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Exceso de adolescencia

Según una creencia muy extendida en estos tiempos, al aumentar la


expectativa de vida (que hoy es de 76 años en nuestro país, según
estadísticas del Banco Mundial), se prolongó la adolescencia. Eso se
traduce al lenguaje. Es común llamar “chicos” a personas de 25, 28 o
30 años. Como el lenguaje crea realidades, al tiempo que las refleja,
una masa de las personas de esa franja etaria piensa y actúa en
consonancia con aquella denominación. Adopta conductas
adolescentes, como son la transgresión sin otro objetivo que la
transgresión misma, las conductas de riesgo haciendo caso omiso de
los mismos, los compromisos efímeros o superficiales, la inestabilidad
emocional, la no aceptación de los límites, los proyectos de corto plazo,
la priorización de los deseos y la confusión de deseos con necesidades
reales, una tendencia a perpetuarse en el lugar de hijos, una sexualidad
epidérmica, con más acento en la genitalidad que en lo afectivo,
desinterés por los temas comunes a la comunidad y acento en las
cuestiones personales o del grupo o tribu a los que se pertenece.

El médico alemán Rüdiger Dahlke, autor del ya clásico libro “La


enfermedad como camino” dice en otro de sus ensayos (“Las etapas
críticas de la vida”) que la adolescencia es una etapa de cambios
constantes, de desconocimiento y control respecto del propio cuerpo,
agrega que es un tramo en el que se imponen los apremios repentinos y
el impulso, y no hay espacio para la reflexión y la comprensión y
evaluación de los hechos y circunstancias que se viven. En la
adolescencia los sucesos valen más que los procesos. Hay una
sensación de inmortalidad y el futuro no entra dentro del campo visual
y existencial, es un tema ajeno, cosa de adultos.
EL PLAZO ES EL MISMO
El anterior no es un retrato crítico de la adolescencia, sino una simple
descripción de ese ciclo en la evolución del individuo humano. No hay
nada anormal en el hecho de que un adolescente actúe de esa manera.
Es lo natural. Pero ocurre que la adolescencia se cierra entre los 18 y
los 20 años. La Organización Mundial de la Salud sitúa esa etapa entre
los 10 y los 19 años. No hay razones para que se extienda, porque tanto
infancia como adolescencia son momentos transitorios, de pasaje, en
los cuales se completan procesos de maduración física, psíquica y
cognitiva. Los cambios históricos y sociales modifican aspectos, sobre
todo externos, en la vivencia del adolescente, pero en lo que hace a lo
esencial la adolescencia siempre duró lo mismo y terminó a la misma
edad. En todo caso, si algo cambió con el incremento en la expectativa
de vida es que ahora hay espacio para la vejez que anteriormente era,
sí, una etapa breve, final y sin horizonte. Hoy hay tiempo para ser viejo,
para explorar ese tramo existencial con atención, con detenimiento,
con realizaciones y con proyectos. La adolescencia no es más larga. La
vida sí, y eso permite vivenciar experiencias para las que antes no
alcanzaba el tiempo cronológico.
En la adolescencia los sucesos valen más que los procesos. Hay una
sensación de inmortalidad y el futuro no entra dentro del campo
visual y existencial, es un tema ajeno, cosa de adultos

Conviene, entonces, repasar esto: no hay nada grave en que un


adolescente (durante el tiempo en que es adolescente) se comporte
como tal. Preocupante sería que no lo hiciera. Los problemas aparecen
si esas conductas y esa configuración psíquica y emocional se extienden
a los años de la adultez temprana y, haciéndose crónicas, continúan
incluso más allá. Cuando eso ocurre, y cuando además es un fenómeno
masivo, la sociedad empieza a sufrir carencia de adultez, aun cuando
los cortes cronológicos indiquen que numéricamente hay adultos. No
es lo mismo entrar en la adultez que madurar. La maduración es el
producto de un proceso que se da en el tiempo, a medida que se
transitan las diferentes etapas de la vida, se cierran los ciclos evolutivos
y se pasa a los siguientes con nuevos recursos existenciales, con más
bagaje en materia de comprensión y con mayores posibilidades de
sostener misiones, profundizar compromisos y observar con
perspectiva el escenario vital.

