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CAPITULO 2

DESARROLLO DEL DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO


CONTENIDO

EL DERECHO INTERNACIONAL EN LAS GRANDES CIVILIZACIONES DEL ANTIGUO ORIENTE


EL DERECHO INTERNACIONAL EN EL OCCIDENTE CRISTIANO MEDIEVAL
BIZANCIO Y EL DERECHO INTERNACIONAL
EL DERECHO INTERNACIONAL EN EL ISLAM MEDIEVAL
LA GÉNESIS DEL MUNDO INTERESTATAL EUROPEO MODERNO Y EL DERECHO DE GENTES
LOS FUNDADORES DE LA CIENCIA DEL DERECHO INTERNACIONAL
EL DERECHO INTERNACIONAL DE LA PAZ DE WESTFALIA AL CONGRESO DE VIENA
LA DOCTRINA POSTGROCIANA
EL DERECHO INTERNACIONAL DEL CONGRESO DE VIENA A LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
LA DOCTRINA EN EL SIGLO XIX
DE LA PRIMERA A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
LA DOCTRINA EN LOS AÑOS VEINTE Y TREINTA

Cada región, desde la antigüedad, ha vivido su propia historia y los desarrollos del derecho internacional,
en gran parte, han sido dependientes de las particularidades sociales, políticos y religiosos de cada una
de estas poblaciones.
Algunos autores, como Paul Vinogradoff (1854-1925), hablan de cinco etapas del derecho internacional
que son; la primera es la helénica o “interciudades”, entre las que se destacan los nombres de Atenas y
Esparta; la del ius gentium o sea la de la omnipresencia real, republicana e imperial de Roma; le continua
la del ius comune que corresponde al ideal universalístico de la Edad Media; la cuarta es la de tiempos
Modernos referida a la convivencia entre Estados Nacionales en donde los Estados buscan justificar sus
acciones en preceptos religiosos y por último la perteneciente a la época contemporánea.
1
A continuación seguiremos en gran medida las etapas expuestas por el autor Antonio Truyol y Serra :

EL DERECHO INTERNACIONAL EN LAS GRANDES CIVILIZACIONES DEL ANTIGUO


ORIENTE
El tratado internacional más antiguo se concluyó en Mesopotamia. Pero el primero que nos ha llegado
en sus términos originales fue concluido entre el rey de Elba y el soberano de Asiria. Establece las
relaciones de amistad y comercio entre ambos y fija las sanciones que se deben aplicar a los delitos
cometidos por sus súbditos respectivos.

En los tratados entre iguales son las dos partes las que prestan juramento, en tanto que en los tratados
concluidos entre socios desiguales es sólo la parte provista de un estatuto inferior quien lo hace. En todo
caso, es el juramento lo que convierte al acuerdo en definitivo y obligatorio.

En la antigua China, tras la primera unificación del país bajo la dinastía de los Chu y la época de los
“reinos combatientes” que siguió a su desintegración, el rey de Tsin, al restablecer su unidad, proporcionó
a China una estructura imperial que, sobreviviendo a todas sus crisis, ha perdurado hasta 1912. El
Derecho internacional propiamente dicho en las relaciones exteriores de China no se desarrolló hasta
finales del siglo XVII.

La India aparece fragmentada en un mosaico de reinos y repúblicas aristocráticas independientes, entre


los que el espíritu de desconfianza y de lucha era la regla. Esto se expresa en el Código o Leyes de
Manú (tratado de moral social de inspiración sacerdotal brahmánica) y en el Artha-sâstra (tratado de
política). Ambos coinciden en el interés por las relaciones internacionales, consideran necesario el
equilibrio y útil el protectorado, y subrayan la importancia de las alianzas y la de los embajadores.

1
TRUYOL Y SERRA, Antonio; Historia del Derecho Internacional Público, Tecnos S.A. (ed.), Madrid 1998.

1
Las religiones particularistas referían las relaciones humanas a las divinidades tutelares de unas y otras y
así contribuían a legitimarlas tal cual eran. En las religiones sabidurías y filosofías universalistas llegó a
ser posible elevarse a la idea de una sociedad que incluya a todos los hombres y consagrada a una paz
justa. Un papel importante correspondió a los profetas de Israel, el Pentateuco había aportado un espíritu
de benevolencia del que los extranjeros eran los beneficiarios expresos.

El pensamiento chino clásico se caracterizó por su pacifismo. Frente a esta corriente, la escuela llamada
“de las Leyes” ve en la guerra un fenómeno natural y busca acrecentar el poder del soberano.

EL DERECHO INTERNACIONAL EN LA ANTIGÜEDAD GRECORROMANA


Una barrera psicológica separaba a los griegos de los que no lo eran (“bárbaros”), se creían superiores,
pero en la práctica no estorbó las relaciones en pie de igualdad con el Imperio persa, Cartago o Roma.

La Polis era independiente y a partir del siglo IX A.C., surgió un Derecho Internacional Panhelénico,
fundado sobre prácticas, tradiciones y convenios que suavizaron las durezas y violencias primitivas,
encauzando, los conflictos entre ciudades. Instituciones como la hospitalidad preludian algunas
modalidades más regulares en la protección de los extranjeros. Éstos fueron sometidos a la jurisdicción
especial del magistrado encargado de la administración de la guerra, y sus intereses fueron puestos bajo
la protección de un ciudadano influyente de la ciudad de residencia que designaba la ciudad de origen.

Las relaciones diplomáticas eran frecuentes entre las ciudades. Un fenómeno propio del Dº Internacional
Helénico fue el de las ligas de ciudades. Las alianzas políticas presentan estructuras diversas.

El derecho de guerra fue muy duro. Todo estaba permitido contra el enemigo. La paz iba asociada a un
pacto previo. Con el tiempo se establecieron normas destinadas a disciplinar la guerra y ésta se fue
humanizando. Esta evolución favoreció la conclusión de tratados de arbitraje, pero en este momento, las
ciudades griegas comenzaron a perder su independencia.

En lo que concierne a la doctrina, la contribución del pensamiento griego clásico al ámbito de la vida
internacional no es comparable con su aportación a la filosofía del Derecho.

Entre los abundantes tratados de la época helenística cabe mencionar aquellos que fueron concluidos
entre Roma y Cartago, que establecen, por ejemplo, zonas de influencia y de monopolio marítimo, o
límites de expansión territorial. Este mundo internacional fue de corta duración, víctima de la expansión
de Roma.
Es en esta época cuando la filosofía estoica, permitió establecer un conjunto de principios válidos para
todos los hombres. Según los estoicos, el Logos rige la vida del cosmos. Así llegaron a la idea de una
ciudad común a los hombres y a los dioses en cuyo interior desaparecen los vínculos de los individuos
con sus comunidades históricas. Esta concepción ejercerá una gran influencia sobre el pensamiento
internacional y el pacifismo de los siglos posteriores.

