Está en la página 1de 347

1

Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.


Es una traducción de fans para fans.
Si el libro llega a tu país, apoya al autor comprándolo. También
Puedes apoyar al autor con una reseña o siguiéndolo en las redes sociales y
Ayudándolo a promocionar su libro.
¡Disfruta la lectura!

2
Los autores (as) y editoriales también están en Wattpad.
Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios
que suben sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus
propias historias. Al subir libros de un autor, se toma como plagio.
Ciertas autoras han descubierto que traducimos sus libros
porque están subidos a Wattpad, pidiendo en sus páginas de Facebook
y grupos de fans las direcciones de los blogs de descarga, grupos y
foros.
¡No subas nuestras traducciones a Wattpad! Es un gran problema
que enfrentan y luchan todos los foros de traducciones. Más libros
saldrán si se deja de invertir tiempo en este problema.
También, por favor, NO subas CAPTURAS de los PDFs a las
redes sociales y etiquetes a las autoras, no vayas a sus páginas a
pedir la traducción de un libro cuando ninguna editorial lo ha
hecho, no vayas a sus grupos y comentes que leíste sus libros ni
subas las capturas de las portadas de la traducción, porque estas
tienen el logo del foro.
3
No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedarás sin Wattpad,
sin foros de traducción y sin sitios de descargas!
Florbarbero & Julie

xio2401 amaria.viana Madhatter


Lu Jeenn Ramírez mely08610
Jadasa Miry Beatrix
Ma.sol Snow Q evanescita
AnnyR' NnancyC YessiaCA
Val_17 Mae Dannygonzal
Lvic15 Geraluh Jeyly Carstairs
Gesi Florbarbero Aurid
Julie Vane Black Vane Farrow
4
Anna Karol Maii Joselin
Victoire Zara1789

Karen_D Jadasa Laurita PI


Melina. GypsyPochi Vane Black
Julie Daliam Clara Markov
Khaleesi florpincha

Julie Ivana
Sinopsis Capítulo 18
Capítulo 1 Capítulo 19
Capítulo 2 Capítulo 20
Capítulo 3 Capítulo 21
Capítulo 4 Capítulo 22
Capítulo 5 Capítulo 23
Capítulo 6 Capítulo 24
Capítulo 7 Capítulo 25
Capítulo 8 Capítulo 26
Capítulo 9 Capítulo 27
Capítulo 10 Capítulo 28
Capítulo 11 Capítulo 29 5
Capítulo 12 Capítulo 30
Capítulo 13 Capítulo 31
Capítulo 14 Capítulo 32
Capítulo 15 Capítulo 33
Capítulo 16 Epílogo
Capítulo 17 Sobre la autora
Un nuevo sexy romance acerca de una mujer de un pueblo
pequeño, que salva la vida de un hombre misterioso y se encuentra
a sí misma inesperadamente en medio de un tumultuoso affair
amoroso, de la autora best seller K.A. Tucker.
La mesera de una parada de camiones de veinticuatro años y
mamá soltera Catherine Wright tiene metas simples: darle a su hija de
cinco años una vida feliz y nunca más ser de quién se habla en el
pueblo de Balsam, Pennsylvania, el cuál tiene una población tres mil
personas fuera de la temporada de turismo.
Entonces, una nebulosa noche, en una carretera solitaria
regresando de otro intento fallido en una relación, Catherine salva la
vida de un hombre. No es hasta después que la policía ha llegado que
Catherine se da cuenta exactamente de a quién ha salvado: Brett
Madden, un ícono del hockey, amado por los medios.
Catherine ya ha tenido sus quince minutos de fama y lo último
que quiere es que su pasado la arrastre a los focos, solo que esta vez en
un escenario nacional. Por lo que esconde su identidad. Funciona. 6
Por un tiempo.
Pero cuando encuentra al hombre al que salvó parado en su
puerta, desesperado por agradecerle, todo cambia. Lo que comienza
como una amistad inmediata rápidamente se transforma en algo que
ninguno de los dos esperaba. Algo que Catherine no está segura que
pueda manejar; algo que Catherine está atemorizada de confiar.
Porque, ¿cuánto tiempo puede un hombre extraordinario como
Brett estar interesado en una mujer ordinaria como Catherine... antes
de que la chispa se desvanezca?
7
Traducido por Xio2401 & Lu
Corregido por Karen_D

La camioneta Subaru se detuvo de repente en el aparcamiento


frente a la Estación de Policía del condado de Balsam, el fresco manto
de nieve reviste el asfalto haciendo que las calles estén resbalosas.
Y mi estómago se hunde al darme cuenta que he sido engañada
por mi propia madre.
—¿Qué ha pasado con ir al centro comercial, mamá? —Ella ha
estado en silencio desde que salimos de la entrada; asumí que estaba 8
enojada conmigo. Estos días, ella siempre lo está.
—¿De verdad creíste que podíamos fingir que no pasó nada e ir de
compras? —Sus ojos permanecen enfocados adelante mientras dice—:
Tuve que meterte en el coche de alguna manera.
La he visto hacer el mismo truco con nuestro labrador dorado,
Bingo. Él piensa que va a ir al parque, entonces con entusiasmo salta
en el asiento trasero, meneando su cola y con su lengua colgando, solo
para terminar en el veterinario. Cae cada estúpido año.
Esto es mucho peor que un viaje al veterinario.
Apagando el motor, se desabrocha el cinturón de seguridad.
—Bueno. Sabes porque estamos aquí.
Cuando no desabrocho mi cinturón de seguridad, ella lo alcanza y
presiona el botón de soltar por mí. Su expresión es dura, su tono parece
agotado. —Denuncié al señor Philips a la policía ayer. Necesitan tu
declaración, así que vamos a entrar y les va a contar todo ahora mismo.
—Pero… —Mi estómago se cae al mismo tiempo que mi corazón
viaja hacia mi cuello—. ¡Me prometiste que no harías esto!
—No hice esa promesa, Catherine.
Oh Dios mío… Necesito avisarle a Scott antes de que ella me
fuerce a entrar allí.
Es como si leyera mi mente. Me arrebata el teléfono de mis
manos.
—¡Eso es mío! ¡Devuélvemelo! —Me zambullo por él, pero lo sujeta
muy fuerte, golpeando mis manos.
—La policía lo querrá como evidencia.
—Eso es invasión de mi privacidad. —Estoy haciendo lo mejor que
puedo para poner un calmado pero desafiante frente. Por dentro, estoy
gritando. Porque hay evidencia en mi teléfono que debí haber borrado.
Scott me dijo que lo borrara y le aseguré que lo hice, pero no fue así, no
todo. No borré el mensaje donde me dice que soy hermosa. Me encanta
tumbarme en mi cama y releerlo.
—Ya deja este tema. Por favor, mamá. O ¿qué tal si vamos a ver al
director? Deja que despida a Scott si piensa que es necesario. ¿Bueno?
—suplico.
La cara de mi madre se contorsiona. —El director es su padre. El
superintendente es su tío. ¡Y su madre es una Balsam! ¿De verdad crees
que quieren que esto salga a la luz? Encontrarán una manera de
mantenerlo debajo de la alfombra.
Era lo que exactamente Scott y yo estábamos esperando cuando,
dos noches atrás, mi madre me oyó bajar de puntillas las escaleras y
me siguió —en silencio, con su camisón y la bata de estar en casa—
afuera, en la esquina, donde Scott me estaba esperando en su coche. 9
No estoy segura de qué la enojó más: que me atrapó escapándome
para encontrarme con mi profesor de inglés, o que trate de venderle la
excusa de “me está ayudando con mi trabajo durante las vacaciones de
primavera”, estando en la vereda a la una de la madrugada.
—Aparte, es muy tarde. La policía está investigando. —Respira
profundo para calmarse—. Tengo una obligación, Cath. Esto es lo que
los buenos padres hacen cuando se enteran que un hombre de treinta
años se ha estado aprovechando de su hija adolescente.
Detengo las ganas de rodar mis ojos. Eso solo la enfurecería más.
—No pasó nada. Aparte, la edad de consentimiento es dieciséis. Para de
hacerlo sonar como si fuera un viejo sucio. —Scott es divertido y guapo,
y puede pasar como si estuviese en sus veinte. Viste jeans rotos y Vans,
conduce una motocicleta y escucha The Hives y Kings of Leon. Estoy
lejos de ser la única muchacha de la escuela que cae a sus pies. Me
encapriché de él desde el primer día que me senté en su clase.
—¡Es tu profesor! ¿Y por qué clase de idiota me tomas? Sé
exactamente lo que está ocurriendo, así que deja de mentirme. —Toma
la manija de su puerta.
Y sé que no voy a llegar a ningún lado si continúo negándolo.
—Pero, mamá… —Le agarro su antebrazo, sintiendo como los
músculos se tensan bajo mi apretón. Estoy peleando para que mi labio
no tiemble—. Por favor. Lo amo y él me ama. —Me lo dijo. Silenciosos
susurros entre besos robados después de salir del colegio mientras me
ayudaba con mi portafolio para las solicitudes de la universidad.
Ruidosos gritos entre nuestros alientos enredados las dos noches que
he logrado escapar e ir en mi bici para verlo.
Hay un débil parpadeo de pena en sus ojos antes de que se
endurezcan. —Apenas tienes diecisiete, Cath. Es un encaprichamiento,
solo eso. No durará. No es real.
—No, es diferente.
—Lo que sea que te ha dicho, cualquier promesa que te hizo, son
todas mentiras. Eres una niña hermosa y joven, y te dirá lo que quieras
escuchar si eso significa que él tendrá sexo.
—Te equivocas.
—¡Incluso si es así, no importa porque no puedes estar con él,
Catherine!
—¡Eres… imposible! —Golpeo el salpicadero con mis manos,
lágrimas de frustración queman mis mejillas. Ella no está escuchando.
No le importa cómo me siento. No le importa lo feliz que él me hace.
Sus ojos se enfocan en el parabrisas, en el mantito de copos de
nieve que se asenta contra el cristal. El coche no tuvo suficiente tiempo
de calentarse en los cinco minutos de viaje. —Un día verás que estoy en
lo cierto. Hasta entonces, necesitas dejar de ser tan egoísta.
¡Egoísta! —¡Pero no estamos lastimando a nadie!
10
—¿De verdad? ¿Qué crees que este lio va a hacerle a nuestra
familia? ¡Todos tenemos que vivir aquí! Y tus hermanos tienen que ir al
mismo colegio. Los rumores y… —Suspira—. Estoy segura que la gente
está ya preguntándose acerca de nuestras habilidades parentales.
Seremos el centro de conversación en cada cena desde Belmont hasta
Sterling después de esto.
—¡Sí, porque tú nos denunciaste! —Para alguien que está tan
preocupada por su imagen, estoy sorprendida de que no esté ansiosa de
mantener esto oculto como Scott y yo lo estamos.
—¡Maldita sea, Catherine! —explota—. Estás desesperada porque
te traten como adulto. Muéstrame que te lo mereces y empieza a actuar
como uno. Toma responsabilidad por tus propias acciones.
—¡Está bien! ¡Terminaré con él! —Incluso mientras grito las
palabras, sé que es una promesa vacía. No voy a terminar nada con
Scott.
—Oh, se termina, bien. Y un día, cuando seas madre, con suerte
en mucho tiempo, entenderás porque estoy haciendo esto.
Un día cuando seas madre… seguido de “porque yo lo digo”, son
sus frases. Pero ¿nunca tuvo diecisiete y estuvo enamorada? —No
puedes hacer esto. Vas a arruinar su vida. ¿Qué pasa si lo meten en la
cárcel?
—Ahí es donde pertenece si se aprovecha de sus estudiantes.
—No se está aprovechando de nadie.
—Por favor. Hoy eres tú y mañana será una inocente chica de
quince años.
Escucho lo que no dice: que no soy tan inocente.
Dejo escapar un suspiro. —Fue solo una vez.
Sacude su cabeza con enojo. —¿Ha estado pasando desde que
rompiste con ese chico?
Aparto mi mirada.
—¿Por qué no te quedaste con él?
¿Qué? —¡Odiabas a Ethan! —Nunca he visto a mamá tan feliz
cómo el día que le dije que dejé a mi novio fumador novio de tres meses,
de lejos, mi relación más larga antes de Scott. Ella ni siquiera preguntó
porqué, o si estaba bien. No le importó.
—A este punto, le daría la bienvenida con los brazos abiertos —
murmura
—No quiero a Ethan. —No he pensado en él desde el día que
terminé las cosas. No sé lo que vi en él. Suspendía la mitad de sus
clases y probablemente seguirá jugando videojuegos y embolsando la
compra en Weiss dentro de diez años.
11
No lo quiero, ni a ninguno de los otros novios con los que he
estado. Son solo eso. Niños.
Scott es un hombre, y me hace sentir inteligente, hermosa y con
talento. Me trata como si fuésemos iguales. Hablamos de todo desde
arte hasta música y lugares alrededor del mundo que quiere que vea
con él. Me hace pensar acerca de mi futuro.
Nuestro futuro.
—Nos mudaremos a Filadelfia después de graduarme el próximo
año. Scott conseguirá un trabajo allí y yo voy a ir a la universidad de
arte. Me ha estado ayudando con mi portafolio. Mamá, deberías verlo,
es impresionante. —Este es el ángulo correcto. De la universidad es de
lo único que habla en casa.
¿Cath, dónde estás solicitando plaza?
Cath, no irás a cualquier sitio decente con esas notas.
Cath, no sobrevirás sin una educación universitaria.
Ella suspira, bajando su mirada hasta su regazo.
—Te lo dije, estamos enamorados. —Contengo mi aliento. A lo
mejor esto es solo una táctica de miedo. A lo mejor suspirará otra vez y
después me dirá que me ponga el cinturón de seguridad y…
—Sal del coche. Nos están esperando.
Lágrimas calientes recorren mis mejillas. —¿Que va a hacer papá
cuando descubra que me trajiste aquí? —Estoy agarrando un clavo
ardiendo y las dos lo sabemos. Mamá y papá estaban peleando por mí a
puerta cerrada anoche, por lo que ella debe haberle dicho su plan. Él
debió de estar en desacuerdo, pero incluso él sabía que ella haría lo que
quisiese. Así es como es.
Que él no estuviera esta mañana en casa es algo. Aunque no es
que esté mucho para empezar.
Ella agarra su bolso y sus llaves, y sale del coche sin decir una
palabra.
Considero sujetar las cerraduras de las puertas y tomar una
postura, pero sé que es inútil. De una u otra manera, Hildy Wright
siempre se sale con la suya.
Entonces me limpio las lágrimas con mi mano y abro la puerta del
coche. —¡Te odio! —grito, utilizando toda mi fuerza y enojo al cerrar la
puerta.
A lo mejor todavía puedo correr.
¿De verdad pueden hacerme hablar?
¿Necesito un abogado?
Fuertes pisadas crujen en la nieve detrás de mí y mi espalda se
tensa. —¿Está todo bien aquí? —pregunta el sheriff Kerby con su voz
delicada y autoritaria.
12
—Sí, Marvin. Solo estamos aquí para que Catherine haga su
declaración. —Mamá y el sheriff has estado en la misma liga de bolos
durante veinte años. Claro que va a ir directamente a él.
Respiro hondo y me giro para ver al hombre mayor, sus mejillas
rosas por el viento frío del invierno. Tiene una sonrisa amable, pero no
me dejo engañar. Está a punto de ayudar a mi madre a arruinarme la
vida.
Pero los Philips tiene un montón de influencia por aquí, me
recuerdo a mí misma. Y la gente ama a Scott. Lo amaban cuando llevo
al equipo de béisbol de Balsam al campeonato estatal, y lo amaron más
cuando renunció a su trabajo de profesor en Philly para mudarse de
vuelta a su casa y enseñar aquí. Tal vez será suficiente para conseguir
que los cargos de mierda se retiren. Scott dijo que es técnicamente es
un delito menor y aquellos se botan todo el tiempo, quizás nada grave
saldrá de esto. Entonces, nos reiremos últimos. Y ¿cuándo me mude a
Philly con él?
Mi madre estará muerta para mí.
Con una sombría determinación y lo que se siente como una bola
de plomo en mi estómago, marcho los escalones hacia la estación.
Ella se equivoca. Scott y yo estamos destinado a estar juntos.
Es real.
Y nunca la perdonaré por esto.

***

Me siento con las manos cruzadas delante de mí, luchando contra


la necesidad de encogerme en mi asiento mientras observo en silencio a
Lou Green arrastrar su bolígrafo a lo largo de mi currículum. Misty me
advirtió que la dueña de Diamonds parecería un poco intimidante, con
su rostro severo y su tono áspero.
Necesito tan desesperadamente este trabajo que he estado
inquieta por los nervios toda la noche y esta mañana. Cuando entré por
la puerta del restaurante hace quince minutos, abrumada por las voces
zumbantes, las ollas que retumban en la cocina y el potente olor de los
panqueques calientes y el tocino chisporroteante, mi estómago se agitó
lo suficientemente rápido como para hacer mantequilla.
No ayuda que Lou me entreviste en una cabina, en medio de todo
el ajetreo, donde innumerables pares de ojos pueden observarme con
abandono; algunos simplemente robando vistazos, otros mirando
13
fijamente.
¿Siempre están tan interesados en el posible nuevo personal? ¿O
es solo un interés en mí, la zorra de la escuela secundaria que trató de
meter a Scott Philips en la cárcel?
—No tienes experiencia como camarera. —Lou lo dice tan
francamente que no me doy cuenta si simplemente está declarando un
hecho o señalando una razón por la que esta entrevista debe terminar
ahora.
—No, señora. Pero aprendo rápido.
—¿No es así con todos? —murmura secamente, más para sí
misma—. ¿Estás viviendo con Misty?
Asiento. —Desde hace unos tres meses. —En el apartamento que
comparte con su padre, que conduce un camión de larga distancia y
que está en casa una noche al mes. Me mudé de la casa de mis padres
cuando cumplí dieciocho años, cuando mi madre ya no podía obligarme
a quedarme. Después de todo, su obligación legal es albergar a sus
hijos hasta que alcancen la mayoría de edad. Y Hildy Wright siempre
apoya la ley.
—¿Y cómo va eso? —pregunta Lou.
—Bien. —En su mayor parte. Misty no es la herramienta más
afilada del cobertizo y rara vez se calla; una pesadilla por la mañana
temprano cuando prefiero beber mi café en soledad tranquila y ella se
comporta toda burbujeante. Pero no puedo quejarme porque me ha
dado un lugar para vivir y ella será la razón por la que obtendré este
trabajo, si lo obtengo. Además, es prácticamente la única amiga que me
queda.
Por la expresión de la cara de Lou, solo puedo imaginar lo que
piensa de Misty. Su opinión no puede ser tan mala, dado que no la ha
despedido, y aceptó su petición de entrevistarme.
—Veo que fuiste cajera en el Weiss de Balsam, desde noviembre
del año pasado hasta marzo.
—Sí. Así es. Cinco meses.
—¿Qué pasó?
—No hubo un buen acuerdo. —Me trago el nudo que se está
formando, pensando en el día en que la gerente, Susan Graph, me llevó
a su oficina para entregarme mi paga de vacaciones y decirme que sería
mejor que no volvía más, debido a lo que pasaba en mi vida personal.
Esto, después de solo un mes antes de darme una reseña de empleada
brillante. Lo peor de todo es que tengo que comprar allí porque es la
única tienda de comestibles en Balsam—. Puedo trabajar en los turnos
que quiera. Temprano en la mañana, a media noche... lo que sea. —
Intento no parecer demasiado desesperada, pero no creo que lo esté
logrando. Por otra parte, tal vez a los empleadores les gusten los
empleados desesperados... Y yo aguantaré casi cualquier cosa. Misty 14
gana buen dinero en propinas. La clase de dinero que necesito para
poder ahorrar y alejarme lo más posible del Condado de Balsam. Llevo
meses esperando un puesto de trabajo aquí.
—¿Cómo llegarás aquí? ¿Tienes un coche?
—Con Misty, por ahora. Y pensé que podría comprar algo barato
después de unos meses. —Diamonds está a quince minutos en coche de
Balsam, en la Ruta Treinta y tres, demasiado lejos para ir en bicicleta.
El bolígrafo de Lou vuelve a mi educación. Ella frunce el ceño. —
¿No has terminado el instituto?
—No, señora.
Me mira desde detrás de unas gafas de montura gruesa, su pelo
rizado y castaño enmarcando su cara con un corto crop. Si tuviera que
adivinar, diría que tiene unos cincuenta y tantos, aunque es difícil de
decir. —¿No sabes lo importante que es tener tu diploma de
secundaria?
Trago saliva contra la creciente vergüenza. —Lo sé, pero... He
decidido tomarme un año libre. —Había pensado en mentir sobre ello
en mi currículum, pero Misty me advirtió que Lou me despediría por
mentir si alguna vez se enteraba.
Además, es imposible que Lou no haya oído hablar del "lío de
Philips", como le gusta llamarlo a mi madre. Todo el mundo por aquí lo
sabe. Se ha hablado en las noticias locales desde que Scott fue
arrestado hace nueve meses.
—La gente te lo pone difícil, ¿verdad? —Lo plantea como una
pregunta, pero tengo la sensación de que ya sabe la respuesta.
Asiento con la cabeza.
—Todo ese asunto con ese profesor es... —Lou frunce los labios y
yo aprieto los dientes, esperando que diga algo como "¿Qué clase de
chica eres?" o me dé un severo "Debería darte vergüenza". Ella estaría
lejos de ser la primera. Lo he oído muchas veces y desde todas las
direcciones, parece, especialmente después de que me retracté de mi
declaración diez días después; luego de enterarme de que ningún fiscal
de distrito obligaría a una "víctima" de diecisiete años a declarar, y se
retiraron los cargos en su contra. En la tienda, donde la familia y los
amigos de Scott han pasado más de una vez por mi lado, haciendo
comentarios sobre cómo merezco ser castigada por tratar de arruinar su
reputación, cómo debo ceñirme a los chicos de mi edad, cómo alguien
necesita enseñarme a cerrar las piernas. En la escuela, donde los
muchos estudiantes que adoran a Scott me persiguen por los pasillos,
silbando "zorra", "puta" y "buscadora de atención". Caminando por la
calle principal, donde los extraños me señalan a sus amigos.
Me he convertido en una celebridad local, tan ridículo como
suena.
—Tú y él... se acabó, ¿verdad? —dice en su lugar. 15
Abro la boca para negar que haya empezado, pero sus ojos se
estrechan, como si se diera cuenta de la mentira. Y entonces respondo
con una pequeña inclinación de cabeza, incluso cuando mi garganta se
estrecha y los primeros pinchazos de lágrimas tocan mis ojos. Genial,
voy a llorar en mi entrevista. Estoy segura de que Lou se morirá de
ganas de contratarme ahora.
Pero toda la dura prueba todavía me duele hoy, más que el día en
que Scott fue puesto en libertad bajo fianza y no respondió a mis
llamadas y mensajes de texto. Me convencí a mí misma de que no tenía
otra opción que evitarme, que debía ser una condición para su
liberación.
Y lo fue... en parte.
Los rumores comenzaron rápidamente y se extendieron como un
virus estomacal en una guardería, igual de desagradables. Susurros en
la clase de arte —pero no tan silenciosos como para no poder
escucharlos— sobre cómo me había lanzado sobre él y luego lo había
acusado de violación; cómo me rechazó y yo estaba tan enojada que
decidí destruir su vida; cómo yo era una acosadora que se había
quedado en su casa a altas horas de la noche, esperando poder verlo. Si
alguien consideraba la alternativa —que Scott y yo habíamos estado
juntos, que fui forzada a dar una declaración— se lo guardaba para sí
mismo.
Se retiraron los cargos y se restituyó el trabajo de Scott, solo que
ya no estaba enseñando mi clase de arte. Ya no me miraba cuando
pasábamos por los pasillos.
Era como si lo que teníamos, nunca hubiera sucedido.
Como si yo no existiera.
Lou se aclara la garganta. —Bueno, eso es lo mejor. De todas
formas, nunca va a salir nada de eso.
—No, supongo que no —coincido en voz baja. Lástima que me
haya llevado tanto tiempo verlo.
Una camarera pasa con un plato de cebollas fritas y mi estómago
se revuelve con el olor.
—¿Estás bien? Estás muy pálida de repente.
—Estoy bien. —Echo un vistazo a Misty, metiendo una orden en
el ordenador. Sonríe y me levanta un pulgar. Ojalá pudiera tener tanta
confianza como ella.
Una mujer en la mesa dos me está mirando fijo. Es la doctora
Ramona Perkins, mi dentista. O ex-dentista. En abril, recibimos una
llamada telefónica para decirnos que su oficina estaba reduciendo su
carga de pacientes y que ella ya no sería capaz de aceptar a mi familia
para citas. En una ciudad de tres mil, Odontología Perkins es el único
consultorio. Ahora mi familia tiene que conducir casi treinta minutos, al
lado lejano de Belmont, para que le atiendan sus dientes.
16
Mi madre se encontraba en estado de shock al principio, dado que
empezó con el padre de Ramona, John Perkins, cuando se mudó a
Balsam hace veinte años. Pero después de algunas preguntas, se enteró
de que la doctora Perkins es mejor amiga de la madre de Scott, Melissa
Philips.
Las otras dos mujeres tienen la decencia de apartar la mirada,
pero la doctora Perkins me lanza una mirada altiva y luego dice en voz
alta: —Las esposas tendrán que aferrarse a sus maridos cuando vengan
aquí, con esa sirviéndoles.
—¿Sabes qué? Creo que es mejor que hablemos en mi oficina. —
Lou levanta su cuerpo rechoncho y bajito de la cabina, recogiendo mi
currículum en su camino, sin mirar a Ramona. Me conduce a través de
la cocina, donde un hombre grandote de piel de ébano está tirando
panqueques por el aire con una mano y agitando una olla de sémola en
la otra con una precisión hábil—. Ese es Leroy. Aquí es el cocinero jefe.
—Pero me lleva a casa por la noche y lava mi ropa. En ocasiones
también se refiere a mí como “marido”. —Leroy guiña un ojo, y luego su
rostro se divide en una amplia sonrisa.
Fuerzo una sonrisa, pero me temo que es desagradable en el
mejor de los casos porque el hedor a la grasa de las freidoras forma una
piscina de saliva en mi boca.
—Tres mesas de cuatro acaban de entrar —le advierte Lou—. No
sé por qué está tan ocupado de repente. Debería estar allí cubriendo
mesas. Terminaremos esto rápido. Aquí está mi oficina, justo…
Me pierdo sus palabras cuando cruzo la puerta marcada BAÑO
DE EMPLEADOS, lo que es justo a tiempo de sumergirme en el inodoro
antes de que mi harina de avena haga su reaparición.
Lou me espera cuando salgo unos minutos más tarde, con los
brazos cruzados sobre su amplio pecho, la mirada en su rostro ilegible
pero alarmante de todos modos.
—El olor de la salchicha debe haberme hecho mal.
—¿No puedes soportar el olor a salchichas de desayuno y quieres
trabajar en un restaurante? —Casi puedo oír el “eres idiota” que ella
mentalmente agregó al final de eso.
—No sé qué pasó. Supongo que estoy muy nerviosa. —Realmente
necesito este trabajo—. Prometo que no volverá a suceder.
Retuerce sus labios, pensando y luego suspira con exasperación.
—Quédate aquí. —Desaparece en su oficina y regresa un momento
después—. Guardo una caja en mi oficina. Entre todas mis camareras,
tenemos por lo menos cinco sustos como este al año. Prefiero que mis
chicas lo sepan de una forma u otra antes que tenerlas tirando platos y
olvidando órdenes durante todo el día porque están consumidas por la
preocupación de la duda. Así que hazme un favor. Vuelve allí y haz pis 17
en esto.
Miro fijo el delgado envoltorio de papel de aluminio que acaba de
meter en mi mano, sintiendo mis mejillas arder. —No… No estoy… Esto
no lo es… Estoy tomando la píldora.
—¿Estás cien por ciento segura de eso?
Hago silenciosamente las matemáticas en mi cabeza. Ha pasado
cuánto tiempo desde…
Oh Dios mío.
—Sí, eso pensé. Ve, ahora. —Lou me guía a través de la puerta
con una mano fuerte, cerrándola detrás de mí.
Con un rostro enrojecido, fallo con el envoltorio, aunque no sé por
qué. No es que ella no sepa lo que estoy haciendo. —¿Esta debe ser la
peor entrevista que ha tenido? —grito con una risita débil mientras me
coloco en el asiento, bastón en mano, esperando estar haciéndolo bien.
—No. Una chica de cerca de Sterling te ha vencido. Los policías
entraron y la arrestaron justo después de que ella terminó de decirme lo
confiable que era. Resulta que robó a su empleador anterior el fin de
semana anterior.
—Supongo que no consiguió el trabajo. Y sospecho que tampoco
lo haré.
Sobre la descarga del inodoro, oigo a Lou gritar: —¡Dos minutos
para los resultados!
Me tomo mi tiempo lavándome las manos mientras que espero,
evitando el palito que se encuentra en la parte posterior del inodoro,
formando su respuesta. La sensación de fracaso me abruma. Pasé
mucho tiempo preparándome para la entrevista de hoy, planchando
una sencilla blusa blanca que me prestó Misty, rizando los extremos de
mi pelo rubio cenizo para que caiga bien sobre mis hombros. Misty dijo
que a Lou le gusta el maquillaje sutil, así que me salté el delineador de
ojos negro y me decidí por un brillo de labios en lugar del color rosa
brillante que usualmente llevo.
Las cacerolas están golpeteando y voces fuertes están gritando
órdenes en la cocina. —Sé que está ocupada. No pasa nada si tiene que
ocuparse de sus clientes. Ya conozco la salida.
No hay respuesta, y empiezo a pensar que Lou se ha ido hasta
que grita: —¡Se acabó el tiempo!
Respirando profundo, alcanzo el palo con una mano temblorosa.
—No, no, no... —Mi espalda golpea la pared y me deslizo hacia el
piso, con mis ojos pegados a la segunda línea de color rosa oscuro. No
hay duda.
Oh Dios mío.
¿Pero, cómo? ¡Estoy tomando la píldora! Por supuesto, me perdí 18
unas pocas aquí y allá, especialmente durante los últimos dos meses.
Lágrimas calientes bajan por mis mejillas mientras agarro la
prueba, pensando en la única noche en que esto podría haber ocurrido.
Estaba tan herida…
Tan borracha.
Tan estúpida.
Como si no hubiera jodido mi vida lo suficiente. ¿Cómo voy a
hacer esto? No puedo vivir en casa de Misty con un bebé, y no pienso
regresar a casa. No tengo trabajo y ¿quién diablos va a contratarme?
La puerta se abre sin aviso y Lou entra, mirándome con los
brazos envueltos alrededor de mis rodillas, sollozando de manera
incontrolable. No se necesita de un genio para adivinar el resultado,
supongo.
Vacila, pero solo por un segundo. Tengo la impresión de que Lou
no es el tipo de persona que se anda con rodeos. —¿Sabes quién es el
padre?
Pregunta justa para hacerle a la puta de la ciudad, supongo.
Asiento con la cabeza.
—¿De cuánto estás?
Hago los cálculos en silencio. —¿Siete semanas, tal vez? ¿U ocho?
—¿Le vas a decir? ¿Para que te ayude?
—No lo sé.
—Es justo.
Evito mi mirada hacia el suelo de linóleo rosa desvanecido. Creo
que he estropeado mis posibilidades de conseguir este trabajo.
Misty viene por el estrecho espacio. —Leroy dijo que estabas… —
Su voz se interrumpe cuando ve la prueba en mis manos—. ¡Oh no…
Cath! —Sus manos van a su estómago, presionando contra él—. ¡Oh no,
oh no, oh no! —Después de un momento—. ¡Todo esto es culpa mía! —
Parece lista para ponerse a llorar.
—No estás exactamente equipada para tener la culpa por esto,
Misty —señala Lou.
—No, pero fui yo quien convenció a DJ para que trajera a su
amigo de Nueva York a esa fiesta, para que él y Cath se conocieran.
—¿DJ, tu ex? —Lou escupe su nombre. Supongo que le disgusta.
A la mayoría de las personas les pasa. DJ Harvey es una serpiente
disfrazada de chico atractivo. Si el dinero se pierde de tu casa en una
fiesta, puedes apostar que está en su bolsillo. Si hay un puñetazo y él
está cerca, puedes apostar que él lo provocó. ¿Ventana rota o pared
pintada con spray? Revisen sus huellas dactilares. Nunca entendí cómo
Misty podía ignorar la dudosa honradez. Solo ha dañado su reputación.
Los cabellos rubios de Misty se balancean con su cabeceo.
19
Lou suspira. —¿Y supongo que el tipo que fue arrestado con él es
este amigo de Nueva York? —Todo el mundo por aquí ha oído hablar de
DJ y otro chico que fue arrestado por comerciar marihuana y coca en
Belmont al día siguiente de esa fiesta. Fue un alivio para mí, porque dio
a la gente algo más de qué hablar. Misty fue lo suficiente inteligente
como para dejar a DJ de inmediato, aunque lloró una semana después.
Otro movimiento de cabeza.
Otro suspiro pesado. —Pensándolo bien, no me apuraría en decir
algo. Nadie necesita saber que el papá de tu bebé es un traficante de
drogas. No es como si fuera capaz de ayudarte desde la cárcel de todos
modos, y parece que va a estar allí un tiempo.
—Pero la gente me vio entrar en su camioneta. —En realidad,
vieron a Matt arrastrarme en su furgoneta después de que me lancé por
una chica que me escupió en el pelo. En todos los meses de cotilleos y
burlas desde que arrestaron a Scott, era la primera vez que reaccioné
físicamente. Estaba borracha y furiosa; no pude evitarlo.
Matt encendió un porro y nos quedamos en la parte de atrás de
su camioneta VW durante horas, quejándonos de lo jodida que era la
vida mientras la fiesta se alborotaba alrededor de nosotros. Se sentía
bien hablar con alguien que no conocía a un alma por aquí, además de
DJ y no parecía importarle si me acosté con mi profesor o no.
No era feo y me hacía reír cuando se inclinó para besarme…
Y ahora estoy embarazada.
Como si no hubiera proporcionado a estas personas lo suficiente
para chismear. No es que deba preocuparme por lo que la gente dice o
lo que piensan de mí. Tengo un problema más grande ahora. Tengo que
cuidar a otro ser humano, cuando ni siquiera puedo cuidarme sola.
—No importa lo que vean, siempre y cuando no admitas nada. No
es asunto de nadie —dice Lou—. Misty, tienes mesas que atender. Y vas
a mantener la boca cerrada sobre esto si eres una verdadera amiga,
¿entendido?
Misty me ofrece una sonrisa simpática y luego sale del baño.
—Bueno, vamos a darte galletas saladas y agua para asentar ese
estómago, y luego puedes mirar el menú. Es grande, pero cuanto antes
lo aprendas, más rápido podrás pasar de recibir y limpiar a servir en
tus propias mesas.
Un segundo... Observo a la mujer que se cierne sobre mí en el
pequeño pero limpio baño del personal. —¿Quiere que trabaje?
Se encoge de hombros. —Mejor estar ocupada que dejar tiempo
libre para arrepentimientos, siempre digo.
—Pero, ¿en serio me está dando el trabajo? ¿Por qué? —No puedo
dejar de sonar incrédula. 20
Retuerce sus labios. —Bueno, yo diría que necesitas este trabajo
más que cuando entraste por mi puerta hace veinte minutos, ¿no?
—Sí, pero… —Las palabras de la doctora Perkins vienen a mi
mente—. ¿No le preocupa lo que dirán sus clientes?
Se ríe. —No tengo ningún uso para ese tipo de clientes. Son del
mismo tipo que piensan que no debería estar casada con mi marido por
el color de su piel. Además, cualquiera que no pueda ver cómo ese
profesor te usó para sus propias necesidades es un maldito tonto. —
Apoya las manos en sus caderas—. Entonces, ¿quieres el trabajo o no?
—Sí. —Limpio furiosamente las lágrimas de mis mejillas con las
palmas de mis manos.
—Bien, está bien. Y no más llanto. Leroy no permite llorar en la
cocina. Lo pone nervioso y empieza a tirar panqueques. Pregúntale a
Misty, ella te lo contará.
Me obligo a sonreír y me pongo en pie, intentando en vano de
ignorar esa voz en la parte de atrás de mi cabeza, gritándome.
Diciéndome lo mal que me he jodido mi vida.
Traducido por Jadasa
Corregido por Karen_D

Esta noche es una de esas primeras.


Y últimas.
Como que, nunca más volveré a aceptar una cita a ciegas.
—Entonces le digo al chico... —Las manos carnosas de Gordon se
agitan sobre su cena; es un gesticulador cuando habla—. Salir por esa
puerta sin comprar este coche sería una parodia que no puedo permitir
que usted sufra. —Hace una pausa y se inclina, supongo que para crear
21
suspenso, antes de dar un golpe en la mesa—. Esa misma tarde salió
conduciendo un poderoso Dodge.
Gord Mayberry, futuro propietario de la concesionaria Vehículos
Nuevos y Usados de Mayberry, en el momento en que su padre estire la
pata, información que compartió a los tres minutos de nuestra cita, es
un autoproclamado experto vendedor de autos. El patoso de treinta y
cinco años me ha regalado innumerables historias de la concesionaria
mientras succiona la carne del hueso de costilla de su cena, y he
sonreído educadamente y mordisqueado mis papas fritas, luchando por
evitar mirar el lunar prominente que se encuentra encima de su ceja
izquierda, aparte de los dos pelos oscuros que brotan de él suplicando
ser arrancados.
Ojalá no tuviera que conducir, así podría ahogar mi decepción en
una botella de chardonnay barata.
No puedo entender por qué Lou pensó que su sobrino y yo nos
llevaríamos bien. Intento no ser superficial, superar la absoluta falta de
atracción física y concentrarme en los aspectos positivos: el hombre es
dueño de una casa, tiene un gran trabajo, es educado. Tiene todos sus
dientes.
Nos proveerá bienestar a Brenna y a mí. Extremadamente mejor
de lo que puedo hacer por mi cuenta.
Y viendo que soy una camarera de veinticuatro años, con un
equipaje andrajoso, que no ha besado a un hombre, quizás en más de
tres años, no tengo derecho a ser criticona.
La camarera se acerca para dejar un menú de postres sobre la
mesa y lleva nuestros platos, liberando un suave suspiro de alivio al
darme cuenta de que volveré a casa pronto. —¿Puedo ofrecerles algo
más?
Gord saca la servilleta de donde la metió en su cuello y la frota
contra sus pegajosos dedos cubiertos de salsa de barbacoa. —Tendré
un poco de ese divino pastel de arándanos. ¿Y tú, Cathy?
—No, gracias. Estoy satisfecha. —Ahogo un gemido. Es una de
esas personas que asume automáticamente que Catherine y Cathy son
intercambiables. Quizás utilice “Gordy” para ver si le gusta.
—Cuidando tu hermosa figura, ¿no? —Sonríe y se acerca a la
mesa. Me asusto y rápidamente ocupo mis manos con mis platos.
—Gracias, muñeca. Pero ya lo tengo —dice la mujer de mediana
edad con un guiño, recogiendo los cubiertos, liberando mis manos para
Gord, quien espera tomarlas.
En lugar de eso, las meto debajo de mis muslos.
Finalmente se relaja, reclinándose de nuevo en su lado de la
cabina, acomodando su escaso cabello rubio en el reflejo de la ventana.
No engaña a nadie con ese peinado. —De manera que... Catherine 22
Wright. —Sus ojos color verde esmeralda, en realidad son lo único
atractivo que tiene este hombre, me estudian con una mezcla de
curiosidad y diversión. Hemos estado sentados en esta mesa durante
casi una hora y todavía tiene que preguntarme algo sobre mí.
Y sé exactamente qué está pensando en este momento.
La Catherine Wright.
Gord puede ser una década mayor que yo y mucho más de
Belmont, pero sería estúpida si pensara que no recuerda las historias
de hace mucho tiempo. Que no lo ha oído todo sobre mí. O por lo menos
la problemática versión adolescente de mí. La que no podría haber
cambiado lo suficiente después de todos estos años como para que la
gente solo perdone y olvide.
Diablos, por lo que sé, es por eso que aceptó esta cita a ciegas.
Quizá tiene la esperanza de que no haya cambiado en lo absoluto y que
tiene una oportunidad de tener relaciones esta noche. También estoy
esperando que haya pasado un tiempo para él.
—Sip. Esa soy yo. —Lo miro a los ojos con una mirada dura. Una
que dice: Te desafío. En realidad, prefiero que saque a relucir las cosas
que dejarlas en el pasado. Me dará una buena excusa para irme y
terminar con este accidente de trenes de cita.
Veo la decisión en sus ojos un momento antes de desviar su
mirada a la botella de kétchup sobre la mesa, sus dedos se envuelven a
su alrededor distraídamente. —Mi tía Lou dice que llevas trabajando en
Diamonds desde hace siete años.
Supongo que todavía no vamos a hacer un viaje por el camino de
los recuerdos.
—Seis años y medio. —Desde el día que descubrí que iba a tener
a Brenna, durante todo mi embarazo.
Llevaba un plato de gachas en una mano y un sándwich de pavo
en la otra el día en que se me rompió la fuente. En lo que respecta a los
propietarios de la parada de camiones que tienen que lidiar con líquido
amniótico sobre todo su piso de baldosas durante la cena, Lou fue
bastante simpática.
Silba bajito. —No te envidio, todo el día de pie, sirviendo mesas
por propinas. Quiero decir, está bien que lo haga tía Lou, pero eso es
porque es la dueña del restaurante. Pero veo a aquellas señoras
mayores que han estado trabajando en ello por un tiempo y —Agacha la
cabeza y mira por encima de su hombro, supongo que a nuestra
camarera—, no soportan ese tipo de trabajo, todas están demacradas
cuando llegan a los cuarenta.
Trabajar en Diamonds cuando tenga cuarenta años no es algo en
lo que quiero estar pensando ahora mismo, por lo que hago a un lado
ese miedo y ofrezco una sonrisa tensa. —Es un trabajo que realizo en
este momento. —Es más estable que el trabajo temporal en el complejo,
más que el de la cafetería Hungry Caterpillar o el Sweet Stop o la 23
docena de otras pequeñas paradas turísticas en Balsam, y paga mucho
más que un lugar como el Dollar Dayz. Me estremezco ante la idea de
estar de pie detrás del mostrador en la tienda local de todo a un dólar,
atendiendo a los ancianos locales con nylons con descuentos y papel de
aluminio a siete con veinticinco por hora.
Claro, entre el subsidio de vivienda, los cupones de comida, y la
otra ayuda del gobierno para la que califico cada mes, aún alcanzaría,
pero solo apenas.
Gord succiona el último de su Dr. Pepper a través de su pajita,
haciendo un sonido al sorber. —Sin embargo, no es exactamente un
trabajo soñado.
—Algunos no podemos darnos el lujo de perseguir el trabajo que
soñamos. —Nuestros padres no nos entregan negocios y futuros. Para
comenzar, la verdad es que no hay muchas opciones de carrera en
Balsam, Pennsylvania. Claro, somos la sede del condado, pero somos
una ciudad turística de tres mil, mucho más durante las temporadas de
verano e invierno, con un supermercado, una gasolinera, dos escuelas,
dos iglesias; la calle principal tiene tiendas pequeñas, cafeterías y
restaurantes que funcionan en un horario limitado durante toda la
semana. Ah, y una sala de billar para darle a los lugareños algo que
hacer. Además, no gané exactamente empleadores en el área de Balsam
lo suficientemente temprano en la vida con mis “acusaciones falsas”
como para justificar mucha consideración de cualquier persona que
esté contratando. Aún me considero afortunada de que Lou me haya
dado una oportunidad cuando lo hizo.
Frunce el ceño, obviamente captando la agudeza en el tono de mi
voz. —Me refería a que necesitas algo mejor para el futuro. Tienes que
cuidar a esa niña.
A pesar de su tono condescendiente, de sus palabras, la solo
mención de Brenna hace que sonría. El único punto brillante en mi
vida, en la forma de una traviesa de cinco años, que pronto cumplirá
seis. —Lo estamos haciendo bien.
—Oí que su papá no se hace cargo.
Obligo a que mi sonrisa se quede. —No.
Se inclina, como si tuviera un secreto. —Entonces, ¿es un
traficante de drogas?
Este es el problema del lugar en el que vivo. Pueblos pequeños,
pequeñas vidas.
Bocas grandes.
Carraspeo, esperando que capte la indirecta de que no hablaré del
padre de Brenna.
Deslizando un palillo entre sus dientes delanteros, saca un
pedazo de su cena. —Sabes, algunas personas todavía piensan que tú y
ese profesor tuvieron algo después de todo, y que es su hija. 24
Gord no capta la indirecta.
Lo fulmino con la mirada hasta que la desvía hacia la etiqueta del
kétchup.
—Por supuesto, también dicen que no tendría mucho sentido si
se calcula el tiempo y todo, ¿no es así?
—No, a menos que tuviera el sistema reproductivo de un elefante.
Se rasca la barbilla pensativamente. —Se mudó de estado, ¿no?
—No tengo idea. —Justo después de Navidad de ese horrible año.
A Memphis, Tennessee, con Linda, su ex novia, con la que se reconcilió
unos dos meses después de que los cargos fueron retirados. La mujer
que ahora es su esposa. Desde entonces han tenido dos hijos. Algunos
de los miembros más rencorosos de la familia Philips todavía adoran
hablar en voz alta sobre Scott de vez en cuando, al pasar cerca de ellos
cuando le llevo los platos a los clientes, o en la fila en el banco o en la
tienda de comestibles. Creo que es su manera educada de decir: Mira lo
feliz que es a pesar de que intentaste arruinar su vida.
Hago todo lo posible por ignorarlos, porque no estoy llorando por
un hombre que me lastimó tan profundamente, que se preocupó más
por salvarse que por protegerme. Me tomó años comprender lo mal que
Scott me usó y manipuló, aceptar que era una adolescente vulnerable y
enamorada de la que se aprovechó.
Ahora solo le agradezco a Dios que está lo suficientemente lejos
de mí como para no tener que verlo. Oí que vino unas pocas veces en
Navidad, pero por lo demás sus visitas parecen raras. Sorprendente y
afortunadamente, nunca nos hemos encontrado.
—Entonces, el papá de tu hija... ¿ni siquiera quiere ver a su
niñita?
—Nop. —Si de algún modo se enteró que ella existe, no ha hecho
esfuerzos por acercarse, lo cual es exactamente como quiero que sea.
—Te lo diré, necesitas sacarle dinero, es lo que tienes que hacer
—dice Gord, sacudiendo su dedo índice rechoncho a modo de regaño.
—No quiero su dinero y no lo quiero en nuestras vidas. —Y no
necesito que este tipo, ni nadie me diga que debería querer lo contrario.
Podemos hacerlo por nuestra cuenta, Brenna y yo.
Gord se detiene para mirarme fijamente, y lo siento sopesando
mis palabras. —Bueno... supongo que eres independiente.
He aprendido a serlo.
—Me gusta eso. —Gord le guiña un ojo a la camarera cuando le
entrega su rebanada de pastel. Recogiendo un tenedor, mete un trozo
grande en su boca, que caen en trozos, antes de continuar—: ¿Ahora
estás haciendo progresos con tu familia? La tía Lou dijo que las cosas
estuvieron inestables con ellos. ¿No te echaron o algo así?
No me molesto en ocultarle la mirada fulminante, aunque en
25
verdad estoy más enfadada con Lou. Claro, es la razón por la que soy
independiente en este momento, pero eso no le da el derecho de discutir
mi pasado con su sobrino antes de enviarlo en una cita conmigo.
Las manos de Gord se levantan para dar una palmada en el aire
en señal de rendición. —Bueno... de acuerdo. No hay necesidad de que
te lo tomes tan a pecho. No tenía malas intenciones. —Agita su tenedor
en el aire entre nosotros, y una sonrisa llena su rostro—. Ya sabes...
podría tener un trabajo para alguien como tú en Mayberry. Estoy
pensando en contratar a una asistente personal. Juega bien tus cartas
y podrías encontrarte con un brillante futuro por delante. Ya sabes, los
beneficios y otras cosas. No necesitarías ninguna asistencia social. —
Hace una pausa, observándome, esperando mi reacción.
Creo que esta es la parte donde se supone que debo comenzar a
ser efusiva y a agradecerle profusamente por salvarme de mi mediocre
futuro.
Fuerzo una sonrisa y me recuerdo que este es el amado sobrino
de Lou del que habla muy bien, y tengo que morderme la lengua.
Come su pastel y divaga sobre su ciudad de Belmont, veinticinco
minutos al sur de Balsam. Cómo tiene un Target, una sala de cine y un
centro comercial, y cuatro tiendas de comestibles en lugar de solo una;
y está más cerca de la ruta treinta tres sur, la cual lo lleva a Filadelfia
en una hora y veinte minutos; cómo hay más oportunidades y que debo
considerar seriamente dejar mi estancada y pequeña ciudad turística y
mudarme cerca de él.
Sonrío y finjo escuchar, contenta de no estar respondiendo más
preguntas sobre mi vida personal. Cuando la camarera deja la cuenta y
él la agarra rápidamente, libero un suspiro de alivio al ver que va a
pagar la cuenta. Esta noche ya me ha costado un turno nocturno y una
niñera.
—Dividido dos, cada uno tiene que pagar veinte —anuncia,
apoyando su voluminoso cuerpo hacia la izquierda para sacar su
billetera de su bolsillo.
Bien.
Aunque él pidió un pastel y una botella de Bud para acompañar
su Dr. Pepper y un plato lleno de costillas, por lo que no es equitativo.
Ni siquiera cerca. Podría discutir, pero en vez de eso, cuento los billetes
porque quiero terminar con este tipo tan rápida y cortésmente como sea
posible, y llegar a casa junto a Brenna.
Sonríe en tanto recoge el dinero y lo pone junto al suyo sobre la
mesa. Sé lo que está haciendo, aparentando que está pagando la cuenta
completa. —Esa fue una buena comida.
Debería mencionarle el trozo púrpura de piel de arándano en su
diente de adelante.
Realmente debería hacerlo. 26
En cambio, salgo de la cabina y me coloco mi chaqueta negra de
cuero falso. Es a principios de mayo y los días están haciéndose cada
vez más cálidos, pero todavía hay un poco de frío en el aire.
Aunque intento despedirme rápidamente y escaparme por la
puerta del restaurante, Gord insiste que necesito una escolta hasta mi
coche en la parte trasera del estacionamiento. De manera que paso todo
el camino abrazando mi bolso, agarrando mis llaves, y rogándole a Dios
que no trate de besarme. No es posible que mis labios estén cerca de
cualquier lugar de este tipo.
—Este es mío —anuncio, deteniéndome frente a mi Grand Prix
color negro.
Sacude la cabeza con fingida consternación, sus ojos vagan por
él, posándose sobre la herrumbre que se come la rueda trasera.
—Tienes que estar bromeando.
—Aún funciona. —Gracias a la ayuda de mi amigo Keith, quien
sabe lo suficiente sobre coches para arreglar lo que se descomponga y
acepta que le pague en forma de pagarés de cerveza. Ahora le debo
como veinte cajas.
Gord saca una tarjeta de visita de su bolsillo y me la entrega.
—Tienes que pasar por mi tienda. Te daré un buen coche seguro
por una ganga. Tan solo quinientos.
—¿Quinientos? —Eso es más de lo que pagué por este coche, un
modelo 2000 con más de doscientos mil kilómetros.
Se ríe, pero tiene un dejo de remordimiento. —Bueno, supongo
que podríamos ver qué arreglos pueden hacerse para la mujer con la
que Gord Mayberry está saliendo.
Oh Dios. Se refirió a sí mismo en tercera persona.
Su caliente y sudorosa mano se cierra sobre la mía, y me tenso de
inmediato. —Lo pasé muy bien esta noche, Catherine.
—¿De verdad? —¿Estábamos en la misma cita?
—Oh, créeme, tenía mis reservas. Mucha gente me advirtió sobre
ti cuando les dije que íbamos a salir. Ya sabes, especialmente por lo de
Philips.
Todo lo de Philips.
La mirada de Gord se demora sobre el sencillo vestido negro que
sale de debajo de mi chaqueta abierta. Lo elegí porque halaga mi silueta
delgada y tonificada y, cuando me preparaba para mi cita a ciegas y
tenía verdadera esperanza acerca del sobrino rubio y alto de Lou, quería
lucir bien.
—Me gustaría hacer esto de nuevo —dice, dando un paso más
cerca.
Plasmo mi sonrisa más amistosa a medida que doy un gran paso 27
atrás. —¿Qué tal si te llamo? —Nunca lo haré. Jamás.
Si se da cuenta de que es una frase estándar de rechazo, no sé
decirlo. —Estaré esperando. Con ansias. —Sus ojos verdes se deslizan
hacia mi boca y vacila un segundo antes de lanzarse, tan rápido que
apenas tengo tiempo para voltear la cabeza. Sus labios húmedos caen
sobre mi mejilla.
Con una risita incómoda, libero mi mano de su agarre y me meto
en mi coche, golpeando mi palma contra la cerradura de la puerta antes
de que se le ocurra la idea tonta de intentarlo otra vez.
Agrrr. Gracias a Dios esta noche ya terminó.
Traducido por Ma.Sol & AnnyR’
Corregido por Karen_D

—¡Vete al infierno! —Pateo mis zapatos en la puerta, apropósito


dejándolos en el medio del paso.
—¡No te atrevas a hablarme de este modo! Soy tu madre. ¡Me
respetarás! —Mi madre está echando llamas sobre mis talones mientras
entro hecha una furia a la cocina.
—¿Por qué debería? Tú no me respetas. No te importo una mierda.
—Hice lo que tenía que hacer. —Ella agarra mi brazo, me voltea
28
para enfrentarla—. ¡Él iba a arruinar tu vida!
—No, tú has arruinado mi vida. Si la gente de la escuela se entera
de esto… —Me estremezco de solo pensarlo. El Instituto Balsam tiene un
total de seiscientos estudiantes, y no tienen nada que hacer excepto
chismosear. Además, lo juro, la mitad están enamorados de Scott.
—No parecía importarte lo que pensaba cualquiera en la escuela
cuando te estabas escabullendo y prostituyéndote.
Mi boca se abre. ¿Acaso mi madre acaba de llamarme puta? La ira
se hunde profundamente en mi garganta, y parpadeo para contener las
lágrimas. —Bueno, no todos podemos ser una perra frígida como tú,
supongo.
La bofetada que me da está escociendo, y estoy segura que el
sonido traspasa la cocina en esta backsplit de los años cincuenta. Es la
primera vez que me golpea. Estoy estupefacta por la sorpresa, congelada
mientras el escozor crece en mi mejilla.
Y luego mi mano se balancea, el sonido igualmente mortificante.
Ella levanta la mano para cubrir su mejilla enrojecida, su rostro
lleno de shock.
—No es de extrañar que papá nunca esté en casa. Él tampoco
puede soportarte. —Me giro sobre mis talones y subo las escaleras hacia
mi cuarto, ignorando el miedo en la cara de Emma y Jack, que estaban
sentados en la cima, escuchando cada palabra.

***

—¿Qué es lo que dijiste? Apenas puedo oírte sobre ese ruido. —


Hay un ligero acento alemán en la voz de mi madre, un resto de su vida
en Berlín antes que se mudara a América con mis abuelos a la edad de
diez años, pero tienes que escuchar atentamente para captarlo.
Dejo mi carro en punto muerto frente a la señal de pare. —Lo
lamento. Es una grieta en mi convertidor catalítico. O algo así. —Keith
dice que no tiene la herramienta para arreglarlo y que me costará una
pequeña dinerada en el mercado. Tal vez debería aceptar ese trato con
Gord Mayberry por uno nuevo, después de todo—. Dije que estaré a eso
de las seis y treinta con Brenna. —Mis padres cuidan a Brenna todos
los sábados, dándome la oportunidad de tomar un turno completo en el
día más ocupado de la semana sin perder una gran parte con una
niñera.
Suspira. —¿Por qué no la dejas los viernes a la noche desde ahora
en adelante, así no está sentada en la cafetería mientras trabajas?
—No quiero cargarlos a ti y a papá con nada más de lo que ya
hago. 29
—Ella es nuestra nieta, Catherine. Nunca es una carga.
Claro. Entonces por qué hace sentir como si lo fuera, cada sábado
que recojo a Brenna y ella menciona todas las cosas que no pudo hacer
durante el día debido a la corta capacidad de atención de Brenna. Esa
siempre ha sido la manera de actuar de mi madre: ofrecer ayuda y
luego no tan sutilmente quejarse al respecto. —Te veré mañana por la
mañana, entonces.
—Estaremos aquí.
Mis hombros se caen con alivio mientras lanzo mi teléfono al
asiento del acompañante. Siempre tengo esa misma reacción luego de
una conversación con ella. No veo que lleguemos a ser amigas, pero por
lo menos volvimos a hablar. Hubo un largo periodo de tiempo —casi
cinco años—, en el que no tuve nada que ver con ella, o con papá por
defecto.
Gord usó el término “relación inestable” antes. Yo la llamaría más
“volcánica”. Todavía trato de superar las firmes capas de desconfianza,
recelo y resentimiento que se formaron luego de que finalmente explotó.
Nuestros problemas comenzaron mucho antes del día en que mi
madre me trajo a la estación de policía. Recuerdo cuestionar sus reglas
en la edad temprana de nueve años, cuando mi mejor amiga en ese
entonces, Mary Jane, me invitó a una fiesta de pijamas y mis padres no
me dejaron ir “porque ellos lo decían”, incluso sabiendo que todas mis
amigas iban a ir y no había nada sobre Mary Jane o su familia que
pudiera ser motivo de preocupación. Mi padre dejó la crianza, y la
mayoría de las decisiones, a cargo de mi madre. Él trabajaba en una
fábrica de pintura por las tardes; por lo que se iba antes de que llegara
a casa de la escuela y dormía para el desayuno.
Mi madre no veía el valor en cosas como citas para jugar y fiestas
de pijamas, los mimos y los cuentos para dormir. Esa era una tontería
de la cultura americana que ella no tenía cuando era joven, y “resultó
bien”. Valoraba las buenas notas en la escuela, algo que nunca pude
lograr, y un régimen estricto con las tareas domésticas, que nunca pude
hacer para su satisfacción. Ella también creía que era su trabajo hacer
críticas constructivas con mano dura, y que mimar a sus hijos con
elogios los echaría a perder para la edad adulta.
En muchos sentidos, a pesar de que tenía treinta y cinco años, mi
madre parecía de setenta desde que tengo memoria: de fuerte voluntad
e incapaz o poco dispuesta de adaptarse al cambio. Si a eso le sumamos
los valores europeos del viejo mundo, que le enseñaron sus padres, que
la tuvieron a finales de los treinta, estábamos destinados al fracaso.
No fue hasta los catorce años que me rebelé de verdad. Nunca
pude estar a la altura de sus expectativas, y supongo que decidí no
intentarlo intencionadamente. Para el momento en que cumplí dieciséis,
ellos ya no tenían más paciencia conmigo. Faltaba a la escuela y fallaba
en las clases, me perdía el toque de queda porque estaba en algún lugar
drogándome y conociendo chicos. Además, estaban aterrorizados por la
30
forma en que podría influir en Emma y Jack, mis hermanos menores.
Emma, tres años menor que yo, estaba a punto de entrar a la escuela
secundaria y se había preparado para el papel de estudiante de la lista
de honor y futura alumna con mejores notas de la clase.
Y luego conocí a Scott en mi tercer año y empecé a asentarme,
irónicamente, debido a su buena influencia.
Nada de eso importó, sin embargo, cuando mi madre se enteró de
nosotros.
Ahora… llegamos a un acuerdo. Ella tenía razón en una cosa,
Scott nunca me amó realmente.
Estoy sentada en la esquina de Rupert y Old Cannery Road, la
ruta tranquila que me llevará a Balsam, y reflexionando mi tumultuosa
relación con mis padres cuando un coche deportivo rojo pasa volando
en un ruidoso borrón.
—Idiota —murmuro. Ese conductor está doblando fácilmente el
límite de velocidad, y en una noche neblinosa como esta, donde las
gruesas plumas blancas cuelgan sobre el pavimento agrietado, y en una
carretera como esta, con sus repentinas curvas cerradas y desniveles,
es especialmente peligroso. Probablemente otro tipo de la ciudad que se
dirige hacia su chalet para el fin de semana, disfrutando el suave clima
de primavera. Tenemos un montón de ellos, con las Pocono tan cerca.
Vuelvo a mirar el reloj en el tablero mientras trato de no acelerar
a lo largo de la oscura y sinuosa carretera, esperando llegar a casa a las
diez para no tener que parar en el banco a por más dinero para pagar a
Victoria. Esta noche ya me ha costado demasiado, dado que Lou me
obligó a tomarme la noche libre en el trabajo, prometiendo que le daría
las gracias cuando entrara mañana por la mañana para mi turno.
No estoy segura cómo voy a llevar a cabo esa rara conversación.
Lou ha estado intentado emparejarme con Gord hace años. Y por años,
he declinado la oferta, temiendo esta situación exacta. Lou es el tipo de
persona que podría considerar mi rechazo a su sobrino como un insulto
personal hacia ella.
Supongo que mi soledad finalmente había debilitado mi decisión
cuando estuve de acuerdo.
Prácticamente he revirginizado, ya que no me he acostado con un
hombre desde la noche en que Brenna fue concebida. El último hombre
que besé fue Lance, el camionero que colmó la última gota de mi fe en
los hombres. Lance era un apuesto cliente habitual que pasaba por
Diamonds dos veces a la semana, los lunes, camino a la costa oeste, y
los jueves por la mañana, camino a casa. Coqueteó conmigo durante
casi un año antes de que por fin accediera a sentarme con él durante
mi descanso. Rápidamente se convirtió en un descanso en la cabina de
su camioneta, donde nos escabullimos para una sesión de besuqueo
caliente y pesada.
31
Ahí fue donde descubrí la foto de su esposa e hijo metida en la
visera del asiento de conductor. Tardé meses en quitarme la culpa, con
miedo de que me etiquetaran como “rompe hogares” además de todo lo
otro. Después de eso, puse toda mi concentración de nuevo en Brenna e
ignoré mis propias necesidades.
Que es lo que estaría haciendo desde ahora en adelante, en vez de
aceptar citas a ciegas con un vendedor de coches.
Con un gemido, disminuyo la velocidad en una curva de la
carretera, agradecida de que después de tantos años tomando esta ruta
tranquila hacia Diamonds para el trabajo, he memorizado cada desnivel
y curva peligrosa como la palma de mi mano.
Por eso, cuando diviso tenues luces rojas parpadeando adelante,
mi ceño se frunce con preocupación.
Porque sé que justo allí, el camino se curva a la izquierda en casi
un ángulo de noventa grados.
Piso los frenos y enciendo mis luces altas cuando acerco mi coche
con cuidado. La niebla desvanece la mayor parte de la luz emitida,
obligándome a acercarme, hasta que la matrícula del otro coche sale de
la vista bajo mi capó. Al encender mis luces de emergencia, reviso mi
espejo retrovisor para ver si hay faros delanteros —tan pocas personas
toman este camino que es poco probable que alguien se me cruce—, y
luego tomo mi linterna de seguridad y salgo a la carretera.
Y se me tensa el estómago.
No necesito ver la delantera del coche deportivo rojo para saber lo
que pasó. El viejo y grueso roble que se cruza con su capó ya cuenta
una historia sombría.
Y ese auto iba demasiado rápido para que la historia terminara
bien.
—¿Hola? —La palabra se quiebra en mi garganta mientras corro
hacia la parte delantera del coche: un Corvette creo, con mis piernas
temblorosas, marcando al 911 en mi teléfono. El siseo del motor es la
única respuesta que recibo—. Estoy en Old Cannery —le anuncio con la
voz agitada al operador que atiende la llamada. Mi pie golpea una pieza
de metal de los restos del coche, enviándola lejos a lo largo del estrecho
arcén de grava.
El operador pregunta cuantas personas están involucradas. Mi
jadeo le responde mientras rodeo el lado del conductor y el rayo de luz
aterriza en un cuerpo, parcialmente expulsado a través del parabrisas.
Por el corte de cabello y el tamaño, es un hombre. Y no se mueve.
¿Hay un pasajero? Pregunta el operador. No lo sé, le respondo,
porque no veo el otro lado. Porque este lado ya no existe más realmente.
Es un montón de metal arrugado y humeante envuelto alrededor de un
cuerpo.
Estoy operando con adrenalina pura, dando vueltas en la parte 32
trasera de mi auto para llegar al otro lado, mientras que mis tacones de
cinco centímetros se hunden en el lodo, donde restos de los juncos del
año pasado rozan mi manga.
Sí. Creo que veo una sombra detrás del vidrio quebrado.
—Los servicios de emergencia estarán allí en aproximadamente
cuatro minutos. Regrese a su coche, señorita, donde está seguro —me
ordena el operador.
—Cuatro minutos —repito para mí misma, colgando la llamada.
Mi instinto me dice que no significará nada para el conductor. Pero,
¿qué pasa con el pasajero? Parece que el lado del conductor fue el más
afectado por el impacto con el árbol después de salir de la carretera.
Aun así, este lado no está libre de daños, la puerta ya no encaja en su
marco.
Deslizando la soga de la linterna sobre mi muñeca para liberar
mis manos, respiro profundo y tiro de la manilla. Milagrosamente, la
puerta se abre sin mucho esfuerzo.
Un hombre sentado en el interior, su cabeza cuelga hacia delante,
inmóvil. Vuelvo la linterna al interior para evaluar la situación. Tiene la
frente cubierta de sangre, mucha, y le corre por el costado de la cara
hacia su corta y desaliñada barba. Debe haber chocado con el tablero.
Ese es el problema con estos coches viejos y lujosos: no tienen airbags.
Su cinturón de seguridad sigue estirado a través de su pecho. Al menos
fue lo suficiente inteligente para usarlo.
Con mis dedos temblorosos, me inclino hacia delante ahora para
presionar mi mano contra su pecho. Sube y baja con respiraciones
superficiales.
Aún sigue con vida.
—¿Hola? —susurro, como si tuviera miedo de sobresaltarlo—.
¿Puedes oírme?
No hay respuesta.
Inhalo profundamente por la nariz. Algo huele como si estuviera
en llamas. Con suerte es solo un goteo de aceite. ¿Pero qué pasa si no
es eso? Solo Dios sabe qué clase de fluido se está filtrando sobre ese
motor caliente. Si se enciende, este auto se incendiará en minutos. Si
hay algo que he aprendido mientras escuchaba la charla en una parada
de camiones, es lo rápido que un coche puede arder una vez que una
chispa se enciende.
—¡Oye! ¿Puedes oírme? —exclamo, más fuerte esta vez, ahora con
pánico donde había solo un momento de shock.
El más mínimo gemido se escapa de sus labios, pero por lo demás
no se mueve. Todavía está inconsciente.
Divago insegura durante cinco segundos. —Voy a desabrochar tu
cinturón. —Cuidadosamente me inclino sobre su cuerpo para presionar
el botón que suelta el cinturón de seguridad, con miedo de golpearlo y
causarle más daño. 33
¿Ya han pasado cuatro minutos? Hago una pausa para escuchar,
mis oídos reaccionando por el indicio de una sirena. No hay nada.
Pero mis oídos captan algo más.
Ese silbido distintivo de líquido inflamable cuando se enciende.
Este coche está en llamas.
Y si este hombre no se despierta y sale de aquí, se va a quemar
vivo.
Se desata el pánico. —¡Despierta! ¡Tienes que despertar ahora! —
grito, dándole una sacudida a su amplio hombro. Es un tipo grande,
sobre todo en este coche tan abollado.
Las llamas ahora son visibles, envolviendo el capó, comenzando a
irradiar un calor intenso. El putrefacto hedor invade mis fosas nasales,
y se revuelve mi estómago al darme cuenta que ese olor probablemente
es la piel del conductor en llamas.
Una voz dentro de mi cabeza me grita que corra, que llegue a casa
sana y a salvo con Brenna. Que he hecho todo lo que pude y ahora es
tiempo de salvarme.
Me inclino dentro para agarrar el lado más lejano de su cintura.
—¡Despierta! ¡Necesito que te despiertes! —lloro, tirando de su cuerpo
robusto y oyendo su gruñido, pero nada más. Probablemente lo estoy
lastimando, hasta podría estar causando un daño severo, pero no tengo
elección. No es nada comparado a lo que harían las llamas.
Pero es inútil. Fácilmente él me dobla el peso; es imposible que
pueda cargarlo.
Dándome por vencida con ese ángulo, tiro de su pierna derecha,
liberándola para que golpee la grava. —¡El coche está en llamas!
¡Despierta! —Soy una grabadora rota de gritos al tiempo que entro para
agarrar su pierna izquierda a pesar que el calor de las llamas sofoca mi
piel, siendo más caliente cada segundo mientras el grueso y asfixiante
humo comienza a formarse. Pero su pierna izquierda parece estar sujeta
debajo de algo que no veo y no logro liberarla sin importar cuanto tire.
Caen lágrimas de frustración mientras que el calor se vuelve casi
insoportable. Él aún no se despierta y me quedo sin tiempo. —Lo siento.
¡No puedo hacerlo!
No se está despertando y tengo que dejarlo, con una pierna
colgando fuera del coche.
Un paso hacia la seguridad. No es suficiente.
—Lo siento —sollozo, arrastrándome contra el calor del fuego en
tanto doy un paso atrás. Tengo una hija, tengo que llegar a casa. No
hay nada que pueda hacer aquí. Y no puedo morir por este hombre.
Doy otro paso atrás, sintiendo que la espadaña roza contra mi
espalda. 34
Él toce y alza su cabeza para que descanse contra el asiento.
—¡Oye! ¡Oye! —grito con renovada esperanza, avanzando una vez
más y agarrando con mis puños la solapa de su chaqueta—. ¡El coche
está ardiendo! ¡Tienes que despertar!
Sus ojos siguen cerrados, pero hace una mueca. Por el intenso
calor o el dolor, no lo sé.
—¡Necesito que liberes tu pie, ahora mismo! ¡Por favor! ¡Por favor!
¡Si no lo haces, vas a morir!
Algo debió dispararse finalmente dentro de su cabeza. Comienza a
mover su pierna atrapada de un lado a otro, una mueca retorciendo sus
labios mientras intenta liberarla. Me agacho y cojo la parte superior de
su bota para ayudar, claramente consciente del olor a goma quemada.
Finalmente, se libera.
Agarrándole el muslo con las manos, le doy un tirón hasta que se
desliza hacia fuera para colocarse junto al otro. —¡Párate! —Vuelvo a
meter la mano, sin tener en cuenta la sangre y los cristales rotos y
cualquier preocupación por herirle más mientras le rodeo la cintura con
mis brazos—. ¡Sal del coche! —Con toda mi fuerza, tiro.
De repente estoy cayendo de espalda.
Entre los juncos, rodando por la zanja, el peso voluminoso de este
hombre encima de mí aplastando y estimulando mientras caemos en un
montón desordenado sobre el lodo; la fría temperatura es un contraste
agradable con el calor intenso del fuego.
Miro por encima de mi hombro a tiempo para ver las llamas que
entran en el coche a través del salpicadero y el parabrisas abierto, y el
rugido no es lo suficientemente fuerte como para ahogar el sonido de
las sirenas que se acercan.

***

Keith me da una manta blanca. La acepto con un asentimiento,


mis ojos sobre el montículo de metal ardiendo por delante. Parece que el
departamento de bomberos por fin tiene el fuego bajo control. Usaron
todo lo que tenían: agua, espuma y todo un camión entero de hombres.
Se movieron con rapidez, pero no lo suficiente para salvar el árbol de
roble.
O mi coche, aparcado demasiado cerca por detrás.
—¿Adónde se lo llevaron? —Los paramédicos vinieron corriendo
cuando me vieron agitando mis brazos desde la zanja. Seguíamos muy
cerca del fuego, y estaban asustados de que las llamas se extendieran a
la espadaña, por lo que trabajaron rápidamente para poner al hombre 35
herido en una camilla y fuera de peligro.
—Por ahora a Belmont, pero probablemente lo aerotransportarán
a Filadelfia.
Transporte aéreo. ¿Qué tan graves son sus heridas? ¿Y cuánto
peor las hizo nuestra caída en la zanja?
Junto a mí, la radio de policía de Keith chilla con una serie de
códigos. Él le responde al operador con unas rápidas palabras antes de
volver su atención hacia mí. Me alegro de que estuviera de turno esta
noche. —¿Tus padres tienen a Brenna?
—Está con una niñera. Se suponía que debía estar en casa… —
¿Hace ya cuánto tiempo? Se siente como si hubieran pasado horas. Mi
mirada se desplaza hacia mi coche quemado. Lo único rescatable fue mi
bolso, acomodado en el asiento trasero. Incluso si fuera manejable, no
imagino cómo lograría estar detrás del volante ahora mismo—. Necesito
llegar a casa. —Miro a Keith. Nunca me acostumbraré a ver al chico
larguirucho del vecindario con el que me lie detrás del gimnasio de la
escuela cuando tenía doce años y luego procedí a ignorar durante la
mayor parte de mi adolescencia porque él no era “popular”, quien ahora
es mi mejor amigo, llevando un arma y una insignia.
Sigue bastante delgado, a los veinticinco años apenas parece de
veintiuno sin uniforme. El vello facial ni siquiera es una opción para el
pobre tipo; le crece en manchas rubias.
Se acerca para apoyar una mano reconfortante sobre mi hombro.
—Escríbele a la niñera y hazle saber que llegarás en media hora, como
mucho. Te daré un aventón tan pronto como lleguen los refuerzos. Ya
están en camino. Solo unos minutos más.
Le doy un suave: —Gracias. —mientras me enfoco en la tela en
mis manos, ahora manchada con sangre, aunque la mayoría no es mía.
No puedo imaginar cómo luce el resto de mí.
Keith apoya la espalda contra el coche, con la mirada perdida en
los restos. No vemos este tipo de cosas muy a menudo en nuestra
pequeña comunidad. —Maldita sea, Cath. Fue una locura lo que hiciste
esta noche. Valiente… pero una locura, joder.
—No podía dejarlo morir.
—Sí… —Suspira—. Sin embargo, podría haber ido fácilmente de
otra manera.
—Se habría quemado vivo —le susurro roncamente. Es la única
respuesta que logro dar, porque no puedo permitirme pensar en lo que
podría haber sucedido. Mi garganta se aprieta cada vez que la idea de
Brenna despertando mañana sin una madre bordea mis pensamientos.
Y sé que es solo el comienzo. Sin importar lo que le pase a ese hombre,
viva o no, estaré participando en un horrible juego de “qué pasaría si...”
durante los próximos meses.
Keith sacude la cabeza para él mismo, sus ojos clavados en mi 36
Grand Prix. —Definitivamente no puedo arreglar eso.
Gimo.
Tres coches de policías más se acercan por detrás de nosotros,
con sus luces parpadeando, pero sin sirenas. Sin duda, los adictos a la
radio CB de la ciudad ya habrán escuchado sobre el accidente. Estarán
saltando en sus coches e intentando acercarse a la escena muy pronto.
Me sorprende que alguien del Tribune todavía no esté aquí.
—Vale, dame un minuto y luego te llevaré a casa. ¿A menos que
hayas cambiado de opinión sobre el hospital?
Examino mi muñeca derecha. Dolor agonizante se dispara por mi
antebrazo, pero al menos puedo moverla. —Es una torcedura. Estaré
bien —prometo entre los dientes apretados. Debió haber pasado cuando
caímos en la zanja, aunque no sentí nada. Está hinchada hasta casi el
doble de su tamaño normal, y el paramédico que limpió las raspaduras
de mis piernas quería llevarme adentro, pero me rehusé. Nunca había
querido tanto ir a casa como ahora mismo, para lavar la sangre y el
agua de la zanja de mi cuerpo y acurrucarme con el cuerpito cálido de
Brenna, y no preocuparme sobre cómo demonios voy a volver al trabajo
sin un carro o servir platos de comida sin usar mi mano derecha.
Keith abre la boca, sin duda para discutir conmigo.
—Por favor, Keith.
Suspira. —Sí, dame un minuto. —Marca hacia los oficiales que se
acercan, mientras subo a su patrulla, cerrando la puerta para atrapar
el calor, mi único zapato descansando en mi regazo, con el tacón roto.
El otro está tirado ahí afuera, perdido en la caída.
Envuelvo alrededor de mi cuerpo la suave cobija gris que me dio
Keith, y miro y escucho tranquilamente desde el asiento del pasajero en
tanto los bomberos se mueven por todas partes, sus brillantes trajes
amarillos una extraña visión de consuelo. Llega un hombre de mediana
edad con rayas grises como alas en las sienes, con pantalones negros y
una chaqueta en la que se lee FORENSE en la espalda. No me imagino
la espantosa vista que queda en el capó del coche. Cierro los ojos ante
el mismo pensamiento y en cambio escucho la radio del auto, aliviada
con la charla, la mayor parte en un código que no entiendo. Dudo que
haya visto esta gran acción en décadas.
Unos cuantos minutos después, Keith se desliza en el asiento del
conductor. El auto sigue prendido y el calor bombea para calentar mi
cuerpo húmedo. —Entonces, aún no le hemos publicado tu nombre a la
prensa…
—¡No lo hagan! Por favor. No quiero darle a esta ciudad una razón
para hablar de mí. —Esto seguramente sacará a la luz el pasado, y eso
es algo que espero que Brenna no se entere, hasta que decida contarle.
Dentro de muchos años.
—Lo sé. Es lo que le dije a todos. 37
Me acerco para tirar de mi cinturón de seguridad y siseo con
dolor cuando golpeo mi muñeca lesionada.
Él me mira en silencio por un momento. —¿Qué vas a hacer con
el trabajo?
—Ya resolveré algo. Siempre lo hago. —Tanto como esto me hace
encogerme, tengo algunos ahorros que puedo usar para mantenernos a
flote. Me tomó una eternidad acumularlos.
—¿Tal vez tus padres pueden ayudar?
Lo fulmino con una mirada. No voy a pedirle dinero a mis padres.
De cualquier manera, seguro que están repletos de deudas, teniendo a
Emma durante cuatro años en Columbia. Al menos mi hermano menor,
Jack, se ganó una beca en Minnesota.
Suspira. —Pero por lo menos les contarás de esto, ¿verdad?
Cuando no contesto, gime. Hago suspirar y gemir a Keith. Mucho.
—¿En serio te sorprende? —Keith, quien aún vive con sus padres
y tiene lo que considero una relación anormalmente cercana con ellos,
no entiende porque las cosas son así entre nosotros. Constantemente
ofrece su consejo sobre las formas de “arreglar nuestros problemas”, sin
importar cuantas veces le digo que algunas cosas siempre estarán rotas
sin remedio.
—¡Vamos, Cath! ¿Qué piensas que ella te dirá?
—¿Qué no puedo evitar tomar malas decisiones en la vida? —La
voz aflautada de mi madre ya está llenando mi cabeza—. ¡Cómo pudiste
poner a un extraño antes que a tu hija!
Aparto la culpabilidad con ese pensamiento, pero me cuestiono lo
mismo.
—No creo que esta vez haga eso.
—Yo sí.
—Bueno, eso no significa que tengas razón.
—No te atrevas, Keith. —Keith vive a tres cuadras de mis padres y
no tiene problema en meter su nariz en los asuntos de los demás.
Con un suspiro pesado, está de acuerdo. —Lo que quieras, Cath.
Pero que se enteren de esto por alguien más no ayudará las cosas entre
ustedes.
—No se van a enterar porque no le diré a nadie. Y tú no vas a
decir mi nombre.
—Cierto. —Da un giro en reversa y pasa más allá de las patrullas
en el andén.
—Además, Emma y Jack están con sus exámenes finales. No
quiero que esto los distraiga. Dios sabe que ella me culparía si ambos
no sacan las mejores calificaciones.
—No te culparía.
38
—Necesita atribuir las culpas en cada situación. Es su manera de
actuar. —Durante la mayor parte de mi infancia, la culpa recayó sobre
mí. ¿Jack se tropezó y cayó? No lo vigilé con suficiente cuidado. ¿Emma
perdió sus lentes? Obviamente estaban enterrados en algún lugar en la
pocilga que era mi mitad de la habitación compartida.
Damos vuelta a la esquina en la carretera y todo lo que puedo ver
son luces. Luces intermitentes rojas y azules del bloqueo de la policía y,
más allá, el brumoso brillo de los faros en la niebla. Por lo menos una
docena, con el toque de acercarse más en la distancia. Más de lo que
esperaría de un accidente de coche en el Condado de Balsam, por más
trágico que pueda ser.
Keith ralentiza el coche, permitiendo que los oficiales muevan la
barricada lo suficiente para dejarnos pasar. Más allá de nosotros, los
camarógrafos y reporteros llenan el carril abierto, filmando.
Frunzo el ceño, observando la fila de furgonetas de los medios de
comunicación con los nombres de las estaciones de televisión pintados
en sus costados. Estaciones locales… estaciones de Filadelfia… una de
la ciudad de Nueva York… ¿CNN? —¿Por qué hay tantas estaciones de
noticias? ¿Por qué vendrían por esto? —Esto no es exactamente digno
de cobertura nacional.
—¿Me haces un favor y tiras esa manta encima de tu cabeza por
un minuto?
No discuto porque ocultarme debajo de una manta suena como
una idea fantástica. Keith pulsa un botón y esa extraña bocina de
policía que suena a “quítate de en medio” estalla en la noche, obligando
a la gente a hacerse a un lado para que podamos pasar. Después de un
momento dice: —Ya puedes salir.
Salgo para ver un camino oscuro y tranquilo. —¿Keith? ¿Qué está
pasando?
Vacila, echando algunas miradas en mi dirección mientras que
conduce. —¿El tipo que sacaste del coche esta noche? No es cualquiera,
Cath. Es Brett Madden. —Hay una nota de ensueño en su tono.
—Brett Madden —repito, frunciendo el ceño mientras recorro mis
pensamientos. El nombre suena tan familiar.
Keith me echa una mirada que dice “vamos”. —El Brett Madden.
¿Capitán de los Flyers de Filadelfia?
—¿El equipo de fútbol?
Se ríe entre dientes, sus profundos hoyuelos llenando su delgada
cara. —El equipo de hockey. El que acaba de barrer a dos equipos en
los play-offs y está prácticamente garantizado para ganar la Copa este
año. O lo estaba, al menos. —Sacude la cabeza para sí mismo.
—Creo que escuché a los chicos en el trabajo hablando de él.
—Probablemente. Hizo un hat trick en el juego de anoche. El tipo
es una leyenda en el hielo. Pregúntale a Jack sobre él.
39
Mi hermano, que está en Minnesota con una beca de hockey, sin
duda habría oído hablar de él. —Vale. Así que es un jugador de hockey.
—No. No es solo un jugador de hockey, puede ser el mejor jugador
que la NHL haya visto nunca —corrige.
Pero sé por el tono de Keith que hay más. —Y…
—Y también es hijo de Meryl Price.
—¿Meryl Price? —Esa es… jadeo—. Oh, Dios mío. —Mi cuerpo se
ruboriza cuando una nueva ola de sorpresa me cubre. Acabo de ver una
película de Meryl Price el fin de semana pasado. La que le hizo ganar su
último Oscar.
Keith frena el coche cuando pasamos a través de otra mancha de
niebla especialmente espesa. —Exacto. Es un asunto muy importante
para los medios de comunicación. —Siento que sus ojos parpadean en
mi dirección—. Y acabas de salvarle la vida. En fin, podemos ocultar tu
nombre, pero ¿ese lío allá atrás? No vas a poder evitarlo para siempre.
Son buitres, y tus quince minutos de fama vienen te guste o no.
Me encojo en mi asiento, con el estómago revuelto. —Ya he tenido
mis quince minutos. Estoy bien.
Keith me da una mirada de simpatía. —Así no, no los has tenido.
Traducido por Val_17 & Lu
Corregido por Karen_D

—¿Mami?
Entre mi conmoción persistente y el latido en mi muñeca, tenía la
certeza de que no me quedaría dormida, pero supongo que lo hice ya
que cuando escucho la voz infantil de Brenna, me duele abrir los ojos.
Así que no lo hago, solo disfruto de su cálido cuerpo acurrucado junto
al mío.
Dos manitos calientes agarran mis mejillas. —¿Por qué estás en
mi cama?
—Porque sí —murmuro, sonriendo.
—¿Porque no querías que me levantara y fuera a tu cama? —Es
un ritual nocturno, una niña medio despierta tropezando desde su 40
habitación a la mía, para dormir conmigo por el resto de la noche. Me
he acostumbrado tanto que anticipo el sonido de sus pies desnudos
deslizándose por el linóleo.
Ahora abro los ojos para mirar sus ricos iris marrones de cerca.
También tengo los ojos marrones, pero los de Brenna son de un tono
más oscuro que los míos y tienen un círculo de color avellana alrededor
de las pupilas. Ella también tiene una tez oliva a diferencia de mi piel
rosada pálida, y gruesos rizos de mechones dorados a diferencia de mi
pelo liso de color rubio ceniza. —Porque no quería esperar.
Llegué casi dos horas tarde a casa anoche. Keith se encargó de
pagarle a Victoria por las horas extras —sus ojos parecían que iban a
salirse de su cabeza cuando entré por la puerta cubierta de sangre y
barro— y luego, porque era demasiado tarde para caminar, él le dio un
aventón a su casa, dejándome para luchar con mi vestido arruinado.
Me di un vistazo en el espejo del baño antes de entrar en la ducha y de
inmediato me arrepentí. Parecía que pertenecía a una película de terror,
la afortunada sobreviviente solitaria de una masacre en los Everglades.
No fue hasta que el agua corriendo sobre mí se volvió fría que la
compresión de lo que hice me golpeó. Sí, salvé la vida de un hombre.
Pero lo más importante es que me arriesgué a dejar a Brenna huérfana.
Arriesgué mi vida para sacar a un enorme hombre inconsciente —un
completo desconocido— de un auto en llamas. ¿Y si el auto hubiese
explotado? Habría sido incinerada tratando de lograr lo imposible.
A pesar de que, gracias a algún milagro concedido por Dios, sí lo
logré.
Pero primero, me rendí. Me había alejado, dejándolo allí para
quemarse.
Fue entonces cuando mi frente cayó contra la pared de la ducha y
las lágrimas comenzaron, primero en silencio, en una cálida corriente
constante, luego mezclado con sollozos irregulares. No podía describir
mis emociones en ese momento, el alivio y la culpa tan estrechamente
entrelazados, ambos flameando por atención.
Embolsé mi ropa arruinada y me aseguré de que todos los rastros
de la noche se hubieran ido por el baño, una hazaña difícil con una sola
mano operativa. Una vez que me esforcé por ponerme el pijama, decidí
que no podía esperar para estar cerca de mi pequeña. No podía llevarla
a mi cama doble, así que me deslicé detrás de ella en su cama de una
plaza, tirando su cálido cuerpo dormido cerca de mí, y luché por evitar
que mi cuerpo temblara mientras los sollozos desgarraban mi pecho.
Ahora, ella me estudia atentamente, un adorable ceño fruncido
formándose entre sus cejas. —Tus ojos están hinchados.
—¿Sí? —Sonrío y hago que mi voz suene ligera—. Creo que solo
estoy cansada.
El teléfono suena desde la sala de estar.
—¡Yo contesto! —exclama, arrastrándose hasta el final de la cama 41
y corriendo por el pasillo. Desde que cumplió cinco años y le dije que
tenía edad suficiente para responder el teléfono, corre como un perro
ante la campana de la cena.
Cierro los ojos y sonrío, escuchando su voz chillona e infantil
mientras intenta sonar madura.
Y gracias a Dios que todavía estoy aquí para escucharla.
—¡Es la abuela! —grita Brenna.
Gimo mientras me bajo del colchón, mirando el reloj para ver que
son un poco más de las ocho. Le dejé un mensaje a Lou en Diamonds
anoche, explicando en términos vagos que me caí y me torcí la muñeca
y disculpándome profusamente por no ser capaz de ir esta mañana. No
me molesté en llamar a mi madre; era demasiado tarde. Simplemente le
envié un mensaje con la misma excusa ambigua, haciéndole saber que
no pasaría a dejar a Brenna.
—Ya viene, abuela… sí. —El cuerpito naturalmente atlético de
Brenna se acurruca en un sillón verde musgo que conseguí en la tienda
local Goodwill, haciendo girar el cable en forma de espiral del antiguo
teléfono con sus dedos, el cual también compré en Goodwill. Podría ser
la única persona en todo el estado de Pennsylvania que sigue usando
un teléfono giratorio.
¿Cuánto tiempo falta antes de que Brenna exija algo de este siglo
para hablar con sus amigos? ¿Unos cuantos años, tal vez?
Mi garganta se cierra frente al destello mental de una versión
adolescente de Brenna sentada en ese mismo sillón, y por segunda vez
en cuestión de minutos, le agradezco a Dios por encontrarme aquí para
imaginármelo.
—Oye, Brenna, ¿me traes una bolsa de hielo del congelador?
—¿Para qué?
Levanto mi muñeca adolorida y magullada. La noche le ha dado
tiempo para que se hinche aún más y se vuelva de un molesto color
negro azulado.
Sus ojos se amplían de esa expresiva manera infantil. —¿Qué
pasó?
—Me caí. —Asiento hacia nuestra nevera con un susurro de “ve”
antes de que comience la avalancha de preguntas.
Tomando el auricular en mi mano izquierda, me acomodo en el
sillón. —Hola, mamá.
—¿Estás loca? ¿Te subiste a un auto en llamas? —La voz
estridente de mi madre llena mi oído, atrapándome con la guardia baja.
El pánico me inunda. ¿Acaso la policía soltó mi nombre en contra
de mis deseos? —Cómo lo supiste…
—Keith salió a trotar y se encontró con tu padre. Él se lo contó.
—Oh. —Me hundo en el sillón con una ola de alivio abrumador,
42
incluso mientras me recuerdo llamar y gritarle a Keith al momento en
que colguemos. ¿En qué pensaba? Apuesto que pasar por la casa de
mis padres ni siquiera es su ruta habitual, especialmente después de
un turno nocturno.
Pero al menos los reporteros no lo han descubierto. Todavía.
Sonrío como agradecimiento a Brenna cuando coloca la bolsa de
hielo en mi regazo, ya envuelta en una toalla para disminuir el pinchazo
del frío. Se mete en el pequeño espacio en la silla junto a mí, su lengua
asomándose mientras me sonríe. Una señal indicadora de que se siente
orgullosa de ayudarme.
—¿Keith dijo que no ibas a contarnos?
—No es para tanto.
—¡No es para tanto! ¿Has encendido la televisión? La historia está
en todas las noticias. —Antes de que pueda responder, grita—: ¡Ted,
sube el volumen!
Las voces de los reporteros llenan el fondo y me imagino a mis
padres, sentados en la mesa de la cocina con sus cafés en la mano, ya
vestidos para el día cuando la mayoría de la gente se sentaría felizmente
con sus pijamas y disfrutaría de una tranquila mañana de sábado.
En todas las noticias. Genial. Echo un vistazo a la vieja televisión
apoyada en la esquina, resistiendo la necesidad de buscar el canal CNN.
Aunque probablemente no me censure tanto como debería frente de
Brenna, ella no necesita ser expuesta a esa primera cosa.
—¡Quiero decir, en serio, tu auto está justo ahí, en la televisión!
—Sí, es una tostada. —Tostada quemada, para ser más exacta—.
¿Qué más han dicho?
—Solo que hubo un testigo. Pero no han revelado tu nombre.
—Y no quiero que lo hagan. No se lo has dicho a nadie, ¿verdad?
—No, por supuesto que no. Keith nos pidió que no lo hiciéramos
—responde con un atisbo de indignación en su tono. Lo juro, el tipo
camina sobre el agua en lo que a ellos respecta.
—De acuerdo, bien. Por favor, no lo hagas. Me refiero a decirle a
alguien. En especial a Emma y Jack.
—No lo haría. Ellos siguen dando sus exámenes. No quiero que
esto afecte sus calificaciones.
No es una acusación directa, pero escucho el tono oculto detrás
de ella. Obtener menos de una A sería debido a la imprudencia de
Catherine. ¡Te lo dije, Keith!
—No quiero este circo en la vida de Brenna. —Uso a mi hija de
cinco años como excusa, pero en realidad, yo no puedo manejarlo.
—¿Circo? —Los ojos de Brenna se amplían, con esperanza—.
¿Vamos al circo?
43
La silencio con un beso en la frente.
—Sé realista. No serás capaz de detener esto, Cath.
—Voy a intentarlo. —Keith tiene razón, la policía no tiene que
liberar mi nombre oficialmente. Pero los chismes lo harán, y en un
pueblo tan pequeño y conectado, mi nombre se difundirá malditamente
rápido. Considerando quién es Brett Madden, me temo que “circo”
podría ser un eufemismo.
—Es solo que… nosotros… ¿en qué pensabas, subiendo a un auto
en llamas? Podrías haber muerto. —Su voz normalmente seria se rompe
con una extraña muestra de emoción.
—No se encontraba totalmente en llamas… todavía —murmuro,
cerrando los ojos. En realidad, no puedo culparla por su reacción. La
única vez que pierdo mi temperamento con Brenna es cuando está
haciendo algo peligroso. Imaginarla con una pierna rota es suficiente
para que quiera encerrarla en nuestra casa para siempre.
—¿Qué estaba en llamas? —chilla Brenna a mi lado.
Me alejo de sus oídos indiscretos, esperando que no pueda oír a
mi madre por el receptor. —En realidad no pensé en ese momento.
—Obviamente.
—¡Mami! ¿Qué estaba en llamas? —Brenna tira de mi brazo con
impaciencia.
Suelto un siseo de dolor. —¡Brenna, cuidado!
—Keith dijo que te lastimaste la muñeca, ¿pero te negaste a dejar
que te llevara al hospital?
Suspiro, preguntándome cuánto tiempo demorará en sanar mi
mano antes de que pueda utilizarla para estrangular a mi querido
amigo. ¿No va contra algún código policial correr —literalmente— hacia
mis padres de esa manera?
—Tenía que llegar a casa con Brenna. Es solo un esguince.
—No sabes eso, no eres doctora. Si hay una fractura, no sanará
bien. Solo lo empeorarás. No serás capaz de trabajar. Entonces qué…
—¡Está bien! Está bien. —Levanto mi muñeca para examinarla.
Se ve mal—. Ya se me ocurrirá algo.
—¡Ted! Ve a buscar las llaves. Vamos a casa de Cath. —Para mí,
dice—: Espero que estés vestida.
—No tienes que… —comienzo, pero me doy cuenta que ya ha
terminado la llamada.
Frunzo el ceño ante el receptor, mucho después de que el tono de
marcado suene en nuestra tranquila sala de estar.
44
***

