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El documento discute cómo la expectativa de vida más larga ha llevado a algunos a creer erróneamente que la adolescencia se ha prolongado, cuando en realidad la adolescencia dura entre los 10-19 años según la OMS. Sostiene que es problemático cuando comportamientos y mentalidades adolescentes se extienden a la adultez temprana y más allá, ya que esto puede socavar el desarrollo social saludable. También advierte que cuando los adultos se aferran a la adolescencia en lugar de madurar, esto puede obstaculizar el flujo natural entre las
El documento discute cómo la expectativa de vida más larga ha llevado a algunos a creer erróneamente que la adolescencia se ha prolongado, cuando en realidad la adolescencia dura entre los 10-19 años según la OMS. Sostiene que es problemático cuando comportamientos y mentalidades adolescentes se extienden a la adultez temprana y más allá, ya que esto puede socavar el desarrollo social saludable. También advierte que cuando los adultos se aferran a la adolescencia en lugar de madurar, esto puede obstaculizar el flujo natural entre las
El documento discute cómo la expectativa de vida más larga ha llevado a algunos a creer erróneamente que la adolescencia se ha prolongado, cuando en realidad la adolescencia dura entre los 10-19 años según la OMS. Sostiene que es problemático cuando comportamientos y mentalidades adolescentes se extienden a la adultez temprana y más allá, ya que esto puede socavar el desarrollo social saludable. También advierte que cuando los adultos se aferran a la adolescencia en lugar de madurar, esto puede obstaculizar el flujo natural entre las
Según una creencia muy extendida en estos tiempos, al aumentar la
expectativa de vida (que hoy es de 76 años en nuestro país, según estadísticas del Banco Mundial), se prolongó la adolescencia. Eso se traduce al lenguaje. Es común llamar “chicos” a personas de 25, 28 o 30 años. Como el lenguaje crea realidades, al tiempo que las refleja, una masa de las personas de esa franja etaria piensa y actúa en consonancia con aquella denominación. Adopta conductas adolescentes, como son la transgresión sin otro objetivo que la transgresión misma, las conductas de riesgo haciendo caso omiso de los mismos, los compromisos efímeros o superficiales, la inestabilidad emocional, la no aceptación de los límites, los proyectos de corto plazo, la priorización de los deseos y la confusión de deseos con necesidades reales, una tendencia a perpetuarse en el lugar de hijos, una sexualidad epidérmica, con más acento en la genitalidad que en lo afectivo, desinterés por los temas comunes a la comunidad y acento en las cuestiones personales o del grupo o tribu a los que se pertenece.
El médico alemán Rüdiger Dahlke, autor del ya clásico libro “La
enfermedad como camino” dice en otro de sus ensayos (“Las etapas críticas de la vida”) que la adolescencia es una etapa de cambios constantes, de desconocimiento y control respecto del propio cuerpo, agrega que es un tramo en el que se imponen los apremios repentinos y el impulso, y no hay espacio para la reflexión y la comprensión y evaluación de los hechos y circunstancias que se viven. En la adolescencia los sucesos valen más que los procesos. Hay una sensación de inmortalidad y el futuro no entra dentro del campo visual y existencial, es un tema ajeno, cosa de adultos. EL PLAZO ES EL MISMO El anterior no es un retrato crítico de la adolescencia, sino una simple descripción de ese ciclo en la evolución del individuo humano. No hay nada anormal en el hecho de que un adolescente actúe de esa manera. Es lo natural. Pero ocurre que la adolescencia se cierra entre los 18 y los 20 años. La Organización Mundial de la Salud sitúa esa etapa entre los 10 y los 19 años. No hay razones para que se extienda, porque tanto infancia como adolescencia son momentos transitorios, de pasaje, en los cuales se completan procesos de maduración física, psíquica y cognitiva. Los cambios históricos y sociales modifican aspectos, sobre todo externos, en la vivencia del adolescente, pero en lo que hace a lo esencial la adolescencia siempre duró lo mismo y terminó a la misma edad. En todo caso, si algo cambió con el incremento en la expectativa de vida es que ahora hay espacio para la vejez que anteriormente era, sí, una etapa breve, final y sin horizonte. Hoy hay tiempo para ser viejo, para explorar ese tramo existencial con atención, con detenimiento, con realizaciones y con proyectos. La adolescencia no es más larga. La vida sí, y eso permite vivenciar experiencias para las que antes no alcanzaba el tiempo cronológico. En la adolescencia los sucesos valen más que los procesos. Hay una sensación de inmortalidad y el futuro no entra dentro del campo visual y existencial, es un tema ajeno, cosa de adultos
Conviene, entonces, repasar esto: no hay nada grave en que un
adolescente (durante el tiempo en que es adolescente) se comporte como tal. Preocupante sería que no lo hiciera. Los problemas aparecen si esas conductas y esa configuración psíquica y emocional se extienden a los años de la adultez temprana y, haciéndose crónicas, continúan incluso más allá. Cuando eso ocurre, y cuando además es un fenómeno masivo, la sociedad empieza a sufrir carencia de adultez, aun cuando los cortes cronológicos indiquen que numéricamente hay adultos. No es lo mismo entrar en la adultez que madurar. La maduración es el producto de un proceso que se da en el tiempo, a medida que se transitan las diferentes etapas de la vida, se cierran los ciclos evolutivos y se pasa a los siguientes con nuevos recursos existenciales, con más bagaje en materia de comprensión y con mayores posibilidades de sostener misiones, profundizar compromisos y observar con perspectiva el escenario vital.