La contribución de Roma al desarrollo histórico del Derecho Internacional se realizó principalmente por
medio de instituciones de su derecho interno. Desde los tiempos más remotos existía en Roma un colegio
de sacerdotes, los fetiales, cuyo concurso era necesario para comenzar una guerra, concluir la paz o
reclamar la reparación de una injuria inferida a Roma. Así nació el jus fetiale, de carácter sagrado. Si el
comienzo y fin de la guerra estaban regulados, la forma de conducirla no lo estaba.

La creación del jus gentium tuvo una mayor importancia que la del Derecho fecial. El jus gentium vino a
rellenar el vacío jurídico existente frente al extranjero, ya que a éste no le era aplicable el jus civile. El jus
gentium, aun siendo parte del Derecho interno romano, estuvo en el origen del derecho de gentes
moderno, llamado más tarde Derecho Internacional.

El Imperio romano reemplazaba el mundo internacional existente alrededor del Mediterráneo por una
civitas maxima, que parecía realizar el sueño estoico de una humanidad unificada bajo el gobierno de un
sabio coronado. Ello suponía la desaparición de un Derecho “internacional” en el interior del mundo
romano. Relaciones internacionales, tanto comerciales como belicosas, no subsistieron más que en las
2
relaciones con los pueblos o los imperios circundantes. El mundo no-romano es considerado como
distinto de Roma desde el punto de vista jurídico.

El pensamiento de Roma contribuyó a la reflexión sobre la vida internacional con Cicerón, influido por la
filosofía estoica, en su teoría de la ley natural.

EL DERECHO INTERNACIONAL EN EL OCCIDENTE CRISTIANO MEDIEVAL


El Derecho canónico llegó a ser, en tanto que Derecho supranacional uno de los elementos esenciales de
unidad del Occidente cristiano. La Respublica Christiana era un cuerpo social jerarquizado y no constituía
una unidad cerrada sobre sí misma. En su seno se desarrolló un derecho de gentes de fundamento
religioso. Entre los rasgos de este derecho de gentes ha de mencionarse el esfuerzo de la Iglesia para
atenuar y refrenar las luchas entre las vigorosas estirpes que ostentaban los nuevos poderes feudales.

Otro rasgo importante es el recurso frecuente al arbitraje, debiendo el árbitro atenerse a Derecho. El
Papa asumía atribuciones jurídico-internacionales, como el reconocimiento de nuevos príncipes, el
registro de los tratados, etc. En materia de derecho de los tratados éstos se refuerzan por juramentos,
pero también con prendas o rehenes.

Las relaciones entre la Cristiandad y el Islam durante la Edad Media se extendieron al comercio, como lo
demuestran los numerosos tratados concluidos por las repúblicas marítimas italianas y los reinos de
Sicilia y de Aragón con los potentados de Levante y del norte de África. De estas relaciones y de las
costumbres marítimas, recibió el Derecho mercantil un gran impulso.

Tanto en el oeste como en el norte de Europa se desarrolló un Derecho marítimo de raíz


predominantemente germánica. En este mismo espacio geográfico, un papel destacado es el que le
corresponde a la Hansa germánica, asociación de ciudades que se extiende a lo largo de las costas del
mar del Norte y del Báltico y penetra hasta el interior. La Hansa no se constituyó formalmente hasta
mediados del siglo XIV y obtuvo su organización definitiva tras la guerra victoriosa emprendida contra
ésta, y el Tratado de Stralsund, que le reconocía privilegios considerables.
La Hansa no disponía de una constitución federal propiamente dicha; el número de ciudades miembros
varió según las épocas y éstas conservaban sus instituciones y su gobierno particular. Su único órgano
de gobierno era una dieta que se reunía con irregularidad. En tiempos de su apogeo, ejerció una
influencia política considerable. Ha contribuido en gran medida al desarrollo del Derecho marítimo y
mercantil internacional.

El cristianismo ha ejercido un impacto esencial en el desarrollo de un pensamiento más profundo de las


relaciones entre los pueblos. La incorporación a la doctrina cristiana de la idea estoica del Derecho
natural por San Pablo tuvo una influencia decisiva sobre el pensamiento jurídico posterior.

Debemos a San Agustín (354-430) la primera síntesis de estos nuevos temas relativos al Derecho de
Gentes, pero la mayor relevancia en su pensamiento para la historia del Derecho internacional reside en
su doctrina de la guerra justa, según la cual la guerra sólo se justifica si tiene como fin restablecer la paz.

Poco después, San Isidoro de Sevilla (560- 636) legó a la posteridad en sus Etimologías una definición
notablemente moderna del Derecho de gentes, diferenciado del Derecho natural y del jus civile. S. Isidoro
es la otra gran fuente de la doctrina medieval de la guerra justa.

Entre los canonistas es preciso mencionar a Graciano y San Raimundo de Peñafort. En cuanto a los
teólogos, la palma le corresponde a Tomás de Aquino (1225-1274), que se ocupó de esta materia en la
Suma Teológica y contribuyó a convertir a la guerra en tema de escuela.

BIZANCIO Y EL DERECHO INTERNACIONAL


Un rasgo peculiar del Derecho internacional bizantino fue la importancia concedida a la diplomacia. El
Derecho de los tratados conoció un desarrollo hecho a la medida de los nuevos medios de negociación y
de relaciones exteriores de Bizancio. Éstas fueron particularmente intensas en el terreno comercial.

3
Por lo que concierne al Derecho de guerra no se advierte en Bizancio una doctrina de la “guerra justa”
comparable a la que se desarrolló en la Cristiandad occidental, sino que fue duro y cruel. El espíritu de
Bizancio no murió con la caída final de Constantinopla ante los turcos otomanos en 1453.

EL DERECHO INTERNACIONAL EN EL ISLAM MEDIEVAL


El mundo del Islam se presenta, política y jurídicamente, como un imperio universal teocrático. A su
cabeza está el Califa en calidad de “príncipe de los creyentes”, que reúne el poder temporal y el
espiritual. Su misión principal consiste en guardar la ley de Dios y hacer que se respete y se difunda en el
mundo entero. El motor de las conquistas que se llevaron a cabo fue el precepto de la “guerra santa” en
tanto que deber religioso. Una hostilidad perpetua hacia los infieles no ofrece otra alternativa más que su
conversión o destrucción, exceptuando los “pueblos del libro”, judíos y cristianos cuya religión se apoya
también, como la musulmana, en la Biblia.

