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TECNICATURA

UNIVERSITARIA EN HIGIENE
Y SEGURIDAD EN EL
TRABAJO

UNIDAD 2
PROBLEMAS FUNDAMENTALES DE LA
AXIOLOGÍA
UNIDAD 2: Problemas Fundamentales de la Axiología

PRESENTACIÓN
En esta unidad veremos los problemas fundamentales que atraviesa la rama de la filosofía que
denominamos Axiología y qué relación tiene con la Ética y la Deontología Profesional. Esta palabra
proviene del griego axios, que significa “valioso”, “digno”, y de la palabra logos, que podemos traducir
como “estudio”, “tratado” o “teoría”; por lo tanto, podemos definir la Axiología como la rama de filosofía
que se dedica a estudiar o reflexionar sobre los valores.

OBJETIVOS

Que los participantes logren:

• Identificar qué es el valor mismo, cuál es su esencia, si es posible conocerlos.


• Problematizar la existencia de valores.
• Reflexionar sobre la Ley como norma objetiva del obrar.

• Analizar el rol de los valores en el quehacer profesional del Técnico en Seguridad


e Higiene del Trabajo.

TEMARIO

1. Problemas fundamentales de la Axiología: Objetivismo y Subjetivismo.

2. El fin último y la motivación.

3. Fin y bien. Realidad del bien. Capacidad de atracción y de perfeccionamiento del bien.
4. La verdad, el bien y la belleza. El juicio de valor. La ley como norma objetiva del obrar.

5. El trabajo del Técnico de Seguridad e Higiene, proteger y prevenir. Códigos de ética.


BIBLIOGRAFÍA

ARENDT, H. (1963) Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal. Lumen,
Barcelona.

ARISTÓTELES (SIGLO IV AC.) Ética Nicomáquea. Editorial Gredos. Buenos Aires.

DESACARTES, R. (1641) Meditaciones Metafísicas. Ediciones Libertador. Buenos Aires.

FOUCAULT, M. (1973) La verdad y las formas jurídicas. Gedisa. Barcelona.

FREUD, S. (1920). Más allá del principio del placer, Psicología de las masas y análisis del yo y otras
obras. Obras completas. Vol. XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires.

GRIMALDI, J. / SIMMONDS, R. (1975) La seguridad industrial. Su administración. Alfaomega Grupo


Editor. México.

KANT, I. (1781) Critica de la Razón Pura. Editorial Aguilar, Buenos Aires.

PLATON, (380 AC.) La República. Editorial Gredos. Buenos Aires.

SCHELER, M. (1913) El formalismo en la ética y la ética material de los valores. Editorial Caparrós,
Madrid.
1. PROBLEMAS FUNDAMENTALES DE LA
AXIOLOGÍA: OBJETIVISMO Y SUBJETIVISMO.

Hemos afirmado que la Axiología es la rama de la filosofía que se dedica a estudiar o reflexionar
sobre los valores. Guiarán este estudio las preguntas respecto de qué es el valor, cuál es su
naturaleza. Cómo conocemos los valores y cómo los realizamos. Desde la filosofía se
problematiza entonces, si los valores son objetivos o subjetivos, si dependen de la personalidad
psíquica, de las percepciones que tenemos los hombres de las cosas; o si por el contrario existen
los valores independientemente del sujeto que los porta.
El problema del conocimiento del valor está ligado a los problemas generales del conocimiento,
que hemos introducido en la unidad anterior. Es decir: ¿Es la inteligencia / la razón, capaz de
captar al ser en el acto de conocimiento? El valor aparece a todos los filósofos como algo captable
e investigable por la vía intelectual; hasta antes de Descartes, cuando a raíz de la duda metódica,
primero, y de la crítica kantiana, después, se invierte el orden de la relación cognoscitiva hasta
convertir la función del conocimiento en una operación absolutamente inmanente, privándola de
su capacidad ontológica y sosteniendo que la inteligencia / la razón no capta ni puede alcanzar
al ser; entonces ¿cuál es la naturaleza del valor?
Para la solución de este problema vamos a encontrar dos posiciones antagónicas y al parecer
irreconciliables: el Objetivismo y el Subjetivismo axiológicos.
Para el Objetivismo, el valor tiene una naturaleza o modo se ser objetivo, pues existe
independientemente de un sujeto o de una conciencia valorativa, mientras que el subjetivismo
sostiene que un valor debe su existencia, su sentido o su validez a reacciones ya sean filosóficas
o psicológicas del sujeto que valora.
Entonces podemos encontrarnos ante las siguientes paradojas:
En el caso de los objetivistas, si el valor es algo que es, pero yo no puedo captar el ser como
sujeto cognoscente, entonces, tengo negado el acceso al valor. Por otra parte, podemos reservar
el conocimiento del valor a vías distintas de la lógica, como la intuición emocional o algún tipo de
acción espiritual.

