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Moderación
Kath

Traductoras
Clau Grisy Taty
Guadalupe_hyuga Mimi
JandraNda Mona
Lvic15 Walezuca Segundo
Cjuli2516zc Kath 3
Alixci

Corrección
Kath

Diseño
Lola’
Sinopsis ___________ 5 —CARTA— ___________177
Prólogo ____________ 6 Trece _____________ 178
Uno _______________ 11 —CARTA— __________ 192
—CARTA— ___________ 28 Catorce ___________193
Dos _______________ 29 Quince ___________ 204
Tres ______________ 42 —CARTA— __________ 217
Cuatro ____________ 55 Dieciséis ________ 218
—Carta— ___________ 68 —CARTA— __________ 230 4
Cinco _____________ 69 Diecisiete _______ 231
Seis ______________ 82 —CARTA— ___________243
—CARTA— ___________ 96 Dieciocho _________ 244
Siete _____________ 98 Diecinueve ________ 257
—CARTA— __________ 110 —CARTA— __________ 271
Ocho _____________ 111 Veinte ___________ 272
Nueve ____________ 122 —CARTA— ___________ 283
—CARTA— __________ 136 Veintiuno _________ 284
Diez _____________ 137 —CARTA— ___________ 296
Once _____________ 150 Epílogo ___________ 297
Doce _____________ 164 Sobre la Autora ___ 305
M
olly Alcott no esperaba abrir su buzón una

mañana de verano y encontrar una vieja carta entre las


facturas y un volante de supermercado. Escrita con una
letra familiar, fechada hace más de quince años, la carta fue
escrita a Molly después de su primera cita con el hombre
que nunca olvidará.
Semana tras semana, aparecen nuevas cartas. Cada una marca un evento en la
historia de su épica historia de amor. Cada una cura una herida. Cada una tiene la
confesión del hombre que aún posee el corazón de Molly.
Las cartas están llenas de promesas, esperanza y amor, pero a decir verdad,
Molly desearía no haberlas leído.
5
Porque el hombre que escribió estas cartas no es el que las envía.
Finn