Después de los sucesores inmediatos de Mahoma, el califato perdió poder hasta quedar reducido a un
título religioso. El poder efectivo pasó a jefes no califales pertenecientes a dinastías locales de diversas
procedencias. Pero el Derecho musulmán, en la teoría continuó apegado al principio de la unidad
musulmana, que no impedía la existencia de relaciones internacionales constitutivas de un Derecho
panislámico.

En lo que concierne a la doctrina islámica del Derecho de gentes, la estructura teocrático-imperial del
Islam explica el hecho de que el problema de las relaciones con los infieles ocupe el lugar central, sobre
todo, en tiempos de guerra. En el terreno filosófico, varios grandes pensadores se ocuparon de este
fenómeno, pero también de la vida internacional en general.

El papel principal corresponde aquí a Alfarabí, notable por la universalidad de su visión del mundo de los
hombres y también cabe mencionar a Avicena (980-1037) y Averroes (1126-1198). Ambos conectan con
las concepciones de Aristóteles, no siempre favorables desde la perspectiva de las relaciones
internacionales.

La doctrina islámica del Derecho de gentes se organiza en torno a tres instituciones capitales: la
“concesión de seguridad”, la “incorporación al Islam” y el tratado. Estas instituciones se sustentan en el
precepto de la fidelidad a la palabra dada, válido tanto para los no creyentes como para los creyentes. La
“guerra santa” no implicaba necesariamente la guerra efectiva, sino la guerra potencial contra los infieles;
en todo caso, el “no reconocimiento” de éstos.

Las relaciones entre el Islam y la Cristiandad fueron intensas, en particular, las comerciales. De ahí nació
lo que podemos llamar un Derecho de gentes “intercultural” de la guerra y la paz. Estas relaciones tan
frecuentes dieron lugar a influencias recíprocas entre ambos mundos, tanto en el ámbito del Derecho
como en los demás.
La coexistencia secular de la Cristiandad y del Islam en la España medieval, así como su “alejamiento”
del Imperio e incluso del Papado, dieron lugar a una especie de ósmosis entre las dos culturas, y en el
Derecho de gentes, a una amplia relativización de las distinciones doctrinales.

LA GÉNESIS DEL MUNDO INTERESTATAL EUROPEO MODERNO Y EL DERECHO


DE GENTES
Los siglos XIV y XV estuvieron marcados, en el plano político, por la crisis de la Cristiandad occidental y
de sus dos instancias supremas debilitadas por un enfrentamiento pertinaz: el Imperio, que víctima de la
anarquía no volvería a encontrar el prestigio, y el Papado, que sufrió la prueba del Cisma de Occidente y
en el propio seno de la Iglesia debió defender su autoridad ante los concilios.

Tales concilios adquirieron por un tiempo un carácter nuevo, derivado del hecho de que el Papa perdió en
parte el control y de que, considerando la crisis de la Iglesia y sus consecuencias para el conjunto de la
sociedad, los príncipes y sus consejeros tuvieron en ellos una presencia notable. Así ocurrió en el
Concilio de Constanza (1413), convocado para resolver el cisma. El Concilio se había convertido en un
auténtico congreso de la Cristiandad occidental y allí se abordaron problemas de Derecho internacional.

4
Algo después, el Concilio de Basilea vio enfrentarse los argumentos opuestos de los reyes de Castilla y
Portugal por el asunto de sus reivindicaciones respectivas sobre las Islas Canarias.

En paralelo con la decadencia del Imperio y del Papado cabe registrar el surgimiento y el ascenso de los
Estados en el sentido moderno, cualificados por la soberanía. Es la hora de las ciudades y los reinos “que
no reconocen superior”, según la expresión de Bártolo de Sassoferrato (1313 - 1357) que no admitía tal
realidad más que como derogación de la supremacía imperial. La pirámide política bicéfala de la
Cristiandad dio lugar a una pluralidad de Estados soberanos, celosos de su independencia.
La Reforma2, habiendo quebrado la unidad religiosa del Occidente cristiano, reforzó por lo demás el
papal del Estado, el cual, desde que ésta se implantó, no le reconoció al Papado ninguna autoridad en lo
espiritual.

La progresiva descomposición del orden medieval dio lugar a una gran inestabilidad en el mundo
internacional, atormentado por guerras interminables. Carlos V (1500–1558) fue el último paladín del
Imperio, concebido como cuerpo político de la Cristiandad. Su esfuerzo resultó vano frente al vigor de los
Estados con vocación nacional. También lo será el afán español de “reconquista espiritual”, que sólo en
parte logrará sus fines con la “Reforma católica” o Contrarreforma3. Desde la perspectiva de las
relaciones internacionales y el Derecho de gentes, el período de transición entre la baja Edad Media y el
advenimiento del “sistema de Estados europeos” ha sido el de preponderancia española.

Este período es el del apogeo del Imperio otomano, conocido como la Sublime Puerta 4, que jugó un papel
esencial en la sociedad internacional de los siglos XVI y XVII.

2
Se conoce como Reforma protestante, o simplemente la Reforma, al movimiento religioso cristiano, iniciado en
Alemania en el siglo XVI por Martín Lutero, que llevó a un cisma de la Iglesia católica para dar origen a varias
Iglesias y organizaciones agrupadas bajo la denominación de protestantismo.

La Reforma tuvo su origen en las críticas y propuestas con las que diversos religiosos, pensadores y políticos
europeos buscaron provocar un cambio profundo y generalizado en los usos y costumbres de la Iglesia católica,
además de negar la jurisdicción papal sobre toda la cristiandad. El movimiento recibirá posteriormente el nombre
de Reforma Protestante, por su intención inicial de reformar el catolicismo con el fin de retornar a un cristianismo
primitivo, y la importancia que tuvo la Protesta de Espira, presentada por algunos príncipes y ciudades alemanas en
1529 contra un edicto del Emperador Carlos V tendiente a derogar la tolerancia religiosa que había sido
anteriormente concedida a los principados alemanes.

Este movimiento hundía sus raíces en elementos de la tradición católica medieval, como el movimiento de la
Devoción moderna en Alemania y los Países Bajos, que era una piedad laica antieclesiástica y centrada en Cristo.
Además, la segunda generación del humanismo la siguió en gran medida. Comenzó con la predicación del sacerdote
agustino Martín Lutero, que revisó la doctrina de la Iglesia católica según el criterio de su conformidad a las
Sagradas Escrituras. En particular, rechazó la teología sacramental católica, que, según Lutero, permitía y
justificaba prácticas como la "venta de indulgencias", un secuestro del Evangelio, el cual debía ser predicado
libremente, y no vendido.