En cambio, si el valor no es algo dado, que pueda existir más allá de los sujetos que lo perciben,
podemos establecer tres posiciones:
1. Aquellas que consideran que los valores son puestos por el juego normativo de las leyes
trascendentales del sujeto. (es la posición kantiana)
2. Aquellas que consideran que los valores son puestos por la función mistificante de la
sociedad. (puede resultar en un reduccionismo sociológico)
3. Aquellas que consideran que los valores son puestos por el proceso psicológico del sujeto
individual y su circunstancia. (puede resultar en un reduccionismo psicológico)

Tenemos entonces que, según el objetivismo, el sujeto no es necesario para la captación de los
valores, ya que éstos existen en sí y por sí, con independencia del sujeto. Uno de los exponentes
más destacados de esta corriente es el filósofo alemán Max Scheler (1875 – 1928) ha sostenido
que el asesinato siempre es malo, sin
necesidad de que alguien lo repruebe como tal. Para
el objetivismo los valores son independientes de los
bienes o cosas valiosas y de los sujetos que los
valoran. La naturaleza del ser humano, sus cambios a
lo largo de la historia, el influir constantemente de las
preferencias, las vicisitudes de los deseos, deja a los
valores intactos e imperturbables.
A diferencia del objetivismo, el subjetivismo axiológico
sostiene que el sujeto es esencial o
imprescindible, en toda valoración, pues si no existe un sujeto encargado de valorar las cosas, el
valor, simplemente, no es posible. El subjetivismo dirá, que los valores son para mí (en cuanto a
sujeto que valoro). Podríamos decir que el subjetivismo resucita la antigua frase de Protágoras:
“El hombre es la medida de todas las cosas”. Para el subjetivismo no podemos hablar de valores
fuera de una valoración real o posible. En efecto, ¿qué sentido tendría la existencia de valores que
escaparan a toda posibilidad de ser apreciados por el hombre?
¿Cómo sabríamos que existen los valores si estuvieran condenados a mantenerse fuera de la
esfera de las valoraciones humanas?

La discusión entre estos dos posicionamientos es bien nutrida y atraviesa todo el campo del
pensamiento filosófico. No es necesario cerrar este interrogante con una respuesta, sino más
bien abrir la posibilidad de pensar su utilidad ante diferentes escenarios.
2. EL FIN ÚLTIMO Y LA MOTIVACIÓN.