Si quienes ya la atravesaron se aferran a la adolescencia y se resisten a


abandonarla, tanto la secuencia de las generaciones, como el equilibrio
general de la sociedad empiezan a ser disfuncionales. Eso empeora
cuando, a su vez, quienes son adultos desde hace un buen tiempo,
apañan con sus propias actitudes a los adolescentes que ya pasaron su
fecha de vencimiento. Esos adultos se ilusionan conque si hay
adolescentes de 22, 25, 28 o 30 años, ellos mismos no envejecen. Es lo
que ocurre con muchos padres que siguen viendo a sus “púeres
eternos” (así llamaba Carl Jung, padre de la psicología profunda, a
quienes se estacionan en una adolescencia perpetua) como “chicos”,
como “nenes” o “nenas”, y los cobijan física y emocionalmente en un
nido que ya no es nutricio sino tóxico.
NIÑOS INFLADOS
Esta situación agrega problemas adicionales. Adultos que se agarran
con ambas manos a la ilusión de detener el tiempo, sumados a jóvenes
que se siguen pretendiendo adolescentes, provocan verdaderos
embotellamientos generacionales, obstaculizan el flujo natural del
tiempo y de las etapas vitales, privan a la sociedad de las presencias
que necesita en cada estamento etario, rompen la cadena a través de la
cual se transmiten la memoria colectiva, los valores compartidos, los
propósitos comunes, la idea de futuro y la identidad comunitaria. Este
tipo comportamiento, hace que esos adultos no sean más que “niños
inflados por la edad”, según los definía la escritora y pensadora
existencialista francesa Simone de Beauvoir (1908-1986).
La maduración es el producto de un proceso que se da en el tiempo, a
medida que se transitan las diferentes etapas de la vida, se cierran los
ciclos evolutivos y se pasa a los siguientes con nuevos recursos
existenciales, con más bagaje en materia de comprensión y con
mayores posibilidades de sostener misiones, profundizar
compromisos y observar con perspectiva el escenario vital
Una sociedad en la que, en los estamentos etarios que están más allá de
la adolescencia, van predominando los “niños inflados”, es una
sociedad que se niega a crecer. Una sociedad de “adultescentes”
(adultos incompletos), en donde los comportamientos adolescentes se
imponen en todas las edades y además se estimulan y se celebran. Los
vemos en la forma de conducir los autos, en las discusiones de
cualquier tipo, en el deporte (adentro y afuera de los campos de juego),
en la moda, en los programas de televisión que resultan más exitosos,
en el desinterés por ciertos temas importantes y en la obsesión por las
cuestiones banales, en la levedad de los compromisos de todo tipo, en
la inconsistencia de los proyectos de vida, en la propagación de las
adicciones (no sólo al alcohol o a las drogas, que se tornan socialmente
aceptables, sino a psicofármacos, tarjetas de crédito, tecnología
superflua, etcétera). En una sociedad así las normas, reglas y leyes se
violan sistemáticamente, no hay tolerancia a la frustración, se carece de
paciencia para vivir y completar procesos, los presidentes bailan en
situaciones que requieren actitudes de otro tipo y la tragedia
sobrevuela, y a menudo aterriza, como ocurrió el sábado 16 de abril en
la fiesta electrónica de Costa Salguero, donde la adultez, la madurez y
la responsabilidad brillaron dolorosamente por su ausencia en todos
los involucrados, sin excepción. Absolutamente todos. La adolescencia
perpetua y disfuncional no es recomendable para una sociedad que
pretende tener un futuro y ser su artífice.

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