La Reforma protestante dependió del apoyo político de algunos príncipes y monarcas para poder formar Iglesias
cristianas de ámbito estatal (posteriormente Iglesias nacionales). Los principales exponentes de la Reforma
Protestante fueron Martín Lutero y Juan Calvino
3
Se denomina Reforma Católica o Contrarreforma a la respuesta de la Iglesia católica dada a la reforma
protestante de Martín Lutero, que había debilitado a la Iglesia. Denota el período de resurgimiento católico desde el
Concilio Ecuménico de Trento en 1545; el pontificado del Papa Pío IV en 1560 hasta el fin de la Guerra de los
Treinta Años, en 1648. Los actos antiprotestantes después del siglo XVII se denominan antiprotestantismo. Sus
objetivos fueron renovar la Iglesia y evitar el avance de las doctrinas protestantes.
Se centró sobre todo en cuatro aspectos:
 Doctrina.
 Reestructuración eclesiástica, con la fundación de seminarios.
 Reforma de las órdenes religiosas, haciéndolas volver a sus orígenes tradicionales.
Vigilancia de los movimientos espirituales, centrándolos en la vida piadosa y en una relación personal con un
sacerdote, y éste, con Cristo. Esto incluía a los místicos españoles y a la escuela de espiritualidad francesa.
4
Sublime Puerta (en turco: bâb-ı âli o babıali, en húngaro: Porta, en alemán: Hohe Pforte) es un término usado
para definir al gobierno del Imperio otomano y, por analogía, al propio Imperio, al hacer una metáfora con la propia
puerta (como objeto físico) que daba entrada a las dependencias de dicho gobierno, situada en Estambul, Turquía,
antigua capital del Imperio otomano.
Puerta Otomana, Sublime Puerta o Puerta Elevada son términos similares para el término turco-otomano Bab-ı Ali,
y se emplean para referirse al gobierno del Imperio otomano, en particular en el contexto diplomático.
5
Un hecho capital, tanto para la historia general como para el Derecho internacional, fue la expansión
marítima de Portugal y de Castilla, que puede considerarse como otro aspecto de la lucha secular entre la
Cristiandad y el Islam. El resultado inesperado fue el descubrimiento de un nuevo mundo.

LOS FUNDADORES DE LA CIENCIA DEL DERECHO INTERNACIONAL


El desarrollo alcanzado en la Baja Edad Media cristiana por las doctrinas de los romanistas, canonistas y
teólogos acerca del jus gentium, el bellum justum y el jus humanae societatis, nos parece idóneo para
considerar más relativa la atribución de un papel fundacional a los clásicos españoles del Derecho de
gentes. Conviene rehuir posturas tajantes para afirmar la importancia histórica que les corresponde, y
hablar de los “fundadores” de esta disciplina en los siglos XVI y XVII.

Por lo que concierne a España, la reflexión teológica y jurídica amplió su perspectiva, desembocando en
una teoría de la comunidad internacional y de su orden jurídico, referido tanto a la paz como a la guerra.

Los “clásicos españoles de Derecho de gentes” sometieron los problemas de la sociedad internacional a
un riguroso análisis. La mayoría pertenecía a diversas órdenes religiosas.
Pueden clasificarse según tres corrientes principales. Dos están asociadas respectivamente a la Orden
dominica, donde destacan Francisco de Vitoria y Domingo Soto, y a la Compañía de Jesús, cuyos
máximos representantes fueron Luis de Molina y Francisco Suárez. En ellos predomina el punto de vista
de la teología moral y el Derecho natural.
La tercera corriente está representada por los juristas, eclesiásticos o seglares, entre los que hay que
señalar a Fernando Vázquez de Menchaca.

Francisco de Vitoria (1483/1486 - 1546), puso de relieve que la comunidad internacional está basada en
el Derecho natural, al igual que el Estado. La legitimidad del poder es independiente de un título religioso.
La Iglesia, por el contrario, es de Derecho divino positivo. El poder eclesiástico, en menos del Papa, se
ejerce única y directamente sobre los bautizados.
La comunidad internacional resulta de la sociabilidad inherente a la naturaleza humana, que se extiende
al conjunto del género humano, que Vitoria denomina el orbis. Sobre esta concepción, subraya el carácter
de persona moral del orbis, que en cierta manera forma un solo cuerpo político. Existe, entre todos los
pueblos un derecho natural de sociedad y de comunicación, al que no pueden sustraerse sin un motivo
válido.

La comunidad internacional es así el resultado de la sociabilidad natural del hombre, de alcance


universal. Su vínculo es el Derecho de gentes, que Vitoria concibe en un doble sentido: de un lado, como
derecho universal del género humano, en la tradición romana; de otro, como un derecho de los pueblos
en cuanto tales en sus relaciones recíprocas.
Vitoria aportó una primera definición del derecho de gentes como “Derecho entre las gentes”, en
definitiva, como derecho internacional.

Vitoria dedujo de la naturaleza de la comunidad internacional su primacía sobre las comunidades políticas
particulares. Para él el Derecho de gentes forma parte del Derecho natural; pero la voluntad humana da
lugar a un Derecho de gentes positivo, teniendo el orbis la potestad de dictar “leyes justas y que
convienen a todos”.

En lo que concierne al Derecho de la guerra, retoma la doctrina cristiana tradicional de la guerra justa y la
desarrolla. Mantiene sus tres condiciones clásicas: causa justa suficiente, autoridad legítima y recta
intención.

La Sublime Puerta era el nombre de la corte pública del sultán, dirigida por el Gran Visir. Recibió este nombre por la
puerta de entrada a las dependencias del Gran Visir cercana al Palacio de Topkapi, donde el sultán oficiaba la
ceremonia de bienvenida a los embajadores extranjeros.
Era una antigua práctica oriental hacer de las puertas de las ciudades o los palacios reales lugares de reunión.
"Sublime Porte" es la locución usada en francés para "Sublime Puerta", lo que explica la extensión de su uso,
habida cuenta de la preeminencia del francés como lengua de la diplomacia europea.
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Su teología le permite “secularizar” la comunidad internacional al situar, en lugar de la Cristiandad de
fundamento religioso, el orbis religiosamente neutral. Tras Vitoria, la escolástica española de la época, no
hizo sino trasladar al terreno del Derecho de gentes la distinción -que ya estableciera Santo Tomás de
Aquino- entre los ámbitos de lo natural y de lo sobrenatural.

Francisco Suárez (1548–1617). Su aportación a la doctrina del Derecho de gentes se dirige en primer
lugar a la noción de comunidad internacional. Al igual que en Vitoria, existe en Suárez una subordinación
del bien común nacional al universal.