En la unidad anterior, hemos visto que Aristóteles iniciaba un estudio de la virtud ética y de los
valores morales, que sostenían que toda acción humana debía perseguir como fin último la
felicidad. El desarrollo de esta corriente de pensamiento aristotélico tiene gran raigambre hasta
nuestros días, poniendo en relación lo éticamente bueno con el fin último del hombre, ese deseo
“natural” de ser feliz.
Pongamos un ejemplo, todos alguna vez hemos realizado actividades que ejecutadas con
maestría lograron su objetivo, sin embargo, nos dejaron desencontrados sentimientos, porque el
fin de esa acción no necesariamente perseguía un fin último.
A un nivel más profundo, lo anterior se explica porque la atracción que ciertos bienes nos
producen aquí y ahora no coinciden con un “algo” que necesaria, irrenunciable y
permanentemente deseamos, advirtiendo que una acción realizada en pos de ellos no es
congruente, en definitiva, con ese algo mucho más precioso y querido.
A partir de Aristóteles, la filosofía ha llamado a este algo el fin último, vida feliz o felicidad, y

que alude al ser perfecto de la persona: a la plenitud de sentido de la condición humana. Los
estudios de ética normativa pueden clasificarse según su fundamentación en dos tipos:

• Teleológico

• Deontológico

El tipo de fundamentación teleológica, como su palabra lo indica, apunta a la noción de fin, en


griego telos. Mientras que el deontológico, que es el que aquí nos ocupa, apunta a la noción de
deber.

Casi todas las posiciones morales más conocidas se encuentran dentro de la ética teleológica.
Ellas fundamentan el valor de las normas éticas y el valor de los actos morales por referencia a
un valor que constituye el fin último de la vida práctica. La discrepancia viene a la hora de
determinar en qué consiste ese fin. Así el utilitarismo, que identifica el fin último de la vida
práctica con el máximo bienestar para el mayor número de personas; el hedonismo, que coloca
como fin último al placer; y el eudaimonismo o ética de la felicidad, que sostienen que el fin
último es el incremento de la propia vida.
En cambio, la ética deontológica presenta una estrategia de fundamentación distinta. Lo
propio de ella es evitar, a la hora de fundamentar la validez de las normas morales, todo recurso
al argumento teleológico y a la noción de felicidad.
Como introdujimos en la unidad anterior Kant, el defensor paradigmático de la ética deontológica,
sostuvo que la noción de felicidad concebida como un fin no provee una fundamentación del tipo
requerido para el caso de las normas morales.
Para las éticas deontológicas, una acción es moralmente buena no porque contribuya directa o
indirectamente a la consecución de la felicidad, sino porque responde a máximas, esto es, a
principios subjetivos de determinación de la voluntad que resultan universalizables. Esta
sería la definición más aproximada al concepto de imperativo categórico, central en la
ética kantiana y en la fundamentación deontológica. Las acciones motivadas por imperativos
categóricos, serán aquellas que podemos encuadrar dentro de una ética deontológica y no
aquellas que por motivación encuentran la búsqueda de la felicidad, propia o ajena. Un ejemplo
nos ayudará a comprender, ¿por qué no es moralmente buena la acción de robar?
Porque la motivación que determina la voluntad cuando el agente se decide a robar no es
universalizable: el que roba se trata a sí mismo como una excepción, pues roba queriendo al
mismo tiempo que no le roben, y tal acto no resiste el test de universalización. A esto apunta la
formulación del imperativo categórico kantiano, en el siguiente cuadro verán las formulaciones
realizadas por Kant. El imperativo categórico es un fin en sí mismo.
3. FIN Y BIEN. REALIDAD DEL BIEN. CAPACIDAD
DE ATRACCIÓN Y DE PERFECCIONAMIENTO
DEL BIEN.
Hasta acá nos hemos encontrado con varios dilemas, respecto de la finalidad de la acción humana
y la idea de bien. Recapitulemos entonces, tenemos por un lado la noción platónica que indica
que el conocimiento máximo es la idea de bien, una bajada a la práctica aristotélica podría
insinuarnos que lo bueno es aquello que nos hace felices. Muchos siglos de pensamiento después
el debate entre lo objetivo y lo subjetivo parece seguir abierto, aún después del intento kantiano de
construir una ética universal a partir del concepto de imperativo categórico.
Entonces ¿qué es el bien? ¿cuándo una acción humana es buena o mala? Platón consideró que
la Idea de Bien, además de ser la auténtica realidad, no es una cuestión quimérica sino la cosa
más concreta en el pensamiento de Platón, la única realidad valiosa y, correlativamente, el
fundamento de la prioridad objetiva de los valores y de la validez objetiva de la ley moral. Para
Aristóteles, en cambio, la fiabilidad de semejante justificación es más aparente que real, ya que
si el bien humano es una idealidad separada –y eso es la Idea platónica de Bien– siempre se
cernirá sobre él la ambigüedad semántica propia de un concepto común genérico. Por lo que
estima que existen, en correspondencia con los múltiples seres que hay, otros tantos bienes, toda
vez que, según su concepción teleológica de la naturaleza, cada ser tiende a la posesión del bien
que le es exclusivo.