El entrenador de los Flyers de Filadelfia lleva una expresión


sombría mientras se dirige a la prensa, al parecer inafectado por el flujo
constante de flashes y chasquidos. —Los pensamientos y oraciones de
la franquicia están con los jugadores y sus familias. Nos han dicho que
Brett se encuentra estable. Rezamos por una recuperación rápida y
completa para él. Y Seth… —Hace una pausa, su voz cada vez más
temblorosa, el primer signo de brutal emoción que he visto en el hombre
rudo con cara de piedra—. Fue un jugador de hockey y un ser humano
excepcional. Todos lo extrañaremos.
Un periodista hace una pregunta sobre uno de los juegos finales
de la Eastern Conference, programado para el próximo viernes, y si el
entrenador cree que el equipo aún tiene una oportunidad, a pesar de
que posiblemente han perdido a sus dos mejores jugadores. Mi papá
presiona el botón de “Mute” en el control remoto antes de que escuche
la respuesta. —Ahí se va nuestra oportunidad para ganar la Copa. —Un
profundo ceño se asienta sobre su frente arrugada—. Idiotas y sus
autos deportivos.
Lo fulmino con la mirada, la imagen mental del conductor
yaciendo a través del capó del auto continúa demasiado fresca en mi
mente.
—No me digas que él no iba a exceso de velocidad —añade, pero
tiene la decencia de parecer avergonzado por su comentario insensible.
Ciertamente no puedo decir que él no iba a exceso de velocidad,
como le dije a Keith anoche, pero en realidad eso no facilita las cosas.
Inclino la cabeza hacia atrás y dreno lo último de mi café. Al menos me
las arreglé para meter cafeína en mi sistema en los cinco minutos que
les tomó a mis padres aparecer en mi puerta. Además de eso y decirle a
Brenna que se vistiera, no conseguí mucho más.
—Me pregunto si Jack ya despertó. Estará devastado cuando vea
las noticias. —Mamá hace una línea recta hacia la taza que acabo de
vaciar y regresa al fregadero con ella. No estuvo dentro ni por treinta
segundos antes de que hiciera correr el agua para lavar la pila de platos
sucios de anoche. Me gustaría pensar que es solo porque se da cuenta
que soy incapaz de lavarlos debido a mi lesión, pero sé que tiene más
que ver con su psique siendo incapaz de manejar un desastre. Mamá es
lo que la mayoría llamaría “obsesiva” cuando se trata de la limpieza.
Creo que en realidad tiene una condición mental, aunque nunca ha
sido diagnosticada. Atrapé su mirada deambulando hacia una docena
de lugares diferentes en los últimos diez minutos, sin duda contando
las formas en que mis estándares son demasiado bajos para ella. Y mis
estándares ni siquiera son tan bajos, comparados con los de Misty o
incluso Lou. Pero tengo una niña de cinco años. Eso es similar a vivir
con un tornado la mayoría de los días.
Además, en una casa tan pequeña como la mía, no hay donde
45
esconder un desastre, a menos que lo metas debajo de una cama. Es
más una cabaña que una casa: una pequeña estructura de cuatro
paredes de aproximadamente setenta metros cuadrados, con una sala
de estar-comedor-cocina combinada que ves tan pronto como entras y
dos dormitorios en la parte trasera, el baño situado entre ellos. Un
pórtico delantero da un poco de espacio extra durante los meses más
cálidos, pero al estar detrás del Salón de Billar Rawley significa que la
vista —una pared de ladrillo cubierta de graffitis y un contenedor de
basura casi siempre desbordante— deja mucho que desear. Por otra
parte, esa es la razón por la que podemos permitirnos el alquiler.
Pasé meses buscando un lugar mientras esperaba que Brenna
naciera. Busqué en Belmont, y Davenport, y en cada otra ciudad que
estuviera a una distancia corta del trabajo. En todas partes, excepto
Balsam. A pesar de que no iba a Filadelfia, me convencí de que al
menos me alejaría de aquí.
Belmont resultó ser demasiado caro para mí, y no todo el mundo
está interesado en alquilarle a una chica de dieciocho años soltera y
embarazada. Pero hallé dos apartamentos decentes dentro de mi rango
de precios en ciudades vecinas. En ambas ocasiones, los propietarios
parecían dispuestos a dejarme alquilar. Llené el papeleo y entregué
cheques para el primer y último mes de renta. Entonces, de repente, los
apartamentos no estaban disponibles. No hacía falta ser un genio para
descubrir que ellos se dieron cuenta de quién era yo y no querían las
molestias que asumieron vendrían con alquilarme un apartamento.
Comenzaba a pensar que me quedaría sin hogar, y luego Lou me
acompañó a una cabina un día para presentarme a un cliente llamado
señor Darby, que tenía una pequeña cabaña blanca cubierta de
enredaderas que alquilaba durante los meses de verano, no lejos de la
calle principal.
En Balsam.
Se encuentra a las afueras, lejos del bien-cuidado centro de la
ciudad, el área diseñada para atraer a los turistas y residentes más
ricos, que en Balsam hay un montón. Esta parte de la ciudad es para
las pequeñas minorías como yo: los lugareños que no encajan bien con
el resto de la estética. Acepté la casa porque no tenía elección. La tomé
pensando que encontraría algo más eventualmente.
De alguna manera, supongo que es el destino que continúe aquí,
porque hay beneficios definitivos de vivir a cuatro minutos en auto de la
casa de mis padres ahora que estamos en buenos términos de nuevo.
—Deberíamos ponernos en marcha, a menos que quieras estar
sentada en la sala de emergencias todo el día. —La mirada de mi madre
se desplaza sobre mi camiseta y pantalones de pijama a cuadros con
una mirada que dice: “No irás a salir en eso, ¿verdad?”.
—Tardaré diez minutos como máximo. 46
—Brenna, ¿le llevarías esto al abuelo, por favor? —Mi mamá le
entrega un vaso de agua, advirtiéndole en un tono serio—: Tómalo con
las dos manos y ve despacio.
Ella se toma la tarea en serio, sus pasos diminutos, con los ojos
pegados al vaso, todo el camino a través de la habitación hasta mi papá,
quien la mira con una sonrisa amplia y genuina en su rostro.
No puedo evitar sonreír mientras los paso.
Cuando descubrí sobre el embarazo, no le conté a mis padres. No
hablaba con ellos, de todos modos, y era solo una manera más en que
su hija mayor los decepcionaría. Me iba a mudar. Tenía más sentido
encontrar mi propio apartamento, solicitar ayuda gubernamental y
seguro médico. Como una chica de dieciocho años embarazada, estaba
bastante segura de que ese era el único desenlace.
Llevaba cerca de seis meses y ya no podía ocultar mi vientre
hinchado detrás de un delantal cuando ellos finalmente se enteraron de
la noticia mediante un vecino que me había visto en el trabajo. No estoy
segura de qué enfureció más a mi madre: el hecho de que escuchó que
iban a ser abuelos a través de los susurros de terceros o que de verdad
tuvo que preguntar quién era el padre.
Mi madre apareció en Diamonds, reprendiéndome una vez más
por arrastrar el nombre de la familia Wright por el barro.
No había mucho que pudiera decir para apaciguar su ira, y no
tenía interés en hacerlo. Con más de un toque de rencor, admití que su
primer nieto fue concebido en la parte trasera de una camioneta,
gracias a innumerables vasos de cerveza y un corazón roto. Que no
tenía planes de incluir al padre en nuestras vidas. Que podía hacer esto
sola.
Que podía irse porque me consideraba huérfana.
Que la odiaba.
Después de todo, lo único que quería hacer era herirla. Solo una
fracción de lo mucho que ella me lastimó.
No supe nada de ella hasta que Brenna nació, cuando apareció en
Diamonds, exigiendo ver a su nieta. Me negué. Había sobrevivido a los
meses más duros de mi vida sola —con la ayuda de Misty, Lou y Keith—
y no iba a darle lo que deseaba simplemente porque lo quería. Con mi
papá podría haberlo considerado —él solo concordaba con lo que fuera
que dijera su esposa— pero ellos eran un paquete, y si había heredado
algo de mi madre, fue su terquedad.
Ella incluso apareció en mi puerta una vez. Llamé a la policía.
Fue suficiente para que nunca volviera a intentarlo, la experiencia
demasiado vergonzosa en una ciudad donde las almas se nutren de los
chismes.
Ese definitivamente fue un punto bajo en nuestra relación. 47
Básicamente escondí a Brenna durante años. De esta ciudad, de
mis padres. Jugábamos en nuestro patio trasero los fines de semana e
íbamos al parque y a la biblioteca solo durante los días laborales. Iba al
supermercado los lunes por la mañana. Permanecía sola y evitaba
cualquier lugar en el que creyera que podría estar mi madre. Ella es
una persona reglamentada —compras semanales, gas, biblioteca todos
los sábados por la mañana— y se queda cerca de casa cuando no está
trabajando. Aparte de las pocas veces que pasé uno de sus autos en la
calle principal, tuve éxito.
Mi hermano menor, Jack, es la fuerza que finalmente hizo que
nos volviéramos a reunir. Él y Brenna, en realidad. Casi seis años más
joven que yo, mi hermano tenía doce años cuando me fui, y catorce
cuando montó su bicicleta hasta mi casa después de la escuela para
verme por primera vez, sin contárselo a mi madre.
Él sostuvo a Brenna antes que cualquier miembro de mi familia la
viera.
Él y yo somos mucho más parecidos que con Emma, quien en
muchos sentidos es una mini versión de mi madre. Pero él también
tiene una relación más saludable con mis padres de lo que yo nunca
tuve… tal vez porque es el bebé, o tal vez porque es el chico, o tal vez
porque las cosas cambiaron una vez que me fui. Después de casi dos
años de visitas secretas a mi casa, les confesó que mantenía el contacto
conmigo y con su sobrina. Incluso les mostró fotos.
Brenna se estaba haciendo mayor. Se estaba convirtiendo en una
personita. Una pequeña persona inteligente. Estaba empezando a hacer
preguntas: “¿Dónde vive el tío Jack?” “¿Tengo abuelos?” y, “¿Por qué no
vemos a nuestra familia en Navidad, como las familias en la televisión?”
Ella conoció a mis padres apenas unos días antes de su cuarto
cumpleaños, en los mismos escalones del porche que yo había dejado
años atrás, sus pequeñas manos aferrándose a la muñeca que mi padre
le ofrecía. Cualquiera podía ver la alegría en su rostro, que su mundo se
expandía más allá de mí y Jack.
Fue entonces cuando finalmente me di cuenta de lo egoísta que
había sido, ocultándola. No les estaba haciendo daño a ellos, sino a ella.
Una comprensión silenciosa pasó entre mi madre y yo ese día,
una tregua de clases. Nunca hemos hablado de lo que sucedió, pero la
comunicación siempre ha sido un problema para nosotras. Llamaría a
lo que tenemos ahora “civilizado”.
¿Que dejaron todo y corrieron aquí para llevarme al hospital hoy?
Esto está lejos de ser normal para nosotros.
Me toma veinte minutos prepararme, la lucha con las tareas más
mundanas de ponerme una camisa por la cabeza y de cepillar mi pelo
largo más allá de lo frustrante dado mi incapacidad.
Cuando salgo, mi padre sigue pegado a las noticias. —Se acabó.
Estamos acabados por la temporada. Probablemente por los próximos 48
cinco años —refunfuña.
—Eso es lo que sucede cuando se les da a jóvenes que ya piensan
que son invencibles todo ese dinero. —La cabeza de mamá está en mi
refrigerador, reorganizando los condimentos. La ropa de Brenna ha sido
ordenada y doblada, los pisos desgastados parecen como si alguien le
hubiera pasado un trapeador, y los libros en mi estante y los zapatos
por la puerta están erguidos. Se movió con rapidez, para hacer todo eso
mientras yo no estaba mirando.
Estoy, en partes iguales, agradecida y ofendida.
—Condición estable… ¿y eso que significa? ¿Por qué no nos dicen
más? ¡Creo que los aficionados tienen el derecho de saber! Somos los
que compramos los malditos boletos y la mercancía que paga esos
sueldos insanos. Demonios, podría tener una docena de huesos rotos
en su cuerpo. —Mi papá no es alguien que hable mucho, salvo cuando
está agitado.
Debe estar muy agitado en este momento.
Se vuelve hacia mí, una taza de café recién preparada en la mano.
—¿Qué piensas, Cath? —Él levanta la taza a sus labios antes de que yo
pueda advertirle contra beberla.
Mientras su boca se retuerce con disgusto con el primer sorbo,
me encojo de hombros, ofreciendo un suave: —Lo siento. —Recogí la
cafetera Keurig de un solo servicio en una venta de garaje por diez
dólares, pensando que había salido ganando. Resulta que el vendedor
buscaba hacer dinero rápido de basura, y ahora tengo la peor cafetera
conocida por el hombre.
Sacudiendo la cabeza para sí mismo, coloca la taza en una mesa
lateral, desechándola por completo. —¿Qué tan mal se veía?
—Estaba bastante golpeado. —Solo Dios sabe qué daños internos
sufrió.
—¿Te dijo quién era?
—No. No estaba consciente.
Mi padre frunce el ceño. —¿Qué tal cuando le ayudaste a salir del
auto?... Debió haber dicho algo.
—No. Nunca se despertó.
—Bueno, debe haberlo hecho. Es decir… El tipo tiene cien kilos
de músculo sólido y tú… —Su mirada se desliza sobre mi esbelto marco
de un metro sesenta y dos, y cincuenta kilos.
Me encojo de hombros. —No sé. Intenta sacarlo y le gritaba, y de
repente, nos caímos a la zanja. ¿Supongo que pudo haber despertado
por ese segundo? Hacía tanto calor allí, que probablemente lo despertó.
Ya sabes, la auto-preservación y eso. Digo, estuvo a punto de morir, de
lo contrario. —Cuanto más lo pienso, él debió haber reaccionado y se
levantó solo. 49
—¿Quién estuvo a punto de morir? —pregunta Brenna, haciendo
piruetas por el espacio.
Enlazo mi brazo alrededor de mi hija y le doy un beso en la frente,
recordándome que esas orejitas están siempre atentas. —¿Puedes ir a
hacer tu cama por mí, por favor?
Mis ojos recorren su ligero cuerpo mientras se aleja, emocionada
por tener otra tarea. Eso debería ocuparla durante al menos tres
minutos.
Cuando me vuelvo, encuentro a mis padres mirándome. Lo han
estado haciendo mucho desde que abrí la puerta esta mañana. —¿Qué?
Comparten una mirada. Naturalmente, es mi madre quien
responde. —Simplemente no podemos creer lo que hiciste. Fue…
—Lo sé, ¿de acuerdo? No necesito un sermón. Me enfermo del
estómago solo de pensar en ello. Fue estúpido y arriesgado, y debería
haber pensado más en Brenna y...
—¡Cath! —grita mi padre. Me agita la cabeza con incredulidad—.
¡No está tratando de angustiarte!
—Iba a decir, que lo que hiciste fue desinteresado. Y valiente. —
Luego mi mamá hace algo tan extraño, tan impropio de ella; de nosotras
y nuestra relación. Ella alcanza mi hombro y me acerca para un abrazo
incómodo—. Deberías estar orgullosa de lo que hiciste.
Simplemente permanezco allí, rígida y confundida, tanto por sus
acciones como por sus palabras. ¿Me siento orgullosa? No, “orgullosa”
no parece la palabra correcta. Aliviada de no tener la muerte de Brett
Madden en mi conciencia es más acertado. Y eso se siente egoísta.
—Sí, lo que hiciste fue loco y temerario, y nosotros… —Corta sus
palabras con una inhalación aguda, como si estuviera conteniéndose—.
Deberías estar orgullosa. Estamos orgullosos.
No sé cuándo fue la última vez que escuché esas palabras salir de
la boca de mi madre. Si tuviera que apostar, diría que nunca he oído
nada parecido.
Siento que mis mejillas se ruborizan. —Supongo que lo estoy, tal
vez, ¿un poco? No sé. Simplemente no quiero la atención que esto va a
traer. A mí y Brenna, y a ustedes. Me asusta en lo que se convertirá. —
Recuerdo despertarme al oír el ruido del cristal, cuando alguien arrojó
un ladrillo a través de la ventana del salón. Y cómo mi padre perdió su
trabajo en la fábrica de pintura después de que su supervisor, un buen
amigo del padre de Scott, lo citó por un montón de infracciones falsas. Y
cómo Emma no recibió el premio académico cuando se graduó de
octavo grado esa primavera, a pesar de que sus notas eran mucho más
altas que las del siguiente mejor estudiante. Mi madre tenía razón: la
familia Philips es prácticamente dueña de esta ciudad, y no parecían
ser del tipo que simplemente deja las cosas en paz y sigue adelante.
—Esto es muy diferente de lo que pasó antes. —La mirada de mi 50
padre me dice que él tampoco lo ha olvidado. Él consiguió otro trabajo
bastante rápido; en una línea automotriz, esta vez.
—Lo sé, pero no quiero darle a la gente una razón para arrastrar
todo eso.
Mi madre suspira. —Bueno, no tiene sentido insistir en ello. Lo
superamos una vez y lo superaremos de nuevo. Al menos no hay que
avergonzarse esta vez.
Frunzo los labios. La forma en que usa la palabra “superamos”,
hace que suene como si lo hubiéramos hecho juntos. No lo hicimos.
Estaba la familia Wright, y luego estaba yo.
Ahora no es el momento de recordarle eso.
—Pero tienes que ponerte en contacto con este jugador de hockey.
O su familia. —Mi mamá se alisa su delgado suéter sobre sus caderas
curvadas, donde comienza a ensancharse mientras que se acerca a sus
cincuenta años—. Te debe un auto nuevo. Tienen mucho dinero. Estoy
segura de que estará más que dispuesto a reemplazarlo. Si no, haré que
Hansen participe. —Mi madre ha trabajado como asistente legal en el
prestigioso bufete de abogados civil de Jeremy Hansen & Robert Shaw
de Belmont durante los últimos veintiocho años, y se ha convertido en
una segunda naturaleza para ella buscar la ganancia monetaria detrás
de cada situación.
Mis hombros se tensan. —No voy a pedirle a Brett Madden o a su
familia que me compre un auto nuevo. Y Hansen no va a involucrarse.
—En un momento dado, esa sanguijuela convenció a mi madre de que
tenían casos civiles contra Scott, la junta escolar y la fábrica de pintura
donde mi padre había trabajado. Ella habría terminado con demandar a
todos ellos, si mi papá no hubiera prometido el divorcio. Él estaba tan
cansado del circo como el resto de nosotros.
Si se le da la oportunidad, Hansen hará que Brett Madden sea
notificado con papeles tan pronto como esté listo para recibir visitas
desde su cama de hospital.
—Bueno, necesitas un coche, Catherine. ¿De qué otra forma se
supone que vas a ir trabajar? —El raro momento de afecto ha pasado, y
la Hildy Wright que conozco está de regreso, con los brazos cruzados
sobre el pecho, el tono condescendiente bordeando sus palabras. Ese
que me dice que está a punto de tomar el control, de insistir en el tema
hasta que sea a su manera.
—Hildy… —advierte mi papá. Es un hombre callado y tranquilo.
Rara vez levanta la voz, y cuando lo hace, es porque ya tiene suficiente
de mi madre siendo, bueno, ella misma. Él y yo somos mucho más
parecidos, ambos introvertidos. Siempre ha preferido trabajar su turno
para luego disfrutar de una noche con una cerveza y los deportes
destacados.
—No te ofendas. —Suspira—. No estoy tratando de manejar tu 51
vida. Solo estoy pensando en tu bienestar. Y el de Brenna.
—¿Y yo no? —Respiro profundo para calmarme, recordándome
que mi madre no es mala. Que se preocupa por mí. Solo lo demuestra
de una manera que no aprecio—. Contaré sobre el accidente cuando
esté lista, y no voy a permitir que nadie plantee la idea de reemplazar
mi automóvil mediante Brett Madden o su familia. Esa es mi decisión, y
ya la he tomado. —Lo digo lenta y calmadamente, pero con firmeza.
—Y lo respetamos. ¿No es así, Hildy? —dice mi padre de nuevo en
ese tono de advertencia.
—¿Por qué necesitamos un coche nuevo? —canturrea Brenna,
volviendo a la sala de estar, rompiendo la tensión en la habitación.
—El mío ya no funciona, cariño —le explico. Ni siquiera vale la
pena el deducible que tengo que pagar por el seguro. No hay valor de
reemplazo. No me sorprendería si me llega una factura de eliminación
del pueblo por ello.
—Retomaremos esta conversación más tarde —promete mi madre
en voz baja. Mi papá pone los ojos en blanco. Después de años de
doblarse a su voluntad, finalmente está tomando coraje.
—Primero lo primero. —Mamá se agacha para agarrar su bolso—.
Tienes que hacerte una radiografía de la muñeca. Podría estar rota.
Deberías pensar en buscar una compensación por eso también.
Abro la boca, a punto de decirle que voy a encontrar mi propio
camino al hospital, que no quiero que esté involucrada porque no confío
en que ella respete mis deseos, cuando mi padre se aclara la garganta,
atrapando mi mirada. En sus ojos, solo veo preocupación. —Una cosa a
la vez. Vamos a preocuparnos por ver la muñeca.
—Pueden dejarme allí si quieren. Puede que tenga que quedarme
durante horas.
—No, nos quedaremos. El tiempo necesario. —Su expresión dice
que esto no es negociable.
Y por una vez, estoy aliviada.

52
Traducido por Lvic15
Corregido por Karen_D

Veo tres furgonetas de noticias en el aparcamiento tan pronto


como nos detenemos. No es de extrañar que eligieran Diamonds como el
lugar ideal para ubicarse, dado que hemos sido votados como el mejor
restaurante de área de servicios en el estado de Pennsylvania durante
los últimos diez años consecutivos.
Aun así… No estoy segura de lo que saben esos periodistas. Las
palabras de Keith de la noche anterior continuaron dando vueltas en mi
mente durante toda la mañana, haciéndome pensar en cada respuesta
que he dado a los médicos y enfermeras en el hospital, haciéndome ver
a todo el mundo a través de una lente de sospecha.
Estará bien, me digo.
—Solo tengo que coger mi cheque de pago. Dos minutos más. —
53
Alcanzo el pomo de la puerta, con la esperanza de hacer la parada
rápida e indolora, deseando desesperadamente volver a la seguridad de
mi casa pequeña.
—Tengo hambre. ¿No tienes hambre? —Los ojos de mamá se
estrechan mientras ve el símbolo que está encima de la cafetería. Al
menos una docena de las bombillas rojas parpadeantes que describen el
apéndice en forma de diamante se han quemado.
—¡Dedos de pollo y patatas fritas! —grita Brenna junto a mí en el
asiento trasero—. ¡Quiero dedos de pollo y patatas fritas!
Mamá se vuelve hacia mí, con la mirada fija en la venda beige que
el hospital envolvió alrededor de mi muñeca para ayudar a sostenerla
mientras se cura. Solo tardamos cuatro horas en el hospital para que
me digan que es un esguince. —Ha sido una larga mañana. ¿Por qué no
almorzamos aquí? Nosotros invitamos.
Fiel a la palabra de mi padre, estuvieron a mi lado todo el tiempo,
entreteniendo a Brenna en la sala de espera mientras me tomaban
radiografías y veía al médico. Y, sorprendentemente, mi madre no hizo
más comentarios sobre Brett Madden comprándome un coche nuevo o
compensándome por el trabajo perdido. Podría haber sido las palabras
susurradas entre mis padres mientras iban detrás de nosotros en el
aparcamiento del hospital. Fuera lo que fuese, estoy agradecida.
Pero no sé si sentarse en Diamonds, donde la gente me conoce y
están obligados a hacerme preguntas sobre lo que pasó, sea la mejor
idea.
—¡Por favor, mamá! ¡Tengo hambre! ¡Y no hemos comido aquí
desde hace mucho tiempo!
El estilo dramático de Brenna, y el puchero de su labio inferior,
termina con cualquier posible protesta por mi parte. —De acuerdo —
suspiro—. Pero necesito que me hagas un favor y no repitas nada que
nos hayas escuchado decir a mí, a la abuela o al abuelo hoy.
Ella me mira con ojos grandes y serios. —¿Cómo qué?
—Como… Simplemente, cualquier cosa. —La última cosa que voy
a hacer es darle a mi hija de cinco años, un resumen de todo lo que no
se supone que deba decir. Es de esperar que ya se haya olvidado. Es
muy buena guardando secretos, le concederé eso.
El zumbido de voces me envuelve en cuanto entramos al interior
del ocupado restaurante de carretera, y no puedo dejar de empezar a
calcular la cantidad de dinero de propinas que estoy perdiendo por no
trabajar mi turno. Mi factura de la luz del mes, por lo menos. Y dado
que les dejé con una camarera menos en el último minuto, Lou está
trabajando en el suelo, con delantal y las mejillas sonrojadas.
—Cogeremos la número Quince —le digo a Jessica, la chica de
dieciséis años que Lou acaba de contratar como camarera, y ella guía a 54
mi familia a una cabina de la esquina donde el sol nos da desde la
ventana. Después de un invierno tan frío y largo, podríamos soportar
un poco de calor.
Brenna corre hacia Lou, envolviendo sus brazos alrededor de los
muslos de mi jefa en un abrazo. Para bien o para mal, Diamonds es su
segundo hogar. Pasó mucho tiempo viéndome servir mesas cuando una
niñera no podía venir o cuando Lou se encontraba corta de personal y
me rogaba que fuera a cubrir una hora ocupada de la cena en el último
minuto. En muchos sentidos, Lou ocupó el papel de abuela en los
primeros años, manejando a mi hija con suficientes abrazos y copas de
helado como para ganarse su amor eterno.
Por el ceño fruncido y el pequeño resoplido de descontento que
viene de mi madre, noto que el vínculo especial entre las dos no le ha
pasado desapercibido.
—¿Qué estás haciendo aquí, señorita Entrometida? —Lou deja su
bandeja de botellas de kétchup en el mostrador para poder tocar el pelo
de Brenna.
—Mami tuvo un accidente de coche, así que tuvimos que ir al
hospital, pero ahora estamos aquí con los abuelos, y quiero dedos de
pollo y patatas fritas porque me muero de hambre.
—¿Accidente de coche? —Los ojos de Lou brillan con una mezcla
de preocupación y recelo mientras me mira primero a mí y luego a mi
muñeca vendada, y casi puedo ver las ruedas trabajando dentro de su
cabeza, repitiendo el mensaje de voz cuando dije que me caí.
Claramente, me equivoqué y debí haber especificado exactamente
lo que se suponía que Brenna no tenía que repetir. Contuve el impulso
de gruñir. —Lo siento mucho por dejarte así. Es solo un mal esguince,
nada más. Debería regresar a la normalidad pronto.
—El doctor dijo que al menos dos semanas, probablemente tres —
se mete mi madre, sus ojos en el menú de postres ubicado entre el
estante de condimentos.
Lou suspira. —Bueno, al menos estás bien. ¿Supongo que ocurrió
en el camino a casa de tu cita con Gord?
Uf. Me había olvidado por completo de él hasta ahora.
Mi padre levanta la cara. —¿Cita?
—Sí, con mi sobrino. —Secándose las manos en el delantal, Lou
ahora nota a mis padres, su máscara amable generalmente reservada
para los clientes que no conoce se desliza sin problemas—. Hola. Espero
que los dos estén bien. —No la han visto en años, desde la última noche
que mis padres entraron aquí, exigiendo conocer a Brenna. Lou le dijo a
mi madre lo que pensaba de ella por cómo manejó todo el accidente de
Scott Philips, no fue amable, y mi madre le dijo a Lou que, dado que su
hijo estaba en la prisión por robo a mano armada, en Diamonds, no era
de su incumbencia fingir que sabía cómo criar a un niño. 55
Esa daga estuvo bien puesta por parte de mi madre.
Lou arrojó una daga propia, diciéndole a mi madre que ya no eran
bienvenidos al restaurante.
—Estamos bien. Gracias por preguntar. —Hildy Wright tenía su
propia máscara, y estaba firme en su lugar.
Hay un ruido repentino en la cocina, y Lou lo usa como su excusa
para escapar de la incómoda situación. —Les daré unos minutos para
ver el menú. —Alargando su mano para remover de nuevo el pelo de
Brenna, añade—: Y Leroy empezará con esos dedos de inmediato. Extra
crujientes, justo como te gustan.
—¿Y? ¿Quién es este sobrino con el que fuiste a una cita? —me
pregunta mamá casualmente mientras reorganiza los paquetes de
azúcar para que estén agrupados según la variedad y ordenados en su
soporte.
—Podemos hablar de eso más tarde. —Mis padres ven mi mirada
dirigida a Brenna, quien sin duda va a repetir cada comentario poco
favorecedor palabra por palabra a Lou si se lo pide.
—¿Las alitas todavía están buenas aquí? Recuerdo que estaban
buenas. —Papá se pone sus gafas de lectura y pasa su dedo por el
menú.
—La misma receta. —Leroy aprendió la lección una vez, jugando
con los ingredientes de las hamburguesas Diamonds. Nunca volvió a
intentarlo.
—Bueno, entonces, eso fue fácil. —Aleja el menú, doblando sus
gafas y metiéndolas en el bolsillo de su camisa, antes de dejar vagar su
mirada sobre el lugar.
La mía le sigue. Hay un montón de clientes habituales, pero una
gran cantidad de caras nuevas, también. Y puedo detectar los equipos
de noticias de inmediato. Tres mesas, los cámaras con un atuendo
casual: tejanos o pantalones militares, sudaderas marrones, sentados
frente a sus homólogos, los reporteros más pulidos, visten camisas y
pantalones de vestir, listos para saltar delante de una cámara con un
aviso de sesenta segundos si surgiera la necesidad. Cada uno tiene una
taza de café de porcelana blanca, como si su contenido fuera lo único
que los mantuviera con vida.
Dudo que hayan dormido desde que oyeron sobre el accidente.
Su sola presencia me pone ansiosa.
—Relájate, hija. Todo va a estar bien. —Papá se acerca y acaricia
mi antebrazo—. Y no importa lo que pase, mantén la cabeza bien alta.
Tienes toda la razón para hacerlo. —Termina eso con un tono ronco.
—Gracias, papá. —Me habría venido bien ese mismo afecto hace
siete años, pero ahora lo aceptaré de buen grado, con una sonrisa. 56
—¡¿Qué estás haciendo aquí?!
Estoy tan nerviosa, que salto ante la aparición repentina de Misty
a mi lado. Sus ojos redondos, demasiado grandes para el resto de su
rostro, miran a mi familia con curioso interés mientras desliza un plato
de patatas fritas en frente de Brenna. —Para sacarte del apuro —le
susurra con un guiño antes de volverse hacia mí—. Pensé que hoy no
vendrías.
—Estoy aquí para recoger mi cheque. Y comer.
—Claro. Lou me pidió que tomara sus órdenes. —Ella arruga su
nariz de botón mientras mira mi muñeca—. ¡Ay! ¿Cómo te hiciste eso?
—Oh, me caí. Una torpeza… —Trato de decirlo como si no fuera la
gran cosa.
—Pero pensé que estuviste en un…
Papá empuja una patata en la boca de Brenna, interrumpiéndola
antes de que pueda descubrirme de nuevo. Gracias a Dios, porque
hasta el último cliente regular aquí sabrá de ello antes de salir si Misty
se entera. Le resulta difícil guardar secretos. Que nunca le haya dicho
ni una palabra sobre el padre de Brenna a nadie —por lo que yo sé— no
es un pequeño milagro.
—Así que, ¿cómo ha ido hoy? —pregunto, apartando a la rubia
burbujeante del tema de mi muñeca.
—Ocupado. Especialmente con toda esta gente de las noticias
entrando y saliendo de aquí. ¿Te enteraste de ese accidente de anoche
con esos dos jugadores de hockey? ¡Oh, Dios mío! —Presiona su bloc de
notas contra su amplio pecho, el botón superior abierto para hacerle
ganar un par de dólares de las propinas de los camioneros solitarios
que vienen por aquí. A pesar de que nunca describiría a Misty como
hermosa, con sus mejillas de manzana y sus expresivos ojos azules,
tiene una cierta ternura que parece atraer a un montón de chicos. Ella
nunca está mucho tiempo buscando la siguiente cita, eso seguro—. ¡Es
absolutamente horrible! ¡Alguien dijo que el conductor murió quemado!
¡Uf! Imagínate ver eso. ¡Qué horrible!
—Pediré medio kilo de alitas —anunció mi padre, moviendo sus
ojos hacia mí antes de pasar a mi madre—. ¿Hildy?
—Una ensalada griega de pollo, por favor.
Misty da una pequeña sacudida con su cabeza, como si acabara
de recordar que está aquí para tomar un pedido. —Por supuesto. ¿Lo de
siempre, Cath?
—Claro —murmuro, aunque posiblemente no pueda soportar un
emparedado; mi apetito sigue desaparecido.
—¡Vale! ¡Voy a pedirlos de inmediato! —canturrea, ajena como
siempre.
—Ella es… alegre —dice mi madre, aunque no cabe duda de que 57
está usando otra palabra en su cabeza para describir a Misty, y no es
una completamente favorecedora.
Lou ha reaparecido de la cocina, con los brazos cargados con una
bandeja de vasos para la bebida. Siento el impulso de levantarme y
ayudarla, pero no sería de mucha utilidad en este momento, y ella solo
me gritaría para que me sentara. Es una mujer de cincuenta y nueve
años, pero tiene más energía que la mayoría de los camareros aquí.
—¡Súbelo! —grita Jimmy, un habitual de los sábados, señalando
la pantalla plana colgando sobre el mostrador de servicio, donde alguien
ha cambiado el canal del partido de béisbol a la CNN.
El restaurante puede contener a noventa y seis clientes, y juro
que hasta la última cabeza se voltea para ver los restos carbonizados
del Corvette que parpadea en la pantalla, rodeado de cinta policial. La
niebla y la oscuridad ayudaron a mitigar la verdadera tragedia de la
escena la noche anterior, pero ahora en plena luz del día, nada puede
ocultarse. Ni los juncos chamuscados, ni el tronco ennegrecido de la
encina donde la corteza se incendió. Me pregunto si sobrevivirá esa
herida.
Una mujer de pómulos altos y piel oliva sin defectos se coloca a la
derecha de la pantalla, dando a la cámara la oportunidad de capturar la
sombría escena en el fondo.
—Después de vencer a Boston y a Florida en cuatro juegos, el ala
derecha de los Flyers de Filadelfia, Seth Grabner, y el capitán, Brett
Madden estaban en un descanso antes de que las finales del Eastern
Conference comenzarán el próximo viernes, y conducían a una reunión
del equipo en la casa de la montaña del dueño de la franquicia, Sid
Durrand, cuando el accidente ocurrió. Como se puede ver detrás de mí,
hay una curva de cerca de noventa grados en este camino lateral. La
policía cree que la niebla y la velocidad pueden haber sido factores en el
accidente que dejó a Grabner muerto y a Madden en el hospital. La
policía está reacia a dar a conocer los detalles, pero han confirmado que
hubo un testigo en la escena del accidente. —La pantalla cambia a unas
imágenes de vídeo con poca luz de la noche anterior, de Keith pasando
alrededor de la barrera en su coche patrulla, una persona con una
oscura manta gris sobre su cabeza sentada en el asiento del pasajero.
Siento la sangre drenarse de mi cara.
Esa soy yo.
—Se le da crédito al testigo por haber salvado la vida de Madden,
arrastrándole lejos de los restos antes de que el fuego lo pudiera
reclamar.
—¡Oh, Dios mío! —jadea Misty, abriendo la boca mientras mira al
televisor, junto con todos los demás—. ¿Piensan que es alguien que
conocemos? —pregunta, a nadie en particular.
—El Departamento del Sheriff del Condado de Balsam aún no ha
dado a conocer su nombre; sin embargo, se sospecha que la persona es
el conductor de este coche. —La cámara y el zoom sobre mi Gran Prix. 58
Estoy dividida entre el impulso de salir corriendo por la puerta y
meterme debajo de la mesa. Al final, acepto que no es una opción y
simplemente me hundo en mi silla.
Es un Gran Prix, sin embargo, me recuerdo a mí misma. Hay un
montón. No hay razón para vincular automáticamente ese coche a mí. Y
ni siquiera es muy reconocible como un Gran Prix, con todo ese el daño.
Misty, que ha estado en el coche un montón de veces, ni siquiera mira
hacia aquí. Si aún no ha hecho la conexión, probablemente esté segura.
Siento unos ojos clavados en mi cara.
Lou me está mirando fijamente desde el otro lado del restaurante.
Agacho mi cabeza mientras se acerca, centrándome en el menú
que Misty se olvidó de recoger. Lo memoricé entero hace años y nada ha
cambiado excepto los precios.
—Cath, ¿por qué no vienes a la oficina conmigo un minuto, para
darte ese cheque tuyo? —Ahí está ese tono, el que me dice que no
puedo salir de esto, así que no me molesto en discutir. Y nunca discuto
con Lou, aunque a veces me da más dolores de cabeza que mi madre.
No es hasta que cierra la puerta de su oficina detrás de mí,
encerrándonos en la habitación, que se gira para hablar. —Catherine …
Usa mi nombre completo solo cuando está molesta conmigo, lo
cual es raro.
Suspiro. —¿Sí?
—Era tu coche el de las noticias.
Frunzo el ceño. —¿Por qué piensas eso?
—Por esa caja de pañuelos a rayas de cebra en la ventana trasera.
La has tenido allí durante un año.
Ahora mi ceño fruncido es real. Lou tiene un extraño sentido de
reconocimiento. ¿Cómo recuerda estas cosas? ¿Alguien más recuerda
eso?
¿Me descubrirá una caja de metal decorativa?
—¿Qué? He estado admirándola. En fin, eso no importa. —Asiente
con la cabeza hacia mi muñeca—. ¿Eso te ocurrió anoche, mientras
ayudabas a sacar a ese hombre del coche?
Vacilo, y finalmente le doy un solo asentimiento.
Su escritorio cruje mientras apoya su peso, cruzando los brazos
sobre su amplio pecho. —Cuéntamelo. Dímelo todo. Comienza desde el
principio.
Cuando termino, Lou me está mirando con la misma expresión de
asombro que mis padres antes.
—¿Qué?
Sacude la cabeza. —Es solo… Eso debe haber sido aterrador. 59
—Cada vez que lo pienso, me dan ganas de vomitar. Y entonces
me siento culpable por sentirme culpable, y quiero vomitar de nuevo.
—Eso es comprensible. Aún estás fuera de sí. Una buena noche
de sueño te ayudará.
—Sí. Tal vez. —No sé cuántas buenas noches de sueño tendré,
dado que me estaré preocupando por el dinero. Suspiro, llevando mis
ojos alrededor de la pequeña oficina, viendo el puf de color rosa algodón
de azúcar en la esquina. Se encuentra frente a un viejo televisor y un
reproductor de DVD, una pila de DVD’s de Disney junto a él. Lou lo
trajo por Brenna, para que pueda pasar el rato en un lugar tranquilo
cuando ella se aburre con sus libros para colorear en el restaurante.
Lou debe ser capaz de leer mi mente. —¿Vas a poder arreglártelas
con las facturas?
—Tengo algunos ahorros, si lo necesitase. —Unos pocos miles que
me han llevado dos años de escatimar, no tocarlos nunca, como una
ardilla dejándolos bajo una tabla suelta en mi habitación, porque temo
que me quitaran la ayuda del gobierno si lo ven en un banco. Es dinero
que está destinado para una vida futura. Una vida mejor para Brenna y
para mí, sea lo que sea.
Sin embargo, lo necesitaré ahora.
Lou se inclina hacia atrás y desliza su mano en el cajón superior
de su escritorio. Ella toca mi cheque contra la superficie del escritorio
varias veces, con la mirada perdida y pensativa, entonces me lo da, y
vuelve a meter su mano en el cajón. —Ten. —Saca un fajo de billetes—.
Necesitarás otro coche.
Ya estoy negando, pero ella empuja el dinero en mis manos,
cruzando mis dedos sobre él. —Considéralo un anticipo de tu sueldo.
Es todo lo que tengo conmigo en este momento.
Después de casi siete años, conozco a Lou lo suficiente bien como
para saber que cuando llegue el momento de escribirme un cheque, no
me descontará esto. —No, no puedo. No está bien. Me encargaré. Yo…
—Acéptalo. Insisto. —Lo empuja de nuevo hacia delante—. Me
hará sentir mejor. Lo estoy haciendo por razones puramente egoístas.
Si hay una cosa que no es Lou, es egoísta. La mujer me daría los
zapatos que lleva si yo estuviera descalza.
Con resignación, le agradezco y deslizo el dinero en efectivo en el
sobre con mi cheque, con toda la intención de entregárselo de nuevo
una vez que esté curada.
La sigo por la cocina y vuelvo al restaurante. Me deja en el área de
servicio para revisar sus mesas, y me acerco a mis padres, saludando a
varios clientes habituales en mi camino. Cuando me preguntan por qué
no estoy trabajando —porque no me he perdido un turno de sábado en
más de dos años, desde que Brenna estuvo en el hospital con la gripe—
simplemente levanto mi mano vendada y digo: “me caí”. 60
Técnicamente, no estoy mintiendo.
Afortunadamente, el canal de televisión ha cambiado de nuevo a
lo destacado en deportes, y el zumbido tranquilo en el restaurante lleva
consigo un montón de conversaciones mundanas que no tienen nada
que ver con Brett Madden. O conmigo.
Y los reporteros están sentados a meros metros, sorbiendo su café
y esperando el momento oportuno para una pista, pero no son los más
listos.
Todavía.

***

—¡Yo abro! —Brenna arrebata las llaves de mi mano y corre hacia


la puerta con ellas, mi madre tras ella.
—¡Asegúrate de que la llave está en el fondo antes de girarla o la
romperás de nuevo! —grito tras ella. La última vez que trató de abrir la
puerta, tuve que desembolsar más de cien dólares por un nuevo cerrojo.
—¡Lo sé, mamá! —exclama con exasperación.
—Independiente. Tal como eras tú. —Una suave sonrisa se hace
cargo de la cara de mi padre, como siempre cuando mira a Brenna.
—Gracias de nuevo por la comida, y por llevarme al hospital.
Supongo que… Hablaré con ustedes más tarde. No sé si regresaré al
trabajo el próximo sábado o no, así que les haré saber para cuidar a
Brenna. —Me giro para ir hacia mi puerta principal.
—Oye, escucha. —Mi padre se aclara la garganta—. ¿Has decidido
lo que vas a hacer con el coche?
Gimo. Por mucho que odio la idea de agotar mis ahorros, sé que
no tengo más remedio que enfrentarme a lo inevitable. —Pensé en
llamar a Keith para que me acompañe a mirar algunos, para que no me
den gato por liebre.
—¿Por qué no vengo mañana y te llevo a Belmont? Podemos
hacernos una idea de lo que hay. Solo tú y yo —añade rápidamente—.
Tu madre puede quedarse aquí y cuidar de Brenna.
—¿En serio? —Este es el periodo más largo que he pasado con
mis padres, sin la protección de mis hermanos en Navidad, en años—.
¿Estás seguro de que tienes tiempo?
Él frunce el ceño. —Por supuesto que estoy seguro. Vendré en
torno al mediodía. Nosotros… resolveremos esto.
No sé lo que eso significa, pero se siente bien tener su oferta de
ayuda. —Si, vale. Eso sería genial. Gracias.
Abre la boca para decir algo, pero duda. —Todo va a salir bien.
Las cosas volverán a la normalidad en poco tiempo. 61
Fuerzo una sonrisa.
Si tan solo le creyera.
Traducido por Gesi
Corregido por Melina.

—¿Cuándo vas a terminar el ático?


—Cuando mi muñeca esté mejor.
—Oh, cierto. —Los grandes ojos color chocolate de Brenna se
deslizan lentamente sobre el bosquejo a medio acabar antes de moverse
a la siguiente página, sus manitos luchando con el tamaño del libro—.
¿Podemos darle a Stella una piscina para perros? Estaba pensando que
podría gustarle eso en el verano.
Le sonrío a mi hija, acurrucada en sus sábanas con su perro de
peluche favorito a su lado. —Sí, también creo que le gustaría. ¿Aquí? —
Señalo al lugar vacío a la izquierda de la caseta de perros que dibujé
para el perro esquimal que Brenna quería tanto. 62
—Sí. Y, tal vez, un árbol por allí, para que pueda tener un poco de
sombra.
—Esa es una idea genial.
Con un amplio bostezo, Brenna empuja el álbum de recortes
hacia mí. —¿Cuándo podemos ir a ver la Casa de Pan de Jengibre de
nuevo?
—No lo sé. Ahora tienes que dormir un poco.
—Está bien, mami. —Envuelve sus brazos alrededor de mi cuello
y aprieta fuertemente—. Espero que tu muñeca se sienta mejor pronto.
—Yo también. —Apago las luces y me dirijo a la cocina para
prepararme un vaso de jugo de naranja, mi único verdadero vicio junto
al café. Es juvenil y tan poco saludable, pero me recuerda a las tardes
calurosas de verano de los sábados cuando Jack era solo un bebe y mi
papá estaba a cargo de mantenernos a mi hermana y a mí alimentadas
e hidratadas. Supongo que tendré que pasarme a algo más maduro en
algún punto.
Por ahora, sin embargo, tomo mis calmantes con él.
La cama de Brenna cruje ruidosamente mientras se remueve,
intentando acomodarse. Otros diez minutos más o menos y estará
dormida. Tan desesperada como estoy de poner la estación de noticias,
no quiero que ella oiga a los reporteros. Es una niña inteligente con
corta capacidad de atención, la cual es la única razón por la que aún no
ha vinculado a mí este terrible accidente del que todo el mundo habla.
Pero todavía puede sumar dos más dos y concluir que “mami es la que
sacó al chico del auto en llamas”. Hasta ahora, todos asumen que fue
un hombre quien rescató a Brett Madden, y eso les ha impedido hacer
la conexión con mi “accidente”. Pero en lo que a Brenna se refiere, soy
una súper mujer y completamente capaz de tal hazaña.
Así que espero a que el crujido se detenga, hojeando mi cuaderno
de bocetos, estudiando las innumerables horas de trabajo para matar el
tiempo.
La única clase que disfruté, y en la que sobresalí, fue arte. No solo
por tener a Scott como mi profesor. Estuve dibujando desde temprana
edad. Dibujaba la gente a mí alrededor, las casas en el vecindario, ropa.
Me encantaba crear. Nunca pensé que pudiera ser un futuro para mí.
No hasta que Scott Philips comenzó a elogiarme y llenar mis oídos con
todo tipo de ideas. Susurros en la escuela en donde podía hacer esto
todo el tiempo, y como algunos años de eso podía convertirse en una
carrera en la moda, o diseño de interiores, o arte digital… el cielo era el
límite para mí a sus ojos. Emocionada, me creí todo.
Dejé de dibujar después de que Scott Philips destrozara mi
mundo. No toqué ni un lápiz. Pensé que él también habría estado
mintiendo sobre eso.
Entonces, hace un año y medio, un folleto de bienes raíces llegó a 63
nuestra puerta. Era para una casa victoriana en Jasper Lane que
conocía bien. De niña, me había enamorado de ella un frio día de
invierno en que mis padres nos subieron al asiento trasero de su auto e
hicimos un recorrido en la ciudad, admirando las luces de Navidad.
Otra vez, era Navidad en ese momento, y aunque Brenna solo
tenía cuatro años, la llevé y conducimos hacia abajo, para que yo
pudiera ver el lugar. Tenía un cartel que decía EN VENTA y estaban
organizando una visita a la casa.
No pude evitarlo. Entramos.
Era todo lo que había imaginado, y más —con altas ventanas y
molduras detalladas, pulidos pisos de madera rosa y delicados papeles
pintados. Era enorme; tres pisos y suficiente espacio como para que diez
personas vivan cómodamente.
Brenna dijo que parecía una casa de pan de jengibre y preguntó
si nos podíamos mudar allí. Me reí y le pregunté qué haríamos las dos
con una casa tan gigante. Ella se encogió de hombros y me dijo que no
necesitábamos usarla completa. Podíamos dejar que otros la tomaran
prestada si necesitaban un lugar en el que quedarse.
—¿Cómo una pequeña posada? —pregunté.
Su cara se arrugó. —¿Puedes tener un perro en una posada?
—Sería nuestra, así que supongo que podríamos tener lo que sea
que queramos.
—Está bien —accedió, con un brillo de excitación en sus ojos—.
Entonces vamos a comprarla y hagámosla una posada. —Tan simple.
Si solo tuviera el dinero para pagar el precio astronómico que
estaban pidiendo.
Me reí, aunque en mi interior la frustración creció. Esta solo era
otra cosa en la larga lista de cosas que nunca sería capaz de darle a
Brenna.
Cada noche la semana siguiente, Brenna me hizo preguntas sobre
nuestra posada. ¿Cómo sería su habitación? ¿Qué comeríamos con los
invitados? ¿Dónde pondría sus juguetes? ¿Podría tener una sala de
juegos? ¿Cómo se vería la caseta para perro de Stella?
Una semana después, estaba en Dollar Dayz, mirando la sección
de suministros de arte, y noté un cuaderno de treinta por treinta.
Lo compré.
Y esa noche comencé a dibujar la Casa de Pan de Jengibre para
Brenna.
Si no podía darle nada más, podía darle esto, una forma de
imaginarla.
Un año y medio después, está lleno de dibujos. De jardines de 64
casas campestres y dormitorios exuberantes, de grandes porches
cerrados con gente sentada en mesas de estilo bistró, bebiendo sus
cafés. De una cálida cocina con comidas caseras. De un pacifico lago,
tranquilo por la mañana y lleno de risas por la tarde.
En algún punto a lo largo del camino, encontré una parte de mí
que había perdido. Encontré la habilidad para volver a soñar. Y la Casa
de Pan de Jengibre también se convirtió en mi sueño.
De una casa hermosa tan impecablemente decorada que los
invitados estarían impresionados cuando dieran un paso dentro. De
una vida donde podría sentarme en ese porche y ver a Brenna rodar a
través del césped con el perro que le pide a Santa para cada Navidad.
Durante años, he odiado Balsam. No por su pintoresca calle
principal, llena de encantadoras tiendas y decorada por un dosel de
árboles maduros y plantas desbordantes. No por el pintoresco paisaje
que lo rodea, situado dentro de un valle en el sur de las montañas y
rodeado por bosques y lagos. No por la extraña sensación de calma en
el aire, incluso cuando las calles cobran vida los fines de semana con
un sinnúmero de turistas.
Al principio fue simplemente porque era una adolescente, y la
mayoría de los adolescentes no se llevan bien con los pueblitos como
este. Y luego fue por cómo la gente en este pueblo pequeño pintoresco y
típico me trató.
Ahora que he llegado a un acuerdo con mi vida —probablemente
nunca me vaya de aquí— he sido capaz de dar un paso atrás, de mirar
a Balsam a través de una lente diferente. Para intentar convencerme de
que tal vez no es tan malo. Los parques infantiles están limpios y bien
mantenidos, las calles son tranquilas y seguras. Keith se queja de que
sus turnos consisten en llevar a los borrachos turistas de regreso a sus
hoteles y en escuchar a la misma gente tratando de librarse de las
multas por exceso de velocidad, pero eso no es tan malo. Pude haber
querido escapar, pero también, muchas personas están desesperadas
por dejar sus vidas en la gran ciudad para escarparse hacia aquí. Tal
vez soy la afortunada. Tal vez haya una forma de que aún pueda hacer
una gran vida para Brenna y para mí, aquí.
Me doy cuenta que la posada es un sueño imposible, pero me ha
dado algo en lo que pensar además de pagar las cuentas, trabajar, y
preocuparme por si soy, o no, una buena madre. Es casi terapéutico,
trabajar en ello por la noche, cuando estoy muerta de cansancio por un
turno ocupado y sentada sola en mi sala de estar.
Solo silencio viene de la habitación de Brenna ahora, por lo que
guardo el cuaderno en el cajón de la mesa lateral. Respirando profundo,
hago lo que he estado muriendo por hacer todo el día: aprieto el botón
de encendido en el control remoto con el estómago revuelto mientras me
desplazo a través de los canales para encontrar las noticias, temerosa
de lo que podría oír.
Que Brett Madden dio un giro para peor.
65
Que no sobrevivió.
Finalmente, encuentro el canal de noticias de Filadelfia. Es un
resumen deportivo genérico. El aburrido zumbido de dos comentaristas
que discuten sobre la llamada de un árbitro llena mi salita de estar. Me
recuerda a los fines de semanas en casa cuando era más joven. Siempre
había un canal de deportes en el fondo cuando mi papá estaba allí.
Alguien dice “Brett Madden” en la televisión y todo lo demás se
desvanece. Están mostrando un partido de hockey, el último juego de
los Flyers, y la cámara sigue a un hombre usando una camiseta
naranja y negra con el número “18” y el nombre MADDEN impreso en
letras blancas a través del negro, mientras serpentea a través de los
jugadores como un bailarín, con unos movimientos elegantes pero a la
velocidad de un rayo. Una, dos, tres veces, hunde el disco en la red, y la
multitud se vuelve loca.
A pesar de que mi padre es un aficionado y mi hermano es un
jugador talentoso, no sé nada sobre hockey. Tampoco me gusta mucho,
y sin embargo, incluso alguien tan ignorante como yo puede ver que
Brett Madden tiene un verdadero talento.
Porque no es suficiente con nacer en la riqueza extrema y en una
familia famosa.
Muestran varios segundos del equipo chocando en una maraña
de cuerpos sudorosos al final, la alegría que sienten es palpable. La
cámara apunta a dos hombres abrazándose en el borde de la pista.
Sería imposible identificarlos si no fuera por sus camisetas, las cuales
dicen MADDEN y GRABNER.
Se me aprieta el estómago. Este fue su último partido antes del
accidente.
Veinticuatro horas después, uno de ellos estaría muerto.
La cámara regresa con los locutores para discutir el accidente,
resaltando los principales detalles como si todos ya no los hubiera oído
cien veces. Sigo esperando y deseando más información sobre cómo
está Brett Madden, pero no tienen nada más que darnos y se ven más
concentrados en sus contratos y como esta devastadora perdida puede
llegar a significarle a los Flyers la perdida de la oportunidad en la Copa
Stanley.
Luego, la pantalla cambia a una entrevista grabada de Brett. Miro
fijamente al hombre de hombros anchos llenando la pantalla, vestido
como un esmoquin negro y con una sonrisa deslumbrante, su ondulado
cabello castaño arenoso peinado hacia atrás y ondulado en las puntas.
Responde con elocuencia preguntas sobre su trabajo de caridad con los
niños mientras los flashes se activan. Tiene una voz suave y profunda,
de esas que sientes en tu pecho.
No tengo idea de cómo se ve un típico jugador de hockey, pero 66
ahora mismo se parece mucho a una estrella de cine, enfrentando a la
cámara con la comodidad de alguien que ha pasado tiempo frente a ella.
Y supongo que lo ha hecho, siendo el hijo de Meryl Price.
Este hombre… lo miro fijamente y pienso que no puede ser el
mismo hombre encorvado en el asiento del pasajero de ese estropeado
auto, inconsciente y sangrando por la frente abundantemente.
Él no puede ser el mismo hombre al que le rogué, imploré y grité
para que por favor saliera de ese auto.
Él no puede ser el mismo hombre con el que caí en la zanja
pantanosa.
No puede ser el hombre al que salvé.
Es absolutamente perfecto.
Una vez más, asumo que tiene que ver con la infinita cantidad de
dinero a su disposición al crecer y el cierto cuidado social que viene con
estar en el centro de atención, pero no hay un cabello fuera de lugar, un
diente torcido o amarrillo; o faltante, como es aparentemente el caso de
muchos jugadores de hockey, según Jack. Y sus ojos son de un azul
marino deslumbrante con manchas verdes que rodean sus pupilas. Son
muy parecidos a los ojos de su madre, los cuales han ganado a millones
en la pantalla.
Es difícil imaginarlo como descendiente de Meryl Price. Donde ella
es delgada, casi hasta el punto de la fragilidad, él se eleva sobre el
reportero sosteniendo el micrófono en su boca, su chaqueta afilándose
en su delgada cintura en comparación a su pecho ancho, las mangas
tirantes alrededor de sus brazos así como tienden a entallarse los trajes
alrededor de chicos construidos. Donde la nariz de Meryl Price puede
ser descripta como casi agresiva, la de él es fuerte y se inclina apenas
hacia la derecha, probablemente rota en algún punto. Supongo que ese
podría ser considerado su defecto, pero solamente lo hace parecer más
masculino.
Él debe parecerse a su padre. ¿Quién es su padre? ¿Otra estrella
de cine? Hubo un tiempo, hace mucho, en la que realmente sabía sobre
las ultimas celebridades. Los jóvenes, los atractivos, de cualquier forma.
Sin embargo, nunca relacionado con los deportes. Gracias al cuchicheo
en Diamonds hoy, escuché que Brett fue elegido en la primera ronda del
draft en la secundaria, sin pasar ni siquiera un día jugando para los
suplentes. Yo habría tenido dieciséis años. Ya en mi camino hacia los
problemas.
El segmento sobre Brett Madden termina con los comentaristas
deportivos ofreciendo sus condolencias a la familia de Seth Grabner, y
luego las noticias cortan hacia una transmisión oficial sobre el conflicto
en Siria.
Y empiezo a recorrer los canales, en busca de cada último trozo
de información sobre Brett Madden que pueda encontrar.
67
Traducido por AnnyR’
Corregido por Melina.

—¡Sigues en pijama! ¡Vístete! ¡Apúrate! —Llevo a Brenna hacia su


dormitorio en mi camino hacia la puerta principal, haciendo un barrido
visual de todas las cosas ya fuera de lugar en nuestra pequeña casa,
maldiciendo en silencio a mis padres por llegar quince minutos antes—.
¿Keith? —Frunzo el ceño, mirando por encima del enorme ramo de
flores blancas que llena la entrada: lirios y rosas y media docena de
otras flores que ni siquiera puedo identificar, al chico rubio que mira
desde atrás. Necesita dos manos para sostener el jarrón.
—Tengo que bajar esto. En serio, me están dando urticaria —se
queja, forzándome a retroceder mientras entra y se dirige a la mesa de
la cocina.
Meneo la cabeza a la patrulla estacionada en el frente. Es la 68
segunda vez desde el viernes que tengo un coche de policía estacionado
en mi casa. —No puedes seguir apareciendo aquí en esa cosa. La gente
habla. —Gente como Gibby, el destartalado chico de veintisiete años, de
pie junto a la basura de Rawley, sus ojos pegados a mí mientras toma
largas caladas de su cigarrillo.
—Sí, bueno, cuando tomé mi juramento de servir y proteger, no
recuerdo haber aceptado ser un repartidor de flores. —Keith estornuda.
—Eres alérgico a los lirios, ¿verdad?
—¿Eso son esas cosas? —refunfuña, cubriéndose las manos con
el uniforme, solo para estornudar de nuevo—. Estupendo. Mi coche está
lleno de ellos.
Sacudo el sobre blanco que está encima y froto mi pulgar sobre el
sello de la floristería de Filadelfia con curiosidad. —¿Quién las mandó?
—¿Quién crees? —Agarra un pañuelo de papel y se suena la
nariz—. La familia de Madden nos ha estado acosando desde ayer para
saber tu nombre, y puesto que te niegas a dárselo, un camión apareció
en la estación esta mañana con órdenes de entregarlos a la mujer que le
salvó la vida.
—¡Les dijiste que soy una mujer!
Keith se encoge de hombros. —No dijiste que no podíamos hacer
eso.
Mientras los nervios me revuelven el estómago, lo atravieso con
una mirada antes de cambiar mi enfoque de nuevo a la tarjeta.
—¿Bien? ¡Ábrela! —insiste, volviéndose para agarrar a Brenna en
un abrazo cuando se lanza contra él—. Oye, mequetrefe.
Rápidamente, ella lo despide a cambio de las flores, llegando a
tocar los pétalos más cercanos. —¿De quién son?
—Las enviaron unas personas a las que tu mamá ayudó. Genial,
¿eh?
Me desconecto de su charla mientras tiro del sobre para abrirlo.
Una tarjeta estándar permanece adentro en la que simplemente se lee:
Eternamente agradecidos,
Familia Madden.
Vale, eso es… corto y dulce. Pero un gesto bonito. Probablemente
fue arreglado por su publicista. Pero es la intención lo que cuenta. Y se
tomaron la molestia de enviármelas. Y no hay una forma apropiada de
expresarse a través de una tarjeta de cinco por siete centímetros. Estoy
segura de que siguen todos en el hospital, abrumados e incapaces de
concentrarse en nada excepto en Brett.
—¿Puedo ver? ¿Puedo? —La manito de Brenna agarra la tarjeta.
La levanto fuera de su alcance. —Brenna, ¿puedes ir a ordenar tu
habitación antes de que la abuela llegue? 69
—Pero, yo ya…
—Mete todo bajo la cama. Ve.
Ella refunfuña mientras retrocede por donde acaba de llegar.
—¿Has sabido más? ¿Cómo está? —le pregunto.
Otro estornudo. Pobre Keith. —Todavía en condición estable, la
última vez que escuché. Su madre estaba filmando en Australia, por lo
que acaba de llegar anoche en un jet privado. También trajeron mucha
seguridad. Los periodistas están en todo el hospital, pero no les dan
ninguna información.
Asiento hacia el arreglo. —Esto fue un gesto agradable.
—Deberías dejarme decirles quién eres. Quiero decir… —Mira a
mi casa, luego a mi mano—. Le salvaste la vida al tipo. Podría por lo
menos comprarte un auto nuevo.
Le doy una mirada plana, ganando su sonrisa tímida.
—Sí. Tu madre pudo haber pasado por allí y pedirme que hable
contigo. —Se encoge de hombros—. Pero no se equivoca. Si alguien me
sacara de un coche en llamas, querría la oportunidad de por lo menos
agradecerle. Mi conciencia necesitaría ese cierre.
Me encojo de hombros. —Tal vez no todo el mundo es como tú. —
Es un argumento débil, me doy cuenta, ya que estoy de acuerdo con él.
Si los papeles se invirtieran, no ser capaz de agradecer a la persona
probablemente me volvería loca.
—Dicen que él es un tipo bastante decente.
—No me preocupa que no sea un tipo decente.
Keith me mira a través de unos ojos grises y sabios. —¿Qué
pueden decir que ya no se haya dicho?
Dejo caer mi voz a un susurro. —Hace siete años, sí. ¿De verdad
quieres que Brenna oiga que su madre trató de seducir a su maestro?
¿O que su padre está en la cárcel por traficar con drogas? —Tenía razón
al pensar que la gente recordaría haberme visto con Matt y sumar dos y
dos para deducir que: “Cath va a tener el bebé de esa escoria”. Seguí el
consejo de Lou y no confirmé el rumor; la probabilidad de que Matt se
enterara de ello era casi inexistente. Después de todo, él era de Nueva
York y estaba en la cárcel. DJ, también en la cárcel, era su único lazo
con Balsam, y la familia de éste se mudó lejos del área poco después del
arresto de su hijo.
Pero ahora, con toda esta atención mediática…
Keith suspira. —Considérala tu segunda oportunidad. Una forma
de redimirte, si sientes que lo necesitas. —Con una mirada por encima
del hombro hacia la habitación de Brenna, baja la voz y agrega—: Ella
lo va a escuchar todo un día. Deja que esto se convierta en parte de la
historia. Deja que oscurezca el resto. 70
Keith siempre logra hacerme ver las cosas bajo una luz diferente.
¿Cómo he tenido tanta suerte de tenerlo como mi mejor amigo? Fue al
azar, de verdad. Dos semanas después de comprar mi Grand Prix, se
rompió en el estacionamiento de la tienda de comestibles. Tenía ocho
meses de embarazo y luchaba contra las lágrimas, sin saber cómo iba a
pagar lo que estuviera roto. Keith estaba allí, recogiendo bocadillos para
una fiesta de un amigo. Apenas lo reconocí, había pasado tanto tiempo
desde nuestra extraña sesión de besuqueo, y nunca corríamos en los
mismos círculos. Él estaba con el fútbol y el voluntariado en su iglesia.
Yo estaba con chicos, el arte y el mal general.
Resultó que era la batería. Él impulsó mi coche para que pudiera
llegar a casa y se ofreció a traerme una extra que tenía en su garaje.
Una nueva costaría cien dólares, podría haber sido un millón para mí
en ese entonces, así que estuve de acuerdo, suponiendo que él iría al
día siguiente. Apareció en mi entrada con la batería una hora después,
junto con soda, patatas fritas, y un pastel de chocolate doble para la
chica embarazada.
Ha sido mi mejor amigo desde entonces, un amigo aún mejor para
mí que Misty, si soy honesta.
Suspiro. —Mira, probablemente te dejaré decirle mi nombre a la
familia. Eventualmente. Y no porque espero algo de él. —Dudo, leyendo
la tarjeta una vez más antes de ponerla en la mesa—. Todavía no estoy
lista. Pero si vuelven a llamar, transmítele mi agradecimiento por las
flores.
Entonces, un ruido suena en la puerta y Brenna sale rápido de su
habitación, gritando—: ¡Yo abro! —antes de que pueda dar un paso.
Mi padre entra primero, con los brazos rodeando una caja grande.
—¿Qué haces aquí? —Rápidamente coloca la caja en el suelo y le tiende
una mano. Si hay un tipo con el que mi papá desearía que me casara,
estoy segura de que es Keith.
—Manteniendo las calles seguras, una entrega de flores a la vez
—responde Keith secamente—. Ahora tengo que volver a la estación.
Nos vemos, mequetrefe. —Frota la cabeza de Brenna en su camino,
asintiendo hacia mi madre—. Hola, señora Wright.
—Ahora, Keith. Te he hablado de llamarme Hildy. —Ella sonríe y
guiña un ojo antes de que la monstruosidad floral de mi mesa le robe la
atención—. ¿De quién son estas? —Recoge la carta de la mesa, la lee y
olfatea con ligera insatisfacción—. Bueno, supongo que es un comienzo.
Pongo los ojos en blanco y asiento hacia la caja en medio del piso,
frunciendo el ceño. —¿Qué es eso?
—Una cafetera que no matará a tus invitados. —Mi papá gesticula
hacia la puerta—. Venga. Vamos a la carretera.

***
71

—Así que decidiste aceptar mi oferta. —Gord tiene una sonrisa de


satisfacción mientras se acerca, deslizando sus manos alrededor de la
parte interna de sus pantalones para meter su camisa abotonada, los
botones cruzando por su vientre. El centelleo de satisfacción en sus ojos
me hace temer, me hace pensar que está seguro de que estoy aquí por
algo más que un coche.
De repente, temo que Gord podría querer otro beso, así que doy
un paso cerca de mi padre hasta que nuestros hombros se chocan. Oyó
todo acerca de la horrible cita, y prometió jugar como intermediario. Ni
siquiera quería venir a Mayberry, pero tengo quinientos dólares en mi
bolso que me dio Lou, y aunque tenía la intención de devolvérselos, la
realidad dice que los necesitaré si quiero comprar algo que no me deje
varada en un camino oscuro por la noche. En ese caso, en realidad solo
hay un concesionario de autos en el que pueda gastarlos.
Papá da un paso adelante para tomar la mano de Gord, y me
salva de mi malestar. —Soy Ted, el padre de Catherine. Lou dijo que
podrías darnos un buen acuerdo. —Ese es mi papá, directo al grano.
—Sí, señor. Tengo en mente el vehículo para su hija encantadora.
¿Y puedo decir lo hermosa que es? —Sus manos están levantadas y
agitándose de nuevo. Gord cambia al modo de vendedor de automóviles.
O tal vez el modo de “impresionar al futuro suegro”. No estoy segura. De
cualquier manera, hace que se me erice la piel.
Gord frunce el ceño ante mi muñeca. —Ahora, ¿qué es eso? ¿Pasó
cuando tu coche se metió en la zanja?
—Uh… —No pensé en comprobar con Lou exactamente lo que le
dijo, pero obviamente mintió por mí.
—Pobrecita. La tía Lou dijo que tuviste problemas y que debía ser
más amable. Como si ya no fuera a serlo. —Muestra una gran sonrisa
con los dientes, y me presiono más cerca de mi padre.
Mantengo a mi papá entre nosotros todo el tiempo mientras Gord
nos lleva hacia un Ford Escape 2010 azul marino con una etiqueta de
precio de ocho mil garabateada en el parabrisas en color naranja.
—Sé que dijiste “coche”, pero no puedo evitar sentir que una
dama especial como Cathy, y esa preciosa niña suya, debería estar en
un vehículo más seguro.
—Estoy completamente de acuerdo. —Mi papá está alcanzando la
manija de la puerta.
Ya los he descartado a los dos. —Esto está muy lejos de mi
presupuesto…
—¿Cuántos kilómetros por galón se consiguen con esto? —le
pregunta papá, cortándome, escaneando el interior. 72
—No es tan malo como podría pensarse. Solo tuvo un dueño, poco
kilometraje y principalmente conducción en autopista, sin accidentes.
—Gord ha dedicado toda su atención a mi padre, asumiendo que está
tomando la decisión por su “hija encantadora”—. Está en muy buena
forma. Incluso pensé en llevarlo a casa cuando llegó al lote la semana
pasada y lo escuché. Ronronea como un gatito. —Una carcajada falsa
sale de su boca mientras acaricia la cubierta—. Un poderoso motor V6,
como un gatito.
—Y este precio, ¿asumo que es antes de esta gran oferta que nos
estás ofreciendo? —La ceja izquierda de papá se arquea. Un movimiento
característico suyo que dice que Gord necesita hacer algo mejor que
ocho mil dólares si quiere tener una esperanza de hacer una venta hoy.
Gord ignora sus palabras. —Hablaremos de los números después.
¿Qué tal si agarro las llaves y damos una vuelta?
Antes de que pueda decir: “No, gracias”, mi papá accede y Gord
está caminando hacia la oficina.
—¡Papá! —siseo—. Tengo dos mil setecientos dólares y ningún
banco me va a dar un préstamo. Estamos perdiendo nuestro tiempo, y
el suyo.
—Escucha. —Él palmea el aire en un movimiento calmante—. Tu
madre y yo hablamos de eso anoche. He acabado de pagar el préstamo
del coche y… —Un severo ceño fruncido arruga las profundas ranuras
de su frente. Apenas tenía unas leves arrugas antes de que me fuera de
casa—. Mira, Catherine. Sé que hemos tenido más que nuestra parte
justa de diferencias, y a veces me pregunto si manejamos todo mal. De
hecho, la mayoría de las veces sé que lo hicimos. Tu madre solo… —
Presiona los labios—. Queremos ayudarte. A ti y a Brenna. Guarda tus
ahorros y déjanos hacer esto, al menos.
—Pero esto es demasiado. —Miro el precio, luego el SUV, luego a
él; un nudo se forma en mi garganta. Incluso con nosotros tres fuera de
la casa, sé que mis padres siempre han flotado en el extremo inferior de
la clase media. Teníamos ropa decente pero siempre la comprábamos en
rebajas. Íbamos al T.G.I local a cenar, pero solo en ocasiones especiales
y en las noches de entradas de dos por uno. Entre mis aparatos, el
hockey de Jack, y la matrícula de Emma, mis padres probablemente
están todavía agobiados por las deudas. No hay manera de que puedan
permitirse esto.
—Lo manejaremos…
—Pero yo…
Me interrumpe con un gruñido: —Puedes pagarnos en el camino.
—Es un rechazo brusco, aunque sé que no lo dice en serio—. No puedes
mantener a tu familia sin un coche decente. Fin de la historia.
Ojeo el SUV otra vez. No tiene ni una mancha de óxido. Cuatro
puertas, lo que hace que meter y sacar a Brenna sea mucho más fácil.
Pero el factor decisivo es un vehículo más seguro para mi hija. Sobre 73
todo ahora, después de ver como ese deportivo se arrugó al toparse con
un árbol.
Asiento, porque no puedo expresar el “está bien".
La puerta cruje cuando sale Gord, con las llaves colgando en sus
dedos.
—¿Seguro que no quieres darle otra oportunidad? Parece que le
gustas —reflexiona—. Quizás estaba nervioso.
Veo a Gord acercarse a nosotros con esa actitud extraña y tosca.
—Sí, estoy segura de que no quiero volver a tener una cita con él.
—Podría significar un mejor trato hoy si cree que podría conseguir
una cita mañana.
Me vuelvo para echar una mirada a mi padre, solo para ver su
sonrisa burlona. —Por favor, no me trueques como ganado cuando
negociemos el precio —susurro.
—Intentaré no hacerlo. —Se ríe, pasando un brazo alrededor de
mis hombros. Se siente desconocido.
Y tan reconfortante.
Traducido por Julie
Corregido por Melina.

—¡Cuántas veces tengo que decírtelo, vete a casa!


—¡Estoy bien, de verdad! —Froto una mancha de salsa de tomate
en la mesa treinta y dos con mi mano izquierda. Es un acto simple, pero
hoy se siente engorroso. Mi muñeca derecha cicatriza lentamente, lo
suficiente como para poder agarrar el volante para conducir el “nuevo
para mí” Escape—. No necesito escribir órdenes, lo sabes. Y a Carl no le
importa limpiar mis mesas y ayudarme a llevar la comida. Ya le dije que
íbamos a compartir mis propinas. —Nuestro ayudante de mesas y
lavaplatos, Carl, se graduó de la escuela secundaria el año pasado,
apenas, y no tiene absolutamente ninguna dirección en su vida, además
de su único objetivo de no trabajar en la gasolinera de sus padres.
Lou me mira con las manos apoyadas en sus caderas, y ya sé que 74
esa idea no está siendo bien recibida. —Ese muchacho recibirá su
sueldo como se espera y...
—¡No me importa, Lou! Simplemente… No puedo quedarme en
casa. —Me detengo a mirarla, implorándole con mis ojos—. Me volveré
literalmente loca. —Es extraño que cuando estás constantemente en
movimiento, todo lo que quieres es un día para no hacer nada. Para
recostarte en el sofá con tus pantalones de chándal, ver la televisión y
comer patatas fritas. Pero he tenido seis días así y no puedo soportar
una hora más de televisión y estar sola con mis pensamientos. Voy a
empezar a romper los platos, solo para darme algo para limpiar.
—Para que conste, creo que es una idea muy mala —resopla, y sé
que he ganado—. Ven. Tengo algo para ti. —Recoge su delantal para
sacar un sobre.
Tan pronto como cae a mi alcance, sé lo que es. Abro la boca para
objetar, pero ella me interrumpe. —Cuando algunos de los asiduos
escucharon que tuviste un “accidente” —enfatiza esa excusa con una
mirada de ojos abiertos—, y no podías trabajar, empezaron un pequeño
“fondo para Catherine”. ¡No es caridad! —agrega rápidamente, mientras
siento que mis mejillas se ruborizan—. Todos han pasado por eso, y
solo querían asegurarse de mantenerte a flote hasta que te recuperes.
Siento ojos en mí y me vuelvo para encontrar a Steve y Doug, dos
camioneros que se reúnen aquí todos los viernes por la tarde durante
sus largos recorridos desde algún lugar del Medio Oeste, observando.
Habría sabido que eran dos de los asiduos que colaboraron, incluso si
Steve no acabara de lanzarme un guiño y un asentimiento antes de
volver a su café.
—No es caridad —repite Lou—. Es bondad, y uno nunca rechaza
eso.
Finalmente la meto en el bolsillo de mi delantal con un “Gracias”,
avergonzada. Por lo menos el restaurante no está demasiado ocupado
en este momento, así que no tengo una audiencia.
Ella mira a su alrededor, luego baja la voz. —¿Has oído algo más
de la familia?
Niego con la cabeza, recogiendo una pila de menús y metiéndolos
debajo del brazo. —No hay nada en las flores. —Los Madden aún no
han hablado con los medios de comunicación, dejando a los reporteros
babeando e inventando todo tipo de especulaciones. Artículos que me
han tenido en un estado constante de casi apoplejía a causa de la
conmoción: todo desde las afirmaciones de que Brett está paralizado y
nunca volverá a caminar, que se encuentra postrado en un coma
inducido, que tiene un pie en la otra vida.
Estoy segura que los problemas críticos también están cubiertos
en este momento, al igual que los rebeldes sirios, las devastadoras
inundaciones en Argentina, y una crisis de hambre en el mundo, pero
he estado viendo el espectáculo de Brett Madden. Todo Brett, todo el
tiempo. 75
Y he aprendido un montón.
Tiene veintiséis años. Cumplirá veintisiete el dos de septiembre.
Su padre no es estrella de cine ni jugador de la NHL ni famoso por nada
más que por ser el marido de Meryl Price. Richard Madden fue un
tramoyista que ganó la atención de la actriz mientras ésta filmaba en
Toronto. Después de un intenso romance, se casaron, y ella quedó
embarazada al poco tiempo. Era importante para los dos que sus hijos
mantuvieran los pies en la tierra, por lo que Richard Madden dejó la
industria del cine y se convirtió en un padre hogareño para Brett y su
hermana menor, Michelle, mientras que la estrella de Meryl continuaba
subiendo.
Es el padre de Brett, un gran admirador del hockey, el que le
puso patines a su hijo de tres años de edad y descubrió su talento
asombroso. California no era el lugar ideal para nutrir esas habilidades
crecientes, por lo que compraron una casa en la ciudad natal de
Richard, cerca de Toronto, donde pudieron construir una pista de hielo
en su patio trasero durante los meses fríos del invierno y vivir en una
paz relativa.
Brett es medio-canadiense. Diablos, básicamente es canadiense;
se crió allí. Por supuesto que tienen casas por todo los Estados,
también, y la familia se ha trasladado de nuevo a tiempo completo
desde entonces.
Los medios de comunicación aman a Brett, casi tanto como a su
madre. Todos los presentadores se ocupan de mencionar lo encantador
y sensato que es, y las innumerables entrevistas posteriores al partido
que concede a los periodistas —momentos después de salir del hielo,
todavía sin aliento y empapado de sudor— no muestran nada más que
un chico humilde que contrarresta cualquier elogio que recibe con
palabras amables sobre las habilidades de sus compañeros de equipo.
Es generoso, también. ¿El video del evento de caridad en el que
habló? Es para un fondo que ha encabezado, ayudando a los niños con
familias separadas y disfuncionales para que aprendan a jugar al
hockey. La caridad incluso suministra los patines y el equipo.
Y no parece estar demasiado interesado en el dinero, ya sea por
sus valores o porque simplemente tiene tanto que ya no es motivador.
Al parecer se le ofreció un lucrativo contrato de modelaje a los dieciséis
años, no me sorprende, pero lo rechazó. También le ofrecieron un papel
en una película con su madre, sin ninguna experiencia de actuación.
También lo rechazó.
Fue reclutado en la NHL y ha estado batiendo récords desde
entonces. Hace tres años, firmó un contrato de ocho años y, setenta y
un millones de dólares con los Flyers. Y ahora, la gente se pregunta si
Brett Madden volverá a ponerse patines.
Algunos expertos en hockey ya lo han descartado, suponiendo
que las lesiones ambiguas en su pierna son graves y nunca volverá a 76
recuperarse completamente.
Tal vez por eso todavía no ha hablado su familia.
Lou me quita los menús. —Supongo que eso tiene sentido. Deben
preocuparse por él. Lo último que quieren hacer es hablar con esos
sabuesos.
Como si alguna fuerza del destino estuviera escuchando y sintiera
la necesidad de responder a nuestras preguntas sin respuesta, el canal
de noticias muestra una transmisión en vivo desde el hospital en
Filadelfia. Siento que toda la sangre se drena de mi cara cuando Brett
Madden es empujado en una silla de ruedas por un hombre al que
ahora reconozco como su padre.
—Oh, Dios mío. —¿Está paralizado?
¿Y si caerse de la colina lo paralizó? ¿O cómo lo jalé de forma
imprudente mientras trataba de sacarlo del auto? ¿Y si lo causé yo?
Con una mueca y la ayuda de su padre, Brett se levanta de la
silla y todo mi cuerpo se hunde con alivio. Las muletas aparecen de la
nada.
Innumerables destellos llenan la pantalla mientras una horda de
periodistas espera para capturar su declaración. Meryl Price está justo
detrás de él y a un lado, muy ubicada al ángulo de la cámara. Lleva una
blusa negra y pantalones vaqueros sencillos, su despampanante pelo
rubio fue recogido en una elegante cola de caballo y usa notablemente
menos maquillaje que para la alfombra roja. Parece que no ha dormido
en días; las bolsas debajo de sus ojos fueron mal disimuladas. Sin
embargo, de alguna manera, exuda glamur.
La hermana menor de Brett, Michelle, que a los dieciséis meses ya
tenía varios papeles pequeños en películas y se dice que tiene una
prometedora carrera de actuación por delante, se encuentra de pie
junto a su madre, pareciendo igualmente cansada.
Una semana después del accidente y el rostro de Brett Madden
continúa golpeado, ambos ojos moteados de tonos azules. Su pelo
castaño arenoso le cuelga sobre la frente, apenas disfrazando las
vendas debajo. Sin embargo, todavía se ve más tranquilo que cualquier
hombre sentado en Diamonds en este momento, incluso con el vello
facial desaliñado. De alguna manera, pasé por alto el yeso en su pierna
izquierda, asomando por una abertura de sus pantalones deportivos.
Esa es la pierna que estaba atrapada.
Por la forma en que se acerca al micrófono, con su rostro
retorcido de dolor, me doy cuenta que levantarse de esa silla le hace
daño.
Y, sin embargo, incluso en su forma actual, apoyado contra las
muletas, luce alto, regio y fuerte, con los hombros tan anchos que
empequeñece el podio frente a él.
Sí, definitivamente debe haber recuperado la conciencia en esos 77
últimos segundos antes de salir del coche conmigo. No hay otra manera
de que pudiera sacarlo.
En algún lugar en el fondo, la campana de la cocina suena para
anunciar un plato de comida. Lo ignoro, mirando abiertamente a la
televisión, con el estómago revuelto de mariposas mientras espero con
ansias para escuchar lo que dice Brett Madden. Ahora, normalmente,
Lou estaría gritando, ya que nunca deja que la comida se quede en
reposo bajo las lámparas de calor, pero está de pie justo a mi lado, con
su atención cautivada.
—Buenas tardes —dice Brett, y los flashes de la cámara explotan
en la habitación de nuevo—. Voy a dar una breve declaración y luego
responderé a algunas preguntas para ustedes. Después de eso, les pido
que nos den a mi familia y a mí el espacio para recuperarnos y lidiar
con una tremenda pérdida en mi vida. —Suena sombrío pero tranquilo
y compuesto, con su voz profunda inquebrantable. No parece un tipo
que casi murió hace una semana. Cuyo amigo y compañero de equipo sí
murió.
Traga con fuerza, el movimiento en su garganta prominente. La
única señal de que está afectado.
—No debería estar aquí. Me considero muy afortunado de hacerlo,
después del trágico accidente automovilístico de la semana pasada que
se cobró la vida de mi buen amigo Seth Grabner. Mis pensamientos y
plegarias se dirigen a sus familiares y amigos, y a los aficionados de los
Flyers de Filadelfia y de la Liga Nacional de Hockey, que han perdido a
un jugador y a un hombre increíble. Me gustaría dar las gracias a los
médicos y enfermeras de St. Mark por brindarme un cuidado excelente.
—Hace una pausa, respira hondo y no sé si es debido al malestar físico
o por lo que tiene que decir. No es hasta que parpadea para despejar un
leve brillo sobre sus ojos varias veces, que me doy cuenta que todo es
dolor emocional. Mi corazón se apretuja—. Estaré con mis compañeros
de equipo en espíritu durante el resto de los play-offs. Han trabajado
duro y merecen celebrar esa Copa. —Acepta una botella de agua de
parte de su padre, y noto el mínimo temblor en su mano. Asintiendo
hacia alguien más allá de la cámara de televisión, dice—: Ahora voy a
responder algunas preguntas.
Esfuerzo mis oídos para escuchar la primera. —¿Esperas estar en
el hielo al comienzo de la próxima temporada?
Una vez más, veo que su garganta se mueve cuando traga saliva
con fuerza. No me puedo imaginar parada delante de estas personas y
contestando sus preguntas. —Seguimos siendo optimistas de que voy a
tener una recuperación completa. Próxima pregunta.
No es exactamente una respuesta en cuanto a la próxima
temporada.
Otra persona invisible grita una pregunta: —¿Puedes hablarnos
de tus heridas?
—Me duelen —responde sin rodeos, después ofrece una sonrisa 78
encantadora mientras una risa ligera se oye desde la audiencia—. Como
pueden haber notado, tengo algunos huesos rotos y cortes, pero de
algún modo me salvé de una lesión grave. Y peor. —Sacude la cabeza
para sí mismo—. En realidad, todo es bastante milagroso. Me hicieron
sentarme en esa silla de allá por cuestiones del seguro mientras estoy
en la propiedad del hospital, pero no planeo pasar más tiempo en una
de lo necesario. Aun así, los médicos han insistido en que pasaré la
próxima semana o dos en reposo. No voy a discutir con ellos. —Señala a
alguien.
—¿Fue el alcohol un factor en el accidente?
—No. —La palabra vuela de la boca de Brett Madden con rapidez,
firmeza y con más que un toque de ira.
—Los Flyers están jugando su primer partido de la final de la
Conference contra los Maple Leafs de Toronto esta noche. ¿Estarás en el
estadio Wells Fargo para ayudar a reforzar su confianza?
—Estaré en los partidos tan pronto como mi médico lo permita.
Pero no me necesitan para ganar. Hay todo un equipo de jugadores muy
talentosos que tendrán éxito.
—¿En algún momento, dentro del auto, pensaste que ibas a morir?
—No estuve consciente, así que no. —Se detiene abruptamente,
presiona los labios.
Ese mismo reportero pregunta: —Los informes dicen que el coche
ya estaba ardiendo cuando llegaron los vehículos de emergencia. ¿Cómo
saliste del auto? ¿Tuvo algo que ver con la persona no identificada en el
lugar del accidente? ¿Él te sacó?
Los músculos del grueso cuello de Brett se tensan y él asiente con
la cabeza, como si esperara esa pregunta.
Mi estómago se contrae. Hablan de mí. Todavía piensan que es un
hombre. Bien. Que sigan pensando eso.
Pero, ¿qué va a decir Brett?
¿Qué quiero que diga?
Una parte de mí —una grande— preferiría que él simplemente
alegue ignorancia o una mentira absoluta. Tal vez utilice el muy útil
“sin comentarios”.
Abrazo los menús a mi pecho con mi brazo bueno, esperando con
todos los demás para oír hablar de esta “persona misteriosa”.
Meryl Price capta la atención de su hijo con una elegante mano en
su brazo. Él cubre el micrófono y se inclina hacia abajo para permitirle
susurrar algo. Ella le dispara una severa mirada de advertencia.
Oh, ya quisiera ser una mosca en ese podio.
Sacando la mano del micrófono, parece como si él luchara con su
decisión. La cámara se acerca de repente, como si el operador hubiera 79
adivinado que diga lo que diga Brett Madden será mucho más
impactante cuando los espectadores pueden sentir el peso de esos
intensos ojos azules enmarcados por una franja de pestañas gruesas y
oscuras. —Sí, ella me sacó. —Esa voz suave, ese discurso practicado, se
quiebra de emoción—. Fue una mujer la que me sacó del coche antes de
que me quemara hasta la muerte, y me encantaría agradecerle en
persona, así que si está viendo esto… permite que el Departamento del
Sheriff de Balsam me envíe tu información de contacto. Por favor.
Ese tono de súplica es como un hechizo, agarrándome. Me hallo
murmurando “De acuerdo” antes de darme cuenta, luego cierro la boca
y miro alrededor para asegurarme de que nadie me oyó.
Los gritos llenan el cuarto mientras que los periodistas luchan
para que se oiga su pregunta. Las cámaras encandilan y cliquean. Pero
Brett ofrece un rápido: —Eso es todo, gracias. —Y se sienta en la silla
de ruedas. Con su padre llevándolo y su madre y hermana a su lado, él
sale a través de una puerta lateral.
Y no puedo evitar sentir el cambio en el aire que me rodea.
El canal de noticias pasa a un reportaje en vivo de una reportera
rubia. —Brett Madden se dirige a los medios por primera vez desde el
trágico accidente automovilístico de la semana pasada que se cobró la
vida del ala derecha de los Flyers de Filadelfia, Seth Grabner. Hasta
ahora la policía ocultó los detalles sobre el accidente, pero Madden
acaba de admitir que lo sacó del destrozo una mujer no identificada. La
pregunta sigue siendo: ¿quién es esta buena samaritana, y finalmente,
se revelará? Bueno, Raven News puede ser capaz de responder a la
súplica de Brett Madden, ya que nuestros reporteros en el terreno han
descubierto información sobre el sedán negro visto en la escena del
accidente. —La pantalla muestra a mi coche quemado—. Estén atentos
para más información de parte de la periodista investigadora Camaria
Wilkins en breve.
Lou se inclina para susurrar: —Tu placa de matrícula. Apuesto a
que alguien de la compañía de remolque lo filtró.
No quiero que ella tenga razón, pero Lou siempre la tiene. Se
destaca por ello. La tensión recorre mi cuerpo mientras acepto que la
arena en el reloj del anonimato está cerca de acabarse. Estoy a punto
de ser expuesta como la “mujer”, y si la reacción en esa sala de prensa
era una indicación, es imposible que los medios de comunicación no
vayan a aferrarse a esta historia a lo grande.
La mano de Lou se posa sobre mi hombro. —Creo que es el
momento de irte.
No discuto con ella. Simplemente voy a la parte trasera a agarrar
mi bolso, esperando que pueda llegar a la escuela para buscar a Brenna
antes de que surjan las noticias.

80
Traducido por Anna Karol
Corregido por Melina.

—Las zanahorias en realidad no me dan visión nocturna. Eso es


solo algo que los padres dicen a sus hijos para que coman sus verduras.
—Brenna frunce la nariz a su plato.
—Tienes razón.
Sus cejas se elevan un momento antes de que la excitación baile
en sus ojos. —Entonces... ¿No tengo que comerlas?
—Oh, todavía tienes qué. O voy a hacerte verme comer esto. —
Sostengo la galleta Oreo, las favoritas de Brenna y la última en la casa.
Me frunce el ceño, pero mete una zanahoria en su boca, porque
tiene miedo de que no esté bromeando. Sacó su gusto a lo dulce de mí,
después de todo. 81
Me siento frente a ella.
—Olvidaste tu plato.
—No me siento bien. —Mi estómago ha estado en nudos desde
que dejé Diamonds.
—¿Por tu muñeca?
Suspiro. —Sí. Por mi muñeca. —¿Cuánto tiempo pasaría antes de
encontrarme explicando cosas que no había planeado decirle por años?
¿Cómo será para ella en la escuela? ¿Qué van a decir los niños de su
madre?
Por extraño que parezca, parece haber aceptado que somos solo
nosotras. Que un papá no encaja en ninguna parte de esta ecuación. No
significa que no haya preguntado quién es, dónde está, está muerto, por
qué no vive con nosotros. He bailado exitosamente alrededor de las
respuestas, diciéndole que a veces los papás no están presentes y que
está bien, porque eso significa que puedo amarla al doble.
Mi teléfono comienza a sonar y aparece el nombre de Lou. Son las
cinco de la tarde. Unas tres horas después de la declaración en vivo de
Brett Madden. Una parte de mí no quiere contestar el teléfono, pero mi
intuición me dice que debería.
La voz agitada de Lou llena mi oído: —¡Ese sobrino llorón mío! ¡Lo
siento mucho, Cath! ¡No puedo creer que hiciera esto!
No sé si alguna vez oí a Lou tan molesta. —¿Qué hizo? —Una
sensación de hundimiento me dice que tiene que ver algo conmigo.
Lloriquea. —Enciende el Canal Siete.
Oh, Dios. Ya sé que esto va a ser malo.
Advertí a mis padres que no respondieran a ninguna pregunta
sobre cualquier cosa relacionada conmigo o el accidente que podría
estar llegando pronto. Debería llamar a Jack y a Emma para decirles lo
mismo: todavía no tienen ni idea de que estuve involucrada. Al menos
Emma es lo suficientemente inteligente como para no decir nada sin
antes consultarme. Espero que Jack sea lo bastante sensato, pero de
cualquier manera, como están en medio de su último examen, tendré
que esperar.
Enciendo la televisión a tiempo para ver la cara rechoncha de
Gord, el pelo melenudo llenando la pantalla, una imagen destacada de
la señalización de Mayberry en el fondo. Una periodista está a su lado.
—...Oh, ella está muy bien, la mujer con la que estoy saliendo. La
noche del viernes pasado estábamos cenando en Belmont, ni a cinco
minutos de mi tienda, Vehículos Nuevos y Usados de Mayberry. —Él
enuncia cada palabra del nombre lentamente y en voz alta, volviéndose
hacia la cámara mientras promueve su tienda.
La sangre corre a mis oídos. Puedo oír a Lou decir algo a través
del receptor, pero la ignoro, sintonizada en el televisor. 82
—…Subió a su 2000 Grand Prix en torno a las nueve y media, de
camino a casa, donde estaba su dulce hija. ¡He estado tratando de
conseguirle algo mejor, pero le encanta ese auto! En fin, tomaba su
camino habitual a casa por Old Cannery Road… —Mis dientes rechinan
mientras la comadreja sale y se presenta como alguien que sabe todo lo
que hay que saber sobre mí. Gord Mayberry ha alcanzado un nuevo
mínimo en las filas de los vendedores de vehículos crasos—... Y se
encontró con el coche del señor Grabner. Pobrecita, se torció la muñeca
tratando de sacar a Brett Madden a un lugar seguro. Debiste verla, toda
hinchada, magullada y envuelta en vendajes. Es una madre soltera y
camarera en el restaurante de mi tía, Diamonds, en la Ruta Treinta y
tres, así que puedes imaginar lo devastador que puede ser algo tan
simple como una muñeca torcida.
—¡Mamá! ¿De quién hablan…?
Corto a Brenna con un agudo shhh y subo el volumen para
escuchar a Gord sacando mis trapitos al sol.
El reportero cambia su micrófono para preguntar: —Stats publicó
que Madden pesa cien kilos. Ella debe ser una mujer fuerte para sacar
de un automóvil a un hombre inconsciente de ese tamaño.
Gord saca una de sus tremendas risas falsas. —¡No! ¡Es cierto!
Cathy es pequeña. Es un maldito milagro. ¡Oh! —Su mano vuela a su
boca—. Siento maldecir al aire. En fin, yo lo llamo intervención divina.
Pero es mi chica ayudando a otros. Te diré que ha recorrido un largo
camino desde los años de su adolescencia salvaje.
—¿Años de adolescencia salvaje? —repite la periodista, y juro que
su cara se ilumina como una niña descubriendo un tesoro de dulces.
—Oh, sí. Ese asunto con su profesor de la escuela secundaria, el
tipo Philips. Las familias son conservadoras por estas partes, por lo que
fue un shock grande para todos. Por supuesto, ella se retractó de su
declaración, así que quién sabe qué sucedió realmente, pero algunos
dicen que sí sucedió algo.
—Brenna, ve a tu habitación ahora —logro decir de alguna forma.
Voy a vomitar mi almuerzo, y han pasado horas desde que comí.
Oigo su gemido de “¿por qué?” En algún lugar en el fondo, pero
estoy demasiado centrada en la televisión para responder.
Aquí vamos de nuevo.
Pero esta vez será mucho peor. Esto serán noticias nacionales.
—De todos modos, vino el domingo con su padre, buen hombre, y
yo le oferté un Ford Escape lindo de aquí mismo, en Vehículos Nuevos y
Usados de Mayberry. Espero que la próxima vez se lo piense dos veces
antes de acercarse demasiado a un vehículo en llamas, ¿verdad? —De
nuevo esa risa falsa, esta vez adornada con un resoplido.
—Bueno, muchas gracias por tomarse el tiempo de hablar con
nosotros, señor.
83
—Sí, que no se les olvide. Soy Gord Mayberry, Vehículos Nuevos y
Usados de Mayberry. Y no hay problema. No sé por qué mi Cathy no le
contó a la gente lo que pasó. Merece ser reconocida. ¡Es la única razón
por la que Madden está vivo!
La cámara corta al periodista, aunque Gord se pasea por el fondo.
—La intervención divina en la forma de una joven madre soltera y
camarera de Balsam, Pensilvania, es aparentemente lo que salvó la vida
de Brett Madden. Volveremos con más información sobre esta historia,
lo escuchaste en Raven News primero.
Un anuncio de pizza sale cuando el suspiro de Lou llena mi oído.
—¿Sabes que el idiota me llamó todo orgulloso de sí mismo, buscando
la alabanza por conseguir publicidad gratuita para nuestros negocios
familiares? Juro que ese chico tiene el mismo tornillo suelto en la
cabeza que su papá. No sé qué le pasa.
Hay por lo menos una docena de cosas que podría nombrar que
están mal con él, pero tengo cosas más grandes en que pensar.
Gord me entregó a los medios en un plato de plata. —¿Por qué
harían eso? ¿Qué tipo de información es esa al aire?
—Es Raven News. ¿Estás realmente sorprendida?
—No, supongo que no. —Sobresalen por informar intimidades
sobre eventos sin pruebas reales y confirmadas—. Pero…
Nudillos golpean mi puerta principal.
—¡Yo abro! —grita Brenna, saltando de su dormitorio.
—¡No! —No quiero gritarle, pero estoy demasiado asustada para
mantener mi nivel de voz. Ni siquiera oí los pasos, una advertencia
reveladora de que alguien está aquí—. Ven aquí y termina tu cena. —A
Lou, le digo—: Dame un segundo. Probablemente sea Keith. —Dejo el
teléfono en la mesa y me dirijo a la puerta.
No es Keith.
Es la misma reportera que estaba en la televisión con Gord, y
ahora se encuentra de pie en mi entrada, un micrófono en la mano, una
cámara monstruosa inclinada directamente sobre mí detrás de ella, el
rayo de luz brillante capturando lo que estoy seguro es una fantasmal
cara pálida. —¡Catherine Wright! Hemos recibido informes de que eres
la mujer que sacó a Brett Madden de un vehículo en llamas. ¿Es esto
cierto?
Me mete el micrófono justo frente a mi cara, esperando.
Estoy congelada, atrapada en esa lente como un ciervo bajo los
faros por dos... Tres... Cuatro segundos, antes de saltar y dar un paso
atrás para golpear la puerta en su rostro, poniendo el cerrojo con mi
mano temblorosa.
Soy idiota. Debería haber comprobado el porche por las persianas
antes de abrir la puerta. Pero nunca he tenido que hacerlo. Nadie más 84
que Keith se aparece por aquí.
—Mamá, ¿qué está pasando? —Brenna me mira con ojos amplios
y temerosos. No está acostumbrada a verme así. Siempre me esfuerzo
por mantener una cabeza tranquila y fresca alrededor de ella.
—Nada. Siéntate. —Me deslizo hacia la ventana de la sala y
muevo las persianas para abrir una grieta y espiar. La camioneta de
noticias se encuentra aparcada junto al contenedor de basura en el
estacionamiento del salón de billar, y un fotógrafo toma fotos de mi
casita destartalada.
Siento que Brenna viene a mi lado y la retiro justo antes de que
sus diminutos dedos vayan por las persianas. —No. ¡Quédate atrás!
—¿Por qué?
—Porque yo lo digo. —Me encojo al momento en que las palabras
salen de mi boca, porque siempre odiaba esa respuesta proveniente de
mi propia madre. Me prometí a mí misma que nunca la usaría, y lo he
hecho hasta ahora.
La voz alta de Lou llega de mi teléfono, llamando mi nombre. Me
olvidé de ella.
—Reporteros. En mi puerta. La misma que entrevistó a Gord. —
Obviamente estuve viendo una repetición si la mujer tuvo tiempo para
llegar desde Belmont.
—Oh, Señor. —Puedo imaginar a Lou frotando la línea de ceño
entre sus ojos—. Son como perros tras la sangre.
—¿Cómo me encontraron tan rápido?
—Han mandado a alguien a seguirte. —Lo dice con tanta
sinceridad.
—¿No es ilegal?
—Como si les importara. Quieren esta historia.
Suspiro. —¿Qué debo hacer? Todavía están ahí afuera.
—Están invadiendo tu privacidad. Llama a Keith.
Otro suspiro. —No me gusta aprovecharme de mi amistad con él,
pero no tengo mucha elección. —Doy un vistazo a las persianas de
nuevo—. Bueno. Supongo que te veré mañana.
—¿Estás loca? No vendrás.
—Pero es sábado. —Triplico lo que haría en cualquier otro día.
—Ese sobre que te di debería cubrirte. Y planeo hacer que mi no-
buen sobrino dé un poco de dinero para ayudar a cubrir lo que te
faltará a causa de su bocota. Marca mis palabras.
No tiene sentido discutir con Lou, y además, no tengo la energía.
Una semana de mal sueño, pesadillas y preocupación constante por fin
me ha afectado, dibujando círculos oscuros bajo mis ojos y volviendo 85
pesado mi cuerpo cansado.
—Mantenme actualizada sobre lo que está pasando, ¿sí?
—Sí. —Cuelgo con Lou y veo la cantidad de llamadas perdidas de
mi madre y Misty. De ninguna manera puedo tratar con Misty ahora.
Los presentadores de noticias vuelven a llenar la pantalla del
televisor. —La policía todavía no está divulgando el nombre de la mujer
que sacó a Brett Madden de un automóvil en llamas la semana pasada,
pero fuentes locales han nombrado a Catherine Wright de veinticuatro
años como la conductora del Grand Prix 2000.
—¡Mamá!
—Esta no es la primera vez que Catherine Wright está en los
titulares. Atrás, en dos mil diez, ella afirmó tener una aventura amorosa
con… —Aprieto el botón de encendido en el mando a distancia con
tanta fuerza que el cuerpo de plástico hace un crujido mientras el
televisor se apaga.
—¿Por qué hablan de ti? ¿Qué iban a decir? —Los grandes ojos de
Brenna miran hacia mí—. ¿Qué es una... aventura amorosa? —Prueba
las palabras en su lengua por primera vez.
No estoy lista para esto. Cuánto más fácil sería si esto hubiera
ocurrido hace cuatro años, cuando aún soplaba frambuesas y lanzaba
avena en la pared, feliz e inconsciente. —Solo... Ve y termina tu cena.
Por favor, Brenna. —Tiro el control remoto al sofá, luchando contra las
lágrimas de miedo.

