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Cesar hernandez
5to primaria
La zorra y la cigüeña
Cuenta la historia que una zorra invitó a una cigüeña a comer en su casa,
pero cuando esta llegó, se encontró con que la zorra había servido sopa en
platos hondos. De ese modo, se aseguraba que la cigüeña no pudiera
comer.
Moraleja
Trata a los demás como deseas que te traten a ti, y si no lo haces, luego
no te quejes de las consecuencias.
—¡Te encontré, Tío Conejo! No podrás escapar de mí esta vez, y serás mi almuerzo del
día.
Pero Tío Conejo no estaba dispuesto a dejarse comer, así que comenzó a pensar en
una solución. Miró alrededor y divisó en la cima de una colina unas grandes rocas, y
tuvo una idea. Entonces, le dijo a Tío Tigre:
—Yo soy una presa pequeña y con poca carne. ¿Para qué conformarte conmigo
cuando puedes obtener un banquete mayor y más suculento, siendo tú tan grande y
fuerte? Verás, en la colina hay un rebaño de vacas. Puedo subir hasta allá rápidamente
y lanzarte una novilla para ti.
Tío Tigre alzó la mirada y, como la luz del sol le daba directo en los ojos, solo pudo
divisar la sombra de unos bultos a lo lejos. Confiado en las palabras de Tío Conejo, a
quien tomaba por débil y cobarde, aceptó la oferta.
Ni corto ni perezoso, Tío Conejo subió a la colina y arrastró una de las pesadas rocas
hasta el borde del precipicio, y desde allí gritó a Tío Tigre:
Entonces el gran y feroz Tío Tigre abrió sus brazos, y la roca le cayó encima, dejándole
un enorme chichón en su cabezota que le impidió cazar por varios días. Y una vez más,
a Tío Conejo lo salvó su astucia y no la fuerza bruta.
Moraleja
Moraleja
Queriendo hacer pasar al pastor por tonto para robarle una oveja, termina
cayendo víctima de su propia trampa. De este modo, la fábula del lobo
con piel de oveja nos enseña que el tramposo siempre sufrirá las
consecuencias de sus engaños.
LA TORTUGA Y EL AGUILA
Una tortuga que se recreaba al sol, se quejaba a las aves marinas de su
triste destino, y de que nadie le había querido enseñar a volar.
Y tomándola por los pies la llevó casi hasta las nubes, y soltándola de
pronto, la dejó ir, cayendo la pobre tortuga en una soberbia montaña,
haciéndose añicos su coraza. Al verse moribunda, la tortuga exclamó:
Moraleja
Érase una gallina que ponía un huevo de oro al dueño cada día. Aún con
tanta ganancia, mal contento, quiso el rico avariento descubrir de una vez
la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro. Matóla; abrió el vientre de contado;
pero después de haberla registrado ¿qué sucedió? Que, muerta la gallina,
perdió su huevo de oro, y no halló mina. ¡Cuántos hay que teniendo lo
bastante,
enriquecerse quieren al instante, abrazando proyectos a veces de tan
rápidos efectos, que sólo en pocos meses, cuando se contemplaban ya
marqueses,
contando sus millones, se vieron en la calle sin calzones!
Moraleja
Hay más versiones, por ejemplo, una de origen guaraní, que explica
que un hombre de mal aspecto se transforma en lobo por las noches,
cuando surge la luna llena, y se dedica a atacar granjas.
LA LLORONA
Cuenta la leyenda que, a mediados del siglo XVI, durante las noches de
luna llena, los vecinos de Ciudad de México se despertaban sobresaltados
al escuchar los fuertes lamentos de una mujer, la cual gritaba: ¡Ay mis
hijos!
Salió a la luz gracias a un obrero de La Portuguesa llamado Rafael. Se dice que cuando
su silbido si escucha muy cerca es porque está lejos, así que no hay peligro, pero
cuidado para los viajeros que caminen solos por los llanos venezolanos en altas horas
de la noche, porque cuando su silbido se escucha lejos es porque el Silbón está cerca.