Aristóteles busca determinar en qué consiste el bien humano y, a la vez, explicar el medio a través
del cual podemos hallarlo. Y al efecto, estima, no debemos sobrepasar el orden real de la vida,
ese lugar –entendida la palabra con un significado no meramente topológico– que la posibilita y
da sentido que es la polis o comunidad, puesto que en ella todo acontecimiento individual se vuelve
humano.
He ahí por qué en el orden del comportamiento las acciones humanas no son buenas en sí
mismas, sino en tanto que conducen precisamente al logro del bien en cada hombre. Pero el
bien en cada hombre no parece suficiente, lo importante sería esa ligazón que Aristóteles trazó
con la poli, y que nosotros deberíamos establecer con nuestra comunidad. Es lograr esa
coincidencia entre el bien individual, subjetivo, único y el bien de la comunidad que uno podría
suponer universalizable o al menos colectivo. Le cabe, pues, al ser humano ir a la búsqueda de
determinados bienes, más lo ético es hacerlo respecto de aquél que le es propio, por lo que siendo
él, como es, un ser con logos, palabra y capacidad de convivencia, únicamente podrá hallarlo
desarrollando tales cualidades, esto es, realizándose como animal político, como ser social.
Como el fin es para Aristóteles una realidad no estática sino dinámica, un impulso que nos
conduce, por ejemplo, al ejercicio de un trabajo, para así realizarnos como profesionales, o a
estar culturalmente ilustrados para así entender en profundidad las claves sociopolíticas y
económicas que vivimos, o a elegir tales o cuales amigos para así hacernos más agradable el
diario vivir, etc., parece que debe existir un fin que sea deseado por sí mismo y no que esté
subordinado a otro como medio, es decir, un fin último en el cuál coincidirán fin y bien.
De ahí que, para él, la felicidad es coincidente con el bien. Hemos hablado ya suficiente respecto
del bien, ocupémonos por un ratito del mal.
Hanna Arendt, una de las filósofas más influyentes del siglo pasado desarrollo exhaustivas
reflexiones sobre el problema ético del mal. Autora del libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio
sobre la banalidad del mal, allí narra una de las crónicas más duras jamás realizadas del juicio de
uno de los mayores criminales de guerra nazi. Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS, es
llevado a juicio en 1961, después de haber sido encontrado por el Mossad (servicio de inteligencia
israelí) en la Argentina donde vivía con una identidad falsa.
Arendt nos deja planteadas varias preguntas en su libro: ¿Cómo podía ese hombre hablar de
asesinatos y de torturas por él cometidos, como si hablara de las cosas más banales? ¿Por qué
pueden existir seres humanos cometiendo actos terriblemente inmorales como si se tratara de
una bagatela, de una banalidad? ¿Qué hace posible que los humanos alberguen en ellos mismos
la maldad que pueden hacer operante en actos de injusticia, crueldad y perversidad?
Uno de los problemas más acuciantes con los que se han enfrentado los pensadores que
investigan los problemas relativos a la ética es la dificultad de fundar una ética realista, esto es,
una ética cuyos principios puedan llegar a servir efectivamente de máximas para la acción moral.
Transcribo a continuación parte del Post Scriptum del libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio
acerca de la banalidad del mal:
Evidentemente, no cabe la menor duda de que la personalidad del acusado y la naturaleza de sus actos,
así como el proceso en sí mismo, plantearon problemas de carácter general que superan aquellos otros
considerados en Jerusalén. En el epílogo, que deja de ser pura y simplemente un informe, he intentado
abordarlos. No me sorprendería que hubiera quien considerase que no los he tratado con la debida
profundidad, y con gusto entraría en la discusión del significado general de los hechos globalmente