***

—Maldición, no puedo ver esto. —Keith acaba de encender la


televisión hace un minuto, pero la apaga ahora, la puntuación de cinco
a uno para Toronto es dolorosa de ver. Cualquier persona que esperaba
que los Flyers se reunieran en memoria de sus dos jugadores estarán
muy decepcionados.
Mira a través de las persianas. —Podemos mantener un coche en
Rawley por la noche, siempre y cuando no se les llame en caso de
emergencia.
—¿Se han ido los reporteros?
—No, pero ahora están en la calle.
—¿Cuántos?
Él vacila. —Más de uno.
Suspiro.
—No podemos hacer mucho al respecto a menos que perturben la
paz. —Keith no es fanático de los reporteros, tampoco, pero eso tiene 86
más que ver con que lo molesten por las pistas de la historia que
cualquier interés pasado que hayan tenido en mí.
—¿Qué hay de mis derechos? —murmuro, paseando hasta el
armario de mi cocina.
Keith me ofrece una sonrisa de disculpa. —Sabes que no se van a
detener hasta que consigan su historia. En cuanto salgas de la casa,
estarán contigo, con cámaras.
Suspiro, buscando la botella de chardonnay del armario encima
de la nevera, un regalo de Navidad de Emma. Son siete dólares en la
tienda de comestibles, no exactamente de gama alta. Sin embargo, el
vino es un lujo en estos días, así que he estado aferrándome a ella para
una ocasión especial.
Y el SunnyD no va a poder con ello esta noche.
—¿Quieres un poco? —Se lo muestro, ganándome una mueca—.
No está frío, pero puedo ponerle algo de hielo.
Lanza su teléfono y llaves en la mesa de la cocina. —Mi noche ya
está terminada, así que sí, puedo quedarme un rato. Siempre y cuando
no se lo digas a los chicos.
Miro sus pantalones y camisa abotonada. Estoy acostumbrada a
ver a Keith en uniforme, así que tal vez sea eso, pero se ve diferente esta
noche. Más arreglado que de costumbre. —¿Qué hacías cuando te
llamé?
Evita mi pregunta con: —Ah, nada. Solo iba a encontrarme con
alguien, pero puedo hacerlo en cualquier momento.
Estoy tirando cubos de hielo en dos vasos cuando finalmente
hace clic. La colonia, la cadena alrededor de su cuello… —Tienes una
cita esta noche, ¿no?
—Como dije, no es gran cosa. —Se dirige a la habitación de
Brenna para meterla y darle las buenas noches. Afortunadamente, tan
pronto como Keith apareció, se olvidó rápidamente de todo lo demás.
Estupendo. Ahora me siento mal. Keith tuvo que cancelar su cita
por mi culpa. Rara vez va a citas. Los chicos de la estación lo molestan
constantemente por eso. Lo sé porque escucho algo de eso cuando van
a Diamonds.
Mi teléfono suena con un texto en mi mesa, y mis hombros se
tensan instintivamente. Raven News se enteró de mi número de casa y
comenzó a llamarme cada cinco minutos hasta que desenchufé el viejo
teléfono rotatorio. Puedo tener que apagar este si han dado con él.
Sin embargo, no es Raven News. Es Jack.
Enciendo mi teléfono después de mi último examen para
descubrir que mi hermana salvó la vida de mi ídolo. Joder, ¿¿esto
es en serio??
Suspiro. Parece que las noticias han llegado a Minnesota, y tal vez
a todo el resto del país. Supongo que eso significa que Emma ya debe 87
haber oído hablar del asunto. Ella no termina sus exámenes hasta la
próxima semana. Afortunadamente, se necesitaría una bomba nuclear
para interrumpir su horario de estudio.
Respondo: Lo siento. No quería distraerte. Te llamaré mañana,
lo prometo.
De todos en mi familia, Jack es el único que nunca he evitado.
Pero este no es el tipo de texto sobre el que escribes, y todavía no estoy
preparada para responder a un millón de preguntas. Misty ya ha
ocupado mi teléfono con un montón de mensajes. Le hice la misma
promesa, aunque tendré que estirar ese “mañana” por el mayor tiempo
posible.
Las risitas de Brenna llegan desde su habitación, así que Keith
está distrayéndola adecuadamente. Hago lo que le prometí que no iba a
hacer. Agarrando el control remoto, enciendo el televisor, bajando el
volumen hasta el punto en que tengo que estar justo delante de él para
escuchar al reportero. —...Nuestras fuentes han confirmado que el
Grand Prix retirado de la escena del accidente está registrado a nombre
de Catherine Wright del condado de Balsam. Sabemos que conducía su
coche en Old Cannery Road en el momento aproximado del accidente, y
que la mujer que llamó al 911 se identificó como Catherine. Todavía
tenemos que hablar con la madre soltera y camarera de veinticuatro
años, que se ha negado a varios de nuestros intentos por conseguir su
versión de la historia.
—Y no hablarán conmigo —me quejo entre dientes, frunciendo el
ceño.
—Catherine Wright apareció en los titulares locales hace siete
años cuando era estudiante de tercer año en la Escuela Secundaria
Pública de Balsam, cuando afirmó estar involucrada románticamente
con su profesor de arte, Scott Philips. El padre de Philips era el director
de la escuela en ese entonces. Ella se retractó de su declaración luego
del arresto de Philips, y todos los cargos en su contra fueron retirados,
a pesar de los registros detallando varias interacciones inapropiadas
entre Wright y Philips
¿Cómo diablos ya tenían los registros de arrestos?
—Philips, quien fue acusado del delito menor de abuso de un
menor...
El puño de Keith golpea contra el botón de encendido en la
televisión. —¿Qué estás haciendo?
Tiro el mando a distancia al sofá, esa profunda quemadura de
vergüenza se instala en el fondo de mi estómago. Una sensación que no
he sentido en algunos años. —Eso no tardó mucho.
Agarrándome por los hombros, Keith me gira y guía a mi mesa de
cocina apenas iluminada. Las facturas de electricidad en esta casa son
más altas de lo que deberían ser, por eso compré esas bombillas que
ahorran energía en un intento de contrarrestar los costos. El único 88
cambio notable hasta ahora ha sido una iluminación más pobre.
Empujo su vaso de vino hacia él, estremeciéndome ante el frío del
hielo. —¿Cómo se atreve Gordy Mayberry ir a la televisión y decir eso?
Las piernas de la silla se arrastran por el linóleo desgastado en
tanto Keith se sienta. —No hay una ley en contra. Tal vez si hubiera
hecho una declaración falsa habría más cosas que podríamos hacer.
—Aludir que estamos saliendo es una declaración falsa. —No
puedo evitar la mueca en mi cara.
Combina con la rápida expresión que hace Keith. —Sí… No voy a
mentir, oír eso me revolvió el estómago. ¿No le has dado a ningún tipo
la hora del día durante años, y luego saliste con él?
Le doy una mirada agria y me acerco a la silla frente a él. —Fue
una cita a ciegas. No sé por qué acepté que Lou nos juntara. Supongo
que pensé que podría conocer a alguien.
Un silencio incómodo cuelga en mi casita por un largo momento
mientras tomo un sorbo de mi vino, sintiendo la pesada mirada de Keith
sobre mí. Hablamos mucho, pero nuestra vida sentimental siempre ha
sido un tema tácito. Ninguno de nosotros ha tenido que dibujar la línea
para asegurarse de que no surja. Es como si ambos lo hubiéramos
evitado intencionalmente.
Por diferentes razones, sin embargo, creo.
Mientras él nunca ha salido y lo ha dicho, he visto las miradas, he
notado la forma en que siempre está disponible para mí, cómo responde
mis llamadas y textos de inmediato, sin falta. Incluso cuando está en
medio de algo relacionado con la policía y realmente no puede hablar.
Tampoco soy la única que lo ha notado. Misty está convencida de
que tiene un anillo de diamantes escondido en un cajón de la ropa
interior, del tamaño para mi dedo. De vez en cuando, cuando estoy
especialmente sola, considero lo que sería si fuéramos algo más. Pero la
idea siempre termina cuando me recuerdo que no me siento así por él.
Me estaría conformando, y eso no es justo para Keith.
—¿Qué diablos hay con éstas? —Keith sostiene la copa de cristal
en su mano.
—¿Qué? Las encontré en una venta de garaje. ¡Son lindas! —Y
solo cincuenta centavos cada una.
—Están hechas para niños.
—No hacen copas de vino para niños.
—Entonces, ¿por qué son tan pequeñas? Vamos, ¡es como un
vaso! —Para probar su punto, lleva el borde a sus labios y lo termina de
un trago, contorsionando su rostro en una mueca por la que no puedo
dejar de reír. Ese es Keith, siempre capaz de hacerme reír, incluso en
situaciones de mierda.
89
***

—Lo siento... La próxima vez me aseguraré de tener cerveza. —


Mis ojos vagan por la ventana y el malestar vuelve. Más allá de esas
cortinas, hay gente esperándome.
Esa realidad pone un amortiguador en el alivio momentáneo.
—Te diré qué, voy a pasar con mi coche durante mi siguiente
turno y sacudiré el árbol de Mayberry un poco. Darle un buen susto por
aprovecharse de la situación.
—Probablemente tratará de venderte un automóvil mientras lo
haces —advierto.
—Me encantaría verlo intentarlo. —Asiente con la cabeza hacia la
calle—. ¿Y? Costumbres de reporteros de mierda o no, eso no va a
desaparecer. Supongo que habrá diez más por ahí por la mañana.
Suspiro. —Lo sé.
—No puedes evitarlo, Cath. ¿Qué vas a hacer? —Keith es famoso
por ser mi voz de la razón.
—¿Que debería hacer?
—Solo dales lo que quieren.
—¿Y eso sería…?
—La historia. Diles lo que pasó, di tu parte, y termina con eso.
—No soy Gord Mayberry. No quiero estar en la televisión.
—Como te dije esa noche, tendrás tus quince minutos de fama, te
guste o no, así que adelántate mientras puedas. Le contarán al mundo
sobre Catherine Wright. —Se inclina hacia adelante en su asiento, una
expresión suave despojando su típica cara indiferente—. Asegúrate de
contar la versión correcta.
Sacudo mi cabeza, el miedo de mi pasado levantando su fea
cabeza. Pensé que esa parte de mi vida había terminado.
—Estabas en la escuela secundaria. Los chicos de secundaria
hacen cosas estúpidas todo el tiempo. Diablos, acabo de arrestar a una
niña de quince años la semana pasada por meter patatas en el tubo de
escape de su vecino.
—Ni siquiera está cerca de ser igual.
—Sé que todavía crees ser una especie de paria social, pero
honestamente, eres la única que no ha seguido adelante. Todo el
mundo lo ha hecho.
—Esto les va a recordar. —Suspiro—. No quiero volver a eso. No
sabes lo que era no poder ir a ningún lado sin sentir que la gente habla
de ti, te mira, te juzga... Sabiendo que eras el tema de conversación en
las mesas y en las fiestas. Y eso fue cuando tenía diecisiete años y el
90
periódico no tenía permitido publicar mi nombre. Ahora, habrá millones
de personas hablando de Catherine Wright.
—Así que te acostaste con tu profesor cuando eras adolescente.
También salvaste la vida de un tipo. ¿Qué parte crees que la gente va a
estar más interesada en oír?
Fuimos amigos durante dos años antes de que Keith se atreviera
a preguntarme qué pasó entre Scott y yo, si lo había inventado. Cuando
le dije que no, él me creyó al instante. —Sal adelante y muestra quién
eres ahora. Una madre responsable, cariñosa, desinteresada y una
mujer increíble. —Su voz se quiebra en esas dos últimas palabras.
Dejo caer mi mirada hacia donde las puntas de mis dedos agarran
las ranuras en el cristal, la emoción en sus palabras me pincha un poco
demasiado para mi gusto. —No lo sé…
Keith vacila. —Brett Madden llamó a la estación.
—Bueno. Por supuesto. —En todo esto, ni siquiera había pensado
en que él vería la transmisión, pero está claro que vería las noticias,
también—. ¿Qué dijo?
—Quería saber si realmente eras tú, o si Gord era solo un imbécil
que buscaba tiempo de aire.
—¿Y? ¿Qué le dijiste? —No puedo ocultar la ansiedad de mi voz.
—Está desesperado por hablar contigo. Para agradecerte. Así que
deja de ser tan cobarde. Después de lo que hiciste por el hombre, es un
poco patético.
—De acuerdo. —Me oigo a mí misma balbucear, tomándonos a los
dos por sorpresa.
Keith levanta las cejas. —¿De acuerdo?
Un alboroto se agita en mi estómago. —Sí. Digo, ahora todo está
expuesto... Puedo hablar con él, ¿verdad? Podrías darle mi número y...
No lo sé… ¿Decirle que me llame? —¿Cómo será hablar con él? Incluso
después de lo que pasó, no puedo dejar de admitir que estoy un poco
asustada.
Keith juega con el vaso vacío sobre la mesa. —Sí, está bien. Puedo
hacer eso.
Mi mirada se desplaza hacia mi sofá desgastado y el viejo teléfono
rotatorio en la mesa al lado, desenchufado. —Mi número de celular.
Él se ríe entre dientes. —Lo supuse.
—Está bien. —Voy a hablar con Brett Madden. Tal vez incluso lo
conozca. Una segunda y más fuerte ola de aleteos me golpea al pensar
en el hombre de pie en ese podio hoy en la televisión.
Keith lanza una mirada en mi dirección, y me doy cuenta de que
he empezado a morder mi uña, un hábito nervioso. 91
—¿Qué crees que diga?
—Uh... ¿Gracias por sacarme de un coche en llamas? ¿Gracias
por salvar mi vida? ¿Te debo una? Algo como eso, creo. Pero es una
conjetura salvaje. —Su teléfono suena y él lo alcanza inmediatamente,
solo para fruncir el entrecejo a su pantalla—. Mierda —murmura entre
dientes.
—¿Algo va mal? —Por favor, no me digas que Keith tiene que irse.
Me siento más segura teniéndolo aquí.
—Nada. Solo... Le dije a mi cita que tenía que trabajar hasta tarde
y supongo que descubrió que no es cierto.
Estoy a punto de preguntarle por qué le mintió, pero decidí no
hacerlo. La gente de aquí asume que tenemos algo, y si escuchó esos
rumores, entonces asumiría que la razón por la que él no le dijo la
verdad es por mí. —¿Y quién es ella?
Su boca se retuerce en una sonrisa, haciéndole parecer aún más
infantil. —Su nombre es Cora. Es una paramédico. Acaba de empezar
hace unos meses.
—¿No es de aquí entonces? —Trato de recordar si fuimos a la
escuela con una persona con ese nombre.
—Nah. Creció al sur de Pittsburgh.
—¿Primera cita?
La expresión de Keith es neutral, ilegible. Es un maestro en eso.
—Tercera. ¿O cuarta? No lo recuerdo.
Esa es su manera de decir que no va en serio con ella, o quiere
que yo piense eso, de todas formas. Una parte de mí, la parte egoísta, se
siente aliviada porque significa que no voy a perder toda su atención
por el momento. Pero a la vez quiero que sea feliz. Simplemente no va a
ser conmigo. —Me alegro de que hayas conocido a alguien.
Su teléfono suena de nuevo, y comienza a escribir un mensaje
mientras murmura distraídamente: —No estoy seguro de que eso vaya a
alguna parte por el momento.
—Deberías llamarla y explicar la situación. No solo un mensaje —
presiono, añadiendo una suave sonrisa.
—¿Eh? —Un profundo ceño frunce la frente de Keith, una mirada
de confusión llena sus ojos—. Claro. Sí, hablaré con Cora más tarde.
¿Supongo que no está enviándole el mensaje de texto a Cora?
Se levanta de su asiento y se dirige a la ventana para mirar por
las persianas. —Así que, está bien. Cath, no te enfades.
La precaución se desliza por mi espina cuando lo veo alcanzar el
cerrojo. —Siempre que dices eso, normalmente tengo una buena razón
para enojarme contigo.
Él abre la puerta. Voces apagadas suenan más allá. —Cuidado
con eso —le advierte a alguien—. Lo último que necesitas es romperte la
92
otra pierna.
La tranquila risa de un hombre suena y siento que la sangre se
escurre de mi cara. Salto a ponerme de pie, tan rápido que la silla se
derriba, dos escalones se agrietan cuando la parte posterior golpea el
linóleo.
Pero ahora no podría importarme menos mi silla rota, porque
Brett Madden está de repente en mi puerta.
Traducido por Ma.Sol & AnnyR’
Corregido por Melina.

Solo he conocido a una persona famosa antes, y “famosa” es un


gran termino. Ni siquiera puedo recordar su nombre. Ella interpretaba a
la niña precoz en los comerciales de la sopa Campbell cuando yo era
una niña. Había al menos tres anuncios diferentes, y solía verlos en la
televisión diez veces al día. Se sentía así, de todos modos. Esta chica y
su familia vacacionaron en una casa de verano de un área de Balsam
un julio y nuestros caminos se cruzaron. Ella era una mocosa, vulgar y
simple, con su nariz tan alta en el aire que me sorprendió que no se
tropezara con la acera. Al instante que sus ojos te tocaban, era obvio lo
que pensaba: que ella era mejor que tú.
Esa fue la primera y única incursión en conocer a una celebridad.
Y ahora Brett Madden está de pie en la puerta principal de mi pequeña 93
destartalada casa de alquiler, y yo llevo puestos un par de pantalones
grises demasiado grandes y una camiseta de algodón con Grumpy Cat
en la delantera, y mi cabello está arrastrado en un desordenado moño
en la cima de mi cabeza; y voy a matar al Oficial Keith Singer por
sorprenderme así.
Brett luce casi igual cómo lo hizo en la conferencia de prensa de
más temprano, salvo que se cambió su camisa negra por una azul claro
y se puso un poco de gel en su pelo. Su cara está igual de desaliñada.
Eso es una cosa de los play-off de hockey, por lo que estoy aprendiendo.
Hace un trabajo sólido al esconder la mandíbula cincelada que sé que
está debajo, pero no oculta sus ojos, que son penetrantes, mucho más
de lo que parecían a través de la pantalla de la televisión.
Tal vez es porque ahora están completamente sobre mí.
De la forma más disimulada posible, aliso y meto los mechones de
cabello sueltos que cuelgan alrededor de mi cara detrás de la oreja.
Cuando era Keith, no me importaba realmente cómo me veía. Ahora,
estoy jugando con la idea de excusarme y correr dentro del baño.
Brett suspira. —Él no te dijo que iba a venir.
Antes de que pueda responder, Keith asoma la cabeza. —Estaba a
punto de hacerlo. —Lleva ahora su voz de policía, la que usa cuando
está trabajando o hablando de asuntos relacionados con su trabajo. Le
lanzo una mirada que dice que es un idiota mentiroso, pero no lo altera.
Keith puede ser un hombre inexpresivo, incluso cuando sabe que está
equivocado—. Estaré aquí en el porche, vigilando a los buitres. Si me
necesitan, griten. —Cierra la puerta detrás de él.
Y yo estoy sola con la superestrella y el galán de los medios, Brett
Madden.
Quiero hacer tantas preguntas. Principalmente, ¿qué hace aquí?
¿Por qué dejó su reposo —sus doctores le dijeron que descansara por
las próximas semanas— solo unas horas después de haber salido del
hospital?
Y, sin embargo, no consigo formar ni una simple palabra.
Todo lo que hago es mirar fijamente a este hombre imponente de
pie en mi sala de estar, hasta que comienza a mover sus muletas.
—Vi las noticias, así que dejé Filadelfia y me dirigí hacia aquí.
Sabía que ese desastre de allí afuera iba a suceder, y rápido, una vez
que tuvieran tu nombre. Lo lamento, no debería haber comentado nada
y dejarlo así. —Su voz naturalmente profunda suena diferente, un poco
apagada, vacilante.
Aun así, de algún modo vibra dentro de mi pecho. En realidad,
puedo sentir su voz.
—¿Por qué no lo hiciste? —Me las arreglo para dejar salir en un
graznido. Lo recuerdo vacilando durante la conferencia de prensa, su
madre dándole esa mirada desaprobatoria que todas las madres de
alguna manera dominan sin entrenamiento, yo incluida. ¿Le advertía 94
que no lo hiciera?
Suspira y sacude la cabeza. —Honestamente, no lo sé. Supongo
que pensé que, si esa era la única manera de que pudiera conectarte…
Lo siento. —Unos ojos sinceros me miran. Incluso todo golpeado, él es
fascinantemente guapo.
Siento un rubor arrastrarse bajo la pesada mirada. —No habría
importado de todas maneras. Tenían mi número de matrícula, así que
era cuestión de tiempo. —Otra larga pausa cuelga entre nosotros, hasta
que asiento hacia la puerta principal—. ¿Qué tan malo es allí afuera?
—Depende. ¿Estás lista para hablar con un reportero?
—No. Particularmente no.
—Entonces sugeriría que te quedes adentro. —Sus ojos echan un
vistazo sobre mi casita, detenidamente, y haciéndome desear que Keith
me hubiera dado cinco minutos al menos para poner en orden el lugar.
Qué debe pensar él de mi estrecho espacio y cursis almacenes de
la tienda de segunda mano, con sus casas multimillonarias, coches
rápidos y, estoy segura, todo de diseñador. Soy extremadamente pobre
en comparación.
Respiro profundo y me fuerzo a estar orgullosa de mí misma, a no
compararme con eso, a no estar avergonzada. He trabajado mucho para
llegar aquí, y todo por mi cuenta, acompañada de una niña. Eso es algo
para estar orgullosa.
Él asiente hacia el último jarrón de flores en la mesa auxiliar,
donde Keith las movió por miedo a una reacción alérgica, aunque los
lirios ya desaparecieron. —Mi madre dijo que envió flores.
La semana pasada cuando fui de compras con mi padre, mamá
decidió que el ramo de la familia Madden era “demasiado ostentoso”
para mi mesa, así que ella y Brenna pasaron la tarde arreglando las
flores en jarrones y vasos, y luego colocándolas estratégicamente a lo
largo de las mesas laterales y ventanas. No quedó una superficie plana
en este lugar que no incluyera pétalos de flores. He estado cambiando el
agua a diario, y arrancando las flores maduras una por una, tratando
de preservarla tanto tiempo como sea posible.
—Sí. Por favor, agradécele. Eran hermosas. —Una absurda voz en
mi cabeza se pregunta si alguna vez llegaré a agradecerle por ellas en
persona, pero rápidamente la descarto. Probablemente no, dado quién
es ella.
Después de un momento, su mirada aterriza sobre mí de nuevo, y
la más incómoda tensión se asienta en el aire. O tal vez estuvo allí
desde el momento en que él atravesó la puerta y solo la estoy notando
ahora que la sorpresa inicial se ha desvanecido.
Desplaza su postura y se estremece del dolor. —¿Te molesta que
agarre una silla? 95
Finalmente salgo de mi aturdimiento. Ni siquiera se supone que
esté parado, y aquí estoy, haciéndolo estar de pie en mi puerta. —Oh,
Dios mío. Sí. Por favor. —Me apresuro a acercar una silla para él,
inhalando una ligera brisa de colonia en mi camino o. Una ola de déjà
vu me golpea. Llevaba esa colonia la noche del accidente. Mis sentidos
no la procesaron entonces, pero obviamente la catalogaron para futura
referencia porque estoy atraída al instante, respirando el perfume de él,
recuerdos horribles o no.
Doy un paso atrás para hacer espacio, evaluando silenciosamente
lo alto y ancho que es mientras se acerca cojeando. Dicen que la TV
distorsiona tu cuerpo, aumenta diez kilos. Estoy pensando que lo han
puesto al revés, porque él se siente más grande en este momento.
¿Cómo diablos siquiera lo saqué del auto?
Me está mirando, escudriñando mis brazos delgados y hombros
huesudos, como si estuviera pensando exactamente lo mismo, pero no
lo dice, entrando con cuidado en la silla con gran dificultad, apoyando
sus muletas contra la mesa a su lado.
Muevo el vaso sucio de Keith hacia el fregadero, sintiendo los
cálidos y penetrantes ojos azules de Brett en mí todo el tiempo. No
puedo evitar que el calor se arrastre hasta mi rostro, así que me
zambullo en el fregadero y me ocupo en lavar los platos, esperando que
mis mejillas se enfríen. —No tengo mucho que ofrecer, pero ¿quieres
una bebida?
Gime. —Mataría por una cerveza fría.
—¿Qué te parece vino blanco que te hará encoger? —Necesito
empezar a llenar mi refrigerador con cerveza.
Cuando Brett no responde, miro por encima de mi hombro para
ver su expresión divertida. —No lo estoy vendiendo muy bien, ¿verdad?
—En realidad no.
Mis ojos se deslizan hacia su mano, descansando casualmente
contra la desgastada mesa de madera, su tamaño masivo aún más
pronunciado junto a mi enana copa de vino. —En fin, probablemente
deberías evitar el alcohol en este momento, ¿por los medicamentos?
—Probablemente tienes razón —murmura, con un brillo secreto
en sus ojos que trae otro rubor incontrolable y vergonzoso a mis
mejillas.
Me aparto de él, esta vez para lavarme las manos. —Tenemos
leche… agua… —Mis ojos se desplazan hacia la cafetera que mi papá
me regaló—. Café que no te envenena… té… SunnyD.
—¿Aún lo hacen?
—Sí.
—Creo que tenía como siete años cuando lo probé por última vez.
96
—Se ríe entre dientes.
—Es de mi hija —miento, avergonzada. No puedo imaginar a las
mujeres con las que se asocia con nada más que martinis, vino añejo y
batidos orgánicos.
Después de una pausa: —Vamos con el jugo de la niña.
Me pongo a buscarle un vaso; la simple tarea toma más tiempo a
causa de mi muñeca.
Cuando habla de nuevo, su voz es mucho más suave, más
vacilante. —Me gritabas esa noche ¿no? ¿Cuándo estaba en el coche?
Un largo y tembloroso aliento sale de mis labios. Sí… Hasta que
mi garganta quedó en carne viva. Él sí me escuchó. —No te despertabas.
—Todo lo que recuerdo es conducir a lo largo de ese camino y la
niebla, y Seth hablando sobre las nuevas líneas y como cómo era una
mala idea para el entrenador cambiarlas. Luego de repente una mujer
estaba gritándome desde algún lugar lejano. Y hacía calor.
Asiento distraídamente mientras sirvo su bebida. —Nunca antes
había sentido nada como ese fuego. Cuando el coche entero se incendió,
tenía miedo de que los juncos en la zanja se incineraran tan solo por el
calor.
—¿Cuánto tiempo tardaste en sacarme?
—No lo sé. Todo estaba un poco borroso. Emergencias estuvo allí
en unos cuatro minutos, y logré sacarte antes de que vinieran. —Me di
por vencida. Me volteé y empecé a alejarme. ¿También escuchaste mis
gritos donde te pedía perdón?
Tal vez por eso estoy luchando por encontrar su mirada. Todo el
mundo me alaba por salvarle la vida, pero lo iba a dejar morirse allí.
Le he dado la espalda a este hombre durante demasiado tiempo y
ahora no tengo excusa, a menos que decida lavar mi fregadero cargado
de platos.
Tomando aliento, camino hacia la mesa para poner su vaso frente
a él. Luego me concentro en enderezar mi silla, recogiendo los peldaños
rotos. Debería ser capaz de pegarlos. Otra vez.
—¿Cómo te lastimaste la muñeca?
Algo más para mirar, para distraerme, así no tengo que ver sus
ojos indagadores. Antes me quité el vendaje tensor, para permitir que
mi piel respirara y para que mis dedos pudieran estirarse. Mi muñeca
ha vuelto a su tamaño normal y el color es más verde amarillento, no
tan ominoso. —Cuando caímos a la zanja, supongo. No lo sentí hasta
después. —Tal vez debería poner el vendaje de nuevo. Mis pensamientos
están tan agotados que podría olvidarme y chocarlo contra algo. ¿Dónde
puse esa…?
—Catherine. 97
Inhalo bruscamente ante el sonido de mi nombre en su lengua.
Siempre he odiado mi nombre. Es tan ordinario. Incluso la ortografía es
poco imaginativa. Cuando tenía once años, pasé por una fase en la que
escribí “Kathryn”, porque quería ser diferente. Eso hizo que todos se
pusiera nerviosos y enfadó a mi madre a lo grande. Los maestros me
pedían que escribiera bien mi nombre y me negué, ganándome un viaje
a la oficina del director.
Escuchar a Brett decir mi nombre ordinario y poco imaginativo en
su voz profunda y grave por primera vez me hace escuchar una simple
belleza en él que nunca antes había experimentado.
—¿Sí?
—¿Puedes, por favor, sentarte?
Recobrando mi coraje, me deslizo en la silla frente a él, tomando
un considerable trago de mi vino, con la esperanza de que ayudará a
combatir la tensión.
Y entonces encuentro su mirada.
Tiene lo que yo llamaría ojos “introspectivos”. Se encuentran con
los tuyos, pero no te miran sin más. Miran dentro de ti, hurgando más
profundo, más allá de las capas y formas, para descubrir quién eres en
tu corazón.
O tal vez es solo a mí a quién intenta leer.
Luego de un largo momento, él coincide con mi movimiento
anterior, llevando el borde de su vaso a sus labios llenos, vaciando la
mitad del alegre liquido naranja en unos cuantos tragos grandes.
Puede que nunca vuelva a lavar ese vaso.
—Lamento haber invadido tu casa de esta manera. Es que… —
Incluso debajo de la barba raída, veo la fuerte y angulosa mandíbula
tensa de Brett—. Necesitaba hablar contigo antes de que se apoderaran
de ti.
Los medios, supongo.
—¿Crees que se aburrirán sentados allí?
Sonríe tristemente. —Son demasiado, incluso para mí, y he
crecido con ello. No puedo imaginar cómo es todo esto para ti. Entiendo
por qué querrías evitarlo.
Me encojo de hombros. Su preocupación por mí, y cuán clara es
en su cara golpeada, es entrañable. —Nunca hubo manera de evitarlo
para siempre. Supongo que es algo bueno que finalmente esté expuesto.
Lo he estado temiendo desde hace una semana.
Asiente lentamente. —Entonces, ¿el que habló en las noticias era
tu novio?
—Oh, Dios. ¡No! —Pongo los ojos en blanco—. Y si mañana te
enteras que me arrestaron por matarlo, no te sorprendas. 98
El rostro de Brett se ilumina con su risa; un hermoso y profundo
sonido melódico que irrumpe la gruesa nube de tensión, y comienzo a
reírme con él. Gracias a Dios, Brenna duerme como los muertos, al
menos durante las primeras horas. —¿Quién es entonces?
—El sobrino de mi jefa. Accedí a ir a una cita a ciegas con él esa
noche, y fue la peor cita en la que he estado en mi vida.
Brett busca mis rasgos, el indicio de una sonrisa en sus labios.
Aparte de la rápida evaluación de mi casa, no creo que esos ojos hayan
dejado mi rostro todo este tiempo. Es desconcertante. —Supongo que
no fue tan malo, en su opinión.
—No parece que se haya puesto al tanto.
—Y pensó en aprovechar al máximo la situación promoviendo su
concesionario.
—Me alegro de que fuera tan obvio. —Tomo el resto de mi vino y
considero ir a servirme más, pero no quiero que este hombre piense que
soy una borracha, así que me quedo—. Así que dijiste en las noticias
esta tarde que vas a tener una recuperación completa. Eso es genial.
Por primera vez desde que me senté, él aparta su mirada de mí
para trasladarla sobre los armarios de mi cocina, una expresión extraña
y dura parpadea rápidamente. Toma otro trago largo de SunnyD y su
afilada manzana de Adán se balancea al tragar, antes de bajar el vaso
cuidadosamente.
—Entonces… —Sus ojos van a la deriva desde mi rostro, sobre mi
camiseta—. ¿Te gustan los gatos?
Instintivamente doblo los brazos sobre mi pecho, sintiéndome aún
más consciente de mis decepcionantes copas tamaño A. —Solo los que
lucen enojados.
Se ríe, sacudiendo la cabeza. —¿Cómo demonios me sacaste de
ese coche? Eres tan pequeña. —Alza las manos, con las palmas hacia
afuera—. No me malinterpretes. Estoy seguro de que eres muy fuerte y
todo, pero no puedo ver cómo lo hiciste. Es decir, yo estaba imaginando
a un —su voz se interrumpe, su ceño se frunce profundamente— un
tipo diferente de mujer. Pero eres tan pequeña y yo… bueno, mírame.
Apenas he dejado de mirarte. Dios, me estoy sonrojando de nuevo.
—Debiste haber reaccionado en el último minuto y me ayudaste.
Sacude la cabeza. —Tengo una tibia rota y un tobillo destrozado,
mi hombro estaba dislocado, y tuve una conmoción cerebral grave. No
era capaz de sacarme del asiento.
—Bien, entonces… —Dejo que mis palabras fluyan. Supongo que
eso significa que yo, Catherine Wright, saqué a un hombre del doble de
mi tamaño de un coche en llamas.
—Bien, entonces… —Me imita, atrapándome con sus intensos 99
ojos. Ocultan pensamientos ilegibles que de repente estoy desesperada
por saber.
El hechizo se hace añicos cuando Keith le grita a alguien afuera.
—¡Oye! ¿Quieres ser arrestado por invasión? ¿No? Tienes tres segundos
para… Oh, ¿quieres tomarme fotos? Seguro. Está bien… —Sus gritos se
desvanecen mientras sin duda él carga contra quien lo esté poniendo a
prueba, los pasos del porche crujiendo bajo su peso.
—Sabes que no te dejarán en paz, ¿verdad?
Suspiro. —Hasta que tengan su historia, sí, lo sé.
La punta de su dedo traza distraídamente la veta de madera de
mi mesa. —¿Qué vas a hacer?
Solo pensar en tener una cámara de televisión apuntándome me
pone tensa. —Asumí que Brenna y yo nos quedaríamos aquí por un
tiempo, hasta que resuelva las cosas. —Pero ¿por cuánto tiempo? No
podemos quedarnos aquí para siempre. ¿Cuándo será seguro enviarla a
la escuela? Si me persiguen hasta el umbral de mi puerta, ¿tendrán la
audacia de seguir a mi hija también?
El rostro de Brett se suaviza ante la mención de Brenna, y echa
un vistazo detrás de él, hacia las puertas del dormitorio. —¿Ese es el
nombre de tu hija? ¿Brenna?
Sonrío y asiento.
—¿Está durmiendo?
—Profundamente.
—¿Cuántos años tiene?
—Cinco. Cumple seis en julio.
—Debiste ser muy joven cuando la tuviste.
—Dieciocho.
Su boca se abre, pero luego vacila. —Lo que hiciste por mí, es una
historia bastante asombrosa. La gente querrá oírla. De ti. Ojalá pudiera
hacer que desaparezca todo, pero he estado lidiando con estas personas
lo suficiente para saber que no puedo. Si quieres mi consejo, lo mejor es
terminar con eso.
Gimo. —Eso es lo que dijo Keith.
—Entonces es un tipo listo. Deberías escucharlo.
—Tiene sus momentos. Pero no le digas que dije eso.
La silla de Brett rechina cuando se inclina en contra de ella. —Sin
presiones, pero si quieres, podemos preparar una entrevista exclusiva
con alguien de confianza. Dales tu historia, deja que la gente la oiga, y
pasarán a lo siguiente sin demoras. Honestamente, la espera solo lo
pone peor. Ya están buscando todo lo que pueden sobre ti. —Frunce el
ceño.
100
—Sí, vi las noticias. —No tiene que explicar más—. Fue hace
mucho tiempo. Pensé que estaba enamorada. No creí… —Busco mis
palabras a tientas—. Solo era una adolescente estúpida que…
Alcanza mi mano alrededor de la copa. Mi lengua deja de moverse
bajo ese toque. ¿Él siente lo mismo que yo? ¿Su corazón está latiendo
acelerado? ¿O es solo el mío?
—No me importa nada de eso, y no tienes que explicarte. —Me
suelta y mete la mano en su bolsillo con una leve mueca. Saca y desliza
un pedazo de papel doblado que obviamente preparó antes de venir—.
Aquí está mi número. Piensa en lo de hacer la entrevista y avísame. Y
puedes llamarme en cualquier momento, de día o de noche. Lo que sea
que necesites. Lo que sea, en serio.
Tomo el papel, nuestros dedos deslizándose entre sí, otra vez. Una
corriente extraña me recorre, haciendo consciente de cada centímetro
cuadrado de mi piel. El papel continúa caliente por permanecer en su
bolsillo trasero. Lo aprieto en mi puño, deleitándome con su calor
corporal.
Brett se encoje de hombros. —¿Y quién sabe? Podríamos empezar
una guerra de ofertas. Alguien podría darte un gran cheque por esto.
—¿Qué? —dejo escapar.
Creo que confunde mi conmoción con emoción porque sonríe.
—Dicen que no pagan por nuevas historias, pero son tonterías.
Todos quieren oír de la mujer que me salvó. Bien podrías cobrar por
ello.
No puedo evitar fruncir el ceño. —No quiero cobrar por ello. No te
ayudé por eso. No soy una de esas personas. —¿Eso es lo que cree Brett
que soy? ¿Alguien que busca sacar provecho de la tragedia?, ¿alguien
como mi madre?
O esto es porque recibo ayuda social. ¿Ya han reportado eso? No
es que quiera cupones de comida o recibir cheques para la renta, pero
no tengo muchas opciones, con una niña y mi diploma de secundaria
solamente, el que por fin recibí hace tres años.
Sus ojos se ensanchan con disculpa. —No quise decir eso, lo juro.
La gente hace eso todo el tiempo. Solo supuse… —Sus ojos parpadean
hacia mi sala de estar antes de que regresen a mí, como si acabara de
notar lo que hacía.
Sí, me vendría bien el dinero. Pero no voy a sacar provecho de un
trágico accidente automovilístico para conseguirlo.
—Lo siento. Fue estúpido sugerirlo. No sé lo porque lo hice. Creo
que solo estoy acostumbrado a… —Entre dientes termina con—: esa
clase de personas. —Luego suspira—. De cualquier forma, sigue siendo
una buena idea hacer una entrevista. Mi publicista puede arreglarlo
todo para ti. Y puedo estar ahí contigo, si quieres.
101
¿Sería mejor o peor para mis nervios tener a Brett en un cuarto
conmigo? Con un suspiro tembloroso, asiento. —Lo pensaré, pero esto
de la televisión no es para mí. No me gusta tener el foco sobre mí. No
quiero esa vida.
Sus labios se retuercen. —¿Te refieres a mi vida?
—Solo digo que no es para mí. Necesito las cosas simples para mí
y para Brenna. —Mi instinto me dice que él y Keith tienen razón. Solo
necesito superarlo y seguir adelante, ojalá sin humillarme a mí misma,
o a mi hija, en el proceso.
Hablando de Brenna…
Miro al reloj analógico sobre mi antigua estufa verde aguacate —el
propietario se rehúsa a reemplazar esa reliquia, arreglándola cada vez
que intenta morir— para comprobar cuando tiempo tengo antes de que
ella se despierte. Aún unas pocas horas. Pero si encuentra a Brett aquí,
nunca lograré que regrese a la cama.
Desafortunadamente, Brett lo toma como una señal de que quiero
que se vaya. —Probablemente debería regresar a Filadelfia. —Mi mesa
gime en protesta cuando la usa para apoyarse y ponerse de pie.
—No. No pretendía… —Dejo que mis palabras se pierdan. ¿Qué
voy a hacer? ¿Rogarle que se quede?—. No manejaste solo hasta acá,
¿verdad?
Se ríe entre dientes, dejándose caer lentamente en sus muletas.
—No. Tengo un chofer. Está esperando afuera con el Oficial Singer. —Se
dirige a la puerta.
Me muevo más allá de él, intentando abrírsela.
—Espera.
La simple palabra es pronunciada en un suave susurro y aun así
de alguna manera me hace saltar.
Brett cojea hacia mí, su cara retorciéndose con dolor, hasta que
está a unos pocos centímetros. Se eleva sobre mí, forzándome a echar
mi cabeza hacia atrás. —Lo siento. No sé lo que esperaba cuando vine
aquí, pero no te esperaba a ti y me puse nervioso.
—¿Estabas nervioso? —No puedo evitar la risa débil que escapa
de mis labios.
Sus ojos vagan sobre mi cara. —No todos los días alguien salva tu
vida. Y entonces te vi y… —Un suave suspiro escapa de sus labios—. En
realidad, todavía no he dicho “gracias”.
Me enfoco en su manzana de Adán. ¿Me vio y qué? —No es
necesario.
—Claro que sí. He estado acostado en una cama de hospital la
semana pasada, pensando en lo que diría cuando por fin te conociera, y
aquí estoy ahora y aunque estoy hablando, me siento completamente
sin palabras. —Se acerca para jugar con un mechón rebelde de mi
102
cabello. Casi he olvidado mi apariencia desaliñada—. Y asombrado.
—¿Estás asombrado? —bufo, luego mis mejillas se calientan con
vergüenza y alejo mi mirada al piso, porque acabo de bufar justo en
frente de Brett Madden.
—Habría muerto si no fuera por ti.
—Cualquiera habría hecho lo mismo.
—No. Eso no es verdad. Mucha gente no habría hecho lo mismo.
Mucha gente le habría dado una mirada al carro y no se hubiera
molestado. O habrían visto la primera llama y huido. —Su mano grande
se enrosca gentil y completamente en mi bíceps, su toque calmando y
acelerando mis palpitaciones—. Eres la mitad de mi tamaño, tienes una
hija e hiciste lo imposible, y por eso, ahora estoy parado aquí.
Casi te dejé ahí.
No puedo quitarme la culpa. Alejo mi mirada para estudiar el viejo
piso. Y sus zapatillas Nike azul marino. O más bien, su zapatilla, ya que
su otro pie esta enyesado. —Solo me alegra que haya resultado.
Su mano se posa bajo mi barbilla, presionándola hasta que elevo
mi cabeza.
Con un profundo y tembloroso aliento, me encuentro con los ojos
de Brett, rodeados de moretones oscuros, pero aun así, hermosos. Y
ahora brillantes con humedad.
Una extraña e inesperada burbuja de calor se hincha en mi pecho
ante este lado tan vulnerable de él.
Enganchando su brazo libre alrededor de mis hombros, me atrae
torpemente hacia él, descansando su barbilla sobre mi cabeza.
A pesar de mi aprensión, no puedo evitarlo. Me derrito, mi mejilla
contra su pecho firme, mis brazos deslizándose alrededor de su elegante
cintura, hasta que escucho la inhalación aguda y asumo que lo estoy
lastimando. Intento alejarme, pero su brazo se estrecha, apretándome
contra él. Siento cada contorno suyo. Debe sentir lo mismo de mí.
Ruego silenciosamente que mi cabello no huela como el lote de
pescado maltratado que Leroy quemó en la cocina esta tarde. No tuve la
precaución de ducharme después del trabajo.
Brett no parece tener prisa por soltarme, así que cierro los ojos y
me dejo disfrutar de su calor, perdiéndome en la fantasía de que esto es
más que el abrazo de un hombre agradecido.
Un golpe suena en la puerta, un momento antes de que se abra.
Me alejo de inmediato justo cuando Keith y un tipo gigante y corpulento
entran. Supongo que ese es el chofer, aunque podría pasar como un
guardaespaldas. 103
—Tu madre acaba de llamarme —dice el hombre en un barítono
profundo.
Brett suspira. —¿Voy a suponer que ella es la razón por la que mi
teléfono ha estado vibrando sin parar en mi bolsillo?
¿Ah sí? Nunca lo miró, ni una sola vez.
Una ligera sonrisa toca la cara del chofer. —No suena muy feliz.
Dice que se suponía que tomarías tus píldoras hace dos horas.
—Sí. Estaba apurado en llegar aquí y me olvidé. Estoy empezando
a arrepentirme. —Se encoge de dolor al volverse para mirarme—. Hablo
en serio sobre arreglar la entrevista. Sácatelos de encima, Catherine.
Mi nombre está en su lengua otra vez. Mi cuerpo se estremece de
emoción mientras le ofrezco una sonrisa tensa. —Ya veremos.
Él hace otro breve barrido visual alrededor de mi casa. —Hasta
entonces, deberías pensar en quedarte con tu familia.
No es posible que lleve esto a la puerta de mis padres. Y me niego
a ser expulsada de mi casa por esos idiotas. —Estaremos bien aquí. Ya
hemos dibujado las líneas. No van a entrar. —Echo un vistazo a Keith
para asegurarme—. ¿Verdad?
—No, no los veo haciendo eso. Pero me quedaré aquí esta noche y
tengo a los chicos vigilando. Ella estará bien mientras permanezca
tranquila —dice Keith.
Brett asiente, le da una mirada curiosa antes de dirigirse a su
guardaespaldas. —¿Qué tan rápido puede V.S.S. traer un cuerpo aquí?
—Frunzo el ceño. ¿Un cuerpo? ¿Se refiere a un guardaespaldas?
—Dos horas —responde el grandote con esa voz retumbante—.
Los llamaré ahora, si quieres.
—Sí. Por favor.
—¿Es esto realmente necesario?
—¿Por qué no sales a dar un paseo y lo ves tú misma? —me reta
Keith, y la mirada en su cara me dice que eso es lo último que quiero
hacer.
—Solo por unos días, hasta que la atención se apague —ofrece
Brett, con su voz suave. Casi suplicante—. Me sentiría mucho mejor.
También mi familia.
Me imagino el frente de mi casita adornada con un hombre
armado gigante con traje, y casi me río. Pero su preocupación por mí
mantiene la diversión a raya. —¿Qué hará exactamente este hombre?
—Mantener fuera de la propiedad a la gente que no se supone que
está aquí.
—Piensa en Brenna, Cath —me recuerda Keith, yendo directo a
mi lugar débil.
—Si crees que es necesario. —Dudo—. Gracias. Solo Dios sabe lo
104
que costará uno de esos tipos.
—Él vendrá a la puerta y se presentará dentro de las próximas
dos horas. Enviaremos al Oficial Singer su nombre de antemano para
que sepas a quién esperar.
—Está bien.
Brett vacila. —¿Podría tener tu número? —Es una simple petición
y, sin embargo, hay algo tímido y juvenil en la manera en la que
pregunta.
Al igual que hay algo completamente vertiginoso y femenino en la
forma en que mi corazón se agita cuando asiento y alcanzo el bloc de
papel en la mesa lateral. Me las arreglo para garabatear mi número
usando mi mano derecha lesionada —es descuidada pero legible— y
luego se lo paso con cuidado, sintiendo los ojos de Keith en mí todo el
tiempo.
Estoy tan envuelta en la presencia de Brett que no escucho los
pies desnudos moverse en el piso hasta que es demasiado tarde.
—¿Mami? —Brenna está de pie en el pasillo, usando su pijama
rosa, parpadeando con sus ojos somnolientos al tiempo que trata de
concentrarse en los hombres desconocidos en nuestra casa—. Aquí hay
mucho ruido.
—Vuelve a la cama. Estaré allí en un segundo —susurro, tratando
de alcanzarla antes de que se despierte completamente.
—¿Qué le sucedió a su pierna? —Señala el yeso de Brett,
ignorándome completamente.
—Se rompió —responde Brett con una sonrisa, observando su
carita.
—¿Cómo?
—En un accidente de auto.
Ella frunce el ceño. —Últimamente ha habido muchos accidentes
automovilísticos por aquí.
No puedo evitar reír. Tiene demasiado sueño para conectar los
puntos.
—Vale. Vamos, mequetrefe. —Keith la gira por los hombros—. Di
buenas noches, Brenna.
—Buenas noches, Brenna —imita, riéndose todo el camino hasta
mi habitación porque piensa que está siendo listilla.
Cuando me vuelvo, Brett me mira extrañamente.
—¿Qué?
Sacude la cabeza. —Nada. Ten una buena noche.
¿Debemos decir adiós? ¿Lo volveré a ver? 105
Con una última mirada por encima de su hombro hacia mí, Brett
lucha por la puerta principal con sus muletas. Giro el cerrojo y luego
corro hacia la ventana para mirarlo bajar los escalones con gran
dificultad. Nunca he usado muletas, pero no parecen fáciles de manejar
en el mejor de los días.
Las luces parpadean desde el aparcamiento de Rawley mientras
se dirige hacia el coche. Fotógrafos que se han vuelto a poner de pie.
Unos minutos más tarde, la camioneta se aleja.
—¿Y?
La voz de Keith me sorprende. No lo esperaba tan rápido, pero por
supuesto Brenna fue directamente a dormir para él. —¿Y?
—Te sentaste en la mesa con Brett Madden. ¿Cómo te sientes?
No podría haber empezado a describir lo que siento ahora mismo,
aunque quisiera. Pero no quiero, menos a Keith. Recojo el mando para
ver las noticias, curiosa por saber lo que están diciendo.
La parte delantera de mi casita de alquiler de madera blanca está
en la pantalla, con Keith parado en mi puerta y Brett cojeando en los
escalones delanteros con muletas, y una leyenda debajo que dice: “Brett
Madden visita a Catherine Wright en su casa”.
Una ola de conmoción me invade. No dormiré esta noche.
Keith toma el mando a distancia de mi mano y, apagándolo, lo
lanza a la mesa de café. —¿Jugamos Gin rummy?
—Bien, pero soy una inválida, recuérdalo.
Saca el mazo de cartas del cajón de la mesa lateral. —Fácil de
vencer. Cómo me gusta.

***

Inhalo el perfume del champú de Brenna: fresas y crema, en tanto


duerme profundamente con su espalda hacia mí, recalentando con su
cuerpito caliente el mío. Pero todavía no me separo de ella, contenta de
tenerla cerca de mí en la oscuridad mientras permanezco despierta y
reflexionando sobre la sorpresiva visita de Brett esta noche. Me ha
distraído bastante del hecho de que mi ropa sucia se esté transmitiendo
a través de la televisión nacional.
Por primera vez desde el accidente, lo único que puedo pensar es
en él.
En sus hermosos ojos azules y su sonrisa cálida y genuina.
En lo aliviada que estoy de que va a estar bien.
En lo mucho que disfruté mi breve tiempo con él, tan impactante
y abrumador como fue.
106
En cómo se sintió tener su brazo fuerte envuelto alrededor de mi
cuerpo.
En cómo se sentiría tenerlo abrazándome, no porque soy la mujer
que lo salvó, sino simplemente porque él lo deseaba.
Cuando por fin me duermo, me deleito en esa fantasía imposible.
Traducido por Victoire.
Corregido por Melina.

—¿Cuándo va a volver? —pregunta Keith dándome la espalda,


mientras mira a través de la persiana, con una taza de café en sus
labios.
—¿Cuándo va a volver quién? —agrega en voz alta Brenna con
exasperación, con sus manitos agarrando sus cartas para jugar—. ¡Ya
estoy lista!
—El tío Jack. El próximo domingo, después de su viaje a Cancún.
—Mi conversación telefónica con mi hermano duró veinte minutos, la
más larga que he tenido con él, ya que mayormente nos comunicamos
por mensajes de texto—. ¿Cómo está el chico ahí afuera?
—Me parece que bien. —Keith observa al rígido militar que está
parado afuera junto a mi porche. Él se ocupa del segundo turno y se
107
parece inquietantemente a Hawk, el hombre de voz profunda que llegó
anoche, vestido casualmente con una camiseta de golf y unos vaqueros
oscuros y con una pistola—. ¿Segura que no me necesitas aquí?
—Ya no estoy segura de nada —refunfuño, levantando mis cartas
para otra ronda de pesca.
Mi teléfono suena de nuevo. El gemido molesto de Brenna es más
fuerte que el mío.
Keith suelta una risa. —¿Misty?
—Probablemente. —Hoy volví a encender mi teléfono y encontré
veintisiete mensajes de texto de ella. Una vez que las frases esperadas:
“¡Es mañana! LLAMAME!”, “¡No puedo creer que no me dijiste!” y “¡Estás
en todas las noticias!” estuvieron fuera del camino, comenzó una gran
cantidad de preguntas y comentarios inapropiados, porque estoy segura
de que ella habría tenido una combustión espontánea si no las hiciera
de alguna forma.
¿Él es tan atractivo como en la televisión?
¿Lo vas a ver de nuevo? ¿Puedes llamarme así puedo ir?
¿Qué estaba usando?
¿A qué olía?
¿Pudiste tocarlo?
¿Él te tocó?
¡Te odio tanto! ¿Puedes pedirle que venga a Diamonds?
¿Crees que va a estar de acuerdo con que lo abrace?
No voy a mentir, cuando leí el último —el favorito de Keith— pude
imaginarme a Misty con sus grandes pechos y sus brazos envueltos
alrededor del pecho de Brett y una chispa de celos se encendió.
Luego, porque no había contestado sus mensajes, ella empezó a
inundar mi teléfono con fotos de él. No sé en dónde las encontró, pero
de repente tenía fotos de Brett en esmoquin, trajes de baño y todo lo
demás. De él solo y de él mano a mano con un montón de mujeres
hermosas.
Mujeres con las cuales nunca podría competir.
Keith se gira y aparecen sus hoyuelos. —¡Oh, vamos! Léelos en
voz alta. Necesito algo de entretenimiento mientras estoy encerrado
aquí. Déjame adivinar… quiere saber de qué color era su ropa interior.
—No me sorprendería.
Brenna arruga su cara. —¿Porque querría saber eso?
Con un suspiro alcanzo mi teléfono.
¿Cómo lo estás llevando?
No es de Misty. El código de área ni siquiera es de aquí. Podría 108
ser…
Mi estómago comienza a revolotear por los nervios.
—¿Qué pasa? —pregunta Keith, dándose vuelta para ver mi ceño
fruncido.
—Nada. Vuelvo en un segundo. —Me meto en mi cuarto para
buscar el pedazo de papel, donde mi pulgar se desliza sobre el prolijo
garabato.
El número coincide.
Brett Madden me mandó un mensaje de texto.
Me siento en el borde de mi cama, mirando a las cuatro simples e
inofensivas palabras, y no sé qué responder. Lo que tantas mujeres
darían para que Brett Madden les mandara un mensaje de texto.
Todo lo que yo había tenido que hacer era sacarlo de un auto en
llamas.
¿Qué digo? ¿Que las cosas apestan? ¿Qué estoy presa en mi
propia casa? ¿Que las noticias están sacando esqueletos de mi armario
y los hacen desfilar en la calle? Entre las preguntas inapropiadas, Misty
también me informó que Raven News había mostrado un video de cinco
minutos sobre Scott Philips; de su familia, su educación universitaria y
sus años de enseñanza. Por suerte, todavía no lo han entrevistado. No
quiero escuchar lo que tenga que decir sobre mí.
De todas maneras, no quiero hacer sentir mal a Brett.
Viviré.
Me encojo apenas presiono enviar. Seth Grabner no vivió. Brett
casi no lo hace. ¿Lo verá como una respuesta insensible?
—Ugh… —Soy una idiota. Ojalá pudiera retractarme.
Rápidamente escribo: ¿Cómo estás?
Muerdo la uña de mi pulgar y espero hasta que los tres puntos
comienzan a bailar en mi pantalla.
Viviré (gracias a ti). ¿Sigue la policía haciendo guardia?
Sonrío.
Si por “haciendo guardia” te refieres a lavando los platos y
jugando con Brenna, entonces sí. Es como Fort Knox1 por aquí.
V.S.S. reportó que todo estaba bajo control.
Así que se mantiene al tanto…
Sus armas son terriblemente persuasivas.
Espero que le hayas ofrecido SunnyD.
Sofoco mi risa.
Solo ofrezco eso a mis invitados favoritos.
Y ahora parece que estoy coqueteando.
109
Suena más emocionante que mi vida. Tengo una visita al
médico esta tarde, pero por lo demás, estoy manteniendo un perfil
bajo.
¿Cómo está tu pierna?
Basándome en lo que dijo ayer sobre sus lesiones, debe tener
mucho dolor.
Mi madre me da medicamentos con cuchara porque no
confía en que los tome. Si de repente dejo de responder, es porque
me he desmayado.
No puedo evitarlo.
Tengo que preguntar, ¿cómo es tener una estrella de cine
como madre?
Ella es solo mamá para mí.
Supongo.
Ya que estamos haciendo preguntas, ¿saliste con el Oficial
Singer en algún momento?

1 Base militar del Ejército de los Estados Unidos ubicada en el estado de Kentucky.
Frunzo el ceño. ¿Por qué me está preguntando eso?
No.
¿Nunca?
Nop. Es uno de mis mejores amigos. ¿Por qué?
Es que parecía más que un policía haciendo su trabajo.
Bueno, nos besamos atrás del gimnasio cuando teníamos doce
años.
Debe ser eso.
No puedo creer que acabo de decirte eso.
¿Y por qué siquiera estamos hablando de Keith?
Por cierto, mi otra mejor amiga está enamorada de ti.
Ruedo los ojos. Sí, eso es mucho mejor.
No recibo respuesta de Brett por un momento. Me pregunto si se
desmayó. ¿Dónde está ahora? ¿En el sofá?
¿En su cama?
Pensamientos de él acostado en un colchón son interrumpidos
por tres puntos.
¿Oh?
Es una sola palabra, y no estoy segura de como tomarla. ¿Le
110
gusta escuchar que las mujeres están obsesionadas con él o le molesta?
Sí, inundó mi teléfono con todo tipo de fotos tuyas.
Hay una larga pausa, y luego: ¿Viste esta?
Una foto llega rápidamente, de Brett con un disfraz de mucama
francesa por lo menos dos talles menos, sus piernas musculosas y
peludas en pantalla completa, con una amplia sonrisa tonta en su cara
y una cerveza en su mano. Por los otros disfraces, adivino que es una
fiesta de Halloween.
Es una imagen terrible y poco halagadora. Me echo a reír.
Extrañamente, esa no fue incluida.
Creo que mi publicista la borró. No estoy seguro de porqué.
Por mi vida, tampoco me imagino el motivo.
Voy a lamentar haber enviado eso cuando no esté drogado
con Percocet.
La guardaré para chantajearte en un futuro.
Brett Madden claramente tiene sentido del humor. Y puede reírse
de sí mismo.
Y no estoy segura, pero creo que él está ligando. O está muy
medicado.
Sigo riendo mientras veo los tres puntos, preguntándome si voy a
recibir otra foto ridícula.
Ayer estaba tan fuera de sí que olvidé preguntarte cuánto
tuviste que pagar por tu camioneta. Te lo debo.
Y justo así, mi burbuja se revienta.
No me debes nada.
En realidad, te lo debo todo. Comenzando con un vehículo
nuevo, y ayuda con todos los turnos que te estás perdiendo.
La tensión aparece en mis hombros. ¿Es por esto que me mandó
un mensaje? ¿Es este el único motivo?
Eso es muy amable de tu parte, pero me haré cargo. Siempre
lo hago.
Incluso cuando escribo las palabras, puedo escuchar a mi madre
gritarme por ser estúpida y obstinada. ¿Cómo le explico que no se
siente bien aceptarle dinero? Que solo imaginar toda la transacción —el
entregándome un cheque, yo aceptándolo y cobrándolo— hace que me
sienta incómoda.
Espero cinco minutos una respuesta, pero no llega.
—¡Mami! ¡Quiero jugar!
Suspiro, poniendo mi teléfono en la cama, esperando no haberlo
hecho enojar. —Voy...
111

***

—Brett Madden estuvo aquí, en tu casa, ¿y no se te ocurrió


llamarme? —Misty me fulmina con la mirada, sin importarle ocultar su
dolor—. ¿O al menos decirme sobre el accidente?
—Supongo que no estaba pensando… lo lamento. —Por mucho
que no estuviera lista para lidiar con la exuberancia de Misty, cuando
apareció en el porche delantero con una caja de pastelitos de Sweet
Stop, un soborno para acosarme sobre Brett en persona, me encontré
suspirando con gratitud. Misty ha estado conmigo en todo. Estuvo ahí
cuando sentí que todos los demás me dieron la espalda. Estuvo en la
sala de partos conmigo cuando tuve a Brenna, sola, aterrada y gritando
por el dolor. Cuando la necesitaba, ella aparecía.
Aunque no estoy segura que tanto este ayudándome ahora. Con
una carpeta en su teléfono dedicada a las fotos de Brett Madden, no es
exactamente imparcial, está envuelta en el romance de la historia.
—Deberías decirle que quieres volver a verlo. Apuesto que dejaría
todo y vendría.
—¡No voy a decirle eso! Él está en casa, descansando. Apenas
sobrevivió a un accidente en auto.
—Pero lo hizo, gracias a ti.
—Eso no significa que esté a mi entera disposición.
—Pero no sería lindo. —Misty lame el glaseado de mantequilla de
la punta de sus dedos mientras se inclina en el sofá, doblando sus
piernas debajo de ella—. Él te debe todo.
Ruedo los ojos hacia ella.
—Entonces… ¿Ahora qué?
—Ahora… esperamos a que los reporteros se rindan o se aburran
y me dejen en paz. —Un par de día más, ¿quizás? Digo, sé que Brett y
su familia son un gran asunto, pero hay cosas más importantes que
reportar que esto.
Los pasos afuera cesan, y un momento después Keith entra con
su llave y los brazos repletos con bolsas de supermercado.
—¿Cómo está ahí afuera?
Me dispara una mirada que dice: “no preguntes”, cuando deja
bruscamente las bolsas en la mesa. Se vuelcan tres manzanas, pero las
agarra con sus rápidos reflejos antes de que rueden al suelo y se
magullen.
—Cuando venía, no pensé que fuera tan malo.
Miro el elaborado maquillaje de ojos de Misty y su blusa negra
favorita. Incluso sus rulos rubios están suaves y ligeros, gracias a una
112
rutina matutina que ella no se molesta en hacer muy seguido. Supongo
que esperaba aparecer en cámara.
La sonrisa de Keith me dice que él sospecha lo mismo.
—Me sorprende que no estés calentando la silla en la que se sentó
Madden.
—Oh, no te preocupes. Pasé un tiempo allí. —Menea sus cejas de
forma sugestiva, haciendo que la sonrisa de Keith se agrande y que yo
gimotee. Siempre está coqueteándole y él siempre lo disfruta, a pesar de
que todos saben que ella cree que él es muy infantil y que él piensa que
ella es muy frívola.
Él asiente hacia la televisión.
—En serio estás mirando el partido. Estoy impresionado.
—Lástima que estén perdiendo. —Esta noche sería la segunda
derrota. Dos más y a los Flyers se les acabaría la temporada. Me sentía
horrible por Brett.
Keith frunce el ceño, mirando alrededor.
—¿Dónde está ella?
—En su cuarto, pintando. ¡Brenna! —grito—. ¡Keith está aquí!
Su cama cruje cuando se baja de ella y viene corriendo. Pero en
vez de enfocarse en Keith, sus ojos aterrizan en la caja de cupcakes.
—Como si ya no hubieses comido uno. —Keith lo levanta lejos de
su alcance.
—¡No es cierto!
—¿En serio? —Él desliza un dedo sobre la raya de crema de
chocolate en su mejilla. Evidencia.
Ella suelta una risa tonta mientras salta y sacude sus manos,
intentando alcanzar la caja incluso aunque esté imposiblemente alta.
—Hombre… estás lucen bien. —Él mira los tres que quedan—.
Cual me comeré…
—¡El que tiene doble chocolate no!
—Este luce increíble. —Levanta el de doble chocolate y abre su
boca grande, fingiendo morderlo.
Brenna para de saltar y saca su labio inferior.
—¡Keith, eres tan malo! —le grita Misty.
Él sonríe ampliamente, poniéndolo de vuelta en la caja.
—Bien. Terciopelo rojo será.
—¡No! Estoy guardando ese para Vince. —Brenna sale corriendo
hacia las cortinas, corriéndolas con sus deditos—. ¿Ya ha vuelto?
—No hasta mañana por la mañana. Vince trabaja de día y Hawk
en la noche. 113
—¿Puede Vince llevarme a la escuela mañana?
Sonrío al escuchar la esperanza en su voz. Se ha obsesionado con
el chico de seguridad de piedra desde que se coló a la casa para usar
nuestro baño más temprano. No sabía cuánta experiencia tenía Vince,
que parecía estar cerca de los treinta, con los niños pequeños, pero no
supo cómo lidiar con el asalto verbal de Brenna mientras lo perseguía
hacia la puerta, disparando pregunta tras pregunta.
—Aún no sé si vas a ir a la escuela mañana. Quizás tendremos
que esperar hasta que las cosas se calmen un poco.
—¿Qué hay de Hawk? ¿No crees que él quiera uno de estos? —
pregunta Keith, finalmente agarrando el de vainilla.
—Mami no me deja salir, así que estoy esperando hasta que tenga
que haces pis. —Ella observa al guardia del turno de noche que tomó el
lugar de Vince a la seis de la tarde y será sustituido por él a la seis de la
mañana. No puedo imaginarme parada ante la casa de alguien en la
noche.
—¿Quién crees que es más lindo? ¿Vince o Hawk? —bromea
Keith, limpiando las migas del cupcake de la esquina de su boca.
La mirada de Brenna brilla, arrugando su nariz con disgusto,
haciéndonos reír a todos.
—Vale. Ya espiaste lo suficiente. Di buenas noches y prepárate
para dormir.
Brenna recorre el cuarto, dando abrazos que reserva para la
familia y amigos cercanos, y luego trota hacia su cuarto.
Misty sonríe hacia ella.
—¿Cuándo crees que volverás a trabajar?
—No muy pronto —responde Keith a la misma vez que digo—: En
un par de días.
Él me mira.
—¿Qué? No puedo sentarme aquí para siempre. ¡Necesito dinero!
Misty se levanta del sofá y agarra su bolso.
—Bueno, definitivamente harás lo suficiente. Este lugar está lleno
de gente. Lou está agotada intentando cubrir tus turnos.
La culpa me golpea, que la mujer mayor tenga que atender las
mesas por mi culpa. Lou es demasiado leal, no obstante no puedo evitar
preguntarme cuándo será su punto de quiebre, si finalmente decide que
suficiente es suficiente y me reemplaza. Después de todo, son negocios.
¿Entonces en donde trabajaría yo?
—Definitivamente volveré en un par de días —reitero.
—Bien. Te extrañé por allí. —Misty frena en la puerta—. Oye, noté 114
que Hawk no está usando un anillo de compromiso. ¿Crees que está
saliendo con alguien?
Solo Misty notaría algo como un anillo de bodas en los treinta
segundos que le tomó confirmar su identidad y tener permiso de subir
mis escaleras. De acuerdo, Hawk luce bien.
—No lo sé. No le gusta mucho conversar.
—¿Por qué no le das una de esas y lo averiguas? —Keith tiende la
caja para ella.
Sonríe, agarrando una. —Buena idea, Oficial Singer. Estoy segura
de que le vendría bien una, para la larga noche que se avecina.
Sacudo la cabeza, apostando en silencio conmigo misma que, si
es soltero, ella se irá de aquí con su número de teléfono. No importa
cuántas relaciones fallidas haya tenido, se lanza de lleno con todo vapor
a una nueva.
Ojalá fuera tan valiente como ella.
El sonido de las cartas barajadas interrumpe mis pensamientos.
—Recogí mi tablero de cribbage en el camino. ¿Alguna vez has jugado?
—pregunta Keith.
Ahogo un gemido.
Traducido por amaria.viana & Jeenn Ramírez
Corregido por Melina.

—¿Por qué Vince no me podía llevar a la escuela? —se queja


Brenna desde el asiento trasero del Ford F-150 de Keith.
—Porque lo estoy haciendo yo. —Los ojos de Keith echan un
vistazo a la gente del noticiero mientras nos deslizamos hacia mi
entrada.
—Pero yo quería que Vince me llevara.
—¿Qué soy? ¿Un extraño?
—¿Por qué serías un extraño?
Keith suspira. —No importa, Vince te estará esperando en casa
para cuando lleve a tu madre de vuelta, lo que será muy pronto. —A mí,
me dice—: Para que sepas, eres una tonta y esto es muy mala idea.
115
—Si no voy a trabajar, no podré pagar mis cuentas el mes que
viene, además, no puedo seguir sentada en mi casa jugando cartas. ¡Me
voy a volver loca! —Han pasado cinco días desde que mi nombre se hizo
público. Los canales más grandes y respetados se han ido. No pueden
estar aquí para siempre. Ahora son los canales más pequeños, y los
independientes, esos con largos lentes de espías, quienes duermen en
sus autos y que no les pagan hasta que entreguen una foto espontanea,
que se quedan merodeando. Y hay suficientes, para hacer que se me
tense el estómago.
—¿Y en serio piensas que vas a ser capaz de ir al trabajo?
—Lo tengo que intentar.
—¿Por qué nos apuntan con sus cámaras? —pregunta Brenna en
tanto doblamos hacia la calle.
—Agacha tu cabeza, cariño. —Las ventanas están tintadas, pero
no confío totalmente en eso.
Brenna está escondida detrás de mí mientras nos arrastramos a
la calle principal, en nuestro camino a dejarla en la guardería anexa a
la escuela. El director llamó. Al parecer tener una docena de reporteros
y fotógrafos acampando fuera de tu casa no es una razón de peso para
mantener a tu hija de cinco años en casa por más de dos días. Sabiendo
que me cobrarán igualmente por la guardería después de la escuela,
sería bueno quizá llevarla desde ya. Keith me prometió que incluso los
reporteros más agresivos, saben que los niños pequeños en la escuela
están fuera de los límites, pero también alistó a los chicos de turno para
que patrullaran el área en busca de acechadores.
A pesar de mi advertencia, Brenna estira el cuello. —¿Esas
personas son las que se paran en frente de una cámara y dan las
noticias?
—¡Agáchate! —Sigo mi ira con un suspiro frustrado. Le he gritado
más estos últimos días que en toda su vida, y me siento terrible—.
Algunos de ellos, sí.
—¿Han estado aquí toda la noche?
—Algunos sí. —Me le quejo a Keith—: Son las seis de la mañana.
Uno pensaría que tienen otro lugar para estar. —Están causando un
gran revuelo en la ciudad por lo que dijo Keith. Establecimientos como
Rawley y la tienda de sándwiches cruzando la calle han doblado sus
ventas con escapadas por café y el repentino interés en jugar billar.
—¿Qué es lo que quieren? —balbucea Brenna.
Cierro los ojos, y respiro profundamente, reprimiendo la irritación
que amenaza con explotar. Ha sido una corriente sin fin de preguntas y
estoy cerca de mi límite a pesar de que me digo una y otra vez que ella
solo tiene cinco y que no puede evitarlo.
—Quieren hablar con mamá, cariño. 116
—¿Por qué ayudaste al hombre de la pierna rota?
Suspiro. —Algo así.
Keith la mira con atención desde el espejo retrovisor, sonriendo.
—Tu madre hizo algo súper valiente. ¿No es eso genial?
—Sí, pero ¿qué es lo que quieren?
—Quieren que tu mamá les cuente que pasó esa noche.
—¿Por qué?
—Porque es su trabajo, quieren que ella salga ahí y los salude.
—¿Podemos ir después de la escuela a saludar?
—No, nena. No podemos. —De ninguna manera voy a dejar que
la cara de mi niña termine en televisión nacional—. Escucha, Brenna, si
alguien trata de hablar contigo acerca de mí o el accidente, quiero que
te vayas directo a la oficina y le digas al señor Archibald. ¿De acuerdo?
—Tiene el mismo director que yo tuve cuando iba en primaria. Él era
viejo incluso en ese entonces.
—De acuerdo, mami. —Ella es tan sencilla, tan agradable, como
si esto no fuera algo grande. Tal vez no lo sea, quizás estoy haciendo las
cosas más difíciles de lo necesario.
***

Las cabezas se empiezan a girar mientras me muevo por el pasillo


principal antes de clase, mi maleta colgada sobre mi hombro, volcando
copos de nieve con cada paso.
—Es ella —escucho a alguien decir mientras paso.
Mantengo la cabeza agachada hasta que logro llegar a mi casillero.
Solo faltan dos minutos antes que las campanas suenen para ir a clases,
intencionalmente esperé afuera todo lo que pude aguantar, y aun así,
nadie tiene ninguna prisa de entrar a clase.
Me escondo con mi chaqueta de invierno, mientras tanteo mi
cerradura, el temblor en mi mano haciendo aún más difícil marcar los
números.
Otro susurro contiguo, este no es tan silencioso. —Escuché que él la
rechazó. Ella está haciendo todo lo posible por volver con él.
Aprieto mis dientes y lo ignoro. Finalmente, mi cerradura se abre,
cuando abro la puerta una hoja doblada de papel se cae, cayendo 117
convenientemente en mi mano. Mi estómago se revuelve mientras la abro
para leer los garabatos femeninos:
Como si Philips pudiese tocar un culo repugnante como el tuyo.
Deja de mentir, zorra.

***

—¿Qué estabas esperando? Incluso si ese idiota de Mayberry no


le hubiese dicho a todo el mundo donde trabajas, lo habrían adivinado
para este momento.
Miro al estacionamiento de Diamonds. No hay ni un solo puesto
disponible. —Son las seis y media de la mañana, nunca ha estado tan
lleno.
—Tienes a todos los jubilados, desempleados y trabajadores por
turnos en un radio de treinta y dos kilómetros. Más los que buscan
estrellas. Más ellos. —Asiente hacia la fila de furgonetas de las noticias
parqueadas y esperando, la gente recostándose a los lados de ellas con
teléfonos en sus oídos, o cigarrillos colgando de sus bocas. En algunos
casos, ambas cosas.
Suspiro. —Genial y así es como la gente me va a ver. —Me pongo
el uniforme de Diamonds, un vestido blanco y naranja, al estilo de las
cafeterías de los años cincuenta. Claramente no lo pensé bien.
—Sabes, para alguien que le gusta evadir el caos y la atención,
escogiste un buen momento para salirte del carácter.
—Estoy tratando de evitar quedarme sin casa —le recuerdo.
—Yo te lo advertí… Lou te lo advirtió… Demonios, incluso Misty te
lo advirtió.
Es cierto, pero… —Se darán cuenta de que no voy a hablar con
ellos y van a rendirse. Con el tiempo, tienen que hacerlo, pero no puedo
esconderme en mi casa hasta que lo hagan. Tengo que volver a mi vida.
—Incluso con el dinero que me apotaron los habituales, estaré echando
mano de mis ahorros si no vuelvo, y pronto.
—Te puedo prestar un poco de efectivo.
—No voy a recibir tu dinero.
—¿Tus padres?
Lo miro fijamente. —Acabaron de gastar un pequeño montón en
mi camioneta. —Y pretendo pagarles cada centavo. El mensaje de Brett
llega a mis pensamientos. Acepto un poco que soy idiota por rechazar
su dinero tan rápido. Lo sigue una ola de decepción ya que no he sabido
nada de él desde el sábado. 118
Keith lanza sus manos al aire en una señal de “me rindo”, luego
acelera el motor ligeramente y pone su camión cerca de la entrada
trasera. Cuando apaga el motor y desabrocha su cinturón del asiento, le
frunzo el ceño.
—Sabes que no tienes por qué hacer esto, ¿cierto? —Él se ha
encerrado en la casa con nosotras, ha dormido en la cama gemela de
Brenna en las noches, haciendo encargos y ayudándome a mantenerme
ocupada mientras me aseguro de no aparecer en la televisión. Por
fortuna, ya se terminó mi escaso plan de datos así que no puedo mirar
nada en internet.
Él está por comenzar su periodo de turnos nocturnos, creo y tiene
una reunión, así que esta tarde no estará aquí. Para ser sincera, estoy
un poco nerviosa.
—¿Qué es lo que no tengo que hacer? ¿Desayunar? —Sale del
auto y da la vuelta para encontrarse conmigo al frente del camión. —No
te ofendas, pero los falsos Froot Loops no me van a mantener lleno
hasta el almuerzo.
Le doy un codazo amistoso en nuestro camino a la puerta trasera,
lado a lado. —Gracias por todo, eres un buen amigo. —Marco el código
de seguridad, además de Lou y Leroy, soy la única que se lo sabe, y
llevo a Keith a la cocina.
Siento inmediatamente la familiaridad de Diamonds: el zumbido
bajo de la voz de los clientes, el murmullo constante de la televisión
transmitiendo noticias y deportes, la impresora produciendo orden tras
orden, el tocino calentándose en la parrilla, un olor que hace que mi
boca se haga agua. No puedo creer que esté diciendo esto, pero lo he
extrañado.
—¡Mira lo que ha traído el gato! —Leroy sonríe ampliamente sobre
su hombro mientras voltea un montón de panqueques a un plato con
un movimiento fluido. Él ha estado en Diamonds por tanto tiempo que
podría hacerlo hasta dormido.
Le saco la lengua, pero luego le doy una sonrisa, dándome cuenta
también cuanto lo he extrañado. Es relajado, amable y tiene el corazón
más grande entre cualquiera que haya conocido. No podría imaginar a
Lou casada con alguien más, aunque no haya sido del todo fácil para
ellos.
Nadie confundiría a Balsam o cualquiera de los lugares aledaños
como “multiculturales”, así que no hace falta decir que las relaciones
mestizas son raras. Los rumores dicen que su romance causó un poco
de revuelo en cada una de las partes. Me llevó un año encontrar las
agallas para preguntarle a Lou al respecto y me contó todo. Empezaron
a salir en secreto cuando Lou todavía estaba en el instituto, cuando su
padre contrató a Leroy para que le ayudara en la cocina. Eso fue hace
cuarenta y dos años y en ese entonces la gente era menos dispuesta a
aceptarlo. Muchos de los vecinos expresaron su disgusto a través de
119
chismes sucios. Algunos habituales dejaron de venir. El negocio, que ya
era un restaurante bien establecido, recibió un golpe, pero el padre de
Lou ignoró a los intolerantes y se concentró en su negocio, amando a su
hija y apoyándola junto al hombre que amaba. Pronto, la generación
vieja de mentes cerradas fue reemplazada por otras más progresistas, o
por lo menos a otras que no les importaba quien se casaba con quien,
siempre y cuando obtuvieran su hamburguesa de Diamonds tal como
les gustaba.
Una vez que el padre de Lou supo que era serio, promovió a Leroy
para liderar la cocina y enseñarle todo lo que él sabía, a pesar de que él
también le había advertido a Lou más de una vez que la vida para ella
sería más fácil, si escogía a un hombre diferente.
Lou nunca ha sido alguien de tomar el camino más fácil.
Mucha de la gente de esta área nunca ha sido muy acogedora con
Lou y Leroy. No ayudó tampoco que su único hijo —ella estaba muy
ocupada en la cafetería para pensar en criar más de un hijo—, creció
para ser algo menos que un ser ejemplar, robando a Diamonds con una
máscara y una pistola porque sus padres no le daban dinero. Él estará
en prisión por un buen rato debido a eso.
El día que me contrató, estaba convencida de que se trataba más
de querer ayudar a una joven embarazada de dieciocho años, pero entre
más la conozco y sé de ella, más he empezado a notar que se trató más
de compadecerse de alguien que fue excluida por la gente de aquí, casi
como le pasó a ella.
Leroy desliza el plato debajo de la lámpara caliente y golpea su
mano en la campana de servicio. —Buenos días, Oficial Singer.
—Buenos días, Chef Green.
Leroy empezó a llamar a Keith “Oficial Singer” el día que Keith fue
aceptado en la academia de policía, en respuesta a eso Keith le acuñó el
“Chef”, aun cuando Leroy es técnicamente nada más que un cocinero
en una línea sazonadora. Aunque nunca diría eso en voz alta, él hace la
mejor hamburguesa de banquete en el estado.
Leroy recoge una nueva orden desde la impresora. —No pensé
que fuéramos a verte en un rato, señorita.
—¿Por qué no me verían de nuevo? Aún tengo cuentas que pagar.
Se encoje de hombros.
Envuelvo mi delantal alrededor de mi cintura y lo abrocho en mi
espalda. —¿Cómo ha estado esta mañana?
—Ha sido un zoológico toda esta semana. Genial para el negocio,
pero todos están rompiéndose el trasero.
—Entonces parece que Lou me necesita.
Leroy se empieza a reír entre dientes, moviendo sus estomago
como suele hacerlo.
120
—¿Qué? ¿Por qué eso es gracioso?
Lo que sea que está pensando, solo responde con una sacudida
de su cabeza. —¿Sabe Lou que ibas a venir a trabajar hoy?
Me ato mi largo cabello rubio en una cola de caballo. —Siempre
trabajo los miércoles.
—Eso creo.
—Traté de advertirle, pero quiere aprender a las malas. —Keith
mira el nuevo montón de panqueques que se están calentando en la
parrilla. Él sabe que, si se queda quieto por un rato, Leroy le llevará un
plato.
—Va a estar bien. —Inspirando profundo, cruzo la puerta.
Una docena de ojos me miran al instante, y rápidamente se
multiplican girando desde los puestos y las mesas, en medio de la orden
o en medio de la mordida, susurros diciendo “Es ella” que vienen sobre
el sonido de los platos y los repiques de las campanas, llegan a mis
oídos.
Pronto el murmullo familiar de la conversación se ha calmado, y
mi cara está ardiendo mientras que literalmente todos en Diamonds
han dejado de hacer lo que están haciendo para mirarme.
Ni siquiera noté las cámaras apuntando, tomándome fotos parada
ahí con mi uniforme, paralizada, hasta que Keith engancha mi brazo y
me da vuelta con un silencioso: —No es una buena idea.
—Tienes toda la razón. —Lou aparece de la nada para protegerme
y devolverme por la puerta—. Vámonos, ahora.
Estoy de vuelta a la seguridad de la cocina antes de que pueda
respirar de nuevo.
No es como la última vez, me recuerdo. No es como lo que pasó
después de Scott.
¿Entonces porque siento el mismo miedo?
Leroy pasa otro plato de panqueques en el mostrador, dándome
una sonrisa comprensiva. —Te lo dije. Un zoológico.
—Y tú eres el león blanco que todos vinieron a ver —murmura
Lou, limpiando una gotita de sudor de su ceja con su antebrazo—. ¿En
qué estás pensando al venir aquí?
Tiro de las cuerdas de mi delantal. No puedo decir lo que me
apetece hacer ahora mismo: llorar o vomitar. Es un empate, a decir
verdad. —¿En que necesito trabajar? ¿En qué quiero recuperar mi vida?
—Mi voz se quiebra con frustración, mientras las lágrimas empiezan a
rodar por mis mejillas. Ni siquiera es una vida fantástica, pero es mi
vida y trabajé duro para sacarla del desastre que hice yo misma hace
algunos años. Si esto es lo que voy a enfrentar cada vez que salga, no 121
podré trabajar. Y si no puedo ganar dinero…
Ella suspira, acercándose para darme palmaditas en el hombro.
—Mejorará, Cath. Eventualmente todo volverá a la normalidad.
—¿Cuándo? ¡Porque no tengo tiempo para un “eventualmente”! —
sollozo.
Sus cejas se unen con preocupación. Ella abre la boca para
contestarme, pero sus palabras se cortan por un gran estruendo. Nos
volvemos a tiempo para ver a Leroy recogiendo un plato de panqueques
en el suelo y lanzándolo a la basura.
—¡Lo siento! —Es mi culpa. Lou no estaba exagerando años atrás;
Leroy sinceramente no puede soportar ver a las mujeres llorar. Misty lo
hace soltar una sartén una vez al mes porque siempre se echa a llorar
por algo cuando está hormonal.
—Silencio. —Lou toma una servilleta y limpia mis mejillas—. Lo
resolveremos.
—Te diré cuándo va a volver a la normalidad. —Keith tira una
porción de tocino crujiente de una bandeja calentándose, ganando un
ceño desaprobatorio de Leroy. Muy pocas cosas lo enojan. Robar tocino
durante el ocupado turno del desayuno es una de esas cosas—. Luego
de que hagas esa entrevista que Brett Madden se ofreció a arreglarte.
—Eso significa estar en cámara delante de millones de personas.
—Solo pensarlo me da nauseas. No creo que entiendan esto.
—Lo siento por decir esto, pero tiene razón. Todos buscan ser los
primeros en hablar con Catherine Wright. Cuanto más rápido escuchen
tu versión, más rápido pasarán a ser una molestia para otra persona.
—¿No podemos echar a los reporteros?
—Si pensara que ayudaría, lo haría. ¡Pero son todos los malditos
clientes también! Supongo que podría amenazarlos con echarlos si te
toman fotos.
—No, no lo hagas. —Lo último que deseo es darle un impacto
negativo a Diamonds. Suspiro—. Supongo que me iré a casa. —Otro día
sin trabajar y necesito hacer mis veinte horas a la semana si quiero
seguir recibiendo mis subsidios. ¿Cuánto faltará para que me lo quiten?
—Toma, muñeca. Es tu favorita y se ve que necesitas una buena
comida. —Leroy pone en manos de Keith dos contenedores de comida
que estoy segura guardan sus famosos panqueques de arándanos.
Dudo que pueda retener aunque sea uno.
Lou me da una palmadita en el antebrazo. —Recuerda que hiciste
algo bueno por ese hombre. Ojalá las cosas fueran más fáciles para ti
por ello.
—Supongo que podría ser peor —suelto, dirigiéndome a la puerta 122
trasera.
Cinco reporteros y muchos camareros están esperándome justo
afuera, metiendo sus micrófonos a mi cara. Los clics y flashes de las
cámaras me hacen hacer muecas y encogerme, capturando todas las
expresiones poco favorecedoras de mí.
—¿Actualmente estás cobrando la asistencia social?
—¿Sigues en contacto con tu maestro de arte y amante?
—Reportes sugieren que Scott Philips ha estado románticamente
involucrado con una estudiante de diecisiete años en Memphis. ¿Qué es
lo que tienes que decir acerca de eso?
—¿Quién es el padre de tu hija?
—¿Salvaste a Brett Madden sabiendo cuanto valía?
—¿Estaba Seth Grabner girando para evitar tu coche cuando se
estrelló contra el árbol?
—¿Es verdad que vas a demandar a Brett Madden?
—¿Qué? —exploto, girándome para tratar de encontrar a quienes
hicieron esas últimas preguntas—. ¡No, no y no! Dejen de agrandar las
cosas.
El brazo de Keith me arropa alrededor del hombro protegiéndome
y los empuja para llegar a su camioneta, acomodándome en el asiento
del copiloto y cerrando la puerta. Ellos lo siguen, gritándole preguntas,
específicamente, quien es y que es para mí, pero él los ignora, rodeando
la camioneta y subiéndose, a centímetros de azotar su puerta contra los
micrófonos.
—¿Si sabía cuánto valía? ¿Si causé el accidente? ¿Si lo voy a
demandar? —grito y una nueva ola de lágrimas salen de mis ojos,
bajando por mis mejillas—. ¿Qué clase de horribles personas son estas?
—Son idiotas, Cath.
—Lo sé, pero ¿la gente les cree?
La camioneta se sacude varias veces hasta detenerse mientras
que Keith lucha por alejarse de los reporteros. —Puede que otros idiotas
les crean.
Estoy tan exhausta que me toma un momento concentrarme.
—¿Escuché que uno dijo que Scott está con una estudiante?
Los labios de Keith se presionan.
—¿En serio? —¿Es tan estúpido para intentarlo de nuevo?
—No sé si es cierto o no. Uno de los chicos me habló anoche al
respecto. Supongo que algunos aficionados de hockey reconocieron a su
maestro de arte. Ha estado trabajando en una escuela privada durante
cinco años sin que nadie supiera acerca de lo que pasó aquí. 123
—¿Se va a salir de nuevo con la suya si es cierto?
Keith se encoge de hombros. —Te diré si escucho algo.
Me hundo en mi asiento mientras salimos del estacionamiento de
Diamonds. —¿Sabes qué? Ni siquiera quiero saber. Tengo suficientes
problemas. —Mi estómago está revuelto—. No puedo dejar que inventen
esta mierda. ¿Y si eso repercute en Brenna?
—Hasta que escuchen tu versión, se aferrarán a cualquier mierda
de historia que puedan y la publicarán. —Me da una mirada y después
se vuelve a la carretera principal. No tiene que decirlo.
Dales la maldita entrevista.

***

Me toma treinta minutos mirar el número de Brett en mi teléfono


para calmar mis nervios y llamarlo. Sostengo el teléfono junto a oído,
aclarándome la garganta varias veces.
Contesta entre el tercero y cuarto bip con un grogui: —¿Sí?
Mis ojos van a mi reloj despertador y se ensanchan con pánico
cuando veo los números brillantes. Son las siete y media de la mañana.
Mierda. Lo olvidé completamente. Estoy a punto de colgar cuando
escucho: —¿Catherine?
Hago una mueca de dolor. —Sí, lo siento. Fui al trabajo hoy y fue
un completo circo, luego vine a casa pensando en que podía llamarte.
Olvidé que tan temprano es —divago—, te llamo después.
—No, está bien. De verdad. Solo dame un minuto.
—De acuerdo. —Contengo un suspiro y escucho a Brett del otro
lado, gimiendo y maldiciendo por lo bajo. Se escucha un frasco de
pastillas. Debe dolerle mucho a primera hora de la mañana, habiendo
perdido el efecto de la medicina toda la noche. Hago mi mejor esfuerzo
para no imaginarlo acostado en la cama, pero fallo miserablemente y
termino con un juego silencioso de: ¿Con qué duerme Brett?, mientras
asumo que está tomando su medicamento.
El juego hace que mis mejillas se sonrojen. He visto las imágenes
que Misty me ha enviado y tengo una imaginación muy activa, carente
de lo verdadero por mucho tiempo.
Su suspiro amortiguado llena mis oídos, como si se estuviera
acomodando en sus almohadas y un escalofrío me recorre la espalda.
—¿Cuántos monos estuvieron ahí bailando?
—¿Qué? —Frunzo el ceño, repitiendo sus palabras. ¿Alucina?
¿Qué clase de medicamentos está tomando? 124
—Dijiste que estuviste en un circo.
—No, quise decir que fui al trabajo y fue…
Su risa ronca corta mis palabras. —Lo siento, mal chiste.
—¡Oh! —Por fin le entiendo. En general respondo ingeniosamente
con rapidez. ¿Por qué me hace poner tan nerviosa?
—Siento no haber respondido a tu último mensaje. Terminé
durmiéndome. He estado en la neblina estos últimos días. Estas
pastillas para el dolor son fuertes.
Trago un suspiro de alivio. —Entonces no me estabas ignorando.
Solo estabas drogado.
—Básicamente. —Suspira—. Me hace más fácil ver a mi equipo
perder.
—Lo siento. —Perdieron de nuevo anoche. Aprendí lo suficiente
acerca de hockey para saber que una derrota más y los Flyers están
fuera de la temporada.
—Así que supongo que había un montón de periodistas pidiendo
el desayuno especial de la cafetería esta mañana.
Supongo que no quiere hablar de su equipo. —Y cada lugareño
que no tenía en donde más estar.
—Los héroes atraen grandes multitudes. Sobre todo las bonitas.
—No soy… —Ruedo los ojos, pero también estoy luchando por no
sonreír. Brett Madden cree que soy bonita—. Por favor, no me llames así.
—¿Qué? ¿Bonita?
—No, heroína.
—Entonces, ¿puedo llamarte bonita?
—Sí, ¡quiero decir no!, quiero decir…
—Está bien. Es temprano. No debería de estar molestándote
ya. —Puedo escuchar su sonrisa en su voz. ¿Siempre es tan coqueto?
¿O solo trata de hacerme sentir cómoda?
No hay tiempo para eso. —¿Podemos hacer esa entrevista de la
que me hablaste? Algo simple, rápido y pequeño para quitármelos de
encima.
—¿Cuándo?
—No lo sé. ¿Pronto? —Vago hacia mi habitación a ciegas, apenas
dando un vistazo. Una cobertura espinosa divide mi patio trasero del
que está detrás. Podríamos pensar que nadie puede atravesarlo, pero
aun así podría jurar que vi el destello de una cámara más de una vez.
Tal vez, solo estoy paranoica—. Me gustaría terminar con esto para no
tener cientos de personas grabándome mientras sirvo papas fritas y
lleno botellas de salsa de tomate en mi horrible uniforme.
125
—Lo entiendo. —El cansancio en su voz es evidente—. ¿Estás en
casa?
—Sí, duré en Diamonds veinte segundos.
—Está bien, dame un par de horas. Arreglaré esto y lo haré lo
más fácil posible. Lo prometo.
El hombre apenas sobrevivió a un accidente automovilístico hace
menos de dos semanas. Tiene huesos rotos que lo dejaron en agonía.
Acabo de despertarlo, y lo tengo arreglando una maldita entrevista,
cuando debería estar acostado en la cama y viendo un maratón de
Netflix, sin moverse. —Lamento estarte molestando con todo esto tan
temprano. Solo…
—No te disculpes. —Hay una agudeza en su tono que me toma
con la guardia baja, pero él sigue con un tono más suave—. Nunca te
disculpes por nada de esto. Quiero ayudarte tanto como pueda.
Sonrío. Hay tal sinceridad en Brett Madden que tengo que creer
que es imposible que sea mentira. Además, hablar con él me hace sentir
que todo saldrá bien.
Y cuando me llama heroína, me revuelve el estómago. ¿Me diría
así si supiera que casi lo dejo? Titubeo. —¿Brett?
—¿Sí?
—Necesito decirte algo.
—Dispara.
Abro la boca. No, por teléfono no. Esperaré hasta que lo vea de
nuevo. —Gracias.
Se ríe entre dientes. —Sí, está bien. Te llamó después. Hazme un
favor y no contestes llamadas de números que no reconozcas.
—No te preocupes. Ya he aprendido esa lección.
—Hablaré contigo pronto.
Termino la llamada y dejo que mi cuerpo se desplome sobre la
cama, cerrando los ojos. Pronto. Las cosas volverán a la normalidad
pronto.
¿A quién quiero engañar?
Tengo el presentimiento de que nada volverá a la normalidad.

***

Debo haberme quedado dormida, porque me sorprende el timbre


de mi teléfono. Tan pronto como veo el nombre de Brett, contesto.
—¿Hola?
Su voz suave llena mis oídos e instantáneamente me hace sentir 126
cálida. —Está todo listo.
—¿Qué? —Frunzo el ceño hacia el reloj. Son las ocho treinta y
siete. Solo ha pasado una hora desde que hablamos.
—La entrevista. Está todo listo.
Me levanto. —¿En serio? ¿Ya? Está bien. —Paro, preguntándome
cuál es la pregunta correcta siguiente—. ¿Cuándo? ¿Dónde?
—Entonces, así está la cosa. Sé que dijiste que querías algo muy
simple.
Mi estómago se llena de ansiedad, revolviéndolo, en lo que espero
la respuesta de Brett.
—Pero Kate Wethers de The Weekly llamó a mi publicista esta
mañana y…
—¿The Weekly? Eso… eso no es pequeño. No es simple. —Estoy
moviendo la cabeza antes de que el firme “No” salga de mi boca. Eso es
por mucho un programa de noticias. Sus reporteros publican noticas
importantes, como guerras y noticias de corrupción en la política. Lou
siempre lo tiene en la televisión del restaurante los viernes por la noche,
hasta que los regulares comienzan a pedir noticas de deportes. ¿Por qué
demonios querrían un reportaje de mí?
—Lo sé. Originalmente pensé en People o Us Weekly, porque esto
es más de su estilo...
—¿People? ¿Us Weekly? —Mi cabeza sigue sacudiéndose. No, no,
no. Pequeño y simple. Dije eso, ¿no?
—Está bien. Espera, Catherine. Solo escúchame antes de negarte.
¿Lo prometes?
Suspiro. —Bien. —Pero no importará, no me hará cambiar de
opinión.
—Bien, Kate Wethers piensa que esto es una historia con un final
feliz que el mundo necesita ahora mismo. Ella es lista, justa y odia el
periodismo amarillista, que es lo que ve cuando revisa los medios de
comunicación que rodean esta historia. Toda la mierda sobre el maestro
de preparatoria…
—¡No puedo hablar de ello con ella, no en televisión nacional!
—¿Por qué no?
—Porque me retracté de la declaración.
—¿Estás diciendo que no pasó nada entre ustedes dos?
Dudo. No quiero mentirle. —No estoy diciendo eso —admito por
fin.
—Simplemente no querías que vaya a prisión, ¿cierto? 127
—Sí.
—Eso pensé… —dice suavemente—. Y creo que deberías hablar
sobre eso. Solo un poco. Lo suficiente para que los televidentes vean
que un maestro de treinta años con muchos lazos en la comunidad
manipuló a una chica de preparatoria de diecisiete años y después trató
de cubrirse el culo. No estuvo bien lo que te pasó. Digo, ¡demonios! El
periódico local lo hizo ver como la víctima.
Trago saliva. —¿Cuánto leíste?
—¿Honestamente? Todo. Cada artículo que pude encontrar en la
red.
Cierro los ojos mientras la vergüenza se apodera de mí. —Era una
persona diferente en esa época. No quiero que creas que soy… así. —
¿Cómo lo haré entender sin decir las palabras exactas?
—No me importa si te liaste con el equipo entero de fútbol, si te
refieres a eso, Cath —dice sin rodeos—. No cambia lo que pienso de ti.
¿Qué exactamente piensa de mí?
—Kate quiere arreglar las cosas. Ella quiere que salgas de esta
entrevista siendo capaz de sostener tu cabeza en alto, porque eso es lo
que te mereces. ¿Estás conmigo?
—Sí, eso creo —digo reticentemente.
—Lo genial es que están instalados aquí en Filadelfia. El equipo
puede estar en tu casa a las tres.
—Guau. Espera. ¿Hoy? ¿Aquí?
—Sí, quieren ir a tu casa a filmar. Le da a la historia completa un
toque más personal, un toque humano. Además, estarás más cómoda
en un ambiente familiar. Créeme. He hecho muchas entrevistas, por lo
que te hablo desde mi experiencia. Además, les dije que no te gustaría
dejar a tu hija. Así que si ustedes dos pudieran dedicarle unas horas…
—¿Hablas de Brenna y yo? No. No es posible que ella sea parte de
esta entrevista.
—Pero ellos creen…
—No voy a exponer a mi hija. No la quiero en cámara, ni en una
foto, ni siquiera que la nombren. De hecho, ella ni siquiera va a estar
aquí. —No sé adónde irá porque esta tarde Keith tiene que estar en la
corte—. Esto no es negociable.
Una larga pausa sigue después de mis palabras. —Tienes razón.
Haré que Simone se los comunique. Pero ¿estarías dispuesta a hacerlo
de otra manera?
Salgo de mi habitación y voy hacia la sala principal para ver las
cortinas desgastadas, el piso erosionado, las puertas de la alacena que
no cierran bien. Esto es lo que quieren, mostrarle al mundo la vida de
una madre soltera y mesera, que salvó la vida de su superhombre de la
128
muerte, y si eso me quita de encima al resto del circo…
Pero... —Hay cosas de las que no hablaré.
—¿Cómo qué?
—La relación con mis padres, por ejemplo. Finalmente estamos en
un punto en el que hablamos de nuevo, y no quiero arruinar eso con
esta entrevista. Es la única familia que Brenna conoce.
—Está bien. ¿Algo más?
—El padre de Brenna. Esto está fuera de los límites.
Brett duda. —Entonces, ¿él no está en su vida para nada?
—No.
—Entendido. Me aseguraré de que sepan esas dos cosas. Y estaré
ahí todo el tiempo., también, solo para asegurarme. ¿Está eso bien?
—¡Por supuesto que sí! —Muy entusiasta, Cath—. Claro, digo, sí.
Me alegra. Me refiero a que deberías ser parte de esto. —Estoy siendo
incoherente de nuevo. Porque, mezclado con mi temor acerca de esta
entrevista, hay emoción. Voy a ver a Brett otra vez. Hoy.
—Bien. —Escucho la sonrisa en su voz—. Te veo esta tarde.
Colgamos y comienzo a inspeccionar mi casa, preguntándome si
puedo hacerlo, y si puedo ponerme presentable a tiempo. Y averiguar
qué voy hacer con Brenna.
Tal vez Vince pueda ser niñera de una niña de casi seis años.