EL HILO ROJO
Esta búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con una
bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina,
se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie. Hizo que el joven emperador se
acercara y le dijo: «Aquí termina tu hilo», pero al escuchar esto el emperador
enfureció, creyendo que era una burla de la bruja. Este empujó a la campesina que
aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo caer, haciendo que la bebé se
hiciera una gran herida en la frente. Luego ordenó a sus guardias que detuvieran a la
bruja y le cortaran la cabeza.
Muchos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y su
corte le recomendó que lo mejor fuera que desposara a la hija de un general muy
poderoso. El emperador aceptó esta decisión y comenzaron todos los preparativos
para esperar a quien sería después la elegida como esposa del gran emperador.
Llegó el día de la boda, pero sobre todo había llegado el momento de ver por primera
vez la cara de su esposa. Ella entró al templo con un hermoso vestido y un velo que le
cubría totalmente el rostro… Al levantarle el velo, vio por primera vez que este
hermoso rostro tenía una cicatriz muy peculiar en la frente. Era la cicatriz que él
mismo había provocado al rechazar su destino años antes. Un destino que la bruja
había puesto frente al suyo y que había decidido no creer”.
¿Destino o casualidad?
Así lo hizo durante varias veces al año. Los indios portaban las ofrendas y
las lanzaban al agua, siempre de espaldas, mientras el cacique se
desnudaba y cubría su cuerpo de un pegamento natural. Se rociaba con
oro en polvo, luego subía a una balsa y se internaba hasta el medio de la
laguna donde se entregaba a lamentos y oraciones. Después se bañaba
para dejar el oro en polvo que cubría su cuerpo. El ritual se repitió
sucesivamente de manera infinita.
Y así fue como comenzó la leyenda del Dorado, nunca se supo ubicar
exactamente la laguna, pero los conquistadores más ambiciosos perdieron
su paciencia, y algunos la vida, por encontrar este legendario tesoro
HISTORIAS
A LA DERIVA
La canoa del hombre se encuentra a la deriva. Él comienza a sentirse mejor: “La pierna
le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración”
(148). El narrador dice que “el veneno comenzaba a irse, no había duda” (148).
Esta historia está ambientada en la guerra de 1870 y nos cuenta las peripecias de un
grupo de personas que viajan en diligencia de Rouen a Le Havre, huyendo de los
invasores prusianos.
La ciudad de Rouen ha quedado sin protección, pues, los últimos soldados franceses
que la protegían, han tenido que huir ante la superioridad del ejército invasor.
Esa misma sensación reaparece siempre que se altera el orden establecido, siempre
que la seguridad ya no existe, siempre que todo lo que protegían las leyes de los
hombres o de la naturaleza se encuentra a merced de la brutalidad inconsciente y
feroz.
Un temblor de tierra que aplasta bajo las casas derruidas a un pueblo entero; el río
desbordado que arrastra campesinos ahogados con los cadáveres de los bueyes y las
vigas arrancadas de los tejados, o un ejército glorioso que extermina a quienes se
defienden, se lleva prisioneros a los demás, saquea en nombre del sable y da gracias a
Dios al son del cañón, son otros tantos azotes espantosos que desconciertan toda
creencia en la justicia eterna, toda la confianza que nos han inculcado en la protección
del cielo y la razón del hombre.
está ambientada en la guerra de 1870 y nos cuenta las peripecias de un grupo de
personas que viajan en diligencia de Rouen a Le Havre, huyendo de los invasores
prusianos.
La ciudad de Rouen ha quedado sin protección, pues, los últimos soldados franceses
que la protegían, han tenido que huir ante la superioridad del ejército invasor.
Esa misma sensación reaparece siempre que se altera el orden establecido, siempre
que la seguridad ya no existe, siempre que todo lo que protegían las leyes de los
hombres o de la naturaleza se encuentra a merced de la brutalidad inconsciente y
feroz.
Un temblor de tierra que aplasta bajo las casas derruidas a un pueblo entero; el río
desbordado que arrastra campesinos ahogados con los cadáveres de los bueyes y las
vigas arrancadas de los tejados, o un ejército glorioso que extermina a quienes se
defienden, se lleva prisioneros a los demás, saquea en nombre del sable y da gracias a
Dios al son del cañón, son otros tantos azotes espantosos que desconciertan toda
creencia en la justicia eterna, toda la confianza que nos han inculcado en la protección
del cielo y la razón del hombre.
bartleby el escribiente
Un domingo, el narrador pasa por su oficina y descubre que Bartleby está viviendo allí.