considerados, que tanta mayor profundidad tendría cuanto más se ciñera a los hechos concretos.
También comprendo que el subtítulo de la presente obra puede dar lugar a una auténtica controversia,
ya que cuando hablo de la banalidad del mal lo hago solamente a un nivel estrictamente objetivo, y me
limito a señalar un fenómeno que, en el curso del juicio, resultó evidente. Eichmann no era un Yago ni
era un Macbeth, y nada pudo estar más lejos de sus intenciones que «resultar un villano», al decir de
Ricardo III. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia
en orden a su personal progreso. Y, en sí misma, tal diligencia no era criminal; Eichmann hubiera sido
absolutamente incapaz de asesinar a su superior para heredar su cargo. Para expresarlo en palabras
llanas, podemos decir que Eichmann, sencillamente, no supo jamás lo que se hacía. Y fue precisamente
esta falta de imaginación lo que le permitió, en el curso de varios meses, estar frente al judío alemán
encargado de efectuar el interrogatorio policial en Jerusalén, y hablarle con el corazón en la mano,
explicándole una y otra vez las razones por las que tan solo pudo alcanzar el grado de teniente coronel
de las SS, y que ninguna culpa tenía él de no haber sido ascendido a superiores rangos. Teóricamente,
Eichmann sabía muy bien cuáles eran los problemas de fondo con que se enfrentaba, y en sus
declaraciones postreras ante el tribunal habló de «la nueva escala de valores prescrita por el gobierno
[nazi]». No, Eichmann no era estúpido fondo con que se enfrentaba, y en sus declaraciones postreras
ante el tribunal habló de «la nueva escala de valores prescrita por el gobierno [nazi]». No, Eichmann no
era estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión —que en modo alguno podemos equiparar a la
estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto
merece ser clasificado como «banalidad», e incluso puede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor
voluntad cabe atribuir a Eichmann diabólica profundidad, también es cierto que tampoco podemos decir
que sea algo normal o común. No es en modo alguno común que un hombre, en el instante de
enfrentarse con la muerte, y, además, en el patíbulo, tan solo sea capaz de pensar en las frases oídas
en los entierros y funerales a los que en el curso de su vida asistió, y que estas «palabras aladas»
pudieran velar totalmente la perspectiva de su propia muerte. En realidad, una de las lecciones que nos
dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más
daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana. Pero fue únicamente una
lección, no una explicación del fenómeno, ni una teoría sobre el mismo.
Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal – Hanna Arendt
Sin lugar a dudas, el siglo pasado nos dio la oportunidad de volver a pensar y repensar, el bien y
el mal.
El abogado defensor de Eichmann dijo durante el juicio: “no le acusan de haber cometido delitos,
sino de haber ejecutado “actos de Estado”, que son recompensados con condecoraciones,
cuando se consigue la victoria, y conducen a la horca, en el momento de la derrota.”
Es muy actual la pregunta. Somos los hombres y mujeres de este tiempo quienes deberemos
darnos respuesta.
La capacidad humana de buscar el bien y perfeccionarnos en el bien puede ser una herramienta.
El perfeccionamiento en este caso, se dará en la práctica, perfeccionamos nuestra voluntad
cuando la ejercemos. El perfeccionamiento de la voluntad crea un hábito y ese hábito un valor
moral. La voluntad es la facultad desiderativa. Su fin propio es el perfeccionamiento de los
deseos, las pulsiones y motivaciones. El perfeccionamiento de esa facultad supone la adquisición
de hábitos morales. Si estos hábitos se adhieren a la voluntad de manera estable se llaman
virtudes morales.