129
Traducido por Miry & Snow Q
Corregido por Julie

—No tenías que hacer todo esto —le digo a mi madre mientras
juguetea con el ramo fresco de tulipanes color ciruela que trajo, ahora
colocado en una mesa auxiliar.
Con Keith en la corte y la niñera regular de Brenna en la escuela,
me encontraba desesperada. Casi lo suficiente como para preguntarle a
Vince. Pero decidí probar con mi madre primero, esperando que dijera
que no, porque recoger a Brenna a las tres requeriría perder trabajo, y
su jefe es del tipo que descuenta de la paga cada hora perdida.
Sorprendentemente, no solo estuvo de acuerdo, sino que dejó el
trabajo al mediodía para ir al Belmont Target por algunos artículos de
decoración para “arreglar” mi casa. Si no me hallara tan desconcertada
con esta entrevista, podría sentirme insultada. 130
—No seas ridícula. Necesitabas ayuda.
—Gracias. Tenía miedo de tener que dejarla con Vince.
—Estoy segura de que a ella no le habría importado.
—No era ella quien me preocupaba.
—¿Me pasas unas tijeras, por favor?
Mamá no llegó solo con flores, sino también con gruesas y cálidas
cortinas de lana gris; su razonamiento es que las persianas actuales no
ofrecen privacidad suficiente contra todos estos reporteros. Puede “casi”
ver en mi sala de estar desde el exterior, incluso con ellas cerradas. No
le creo, pero con la posibilidad de que tenga razón, no discutiré.
—Listo. —Retrocede y mira la sala de estar, donde asumimos que
el rodaje tendrá lugar—. No es mi estilo, pero no se ve mal con estos
toques añadidos.
Esa es la manera de Hildy Wright de ofrecer un cumplido. He
aprendido que no puedo ofenderme. Y tengo que admitir que sus toques
añadidos funcionan bien con mi “decoración” ecléctica.
Eso no significa que la quiero aquí cuando llegue Brett, que es en
cualquier momento. Tendré quizá treinta minutos a solas con él, a lo
sumo, antes de que llegue el equipo de noticias.
Es mi única oportunidad de hablar con él, de decirle exactamente
qué pasó esa noche.
—Deberías ir por Brenna. Llamé a la oficina para avisarles que la
recogerías.
Revisa su reloj con el ceño fruncido. —Está a cinco minutos en
auto, Cath. ¿Qué haré? ¿Quedarme en el estacionamiento, haciendo
girar mis pulgares? —Agarra el kit de colorante de Brenna y lo mete en
el último cajón, justo encima de mi cuaderno de dibujo.
Es obvio que se quedará. —Bien. Estaré en el baño.
—Podría pedirle a tu padre que salga del trabajo y lleve a Brenna
a casa, para poder quedarme aquí contigo.
—No, está bien. —Eso pudo haber salido un poco rápido, pero es
imposible que haga la entrevista con mi madre en la misma habitación.
Asiente. Me doy cuenta que no es la respuesta que esperaba, pero
esto no se trata de ella.
Me dirijo hacia el vestíbulo.
—Espera.
Permanece ahí un momento, sus dedos golpeando contra su
muslo. —Supongo que hablarás del señor Philips.
Me preguntaba cuándo me lo preguntaría. —Es probable que Kate
Wethers lo traiga a colación.
131
Traga con fuerza. —Tengo que decir algo.
Aquí vamos.
¿Qué hará? ¿Darme un guión? —No te preocupes, mamá. No diré
nada despectivo sobre ti. Les dije que nuestra relación estaba fuera de
los límites.
Suspira. —Te iba a decir que tu padre y yo estamos cien por
ciento a bordo con tu decisión de hacer esta entrevista. Y espero que
digas lo que sientas que es necesario para poder mantener la cabeza en
alto. Solamente ten en cuenta que te retractaste de tu declaración, lo
que significa que tienes que tener cuidado. Conociendo a esa familia,
lanzarían un pleito de difamación contra ti. Yo... —Frunce los labios—.
Si pudiera regresar y hacerlo todo de nuevo, aun habría reportado a ese
hombre. Pero me gustaría pensar que habría hecho otras cosas de modo
diferente. Sé que tú y yo nunca seremos mejores amigas, pero espero
que algún día veas mis intenciones por lo que eran.
Creo que eso es lo más parecido a una disculpa que obtendré de
ella.
Se gira para mirar por la ventana. —Noté que el rollo de papel
higiénico estaba casi vacío, pero no sé dónde guardas los extras.
Deberías cambiarlo para que tus invitados no se queden sin papel.
—Vale. —Le permito hacer un rápido escaneo de mi cuartito de
baño; y, sí, reemplazar el rollo. Y luego me examino en el espejo, de la
blusa rosa sedosa de mangas tres cuartos y pantalones color azul
oscuro por los que me decidí después de revisar todo en mi armario,
algunas cosas dos veces, deseando que todavía tuviera el vestidito
negro, un verdadero hallazgo milagroso en una tienda de segunda
mano. Paso la plancha por mi cabello y uso más maquillaje del que
normalmente llevo, pero pensé que la cámara lo desvanecería de todos
modos.
En general, me veo mil veces mejor que cuando Brett apareció en
mi puerta hace cinco días. Sin embargo, ¿estoy lista para esto? La
opresión en mi pecho sugeriría lo contrario. En verdad siento el impulso
abrumador de llamarlo y cancelar todo el asunto.
—¡Un Escalade negro acaba de estacionarse! —grita mamá desde
la ventana delantera.
Ya es muy tarde.
Mi estómago da un vuelco cuando apago el interruptor de la luz y
me acerco, para ver a mi madre alisándose el vestido con las manos y
pasando un dedo por su cabello mientras mira por una grieta en las
persianas.
—Guau. —Me mira por encima de su hombro con una mirada
significativa—. Él es... Guau.
132
—Sí. Lo noté —digo, tirando de la parte delantera de mi blusa otra
vez.
Vuelve su atención hacia el camino de entrada. Y de repente su
boca se abre. —¡Mierda!
Mis ojos casi salen de mi cabeza. Mi madre nunca maldice.
Nunca. —¿Qué?
—¿Sabías que ella vendría?
—¿Ella?
Los escalones del pórtico crujen, y mamá deja caer su voz a un
silbido susurrado. —¡Su madre!
¿Meryl Price está aquí?
Simplemente miro a la puerta, congelada en el lugar cuando
llaman a la puerta.
Por suerte, mi madre mantiene los modales, dirigiéndose a quitar
el seguro y abre la puerta. —¡Entren, entren! —Los dirige, su voz más
aguda de lo normal, sus dedos que cuelgan en su muslo tiemblan
levemente. No creo haberla visto nunca tan nerviosa.
Conteniendo mi aliento y mi vejiga, veo silenciosamente cómo un
bulldozer gigante de hombre —en serio, tenía que haber sido un
linebacker en una vida anterior— vestido de negro, con la chaqueta
abierta para revelar la pistola a su costado, entra y me hace un gesto
con la cabeza mientras pasa a mi lado, metiendo la cabeza en cada uno
de los dormitorios y el baño, con un auricular en la oreja. Lo escucho
decir: —Todo despejado —a nadie que yo pueda ver. No hubo esta
seguridad rigurosa en la primera visita de Brett. Debe ser a causa de
ella.
Brett entra con sus muletas, de inmediato buscándome. El
moretón alrededor de sus ojos ha mejorado un poco. Viste una camisa
negra de cuello grueso, que le ciñe el pecho de forma halagadora, y
unos pantalones carbón que abrazan al resto de él de una manera aún
más halagadora, con una pierna enrollada para dar espacio a la
escayola.
Se quitó el vendaje de su frente y ahora puedo ver claramente la
roja cicatriz de dieciocho centímetros justo debajo de la línea del pelo.
Tiene el mismo estilizado que en aquel evento de caridad, con mechones
gruesos despejados de su rostro, y aunque aún tiene un rastrojo en
todo su rostro, parece que la barba ha sido arreglada.
Brett simplemente me mira fijo durante un largo momento, esa
misma mirada de asombro aún en sus ojos. Me pregunto si es un reflejo
del temor que seguramente se halla en los míos. A pesar de todo, una
burbuja de excitación brota dentro de mí.
Estoy tan feliz de verlo de nuevo.
—Hola, soy Hildy Wright, la madre de Catherine. —La voz de mi
madre aleja su atención. 133
Él le ofrece un apretón de manos y esa sonrisa genuina. —Es un
placer conocerla. —Dios, es tan encantador, incluso cuando no hace
nada fuera de lo común. Prácticamente veo a mi madre derritiéndose en
un charco. Haciéndose a un lado, lleva una mano detrás de él—.
¿Mamá?
El epítome del glamour entra por la puerta.
Meryl Price.
En mi casa.
Ella usa un vestido de marfil que abraza su figura, y esa figura es
como un reloj de arena perfecto en la vida real como lo es en la pantalla.
Al igual que su cabello sedoso hasta los hombros, el color de las hebras
de maíz, y su rostro impecable. La única joya que lleva es un anillo de
boda de diamantes más bien modesto. Me pregunto si incluso trata de
verse tan bien y, si es así, cuánto tiempo tarda. Mi madre vino directo
del trabajo, así que sigue usando su ropa de oficina: un vestido lápiz
azul marino y zapatos sencillos pero con clase, unas joyas de fantasía
que conjugan todo el aspecto. Su cabello rubio a los hombros se halla
rizado en los extremos y su maquillaje es ligero. Siempre ha sido
naturalmente sorprendente, y sin embargo, junto a Meryl Price, su
cabello y su tez parecen aburridos, su vestido desvanecido y mal
ajustado.
Meryl Price ofrece a mi madre —por una vez, sin palabras— una
sonrisita cálida y un apretón de manos, antes de pasar rápidamente a
buscarme como lo hizo su hijo hace unos momentos.
Y cuando su mirada se fija en mí, sus ojos impecablemente
maquillados de inmediato se llenan de lágrimas. Por la tensión en su
mandíbula, trata de mantenerlas a raya mientras camina hacia mí, sus
tacones marfil a juego hacen clic contra mi suelo desgastado. Estoy
segura de que este linóleo nunca antes ha sido adornado por esos
zapatos caros. —Catherine —dice alegremente.
Me siento aterrorizada de decir algo estúpido, y por eso no digo
nada, simplemente ofrezco mi mano no lesionada cuando llega a mí. La
ignora, me abraza, su cabello brillante acaricia mi mejilla, su exótico
perfume floral me llena las fosas nasales. Sus delgados brazos, tan
definidos como los míos, aunque son de unos cincuenta años, me
aprietan con fuerza.
—No sé cómo agradecerte por salvar la vida de mi hijo. —Abro la
boca para minimizarla, pero me corta—. Tú también tienes una hija. Así
que debes ser capaz de apreciar lo agradecida que estoy.
Eso me hace darme una pausa. ¿Y si nuestros papeles fueran a la
inversa? ¿Y si hubiera sido mi hija la atrapada dentro de un accidente
automovilístico y esta mujer envolviendo sus brazos a mi alrededor
hubiera arriesgado su vida para sacar a Brenna?
Nunca habría sido capaz de encontrar las palabras correctas. 134
Es extraño que nunca lo haya visto desde ese ángulo, pero Meryl
Price tiene razón. Brett, ese hombre gigante de pie con muletas para
apoyo, roto y magullado, siempre será su hijo.
Finalmente, puedo devolverle el abrazo; una nueva comprensión
sin palabras pasa entre nosotras.
Nos separamos justo cuando el chofer de Brett entra por la
puerta, llevando otro elaborado arreglo floral. Una mujer curvilínea y
baja, con un corte de pelo bob en su cabello negro, entra tras él, con los
brazos cargados de varios contenedores de lo que parecen ser bandejas
de comida, y sus ojos exploran mi casa. —Aquí por ahora, Donovan. —
Señala con la barbilla la mesa de café mientras se dirige hacia la mesa
de mi cocina para descargar sus brazos—. Soy Simone, la publicista de
Brett.
—Hola. —Frunzo el ceño ante las bandejas.
—Brett mencionó cuánto te gustó el último ramo de flores. Y sé
cómo de desgastantes pueden ser este tipo de cosas, por lo que trajimos
comida para facilitarte más las cosas —dice Meryl, acariciando mi
antebrazo—. Espero que no te moleste.
Tiene una forma elegante de hablar. Creo que podría convencerme
de casi cualquier cosa.
—No, claro que no.
Simone quita las tapas y el aroma de pan recién horneado capta
mi nariz, recordándome que en realidad no he comido. Hay comida
suficiente aquí para quince personas.
—Catherine, ¿tal vez quieran algo para beber? —pregunta mi
madre.
—No es necesario. También trajimos la bebida —dice Simone, y
Donovan reaparece en ese momento con una jarra de Starbucks.
—Realmente estás... preparada. —Y considerada.
—Es por eso que la mantengo cerca. —Brett le lanza un guiño a
Simone.
—Tienes suerte de que sigues con dolor o te golpearía, con los
aros que me pides que salte —se queja Simone falsamente en su
camino por delante de él para detenerse frente a mi sofá, con manos en
las caderas, Evaluando el área. Le toma tres segundos notarlo—. No
tienes fotos de familia.
—No, las guardé todas. —Miro a Brett, buscando apoyo.
—Está bien, Simone. The Weekly ya estuvo de acuerdo con eso.
Pero Simone frunce el ceño. Parece discrepar. —Acordaron no
tener a la niña aquí. Pero necesitamos algo. Un par de fotografías
enmarcadas en la mesa auxiliar. ¿Debes tener una de esas?
—Tengo un montón, pero están en un cajón en donde las puse. — 135
No puedo evitar que la irritación se me escurra en la voz. ¿La niña?
Suspira. —Mira, sé que quieres proteger a tu hija. Pero parte de
esto es la construcción de una imagen más positiva en los medios de
comunicación para ti misma. Estoy segura de que ya has escuchado
algunas de las cosas menos que halagadoras que se han dicho de ti...
—Muchas veces —la interrumpo rápidamente en caso de que
sienta la necesidad de empezar a enumerarlas.
—Bueno, la mejor manera de...
—No pondré el rostro de mi hija en televisión nacional para
esfuerzo de publicidad. —Lucho por excluir la emoción de mi voz.
—Pero…
—No.
—La escuchaste, Simone —dice Brett, y ese tono serio de nada-
de-tonterías está de vuelta. Sus ojos parpadean hacia mí y le agradezco
en silencio con una sonrisa—. Además, creo que la gente se enamorará
de ella tal como es.
La boca de Simone se cierra. Mira furiosamente a Brett, sin duda
descontenta con mi postura y su apoyo. Pero ella también sabía cómo
era esto antes de venir aquí. Debió creer que podría influir en mí.
Mi madre parece encontrar su lengua y su nervio. —Si sirve de
algo, creo que mi hija hace lo correcto al mantener a Brenna lejos de los
focos, y si Kate Wethers quiere que esta entrevista continúe, es mejor
que su gente sepa que no irá en contra de los deseos de Cath. —Coge
su bolso—. Tengo que recoger a Brenna. Fue muy agradable conocerlos.
—Le sonríe primero a Brett, luego a Meryl.
Pero Meryl se apresura a tomar su mano gentilmente. —Nos
veremos de nuevo. Estoy segura de eso.
Mamá frunce los labios y asiente. Tratando de mantenerse
tranquila. Me pregunto si llamará a sus amigas al segundo en que salga
por la puerta y gritará como una niña de trece años en un concierto de
One Direction. Casi deseo poder estar ahí para presenciarlo.
—Mantente atenta a cualquier reportero que te siga a casa desde
la escuela de Brenna —grito detrás de ella mientras sale por la puerta.
Con eso, se ha ido, y los labios de Simone se hallan fruncidos
mientras busca otro ángulo. —¿Tienes alguna foto familiar que estés
dispuesta a poner? Tus padres y tú, tus hermanos... —insiste—. En
serio necesitamos algo. Un toque personal y familiar.
La mujer es implacable, pero tengo que creer que sabe de lo que
habla.
—Tengo algunas fotos viejas en una caja de zapatos. Podría
desenterrarlas.
El teléfono de Simone empieza a sonar. —Genial, hagamos eso —
dice, al parecer apaciguada, y responde a su teléfono con un corto—: 136
Simone Castagan. —Donovan la sigue mientras ella sale por la puerta
principal para atender la llamada.
Dejando a Brett, a su madre y a mí solos.
Meryl comienza a vaciar la bolsa plástica de tazas de papel, tapas
y cremas; me pierdo mirándola durante un largo momento, porque por
ese momento parece ser cualquier otra madre normal y humana, antes
de recordarme a mí misma. —Espere, permítame traer algunas tazas de
verdad, por lo menos. —Me apresuro hacia el armario, buscando mis
mejores tazas, las que no estén astilladas, agrietadas o cubiertas de
frases pegajosas. Básicamente, todo lo que no dice “Encontrada en
venta de artículos usados”.
—Tienes una casa muy bonita.
Apenas contengo el resoplido. Vivo en un tugurio en comparación
a lo que ellos están acostumbrados, y lo sé porque encontré fotos de su
casa de Malibu en línea. Ella solo está siendo educada. —Es muy
amable de su parte decirlo.
—Lo digo en serio. Es muy pintoresco y... acogedor. Has hecho
una hermosa casa para tu hija.
Cuando me giro, veo su mirada vagando por el espacio. Hay algo
tan honesto en ella que casi le creo. Pero entonces recuerdo que es una
actriz premiada.
—¿Puedo? —pregunta, moviéndose de repente a mi lado y
señalando el jabón; su anillo de diamantes brilla, incluso bajo mis luces
apagadas.
—Sí. Por supuesto. Considérese en casa. —En silencio agradezco
a mi mamá por insistir en que pasará una toalla de emergencia sobre el
fregadero.
—Y Brett, querido, por favor siéntate. No deberías estar de pie —
añade por encima de su hombro con esa voz airosa.
—Estoy bien, mamá.
—No, estás pálido, y el doctor te dijo que no estuvieras de pie.
Siéntate. —Lo reprende suavemente, acercándosele para arrastrar una
silla desvencijada hacia él.
Está un poco pálido. Sin embargo, sigue siendo muy hermoso.
Me ofrece una mirada avergonzada antes de sentarse, haciendo
muecas de dolor.
La culpa me abruma. No debí presionarlo para que hiciera esto de
inmediato. No debería estar aquí. —Lo siento, debimos esperar unas
semanas para hacer esto, hasta que estuvieras mejor.
—Estaré bien.
—¿Te tomaste las pastillas? —pregunta Meryl.
—Lo haré después de la entrevista. Me hacen dormir. Lo sabes —
137
dice con una actitud demasiado paciente, como si fuera cualquier cosa.
—Deberías comer algo. —Meryl retira una tapa y, saca un plato y
cubiertos de la bolsa de plástico. Supongo que son desechables, pero
son más lindos que los de porcelana que tengo en el armario—.
Ensalada de huevo, ¿verdad?
El rostro de Brett se tensa, y ella sacude la cabeza hacia sí, riendo
entre dientes. —Es tu hermana la que ama el huevo. Siempre me
confundo con ustedes dos. Toma, jamón y queso. Y algunas zanahorias
al lado. —Coloca en el plato todo y lo pone frente a él, como haría una
madre amorosa por su niñito.
Cuando él eleva la vista, y me ve presionar mis labios para tratar
de ocultar mi sonrisa, su rostro se divide en una sonrisa amplia.
—Piensas en cómo haces esto para tu hija de cinco años, ¿no?
No puedo evitarlo, me echo a reír.
Meryl me guiña un ojo, luego se quita sus elegantes tacones y
exige: —¡Come! Antes de que tenga que darte de comer como si tuvieras
cinco años.
Algo acerca de verlos interactuar —la todopoderosa y glamurosa
Meryl Price tratando a su hijo como lo haría una madre dominante y
preocupada; el sexy y fuerte Brett Madden, frunciendo la nariz ante el
huevo— me relaja por primera vez desde antes del accidente.
***

—Te tendremos sentada en todo momento… —Rodney mira a


través de la lente de la cámara que se encuentra inclinada en mi feo
sofá floral. Es una de dos cámaras, la otra lista para grabar a Kate
Wethers, quien se sentará en una de mis desvencijadas sillas de cocina
a la izquierda de nosotros. La que ha sido armada de nuevo varias
veces. Juro que eligieron la peor intencionalmente.
El equipo llegó en una Suburban con un logo de THE WEEKLY al
costado hace cuarenta y cinco minutos, desde entonces han convertido
mi sala de estar en un escenario.
Sigo las instrucciones de Rodney, deslizándome por completo
hasta que mi espalda toca el sofá.
—Muy bien, listo. Y quiero que gires tu cuerpo hacia Brett.
¿Girarme hacia Brett? Me encuentro prácticamente encima de
Brett. Este sofá de dos piezas parece más una silla ahora que él lo
comparte conmigo. Sin embargo, han insistido en que nos quieren al
lado del otro para la entrevista.
—Más. Que sus rodillas se toquen.
Le ofrezco una sonrisa nerviosa mientras presiono su rodilla 138
derecha con la mía. Si la cercanía le molesta, no lo demuestra. Se
hunde en mi sofá, un retrato perfecto de la tranquilidad, como si ya
hubiera pasado por cientos de entrevistas como estas. Probablemente
es así.
—Sí, eso es perfecto. ¿Jess? Necesito ajustar la pantalla medio
centímetro hacía mí.
Su asistente se apresura a mover la pantalla plateada brillante
como le ordenaron. Brett me explicó que eso ayuda a controlar la luz
para evitar sombras y aspectos desfavorecedores. —¿Bien?
Rodney le muestra dos pulgares arriba. —Al igual que en el
estudio. A pesar de los micrófonos, ya estamos listos. Katie, ¿necesitas
un poco más de tiempo?
Kate Wethers, la celebridad de noticias de máxima audiencia y
morena despampanante, que he visto durante años agraciar la pantalla
de la televisión, se encuentra de pie al lado de la mesa de mi cocina y
habla con Meryl como si fueran viejas amigas, y tal vez lo son. O tal vez
es que Meryl es muy fácil de llevar.
—Dame diez. —Le hace una seña a la maquilladora, aunque no sé
qué más necesita que le hagan, dado que se ve lista para la cámara.
A mí ya me han puesto polvo, rubor y lápiz labial. Brett solo se rió
y negó con la cabeza cuando la chica trató de disimularle el moretón.
Diez minutos.
Incluso con Brett a mi lado, donde puedo sentir su presencia, su
calidez, su apoyo, no sé si puedo hacer esto. Especialmente porque
nunca tuve la oportunidad de hablar con él en privado. No hemos
tenido un momento a solas, con Meryl aquí, y también el resto del
equipo, así que el sudor comienza a deslizarse por mi espalda ante la
posibilidad de que él arroje palabras como “heroína” e “increíble” y “le
debo todo”, y la expresión en su rostro cuando escuche la historia
completa.
—Oye. —Me da un ligero codazo—. ¿Necesitas un descanso rápido
antes de que comencemos?
—Sí. —Sale como una exhalación—. Pero, ¿tengo permitido
moverme?
Se ríe. —Puedes hacer lo que quieras.
—Está bien. De hecho… —dudo, tragando el miedo que crece
poco a poco en mi garganta—. ¿Puedo hablar un minuto contigo? ¿En
algún lugar que no sea aquí? —Espero poder hablar un poco más en la
verdadera entrevista. Gracias a Dios que no se va a transmitir en vivo.
Arrugas llenas de curiosidad atestan su frente —Claro.
Rodeamos todo el equipo y las personas, mientras Brett pasa con
dificultad. No hay muchas opciones para estar a solas por aquí. Afuera
sobrepasa los límites y no voy a llevarlo al baño para tener una 139
conversación profunda, así que básicamente o nos vamos al cuarto de
Brenna o el mío.
El segundo en que entramos al mío y él cierra la puerta, sé que
escogí la habitación equivocada debido a mi nivel actual de ansiedad.
Nunca he tenido a un hombre, aparte de Keith, cuando iba a colgar un
esquinero en la pared o a ayudarme con Brenna, en mi habitación. Y
tener a Brett aquí…
Sus ojos comienzan a revolotear por el pequeño espacio cuadrado,
ligeramente iluminado por la lámpara en mi mesa de noche, hasta
aterrizar en la foto que hay de Brenna encima de mi tocador al lado de
mis recién lavadas, dobladas y muy poco sexys bragas y sujetador de
color blanco. Veo como sus ojos las examinan por un momento antes de
alcanzar el marco de la foto.
Él estudia su rostro. —Ella tiene tu mandíbula. Y tu boca. Y la
forma de tus ojos. Es básicamente tu mini-yo.
—No tanto pero… casi.
—Es hermosa. —Baja el marco—. El efecto que esto va a tener en
ella te preocupa mucho, ¿no es así?
—Son cosas complicadas de las que aún no quiero que se entere.
Mientras más rápido termine todo esto, mejor.
—De acuerdo. Eso espero. ¿Te importa si me siento? —Ya va de
camino a mi cama, con la misma expresión adolorida en el rostro que
tiene cada vez que se mueve.
—Tu pierna te duele mucho, ¿cierto?
—Nah. Está mejorando.
—Mentiroso —susurro, acercándome para sentarme a su lado.
Tal vez es mejor que no lo mire a los ojos para esto.
—Estás muy nerviosa, ¿verdad?
—Nah —le imito.
—Mentirosa. —Sonríe—. Va a salir bien, confía en mí. Kate es una
de las buenas, y Simone se aseguró de que sepa qué está fuera de los
límites. No te preocupes. Ella misma me lo dijo, quiere que salgas de
esto viéndote como la heroína que eres.
Y ahí va, usando esa palabra de nuevo. —Ves, esa es el tema. —
Me doy cuenta de que estoy magullándome la uña, así que empuño las
manos para detenerme—. El otro día, ¿cuándo te conté que sucedió esa
noche? Como que omití una parte de la historia. Algo importante. —Mi
pecho se siente dos tallas demasiado pequeño para que mis pulmones
funcionen de forma apropiada. Brett no dice nada, esperándome—.
Cuando llegué allí, tu cabeza colgaba hacia adelante y había tanta
sangre. —Cierro los ojos y la imagen aparece—. Coloqué mi mano en tu
pecho y pude sentir el latido de tu corazón, así que sabía que estabas 140
vivo. Traté de despertarte. Entonces, cuando el auto se prendió fuego,
comencé a gritar y a tratar de sacarte. Fue imposible. Eras tan pesado y
tus botas se encontraban atascadas en algo. Te quejabas, pero no te
despertaste. —Un nudo hace que me cosquillee la garganta, y que las
lágrimas brillen en mis ojos. Trago con fuerza—. El incendio comenzaba
a arder mucho, y a acercarse, y el olor del fuego y tu amigo…
Brett inhala con fuerza.
—Me di por vencida al intentar sacarte. Me alejé, sabiendo que te
encontrabas vivo. La otra noche, dijiste que la mayoría de las personas
te habrían dejado ahí. Yo soy una de ellas. Te dejé ahí.
—No, no lo hiciste.
—¡Claro que sí! Estaba a punto de darme la vuelta para alejarme
del fuego cuando finalmente levantaste la cabeza. Esa es la única razón
por la que regresé. Pero te abandoné. —De repente el peso enfermizo en
mis pulmones se hace más liviano, y con cada inhalación, respirar se
hace más fácil.
Un alivio agridulce me abruma. Alivio porque ahora Brett conoce
toda la verdad.
¿Pero qué piensa?
Mi corazón resuena en mis oídos por diez largos latidos antes de
que hable. —¿Estás bromeando, cierto?
Frunzo el ceño, viendo la mezcla de entretenimiento y simpatía en
su rostro.
—Cath. No me dejaste ahí.
—Pero yo…
—No me dejaste —repite—. E incluso si no me hubieras sacado y
no hubiera sobrevivido, aun así, no me abandonaste. —Sus ojos se
cierran con entendimiento—. ¿Por esto te has estado ocultando?
—Supongo que no ha ayudado mucho. Esto, y ser el centro de
atención de nuevo. Pasé por un momento difícil después de ese asunto
en la secundaria. Un montón de gente de aquí hacía y decía cosas de mí
y de mi familia. De verdad no quería revivirlo, y no quiero arrastrar a
Brenna hacia eso. Algún día se va a enterar. Solo quiero que sea a mi
manera.
Con un movimiento un poco vacilante, se acerca para pasar un
brazo alrededor de mi cuerpo. Tira de mí hacia él, hasta que presiona
mi hombro contra su costado. Su otra mano encuentra mi mentón,
elevándolo hasta que me obliga a encontrar su mirada. —No dejaré que
eso suceda. Y, además, no creo que haya algo malo que alguien pueda
decir de ti después de ver esta entrevista.
Siento como mis mejillas se sonrojan al estar tan cerca de él.
—Creo que tal vez estás un poco sesgado.
Su sonrisa triste se disuelve en una deslumbrada. —Tienes razón,
141
estoy completamente sesgado. Podrías hacer cualquier cosa y, aun así,
te tendría en un pedestal.
Mi pecho se infla con una ola repentina y abrumadora de afecto
por este hombre.
Debo estar hambrienta de conexión humana porque al igual que
la otra noche, no puedo evitar hundirme en él, descansar mi cabeza
contra su pecho fuerte, tratando de acercarme, deseando que el tiempo
se detuviera.
—¿Estás lista para salir y enfrentar al mundo juntos?
—¿O podríamos simplemente quedarnos aquí? —bromeo.
—Eso suena mejor —dice suavemente, en tanto su mirada
deambula sobre mi cama y regresa a mi rostro, sus ojos caen a mi boca
y no se van.
Como si quisiera besarme.
Deseos tontos para una chica tonta.
Recuerdo sentirme de este mismo modo hace mucho tiempo,
sentada en una silla dura de plástico frente a la clase, perdida en las
ilusiones inalcanzables de una chica adolescente, en la cual mi profesor
de arte podría sentir la misma lujuria por mí que yo sentía por él.
Donde tal vez podría escogerme por encima de todas las otras chicas
más bonitas en el colegio.
Ese sueño imposible que resultó no ser tan imposible después de
todo.
Sin embargo, también se convirtió en una pesadilla.
De repente, un golpe contra la puerta hace que me aleje. Los
brazos de Brett me sueltan, dejándome fría.
—¿Brett? ¿Catherine? ¿Están listos? —Es Meryl.
—Solo un segundo —le dice a su mamá.
—¿Qué tengo que decir cuando llegue a esa parte de la historia?
—El momento de paz se ha ido y mis nervios regresan.
El usa el espaldar de mi cama para ponerse de pie y se acomoda
las muletas. —¿Qué quieres decir?
—No lo sé. ¿Qué harías tú?
Cojea en dirección a la puerta, y se detiene delante de ella. Me
extiende su mano, indicándome que me acerque.
Dejo de respirar cuando la veo. Vacilante, doy un paso hacia
adelante, deslizando mi mano en la suya, sintiéndome mínima en
comparación. Es increíblemente amable, y cierra sus dedos sobre los
míos. Tirando de mí hacia la puerta y hacia él, levanta la mano para
alejar un mechón de cabello de mi rostro. Encuentro su mirada.
142
Su aliento de menta recorre mi rostro mientras se inclina sobre
mí durante cinco largos segundos, algo indescifrable en su expresión.
—Siempre he apoyado la verdad.
—La verdad. —Exhalo un suspiro tembloroso, su proximidad hace
que me maree un poco—. Puedo hacer eso.
Traducido por NnancyC, Mae & Anna Karol
Corregido por Julie

—El señor Philips la está esperando. —La estrecha cara de la


señora Lagasse es incluso más fina cuando me frunce el ceño desde
detrás de su escritorio de secretaria.
No me molesto en devolver la sonrisa, la mujer nunca ha sido
amistosa conmigo. Camino junto a ella y continúo por el pasillo a la
oficina del director al final, con mi estómago en nudos.
—Cierra la puerta al entrar —instruye el señor Philips de algún 143
modo distraído, su concentración permaneciendo en la pantalla de su
computador por un largo rato después que he cerrado la puerta y tomado
asiento al otro lado de él.
Por fin, se vuelve para fijar su mirada naturalmente fría y dura en
mí. No se parece en nada a la de su hijo. —Señorita Wright, me gustaría
que nos reuniéramos en circunstancias más gratas.
¿Y cuáles circunstancias serían esas? Me he sentado al otro lado
de él en este escritorio en más que una ocasión y nunca ha sido grato.
Sin embargo, concordaré, esta vez se siente cien veces peor. —¿Cómo
está él? —Suelto antes de que pueda detenerme.
Los labios del señor Philips se presionan al tiempo que parece
considerar su respuesta. ¿Qué debe pensar sobre mi relación con Scott?
—Herido —dice al fin—. No entiende por qué fuiste a la policía con este…
asunto. —La forma en la que lo dice me hace pensar que sabe la verdad,
que Scott y yo estamos juntos. O, lo estábamos.
El nudo que se ha alojado en mi garganta por los pasados nueve
días estalla, escuchando que he herido a Scott. —No quería hacerlo, lo
juro. Haría cualquier cosa para arreglarlo. Por favor, dígale eso.
El señor Philips se recuesta en la silla, sus dedos encontrándose
uno al otro en frente de él. —Entonces retráctate de tu declaración.
—¿Qué?
Sonríe satisfecho, como si supiera que no tengo ni idea a qué se
refiere. —Diles que vas a retirar tu declaración. Diles que lo inventaste.
No tienen suficiente para continuar con los cargos sin tu testimonio.
—Pero… ¿No me meteré en problemas? —¿Y qué hay de los
mensajes de textos? ¿La cuenta de mi madre?
—No —dice con simpleza—. ¿Quieres que Scott vaya a la cárcel?
¿Quieres que su reputación sea arruinada?
—¡No! Por supuesto que no.
—Entonces retráctate. Te dejarán ir.
—Pero… ¿mentir a la policía?
—La gente lo hace todo el tiempo. No te demandarán. —Se inclina
hacia adelante—. No tienes que cooperar con ellos, Catherine. Eres la
“víctima”. —No me pierdo su desdén en esa palabra—. No forzarán a una
víctima a testificar, y si te rehúsas a hacerlo, entonces este completo
desastre desaparecerá. ¿No es lo que quieres?
Asiento furiosamente.

***

Enrollo mis dedos entre sí mientras todos toman sus lugares, con 144
Brett moviéndose fácilmente alrededor de los muebles con maniobras
cuidadosas. Lo acabo de ver tomar píldoras con una botella de agua,
incapaz de retrasarlo más tiempo. Ofrece una fachada fuerte, pero hay
dolor en sus ojos. Pese a que me animó, me siento culpable por
presionarle con esta entrevista tan pronto.
Meryl le frota un brazo con cariño cuando pasa junto a ella para
rodear la mesa de café. Justo cuando se gira para sentarse, golpea su
yeso contra la esquina de la mesa, y su rostro se contorsiona en dolor,
cerrando los ojos.
Por instinto, me estiro para tocarlo, agarrando su mano, caliente,
áspera y tan tensa. —¿Estás bien?
Manteniéndose de espaldas para todos los demás, su pecho se
eleva con una profunda inhalación. Con una exhalación larga y lenta,
su mueca se desvanece y esa sonrisa perfecta y relajada aparece de
nuevo. —Sí, estoy bien.
Y me quedo sosteniendo su mano con una habitación de personas
observándonos.
Rápidamente la dejo caer y retorno a estrujar mis manos como
una abuelita en mi regazo mientras Jess coloca mi micrófono. Si no
acabamos con esto, pronto estaré balanceándome de adelante hacia
atrás.
El almohadón del sillón se hunde cuando Brett se acomoda junto
a mí, y siento que me inclino naturalmente hacia su gran cuerpo, tanto
por mucho que intente mantenerme recta. Rodney tardó tanto tiempo
reposicionándome, que tengo miedo de arruinar mi ángulo al ajustarme.
—¿Estás bien? —susurra Brett.
—Síp. —Mi respuesta tensa de una sola palabra, entregada en un
chillido agudo, me traiciona.
Se inclina, ligeramente atrapando mi oreja con su boca. —Solo
recuerda respirar profundo antes de contestar cada pregunta. Ayudará,
lo prometo. Y si hay algo que no quieras contestar, solo asiente hacia
Simone y ella lo suspenderá. O toma mi mano.
Como si fuera a tomar la mano de Brett Madden en un programa
transmitido en el horario de mayor audiencia.
—¿De acuerdo?
Le doy un asentimiento y Kate, en una blusa elegante y falda
lápiz, se pavonea hasta tomar su asiento, ajustando su micrófono. Luce
como si pudiera salir de la cama lista para estar en cámara. Dudo que
sea el caso, pero desearía estar tan a gusto con esta producción entera
como ella.
Rodney comienza la cuenta regresiva. —Cinco… cuatro… tres…
dos…
Podría escucharse una aguja caer en el piso, los dos segundos de
145
silencio son tan agudos. Y entonces…
—Soy Kate Wethers y esta noche les traemos una entrevista
exclusiva. Estamos en Balsam, Pennsylvania, con Brett Madden, el
capitán de los Flyers de Filadelfia e hijo de la actriz Meryl Price; y
Catherine Wright, la mujer heroica que salvó su vida al sacarlo de un
auto en llamas… —Habla encantadora y elocuentemente, y sin errores,
como si hubiese practicado su discurso durante días y podría recitarlo
dormida, con sus ojos verdes agudos, contorneados con patas de gallo
que sugieren que es más vieja que los cuarenta y pocos que pensé que
tenía al principio, fijos en la cámara. Presenta el accidente, en caso que
haya alguna persona en los Estados Unidos que no sea ya consciente, y
después, terminando con la dramática revelación de que la persona
misteriosa que salvó a Brett de casi cien kilos, es sorprendentemente
una mujer de baja estatura.
Con eso, se vuelve para mirarnos a Brett y a mí. Siento la cámara
enfocándose en mi cara, pero no la miro, manteniendo mis ojos fijos en
Kate y tratando de no desnudar mis dientes como un animal feroz
cuando fuerzo una sonrisa. Brett, Meryl y Simone prometieron que Kate
es amable y con clase, y no intentaría torcer mis palabras o venir con
sorpresas y dejarme boquiabierta.
Solo quiero terminar con esto.
Brett y Kate comparten cumplidos; ella expresando cuán feliz está
de que se esté recuperando, él felicitándola por un prestigioso premio al
periodismo que ganó recientemente. Ni un ápice de tensión palpita a
través de él. Ojalá pudiera estar tan relajada.
—Y esta es la encantadora jovencita a la que el mundo debe
agradecerle por permitirnos seguir disfrutando de la sonrisa hermosa, el
talento y el encanto de Brett Madden. Catherine Wright, ¿cómo estás?
¡Habla! ¡Habla! ¡Habla! —Un poco perdida, honestamente. —Me
aclaro la garganta varias veces, mostrando una sonrisa nerviosa a
Brett, que asiente, dándome ánimo.
—Entonces, Catherine. ¿O es Cath? He escuchado ambos en el
breve tiempo que he estado aquí.
—Cualquiera. Solamente Cathy no, por favor.
Se ríe y entonces vuelve su atención a Brett. —Así que, ese
decisivo viernes a la noche, tú y Seth Grabner estaban de camino a
celebrar por obtener un lugar en las finales de Eastern Conference,
¿cierto?
—Es correcto. Sid Durrand tiene un lugar en los Poconos e invitó
al equipo allí.
—¿Y estaban en el auto de Seth?
Brett sonríe. —Él se moría por sacar su Corvette en la carretera
de nuevo luego de guardarlo todo el invierno. —Su sonrisa se borra—.
146
Quiero decir… realmente quería conducirlo.
—Y ya aclaraste que no había alcohol involucrado en el accidente.
—Correcto.
Se vuelve a mí. —Cath, por qué no nos cuentas lo que todos
quieren escuchar con tus propias palabras: la noche que salvaste la
vida de Brett Madden.
—Vale… —Me recuerdo respirar hondo, como me enseñó Brett—.
Estaba camino a casa de una cita a ciegas fallida… —Pese a que Gord
me traicionó de la forma que lo hizo, y merece que le bajen diez puntos
a su ego, no seré completamente cruel—… y estaba tomando la
carretera Old Cannery. Vi un auto rojo deportivo. Estaba… —Contengo
las palabras. Le dije a la policía que pensé que el conductor iba a alta
velocidad, pero no hay necesidad de condenarlo ahora—. Se hallaba
neblinoso. Muy neblinoso —digo en su lugar, lo cual no es mentira. Es
sorprendente, cuánto recuerdo sobre esa noche, y con cuanta claridad
puedo recordarla, hasta el pánico y la sensación de impotencia.
—¿Así que encontraste a Seth Grabner primero?
Asiento. —Sí, él estaba… No era bueno. —Siento a Brett tensarse
a mi lado, y rápidamente continúo—: Luego vi a Brett en el asiento del
pasajero. Todavía respiraba, pero inconsciente.
—¿El auto estaba ardiendo en ese momento?
—No. Podía oler algo raro, pero no comenzó a incendiarse hasta
unos veinte segundos después. —Sacudo la cabeza—. U, honestamente,
no sé cuánto tiempo después. En fin, cuando lo hizo, supe que tenía
que sacarlo de allí. Ya había desabrochado el cinturón de seguridad, e
intentaba sacarlo a tirones. Logré sacar su pierna derecha del auto,
pero su bota izquierda se encontraba atascada bajo algo.
—Intentaste sacar a este hombre de cien kilos del auto. —Hace
un gesto hacia Brett, para enfatizar su tamaño, lo cual estoy segura ya
es claro conmigo sentada tan pequeña a su lado.
Algo sobre la manera que lo dice me hace soltar unas risitas. Tal
vez lo absurda que fui, incluso intentándolo en primer lugar. —Sí, él es
tan pesado como parece.
A la par, Brett se ríe suavemente.
Ella se acerca, su voz cayendo un grado, como si de algún modo
estuviera más metida en la historia. Es un movimiento sutil, pero
astuto de su parte. —Entonces, ¿qué sucedió, Catherine?
Desvío mi mirada de la suya y miro al lente de la cámara, pero
luego recuerdo que me dijeron que no haga eso, así que dejo caer la
mirada a la mesita de café, luchando para controlar mi corazón
acelerado. —Seguí gritando y chillando, pero él no respondía y hacía
tanto calor, que sentí que mi piel se iba a derretir. Por lo que comencé a
retroceder. Por unos segundos, me di por vencida —admito por fin en
un susurro tembloroso—. Nada de lo que hacía funcionaba. 147
El silencio llena la habitación.
—Estabas llorando —dice Brett de repente, casi para sí mismo—.
No parabas de decir que lo lamentabas, y llorabas.
Me giro para notar el ceño en su frente. —¿Me escuchaste?
Sus ojos azules buscan mis rasgos. —Supongo que sí. Solo que
no lo recordé hasta ahora.
Durante unos momentos, Kate, la cámara, la multitud… se
desvanecen.
No obstante, la voz de Kate me devuelve rápidamente. —Eso debe
haber sido una decisión absolutamente aterradora e imposible para ti.
—Su frente se arruga con simpatía—. Eres una mujer de veinticuatro
años, madre soltera con una niña de cinco años que te esperaba en
casa, ya te habías puesto en peligro. Y, por lógica básica, una mujer de
tu tamaño no podía posiblemente tener la fuerza para levantar a un
hombre del tamaño de Brett Madden de un asiento envolvente. —
Espera unos segundos, tal vez para dejar que las palabras se asimilen,
antes de continuar—: Pero no renunciaste, ¿verdad? Porque, de otro
modo, él no estaría sentado aquí junto a ti.
El alivio se hincha dentro de mí, y por primera vez desde que
comencé a hablar, mi sonrisa se siente genuina. —Tosió y levantó la
cabeza. Lo vi hacerlo, así que corrí de vuelta y comencé a gritarle que
liberara su pierna, esperando que me escuchara. De algún modo lo
hizo, y tenía sus dos piernas fuera del auto, por lo que envolví los
brazos alrededor de su cintura y comencé a tirar.
Kate levanta una mano. —Vamos a detenernos allí un momento,
porque quiero asegurarme que nuestros televidentes entiendan esto. —
Se vuelve para mirar a la cámara—. Brett Madden no estaba en una
pickup o en una SUV, o en ninguno de esos vehículos donde necesitas
trepar. Se encontraba en un Corvette del ’67. Ahora, no sé ustedes, pero
la última vez que estuve en uno de esos, apenas pude bajarme de él,
estaba tan bajo como el piso. —Tiene un ligero estilo cómico que la hace
resaltar de los otros presentadores de noticias, incluso cuando reporta
temas difíciles.
—Mi papá dijo algo entre esas líneas —concuerdo con una risita.
Se vuelve a mí. —¿Cómo en la tierra lo sacaste?
Me encojo de hombros. —Sinceramente, no lo sé. Un momento
tiraba de él, y al siguiente tropezábamos hacia atrás en la cuneta.
Imagino que despertó y reunió algo de fuerza de último minuto.
Kate se concentra en Brett. —¿Eso es lo que sucedió? ¿Puedes
explicarlo?
—No, no puedo explicarlo. Con mis heridas, la probabilidad de
que de repente me levantara y saliera es cercana a nula.
—Así que estás diciendo… 148
—No sé cómo lo hizo, pero… —Se vuelve para mirarme a los ojos
con tal intensidad, que siento un sonrojo furioso arder en mis mejillas.
Bajo la mirada a mis manos—. Le debo mi vida a Catherine.
Un silencio ensordecedor se posa en el aire. Una pausa
intencional de Kate, sospecho, antes de que continúe: —Entonces, sin
duda, ahora no deberías estar sentado aquí.
Su pierna se presiona contra la mía en un discreto —para todos
menos para mí— movimiento. —No. Nunca debería haber salido de ese
auto vivo.
—¿Y qué se siente saber eso? ¿Ha cambiado tu perspectiva?
Usa el truco que me enseñó e inhala profundo. —Para ser sincero,
no creo que ya haya llegado a aceptarlo. Estaba tan acostumbrado a
salir de la cama en la mañana con nada más que un partido futuro o
práctica para concentrarme. Ahí es donde puse toda mi energía. El
juego era todo para mí. Ahora abro los ojos y reproduzco esa noche en
mi cabeza, y me digo que el dolor en mi pierna no es nada, que debería
encontrarme dos metros bajo tierra, así que no tengo derecho a estar
disgustado si… —Su voz se pierde y traga saliva—. Me ha sido otorgada
una segunda oportunidad para vivir, una que uno de mis mejores
amigos no tuvo. Necesito aprovecharla al máximo.
La cara de Kate Wethers se llena de simpatía, y no noto si es
fingida o sincera. —Tú y Seth Grabner también eran muy unidos fuera
del hielo.
Traga otra vez. —He hecho un montón de amigos durante los
años. Pero Seth era uno de esos chicos que al instante sabía que estaría
un largo tiempo después de que nos retiráramos. Perderlo… hay un
agujero gigante en mi vida. —Su voz se ha vuelto áspera. Tengo que
esforzarme para no estirarme y tomar su mano, para intentar ofrecerle
alguna clase de consuelo. Me conformo con presionar mi muslo al suyo,
una señal regresada de afecto.
—Creo que tu equipo diría que hay dos agujeros gigantes en el
hielo, al no tenerte a ti y a Seth Grabner allí con ellos. Para el momento
que esta entrevista salga al aire, los Flyers habrán jugado el cuarto
partido de las finales de Eastern Conference y podrían estar fuera de los
playoffs. ¿Cómo ha sido, sentarse afuera y verlos luchar?
—Ciento de veces más doloroso que esto. —Con descuido ondea
una mano hacia su pierna enyesada—. Quiero estar allí, ayudarlos. Han
trabajado duro y merecen ganar.
Las cejas de Kate se juntan un poco. —Aunque el alcohol no fue
un factor en el accidente, el reporte policial dice que la velocidad sí lo
fue. Esto ha causado un gran revuelo con los fanáticos del deporte y los
medios de comunicación que sienten que el accidente era prevenible y
que los casi ciento veinticinco millones de dólares relacionados en 149
contratos con ustedes dos debió haber garantizado más responsabilidad
de sus partes. ¿Cómo te sientes respecto a eso?
Brett agacha la cabeza, cesando un momento. Debe haber
esperado esa pregunta, aunque fuera difícil. —Hay muchas cosas que
desearía poder volver a hacer y cambiar de esa noche, pero no puedo.
En verdad lamento si le fallamos a la gente.
La ira estalla dentro de mí. Casi murió. Uno de sus mejores
amigos murió, y todo lo que a la gente parece importarle es ganar un
estúpido trofeo.
Y en realidad se está disculpando por no ser capaz de dárselos.
Siento el impulso incontenible de defenderlo, mi boca va tan lejos
como para abrirse, lista para atacar a los fans.
Y entonces Kate se vuelve a la cámara. —Volveremos dentro de
unos minutos para hablar más con Brett Madden y Catherine Wright
sobre esta historia increíble. —Hay una pausa, y entonces grita—: Me
vendría muy bien agua, ¿por favor, Margaret? —Su asistente corre de
prisa con una botella de Evian.
Me obligo a respirar un par de veces y calmarme. —¿Estás bien?
—pregunto sintiendo su cambio de humor.
—Sí. —El sofá se hunde bajo el peso de Brett mientras se inclina
más cerca de mí—. Lo estás haciendo genial.
—Oh, bien.
—Él tiene razón —interrumpe Kate con sorbos—. Y estamos a la
mitad. Cuando empecemos de nuevo, vamos a hablar más de ti, Cath.
De tu vida actual, de tu hija. —Levanta la mano antes de que tenga la
oportunidad de objetar—. Lo mantendremos breve y vago. —Sus ojos
conocedores se cruzan con los míos—. Y también hablaremos un poco
de tu pasado.
Asiento sin decir palabra.
Ella le dice a Rodney que vuelva a empezar la cuenta atrás.
—Y cinco… cuatro… tres… dos…
Kate hace su pequeño discurso de apertura de nuevo, luego se
vuelve hacia mí. —Catherine, no saliste del accidente sin heridas,
¿verdad?
—No. —Levanto mi muñeca; el moretón es más pronunciado bajo
la iluminación—. Cuando Brett y yo caímos en la zanja, debí haberme
torcido la muñeca. Pero está mucho mejor. Otra semana y debería
volver a la normalidad.
—Pero tu auto no fue tan afortunado.
Sonrío tímidamente. —No. Debido a la niebla, me detuve justo
detrás del Corvette, con la esperanza de que mis faros me ayudaran a
ver. Y luego este se incendió y se extendió al mío antes de que el
departamento de bomberos pudiera apagarlo.
150
—Así que perdiste el auto.
Me encojo de hombros. —Sí, pero mis padres me prestaron el
dinero para comprar uno nuevo, así puedo ir y volver del trabajo. Lo
aprecio mucho. —Añado esa última pieza más para ellos que cualquier
otra persona.
—Eres camarera en un restaurante local, ¿no? —Hace que suene
como si no estuviera completamente segura, lo cual sé que no es el
caso. Apuesto a que su equipo de investigación le entregó un expediente
completo sobre mí para el segmento.
—Sí.
Frunce el ceño. —Es difícil trabajar como camarera con una
muñeca torcida, ¿no?
Asiento. —Tuve que tomarme un tiempo libre.
—¿Tienes alguna preocupación por perder tu trabajo por esto?
Sonrío. —No. Afortunadamente, tengo una jefa increíble, así que
creo que estaré bien.
—Cuando en realidad puedas trabajar de nuevo. Pero, ¿qué vas a
hacer hasta entonces? Es decir, eres madre soltera de una niña. Tienes
cuentas que pagar.
—El dinero es lo último por lo que Cath tiene que preocuparse —
interrumpe Brett, agregando—, por muy terca que sea al aceptar mi
ayuda.
Ruedo los ojos antes de poder detenerme.
La suave risita de Kate llena mi casa. —Brett es uno de los
jugadores de la NHL mejor pagados y un hijo de la realeza de
Hollywood. Seguramente dejarás que al menos te compre un auto
nuevo, Catherine.
Me giro para fruncirle el ceño, susurrando: —¿La obligaste a eso?
—olvidando que estoy usando un micrófono, por lo que probablemente
lo oyeron.
Las manos de Brett se elevan en rendición. —¿Ves? No soy el
único que piensa que es totalmente ridículo que no me dejes ayudar.
—Dime, Catherine, ¿hay alguna razón específica por la que no
aceptes la oferta de Brett?
Me encojo de hombros. —No lo sé. Simplemente no se siente bien.
Sería como si me beneficiara del accidente.
—Así que, si reemplazara tu viejo auto por uno idéntico...
—Un gran y oxidado Gran Prix sin bocina con trescientos veinte
mil kilómetros recorridos, entonces sí, supongo que estaría bien. —
Sonrío, dándome cuenta de lo absurdo que suena—. Estoy feliz de
haber estado allí y poder sacarlo. —Mi garganta comienza a hincharse
151
con la sola idea de no estar aquí sentada junto a él, con su pierna
presionada contra la mía, sintiendo su calor. De lo trágico que habría
sido para el mundo perder a una persona como él.
—Pero puedes entender por qué él siente que te debe, ¿verdad?
—Creo que siento que, en cierto modo, soy la afortunada aquí,
por estar en el lugar correcto en el momento correcto para ayudarlo, y
por llegar a conocerlo después. Si va a estar en mi vida, quiero que sea
porque lo desea, no porque se siente obligado.
Oh Dios mío. En el momento en que paro, desesperadamente
deseo poder retirar todo lo que acabo de decir. Debo haber sonado como
una mujer prendada de Brett Madden.
Incluso si es así, no quiero que nadie lo sepa. Menos él.
Una sonrisita de satisfacción aparece en el rostro de Kate, y
luego, por fortuna, lleva la conversación a otra dirección. —Catherine,
dime algo. —Se inclina hacia adelante, hasta que se sienta al final de mi
desvencijada silla de madera. Si se siente incómoda, nadie lo sabrá—.
No permitías que la policía diera tu nombre después del accidente.
Mantuviste tu identidad escondida durante una semana, incluso de la
familia Madden, que estaba desesperada por conocer a la mujer que
salvó la vida de Brett. ¿Por qué?
Siento que esto es lo que precede a hablar de Scott Philips. —No
quería toda la atención de los medios que sabía que traería.
Sus ojos se estrechan. —¿Y eso tiene algo que ver con lo que pasó
en el dos mil diez, con tu profesor de secundaria?
Trago, y me recuerdo que ya he pasado por esto y salí ilesa. Y
evitarlo ahora no lo hará desaparecer. —Sí.
Se inclina hacia atrás en la silla. Cruje, y momentáneamente
temo, imaginándola romperse y a Kate Wethers cayendo de culo en mi
sala. Me pregunto si editarían esa parte. —Para los espectadores que no
lo saben, hace siete años afirmaste que estabas involucrada en una
relación íntima con tu maestro de arte, Scott Philips. Tenías diecisiete
años y él treinta. Fue detenido por cargos de corrupción de una menor
de edad, pero las acusaciones fueron refutadas dos semanas más tarde
cuando te retractaste de tu declaración. El fiscal de distrito afirmó que
no había suficiente evidencia para llevar este caso a los tribunales, a
pesar de que el reporte de la policía mostró evidencia de conversaciones
de texto entre ustedes dos, así como un reporte de testigos presenciales
de Scott Philips esperando en su auto fuera de tu casa en medio de la
noche.
Kate se detiene durante unos segundos. Me doy cuenta de que lo
hace cuando está a punto de hacer una pregunta en la que tengo que
hablar mucho.
—¿Puedes hablarnos un poco de este profesor? 152
—Vaya. —No puedo evitar la risita nerviosa—. No he hablado de él
en mucho tiempo. —Siento un empujón en mi pierna. Brett, tratando de
llamar mi atención.
—¿Estás bien? —dice, con preocupación en los ojos.
No. Sonrío y asiento.
—Cualquier cosa. ¿Cómo era él como profesor, para empezar?
—Nunca se sintió como un maestro para mí. No como todos los
demás. Se parecía más a un amigo mayor, alguien con quien podía
hablar de música, libros y arte. Todo el mundo lo llamaba Scott en
clase. Era atractivo y coqueto.
Las cejas de Kate se elevan. —Coqueto.
—Tenía una sonrisa de la que las chicas en la escuela hablaban.
A muchas chicas le gustaba.
—Y le gustabas tú.
Dejo caer mi mirada a mis manos. ¿Qué puedo decir que no me
meta en problemas? —Eso creo.
—Intercambiaron mensajes de texto, ¿verdad? —añade, como
para tranquilizarme—. La policía tenía pruebas. Uno de Scott Philips
diciéndote lo hermosa que eras.
Asiento. Scott afirmó que el mensaje donde me decía que era
hermosa fue inocente en intención, pero extremadamente de un pobre
juicio de su parte. Que yo parecía una chica con baja autoestima. Solo
trataba de aumentarlo.
—Y entonces tu madre te siguió mientras te escapabas una noche
y te observó subiendo en un auto conducido por él. Ella fue la que
presentó el informe a la policía.
Otro asentimiento. Scott afirmó que estaba de camino a su casa
desde donde un amigo y me vio caminando por la calle, así que se
detuvo. Su amigo lo corroboró, aunque mucho más tarde se supo que
ese amigo estuvo en Filadelfia esa noche. Irónicamente, en un juego de
los Flyers.
—¿Cómo te sentiste cuando hizo eso? ¿Estabas enojada con ella?
La mano de Brett se desliza contra mi muslo tan sutilmente, y sé
que comprueba si estoy bien con esto, si quiero que Simone intervenga.
Pero recuerdo lo que mi madre me dijo acerca de decir lo que
necesito. —Estaba devastada. No lo veía como ella. Solo vi a un hombre
al que amaba y con quien quería estar. La odié durante mucho tiempo
por eso.
—Dices que lo amaste. ¿Alguna vez te hizo sentir como si hubiera
podido corresponder a esos sentimientos? —Parece que está escogiendo
cuidadosamente sus palabras. 153
Aquí es donde se pone peligroso. ¿Qué digo? Sí, me dijo que me
amaba en más de una ocasión y estoy cansada de negarlo, de permitir
que la mentira que él y su familia sembraron siguiera adelante. De
permitir a Scott Philips salirse con la suya. Pero admitir eso significa
abrir puertas que no tenía intención alguna de reabrir.
Elijo mi respuesta con el mismo cuidado. —Cuando le di mi
declaración a la policía, estaba aterrorizada. No sabía que tenía otra
opción que contarles todo. Eran las vacaciones de primavera, y una
semana más tarde, cuando la escuela empezó, fui llamada a la oficina
de mi director. Él fue quien me dijo que me consideraban una víctima y
que, si me retraía, las acusaciones contra Scott serían abandonadas. No
quería que Scott fuera a la cárcel, así que me retracté.
La expresión de Kate Wethers me dice que tengo razón, que no
necesito contestar a su pregunta directamente para decirle todo lo que
necesita saber. —Tu director era el padre de Scott Philips, ¿no?
—Sí.
—¿Sabía que amabas a su hijo?
—Parecía, pero no puedo hablar por él.
—Para resumir… Scott Philips fue acusado y puesto en libertad
bajo fianza, y su padre, el director, te llama, la víctima de diecisiete
años, a su oficina y te persuade a retractarte de tu declaración para que
los cargos contra su hijo sean abandonados.
Dudo. Nunca le conté a mi madre acerca de esa reunión con el
señor Philips. Ella asumió que alguien había hablado conmigo, me
convenció de retractarme, pero nunca le dije quién. No quería darles
más munición para utilizar contra Scott. En ese momento, estaba
agradecida por lo que su padre me había dado. —Básicamente. Sí.
—¿Por qué estarías de acuerdo?
—Porque amaba a Scott.
Asiente con suavidad. —¿Y alguien más presenció esta reunión?
—La secretaria me vio entrar, pero en realidad no estuvo en la
habitación.
Kate exhala profundamente, la primera vez que ha hecho eso en
la entrevista. —Así que, recapitulando un poco. Los cargos se eliminan
y Scott Philips regresa a enseñar en tu escuela. ¿Hablaste con él?
Sacudo la cabeza. —Nunca volvió a enseñar en mi clase.
—Y el periódico local publicó un artículo sobre él, no mucho más
tarde, básicamente, que te describía como una zorra que utilizó sus
encantos irresistibles para tratar de atraer a un hombre de treinta años,
con ropa sexy y coqueteo incesante. Claro que no te nombraron, pero
supongo que todo el mundo sabía quién eras.
—Creo que es seguro asumirlo, sí.
Se detiene y me mira fijamente. —¿Sentiste que eras culpable de 154
tratar de seducir a Scott Philips?
Me sonrojo con esa palabra. Sigo avergonzada por la forma en que
actué con él, aunque no fue como lo dio a entender la gente. —Te
refieres... ¿Me ponía vaqueros ajustados para ir a clase? Sí, supongo.
¿Mis camisetas eran ajustadas? Sí, es probable. Pero sinceramente no
sé cuánto podría haber ayudado… —Miro hacia abajo a mi copa A como
para aclarar el punto.
¿Acabo de atraer la atención a mis pechos en televisión nacional?
El calor se arrastra por mi nuca mientras me río, nerviosa. —Oh
Dios. Por favor, editen esa parte.
—No, por favor, deja esa parte —contrarresta Brett con una
sonrisa, ganándose mi codo en sus costillas. Pero su sentido lúdico del
humor trae consigo una sensación de alivio. Puedo superar esto con él a
mi lado.
—¿Has vuelto a hablar con Scott Philips?
Dudo. —Una vez fui a su casa a verlo. Me dijo que me fuera. Así
que me fui. —Suspiro—. Tenía diecisiete años, estaba enamorada y era
tonta. Tomé muchas malas decisiones.
—Para ser honesta, no conozco a adolescentes que no tomen
muchas malas decisiones. La mayoría simplemente se escapan sin ser
la comidilla de la ciudad. Parece que una gran cantidad de personas
estuvieron menos que impresionados contigo durante el caso. ¿Cómo
fue la vida para ti en ese año?
—No fue fácil. Ni para mí ni para mi familia.
—No todos lo hicieron tan difícil, ¿verdad?
Sonrío. —Mi jefa, Lou de Diamonds, no lo hizo. Su marido
también es genial. Son como familia para mi hija y para mí. Y el hombre
que me alquiló esta casa, fue muy amable. Solo ha levantado el alquiler
una vez desde que nos mudamos, y apenas.
Su cara se suaviza. —Quedaste embarazada de tu hija unos
meses después de este incidente, ¿verdad?
—Siete meses después. —Trago saliva—. Así es.
—Y ya habías salido de casa de tu familia.
—Yo era... Las cosas eran difíciles para todos en ese momento.
Pensé que mi vida estaba arruinada.
—Lo imagino. —Una mirada de sabiduría llena sus ojos—. Oye,
he pasado por muchas escuelas donde las chicas suben sus faldas
hasta donde son más como pantalones cortos. ¿Deberían hacer eso? No.
Pero eso no es una invitación o una excusa para que los maestros
coqueteen con sus estudiantes, o lo lleven más lejos. Lo que usabas en
la escuela o lo que sentías por Scott Philips, o incluso lo que pudieras
haberle dicho, es irrelevante. No deberíamos estar hablando de eso
ahora. —Se vuelve hacia la cámara—. Sé que la gente en casa debe
155
preguntarse qué le pasó a Scott Philips. Mis fuentes confirmaron que ha
estado enseñando clases de arte en una escuela secundaria privada en
Memphis, Tennessee, durante los últimos seis años. Los padres de los
estudiantes de esa escuela no eran conscientes de su pasado hasta
ahora, gracias a la historia de Catherine Wright que salió la semana
pasada.
La suave y melodiosa voz de Kate es tan calmante a pesar del
tema que, por un breve momento, casi olvido que estamos siendo
filmados. Pero luego se gira hacia mí, rompiendo el hechizo. —Cath,
¿crees que debería permitirse a Scott Philips continuar enseñando?
Sé que quiere que lo condene públicamente, que lo castigue en
este escenario abierto.
—Supongo que depende de los padres de los estudiantes a los que
está enseñando.
—¿Lamentas retractarte de tu declaración?
Si no lo hubiera hecho… Scott y yo habríamos acabado de
cualquier manera. Pero ¿cuánto habría empeorado, al tratarlo con
abogados y un juicio? Casi me estremezco al pensamiento. —Lo único
que sé es que nadie puede huir de sus errores para siempre. Pero me
gustaría seguir adelante de los míos.
Genuina simpatía brilla en sus ojos. —Estoy de acuerdo en que es
hora de que todo el mundo se enfoque en el lado increíble de esta
historia, que arriesgaste tu propia vida salvando a este hombre a tu
lado. De mi breve conversación con la madre de Brett, sé que la familia
Madden-Price no puede cantar alabanzas lo bastante altas por tu
valentía. ¿Sabías de quién era la vida que tratabas de salvar aquella
noche, Catherine?
Sacudo la cabeza.
—¿Ninguna idea en absoluto?
—Ninguna.
—¿Y cuándo averiguaste que el hombre que habías salvado era
una superestrella?
—Cuando Keith, digo el Oficial Singer, me llevaba a casa y vi
todas las camionetas de noticias en el camino, pensé que era un poco
extraño, tanta atención por un accidente.
—¿Y? ¿Te sorprendiste?
—Sí. Pero... —Miro a Brett, y sonrío tímidamente—. No miro
hockey, así que todavía no sabía quién eras.
Los ojos de Brett brillan mientras se ríe junto a Kate.
—Apuesto a que eso cambiará tan pronto como Brett vuelva al
hielo, ¿verdad? —Ella me guiña un ojo y luego sonríe a Brett. 156
Lo siento ponerse rígido, pero oculta la evidencia de incomodidad
a la cámara con una sonrisa encantadora. —Haré que me pase el disco
en algún momento.
¿Me va a enseñar a jugar? ¿Va a estar cerca una vez que todo esto
se acabe? ¿O es solo una frase, parte de este acto para el público?
—Entonces, ¿qué sigue para ti, Catherine?
—Uh… —Me encojo de hombros, un tanto desprevenida por esta
pregunta, todavía atascada en la idea de que Brett sea una parte de mi
vida—. No sé. Planeo volver al trabajo tan pronto como pueda, y criar a
mi hija. Sabes, llevarla hacia y desde la escuela sin que los periodistas
acampen fuera de mi puerta. Eso estaría bien.
Kate sonríe. —Has estado criando a tu hija sola todo este tiempo,
¿verdad?
—Sí.
—¿Y qué ha dicho su padre acerca de tu reciente valentía?
—Nada, él… No es parte de nuestras vidas. —Es una forma
indirecta de volver con el tema del padre de Brenna y no lo esperaba, lo
que me hace tropezar con mis palabras.
—¿Lo ha visto alguna vez?
—No.
—¿Es consciente él de ella?
Esto está fuera de los límites y lo sabe. Es mi culpa por responder
en primer lugar. Busco a Simone desde detrás de la cámara central.
—No más sobre la niña —dice ésta última abruptamente.
—Intentaste ir a trabajar hace unos días. ¿Cómo fue eso? —me
pregunta Kate, cambiando tan suavemente de tema, como si estuviera
probando las aguas para ver hasta dónde podía llegar antes de que yo o
Simone la detuviéramos. Sus fuentes debieron haberle sustentado de
los rumores locales sobre Matt.
Necesito más que unos pocos segundos para recomponerme.
Brett se inclina a mi lado ligeramente, para recordarme que está allí.
—Un desastre —admito—. Hubo mucha gente, tomándome fotos.
Y los periodistas me hacían preguntas terribles e inapropiadas. Tuve
que irme enseguida. No puedo trabajar así, y si no puedo trabajar, no
puedo pagar mis cuentas. Así que me gustaría que las personas me
dieran un poco de espacio para respirar. Por eso acepté esta entrevista.
Pensé darles a todos la historia de una vez, y entonces podría volver a
mi vida regular y tranquila. Es la única entrevista que estoy dispuesta a
hacer.
—Es muy difícil para la gente no querer conocerte, con tus
esfuerzos heroicos y todo.
—Agradezco que Brett esté vivo. —Miro hacia él para encontrarlo 157
observándome con una sonrisa extraña y triste.
—Creo que puedo decir, en nombre de todos los estadounidenses,
los aficionados al hockey y las mujeres de todas partes —guiña un ojo
juguetonamente a Brett—, gracias por tu increíble valentía y por
arriesgar tu vida. Tu hija tiene un modelo a seguir excepcional. Brett,
¿cuándo te veremos en el hielo otra vez?
—Tan pronto como mi médico dé la autorización.
—Y tus fans esperan ese día. —Dirigiéndose a la cámara, Kate
acaba con—: Soy Kate Wethers, trayendo una entrevista exclusiva con
Catherine Wright y Brett Madden de Balsam, Pennsylvania.
Catherine y Brett.
—Y terminamos. —Rodney presiona un interruptor y la luz roja se
apaga—. Yo no tocaría eso.
—Estoy de acuerdo. Estuvieron geniales —dice cuchicheando
Kate, ya fuera de su silla y recogiendo su chaqueta como si de repente
tuviera mucha prisa. Se estira para estrechar mi mano; su agarre firme
y suave—. Gracias por darme la oportunidad de conocerte. Espero
haberte ayudado a darle un cierre.
—Lo hiciste. Gracias.
Sus ojos parpadean entre nosotros dos, y una sonrisa secreta
toca sus labios. —La gente consumirá esta historia.
—¿Cuándo saldrá al aire? —pregunta Brett.
—El viernes por la noche, ocho de la tarde. En el oriente.
—¿Este viernes? —¿O sea en dos noches? Supongo que es mejor
que esperar ociosamente durante semanas. Aun así… Ahora que la
entrevista ha terminado, mi ansiedad por ser filmada está cambiando
rápidamente a la realidad de innumerables desconocidos mirándome en
televisión. Espero no haber sonado estúpida.
El estudio de la sala de estar se desmonta en quince minutos, y el
equipo ha empacado y sale por la puerta en veinte.
Meryl, quien ha estado tácitamente invisible durante toda la
sesión de rodaje, revisa su teléfono y se pone de pie. —Siento salir
corriendo, pero tengo que tomar un avión.
—Está filmando una película en Australia. —Recuerdo que Keith
mencionó algo sobre eso.
—Sí. Y ahora que Brett está fuera del hospital, recuperándose, no
puedo pedirles que detengan la producción por más tiempo. Por lo
tanto, por desgracia, tengo que irme. —Se inclina para tomar mi mano
sana en la suya, con una amplia sonrisa llenando sus labios—.
Estuviste maravillosa. La gente te amará. —Hay algo en su voz jadeante
que es completamente tranquilizador.
—No sé acerca de eso. Pero, ¿cree que eso les impedirá acampar
en mi camino de entrada? 158
Se ríe, inclinándose para darme otro cálido abrazo. —Con un poco
de tiempo, las cosas estarán de nuevo como lo deseas. —Su vista se
mueve hacia su hijo. Una mirada larga y conocedora transita entre los
dos. Me pregunto si tiene que ver con la conversación susurrada que
compartieron en la cocina en el momento en que el equipo empacaba
todo, demasiado silenciosa para que yo la escuchara, pero el aire a su
alrededor parecía cargado—. Estaré esperando en el auto.
Simone llena el espacio que Meryl dejó justo delante de mí. —Aquí
está mi información. —Mete una tarjetita blanca en mi mano—. Mantén
un perfil bajo hasta después de la entrevista, y no respondas a ninguna
pregunta sobre Brett o el accidente sin consultármelo primero. De
hecho, no hables con los periodistas, punto. Tienen la habilidad de
retorcer tus palabras para contar su propia historia. ¿Sí?
—Síp.
—¿Qué no vas a hacer?
¿Por qué de repente me siento como mi hija de cinco años?
—¿Hablar con los periodistas?
—En absoluto.
—Bien.
—Haré una declaración pública de que has dado a The Weekly
una entrevista exclusiva y no darás más. Veremos si escuchan. —Se
gira hacia la puerta pero luego se detiene—. Oh, y mantente alejada de
las redes sociales. No importa la curiosidad, no leas los comentarios, no
busques reacciones. Nada. ¿Entiendes?
—Eso será fácil. Estoy sin datos por este mes.
Finalmente satisfecha, coloca su bolso sobre el hombro y se pone
al teléfono, saliendo por la puerta detrás de Meryl.
Toqueteo la tarjeta de Simone, metida entre mis dedos.
Brett asiente. —Pon ese número en tu teléfono y asegúrate de
usarlo cada vez que pienses que podrías necesitarla. Incluso si es algo
simple. Quiere que la llames, créeme. Es más fácil que arreglar
cualquier cosa después.
Simone en marcación rápida. —No puedo esperar.
Brett se ríe entre dientes. —Sé que puede ser un poco insolente,
pero es muy buena en su trabajo.
—Parece que sí. —Respiro hondo, mirando en torno a mi espacio.
No puedo creer que éste soportara a tantas personas y no estallara en
las costuras—. Aquí es muy tranquilo.
—Es agradable. —Me mira con ojos suaves—. ¿Respirando mejor?
Mis hombros suben con exageración en tanto inhalo y exhalo 159
hondo. En realidad, sí. —Me alegro de que haya terminado.
Sonríe. —Se pone más fácil.
—Te tomaré la palabra allí. Eso es lo único que haré.
Me mira con esos intensos ojos azules, algo ilegible pasando por
su mirada.
—¿Qué?
Vacila. —Me aseguraré de que recuperes tu vida, si eso es lo que
quieres. Pero no será de la noche a la mañana.
—Gracias por toda tu ayuda. Estoy segura de que tú también
quieres volver a tu vida. —Una vida que no está en ninguna parte cerca
de Balsam, Pennsylvania.
—Claro. —Hace una pausa—. Mi papá y yo iremos a Toronto con
mamá en su jet esta noche. Mis abuelos viven allí, así que pensamos
pasar una semana con ellos.
—¿Entonces estarás en casa en una semana? —Una punzada de
decepción se agita en mi interior.
—En realidad, creo que voy a volver a California con él para el
verano. Si no puedo viajar con mi equipo, puedo estar con mi familia.
—Oh eso es... —Toronto, esta noche... California, para el verano…
Está muy lejos. Y tan pronto. No es que necesite decirme estas cosas,
pero ni siquiera lo mencionó esta mañana, cuando estaba arreglando la
entrevista—. ¿Sabías que ibas antes de preparar esto?
—No. Fue una decisión de última hora. —Abre la boca como si
fuera a decir algo más, pero se detiene.
El silencio persiste mientras busco una respuesta que no muestre
mi creciente consternación. —Estoy segura de que sería bueno poner
algo de distancia entre tú y todo esto. —Y yo.
—Sí, supongo. —Una arruga aparece en su frente—. Me dará la
oportunidad de aclarar mis ideas. Mi madre está convencida de que no
he estado pensando claramente. Quizá no lo haya hecho.
—Yo tampoco creo haberlo hecho. —He estado demasiado
ocupada fantaseando contigo. Pero... ¿Brett se va a ir todo el verano? Es
tres o cuatro meses. Mi espíritu se hunde haciendo las matemáticas.
—Mi distancia te ayudará a arreglar tus cosas por aquí. Aunque
siento como si estuviera abandonándote. —Sus ojos azules se posan
sobre mí y siento una pregunta detrás de sus palabras.
Me rodeo el cuerpo con mis brazos para ayudar a protegerme del
frío repentino que siento. Tan rápido e involuntariamente, Brett invadió
mi vida. Y con la misma rapidez, se habrá ido, dejándome confundida.
No puedo estar enojada con él por ello. Tiene razón. Lo mejor que puede
hacer para ayudarme a resolver mi vida es alejarse. Pero me gustaría
que no fuera el caso. —No te preocupes. Hawk y Vince son geniales. 160
Asiente. —Mantenlos hasta que las cosas vuelvan a calmarse.
Esto se ha vuelto demasiado incómodo. No estoy segura de qué
más decir excepto: —¿Supongo que esto es un adiós?
Cambia su peso de muletas. Y hace una mueca.
—Deberías hacer reposo.
—Eso es lo que mi doctor sigue diciendo.
—Bueno, quieres curarte lo más rápido posible, ¿verdad?
—Sí. Es difícil estar encerrado. No estoy acostumbrado a esto.
—Sé exactamente lo que quieres decir. —Me río—. Bueno, menos
los huesos rotos.
Se acerca a mi muñeca lesionada, tomándola con cuidado en su
mano, frotando con su pulgar la parte contusionada. —¿Aún duele?
—Apenas. —Ahora no.
El teléfono de Brett vibra en su bolsillo, tan fuerte que puedo
oírlo. —Esa es mi madre. Tenemos que tomar un avión. —Espero que
pase por mi lado con una simple despedida, pero en cambio amolda su
peso en las muletas y engancha un brazo alrededor de mí, jalándome
hacia su pecho, al igual que hizo la noche que nos conocimos. Solo que
ahora mi cabello no huele a pescado quemado y no estoy sudada. Y,
curiosamente, aunque apenas hemos tenido tiempo juntos, siento que
lo conozco.
—Lo siento por perturbar tu vida. Ya has pasado por bastante.
Cierro los ojos y me dejo hundir en él, pensando lo mucho que yo
no lo siento. Al menos, esta parte no.
—Llámame si necesitas algo.
—Estaré bien. —¿Qué pasa si simplemente quiero escuchar su
voz?
¿Cómo pasó tan rápido de ser Brett el hombre que saqué de un
coche en llamas a ser el hombre que deseaba que fuera parte de mi
vida? ¿La boca de quién deseaba tener permiso para inclinar la cabeza
hacia atrás y sentir?
El calor se arrastra por mi cara ante la idea de que Brett podría
sentir lo que pasa por mi cabeza. Está mostrando afecto a la mujer que
le salvó la vida. Y quiero mostrar un tipo completamente diferente de
afecto en este momento.
Se aleja lo suficiente para inclinarse y plantar un beso persistente
en mi mejilla, a solo unos dos centímetros de mi boca.
Cierro los ojos, deseando que vaya a la derecha solo un poco.
Y luego lo hace.
Por solo un segundo sus labios están en los míos y, luego se van
161
con un suspiro, mucho antes de que pueda apartar mi sorpresa y
descongelarme. ¿Quiso hacer eso?
Se dirige hacia la puerta en sus muletas y me mira una vez, para
sonreír.
Quiero rogarle que no se vaya.
Correr hacia él y lanzar mis brazos alrededor suyo para que me
bese de nuevo, esta vez de verdad.
Quiero que se enamore profunda y locamente de mí.
Pero presiono mis labios y planto mis pies en el suelo antes de
que logre humillarme.
Y luego Brett Madden se ha ido.
Traducido por AnnyR’
Corregido por Julie

—Le “dije” no “deje” —corrijo a Brenna, poniendo a prueba mi


mano derecha mientras descargo el plato de tazas. Debo volver a llevar
platos de comida sin demasiada dificultad el sábado, lo cual es bueno
porque es cuando tengo programado volver al trabajo.
—Le dije a Owen que no debería decir cosas malas sobre Brett
porque fue un accidente y los accidentes suceden, y el hockey es solo
un juego. Pero él dijo que su papá comentó que era culpa de Brett si
ellos no ganaban.
Ruedo los ojos, pero en silencio rezo a Dios que los Flyers de
alguna manera ganen milagrosamente los próximos cuatro partidos,
que es lo que mi papá dijo que necesitaban para pasar a la ronda final.
Al parecer es muy difícil, sobre todo sin sus dos mejores jugadores. 162
—¿Quién es este niño Owen?
—Owen Mooter. Está en el primer grado.
—¿Mooter?
—Sí. Es nuevo.
—Lo supuse. —Habría recordado ese nombre en la ciudad—. No
escuches a Owen Mooter. Está repitiendo lo que dijo su papá, y su papá
es un idiota. —Rápidamente agrego—: Pero no le digas a Owen Mooter
que lo dije. Y no le digas idiota a nadie. No es agradable, y no quiero
otra llamada del señor Archibald. —Ya he oído del director más en los
últimos tres días que en todo el año escolar. Una vez, para decirme que
Brenna debía regresar a la escuela. Luego para preguntarme si Brett
podría hablar con los niños en la asamblea de la escuela. Y otra vez
hoy, con la esperanza de obtener boletos de los play-off para él y su
hijo.
—Está bien, mamá.
—La gente dejará de hacerte preguntas pronto. Lo prometo. —No
debería hacer esa promesa. Con la entrevista al aire mañana por la
noche, podrían empeorar las cosas.
—No me importa si me hacen preguntas.
Suspiro. Pero a mí sí, si esas preguntas llevan a otros temas.
—¿Has escogido un libro?
—No puedo decidir entre estos dos.
Es una ocurrencia nocturna, el gran dilema del libro que debemos
leer, mientras Brenna retrasa la inevitable hora de acostarse.
—Entonces esta vez lee uno tú misma, y yo voy a leer el otro. Date
prisa, Brenna. Son casi las nueve y media. Deberías haber estado en la
cama hace una hora. —Todo está distinto por aquí en estos días.
Pero en lugar de dar la vuelta y dirigirse a su habitación, se
acerca a la ventana delantera. Las tabillas de las persianas están
permanentemente dobladas, donde sus deditos las abren para echar un
vistazo fuera.
—Deja a Hawk tranquilo, por favor.
—No veo a ninguna persona detrás de Rawley.
—Bien. —Entre la presencia del equipo de Kate Wethers anoche,
señalando que concedí una entrevista a una emisora nacional, y los
dichos públicos que Simone emitió en mi nombre de que no voy a
conceder más, Keith dice que el enjambre de buitres ha disminuido
algo—. Comienza a leer. Estaré allí en un segundo.
—Está bien, mamá —dice con su linda voz cantarina, regresando
a los saltos a su habitación. Me hace sonreír mientras abro el armario
de la cocina para apilar los platos limpios, y me pregunto cuánto tiempo
más ella será tan obediente.
163
Frunzo el ceño al sobre blanco apoyado sobre los platos de la
cena. No recuerdo haberlo puesto allí.
Mi estómago se contrae con cautela en el momento en que siento
su peso, percibiendo el grueso tejido dentro. Lo abro y se cae mi
mandíbula. —Qué demoni... —Lo examino con el pulgar. Veintes,
cincuentas y cientos.
Hay miles de dólares aquí.
Junto con una nota y dos boletos de hockey. Reconozco la
escritura de Brett de inmediato.

Catherine,
Sé que no quieres mi dinero. Por eso tienes que aceptar esto.
—Brett

El calor llena mis mejillas. Debe haber metido el sobre en el


gabinete ayer. De cualquier manera… tiene razón, no estoy de acuerdo
con aceptar un alijo secreto con dinero de su parte.
Busco mi teléfono. Desplazándome por mi lista de contactos,
espero durante unos tres segundos antes de llamar. A pesar de mi ira
inmediata, también siento más que una pizca de excitación porque
tengo una excusa para llamarlo.
Mi corazón se hunde ligeramente cuando va al correo de voz.
—Hola, soy yo, Catherine. —¿A cuántas conoce?—. Catherine
Wright —aclaro, y luego pongo los ojos en blanco—. Acabo de encontrar
el sobre guardado en mi armario. Ojalá no hubieras hecho eso. Gracias
pero… en serio no tenías que hacerlo. —Tal vez debería haber pensado
en esto un poco antes de llamar—. Esto es demasiado. Entiendo que
quieres cubrir los ingresos que he perdido, pero solo he faltado dos
semanas. No ganaría tanto ni en cuatro meses. Y no hice lo que hice por
dinero. Incluso después de descubrir quién eras, aun así no quería tu
dinero. Ya te he contado todo esto. Es como… —Lucho para articular lo
que quiero decir. Hice un mejor trabajo con Kate Wethers, incluso
cuando sonaba como una chica enamorada—. Es como si me estuvieras
entregando una recompensa por salvar tu vida. Como si pusieras un
precio a tu vida y aparentemente vale… no sé, ¿cuánto es esto? —Lo
examino con el pulgar de nuevo—. ¿Cinco mil? ¿Seis mil? Vales mucho
más que seis mil dólares. —Jadeo al segundo que las palabras dejan mi
boca y se registran en mi cerebro—. ¡Espera! Salió mal. Eso no significa
que quiera más dinero. No quiero nada de eso. —Gimo—. Dios, odio
dejar mensajes de voz.
Me vuelvo para encontrar a Brenna de pie en la puerta de su
dormitorio con su pijama de Olaf, mirándome con los ojos anchos y
curiosos. Debo sonar como una loca en este momento, despotricando a
164
alguien en el teléfono por darnos dinero, cuando durante toda su vida,
ella me oyó hablar de cosas que no podemos permitirnos.
Respiro profundamente, y cuando sale de mis pulmones, parte de
mi enojo se va con el aire. —Te agradezco el gesto. Pero no puedo
aceptarlo. Necesito que te lo lleves. Buenas noches.
Cuelgo, deseando que hubiera una manera de suprimir mi correo
de voz y comenzarlo de nuevo. Considero brevemente volver a llamar y
dejar otro mensaje más civil, pero temo que solo hará que toda esta
situación sea más embarazosa.
Entonces se me ocurre: ¿Puso a prueba mi llamada? ¿Ha estado
esperando que encuentre el sobre?
Arrugo la frente. —¿Me recuerdas qué día es?
—Jueves.
Me lanzo a encender la televisión y busco el partido de los Flyers.
Mi estrés sobre el dinero desaparece temporalmente cuando veo la
puntuación. —¡Van a ganar! —Solo quedan treinta segundos y los
Flyers están por delante con dos tantos. Brett está seguramente viendo
el partido ahora en el borde de su asiento. No es de extrañar que no
respondiera.
Suspiro con alivio cuando pasan los segundos, el silbato suena y
los Flyers chocan entre sí en un montón sudoroso de alegría. Al menos
Brett estará de buen humor cuando escuche mi mensaje incoherente, y
luego rechace mi petición por completo, como supongo que va a hacer.
—Vamos, Brenna. Vamos a leer ese libro.

