cabeza de que hay más oscuridad en la vulnerabilidad
expuesta que en una verdad. Existe una amalgama de emociones representables en la
narrativa, la monstruosidad del mar, y lo salvaje que resulta en entorno natural, nos lleva a
pensar que la atmosfera aversiva intrínseca del mar y el terreno, habitan a Damaris y no al
contrario. La selva la habita, y ella, vive en las vituperaciones exacerbadas que ha recibido a
lo largo de su trasegar en el mundo. Las personas y las situaciones, si bien ocurren allí, y
están plasmados en el papel, trascienden al punto de que, tras la lectura es imposible no
conectar con Damaris y sus dolores, Damaris y sus malas decisiones; porque a diferencia de
las novelas de formación decimonónicas, aquí no hay buenos y malos, todas somos Damaris
asesinando a la mascota que amaba en un ataque de ira, y desconocimiento propio. Porque
todas hemos aniquilado algo realmente valioso por la presión que la sociedad a puesto en
nuestras espaldas.

Laura Manuela Rojas León.

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