Existe un debate entre los teóricos sobre la posibilidad de cambiar los valores o las creencias
éticas de las personas a través de la deontología, con frecuencia, los conflictos y dilemas morales
en los que se encuentran los profesionales de todos los ámbitos, son debidos a la falta de una
deontología que defina claramente la relación entre el fin de la práctica en cuestión, y la virtud.

4. LA VERDAD, EL BIEN Y LA BELLEZA. EL


JUICIO DE VALOR. LA LEY COMO NORMA
OBJETIVA DEL OBRAR.

La verdad, el bien, y la belleza, han de ser señalados como los valores que por definición
motivaron todo el acervo filosófico hasta nuestros días. Podríamos señalar, como lo hiciera
Foucault en sus conferencias La verdad y las formas jurídicas, lo siguiente:
Me propongo mostrar a ustedes cómo es que las prácticas sociales pueden llegar a engendrar
dominios de saber que no sólo hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas,
sino que hacen nacer además formas totalmente nuevas de sujetos y sujetos de conocimiento.
El mismo sujeto de conocimiento posee una historia, la relación del sujeto con el objeto; o,
más claramente, la verdad misma tiene una historia.

En nuestro caso podríamos decir también, que el bien y la belleza también tienen una historia. A
partir de Descartes y luego de la obra de Kant es el sujeto el fundamento de toda filosofía, toda
ética y núcleo central de todo conocimiento.
Todos podemos efectuar un juicio de valor respecto de los tópicos aquí desarrollados,
determinando si algo es bueno o malo, verdadero o falso, los juicios de valor pueden ser también
estéticos. Los juicios de valor expresan nuestros gustos, preferencias, ideologías. Nuevamente el
contexto en el cual hemos crecido habrá de influir en las ideas y conceptos que nos permiten
emitir juicios de valor.
Pero hemos visto a lo largo de toda la carrera y abordado desde diferentes ópticas, como la
sociología, la psicología o el derecho, que las normas sociales son fruto de complejos procesos
históricos. Y que tienen un aspecto subjetivo, en tanto dependen de procesos de individuación
para su internalización en lo sujetos, que de alguna manera nos transforma en únicos e
irrepetibles; pero a su vez homogeniza valores sociales y nos transforma en reproductores de
ese mismo sistema de valores. Por lo tanto, allí se produce una objetivación del valor.
El pasaje de normas sociales tácitas a leyes no es patrimonio de la modernidad. El más antiguo
conjunto de leyes del que se tiene conocimiento es el Código de Hammurabi. Con casi 3800 años
de antigüedad, y grabado en piedra, este corpus legal confeccionado por el imperio babilónico,
expresa ni más ni menos lo que nosotros bien conocemos como la ley del Talión.
De alguna manera el camino del consenso, nos permite pensar el bien y el mal con alguna
universalidad que trascienda nuestra propia persona y guíe el obrar, el hacer, en comunidad.