165
Traducido por amaría.viana & Jadasa
Corregido por Khaleesi

Parece que todavía no puedo oír que llamen a mi puerta sin que
me ponga nerviosa. Ni siquiera cuando espero a alguien. Como mis
padres, que vienen para ver conmigo el programa Weekly.
Hoy mamá me llamó más temprano, persistente en que llevara a
Brenna a su casa para ver la entrevista juntos. Me negué. No he dejado
la casa desde el miércoles, excepto para llevar a mi hija a la escuela
junto con Vince; y no tengo intención de hacerlo hasta que todo esto
termine.
Entonces me dijo que ellos vendrían y colgó antes de que pudiera
decirle que no. Que prefiero enviar a Brenna a su habitación, apagar
todas las luces, y verla sola. Hoy me sentía casi tan aterrorizada como
el día que le dije a la policía y al fiscal del distrito que me retractaba de 166
mi declaración.
Me apresuro hacia la puerta, no porque esté ansiosa, sino porque
no sé quién podría estar acechando con cámaras en el estacionamiento
de Rawley y no quiero someter a mis padres a eso.
Mi plan es ocultarme detrás de la puerta y cerrarla en el momento
en que crucen el umbral, pero cuando veo a Jack y Emma siguiéndolos,
me olvido de potenciales espías en los arbustos.
—¡Tío Jack! —grita Brenna, irrumpiendo a través de la sala para
arrojarse a sus brazos.
—¿Jack? —No puedo evitar mirarlo fijo. Se fue a la universidad el
otoño pasado y no vino a casa para navidad porque los vuelos eran
demasiado caros y no era inteligente conducir diecisiete horas en el
invierno. En ese tiempo, adquirió por lo menos catorce kilos de masa
muscular en su metro ochenta y su sucio cabello rubio creció en un
estilo peludo.
—¿Tendrás algo para comer? —Se ríe, palmeando su estómago
duro antes de envolver su brazo alrededor de mi cuello y estirarme para
un abrazo.
—¿Qué diablos has estado comiendo en Minnesota?
—Eso es lo que le pregunté —bromea Emma, cerrando la puerta
tras ella.
Sus redondos ojos azules se posan sobre mí a medida que retira
un mechón de cabello, detrás de su oreja. Siempre la he envidiado por
ese tono castaño rojizo. Es mucho más intenso que mi rubio cenizo.
Heredó otras cosas que también codiciaba: una copa C, piernas largas y
un cerebro que puede resolver con facilidad ecuaciones matemáticas
complejas. —Hola, Cath.
—Hola... pensé que hoy tenías un examen.
Se encoge de hombros. —Sí, lo terminé y me subí rápidamente al
auto para llegar a tiempo.
—Guau, eso es... —Conduciendo, es un trayecto de tres horas.
Eso es algo que nunca esperaría que Emma hiciera a expensas mías.
Solíamos ser mucho más cercanas cuando éramos más jóvenes, pero
nos alejamos, y luego me convertí en la hermana mayor que hizo pasar
a nuestra familia por un infierno; y ella, en la niña de los ángeles que
no podía hacer nada malo. Sé que la avergüenzo. Me lo dijo muchas
veces.
Espera un minuto. Giro hacia Jack, quien está sosteniendo a una
Brenna que se retuerce y ríe bajo un brazo como un balón de fútbol.
—¿No se suponía que estarías en Cancún hasta el domingo? —
Definitivamente estuvo allí. Tiene la nariz quemada y el bronceado
dorado para demostrarlo.
—Nos las arreglamos para conseguir un vuelo más pronto. Acabo 167
de cruzar la puerta del aeropuerto hace media hora.
—Sí, muy al límite. —Papá lanza un golpe juguetón hacia Jack al
dirigirse a reclamar el sillón—. ¿Tu madre dijo que tenías sobras?
Me dirijo directamente al refrigerador para sacar los contenedores
que empaqué. —Sándwiches y ensaladas. También cerveza. ¿Quieres
una? —Keith abasteció el refrigerador para sí mismo, pero estoy segura
de que no le importará.
—Sí, por favor —dice Jack.
—¿De algún modo has envejecido dos años desde que te fuiste? —
Mamá sacude la cabeza hacia mí, tomando una para mi padre.
Jack gime y se instala en el sofá. —¿Por qué estuve de acuerdo en
venir a casa este verano?
—¡Porque me extrañaste! —Brenna sonríe ampliamente mientras
sube a su regazo. Todo será sobre “tío Jack, esto y tío Jack, aquello”,
durante los próximos siete días.
Él le hace cosquillas. —No tanto como me extrañaste tú.
No tanto como yo lo extrañé, me doy cuenta, observándolos.
—¿De cuándo son estos? —pregunta Emma, dando un mordisco
a un sándwich, limpiándose las migajas del croissant de la boca.
No puedo leer su expresión. ¿Está a punto de comentar que no
son recién hechos? —Son de la entrevista del miércoles. Sin embargo,
todavía deberían estar bien.
—Están muy buenos. —Emma le da otro gran mordisco, su dedo
recoge una ramita suelta de romero mientras me permito relajar—. Son
sofisticados.
—Bueno, Meryl Price los comió, de manera que...
—Sigo sin poder creer que la conocieran. ¿Cómo es ella?
—Fue solo por un minuto, pero parecía agraciada. —Mamá le
entrega a Jack un plato que hizo para él.
Pongo los ojos en blanco hacia él, articulando: “bebé gigante”.
Sonríe en respuesta, en tanto medio sándwich desaparece en su
boca con un mordisco.
Mamá trae una de mis sillas de la cocina para instalarse junto a
mi padre. Emma hace lo mismo, encontrando otro espacio abierto,
dejándome un lugar en el sofá al lado de mi hermano. Es extraño tener
a mi familia en mi casa, la cual brilla por la limpieza. Probablemente es
lo más limpio que alguna vez ha estado. Pasé los últimos dos días
fregando cada centímetro, intentando mantener ocupados mi mente y
nerviosismo.
Mi familia nunca ha estado aquí al mismo tiempo. Emma nunca
ha estado, y punto. Pero ahora los tengo aquí, en una manifestación
168
tácita de solidaridad. Jack llegó al extremo de acortar sus vacaciones
por dos días. De repente, es abrumador.
Pensé que me sentiría nerviosa el día de la filmación. Ahora que
estoy a punto de verme en la televisión, sabiendo que millones de
personas también van a estar mirando esto, considero poner un tazón a
mi lado por si es que necesito vomitar.
—¿Por qué estuve de acuerdo con esto? —me quejo, deslizándome
en mi lugar en el sofá.
—Debido a que te acosan todos esos reporteros —me recuerda mi
papá, tomando un sorbo de su cerveza—. Cuando entramos, solo vi a
dos chicos pasando el rato en el banquillo esta noche. Él tenía razón.
—¿Quién tenía razón? —canturrea Brenna.
—Brett, cariño. —Aliso su cabello enmarañado y deposito un beso
en la cima de su cabeza—. ¿Recuerdas? El hombre con la pierna rota.
—Olvido cómo se ve.
Extremadamente apuesto. —Vas a verlo. También estará en la
televisión.
—¿Cuándo puede volver a venir aquí?
—Más vale que sea pronto, porque no puedo creer que tú lo
conocieras antes que yo —gruñe Jack dando un mordisco, lanzándome
una mirada penetrante.
—Ahora, él está en Canadá.
—Bueno, cuando vuelva.
—No creo que vaya a regresar por aquí en cualquier momento
pronto. —Tampoco ha respondido a mi mensaje de voz en el que le grité
anoche. No sé si esa es su manera de negarse a reconocer mi rechazo; o
si está pensando que han pasado dos semanas desde el accidente, ha
pagado y la entrevista ha terminado, así que es un momento aceptable
para cortar lazos.
Resuenan pasos sobre mi porche e instintivamente contengo la
respiración.
Un momento después, la puerta chirria abriéndose y Keith entra.
—¡Oye! —grita mi papá, sosteniendo su botella de cerveza en el
aire como brindando con él—. Pensé que te lo perderías.
Frunzo el ceño ante el uniforme de Keith. —No entras hasta las
once.
—Estoy cubriendo a alguien algunas horas. Me iré tan pronto
como esto termine. —Él extiende su mano para estrechar la de Jack—.
Maldición, vas a ser demasiado pesado para patinar rápido. 169
Jack le da una mirada burlona. —De ninguna manera.
—Hola, mequetrefe.
Brenna solo sonríe.
—¿Qué? ¿No me saludas ahora que él está aquí?
Ella responde con esa risita maniática suya, la cual me hace
sacudir la cabeza.
—¡Silencio! ¡Ya está comenzando! —exclama mamá, poniendo fin
a toda conversación.
Oh Dios. Se me revuelve el estómago, en tanto deslizo un brazo
alrededor de Brenna para acercarla a mí. De repente, deseo que todos
se fueran para poder morirme sola de la vergüenza.
Mi teléfono suena cuando llega un mensaje de texto y lo miro de
reojo, suponiendo que es Lou o Misty; ambas están en Diamonds esta
noche.
Es un mensaje de texto de Brett.
¿Estás mirando?
Una agitación de entusiasmo compite con mi ansiedad.
Con una comitiva completa. ¿Tú?
Con mi padre y abuelos. La abu está haciendo palomitas de
maíz. Creo que ella asume que esta es una de las películas de mi
mamá.
Admitiré que me consuela un poco saber que él lo está viendo
conmigo, incluso si está a miles de kilómetros de distancia.
Solo quería saber de ti. Te dejaré.
Quiero responderle, decirle que no me deje, que puede saber de
mí cuando quiera, pero Kate Wethers y su co-presentador, Rick Daly,
un hombre de hombros anchos de unos cuarenta años con piel color
caramelo y una amplia sonrisa encantadora, llenan la pantalla de la
televisión, distrayéndome.
Su voz fuerte, pero suave llena mi casa una vez más. —La
mayoría de ustedes han oído hablar del reciente y trágico accidente
automovilístico que se cobró la vida del puntero derecho de los Flyers de
Filadelfia, Seth Grabner y por poco la de Brett Madden, capitán de los
Flyers e hijo de la actriz Meryl Price, ganadora de un Oscar. La vida de
Brett se salvó gracias a la determinación de una buena samaritana. El
miércoles por la noche, viajé a Balsam, Pensilvania, para conversar con
esta buena chica, Catherine Wright, una madre soltera de veinticuatro
años y camarera, que se encontraba en el lugar correcto en el momento
oportuno. Así es para Brett Madden. Como pueden imaginar, ha habido
mucha agitación en los medios de comunicación por esta historia,
intensificada por el hecho de que Catherine permaneció oculta durante 170
toda una semana de todos, incluido el hombre a quien salvó. Esta
noche les traemos una entrevista exclusiva, en la que Catherine habla
por primera vez desde la tragedia.
—¡Mami, me estás apretando demasiado! —se queja Brenna, y en
su siguiente aliento grita—: ¡Es nuestra sala de estar!
Allí estoy, vestida con mi blusa color rosa polvorienta y sentada
rígidamente sobre mi sofá floreado junto a Brett, que está recostado,
posándose en el apoyabrazos. Incluso con una pierna rota y adolorido,
se ve relajado a mi lado.
Usé la blusa equivocada. Bajo esas luces, el rosa combina con el
color base del sofá. Combiné con mi sofá. ¿Por qué nadie me dijo que
me fuera a cambiar? Y allí se sientan Brett y Kate, luciendo elegantes y
arreglados en sus sólidos colores oscuros.
Quizás nadie se dé cuenta.
—¡Combinaste con el sofá! —exclama Brenna, ganándose mi
gemido y la risa de Jack.
—Te ves muy bien, Cath —ofrece Keith suavizando la realidad.
Supongo que sí me veo bien, aparte de mi mala elección de ropa.
—Me maquillaron —murmuro, incapaz de apartar la mirada de Brett,
recordando la sensación de su brazo ocasionalmente rozando el mío en
este mismo lugar. La chica de maquillaje se las arregló para atraparlo
con un poco de polvo alrededor de sus ojos y ayudó algo, pero Brett luce
bastante magullado. Y aun así, atractivo con una barba descuidada, los
moretones, la cicatriz y todo.
—Ese es el hombre que conocí.
Pas mi brazo alrededor de Brenna y la acerco a mí, haciéndola
callar con: —Sí. Vamos a mirar.
—¿Cómo se rompió la pierna?
—Su auto chocó contra un árbol. Ahora, silencio.
—¿Le dolió?
—Sí. ¡Shhh!
Escalofríos recorren mi columna vertebral mientras me escucho
relatando detalles de la noche, mi voz sonando tan extraña. La cámara
se ha acercado a mi rostro, y lucho en silencio para no criticar mi nariz,
mis expresiones y cualquier otra cosa que pueda desacreditarme.
Cualquiera puede ver que estoy nerviosa. Han editado bien la
entrevista, sin embargo, los marcos acercando y alejando cada uno de
nuestros rostros cuando estamos hablando, capturando un montón de
primeros planos de Brett en tanto me escucha hablar.
De hecho, ambos compartimos mucho la pantalla.
No me di cuenta hasta ahora de lo concentrado que se encontraba
Brett en mí mientras hablaba. Sus ojos casi nunca se alejaron de mi
perfil, su mandíbula se ve tensa, su pecho elevándose con respiraciones
171
profundas, sus ojos parpadeando emocionados, su mano tensa en su
regazo, los dedos estirándose como si estuviera a punto de alcanzarme
más de una vez.
Y una o dos veces, la cámara captura un primer plano de sus ojos
color azul aguamarina cuando me vuelvo para mirarlo. Esa manera
fascinada de mirarme, no lo imaginé. La cámara la ha capturado, tan
claro como el agua.
También captura las veces que esos ojos caen sobre mi boca.
Siento que mi cara se sonroja en tanto toda mi familia observa y
escucha en silencio. De alguna manera, con solo ángulos y ediciones,
The Weekly ha hecho que esto se vea como una entrevista muy íntima.
Tampoco editaron ninguno de los diálogos. Ni siquiera la parte en
la que me desacredito y bajo la vista a mi pecho. Eso se ganó carcajadas
de Jack, incluso cuando mis mejillas se ruborizaron. La única cosa que
noté que sacaron fue la parte donde Simone les decía que siguieran
adelante, pero aquella parte sobre la ausencia del padre de Brenna en
nuestras vidas... incluso eso está allí.
Afortunadamente, Keith percibió que se cambiaba el tema hacia
Scott Philips y recogió a Brenna antes de que yo tuviera la oportunidad
de llevarla a su dormitorio con la promesa de mostrarle algo genial en
su teléfono. Oirá hablar del sórdido pasado de su madre más pronto de
lo que me gustaría, pero esta noche no.
El segmento de quince minutos en el sitio se termina en un
instante, y luego el show regresa a Kate y Rick en su sala de prensa.
—¡Qué historia increíble! —exclama Rick—. ¿Pueden imaginarse
conduciendo a casa en alguna carretera oscura y solitaria y cruzarse
con un desastre así? Digo, me gustaría pensar que haría lo mismo que
Catherine Wright.
—A todos nos gustaría pensar que seríamos tan valientes, pero
honestamente no sé cuánta gente lo haría. ¿Especialmente cuando eres
una mujer pequeña? Viste a los dos sentados uno al lado del otro. Eso
no era un truco de la cámara. ¡Ella es la mitad de su tamaño!
Ella tiene razón respecto al tamaño, pero estoy comenzando a
pensar que pudieron utilizar algunos trucos de cámara. Colocándonos
el uno junto al otro en un sofá acogedor, con mi rodilla apoyada contra
la suya, todos los primeros planos...
No puedo evitar pensar que están tratando de insinuar algo.
—Ella se ve verdaderamente encantadora. Honestamente, no
tenía ni idea de qué clase de persona estarías enfrentando cuando
fuiste a esa entrevista.
—Una joven valiente que está trabajando y criando a su hija de la
mejor manera que puede, es a quien tenía ante mí. —Kate menea la
cabeza—. Nada hace que mi sangre hierva tanto como oír la manera en
que, a los diecisiete años, fue tratada injustamente no solo por un 172
profesor, sino también por el director de la escuela y su comunidad.
—No obstante, solo tenemos su palabra, Kate. Y ella se retractó
de su declaración —advierte Rick.
—Porque estaba enamorada de él. Creo que decía la verdad la
primera vez. La declaración que dio a la policía, ella no sabía que tenía
otra opción. Tenía diecisiete años y se encontraba aterrorizada. Y, de
hecho, tenemos algo más que su palabra, Rick. Nuestras fuentes no
tuvieron problemas para localizar a la secretaria de la escuela, la señora
Lagasse. Recuerda que ese día llamaron a Catherine Wright a la oficina.
Se preguntó qué habría podido hacer la chica durante la primera hora
en que se reanudaron las clases luego de las vacaciones de primavera. Y
después se difundió la noticia de que Catherine se retractó al día
siguiente, y ella se cuestionó qué se dijo detrás de esas puertas
cerradas.
Rick Daly y yo abrimos ampliamente los ojos al unísono. ¿Esa
vieja secretaria amargada recordó ese día?
—Además, está el informe sobre el arresto. Dime, Rick, ¿qué hace
un coqueto profesor de treinta años enviando mensajes de texto a su
estudiante, diciéndole que es hermosa? Tampoco era el único mensaje
de texto que le envió, sino muchos otros que la policía recuperó.
—Sin embargo, nada irrefutable.
—No. Él tuvo cuidado. ¿Y qué hay de la noche en que la madre de
Catherine Wright la siguió y lo encontró esperándola en su coche? Él
afirmó que solo estaba “en el barrio”.
Rick sacude la cabeza. —Definitivamente plantea interrogantes.
—Nuestra cultura hace sensacionalismo de esta fantasía de que
los estudiantes y sus profesores mayores y atractivos se enamoran —
dice Kate—. Las chicas desarrollan enamoramientos por sus maestros
todo el tiempo. ¡Sé que yo lo hice! Se llamaba señor Smith y tenía
veintisiete años. Me enseñó ciencia en segundo año. Señor Smith, si
usted está mirando —levanta las manos hacia la cámara en un gesto
calmante—, no se asuste, pero era sexy cuando yo tenía quince años. A
lo que voy es que, un montón de chicas desarrollan enamoramientos
hacia sus profesores. ¿Y qué hacen las adolescentes en esos casos? Se
ríen, coquetean, levantan las manos para contestar preguntas, piden
ayuda extra después de la clase. Sus hormonas están furiosas, su
curiosidad está en su apogeo. Pero no hay excusa válida para que un
profesor lo lleve al siguiente nivel, si eso es lo que pasó aquí. Supongo
que nunca podremos ser capaces de permitir que el sistema de justicia
determine eso. No después de que Catherine Wright fuera influenciada
por el director de la escuela, el padre de Scott, para que se retractara de
su declaración y más tarde el fiscal decidiera no proseguir con las
acusaciones; quien, por cierto, era el fiscal de distrito que formaba parte
de la misma fraternidad universitaria que el padre de Scott Philips. Mi
pequeño equipo de investigadores necesitó de dos horas para descubrir 173
eso, lo cual me hace querer hacer más preguntas. ¿A ti también, Rick?
Rick suspira. —¿Y ahora Scott Philips está enseñando en una
escuela privada de Memphis?
—Por ahora. Desde que se transmitió esta historia y se dio a
conocer su identidad y pasado, recibimos informes de una situación
similar con otra estudiante. Con suerte, el departamento de policía de
Memphis investigará. —Ella sacude la cabeza—. Este es un caso de un
hombre privilegiado aprovechándose de una adolescente, seguramente
porque pensó que no sería castigado. Su padre era el director, su tío era
el superintendente, su madre posee una exitosa agencia de corredores
de bienes raíces en la ciudad. Su familia fundó Balsam. Y todos oyeron
cómo trataron a Catherine, cómo trataron a su familia. Las pérdidas de
puestos de empleos, los ladrillos que lanzaron a través de las ventanas,
los insultos que le dijeron, los escupitajos…
Rick suena genuinamente sorprendido. —¿Chicas, escupiéndose
entre sí?
—Yo también he visto eso. Y en este caso, ya era bastante malo
que Catherine abandonara la escuela para alejarse de todo, haciendo su
vida aún más difícil. Gracias a Dios hay gente buena en esa comunidad,
como la dueña de la cafetería, en la cual voy a estar comiendo en la
próxima oportunidad que tenga. —Kate se nivela con la cámara con una
mirada dura—. ¿Catherine fue capaz de decirle que no al profesor?
Claro que sí. No era una niña. Pero estaba enamorada, y cuando eres
una adolescente enamorada, no eres capaz de apreciar verdaderamente
las consecuencias de tu vida. Ésta no es una mujer que debería haber
sido pintada como villana, y ciertamente puedo decir que tras la manera
en que arriesgó su vida, debería ser honrada y homenajeada como la
heroína que es. Brett Madden tiene un ángel de la guarda y su nombre
es Catherine Wright.
Libero un gran suspiro. Kate Wethers acaba de ganarse una
fanática de por vida.
—No lo sé, Kate. Estoy pensando que él tiene más que un ángel
de la guarda allí. —Rick muestra hacia la cámara una sonrisa
periodística y arquea las cejas—. Creo que todos vimos la forma en que
se miraban.
—Oh, créeme... Lo sentí en el momento en que entré en esa casa.
Ella es una joven muy guapa y, bueno... Brett Madden... —Le dispara a
la cámara una mirada conocedora.
—Claro, háblame de eso. ¿Atractivo y talentoso? Creo que al resto
de la población masculina les tocó la peor parte —se queja Rick.
¿Están de verdad diciendo esto en el aire? ¿Esto está ocurriendo
realmente en un programa de renombre como The Weekly? Mis mejillas
comienzan a arder.
—Permítanme decirles que, si pronto los vemos caminando por la
calle tomados de la mano, no estaré ni un poco sorprendida. Sin duda 174
lo estoy esperando.
Mi boca se abre cuando siento que cinco pares de ojos se mueven
hacia mí; Brenna sigue en su habitación riéndose de algo en el teléfono
de Keith, gracias a Dios. No puedo creer que Kate Wethers insinuara
que Brett y yo podríamos ser pareja. ¡En una transmisión nacional!
¿Qué debe pensar Brett? Debe sentirse avergonzado.
Esto es humillante.
—Seguro sería una de las mejores maneras de terminar esa
historia. —Rick suelta una risita—. ¿Joven madre soltera salva la vida
de una estrella de hockey e hijo de una celebridad y luego se gana su
corazón? Suena como un cuento de hadas.
Kate mueve la cámara —¿América? ¿Qué piensan? ¿Cuántos de
ustedes amarían ver que florece un romance entre Brett Madden y su
rescatista, Catherine Wright?
Cierro mis ojos con fuerza. Oh, por Dios. No acaba de preguntar
eso.
—Gracias por esa entrevista inspiradora, Kate. No son comunes
en nuestras historias, pero sinceramente verla me hizo sonreír. Creo
que todos necesitábamos eso, sobre todo a la luz de lo que está pasando
ahora en el mundo. Estaremos de vuelta para discutir los recientes
bombardeos en el Medio Oriente y lo que significan para nuestro país.
Por diez largos segundos, las únicas voces en mi casita vienen
desde el aviso de automóviles en la televisión y el parloteo de Brenna
desde su cuarto.
—Esa fue una buena entrevista, Cath -—ofrece finalmente mi
padre, aclarándose la garganta—. Y parece ser un muchacho bastante
decente.
Mi cara está totalmente roja. —Sí, lo es. —Quien seguramente
ahora mismo, estará reconsiderando volver, alguna vez, a poner un pie
en mi porche delantero.
Brenna viene corriendo alrededor de nosotros, saltando al sofá,
ajena a la incomodidad fijada. —¿Ya se terminó el programa?
Doy palmaditas en su cabeza —Sí. ¿Das las buenas noches y vas
a lavarte los dientes, por favor?
—¿Puede el tío Jack leerme un cuento esta noche?
—Sí, el tío Jack puede leerte un cuento esta noche —responde él,
haciéndole cosquillas. Ella se suelta de su agarre y salta por el cuarto,
repartiendo sus usuales abrazos. Luego, se dirige al baño.
—Tengo que ir al trabajo —dice Keith, de pie en la puerta,
sacudiendo las llaves en sus manos, su cara haciendo una expresión
extraña.
—¿Pasas por la calle Brown? —pregunta Emma, sin cuidado. 175
Keith encoge sus hombros. —Puedo hacerlo, ¿por qué? ¿Necesitas
un aventón?
Ella ya se está poniendo su chaqueta. —Voy a ir donde Rhonda
un par de horas. Chicos, nos vemos en la mañana ¿Cath, te veo pronto?
—Claro. ¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad?
—Solo hasta mañana. —Duda—. ¿Mamá y papá te dijeron?
—¿Decirme qué? —Miro a mi padre, quien está inclinando su
cerveza de nuevo para terminar su botella.
Respira profundo, y su sonrisa emocionada me dice las buenas
noticias. —¡Entré a Yale!
—Guau. Es… asombroso. —Primero Columbia para licenciatura,
ahora Yale para Escuela de Derecho—. Felicitaciones. —Estoy feliz por
ella, aunque mi sonrisa se siente un poco forzada. Por mucho que ame
ver a mis hermanos lograr sus metas, mi ego siente un golpe cada vez
que lo hacen. Aquí están, Jack con una beca deportiva, Emma
ingresando a una universidad de la Ivy League, y aquí estoy yo todavía
en Diamonds, sirviendo papas fritas y panqueques, sin un fin a la vista.
—Cha-ching. —Jack se estira desde donde está.
—No te preocupes por eso. Lo resolveremos de algún modo —le
responde mi madre enérgicamente, recogiendo los platos sucios de la
mesa de café.
Emma le da una mirada enojada a Jack. —Lo que sea, tengo un
internado que empieza el lunes y me voy a mudar con una amiga este
fin de semana, así que regresaré conduciendo en la mañana.
De modo que, claramente, hoy está en casa solo por mí. —Gracias
por haber estado aquí. —Esta será probablemente la única vez que la
vea antes del otoño. No volverá a Balsam tan seguido. Mi madre se
queja de eso sin parar.
Ella asiente y luego de dudar un momento, se acerca y envuelve
sus brazos en mis hombros en un ligero abrazo incómodo, susurrando
en mi oído: —Siempre estaremos aquí para ti, Cath, si nos dejas.
Me suelta y dirijo mi vista a Keith, quien está esperando en la
puerta. —¿Te llamo mañana?
—No muy temprano.
—Bien. —Mi teléfono suena en mi bolsillo. Mi corazón empieza a
latir, con solo pensar que puede ser Brett, pero al segundo chillido,
luego al tercero y al cuarto, rápidamente me doy cuenta con un acierto
casi sobrehumano que es Misty y que estaba viendo la transmisión
desde Diamonds. Y está enloqueciendo.
No puedo lidiar con eso ahora, así que rápidamente le escribo
“mañana”, seguido de un corazón.
Mi padre se relaja en el sofá —¿Y bien, Hildy? Creo que también
deberíamos ir a casa. 176
—Sí, tienes que empezar a anotarte en turnos de tiempo extra,
para pagar por nuestra pequeña abogada —murmura Jack, ganando
esta vez una mirada fulminante por parte de mi madre.
—No más que los turnos de tiempo extra que tuve que tomar por
nuestro jugador de hockey, pequeño desagradecido… —se calla papá y
alcanza a ver a Brenna parada en la puerta con su libro, entonces
termina con—: y querido hijo.
Jack le guiño un ojo y da una amplia sonrisa desafiante, antes de
perseguir a Brenna a su cuarto, gritando sobre su hombro: —No me
esperen, me voy después a casa de Billy.
Mi madre siempre ha recalcado no enviar a sus hijos al mundo
con una gigantesca deuda estudiantil, así que supongo que esperan
pagar al menos una parte de lo de Yale. No sé qué podrá significar “lo
resolveremos”, a menos que esté por significar una segunda hipoteca de
su casa. Me pregunto si papá sabía de esto antes de que se ofreciera a
comprar mi camioneta. Incluso si fuera así, mi consciencia no podría
dejarlo trabajar hasta casi la muerte por mí, no cuando de hecho tengo
el dinero.
—Esperen un minuto. —Me dirijo rápido a mi habitación y pesco
el sobre, de una de las tablas flojas del piso donde lo escondí. Resulta
que mi cálculo estimado de seis mil dólares, estaba muy errado. Cuento
siete mil setecientos cincuenta dolares. Era del “trato” que Gord nos
dio, escondo el resto no sin antes apartar los tiquetes.
Mis padres ya están en la puerta cuando salgo. —Brett dejó un
sobre con dinero en la alacena. Iba a obligarlo a que lo recuperara, pero
tengo el presentimiento de que eso va a ser imposible. —Les paso el
dinero—. Esto es por la Escape, así quedamos a mano.
Papá comparte una mirada con mi mamá. —Cath, eso no fue un
préstamo. Queríamos…
—Y lo aprecio. En serio, significa mucho para mí que ustedes me
hayan ayudado cuando lo necesité. Pero por ahora tienen que pagar por
Yale y yo puedo devolverles esto, así que por favor acéptenlo. Sé que no
tienen dinero de sobra. Tendrán que trabajar un montón de horas por
esto y ustedes no están tan jóvenes.
Él se muerde los labios, dudando por un corto minuto antes de
aceptarlo silenciosamente.
—Además… Brett dejó estos. Supongo que querrán ir.
Los ojos de mi padre se abren mientras los analiza. —¿Tiquetes
para el sexto juego?
—Si sucede, ¿cierto? —Tendrían que ganar el juego de mañana.
—Estos son muy buenos asientos —interrumpe papá—. ¿Jack
sabe de esto? 177
—Todavía no he dicho nada.
Mi padre se ríe fuerte. —No lo hagas. Déjame decírselo a mí.
Lo que sea que signifique eso, no tengo idea, pero sin duda debe
traer consigo una gran broma de tortura.
—¿Cuándo planeas volver al trabajo? —me pregunta mi mamá,
enrollando una bufanda de seda alrededor de su cuello.
—Mañana.
La sorpresa se manifiesta en su rostro. —Deberías esperar un par
de días.
—Estoy bien, probablemente hasta podría tomar un turno para el
domingo por la noche. —Normalmente no trabajo los domingos, pero
necesito estar ocupada por ahora, no sentada aquí, pensando en esa
entrevista, volviéndome loca.
—¿No puedes permitirte esperar? ¿Cuánto te dejó Brett?
Corto la pregunta inapropiada con: —Más que suficiente.
—Bien, entonces…
—Si pudieras cuidar a Brenna mañana…
Mamá suelta un suspiro, pero afortunadamente no me presiona
más. —Podemos llevarla ahora mismo, así no tendrías que hacerlo tan
temprano.
—No te preocupes por eso. —Igual no creo querer estar sola esta
noche.
—No olvides, si alguna vez quieres una noche de viernes libre… ya
sabes, si quieres salir por cualquier razón, en una cita o algo así. —La
mirada de mi padre se desvía a la televisión.
—Todo eso son trucos de cámaras.
Mi mamá abre la boca, dudando por un momento. —Salvaste su
vida, Cath. Tendría sentido si él siente algo más intenso por ti, a causa
de eso.
—Lo sé.
—Él todavía está en shock, después de todo. Sería como algo que
se manifieste antes de que sus sentimientos se acomoden, a algo más…
normal.
Hasta que vuelva a pensar normalmente. Él usó exactamente las
mismas palabras. No es de extrañar que se haya ido a Toronto al último
minuto. Estoy empezando a pensar que esa conversación en susurros
entre él y Meryl Price, por debajo de mi alcance, se trató de este preciso
asunto. Ella vio las miradas y empezó a entrar en pánico. Quizás vio la
mente revuelta de Kate Wethers. Una cosa es apreciar a la mujer que
salvó la vida de su hijo. Otra totalmente distinta es dejar que una pobre
madre soltera se convierta en la mujer esperada para ese cuento de
hadas inventado. 178
—Ustedes dos tienen vidas muy distintas que no encajan muy
bien. Te aconsejo que…
—Sé cuál es mi realidad, mamá. —No quería cortarla, pero me
salió hacerlo de todas formas. ¿Por qué ella insiste en “aconsejarme” en
todo? ¿Como si acaso no fuese capaz de pensar por mí misma?
Papá se aclara la garganta y le da una mirada con el ceño fijo.
Una advertencia. Supongo.
Los veo irse, su precaución persiste en mi mente y me amarga el
humor, mientras lavo los platos para distraerme, en tanto la profunda
voz de Jack viene desde el cuarto de Brenna.
Sé que Brett sigue en shock. Sé que vive una vida muy distinta.
Sé que no encajaría de ningún modo.
Sé todo esto.
Y sin embargo, escuchar a mi madre decirlo en voz alta se sintió
como un pinchazo a esta esperanza subconsciente que ha estado
floreciendo, ya que me he permitido perderme en los pensamientos del
calor de su cuerpo contra el mío, la fuerza de sus brazos envueltos
alrededor del mío. De ese beso fugaz.
Kate Wethers quizá está en lo correcto. Tal vez Brett sienta algo
por mí más allá de la gratitud, pero mi mamá también tiene razón en
que no durará. El shock pasará, su cuerpo sanará y volverá a perseguir
discos, disfrutará los beneficios de su estatus de celebridad.
Así es como es la vida. Una persona puede decirte que te ama un
día y al otro te apartará del camino. Puede ser todo para ti y luego solo
un simple recuerdo.
Ya aprendí eso de la forma más difícil.
—Buenas noches, pequeño monstruo. —Jack cierra la puerta en
silencio detrás de él—. Ella está tan grande.
—Igual que tú, rata de gimnasio. —Lo miro, mientras se pasea
junto a la encimera de la cocina, recogiendo la botella de cerveza vacía
de papá. Siempre será mi pequeño hermanito, pero ahora se ve como
un hombre. La cara de bebé se fue, remplazada por una mandíbula
fuerte y una barba incipiente.
Suelta una risita, empujando mi hombro de forma juguetona.
—Yo no soy el que saca chicos de sus autos en llamas, hermanita.
Pongo los ojos en blanco.
—Pero en serio, ¿podrías llamarme la próxima vez que esté aquí?
Quiero entrar en el hielo con él.
—No creo que él vaya a estar “en el hielo” en un futuro próximo,
absolutamente no mientras estás aquí.
Jack bosteza y estira los brazos sobre su cabeza de nuevo. La
179
manga de su camisa cae y alcanzo a ver algo negro en sus bíceps. —¡De
ninguna manera! —Remangando su camisa más arriba, veo el número
dieciocho tatuado en su piel—. ¡Mamá se va a volver loca! —No puedo
hacer nada más que reír. De todas las cosas que he hecho y que mis
padres han odiado, hacerme un tatuaje no ha sido una de esas—.
¿Cuándo te lo hiciste?
Se ríe. —En enero. Justo después de que Madden rompiera dos
récords de la NFL, en el mismo partido.
—Espera un momento. ¿Tienes el número de Brett tatuado en tu
cuerpo? ¿Así de obsesionado?
Jack se encoje de hombros. —Te lo dije, es mi ídolo.
—Oh por Dios, espera a que le cuente. Mejor no. No estoy segura
de si él querrá que lo haga. Eso es un poquito raro.
—No, no lo es.
—Sí, sí lo es.
—Como sea, me voy. Avísame si necesitas ayuda con Brenna.
Termino en el trabajo a las cinco todos los días.
—Para que conste, aún pienso que estás demente por aceptar ese
trabajo en Hansen. —Él va a estar trabajando con mi mamá todos los
días, todo el día.
—Para que conste, estoy de acuerdo contigo y probablemente
quiera cortar mis muñecas para el fin de la próxima semana, pero no
hay muchas opciones por aquí para trabajar en el verano.
—¿No te llamaron para ese trabajo de barman en el hotel?
—Nop. Así que básicamente es Target, mamá o Diamonds.
—Podrías ayudarme en mis mesas.
—No, gracias. Pero podrías darme como trabajo cuidar tu casa.
Soy tan grande como el gorila de afuera.
—Pero él tiene un arma.
—Puedo conseguir un arma.
—No, no podrías tener un arma. —Mi hermano pierde las llaves
de la casa por lo menos tres veces a la semana.
—Probablemente tengas razón. Oh, y puede que me quede acá el
próximo viernes.
—¿Así mamá no tiene que verte llegar tropezando desde cualquier
parte?
—Algo así. Te veo luego. —Un brazo grueso me rodea el cuello, y
me atrae para un abrazo, con la garganta un poco ronca mientras me
susurra—. Estoy orgulloso de ti, hermanita.
Suspiro. —Solo quieres boletos para el juego. 180
—En el nivel inferior, si es posible, pero no soy muy exigente. —
Su cara se divide en una gran sonrisa.
La necesidad de decirle que papá tiene los boletos en su bolsillo
trasero es abrumadora. En vez de eso, sonrío a su espalda ancha en
tanto se dirige a la puerta. Sus bóxers azul oscuro se exponen un poco
en su cadera. —¡Súbete los pantalones!
Me levanta el dedo medio como respuesta. —Ah y para que sepas,
a papá no le importaría mucho si te estás follando a Madden.
—Oh por Dios, ¡buenas noches! —siseo, lanzando la toalla de los
platos a su cabeza, sin haber acertado para nada. Él lo esquiva usando
la puerta, con una sonrisa.
Voy hasta allí para recuperar el trapo, sacudiendo mi cabeza y
sintiendo cómo se enrojecen mis mejillas, mientras aparto la realidad
un poco y me permito soñar de nuevo, así sea por un momentito.
Brett y yo.
Yo y Brett.
Mis dedos se levantan para rozar mis labios, recordando cómo se
sintieron los suyos en los míos. Me besó la noche del miércoles. Fue
fugaz; pero, aun así, un beso.
Y el modo en que me miró durante toda la entrevista…
No sé cuánto tiempo perdí soñando despierta, pero fue suficiente
para saltar cuando golpean mi puerta. Es seguido por un segundo golpe
y luego un rápido tercero y un: —¡Sé que estás ahí, Cath!
Debí saber que no me desharía de Misty tan fácilmente esta vez.
Al momento que abro la puerta, me empuja, su uniforme naranja
de Diamonds lleva un leve olor a café molido y comida frita. Hawk está
de pie en el extremo de los escalones, ofreciéndome un encogimiento de
hombros de disculpa, incluso mientras sus ojos la siguen.
—¿Vienes desde el trabajo?
Ella tira su cartera en el sofá. —¿Hablaste con él después de la
entrevista?
—No.
—Llámalo.
—¡No puedo hacer eso ahora mismo! —El hecho de que no haya
mandado un mensaje hasta ahora dice mucho. Debe estar sintiéndose
de la misma forma que yo: incómodo.
—¡Sabía que ibas a comportarte así! —Los ojos de Misty, que de
por sí son grandes, parece que fuesen a salir de sus cuencas—. Tienes a
Brett maldito Madden babeando por ti, en televisión nacional, y estás
fingiendo que no es nada.
—Es solo una historia. ¡No es real! —Aun así, mi corazón salta 181
con sus palabras.
—Casi puedo escuchar la voz de tu madre cuando dices eso. —
Rueda los ojos—. Sé exactamente qué vi en la televisión y eso fue un
hombre que está loco por ti.
—Tal vez… por ahora.
Su gemido de exasperación es tan alto como para despertar a
Brenna. Tengo miedo.
—¿Por qué estás enojada conmigo? —En lo despistada y alegre
que Misty puede ser, en el raro momento en que encuentra un motivo
para discutir, no mide las palabras. Tengo miedo de pensar qué podría
salir de su boca.
—Porque te conozco, Cath. Sé que no le darías una oportunidad a
esto, incluso si quisieras hacerlo. Siempre apartas a los chicos que
muestran algún interés por ti.
—¿Cuáles chicos?
—¡Exacto! ¡Ni siquiera los notas! Y ahora Brett Madden está muy
interesado en ti y básicamente lo has espantado.
—¿Qué? —No puedo evitar reírme—. No, no lo hecho.
Enrolla las manos en su amplio pecho de forma condescendiente.
—¿Te diste cuenta cuántas veces dijiste que quieres que todo vuelva a
la normalidad en esa entrevista?
—¿Porque así lo quiero?
—La “normalidad” no incluye a Brett. Nunca. Básicamente, le
dijiste que no lo querías en tu vida. ¿Es eso lo que quieres?
No, una vocecita grita adentro de mi cabeza. Pienso en nuestra
despedida hace dos noches: Me aseguraré de que recuperes tu vida, si
eso es lo que quieres. Me dijo eso, y una mirada llena de preguntas vino
con esa afirmación… ¿Se refería a eso?
Pero él también había dicho que necesitaba aclarar sus ideas, que
no estaba pensando claro.
La distancia es por nuestro bien.
Suspiro. Sería imposible explicarle esto a Misty, imagino. No hay
necesidad, siquiera, de intentarlo. —Debo ser inteligente.
Sacude la cabeza. —Si esto es ser inteligente, entonces necesitas
ser estúpida. Sé una tonta totalmente imbécil. Sé como yo.

***

Estoy hojeando mi cuaderno de dibujo cuando suena mi teléfono.


Rápidamente lo busco, conteniendo el aliento con la esperanza de que
no sea Misty, enviándome mensajes con más pelea. Como si no hubiese
escuchado de ella, con mis propios oídos, más que suficiente por esta
182
noche.
Mi corazón salta cuando veo el nombre de Brett.
Nos prometieron que nos darían una historia con un giro
positivo, pero no vi venir eso.
Me muerdo la uña del pulgar, tratando de decidir qué debería
responder. Han sido dos horas desde que la entrevista salió al aire, y
solo hasta ahora me escribe. ¿Será que está molesto por lo que dijeron?
Finalmente me decido.
Sí, definitivamente le dieron un giro a la historia.
Ansiosamente, veo cómo los tres puntos danzan en mi pantalla,
informándome que Brett está escribiendo.
Simone cree que esto pasará bastante rápido, pero de todas
formas está trabajando para terminarlo.
Una inexplicable ola de decepción me inunda. Obviamente, eso es
lo que él quiere. Terminar con la idea de que los dos estaremos alguna
vez juntos. ¿Y por qué siquiera me molesta tanto que Kate Wethers
insinuara que algo podría pasar entre Brett y yo? ¿Es porque no es
cierto?
¿O porque deseo que así fuera?
No puedo pensar en otra respuesta que “está bien”. Así que le
envío eso.
Arreglaremos esto, confía en mí.
Con un suspiro pesado, dejo mi teléfono a un lado.
Mañana.
Mañana, volveré a trabajar en Diamonds.
Mañana, enfrentaré lo que resulte de esta tormenta de mierda.
Porque ya he llegado a este punto antes y la única forma de
superarlo, es tratar de olvidar y seguir adelante.

183
Traducido por Julie
Corregido por Jadasa

—¿Patatas fritas o ensalada? —Me paro con mi bolígrafo sobre el


bloc, preparada, esperando a que Beverly tome una decisión.
—Oh, creo que pediré… —Su dedo torcido se posa en las opciones
de las ensaladas que vienen con la hamburguesa, como si estuviera
considerándolas seriamente. Hace esto cada vez que viene con su
marido para la cena el domingo por la noche—. Patatas fritas —susurra
finalmente, como si temiera admitir que quiere la opción más saludable.
Pretendo añadirlo a la orden, aunque ya lo había hecho. —Lo
traigo enseguida.
—Gracias, cariño. Oh, y te vi en las noticias. —Cada arruga en el
rostro de la mujer de ochenta años se levanta con su sonrisa—. Eres
tan maravillosa por salvar a ese joven.
184
Le ofrezco un pequeño asentimiento y una sonrisa, la que he
perfeccionado en los dos últimos días de estar de vuelta en el trabajo,
junto con el habitual: —Hice lo que cualquiera habría hecho. —Si
tuviera un dólar por cada vez que he dicho eso, tendría suficiente para
pagar el alquiler este mes y tal vez el próximo.
—¿Las cosas vuelven a ser normales para ti?
Mantengo esa sonrisa falsa, consciente de la presencia de Hawk,
a tres mesas. Él y Vince se han instalado en la mesa siete con tazas de
café sin fondo, luciendo tan fuera de lugar como uno se imaginaría a los
guardaespaldas de una camarera, incluso con sus camisas de golf y sus
pantalones de color caqui. —Así es. —Aparte de la ronda de aplausos
que recibí al momento en que salí de la cocina ayer por la mañana, lo
que me dejó inquieta durante una buena hora, y las innumerables
preguntas sobre Brett que contesto con la respuesta que me envió
Simone vía mensaje de texto: “Nos hemos convertido en amigos que
compartieron una experiencia traumática, pero nada más”, supongo
que no ha sido demasiado malo. Sobre todo porque los fotógrafos que
ayer rondaban en la acera no estaban allí cuando llegué esta noche.
Lou les prohibió entrar a Diamonds, pero no fue capaz de
detenerlos de tomarme fotos a través de la ventana, en uniforme y
sirviendo el café. Hice todo lo posible para darles mi espalda, y algunos
de los clientes regulares incluso intentaron interferir, parándose en el
medio y saliendo a regañarlos por acosarme. Aunque no ayudó mucho,
sus esfuerzos fueron apreciados.
No debería ser una sorpresa que esas fotos llegaron a Internet en
cuestión de horas. Sin embargo, tomó todas mis fuerzas mantener mi
cara inexpresiva cuando Misty empujó su teléfono para mostrarme un
artículo con el titular: “El ángel de la Guarda de Brett Madden”. Al
menos utilizaron una foto favorecedora de mí con el uniforme del
restaurante.
Fue un millón de veces mejor que los otros artículos que insistió
en mostrarme: “Meryl Price amenaza con renegar de Brett si no se aleja
de Catherine”, “Madden reescribe su testamento para dejarle todo a
Catherine”, y, mi favorito de un tabloide carroñero: “Madre con
asistencia social lleva en su vientre al bebé de Madden”.
Lou finalmente amenazó con poner a Misty en los turnos de
medianoche si mencionaba una palabra más sobre “toda esa tontería”.
—¿Conoces a su madre? —pregunta Beverly.
Siento que los oídos se reaniman a mi alrededor. Otra pregunta
que me han hecho más veces de las que puedo contar. —Sí. Es muy
amable. —Otra frase habitual, aunque completamente cierta.
—¿Y dónde se encuentra ahora? —Mira a su alrededor, como si
estuviera escondido en un rincón.
—En Canadá, visitando a sus abuelos. 185
—¿Volverá pronto? —Parece genuinamente preocupada.
—Creo que estará en California durante el verano.
—Bueno, alentaré por ustedes dos, de todos modos.
Ni siquiera puedo pensar en una oración repetida. —Llevaré su
orden ahora. —Me paseo hasta la computadora al final del mostrador.
Misty se gira de la pantalla para mostrarme su puchero.
—No empieces conmigo de nuevo.
—¡Deberías decirle cómo te sientes!
—No importa cómo me siento. Además, ni siquiera sé cómo me
siento.
—Ten cuidado, tus pantalones están a punto de quemarse.
—Estoy usando un vestido.
—¿De qué están hablando? —La voz severa de Lou detrás de
nosotras hace que Misty cierre la boca y se aleje antes de que pueda
meterse en más problemas con la jefa.
Empiezo a anotar mi orden cuando Lou se me acerca. —¿Nadie te
está molestando?
—¿Además de Misty? —La expresión de Lou me hace retroceder—
. Es una broma. Todo el mundo ha sido bueno. Amable, de hecho.
—Hmm… Lo estás manejando bien.
No puedo evitar la risa nerviosa. —¿Piensas eso?
—Solo mantén la cabeza en alto.
—Lo estoy intentando. Y lamento todo esto.
—No hay de qué disculparse. —Se detiene, sus ojos examinan el
área que nos rodea, y siento que tiene otro motivo para venir a verme—.
Sé que no te gusta hablar de él, pero pensé que debía mencionarlo, así
nadie te atrapa con la guardia baja... —Baja la voz—. ¿Ese asunto de
que Scott Philips está involucrado con una de sus estudiantes? Parece
que se lo están tomando muy en serio en Memphis. Va a haber una
investigación policial.
Contengo el ceño fruncido que amenaza con emerger al apenas oír
ese nombre. Estoy tan harta de su sombra acechante, regresando a
perseguirme después de todos estos años. —Sí, Keith ya me lo dijo.
Baja su voz tanto que tengo que inclinarme para escucharla.
—¿Keith también te dijo que cuando Scott dejó Filadelfia para
enseñar en Balsam, puede que no haya sido su elección? Es probable
que haya habido un incidente con una estudiante de dieciséis años.
—No… Nunca me enteré de eso.
—La chica no habló así que nunca fue más que eso, pero ahora
las cosas están saliendo a la superficie, con todo este ruido. Como 186
siempre. No es que desee algo de esto a otros, pero sin duda arrojará
luz sobre ese hijo de puta para todos.
Y entonces, tal vez, ya no dudarían de mí.
—Además… El señor Philips se retirará inmediatamente de su
trabajo como director de la Secundaria Balsam. Se suponía que estaría
allí un año más. —Lou menea las cejas de forma deliberada.
Me pregunto si la junta escolar tuvo una charla con la señora
Lagasse. —Algo bueno vino de toda esta locura, entonces.
Asiente una vez, un destello de satisfacción baila en su cara.
—Ojalá no sea lo único. —Me guiña un ojo y ya se aleja hacia la
puerta antes de que pueda preguntarle exactamente a qué se refiere.
Me vuelvo a tiempo para verla estrecharle la mano a un hombre
mayor de quizás cincuenta años, con pantalones de vestir y su camisa
abotonada un poco fuera de lugar para Diamonds. Una mujer que
supongo que es su esposa se encuentra junto a él con un traje modesto
de color azul, con su corto cabello rubio en ondas perfectas, moviendo
sus curiosos ojos alrededor del restaurante.
No recuerdo haberles servido aquí, pero parecen familiares. Lou
intercambia unas palabras con ellos antes de señalar en mi dirección.
Soy demasiado lenta para evitar el contacto visual, por lo que los iris
verdes del hombre me bloquean de inmediato.
—¡Cath, ven aquí un minuto! —grita Lou, haciéndome un gesto
con la mano.
Me encuentro con ellos en la mesa veintidós, una cabina junto a
la ventana, en mi sección, y fuerzo una sonrisa educada.
—¿Has conocido al alcalde Frank Polson y a su esposa, Clarisse?
—No, no lo he hecho. —Por eso lo reconozco. No es que me guste
la política, nunca he votado y espero que no me lo pregunte, pero el
rostro del hombre ha sido representado en suficientes ceremonias de
corte de cinta y desayunos de panqueques a lo largo de los años, por lo
que debería haber sabido quién era.
De lo que recuerdo haber oído en el restaurante, Frank Polson no
es un hombre con educación, pero es ingenioso, habiéndose abierto
camino trabajando de obrero a gestión en la fábrica de pasta, haciendo
innumerables conexiones dentro de las comunidades vecinas con cada
año que pasaba.
Ganó las elecciones municipales en dos mil doce con una victoria
aplastante y se convirtió en la primera persona sin vínculos de sangre
con la familia fundadora Balsam en ocupar esa posición. El año pasado,
fue reelegido para un segundo mandato.
Extiende una mano maltratada. —Catherine Wright, es un placer
conocerte.
La tomo con cautela, seguido por la de su esposa. —Siento todo el 187
caos en la ciudad; estoy segura de que los lugareños los están
molestando. Debería acabarse pronto.
Se detiene para considerarme en silencio. —No hay necesidad de
disculparse. Hiciste que nuestra comunidad estuviera terriblemente
orgullosa. Eres una heroína.
Me trago mi sorpresa. —¿Necesitan unos minutos con los menús
antes de pedir? Puedo regresar luego.
—Sí, por favor. Ha pasado un tiempo desde que hemos estado
aquí. —Tiene la decencia de parecer un poco avergonzado por esa
admisión—. Y gracias, por cierto, por haber aceptado venir a la
ceremonia.
Siento el profundo ceño sobre mi frente. —¿Ceremonia?
—Nunca hemos otorgado una Llave de la Ciudad.
—¿Una qué?
—Sí, estamos muy emocionados de ver a Cath reconocida por su
valentía. —La mirada severa de Lou me mantiene callada—. Les
dejaremos mirar el menú y luego Cath volverá en unos minutos.
Recomiendo el especial de pescado y patatas fritas. Acabamos de
adquirir un maravilloso eglefino. Los clientes han estado como locos. —
Apartándome, ella me aleja del alcance del oído.
—¿Sabías sobre esto?
—Keith pudo haber llamado para decirme que el alcalde estaba
entrando.
Keith… Por supuesto que se encontraba involucrado. Sacudo la
cabeza. —No necesito una llave para Balsam. ¡Ni siquiera sé lo que es!
—Es solo un símbolo para mostrar que eres una residente
importante de Balsam. No te preocupes, será un asunto pequeño y
privado. Nada llamativo, nada demasiado doloroso. Dios sabe que
tendrás un ataque al corazón de otra manera.
Abro la boca para discutir más.
—No insisto en mucho, Cath. Estoy insistiendo en esto.
—¿Por qué?
—Porque esto es algo bueno, y te mereces cosas buenas en tu
vida, ya sea que lo aceptes o no.
Le resto importancia. —¿O quizás esta es la manera en que la
ciudad se salva rápidamente después de lo mal que la hizo quedar The
Weekly?
—El alcalde puede haber mencionado que está avergonzado de
cómo esta comunidad trató a uno de los suyos en un momento de
necesidad —dice Lou cuidadosamente—. ¿Pero a quién le importa si
parte de esto se trata de salvar a la ciudad? Vives aquí, Cath. Tus raíces
están aquí. Siempre estarán aquí, y creo que serás mucho más feliz si
encuentras una manera de hacer las paces con el lugar. No hay nada
188
peor que odiar tu casa.
—Supongo.
—Piensa en esto como la forma de Balsam de hacer las paces. —
Baja la voz—. Dios sabe que el alcalde Polson no es un fanático de los
locales de Balsam, a pesar de que hizo lo necesario durante las
elecciones.
Suspiro. —En fin, ¿cuándo es esta ceremonia?
—En dos domingos. Por la tarde. —Se aleja, lanzando sobre el
hombro—: Y ni siquiera intentes decirme que tienes que trabajar ese
día.

***

—¿Podemos nombrar al barco Stella?


—Pensé que el nombre del perro va a ser Stella.
Brenna me mira con esos ricos ojos marrones, su cuerpito metido
en las sábanas. —Pero me gusta mucho el nombre.
—De acuerdo. Nombraremos al barco Stella. ¿Dónde debería ir el
nombre?
Su dedo índice dibuja una línea en el casco del dibujo. —¿Es un
buen lugar?
—Claro que sí.
Sonríe hacia la página, y puedo verla imaginándose de pie en los
esquís y agarrando una cuerda mientras el barco la lleva por el lago
Jasper.
—Lo añadiré esta noche. Pero tienes que ir a dormir.
—¿Por qué Jack no podía cuidarme esta noche?
—Porque Jack y el abuelo fueron al partido de hockey. —Los
Flyers lograron un milagro al ganar el juego del pasado sábado,
trayendo la serie de vuelta a Filadelfia esta noche. Pensé que Jack iba a
empezar a llorar en el correo de voz que me dejó, después de que papá
finalmente le mostró los boletos.
—¿El equipo de hockey de Brett?
—Sí.
—¿Ganaron?
Sonrío. —Así es. —Me siento tan aliviada por Brett. Solo una
victoria más y estarán en los play-offs, incluso sin sus dos mejores
jugadores.
—¿Cuánto tiempo van a quedarse los trabajadores?
189
Lucho para seguir su tren disperso de pensamientos. —¿Los
trabajadores?
—Vince y Hawk y… ese otro muchacho, que estaba dándoles
unas vacaciones.
—Oh. Cierto. —Hemos evitado usar la palabra “guardaespaldas” o
“seguridad” con ella, ya que no queremos hacerla pensar que hay algún
peligro—. No sé. Unos días más, ¿tal vez? Buenas noches, Brenna. —Le
doy una mirada deliberada que dice que deje de hacer preguntas.
Ya casi salgo por la puerta cuando me grita con su voz inocente:
—¿Sabes quién es mi papá?
Inhalo bruscamente. Ya me ha preguntado por su padre. Me ha
preguntado dónde se encuentra.
Sin embargo, nunca me ha preguntado esto. —Por supuesto que
sí. ¿Por qué preguntarías eso?
—Porque Jerry Baldwin de cuarto grado dijo que para alguien que
ni siquiera sabe quién es mi papá, seguro que sacaste el premio gordo.
¿Qué es un premio gordo?
Si un niño dijo eso, es porque está repitiendo lo que escuchó en
casa, de sus padres idiotas. —Es como decir que alguien ganó un gran
premio.
—Entonces ¿has ganado un gran premio?
¿Cómo respondo a esto? —Creo que ese niño se refirió a que
tuvimos suerte de que conociéramos a Brett, porque él es un chico muy
bueno. —Espero a que centrarse en Brett la aleje de su otra pregunta.
—Oh. —Puedo verla reflexionando sobre eso—. ¿Volverá pronto
para visitarnos?
Fuerzo una sonrisa. —No lo sé. Eso espero.
Esas palabras están destinadas a apaciguarla, pero me doy
cuenta de que estoy hablando en serio.

190
Traducido por Geraluh & Jeenn Ramírez
Corregido por Gypsypochi

Abro la puerta trasera del Diamonds el miércoles por la noche con


un suspiro de alivio. Estoy sin supervisión por primera vez desde que
regresé a trabajar. Hawk aceptó quedarse en mi casa con Brenna y su
niñera de dieciséis.
Ese alivio dura muy poco, sin embargo, cuando encuentro a Misty
revoloteando adentro, esperando para abalanzarse. —¿Te ha llamado?
Fuerzo un tono casual. —No desde el viernes pasado. Está con su
familia. Se está mudando.
—¿Y le has mandado mensajes?
Me mira con exasperación cuando no respondo.
—¡Qué! Si realmente quisiera hablar conmigo, habría llamado. —
191
No quiero que parezca que estoy esperando algo. Como si estuviera
sentada aquí esperando, sufriendo por Brett. Hice una promesa hace
años de que nunca me dejaría ver tan patética otra vez, y tengo la
intención de cumplirla.
Misty está sobre mis talones mientras la evito pasando junto a
ella y tiro mi bolso en el estante de la oficina de Lou. —Solo envíale un
mensaje deseándole buena suerte en el partido de esta noche. Simple,
fácil. Es lo que haría una persona normal.
—¿Entonces ahora no soy normal?
Me da una mirada mordaz. —Si mi vida dependiera de tu destreza
para flirtear, entonces dame una pala porque podría cavar mi propia
tumba.
Suspiro, igual de frustrada con Misty que conmigo misma. No
siempre fui así. Recuerdo una época cuando no tenía problemas en
acercarme a un chico en una fiesta y decirle en términos muy claros lo
que quería de ellos.
Sin duda las cicatrices que Scott me dejó fueron más profundas
de lo que me gustaría admitir.
—Vamos, ¿por favor? Solo hazlo y ve a donde te lleva. Dame por lo
menos una pizca de esperanza antes de comenzar a dejar gatos en tu
puerta.
Misty puede ser tan implacable como un mosquito, y a pesar de
que trabajó en el turno de día y solo está aquí por otra hora, me sacará
de quicio hasta que Lou se dé cuenta y la espante otra vez. Además, a
decir verdad, he estado pensando que el partido de esta noche es una
buena excusa para comunicarme con Brett.
Tiene razón. Es inofensivo e inocente. Sin presunción. ¿Verdad?
—Bien. —Ignorando mis nervios, saco mi teléfono del bolsillo y
escribo un mensaje rápido, mi estómago retorciéndose con cada
palabra:
Buena suerte esta noche.
Luego guardo mi teléfono en el bolsillo. —Listo. ¿Feliz?
—¿Feliz por qué? —pregunta Leroy, y su voz profunda me
sorprende mientras sale por detrás de la nevera.
—¡Nada! —decimos al unísono.
—Aja —se ríe, pasando con una bandeja de hamburguesas recién
hechas, sus ojos puestos en Misty—. No creo querer saber de qué se
trata esa sonrisa del gato Cheshire, pero está muy ocupado ahí fuera
para estar adulando a los jugadores de hockey.
Misty refunfuña y da dos pasos hacia la puerta antes de
detenerse. —¿Sabes cuantas personas quieren que ustedes se junten?
Deberías ver todas las cosas en línea. 192
—No, gracias. —Juego con los lazos del delantal atado a mi
cintura—. ¿Por qué incluso a la gente le importa? No nos conocen. Lo
que pasa entre nosotros no tiene ningún impacto en ellos.
—¡Porque es como un cuento de hadas!
Un cuento de hadas.
La pobre y solitaria camarera con un pasado feo, la madre soltera
llena de cicatrices, que limpia kétchup de las mesas y sirve papas fritas
a los conductores de camiones, se queda con el rico, hermoso y amable
príncipe. Supongo que es como Cenicienta. Aunque Cenicienta se llevó
unas hermosas zapatillas de cristal en su noche de magia. La mía
incluía tacones negros viejos, que quedaron botados en una zanja.
Abro la boca para advertirle a Misty que debemos salir cuando mi
teléfono vibra en mi bolsillo. Ahogo la emoción. —¿Quién más trabaja
esta noche?
—Rose y Caitlyn.
Dos señoras de treinta y tantos que saben cómo manejar sus
secciones. Bien.
—Deberías salir antes de que Lou te encuentre. Estaré allí en un
segundo. —Espero hasta que la puerta de la cafetería deja de moverse
antes de sacar mi teléfono, mi corazón palpitando contra mis huesos.
¿Puedo llamarte?
Exhalo e intento calmar mi corazón acelerado. Tal vez Misty tiene
razón, todo lo que necesitaba hacer era acercarme.
Estoy empezando mi turno ahora. ¿Después?
Debería estar en casa antes de las diez.
Bien. Avísame cuando estés libre.
La puerta de la cocina se abre. —¿Cath está aquí? Oh, gracias al
cielo. —La cara de Lou está enrojecida—. No sé de dónde viene esta
gente, pero todos preguntan si trabajas esta noche. Va a ser otro día
muy ocupado. —Frunce el ceño—. ¿Dónde está tu chico de seguridad?
Guardo mi teléfono en el bolsillo. —En casa, con Brenna.
Lou levanta las cejas.
—Estoy bien. Leroy me protegerá.
Su rostro se divide con una amplia sonrisa mientras hábilmente
mueve el sartén por el mango. —¿Me estás diciendo que tengo que
entregar un trasero azotado esta noche?
—¡El único culo que será azotado aquí será el tuyo sino terminas
la comida de la mesa veintinueve en los próximos tres minutos! —grita
Lou.
Cargando mis brazos con un anaquel de vasos limpios, salgo, mi
ánimo elevándose mientras cuento las horas que faltan para escuchar
la voz de Brett otra vez.
193

***

Pedaleo lánguidamente en el calor de la madrugada, lo suficiente


rápido para mantener la bicicleta en posición vertical mientras bajo por la
serena calle principal, mirando un tramo colorido de tiendas y cafeterías.
Lugares donde los propietarios saludan a los turistas con grandes
sonrisas y gestos de bienvenida.
Los propietarios cuyos ojos brillaron de sorpresa cuando vieron mi
nombre en la parte superior de mi currículo, quienes forzaron una sonrisa
y un “te avisaremos” sobre trabajos para los que inmediatamente
decidieron que nunca me considerarían. Nunca recibí una llamada
telefónica de nadie.
Ni siquiera trato de apartar la amargura que últimamente bordea
mis pensamientos. Va a ser un largo verano de matar tiempo en el
parque, en la librería, en la playa publica Jasper. En cualquier lugar que
no sea en casa. Pero por lo menos es verano.
Por fin estoy lejos de los susurros y las burlas que me persiguen a
través de los claustrofóbicos pasillos y salones de la Secundaria Balsam.
Me pregunto si las personas se aburrirán de hablar de mí y de Scott para
cuando tenga que volver.
Me detengo para esquivar la puerta del auto que se lanzó delante
de mí, un anciano saliendo sin molestarse en mirar el espejo retrovisor.
Una partecita de mí se pregunta qué habría pasado si hubiese estado
pedaleando un poco más rápido, si hubiera andado hacia la izquierda,
hacia el tráfico que pasa por delante. ¿Alguien se habría preocupado?
¿Qué tan rápido correrían?
Sigo esperando que el hombre se mueva cuando se abre la puerta
de la pequeña cafetería francesa de Balsam, llamada Le Petit Café.
Se me atasca el aliento en mi pecho cuando Scott sale, una bolsa
de papel marrón en una mano, una bandeja sosteniendo dos vasos de
café en la otra, con una sonrisa en su cara. Usa su pie para mantener la
puerta abierta para una mujer rubia.
Ella es linda. Es mayor. Es refinada.
Es su ex novia.
Y cuando se ofrece a tomar la bandeja de café frente a él, libera su
mano para tomar la suya. 194
Mi estómago se desploma mientras los veo caminar uno al lado del
otro, de la mano, lejos de mí.

***

—¡Oye, Cath! Tu chico está en el partido —exclama Chip desde su


asiento, apuntando el control hacia la pantalla plana mientras sube el
volumen. La arena está llena de un mar de blanco y azul mientras miles
de fanáticos del Maple Leaf están es sus asientos. Sin embargo, el lugar
no carece de un buen puñado de jerseys naranjas y negros.
—Él no es mi chico —lo corrijo, incluso cuando mi corazón salta y
mis ojos se pegan a la pantalla, esperando ver la guapísima cara de
Brett. Supongo que el reposo del doctor no se aplica para el séptimo
partido.
Siempre consciente de las miradas curiosas que me rodean, trato
de esconder mi sonrisa cuando las cámaras enfocan su cara en la
tribuna, elegante con un traje color carbón y una corbata, su camisa
azul marino resaltando su mirada penetrante, mientras habla con otro
hombre. Los moretones, ahora no son más que marcas desteñidas de
color amarillo, y su pelo tiene ese estilo desordenado que me encanta.
Brett levanta la mirada y se da cuenta que él está en la cámara,
ofrece un pequeño y reservado saludo a la multitud. Un gran rugido de
alegría y gritos emerge, y no puedo contener mi sonrisa.
De cualquier manera, tampoco puedo obviar el pequeño trasfondo
de abucheos. Tampoco me pierdo el flash a la multitud, para ver que no
son los aficionados que llevan camisetas de Leaf los que lo hacen.
—¿Los fanáticos de los Flyers lo están abucheando?
—Sip —confirma Chip a través de un sorbo de su gaseosa.
—¿Por qué?
—Porque teníamos casi garantizada la Copa y ahora las chances
son una mierda.
—¡Pero han llegado al séptimo partido!
—Esta serie debería haberse hecho hace tres juegos. La gente está
culpando a Madden y a Grabner por ello.
—¿Culpan a un chico muerto? ¿Es una broma?
Se encoge de hombros. —Culpan al tipo que conducía su Corvette
demasiado rápido por un camino sinuoso en la niebla. Ese accidente
fue completamente evitable. Y como iban de camino a una “función
laboral”, vamos a pagar el monstruoso contrato de Madden como si se
hubiera herido en el hielo, aunque no se vuelva a poner los patines
nunca más. 195
Siempre me ha gustado Chip, un joven sencillo y despreocupado
de veintinueve años que trabaja en la misma fábrica de pintura en la
que solía trabajar mi padre y que viene aquí varias veces a la semana
para cenar. Pero ahora lo fulmino con la mirada.
Levanta las manos. —¡Oye! No le dispares al mensajero. Solo digo
las cosas como son. —Asiente con la cabeza en la televisión. La cámara
sigue moviéndose de un lado al otro entre la pista de hielo y Brett,
sentado en silencio, esperando que el juego comience. Mi corazón salta
cada vez que lo veo—. Grabner fue calificado como uno de los mejores
derechistas en el mundo. Y Madden es un dios sobre el hielo. Lidera la
liga en puntos este año por un amplio margen. Perderlos a los dos nos
dejó lisiados, accidente o no.
Niego con la cabeza. —La gente es imbécil.
Chip levanta la botella de Bud en un simulacro de alegría. —Aquí,
aquí.
—¿A qué hora comienza el juego?
Mira su reloj. —¿En unos veinte minutos?
Estoy aquí por lo menos hasta las ocho y media. Tal vez pueda ver
el final en casa. Me daría la oportunidad de admirar a Brett en
privado…
Mis dedos vuelan sobre el monitor que marca los pedidos, mi
atención puesta a cada rato en el televisor.
Me congelo cuando una rubia alta de piel bronceada aparece en el
palco al lado de Brett, la camiseta ajustada que está usando le acentúa
su increíble cuerpo y sus perfectos pechos.
No necesito que nadie me diga que esa es Courtney Woods. He
visto suficientes fotos de ella, y de ellos juntos.
Respiro profundo.
Bien… Salieron juntos. Obviamente siguen siendo amigos. Está
ahí para darle apoyo moral. Es una gran noche para él.
Se desliza en el asiento junto a Brett y pone una pinta delante de
él con una sonrisa.
Y entonces, se presiona a su lado y toma su mano, uniendo sus
dedos con los de él.
Mi estómago cae mientras él se gira para mirarla durante un largo
momento. Se inclina hacia ella, y me ahorro el tener que verlos besarse
mientras la cámara regresa a los comentaristas.
Aprendí a fortalecer mi expresión hace mucho tiempo. Ahora lo
hago, concentrándome en la pantalla que esta frente a mí, sintiendo las
miradas curiosas perforándome desde todas las direcciones.
Supongo que sé de qué quería hablarme Brett. 196
***

—¿Qué estás haciendo aquí?


—¿Así saludas a tu hermano favorito? —Jack está tendido en mi
sofá, lata de cerveza en la mano, Brenna metida bajo su brazo. Brenna,
quien debería estar en la cama.
—¿Eres su hermano favorito? —dice Brenna con un chillido.
—Por supuesto que sí —se burla.
Su cara se arruga. —¿Mami tienes otros hermanos?
—¿Dónde está Victoria? —interrumpo, el humor de Jack perdido
en ella.
—La envié a casa. Pensé que te ahorraría algo de dinero.
—¿Y se fue? —Ella normalmente es más responsable que eso.
—Creo que no quería. —Jack sonríe, el tipo de sonrisa que me
dice que mi niñera de dieciséis años se sonrojó furiosamente cuando él
llegó. Eso explicaría el pobre juicio. Sin embargo, debo hablar con ella
acerca de irse sin llamarme para confirmar.
Y nada de eso explica porque Jack se encuentra sentado en mi
sofá. —¿Por qué no estás viendo el juego con tus amigos?
Se encoge de hombros despreocupadamente. —No me apetecía. —
Eso es mentira. A Jack siempre le apetece salir con sus amigos, sobre
todo en una noche de hockey de vida o muerte.
—¡Vimos a Brett en la televisión! —exclama Brenna.
Casi me estremezco cuando mis ojos se deslizan hacia la pantalla.
No tengo ganas de verlo de nuevo con su rostro en el oído de ella. O
peor. —¿Qué tan malo es? —Toronto subió tres puntos cuando me fui
de Diamonds.
—Cinco a uno. Estamos acabados —se queja Jack amargamente.
Aunque estoy empezando a creer que esa mirada cautelosa que me está
dando ahora mismo no tiene nada que ver con la puntuación del juego.
Suspiro, sin ánimo de hablar de Brett y Courtney con nadie. Todo
lo que podía hacer para terminar mi turno era, tomar órdenes y sonreír
a los clientes y responder sus preguntas curiosas “¿Lo sabías?” con “por
supuesto que sí” antes de que pudiera escapar a la oficina de Lou para
acabar. Deseando más que antes de que Diamonds fuera más pequeño
y el proceso más simple, donde todos usáramos una caja registradora y
no fuéramos responsables del balance del efectivo y los recibos de las
tarjetas. Ya que una cosa básica como contar dinero de repente parecía
una hazaña imposible, con mi cabeza ya nadando en la decepción.
197
Y una extraña sensación de humillación, como si Brett de alguna
forma me hubiera menospreciado públicamente, aunque no haya hecho
nada malo.
Misty me ha enviado cinco mensajes, rogándome que la llame. Por
fortuna, se fue a las seis, porque lidiar con su reacción en frente de
todos lo habría hecho diez veces peor.
—Vamos, Brenna. Ya deberías estar en la cama.
Jack se inclina para susurrarle algo al oído. No tengo idea de que
le dice, pero, milagrosamente, ella no pelea. Tampoco me atormenta con
sus usuales veinte preguntas. De hecho, no dice una palabra mientras
le da un gran abrazo y luego me lleva a su habitación y se arrastra bajo
sus sábanas.
—¿Mami?
Mi mano se detiene sobre el interruptor de la lámpara. Tan cerca
de escapar sin interrogatorio. —¿Sí?
—¿Por qué estás triste?
Me obligo a darle una sonrisa, para esconder el hecho de que lo
estoy. —¿Quién dijo que estoy triste?
—Tío Jack. —Se detiene para estudiar mi cara con un pequeño
ceño fruncido—. Y tus ojos.
—¿Mis ojos?
—Sí. Tienes ojos tristes.
—Ha sido un mal día.
—Oh… —Se detiene—. Pero entonces, ¿Por qué tienes los ojos
tan tristes?
El comentario es una punzada afilada, viniendo de mi hija. Ni
siquiera puedo mantener mi sonrisa falsa. —¿Por qué dices eso?
—Es lo que dijo el abuelo.
Frunzo el ceño. —¿Cuándo dijo eso? —No es como si mi papá
dijera cosas así.
—Cuando estaba en su casa. Me mostraba fotos tuyas de cuando
eras pequeña y dijo que tus ojos se veían muy brillantes en ese
entonces, y ahora ya no más, y dijo que es porque ahora tienes ojos
tristes.
—¿En serio lo dijo así? —Trago el nudo de mi garganta. No puedo
negar que he escuchado comentarios aquí y allá, la mayoría de los Gord
Mayberrys del mundo; clientes insensibles con líneas cursis como: ¿Por
qué estás tan triste?
Su cabeza se mueve de arriba abajo. —Dijo que ahora siempre
están así, y yo le dije que no siempre porque lucían diferente cuando
estuviste en la televisión el otro día. Y cuando te ríes.
Lo que no es bastante seguido, probablemente. 198
El nudo en mi garganta aumenta el doble, pinchándome,
haciendo que sea difícil tragarlo.
Apago la luz antes de que pueda ver las lágrimas. Sintiendo sus
bracitos en el aire, me inclino hacia ella para que me rodee el cuello,
sintiendo sus músculos sujetándome, su modo de tratar de consolarme,
ofreciéndome un momento de gracia.
—Siento que hayas tenido un mal día.
—Está bien. Todos tienen días malos, pero mañana será mejor. —
Tengo que creer eso—. Buenas noches, bebé. Te amo.
Gracias a Dios, Jack está maldiciendo a la televisión cuando
emerjo y utilizo la oportunidad para escabullirme a mi recámara para
cambiarme.
Pero no me cambio. En su lugar, me meto a la cama y saco mi
teléfono. Jack siempre comparte sus datos conmigo. No tiene problema
en gastar cientos de pesos al mes en un plan de datos.
Doy clic en el link que Misty me envió por texto.
Brett Madden se reúne con la luchadora de artes marciales mixtas,
Courtney Woods.
Leo el artículo, mi corazón hundiéndose con cada palabra. De
acuerdo con ESPN, Courtney llegó a Toronto esta tarde y fue vista
saliendo de la residencia de la familia Madden en King, una comunidad
rural al norte de la ciudad conocido por sus paisajes, prestigiosas
granjas de caballos y estados saludables. Los paparazis captaron una
fotografía de la rubia en el aeropuerto, y una fuente interna confirmó
que se han reconciliado después de terminar el otoño pasado, después
de una larga relación de años. El reciente accidente cercano a la muerte
de él desencadenó la reunión.
Y después, al final del artículo soy mencionada. Específicamente,
que, a pesar de los rumores de mi relación romántica con Brett, somos
únicamente amigos que compartieron un evento traumático.
Frunzo el ceño ante el número de comentarios debajo del artículo.
Muchas personas tienen algo que decir acerca de esta reunión.
¿Qué es exactamente lo que están diciendo?
A pesar de mi promesa a Simone y a mi mejor juicio —mi día no
puede ponerse peor—, soy vencida por mi curiosidad.

***

—¿Cath?
Cubro mi boca con las manos, tratando de callar mis sollozos.
Después de un momento me las arreglo para contestar. —Saldré en un
segundo. 199
—¿Estás bien?
—Sí, bien.
La puerta de mi habitación, donde me he estado escondiendo la
última media hora, se abre y Jack mete su cabeza. Me doy la vuelta,
pero es muy tarde para esconder mis mejillas manchadas de lágrimas y
mis ojos rojos hinchados. Cerrando la puerta detrás de él, se sienta a
mi lado, mi cama rechinando debido al peso. —¿Qué pasa?
Levanto mi teléfono, con mi labio inferior tembloroso. —¿Por qué
la gente es tan cruel?
Me rodea los hombros con sus brazos y me sostiene justo antes
de que comience a sollozar incontrolablemente contra su hombro.
—¿Qué demonios estabas haciendo?
—Me mantuve alejada hasta ahora, pero tenía curiosidad. Solo
quería saber lo que estaba diciendo la gente, entonces me metí a ver los
comentarios…
Mucha gente tiene mucho que decir.
Y mucho acerca de mí.
Muchos dicen que soy valiente y amable, me etiquetan de ángel,
proclaman que estoy tocada por la voluntad de Dios por haber logrado
lo que hice. Me agradecen una y otra vez por arriesgar mi vida para
salvar a tan increíble hombre. Un hombre que nunca han conocido pero
obviamente sueñan con conocer algún día. Un hombre que idolatran.
Muchos están rezando por mí y me desean solo felicidad después de lo
que me hizo ese profesor. No creen que fue correcto, la forma en que me
trataron, la forma en que Scott Philips se libró. Están disgustados por
ello. Mucha gente está sinceramente de acuerdo con Kate Wethers, que
Brett y yo hacemos una hermosa pareja y quieren que sea real, porque
sería un final muy feliz para la historia.
Pero todas esas palabras amables y buenos deseos se desvanecen
rápidamente en el olvido, al lado de otros comentarios que han estado
surgiendo desde la entrevista.
Los que me etiquetan de fea y estúpida, una zorra basura blanca
que estará sirviendo patatas fritas por el resto de su vida. Que necesito
una cirugía en la nariz y una cirugía de bubis, que mis ojos son muy
grandes, que estoy muy flaca. Que me deberían quitar la ayuda social,
que soy el problema de Estados Unidos. Que merezco lo que me pasó
con Philips porque debo ser una zorra si me embarace tan joven. Que
estoy mintiendo sobre todo lo que pasó la noche del accidente porque
quiero atención. Que esperan que Brett me dé un polvo de lástima antes
de que regrese con Courtney. Que si incluso Brett y yo estamos juntos,
se deshará de mí al segundo en que su pierna se recupere y regrese al
hielo.
Son solo palabras. Después hay fotografías, memes. Instantáneas
que la gente sacó durante la entrevista de The Weekly, de mí sentada en
200
mi sofá al lado de Brett, mi cara arrugada en medio de mi discurso,
junto con leyendas hirientes. Supongo que deben ser graciosos.
Solo me hicieron llorar más.
La gente realmente se toma tiempo de sus vidas para hacer esto.
Jack gime. —Nunca leas los comentarios. Estas personas son
troles. Perdedores con vidas tristes y pequeñas, y nada mejor que hacer
que escupir mierda y odio. Son tonterías.
—Y aun así duele demasiado cuando es acerca de ti. —Cuando
casi todo lo que han dicho, lo he pensado en algún punto—. Se siente
como si pasara nuevamente lo de hace siete años. Excepto que peor. No
puedo soportar esto.
—Sí, puedes. Eres la persona más fuerte que conozco.
¿Fuerte, yo? —No, no lo soy.
—Sí, lo eres. Eres más fuerte que Emma o mamá.
—Mamá es una roca.
—No, mamá no toma riesgos, siempre juega la carta segura.
Simplemente muevo la cabeza.
—Aún recuerdo cuando saliste de la casa con tu mochila colgada
al hombro. Fue como si hubieras estado sentada en tu habitación
esperando a que llegue la medianoche.
—Lo estaba.
—Partiste para sobrevivir por tu cuenta, sin trabajo y sin dinero, y
lo hiciste. El día que te mudaste, mamá y papá tuvieron una gran
discusión. Ella garantizaba que volverías en dos semanas con la cola
entre las piernas. Pero eres tan terca, ni siquiera llamaste. Y después,
se enteró que estabas embarazada, y trajo a un contratista para que le
dé un presupuesto para la renovación del ático, para cuando vinieras
corriendo a casa con el bebé, porque no había manera de que pudieras
resolverlo. Nunca lo hiciste. Has podido con todo lo que la vida te ha
aventado y lo has hecho todo por tu cuenta.
—Con la ayuda de algunas personas —lo corrijo y le ofrezco una
sonrisita, apreciando las palabras. Me desplomo en la cama, de repente
exhausta. Siento como si pudiera dormir hasta la siguiente semana.
—Puedes manejar esto, Cath.
Miro el techo. Necesita desesperadamente una capa fresca de
pintura. Jack se recuesta a mi lado, el rechinido que le acompaña me
hace pensar que estamos a punto de romper la estructura, la cual fue
una compra en una venta de garaje. No ha tenido que aguantar el peso
de un hombre recostado en ella desde el día que Keith la cargó en su
camioneta y la trajo aquí por mí hace seis años, tan triste como puede 201
ser.
—¿Querías que fuera verdad lo que dijo Wethers? —pregunta
suavemente, con una rara seriedad en su tono.
Sí. Claramente lo deseaba.
—Él solo se sentía en deuda conmigo —digo en su lugar, sin
responder la pregunta.
—Tal vez.
—Misty piensa que soy una idiota por no aventármele cuando
tuve la oportunidad.
—Misty es buena en aventarse a los chicos. —Se detiene—.
¿Singer ha dicho algo?
—No, nada acerca de eso. Ha escrito mil veces para ver si necesito
algo.
—Me encontré con él el otro día cuando estaba trotando. No era el
mismo. Creo que finalmente se dio cuenta que no tiene esperanza si su
competencia es Madden.
—No hay competencia. —Levanto mi teléfono para mostrarle a
Jack el meme que alguien ha creado: una esbelta glamurosa Courtney
Woods al lado de una instantánea mía en la entrevista, con mi blusa
rosa, luciendo como una humilde extensión de mi sofá feo de una venta
de garaje—. Y habla sobre no ser capaz de competir.
Suspira. —Permíteme, ¿puedo mostrarte un truquito? —Toma mi
teléfono y cierra la pantalla—. ¿Qué es lo que sabes? Así como así, ya
no existe nada de eso.
—Qué gracioso.
—Deja que sean miserables mientras estés trabajando en follarte
a mi ídolo.
—¡Jack! —Muevo la cabeza hacia él, pero una sonrisa tira de mi
boca—. Eso nunca va a pasar.
Se levanta para sentarse, arrastrándome hacia arriba junto con
él. —En serio, ¿no puedes encontrar a alguien normal? Primero te
enamoras de tu profesor de arte y casi lo envías a la cárcel. Luego te
embarazas de un vendedor de drogas, quién no puede ayudarte porque
él sí fue a la cárcel. Después tienes que sacar a Brett Madden de un
auto en llamas y hacer que caiga a tus pies como un cachorrito enfermo
de amor en televisión nacional. ¿Por qué no puedes encontrar… no lo
sé, un banquero o un plomero?
Me estoy riendo porque, tan dura como lo es la realidad, viene de
Jack, quién sé que no me juzga. —¿O un vendedor de carros usados?
—Ahora vas por el buen camino. Necesito un carro.
Me limpio las lágrimas restantes de mi cara. —Gracias, Jack. Por
202
estar aquí. Por saber cuándo venir. —Nunca lo habría pedido.
Suspira. —Mantén la cabeza en alto. Y prométeme que nunca
volverás a mirar esa mierda. Eso fue tonto. Voy a apagar mis datos
cuando esté aquí si te descubro haciéndolo de nuevo.
—No lo haré. Lo prometo. Se terminó. Voy a avanzar. —Dejo el
teléfono en mi buro, su peso es repentinamente insoportable—. ¿El
partido ha terminado?
Asiente, su dura expresión diciéndome que los Flyers no estarán
jugando hasta la siguiente temporada.

***

—El dos mil dieciocho es nuestro año, ¿cierto? —Jack le gruñe a


Hawk mientras descansan en los escalones de mi porche, mi hermano
vistiendo ropa de correr.
—Espero —responde el guardaespaldas. La radio de su camioneta
zumba con voces bajas, los comentaristas diseccionando el partido,
destacando las formas en que los Flyers se equivocaron y perdieron su
oportunidad para jugar por la copa. He escuchado “Madden” al menos
dos veces en los últimos veinte segundos, a pesar de que Brett no jugó.
No es difícil averiguar en donde caerá la mayor parte de la culpa.
Pero es casi un alivio para mí que no tendré que mirar a Brett
sentado al lado de Courtney Woods nuevamente. Estoy segura de que
ya hay más que suficientes fotografías de ellos por todo el internet.
Tal vez ahora todos puedan avanzar.
Incluyéndome.
—Deberías ir a casa, Hawk —le digo.
El hombre, que luce como fiera, frunce el ceño un poco. —Se
supone que…
—Estoy bien. Mira, todos se fueron. No hay nadie aquí.
—Pero el señor Madden insistió….
—Que te quedaras hasta que me sintiera segura. Ahora me siento
segura, puedes irte. —Terminó con una sonrisa.
Después de una pausa larga me ofrece un brusco asentimiento y
se dirige hacia su camioneta. Para llamar a su oficina y tener permiso
para salir, sin duda.
—¿Vas a estar bien para llegar a casa?
Jack está agachado arreglando un cordón suelto. —Solo tomé tres
cervezas. 203
—Keith va a notar que no están.
—Está bien. Dile que compre mejores cosas cuando reabastezca.
—Con un guiño, Jack se va corriendo sobre la pista.
—Mantente en la banqueta —le grito.
Mi teléfono suena en la habitación mientras camino hacia dentro;
es un sonido agudo, alejando el silencio de la casa. Aun cuando Brenna
tiene el sueño profundo, corro por él, temiendo que pueda despertarla.
Mi corazón se para cuando veo el nombre de Brett en la pantalla.
Ya sé porque está llamando. Para decirme lo que he visto con mis
propios ojos. Lo que todos han visto. Lo que las personas, completos
desconocidos que no me conocen, y no me conocerán, están cotilleando.
Tan trivial como lo hizo sonar Jack, cada recordatorio mínimo me hace
querer vomitar.
No sé qué decirle.
Y por eso, solamente me quedo sentada aquí, bajando el volumen,
mirando su nombre mientras espero a que se vaya a buzón de voz. Me
toma casi un minuto tranquilizar mis nervios y escuchar el mensaje,
una triste sonrisa tocando mis labios mientras su voz llena mis oídos.
—Hola, Cath, soy Brett. Pensé que ya habías terminado de trabajar pero
tal vez no. Fui al partido está noche y acabo de llegar a casa. Es la
primera vez que tengo un momento de privacidad. En fin… —suspira—,
quería advertirte que va a haber algunas cosas flotando en los medios
sobre una reconciliación con mi ex…
Solo la manera en que lo dice se siente como un golpe en la
barriga.
—Simone piensa que es la mejor forma de desviar lo dicho en The
Weekly. Courtney estuvo de acuerdo, por lo que hoy voló de Los Ángeles
para dar peso a la historia que lanzó Simone.
Entonces ella es la fuente cercana. Tiene sentido. Era su eslogan.
Se detiene. —¿Viste el juego de esta noche, por casualidad? —No
me pierdo la cautela en su voz—. En fin, todo es un espectáculo. No
volvimos.
Cierro los ojos, el ardor familiar de mi estómago reavivándose
dolorosamente.
—Solo quería que lo supieras. Y esperaba poder hablar contigo en
persona, pero… —Suena muy calmado, muy inseguro de sí mismo. Me
imagino que tiene que ver con la derrota de su equipo de esta noche.
Debe ser muy difícil para cualquiera de estos chicos sonreír en estos
momentos—. Entonces… Buenas noches…. O buenos días… no lo sé.
¿Hablamos pronto?
En lo que respecta a los mensajes de voz, Brett acaba de superar
el que le envié la semana pasada de “recupera tu dinero”. Ojalá pudiera
reírme de ello. 204
Desearía poder tomar sus palabras al pie de la letra.
Ojalá pudiera creerle.
Me meto a la cama y cierro los ojos. Presiono mi teléfono contra
mi oído y me pierdo en el mensaje de Brett, no en sus palabras, pero sí
en su voz, una profunda y melódica canción que de alguna manera
puedo sentir en mi centro.
Cada vez que lo oigo, siete veces en total, espero que algo haga
clic, que algo cambie. Algo me dirá que puedo aceptar su explicación y
encontrar las agallas para hablar con él.
Pero no puedo.
Porque sus palabras son palabras que he escuchado antes. Esta
explicación es una que ya he oído antes. Este tipo de falsa esperanza
me ha consumido antes. Y la posibilidad de que me rompan el corazón
de nuevo…
Pongo mi teléfono en mi mesita de noche, el mensaje de Brett sin
responder.
Me prometí a mí misma que sería más inteligente.

***
Camino rápidamente hacia su casa, mi bicicleta moviéndose a mi
lado en el parque que está cruzando la calle, donde he estado sentada
por tres horas.
Esperando el familiar ruido sordo de la motocicleta de Scott.
Calmando mis nervios para hablar con él por primera vez en cuatro
meses.
Su casa está en una calle tranquila, en un vecindario tranquilo, en
la parte más vieja de Balsam.
Era la casa de su abuela, que heredó cuando falleció. Es pequeña
y encantadora, y lo mejor de todo, la puerta de enfrente está un poco
apartada para ofrecer un poco de privacidad.
Llego a su porche cuando él está deslizando la llave en su puerta,
el crujido del escalón de madera anuncia mi acercamiento.
Se hace a un lado una onda de cabello castaño claro, desordenado
por haber llevado sombrero.
—No puedes aparecerte en la entrada de mi casa así. Lo sabes.
205
—¿Por qué ya ni siquiera me miras? —Mi voz tiembla con emoción
contenida, sin duda mi cara manchada con máscara de pestañas.
Titubea. —Sabes por qué.
—Hoy te vi saliendo de la cafetería.
—Cath… —Deja la puerta abierta y da la vuelta para enfrentarme;
esos cálidos ojos color avellana se suavizan. Echa un vistazo a nuestro
alrededor, buscando fisgones—. Ella es una maestra del jardín de niños
y hemos salidos por años. Si está dispuesta a darme otra oportunidad,
habla de mi carácter. —Se encoge de hombros—. Necesito ayudar a mi
reputación en estos momentos.
Su reputación no es la que está sufriendo. —¿Te estás acostando
con ella? —Una nueva oleada de lágrimas amenaza.
—Por favor no llores, Cath. Lo siento. —Su garganta sube y baja,
tragando fuertemente.
—¿Aún me amas?
Su mirada baja lentamente sobre mi cuerpo, el calor de mediodía
de verano hace que mi blusa y mis pantalones cortos de mezclilla se
peguen a mi cuerpo, antes de levantarla para encontrarse con mis ojos de
nuevo. —Sabes lo que siento por ti, siempre me sentiré de esa manera.
Me quito las lágrimas de las mejillas.
—Te extraño.
Titubea, sus ojos parpadean hacia la casa de al lado, el único
mirador con una vista clara de nosotros, gracias a un cultivo de árboles
en frente. —Yo también te extraño. Pero no deberíamos haber permitido
que eso sucediera.

206
Traducido por florbarbero
Corregido por Julie

—En serio, no necesitaba un policía escolta para ir de compras —


insisto a Keith, apenas evitando al empleado municipal mientras riega
las flores. Son los primeros días de junio, y los tulipanes que adornaban
las plantaciones han sido reemplazados por petunias resplandecientes,
caléndulas y coleus de color verde lima, las flores que adornarán Main
Street en los próximos meses de verano. Y luego, como un reloj, serán
reemplazadas por índigos, crisantemos dorados y calabazas naranjas
para marcar el inicio del otoño y, después de eso, ramas espesas de
hoja perenne, listones rojos y luces blancas centelleantes. No hay una
temporada en que este tramo no sea cuidado al máximo. El valle podría
estar sufriendo la peor sequía en la historia de Pensilvania y apuesto a
que este trabajador todavía estaría aquí todos los sábados a la mañana,
regando, manteniendo hermoso a Balsam y recibiendo a los turistas. 207
Y, a decir verdad, podemos estar frente a una sequía muy pronto,
ya que hemos pasado de un tiempo inusualmente frío a sofocantemente
caliente en una semana, y las previsiones meteorológicas pronostican
temperaturas altísimas para esta tarde.
—Entonces, no debiste haber intentado esa excusa de “no tengo
que usar” con Lou. —Keith golpea la visera de la gorra de béisbol de
Brenna, empujándola por encima de su cara. Esta es la primera vez que
ha estado conmigo en cualquier lugar, además de un viaje en automóvil
a la escuela, y no estoy completamente segura de que no habrá un
fotógrafo al acecho, dado que hoy es la ceremonia de la llave para la
ciudad a la que me están obligando a asistir.
Ruedo los ojos. Keith apareció en mi puerta con café y rosquillas
a las diez menos cuarto, exactamente quince minutos antes de que
Threads, una boutique de ropa y la única en Balsam, abriera. Al
parecer, Lou lo llamó anoche para asegurarse de que saliera y comprara
algo para mí. Ella no llamó a Misty, noté, lo que habría sido la opción
más obvia. Creo que Lou todavía se preocupa por mi seguridad.
No hay ninguna necesidad. Recibo muchas miradas curiosas,
pero nadie me ha dicho nada más allá de un saludo.
Sostengo la mano de Brenna más fuerte mientras nos dirigimos
hacia el camión de Keith, caminando con cuidado por la calle de
adoquines que marca la plaza central de Balsam. Mi otra mano agarra
una bolsa de compras con un vestido que espero sea apropiado para el
evento de esta tarde. Nadie parece dispuesto a decirme mucho sobre
eso, excepto que esté lista a las tres y media y, que iremos a Lander's
Mill, un museo en las afueras de la ciudad.
—¿Podemos comprar helado? ¡Por favor! —Brenna comienza a
tirar de mi brazo hacia el Sweet Stop—. ¡Por favor, por favor, por favor,
por favor!
Normalmente diría que no, que es demasiado temprano para un
helado y que los cinco dólares que cobran por un doble cono es un
robo. Pero compré un vestido que me costó más de lo que he gastado
alguna vez en algo de ropa. Y ella es una buena niña, nunca se queja de
todas las cosas que no podemos permitirnos.
Grita cuando la conduzco hacia la puerta.
—Esperaré aquí afuera. ¡Nada demasiado desastroso, pequeña, o
vas a limpiar mis asientos! —le dice Keith.
Ella no está escuchando, ya pasándome por delante del toldo de
rayas rojas y blancas.
Pasamos una mesa de adolescentes risueños que inmediatamente
callan. Oigo susurros silenciosos de: “¡Es ella!”, y el calor se arrastra
por mi cuello. Es una reacción ridícula para una mujer de veinticuatro
años en presencia de chicas que no pueden tener más de dieciséis, pero
de alguna manera me trae de regreso a la escuela secundaria. 208
—Bien, Brenna, date prisa y escoge por favor.
—Um... —Se levanta sobre las puntas de los pies para ver dentro
de la vitrina.
—La cara lejos del vidrio —la regaño silenciosamente, ofreciendo
una sonrisa de disculpa al adolescente detrás del mostrador que espera
la orden con una expresión aburrida. El pobre chico tiene que usar un
cono blanco tonto como sombrero; apuesto a que no está contento con
eso.
—Algodón de azúcar... piña naranja... chispas de chocolate...
Lucho por no rodar los ojos mientras Brenna lee cada etiqueta, tal
como lo hace cada vez que elige un sabor de helado en Diamonds,
donde tenemos cinco excelentes opciones. Al final, sé que escogerá el
chocolate holandés, porque siempre elige ese.
Al menos no hay una fila.
Dejo que mi mirada se pasee por los diversos mostradores, sobre
los chocolates artesanales y los macarons franceses, sobre los bloques
de caramelos y bizcochos, e inhalo, disfrutando de los olores a glaseado
de azúcar y café recién hecho. Hace años que no vengo aquí. Mis padres
solían traernos una vez al año en nuestro cumpleaños, como un regalo
especial. Siempre lo esperaba.
—¿Catherine?
Giro en mis talones a la voz.
—¡Soy yo! ¿Krystal? ¿Recuerdas? ¿De la clase de inglés?
—Hola. —Sí, recuerdo a Krystal de la clase de inglés.

***

El empujón no es fuerte, pero me encuentro borracha y me pilló


desprevenida. Me tropiezo con Dixon Teller, quien simplemente se encoge
de hombros. Asumiendo que era un golpe inocente, limpio la cerveza
derramada de mi chaqueta e intento seguir adelante.
—¿Por qué estás aquí?
Supongo que no fue un golpe inocente.
Me vuelvo para encontrar la voz.
Krystal. Probablemente mi mayor enemiga. Se burla cuando paso
por el pasillo, susurra fuerte detrás de mí en clase. Es como si hubiera
hecho su misión hacer mi vida un infierno. Más de lo que ya es. 209
Los fríos ojos verdes delineados me observan con odio. —Nadie te
invitó. A nadie le gustas. Nadie quiere tocarte. Eres una puta. —Y luego,
como para enfatizar su punto, tuerce la boca. Y escupe. Las gotas de
cerveza golpean mi mejilla.
Algo dentro de mí finalmente explota.
Dejo caer mi vaso y arremeto hacia ella, agarrando con mis dedos
su cuello, su cabello, con la intención de infligir dolor.
Fuertes brazos se enredan alrededor de mí y me jalan antes de que
pueda hallar mi objetivo. El amigo de DJ, Matt, un tipo bastante amable
que huele débilmente a mala hierba y cigarrillos, me está llevando lejos,
pateando y gritando.

***

Los últimos siete años han sido cordiales con Krystal. Ahora
parece más adulta, el pesado revestimiento negro y el lápiz labial rojo
fueron reemplazados por sutiles sombras tostadas y brillo rosado, su
cabello blanqueado por el sol ahora de un color rubio dorado brillante.
—Ha pasado un tiempo, ¿no? —Lo hace sonar como si fuéramos
viejas amigas, poniéndonos al día.
¿Qué voy a hacer, o decir, de pie en medio de una heladería con
mi hija a mi lado?
Sonrío cortésmente. —Seguro que sí.
Otro joven que lleva un sombrero de cono blanco puntiagudo
aparece detrás del mostrador para ella. —Sí, hola, estoy aquí para
recoger una orden. Para Maxwell —le dice. Mientras el tipo desaparece
en la parte de atrás, Krystal vuelve su atención hacia mí—. Estoy en la
ciudad por el cumpleaños de mi madre.
Echo un vistazo a Brenna, que ha llegado al extremo izquierdo de
la vitrina, rozando con su lengua el lado de su boca de manera
inconsciente mientras lee las etiquetas. Por lo menos el tipo la espera
con un toque de diversión. —Así que... ¿Qué has estado haciendo? —No
es que me importe.
—Estoy viviendo en Filadelfia. Acabo de conseguir mi primer
trabajo como maestra. Inglés de secundaria. Increíble, ¿verdad?
—Bien. —Me alegro de saber que está moldeando las mentes de
los jóvenes.
—¡Oh! ¿Y puedes creerlo? —Levanta su mano con manicura para
mostrar el diamante brillante en su dedo anular.
—Felicitaciones.
—¡Sí! —Sostiene su mano delante para admirar su propio anillo—
. Él es abogado, dirigiéndose a ser socio.
210
—Mamá, ya he decidido. Chocolate holandés, por favor —le dice
Brenna al chico.
—¿Es tu hija? —pregunta Krystal, mirándola fijamente. Pero
Brenna está demasiado ocupada observando al tipo para asegurarse de
que las cucharadas están llenas para notarlo.
—Lo siento, ella toma su helado en serio.
—Entonces tiene sus prioridades claras. —Se ríe entre dientes—.
Así que, vi esa entrevista. Le dije a Justin: “¡Fui a la escuela con ella!”
¿Y qué más le dijiste? Todo lo que puedo hacer es sonreír, pero sé
que no llega a mis ojos.
Sin embargo, no la disuade de hablar. —Y Dios. Brett Madden. —
Silba suavemente—. Él es hermoso.
Supongo que no puedo criticar al mundo por notar su apariencia
antes que nada. No soy mejor. Pero es mucho más que un rostro guapo.
—Es un chico muy agradable —reconozco, ahogando mi tristeza.
Nunca respondí su mensaje. Me llamó dos veces desde entonces,
una vez para ver si no necesitaba más a Hawk y Vince. Una segunda
vez solo para ver como andaba todo. La primer llamada la perdí de
verdad, la segunda la dejé sin respuesta. Ambas veces, me quedé
dormida escuchando los correos de voz.
Todavía no he podido convencerme de llamarlo. Qué valiente.
Meto la mano en mi bolso para sacar la cartera.
—Oh, no, por favor. Pon el cono de helado de la niña en mi
cuenta.
—No puedo...
—¡Sí! Por favor. Está hecho. Está hecho, ¿verdad? —Mira
expectante al chico.
No quiero discutir y causar una escena, así que murmuro un
gracias y agarro un puñado de servilletas en su lugar. —Bueno, fue
genial ver...
—Esperaba que ustedes dos llegaran a algo... sabes… —Suspira
soñadora—. Qué el cuento de hadas acabara en una historia increíble.
Siento calor en mis mejillas mientras otros clientes se acercan.
—Deben haber estado buscando aumentar la audiencia o algo así,
poniéndolo de esa manera.
—Claro que no se parecía a eso. —Agita sus cejas—. ¿No sería
asombroso?
Brenna tira de mi manga para llamar mi atención. —¿Podemos
irnos ahora? Tengo que orinar.
Por una vez, agradezco la impaciencia de Brenna y su diminuta 211
vejiga. —Sí, claro. —Pongo mi brazo alrededor de ella, acercándola—.
Fue bueno verte, Krystal. Buena suerte con la boda.
—Sí, está bien. —Abre la boca como si quisiera decir algo pero
vacila. Uso esa oportunidad para lanzar a Brenna por la puerta, hacia
Keith.
Pero unos momentos después, ella viene corriendo. —¡Espera! —
Mira tentativamente de mí a Keith, a Brenna, que ya está luciendo
rayas de chocolate en su nariz y mentón, y luego de vuelta a mí, su cara
llena de incertidumbre.
—Vamos, Brenna. —Keith la lleva a su camioneta, fuera del
alcance de la voz.
Los labios de Krystal se presionan con fuerza. —Solo... —Respira
profundo—. Solo quería decirte que siento lo horrible que fui en la
escuela secundaria. En realidad, estoy mortificada por ello.
—Eso es... —Me detengo antes de minimizarlo—. Está bien. —
Antes lo hubiese minimizado como si no fuera gran cosa porque solo
querría evitar todo esto y seguir adelante. En cambio, me encuentro
haciendo la pregunta que he pensado tantas veces—. ¿Qué te hice?
Suspira y mira hacia abajo. —Oí que te enganchaste con Darin el
fin de semana después de que rompió conmigo.
—¿Darin? —Frunzo el ceño.
—Darin Metcalfe. Era el mariscal de campo. Salimos por dos
años.
—Oh. —Correcto. Me enganché con él. Fue en esa loca fiesta en
una casa que los policías clausuraron. Estaba borracha y caliente, así
que cuando empezó a coquetear conmigo...
Vacila, como si considerara sus siguientes palabras. —Y el señor
Philips era un coqueto. Es decir, me sonreía mucho. Supongo que pensé
que él y yo estaríamos... bueno, supongo que estaba celosa. Resulta que
evité una verdadera bala allí. —Me ofrece una sonrisa comprensiva—.
No es que eso sea una excusa para cómo te traté. En fin, he pensado en
ti a veces, esperando tener la oportunidad de disculparme un día, y que
me perdonaras. Eso es... —Junta las manos frente a ella, apartando la
mirada antes de encontrar la mía de nuevo—. Eso es todo lo que quería
decir.
Estoy sin palabras. Si alguien hubiera dicho que me encontraría
con Krystal Maxwell y recibiría una disculpa, me habría reído en su
cara.
¿Es debido a la entrevista? Ahora que conozco a Brett Madden,
¿solo quiere estar en el lado derecho de mi valla?
¿O es porque se siente mal y verdaderamente lo lamenta?
¿Puedo simplemente perdonarla?
Se vuelve para entrar de nuevo en la tienda. 212
—Oye.
Me mira de nuevo con ojos azules brillantes, con nada más que
sinceridad en ellos.
—Gracias por decir eso. Significa mucho para mí.
En su rostro aparece una amplia y genuina sonrisa, y suelta un
suspiro, como si estuviera conteniendo la respiración. —Tal vez te vea
por aquí.
—Tal vez.
Ella desaparece en la tienda, y el grupo de adolescentes sentados
a la mesa nos mira atentamente. Subo a la camioneta de Keith.
—Luces como si te hubiesen golpeado. —Asiente hacia el lugar
donde Krystal y yo estuvimos momentos atrás, bajando su voz—. ¿Qué
fue eso?
—Creo que fue un cierre.
Para ambas.

***
—¡Oye, he estado aquí antes! —grita con emoción Brenna en
tanto nos volvemos hacia el largo camino sinuoso de Lander's Mill.
Keith lanza un sutil saludo a los agentes de policía de pie en la
entrada, ocupados en una conversación con los periodistas detenidos
en la carretera, tratando de obtener acceso.
—¿Sí? —responde Keith a Brenna mientras me preparo en
silencio para lo que se viene.
—Sí. ¡Solían cortar árboles aquí y hacer muebles!
—Pues, aquí no. Pero tienes razón, este edificio fue hecho usando
el molino original. —El verdadero molino de los Lander, unos treinta
kilómetros al norte, aún dentro del condado de Balsam, prosperó en
esta zona durante más de un siglo antes de que la cerraran en los años
ochenta. La estructura parecida a un granero delante de nosotros, de
pino degradado y ventanas originales, fue construida a partir de unos
materiales recuperados. Fue desmantelado y transportado aquí como
parte de un acuerdo entre los funcionarios locales y los desarrolladores,
después de que estos últimos compraron la tierra, con la intención de
derribarlo y crear parcelas. Los funcionarios locales los combatieron
durante años, considerándolo un hito histórico y negándose a aprobar
los trámites necesarios de zonificación, mientras los edificios originales
se arruinaban y finalmente se destruían.
Y luego, un hombre de negocios inteligente intervino y ofreció una
solución: si los desarrolladores estaban dispuestos a pagar la factura 213
para salvar y ayudar a construir esta estructura principal, y los
funcionarios de la ciudad se encontraban dispuestos a proporcionar
una subvención para financiar la operación de un museo, él invertiría
en el Lander's Mill que ahora estamos enfrentando: un fragmento de la
historia, así también como una instalación de eventos pintorescos. En
Cosmopolitan, ha sido votado como el mejor lugar de bodas en la región.
Y es un lugar donde actualmente hay demasiados coches para mi
nivel de ansiedad.
—Deja de moverte —murmura Keith, estacionando su camioneta
en un lugar marcado como “Reservado”.
—Es fácil para ti decirlo. —Suavizo el material sedoso sobre mis
muslos—. ¿Estás seguro de que esto está bien?
—Está bien —me asegura, llevando su mirada a mi traje, un
vestido largo floreado, antes de deslizarse de su asiento.
Suspiro mientras los dedos de mis pies golpean el camino de
grava y mantengo la puerta abierta para Brenna.
Se baja, mientras el dobladillo del vestido que mi mamá le compró
la semana pasada para este evento, se balancea como una campana,
con nada más que emoción rezumando de ella. —¿El tío Jack sigue
aquí?
—Es probable. —Hay un montón de gente, algunos que reconozco
como dueños de negocios locales, y otros desconocidos; moviéndose por
todos lados, lanzando miradas curiosas en mi dirección. Mucho más de
lo que hubiera esperado para “una ceremonia tranquila y pequeña”.
Finalmente veo el Subaru azul de mi madre, justo al lado de la
camioneta negra de Lou. Mi madre había insistido en que llegáramos
juntas como una familia, pero Keith me ayudó a evitar ese lío, sabiendo
que no sería capaz de manejar la ansiedad añadida que viene con Hildy
Wright. Y Jack me aseguró que la distraería para que no tenga que
lidiar con sus sugerencias “útiles” antes de la ceremonia.
Keith se para junto a mí, y su mirada sigue la mía. —¿Recuerdas
las furgonetas de noticieros en el camino?
Le lanzo una mirada conocedora. Como si no lo recordara.
—¿Notas que no hay nadie aquí?
—¿Cómo lo hiciste?
—Es un evento privado, solo con invitación. Le dije a Polson que
esta es la única forma en que estarías de acuerdo. En realidad, le
pareció bien. Quiere que nuestros periódicos locales escriban la
historia.
Para asegurarse de que reflejan bien a Balsam, susurra una voz
cínica dentro de mi cabeza. —Eso es... Gracias.
—Significa que puede que tengas que sonreír para uno o dos. Tal
214
vez incluso responder a una pregunta.
—Bien. —Después de la entrevista de The Weekly, creo que puedo
manejar eso.
Brenna tira de mi brazo. —¡Vamos! —Llevo la elegante chaqueta
de color rojo rubí que tomé prestada de Misty, en caso de que las
correas finas de este vestido se sintieran inapropiadas, y me preparo
mientras nos dirigimos hacia las pesadas puertas de madera.
Entramos en la antesala, que nos muestra antiguos artefactos
restaurados del molino original, mientras que también sirve como
entrada acogedora a la sala de eventos más grande. El aroma a madera
cortada y antigüedad todavía impregna el aire.
Y una colonia familiar.
Suspiro ante la vista de unos ojos azules imponentes.
Traducido por Vane Black & Maii
Corregido por Daliam

Miro esos ojos por un largo momento, antes de notar nada más.
Como el hecho de que su cara está limpia, su mandíbula aún más
afilada y masculina de lo que yo imaginaba que fuera. Es obvio que ha
estado pasando algo de tiempo afuera porque su piel tiene un ligero
resplandor, el que tienes cuando renuncias a la protección solar en un
caliente día de primavera. Aparte de su pierna todavía en una escayola
y la delgada línea rosa en su frente, se ve perfectamente normal. Bueno,
más bien, impresionantemente guapo. El Brett pre-accidente.
—Bien, ¡me alegra que hayas venido! Te ves preciosa, querida. —
La voz de Clarisse Polson es suave y calmante, su delgada mano fresca
contra mi palma sudorosa mientras se abalanza sobre mí—. Unos
minutos más hasta que todo el mundo esté listo. Te haremos sentar en 215
el estrado y... —Habla rápidamente, guiándome a través de los pasos
básicos para la ceremonia, sin darme la oportunidad de adaptarme a la
conmoción de ver a Brett aquí—. Frank está charlando en el frente, pero
le haré saber que estás aquí. Empezaremos dentro de unos minutos.
Hago todo lo posible para reconocer sus palabras con una sonrisa
y un gesto de asentimiento, luego mi mirada rápidamente se vuelve
hacia el hombre apoyado contra sus muletas.
¿Qué está haciendo Brett aquí?
Busco a mi querido amigo y lo encuentro arrastrándose a través
de la puerta a la sala principal bastante rápido.
Por supuesto que Keith sabía que Brett estaría aquí.
—...y esto es lo que usaban para cortar los árboles —dice Brenna,
su voz infantil llevando el zumbido bajo de voces desde el otro lado de la
pared mientras señala el hacha, seguido por la sierra de dos personas
montada a lo largo de la pared—. Y esto es lo que usaban para cortar la
madera en pedazos más pequeños en los viejos tiempos. Pero utilizaban
esas máquinas en la imagen en los viejos tiempos que no eran muy
viejos. Y esto es... —Creo que Brenna podría competir con Clarisse en la
velocidad de abalanzarse. No desperdició tiempo, marchando hacia
Brett y, conociéndola, posiblemente sin mucho más que un saludo,
empezando a guiarlo a través de todas las exhibiciones, regurgitando
todo lo que recuerda de su viaje de campo.
Brett pacientemente cojea junto a ella y le permite hablar, con
una sonrisita genuina tocando sus labios mientras le da su completa
atención. Hoy lleva un traje negro carbón hecho a la medida, la pierna
del pantalón cortada para acomodar su escayola, corbata dorada contra
una fresca camisa blanca luciendo nítida y elegante.
No puedo quitarle los ojos de encima.
—Tienes una futura historiadora allí. —Una voz profunda lanza
mi mirada a la derecha. El hombre que vi en la televisión el día en que
Brett se dirigió a los medios de comunicación por primera vez después
del accidente se encuentra ante mí, también en un traje. Realmente se
vistieron para la ocasión—. Hola, Catherine. Soy Richard, el padre de
Brett. —Por un momento creo que va a abrazarme como su esposa. No
lo hace, pero toma mi mano en las suyas, sujetándola con fuerza—. Es
un placer conocerte finalmente.
—Igualmente —me las arreglo para decir. Se parece tanto a Brett,
solo mayor, su estructura más pequeña.
—Habría venido para la entrevista de Weekly, pero pensamos que
podría ser demasiado abrumador para ti.
—Fue algo abrumador —admito con una carcajada, haciéndole
sonreír. Tiene el mismo brillo astuto en sus ojos y la mandíbula fuerte
que Brett. Puedo ver por qué Meryl se enamoró de él.
Me agrada de inmediato. 216
Dos hombres se aproximan a él. Uno, lo reconozco como el
entrenador de los Flyers. La expresión impasible que vi en la televisión
se ha suavizado un poco, aunque todavía parece el tipo de hombre que
pasa sus días gritando a adultos con facilidad. Incluso en este calor,
lleva esa misma chaqueta negra de los Flyers que utilizó durante la
entrevista posterior al partido —una chaqueta que usarías en una pista
de hielo en vez de en un evento donde todos los demás usan trajes—
pero algo me dice que esto no es más lo suyo que lo mío.
—Catherine, este es el entrenador Adam Roth —nos presenta
Richard. Obtengo un firme apretón de manos y un gruñido de “Hola” a
modo de saludo, antes de que la atención de Richard se desplace hacia
el hombre que se avecina a su lado, es más alto y no me atrevo a
adivinar de cuanto más peso que yo—. Y este es Sid Durrand, el dueño
de los Flyers.
Solo mirando a este tipo, con su traje nítido y su reloj brillante,
las luces desde arriba capturando los diamantes incrustados, puedo ver
que tiene dinero. ¿Más que Richard? Posiblemente no, y sin embargo
noto que Richard no exuda su riqueza. De hecho, tengo que recordar
que este hombre está casado con Meryl Price. No porque no crea que
sea guapo o bastante distinguido. Es ambos, al estilo de Robert Redford
en “El hombre que susurraba a los caballos”. Pero tiene un aire tranquilo
de sofisticación que siento en Brett, también.
—Dijeron que eras pequeña, pero no lo creí —dice Sid con una
amplia sonrisa y un grueso acento de Kentucky. Me estrecha la mano
con tanta fuerza que me temo que podría volver a herir mi muñeca, y
lucho para no doblarme del dolor por los grandes anillos que se
entierran en mi carne—. Es un placer conocerte. Brett no ha dejado de
hablar de ti.
Siento que mis mejillas se ruborizan mientras le echo un vistazo
al otro lado de la habitación. Brett está de espaldas a mí y Brenna sigue
parloteando, pero no hay forma de que haya pasado por alto la voz
estridente de Sid.
Clarisse asoma la cabeza. —Muy bien, estamos a punto de
empezar. Tenemos asientos esperando en el frente para usted, Richard;
y tu hija, Cath. ¿Si pudiera venir conmigo?
—¿Brenna? —grito.
—...Y hace mucho tiempo, este hombre se cayó en la astilladora
de madera y cortó sus piernas en pedacitos.
—¡Brenna!
—¿Sí, mami?
Ambos se giran a tiempo para captar mi mueca.
—¿Puedes ir con el padre de Brett y la señora Polson?
Ella se acerca vacilante para analizar a los tres amenazantes 217
hombres.
—Soy el que estás buscando. Hola, mi nombre es Richard. —Se
acerca para estrecharle la mano. Ella lo mira cautelosamente, pero al
final la acepta.
No parece nada ofendido. De hecho, su cálida sonrisa se hace
más amplia. —¿Qué le pasó al hombre que cayó en la astilladora? —le
pregunta, sacándola por la puerta.
Toda la precaución desaparece. —Oh, lo sacaron antes de que
pudiera cortar el resto de su cuerpo y entonces le dieron piernas falsas
y... —Su voz se desvanece cuando desaparece en la sala principal.
—Dios mío. ¡Creo que podríamos tener que hablar con los
anfitriones del museo sobre lo que enseñan a estos niños! —Clarisse se
ríe nerviosamente.
Siento un muro de fuerza junto a mí. Intentando calmar mi ritmo
cardíaco con unas breves respiraciones, finalmente me giro para hallar
la mirada de Brett. Hay tanta emoción en sus ojos: algo que vi antes,
algo que ni siquiera puedo adivinar, y me encuentro luchando por dar
un simple: —Hola —que sale con estrépito.
—Hola.
—Pensé que estarías en…
—De acuerdo, todo el mundo. Si me siguen, por favor. Brett y
Catherine, si pudieran entrar al último.
Brett y Catherine.
Nos llevan a la sala principal, donde por lo menos cien pares de
ojos se fijan en nosotros.
—Estoy aquí si me necesitas. —El bajo susurro llega justo cuando
estamos esperando en la fila para tomar nuestros asientos delante de
todos. Brett sabe que me siento nerviosa. Sabe que prefiero estar en
cualquier lugar aparte de dirigirme a un escenario para recoger un
premio.
Miro por encima de mi hombro y veo esa misma expresión en su
rostro que usó durante la entrevista: de preocupación, de temor, de... lo
que todo el mundo está tan desesperado para etiquetar como adoración.
Solo pasaron dos semanas y media desde que lo vi la última vez, y sin
embargo parece que estuve esperando una eternidad.
Todo lo que puedo manejar es una sonrisita y asentimiento antes
de observar a la multitud, centrándome en las caras conocidas en la
primera fila. ¿Mis padres, Emma y Jack, Lou y Leroy? ¿Quién dirige la
cocina? Los rizos rubios de Misty se mueven mientras se agacha para
pararse en la parte de atrás, el uniforme blanco y naranja de Diamonds
de alguna manera haciéndola lucir bien. Jack tiene una amplia sonrisa
en su rostro; para mí o para su ídolo detrás de mí, no lo sé.
218
—Vale, ¡por aquí! —dirige Clarisse en un susurro, moviéndonos
hacia adelante. Siento la mano de Brett en la parte más baja de mi
espalda con los toques más débiles, recordándome que respire.

