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TEMA 40 BIEN Y VALOR

1. INTRODUCCIÓN
2. FILOSOFÍA ANTIGUA
3. FILOSOFÍA MEDIEVAL
4. FILOOSOFÍA MODERNA
5. FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
6. CONCLUSIÓN
7. BIBLIOGRAFÍA

1. INTRODUCCIÓN
Los términos bien y valor forman parte del campo semántico tanto de la ética como de la estética. Y sus conceptos están en el
fundamento de las mismas. Tanto un término como otro han sido utilizados con diversas acepciones. Y en el caso del “bien” con
categorías gramaticales distintas: cuando se alude a “bien” como sustantivo (“un bien”, “el Bien”, “bienes”…) o como adverbio (“x
está bien”). Esto ha dado lugar, en la historia del pensamiento, a concepciones que sostienen nociones distintas sobre lo bueno y lo
valioso, y que pueden clasificarse, a grandes rasgos, en tres tipos: aquellas que equiparan “bien” y “valor” (como ocurre en la
doctrina platónica de las Formas, y su posterior desarrollo en el pensamiento medieval); las que conciben “bien” como un tipo de
valor (fundamento de las éticas de bienes, tanto de fines como de móviles, eudemonististas y específicamente hedonistas); y, por
último las que diferencian absolutamente “bien” y “valor”. En este caso “bien” se entiende o como depositario del valor (“cosa
valiosa”), quedando éste reducido al objeto, o concibiendo al valor de forma irreductible al bien u objeto portador de un valor (ética
material de los valores).
La importancia de este tema radica en la necesidad de determinar inequívocamente el concepto de valor y su relación con el
bien, como paso previo para diferenciar los “valores” de los “deberes”, elemento nuclear de la moral. Difícilmente pueden
identificarse los “deberes” si no se fundamenta con rigor el momento estimativo previo, en lo que ha de entenderse como bueno o
valioso.
Esto cobra mayor relevancia en el contexto de las éticas aplicadas, como ocurre en el caso de la bioética. Y específicamente en la
actividad deliberativa de los llamados comités de ética, donde la recomendación de los cursos óptimos de acción ha de considerar
de forma unívoca los valores en juego en cada caso concreto. Solo desde esta consideración adquieren sentido los clásicos principios
de la bioética expresados en el Informe Belmont para la investigación científica, tras los horrores de los experimentos Taskegee.
Principios desarrollados por Beauchamps y Childress, formulando deontológicamente unos valores que fundamentan tanto una
ética de mínimos como una ética de máximos. Y es precisamente en el ámbito de esta ética de máximos, en relación con el principio
de “autonomía”, pero especialmente con el de “beneficencia”, donde los sistemas de valores de cada individuo se vinculan de lleno
con lo que ha de considerarse “bueno” en la perspectiva privada y felicitante de cada persona. Sin obviar su relación con aquellos
otros valores propios de una ética de mínimos, y expresados en los principios de la esfera pública (“justicia” y “no maleficencia”).
A continuación describiremos los matices respectivos que han recibido estos términos, y que han dado lugar a distintas
concepciones a lo largo de las sucesivas etapas de la historia del pensamiento. Conviene advertir en todo caso que, en rigor, no será
hasta la época moderna cuando se empiece a usar el término valor, tal y como hoy puede entenderse. Tras ello fijaremos una
conclusión y referenciaremos una bibliografía utilizada para esta exposición.