5. EL TRABAJO DEL TÉCNICO EN SEGURIDAD E


HIGIENE. PROTEGER Y PREVENIR. CÓDIGOS
DE ÉTICA.
¿Qué aportes puede brindarnos la Axiología en la práctica profesional del Técnico en Seguridad
e Higiene del Trabajo? Si, la axiología estudia los valores en un momento histórico determinado,
es mucho lo que podemos decir desde esta perspectiva, respecto del surgimiento de saberes y
prácticas tendientes a preservar la vida, la salud y la dignidad humana.
No podemos considerar el concepto de Higiene y Seguridad como acabado, como plenamente
alcanzado. De hecho, a través del tiempo, ha sido definido de muchas maneras adaptándose a la
evolución que sufren las condiciones y circunstancias en que el trabajo se desarrolla.
En cada lugar y en cada momento se han ido estableciendo los objetivos de Higiene y Seguridad
según la influencia ejercida por el progreso tecnológico, las condiciones sociales, políticas y
económicas entre otras.
Un ejemplo claro de lo mencionado es que, durante mucho tiempo, el único objetivo de la
protección de los trabajadores en caso de accidente o enfermedad profesional, consistió en la
reparación del daño causado. La prevención de los accidentes de trabajo, como el ideal de la
práctica de un Técnico en Seguridad e Higiene del Trabajo, aparece con posterioridad en el
tiempo.
Pero es posible pensar que el hombre ha estado expuesto a accidentes por las tareas que realiza
desde las primeras herramientas que creó durante la Edad de Piedra y con las que es muy
probable que haya sufrido lesiones al manipularlas. Así mismo, pudo haber sufrido lesiones por
caídas, ataque de animales, por agresiones de sus congéneres o la exposición a sustancias
peligrosas, gases, minerales, vegetales o animales ponzoñosos. La organización de la tarea de
manera colectiva parece haber sido su única defensa.
John Grimaldi y Rollin Simonds, en su libro "La seguridad industrial, su administración",
mencionan que probablemente el primer antecedente legal de protección y seguridad haya sido
el Código de Hammurabi, en el mismo se detalla la indemnización por pérdidas provocadas por
las guerras e incluso la existencia de tribunales para conciliar las demandas al respecto. Por otro
lado, señalan que el primer antecedente de la medicina laboral se encuentra en los e s c r i t o s
de Plinio "el viejo" (23-79 d.C.) quien fue el primero en describir las "enfermedades de
los esclavos”, refiriéndose a los trabajadores de la manufactura y la minería, por los efectos
producidos por el plomo en mineros y metalúrgicos. Otro antecedente es la protección de los
trabajadores contra el ambiente pulverulento citado por Hipócrates en el siglo II d C. En ellas se
hace referencia expresa a enfermedades profesionales y a sus técnicas de prevención.
La Higiene del Trabajo como disciplina técnica y la Medicina del Trabajo como disciplina médica,
marcaron en cierto sentido el comienzo de toda una temática que adquirió múltiples acepciones
hasta nuestros días.
No obstante, estos ejemplos, desde el siglo II hasta el siglo XVIII el desarrollo de la seguridad
permaneció más o menos estancado, debido a que los patronos se preocuparon en escasas
ocasiones por proteger a los trabajadores. Era una práctica muy común utilizar niños y mujeres
en el trabajo, pues representaban una mano de obra más barata y, además, no había leyes que
los protegieran. La idea que hoy tenemos de la Higiene y Seguridad del Trabajo, como ya hemos
visto a lo largo de la carrera, nació con la Revolución Industrial. Sin embargo, el registro de datos
fehacientes de accidentes de trabajo tuvo que esperar al siglo pasado. La creación de la Oficina
Internacional del Trabajo (OIT) en 1918, al final de la Primera Guerra Mundial, con su Servicio de
Seguridad y Prevención de Accidentes en 1921 y el gran aporte de la denominada Escuela
Americana de Seguridad del Trabajo con sus grandes representantes, Heinrich, Simonds,
Grimaldi, Bird, etc. autores de toda una filosofía de la seguridad que ha constituido la base de la
actual concepción de esta materia.
Un siglo más tarde, es necesario pensar cuales son los códigos de ética que guían el obrar de los
actuales Técnicos de Higiene y Seguridad en el Trabajo.

Es importante contar con un código de ética para resaltar los valores que
inspiren un respeto a la vida, a la salud, a la dignidad. Ideas, valores y
creencias de la persona y su ambiente. Un código que resalte los atributos
y valores congruentes con el ejercicio de la profesión.

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