***

—Por favor, ¿dime que es el último? —suplico detrás de mi falsa


sonrisa. Keith asiente con la cabeza hacia el fotógrafo cuando pasa por
delante de nosotros, con el objetivo de su cámara ya hecho pedazos.
—Es el último. Debería cobrarte una cuota de gestión.
—Parece que estás orquestando cosas para mí. Sobre todo a mis
espaldas. —Lo miro a sabiendas, pero lo suavizo rápidamente cuando
pasan el entrenador Roth y Sid Durrand, que me saludan con la cabeza.
Los dos fueron grandes deportistas durante el evento, principalmente
siendo fotografiados para los medios de comunicación locales. Aunque
Sid me dijo unas palabras de agradecimiento en nombre de la NHL que
me sonrojó la cara. En realidad, estoy segura de que mi cara estuvo roja
durante toda la ceremonia.
—Admítelo, eso no fue tan malo.
—Fue mejor de lo que esperaba —reconozco a regañadientes. Solo
duró veinte minutos, y nadie más insinuó la idea de que diera un
discurso, afortunadamente. Incluso las palabras de Brett fueron breves,
pero desde el corazón, expresando su agradecimiento por estar en el
lugar correcto en el momento adecuado, para él. Pero no habló de forma
efusiva, no dijo nada que me pusiera abiertamente incómoda.
—¿Ves? No siempre será un circo completo a su alrededor. No
uses eso como una excusa para alejarlo.
Lo miro, sorprendida. Keith no pronunció ni una sola palabra
acerca del giro romántico que Wethers puso en esta historia, y no iba a
pedirle su opinión, no cuando sospecho sus propios sentimientos por
mí. Pero lo vi pesando sobre él, la preocupación evidente en sus ojos. Lo
sentí mordiéndose las palabras antes de dejarlas escapar. Supuse que
se hallaba en contra de la idea por completo.
—Será mejor que agarre algunos de esos bocadillos antes de que
Jack se los coma a todos.
Sigo su línea de visión hacia la pequeña multitud rodeando el
patio, una elaborada construcción de piedra de tres niveles. En efecto,
mi hermano está cerca de uno de los camareros que lleva un plato de
plata, llenando sus manos con aperitivos, dos a la vez mientras mira
abiertamente a Misty a unos pocos metros. Usando la misma sonrisa
estúpida y amorosa que tenía a los catorce años y la vio por primera
vez.
Sin embargo, los ojos de Misty no están en él. Está demasiado
ocupada tratando de alcanzarnos a Brett y a mí ahora que terminaron 219
las entrevistas. Pero por lo que se ve, no tendrá una oportunidad. Lou
tiene una mano en su hombro y una expresión de regaño en su rostro,
mientras Misty sonríe y discute educadamente. Las conozco muy bien,
incluso a treinta metros. Lou está insistiendo en que Brett y yo tenemos
la oportunidad de hablar, y Misty está decidida a argumentar. Entonces
Lou señala el estacionamiento donde espera Leroy y la expresión de
esperanza de Misty decae. Como de costumbre, Lou ganó. Supongo que
Misty es su aventón y necesitan regresar a Diamonds para la cena del
domingo.
—Puedes hablar con ellos mañana —dice Keith, alejándose rápido
antes de yo pueda dar un paso.
Dejándome a solas con Brett por primera vez.
Respirando profundamente, camino por el mirador, una enrejada
estructura blanca de la cual se arrastran plantas trepadoras, el telón de
fondo con innumerables fotos de boda, estoy segura. Hoy, utilizamos el
espacio como un lugar tranquilo para algunas fotos y entrevistas breves
con tres de los periódicos locales y un periódico de Filadelfia.
—¿Creí que no volverías a hacer una entrevista? —se burla Brett,
su mirada se desliza sobre mi cuerpo mientras subo los escalones con
cautela, subiendo mi vestido unos cuantos centímetros para evitar
tropezar con el dobladillo.
—Yo también lo pensé, pero el titiritero Keith decidió otra cosa.
Brett se ríe y mira el lago Jasper, permitiéndome la oportunidad
de estudiar su atractivo perfil. Está sentado en un banco y apoyado en
uno de los gruesos postes, su chaqueta retirada y colocada casualmente
sobre el barandal. Es la posición perfecta para mostrar su cuerpo en
forma, y el débil brillo de sudor que reluce en su frente aumenta su
atractivo. —Me alegra que eligieran este lugar. Es agradable. Pacífico.
—No he estado aquí desde que tenía seis años, pero no cambió
mucho. Sin embargo, nunca asistí a un evento. —Me acomodo en el
banquillo junto a él, tratando de no ser obvia mientras inhalo el olor
persistente de su colonia que adoro.
Los ojos de Brett se trasladan hacia mi regazo, hacia la llave
adornada que tengo en un apretón.
—¿Necesitas una gran llave de oro? —bromeo, sosteniéndola en el
aire. Supongo que es la idea lo que cuenta, pero todavía estoy tratando
de averiguar lo que realmente significa para mí, más allá de ser solo un
adorno decorativo. Mi nombre está grabado en un lado, en una hermosa
fuente cursiva, junto con la fecha.
—Mi madre va a estar celosa. Siempre quiso una de esas.
No puedo dejar de reír. —Tu madre tiene una estrella en el Paseo
de la Fama de Hollywood. Y qué más... ¿tres Oscars ya?
Sonríe. —Pero una gran llave de oro no.
—Dile que le lleva tiempo y mucho trabajo. 220
Su risa de alguna manera me embelesa. —Dijo que lamentaba no
estar aquí. Lo intentó, pero añadieron otra semana de filmación y no
pudo despegar de nuevo. Además, no quería que esto se tratara sobre
ella, lo que inevitablemente habría ocurrido si hubiera aparecido.
Noté las miradas curiosas y me preguntaba si la mitad de los
asistentes aceptó la invitación con la esperanza de que Meryl Price
estuviera allí. —Es muy amable de su parte, incluso considerarlo.
—Mi hermana también iba a venir. Tenía un billete reservado.
Pero recibió una llamada para una segunda audición a la que no puede
faltar.
—¿Para qué?
—No lo recuerdo. —Frunce el ceño—. Alguna nueva serie de HBO,
¿creo? De todos modos, sé que realmente espera conseguirlo.
—HBO. Guau. Eso es... grande. —No tan grande como mi turno
en Diamonds mañana por la mañana.
La mirada de Brett viaja sobre la pequeña multitud. —Me alegro
de que tu familia viniera.
—Sí, yo también. Me sorprendió, realmente. Pero todos vinieron.
Incluso mi hermana. Y por supuesto Misty, mi jefa y su marido... —Era
una primera fila de amplias sonrisas. Hubo un tiempo en que no creí
que tuviera tanta gente que me apoyara.
Vacila. Brett debe haber descubierto que mi pasado con mi
familia es un campo de minas. Siento como si estuviera preparando las
preguntas. —Cuando Keith llamó para preguntarme si venía, hablamos
un poco.
—¿Oh, sí? —Por supuesto Keith sería el que lo llamara—. ¿Acerca
de qué?
—Sobre ti y tu familia. —Brett me mira cautelosamente—. Sobre
lo que pasó entre ustedes.
—Las cosas eran diferentes. Yo no era fácil. —Instantáneamente
me siento a la defensiva, aunque no estoy completamente segura de si
es en nombre de mí o de mi familia.
—No te estoy juzgando, Cath. Ni a ellos —dice Brett rápidamente,
con su voz suave—. Solo quería saber qué pasó, eso es todo. Tal vez me
ayude a entenderte un poco más.
Hay una pausa larga, suficiente para permitir que la tensión
crezca.
—¿Entonces tu hermano juega para Minnesota?
—Sí. —Sonrío—. También está enamorado de ti. —Igual que mi
mejor amiga.
Y yo... Respiro profundo y, dejando a un lado mis sentimientos, le
cuento a Brett acerca de Jack; cuánto le gusta el hockey, su beca, el
tatuaje en su bíceps. Brett me permite hablar sobre mi hermanito sin
221
interrupciones, sin ningún resplandor de incomodidad en sus ojos, solo
sonriendo, deslizando sus ojos por mis rasgos hasta que me encuentro
sonrojándome por la intensidad de su mirada.
—Supongo que hallará algún uso para los boletos de temporada
que te dio Sid, ¿entonces?
Me río, recordando las expresiones de asombro en las caras de
Jack y de mi padre cuando Sid Durrand anunció que los Flyers me
darían dos boletos de temporada para la sección baja por los próximos
veinticinco años como una pequeña muestra de su aprecio. —Voy a
tener un montón de niñeras gratis gracias a ellos. No es que Jack no
vaya a sacarles el máximo provecho de todas formas, ya que me sentiría
como un fraude si dijera que soy fanática del hockey. Ni siquiera sabía
quién eras hasta hace un mes. —Y ahora te has convertido en un
elemento permanente en mis pensamientos, a pesar de cada intento de
distanciarme.
—Me alegro de que no te hayas negado a aceptarlos.
Lo cual me recuerda... —Les pagué a mis padres por el Escape.
—Bien. Por eso dejé el dinero. —Ninguna mención de mi mensaje
de voz incoherente.
—Dejaste demasiado. Voy a darte...
—No.
—Pero yo…
—No, Cath. —Contrarresta la repentina agudeza de esa palabra
con una sonrisa de hoyuelos—. No te molestes en discutir conmigo.
Tengo mucho tiempo libre para pelear contigo y te prometo que ganaré
de una forma u otra. —Brett ajusta su posición en el banquillo.
Veo la mueca de dolor que hace e intenta esconder.
Dejo el tema del dinero. Por ahora.
—¿Cómo está tu pierna?
—Pica muchísimo, pero creo que mantenerme al margen durante
las últimas dos semanas ayudó.
—¿Quieres decir que tu médico tenía razón? ¿Quién lo hubiera
dicho?
Me lanza su sonrisa característica, aunque puedo ver un poco de
tristeza en sus ojos.
Dudó por unos instantes. —¿Cuándo crees que podrás jugar otra
vez?
—Depende de cómo sane mi tobillo. Debo tenerlo en esta escayola
por al menos dos semanas, hasta que crean que es seguro cambiarlo
por un yeso para caminar. Entonces serán otros meses de eso con una
tonelada de terapia física.
—Entonces, tomará un tiempo.
222
Asiente en silencio. —Me harán otra radiografía mañana, para
que puedan darme una mejor idea.
—¿Nervioso?
—Un poco. —Hace una pausa—. Pero con mi equipo acabado por
esta temporada, el público no me acosa pidiendo información. Al menos
tengo eso.
—Siento que hayan perdido.
Y siento nunca haberte devuelto la llamada para decirte esto. Me
había convencido tan hábilmente de que evitar el contacto ayudaría a
aplastar mis crecientes sentimientos hacia él. A los dos segundos de
verlo, me di cuenta de que esos sentimientos no se han ido a ninguna
parte y no solo soy una idiota, sino que también imbécil.
—Sí, yo también lo siento —dice después de un largo momento,
su mirada dirigiéndose al lago otra vez.
—No fue tu culpa.
Su mandíbula se tensa. —Una cosa es lesionarse al recibir un
golpe en un partido. Pero, ¿cómo pasó esto? —Sacude la cabeza—. Las
personas tienen razón. Esta ciudad me ha pagado una maldita cantidad
de dinero y es así como se los agradezco.
—No Brett, las personas no tienen razón. Esas personas no. —
Podría discutir más pero dudo que me crea.
Siento como su humor va cambiando, por lo que decido cambiar
de tema, a algo más ligero.
—Estoy segura de que California es linda en verano. ¿Vas a ir
después de esto o regresarás a Canadá?
Se queda en silencio unos segundos, como si considerara sus
palabras. —Supongo que eso depende de ti. —Se vuelve para mirarme
con una intensidad que no he sentido desde la noche de la entrevista,
cuando nos sentamos en mi cama y le confesé mi profundo y oscuro
secreto sobre casi dejarlo en el coche esa noche. Cuando me abrazó y
me encontré deseando que pudiéramos quedarnos en mi habitación
para siempre—. Kate Wethers puede haberle dado un giro a la historia
en esa entrevista, pero ¿podemos dejar de fingir que no es verdad? Al
menos… —Sus ojos recorren mi cara, posándose en mi boca—. No
puedes mirarme así y decirme que no es verdad.
Me arden las mejillas y desvío mis ojos al lago. No me di cuenta
de que mi adoración era tan descaradamente obvia.
—¿Por qué no me llamaste? —pregunta tan suavemente y sin una
pizca de malicia, haciéndome estremecer.
—Lo siento, yo… —vacilo, buscando una buena respuesta, pero
no encuentro ninguna. 223
—¿Fue por Courtney?
Sí y no. Si admito que eso es parte del problema, una gran parte,
entonces básicamente admito mis sentimientos hacia él. Aunque creo
que ya averiguó como me siento.
—Fue por muchas cosas
—¿Por ejemplo?
—Son… muchas razones —me tropiezo con mis palabras.
El silencio se interpone entre nosotros. En algún lugar a lo lejos
puedo sentir la risa de Brenna, y estoy agradecida de que aún no nos
haya interrumpido.
—¿Es por las cámaras y los reporteros? Porque ya no es tan malo,
¿o sí?
—Por ahora. ¿Qué pasa si regresan?
Se encoge de hombros. —Entonces lo resolveremos juntos. Es
manejable.
—No puedo quedarme en mi casa con un guardaespaldas afuera.
—Entonces no lo hagas.
—¿Y qué? ¿Tengo que salir con un disfraz?
Ríe entre dientes. —En realidad, conozco a algunas personas que
lo han hecho. Nunca lo intenté, bueno, a menos que cuente cuando uso
mi equipo de hockey. Nadie me reconoce con él puesto, y menos si llevo
una camiseta sin número. Es algo bueno. Pero no es tan malo como te
lo imaginas.
—¿Puedes salir de tu edificio ahora sin ser noticia?
—Ahora no. No con todo lo que está sucediendo. Están esperando
conseguir una foto mía con Courtney, o contigo. Las revistas pagarían
mucho por ello. Pero normalmente… está bien. Firmo un autógrafo por
aquí o por allá, pero por lo demás, puedo pasear sin ser reconocido por
todo el mundo. Al menos, podía hacerlo antes del accidente. —Hace una
pausa—. Sinceramente, no es tan malo. —Su voz es suave, suplicante.
—No es solo por los medios, Brett. —Ojalá lo fuera.
—¿Qué es? Tienes que decírmelo.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? —Se ríe—. Porque estoy loco por ti y ni
siquiera respondes a mis llamadas. Necesito saber cómo arreglar eso
para que me des una oportunidad. Por favor.
De repente me siento mareada y me pregunto si lo escuché bien.
Baja la vista a sus manos, empuñadas sobre su regazo. —Nunca
tuve problemas para hacer amigos o encontrar novias. Pero siempre ha
sido más difícil averiguar exactamente por qué están ahí. Dicen que no
224
les importa quién es mi madre, o quién soy yo. Pero todo el mundo
busca en secreto atención o dinero, o ambas cosas. Tú, sin embargo...
realmente no buscas ninguna de las dos cosas. Quien soy parece estar
trabajando en contra mía contigo.
—No quise…
—Está bien, Cath. Me gusta eso de ti. —Se vuelve para estudiar
mi rostro—. Y, Dios, eres tan… Me tomaste por sorpresa. La noche que
te conocí pensé que eras la mujer más hermosa que vi en mi vida.
Recuerdo el suéter enorme y mi cabello en un moño desordenado.
—He visto a las mujeres con las que sales, Brett. Me estás mintiendo.
—Créeme, esas mujeres no lucen así cuando no están frente a la
cámara, sin maquillaje. —Su mirada se mueve por todo mi rostro, sobre
mi boca, que más de una vez pensé que era demasiado ancha, y ojos
que parecen demasiado rasgados y una nariz muy puntiaguda, desde
ciertos ángulos—. Ellas no son como tú.
Tú también eres hermoso, quería decirle, pero no puedo hablar.
Sonríe tímidamente. —Cuando volví a casa esa noche, le dije a
mis padres que estaba locamente enamorado de la mujer que me salvó
la vida.
Por Dios. Mi corazón late desbocado en mi garganta.
—Claro que me convencieron de que estaba demasiado abrumado
y debía descansar.
—Seguro que tenían razón —murmuro.
—Honestamente, yo también lo pensé. —Traga con fuerza—. Pero
entonces tenías que ser no solo valiente y hermosa, sino también
humilde, divertida y honesta. Y no podía dejar de pensar en cómo sería
estar contigo. —Su mano se detiene en el aire, deteniéndose de poner
un mechón de cabello que se me había escapado detrás de la oreja—.
Así que necesito que me digas lo que tengo que hacer para que me des
una oportunidad. —Su mandíbula se tensa al mirarme—. Por favor.
—No encajo en tu vida —digo casi en un susurro, luchando por
pensar correctamente.
Pasa la mano por su cabello, claro como la arena después de la
lluvia. —Es solo dinero, Cath. No soy eso. Por favor dime que no piensas
que soy tan superficial. Es insultante.
Me sorprende su súplica, provocando una oleada de vergüenza
inesperada en mí. Nunca lo vi de esa manera, que el reconocimiento de
nuestras diferentes clases sociales desacreditara a alguien que no fuera
yo. —No creo que seas superficial. Solo creo que estás atrapado y que
los sentimientos que tienes por mí no durarán. Y yo seré la única herida
cuando te des cuenta de eso. —Listo. Lo he dicho tan claramente como
puedo.
225
No sé qué esperaba como respuesta, pero una amplia sonrisa de
satisfacción, definitivamente no.
—Deberías ir a California durante el verano, como lo planeaste —
continúo, intentando sonar segura de mí misma.
Se ríe amargamente. —Ese nunca fue mi plan. Mi madre es la que
me hizo prometer que me fuera, la noche de la entrevista. Vio la forma
en que te miraba y supo de inmediato lo que pasaba. Me convenció de
que necesitaba distanciarme y estar cien por ciento seguro de que mi
cabeza estaba despejada antes de actuar.
Tal vez ese programa de espectáculos que decía que la madre de
Brett amenazó con repudiarlo no estaba tan errado después de todo.
Es como si él pudiera leer mi mente. —No es porque ella te
desapruebe, Cath. Piensa lo mejor de ti. Solo no quiere que salgamos
heridos porque no lo pensamos claramente.
—Mi madre básicamente dijo lo mismo. —Aunque desde su punto
de vista, el único resultado posible era que yo saliera lastimada. Ese
sería el peor de los casos, y la mejor manera de evitar ese escenario era
ser práctica y nunca arriesgarse. Como dice Jack, ella juega a lo seguro,
no toma riesgos—. Quizás saben algo, tal vez deberíamos escucharlas.
—Aunque odie admitirlo.
—Y qué, ¿debo sentarme viendo cómo pasa el verano, intentando
convencerme de que lo que siento por ti es simplemente gratitud? —Sus
ojos, imponentes, se posan en mí—. La vida es demasiado corta para
hacer lo que los demás piensan que es lo correcto. Eso es lo que sé. —
Su mirada se posa en mi boca—. Por otra parte, nunca he dejado que el
miedo me detenga.
Entonces nunca te han lastimado. Ahí es donde diferimos Brett y
yo. Lo que él llama miedo es lo que yo considero ser inteligente, ser
responsable y pensar en Brenna.
—¿No me crees? ¿Qué esto no es solo por gratitud?
—No —respondo sin dudar.
Presiona sus labios en una mueca, como si estuviera buscando
una forma de convencerme. Y todo lo que puedo hacer es mirar su boca,
tan suave, exuberante y atractiva. Los pensamientos de su boca sobre
la mía esa noche dispara un torrente de sangre corriendo por todo mi
cuerpo.
—¿Qué te haría confiar en mí? ¿Qué es lo que quieres saber?
Pregúntame lo que quieras y te responderé. Soy un libro abierto.
Esa es una gran invitación.
Quiero saber todo. Cada detallito. Su música favorita, su color
favorito, su programa de televisión favorito. ¿Todavía habla con sus
amigos de la infancia? ¿Qué tan unidos son él y su hermana? ¿Duerme
boca abajo o boca arriba? ¿Cocina o hace que alguien lo haga por él?
¿Le han roto el corazón?
226
—¿Por qué terminó tu relación con Courtney? —¿Qué tipo de
amistad tienen? ¿Una en la que follan de vez en cuando? ¿Dónde duerme
ella cuando le visita en Toronto? Pararé con las dolorosas y silenciosas
preguntas para poder escuchar su respuesta.
—Porque me mintió.
Esa no es la respuesta que esperaba. —¿Sobre qué?
—Sobre algo que ella no confiaba en que yo lo manejara bien. No
puedo decirte exactamente los detalles, pero no son importantes. No
confió en mí con la verdad.
—Y siempre quieres la verdad. —Recuerdo su consejo el día de la
entrevista.
Una suave y secreta sonrisa le toca los labios, como si también
recordara el momento en mi dormitorio.
Escojo mis siguientes palabras cuidadosamente.
—Fue… ¿tenía alternativa a mentir?
—Todo el mundo tiene esa opción.
—Pero, quiero decir, ¿existía una buena razón para mentir?
—¿Es eso posible? ¿Especialmente cuando es a alguien a quien
dices amar?
—Supongo que no. —Dudo—. ¿La amabas?
Sus labios se retuercen mientras lo piensa. —Probablemente lo
habría hecho, con el tiempo suficiente.
—Pero todavía son amigos. —¿Tal vez amigos que podrían
reconciliarse?
De nuevo, es como si pudiera leer mi mente. —No habríamos
durado tanto, para ser honesto. Gracias al accidente me di cuenta de
ello.
Un alivio inesperado me invade. —¿Por qué no?
—Queríamos cosas diferentes para nuestras vidas. Ella ama las
cámaras, la atención y aparecer en las portadas de revistas. Quiere
fama, es el tipo de persona que esperas ver en un reality show.
Me estremezco y se ríe.
—Sí, eso nunca ha sido lo mío, y creo que me habría cansado de
ello, eventualmente. Quiero cosas más sencillas de la vida, quiero… —
Sus ojos se dirigen a su pierna estirada con la escayola—. Quiero volver
a jugar, tener una familia… no sé. Una vida normal, tranquila, supongo.
O tan normal y tranquila como es posible, de todas formas. Y quiero a
alguien en mi vida que también quiera estas cosas.
Alguien como yo, me escucho decir internamente.
—Entonces… ¿ahora qué? Con Courtney, me refiero. ¿Está de 227
acuerdo con fingir? —No puedo ocultar la duda en mi voz. ¿Cómo
diablos podría cualquier mujer que amara a Brett y lo perdiera estar
dispuesta a fingir por el bien de otra mujer?
Su rostro se vuelve sombrío. —No esperaba que estuviera encima
de mí en el partido. Debí haberlo anticipado, porque así es Courtney.
Ella sabía que las cámaras estarían sobre nosotros y yo no sería capaz
de reaccionar. Retrocedió después de que le dije que se detuviera, pero
sé cómo se vio. —Añade suavemente—: Sé cómo lo debes haber visto tú.
Mis celos se encienden cuando imagino a esa rubia hermosa
presionándose contra él.
—Le dijo a Simone que estaba de acuerdo con ello, pero parece
que esperaba que sucediera algo real. Entonces hice que se marchara al
día siguiente y acordó no decir una palabra sobre nosotros. Dejaremos
que las personas crean que estamos juntos por algunas semanas más,
al menos. Pero no dejaré que nada de eso vuelva a suceder, lo prometo.
—Frunce el ceño—. Aún sigues sin creerme, me doy cuenta.
—La última vez que un tipo me dijo que una relación con su ex
era solo para mostrar… terminó casándose con ella.
—¿El profesor? —pregunta con suavidad.
Después de un momento, asiento.
—No soy como él, Cath.
—Lo sé. Solo… tengo miedo, e intento ser inteligente.
Lenta y tentativamente se acerca para tomar la llave que tengo en
la mano, enlazando sus dedos con los míos de una forma lenta e íntima.
Mi corazón late desenfrenado en mi pecho mientras lo veo girar la
llave una y otra vez. Finalmente vuelve su atención a mi rostro, sus ojos
dirigiéndose a mi boca. —¿Tienes una maldita idea de lo mucho que
quiero besarte en este momento?
Inhalo bruscamente y mis mejillas se sonrojan.
Se ríe entre dientes. —No te preocupes. No lo intentaré, no frente
a todas estas personas. Y no hasta que me digas qué eso es lo que
quieres.
Dejo escapar un suspiro tembloroso.
El peso de la llave de oro se sostiene en mi mano al tiempo que la
enorme mano de Brett cubre la mía, tocando parte de mi regazo.
—Podemos ir tan lento como quieras.
Hay tanta fuerza en su agarre, que siento el deseo abrumador de
olvidar cada preocupación, miedo e inseguridad.
—No estoy segura de que eso sea posible.
No puedo siquiera pensar bien cuando estoy cerca de él, cuando
está tocándome. Todo lo que puedo hacer es sentir.
228
Y lo que quiero sentir es a él.
Con Brett… no me enamoraría solamente, me lanzaría con todo.
Una sonrisa tímida se dibuja en sus labios y sus dedos se aferran
a los míos, apretando con suavidad para no lastimarme con la llave
entre nuestras palmas. —Sí, yo tampoco estoy seguro que sea posible.
Pero me parece bien. Y me parece bien esperar hasta que tú también lo
creas. Solo… por favor, deja de intentar alejarme. Quiero estar en tu
vida, y no porque me sienta obligado.
Un eco de lo que dije en esa entrevista.
¿Cómo me está pasando esto?
Este tipo de cosas no me ocurren a mí.
De repente, soy consciente de nuestro entorno, como siempre,
estamos al aire libre. Expuestos para que todos nos vean. Y siento las
miradas de las personas, por simple curiosidad, esperanza, o envidia,
incluso. No puedo pensar en la última vez que alguien me envidió y, sin
embargo, ¿cómo no podrían hacerlo, mientras estoy sentada aquí junto
a Brett, quien, contra todo pronóstico, está convencido de que me
quiere?
—¡Nooo! —Las risitas salvajes de Brenna hacen que mi atención
se pose sobre ella. Está tratando de superar a Jack y Keith mientras
ambos la persiguen en un trote lento, sus cortas piernas se mueven
imposiblemente rápido mientras ella se lanza alrededor de un árbol. Mis
padres, Emma, Lou y el padre de Brett se encuentran de pie, juntos,
riéndose por cómo una niña está superando a dos hombres, colándose
entre las piernas de Jack y poniéndose de pie a toda prisa, para seguir
adelante, con su impecable vestido cubierto de manchas de hierba que
dudo que pueda salir.
Solo queda la mitad de la multitud. No dudo que sigan aquí para
tener la oportunidad de hablar con Brett.
—Probablemente deberíamos ir allí, para que puedas saludar a
tus admiradores.
Suspira, luego toma sus muletas y se pone de pie. —Oye, no es…
—Frunce el ceño, hacia la distancia.
Sé exactamente a quién está mirando. Vi el paso torpe de Gord
Mayberry hace una hora, mientras nos dirigíamos a la glorieta con los
periodistas. Era claro que lograría alcanzarnos de no ser porque Lou y
Keith lo detuvieron, manteniéndolo lejos.
—Sip. Invitaron a los empresarios más importantes del país, y
Mayberry es un gran negociante. —No pasó desapercibido que la madre
de Scott Philips, una prominente agente inmobiliaria, no está aquí. Si
no fue invitada o eligió no venir, estoy segura de que me enteraré más
tarde.
Brett sonríe. —Entonces, ¿cómo se tomó la ruptura?
No puedo hacer otra cosa que reírme. 229
—Cierto, la ruptura. No creo que se haya enterado aún.
—¿No vio la entrevista?
—Sí, lo hizo. —Caminamos a través del patio, lentamente, Brett
escogiendo donde apoyarse cuidadosamente en el piso de piedras—. Él
asumió que cuando dije “una cita a ciegas fallida” en realidad quise
decir otra cosa. —De alguna manera, Gord parece creer que todavía hay
esperanza con nosotros. Ha aparecido en Diamonds dos veces desde ese
momento. Sacudo la cabeza—. Lou aún se disculpa por presentarnos.
Nunca entenderé porqué lo hizo en primer lugar.
—Qué gracioso. Aquí estoy yo pensando que debería agradecerle
por ello —dice Brett, riéndose.
Porque si no fuera por esa cita, no habría estado conduciendo por
Old Cannery Road esa noche.
Esta revelación me hace mirar al idiota con una luz diferente. Una
sonrisa lucha con aparecer en las comisuras de mi boca.
—Yo también debería agradecerle, supongo.
Traducido por Snow Q & Gesi
Corregido por Daliam

—¿En serio dijo eso? ¿Usó esas mismas palabras?


Sabía que no debí haber sido tan sincera con ella. Sin embargo,
supongo que necesito hablarlo con alguien, y Misty es la única persona
con la que puedo hacerlo. —Más o menos.
Misty deja escapar su frustración con un gruñido. —Lo juro,
Cath, te quiero pero ¡vas a volverme loca! ¿Por qué no estás con él?
—Necesitamos más tiempo para hablar. Las personas querían
conocerlo, y después Brenna tenía hambre porque por supuesto no iba
a comer la comida de ahí, y luego él tuvo que regresar a Filadelfia… —
Despedirnos con familia tan cerca de nosotros entorpeció lo que quería
decirle… que lo que quiero más que nada es ser despreocupada como
Misty y arrojar mi corazón al ring.
230
Es solo que… no es tan fácil para mí soltar el control así como
así. Porque estaría haciendo eso, cedería el control. Arriesgándome a
hacerle daño a mi corazón.
Pero sí prometí atender el teléfono la próxima vez que me llamara.
—Sí, verlo habría sido agradable. —Misty rasca una mancha de
salsa de tomate que tiene en el dobladillo del uniforme, todavía le pone
de mal humor que Leroy la haya arrastrado de regreso a Diamonds
inmediatamente después de que la ceremonia terminó. Condujo directo
hasta aquí después de su turno para interrogarme, sin molestarse en
enviar un mensaje o llamarme primero. Creo, tal vez, que tenía la
esperanza de que él estuviera aquí.
—Te lo presentaré la próxima vez.
—¿Y cuándo es exactamente? —Siento como su mirada persiste
en mi espalda mientras me tomo mi tiempo remojando un vaso en agua
jabonosa.
—Todavía no lo sé.
Veo en el reflejo de la ventana como pone los ojos en blanco.
—Sabes que ninguna relación tiene garantía alguna.
—Lo sé.
—Nunca la vida te traerá nada buena sino te arriesgas un poco.
—Lo sé.
—Las mejores cosas de la vida siempre resultan de arriesgarse.
—¿Estás leyendo esas frases motivacionales de nuevo?
—Es un calendario excelente: trescientas sesenta y cinco frases
para trescientos sesenta y cinco días. —Me da un guiño—. Te regalaré
uno para navidad.
—Escucha, no le digas a nadie de esto. Todavía es incierto.
Misty deja escapar un suspiro lleno de ilusión; el extraño y un
poco más serio lado de ella evaporándose con sus risitas. —¿Sabes lo
increíblemente celosa que estoy de ti en este momento? Dios, ¡piénsalo!
Lo que daría para poder besar a ese hombre. —Se detiene—. Nunca he
estado con un hombre con la pierna rota. Crees que tengas que esperar
para…
—¿Qué tal todo ahí dentro, Brenna? —le digo extra fuerte, mis
mejillas se enrojecen solo de pensar en cómo sería mi primera vez con
Brett.
Un chapoteo resuena en el baño. —¡Sip! Casi termino.
—De acuerdo. Dos minutos más. —Brenna se pondría azul por el
frío si se lo permitiera, solo para poder practicar el contener el aliento
bajo el agua toda la noche.
—Oh, casi se me olvida. Nunca adivinaras quien me envió una 231
solicitud de amistad en Facebook.
—Tienes razón. No lo adivinaré. —Apenas recuerdo Facebook.
Tenía una cuenta cuando estaba en la secundaria. Pero una vez que los
mensajes malintencionados comenzaron a aparecer, diciéndome lo
sucia, perra y mentirosa que era, y como merecía morir por tratar de
arruinar la vida de Scott, la borré. Y no he pensado en abrirla de nuevo
desde entonces.
—DJ Harvey.
El plato se me cae de las manos y resbala dentro del fregadero.
—¿No está en la cárcel?
—No, salió hace seis meses. Hizo un trato para que su sentencia
no fuera tan dura —dice, tan despreocupada, como si hubiera olvidado
que es un patán, y que no solo estuvo traficando drogas mientras
estuvieron juntos, sino que también, después de que lo dejó, descubrió
que había estado engañándola por casi los cinco meses que estuvieron
juntos.
Una burbuja de incomodidad se infla dentro de mí. Las buenas
redes sociales. Nadie es inalcanzable en estos días. —Así que… ¿en
serio estás hablando con él otra vez?
—No. O sea, acepté su solicitud porque tenía curiosidad. Se
disculpó conmigo —dice, con sorpresa, y se encoje—. Fue agradable
escucharlo.
—Supongo. —Al igual que fue bueno que Krystal se disculpara.
Pero lo que me hizo Krystal y lo que hizo DJ, no están exactamente al
mismo nivel—. ¿Qué quiere?
—Nada. Dijo que vio las noticias y que recordó que tú y yo
vivíamos juntas. Le hizo comenzar a pensar en mí.
Mis ojos saltan en dirección al baño. —No hables de esa noche
con él. O de Brenna.
—¡Relájate! Él ya ni siquiera habla con Max. Éste trató de echarle
la culpa por todo. Ahora DJ lo odia.
—Aun así… si continúas hablando con DJ, no la menciones ni
esa noche.
—Por favor. Si esa noche alguna vez sale a relucir, será sobre mí
preguntándole a quien se follaba mientras yo no miraba, además de a
Jacqueline Forester —murmura, estudiándose las uñas.
En lo que ayudo a Brenna a secarse y vestirse después el baño,
escucho como la puerta rechina al abrirse y el lejano saludo de Keith.
Afortunadamente, el lavado abierto ahoga el sonido del coqueteo entre
Misty y él.
—¿Alguna vez dejas de saltar? —dice Keith mientras Brenna sale
232
del baño en un par de pijamas limpio. Él lleva el uniforme para el turno
de la noche.
—¡Nop! ¿Por qué estás aquí? Ya te vimos durante todo el día.
—Solo quería ver que todo estuviera bien antes de irme a trabajar.
¿Eso está bien?
—Supongo.
La observa dar vueltas a su alrededor. —¿Te divertiste hoy?
—Sip.
—¿Te cae bien Brett, Brenna? —pregunta Misty a la ligera,
fingiendo inocencia.
—Sí. Es agradable.
Misty me da una sonrisa malévola. —A tu mamá también le
agrada.
—Sí. Hoy sonrió mucho. Sus ojos no estaban tristes.
Otra vez con los ojos tristes. Lo dice de forma tan inocente, y aun
así no puedo evitar encogerme. ¿Es así como mi niña va a recordarme?
Reviso mi reloj. —Por qué no buscas un libro para leer con el tío Jack.
Dijo que vendría a decir buenas noches. —Convenientemente pasa de
camino cuando trota de regreso hacia casa desde el gimnasio. Aunque,
para ser honesta, creo que tomaría un desvío si no fuera así.
Sus ojos se iluminan. —¿El tío Jack puede dormir aquí? ¿Por
favor?
Es adorable lo mucho que lo quiere. —No creo que los dos puedan
acomodarse en tu cama.
—Bueno… —Su rostro hace una mueca al pensarlo—. Podríamos
dormir en tu cama y tú podrías usar la mía.
Siempre la solucionadora de problemas. Ya sé que las cosas van a
ser difíciles cuando crezca. —El tío Jack tiene que levantarse temprano
para el trabajo y necesita dormir. Él no está acostumbrado a dormir con
pequeñas. —Misty y Keith resoplan, ambos ganándose una mirada de
advertencia—. De acuerdo. Andando. —La despido con una palmada
juguetona en el trasero.
—¿Entonces? ¿Todo bien por aquí? —Keith se sirve un vaso de
leche, frunciéndole el ceño a la única cerveza en mi refrigerador. Por lo
menos Jack le dejó una.
—Sí, estábamos hablando de cómo Brett Madden básicamente le
profesó su amor incondicional a Cath. —Mi mirada de advertencia no
hace que Misty cierre la boca—. Entonces, ¿cómo lo hace un hombre
cuando está usando un yeso? O sea, debe ser difícil estar arriba, ¿no?
Supongo que tendría que estar debajo, y tener cuidado de no golpearse
la pierna con nada, ¿no?
Me atrevo a mirar a Keith para encontrar que se toma su tiempo 233
con la leche, su vaso se inclina lentamente hacia atrás. Preguntas como
esas es algo que esperaría de Misty, pero cuando es bastante obvio que
está hablando de mí y de Brett teniendo sexo…
—No podría saberlo. Nunca me he roto la pierna —responde con
calma, dejando el vaso en el fregadero.
Hay una larga pausa, donde el ambiente en la casa cambia. Misty
entiende la situación y hace una mueca.
Keith busca las llaves en su bolsillo. —Tengo algo de papeleo que
debería terminar antes de que Kerby desoye mi trasero. Llámame si me
necesitas, Cath. —Su expresión se traslada a la del policía imposible de
leer, la que utiliza para ocultar cualquier cosa que se encuentre dentro
de su cabeza. O su corazón.
Misty luce avergonzada cuando él atraviesa la puerta. —Mierda.
Lo siento. Creí que ya se lo habías contado.
Le doy una mirada plana.
—Claro. Porque seguro correrías a contarle a tu mejor amigo, que
secretamente está enamorado de ti, acerca de otro hombre. Sí. Soy un
poco lenta algunas veces, ¿de acuerdo? —Salgo volando por la puerta—.
¡Oye, Keith! ¡Espera!
Ya casi está en su auto. Detiene el paso, pero pasa un largo
momento antes de que se gire para mirarme. —¿Qué sucede, Wright?
Pocas veces utiliza mi apellido, y cuando lo hace, generalmente
está haciendo su mejor esfuerzo para poner distancia entre nosotros.
Ni siquiera sé cómo comenzar con esto. En realidad nunca hemos
discutido cualquier sentimiento que Keith podría tener por mí.
Finalmente, me decido por: —Sé que eres tú el que llamó a Brett
para que viniera hoy. Solo quería darte las gracias.
La mirada ilegible de Keith se mueve a un lugar detrás de mí.
—No es gran cosa, en serio. —Y aun así, escucho claramente la
mentira en su voz, puedo sentir la tensión irradiando de él—. Todo está
bien. Nos vemos después. —Se gira y comienza a caminar hacia su
auto.
—Keith.
—Cualquier cosa que te haga feliz, me hace feliz, Cath. Siempre.
Lo sabes.
Lucho contra el nudo burbujeante que se forma en mi garganta y
las lágrimas que aparecen en mis ojos. —Eres el mejor amigo que
podría pedir.
Se gira para mirarme de nuevo, su mandíbula se tensa mientras
asiente. —Entonces… ¿tú y Madden? ¿Es real?
—No sé lo que es —respondo con honestidad. ¿Real por ahora?
—Pero quieres que lo sea.
234
—No lo sé. —Esa es una mentira—. Sí.
Se ríe, concentrándose en las piedras debajo de su bota. —Bueno,
nunca te he visto mirar a un hombre como lo miras a él.
—Es solo que… tengo miedo. Está convencido de que esto no es
porque le salvé la vida. ¿Y si se equivoca? ¿Y si decide que no soy lo que
quiere?
Me ofrece una sonrisa triste. —Quieres decir cuando lo decida,
¿cierto? Porque sigues haciendo todo lo que puedes para convencerte de
que lo hará.
Algunas veces olvido lo bien que Keith me conoce, mis miedos e
inseguridades. —¿Cómo podría no hacerlo?
Su mirada se pasea por mi rostro. No dice nada por un largo
momento, y entonces extiende la mano para acariciar mi mejilla con su
pulgar, borrando las lágrimas que comenzaron a bajar.
Aleja su mano. —Sabes que, tal vez lo haga y tal vez no, pero si ni
siquiera lo intentas, solo podrás culparte a ti misma. —Duda—. ¿Crees
que estoy molesto porque no sé lidiar con el hecho de que te enamores
de otro tipo? Sí, admito que es difícil para mí, pero no se trata de esto.
¿Cuántas excusas ya te has inventado? Vamos a ver… Madden es una
celebridad y tú eres una mesera, así que nunca va a funcionar, ¿no?
Estoy seguro de Hildy tuvo que decirte algo cínico y eso no ayudó a tu
confianza. —Cuenta con sus dedos—. ¿Qué más? Los fotógrafos son un
dolor en el culo, ese es otro golpe en contra de Madden. Y otra razón
para evitar arriesgarte a ser feliz. Con un hombre realmente decente,
por cierto.
—¿Y no crees que esas son razones válidas?
—Creo que vale la pena considerarlo, seguro. Pero… —Da un paso
hacia adelante—. Sigues diciendo que solo quieres seguir adelante, pero
estoy comenzando a creer que no quieres seguir adelante para nada. —
Vacila—. ¿Todavía sientes algo por Philips?
—¡No! —Mi rabia se enciende. No puedo creer que incluso lo
sugiriera.
—Bueno, ¿entonces, qué pasa? No funcionó, él es un enorme
idiota y saliste herida. Ya supéralo. ¡Todo el mundo lo ha hecho! —Se
muerde los labios para evitar decir más. Estoy agradecida, porque no
creo querer escuchar más duras verdades de parte de mi mejor amigo
ahora mismo.
El sonido de grava crujiendo en la calzada corta nuestra pequeña
conversación. Es Jack, en su camino a casa desde el gimnasio. Seco
rápidamente el resto de mis lágrimas.
—¡Singer! —grita Jack. El sudor corre por su mejilla. Obviamente
está ajeno a la conversación que acaba de interrumpir—. ¿Has visto la
puntuación del juego de los Phillies? 235
—Cuatro a cuatro hace diez minutos. ¿Has corrido hasta aquí
desde el gimnasio?
Se inclina hacia delante, sus manos descansando en sus rodillas.
—Ajá.
Keith sacude la cabeza mientras sube a su auto. —Si te atrapo de
nuevo bebiendo mi cerveza, denunciaré tu culo.
—¿Cuándo me vas a llevar contigo? —pregunta Jack, ignorando
suavemente su reprimenda.
—¿Para que puedas ver lo poco que trabaja la policía en realidad?
Demonios, no. —La risa de Keith es hueca—. Daré un par de vueltas
por aquí más tarde, Cath.
—Gracias. —Aparto la mirada, el dolor de ser absolutamente
analizada por mi mejor amigo es demasiado crudo. Veo en silencio sus
luces traseras cuando el auto sale de la calzada.
Jack frunce el ceño. —¿Qué está sucediendo?
—Nada.
Estoy esperando que me extorsione, pero entonces ve el Honda
rojo en la calzada. —¿De quién es el auto?
—De Misty.
Sus ojos se iluminan.
—No. Jack.
—Pero…
—Quédate con las chicas de tu misma edad.
—Sí, sí… —murmura, subiendo las escaleras de mi porche.
En el momento en que entramos, mis palabras son olvidadas.
—Oye, Misty. —Esa misma sonrisa torpe en su rostro de antes
vuelve a aparecer.
—¡Oye, Jack! Siento no haber podido hablar antes. —Sus ojos se
ensanchan cuando lo ve, y veo en ellos esa chispa que destella cuando
está evaluando a un tipo atractivo—. ¿Cómo te volviste tan grande?
Pongo los ojos en blanco, mientras la sonrisa de él se hace más
amplia. —Mi entrenador es muy duro con la formación del cuerpo.
—Eso no es algo malo. —Ella sonríe, su juguetona confianza
inquebrantable, incluso en su uniforme de Diamonds.
—Brenna te está esperando. —Lo saco de mi sala de estar con un
empujón, las puntas de mis dedos humedeciéndose—. Ugh, asqueroso.
No te metas en su cama de esta forma.
—Sí, sí… —Le guiña un ojo a Misty, ese arrogante pavoneo se
acentúa mientras desaparece.
—Vaya, tu hermano es… 236
—Tiene diecinueve.
—Sí, pero…
—Tiene diecinueve.
Misty presiona sus labios con frustración. Finalmente, murmura
algo que suena como “bien” mientras se levanta del sillón reclinable,
agarrando sus llaves y su bolso. —¿Qué sucedió con Keith?
—Nada. Solo está preocupado por mí. —No voy a meterme en esa
conversación.
—Él siempre está preocupado por ti.
—Es un buen amigo.
—Yo también. Te veo el miércoles. —Desaparece por la puerta,
pero no antes de sisear—: ¡Después de que hayas llamado a Brett!
Suspiro.

***

Brenna está acostada debajo de las colchas, un brazo alrededor


de su perro de peluche, un libro en mano, un profundo ceño perplejo en
su rostro. —Entonces, ¿por qué te dieron una llave si no abre nada?
Aparto sus rulos de su frente. —Es solo un símbolo. Es su forma
de decir que la ciudad me agradece por haber salvado la vida de Brett.
—Oh. —Aparentemente satisfecha con esa respuesta, hasta que
la vea de nuevo, sin dudas, se curva de lado—. ¿Brett se irá de nuevo?
—No lo sé. Veremos. —Depende de mí, aparentemente.
—¿Vive lejos?
—A un par de horas. No tan lejos. —Mucho más cerca que
California.
—¿Cuándo volveremos a verlo?
—No lo sé. —Misty, Keith, Jack en su salida... ahora Brenna. Por
Dios, no podría dejar de pensar en Brett aunque quisiera.
—Quizá si le dijeras que quieres volver a verle, vendría.
Sofoco el deseo de corregirla y en cambio, sonrío. —Buenas
noches, Brenna.
Alcanzo su lámpara para apagarla.
—¿Mami?
Suspiro. Fue un largo día y mi paciencia se está agotando. —Sí,
Brenna.
—¿Quién te lastimó?
237
Tan inocentemente, pasó de Brett a eso. Me toma un momento
recuperarme. —¿A qué te refieres?
—Tío Jack dijo que alguien te había herido hace mucho tiempo.
—¿Cuándo te dijo eso?
—Cuando me estaba cuidando. —Me mira—. ¿Quién fue?
Maldita sea, Jack. —Solo alguien que conocí hace mucho tiempo.
—¿Un amigo?
—Algo así.
—¿Era un chico o una chica?
—Un chico. —Un hombre. Yo era la chica.
—¿Cómo te lastimó?
Vacilo. Es demasiado pronto para tener esta conversación; ella es
demasiado pequeña. —Él me hizo creer cosas que no eran verdad.
—¿Te mintió?
—Sí.
—¿Lo amabas?
—Sí.
—Entonces, ¿es por eso que hiciste Brett se fuera?
—No hice que Brett se fuera.
—El tío Jack dice que hiciste que se fuera.
Lucho para mantener mi tono casual. —¿Qué más dijo el tío
Jack?
Se encoje de hombros. —Que te gusta mucho Brett, pero tienes
miedo. En realidad, dijo que eres una gallina.
Que imbécil. —¿Qué más?
—Hmm… —Mira hacia arriba como si estuviera buscando en sus
pensamientos—. Que estás ciega. Pero no quiso decir verdaderamente
ciega, como si no pudieras ver. No puedo recordar a que se refirió.
—¿Qué no puedo ver algo que está justo frente a mí?
—Sí. Eso.
Me pregunto si Jack se ha dado cuenta de cuán experta se ha
vuelto su sobrina en reproducir como una maquina las conversaciones.
—¿Algo más? —Solamente para tener todos los hechos claros antes de
matarlo.
—No lo creo. —Hace una pausa, y luego afirma con absoluta
certeza—. No quiero enamorarme nunca de un chico.
Sonrío. —Sí, quieres. O querrás cuando seas grande.
—Pero, ¿y si me lastima? 238
—Entonces solo lo intentas de nuevo.
—Pero no lo estás intentando de nuevo. —Hay una punzada de
acusación en su tono. Al menos, eso es lo que yo escucho.
—Eso es… diferente.
—¿Por qué?
Lucho por hallar una respuesta. —No es algo que pueda explicar
en este momento. Tal vez cuando seas más grande.
—¿Es por qué tienes miedo?
—Sí. —¿Es malo admitirle eso a tu hija? Recuerdo a mi madre
siendo toda poderosa cuando era pequeña. Ella podía resolver cualquier
problema, lo sabía todo. Nunca tenía miedo, por lo que yo sabía. Por
supuesto, debe haberlo tenido. Solo que nunca lo admitió.
Una mirada de resignación parpadea en el rostro de Brenna. —Si
tú tienes miedo, entonces yo voy a estar muy asustada.
Un peso pesado se establece en mis hombros. —Está bien tener
miedo. —Alejo un manojo de sus bucles dorados de su frente—. Pero no
dejarás que eso te detenga, porque serás valiente.
Frunce el rostro pensativamente. —Entonces, ¿no puedes ser
valiente tú también?
Lo intenté.
No vale la pena.
No es tan fácil.
Pero no lo he intentado. Brett es merecedor de intentarlo. Y puede
que no sea tan fácil, pero siempre le digo que las mejores cosas de la
vida no son fáciles.
¿En qué tipo de modelo me he convertido para mi impresionable
hija pequeña?
—Supongo que sí puedo serlo. —Suspiro—. Tengo que averiguar
cómo.
Parece reflexionar sobre eso. —Bueno, tío Jack dijo que a Brett le
gustas mucho. Así que solo debes decirle a Brett que también te gusta.
Sonrío. —Eso suena bastante fácil.
—Y él es bueno así que no tienes que tenerle miedo. —Su cara se
divide en una brillante y esperanzada sonrisa—. El tío Jack dice que le
encanta cuando las chicas le dicen que gustan de él.
Me echo a reír, en parte por su inocencia, y en parte porque me
imagino la mirada odiosa en el rostro de mi hermano cuando dijo eso.
—Buenas noches, Brenna. —Apago la luz y me escapo. Y me encuentro
mirando fijamente la pared de mi sala de estar al tiempo que repito la
conversación desde cada ángulo, preguntándome si le dije las cosas
correctas. Si debería haberlo manejado diferente. 239
Preguntándome qué tipo de ejemplo estoy ofreciéndole a mi hija.
Una madre que tiene los ojos perpetuamente tristes.
Una madre que se esconde detrás de su miedo.
Una madre que se ha olvidado de cómo permitirse amar.
Una madre a quien todo el mundo sigue tildando de valiente pero
que no lo es, en realidad. Para nada.
Y con eso, los últimos hilos de incertidumbre que me detuvieron,
con respecto a Brett, se rompen.
Mis manos están temblando mientras escribo el mensaje:
Mi hija de cinco años dijo que debería decirte que me gustas.
No puedo alejar mis uñas de mis dientes mientras espero una
respuesta.
Llega casi inmediatamente.
Me gusta escuchar eso.
Suelto un suspiro de alivio y una risita.
Ella dijo que te gustaría.
Es inteligente. Salió a su mamá.
¿Eso es lo que soy? Respiro profundo…
Hoy quería que me besaras.
Y me dejo caer.

240
Traducido por Anna Karol & Joselin
Corregido por Florpincha

¿Has estado en Filadelfia recientemente?


Medio sonrío y medio frunzo el ceño al incomprensible texto de
Brett mientras pincho una orden de comida.
En años no, ¿por qué?
¿Quieres ver el partido conmigo este sábado?
Mi corazón da una voltereta.
¿Qué partido?
¿Has oído hablar de un deporte llamado hockey?
Pongo los ojos en blanco.
241
Pero tu equipo no está jugando.
Ahora estamos animando a Toronto.
Sonrío con comprensión. Por supuesto. Su padre es canadiense,
después de todo.
¿Dónde?
Pues teniendo en cuenta que te avergüenza demasiado ser
vista en público conmigo, supongo que en mi casa.
Lucho para no reírme mientras entrego tres cafés a la mesa doce,
repitiendo los mensajes de texto que siguieron después de que por fin
encontré el coraje para confesarme anoche. Brett tiene un sentido del
humor juguetón, y lo disfruté hasta altas horas de la madrugada.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo mientras espero mi comida.
¿Eso es un no?
Lo siento, algunos tenemos que trabajar. Lo sigo con una cara
sonriente y: Me encantaría. Déjame ver si encuentro una niñera.
Trae a Brenna. Mi papá estará aquí.
¿Estás seguro? Habla mucho.
Creo que puedo manejar a una pequeña habladora de cinco
años.
Recuerdo a Jack y suspiro.
¿Qué me dices de un gigante hablador de diecinueve años que
me matará si no lo dejo acompañarnos?
Tráelo. Donovan los recogerá.
¿Quiere enviar un coche hasta Balsam para nosotros? Sacudo la
cabeza con una risita.
Los campesinos podemos conducir nosotros mismos.
Él sabe cómo entrar y salir del edificio sin que las personas
lo noten.
Suspiro, de alguna manera habiendo dejado que la situación se
me escape de las manos. Por fortuna, los medios de comunicación han
pasado al siguiente chisme jugoso, pero eso no significa que un aviso o
una foto no les haga volver a Balsam. Además, tengo la sensación de
que Brett cree que saldré corriendo como un gato asustado al momento
en que vea una cámara apuntando hacia mí otra vez.
Leroy golpea la campana que anuncia una orden de comida lista,
y salto. Cinco platos se ubican en la repisa delante de mí. Ni siquiera
me había dado cuenta de que él los puso allí.
—Te conviene que Lou te atrape con la cabeza en las nubes. —
Leroy me da una sonrisa de conocimiento. No he dicho ni una palabra
sobre Brett, pero supongo que no sería tan difícil para ellos averiguarlo.
Me alivia que Misty no esté trabajando. No decidí cómo me las arreglaré
para decirle que estamos hablando, o si lo haré. Después de la forma en 242
que habló con Keith anoche, no estoy segura de que pueda guardarse
algo así para sí misma.
Está bien. Tengo que ir a trabajar. Hazme saber cómo va tu
cita con el doctor.
Dejo mi teléfono en mi bolsillo y planto mis pies firmemente de
vuelta en la realidad.

***

Son casi las diez cuando oigo el crujido de los escalones del
frente. Supongo que es Jack o Keith.
Hasta que suena un golpe.
A través de las persianas, espío a una sola figura apoyada contra
muletas, esperando.
Una erupción salvaje de mariposas revolotea en mi estómago. No
he oído de Brett desde la hora del almuerzo, antes de su cita. Y ahora
está parado en mi puerta.
Envolviéndome en una manta, no para calentarme, sino para
cubrir la camisa de dormir que estoy vistiendo, abro la puerta. —Oye,
¿qué haces aquí?
Brett me mira fijamente a través de esos brillantes ojos intensos
durante un largo momento antes de dar una ligera sacudida de cabeza.
—Tenía que verte. —No está sonriendo.
Me asomo a su lado en el patio delantero. La SUV de Donovan
está aparcada ahí fuera, bloqueando la vista para cualquier posible
merodeador detrás de Rawley. Pero, para estar seguros, lo llevo dentro,
sintiendo el débil aroma de la cerveza. —¿Está todo bien?
Duda un momento, y luego levanta la mano para girar un mechón
rebelde de mi pelo, húmedo de la ducha. El resto está amontonado
encima de mi cabeza. Finalmente, la más pequeña sonrisa curva sus
labios. —Siempre fui partidario de Piglet.
Tardo un momento, pero luego suelto una risita, dándome cuenta
de que me he envuelto en una manta de lana de Winnie the Pooh. Por
supuesto, Brett, incluso con un par de vaqueros y una simple camiseta
gris, lo suficiente ajustada como para acomodarse sobre las curvas de
su pecho amplio y esculpido, parece que podría estar de camino a casa
después de una sesión de fotos de portada.
—No te desperté, ¿verdad?
—No, no podía dormir. —Estaba preocupada cuando no había oído
de ti, no lo agrego, asustada de que me pueda hacer sonar pegajosa. No
me atrevo—. ¿Cómo fue la cita con el médico?
La dura línea de su mandíbula se tensa. —Bien. —Se acerca, 243
tentativamente, para desanudar mi cabello, soltando las ondas largas y
húmedas para que caigan y se asienten contra mi cuello desnudo. Un
escalofrío me atraviesa mientras su dedo patina sobre mi piel, mientras
sus ojos parpadean hacia mis labios. Lo siento inclinado hacia adelante
e inhalo bruscamente.
Se congela, luego se aleja.
Y me mareo de anticipación. Me toma unos momentos calmar mi
respiración. —Ven a sentarte.
—Buena idea. —Se encamina y prácticamente cae en el asiento,
empujando sus muletas hacia un lado con un silencio—. Odio estas
malditas cosas. —Aterrizan en el piso con un ruido escandaloso.
Me estremezco, mis ojos se dirigen a mi habitación, donde Brenna
duerme.
—Mierda. —Cierra los ojos y baja la cabeza—. Lo siento.
Sí. Brett ha estado bebiendo, y por lo visto, mucho.
—Está bien —le aseguro, pero me inclino para cerrar la puerta del
dormitorio hasta el final.
—No tendrías una cerveza o algo así, ¿verdad?
—De hecho, tengo lo mejor para ti. —Me dirijo a la cocina para
tomar un vaso alto de agua. Tengo la última lata de cerveza de Keith en
la nevera, pero no voy a entregársela a Brett ahora mismo—. Toma.
Él sonríe mientras alcanza el vaso, su mano agarrando mis dedos
en el proceso.
—Voy a cambiarme a...
—No. No lo hagas. —Su mirada recorre mis piernas desnudas en
tanto exhala suavemente, tirando de la manta para guiarme.
Me instalo en el sofá a su lado, apretándome junto a sus piernas
estiradas, y lo veo beber en silencio, la punta afilada de su manzana de
Adán se balancea con cada trago. La tensión irradia de él.
—¿Que pasó hoy?
No responde, pero el brillo que cubre sus ojos, la forma en que
parpadea varias veces me responde.
—Sabes que puedes decirme cualquier cosa, ¿cierto? Nunca diría
ni una palabra a nadie.
Su musculoso pecho se levanta y baja con una respiración
profunda. —Mi carrera podría haber terminado.
—Pero… —Frunzo el ceño cuando la sorpresa de su admisión se
asienta sobre mí, mientras estudio el yeso en su pierna—. Los jugadores
de hockey se rompen los huesos todo el tiempo. ¿No hay un tipo que se
rompió la espalda? —Me estoy devanando los sesos para recordar lo que
Jack y mi padre discutieron la otra noche—. No puedo recordar su
nombre, pero volvió a jugar. 244
—La declaración oficial es que siguen teniendo esperanzas, pero
mi médico no está contento con la forma en que se está curando hasta
ahora.
—¿Y eso qué significa? Solo ha pasado un mes.
—Fue una mala ruptura. Varias, en realidad. —Brett mira hacia
delante ausente—. Él dijo que debía prepararme para la posibilidad de
que no pueda jugar como antes. Tal vez nada en absoluto. Podría estar
caminando con una cojera por el resto de mi vida. —Su voz está llena
de emoción cruda—. Pensé que estaría jugando durante otros diez años,
pero aquí estoy, veintiséis y acabado. Si no puedo jugar al hockey, no sé
qué diablos más voy a hacer con mi vida. —Su mano cae floja en su
regazo—. Sigo diciéndole a la gente que agradezco estar vivo y que hay
más en la vida que este juego, pero ahora mismo… Siento que mi vida
ha terminado.
Mi corazón sufre por él.
Suena tan perdido.
—¿Alguien más lo sabe?
—Mis padres. Y ahora tú.
Lucho para hallar la respuesta correcta. No quiero simplemente
descartar las palabras del médico como algo prematuro porque eso no
aliviará su preocupación. Claro, podría señalar que él está en un buen
lugar financieramente. Pero no creo que esto se trate de dinero. Es que
toda su realidad, todo por lo que ha trabajado tan duro, podría serle
arrebatado.
Por fin me decido por: —Todavía no vamos a perder la esperanza.
Gruñe suavemente pero no dice nada, y siento que he dicho lo
incorrecto. Pero ¿qué se le dice a un atleta de clase mundial que ha
trabajado toda su vida para llegar a donde está, solo para que todo se
termine tan abruptamente? Supongo que lo mismo que le dices a un
médico que pierde el uso de sus manos, o a un artista que pierde la
vista.
—Lo siento mucho, Brett. Si pudiera arreglarlo por ti, lo haría.
Recibo un solemne cabeceo a cambio.
Le quito el vaso y lo coloco en la mesa de café, luego pongo su
mano en la mía, dándole la vuelta para poder dibujar mi dedo a lo largo
de los pliegues. Solía hacer lo mismo con las manos de Scott. Recuerdo
que las manos de Scott eran lisas y delicadas, estropeadas solo por los
ocasionales restos de pintura al óleo.
Las manos de Brett son ásperas y callosas. Su dedo índice
izquierdo está ligeramente doblado, como si se lo hubiera roto y no se
ajustó correctamente. Parecen manos que han trabajado mucho para
ayudarlo a llegar a donde está actualmente.
De repente, me agarra la mano y la gira para estudiar el plomo 245
que manchó mis dedos con el ceño fruncido.
—Es un lápiz.
—¿De qué? —Su mirada se desplaza hacia mi cuaderno de dibujo,
posado sobre la mesita de café—. ¿Qué es eso?
—Nada. Solo… algo para Brenna. —Levanto la tapa con el dedo,
cerrándola. Cuando me giro, encuentro a Brett mirándome fijamente—.
¿Qué?
—Te ves increíble esta noche.
No puedo evitar el resoplido poco atractivo o la sonrisa que sigue.
—Entonces debes estar increíblemente borracho.
Finalmente, él sonríe. La primera sonrisa real que he visto desde
que llegó, una sonrisa deslumbrante que tiene el poder de convertirme
en una adolescente risueña si lo permito.
Un largo momento de silencio cuelga en mi casita, mientras él me
estudia, mientras siento pensamientos corriendo por su mente a los que
no le da voz.
Finalmente, apunta hacia la mesa de café. —Cuéntame sobre eso.
—En realidad, no es nada. Solo un cuaderno de dibujo.
Inclinándose hacia delante, recoge el libro en su regazo y empieza
a revisar las páginas. —¿La Casa de Pan de Jengibre…? —Estudia el
antiguo listado de ventas que guardé y metí en la cubierta interior—. En
serio, ¿qué es esto?
El calor se arrastra por mi nuca. —Solo un sueño que Brenna y
yo hemos tenido por un tiempo. —Le cuento acerca de la casa en Jasper
Lane con las centellantes luces de Navidad—. Es un poco tonto, pero
me ha puesto a dibujar después de tantos años, así que eso es algo.
—¿Eso es lo que quieres hacer? ¿Tener una posada?
Estoy luchando por concentrarme en cualquier cosa aparte de su
mano izquierda, colocada en mi muslo, su palma caliente contra mi piel
desnuda, sus dedos extendidos, su alcance de par en par. En silencio,
agradezco a Dios por los pequeños milagros, es decir, el milagro de que
me haya afeitado las piernas esta noche. —Ni siquiera se trataba de una
posada cuando empecé esto. Era una forma de darle vida para Brenna.
Quería mostrarle cómo soñar. Pero entonces la idea empezó a gustarme.
Creo que sería un lugarcito increíble para los turistas. —A pesar de mi
historia complicada con Balsam, mi adoración por Jasper Lane se ha
mantenido intacta. Si viviera allí, siento que podría tener una vida
completamente diferente.
—El turismo es grande por aquí en el verano, ¿no? —Espero un
toque de burla en su tono, pero no hay nada hasta ahora.
—No solo en verano. Las bodegas locales y los festivales atraen a
una buena multitud en otoño. Y luego está el invierno, con las colinas
de esquí. He escuchado a los clientes de Diamonds quejarse de que las 246
habitaciones pueden ser difíciles de conseguir, incluso cuando se llama
con un año de antelación, especialmente en Navidad. Balsam es muy
bonito en las fiestas.
Se detiene en el bosquejo completo que hice de memoria de cómo
se ve la casa en diciembre, las ventanas adornadas con grandes coronas
y arcos carmesí y diminutas luces blancas. Incluso utilicé lápices de
colores esmeralda y rojo rubí para añadir un toque de color. —Esto es
increíble. Eres muy talentosa.
—Gracias.
—¿Alguna vez pensaste en ir a la escuela para esto?
—Por un tiempo, sí. —Hasta que dejé los estudios. La vergüenza
burbujea dentro de mí. Posiblemente mi más grande arrepentimiento es
haber bajado las escaleras de mi escuela secundaria ese último día,
sabiendo que no volvería—. Aunque es difícil entrar en la universidad
con un GED2. —Mantengo los ojos en mi cuaderno de dibujo y rezo en
silencio para que no me juzgue duramente por eso.
Siento que su mirada parpadea hacia mí. —Él era tu maestro de
arte, ¿verdad?

2 El GED o General Educational Development Test, es una certificación para el


estudiante que haya aprendido los requisitos necesarios del nivel de escuela
preparatoria estadounidense o canadiense.
Asiento.
—¿Y por eso has dejado de dibujar durante todos esos años?
Otro asentimiento.
Brett hojea lentamente las páginas, deteniéndose en el pequeño
estudio que he llenado con mesitas, adornadas con pequeñas tazas de
té inglesas y platos de porcelana blanca. —¿Sala de desayuno? —Lee el
título.
—Está orientado hacia el este.
—El sol de la mañana. —Su dedo traza los rayos de tinte amarillo
que atraviesan la ventana.
—Sería bonito, ¿no?
Sigue moviéndose, deteniéndose sobre el invernadero de la parte
de atrás que he bosquejado, lleno de exuberantes plantas verdes y una
zona de estar para leer en la tarde.
—Añadí eso.
—¿Y esto?
—Hay una suite de dos dormitorios unidos a la izquierda. Allí es
donde Brenna y yo viviríamos. —Miro la página para mostrar al husky
sentado en su caseta de perro—. Con Stella, por supuesto.
—Por supuesto. —Brett sonríe mientras sigue hojeando página 247
tras página, de dormitorios y vestíbulos delanteros, y salones que he
pasado horas diseñando, nada más que intriga expuesta en su rostro.
—Este es mi favorito.
Se detiene en el dibujo de dos páginas de la habitación en el
tercer piso.
—Me encantan todos los techos inclinados, y hay un candelabro
gigante aquí. Y puedes ver el lago desde la ventana. No sé si realmente
querría alquilar esa parte. Creo que lo guardaría para Brenna y para mí.
Hay una escalera separada en la parte de atrás de la casa que te lleva
hasta arriba.
Desliza su dedo sobre todas las estanterías que he dibujado.
—Entonces, ¿cuándo pensabas comprar este lugar?
Me río. —Dudo que los nuevos propietarios tengan planes para
venderla. —Lo último que supe es que una pareja mayor y rica con una
gran familia de la ciudad lo compró.
Llega a la última página, cerrando la tapa suavemente antes de
volver a ponerlo en la mesa de café. —Es bueno tener sueños. Sin ellos,
no tendríamos metas. Y sin metas… ¿qué sentido tiene la vida? —Su
cabeza se cae hacia atrás, y se queda allí, mientras mira fijamente a mi
techo, sus pensamientos claramente en algún lugar lejano. Hay un aire
de melancolía pendiente sobre él que me gustaría poder disolver.
Me vuelvo y descanso mi cabeza junto a él, admirando la curva
aguda de su garganta y la escultura de sus labios durante un largo
momento. Cada centímetro de él es perfecto. —Yo había abandonado la
escuela secundaria y dormía en el sofá en el apartamento de una amiga
desempleada, cuando descubrí que estaba embarazada. Pensé que mi
vida había terminado. Me arrepiento de muchas cosas, pero no puedo
imaginar mi vida sin Brenna. Ella es lo bueno que salió de todo esto. —
Por mucho que me encanta su mano exactamente dónde está en mi
muslo, ahora la levanto a mi boca, presionando mis labios contra el
dorso de la misma. Desesperada por consolarlo de cualquier forma que
pueda—. Las cosas tienen una forma de funcionar. Se resolverán para
ti, Brett. Incluso si el doctor tiene razón, y ya no puedes jugar. Algo
bueno saldrá de lo malo. Siempre pasa. Así es como la vida se equilibra
a sí misma. Así es como la gente sigue adelante.
—Tú saliste de eso. —Su cabeza gira hacia un lado, para mirarme,
sus ojos vidriosos se deslizan sobre mis rasgos, su boca tan cerca que,
con solo una ligera inclinación, sus labios estarían rozando los míos—.
Mis sentimientos nunca tuvieron que ver solo con que me salvaras la
vida. Ya no desde el momento en que te conocí. —Las palabras son un
latido en lo profundo de mi pecho, su voz ha bajado tanto—. Cuando
busco una forma de dar las gracias, envío flores, doy un abrazo. No me
vuelvo loco pensando... —Sus palabras se cortan con una inhalación
aguda, su mano en la mía se tensa ligeramente. Cerrando los ojos,
exhala lentamente. Por fin, vuelve a encontrarme con la mirada, sus
ojos crudos y calientes, sus respiraciones imprecisas—. Esto nunca se
248
ha tratado de gratitud, Catherine.
Me cuesta respirar.
—Dime que me crees.
—Te creo…
Él se roba mi última palabra con su boca. Mi cerebro lucha por
procesar lo que está sucediendo. Esta vez no se puede confundir con un
simple afecto amistoso. Brett Madden me está besando. O tratando de
besarme, porque estoy congelada.
Y cuando la impresión finalmente se dispersa, acepto que quiero
esto, y a Brett, más de lo que jamás he deseado a nadie.
Empieza a alejarse. —Lo siento. No debería haber...
Me adelanto, robando sus palabras tan rápidamente como él tomó
las mías, mis dedos alcanzan su mejilla, la capa más ligera de rastrojo
cosquilleando mi piel. Y así como yo me encontraba congelada hace un
momento, él también lo está ahora. Por un segundo fugaz, me temo que
he perdido mi oportunidad, que he estropeado las cosas.
Y luego se mueve rápidamente, su mano agarrando mi nuca, su
lengua deslizándose a lo largo de mis labios, engatusándome a abrir la
boca. Entrando a lamerme con pinceladas expertas, el sabor de la
cerveza burlándose de mis papilas gustativas. Siento una urgencia en
él, como si lo necesitara. Y tal vez lo necesite después de las noticias
preocupantes que recibió. Que pensara en venir aquí, que necesitara
venir aquí…
En silencio me permito aceptar que este hombre me quiere de
verdad, por el tiempo que sea.
He perdido mi agarre en mi manta, ahora la mitad perdida en el
suelo, mi camisa de dormir raída sube a lo alto de mi cadera mientras
me aprieto contra el cuerpo caliente de Brett. Ese cuerpo que me moría
por tocar. Mi mano empieza a ir a la deriva y a explorar, tímidamente al
principio, desde su mejilla hasta su cuello, mis dedos arrastrándose por
sus duras curvas mientras me besa profundamente y con completo
abandono. Su aliento se agita cuando llego a su pecho, presionando mi
palma contra el lugar donde su corazón ahora late frenéticamente.
Recuerdo la sensación de los chicos de secundaria, su piel todavía
suave, sus cuerpos aún en desarrollo.
Recuerdo a Scott Philips, el cuerpo de un hombre, con definición
y una capa de pelo sobre su pecho.
Brett se siente completamente diferente, irreal. Una escultura de
músculo afinado y trabajo duro flexionándose debajo de mis dedos.
Se aleja el tiempo suficiente para darme esa mirada… esa mirada
caliente que me hace vibrar todo el cuerpo y me despoja todos los
pensamientos de la cabeza. En realidad no digo la palabra “bien”, pero 249
debe ser capaz de sentirla porque en un movimiento sorprendentemente
rápido, Brett ha enganchado una mano debajo de mi rodilla y me está
levantando con poco esfuerzo sobre su regazo para que me siente a
horcajadas.
—Tu pierna —susurro contra su boca, temiendo lastimarlo.
—A la mierda mi pierna —gruñe, tirándome contra él, estirando
mis muslos de par en par, hasta que mi pecho esté a ras del suyo y sus
brazos se enrollan a mi alrededor y puedo sentirlo duro contra mí. Dios,
ha pasado tanto tiempo desde que sentí eso.
Y cada día de cada año de estar sin esto ha valido la pena para
este mismo momento con Brett.
Sus manos se extienden por mi espalda, con los dedos amplios,
sosteniéndome, haciéndome sentir ligera en su alcance impresionante.
No puedo evitar la forma intencional en que muevo mis caderas, el
profundo latido que comienza a agitarse dentro de mí. Eso hace que sus
labios maldigan suavemente. Una maldición simple y común que es tan
sensual viniendo de él, su voz vibrando profundamente dentro de mí,
haciéndome gemir contra su boca.
Tira de mi camisón, el dobladillo agrupado en sus puños. —Esto
es lo más suave que he sentido nunca —murmura contra mis labios.
—Debería haberlo tirado hace unos tres años —susurro.
Tan suavemente, sus dedos se deslizan bajo mi camisón justo
cuando sus labios se alejan los míos, arrastrándose a lo largo de la
línea dura de mi mandíbula, tambaleando mi aliento mientras siento los
primeros golpes de calor patinando a través de mi cuello. —No lo hagas.
Estoy disfrutando lo que puedo ver a través de él.
Inhalo bruscamente y sus manos callosas resbalan hacia arriba
en una suave y agonizante caricia lenta, cosquilleando mi caja torácica
y memorizando el plano de mi estómago.
Me trago mi preocupación consciente de que mis pechos no son
suficientes para él —he visto los tipos de chicas que conoce—, pero aun
así me tenso en el momento en que sus pulgares los trazan, esbozando
lentamente su forma sutil.
Debe notar mi cautela porque sus manos se detienen en su lugar,
como para permitirme acostumbrarme a su toque. —Eres perfecta. Lo
sabes, ¿verdad? —Cuando no respondo, retrocede, lo suficiente para
encontrarse con mis ojos, su nariz acariciando la mía con afecto—. No
quisiera cambiar ni una sola cosa de ti. Nunca.
Mi corazón late en mi pecho. Debe ser capaz de sentirlo con su
mano contra mí, la yema de su pulgar se mueve otra vez, deslizándose
suavemente hacia adelante y hacia atrás sobre mi pezón.
Capturo sus labios y estamos enredados de nuevo, sus manos
van a la deriva, dando vueltas alrededor de mi espalda, agarrándose con
fuerza a mi cuerpo para acercarme más firmemente. Permito que mis 250
propias manos exploren otra vez, con más confianza, por ese cuello
fuerte y grueso que conduce a una clavícula aún más impresionante
asomándose de su camisa. Aprieto la camisa mientras él hace lo mismo
con la mía, deseando que se la quite, deseando que pueda sentir su
cálida piel contra la mía.
Me libero de su boca y me inclino hacia atrás lo suficiente como
para empujar su camisa hacia arriba, exponiendo las crestas de su
duro estómago y pecho, que se agita con cada respiración laboriosa.
—Oh, Dios mío. Eres... —Observo su piel dorada, erizada, con sus
pezones erectos. Es el ser humano más perfecto que he visto, y me
desea.
Su agarre en mis caderas se aprieta mientras mis ojos siguen ese
rastro de pelo oscuro desde su ombligo, hacia abajo, imaginando mis
dedos deslizándose por debajo de su cinturón. Incluso si no pudiera
sentirlo ya contra mí, la cresta de sus vaqueros es descaradamente
obvia.
Presiono mis caderas contra él otra vez, un gemido se me escapa
con la fricción deliciosa.
—Cath. —La advertencia brilla en sus ojos, su respiración es
temblorosa.
Me vuelvo a moler contra él, el dolor profundo dentro de mí tan
consumidor, ya no me importa que estemos en mi sofá en mi sala de
estar, o que esto puede salirse de las manos.
—Maldita sea... —Sus dedos se enrollan alrededor de los lados de
mis bragas, tirando de ellas amenazadoramente.
—¿Mamá?
La única palabra, hablada con voz soñolienta, es como un balde
de agua helada sobre los dos.
Los dedos de Brett sueltan su agarre una fracción de segundo
antes de que salga de un salto de su regazo, su camisa cayendo para
cubrirlo justo cuando Brenna llega tambaleándose de su habitación,
frotando los puños cerrados sobre sus ojos.
—Mierda —susurro entre respiraciones entrecortadas, esperando
que todavía esté demasiado somnolienta para procesar lo que pudo
haber visto. Esperando que pueda volver a dormir antes de que se
despierte completamente—. Volveré en un minuto. —Salgo del sofá.
—¿Brett? —pregunta ella, con sueño.
Suspiro. Estupendo.
—Hola, Brenna. —Parece que se ha puesto sobrio casi de
inmediato.
—¿Qué haces aquí? 251
—Vine a visitar a tu mamá. Tuve un día duro y quería verla.
—Vuelve a dormir, Brenna. —Con las manos en sus hombros,
trato de guiarla suavemente hacia su habitación.
Se aleja, vagando hasta el sofá, la parte inferior de su pijama es
un poco demasiado grande y suelto de una manera adorable. Estudia
su escayola. —¿Todavía te duele la pierna?
Él frunce el ceño, siguiendo su mirada. —No tanto como antes.
Aunque intento no pensar en ello.
—¿Por qué? ¿Te hace sentir triste?
Asiente.
—Deberías pensar en cosas que te hacen feliz. Eso es lo que hago
cuando estoy triste.
Es extraño escuchar las palabras que he dicho una y otra vez
repetidas en la voz de una hija.
Brett la mira por un largo momento, una expresión ilegible en su
rostro. —¿En qué piensas?
Ella no se pierde ni un instante. —Mi perrita, Stella. Todavía no la
tengo, pero algún día la tendré.
Una sonrisa se extiende lentamente por la cara de Brett. —Un
perro llamado Stella también me haría feliz. ¿Qué más?
Debería detener esto, llevarla de vuelta a la cama —Dios sabe que
tardará una eternidad ahora que su cerebro se está disparando—, pero
es imposible no quedarse atrás y ver la forma en que Brett está con ella,
tan genuino y natural.
—Umm... el tío Jack… —Ordena sus pensamientos—, helados,
libros, mis muñecas, gofres...
Brett se esfuerza por no reírse. —¿En ese orden?
—Sí. Oh. —Se ríe—. Casi lo olvidé, mi mamá.
—Sí, ella también me hace feliz. —Su mirada parpadea hacia mí,
con un destello secreto—. Pero debes volver a la cama. Ya es tarde.
—Di buenas noches, Brenna.
Ella se balancea con un toque de vacilación antes de subir al sofá
y envolver los brazos alrededor de su cuello. —Buenas noches.
Brett se detiene, incapaz de esconder la momentánea sorpresa.
Pero cuando enrolla un brazo alrededor de su cuerpo, encorvándola
contra él, estoy bastante segura de que mi corazón está a punto de
explotar en mi pecho.
Me toma un momento reponerme y llevarla de regreso a la cama.
Afortunadamente, no discute cuando le digo que no puedo dejar a Brett
solo. Simplemente se pone de lado y cierra los ojos.
Salgo para encontrar a Brett de pie, maniobrando alrededor de la 252
mesa de café con sus muletas. Se dirige hacia la puerta. —Entonces,
¿cuándo empiezan los niños a dormir por la noche?
Suspiro, tratando de ocultar mi decepción por su partida.
—Cuando los crías adecuadamente. He creado un monstruo. Pero
nunca me ha importado. Hasta ahora. —Me acerco para suavizar mi
mano sobre la parte superior de su camiseta, compensando solo un
toque—. Aunque probablemente sea algo bueno que se haya levantado
cuando lo hizo.
—No he venido aquí buscando eso, lo juro. No quiero que pienses
eso.
—No pienso eso en absoluto. —Pero, ¿qué debe pensar Brett de
mí? Que me subiría tan fácilmente a su regazo, que me presionara tan
rápidamente contra él—. No suelo ser tan... Ha pasado mucho tiempo
para mí —balbuceo. Desde que he estado con un hombre. Desde que he
confiado en un hombre.
No dice nada durante un momento, simplemente me acaricia el
pelo de la cara con un toque suave. —¿Cuánto tiempo?
—Desde el padre de Brenna.
Sus cejas se elevan con leve sorpresa.
—¿Qué?
—No. Nada. —Respira profundo—. No debería haber venido, no
cuando he estado bebiendo.
Mi mano se dirige a su pecho para frotar sus curvas. —Me alegro
de que hayas venido. —Y más que nada en este momento, me gustaría
que pudiera quedarse. Pero esa no es una opción, no con Brenna.
Se aferra a mis dedos, sujetándolos sobre su corazón, dejándome
saborear el sonido fuerte y firme. —Debería irme.
—Bien. —Mi cuerpo todavía ronronea con la emoción de estar
presionada contra él.
Se inclina para besarme, sus labios suaves y húmedos engatusan
a los míos para que se muevan en una danza lánguida e íntima. Se
aleja lentamente, lo suficiente para apoyar su frente contra la mía,
nuestras narices rozándose. —Realmente debería irme.
Mi risita es juguetona mientras doy un paso atrás.
—Y no te atrevas a deshacerte de eso. —Su mirada se posa en mi
camisa de dormir gastada, deteniéndose en mi pecho antes de bajar
más para estudiar mis muslos.
Me sonrojo furiosamente. —Realmente deberías irte.
Su rostro se divide en una sonrisa.
—Espera, déjame abrirte la puerta. —Con la mano en el pomo de
la puerta, dudo. No quiero recordárselo, pero estoy segura de que no lo 253
ha olvidado—. Lo siento por las noticias de hoy. Pero todavía no hay
nada seguro.
Su mandíbula se tensa con su asentimiento.
Inclinándose, deja un último y persistente beso en mis labios.
—Buenas noches, Cath.
—Buenas noches.
Miro desde la ventana como las luces traseras de la camioneta
desaparecen por el carril.
Y no puedo evitar sonreír.
Traducido por Zara, Madhatter, Mely & amaria
Corregido por Florpincha

—¿Te he dicho alguna vez que eres mi hermana favorita? —Jack


me sonríe desde su lado del SUV negro antes de dejar que su mirada se
deslice por la ventana hacia la ciudad que se acerca—. Pero no se lo
digas a Emma. Probablemente necesitaré un abogado algún día.
—¿Por qué tiene una pistola? —pregunta Brenna en voz alta, y me
toma un segundo comprender que habla de Donovan. Ha estado pegada
a la película de Disney en la pequeña pantalla de televisión desde que 254
nos fuimos de casa con los auriculares transmitiéndole el audio.
—Por seguridad. También es guardaespaldas —dice Jack.
—¿Qué? —grita, luego sonríe y se saca sus auriculares—. ¿Qué
dijiste?
Él lo repite, agregando: —Los otros tipos también tenían armas,
¿recuerdas?
—¿Eran guardaespaldas? Pensé que eran solo trabajadores.
—Trabajaban siendo guardaespaldas.
—Oh.
Noto que quiere preguntar más, pero rápidamente es distraída por
la película y desliza sus auriculares de nuevo y vuelve a mirar.
—Tienes que admitir, esto es bastante dulce.
Jack está tratando de mantener la calma, pero su larga pierna
vestida de vaqueros está balanceándose de emoción.
Es agradable, admito en silencio, ser recogida y llevada todo el
camino al centro de Filadelfia en un bonito, limpio y espacioso SUV. No
tener que preocuparse por los atascos de la ciudad, el estacionamiento
o conducir por las calles de sentido único. He estado en Filadelfia tal
vez un puñado de veces y normalmente no era en el centro. Ahí es
donde vive Brett, en un condominio a lo largo del río Delaware, a unos
diez minutos en coche de la playa de acuerdo con Donovan.
Me muero por ver su hogar. Una casa puede decirte mucho sobre
una persona. Mi casa diría que no tengo mucho dinero, pero me siento
orgullosa de encontrar posibilidades en lo inesperado. Un destartalado
carrito de la biblioteca como mesa auxiliar. El marco de una puerta
desgastado y envejecido que convertí en un espejo de pie. Una escalera
de madera salpicada de pintura que Keith me ayudó a montar de forma
horizontal en la pared para usarla para los libros.
Muchas veces en las últimas semanas, me preguntaba cómo es el
mundo de Brett. Dónde vive, dónde duerme, dónde le gusta descansar.
Pronto lo sabré.
—¿Por qué lleva traje? —pregunta Brenna de repente.
Me encuentro con los ojos de Donovan en el espejo retrovisor
durante un instante antes de que los gire de nuevo a la carretera y al
mar de luces traseras, pero no capto una reacción, de una manera u
otra.
Levanto un lado de sus auriculares.
—Supongo que le gusta usar trajes. Deja de gritar, por favor.
—Deberías haber oído a papá, cuando se lo dije. Creo que estaba
amargado por no haber recibido una invitación también —dice Jack.
—Está recibiendo entradas de temporada durante los próximos
255
veinticinco años. Además, no podría traer a papá y no a mamá.
Y es imposible que ya esté sometiendo a Brett a eso.
—Solo piensa, si tú y Madden se comprometen, probablemente
podrías tener entradas para cualquier partido de la Copa que quieras.
Le echo una mirada a mi hermano, muy consciente de que
Donovan puede oírnos, aunque esté fingiendo no escuchar. Moriría si él
fuera y le dijera a Brett que estábamos hablando de matrimonio por el
camino.
—Has estado leyendo demasiados cuentos de hadas con Brenna.
Nadie se casará con nadie.
La radio llena el silencio por un desagradable momento.
—¡Pero imagínate si te casaras… ouch! —Jack se frota el lugar
detrás de la oreja donde acabo de golpearlo. Después de unos segundos,
murmura suavemente—: Aún eres mi hermana favorita.
—Seguro.
Suspiro, dejando que mi mirada se desvíe a través del mar de
edificios a los que nos estamos acercando. Esta se suponía que era mi
vida. Vivir en una ciudad grande, ir a la universidad, tener un buen
trabajo. Siete años más tarde, todavía estoy en Balsam sin objetivos en
la vida más allá de pagar mis facturas cada mes y asegurarme de que
Brenna está cuidada. Empiezo a temer que un día giraré una esquina y
encontraré que la mitad de mi vida se ha ido. Brenna habrá crecido y se
habrá ido, y yo, todavía estaré de alquiler en esa cabañita detrás del
salón de billar y sirviendo desayunos grasos y las hamburguesas
famosas de Leroy. No obstante, no puedo lamentarlo, porque ese mundo
en la ciudad que soñé no incluía a Brenna.
Frunzo el ceño delante de nosotros.
—¿Han alertado lluvia más tarde?
—Hay un gran sistema de tormentas en movimiento —responde
Donovan, su voz es un profundo murmullo de descontento—. Se supone
que durará hasta la noche.
Echo una ojeada a las nubes oscuras.
—Entonces me alegro de que vayas a conducir.
Brenna se inclina. —¿Mamá?
—¿Sí?
Mira a Donovan y luego de vuelta a mí, para susurrar: —¿Por qué
no tiene cuello?
Solo que no es un susurro debido a esos malditos auriculares.
Jack cubre su carcajada con un ahogado sonido estrangulado.
Mi cara se enrojece mientras le disparo esa mirada, esa que dice: 256
“No hagas preguntas así y agacha la cabeza”. Cuando por fin me atrevo
a mirar hacia delante, veo a Donovan sonriendo.

