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Contexto internacional
Al mismo tiempo, en este período, el Imperio español comenzó a decaer. La reducción de las
rentas extraídas de las minas americanas, sumada al fracaso del sistema de comercio
monopólico y la piratería inglesa, fue corroyendo las capacidades estatales españolas para
poder afianzar su dominio sobre los diferentes virreinatos de América. En ese contexto, se
realizaron las reformas borbónicas que intentaron descentralizar la gestión administrativa
sobre el territorio americano y que, entre otras cosas, le otorgaron a Buenos Aires el carácter
de capital del nuevo Virreinato del Rio de la Plata en 1776.
Contexto local
La conformación de un nuevo Virreinato encabezado por Buenos Aires fue un claro reflejo del
rol que había ido adquiriendo el puerto de esa ciudad en la nueva economía imperial. Durante
décadas, el sistema de monopolio implicó que los bienes de consumo de la época que eran
importados ingresaban exclusivamente por los puertos autorizados por el imperio -ubicados
en Lima y Veracruz- lo que provocaba el desabastecimiento del resto de las ciudades
americanas. En este contexto, el puerto de Buenos Aires fue el lugar de ingreso de las
mercaderías contrabandeadas que abastecieron a cientos de ciudades del Virreinato del Perú
al Sur de Lima.
El dinamismo que otorgó la nueva economía contrabandista generó que algunas familias
pudieran enriquecerse formando una primigenia clase social pequeña burguesa criolla que
después encabezaría la Revolución de Mayo. Dicho crecimiento socio económico posibilitó que
muchos de los hijos de esas familias pudieran acceder a estudios universitarios en España y en
otras universidades importantes de América: allí se pusieron en contacto con las ideas
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revolucionarias y las logias que después organizaron la revolución y la posterior guerra de la
Independencia.
No obstante, a lo largo de este período, el que los criollos seguían teniendo un estatus de
“ciudadanos de segunda clase” fue resultando más claro y menos tolerable por éstos. El
virreinato era gobernado por el Virrey y otros funcionarios españoles, designados por la
Corona española, excluyendo del proceso de gobierno al incipiente grupo criollo. A pesar de su
poderío económico, su dinamismo intelectual e influencia estaba vedado de la “cosa pública”.
Tras la invasión de Napoleón a España y la abdicación del Rey, los grupos criollos vieron la
posibilidad de reclamar un espacio de autogobierno y autonomía respecto a la Corona. Así,
empezaron a articular un proceso que comenzó con la excusa de sostener a la Corona española
durante la invasión francesa, creando un gobierno propio, y que terminó en la declaración de
independencia de la metrópolis española, 6 años después.
Los eventos de mayo de 1810 cristalizaron una alianza de dos grandes facciones políticas. Por
un lado, sectores moderados que buscaban mayor autonomía de la Corona española, liderados
por Saavedra, quien era un héroe de la resistencia al Imperio británico y un hombre poderoso
de Buenos Aires. Por el otro, grupos más radicalizados que querían un autogobierno pleno, la
difusión de las ideas revolucionarias en la colonia y la independencia de todo el virreinato.
Entre ellos estaban Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano.
Tras el proceso autonómico de mayo, comenzó expandirse la revolución, con la invitación a los
cabildos del interior a formar parte del órgano principal. De ese modo, se sucedieron
diferentes gobiernos que se caracterizaron por su inestabilidad y divisiones internas, que se
debieron al proceso de guerra con la Corona y sus aliados locales.
San Martín fue parte de un grupo de militares criollos masones que instrumentaron el famoso
“Plan Maitland” (cuyo nombre provenía del militar escocés que lo ideó). Éste implicaba atacar
desde el sur y el norte, garantizando la independencia de toda la región para terminar con el
dominio español. San Martín avanzó desde el sur y Bolívar, desde el norte. Cabe destacar que
el primero sólo condujo un combate en el actual territorio argentino, el combate de San
Lorenzo. En su carrera político-militar liberó varios países del continente y nunca intervino en
los problemas políticos locales.
En ese período hubo diversos intentos de organizar institucionalmente al Estado, pero todos
ellos fracasaron. Uno de los debates institucionales que se suscitó fue si era conveniente tener
un sistema de gobierno monárquico o uno republicano –o sea, si era preferible uno donde el
Poder Ejecutivo fuera liderado por una persona de una familia Real con carácter hereditario u
otro donde hubiese alguna forma de combinación de división de poderes y mecanismos de
elección popular del Poder Ejecutivo.
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Otro punto de discusión fue el de la organización territorial del poder, que enfrentó a
defensores del sistema federal con los del sistema unitario de gobierno. Este tema
caracterizará a la unidad siguiente, la de las guerras civiles.
Mientras que el unitarismo se caracteriza por considerar que hay un único centro soberano (la
Nación o el pueblo), el federalismo considera que existen diversos gobiernos con entidad
soberana que se unen para formar una entidad más grande. El Congreso de Tucumán, que en
1816 declaró la independencia, también sancionó una Constitución en 1819, que se caracterizó
por adoptar una forma unitaria de gobierno. Ésta sería resistida por los caudillos del interior,
actores centrales de las próximas décadas de la política del Río de la Plata.
La Asamblea del año XIII rechazó a los enviados de la Banda Oriental por Artigas que sostenían
la tesis federalista. A partir de este suceso estalló abiertamente el conflicto entre Buenos Aires
y las provincias, tema que se profundizará en los años subsiguientes.