Dio un paso decisivo en la elaboración del concepto moderno de Derecho de gentes, gracias a una
distinción que marca un verdadero giro en la materia. Existe, afirma, un doble Derecho de gentes:
primero, “el Derecho que todos los pueblos y todas las naciones deben mantener entre ellos”; en segundo
lugar, “el Derecho que cada ciudad o reino observa en su interior”; es el primero el que, hablando con
propiedad, constituye el Derecho de gentes.

Con Alberico Gentili (1552 –1608) encontramos de nuevo los elementos de una doctrina del Derecho de
gentes que sobrepasa los límites del Derecho de la guerra. Escribió un De jure belli, pero este tratado fue
precedido por un tratado sobre el Derecho de embajada.

Una consulta del gobierno inglés con ocasión de un caso célebre que ponía en cuestión la inmunidad del
embajador de España, acusado de haber tomado parte en una conspiración contra la reina para elevar al
trono a María Estuardo, da origen a su monografía sobre las embajadas. La correspondiente el Derecho
de la guerra era el desarrollo de uno de los discursos a los que estaban obligados los profesores con
ocasión de la presentación anual de las pruebas del doctorado.

Algunos han visto en él al precursor de una consideración histórica del Derecho de gentes, aunque la
mayor parte de sus referencias corresponden a la Antigüedad clásica. Su concepto de jus gentium, que
identifica con el Derecho natural o -lo que puede sorprender- con una parte del “Derecho divino”, no es
claro, y parece concebirlo como el Derecho universal tradicional.

Con relación al derecho diplomático, Gentili es partidario de la inmunidad de los embajadores, aunque la
delimita. Resalta el carácter público de la guerra, y señala que la justicia no modifica los derechos de los
beligerantes. La guerra deberá realizarse con humanidad.

Consagra el tercer libro de su De jure belli a los tratados de paz. En principio, éstos vinculan a los
sucesores y los pueblos de las partes contratantes, y el hecho de haberlos suscrito con el apremio de una
derrota, no autoriza a denunciarlos. Todos contienen la cláusula tácita de ser obligatorios en tanto que las
condiciones permanezcan inalteradas. Aplica a los terceros Estados la doctrina de la guerra justa,
obligándoles a ayudar al Estado que hubiera sido objeto de una agresión. Por otro lado, preconiza el
arbitraje internacional.

Hugo Grocio (1583 - 1645), conocido como el “prodigio de Holanda”, tiene el mérito de haber sido el
primero en ofrecer una exposición de conjunto del Derecho de gentes: De jure belli ac pacis, que es su
principal obra. Fue precedida por un tratado sobre el Derecho de presa (De jure predae), que no vio la luz
hasta el siglo XIX, excepto el capítulo relativo a la libertad de los mares (Mare liberum).

El Derecho natural es, para Grocio, lo que la recta razón muestra como conforme a la naturaleza social
del hombre, un conjunto de principios absolutos que el propio Dios no podría alterar. Al conocimiento a
priori del Derecho natural por el razonamiento añade un conocimiento a posteriori mediante la opinión
común de los pueblos civilizados.

Al igual que Vitoria, es un teórico del Derecho de gentes. No mantiene tan claramente como Vitoria y
Suárez la distinción entre el Derecho de gentes como jus inter gentes y el jus gentium tradicional.
Destaca plenamente una distinción ya establecida por los clásicos españoles: la del Derecho de gentes
natural (el propio Derecho natural en tanto que se aplica a las sociedades políticas) y el Derecho de
gentes voluntario o positivo (“aquél que recibe su fuerza obligatoria de la voluntad de todas las gentes o

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de muchas de ellas”). Un principio esncial del Derecho de gentes voluntario es la fidelidad a los
compromisos aceptados (pacta sunt servanda).

Grocio hace de la buena fe un principio fundamental del Derecho de gentes, que debe mantenerse ante
el enemigo en toda circunstancia. Ha contribuido a una humanización del Derecho de la guerra.

Un aspecto importante de la doctrina grociana del Derecho de gentes es la defensa del principio de la
libertad de los mares, surgida de la conquista de espacios oceánicos por el hombre. Como Vitoria, Grocio
afirma un Derecho natural de comunicación y de sociedad a escala humana. El océano no podía ser
reivindicado en exclusiva por un Estado, siendo de uso común. La alta mar no es susceptible de ser
ocupada.
El Mare liberum suscitó réplicas, proviniendo las más célebres de Serafim de Freitas y de John Selden.

A los iusinternacionalistas propiamente dichos, vinieron a añadirse, autores diversos que elaboraron
proyectos llamados de “paz perpetua” y de organización internacional. Propugnan una solución federal o
confederal al problema de la paz, tanto en el ámbito europeo como en un plano universal.

En esta época, dos aportaciones retienen nuestra atención: la de Emeric Crucé y la de Maximiliano de
Béthune.

EL DERECHO INTERNACIONAL DE LA PAZ DE WESTFALIA AL CONGRESO DE


VIENA
El proceso de desintegración de la Respublica christiana alcanzó su culminación con la Paz de Westfalia
(1648), que puso fin a la guerra de los Treinta Años. Guerra religiosa en el seno del Imperio en sus
comienzos, se transformó en una guerra general en la que participó la mayor parte de los Estados
europeos, redoblándose la rivalidad confesional entre católicos y protestantes.

Todos los territorios del Sacro Imperio veían cómo se les reconocía una autonomía que les permitía
concertar alianzas con Estados extranjeros a condición de que no se dirigiesen contra el Imperio, lo que
les convertía en semi-soberanos. La Francia católica y la Suecia protestante, victoriosas, garantizaban la
paz.

La paz de Wesfalia confirmó, en el plano internacional, la igualdad confesional entre el catolicismo y el


luteranismo, y la extendió al calvinismo. No estableció, por tanto, una libertad religiosa plena: los súbditos
debían adherirse a la religión del príncipe, disponiendo los disidentes del derecho a emigrar.

La Paz de Westfalia ha sido la base del “Derecho público europeo”. Fue el punto de partida de toda una
serie de tratados posteriores. Un principio de ordenación de este mundo de Estados fue el principio de
equilibrio de fuerzas, en el que Italia fue el primer escenario.
Ésta se extendería después a la gran política europea, hasta el reconocimiento expreso del principio
como tal en el Tratado de paz entre Gran Bretaña y España, suscrito en Utrecht. Pero se trataba de un
principio que no podía asegurar por sí solo un orden internacional estable. Su práctica era facilitada por
un sentimiento de intereses comunes frente a los de las restantes partes del mundo, fundado sobre la
realidad de una densa red de relaciones entre los Estados de Europa.
La preponderancia española cedió el paso a la de Francia. El predominio de Suecia cedió ante el de
Rusia. La ascensión de Prusia la convirtió, a su vez, en gran potencia.