***

Paramos junto a un ascensor de servicio en el estacionamiento


subterráneo del edificio de Brett. Un hombre con un bigote Dalí y una
sonrisa amable nos espera allí con una llave especial. Se presenta como
el gerente y se pasa los siguientes veinticuatro pisos hablando de las
probabilidades de los Leafs ganando la Copa con Jack y, por supuesto,
conoce cada estadística de cada jugador. Recopilo lo que puedo para no
parecer totalmente desorientada. Toronto y Los Ángeles están jugando,
van empatados a dos partidos cada uno, y Toronto no ha ganado una
Copa en cincuenta años; luego dejo que mi atención se deslice hacia mi
entorno.
El edificio de Brett es básicamente lo que me esperaba, nuevo y
lujoso. Afuera, es uno de esos altos edificios de cristal, que se eleva
sobre las estructuras circundantes con una vista fácil del río. En su
interior, es elegante y moderno, con largos y bien iluminados pasillos
alineados con puertas de caoba extra altas a ambos lados.
Cuando llegamos al final del pasillo, Donovan llama al timbre.
—¡Estás apretando mi mano con demasiada fuerza! —se queja
Brenna.
—Lo siento.
Respiro hondo para tratar de calmar las mariposas que golpean
en mi estómago.
La puerta se abre a un sonriente Richard. Retrocede, dándonos
espacio para entrar en el sencillo vestíbulo blanco.
—Te llamaremos más tarde —le dice a Donovan, despidiéndolo.
Alguien está haciendo sonidos de arrastre desde adentro.
—¡Quédate ahí! Los llevaré —grita Richard, guiñando un ojo a
Brenna y tomando la mano de Jack en un firme apretón de manos—.
Es bueno verte de nuevo, Jack. Ya sabes, la última vez que hablamos,
no me di cuenta de que jugabas para los Gopher.
—Sí, señor. —Las mejillas de Jack se ruborizan. Sé lo que está
pensando... para que Richard lo sepa, Brett debió haberlo dicho, lo que
significa que su ídolo estaba hablando de él.
—Entren, los dos. Brett está justo allí, descansando en el sofá. —
Me sonríe—. Me alegra verte de nuevo, Catherine. Meryl estará feliz de
saber que estás aquí.
Algo parpadea en sus ojos. No puedo leerlo por completo, pero
estoy bastante segura de que es positivo. Al menos espero que lo sea. 257
No me di cuenta hasta ahora de cuánto me importa que los padres de
Brett aprueben esto entre nosotros.
Bajo la voz. —¿Cómo está?
Brett y yo hemos hablado todos los días, sobre todo a través de
mensajes de texto, pero nuestras conversaciones han sido triviales.
Coqueteo. No he abordado el tema más allá del ambiguo “¿Cómo te
sientes hoy?”. Él no se ha extendido más allá de “vivo”. Como si eso
fuera todo a lo que tuviera para aferrarse.
Richard se encoge de hombros.
—Lo intenta. No ayuda estar encerrado. He tratado de mantener
su mente ocupada con nuestro material de caridad, y me las arreglé
para sacarlo de aquí unas cuantas veces. Ya sabes, para levantar pesas
en el gimnasio, o simplemente disfrutar del buen clima en el río, pero...
Me alegro de que estés aquí.
Con la mano puesta con tanta delicadeza en mi hombro, me
conduce a la vuelta de la esquina.
Mi respiración se queda atrapada ante la vista de Brett, estirado
sobre un sofá modular de cuero marrón, con la pierna apoyada sobre
almohadas en una mesa de centro rectangular.
Su mirada intensa me atrapa y no dice nada por tres... cuatro...
cinco segundos antes de dar una pequeña sacudida de cabeza.
—Siento no haberme levantado para encontrarte en la puerta. O
vestirme.
Gesticula hacia su largo y delgado cuerpo vestido con una suave
camiseta negra de los Flyers y pantalones negros.
Y aquí estaba yo, solo pensando en lo atractivo que se ve, el
cabello cayendo hacia atrás en una onda natural, su mandíbula dura y
bien formada, sus ojos azules genuinos y brillantes. La cicatriz en su
frente es imposible de no ver y sin embargo apenas la noto.
—Está bien. Tienes una buena excusa.
Este hombre me quiere.
Y la última vez que lo vi, me besaba con abandono, dejando mis
labios tiernos durante días, y el resto de mi cuerpo celoso. Me hallo
desesperada por sentir la presión de su boca contra la mía una vez más.
Pero me quedo donde estoy, ya sea por la audiencia, mi impresionable
hija, o porque me siento repentinamente tímida a su alrededor.
—Mi mamá se compró eso para hoy.
Brenna señala el mono negro corto que ayer compré en Threads,
después de haberlo admirado en el maniquí mientras hacía compras el
fin de semana pasado. El material de seda es suave contra mi piel. El
estilo es suelto pero atractivo, una sola pieza fácil de poner, sujeto en la
cintura por una corbata de seda, la parte superior sin mangas con un
corte en forma de V en el frente y en la espalda, los pantalones cortos 258
mostrando bastante muslo, pero no demasiado. Es elegante y con clase,
algo que falta en mi armario.
Siento que mi rostro enrojece cuando Brett me echa una mirada
rápida como un rayo, deteniéndose sobre mis piernas desnudas, antes
de volver a darle a Brenna su atención. Él sonríe.
—Ella se ve muy bien.
—Sí. Es cuerto —dice Brenna de manera muy casual—. ¿Sabías
que mi tío también juega al hockey?
—Sí. Nos conocimos la semana pasada, ¿recuerdas?
Brett se adelanta para darle la mano a mi hermano, que está
tratando desesperadamente de mantener la calma.
Brenna se acerca a una vitrina en la esquina de la habitación que
alberga las placas y los trofeos de Brett, su mochila aún colgada sobre
sus hombros. Los ojos de Brett permanecen en ella todo el tiempo, una
mirada ilegible en ellos.
—¿Has ganado todo esto?
—Sí, así es.
Asiente lentamente hacia sí misma, luego sus ricos ojos marrones
vagan por el resto de la sala de estar. Dejo que la mía pasee junto a la
suya.
El condominio de Brett no es nada como imaginé.
Modesto sería la palabra que podría utilizar. Hay un mueble de
esquina y es el doble del tamaño de mi casa fácilmente, pero asumí que
sería más grande. Además, es austero. La vitrina es realmente el único
toque personal que veo. El lugar es sencillo y limpio. La zona principal
está abierta con un techo alto sobre la sala de estar. Un altillo nos
domina, con un conjunto de escaleras metálicas de aspecto industrial.
Todo es luminoso, paredes de color blanco claro con solo dos cuadros,
cortinas grises suaves para bloquear una vista impresionante del río,
que debieron haber cerrado. Para ser honesta, parece que Brett acaba
de mudarse. O que vivir aquí es solo temporal.
Richard se dirige a la amplia cocina contigua, con encimeras de
mármol blanco y electrodomésticos de acero inoxidable, y abre la
nevera.
—Voy a pedir pizza en un minuto. ¿Puedo ofrecerles bebidas?
Agua, cerveza, vino... Me enviaron a buscar un poco de SunnyD para la
señorita.
El rostro de Brenna se arruga. —¿La cosa naranja? Eso es para
mi mamá.
Oh, Brenna. Mi cara apenas tuvo tiempo de enfriarse.
El sonido de la risa de Brett me transporta a un lugar que casi
compensa mi vergüenza. 259
—¿Dónde está el baño? —Para poder ahogarme en él.
Brett señala el pasillo del otro lado. —Primera puerta.
—Saca tu kit para colorear de tu mochila —le ordeno a Brenna
cuando paso por su lado, añadiendo en un susurro—: Y deja de contar
todos mis secretos.
La risa de Brett me sigue hasta el cuarto de baño pequeño pero
limpio. La decoración es tan genérica como el resto del condominio. No
es que no tomara el lugar como de Brett en un abrir y cerrar de ojos.
Solo le pondría algo de personalidad.
Por otra parte, es un hombre, me recuerdo. Un hombre que viaja
mucho y probablemente no está sentado en Filadelfia todo el verano en
la temporada baja.
Hago una rápida comprobación de mí misma, agradecida de que
Lou me dejara salir disparada unas horas antes del trabajo. Las ondas
de playa que Misty me enseñó a poner en mi cabello con el rizador se
mantienen bien, al igual que el sutil maquillaje de ojos ahumado por el
que he estado esforzándome durante casi media hora.
La vocecita de Brenna gorjea desde el salón. —Te he visto en la
televisión.
—Bueno, estoy en la televisión, a veces.
—No, pero todo el tiempo. Tenemos esa cosa, donde si pulsas el
botón rojo, grabas lo que estás viendo en esas grandes cintas negras.
Oh no.
—¿Un DVR? —oigo preguntar a Brett.
—Sí. Quiero decir, no.
—Suena más como una videograbadora —ofrece Richard.
—¿La gente sigue usando eso?
—En caso de que no te hayas dado cuenta, mi hermana es muy
particular —oigo murmurar a Jack.
Dejo el baño apresuradamente.
—Mi mamá grabó muchos programas contigo. Los mira todas las
noches después de que vaya a...
—¡Brenna! —exclamo en voz alta, cortándola, con las mejillas
rojas. Le lanzo a Jack una mirada asesina por no ponerle callarla antes,
pero él sonríe nada más, inclinando su botella de cerveza en el aire
hacia mí. Bastardo. Sabe que no sacaré a una Hildy Wright y haré un
espectáculo.
Brenna levanta la vista de su lugar en el sofá al lado de Brett, su
kit de colorear esparcido sobre la mesa de café. —¿Sí, mami?
Suspiro. Es tan inocente que no puedo estar enojada con ella. 260
—Asegúrate de no golpear la pierna de Brett accidentalmente, ¿de
acuerdo? Le harás daño.
—Lo sé.
No puedo evitar la mirada de Brett por mucho tiempo antes de
sentirme obligada a buscarla.
—¿El viaje en coche estuvo bien? —pregunta casualmente, como
si mi hija no me hubiera hecho parecer como una loca que se sienta en
su sala de estar a mirar videos de él hasta altas horas de la noche.
Me aclaro la garganta. —Sí, fue genial. ¿Pero sabías que se acerca
una gran tormenta? Me siento mal por hacer que Donovan condujera
esta noche.
—La esperaremos. Ven, siéntate. —Señala el vaso alto de SunnyD
en la mesa de café, justo a su lado, con una sonrisa conocedora que le
toca los labios.
Me instalo, preguntándome exactamente cuánto espacio debo
dejar entre nosotros.
—Oye, Jack y Brenna, vengan aquí y ayúdenme a escoger algunas
pizzas —grita Richard.
Brenna se levanta y corre hacia la cocina antes de que Jack tenga
la oportunidad de terminar su sorbo.
—A Brenna le gusta el brócoli y las sardinas —bromea, ganando
su grito de disgusto y mi risa. Todo es tan cómodo, tan fácil. Y, creo,
cuando Brett levanta un brazo sobre mis hombros, que fue intencional
por parte de Richard.
Brett tira de mí hacia su pecho en un abrazo.
—Me alegra que hayas venido —susurra rozando mi mejilla con
sus labios.
Inhalo el olor de su colonia y suspiro, mi sangre poniéndose en
movimiento instantáneamente. Mis dedos juguetean con el dobladillo de
su suave camiseta de algodón, desesperada por deslizarlos por debajo,
para rozar de nuevo su estómago plano y cincelado.
—Te eché de menos. —Pensé que sería difícil para mí admitirlo en
voz alta, pero las palabras se deslizan.
Se aleja un poco y sus ojos azules se deslizan hacia mi boca. Me
inclino, desesperada por un beso.
—¿Una con pollo, Cath? —grita Jack, sorprendiéndome.
Me siento y me aclaro la garganta. Y en silencio maldigo a mi
hermano. —Si tú también comes algo.
—Sabes que lo haré.
Jack comerá cualquier cosa.
Brett se desplaza a su lugar original y coloca la mano en su
261
muslo, su dedo meñique estirado lo suficiente como para arrastrarlo a
lo largo de mi piel desnuda, burlándose de mí sin piedad.
—Está teniendo un gran año, ¿verdad? —Jack se tambalea,
inclinando su botella a la pantalla de televisión, donde están mostrando
los mejores momentos del capitán del equipo de Toronto.
—Uno increíble. Él me robó tres goles en mi último partido contra
ellos.
Brett aumenta el volumen.
Empiezan a hablar de puntos y asistencias, y puntajes más o
menos, cosas que no entiendo y no voy a fingir que sí. Sin embargo, me
alegro de haber traído a Jack. Hace que se sienta mucho más discreto.
Me siento y escucho en silencio, observando como Brenna colorea su
libro, y Richard llena los cuencos con patatas fritas y palomitas de maíz
y otros aperitivos, y todo el mundo espera a que el juego comience. Sin
cámaras, sin medios, sin estrés. Sin hablar de héroes ni de salvar vidas.
Y me permito imaginar haciendo esto todo el tiempo.

***

—No, no, no...


—¡Pásalo!
—¡Sácala de ahí!
Brett, Richard y Jack están todos gritando a la televisión mientras
el pequeño reloj en la esquina cuenta atrás los últimos segundos del
tercer tiempo. Al igual que han estado haciendo durante las últimas dos
horas y media. Tenía miedo de no saber de qué hablar durante el juego,
que la conversación se estancara, pero ha habido poca conversación.
Solo un montón de gritos y ánimos.
Sin embargo, ha sido una de las mejores noches de mi vida.
Cuando el tiempo expira, Toronto ha pasado por los pelos con
una victoria por un punto. Hay un montón de sudorosos jugadores de
hockey que se estrellan los uno contra los otros en el hielo. Richard está
de pie, felicitando a todos a través de la televisión, Jack da vueltas a
una calmada pero risueña Brenna en el aire, y Brett está contemplativo,
con una extraña mezcla de resignación y felicidad en su rostro.
Le doy un suave apretón en el muslo. —El año que viene, será
tuyo.
Contesta con una sonrisa tensa antes de encogerse de hombros,
cubriendo con su brazo casualmente el respaldo del sofá detrás de mí.
—Todavía no puedo creer que este es el primer partido de hockey que
has visto desde el principio hasta el final. En realidad, eso es espantoso.
Me encojo de hombros, recibiendo una negación de su cabeza y 262
su risa.
Brenna se libera del agarre de Jack y se arrastra hacia el sofá, a
mi lado. —Estoy cansada.
No puedo evitar el suspiro de frustración que se me escapa. No
quiero que termine la noche. Son solo las nueve y media, pero tenemos
un largo viaje y Brenna se ha acurrucado en el sofá en pijama durante
la última media hora. La emoción acumulada de haber venido aquí esta
noche debe haberla desgastado finalmente.
—Tú y yo, ambos, niña. —Richard extiende los brazos sobre su
cabeza. Su mirada se desplaza hacia la pared de la ventana, donde la
lluvia gotea por el cristal. Sin embargo, la tormenta no parece tener
ninguna prisa. Las ráfagas de relámpagos son cada vez más brillantes,
el estruendo de los truenos ahora comienza a hacerse más profundo y
frecuente. Las advertencias de lluvias fuertes han recorrido de forma
repetida la parte inferior de la pantalla, sugiriendo a los automovilistas
del área de Filadelfia que se mantengan alejados de las carreteras por la
noche—. Parece que están atrapados por un rato, al menos. ¿Por qué no
se quedan aquí donde hay tantas habitaciones?
Richard estira una manta de punto gris sobre Brenna, que se ha
acostado cómodamente. Le da a la parte superior de su cabeza un
masaje juguetón para alborotar su cabello.
—Sabes, hay una habitación libre arriba, si prefieres quedarte
esta noche.
Los ojos grises amables me miran. Probablemente sería mejor que
arrastrar a Brenna a casa tan tarde esta noche.
¿Pasar la noche? ¿Aquí? ¿Con Brett? Mi corazón empieza a correr.
Y su padre, y Brenna, y Jack, me recuerdo a mí misma. —Gracias.
Supongo que veremos cómo va la tormenta. —Me pongo de pie—. Pero
en el caso de que nos vayamos, deberíamos despedirnos ahora.
Brett dijo que Richard volaba a casa a California el jueves.
Estoy a punto de ofrecer mi mano cuando Richard me jala para
un abrazo fuerte que dura unos buenos cinco segundos. Curiosamente,
se siente natural.
—Nos veremos de nuevo, y pronto —me asegura—. ¿Necesitas
algo antes de que me vaya, Brett?
Brett declina con un agradecimiento.
Dando a Jack un firme apretón de manos, Richard desaparece
por el pasillo.
—Oye, Cath. —Jack se está poniendo la chaqueta con los ojos en
su teléfono. Todavía me sorprende lo mucho que ha crecido—. En
realidad voy a salir. Tengo un amigo de la escuela que quiere reunirse.
—¿Salir con la tormenta? 263
—Está a unas cuadras.
No debería sorprenderme. Casi esperaba que nos abandonara en
algún momento. Cuando tienes diecinueve años y eres soltero, ¿por qué
volver a un pueblo dormido cuando estás en la ciudad un sábado por la
noche? —Bueno. ¿Pero qué hay de llegar a casa?
Se encoge de hombros de forma indiferente. —Ella dijo que me
llevaría mañana.
—Ella. Ajá. —Pongo los ojos en blanco—. No te olvides de decirle a
mamá que no te espere.
Gruñe. —Nueve meses de libertad y ahora vuelvo a hacer eso.
Brett se ríe entre dientes. —No extraño esos días.
—Dímelo a mí. Escucha, fue increíble pasar tiempo contigo. —
Jack se inclina y choca las manos con Brett—. Si vas a estar cerca este
verano y en el hielo, me encantaría salir contigo.
—Definitivamente. —Brett sonríe, pero siento que se tensa. Me
duele el pecho.
—¿Hablamos mañana, Cath?
—Llámame si te metes en problemas. Pero no te metas en
problemas.
Se inclina para besar la cima de mi cabeza. —Buenas noches,
hermana favorita.
—Cuídense —le digo, observándolo suavemente frotar el cabello
de Brenna y luego salir por la puerta.
Y ahora solo quedamos los tres.
Brett baja el volumen en el televisor hasta que es un murmullo
bajo. Mira a Brenna de cerca. —¿Eso la molestará? ¿Debo apagarlo?
—Esa niña puede acurrucarse en una cabina en Diamonds y
quedarse dormida en cuestión de minutos. En realidad, el ruido la hace
dormir. —Resuena un trueno y su cuerpito se sacude ligeramente—.
Aunque eso podría despertarla si empeora.
La cálida mano de Brett se arrastra perezosamente sobre mi
muslo desnudo, una de las muchas caricias fugaces y codazos suaves
que me ha robado esta noche, cuando la atención no estaba sobre
nosotros.
¿Se da cuenta de lo que me está haciendo?
Mi corazón parece estar a punto de explotar en mi pecho.
—Se parece a mi papá. Está fuera de combate y roncando a los
treinta segundos en que su cabeza toca la almohada. Mi mamá está
convencida de que es narcoléptico3.
Estabilizo mi respiración temblorosa, tratando de cambiar mi 264
enfoque de subir al regazo de Brett aquí mismo, con mi hija a tres
metros, hacia Richard. —Me cae muy bien tu papá. Simplemente parece
tan… normal.
Las cejas de Brett se fruncen. —¿Y eso te sorprende?
—Sí. ¡Digo, no! Quiero decir… —Ugh, parezco una idiota—. Siento
como si pudiera encontrarme con él en el supermercado un martes por
la tarde y, si lo hiciera, podríamos hablar… No lo sé… —Resuena otro
trueno—. Del clima. O de las noticias, o… ya sabes, de cosas normales.
Brett aprieta mi muslo, su piel caliente contra la mía. —Supe lo
que quisiste decir. Simplemente me gusta verte nerviosa.
—No es gracioso —protesto, aunque estoy sonriendo. Lo empujo
en las costillas, cavando mi dedo en el músculo duro. Ni siquiera se
estremece, agarrándome la mano y sosteniéndola durante dos… tres…
cuatro segundos antes de que sus ojos se muevan hacia Brenna.
Con un suspiro pesado, me suelta. —Mi papá es el mejor. Nos
mantuvo a mí y a Michelle con los pies en la tierra mientras crecíamos.
No digo que mi mamá no sea genial, también. Es solo que su vida es
una locura. La reconocen en todas partes. No puede salir sin su
guardaespaldas.
—¿Cómo se las arregla?

3 Trastorno crónico del sueño que provoca somnolencia excesiva durante el día.
—Mucho mejor que mi papá. Él odia las cámaras y a Hollywood.
Pero ya no se molestan con él, porque no les da nada de lo que valga la
pena informar. En realidad quiere mudarse de nuevo al este. Ha estado
trabajando con mi madre desde hace un tiempo. Ella estaba resistiendo,
pero desde el accidente… —Se encoge de hombros—. Él cree que cederá
pronto. Además, Michelle consiguió ese papel, así que se va a mudar a
Miami. Mi madre y ella son muy unidas. Hacen todo juntas.
¿Cómo debe ser eso? me pregunto, con una chispa de envidia
ardiendo en mi interior. —Vivieron en Canadá por un tiempo, ¿no?
—Sí. —Suspira, sonriendo—. Parece que fue hace mucho tiempo.
Pero fue lo mejor que pudieron haber hecho por nosotros. Conseguí el
entrenamiento y la competencia que no podría haber tenido en ningún
otro lugar. Al menos, en California no.
Se oye otro trueno. La lluvia ahora se precipita contra el cristal en
láminas, el viento levantándose. Sin embargo, dentro del condominio de
Brett, acurrucada contra su costado, escuchando el gruñido opaco de
su voz mientras mi hija ronca suavemente cerca, no podría sentirme
más a gusto. —¿Cuánto tiempo estuviste allí?
—Hasta que tuve quince años y mi hermana catorce. Luego nos
mudamos a Nueva York. Nos quedábamos con él la mayor parte del
tiempo, porque mi mamá estaba filmando en alguna parte. Él me llevó a
cada práctica, a cada partido. Construía una pista en el patio trasero
cada invierno, solo para practicar más. —Brett sacude la cabeza—. Mi 265
papá sacrificó todo por todos nosotros. Por mi mamá, para que pudiera
tener su carrera y yo tuviera una oportunidad en la NHL, y mi hermana
pudiera perseguir lo que ella quisiera, lo que resulta ser la actuación,
también.
—Parece un padre increíble. —Creo que el mío también lo habría
sido, si las circunstancias hubieran sido diferentes. Veo la cercanía
entre él y Jack. Y definitivamente hay un cambio en mi relación con él
en los últimos años. En realidad, siento que estoy empezando a tener
una.
—Lo es. —Brett frunce el ceño—. Me mata, que después de todo,
tiene que sentarse aquí y ver a otro equipo en las finales.
—Mientras tanto, en todo lo que piensa es en lo feliz que se siente
de poder sentarse y ver un partido contigo. —Cada vez que pienso que
Brett no hubiera sobrevivido a ese accidente, una incómoda quemadura
florece en mi pecho. Es insoportable incluso imaginarlo.
Suspira. —Sé que tienes razón. Tengo que callarme y superarlo.
Estoy seguro de que Seth preferiría estar vivo y sentado en este sofá en
este momento.
De alguna manera, con todo el bombo en torno a Brett y a mí, la
muerte de Seth Grabner se convirtió en una pérdida silenciosa y
aceptada para los medios, desvaneciéndose en solamente una mención
de una línea en unas semanas. En su lugar, han elegido centrarse en la
parte milagrosa de la historia, en cómo Brett sobrevivió. La historia de
Seth se ha terminado. Una tragedia, pero una muerte desafortunada
debido a su propia negligencia, eso he escuchado muchas veces.
Incluso soy culpable de concentrar mi atención casi de inmediato
en Brett, y en mí misma, de forma egoísta.
Descanso mi mano sobre la suya en mi regazo. —Eran buenos
amigos, ¿verdad?
Una sonrisa triste curva sus labios. —Cuando nos conocimos, él
jugaba para Tampa y yo para los Bruins. Me pateaba el trasero sobre el
hielo. Cada paso, cada bloque, cada gol, él estaba sobre mí, listo para
joderlo. —Brett mira a Brenna—, para evitar que tuviera oportunidad de
anotar. Nadie me ha presionado como él. —Ríe suavemente—. Quería
golpear al idiota en la cara. Y entonces los Flyers me trajeron y, un año
más tarde, a él. Estuvimos en sincronía desde el primer día en el hielo.
Ahora no puedo imaginarme jugar sin él. —Recoge la etiqueta de su
botella de cerveza, la que se ha bebido durante toda la noche—. Su
novia llegó ayer.
—Eso debió haber sido duro.
—Casi prácticamente se sentó aquí y lloró encima de mí todo el
tiempo. —Su garganta se mueve cuando traga saliva con fuerza.
—¿Estuvieron juntos por mucho tiempo?
Se encoge de hombros. —¿Cuatro meses? ¿Tal vez cinco? No lo sé. 266
Pero no era del tipo que se quedaba con una chica por más de unas
semanas, así que sabía que ella significaba algo para él.
¿Qué hay de ti? No digo las palabras en voz alta, pero no puedo
evitar pensarlas. Claro, estuvo con Courtney durante un año, pero pasó
mucho tiempo sin estar comprometido, y un hombre como él, con su
aspecto, su dinero y su estatus social, debió de tener una gran cantidad
de las conejillas más lindas lanzándose contra él después de los juegos.
He aprendido todo eso, gracias a mi hermano, que por alguna razón
cree que es totalmente normal llamar a su hermana mayor y contarle
sus aventuras en la universidad.
No veo a Brett como el tipo de persona que trae a casa una chica
al azar para pasar la noche, pero podría estar muy equivocada. Puede
parecer que lo conozco, pero todavía no, realmente no.
Sin embargo, quiero desesperadamente que así sea.
A nuestro lado, Brenna suelta un ronquidito. Brett traslada su
mirada hacia ella por un rato largo. En el prolongado silencio, por fin
dice, muy suavemente: —¿Puedo preguntarte algo?
Mi estómago se contrae con ansiedad. —Sí.
Siento sus ojos en mi perfil. —¿Te pregunta alguna vez por su
padre?
De alguna manera, sabía que tendría que ver con el padre de
Brenna. —A veces.
—¿Y qué le dices?
Dudo. —¿Qué se supone que debo decirle?
Brett frunce el ceño y sacude la cabeza. —Lo siento, solo… Pensé
en lo difícil que debió ser para ti, estar sola y criar a una niña siendo
tan joven.
—Siempre hemos sido ella y yo. Eso es lo que ella conoce. Eso es
lo que yo conozco. —Estudio su cara pacífica—. Y trato de darle el doble
de amor para compensar cualquier cosa que pueda estarse perdiendo.
—¿Podrías hacer que te dé manutención, al menos? ¿Sigue en la
cárcel?
—Tendría que darle derechos sobre ella, y de ninguna forma voy a
hacerlo. —Solo la idea de tener que compartir a Brenna me inquieta.
Brett se está volviendo experto en leerme. —No te gusta hablar de
eso, ¿verdad?
—No.
El primer silencio incómodo se cierne sobre nosotros, y de repente
me encuentro ansiosa por escapar. —La tormenta no parece tan mala
como dijeron. Probablemente deberíamos pensar en irnos.
—No quiero que te vayas. —Me vuelvo para encontrar sus ojos
267
azules serios—. Usa mi habitación. Don te llevará mañana.
—¿En dónde dormirás, entonces?
—He estado en una habitación libre desde que llegué a casa. Las
escaleras son un dolor en el culo.
Mi mirada se aleja hacia la escalera metálica, que serían una
pesadilla si las subieras con muletas, al cuerpo dormido de Brenna, a la
constante lluvia contra el cristal de la ventana donde la tormenta es
probablemente tan mala como dijeron, para volver a Brett, que está
esperando pacientemente mi respuesta.
—Mírala. Está muy calentita y cómoda. No vas a hacer que se
siente en un asiento trasero de cuero frío durante horas en una
tormenta, siendo sacudida y golpeada, arriesgando su vida. Se va a
despertar confundida y asustada. Puede que no vuelva a dormirse
durante horas
Es más fácil que nada hacer que Brenna siga durmiendo desde el
auto a la cama, pero no voy a decírselo a Brett porque me gusta que me
facilite decir que sí por razones inteligentes, responsables y para nada
hormonales. Miro a mi ropa. —No he venido preparada.
—Puedes usar una de mis camisas.
Dormir en la cama de Brett y vestir su ropa. Con mi hija, me
recuerdo. Pero aun así, no esperaba que esta noche resultara así.
Un millón de veces mejor, en realidad.
—¿De acuerdo?
Esos hoyuelos se asientan profundamente en sus mejillas con su
sonrisa. —Bueno.
Asiento, de repente abrumada por la idea de pasar una noche
entera con él.
—Déjame llamar a Don. ¿Puedes llevarla arriba? Yo lo haría...
—No seas tonto. —Me río, incluso cuando me golpea la imagen
mental de mi hija en los brazos de Brett y mi corazón se estremece.
—Debe haber algunos cepillos de dientes de más y toallas limpias
en el baño. Y no te preocupes, mi papá cambió las sábanas.
¿Está mal que me sienta decepcionada al oír eso?
Siento los ojos de Brett en mí mientras recojo el diminuto cuerpo
caliente de Brenna. Solía ser tan fácil moverla, pero estoy descubriendo
que cada vez es más difícil. Mis brazos se esfuerzan para el momento en
que llego a la parte superior de la escalera.
El dormitorio de Brett se encuentra en el lado pequeño, y tan
limpio y aseado como el resto de su casa, con una vista de Filadelfia por
los dos lados, aunque las cortinas ya están bajadas. No paso mucho
tiempo allí, solo el suficiente para meterla en la cama tamaño King y
asegurarme de que no se mueva. Un ruido fuerte como un trueno suena 268
mientras bajo furtivamente por la escalera, y cruzo los dedos para que
ella no se despierte con pánico.
Brett no está en la sala de estar, así que me tomo el tiempo para
limpiar, recoger y cargar los platos sucios en el lavavajillas, y luego voy
al baño.
Una voz baja por la puerta entreabierta del dormitorio llega a mi
oreja, deteniendo mis pasos.
—No… No me importa… No… —La voz de Brett lleva ese tono
raro—. Dales lo que quieran para mantenerlos callados. No quiero que
esto le llegue a ella.
La inquietud se asienta en mi columna vertebral mientras repito
sus palabras. No puede ser Donovan con quien esté hablando. ¿A quién
necesita que mantengan callado? ¿Acerca de qué? ¿Y qué no quiere que
le llegue a “ella”?
—No, no van a recibir ni un puñetero centavo de esto… No me
importa… Solo avísame cuando esté hecho, ¿sí? Tengo que irme.
Cierro la puerta del baño rápidamente, antes de que me atrape
escuchándolo.
Cuando salgo unos minutos más tarde, Brett acaba de salir de su
dormitorio. Me sonríe.
Dudo. —¿Está todo bien?
—Todo va genial. ¿Se sentirá cómoda allí arriba? —Ya no hay
indicios de ese tono en su voz.
—Sí, está inconsciente por ahora. Aunque la tormenta puede
despertarla, si se vuelve más fuerte. —Tal vez esa conversación no tuvo
nada que ver conmigo. Pero si era así, entonces, ¿con quién tenía que
ver?—. ¿Seguro que todo está bien?
Me aparta un mechón suelto de mi frente. —En lo que a ti y a mí
respecta, todo es perfecto.
Otro ruido fuerte de un trueno nos responde, y contengo mi
respiración, haciendo una pausa para escuchar durante un momento,
mis ojos en el techo sobre nosotros.
Tengo que reírme cuando me doy cuenta de que Brett está
haciendo lo mismo.
—Ven aquí, tengo que enseñarte algo. —Se retira a su habitación.
Lo sigo con un revuelo de excitación en la boca del estómago mientras
veo la cama medio hecha. Como cualquier otra parte del condominio de
Brett, esta habitación es elegante pero sin personalidad, pintada de
blanco, la ropa de cama blanca, nada más que un televisor de pantalla
plana colgando de la pared.
—Solo por curiosidad, ¿cuánto tiempo has vivido aquí…? —Mi
pregunta se pierde en mi garganta, cuando Brett se balancea hacia
adelante sobre sus muletas hasta que su cuerpo ancho se cierne sobre 269
mí, atrapándome entre la pared y su figura dominante.
—¿En este condominio? Alrededor de tres años. Desde que firmé
con los Flyers. —Se inclina hacia adelante para arrastrar sus labios
sobre los míos—. He estado muriendo por hacer esto desde que entraste
por la puerta —susurra, sus pestañas largas y gruesas cosquilleando
mi piel mientras parpadea—. Me despierto cada mañana pensando en
ti. —Mi cabeza se golpea suavemente contra la pared mientras cierro los
ojos, disfrutando la sensación de su boca contra mi oído—. Me acuesto
pensando en ti. —La sangre corre por mis venas con la adrenalina que
crean sus palabras—. Por favor, dime que no solamente yo me siento
así.
—No. —Logro decir en un gemido susurrado, agradecida de que
mientras yo dudo en expresar mi atracción por él, Brett parece no tener
ningún miedo en absoluto.
Dejo que mi mirada se deslice por la ventana detrás de nosotros,
la imagen de la espalda de Brett reflejándose en el cristal. Una punzada
de preocupación pincha mi lado responsable. —¿Las personas pueden
vernos desde aquí? —Las luces están encendidas, las cortinas no están
bajas, y este lado del condominio enfrenta a otro edificio. Seguro, es
arrasador, pero...
Brett golpea su mano contra el interruptor de luz en respuesta,
arrojándonos a la oscuridad mientras cierra su boca sobre la mía de
nuevo. Esta vez me agarra la cintura y me atrae hacia su cuerpo,
levantándome mientras se balancea en sus muletas, su lengua se
desliza a través de la abertura de mis labios, burlándose de mí,
instándome a abrirme para él. Lo hago, y suspira, instalándose en esa
manera lenta e hipnótica que tiene de besar.
El calor palpita por mis venas en segundos, despertando mis
miembros, haciendo que mi piel pique por su toque. Haciendo que mis
dedos tiren de su camiseta, queriendo sacársela.
También queriendo quitarle los pantalones.
Queriendo quitarme mi ropa.
Queriendo sentir cada centímetro de su piel caliente contra la
mía.
El rayo atraviesa el cielo con frecuencia, enviando destellos
brillantes hacia la habitación. Una burla, en realidad, para darme un
breve vistazo de su ancho hombro o la curva de su dura mandíbula.
—¿Te parece bien si te traigo hasta aquí? —susurra contra mi
boca.
—Sí.
—¿Qué tan lejos quieres que vaya esta noche?
Dudo. ¿Pensaría menos de mí si le dijera los pensamientos que se
arremolinan dentro de mi cabeza? ¿Si le preguntara si tiene protección
en el cajón de la mesita? ¿Si tenemos que preocuparnos de que nos 270
escuchen?
Como de costumbre, de algún modo siente lo que estoy pensando.
—Estoy de acuerdo con cualquier cosa que digas, Cath. Solo tienes que
decírmelo, para no ir demasiado lejos. Me lo dirás, ¿verdad?
—Sí.
—Bueno. —Se libera de mí para acomodarse de nuevo hasta el
borde de su cama. Apoyando sus muletas al azar contra la mesilla de
noche, sacándolas del camino, extiende una mano, haciéndome señas.
Tengo cuidado de no golpear su yeso en la oscuridad mientras
doy un paso hacia adelante. Acaricio sus hombros con mis manos,
aunque no puedo evitar que vaguen, dibujando líneas a lo largo de la
cresta dura de su clavícula con las yemas de los dedos, maravillándome
de cómo sus músculos lo rodean. Dejo que mis dedos se deslicen bajo
su camisa, con cuidado de no estirar el algodón.
Las manos tibias agarran el exterior de mis muslos, deslizándose
de arriba abajo, suave y lentamente. En la tercera pasada, sus dedos se
deslizan bajo la tela suelta, hasta el borde de mis bragas de encaje.
Nunca he considerado lo fácil que es el acceso debajo de este mono, y
ahora que él está agarrando suavemente la curva de mi trasero, un
latido profundo se instala en mi centro.
—Eres la mujer más impresionante que he conocido.
Sacudo mi cabeza y sonrío, un descarte sin palabras de su
adulación. Literalmente me ha visto en mi peor momento sin ducharme,
oliendo a comida quemada y grasienta, con ropa raída y desgastada.
Está delirando.
Sonríe. —Me alegro de que no seas consciente. Creo que es parte
de tu encanto. —Una ola de rayos, especialmente larga, estalla en el
cielo, llenando la habitación, lo suficiente para captar sus adorables
ojos mientras me miran—. Nunca he deseado a nadie tanto como a ti. Ni
siquiera una fracción.
Mi corazón se hincha con sus palabras, crudas y emotivas y me
deshago con su sinceridad.
—Yo… —vacilo. Recuerdo un momento en el que no me importaba
si un hombre sabía que lo deseaba. Cuando la idea de coquetear no se
encontraba con la aprehensión, cuando la idea de ser abandonada y
que me rompieran el corazón nunca entraba en mi mente. Cuando no
sabía lo que se sentiría ser avergonzada por haber expresado mi deseo.
Pero eso fue hace años en el pasado y este es Brett, un tipo que
tengo que creer que nunca me permitiría sentir vergüenza ni por un
segundo. Puedo ser inteligente y aun así vivir, aun así permitirme
confiar.
Y perseguir lo que quiero.
Puedo permitirme amar de nuevo. 271
—Quítate esto —le pido, demasiado tímidamente, pero equilibro la
petición humilde tirando de su camisa.
Sin vacilación, sus manos dejan mi cuerpo para extenderlas por
encima de su cabeza y suavemente retira el algodón suave, arrojándolo
a un lado. Los relámpagos parpadean y sofoco un gemido ante la breve
visión de esas curvas y crestas.
Su risa en respuesta es oscura y juguetona. —Hay un interruptor
allí, en la pared. Toca eso y entonces podrás encender la lámpara.
Lo hago, y un panel de cortinas se desliza por las ventanas,
acallando el caos de afuera. La lámpara emite un tenue resplandor.
Brett sonríe, sus ojos parpadean mientras me observa mirándolo
descaradamente. —¿Mejor?
Me las arreglo para asentir, y luego me rio de mí misma, de lo
boquiabierta y tímida que me vuelvo a su alrededor.
—Ven aquí. —Me guía hacia la cama a su lado, haciéndome bajar
suavemente, luchando para girar su cuerpo hacia mí en tanto mantiene
su pierna quieta. Mientras que el ángulo hace que los músculos de su
estómago se tensen de una manera que hace que mi mandíbula caiga
temporalmente, no puede estar cómodo.
—Detente, te vas a lastimar. Recuéstate.
Presiono su pecho desnudo tocando su piel cálida con las palmas
de mi mano mientras lo acuesto de nuevo sobre sus codos. Es
abrumador como se ve su tamaño en la cama matrimonial.
—¿Cómo demonios logré sacarte del coche? —Dejo caer mi mano
con la intención de tocar su estómago, solo que él se está deslizando del
colchón.
Y mi mano cae veinte centímetros más abajo.
Salto y me alejo rápidamente, pero no antes de haberlo sentido
sólidamente a través de sus pantalones. —No quise tocarte ahí. —Me
arden las mejillas.
Él cae contra la cama, su respiración más rápida que antes, y
una risa íntima se escapa de sus labios.
—¿Qué es lo que querías tocar entonces?
—Tu estómago. —Mis ojos observan su pecho con los cuadritos
como una tabla para lavar, pero luego van más abajo, donde sus
afilados cortes de cadera orientan al sur y sus pantalones deportivos
resaltan su dura longitud.
—¿Puedes dejar de apresurarme?, me gustaría llevar las cosas
despacio.
Mi risita es suave al principio, un sonido vergonzoso, pero se hace
más alto y más fuerte rápidamente, hasta que estoy riendo desde lo
profundo de mi vientre incapaz de contenerme.
272
—¿Qué es tan gracioso?
—Mi amiga Misty se preguntaba cómo funcionaría esto, contigo
con un yeso. —Yo diría que sería torpe. Sería todo codazos y rodillazos,
nada parecido a una escena sensual de una película.
—Si dejaras de intentar aprovecharte de mí, tal vez podríamos
averiguarlo.
—Ohh, ¡cállate! —Estiro mi mano para empujar sus costillas, pero
está listo para ello, agarrándose a mi muñeca. Fácilmente me tira hacia
él, hasta que puedo sentir su corazón latiendo salvajemente contra mi
pecho.
Estudio su hermosa cara debajo de mí, mientras él aleja mi pelo
suelto para examinarme. A pesar de las mariposas en la boca de mi
estómago, me siento cómoda con él.
—Déjame mostrarte cómo funciona. —Brett me agarra por detrás
de la cabeza y me tira hacia abajo, envolviéndome con sus brazos para
sostenerme contra él mientras me besa profundamente, el estado de
ánimo a nuestro alrededor cambia repentinamente.
La tormenta que estaba fuera ha pasado sin despertar a Brenna,
los estruendos son distantes y suaves, la lluvia ahora es una llovizna
ligera contra el cristal. Ya no se puede enmascarar los sonidos que
hacen nuestros labios rosados e hinchados por la fricción, ni nuestras
respiraciones superficiales, ni nuestros gemidos, cada uno de nosotros
esperando que el otro haga ese movimiento audaz.
Es Brett el que finalmente se rinde, sus dedos tanteando el lazo
de seda que está alrededor de mi cintura, desatándolo para soltarlo. Se
separa de nuestro beso lo suficiente para verme, como pidiéndome
permiso mientras sus manos se posan sobre mis hombros, con las tiras
a su alcance.
Le doy un simple asentimiento.
Y entonces está quitándome mi top, exponiendo mi sujetador de
encaje negro por el cual derroché la semana pasada en Target. Su boca
hace un camino hacia abajo, aterrizando en mi clavícula mientras me
coloca sobre mi espalda para quitar el traje ya suelto de mis caderas.
Sin embargo, él no se detiene ahí, usando su mano para bajarlo por mis
muslos, más allá de mis rodillas. Levanto mi pierna permitiendo que se
deslice más allá de mis tobillos hasta que lo haya quitado.
Pero es como si Brett hubiera alcanzado su umbral de lentitud y
constancia, porque inmediatamente estira el brazo para desabrochar mi
sujetador con facilidad. Sé que si le digo que se detenga lo haría. Pero
no digo ni una palabra, dejándole maniobrar hasta que se apoya en un
codo y se mete un pezón en la boca. Jadeo al sentir su lengua contra
mí.
Todavía no puedo creer que esto esté pasando.
273
Envolviendo mis brazos alrededor de la cabeza de Brett, mis
dedos acarician su gruesa melena y cierro los ojos, intentando absorber
la sensación de él adorando mi cuerpo. Tratando de mantener la calma.
Cuando la mano que acaba de estar en mi estómago se desliza,
me tenso, y se detiene, la punta de sus dedos descansando en el borde
de la cintura de mis bragas. Levanta su cabeza para mirarme, con sus
labios entreabiertos y húmedos, su aliento patinando sobre mi pecho
con piel de gallina.
Sus ojos azules oscurecidos y brillantes.
—Solo estoy nerviosa —admito, dejando que vea mi tímida sonrisa
mientras juego con un mechón de su cabello.
—Yo también. —Se inclina para besarme suavemente en los
labios.
Y luego su mano se desliza dentro de mis bragas.
Las inhalaciones agudas son simultáneas, al primer deslizamiento
de su dedo, a la prueba evidente de cuánto quiero esto, y a él. Pero no
dice una palabra, suspirando suavemente mientras me toca, mientras
siento su mano callosa tan suavemente, tan magistralmente trabajando
a un ritmo lánguido, que mi cuerpo se relaja y se abre hacia él, y pronto
empiezo a inclinarme en búsqueda de alivio.
Esos ojos azules aún permanecen bloqueados con los míos, y en
vez de sentirme cohibida, no me importa en absoluto, rozando la fina
barba de su mejilla con mi pulgar mientras mi respiración se vuelve
irregular y mi garganta comienza a arder y, finalmente... él me observa
en tanto mi cuerpo se tensa y pulsa bajo su tacto, su propia respiración
temblorosa.
Cae de espaldas; el esfuerzo de sostenerse apoyado en un codo
debe ser agotador. —Dios, eres tan malditamente hermosa. Tu cuerpo…
la forma en que te corres… —Su mirada recorre mi estructura esbelta,
desnuda excepto por las braguitas negras—. Quiero hacer eso todas las
noches.
—Ajá. —Dudo que un chico pueda ser así de aplicado.
—¿No me crees?
—¿Todas las noches?
Una sonrisa socarrona se extiende por sus labios. —Bueno, de
una forma u otra. No querría que te aburrieras.
—Como si me pudiera aburrir. —Mis ojos van a la deriva sobre su
pecho jadeante, sus piernas extendidas… esa cresta grande. Tener eso
cada noche. Es tan vibrante, tan vivo, tan... mío. En el fondo, oigo esa
vocecita que insiste en que lo he salvado. Cada centímetro de él.
Mi mano duele con la necesidad de sentirlo de nuevo.
Me pongo de costado y aliso mi mano sobre su estómago, como
quería hacer antes. 274
Y luego bajo más para tomarlo, esta vez, intencionalmente.
Está tan duro.
Me mira mientras tomo el coraje de empujar mis dedos debajo de
la pretina, primero de sus pantalones, luego de sus calzoncillos, para
llenar mi mano con él, dando placer en la piel suave de terciopelo.
Una suave maldición se desliza de sus labios, con el primer desliz
de mi pulgar sobre su punta, sus dedos levantándose para jugar con
mechones de mi pelo mientras empiezo a acariciarlo, pero el elástico lo
hace difícil.
—Ayúdame a quitarme esto —dice, tirando uno de los lados.
Liberando mi mano, me siento y agarro ambos extremos de sus
pantalones, esperando a que levante sus caderas, la anticipación de ver
a Brett desnudo por primera vez es mucho para soportar.
—¡Mami!
—Mierda —siseo al escuchar a Brenna llamarme, su voz atada
con miedo. Miro a Brett tendido en la cama—. Lo siento, solo será un
minuto.
—Ponte esto. —Me pasa su camiseta y la paso por encima de mí.
El dobladillo alcanza la mitad de mi muslo.
—¡Mamá! —Es fuerte y más urgente.
—Lo siento.
—No lo hagas.
—Vuelvo enseguida. —Robando un último beso, corro hacia las
escaleras, sin querer que ella intente bajarlas medio dormida o que
levante a Richard. La encuentro acurrucada en una bola en el rellano,
con una mirada enfurruñada y somnolienta en su cara. Recogiéndola,
la llevo a la cama y la meto bajo las sábanas tibias y sedosas. Intenta
tocarme, aunque sus ojos están cerrados pero sus deditos tantean en el
aire y sé que no va a ser tan simple salir.
Me acuesto a su lado, y se desliza para acurrucarse en mi pecho.
—Hueles al perfume de Brett —murmura.
Sonrío, sin corregirla y espero silenciosamente su respiración
superficial. Pasan veinte minutos antes de que pueda arrancarme de la
cama sin que se mueva.
Me meto en el baño de Brett y busco con cuidado en sus cajones
el cepillo de dientes de repuesto, mientras hago inventario de todas sus
cosas personales: su marca de desodorante, las cuchillas de afeitar con
las que se afeita, el frasquito de colonia de vidrio, medio lleno.
Mi corazón salta cuando logro ver una caja abierta de condones
en el fondo izquierdo del cajón. Un vistazo dentro me muestra que solo
quedan unos pocos. Aunque no quiero pensar en Brett teniendo sexo
con otras mujeres, me pregunto si tal vez debería llevar uno conmigo. 275
Lo considero mientras cepillo mis dientes y luego, recordándome
que es mejor prevenir que lamentar —y está confirmado que no puedo
confiar totalmente en las pastillas anticonceptivas—, meto uno en la
palma de mi mano y regreso en puntillas al cuarto de Brett.
Se había alistado para la cama mientras yo estaba lidiando con
Brenna. Sus pantalones de entrenamiento cuelgan en el poste de la
parte inferior de la cama, su cuerpo cubierto hasta su cadera por una
sábana.
Y parece que está dormido.
Así que simplemente me siento en el borde de su cama y admiro
su tranquila y hermosa cara por un largo momento.
Y pienso de nuevo en lo cerca que estuvo de morir esa noche.
Lo cerca que estuve de nunca tener la oportunidad de conocerlo,
de sentir esto.
Sea lo que sea esto que está creciendo entre nosotros. Es intenso
y rápido, eso lo sé. Y no esperaba menos, no hay intermedios con él, ni
casualidades, no después de todo lo que hemos atravesado juntos.
Se siente mágico. Parece un cuento de hadas. Que un hombre
como Brett —tan encantador, tan talentoso, tan impresionantemente
guapo, tan aparentemente perfecto en todos los sentidos— pudiera
enamorarse de una mujer común como yo.
No es de extrañar que la gente quiera el final feliz, entre nosotros.
Quiero el final feliz.
Incluso si me está costando permitirme creer que puede existir.
Resisto la urgencia de apoyar mi palma en su pecho, sin querer
despertarlo ahora que ha logrado dormirse, y apago la lampara.
Y decido, en ese mismo momento, que voy a aprovechar cada
segundo con él, mientras dure este loco hechizo que el destino ha
lanzado sobre nosotros.

276
Traducido por Beatrix & AnnyR’
Corregido por Florpincha

Me lleva tres segundos recordar que estoy en la cama de Brett.


Y otros dos para darme cuenta de que Brenna no está a mi lado.
Son las siete de la mañana. Le gusta ver dibujos tan pronto como
se levanta. En casa, puede encender la televisión ella misma, pero la
configuración de Brett es más complicada que la nuestra. Lo intentará,
por supuesto, porque es terca. Comenzará a apretar los botones hasta
que algo funcione o la pantalla esté llena de ruidosa estática y despierte
a Brett y a Richard, y…
Tiro la sábana de mi cuerpo y bajo las escaleras para recuperarla
antes de que mi imaginación se convierta en realidad.
No escucho nada al principio, lo que me pone un poco más que 277
nerviosa. Ella suele ser bastante buena sobre no meterse en las cosas,
pero tiene solo cinco años. Desde el fondo de las escaleras, veo la puerta
del dormitorio de Brett abierta.
—…Pero todo lo que hace es cambiar su ropa y ponerse gafas.
¿Cómo es que la gente no puede reconocerlo?
Le doy un empujón a la puerta y se abre.
Brenna está sentada con las piernas cruzadas a los pies de la
cama de Brett, viendo una caricatura de Superman en la pantalla plana
fijada a la pared. Mientras tanto, Brett está acostado en la cama, con su
pierna enyesada sin sábanas y apoyado en una almohada, con su
muslo musculoso a la vista.
—Hola —dice con una voz suave y gutural.
—Buenos días. —Hago todo lo posible para no fijarme en su
pecho desnudo.
Pero fallo miserablemente.
Sin embargo, no soy la única que mira fijamente. Los ojos de
Brett se dirigen a mis piernas desnudas antes de encontrarse con mi
cara. —Ella hace muchas preguntas a primera hora de la mañana, ¿no?
—Lo dice con una sonrisa, pero no puedo evitar sentirme mal.
—Brenna, por favor, dime que no despertaste a Brett.
—Ya estaba despierto —me asegura él.
—Entonces, ¿por qué tenías los ojos cerrados? —La atención de
Brenna sigue pegada a la televisión.
—Estoy tratando de ayudarte, pequeña. Trabaja conmigo. —Se ríe
entre dientes—. Llegó hace unos quince minutos para preguntarme
cómo usar la televisión en la sala de estar. Es demasiado complicado de
explicar, así que le dije que podría verla aquí hasta que mis analgésicos
entraran en acción y pueda intentar levantarme.
Una rápida mirada a su mesita de noche y veo la pequeña botella
de píldoras.
Acaricia el lugar a su lado en la cama. —Estamos viendo
Superman.
Después de un momento de vacilación, me siento a su lado,
alisando el dobladillo de su camisa. —¿Cómo has dormido?
—Bien. Y no tanto. —Sus labios, que lucen rojos y agrietados
como siento los míos, se curvan con una sonrisa.
—Ya sé lo que quieres decir. Me quedé en la cama durante otra
hora anoche, mirando el techo.
Roba un vistazo en dirección a Brenna para asegurarse de que
está enfrente de la televisión, y luego asiente, y dice: —Ven aquí. —Le
doy un vistazo a Brenna y después me inclino para darle un casto pero
aun decididamente íntimo beso de la mañana.
Sonríe. —¿Qué pasa con esa mirada?
278
—Nada. —Esto todavía no se siente real
Todavía estoy esperando despertar.
O que Brett se despierte.
Brenna se echa a reír y me retiro automáticamente. Pero no nos
está mirando; sus ojos están pegados a la caricatura.
Aun así… no podemos hacer esto ahora Me distraigo explorando
la habitación de Brett, esperando ver lo que estaba demasiado ocupada
para notar anoche, para aprender algo sobre él que no haya sido ya
cubierto por las noticias. —¿Te gusta leer?
Sigue mi mirada al libro de bolsillo posado en la mesilla de noche.
—Paso por fases, pero sí.
—¿Qué es eso…? —Frunzo el ceño mientras miro la portada—.
¿Un dragón?
—Sí.
—¿De verdad? —No puedo excluir la incredulidad de mi voz.
Se ríe entre dientes. —Lo dices como si fuera algo malo.
—No, no te imagino con ese tipo de libros. —Nunca he leído uno,
pero recuerdo a los chicos socialmente torpes de la escuela secundaria
sentados alrededor de una mesa en el almuerzo, planeando su fin de
semana jugando a Calabozos y Dragones. Eso fue más que suficiente
para mí para emitir un juicio en ese momento.
Deja caer su voz a un susurro, aunque puedo garantizar que
Brenna no está escuchando. —Si te hace sentir mejor, tengo algunos
Sports Illustrateds y Playboys en la mesita de noche.
—Por los artículos, ¿verdad?
Una sonrisa retuerce sus labios. —Ni siquiera un poquito.
—Se supone que debes mentir sobre eso.
Se estira para apartar unos pocos mechones de mi frente, y una
expresión sombría reemplaza su diversión. —No voy a mentirte.
—¿Ni siquiera sobre mirar fotos de mujeres semidesnudas? —A
quienes probablemente podría tener en la vida real, dado quien es.
—Sobre nada. —Fija su mirada en mí, sin vacilar en ningún
momento. Nunca he conocido a un tipo tan decidido a mantener la
honestidad. Es casi desconcertante.
Soy la primera en apartar esa mirada fija. —Entonces, ¿qué más
haces cuando no estás en el hielo o lees sobre dragones?
Frunce un poco el ceño mientras piensa en esa pregunta un poco.
—Bueno, juego al golf en los veranos. Paso tiempo con mis amigos, más
que nada, bebiendo cerveza y tratando de vencernos unos a otros en un
videojuego u otro. Tomo un vuelo para ver a mi familia siempre que 279
pueda, ayudo a enseñar a los niños a patinar. Pero el hockey ha sido mi
vida durante… toda mi vida. Me levantaba y me ponía mis patines antes
de que saliera el sol y salía a la pista de patinaje del patio trasero con
mis amigos antes de la escuela. Después de la escuela, mi padre se
sentaba en la red durante horas, dejándome lanzarle discos. Teníamos
una gran pista de asfalto, como una cancha de tenis, excepto que era
específicamente para mí, para que pudiera jugar ahí cuando hacía
demasiado calor para el hielo. He querido jugar profesionalmente desde
que tengo memoria. Es todo lo que siempre he querido hacer.
—Guau… eso es… dedicación.
Sonríe, pero está teñido de tristeza. —Es un montón de sacrificio.
La gente no se da cuenta de lo duro que he trabajado para llegar a este
nivel. Fines de semana conduciendo a arenas a horas de distancia de
casa para los torneos. Prácticas a las seis de la mañana entre semana.
Planificar las vacaciones en torno a mi horario de juego. —Ríe entre
dientes suavemente—. Dios, mi hermana se enfadaba mucho cuando no
podíamos ir a algún sitio porque yo tenía hockey.
Recuerdo que Jack pasaba mucho tiempo jugando al hockey
sobre hielo en la calle, y mi padre se iba con él durante horas los fines
de semana para ir a los partidos en algún lugar. Pero no eran tan
dedicados como Brett y su padre. Tal vez eso es porque mi padre no se
daba el lujo de no trabajar y nuestro patio no era lo suficientemente
grande para una pista de patinaje. Ciertamente no planeamos las
vacaciones familiares en torno a un horario de hockey. Para empezar,
apenas tomamos vacaciones familiares.
Por lo que parece, Brett ha vivido, respirado y dormido por este
deporte toda su vida.
Lo que hace que su lesión sea aún más devastadora. Me duele el
corazón por él. Le doy un suave beso en la clavícula pero no digo nada.
Sonríe, sin embargo, tal vez notando la simpatía en mis ojos.
—¿Sabes, lo que dijiste anoche? Que mi papá preferiría sentarse
en el sofá y ver un partido conmigo que no tenerme... tienes razón. Y
arriesgaste tu vida por mí. Te debo a ti el enfocarme en el panorama
general aquí.
—No me debes nada. Simplemente enfócate en mejorar. —Acaricio
con mi pulgar su hombro suavemente, mis dedos picando por tocar su
pecho—. Vamos a mantenernos optimistas.
—Estoy tratando. —Se vuelve para estudiarme, la vulnerabilidad
y el miedo en sus ojos—. Nunca he pensado mucho en la vida después
del hockey. ¿Eso me hace un idiota?
—No, te hace apasionarte por tus sueños y vivir en el momento.
Gruñe. —O simplemente un idiota privilegiado que nunca tuve
que preocuparme por mi futuro.
—O tal vez eso —bromeo, pero lo suavizo con otro beso robado 280
contra su clavícula, mis labios se demoran un momento más esta vez—.
¿Nunca has pensado en el retiro? —Incluso los mejores jugadores
tienen que colgar sus patines con el tiempo.
—En realidad no. Bueno, me imaginé que estaría entrenando. Y
enseñando a mis propios hijos a jugar, por supuesto. Pero más allá de
eso…
Mi estómago revolotea ante la idea de Brett con sus propios hijos.
De que sea padre. Apuesto a que será un gran padre algún día.
Me doy cuenta de que me está sonriendo.
—¿Qué?
—Es muy fácil hablar contigo.
El sonido de las ollas y sartenes chocando finalmente atrae la
atención de Brenna de la caricatura. Inhala. —¿Qué es ese olor? ¿Son
gofres?
—No solo gofres. Los mejores gofres del mundo.
—¿Mejores que los de Leroy? —Los ojos de Brenna se abren de
par en par en la cama.
—Oh sí. Definitivamente mejor que los de Leroy. —Brett asiente,
con su cara seria.
Ella salta y sale por la puerta hacia la cocina.
—¿Quién es Leroy?
Me río. —El cocinero de Diamonds, y cuando ella le cuente que
dijiste eso, te pondrán en la lista negra de la cafetería.
—¿Antes de conocerme?
—Él toma su cocina muy en serio.
—Puff. —Brett no pierde el tiempo deslizando su brazo debajo de
mí para arrastrarme encima, sobre su pecho caliente y desnudo. Sus
dedos se entrelazan en mi cabello para agarrarme la cabeza, y luego me
besa. No es un beso casto, como antes. Me besa como si estuviera a dos
segundos de quitarme la camiseta del cuerpo, agarrando el algodón en
un puño con su mano libre hasta que se desliza para acomodarse
alrededor de mi cintura y mis bragas se presionan contra su cadera.
Las suaves pisadas que corren por la madera dura son la única
advertencia que recibimos, pero nos las arreglamos para romper el beso
justo antes de que Brenna esté en la puerta. —¡Él está haciendo crema
batida también! —anuncia con un grito emocionado.
—Te dejará lamer los batidores si le ayudas. ¡Pero es mejor que
vayas, rápido! —El corazón de Brett está golpeando mi pecho.
Brenna estrecha su mirada hacia nosotros, a mí encima de él.
—¿Qué están haciendo?
—Tu mamá me estaba ayudando a tomar mi medicina. 281
—¿Has tenido que tomar más?
—Sip.
—Oh. —Abre la boca para preguntar algo más, pero el sonido de
los batidores la distrae y se va corriendo.
—Buena recuperación —le digo.
—En realidad, estoy impresionado conmigo mismo.
—Volverá en unos treinta segundos.
Gime, sus brazos relajando su agarre sobre mí. —Supongo que es
hora de levantarse, entonces.
Con gran reticencia, me despego de Brett y me levanto de la
cama, preparándole sus muletas.
Se levanta lentamente y con la mala arrugada, luego ajusta sus
calzoncillos boxers en la ingle donde se aferran y muestran lo suficiente
como para que mi sangre se acelere.
Sonríe juguetonamente. —No puedo creer que me hayas dejado
así anoche.
—Podría haber sido mucho peor. —Podría haber estado casi hasta
el final… Mis labios se separan al pensar en el orgasmo de Brett.
Él maldice suavemente, siguiendo mi línea de pensamiento. Un
chispazo travieso aparece en sus ojos mientras se cierne sobre mí.
—¿Me devuelves mi camisa? —Agarra el dobladillo y comienza a
levantarlo.
—¡Oye! —Me salgo de su alcance, riendo mientras golpeo su mano
juguetonamente, ganando su risita suave.
—Voy a darme una ducha rápida. ¿Podrías bajar una de arriba y
dejarla en la cama? Me he quedado sin ropa limpia.
—Por supuesto. —Me maravillo por la forma en que los músculos
de su espalda y hombros se tensan con cada paso que da hacia el
cuarto de baño contiguo, incapaz de imaginar lo que se sentiría si ese
cuerpo se estrellara contra mí en una pista de hielo, con almohadillas o
no—. ¿Necesitas mi ayuda allí?
Se detiene y, después de un momento, comienza a reír, bajo,
suave y lleno de significado. Volviéndose, me da una buena vista de él:
las líneas duras de su estómago, la forma en que sus caderas se cortan
en una V, la forma en que sus calzoncillos se extienden con una
erección en su interior. —Probablemente sea mejor que te quedes aquí.
Imagino a un Brett desnudo parado en la ducha, y siento que me
ruborizo furiosamente.
Su risa me sigue por la puerta mientras corro por las escaleras,
sacudiendo mi cabeza todo el camino. Tal vez uno de estos días, Brett 282
no será capaz de agitarme tan fácilmente.

***

Pruebo mi zumo de naranja y observo en silencio a Richard


holgazanear por la cocina y preparar el desayuno. Intenté ayudar más
temprano, pero él me mandó lejos.
—Entonces, ¿he oído decir que eras ayudante de escena cuando
conociste a Meryl?
—Así es. —Richard se seca las manos en la toalla de té y luego
vuelve a dirigir la atención hacia la plancha de gofres—. Comencé a
trabajar en escenarios pequeños. Ya sabes, para anuncios de televisión,
campañas publicitarias, cosas así. No es exactamente emocionante,
pero era un pie en la puerta. Y luego un amigo de otro me enganchó con
una compañía de producción, y eso fue todo. Estuve allí durante casi
tres años. —Sonríe cariñosamente—. Me encantó.
—Pero lo dejaste por Meryl.
—Y los chicos. Sí. —Suspira, probando los bordes de la masa con
un tenedor, frunciendo un poco el ceño—. Pensé que volvería en algún
momento. Pero los papeles de Meryl no dejaban de hacerse más
importantes, seguimos ocupándonos más. Pensé que uno de los padres
en la industria cinematográfica era suficiente. —Su mirada se desliza
hacia la sala de estar, donde Brenna se sienta en silencio en el sofá, sus
ojos pegados a un dibujo animado, un batidor en su mano—. ¿Cómo va
eso allá, Brenna?
—Todavía no he terminado.
Él se ríe entre dientes. —Michelle era así. Siempre bromeaba con
que ella lamería el cromado.
Estudio una mancha de pulpa de naranja asentada en el borde de
mi vaso por un momento, decidiendo cómo hacer mi pregunta más
importante. —¿Cómo aprendiste a manejar las partes locas? Ya sabes,
las cámaras y los periódicos, los chismes.
No responde enseguida. —No diría que he aprendido a tratar con
ellos. Más bien aprendí a ignorarlos. Sabía que, si dejaba que ellos me
afectaran, Meryl y yo no duraríamos. —Por un momento, sus ojos grises
parpadean hacia mí, donde permanezco sentada en un taburete, luego
se agacha para colocar el gofre en la placa del horno con los otros—.
¿Estás teniendo dificultades con esas cosas?
Siento que ya sabe la respuesta a eso, pero está preguntando de
esa manera que lo hacen los padres, fingiendo estar desorientados para
que sus hijos se abran. —Ha sido agradable y tranquilo últimamente,
pero, sí. Fue abrumador después del accidente.
—Eso fue en el apogeo de la historia. Se pondrá mejor. 283
¿Lo harán una vez que descubran que Brett y yo estamos juntos?
Empujo esa preocupación a un lado. —¿Fueron crueles contigo?
—Tuvimos nuestra parte, más cuando Meryl era más joven.
Principalmente rumores de aventuras. Un compañero guapo con el que
Meryl filmaba una película en Tailandia, un guardaespaldas… Pero si
hay algo con lo que puedo contar con mi esposa, es su firme creencia en
ser siempre honesta. Sabía que si ella pensaba que algo podría suceder,
se sentaría y hablaría sinceramente conmigo al respecto. Es una de las
cosas que más amo de ella. Es una de las cosas que nos ha mantenido
cuerdos. También hemos inculcado la importancia de la honestidad a
nuestros hijos.
Lo he notado.
Richard está sacando tazones de la nevera, haciendo preparativos
de última hora. —Tienes que recordar que Brett ha crecido conociendo
ese mundo. Claro, lo protegimos de gran parte de él, pero la idea de un
detalle de seguridad y de que la gente se interese por nuestras vidas no
es algo fuera de lo común para él. He tenido que recordarle que para ti
sí lo es. Además, la forma en que se conocieron iba a provocar una
conmoción desde el primer día. Al menos Meryl y yo podríamos salir en
relativa paz. Ustedes dos lo tienen más difícil.
Trato de ocultar mi sonrisa. ¿Qué le ha dicho Brett? Sé que son
unidos, pero la idea de que tenga una conversación con su padre sobre
nuestra relación me hace sentir cálida por dentro.
Richard abre la boca, pero se detiene por un momento, sus ojos
parpadean hacia el pasillo. —Solo recuerda que no estás sola en nada
de esto. Tienes mucha gente que se preocupa por ti. Incluyendo a tu
familia. Y verás que puedes lidiar con mucho más de lo que te das
cuenta. —Hace una pausa—. Si decides que vale la pena.
No hay duda en mi mente de que Brett vale la pena.
¿Pero siempre valdrá la pena para él?
—¿Alguna vez te has preguntado por qué tú? Digo… no estoy
diciendo que haya nada malo en ti, pero… —Tropiezo con mis palabras.
Su sonrisa consciente me tranquiliza. —Me quedé estupefacto la
primera vez que Meryl me invitó a tomar un café. Estaba seguro de que
los chicos del trabajo la habían convencido de que me hiciera una
broma.
—¿Pero fuiste?
—Diablos, claro que sí. ¡Era Meryl Price! No iba a dejar pasar esa
oportunidad, aunque terminara conmigo atado desnudo a un palo en
medio del centro de Toronto. —Se ríe entre dientes—. Todavía me
sorprendo preguntándome si finalmente se despertará y reconsiderará,
incluso veintiocho años después.
Miro tranquilamente mientras Richard vuelca la masa sobre la
plancha de gofres, admirando esa manera fácil y relajada de ser.
—Meryl no es como mucha gente que conocemos en su industria.
284
Ama su trabajo y lleva bien el juego, pero nunca escogerá la fama y la
riqueza sobre la familia. Creo que nuestros hijos también lo saben bien.
Brett, sobre todo. Por supuesto, hasta ahora ha puesto todo su enfoque
en su carrera. Pero eso está cambiando, rápido.
—¿Crees que volverá a jugar?
La boca de Richard se curva con el ceño fruncido. —Sí, lo creo.
¿Como antes? Eso aún está por verse. Pero es un luchador y no se rinde
con facilidad. —Con una sacudida casual de la cuchara sucia en el
fregadero, agrega—: Y no estoy hablando solo del hockey.
—¿Ya está listo el desayono? —Brenna salta a la cocina, con un
batidor pulido y lleno de saliva colgando de las yemas de sus dedos,
interrumpiendo nuestra conversación.
—Desayuno —la corrijo.
—Eso es lo que dije. Me estoy muriendo de hambre.
—Bueno, has estado esperando un rato. Y con tanta paciencia. —
Richard saca un gofre del horno y lo pone en un plato.
—¿Puedo tener crema batida extra?
Los ojos de Richard destellan hacia mí y yo asiento.
—Bien… tal vez solo esta vez. —Le guiña un ojo.
Brett entra por el pasillo hacia nosotros, recién duchado y vestido
con la camiseta y los pantalones de chándal que le llevé.
Ojalá también me hubiera duchado, o al menos hubiera tenido un
cambio de ropa. Hice mi mejor esfuerzo para refrescarme, limpiando
manchas de sombra de ojos, de delineador con mi dedo pulgar y
peinándome el pelo.
Se detiene junto a mí, su mano se pone en la parte baja de mi
espalda mientras se inclina hacia mí. —Gracias por la ropa —murmura,
dejando un suave beso en mi boca.
—Por nada. —Sí, este momento aquí valdría todo el caos que hay.
Cuando se aleja, encuentro a Brenna mirándonos fijamente, con
una mirada ancha y curiosa en sus ojos.
Nunca ha visto a un hombre besándome en los labios.
Me salvo de cualquier pregunta incómoda cuando Richard pone
un plato para ella que dudo incluso Brett pueda terminar.

***

—¿Entonces? ¿Cómo estuvieron?


—No tan buenos como los de Leroy, pero bien. —Brenna se va 285
hacia el sofá.
Le doy una sonrisa de disculpa a Richard, pero él está sonriendo
mientras alcanza su plato.
—Espera, déjame limpiar. —Me muevo para salir de mi silla, pero
él me lleva de regreso.
—¡Termina de comer! No me importa. No puedo cocinar para
nadie más, ahora que mis hijos están fuera de casa y Meryl contrató a
un chef.
—¿Lo hizo? —Brett frunce el ceño—. ¿Desde cuándo?
—Desde que se quejó de que usaba demasiada mantequilla y me
niego a usar menos.
Brett se ríe entre dientes. —Sabes, ella puede tener un argumento
válido.
Richard envuelve el bloque de mantequilla a medio terminar y lo
mete en la nevera mientras nos mira por encima del hombro, ese mismo
brillo travieso en sus ojos como en los de su hijo. —No sé de qué estás
hablando.
Sonrío en medio de un bocado, viéndolos juntos. Me recuerdan a
Jack y a mi padre.
Brett suspira con exasperación, su mirada en la pantalla de su
teléfono.
—¿Qué pasa?
—Simone está molesta.
—¿Cuándo no? —pregunta Richard—. ¿Por quién, esta vez?
—Courtney. Al parecer, se fue encima de un chico en un club
anoche.
—¿Hay fotos?
—Por supuesto. Simone quiere hacer una declaración.
Sacudo la cabeza. —¿Por qué tiene que decir algo? —Todo este
asunto de tener un publicista y hacer declaraciones sobre detalles
estúpidos… no sé si voy a entenderlo.
—Porque es mejor que Simone controle el mensaje en vez de la
gente de Courtney. Simone sabe que no quiero que nada de esto te
vuelva a afectar.
—¿Lo haría? —No puedo evitar la cautela en mi voz.
La cara de Brett está llena de preocupación. —Probablemente no,
pero…
Pero le preocupa mucho que vuelva a ser demasiado para mí otra
vez, y que decida que no vale la pena.
Que él no vale la pena.
Me acerco para apoyar una mano calmante en su rodilla. —Si lo 286
hace, entonces nos encargaremos de ello. No podemos evitarlo para
siempre, ¿verdad?
Una lenta sonrisa le curva los labios. —Cierto.
—Entonces… ¿qué es lo que Simone va a decir en su declaración?
—pregunto, saboreando el último trozo de gofres.
—Que estoy demasiado ocupado tratando de sacarte las manos de
encima como para que me importe a quién se folla Courtney —susurra
Brett, como respuesta.
Casi me ahogo con la boca llena, mi cara ardiendo por la forma
tan arrogante en que dijo eso, especialmente frente a su padre.
—Eso me recuerda que tu mamá debe llamar y yo dejé mi teléfono
en mi habitación. —Richard presiona sus labios, pero no esconde la
sonrisa cuando pasa por delante de nosotros, golpeando a Brett en la
parte posterior de la cabeza.
—Oye, ¡estoy lisiado!
—Y, sin embargo, sigues siendo molesto —dice Richard mientras
desaparece por el pasillo.
Traducido por evanescita
Corregido por Florpincha

La mezcla familiar de vinagre y limones llena mis fosas nasales


cuando entro a la casa de mis padres, una backsplit de cincuenta años,
de tres recámaras que se remodeló cuando la compraron hace treinta
años y no ha visto mucho más que una capa fresca de pintura desde
entonces. Se saltaron una boda formal con el fin de poner todos sus
ahorros en la hipoteca, eligieron una pequeña y práctica ceremonia civil
en Filadelfia en su lugar. Tampoco tenían mucha familia de todos
modos, ambos eran bastante jóvenes cuyos padres habían muerto antes
de que yo naciera.
La casa es vieja, pero está bien cuidada, con el césped siempre
cortado, los pisos apenas rayados.
Brenna se dirige a la cocina en un instante. —¡Abuela! —La oigo 287
exclamar—. ¡Adivina qué! ¡Dormimos en la casa de Brett en Filadelfia!
Ruedo los ojos. Estupendo.
Unos minutos más tarde, mi mamá aparece en la puerta de la
cocina, con un secador de platos en sus manos.
—Gracias por cuidarla. Será durante tres horas, máximo. —Dos
camareras se reportaron enfermas para el turno de la cena, y Lou trató
de ubicar a todos los demás antes de llamarme. Muy a regañadientes,
dejé a Brett a las dos.
—No hay problema. Estaba a punto de empezar la cena y tu
padre está afuera en el jardín. —Hace una pausa—. ¿Así que estuviste
en Filadelfia anoche?
Brenna acaba de decirle que lo hicimos. —Sí. La tormenta era
demasiado mala para volver a casa.
—Hmm. —Lo veo en su cara. No lo aprueba. Siento las palabras
en la punta de la lengua, la precaución que se desespera por compartir.
Está decidiendo cómo decirlo, cómo hacerme entender su punto de la
manera más sutil. Abre la boca…
—Soy consciente de todos los riesgos, mamá.
Sus labios se retuercen. —No puedo simplemente sentarme y no
decir nada. Sé que tienes la edad suficiente para cometer tus errores.
Pero también tienes que pensar en Brenna.
—Siempre estoy pensando en Brenna.
—Se apega bastante a los hombres de su vida. ¿Lo has notado?
—Por supuesto que me he dado cuenta. Es mi hija. —Jack, Keith;
todos llenan una brecha que ella todavía ni siquiera parece entender
que existe.
Pero no tiene sentido tener esta conversación con mi madre. Solo
terminará en una fea pelea. —Volveré a las ocho para recogerla.
Salgo antes de que tenga la oportunidad de responder.

***

—¡Hamburguesa de banquete, sin pepinillos! —replica Leroy.


Tomo el plato del calentador y lo deslizo a través del mostrador
hacia Mark, entregándoselo con una sonrisa. Sé que es la orden del
camionero incluso sin mirar. Él pide lo mismo cada semana cuando se
detiene aquí.
—¿Cómo te va en estos días, Cath? —Asiente hacia mi muñeca—.
¿Parece que ha sanado bien?
—Muy bien, está como nueva. —Muevo mi mano derecha para
probarlo. 288
Mark se ríe, mostrando el amplio espacio entre sus dos dientes
delanteros mientras golpea el fondo de la botella de kétchup. Una
porción se desliza para aterrizar en sus papas fritas. —Las cosas han
vuelto finalmente a la normalidad por aquí.
—Finalmente —concuerdo.
Mark hace una pausa. —Luces... diferente.
—¿Yo? —Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia.
—¿Todavía sabes algo de Madden? —pregunta, mientras llena con
frituras su boca.
—Algo. —Evito mirarlo, limpiando unas migajas—. Está ocupado
con cosas de caridad y otras presentaciones, y preparándose para la
terapia física... —Richard ha estado intentando mantener la mente de
Brett ocupada de nuevo esta semana, firmando fotos, palos de hockey y
jerséis, cosas de caridad. Incluso hicieron algunas apariciones en las
escuelas y eventos deportivos para niños. Richard puede no tener un
trabajo oficial, pero estoy empezando a ver que él trabaja más duro que
cualquier empleado que conozco.
Pero incluso con todo eso, todavía recibo mensajes de Brett desde
el momento en que se despierta hasta tarde en la noche.
Cuando me atrevo a levantar la mirada, Mark está masticando su
hamburguesa lentamente observándome, así que trato de controlar mi
expresión, la mirada en sus ojos me dice que puede ver a través de mí.
Agacho la cabeza antes de que la estúpida sonrisa amorosa pueda
escapar.
—Cath, ¿cuántas mesas tienes? —grita Lou, llevando en brazos
una bandeja de vasos limpios de la cocina.
—Solo tres. Dos están listas para recibir la cuenta. —La fiebre del
almuerzo pasó rápidamente, dejándome con la espalda dolorida y el
estómago gruñendo.
Deja caer sus gafas en el mostrador con un fuerte ruido. —Por
qué no vas por algo de comida. Luego, cobraré por ti.
—La orden de la mesa dieciocho saldrá en cualquier momento.
Dieciocho.
El número de Brett.
Contengo el impulso de rodarme los ojos a mí misma. ¿Qué soy,
una adolescente?
—La llevaré. Y hazme un favor... échale un vistazo al periódico
mientras estás comiendo.
—¿Por qué? —Mis ojos examinan inmediatamente el mostrador,
buscando una copia de Tribune. Pero las tienen todos con los clientes.
289
—Porque hay algo ahí que creo que necesitas ver. —Me da una
mirada conocedora—. Dejé una copia para ti en mi... ¿Qué diablos? —
La mirada de Lou aterriza detrás de mí, y frunce el ceño—. ¿Ese es
quien creo que es?
Volteo.
Y veo a DJ Harvey entrando en Diamonds, la cadena que cuelga
de una de las presillas de su cinturón se balancea con cada paso
despreocupado que da. Ha ganado peso y tatuajes, y el cabello rubio
dorado que solía llevar largo y algo desaliñado ha sido cortado, pero no
hay duda de esos ojos estrechos, esa sonrisa de labios finos, o de esa
fanfarronería.
La inquietud se desliza por mi espina mientras Misty salta a
través del tranquilo restaurante hacia él como Brenna lo haría cuando
esta emocionada. Ella lanza los brazos alrededor de su cuello.
—Buen Dios. No me digas que esa chica es lo suficientemente
estúpida como para volver por una segunda vez.
—Me gustaría no tener que decirte eso. —Por la forma en la que
está colgando de él, pestañeando y riéndose, parece que ella es así de
estúpida. ¿Cuándo pasó esto? Lo último que escuché, es que él le había
enviado una solicitud a Facebook. Pero no lo mencionó desde entonces.
Claro, últimamente ha estado prolongando sus turnos nocturnos, y he
estado más preocupada tratando de evitar hablar de Brett, que aún no
se lo he dicho, y probablemente soy una amiga horrible por eso. Por lo
que tal vez hubo señales que me perdí. Definitivamente explicaría por
qué no me ha estado acosando.
Misty llama mi atención. —¡Cath! ¡Mira quién vino a saludar! —
Agarra su mano, y lo conduce con una amplia sonrisa, inconsciente.
Como si estuviera feliz de que DJ apareciera.
—Voy a estar en la cocina antes de decir algo de lo que sin duda
me arrepentiré —murmura Lou, desapareciendo antes que nos alcancen
y se vea obligada a ser civilizada.
—Hola. —Fijo una sonrisa, haciendo todo lo posible por parecer
cortés.
Su mirada se desliza sobre mí. —¿Cómo te va? —A primera vista,
no ha cambiado tanto. Él todavía tiene esa actitud fresca e indiferente.
Como que, si tuviera que hablar contigo, lo haría, pero no querría que lo
molesten.
A pesar de su buena apariencia, nunca pude ver lo que Misty
encontraba atractivo en él.
—Me va bien. —Sé que esta es la parte en la que se supone que
debo preguntarle cómo le va, pero lo único que quiero hacer es alejarme
de él.
Cuelga un silencio incómodo. 290
Al final dice: —Te vi en televisión. Esa fue una historia alocada.
—¿Cierto? —Los ojos de Misty se ensanchan—. Todavía no puedo
creer que Cath salvó la vida de Brett Madden. Esperaba que algo más
saliera de ello. —Me da una mirada sarcástica.
Sip. Me alegro tanto de no habérselo dicho.
Por fortuna la campana de la cocina suena y entonces: —Oye,
Misty, ¿puedes ayudarme con estos platos?
—Claro que sí. —Le sonríe a DJ—. ¿Por qué no te sientas en una
mesa vacía? Estaré allí en un segundo.
Espero hasta que se va y cuando estamos junto al calentador de
comida. —¿Qué estás haciendo?
—¿Qué quieres decir? —Frunce el ceño.
—Es un ex presidiario, Misty. ¡No es un buen tipo! ¿Ya olvidaste
que te engañó? ¿Muchas veces? ¿Por qué perderías tu tiempo con él?
Ya puedo ver el bloqueo sobre sus ojos, el que es tan adepta a
usar para evitar lo que no quiere enfrentar. —Él me preguntó si podía
venir a visitarme un día y le dije sí. No es gran cosa. Solo somos amigos.
—Vamos, Misty. No quiere que sean solo amigos. No seas
estúpida.
Se encoge, como si la hubiera abofeteado. Pasa un largo momento
y no puedo leer lo que pasa por su cabeza. —Entonces, ¿y si decido
que quiero que sea más? ¿Qué? Siempre he estado a tu lado, Cath, sin
importar lo que hayas hecho. —Baja la voz a un siseo susurrado—.
Creo que estás absolutamente loca por rechazar a Brett, pero mantuve
la boca cerrada, ¿no? —Aparto la mirada—. Y durante todos esos meses
en que estuviste pendiente de Scott, aunque estuviera paseándose por
la ciudad con su novia, ¿te dije alguna vez que eras estúpida? No.
Aunque todo el mundo hasta Bigotes pudiera ver la verdad.
Bigotes. Es el gato ciego de Misty... —Deberías haber dicho algo,
porque estaba siendo estúpida. —Miro para ver a DJ sentado junto a
una ventana, con su atención en el teléfono—. Te digo esto porque eres
mi amiga y me preocupo por ti.
Sus ojos se lanzan a nuestro alrededor. —¿Por mí? ¿O porque no
quieres que ya sabes quién descubra que es padre?
—Eso no es justo.
—No, lo que no es justo es que estés aquí, asumiendo que no
puedo entender las cosas yo misma. No eres diferente a tu madre ahora
mismo.
Mi boca se abre con ese insulto bien colocado. ¡No me parezco en
nada a mi madre! —No puedo simplemente sentarme y verlo hacerte
daño de nuevo sin decir algo. ¿Qué clase de amiga sería?
291
Ahogo mi propio jadeo.
Las palabras se sienten como un eco de lo que mi madre dijo el
domingo pasado. ¿Me estoy convirtiendo en Hildy Wright?
Si Misty se da cuenta de mi sorpresa, no lo deja pasar, y una
amplia sonrisa se extiende sobre su rostro. —No vamos a pelear por
esto. DJ solo quiere que seamos amigos, y si no, bien... voy a decidir
qué es lo mejor para mí.
Lou habla a través de la puerta de la cocina: —Menos parloteo,
más acción. Esas papas se enfriarán.
—Voy a tomar mi descanso ahora —dice Misty, alcanzando dos
emparedados.
—No, no lo harás. Cath tiene que comer antes de ir a recoger a
Brenna. Puedes hacerlo después de ella y cubriré tus mesas.
—Pero DJ…
—Puede sentarse allí y jugar con su cadenita todo el día, por lo
que me importa. —Lou agarra los otros platos de mi orden—. Cath,
vuelve allí. Leroy te preparó el almuerzo. El periódico está en mi
escritorio.
Encojo mis hombros hacia Misty y gesticulo “Diez minutos”
porque Lou claramente no está feliz de que DJ esté aquí y no voy a
pelear con ella cuando está de mal humor. Además, mi curiosidad crece
cada vez más sobre lo que sea Lou insiste en que necesito leer.
Un plato de sopa y una ensalada griega me esperan en la mesa de
preparación. Los agarro y le agradezco a Leroy. Sonríe antes de volver
su atención a la parrilla, tarareando para sí mismo.
Me dirijo a la oficina y uso mi cadera para cerrar la puerta, y me
acomodo detrás del escritorio. La sopa de tomate y albahaca de Leroy es
una de mis favoritas y felizmente meto una cucharada en mi boca.
Y casi escupo todo sobre el escritorio de Lou cuando veo el rostro
sonriente de Scott Philips mirándome.
Balsam County Realty, la firma de bienes raíces de su madre,
tomó un anuncio de página completa a color en el periódico local para
difundir y dar la bienvenida a su último agente a la firma.
Scott va a trabajar para su madre.
Lo cual debe significar que está regresando a Balsam.
Pero, ¿por qué? ¿Qué pasó con su trabajo en Memphis?
Dejo caer mi cuchara en el recipiente, enviando salpicaduras de
sopa por todas partes. Balsam es demasiado pequeño para que viva
aquí otra vez. Pero tal vez tendré suerte. Tal vez decidirá vivir en
Belmont, o Sterling.
La puerta se abre. Reconozco el pesado suspiro de Lou sin darme 292
vuelta. —Creí que deberías verlo ahora, en caso de que te encuentres
con él en la ciudad.
Encontrarme con él, o simplemente ver su cara salpicada por todo
el lugar. Balsam Realty domina este condado. Se venden muy pocas
propiedades que no tengan las huellas digitales de un Philips en el
papeleo.
Dios, voy a ver la cara de Scott en todas partes.
—¿Qué pasó?
—Bueno, por lo que he oído, él hizo algún tipo de trato con la
escuela y los padres de la niña para mantener las cosas en paz, y
renunció. Quién sabe lo que pasó allí.
Por supuesto que se libró.
Qué diferencia, sin embargo, entre la familia de esa niña y mis
padres. No puedo evitar preguntarme cómo habría sido mi vida si mi
madre hubiera querido “mantener las cosas en paz” también.
Estudio la foto otra vez. Tomada recientemente, pienso. Es uno de
esos rostros profesionales rígidos, actitud en ángulo, traje de negocios,
fondo azul aburrido. Se ve diferente de la última vez que lo vi, con el
cabello ondulado recortado y de color gris oscuro a los lados, con el
rostro mucho más lleno, la frente grabada con pequeñas líneas. Más
viejo, por supuesto. Han pasado más de siete años desde ese día que él
me pidió que le mostrara mi último boceto después de la escuela y sentí
sus dedos deslizarse sobre los míos por primera vez. Acababa de
cumplir treinta y ocho años en abril.
Sin embargo, sus ojos no han cambiado mucho. Todavía tienen
ese brillo juguetón, el que solía hacerme ruborizar y tropezar con mis
palabras.
Que los hubiera usado en una niña de la mitad de su edad, hace
que mi piel se erice.
—Así que va a vender casas. —Una vez me dijo que prefería pasar
sus días esparciendo abono de vaca en la granja de su tío que trabajar
para su madre—. Debe estar teniendo dificultades para conseguir otro
trabajo de maestro.
Lou arrastra una silla de repuesto y se sienta a mi lado. —Haces
cosas malas y algún día te pasará factura. Siempre lo hace, de una
forma u otra.
Intento una sonrisa. —Pareces estar al tanto de todo lo que
sucede con él.
—Solo vine a verte. —Una larga pausa cuelga en el aire—. ¿Hay
algo de lo que quieras hablar?
—¿Cómo qué?
—Oh —dice, fingiendo un ligero interés—, nada en particular. —
Sus dedos golpean el escritorio, a un ritmo constante.
293
—Brett y yo estamos... hablando mucho.
—Bueno, sí, a quién más estarías enviando mensajes de texto sin
parar durante tus turnos. —Sus labios se retuercen, pero sé por sus
ojos que no está realmente molesta por eso. Hay una larga pausa—. Si
hay algo más, sabes que siempre te escucharé.
—Sí, lo sé. Gracias, Lou. —Dudo—. ¿Crees que estoy cometiendo
un error con Brett? ¿Terminaré con el corazón roto?
Lou nunca es capaz de retener lo que piensa, pero a diferencia de
mi madre, nunca se siente obligada a ofrecer su juicio. Ella siempre ha
estado presente con ese apoyo inquebrantable, un pilar robusto para
apoyarme en cualquier dirección que elija tomar.
Frunce el ceño ante sus pensamientos. —Creo que estás lejos de
ver lo último de él. —Se levanta de su silla con la misma rapidez con la
que se sentó, agregando—: Y espero que ese amigo tuyo no esté cerca
para ver a este último idiota sentado en mi mesa allá afuera.
—Ugh. —Gimo ante el recordatorio.
—No quiero que cause ningún problema. Porque tengo la
intención de echarlo a patadas. —Tanto como Lou lo quisiera, nunca
ofendería a Misty así. Puede, sin embargo, lanzarle bastantes dagas con
sus ojos para hacerlo sentir muy incómodo hasta querer irse.
Me inclino hacia delante para apoyar mi frente entre las palmas
de mis manos, descansando mis codos en el escritorio.
Muy consciente de esos ojos que me miran fijamente.

294
Traducido por Beatrix
Corregido por Laurita PI

—He oído que le cuesta trabajo conseguir clientes —dice John


Sanders desde su taburete junto al mostrador. Es uno de los muchos
asiduos, un campesino de setenta y dos años que trabaja seis horas
diarias antes de ir a Diamonds a por un plato de huevos y tocino a
última hora de la mañana.
Tampoco es un chismoso. Si dice algo, es más que probable que
sea cierto.
Agacho la cabeza y me enfoco en recargar servilletas de papel en
su dispensador, fingiendo que no escucho a la gente hablar de que
Scott Philips se encuentra de regreso en Balsam. Pero he oído cada
palabra, y parece que no ha tenido la cálida recepción que su madre
podría haber esperado. 295
Regresó solo, al parecer, a la maravillosa casa de sus padres, sin
señales de su esposa o hijos. Algunos especulan que es porque el año
escolar aún no ha terminado, pero otros señalaron que el año escolar
termina antes en el sur. Eso lleva a algunas personas a creer que Linda
Stovers decidió que había tenido suficiente. Y claro, otros insisten en
que ella fue lo suficientemente estúpida como para casarse con él en
primer lugar, por lo que no debe estar molesta.
Es una olla de chismes.
Pero, por una vez, no soy un ingrediente clave.
El teléfono de Misty suena cerca; es una carcajada ridícula que
descargó para sus mensajes entrantes, y se apresura a comprobarlo. Su
cara se ilumina y sé que es DJ. Sin embargo, no le pregunto. A pesar de
lo que dijo sobre no querer pelear, las cosas han estado tensas entre
nosotras. Y me aterroriza estar mostrando signos de la influencia de
Hildy Wright, así que no quiero arriesgarme a decir algo para solidificar
ese miedo.
—No te pago para que estés con tu teléfono. El almuerzo va a
comenzar pronto. —El rostro de Lou no parece contento mientras que
pasa por delante de mí, mirando a Misty.
—¿Por qué siento que me reprende más que de costumbre? —
gime Misty, más para sí misma.
Porque lo hace. Abro la boca para mentir y decirle a Misty que no
es gran cosa, que Lou tiene un mal día.
—Así que, ¿has pensado más en esa oferta de trabajo, Cathy? —
La voz de Gordon se alza, sorprendiéndome. Las servilletas en mi mano
se dispersan sobre el mostrador.
Gord apareció hace una hora, pidiendo sentarse en mi sección.
Noté la mirada que Leroy disparó a través de la ventana de la cocina,
junto con la mirada de advertencia que Lou devolvió. Una que le dijo
que no podía quemar los huevos de Gord.
Pero para la tercera vez que Gord me hizo un gesto con la mano,
no para pedirme su orden, sino para tratar de entablar conversaciones
sobre mi Escape, sobre Brenna, sobre dejar Diamonds y volverme su
asistente personal, estaba lista para pagar a Leroy de mi propio bolsillo
para carbonizar toda la comida de Gord.
Y ya que Lou no va a cobrar a la familia, y él ya ha mencionado
entre risas que mi propina fue incluida en el trato de mi camioneta, dejé
de hacer contacto visual después de recoger su plato sucio.
—Gracias, pero no me interesa ser asistente.
Su cara se divide en una sonrisa, pero es condescendiente.
—Venga, Cathy. —Aún sonríe mientras baja su voz y susurra—:
Creo que es hora de que retrocedas y enfrentes la realidad.
Le ofrezco una sonrisa tensa, tratando de no arrugar demasiado
296
las servilletas en mi mano. —¿Necesitas un café para el camino?
El chillido agudo de Misty ahoga cualquier respuesta que Gordie
da, sorprendiéndome. Dejo caer la pila de servilletas. De nuevo.
Tan pronto como veo que sus amplios ojos están clavados en la
puerta, sé por qué, sin ni siquiera tener que mirar.
Brett acaba de entrar en Diamonds.
Mi corazón comienza a martillar en mi pecho.
Él le asiente a los camioneros sentados en sus taburetes en la
barra, sus cabezas inclinadas para mirarlo mientras deja a Donovan
con la anfitriona y se mueve hacia mí.
Gord está diciendo algo, pero lo ignoro y cierro la distancia hacia
Brett, reprimiendo mi deseo de extender la mano y tocarlo por todos los
ojos que están en nosotros. —¿Qué haces aquí? —susurro, robando una
mirada a su pierna buena, desnuda en pantalones cortos y surcada en
músculos. Tratando de no concentrarme en su pierna lesionada, que es
visiblemente esbelta en comparación.
—Sid me prestó su casa para el fin de semana y pensé en comer
algo rápido en el camino. He oído que la comida es buena aquí. Y el
personal es sexy. —Hace una exploración rápida de la cabeza a los pies
de mi uniforme, logrando que me ruborice.
En su rostro aparece una amplia sonrisa.
—La gente hablará. —Al menos estamos cerca de una estación de
servidores, lejos de los oídos curiosos, siempre y cuando mantengamos
nuestras voces bajas.
—¿De qué? ¿De mí, saludándote y luego comiendo? —Se burla de
mí y su rostro se transforma con una máscara inocente. Solo puedo
sacudir la cabeza hacia él. Y tratar de no dejar que todo el mundo vea lo
enamorada que estoy—. ¿A qué hora termina tu turno?
—Aproximadamente en dos horas. Tengo que llegar a casa a
tiempo para recoger a Brenna de la escuela. Y luego regreso para un
turno en la cena.
Frunce el ceño. —¿Hay alguna posibilidad de que salgas de esto?
—¿Del trabajo? No, no puedo hacerle eso a Lou. —Aunque todo lo
que quiero es tirar a un lado mi delantal e irme lejos con él justo en este
momento.
—¿Hacerme qué? —Lou aparece de la nada.
—Nada. Lou, este es Brett Madden. Brett, esta es mi jefa, Lou.
Ella le da una simple inclinación de cabeza, como si fuera apenas
otro cliente que pasa por aquí, pero no me pierdo la mirada estimativa
en sus ojos. Tiene una tendencia a diseccionar a la gente en la primera
impresión y tomar una decisión sobre ellos allí. Rara vez se equivoca. 297
—Hola, Lou. Solo preguntaba si Cath tenía que trabajar esta
noche. —Brett sonríe.
—Bueno, qué curioso. No lo creerías, pero metí la pata con el
horario y el exceso de personal esta noche. Y también mañana por la
mañana.
—¿Qué?
—Así que puedes tomarte el día libre en el momento en que tu
turno haya terminado.
—Pero, tengo que hacer...
Su mirada hace que olvide mi queja. Con un gesto hacia Brett, se
marcha.
Dejándome con un sonriente Brett. —Bueno, eso funcionó bien.
Ahora tú y Brenna pueden ir a pasar la noche a la casa de Sid. Te
encantará estar allí.
Mi estómago revolotea con la idea de otra noche con Brett, incluso
mi corazón se hincha con el hecho de que automáticamente ha incluido
a mi hija en nuestros planes. Sacudo la cabeza. —¿Estás seguro de
quererla allí?
Aparecen esos hoyuelos. —He aceptado totalmente la realidad de
un montón de duchas frías en mi futuro, si eso es lo que quieres decir,
sí. —Su mirada parpadea sobre el comensal antes de regresar a mí,
cayendo a mis labios durante solo un segundo—. Tengo hambre. ¿Qué
te parece si consigo una mesa?
Creo que tal vez sea hora de que aproveche la oferta de mis
padres para cuidar a Brenna por una noche.
—Por supuesto. —Le dirijo hacia Wendy, la nueva anfitriona,
porque Lou tuvo que despedir a otra por falta de turnos.
—Hola, Donovan. Wendy, ¿puedes ponerlos en la mesa diez?
Frunce el ceño un poco. —Pero pensé que estabas cubriendo...
—Mesa diez. —Le doy una mirada cómplice.
Se encoge de hombros. —¡Muy bien! —Sus ilusionados ojos se
dirigen a Brett antes de desviarse suavemente—. Síganme.
Le sonrío con dulzura. —Disfruta de tu almuerzo. —Le dedico una
sonrisa amable y luego me dirijo a la puerta que se balancea hacia la
cocina.
—¿Ya llega la emoción? —Leroy se encuentra en el mostrador,
pelando las patatas, el trabajo que debe hacer su personal, pero él lo
encuentra terapéutico.
—Aún no.
Me mira pasar y echar un vistazo por el mostrador de servicio de
comida. —¿En qué andas?
298
—Una ofrenda de paz. —Sonrío, viendo a Wendy llevar a Brett y
Donovan a su mesa—. Y entretenimiento barato.
Misty los ve sentarse en su sección, porque sus ojos no se han
apartado de Brett desde que entró por la puerta, y su rostro se ilumina.
Escaneando el restaurante, finalmente me llama la atención.
—¡Gracias! —dice.
Brett aún se está instalando cuando Misty se apura a saludarlos
y sus manos empiezan a agitarse de esa manera emocionada que me
hace pensar en un pájaro recién nacido tratando de volar. No puedo oír
lo que dice, pero su voz es por lo menos cinco octavas más alta que el
chillido normal.
Donovan, esconde sus emociones mejor que nadie que haya
conocido, pero lucha por mantener su compostura.
No puedo contener mi resoplido.
—Eres una persona cruel, sometiéndolo a eso —murmura Lou, de
pie junto a mí para asistir al espectáculo, con los brazos cruzados sobre
su amplio pecho.
—A él le encanta la atención.
—Tanto como una picana eléctrica, al parecer.
Leroy se coloca a mi otro lado para averiguar qué miramos. Su
profunda risa calienta mi corazón. —No conozco a muchas mujeres que
voluntariamente le lancen a Misty a su hombre. La chica hablará de él
durante la próxima semana.
—No es mi hombre —lo corrijo. Y extrañamente, ni siquiera me
molesta por un segundo la idea de una mujer acosándolo. Tal vez sea
porque es Misty, por quien no me siento amenazada. O tal vez es
porque en algún momento decidí que puedo confiar en que Brett no me
hará daño de esa manera.
—Ja ja. —Leroy suelta una ruidosa carcajada mientras Misty se
inclina para obligar a Brett a hacerse una foto. Donovan está ocupado
explorando su entorno, fingiendo que su cliente no es maltratado por
una camarera rubia de grades pechos.
—Ve y sálvalo antes de que tenga que despedir a Misty por acosar
a mis clientes —gruñe Lou, esforzándose por ahogar su propia sonrisa.
—Bueno, eso liberaría tu horario de exceso de personal. —No
escondo el sarcasmo de mi tono mientras me alejo de la vista de la
ventana de la cocina.
Me dedica una mirada resplandeciente antes de alejarse.
—He estado aquí por seis años y medio, y nunca lo has fastidiado
con los horarios.
—¿Qué puedo decir? Supongo que me estoy volviendo vieja y
olvidadiza. ¿Verdad, Leroy?
—Sí, señora. No recuerda mi nombre la mitad del tiempo. Sigue
299
llamándome idiota...
—Idiota es tu nombre la mitad del tiempo, querido.
Un sonido seco y metálico suena cuando el lavaplatos, Carl, pone
un estante de vasos recién lavados sobre la mesa para que yo los lleve
al frente, guiñando un ojo antes de regresar a su estación.
—Dime la verdad, ¿Brett llamó aquí y te hizo darme esta noche
libre? —Porque todo parecía funcionar demasiado bien, por lo demás.
—¿Cuándo alguna vez alguien me ha hecho hacer algo? —se
burla.
—De acuerdo. No me lo digas. —Me dirijo al frente con mis brazos
cargados.
—Parece que también metí la pata en el horario de mañana por la
tarde, así que también puedes tomarte el fin de semana entero.
Suspiro, sabiendo que no tiene sentido discutir con ella.
Y la precipitada oleada de anticipación comienza a fluir por mis
venas.
Traducido por YessiaCA
Corregido por Julie