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2. FILOSOFÍA ANTIGUA
En Platón “bien” y “valor” se vinculan a la teoría de las Formas. Los valores se equiparan a las ideas como esencias absolutas,
eternas e inmutables, anteriores a la experiencia y a la educación, y captadas con una pura intuición intelectual del “nous” tras la
purificación de los sentidos. No son convenciones humanas sino elementos de la gran cadena del ser. Pero no todas las formas son
iguales. Existe una jerarquía entre las mismas. Por encima de las múltiples Formas se impone una única Forma con un estatus
ontológico privilegiado: la Forma del Bien o de la Belleza. Esta actúa como principio unificador de todas las Formas, y en cierto
sentido como su causa y origen, “como el sol que ilumina a las demás Formas” ( La República), que lo son en la medida en que
participan del Bien. El Bien es considerado como Bien en sí mismo, canon de la conducta y la organización del Estado.
Para Aristóteles el bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran. Pero no existe el bien como bien en sí, como algo común en
una sola Forma. El bien está en relación a un “valor” identificado con la vida buena, entendida como vida feliz (“eudaimonia”) o
proyecto de autorrealización que da plenitud al ser. Y esta felicidad se presenta como “bien supremo”, fundamentando una ética de
bienes dirigidos a la consecución del fin felicitante. Bienes que, orientándose hacia fines inmediatos, se encaminan en última
instancia hacia la consecución de la felicidad. Para alcanzarla ha de adecuarse el carácter hacia tal fin mediante la práctica de la
virtud (“arete”), entendida como hábito. Siendo la prudencia (“phronesis”) aquella virtud que permite encontrar el término medio, y
hallar lo que es bueno para uno y para los demás, lo más conveniente en el conjunto de una vida feliz.
También para Epicuro el bien se relaciona con un tipo de “valor”: el placer, que, a diferencia de Aristóteles, ya no es fin sino
móvil que dirige nuestra conducta. Con ello fundamenta una ética hedonista conforme a la cual la conducta ha de regirse por dos
principios: por una parte un entendimiento calculador que analice los distintos placeres o bienes, jerarquizándolos en materiales y
espirituales (superiores); y por otra una dosificación de su disfrute. De esta forma los placeres espirituales, representados en bienes
como la amistad, regularían el uso de los placeres materiales. La consecución de los espirituales y el cuidado de los bienes que
proporcionan conducirían a un estado de cierta durabilidad caracterizado por la imperturbabilidad y serenidad del ánimo
(“ataraxia”), estado con el que Epicuro identifica la felicidad.

3. FILOSOFÍA MEDIEVAL
El neoplatonismo y la patrística desarrollaron la teoría platónica del Bien a la luz de la revelación cristiana. En este sentido San
Agustín asimilará el Bien inmutable y eterno a Dios, y situará el fin eudemonista de la conducta humana en la beatitud (encuentro
amoroso con Dios) ayudada por la gracia. Dios es pues, el Supremo Bien del hombre, y buscar el Bien Supremo es orientar la
voluntad libre hacia la participación en el Bien inmutable. Siendo libre la voluntad puede apartarse de Dios, y con ello contrariar la
ley divina inscrita en la naturaleza humana, conforme a la cual amar a Dios es un deber. De ahí que el ser finito necesite de la gracia
para acercarse al ser infinito y evitar el pecado del mal, que no es sino alejamiento del Ser, es decir del Bien que es Dios. Con ello el
bien se equipara al bien metafísico, lo que conllevará a su vez una concepción como bien moral.
En el contexto de la Escolástica esta concepción metafísica del bien llega a identificarlo como uno de los trascendentales
(propiedad del “ser en cuanto ser”) convertible con el Ser, lo Uno, lo Verdadero. El Bien y el Ser son una misma cosa, esto es, Dios. El
“Summum Bonum” del que participan las cosas cuando alcanzan el estado de fruición con Dios.
Santo Tomás asume las tres características de la ética aristotélica (eudomonista, intelectualista y teleológica), pero añade
matices. La felicidad no ha de buscarse en ninguna cosa creada sino en el conocimiento y contemplación del Bien Supremo, infinito y
universal que es Dios. El modo de alcanzar la vida feliz es la práctica del amor, unido al conocimiento racional de la divinidad y su
obra. Solo las criaturas racionales pueden alcanzar este fin último por la vía de conocimiento y del amor, solo ellos pueden llegar a la
visión de Dios, donde únicamente se encuentra la felicidad perfecta. En esta vida, el hombre puede conocer que Dios existe, pero
será en la vida futura cuando pueda conocer como es en Sí mismo. Ningún otro fin puede satisfacer plenamente al hombre.