Aun cuando el sistema de Estados europeo había conocido repúblicas, era fundamentalmente
monárquico. De ahí el papel del principio de legitimidad como principio básico del sistema. No cabe, sin
embargo, sobrestimarlo. No impidió el reconocimiento de la Commonwealth, ni el de las colonias inglesas
de América sublevadas frente a la metrópoli, ni el desmembramiento de Polonia en tres repartos
sucesivos.

En la práctica internacional, la legitimidad se inclinó oportunamente ante la efectividad de las situaciones


establecidas. La guerra era una institución del Derecho de gentes, considerado por lo demás como el
instrumento por excelencia de adaptación del Derecho a las cambiantes circunstancias del medio

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internacional. El papel de la efectividad permanecerá como una constante en el Derecho internacional
hasta nuestra época.

La primera alteración del sistema de Estados europeo tuvo lugar a partir de la secesión de las colonias
inglesas de América, que tras haber proclamado su independencia y gozado, durante la guerra que
siguió, del apoyo de Francia, España y los Países Bajos, fueron reconocidas como Estado independiente
por la metrópoli por el Tratado de París. Con ella triunfaba el principio del derecho de los pueblos a
disponer de sí mismos.

La Revolución francesa de 1789 avanzaba, en lo que concierne al Derecho de gentes, en la misma


dirección. Napoleón Bonaparte estableció una hegemonía sobre Europa, de la que ésta, a fuerza de
coaliciones, acabó por liberarse. Uno de los efectos más espectaculares de su política, fue la creación de
la Confederación del Rin. La consecuencia fue la abolición del casi milenario Sacro Romano Imperio.

Una característica del Derecho de gentes del sistema europeo de Estados es la generalización de las
representaciones diplomáticas permanentes a partir del siglo XVI. Con ello se intensificó la actividad
política internacional.

La gran cantidad de sujetos de Derecho de gentes tras la Paz de Westfalia tuvo por consecuencia que las
desigualdades eran demasiado llamativas. La invocación a la Divinidad permanece en vigor.

Un lunar en la historia, no ya sólo de las relaciones internacionales, sino de la civilización, es la trata de


esclavos negros entre África y América. Este período asistió al agravamiento del estatuto de la piratería,
considerada como un delito del Derecho de gentes. Desde el punto de vista del Derecho internacional,
otro rasgo de la época obedece a la idea de soberanía en su versión absoluta y hay que señalar que el
principio territorial se impuso sobre el personal en la esfera de la legislación y la administración de
justicia.

El Derecho de la guerra había registrado un endurecimiento durante la guerra de los Treinta Años. Pero
más adelante se percibe una tendencia a la humanización de la guerra que se acentúa en el siglo de las
Luces y se manifiesta a lo largo de las “guerras de gabinete”, que tratan de mantener el equilibrio sin
destruir al enemigo.

Lo que cabría designar como “la edad de oro” de la guerra, terminó con la Revolución y el Imperio
napoleónico. Una consecuencia fue la identificación del pueblo con su ejército; otra, el endurecimiento de
la conducta bélica, así como una menor preocupación por el Derecho.

Tras el segundo asedio de Viena comienza el lento reflujo del poder de la Puerta en Europa Central. Una
serie de tratados reflejan las vicisitudes de la “reconquista”, que finalmente se saldó en la Paz de
Belgrado entre el Imperio y Turquía. Con posteridad, Rusia se convirtió en el agente más activo. Francia
proseguía su política favorable a la Puerta, que le aseguraba una posición privilegiada.

Los Tratados de paz incluían a veces cláusulas relativas al comercio o al estatuto de las personas, que se
inscriben en el marco tradicional de las capitulaciones. Rusia veía reconocérsele el derecho de realizar
propuestas relativas a la Iglesia ortodoxa, que la Puerta se comprometía a tomar en consideración. Los
tratados, considerados al principio por la puerta como simples treguas, pudieron concluirse después a
perpetuidad.

Los Estados barberiscos de África del Norte, vasallos en teoría del Imperio otomano, gozaban de una
amplia independencia de hecho. Las capitulaciones en favor de Francia fueron las que llegaron más lejos
en cuanto al espacio jurídico privilegiado reconocido por la Puerta. El Tratado con Rusia consagra la
cristalización del sistema. Confiere a los súbditos rusos amplios privilegios; se reconocían al Zar ciertos
derechos de intervención en lo tocante a la religión ortodoxa, que la Puerta debía tener en cuenta.

La expansión de las potencias marítimas de Europa occidental en ultramar y la de Rusia en Asia


septentrional ampliaron en una proporción sin precedentes el horizonte geográfico. Con anterioridad se
impone una distinción entre la expansión marítima hacia América y la expansión continental en Asia del
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Norte, de una parte, y la expansión marítima hacia Asia meridional y sudoriental, y después, hacia
Extremo Oriente, de otra. En América y en Asia continental hubo conquista y asentamiento y los
territorios correspondientes fueron incorporados o sometidos a las metrópolis respectivas. Por el
contrario, Asia meridional y oriental supo oponerle una resistencia eficaz hasta mediados del siglo XIX.

Las relaciones que los europeos anudaron con estas sociedades dieron lugar a un Derecho de gentes
que es el reflejo de una sociedad natural con intereses solidarios. Los tratados concluidos con los
príncipes locales del Sur y el Sudeste asiáticos son ejemplos de este Derecho. En cuanto a la apreciación
de la influencia que pudo ejercer sobre el Derecho de gentes europeo esta red de acuerdos
interestatales, puede hablarse de un “Derecho público de Europa y Asia” en tanto que extensión del
Derecho público europeo.

LA DOCTRINA POSTGROCIANA
La fe de Grocio en la existencia de un Derecho de gentes encontró una réplica vigorosa: el escepticismo
de Thomas Hobbes al respecto. Es notable que Hobbes (1588-1679) fue un filósofo inglés cuya obra
Leviatán (1651) -que se ocupó del Derecho de gentes de forma marginal- haya sido el primero en
reservar tal designación a las normas que rigen las relaciones entre Estados. Pero ese Derecho es
puramente natural. Los Estados viven en estado de naturaleza. Ahora bien, para Hobbes, el Derecho
natural, propio del estado de naturaleza, no es más que una moral que no dispone de la coerción que
sólo el Derecho positivo puede asegurar.