La soledad de la vida de Bartleby impresiona al narrador: por las noches y los
domingos, Wall Street parece un pueblo fantasma. Ante el extraño comportamiento
de Bartleby, el abogado no cesa de alternar entre la piedad y la repulsión.
Un día, Bartleby decide dejar de copiar. Ya no realiza ninguna tarea y permanece
parado enfrentando la pared. El abogado le pide que se vaya de su oficina, pero aquel
no se mueve de su lugar. El escribiente tiene un extraño poder sobre su empleador,
quien siente como un deber moral no hacer nada que dañe a este hombre
desamparado. Sin embargo, sus colegas profesionales miran con recelo la presencia de
Bartleby en la oficina, y ante la amenaza de que se arruine su reputación, el abogado
se siente obligado a hacer algo. Sus intentos de conseguir que Bartleby se vaya son
infructuosos, entonces el narrador decide mover su oficina hacia otra locación,
dejando a Bartleby en el mismo lugar.
Descubrí por puro accidente que la Tierra había sido invadida por una forma de vida
procedente de otro planeta. Sin embargo, aún no he hecho nada al respecto; no se me
ocurre qué. Escribí al gobierno, y en respuesta me enviaron un folleto sobre la
reparación y mantenimiento de las casas de madera. En cualquier caso, es de
conocimiento general; no soy el primero que lo ha descubierto. Hasta es posible que la
situación esté controlada.
Estaba sentado en mi butaca, pasando las páginas de un libro de bolsillo que alguien
había olvidado en el autobús, cuando topé con la referencia que me puso en la pista.
Por un momento, no reaccioné. Tardé un rato en comprender su importancia. Cuando
la asimilé, me pareció extraño que no hubiera reparado en ella de inmediato.
revelaba que enrojecía y arqueaba las cejas en señal de irritación. Suspiré aliviado. No
todos eran extraterrestres. La narración continuaba:
No podía decírselo. Revelaciones como ésta serían demasiado para una persona
corriente. Debía guardar el secreto.
_Nada _respondí, con voz estrangulada.
Seguí leyendo en el garaje. Había más. Leí el siguiente párrafo, temblando de pies a
cabeza:
… su brazo rodeó a Julia. Al instante, ella pidió que se lo quitara, cosa a la que él
accedió de inmediato, sonriente.
No consta qué fue del brazo después que el tipo se lo quitara. Quizá se quedó apoyado
en la pared, o lo tiró a la basura. Da igual en cualquier caso, el significado era diáfano.
Era una raza de seres capaces de quitarse partes de su anatomía a voluntad. Ojos,
brazos…, y tal vez más. Sin pestañear. En este punto, mis conocimientos de biología me
resultaron muy útiles. Era obvio que se trataba de seres simples, unicelulares, una
especie de seres primitivos compuestos por una sola célula. Seres no más
desarrollados que una estrella de mar. Estos animalitos pueden hacer lo mismo.
Seguí con mi lectura. Y entonces topé con esta increíble revelación, expuesta con toda
frialdad por el autor, sin que su mano temblara lo más mínimo:
… nos dividimos ante el cine. Una parte entró, y la otra se dirigió al restaurante para
cenar.
Fisión binaria, sin duda. Se dividían por la mitad y formaban dos entidades. Existía la
posibilidad que las partes inferiores fueran al restaurante, pues estaba más lejos, y las
superiores al cine. Continué leyendo, con manos temblorosas. Había descubierto algo
importante. Mi mente vaciló cuando leí este párrafo:
… tomó su brazo.
Sin reparo ni consideración, había pasado a la acción y procedía a desmembrarla sin
más. Rojo como un tomate, cerré el libro y me levanté, pero no a tiempo de soslayar la
última referencia a esos fragmentos de anatomía tan despreocupados, cuyos viajes me
habían puesto en la pista desde un principio:
Ya había tenido bastante. No quiero saber nada más de eso. Que vengan. Que invadan
la Tierra. No quiero mezclarme en ese asunto.