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4. FILOSOFÍA MODERNA
La tesis objetivista de carácter intuicionista, iniciada por Platón, que identifica al bien como bien metafísico equiparando ideas y
valores (realidades en sí objetivas), estará presente, prácticamente en exclusiva, hasta la segunda mitad del Siglo XVII. Tras la Paz de
Westfalia, y el advenimiento de una suerte de pluralismo religioso, empieza a gestarse una noción de valor de carácter subjetivo y
asociada al sentimiento. Shaftesbury y Hutcheson sentarán las bases de la concepción emotivista del valor desarrollada
posteriormente por Hume. El fundamento de la moral no está en la razón sino en los sentimientos. Estos se basan en una
disposición universal del ser humano hacia la benevolencia (desear el bien hacia los demás). Los valores morales se conciben como
“instrumentos” que contribuyen a la felicidad de las personas. Una acción es buena si contribuye a la utilidad pública.
De esta forma se empieza a conformar la distinción entre valores intrínsecos (valen por sí mismo) y valores instrumentales (valen
con vistas a un bien). Distinción en la que se apoyará Bentham para identificar la utilidad como un valor de raíz emocional, que a la
vez permite el cálculo y la maximización social. Los valores en su dimensión intrínseca son emocionales y subjetivos. Y son objetivos
en su dimensión instrumental. Dimensión que es propia de la racionalidad económica, pues esta tiene por objeto maximizar
utilidades.
Impulsado así por la ciencia económica (Smith, Ricardo, Malthus) se empieza a ampliar el campo semántico de la ética, desde el
bien hacia el valor. La noción de bien como placer individual y móvil de la conducta humana, iniciada por el epicureísmo, será
retomada en su dimensión social con el hedonismo utilitarista. Así, se relaciona el bien con la acción correcta de acuerdo con el
principio de utilidad (mayor felicidad y bienestar para el mayor número de personas).
Entre el planteamiento emotivista de los valores y la ética material de bienes del utilitarismo irrumpe el formalismo Kantiano.
Kant critica las éticas materiales por ser empíricas, particulares y contingentes. Y por estar condicionadas por la persecución de un
determinado fin, siendo en consecuencia heterónomas. Para Kant lo bueno ha de ser algo incondicionado sin restricción, en toda
circunstancia y momento, cualesquiera que sean las consecuencias de nuestra acción. Es decir, lo bueno es la “buena voluntad”, no
como contenido concreto, sino como aquella que actúa por respeto al deber, determinado única y exclusivamente por la razón.
Siendo este deber (ley moral) la moralidad misma, que se identifica con el valor moral. El cual es independiente respecto de
cualquier otro valor, inclinación o bien, que el individuo se pudiera proponer.
5. FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
A partir del siglo XIX, se irá conformando una heterogeneidad de teorías del valor relacionadas y a la vez independientes de la
noción de bien. Estas teorías culminarán en el cambio de siglo con la axiología o teoría de los valores propiamente dicha.
Como antecedentes a esta teoría de valores cabe mencionar la revisión que Marx y Nietzsche hacen de las concepciones sobre lo
bueno planteadas hasta este momento.
Para Marx la concepción económica del valor no puede disociarse de la moral. Los valores vienen impuestos por las clases
dominantes en las relaciones sociales de producción. Actuar bien será ignorar los valores capitalistas y facilitar la llegada de una
sociedad comunista.
Nietzsche critica la cultura occidental y el desarrollo histórico de los valores morales. Denuncia la inversión que de los mismos ha
hecho el cristianismo, al presentar como buenos los valores de esclavos frente a los de los señores. En Más allá del bien y del mal
defiende la necesidad de volver al origen, superando el nihilismo desde la voluntad de poder. Con ello se prepara la llegada del
superhombre que, dueño de su destino, se libera de los valores morales impuestos por la religión y la filosofía, y crea los nuevos
valores.
A finales del siglo XIX y principios del XX comienza a estructurarse un sistema de conocimientos en torno a la teoría del valor en
el seno del neokantismo de la escuela de Baden. Lotze declara que los valores no pertenecen a la categoría del ser, sino del valer. A
diferencia de los bienes, los valores no existen, sino que valen. No tienen ser sino valer. Se manifiestan en la no independencia con
los objetos, son jerárquicos y tienen polaridad (valor-disvalor)
Para Brentano, los valores se fundan en el acto valorativo intencional (con referencia a un objeto) que no es racional sino
emocional. Ver algo bueno es ya estimarlo. Los valores son pues cualidades que tienen las cosas que nos obligan a estimarlas.