En la línea de Hobbes, Spinoza subraya también que, viviendo las sociedades políticas en estado de
naturaleza, el derecho de cada una se extiende hasta donde llega su fuerza.

Después de Grocio, puede agruparse a los internacionalistas en tres grandes corrientes de pensamiento,
según que mantengan la síntesis grociana entre el Derecho natural y el Derecho positivo o que se
atengan a uno u otro. La primera de estas dos últimas corrientes se denomina “iusnaturalista”, y la
segunda “positivista”. Los miembros de las diversas tendencias tienen en común la relegación de la
doctrina de la guerra justa a un segundo plano, así como compartir en general una concepción no
discriminatoria de la guerra. Además, la mayoría de estos juristas es protestante.

EL DERECHO INTERNACIONAL DEL CONGRESO DE VIENA A LA PRIMERA


GUERRA MUNDIAL
El Congreso de Viena (1814-1815) miraba antes al pasado que al presente, tuvo el mérito de instaurar un
estado de cosas relativamente estable en Europa, donde no se produciría ninguna guerra general durante
un siglo. Los principales actores fueron Austria, España, Francia, Gran Bretaña, Portugal, Prusia y
Suecia.

El Acta final desarrolló los gérmenes de un Derecho fluvial internacional, diseminados en algunos
tratados anteriores, estableciendo la libre navegación de los ríos que separasen o atravesaran varios
Estados. Sin embargo, se trataba de principios que requerirían normas convencionales ulteriores. Las
necesidades de utilización racional de estas vías de comunicación dieron lugar, con las comisiones
fluviales creadas a este fin, a la constitución de las primeras organizaciones internacionales.

El Congreso de Viena elaboró una Declaración de las potencias sobre la abolición de la trata de
esclavos negros. Fue desarrollada a lo largo de los siglos XIX y XX por una serie de convenios que dieron
prueba de la tenacidad de la esclavitud. El Congreso aprobó un reglamento relativo a la categoría de los
agentes diplomáticos. Se trataba de un primer paso hacia la codificación de una materia regida desde
siempre por la sola costumbre internacional.

El espíritu del Congreso estuvo marcado por el principio de legitimidad, que explica que Francia pudiera
conservar sus fronteras de 1792. Sin embargo, la legitimidad hubo de tener en cuenta las exigencias del

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equilibrio de las potencias. El Tratado de la Santa Alianza 5 pretendió erigirlo en pauta general de la
política europea, apoyándolo en vagas bases cristianas.

Más efectiva que la Santa Alianza fue la “cuádruple alianza”. Ésta, convertida en la “quíntuple alianza”,
fue la base del “Concierto de Europa”. Este Concierto de los Cinco no se modificará más que con la
unificación de Italia y de Alemania. El Concierto europeo constituyó una especie de gobierno
internacional.

Desde 1818 hasta 1914, se reunió una veintena de congresos y conferencias de importancia. El objetivo
que se perseguía fue la oposición a los movimientos liberales y nacionales, pero esta presión no pudo
sostenerse.

Amplios sectores de poblaciones expresaron sus aspiraciones liberales y nacionales con una fuerza
creciente frente al legitimismo dinástico de la Santa Alianza. Así se afirmó, como principio rector de la
vida internacional, el principio de las nacionalidades, que afirma que todo pueblo unido por la lengua y por
una civilización común tiene derecho a la independencia y a la unidad política. Desde la perspectiva
jurídica internacional, ha desempeñado un papel revolucionario y ha modificado profundamente el mapa
de Europa central y oriental.

La expansión colonial de los Estados europeos ensanchó sólo en un aspecto limitado el dominio del
Derecho internacional en el espacio. En general, adoptó la forma de una incorporación pasiva de las
tierras de ultramar al mundo político y jurídico europeo, sobre la base de un estatuto desigual. Hay que
distinguir, a este respecto, el Nuevo Mundo, íntegramente colonizado, del Viejo, donde se había
establecido un cierto equilibrio. La evolución ulterior iba también a diferir profundamente, siendo la causa
la nueva situación de uno y otro, que se invirtió ampliamente con relación a Europa.

Con relación a los desarrollos institucionales hay que decir que la revolución industrial y la de las
comunicaciones están en el origen de una intensificación creciente de las relaciones humanas en todos
los ámbitos, lo que no podía dejar de repercutir en las relaciones internacionales, tanto en las
interindividuales como en las interestatales. Ello se tradujo en un incesante crecimiento del Derecho
internacional, que afectó a nuevos sectores de la vida social.

En cuanto a los cursos de agua artificiales, su régimen se asentó con la apertura de los Canales de Suez
y Panamá. El Derecho del mar conoció una amplia reglamentación. La Conferencia marítima
internacional de Washington de 1889 fijó normas sobre las señales marítimas, las condiciones de
navegabilidad de los buques, el salvamento de náufragos, etc.

El auge de los ferrocarriles durante el siglo XIX dio lugar a las dos Convenciones de Berna de 15 de
mayo de 1886, referidas respectivamente a la anchura de los raíles y a la colocación de precintos en los
vagones.

Una importancia particular reviste el Derecho internacional concerniente a la transmisión de noticias,


favorecida por el desarrollo postal, telegráfico y telefónico. Aquí las necesidades surgidas de la estrecha
interdependencia existente entre todos los países, dieron lugar, tras las comisiones fluviales, a nuevas
organizaciones internacionales, que son las uniones denominadas administrativas.

LA DOCTRINA EN EL SIGLO XIX

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La Santa Alianza fue un tratado de carácter personal firmado por los monarcas de Austria, Rusia y Prusia el 26
de septiembre de 1815 en París tras las guerras napoleónicas. Los tres monarcas, invocando los principios
cristianos, prometen mantener en sus relaciones políticas los «preceptos de justicia, de caridad y de paz». Suponía
basar las relaciones internacionales en el cristianismo y se declaraba abierta a quien aceptara esos principios,
dejando fuera de forma deliberada a las potencias no cristianas como el Imperio otomano. Sin embargo en la
práctica no desempeñó ningún papel efectivo, salvo el «convertirse en el lema de una política».
El tratado de la Santa Alianza es confundido a menudo con la Cuádruple Alianza, un tratado de seguridad contra
Francia firmado por los tres firmantes de la Santa Alianza más Gran Bretaña
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El desarrollo de las instituciones internacionales a lo largo del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial
explica el florecimiento de la Doctrina, cada vez más autónoma y profesionalizada, en el ámbito de las
ciencias jurídicas.
La preponderancia del positivismo jurídico a partir de los años 30 suprimirá entre sus defensores el
vínculo que le unía al Derecho natural. Sin embargo, la tradición iusnaturalista o consideración filosófica
del Derecho internacional no cesó por ello y continuó ejerciendo una gran influencia. En este punto hay
que mencionar a Hegel, que fue el impulso más destacado. Considera al Derecho internacional como un
“Derecho estatal externo”. Siendo el Estado la más elevada encarnación del Espíritu objetivo, no puede
someterse más que a su propia voluntad en tanto que ésta se coordina con la de los demás Estados. De
ahí resulta un Derecho internacional frágil.

