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Que hermoso paisaje verde, con fragancia a eucalipto,


moras y lanches. Si nos habíamos maravillado con las
noches de la sierra, los días son más grandiosos todavía.
Razón tenía don Marco Tulio cuando versaba:
Yo soy de arriba.
“Soy, donde el sol no quema, te acaricia
donde los frutos nacen por su cuenta,
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donde mora aún la cenicienta
en medio de aventuras y delicias”.
Había transcurrido mucho tiempo desde la última aventura
de Alejo. Habían venido las lluvias y como llegaron se
fueron. Y nuevamente el sol imponía la nota al paisaje. El
conejo se había olvidado de las amenazas del zorro y se
pasaba la vida jugando libremente en los verdes pastizales
del campo. Cuando tenía hambre buscaba puros-puros,
lanches, pepinos, y sobre todo moras. A él, como a todos, 3
le gustan las moras más grandes y maduras.

¡Qué
delicia!
Por su parte el zorro Patricio no dormía pensando en su
venganza contra el conejo… Un día que caminaba por una
campiña vio al conejo pasar todo apurado llevando consigo
un enorme gajo de moras. Rápido el zorro se escondió
entre unos arbustos y sigilosamente fue avanzando hacia el
conejo. Esta vez estaba muy dispuesto a dar una lección al
travieso orejón.
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Patricio, decidido a no dejarse engañar por Alejo, se acercó
muy airado. Pero mientras más se aproximaba, más
recordaba que no había comido nada desde hace mucho
tiempo y al ver las moras sus tripas empezaron a sonar de 5

hambre. Pensó “antes de darle su lección le voy a quitar las


moras”.
- ¡Dame esas moras! - le dijo al conejo.
Alejo muy asustado, sabía que después de darle las moras
al zorro, éste le ajustaría cuentas. Entonces se le ocurrió
algo.
- Tome tío- dijo alcanzándole las moras- aunque están
amargas y secas. Nada como las moras del potrero de
Don Prudencio que son dulces y jugosas.

- ¿Y dónde es eso? – preguntó muy curioso Patricio.

Más rápido que un rayo Alejo vio ahí su oportunidad de salir


nuevamente de este asunto.
- Aquí a la vuelta –dijo- si quiere lo llevo.
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El zorro aceptó, pues su desconfianza cedió al hambre
y la curiosidad. El conejo, eso sí, le advirtió que estas
moras se disfrutaban mejor si se tomaban directo de
la planta con el hocico, con las manos hacia atrás y con
los ojos cerrados.

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Así se hacen
más ricas.
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Para variar
sucedió que no
eran moras, sino
un brillante y
muy poblado
panal de
agresivas abejas
que brillaban a la
distancia por la
miel que se
regaba de sus
celdas.
Cuando Patricio quiso tomar las supuestas moras, miles
de abejas se agazaparon sobre él, haciendo que diera
saltos y piruetas por cada aguijón que le acertaban las
abejas.
¡Ayayauuuuuuuuuuu!
¡Estas no son
moras! 9

El conejo huyó, como siempre, y Patricio esta vez


renunció a todo intento de venganza contra el
incorregible conejo, pues correría el riesgo de ser
nuevamente engañado.

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