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Las tesis de Brentano influirán en las teorías de valor, tanto de base subjetiva como objetiva. Para las primeras el valor no tiene
realidad autónoma ni universal. Y se concibe en términos de agrado (Meinong) o deseo (Von Ehrenfel, para quien valoramos lo que
no existe: la salud de la que carecemos, la justicia perfecta). Las teorías de base objetiva fueron desarrolladas en la línea de Husserl,
por Scheler, Hartmann y Ortega. Frente a las subjetivistas afirman que las cosas nos agradan porque son buenas, y no al revés. La
bondad aprehendida es la causa de nuestro agrado. Y hay cosas desagradables que resultan valiosas (por ejemplo: morir por una
causa noble) También puede desearse más comer que poseer una obra de arte y seguir valorando más la obra de arte.
Scheler critica el formalismo kantiano en El formalismo de la ética y la ética material de los valores. Kant comete el error de
considerar el par razón-sensibilidad como formas exclusivas de acceso al conocimiento. Con ello Kant confunde bienes y valores,
pues a través de la sensibilidad el valor solo puede concebirse como una característica unida a la cosa, reducida a la cosa, como algo
intrínseco, lo que imposibilita captarlo separadamente. Los bienes son “esencialmente” cosas valiosas.
Scheler refuta a Kant diciendo que si fuese cierto que los valores pertenecen a las cosas podríamos decir que si las cosas
desapareciesen también desaparecerían los valores. Por otro lado hay valores que pueden ser representados sin asociarlos a las
cosas, de igual forma que podemos intuir un color sin que aparezca como propiedad de un cuerpo material.
Frente a esto, y en línea con la fenomenología de Husserl, Scheler aplica la reducción eidética en el análisis del acto intencional al
ámbito axiológico. Al distinguir el acto intencional de valorar (“noesis”) del objeto de la valoración (“noema”), Scheler defiende que
además de razón y sensibilidad los seres humanos poseen sentimientos. Actos como amar u odiar no son racionales, sino
emocionales. Y sin embargo descubren contenidos materiales que no proceden de la sensibilidad. Estos contenidos son los valores,
cualidades dotadas de contenido que están en las cosas. Pero que son independientes tanto de ellas como de nuestros estados de
ánimo subjetivos. Su esencia es aprehendida como tal (eidéticamente) mediante una intuición emocional. Esta es distinta de la
razón, de los sentidos o de la mera aprehensión psicológica (de agrado o deseo). Y con ella se descubre su contenido material, pero
objetivo y a priori, independiente de los bienes, que serían sus portadores circunstanciales. Esto es, los valores son irreductibles a las
cosas.
Se presentan objetivamente estructurados a partir de un principio de polaridad (positivo-negativo) y de jerarquía: cada valor
hace presente en su percepción que es igual, inferior o superior a otros valores, de forma que preferimos unos valores u otros
porque se dan ordenados en una escala que de menor a mayor se ordena en tres grupos: agrado (dulce-amargo); vitales (sano-enfermo) y
espirituales. Estos últimos se dividen a su vez en estéticos (bello-feo), jurídicos (justo-injusto) intelectuales (verdadero-falso) y religiosos
(santo-profano).