Los autores que se proclaman seguidores de Hegel, entre los que destacan Adolf Lasson, John Austin,
James Lorimer y Taparelli, negaron la naturaleza jurídica del Derecho internacional.

El abandono del latín por parte de los juristas, da lugar a una creciente diversificación nacional y
lingüística de la doctrina del Derecho internacional.

DE LA PRIMERA A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


Más que las grandes guerras precedentes, la de 1914 a 1918 desbarató las previsiones de los que la
desencadenaron. El Imperio de los zares sucumbió ante el impacto de la Revolución de Octubre, que
ponía en tela de juicio el orden económico y social en su conjunto. La aparición de un sistema comunista
en el inmenso espacio imperial ruso será uno de los hechos más preñados en consecuencias también en
Derecho internacional. La Conferencia de la Paz de París (1919-1920) elaboró los tratados que pusieron
fin a la guerra. El primero y más importante fue el de Versalles.

El primer reto asumido por los aliados vencedores tras la firma de los tratados de paz, no podía ser otro
que poner en marcha un sistema de seguridad colectiva. La creación, en la Ginebra neutral, de la
Sociedad de Naciones fue la respuesta. La Sociedad de las Naciones -antecesora de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU)- cuyos órganos principales eran la Asamblea y el Consejo, poseía la
personalidad jurídica internacional.
Un tratado colectivo autónomo estableció en La Haya la Corte Permanente de Justicia Internacional.
Por desgracia, esta nueva organización no pudo satisfacer el papel de “garantizar la paz y la seguridad”
que le fuera asignado.

Por su estructura y, en particular, por el principio de la unanimidad, la Sociedad de las Naciones no


disponía de los medios de sus fines. Desde antes del fin de las hostilidades en el frente occidental se
inició el establecimiento de regímenes políticos cuya naturaleza les convertía en hostiles por definición
hacia el estado de cosas creado por los Tratados de 1919-1920.

El advenimiento del bolchevismo en Rusia, del fascismo en Italia y del nacionalsocialismo en Alemania,
que compartían la concepción totalitaria del Estado y un virulento antiliberalismo, abrió un foso difícil de
rellenar frente a las democracias occidentales. La crisis económica que castigó a Europa a partir de 1931
hería el resto.

Así como en Viena el principio de legitimidad fue limitado en su aplicación por las exigencias del
equilibrio, en París el principio de las nacionalidades conoció alteraciones por razones políticas. En todo
caso, los nuevos Estados, o aquellos cuyo territorio se había acrecentado, incluían minorías. La
preocupación por la protección de estas minorías es uno de los rasgos del Derecho internacional de
Versalles. Sin embargo, la protección de minorías fue a menudo fuente de tensiones, en particular, en los
casos de minorías con apoyo de un Estado vecino, y ello tanto más cuanto que éste fuese poderoso. El
papel desempeñado por las cuestiones de minorías en la génesis de las dos guerras mundiales logró
que, tras la segunda, se pusiera el acento en la protección de los derechos humanos.

La Sociedad de Naciones perdió su razón de ser al desencadenarse la Segunda Guerra Mundial.

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La primera posguerra vio el principio de lo que en adelante se denominará la descolonización. Comenzó
en el seno del Imperio británico con la creación de los dominios, que a partir del tratado que reconocía a
Irlanda como Estado libre, se llamaría la Commonwealth 6.

Una institución particular de la Sociedad de las Naciones fue el régimen de mandatos aplicado a las
colonias de los Estados vencidos, particularmente, a los territorios del Cercano Oriente que hubiesen
pertenecido al Imperio otomano.

Un aspecto en el que la Sociedad de las Naciones ejerció una actividad efectiva es el que se refiere a las
medidas humanitarias. Una de las más notables consistió en dotar a los refugiados de un “pasaporte”,
documentación que con frecuencia no podían adquirir. Se luchó entre otras cosas contra la trata de
blancas y niños, la esclavitud, las publicaciones obscenas y el tráfico de estupefacientes.

LA DOCTRINA EN LOS AÑOS VEINTE Y TREINTA


Los grandes cambios acontecidos en la sociedad internacional tras la Primera Guerra Mundial no podían
quedar sin reflejo en la doctrina, la cual se vio realzada porque el artículo 38.1b del Estatuto del Tribunal
Permanente de Justicia Internacional, incluye entre las fuentes a aplicar, “la doctrina de los publicistas
más cualificados de las diversas naciones, como medio auxiliar de determinación de las reglas de
Derecho”.

Los internacionalistas de esta época se dividen en seguidores de la doctrina occidental de un lado, y de la


doctrina soviética de otro.

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El vocablo inglés "Commonwealth" (de “common”, "común", y el antiguo “weal”, que derivó en wealth, "riqueza")
significa literalmente “riqueza común” o en una sola palabra: “mancomunidad”. El significado deriva del término
latín Res publica ("cosa pública") y actualmente se usa en relación con una comunidad política.

El término alemán más cercano en sentido literal a commonwealth (Gemeinwesen: riqueza común) tiene un sentido
más amplio, quizás cercano al término comunidad en español. La Wikipedia en alemán lo describe como un término
que significa toda organización actual e histórica de la sociedad humana en general, la comunidad pública más allá
de la unidad familiar. Por tanto, en Wikipedia no hay un enlace directo a un artículo en dicho idioma (llamado
interwiki).
En inglés, el término se usaba originalmente para referirse a un sistema de gobierno dedicado a aumentar el
bienestar social o la riqueza común, a diferencia de todo aquel gobierno cuyo fin era el beneficio de un individuo o
una clase. Es decir, es un sistema de gobierno dedicado al beneficio general, con un sentido similar al de la frase
latina res publica ("la cosa pública"), para significar el aspecto de beneficio común implícito en un Estado.
Posteriormente el término llegó a entenderse con el significado de una República, especialmente bajo el sistema
impuesto por Oliver Cromwell. Ese sistema es conocido como la Mancomunidad de Inglaterra en castellano o “the
old commonwealth” (antigua comunidad) en Inglaterra. (ver Niveladores)
En la actualidad la palabra generalmente designa, en el mundo de habla inglesa, un sistema político basado en la
asociación voluntaria a fin de perseguir el beneficio económico común.
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