Estoy gratamente sorprendida de descubrir que el chalet de Sid


Durrand en el Poconos es una cabaña rústica decorada con detalles
granate, en lugar de la mansión opulenta que me imaginé en nuestra
media hora de viaje en el coche. También es enorme: tiene dos pisos y
está extensamente rodeada de exuberantes árboles en una propiedad
privada que debe ser del tamaño de varias hectáreas.
Estaciono al lado de la camioneta de Donovan, notando que es el
único otro vehículo aparcado aquí. Brett no especificó quién más
vendría esta noche, pero dado que le parecía bien que Brenna viniera,
supongo que no hay planes para una reunión furibunda del equipo de
hockey.
La puerta principal se abre y Brett llena la puerta, viéndose muy 300
cómodo para un tipo con muletas. —¿No tuviste problemas en hallarla?
—Ninguno. —El camino sin salida hizo fácil el no perderse—. Este
lugar es… —Mis ojos espían el brillo de las ondulaciones del sol en el
agua y los dejo caer más allá de la cabaña, hasta el lago que hay
detrás—. Gracias por invitarme. —Levanto mi bolsita de lona sobre el
hombro.
Brett frunce el ceño, buscando con la vista. —¿Dónde está
Brenna?
—¡Oh! —Me dirijo por el camino de piedra, admirando las
enredaderas de color verde amarillento tejiendo a través de las grietas,
hasta que estoy de pie delante de él—. La dejé con mis padres por esta
noche.
Su cara se ilumina con sorpresa y comprensión. —Bueno. Bien…
—Brisa mentolada acaricia mi rostro con su firme suspiro, y su mirada
flota sobre mi boca. Pero no se inclina hacia delante para besarme—.
Pasa. Deja que te muestre todo.
En el interior, gruesas vigas de cedro corren a lo largo del techo
alto, y los troncos forman las paredes, haciendo que el espacio se sienta
oscuro en comparación con el exterior brillante del atardecer. Directo
delante de nosotros se encuentra una sala de estar de dos pisos, con
una escalera de cedro que sube hasta el segundo piso. En todas partes
que miro es de madera, hasta los pisos son de tablones.
—Sid quería mantener este lugar discreto y relajado —explica,
siguiendo mis ojos mientras admiro los desgastados sofás de cuero de
color borgoña, el viejo televisor de tubo en la esquina, las cortinas de los
años ochenta que cubren las ventanas.
—Creo que es genial.
—No he estado aquí en más de un año. Obviamente no llegué
cuando él tuvo el equipo aquí el mes pasado. —La tristeza llena su cara.
La noche del accidente.
—Don me llevó por el camino, donde sucedió. Esa fue mi primera
vez en volver. —Hace una larga pausa—. Las flores siguen ahí y alguien
puso una linda cruz en el árbol. —Se aclara la garganta—. Aunque no
sé cuánto tiempo durará ese árbol.
—Sí, he oído a algunas personas hablando de que tal vez hay que
cortarlo. —He evitado ese tramo de Old Cannery en su mayor parte,
yendo por un camino más concurrido que añade cinco minutos más a
mi viaje al trabajo. La única vez que lo tomé, más por costumbre que
por intención, me quedé inquieta el resto del día.
El silencio se cuelga durante un largo momento mientras Brett se
pierde en sus pensamientos, hasta que finalmente lo alcanzo y aprieto
su mano. —Muéstrame el resto del lugar.
Me conduce a través de un comedor y un despacho, similarmente
rústicos, y a la cocina. —En realidad esta es la única habitación que ha 301
sido renovada.
Mis ojos miran los armarios de color crema y al igual combinando
con los azulejos, una estufa de tamaño industrial como en la que cocina
Leroy; y finalmente aterrizan en Donovan, sentado en la isla, con una
taza de café en la mano.
—¿Por qué no dejas tu bolso? —Brett señala hacia un pasillo al
otro lado—. Estaré allí en un segundo.
Me dirijo a la habitación de madera, sonriendo con deleite por las
cortinas de color chocolate y marrón que bordean las tres ventanas, un
completo contraste con la polvorienta colcha de flores de color rosa que
cubre una cama tamaño King
Hay un pequeño escritorio colocado contra una de las ventanas.
Pongo mi bolso de lona al lado de él mientras admiro la vista del lago,
ligeramente debajo de nosotros. Un muelle largo y extenso se extiende,
donde un barco y dos kayaks están amarrados.
Suena un golpe; la muleta de Brett golpeó la puerta en su camino
hacia la habitación.
Y mi corazón salta un latido cuando me doy vuelta para dejarle
entrar, como si no lo hubiera dejado en la cocina hace unos minutos,
como si recién ahora lo estuviera viendo.
¿Alguna vez me acostumbraré a esto?
Espero que no.
Espero sentir esta misma impresión cada vez que entra en una
habitación.
—¿Por qué es esa mirada? —Una sonrisa astuta toca su boca en
tanto él se acerca cojeando a mi lado de la habitación para sentarse.
—No hay razón. Me encanta esta habitación, es acogedora y… —
Mis palabras se deslizan mientras agarra el dobladillo de mi vestido
amarillo limón, uno básico de verano, y me tira suavemente para
guiarme hacia él. La parte trasera abierta de este vestido no permite un
sujetador, y sus ojos azul agua marina parecen haber captado eso,
mirando fijamente mi pecho antes de levantarla para encontrarse con
mi mirada.
—¿Dónde está Donovan? —susurro, consciente de la puerta
abierta.
Sus manos se posan en la parte de atrás de mis muslos. —Se ha
ido. No volverá hasta mañana.
—¿Viene alguien más esta noche?
—No. —Sus manos afirman el agarre, pero permanecen donde
están, todavía en un lugar semi-apropiado—. ¿Qué quieres hacer?
Podemos bajar al lago o sentarnos en el pórtico cerrado… —Su voz se
agrieta con la última palabra cuando me meto en la cama. Me acomodo
tranquilamente en su regazo, deslizando un brazo alrededor de su 302
hombro. Apoyándome, presiono mis labios contra los suyos.
Un brazo fuerte rodea mi cuerpo para mantenerme firme, su piel
calienta mi espalda desnuda, en tanto su mano se asienta en mi nuca.
—Bueno, de todos modos, odio la naturaleza.
Una risa brusca se me escapa, pero él la silencia un momento
después, besándome profundo, un gemido bajo y gutural resonando en
su pecho. —O podríamos hacer esto toda la noche —sugiere, deslizando
su mano libre hasta la parte trasera de mis rodillas para acercar más
mis piernas, hasta que estoy prácticamente acunada dentro de sus
brazos y, él se endurece contra mi cadera.
He sentido un reloj tic tac desde que entré en la calzada,
contando estas breves horas de privacidad ininterrumpida con Brett. De
una forma extraña, es liberador no tener que preocuparse por un niño,
no tener que considerar mis responsabilidades, y de repente siento la
abrumadora necesidad de dejarme llevar por completo.
De encontrar esa chispa salvaje y descuidada que debería estar
allí en algún lugar.
—Creo que podríamos hacer justo esto toda la noche. —Juego con
la unión de sus labios con mi lengua.
Sus ojos son penetrantes mientras buscan en los míos el
significado detrás de mis palabras. O, quizás, para asegurarse de que lo
entendió.
Tiro de su camisa y eleva los brazos en respuesta, permitiéndome
quitársela, mientras mis dedos resbalan sobre sus músculos tensos con
admiración. Él se ríe entre dientes de mi fuerte suspiro mientras miro
con descaro su pecho, memorizando con mi mano las curvas. —No
puedo evitarlo —ronroneo, sintiendo el calor de mis mejillas—. Eres
simplemente irreal.
—¿Es lo que crees? —Su lengua se desliza sobre la curva de mi
cuello y, yo jadeo ligeramente—. He perdido cerca de cuatro kilos y
medio de músculo en el último mes. Espera a que vuelva a entrenar en
circuito completo.
Es agradable escucharlo hablando positivamente de su futuro,
pero no lo menciono, feliz de empaparme en la sensación de su boca
mientras viaja a lo largo de mi clavícula, dejando un rastro de
humedad.
Con un suspiro, empuja las correas de mi vestido por encima de
mis hombros para caer y exponer mi pecho para su boca, apoyando mi
cuerpo hacia atrás lo suficiente como para poder chupar un pezón.
Un latido bajo y firme crece en el pozo de mi vientre mientras dejo
caer la cabeza. Su mano recorre mis piernas desnudas, deslizándose
entre mis muslos, frotando con su pulgar mis bragas de algodón. Una
maldición suave se desliza contra mi pecho como una caricia, enviando
escalofríos hasta mi corazón, y luego su puño se agolpa, deslizando mi
vestido por mis piernas, por mi cuerpo. Rápidamente le siguen mis 303
bragas.
De pronto se detiene, y con un suspiro, tira de la sobrecama,
librando la colcha, descubriendo unas sábanas blancas debajo.
—¿Me ayudas? —susurra, extendiendo la mano para desabrochar
su cinturón.
Mi aliento se acelera con mi asentimiento. Esto está sucediendo.
Alzándome en su regazo con aparente poco esfuerzo, se levanta
para equilibrarse con su pierna buena. Sus manos tiemblan con su
cremallera, desabrochando sus pantalones cortos que caen al piso.
Alcanzando y tirando de sus calzoncillos, caen al piso. Mi aliento
se detiene en mi garganta mientras veo a Brett desnudo por primera
vez.
El colchón salta mientras se reclina sobre la cama, con la ropa
colgando de su pie enyesado. —No siempre estaré tan indefenso —
promete con un leve tono de amargura en su voz, mientras que me
agacho para retirarlos con cuidado. Recuerdo lo frustrada que estaba
con mi muñeca, y eso fue solo un esguince.
—No me importa, en absoluto —ronroneo. La sensación de sus
ojos recorriendo mi cuerpo mientras estoy frente a él es casi demasiado.
Pero se apodera de mis caderas y me mantiene inmóvil, presionando
sus labios contra las débiles líneas blancas en mi hueso pélvico. Estrías
con que Brenna adornó mi cuerpo. Es la primera vez que un hombre me
ha visto desnuda desde que la tuve.
Cuando me suelta, veo su cuerpo flexionarse maravillosamente en
tanto se para para acomodarse completamente en la cama, con las
piernas estiradas ligeramente.
Esperando que me una a él.
Simplemente lo observo por un largo momento, adorando su
forma perfecta y el ser humano dentro.
Casi murió.
Casi lo perdí, sin llegar a conocerlo. Sin tener estos momentos
con él. No creo que ninguno de los dos pretenda que las cosas se
muevan tan rápido después: yo, subiendo a la cama para admirar su
cuerpo, primero con las manos y luego con la boca; él, rogándome que
tome un condón de la bolsa de viaje apoyada en la mesita de noche
mientras me posiciono con cuidado sobre sus caderas.
Él, guiándose a sí mismo dentro de mí con un gemido bajo y
gutural que siento justo donde estamos unidos.
Yo, perdiéndome en mi cuerpo mientras mis muslos se tensan y
mis caderas ruedan, deseando nada más que oírlo llamar mi nombre,
sentir su liberación, saber que me adora.
Dándome cuenta de que ya me he enamorado de él. 304
***

—Vamos… —Los músculos abdominales de Brett se tensan en


tanto se levanta, con sus ojos pegados a la pantalla de televisión
previamente escondida detrás de las puertas del armario. Es el partido
de la final de la Copa Stanley y tengo que aceptar que estar desnuda en
la cama junto a él mientras grita a los jugadores es simplemente parte
del trato.
Lo aceptaré con mucho gusto.
Así que admiro tranquilamente las curvas de su espalda y recojo
una rebanada de pizza que pusimos en el horno, mientras tomamos un
descanso después de tres horas de familiarizarnos con el cuerpo del
otro. Ahora sé que es sensiblemente cosquilloso alrededor del ombligo,
apenas capaz de soportar que lo toquen allí. Descubrí que la cicatriz de
dieciocho centímetros en su antebrazo es de una hoja de patín durante
una colisión. He besado cada uno de los seis huesos que se ha roto,
aparte de los que aún están protegidos por su yeso. Así es en realidad
cómo aprendí uno de mis hechos más favoritos de Brett; que no importa
cuán recientemente tuvo su liberación, besarlo a lo largo de su clavícula
instantáneamente lo pone duro.
Ya lo he confirmado dos veces esta noche, solo para estar segura.
Voy a sentir los efectos en los próximos días.
Brett gime y cae hacia atrás en la cama mientras L.A. marca un
tanto contra Toronto, haciéndolo dos a uno. —No te preocupes. Aún
queda un periodo.
—¿Dónde está su defensa esta noche? —Cuando no respondo, se
vuelve para mirarme—. No sabes de qué hablo, ¿no?
Saboreo una aceituna verde muy picante. —En realidad no, no.
Sus ojos se pasean sobre mis senos y mi estómago un momento
antes de regresar. —No te importa que vea el juego, ¿verdad?
—No. —Sonrío, recogiendo otra aceituna, que se resbala de mis
dedos antes de llegar a mi boca, aterrizando justo debajo de mi ombligo.
Me río mientras Brett gira su cuerpo, libre de sábanas y se estira,
recogiendo el aro de aceituna con la lengua para comerlo. —Son buenas
aceitunas. —Lame la mancha de grasa en mi piel. Su aliento caliente es
una burla, mi cuerpo le suplica en silencio que lleve su atención más
abajo mientras veo que su longitud comienza a hincharse. Considero
muy brevemente cómo reaccionaría si lo tomo en mi boca, mientras que
un juego tan crucial está en marcha. ¿Le molestaría?
Me salvó de averiguarlo cuando las sábanas se deslizan hacia
abajo y su boca está en mí.
305
***

Permanezco acostada en la cama y escucho el silencio absoluto de


la noche, sincronizando mi respiración con la de Brett mientras veo su
pecho ancho levantarse y caer lentamente.
Maravillándome con la vida que recorre esos miembros largos y
fuertes con los que me enredé, que alimenta el corazón amable y la
mente encantadora de la que estoy enamorada.
Preguntándome cómo es posible sentirse tan unida a otro ser
humano.
Tal vez no es él quién está atrapado en todo esto. Quizá sea yo
quién se encuentre bajo un hechizo. Porque nunca soñé que pudiera
sentir esto por alguien.
Traducido por YessiaCA
Corregido por Laurita PI

—¿Por qué ahora estás siempre en nuestra casa? —pregunta


Brenna, ganando mi mirada de desaprobación. Le regala a Brett una
sonrisa tímida y luego cambia su enfoque a las patatas y galletas que él
ha tirado en el carrito cuando yo no miraba.
—Eso será ciento cuarenta y dos —dice la cajera adolescente,
mirando con descaro a Brett mientras él le entrega rápidamente un
montón de billetes de veinte dólares antes de que consiga sacar mi
billetera.
—Ni siquiera lo intentes. —Se ríe, empujándome con el carrito,
dándole a la cajera una sonrisa de hoyuelos mientras recoge su cambio.
Con un fuerte suspiro, empujo el carrito cargado de la tienda,
tratando de fingir que nadie nos mira. La verdad es que son las diez de
306
la mañana del domingo y todo el mundo nos está mirando. Sin embargo,
no parece perturbar a Brett, que saluda de manera amigable a la gente
cuando pasa.
Desde el fin de semana pasado en la cabaña de Sid Durrand,
Brett nos ha visitado durante cuatro de cinco días de la semana. Dos
veces durante el día mientras Brenna se encontraba en la escuela y no
tenía que trabajar. Y luego anoche, levantó los pies, puso el partido de
béisbol; la temporada de hockey ya se acabó, con Toronto llevándose a
casa la copa, y simplemente se quedó. Nunca discutimos la idea de que
se quedara, simplemente ocurrió. Y se sentía bien.
Por fortuna, era bastante fácil de explicar por qué Brett dormía
conmigo en mi cama; no teníamos otro lugar para dormir —y yo pude
racionalizar con Brenna por qué ella no podía dormir con nosotros—, no
puede arriesgarse a golpear a Brett en la pierna. Eso no impidió que
entrara a las seis de la mañana para despertarnos.
Hasta ahora, nada se ha reportado a los medios de comunicación.
Nadie está al acecho detrás de Rawley con una cámara. Es una rara…
situación normal. Eso es probablemente porque no hemos hecho nada
tan público como ir al supermercado juntos, hasta ahora. Sin duda he
oído los murmullos, sentí las curiosas sonrisas.
—¿Por qué tan tensa? —pregunta Brett mientras cruzamos el
estacionamiento.
—No lo estoy. Brenna, quédate cerca.
Sus dientes rectos brillan en el sol de la mañana mientras sonríe.
—Mentirosa.
—Tal vez estoy un poco tensa —reconozco en voz baja—. Supongo
que estoy esperando a que alguien salte de los arbustos y ponga una
cámara en mi cara. Ya sabes, preguntándome cuando nos vamos a
casar.
Su sonrisa de repente se borra. —Guau… No nos adelantemos,
Cath.
Mis mejillas arden con el calor. —Oh, no quise decirlo de verdad,
como si eso fuera lo que quiero.
Se detiene, frunciendo el ceño. —¿No lo quieres?
—Por supuesto que sí. Quiero decir, algún día. Quiero decir… —
Mi mente da vueltas mientras tropiezo con las palabras, buscando las
que apaguen esta tensión repentina.
Hasta que comienza a reír, y me doy cuenta de que bromea
conmigo.
—¡Eres un idiota! —Le doy con el codo en su antebrazo pero estoy
sonriendo.
—¡Mamá!
—Está bien. Lo merezco —dice Brett, mientras miro dentro de mi
307
bolso en busca de las llaves—. Tal vez debería probar con la actuación
si el hockey no funciona.
Le pongo los ojos en blanco mientras abro la compuerta. Brett
comienza a entregarme bolsas de víveres, su sonrisa abiertamente
diabólica, sus dedos rozando los míos con cada paso.
—¿Alguna vez has tenido un perro? —pregunta Brenna desde la
nada, incluso mientras sus brillantes ojos se enfocan en la fuente de
helado de chocolate que de alguna manera no ha notado antes.
—Sí, un beagle llamado Bower. Sin embargo, huyó. Nunca volvió.
—Oh. —Brenna contrae su rostro—. Es una historia triste.
—Sí. Lo es.
—¿Vas a tener otro?
Brett vacía el carrito de las dos últimas bolsas. —Es curioso que
preguntes. Recientemente, he empezado a pensar en adoptar un perro.
Sus ojos se ensanchan. —¿De verdad?
—Sí. Simplemente no sé si en este momento puedo cuidarlo.
—¡Puedo ayudar!
—Brett vive en Filadelfia, cariño —le recuerdo.
Su rostro se entristece. —Oh sí… lo olvidé. —Pero las ruedas ya
marchan dentro de su cabecita—. Solo me queda una semana más de
escuela así que podría hacerlo durante el verano. ¡Puedo quedarme en
tu casa!
Me vuelvo para clavarle a Brett una mirada de “mira lo que has
hecho”.
No parece ni un poquito molesto. —Tendré que pensarlo, Brenna.
Un perro es una gran responsabilidad.
Pero ella ya lo ha pensado bastante. —Lo sé. Pero somos tres.
Mamá y yo podríamos vivir contigo en tu casa…
—No, Brenna.
—¿Por qué no? Brett tiene una casa grande.
—Porque no.
—¿Pero por qué?
No tiene sentido explicarle las razones más obvias para que no
nos mudemos con Brett.
—Porque me queda muy lejos del trabajo.
—¿Por qué tienes que trabajar?
Ahogo mi exasperación. —Ya hemos tenido esta conversación. —
Al menos veinte veces, el concepto todavía se le escapa—. Tengo que 308
trabajar para ganar dinero, así tenemos un lugar donde vivir, comida en
la mesa, ropa en nuestros cuerpos, y…
—Pero Owen Mooter dijo que Brett es muy rico, así que no
puede…
—¡No! —Aquel maldito niño Owen Mooter otra vez. Le lanzo una
mirada de disculpa a Brett, pero él simplemente sonríe, como si le
divirtiera toda la conversación.
—Brenna, te prometo que te traeremos un perro cuando sea el
momento adecuado. Ahora ven. Ayúdame a guardar el carrito.
Agarra el otro lado de la manija, charlando sobre qué clase de
perro Brett debe adoptar; un perro de muchacho, seguramente, porque
Brett es un muchacho, y cómo él debe nombrarlo, mientras cruzamos el
estacionamiento a la estación de carritos. Permito que le dé el último
empujón, y luego regresamos al coche.
Scott Phililps se encuentra justo delante de mí.
Traducido por Dannygonzal
Corregido por Laurita PI

Él no estaba prestando atención, sus ojos en la pantalla de su


teléfono, así que para cuando Scott me nota, se encuentra a solo un
metro de distancia. Frena en seco. —¿Catherine?
Se ve como en la foto del periódico, aunque menos prolijo, su
cabello color castaño revuelto por la brisa ligera, sus pantalones y
camisa son informales. Aún tiene ese aire juvenil, sin embargo, ha
disminuido considerablemente.
Soy vagamente consciente de la manito húmeda tirando de la
mía. —Mami, ¿quién es ese?
—Nadie. —Jalo a Brenna contra mi muslo, disponiendo mis
piernas para caminar. En todas las veces
escenario en mi cabeza, había sido capaz de
que he reproducido este
pasarlo, de mostrarle que
309
ya no es más que un pensamiento. Y aun ahora mis piernas están
congeladas.
Scott baja la mirada a ella, las finas líneas sobre su frente que
fueron retocadas en la foto ahora son claramente visibles. —Fui el
profesor de arte de tu mamá en la escuela.
—¿De verdad? ¿Usted le enseñó a dibujar casas?
Mi estómago se retuerce, observando sus ojos color avellana
brillar con su sonrisa familiar. —En realidad, no le enseñé mucho. Ella
era una artista natural.
Sin embargo, me enseñaste muchas otras cosas.
—¿Aún es profesor?
—Me estoy tomando un descanso. —No se me escapa la punzada
de amargura en su voz. Me pregunto si también me ha culpado por el
último giro de los eventos. Considerando que aún estaría enseñando, su
vecindario felizmente ignorante de la serpiente viviendo al lado de ellos,
si yo no hubiera salvado a Brett.
Inesperadamente mi rabia estalla.
—Cath, ¿estás bien?
Tan distraída por la conmoción, no noto a Brett en camino hasta
que se encuentra justo allí. Si ha visto fotos de Scott en las noticias, en
este momento no parece reconocerlo, sin embargo, su rostro dice que él
sabe que algo está mal. —Sí. Estoy bien. Ya nos íbamos.
—Este era el profesor de mami —dice Brenna, ajena a la tensión—
. Él le enseñó a dibujar.
El rostro de Brett se endurece de inmediato mientras se voltea
para enfrentar a Scott. Tiene al menos doce centímetros y dieciocho
kilos más que él, e incluso apoyado en muletas, de alguna forma se
cierne amenazadoramente. Nunca he visto a Brett nada más que atento,
encantador y amable, y aun así en este momento, su mandíbula está
tan tensa, su cuerpo tan rígido, que me comienzo a preguntar si no va a
intentar golpear a Scott hasta destruirlo, con escayola o no.
El recelo en la cara de Scott me hace pensar que él se está
preguntando lo mismo.
—Brett, vamos. —Pongo una mano sobre su pecho, empujándolo
un poco hacia atrás, añadiendo en un susurro—: Las personas están
mirando. —No se mueve. Agrego incluso más bajo—: Brenna.
Eso lo espabila casi inmediatamente, posando su mano con
amabilidad sobre la cabeza de ella. Y la mira.
Y entonces de nuevo a Scott, deteniéndose por mucho tiempo,
antes de por fin poder guiarlo hacia mi camioneta. No me pierdo el
gruñido bajo de Brett diciendo “quédate lejos de ella” al pasar.
—Ese profesor es algo extraño —dice Brenna mientras se sube a 310
su silla de bebé. Por lo general le preguntaría por qué dice eso, pero
ahora la observo silenciosamente buscar el cinturón de seguridad desde
el espejo retrovisor.
Una mano cálida se posa en mi rodilla. —¿Estás bien?
Asiento. —Sabía que sucedería tarde o temprano. Lou me advirtió
que él estaba de regreso.
—Bueno, ya ha sucedido y seguimos adelante. Está todo en el
pasado, ¿cierto?
Me obligo a sonreír. —Cierto.
—De acuerdo, ¡estoy lista! —anuncia Brenna, pateando con sus
piernas.
Brett se da vuelta para contemplarla por un largo rato, con una
mirada pensativa en su cara. Sin embargo, no curioseo. Me encuentro
demasiado ocupada preguntándome si debemos mudarnos de Balsam.
Traducido por Jeyly Carstairs
Corregido por Vane Black

—¡Un segundo! —grito, abrazando la toalla a mi cuerpo mientras


corro del cuarto de baño a mi dormitorio, para ponerme mi vestido
veraniego rosado, mi piel todavía húmeda de mi ducha. Echo un vistazo
al reloj: las once de la mañana.
Keith está durmiendo, así que sé que no es él. Además, en general
entra con su llave.
Me dirijo a la ventana, porque ni Brenna ni yo abrimos la puerta
sin revisar. En realidad, Brenna tiene prohibido abrir la puerta hasta
nuevo aviso.
Una camioneta negra está estacionada afuera.
Contengo la respiración mientras abro la puerta. 311
—¿Qué estás haciendo aquí? —Sueno como si hubiera estado
corriendo, mi voz sin aliento.
Brett sonríe. —¿No puedo sorprenderte?
—Por supuesto que sí. Pero pensé… —Mi boca se abre cuando
finalmente noto la ausencia de las muletas y la nueva bota ortopédica
que protege su pierna—. ¡Oh Dios mío! ¡Te lo quitaron! —Sabía que
tenía su cita médica de ocho semanas esta mañana, pero ninguno de
nosotros esperaba esto.
—El doc dijo que estaba listo.
No puedo evitar el chillido mientras me lanzo hacia él, mis brazos
enrollándose alrededor de su cuello.
Esa risa encantadora saliendo de sus labios me calienta el pecho.
—Tómalo con calma. Aún me estoy acostumbrando a esto.
—Lo siento. Estoy muy feliz por ti. —Mi rostro se siente como si
estuviera a punto de romperse por sonreír, incluso mientras pregunto—
: Entonces ¿qué aspecto tenía tu pierna cuando te lo quitaron?
—Horrible. Marchita y con cicatrices. Te la mostraré más tarde.
Ven aquí —susurra, bajando la cabeza para colocar un dulce beso en
mis labios, rodeándome con sus brazos, lanzándome contra él.
Estuvo aquí ayer. Todavía puedo sentir donde estuvo, dentro de
mí, y ansío más. —Hoy es el último día de clases de Brenna.
—Sí, creo que recuerdo que mencionó eso. —Ha estado desfilando
alrededor de la casa durante la semana pasada, contando los días a
todo pulmón.
—Eso significa que va a estar conmigo todo el tiempo.
Su aliento patina sobre mis labios. —Lo supuse.
—Así que… vas a entrar, ¿verdad?
Sonríe, sin perderse mi intención. —¿Para celebrar que me han
puesto mi nuevo yeso?
—Claro, como quieras llamarlo.
Todo mi cuerpo se estremece con su risa profunda. —En realidad,
pensé que podríamos salir antes de dejarte usarme por mi cuerpo.
—Oh, cállate.
—Ven, vamos. A no ser que… —Sus ojos van a la deriva sobre mí,
a las cestas de ropa sucia que me encontraba a punto de arrastrar a la
lavandería, ya tres días atrasados—. ¿Te atrapé en un mal momento?
—Sí. Quiero decir, no, no es un mal momento y sí, podemos ir.
Se estira para juguetear con un mechón de mi cabello mojado.
—Está bien… cuanto antes nos vayamos, más pronto podremos
volver. —La emoción parpadea en sus ojos. Y tal vez, un toque de
nerviosismo. 312
Cojo mis llaves, mi monedero y lo arrastro fuera.
El ayudante en Rawley, Gibby, silenciosamente saca las bolsas de
basura al contenedor. Nunca me dice mucho, pero le ofrezco un saludo
educado como de costumbre y luego me subo a la camioneta.

***

—Podría haber conducido. —Admiro el exuberante arbusto de


lilas en la esquina, las ramas hundidas bajo el paso de las flores
cónicas, todavía goteando de una lluvia temprana. Balsam está en
plena floración.
—Quería darle a Don un día más antes de volver al volante. —Un
poco más fuerte—. Vas a extrañar llevarme para todos lados, ¿verdad,
Don?
—Le da significado a mi vida —responde el rudo guardaespaldas
en un tono apagado, aunque capturo sus ojos arrugados en el espejo
retrovisor mientras bajamos por la calle tranquila.
—¿Tienes permiso para conducir con eso? —Inclino la cabeza
hacia la nueva bota.
—No hay ninguna ley en contra. Aún voy a hacer que Don me
lleve a Filadelfia para mis citas, pero si estoy por aquí, puedo conducir.
No puedo esconder mi sonrisa. Está hablando como si planeara
estar en Balsam. Mucho.
—Sabes, esta es una ciudad bonita.
—Lo es —concuerdo. Incluso con el cielo nublado, el sol luchando
por abrirse paso para lo que el clima afirmaba que sería una “tarde
soleada y caluros”, es un viaje agradable. Un vistazo de agua azul me
llama la atención—. Ese es el lago Jasper, allí más adelante. Donovan,
¿puedes tomar la siguiente a la izquierda?
—Sí, señora.
—¿Recuerdas esa calle de la que te hablé? Es la parte más bonita
de Balsam.
—Claro. —Brett asiente, asimilando la línea de majestuosas casas
victorianas a ambos lados.
—Te traeré aquí en las fiestas para que puedas ver las luces. Es
como algo sacado de una tarjeta de navidad. Es mi momento favorito. —
Pero sinceramente, no existe temporada en la que este lugar no luzca
espectacular. Los robles forman un dosel sobre los extensos céspedes
delanteros de los viejos caseríos. No importa si es un largo, caluroso y
perezoso día de verano o un gélido invierno, Jasper Lane es encantador
para cualquiera, visitante o no. Sonrío—. Y esa es la Casa de Pan de 313
Jengibre, aquí arriba, a la derecha.
—¿Esta casa?
—Si.
—Oye, estaciónate, Don.
Donovan se detiene, permitiéndonos vislumbrar el alto cerco que
cubre la calzada pavimentada del camino de entrada. Suspiro mientras
asimilo los tres pisos de grandeza victoriana. —Deben haberla pintado
en la primavera. —El revestimiento amarillo y los detalles blancos se
chocan contra las tejas de ébano, también nuevos por el aspecto de los
mismos.
—Es una casa linda. —La mirada pensativa de Brett la recorre—.
Se ve exactamente como la que dibujaste.
—¿Lo recuerdas?
—Recuerdo todo sobre esa noche. —Su risa se desvanece casi al
mismo tiempo que mis mejillas empiezan a ruborizarse, esperando que
Donovan no comprenda su significado.
—Deberías ver el interior. ¿Esa vez que tuvieron la casa abierta?
No quería irme.
Brett frunce el ceño, como si una idea se estuviera formando.
—Bueno, vamos a verla, entonces.
—¿Qué?
—Vamos a ver el interior.
Sacudo la cabeza, riendo. —Ahora alguien vive allí.
—¿Quién?
—No lo sé. Alguien rico.
Sonríe. —Perfecto. La gente rica me ama. Vamos a presentarnos.
¿Don?
Donovan da reversa a la camioneta y entra en el camino.
—Oh Dios mío. ¿Hablas en serio?
—Claro que sí. Casi me quemo en un auto. Después de eso, no
tengo miedo a llamar a una puerta. En realidad, me sorprende que tú lo
tengas.
—Sí, pero…
Se acerca para apretar mi rodilla. —Si quieres ver el interior de
esa casa, voy a hacerlo realidad.
—¡No van a dejarnos entrar a su casa! Además, no hay nadie allí.
—Estoy adivinando. Hay un garaje triple independiente a un lado, que
podría ser para sus autos.
Apunta con su cabeza hacia las parcelas empapadas en el
camino. —Esas son marcas de neumáticos. 314
—¡Aun así!
—No te preocupes, hago esto todo el tiempo.
—¿Te apareces en casas de gente extraña todo el tiempo?
Se ríe entre dientes. —Confía en mí. No creerías lo que la gente
acepta. Además, eres una celebridad local. ¿Qué es lo peor que pueden
decir?
—Pero… ¡no podemos hacer esto!
Brett hace una pausa, con la mano en la manija de la puerta.
—¿Por qué no?
—No lo sé. —No tengo una buena razón además de que es loco y
presuntuoso.
Abre su puerta de un empujón y sale, ese brillo travieso en su
mirada. —Vamos.
Sacudo la cabeza. Este es un lado de Brett que nunca vi. —¿Hace
mucho esto?
Donovan sonríe pero no dice nada.
Brett abre mi puerta y se queda allí, esperando, con la mano
extendida.
—No puedo creer que me hagas hacer esto —digo, deslizándome.
—¿No quieres enseñármelo?
—Bueno, sí, pero…
—Vamos, entonces. —Tira de mi mano, sus dedos entrelazados
con los míos haciendo vibrar todo mi cuerpo—. Lo haremos juntos.
Caigo en un paso lento con él mientras tomamos el camino hacia
el majestuoso pórtico, ya que sus pasos con la nueva bota son
tentativos. —Vas a hablar todo el tiempo. No voy a decir ni una sola
palabra —le advierto.
Eso no parece molestar a Brett, ya que agarra la aldaba y golpea
la puerta de roble macizo, y yo aprieto los muslos, con un repentino
arrebato de nervios que me hace sentir que tengo que orinar.
—Ehhh… —Frunce el ceño, colocando sus manos alrededor de
sus ojos y apoyándose en uno de los paneles de cristal ubicados a
ambos lados de la puerta.
Miro a las casas vecinas para ver si alguien está observando. Este
parece la clase de vecindario donde la gente se cuida unos a otros. Por
suerte, para nosotros, las casas están demasiado separadas entre sí y
una línea de arbustos y de árboles de hojas perennes nos separan de la
más cercana, bloqueando la visión del pórtico. —Deberíamos irnos. Esto
es invasión. ¿Podemos irnos? —Tan ansiosa como estoy, me siento un
poco decepcionada. Parte de mí debe haber esperado que está idea loca
de Brett funcionara. 315
—Sí. Supongo. —Suspira—. En otra oportunidad.
Me muevo para dirigir el camino escalones abajo. Me detengo al
oír la puerta abrirse con un crujido.
Me doy la vuelta justo cuando Brett cruza la puerta delantera,
una llave ubicada en la cerradura.
Traducido por Dannygonzal
Corregido por Clara Markov

—Luce muchísimo mejor que en el folleto de ventas que me


enseñaste —medita Brett, de pie en el vestíbulo, la gran escalera en
espiral que llega hasta el tercer piso frente a él—. ¿Dijiste que había
otra escalera en alguna parte?
Así es, tienen otra escalera, una estrecha y empinada para llegar
a la habitación del ático. Pero ahora no se lo puedo explicar, porque me
encuentro sin palabras. Mis pisadas hacen eco en el desordenado y
amplio lugar en tanto deambulo, mi mirada asimilando las habitaciones
sin muebles, los muros sin arte, pero con marcas de polvo de forma
rectangular en donde las pinturas estuvieron colgadas. Como si alguien
las hubiera movido hace poco tiempo.
—¿Qué hiciste? —le pregunto con una voz escalofriantemente 316
tranquila, aunque creo que ya sé lo que hizo.
Brett compró la Casa de Pan de Jengibre.
—Resulta que el señor y la señora Chase tenían pensado vender
este lugar. Lo compraron como casa de verano para su familia, pero se
dieron cuenta de que no podían darle un buen uso. Además, era
demasiado trabajo para ellos. —Se gira para quitar un gancho de la
pared.
Pensaban en venderla. Por lo que… —Entonces, ¿les preguntaste
si podías comprarla? —¿Cómo es posible que Brett Madden comprara
una casa en Balsam y el pueblo entero todavía no lo supiera?
—Sí. Pues, yo no. Un representante. En realidad, fue mi abogado
el que firmó en mi nombre. Excluyéndome del papeleo. Es bastante
común. Mis padres lo hacen todo el tiempo.
Vale. Trato de entenderlo. Brett compró la Casa de Pan de
Jengibre.
Y él sabe que es la casa de mis sueños, al igual que la de Brenna.
No soy idiota. Simplemente no puedo creer que esto esté pasando.
—¿Qué? —me pregunta de forma casual, apenas arreglándoselas
para mantener una expresión seria.
—¿Por qué compraste esta casa?
No me responde, en cambio, se aleja deambulando por el pasillo.
—La cocina podría modernizarse, pero tiene buen tamaño. ¿Qué te
parece? —Lo hallo parado en el centro de la espaciosa y vacía cocina de
estilo campestre—. Se podría tumbar este muro…
—Brett.
Desliza una mano por la superficie del refrigerador de acero
inoxidable tamaño industrial. —Este es nuevo, pero la estufa debe ser
reemplazada…
—Brett.
Finalmente, se detiene para mirarme. —Estuve pensando en lo
que dijiste, sobre que esta es una gran ciudad turística y que no hay
suficientes lugares de este tipo. Supuse que un pequeño negocio podría
ser una buena idea. Para mí.
—Así que, ¿quieres decir que compraste este lugar… para ti? —No
esperaba esa respuesta.
—Sí —responde tan inocentemente, que casi le creo.
—Quieres ser dueño de una posada.
—¿Por qué no?
—Tú, Brett Madden —Mi mirada recorre su estructura de un
metro ochenta y siete—, la gran leyenda de la Liga Nacional de Hockey,
hijo de una estrella de cine de Hollywood, quiere abrir una posada en 317
Balsam, Pensilvania.
Se encoge de hombros, aún con una expresión neutral. —¿Qué
tiene de malo?
—Nada. Es solo que, por alguna razón, todo esto es un poco
demasiado familiar para mí.
Él se vuelve a poner en movimiento, atraviesa la cocina y entra a
una salita de estar. —Esta da hacia el oriente, por lo que pensé que
sería un lugar agradable para que desayunen los huéspedes.
—Acaso ahora…
Lo sigo por un juego de puertas francesas y entro en una
habitación con chimenea. —Y supongo que esta podría cerrarse para
convertirla en un comedor, para eventos pequeños. Puedo contratar a
un chef. Hay algunos buenos cocineros locales, ¿cierto?
Me muerdo la lengua.
—¿Qué piensas? ¿Buena idea?
Creo que tengo esta habitación marcada como el comedor en mi
libreta de bocetos, y a pesar de que estaba borracho y la hojeó solo una
vez, de alguna manera lo recuerda. Eso es lo que creo.
Cuando no respondo, me guía fuera, a la vuelta de la esquina y
por el pasillo. —El siguiente fue uno de los atractivos de venta más
grande. Para mí, por supuesto. —Abre la puerta—. Hay un apartamento
separado con dos habitaciones, así que podría vivir aquí cómodamente,
alejado de cualquier huésped.
¿Habla en serio? ¿O todo esto forma parte de lo que está jugando?
—¿Vas a vivir en Balsam?
Frunce el ceño. —Bueno, sí. Por supuesto. ¿De qué otra manera
voy a manejar las cosas aquí?
Es tan bueno para meterse conmigo, que casi me permito
entusiasmarme ante la perspectiva de que sea verdad.
—Tomará meses renovar el resto del lugar. Tengo que elegir un
buen contratista. Preferentemente local. He oído que Boyd & Hijos son
los mejores por aquí.
—De Belmont, sí. Algunas veces vienen a Diamonds —concuerdo,
aún conmocionada, siguiéndolo a la estancia.
Hace una pausa para mirarme. —También he tenido unas ideas
increíbles, para hacerla más hogareña. —Levanta el brazo y se pasa una
mano por el cabello, volviéndolo un desastre sexy—. Pensaba en un
lindo tapizado con patos de color verde para esta habitación. Tal vez
unos pájaros embalsamados sobre la pared, esa y aquella. Y comenzaré
a cazar en otoño. Con suerte, conseguiré un ciervo. O dos. Una cabeza
sobre cada mesa. ¿Qué piensas?
Cuando voltea de nuevo para ver el horror claramente extendido
sobre mi cara, su rostro se rompe en una sonrisa amplia. 318
—¡Al fin una reacción! ¡Por Dios!
Cierro los ojos y un gran suspiro de alivio se escapa por mis
labios. —Es broma.
—¡Joder! Por supuesto que es broma. ¿Has visto mi apartamento?
La mitad del tiempo no sé con seguridad si debería vestirme.
Mis ojos van a la deriva sobre sus pantalones cortos gris y su
camisa tipo polo. Incluso en una sudadera andrajosa, Brett siempre se
vería bien.
Desliza una mano entre la mía. —Vamos, quiero mostrarte otra
cosa. Es otra idea que tengo.
—Oh, en serio. —Debería estar furiosa con él, pero la emoción
eclipsa todo.
Quita la cerradura de las puertas francesas. Inhalo el olor a
césped húmedo a medida que salimos al pórtico techado. Una gran
mesa de hierro forjado se ubica en el centro y a su alrededor hay sillas
reclinables con cojines de felpa color ladrillo. Están bien cuidados, pero
no son nuevos y sé que no los tenía en su apartamento, por lo que
supongo que los dueños anteriores los dejaron.
—¿Cuándo sacaron sus cosas?
—El martes. Se cerró ayer.
—Eso es… —Sigo tratando de entenderlo. Él supo de esta casa
hace unas semanas, de lo que significaba para Brenna y para mí. Lo
cual significa que lleva negociando por ella a mis espaldas durante todo
este tiempo, y con rapidez.
Esa llamada telefónica.
La noche que nos quedamos en su apartamento en Filadelfia, lo oí
diciéndoles que ofrecieran lo que sea que ellos pidieran, que no quería
que se pusieran en contacto conmigo.
Hablaba de esto.
—Eso fue rápido. —Es todo lo que logro decir.
Frunce el ceño, raspando una grieta en uno de los paneles de
vidrio de la puerta francesa, diciendo casi de forma distraída: —Las
personas hacen cualquier cosa por el dinero suficiente.
Creo que voy a vomitar.
Brett debió notar mi cara pálida, de solo imaginar lo que debió
haber ofrecido para que empacaran y se fueran de esta forma. —Es una
inversión inteligente, Cath. Para mí.
—Lo siento, dime, ¿cómo llamarás esta posada?
Tuerce los labios. —Aún no lo decido. Sin embargo, sin ninguna
duda algo se me ocurrirá.
—Claro…
319
Señala el espacio abierto al lado del pórtico, donde actualmente
hay un patio de baldosas. —Quiero construir una de esas habitaciones
de vidrio aquí. —Su rostro se arruga con confusión—. ¿Cómo es que lo
llaman?
—¿Un invernadero?
—Sí. Exactamente. Siempre he querido uno, y cuando vi ese
espacio abierto, supe que eso es lo que tenía que ir allí.
No puedo evitar la carcajada profunda que se me escapa de los
labios mientras lo escucho repetir casi palabra por palabra mis planes
para la Casa de Pan de Jengibre.
—¿Qué? —Se voltea y se dirige al interior, pero no antes de que
atrape el esfuerzo por no reír reflejado en su mandíbula.
—Nada. Es solo… —Me encuentro sin palabras. Ha planeado todo
esto perfectamente, pero no me engaña. Ni un poco. Seguramente en
una o dos horas la conmoción se desvanecerá, pero hasta ese momento,
tengo un nudo considerablemente espinoso en la garganta—. Me cuesta
bastante trabajo… —Aceptar esto, quiero decir, pero Brett no me ha
ofrecido nada de manera oficial para que acepte—, imaginarlo.
Me dirige hacia la cocina. —A mí no. En absoluto. Maldición, es
obvio para mí —dice en voz baja, sus ojos llenos de esperanza al tiempo
que se me acerca.
¿Seguimos hablando de la Casa de Pan de Jengibre?
Antes pensaba que la casa se hallaba silenciosa, pero ahora oiría
el arrastre de los pies de los fantasmas por el silencio entre nosotros.
Me aclaro la garganta. —¿Qué harás con ella cuando regreses al
hielo?
Se acerca para acunar mi nuca con las manos, muy suavemente.
—Lo más seguro es que pueda hallar a alguien para que la maneje. Si
incluso regreso al hielo. —Esa sombra persistente cuelga en su mirada.
Eso hace a un lado mi actual enojo con él por haber gastado esa clase
de dinero en algo que sin duda es para mí.
Coloco las manos en sus brazos, frotándole tiernamente los
bíceps. —¿Qué te dijeron hoy?
Brett suspira. —Esta vez mi doctor parece mucho más feliz con la
curación, pero eso no significa que podré patinar como antes. Tenemos
que esperar y ver. —Sus pulgares se arrastran por mi nuca y me
estremezco—. Por lo que, voy a mantenerme ocupado con cosas. Cosas
que me hacen feliz. —El humor toca sus labios—. Una niñita inteligente
me dijo que lo hiciera.
—¿Y comprar esta casa te hizo feliz?
Si esa sonrisa torcida no es suficiente para mí en este momento,
el hoyuelo que aparece en su mejilla seguro que sí. —Comprarla me
hizo más feliz de lo que me he sentido en mucho tiempo. —Se inclina 320
para robarme un beso antes de alejarse—. Ven, vamos a ver el resto.
Lentamente, Brett me dirige por las cinco grandes habitaciones en
el segundo piso, divirtiéndose con “sus ideas” sobre dónde construir los
baños y cómo restaurar las chimeneas, y luego llegamos al tercer piso,
mi favorito, el ático.
—¿Sabías que puedes ver el lago desde la ventana? —pregunta,
tomando mi mano y jalándome hacia la claraboya.
—No. No tenía idea. —Asimilo la extensión de césped bien cuidado
que llega hasta la oscura agua azul, y algunos kilómetros más allá.
Algunos veleros van a la deriva en la distancia. El folleto de venta
mostraba un muelle largo y estrecho junto a una costa rocosa, pero aún
debo verlo en persona—. ¿Qué harás con toda esa tierra? —pregunto
sarcásticamente, imaginando los jardines y el mirador que yo había
planeado. Un lugar perfecto para las bodas pequeñas.
—Todavía no lo sé. Aún tengo mucho en que enfocarme aquí. —
Contempla la amplia habitación vacía, sus pasos hacen eco—. Contraté
a Niya Kalpar para que ayude con el diseño. Ella ha hecho algunas de
las posadas del Condado de Napa. Va a trabajar en el concepto de los
bocetos que le envié.
Mis cejas se elevan. —¿Bocetos?
—Los míos, por supuesto. Llevo un tiempo trabajando en ellos. —
Apenas logra mantener controlada su diversión, sus fosas nasales se
ensanchan—. Niya dice que soy extremadamente talentoso.
—¡Ugh! —Aprieto los dientes con frustración, incluso mientras
intento no reírme ante la locura de todo esto. Luego le gritaré por
robarse mi libreta de bocetos—. ¿Por cuánto tiempo vas a mantener esa
farsa?
—El tiempo que sea necesario. —Vuelve a cerrar la distancia,
agachándose para presionar su frente contra la mía—. Por favor, no
discutas conmigo sobre esto.
Sacudo la cabeza. —Estoy furiosa contigo.
—Se nota. —Me muerde el labio inferior con los dientes, jalándolo
un poco antes de dejar un suave beso encima. Este se convierte en otro,
y luego en otro, hasta que me siento siendo atrapada entre la pared y el
cuerpo duro de Brett.
—No vas distraerme con…
Corta mis palabras con un beso profundo que me dobla las
rodillas. Ato mis manos alrededor de su cuello como soporte. —¿Estás
segura?
—No puedes simplemente comprar una… —Mi cabeza se golpea
suavemente contra la pared cuando me roba otro beso profundo. Sus
manos callosas comienzan a deambular, sus dedos trazándome las 321
costillas y luego bajando para apretarme las caderas de la misma forma
que hace cuando lo monto. Un suave gemido se me escapa con ese
pensamiento, ganándome un gruñido. Desliza sus manos debajo de mi
vestido.
Y de repente se aleja, sus ojos ampliándose con sorpresa. —Eso
es eficiencia.
—Me atrapaste saliendo de la ducha, por lo que solo me puse esto
—admito avergonzada, disfrutando las caricias de sus dedos sobre mis
curvas desnudas.
Una suave maldición se desliza de sus labios. Levantando el
brazo, quita los delgados tirantes de mis hombros. El ligero algodón cae
al suelo, dejándome completamente desnuda.
—Creo que quiero atraparte saliendo de la ducha más seguido. —
Se aleja un paso para admirar mi cuerpo.
Mi corazón se acelera. Con sus palabras, con la forma en que sus
ojos me tocan. ¡Pero el idiota fue y me compró la Casa de Pan de
Jengibre! ¡Y se robó mis bocetos!
Aprieto la mandíbula. —Sigo furiosa contigo.
Las esquinas de su boca se tuercen. Alcanza la parte posterior de
su cuello para agarrar su camisa y quitársela. —¿Mejor?
—No —niego, intentando mantener una expresión severa en tanto
sin nada de vergüenza miro su pecho ancho y firme.
—Bien. —Sus manos trabajan con rapidez en la hebilla de su
cinturón y en la cremallera, desabrochándolos para que cuelguen
abiertos, revelando el bulto prominente debajo. Toma un condón de su
bolsillo.
—¿Qué haces?
Sus cejas se mueven de manera juguetona. —Te daré… tres
oportunidades para acertar.
Una pulsación profunda comienza a doler entre mis piernas en
tanto lo observo romper el papel aluminio con los dientes y sacarse la
dura longitud de los pantalones, cubriéndose a sí mismo. —Pero no
podemos. Aquí no.
Agarrando mi trasero, me carga para sujetarme contra la pared y
lleva mis piernas alrededor de sus caderas. Sus labios se dirigen a mi
clavícula. —¿Por qué no?
—¿Cómo…? —Mis palabras se desvanecen con una inhalación
aguda al tiempo que empuja en mi interior—. ¿Y tu pierna?
—Todo mi peso se encuentra sobre la buena.
—¿Es lo suficientemente fuerte?
Su risa profunda vibra dentro de mi pecho. —No tienes idea de la 322
clase de resistencia que tengo, ¿cierto?
He notado que no se cansa fácilmente.
Se hunde más profundo en mi interior. —¿Sigues molesta
conmigo?
—Furiosa —susurro, incapaz de evitar el suave gemido que sale.
Sus músculos se flexionan debajo de mis dedos cuando empuja
dentro de mí.
Y todos los pensamientos, aparte de lo intensamente que quiero a
este hombre, son rápidamente puestos a un lado.
Traducido por Auris
Corregido por Clara Markov

—Si la puerta está cerrada, debes tocar —digo lentamente,


esperando que oírlo por tercera vez haga que al fin lo entienda
—Pero no sabía que él estaría cambiándose. —Le tiembla el labio
inferior.
No tiene sentido recordarle a Brenna que solo tres minutos antes
de que entrara para hallar a Brett desnudo en mi dormitorio, lo había
visto salir de la ducha con nada más que una toalla y específicamente le
dije que no entrara.
—Está bien. —Le aparto un mechón de cabello alborotado de la
frente. A diferencia de mis finos mechones, que permanecen demasiado
lisos sin importar la estación, la humedad del verano causa estragos en
los rizos de Brenna—. Pero ahora lo sabes, ¿no es así? —Y ahora sé que
323
necesitamos instalar una cerradura.
Mueve la cabeza de arriba abajo. Luego frunce el ceño. —Pero, ¿y
si tú también estás allí?
Entonces, definitivamente no vas a entrar. —Si la puerta está
cerrada, tocas. Y esperas.
Hace una pausa. —¿Brett se va a quedar todo el verano aquí?
—Probablemente estará mucho aquí, sí. —Aún no le he contado
sobre la Casa de Pan de Jengibre. Y no sé cómo empezar a explicarlo.
—¿Por qué?
—Porque me gusta pasar tiempo con él. Y creo que le gusta pasar
tiempo con nosotras. —Le pellizco la nariz—. Y a ti también te gusta
cuando está aquí, ¿recuerdas? Eras tú quien no paraba de preguntar
por él.
Hace un puchero. —Pero no me gusta no poder acurrucarme
contigo toda la noche cuando se encuentra aquí.
—¿No te estás volviendo un poco mayor para eso? ¡No olvides que
cumplirás seis años en cinco días! —comento, incluso aunque me digo a
mí misma que siempre querré acurrucarme con ella en la cama sin
importar su edad.
—¿Volveremos a ir a Diamonds para mi cumpleaños?
Sonrío. Desayunar en la cafetería en los cumpleaños de Brenna se
ha hecho una tradición. Incluso algunos de los clientes regulares se
presentan con regalitos para darle. —Leroy se la pasa hablando de los
gofres especiales que te hará.
—¡Genial! ¿Qué más vamos a hacer por mi cumpleaños?
—Todavía no lo sé bien. Será una sorpresa. Y sé que las cosas
están cambiando un poquito. Pero todo es para bien. —Apago las
luces—. Buenas noches.
Brett se encuentra acostado en mi cama cuando llego a mi
habitación. Y no parece muy feliz.
—¿Qué pasa?
Con un suspiro, levanta su teléfono. —Simone acaba de enviarme
esto.
Me meto a su lado.
Una foto de nosotros besándonos en mi pórtico llena la pantalla,
con la leyenda “Brett Madden se enamora de una buena samaritana”.
Trato de ignorar la forma en que mi corazón trastabilla en la parte de
“se enamora”.
—Esto es de hace tres días. —Tengo puesto mi vestido veraniego
de color rosa—. ¿Cómo diablos…? —Mi estómago se hunde cuando lo
comprendo—. ¡Ese pequeño idiota de Gibby! —Andaba allí limpiando
cuando Brett llegó. Tuvo que ser él quien la tomó—. ¿Cómo supo a
324
quién vendérsela?
—Probablemente alguien dejó su número en lo de Rawley, le dijo
que llamara si conseguía una buena foto.
Me hundo en mi almohada con un suspiro resignado. —Por favor,
dime que no volveré a tener guardaespaldas y fotógrafos merodeando mi
entrada a todas horas del día y la noche.
—No. No creo que vuelva a convertirse en eso. —Deja su teléfono
en mi mesita de noche—. Pero Brenna y tú deberían venir a quedarse
conmigo.
—Es demasiado lejos, Brett. Mi familia se halla aquí, mi trabajo...
—En Filadelfia no. Aquí, en la casa. Te dije que iba a vivir allí.
—Pensé que bromeabas.
—Ahora no tengo ninguna razón para estar en Filadelfia. Puedo
conducir a las citas con el doctor y a las terapias físicas. —Rueda sobre
un lado para estudiarme—. ¿Entonces? ¿Qué opinas?
—Pero, ¿qué dirá Brenna? Quiero decir, de la nada vamos a vivir
a la Casa de Pan de Jengibre, contigo...
—Y un perro.
—¡Para! Hablo en serio.
—Yo también.
Sacudo la cabeza. —Y un perro. Aun mejor.
—No veo el problema. Le encantará.
—Exactamente. —Miro hacia el techo—. Se enamorará de la casa
y del perro. Ya se encuentra completamente flechada de ti.
—No puedo culparla.
Bromea y yo sonrío, pero la verdad es que no es gracioso. —No se
le puede dar algo así a un niño y luego arrebatárselo.
Brett frunce el ceño. —¿Quién va a arrebatárselo?
—No lo sé. La vida. La realidad.
Los giros de mi ruidoso ventilador de segunda mano llenan el
largo instante de silencio en mi cuarto. Y luego unos dedos callosos se
apoderan de mi barbilla, girándome para enfrentar sus ojos azul agua.
—¿Planeas ir a algún lado?
—No. —Nunca.
—Bueno, entonces, no sé por qué te preocupas.
No lo comprende. —Soy madre. Siempre tengo que preocuparme
por las consecuencias. No puedo hacer las cosas por capricho.
—Esto no es un capricho. Créeme, también me gusta sopesar las
cosas. Y nadie le quitará nada a nadie. ¿Entendido? —Se inclina para 325
presionar sus labios contra los míos—. Quiero que Brenna y tú se
queden conmigo en la casa. Dile que es solo por una semana o dos, si
eso te hace sentir mejor.
Suspiro. —¿Y su cumpleaños? Todos los años desayunamos en
Diamonds, pero no quiero llevarla si volverá a haber fotógrafos.
—Podemos hacerle algo en la casa, con todo el mundo.
—Es en cinco días, Brett. No hay muebles en la casa.
—Habrá para entonces. Simone ordenó un montón de cosas para
mí. Serán entregadas mañana.
—Le debe haber encantado hacer eso.
Se ríe entre dientes. —Me llamó idiota al menos una docena de
veces. —Su teléfono vibra estrepitosamente contra la mesita de noche.
Suelta un gruñido—. Es ella. La persiguen para que lo confirme. —Coge
el teléfono y estudia la foto otra vez—. ¿Crees que puede hacerlo pasar
como un saludo amistoso?
Estudio la forma en que nuestros cuerpos se hallan presionados
el uno contra el otro. —Solo si empiezas a toquetear a todo el mundo.
—Entonces, ¿qué quieres que diga? —Me mira expectante—.
Puede negarse a hacer comentarios, pero eso generalmente los vuelve
más odiosos.
—Porque estarán buscando la historia que tratamos de esconder.
—Exactamente.
—Supongo que ya no tiene sentido esconderlo ahora que Gibby
vendió esa foto. Solo es cuestión de tiempo. —Y ya no siento la misma
necesidad que antes de ocultar mis sentimientos por él. Una parte de
mí quiere gritar a los cuatro vientos sobre nosotros. Brett es mío. Brett
me quiere—. Así que, debería confirmarlo —le digo, antes de que pueda
acobardarme.
—Para mí está bien. —Observo sus dedos volar sobre las teclas.
—¡Oh, Dios mío! —Me arrojo hacia su teléfono, pero está tan lejos
que termino encima de su pecho, la pantalla visible pero fuera de mi
alcance—. Sabe que no debe decir eso, ¿verdad?
—Sería una terrible publicista si no lo sabe —dice, riéndose.
Miro como tres puntos se mueven en la pantalla.
Envíame una respuesta apropiada mañana a las nueve de la
mañana.
P.D.: ¿De verdad? No me hubiera imaginado eso de ella.

***
326
—¡¿Dónde está la cumpleañera?! —La voz de Keith resuena de
forma dramática desde un lugar oculto, atravesando la gigante casa
vacía, hacia el pórtico cubierto.
Brenna chilla cuando él aparece en la puerta, entrecerrando los
ojos contra el sol poniente.
—Justo a tiempo. —Ya se encuentra abriendo los regalos de mis
padres, Lou y Leroy. Todo lo que falta es la bicicleta que Jack, Emma y
yo le compramos, la cual ahora mismo se halla escondida en la cochera.
—¿Lo hiciste tú mismo, Singer? —se burla Jack, asintiendo hacia
la caja rectangular, envuelta en papel fucsia y adornada con lazos.
—En realidad, mi mamá lo hizo —admite Keith al tiempo que
coloca la caja delante de una ansiosa Brenna, ganándose una carcajada
por parte de Jack.
—¿Por qué tan tarde? —pregunto.
—El trabajo me retuvo. —Intercambia una ronda de saludos,
terminando con un ceño fruncido—. ¿Dónde está Misty?
—Retrasada como de costumbre —murmura Lou, aún picoteando
de su hamburguesa. Leroy no pudo conseguir un cocinero que cubriera
el desayuno esta mañana, por lo que cambiamos la fiestita de Brenna a
una cena y trajo sus famosas hamburguesas.
—En realidad, no sé con seguridad si va a venir.
—Nunca se perdería el cumpleaños de Brenna —nos recuerda
Keith.
—Sí, tenía planes en Filadelfia. —Para visitar a DJ. Cuando me
sugirió traerlo aquí, y dije que no, no lo tomó demasiado bien—. Puede
que aparezca más tarde. Le di el código de la puerta.
Hace dos días Brett mandó a instalar una verja de hierro, junto
con una pequeña cámara, escondida hábilmente en la parte inferior de
una lámpara para exterior, inclinada para enfocar el final de la entrada.
Y cámaras alrededor de la propiedad. Y un sistema de seguridad para
toda la casa. Traté de discutir que exageraba, pero cortésmente señaló
que su madre no podría quedarse aquí sin ello. Me callé después de eso.
—¿Le diste a Misty el código? —Keith frunce el ceño mientras se
vuelve hacia Brett—. Tal vez quieras pensar en cambiar eso esta noche.
Brett se ríe entre dientes. —Anotado.
—¡Oh, hombre! —La carcajada de Jack llega a través de la larga
extensión de pasto detrás de nosotros—. Vas a encontrarla revisando tu
cesto de ropa sucia esta noche.
—¡Jack! —lo regaña mi madre.
—O enjabonándote la espalda en la ducha.
Incluso mi padre y Leroy no pueden evitar reír.
—De acuerdo, dejen en paz a nuestra amiga ligeramente loca. 327
Oye, ¿Jack? —Hago un gesto con la cabeza hacia la cochera.
—Déjame ir contigo. Hay un código para entrar. —Brett se mueve
de su lugar contra la pared, su mano roza mi hombro suavemente al
pasar.
—También voy. Quiero ver tu Mercedes-Benz. —Keith sigue a los
dos hombres.
—En verdad ha puesto mucho dinero en la seguridad de esta casa
—dice mi madre, recolectando obsesivamente las últimas envolturas y
platos de papel. Leroy apenas bajó su plato antes que éste se fuera a la
bolsa de basura. Lou incluso hizo un comentario impreciso sobre cómo
deseaba que su personal se interesara la mitad de lo que hace mi mamá
al limpiar las mesas. Aunque no lo dijo con desprecio, supongo que a
Hildy Wright no le gustó ser comparada con el personal de la cafetería
en la parada de camiones de Lou, bueno… por lo menos no pasó de un
momento tenso y una mala mirada.
Oigo las incontables preguntas no dichas y pensamientos detrás
de la simple observación de mi madre.
El señor y la señora Chase pueden no tener idea de a quien le
vendieron su antigua mansión victoriana en Jasper Lane, pero la mayor
parte de la ciudad lo ha descubierto para este momento, luego de
observar las puertas siendo instaladas y verme entrar y salir unas
pocas veces. Los medios ya lo saben, pero aparte del ocasional auto
estacionado y una cámara con lente de largo alcance apuntada a la
casa, no han sido tan malos.
No había resuelto con exactitud lo que le diría a mi familia esta
noche, pero entonces Brenna salió al patio con mi libreta de bocetos y
anunció que Brett le compró la Casa de Pan de Jengibre y que sería una
posada.
—Es su dinero, y su casa —digo con sencillez.
La mirada de respuesta de mi madre, así también como las de
Lou y Emma, me dicen que no se lo creen ni por un segundo. Papá y
Leroy tienen el buen juicio de mantener las cabezas gachas.
Brenna frunce los labios mientras cuenta silenciosamente sus
regalos, y sé que nota mentalmente que todavía no hay nada de mi
parte, o de la de sus tíos. Se pregunta si de algún modo lo olvidamos.
—¿Qué les toma tanto tiempo? —pregunto.
El perro de un vecino cercano empieza a ladrar salvajemente,
seguido por otro. Y un tercero, junto con algunos gritos. Me levanto,
lista para ir a comprobar.
Y de repente, una bola de pelusa blanca y gris viene corriendo de
la parte trasera, seguida rápidamente por un Jack y Keith corriendo a
toda velocidad.
La pelusa lleva un lazo rosado. 328
—Oh, Dios…
—¡Stella! —Brenna sale corriendo por el pasto, sus regalos
anteriores siendo olvidados. El perro raza husky siberiano gira y se
lanza hacia ella, con la lengua colgando. Se caen en un montón de risas
y pelaje.
—Lo siento, Cath. Keith la quería sacar de su camioneta para que
espere adelante con una correa. —Jack respira con dificultad, como si
hubiera estado corriendo—. Pero esa perrita es rápida. No pudimos
atraparla. —Empieza a reírse—. Aunque apuesto que ese fotógrafo tomó
una invaluable foto de nosotros intentándolo.
—¿Le compraste un perro a Brenna? —le siseo a Keith.
Sus manos se levantan en señal de rendición, con el pecho
subiendo y bajando. —Solamente soy el chico de las flores y el que
entrega perros de parte de Madden, ¿recuerdas? Él le compró a Brenna
el perro. —Asiente hacia Brett, quien apenas viene doblando la esquina,
con una sonrisa tímida en el rostro. Keith y Jack de inmediato se alejan
en tanto acorto la distancia.
—¿Qué has hecho? —Mencionó un perro de pasada, pero no me
esperaba esto. ¿Por qué no lo esperaba?
—Singer me dijo que es mejor actuar primero y rogar perdón
después.
—Sí, esa es la forma de actuar de Keith. He querido asesinarlo
una docena de veces.
—Vamos. —Me gira por los hombros y apoya su barbilla sobre mi
cabeza—. Mira lo feliz que es Brenna.
—Por supuesto. Este es literalmente su sueño hecho realidad. —
Todo aquí lo es. El perro, la casa, la familia y los amigos que la rodean
en su cumpleaños.
—Y merece que su sueño se haga realidad. Es una buena niña.
—¡Mira, mamá! ¡Es Stella! —Su sonrisa es más grande que
nunca.
—No se nos permite tener perros en mi casa.
—Esta es tu casa.
—No, esta es tu casa —me quejo obstinadamente.
—¿Por cuánto tiempo vas a mantener esa farsa? —Su voz se halla
llena de diversión al imitar mis palabras de la semana pasada.
No podemos discutirlo ahora. Suelto un suspiro y simplemente
me permito escuchar la contagiosa risa que Brenna lleva hacia la noche
mientras mi garganta se aprieta con emoción.
—¿Qué tan enojada te encuentras en este momento?
—Furiosa —susurro en voz baja, las lágrimas amenazando con 329
salir—. Pero gracias. Por estar en nuestras vidas. Nunca he sido tan
feliz.
Sus brazos se aprietan alrededor de mi cuerpo. —Yo tampoco. —
Hace una larga pausa—. Por cierto, le debemos a Keith un detalle. La
perra le orinó la camioneta.
No puedo evitarlo, me echo a reír. —Nunca dejará de reprocharlo.
—¡Misty! ¡Mira lo que me dieron! —grita Brenna.
Me giro para ver a Misty de pie en la puerta. Y, afortunadamente,
viene sola. Supongo que no está lo bastante molesta para saltarse el
cumpleaños de Brenna. —Debería ir allí.
—Bien. Tal vez no deberías darle el código de acceso a nuestra
casa.
—No empieces tú también.
Brett se inclina para presionar un beso contra mi mejilla. —Y te
prometo que harás que me arrastre para perdonarme por la perra más
tarde.
Le sonrío, incluso cuando mi sangre comienza a acelerarse. —No
te preocupes, lo haré.
Siento la mirada de Brett sobre mí a medida que camino hacia el
pórtico. —¡Hola! Me alegra que vinieras. —Asiento hacia la bolsa de
regalo rosa colgando de las yemas de sus dedos—. Tendremos que darle
eso más tarde. Ahora anda un poco distraída.
—Ya veo. —Los amplios ojos de Misty se mueven de mí a todos los
que rodean a Brenna y Stella—. Tienes que mostrarme el pórtico —
suelta, yendo hacia allí.
Camino detrás de ella. —Nos entregaron los muebles hace un par
de días, pero todo se encuentra aquí.
La dirijo hacia el apartamento separado en la parte trasera, donde
los chicos de la entrega dejaron un sofá gris oscuro, un televisor de
pantalla plana gigante, dos juegos de dormitorios completos, uno para
Brenna y otro para Brett y para mí. No sé de dónde ordenó todo eso
Simone, pero tiene un gusto impecable, debo reconocerlo.
—En realidad, es un poco raro. Es tan grande y está tan vacío en
este momento. No sé cuánto tiempo me llevará acostumbrarme…
—Matt no es el padre de Brenna, ¿verdad?
Mi boca se abre.
—Me mentiste. —Su labio inferior comienza a temblar, como
cuando de verdad se siente molesta. Y puedo ver que es así; un dolor
agudo brilla en sus ojos.
—Yo no…
—DJ me dijo que Matt le contó que ustedes nunca se acostaron. 330
Hablaron, rieron, luego trató de besarte y tú lo rechazaste.
Cierro los ojos en tanto soy llevada de vuelta a esa noche.
Recuerdo haber pensado que, si bebía lo suficiente, si fumaba lo
suficiente, olvidaría todo sobre Scott. —No mentí. —Mi voz se quiebra
en esa palabra—. Solo no te corregí cuando…
—¡Me has estado mintiendo durante todos estos años! —La
incredulidad llena sus ojos—. Después de todo lo que hemos pasado. Es
decir, ¡te sostuve la mano cuando Brenna nació!
Mi voz es un chillido grueso. —¿Podemos no hacer esto ahora?
Por favor. Te lo explicaré más tarde. —Si tan solo pudiera frenarlo…
Sin embargo, no hay quien sea capaz de contener a Misty, no
cuando está así de molesta. —¿Y permitiste que Lou, yo y todo el
mundo creyera que el padre de Brenna era un vendedor de drogas? ¿Por
qué?
—Porque era más fácil de esa manera.
Las lágrimas ruedan por su rostro. Siempre ha sido emocional,
llorando por cosas que yo apenas noto. Solo que, en esta ocasión, puedo
ver que la he herido gravemente.
—Es de Scott Philips, ¿verdad? Te volviste a acostar con él y no
querías que nadie lo supiera.
—¿Podemos hacer esto más tarde, por favor? ¿Cuándo mi familia
no se encuentre afuera? —Me voy antes de que Misty pueda insistir por
una respuesta.
Y encuentro una pared de rostros atónitos al final del pasillo: Lou,
Emma, Keith, mi padre y mi madre.
—Tenía el presentimiento de que DJ no traería nada más que
problemas. —La voz de Lou se oye incluso más hueca al resonar a
través del espacio cavernoso.
El espacio vacío donde las voces son transportadas. Y las
ventanas se hallan abiertas. —¡Brenna! —susurro frenéticamente—.
¿Dónde está?
—Está con Jack y Leroy. No escuchó nada. —Brett se encuentra
en la puerta abierta que conduce al pórtico cubierto.
Pero él sí lo escuchó. No es impacto lo que veo en su rostro. No
soy capaz de leer exactamente qué es. La comprensión de que no soy
tan honesta después de todo, tal vez. Que le mentí, al igual que todos
los demás.
Sea lo que sea, sin lugar a dudas significa que este cuento de
hadas ha terminado.

331
Traducido por Vane Farrow & Jeyly Carstairs
Corregido por Gypsypochi

La lata de soda vacía cae, ruidosamente contra las rocas.


—¡Mierda! —Tropiezo detrás de un arbusto, con los ojos en las
ventanas, observando cualquier signo de movimiento.
No hay nada más que el débil parpadeo de un televisor.
Libero un suspiro de alivio y me agacho de nuevo en mi peñasco
con la botella de agua gigante que llené de vodka y 7UP. Misty dijo que a
su padre no le importa si tomamos su bebida, siempre y cuando la
332
reemplacemos antes de que regrese en tres semanas.
La quemadura que comienza a recorrer mis extremidades ayuda
contra el frío en el aire de la noche, pero poco hace en contra de la
inquietud de la oscuridad que me rodea. Me acurruco en mi sudadera y
me recuerdo que no hay nada más que mapaches y ardillas aquí en el
bosque.
Y un maestro de arte.
En realidad, no sabía si él estaría aquí cuando salté a mi bicicleta,
pero me acordé que una vez dijo que vienen casi todos los fines de
semana en otoño para pintar el colorido follaje de otoño. Y no sabía si
estaría solo, o con ella. Pero estoy extasiada de ver solo su motocicleta
estacionada junto al desvencijado cobertizo.
La parte razonable de mí sabe que venir aquí está mal, que no
debería estar acechando fuera de la cabaña que Scott heredó de sus
abuelos. Y, sin embargo, aquí estoy.
Tomando vodka y fingiendo que tengo las agallas de caminar
hasta esa puerta y tocar, para recordar a Scott que tengo dieciocho años
y ya no soy una estudiante en la Secundaria Balsam, efectivo el jueves
pasado, así que ya nadie puede detenernos.
A la mierda. Lo voy a hacer y ya.
Empiezo a moverme hacia la puerta verde como el bosque, con mi
corazón palpitando en mi pecho, mi puño apretando la botella tan fuerte
que el plástico se arruga.
¿Qué demonios estoy haciendo? ¿Finalmente he enloquecido?
Necesito irme.
Estoy a cinco metros de la puerta de la cabaña cuando se abre sin
aviso. Scott salta hacia la desvencijada banqueta de madera, un porro
pinchado entre sus labios.
Finalmente me nota cuando está trabajando para encenderlo,
sorprendiéndose un poco. —¿Catherine? —Mete la mano en el interior y
de repente la entrada está bañada de luz, resaltando su profundo ceño
fruncido—. ¿Qué estás haciendo aquí?
No contesto.
Mira a su alrededor. —¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Vine en mi bicicleta. La dejé entre los arbustos, al final de la
calzada. —He traído los rumores a la vida. Ahora soy oficialmente una
acosadora loca—. Debería irme.
—Has estado bebiendo.
Miro la botella. —Un poco.
Se detiene. —¿Quién sabe que estás aquí?
333
—Nadie. —Dudo, buscando mi valentía—. Y de todos modos no
importa si lo saben.
Una sonrisa astuta se extiende en sus labios. —Porque cumpliste
dieciocho hace dos días.
Lo recordó. —Y ya no voy a Balsam.
La grava cruje bajo sus botas mientras se acerca a mí sin prisas,
su gastada camiseta de Metallica moteada con pintura amarilla. —Eso
escuché. —Su mirada vaga sobre mi cara cuando finalmente enciende su
porro, tomando una calada. Me lo da, las yemas de nuestros dedos se
rozan. Mi aliento se detiene—. ¿Y por qué viniste aquí, Cath?
Saboreo el porro, sin responder a su pregunta. Cuando finalmente
levanto la vista, me encuentro con una mirada conocedora. Es tan fácil
quedar atrapada en esos ojos coquetos, y lo hago, deleitándome en ellos
mientras pasamos el porro de uno a otro sin decir palabra. Es solo uno
pequeño, se terminó en un minuto. Scott prefiere un ligero mareo que
drogarse demasiado.
—¿Dónde está Linda?
—Probablemente cocinando galletas o rezando en la iglesia —
murmura—. No lo sé, en realidad no me importa ahora mismo. La verdad
es que estamos cerca de terminar.
El alivio se hincha dentro de mí.
Aparta un rizado mechón de pelo color café de su frente. —No me
gusta la idea de que vayas a casa en este estado. Deberías entrar y
ponerte un poco sobria.
Lucho contra mi excitación abrumadora mientras camino con Scott
a la pequeña cabaña. La cocina está a la izquierda, la sala principal por
delante.
Me lleva a la derecha.
Al dormitorio.

***

Sé que es Brett quien sube las escaleras al tercer piso sin tener
que mirar, sus pasos lentos y cuidadosos.
—Deben haber colocado esta claraboya aquí intencionadamente
—murmuro en la oscuridad. Estoy tendida en el suelo de madera,
mirando la brillante luna llena sobre mí. Imaginando lo increíble que
sería dormir aquí mismo—. ¿Está Brenna en la cama?
Brett se deja caer en el suelo junto a mí con dificultad. —Está
discutiendo con Jack y Keith sobre el lugar de Stella. Quiere dormir con
ella.
—No puede. La perra hará pis por toda la casa.
334
—Eso es lo que están tratando de explicarle. —La risa suave de
Brett hace eco en la habitación—. Pero esa niña tiene una respuesta
para todo.
Debería estar abajo, lidiando con eso. Pero he estado escondida
aquí durante la hora pasada. Tratando de aferrarme a todo por un poco
más de tiempo.
—Lo siento.
Suspira. —Sé que sí, Cath.
—El día que descubrí que estaba embarazada, me encontraba en
el baño de Diamonds, en medio de mi entrevista. Todo pasó tan rápido,
y cuando Misty supuso que era el bebé de Matt, le seguí la corriente. No
quería admitir que era de Scott. Que me había acostado con él después
de que me dejó soportar el peso de ese escándalo. Cómo había sido tan
estúpida como para pensar que dejaría a Linda por mí.
—¿Te dijo que lo haría?
—En esas palabras no. —Pienso en esa noche, en lo que dijo y en
la mirada en sus ojos llenos de lujuria—. Sin embargo, definitivamente
jugó conmigo, para conseguir lo que quería de mí. Se rió en mi cara.
Pero estaba tan segura de que iba a obtener lo que quería. —La última
que riera, cuando mi madre y todos los idiotas que juraron que Scott
Philips nunca se interesó en mí nos vieran paseando de la mano por la
acera, hablando de dónde deberíamos vivir en Filadelfia. Por supuesto,
guardé silencio sobre él después de esa noche. Esperando que Scott
llamara, que apareciera en la puerta de Misty por mí.
Y luego, oí una semana más tarde que Linda y Scott se hallaban
comprometidos y que ambos habían aceptado trabajos de enseñanza en
Tennessee, con efecto inmediato. Linda no había estado horneando
galletas y orando ese fin de semana. Estuvo en Memphis, arreglando un
apartamento para ellos.
—Todavía es embarazoso, pensar en lo patética que era.
—Tenías diecisiete años.
—No parece una excusa muy buena. —Sacudo la cabeza—. La
verdad es que no pensé que la mentira duraría, pero me alegré cuando
lo hizo. Ya estaba harta de que la gente hablara de mí y de Scott Philips.
Pensé, ¿a quién le importaba si la gente pensaba que era Matt? Él no
vendría. No existía ninguna conexión, aparte de DJ.
—Pero Scott Philips tiene dinero. Su familia tiene dinero. No
habrías tenido que luchar como lo hiciste. Además, si contabas esto, él
no podría negar que hubo algo entre ustedes dos.
—Y así estaría atada a ellos para siempre. Y Brenna también. —
Nunca conocí a Melissa Philips, pero Lou tuvo una discusión con ella
por una propiedad y me confirmó que es una perra controladora y
despreciable. Y confío en la forma de juzgar el carácter de Lou. Pero sí 335
conozco al señor Philips, el abuelo de Brenna. Solamente imaginarlo,
mirándome desde el escritorio de su oficina, me pone tensa—. Si su
padre estuvo dispuesto a acorralar y coaccionar a una niña de diecisiete
años usando su autoridad, ¿qué otra cosa estarían dispuestos a hacer
él y su esposa por su hijo? —Que esos dos sean abuelos de Brenna me
hace temblar.
Todavía no he encontrado las agallas para mirar a Brett, pero oigo
sus dientes apretarse a mi lado.
—Sé que él me manipuló, y ha manipulado a otras. No quiero un
hombre como Scott en la vida de Brenna.
—No te culpo.
Siento una sonrisa amarga tocar mis labios. —Y sin embargo no
la tendría si no fuera por él. Es duro odiarlo, cuando ella es lo que tengo
debido a eso. Casi no parece correcto, que me hayan recompensado con
una niña como ella.
El silencio cuelga entre nosotros.
—Pero no puedo culparlo, del todo. Soy la que monté mi bicicleta
hasta allí esa noche. Y me gustaría decir que no me hubiera acostado
con él si no me hubiera mentido acerca de Linda. Pero si estoy siendo
sincera, no creo que hubiese importado. Estaba enamorada de él. Me
habría convencido a mí misma de que estaba bien, pase lo que pase. —
Nunca lo he admitido en voz alta a nadie, ni a mí misma—. ¿En qué tipo
de persona me convierte eso?
Brett suspira. —En una persona que ha cometido algunos errores
grandes. —Es imposible leer su tono. ¿Se encuentra enojado? ¿Triste?
¿Frustrado?
¿O es simplemente el sonido de la resignación?
Un doloroso bulto se forma en mi garganta, al tiempo que mi
pesar me abruma. —Ojalá te hubiera contado todo.
—¿Y no sentiste que podías? ¿Después de todo lo que hemos
pasado?
—Supongo que no.
¿Qué debe estar pasando dentro de la cabeza de Brett? Que se ha
metido en un lío, probablemente. Esto no va a ser tan simple como lo
fue cuando rompió con Courtney por mentirle. Ahora hay una enorme
casa con la que lidiar, junto con un perro y una niña que no entiende.
Además, Simone acaba de publicar una declaración que básicamente
dice que el cuento de hadas se ha hecho realidad.
El aullido de un cachorro atraviesa la casa. Me duele el corazón,
pensando en Brenna, en lo que esto le hará. —Voy a ver si mis padres
pueden hacerse cargo de Stella, solo hasta que encuentre un lugar
donde nos dejen tener un perro. —Si mi madre siquiera está hablando
conmigo. No pude mirar a nadie mientras me alejaba de la planta baja, 336
casi hiperventilando.
—Puedes quedarte aquí. Esta es tu casa.
—No quiero quedarme aquí. No sería lo mismo sin ti. —Brett está
ahora firmemente atado a cada pensamiento que tengo de la Casa de
Pan de Jengibre. Incluso este ático… Mi mirada se desvía hacia la pared
contra la que me folló.
—¿Por qué? ¿A dónde me voy?
Me vuelvo para encontrar a Brett frunciendo el ceño.
—Solo pensé… —Le he estado mintiendo, a toda mi familia, a todo
el mundo. La mentira es lo que terminó las cosas para él y Courtney, él
mismo lo dijo.
La luz de la luna llena proyecta un resplandor sobre su cara,
resaltando esos deslumbrantes ojos azules mientras vagan por mi
rostro. —Lo sabía.
—¿Qué?
—Bien… lo supuse. —Se mueve sobre su espalda—. Ese día en el
supermercado, cuando nos topamos con él.
—¿Crees que ella se parece a él? —El pánico se agita dentro de
mí. Siempre me había acostumbrado al hecho de que, a pesar del tono
oliváceo de la piel, de sus rizos y del anillo de avellana que rodeaba a
sus pupilas, realmente se parecía a mí.
—No. Pero vi algo familiar en sus ojos. Una mirada, creo. No sé
identificarlo exactamente, pero era extraño. En ese momento empecé a
preguntarme si decías la verdad sobre ese otro tipo. Tendría sentido,
por qué evitabas hablar del padre de Brenna, incluso conmigo.
—¿Por qué no me lo preguntaste?
—Porque pensé que tenías una buena razón para mentir.
—Dijiste que nunca había una buena razón para mentir. —No a
alguien que amas.
—Y sin embargo aquí estabas, mintiéndole a todos. Así que pensé
que realmente creías que no tenías otra opción.
¿Qué dice? —Así que compraste esta casa, adoptaste el perro y
nos pediste que nos quedáramos contigo… ¿Aunque lo sabías?
Una suave sonrisa le toca los labios. —Sí.
—Entonces… ¿No vas a terminar con lo nuestro? —Contengo mi
respiración.
Desliza su brazo debajo de mi cuello y acerca mi cuerpo contra él.
—No. No creo que pueda ni aunque quisiera. Estoy muy involucrado,
contigo y tu pequeño demonio. Pero no quiero hacerlo.
El peso aplastante repentinamente se levanta de mi pecho, en
337
tanto las lágrimas de alivio comienzan a fluir. Siento que sus brazos se
aprietan alrededor de mí mientras lloro suavemente contra él.
—Has estado cargando eso por mucho tiempo —dice de forma
tranquila, acariciando mi cabello.
Nunca me di cuenta de cuánta culpa había caído sobre mis
hombros hasta ahora. ¿Alguien me perdonará tan rápido y fácilmente
como Brett aparentemente lo ha hecho? —¿Qué tan enfadados están?
—No creo que nadie esté enojado. Contigo no, de todos modos. Y
Lou ya lo sabía.
No debería estar sorprendida, pero lo estoy. —¿Cómo?
—Dijo que siempre se lo preguntó, y luego cuando vio ese anuncio
de bienes raíces en el periódico, estaba segura.
Por supuesto. —¿Alguien más lo había averiguado?
—No. Tu madre trató de venir a hablar contigo, pero Keith y tu
papá bloquearon las escaleras.
—¿Ha mencionado alguna demanda?
—Creo que podría haber escuchado esa palabra, sí. —Mi cuerpo
se estremece con su risa—. Sin embargo, tu papá dijo que no hay de
qué preocuparse. Solo está enfadada, pero no se arriesgará a perderte
de nuevo. Nadie le va a decir nada a nadie sobre esto. Todos han
acordado mantenerlo oculto.
—Pero si Misty le dijo algo a DJ…
—No lo hizo.
—¿Estás seguro? Porque él es de esos imbéciles que vendería esta
historia a un tabloide. —Y ahora mismo, los tabloides estarían todos
emocionados por este chisme jugoso.
—Tendrías que preguntárselo a ella. —Se detiene—. Pero si yo lo
descubrí y Lou también, y ahora ese idiota está aquí... Tienes que estar
lista si sale a la luz. Y porque estamos juntos, eso hará que sea un
asunto más grande.
—Lo sé. Simplemente no sé qué haré si sucede.
Me limpia las lágrimas. —No te preocupes por eso. Te prometo
que tenemos mejores abogados y más dinero que esos idiotas. Si él o
sus padres incluso tratan de acercarse a Brenna, voy a hacer que se
arrepientan. —Sonríe—. De todos modos, estoy seguro de que su madre
ya me odia.
—¿Por qué? —pregunto con curiosidad.
—Los Chase intentaron usarla para la venta y les dijimos que el
trato se cancelaba si el nombre de Philips estaba en algún lugar del
papeleo. Ahora ya se habrá dado cuenta de por qué. 338
—¿Era eso de lo que hablabas, la noche que dijiste que no querías
que alguien recibiera un centavo?
Se detiene. —¿Escuchaste mi conversación telefónica privada?
—No. —Aparto la mirada. Ahora todo tiene sentido.
Se oye una conmoción debajo de nosotros, pasos que recorren las
habitaciones del segundo piso, Keith y Jack se turnan para decir el
nombre de Stella mientras la persiguen.
—¿En serio Keith no lo sabía? —La noche que me interrogó fuera
de mi casa, me preguntó por qué no podía seguir adelante, si seguía
enamorada de Scott. Estaba tan segura de que iba a dar el siguiente
paso y averiguaría lo que siempre ha estado colgando sobre mi cabeza.
El hecho de que compartimos una hija.
—Se sorprendió tanto como el resto. Jack le dijo que era un
policía de mierda por no haberlo visto.
Las lágrimas todavía fluyen de mis ojos, incluso mientras me río.
—¿Y tú? —Deslizo la punta de mi nariz sobre la línea dura de su
mandíbula, disfrutando de la sensación de su cuerpo presionado contra
el mío. No quiero volver a soltarlo nunca más—. ¿De verdad no estás
enojado conmigo?
—¿Yo? —Una sonrisa lenta se extiende por la cara de Brett—.
Estoy furioso.
***

—Para el camino.
Mis manos caen junto con el peso del contenedor de espuma de
poliestireno. —¡En serio, Leroy! —Abro la tapa para encontrarla llena de
panqueques de arándanos y tiras de tocino—. ¡No puedo comer así todo
el tiempo!
El rostro de Leroy se divide en una amplia sonrisa. —El chico
necesita sus calorías.
—Si su entrenador reclama, te lo enviaré.
—Hazlo. También voy a poner algo de carne en los huesos de su
entrenador. —Leroy lanza dos platos sobre el mostrador y golpea la
campana.
—¿Puedes enviar algunos lindos jugadores de hockey por aquí,
también? —pide Misty recogiendo los platos—. Me vendría muy bien
uno ahora. —Rompió con DJ el día después del cumpleaños de Brenna,
339
temerosa de que tenerlo en su vida pudiera causar turbulencia en la de
Brenna y la mía. Por fin entendió por qué me encontraba tan aprensiva
sobre tener cerca a DJ, aparte de que no me agrada como persona. Y, si
Misty es buena en una cosa, es en no guardarme rencor.
Sonrío. —Estaré atenta.
—¿Cath? ¿Puedes venir aquí un segundo? —dice Lou desde su
oficina.
Me encojo, revisando el reloj. Brett va a llegar aquí en cualquier
momento y aún no me he cambiado el uniforme. ¿Pero qué voy a decir?
—Por supuesto. ¿Qué pasa?
Señala con la cabeza la puerta.
La cierro. —Gracias por dejar que me vaya temprano.
—No hay problema. —Le frunce el ceño a la pantalla de su
computadora antes de inclinarse hacia atrás, deslizando sus gafas de
lectura sobre su nariz—. ¿Brenna está en casa de tus padres?
—No. En nuestra casa, con ellos. Y con Stella.
Se ríe entre dientes. —¿Hildy ya superó el fiasco en el patio
trasero?
—No exactamente… —Lo llamaría un lapso severo en el buen
juicio, pero mi padre decidió dejar a una Stella de cuatro meses de edad
en su patio trasero, mientras iba rápidamente a la tienda con Brenna
hace unos pocos fines de semana.
Volvieron a casa para encontrarse un jardín desarraigado y un
cachorro cubierto de barro.
Brenna dijo que nunca antes había visto el rostro de la abuela tan
aterrador.
—Oh, bien. Un poco de caos le hará bien a esa mujer. ¿Cómo van
los planes de renovación?
—Comenzarán pronto. —No puedo esconder la emoción en mi
voz—. Niya vino ayer para repasar los diseños finales con nosotros. —
Conmigo, en realidad. La diseñadora de treinta y dos años de Nueva
York y yo hemos estado intercambiando correos electrónicos e ideas de
un lado a otro para traer a la vida mi cuaderno de bocetos. Y luego va
con Brett para discutir los costos, porque ambos saben que voy a decir
que no a todo si veo el precio. Pero ya no discuto con él sobre el gasto
del dinero porque sé que va a gastarlo de cualquier manera—. Los
permisos deben ser aprobados la próxima semana.
—¿Cuánto tiempo creen que tardará?
—Dijeron que cuatro meses así que ¿estoy suponiendo que serán
ocho? Hay que doblar todo lo que digan, ¿cierto? —Tenemos suerte de
que nos podamos cerrar completamente en nuestro apartamento, pero
no podremos evitar el polvo y el ruido por completo. 340
—¿Y ese otro proyecto secundario que ella te preguntó si podías
hacer?
—Debería terminarlo la próxima semana. —Contrataron a Niya
para remodelar una casa en los Hamptons. Dijo que se encontraba
saturada y me preguntó si me gustaría realizar una idea de diseño
preliminar para el dormitorio principal. Ella me está pagando, pero no
puedo evitar sentir que también es una prueba.
—¿Es algo que crees que podrías hacer? Ya sabes, aparte de todo
lo de la posada.
—Sí. Creo que sí. Quiero decir, no sé qué clase de educación
necesitaría pero… sí, podría hacer que funcione. —Es gracioso, nunca
pensé que un folleto de bienes raíces en mi puerta finalmente me
llevaría aquí.
—Deberías investigar eso, entonces.
Mi teléfono suena con un mensaje de texto de Brett.
Los ojos de Lou se mueven a mi bolsillo. —¿Te tienes que ir?
—Probablemente esté afuera, esperando. Y todavía tengo que
cambiarme. —No voy a aparecer en la pista de hielo con mi uniforme de
la cafetería. La observo expectante, preguntándome por qué me llamó,
además de para ponerse al día.
—He escuchado que hay una orden de arresto contra Scott
Philips en Memphis.
—¿Oh? —Eso me toma con la guardia baja. He logrado no volver a
toparme con él, aunque hemos visto su rostro mucho en muestras de
bienes raíces. Y cada vez que lo hacemos, Brenna señala a “mi profesor
de arte”.
—Parece que una estudiante de dieciséis años ha presentado una
declaración condenatoria.
—No sería la primera vez.
—Bueno, esta vez también tienen varios testigos. Y no parece que
la niña ni su familia quieran retroceder. Esto podría funcionar.
Sacudo la cabeza ante el descaro de él. —Ojalá. —Curiosamente,
aparte de una sola conversación la semana después del cumpleaños de
Brenna, no ha surgido el tema de Scott Philips siendo el padre de mi
hija. Incluso mi madre se ha quedado callada. Posiblemente por miedo
a esta situación exacta. No quiere que su nieta se asocie con un hombre
que persigue adolescentes.
—De acuerdo, debería…
—Espera. —Lou frunce los labios.
Me doy cuenta que estaba yéndose por las ramas. Eso no es
propio de Lou. La inquietud se agita dentro de mí. 341
—Así que, esta es la cuestión. Tienes todas estas cosas en tu vida
ahora: estas cosas de diseño, tal vez la escuela en el horizonte; tienes
que cuidar a Brenna y esa perra salvaje suya. Y no te olvides de ese
hombre, que va a tener que estar en Filadelfia muchos más adelante,
sobre todo si hoy le va bien…
Mi estómago se contrae al pensar que mis días de acurrucarme
junto a Brett cada noche están por terminar. Han pasado casi cinco
meses desde el accidente. Ya le quitaron el yeso, ha estado trabajando
con un fisioterapeuta para fortalecer su pierna, que, aunque curada, no
es la misma.
Pero los médicos le han dado luz verde para volver a los patines.
Sid Durrand, el entrenador Roth, y los demás miembros del equipo de
Los Flyers tienen espuma en la boca por ver lo que vendrá.
—Así que, te voy a dar dos opciones, Cath: O renuncias o te
despido.
Solo la miro fijamente, esperando que su rostro severo rompa en
una sonrisa. No lo hace.
Ella se levanta de su silla para rodear el escritorio, alisando el
frente de su uniforme. —Escucha, te amo como a mi propio hijo. Más,
en realidad, que a mi propio hijo, aunque eso no es demasiado difícil. —
Sus ojos brillan con significado—. Y sé que esta no es la vida que quiero
para ti, entregar platos de comida y servir cafés para extraños. Te están
pasando todas estas cosas maravillosas y ya no necesitas este lugar.
—Pero necesito un trabajo para…
—No te atrevas a decirme que es por dinero, Catherine. Estarás
bien. Deja que él te cuide mientras te enfocas en ti.
Como si Brett me hubiera dado alguna opción, por mucho que
luche contra ello. No me deja pagar ni una sola factura, incluyendo el
alquiler de mi casa, aunque finalmente he accedido a dar mi aviso de
desalojo. Y el mes pasado, encontré una tarjeta de débito y de crédito
atadas a sus cuentas en mi cartera. Todavía no las he usado, para su
frustración.
—Te voy a dar tres días para decidir cómo quieres que sea, pero
de cualquier manera —Lou parpadea para alejar el repentino brillo de
sus ojos— Leroy y yo no queremos verte aquí con este uniforme después
de eso, y es definitivo.
Mi teléfono vuelve a sonar.
—Vete. Te está esperando. —Lou prácticamente me empuja de su
oficina. Estoy aturdida mientras me cambio mi uniforme, usando unos
minutos para refrescar mi maquillaje. En el instante en que mi teléfono
suena una tercera vez, estoy corriendo hacia el frente.
Brett está de pie junto al mostrador en unos pantalones y una de
esas camisas de manga larga ajustadas que muestran la parte superior 342
del cuerpo que ha estado entrenando intensamente durante el último
mes. Se ríe con un par de clientes regulares que están hablando hasta
por los oídos, deseándole suerte con su primera prueba de patinaje hoy.
A pesar de que la gente ha empezado a acostumbrarse a tenerlo aquí,
todavía puedo ver la emoción en sus ojos.
Al igual que la emoción en los míos, supongo, porque Brett aún
me roba el aliento como la primera vez.
—Lo siento. Me emboscaron. —Tendré que hablarle de esa bomba
más tarde. Si ya no lo sabe, es decir.
Se inclina para besarme e inhalo automáticamente su olor: una
mezcla de jabón y colonia.
—Esto es para ti. —Empujo el contenedor de panqueques y tocino
en sus manos.
Revisa la ventana en busca de Leroy y, al ver su rostro sonriente,
lanza un saludo y un “Gracias”. —Está bien, tenemos que irnos.
Camino tras él, disfrutando de la vista de su fuerte espalda y sus
largos pasos. Todavía parece favorecer un poco su pierna izquierda,
pero el médico piensa que se resolverá. —¿Nervioso?
—No.
Sonrío. —Mentiroso.
—¿Qué, no crees que soy lo suficientemente fuerte?
—Por supuesto que creo que eres lo suficientemente fuerte. —He
notado cuánto musculo ha recuperado, apenas en el mes pasado—. Yo
solo… ah. —De repente me encuentro alzada en uno de los brazos de
Brett y siendo llevada a través del estacionamiento hacia la camioneta
negra que compró, de todas las personas a, Gord Mayberry—. ¡Bájame!
—grito, aunque no puedo evitar reír.
Pero simplemente se ajusta para que pueda cargarme en ambos
brazos. —No tires el contenedor de mi mano —advierte severamente—,
me encantan los panqueques de Leroy.
Un teléfono está dirigido a nosotros desde una cabina en el
restaurante. —Oh Dios mío. Ahora la gente está tomando fotos.
—Mejor sonríe y finge que me amas, entonces.
—Sí te a… —Me detengo justo antes de decirlo, sintiendo que me
arden las mejillas. Todavía tenemos que decirnos esas palabras el uno
al otro, aunque están en la punta de mi lengua todos los días, desde la
mañana hasta la noche. Brett parece haber hecho un juego de eso,
queriendo que lo diga antes que él.
Llegamos al capó de la camioneta, y en lugar de bajarme, se
inclina para besarme profundamente en los labios, tomando su tiempo
y dándoles un buen ángulo.
—¿Por qué estás tan loco hoy? 343
Me deja en el suelo. —Tal vez estoy un poco nervioso.
—¿Un poco?
—Bueno. Más nervioso de lo que estaba cuando jugué mi primer
partido en la NHL. —Su mandíbula se tensa—. Gracias por venir
conmigo.
—Por supuesto que voy a acompañarte. —Muevo mi mano sobre
su mandíbula. Me encanta la sensación de su piel cuando está recién
afeitado—. Lo tienes controlado.
Se inclina hacia adelante para presionar su frente contra la mía.
—Pero, ¿y si no lo hago?
—Entonces… —suspiro—, me tienes. Sé que no es lo mismo, pero
me tienes de cualquier manera.
—No, tienes razón. No es lo mismo. —Me estrecha en sus brazos,
y me deleito con la sensación de su cuerpo. Cálido, poderoso y vivo. Y
todo mío—. Es mejor.
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Clara Markov

—¡Oye! ¡Estamos en la televisión!


Miro a la pantalla plana a tiempo para ver a Brenna agitar sus
brazos de un lado al otro frente a las cámaras, mis padres, Emma y
Jack sentados a ambos lados de ella en la primera fila de los asientos
de lujo en el palco.
—Definitivamente no es tímida, ¿verdad? —dice Meryl con una
risa suave.
—No, no lo es. —A diferencia de Emma, que finge buscar algo en
su bolso, tratando de evitar la atención.
—Podríamos tener otra actriz en la familia —agrega Michelle,
guiñándole a su madre. La hermana de Brett es una réplica más joven 344
de Meryl, hasta el mismo tono de cabello rubio sedoso y altura exacta. E
igual de agradable. Llegué a conocerla bastante bien durante las
vacaciones de Navidad, cuando volamos a Malibú.
—Dios nos ayude a todos, si ese es el caso —dice Richard
sorbiendo de su cerveza, aunque sonríe—. ¿Cómo va la casa?
—Pues… va. —Me rio—. Ahora mismo está caótica. Nos vamos a
Filadelfia la mayoría de los fines de semana. —Para pasar tiempo con
Brett al igual que para evitar el polvo. Él no puede regresar a Balsam
todas las noches, el viaje es demasiado teniendo en cuenta su horario
de entrenamiento agitado y la nieve. Y ahora que viajará de nuevo con el
equipo…
—¡Ya van a continuar! —grita Jack.
Respiro profundo y trato de calmar los nervios mientras me dirijo
hacia abajo. Deseando poder hablar con Brett. Pero él se halla en un
lugar más abajo, en las entrañas de este gigantesco estadio con su
equipo, preparándose para su primer partido, ocho meses después del
accidente automovilístico que casi lo mató. Lo está haciendo bien, su
tobillo se mantiene bien en las pruebas de las prácticas diarias y el
entrenamiento de fuerza intensiva. Está listo.
Pero anoche también se la pasó caminando de un lado al otro en
el apartamento durante horas. La multitud cobra vida cuando las luces
de la arena empiezan a parpadear y cambiar de color, la voz profunda
del locutor se dispara a través de los altavoces.
—Me da vergüenza admitir que no he estado en uno de sus juegos
en casi dos años —dice Meryl, lanzando una sonrisa y saludando a la
cámara que vuelven a enfocar en nuestro palco. Brett me preparó para
esperar que hagan mucho eso toda la noche.
—No te resulta exactamente fácil, ¿verdad? —Miro sobre mi
hombro al pequeño equipo de seguridad, que es un hombre gigante
junto a la puerta y otro que se posiciona justo al otro lado de la entrada
al palco. Meryl se irá por una salida restringida al terminar la noche.
—De todos modos, creo que el accidente fue un buen recordatorio
para aprovechar lo que tenemos frente a nosotros el día de hoy, porque
tal vez no esté ahí mañana, ¿verdad? —Respira profundo—. Pero ahora
que volvimos a la Costa Este, estaremos más aquí. Suponiendo que las
cosas irán bien esta noche.
—Así será.
Me rodea los hombros con el brazo y me aprieta a su costado una
vez, antes de dejarme ir.
—¡Aquí viene! —grita Michelle
El locutor sigue hablando, pero ya sea por el ruido de la multitud
o la forma en que su voz resuena, no logro entenderlo fácilmente.
Hasta que grita: —¡Número dieciocho, Brett Madden!
345
Mi corazón se eleva a medida que veo a Brett patinar, mientras
que la arena vibra con el rugido acogedor de la multitud. La energía no
se desvanece, sino que crece al tiempo que se forman dos líneas de
jugadores, una de los Flyers y otra de los Bruins.
Nos ponemos de pie para el himno nacional.
Y luego los jugadores se enfrentan en el centro del hielo.
—Creo que voy a vomitar —murmuro a nadie en particular.
Mi papá se ríe entre dientes. —Te haremos seguidora del hockey.
—Oye, recuerda que no queremos que utilice esos boletos para la
temporada —murmura Jack.
—Oh, tienes razón. —La expresión de papá se vuelve severa—.
Buen recordatorio, hijo.
Los ignoro, volviendo mi atención a Brett en el centro. Y rezo a
quien me escuchó la noche que lo saqué de aquel auto, para que
también lo cuide esta noche.
El disco cae y respiro profundo.
Treinta y dos segundos después, Brett marca su primera
anotación.
K.A. Tucker nació en un pequeño pueblo de
Ontario, publicó su primer libro a la edad de
seis años con la ayuda de la bibliotecaria de la
escuela primaria y una caja de lápices de
colores.
Es una lectora voraz y lo más alejada de un
género-snob, ama todos los géneros desde
High Fantasy a Chick Lit.
Actualmente reside en un pequeño y
pintoresco pueblo fuera de Toronto con su
esposo, sus dos hermosas niñas y un agotador
cachorro.
Para más información sobre los libros de K.A. Tucker o contactar con
ella, visita: www.katuckerbooks.com.
346
347

También podría gustarte