¿Dónde se sitúan los valores morales? Al descubrir el orden jerárquico de los valores se descubre también que es en relación con
esos valores extramorales como se realiza el valor moral. Dicho de otra forma: los valores morales no son una categoría de valores,
no hay específicamente valores morales porque no poseen portadores. Son, en este sentido, valores puros. Su realización está en la
preferencia por los valores elevados positivos, su nivel axiológico superior. La superioridad o inferioridad de un valor se nos da en
los actos del “preferir” y del “postergar”. El bien moral consiste en la voluntad de realizar un valor superior en vez de uno inferior, a
partir de los valores religiosos. Revisar: relación con Kant: A LA ESPALDA del acto voluntario.
El apriorismo de Scheler es matizado por Hartmann, quien concibe el valor como un objeto ideal y eterno (situando la axiología
como parte de la ontología) que afecta a nuestra conducta como portador de un deber de realización. La moralidad estaría en la
voluntad de querer realizar un valor (deber ser). A esta voluntad Hartman la llama libertad, dentro de su particular Ética.
Por su parte Ortega, en Introducción a una estimativa, defiende que no son los sentidos los que otorgan valor a la cosa, sino la
virtud objetiva del objeto. Esta virtud se intuye a través de la estimativa, actividad psíquica por la cual se captan los valores a priori,
sintiéndolos, pues siendo los valores algo objetivo pertenecen al mundo de los afectos. Tras la intuición experimentamos agrado o
desagrado, y aun haciendo las cosas con desagrado no dejamos de realizar un valor positivo (v.g.: alguien que salva la vida de otra
persona sabiendo que puede menoscabar la propia). Los valores tienes polaridad jerarquía y materia (contenido peculiar y privativo,
irreductible y percibido directamente). Pero pueden percibirse o no. Cada época tiene una sensibilidad para ciertos valores, y la

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pierde, o carece de ella, para otros. La realidad objetiva de los valores se descubre como se descubren las islas, aunque a veces la
vista se obnubila y deja de estimarlos porque no los percibe.

6. CONCLUSIÓN
A lo largo de las páginas precedentes hemos visto como los términos bien y valor han tenido, en su desarrollo histórico,
distintas acepciones, dando lugar a concepciones filosóficas heterogéneas y estableciendo diversos elementos de relación.
A modo de síntesis, estas concepciones pueden categorizarse en dos grandes grupos: aquellas que consideran que tanto
“bien” como “valor” tienen una base conceptual objetiva; y aquellas cuyo concepto subyacente en ambos términos es
puramente subjetivo. En las primeras se sitúan las tesis platónicas, la generalidad de la filosofía medieval, el formalismo kantiano
o la axiología de la ética material de los valores. En las concepciones subjetivistas estarían aquellas que fundamentan las éticas
materiales y teleológicas de bienes, desde Aristóteles hasta el utilitarismo pasando por el hedonismo individual del epicureísmo
o la tradición emotivista británica.
Todo ello pone de relieve a su vez la heterogeneidad de visiones en torno a los fundamentos de las conductas morales.
Heterogeneidad que ha de ser considerada en los sistemas educativos de sociedades plurales y democráticas. ¿Cómo? Más allá
de las concepciones subjetivistas u objetivistas del “bien” y del “valor” Zubiri propone un enfoque constructivista. Los valores se
construyen desde la realidad como formalidad: la formalidad viene dada, el contenido hemos de construirlo. ¿Y cómo construir
el contenido de los valores? De acuerdo con Diego Gracia los valores se construyen deliberando. Lo que viene a coincidir, en
parte, con la concepción pragmática de Dewey en torno a la deliberación en la escuela. O al desarrollo posterior de Lipman y
Sharp en torno a las “comunidades de diálogo e investigación”. De esta forma, educar en valores, no será sino promover la
construcción de los mismos en la formación de personas dialogantes, capaces de crear en común proyectos individuales y
sociales, de comprometerse en su realización, y de asumir la responsabilidad frente a ellos. En otras palabras: personas
deliberativas.

7. BIBLIOGRAFÍA
 Diccionario de filosofía. Ferrater-Mora
 Principios de ética biomédica. Tom Beauchamps y James Childress
 Construyendo valores. Diego Gracia
 Historia de la ética. Alasdair McIntyre
 El epicureísmo. Emilio Lledó
 Democracia y educación. Dewey
 La filosofía en el aula. Lipman. Sharp. Oscayan
 La República. Platón
 Ética a Nicómaco. Aristóteles
 Confesiones. San Agustín
 Suma teológica . Santo Tomas
 Investigación sobre los principios de la moral. David Hume
 Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Immanuel Kant
 Más allá del bien y del mal. Friedrich Nietzsche
 El capital. Karl Marx
 Formalismo de la ética y la ética material de los valores. Max Scheler
 Ética. Nicolai Hartman

 Introducción a una estimativa. ¿Qué son los valores? José Ortega y Gasset

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