Si quienes ya la atravesaron se aferran a la adolescencia y se resisten a
abandonarla, tanto la secuencia de las generaciones, como el equilibrio general de la sociedad empiezan a ser disfuncionales. Eso empeora cuando, a su vez, quienes son adultos desde hace un buen tiempo, apañan con sus propias actitudes a los adolescentes que ya pasaron su fecha de vencimiento. Esos adultos se ilusionan conque si hay adolescentes de 22, 25, 28 o 30 años, ellos mismos no envejecen. Es lo que ocurre con muchos padres que siguen viendo a sus “púeres eternos” (así llamaba Carl Jung, padre de la psicología profunda, a quienes se estacionan en una adolescencia perpetua) como “chicos”, como “nenes” o “nenas”, y los cobijan física y emocionalmente en un nido que ya no es nutricio sino tóxico. NIÑOS INFLADOS Esta situación agrega problemas adicionales. Adultos que se agarran con ambas manos a la ilusión de detener el tiempo, sumados a jóvenes que se siguen pretendiendo adolescentes, provocan verdaderos embotellamientos generacionales, obstaculizan el flujo natural del tiempo y de las etapas vitales, privan a la sociedad de las presencias que necesita en cada estamento etario, rompen la cadena a través de la cual se transmiten la memoria colectiva, los valores compartidos, los propósitos comunes, la idea de futuro y la identidad comunitaria. Este tipo comportamiento, hace que esos adultos no sean más que “niños inflados por la edad”, según los definía la escritora y pensadora existencialista francesa Simone de Beauvoir (1908-1986). La maduración es el producto de un proceso que se da en el tiempo, a medida que se transitan las diferentes etapas de la vida, se cierran los ciclos evolutivos y se pasa a los siguientes con nuevos recursos existenciales, con más bagaje en materia de comprensión y con mayores posibilidades de sostener misiones, profundizar compromisos y observar con perspectiva el escenario vital Una sociedad en la que, en los estamentos etarios que están más allá de la adolescencia, van predominando los “niños inflados”, es una sociedad que se niega a crecer. Una sociedad de “adultescentes” (adultos incompletos), en donde los comportamientos adolescentes se imponen en todas las edades y además se estimulan y se celebran. Los vemos en la forma de conducir los autos, en las discusiones de cualquier tipo, en el deporte (adentro y afuera de los campos de juego), en la moda, en los programas de televisión que resultan más exitosos, en el desinterés por ciertos temas importantes y en la obsesión por las cuestiones banales, en la levedad de los compromisos de todo tipo, en la inconsistencia de los proyectos de vida, en la propagación de las adicciones (no sólo al alcohol o a las drogas, que se tornan socialmente aceptables, sino a psicofármacos, tarjetas de crédito, tecnología superflua, etcétera). En una sociedad así las normas, reglas y leyes se violan sistemáticamente, no hay tolerancia a la frustración, se carece de paciencia para vivir y completar procesos, los presidentes bailan en situaciones que requieren actitudes de otro tipo y la tragedia sobrevuela, y a menudo aterriza, como ocurrió el sábado 16 de abril en la fiesta electrónica de Costa Salguero, donde la adultez, la madurez y la responsabilidad brillaron dolorosamente por su ausencia en todos los involucrados, sin excepción. Absolutamente todos. La adolescencia perpetua y disfuncional no es recomendable para una sociedad que pretende tener un futuro y ser su artífice.