—¿S
eñorita? —Capté la atención de la camarera cuando pasó junto
a nuestra mesa—. ¿Puede traerme otra cerveza?
—Enseguida. —Sonrió y se alejó rápidamente mientras
me tomaba el resto de mi primera Bud Light.
Beber era necesario cuando mi hermana estaba acurrucada al otro lado de la
mesa, sus labios enganchados con los de este nuevo chico con el que estaba saliendo.
Jamie. No había nada tan incómodo como ver a tu hermanita besar a un hombre con
lengua.
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Miré por encima del hombro, buscando en el concurrido restaurante a nuestra
camarera. Si así iba a ir la noche, tendría que pedir dos cervezas más en lugar de
una. La camarera había desaparecido. Maldición.
—Entonces, Jamie. —Me obligué a decir su nombre amablemente mientras
volvía a mirar hacia la mesa—. Poppy me dice que eres de un rancho de por aquí.
Él y Poppy se separaron, gracias a Dios, y asintió hacia mí.
—Así es. Está a unos cuarenta y cinco minutos de aquí. Deberían venir conmigo
uno de estos días.
Jamie estiró su brazo detrás de ella y lo apoyó en la parte posterior del asiento.
Y ahí estaba, la sonrisa tonta. Claramente, Jamie estaba tan enamorado de Poppy
como ella con él.
Acerqué la botella de cerveza a mis labios, frunciendo el ceño cuando recordé
que estaba vacía. Mientras la bajaba, estudié a Jamie por el rabillo del ojo.
Era dos años más joven que yo, pero igual de voluminoso, probablemente por
haber crecido en un rancho en funcionamiento. Llevaba el cabello demasiado largo
y desgreñado. Su camisa vaquera verde y blanco perlado estaba demasiado
desabrochada. Y el tipo llevaba sandalias en septiembre.
A pesar de su extraño cruce entre surfista y vaquero, Poppy estaba enamorada.
Ya había salido con él tres veces. ¿No era demasiado? Parecía demasiado.
Cuando me invitó esta noche a comer hamburguesas con Jamie y su nueva
compañera de cuarto, no tuve más remedio que decir que sí. Poppy ya estaba en lo
profundo, y tenía que saber con qué tipo de hombre estábamos tratando aquí.
—¿Estás en último año? —preguntó Jamie. Supongo que no se había olvidado
por completo de que yo también estaba en la mesa.
—Sí. —Asentí—. Diseño de exteriores. ¿Qué estás estudiando?
—Educación. Supongo que trabajar hasta los sesenta y cinco será mucho más
divertido si ando con niños todo el día. —Le dirigió a Poppy una amplia sonrisa
blanca. Luego tomó la pajita sin abrir sobre la mesa y arrancó el papel del plástico.
Con un movimiento de sus dedos, enrollo el papel. Supe antes de que
terminara que iba a un extremo de la pajita.
Efectivamente, cargó la pelota, me sonrió y se llevó el extremo vacío a los
labios. Luego apuntó. Una fuerte bocanada y la bola de papel salió volando hacia la
nariz de Poppy.
—¡Jamie! —Golpeó la pajita mientras ambos se reían.
Este tipo era un tonto. No era de extrañar que quisiera estar con niños todo el 7
día. Encajaría perfectamente.
Solo lo conocí hace una cerveza, pero ya lo había identificado como el payaso
de la clase. El tipo que hace bromas y molesta con sus juegos. El tipo que haría un
ruido de pedo solo para aligerar un estado de ánimo sombrío. Él era el tipo que
siempre tenía una sonrisa y se aseguraba que todos los demás también la tuvieran.
Me gustaba eso para Poppy.
Lo que significaba que iba a tener que acostumbrarme a que se besaran.
A Poppy podría venirle bien un chico bueno. Se había ido a casa a Alaska
durante el verano para vivir con nuestros padres. Había trabajado duro durante tres
meses para ahorrar algo de dinero para el próximo año escolar, lo que significaba
que no había habido mucha diversión.
Si apuntara una luz negra en la frente de Jamie, estaba seguro que encontraría
la palabra diversión escrita en tinta invisible.
—¿Dónde está esta nueva compañera de cuarto? —le pregunté a Poppy, con la
esperanza de mantener su boca ocupada con la conversación en lugar de, bueno…
Jamie
—Llamó para decirme que llegaría tarde. —Poppy revisó su teléfono—. Eso
fue hace unos quince minutos, por lo que probablemente estará aquí pronto.
—¿Cuál es su nombre otra vez?
—Molly —dijeron ella y Jamie al unísono, luego se sonrieron el uno al otro.
—¿Y no la he conocido antes? —Conocía a algunos amigos de Poppy, pero no
recordaba a Molly.
—Nop. Vivió en los dormitorios mixtos el año pasado.
Nuestra camarera pasó junto a la mesa con una bandeja de agua, pero
tartamudeó cuando me vio.
—Oh, diablos. Olvidé tu cerveza. Dame unos minutos.
—¿Sabes qué? Está bien. —Levanté una mano, ya levantándome del asiento—
. Iré a la barra y pediré una. —O dos. Quizás tres.
—¿Estás seguro? —preguntó.
—Sí. No hay problema. ¿Quieren algo? —pregunté a Poppy y Jamie, pero ya
era demasiado tarde. En los diez segundos que había dejado de mirarlos, habían
vuelto a susurrar en los oídos del otro y estaba casi olvidado.
Me alejé de la mesa, tomando un descanso necesario de la feliz pareja. Además 8
de verlos intentar fusionarse en público esta noche, también iba a tener que portarme
bien con la compañera de cuarto.
Poppy me había asegurado que esta noche no era una cita doble a ciegas. Era
simplemente una cena y una oportunidad de conocer a Jamie y Molly antes de estar
demasiado ocupado con mis últimos dos semestres de la universidad.
Aunque, incluso con una carga horaria pesada y un trabajo de medio tiempo
por las tardes y los fines de semana, tenía la sensación de que vería un montón a
Jamie.
Tenía que admitir que no era un mal tipo. El contacto constante era molesto,
pero llamémosle intuición de hombre, sabía que Jamie no estaba en esto por un
polvo fácil. Ella le gustaba.
Apoyé los codos en la barra y señalé al camarero.
—Bud Light.
Se acercó y comprobó mi identificación, luego fue al refrigerador a buscar mi
cerveza. Dejé caer algo de efectivo en la barra, tomé un trago saludable del cuello
largo y, sin ninguna prisa particular, comencé a regresar a nuestra mesa en la
esquina más alejada del estrecho restaurante.
Incluso desde la distancia, pude ver a Poppy y Jamie mirándose el uno al otro.
Nunca antes había estado así con un chico. Una punzada de posesividad de hermano
mayor golpeó con fuerza. No quería pensar en ella como una mujer adulta. No
quería que encontrara a un hombre que se hiciera cargo de las cosas que yo hacía
por ella ahora, como cambiar el aceite de su automóvil o comprarle comida china los
domingos por la noche. Quería que se quedara como mi hermana pequeña.
Pero al mismo tiempo, quería que encontrara un chico decente. Uno al que no
quisiera golpear el día de su boda.
—Oh, mierda —maldijo una mujer justo cuando un trago de cerveza fría cubría
mi mano—. Lo siento mucho.
—No hay problema. —Cambié mi cerveza a la otra mano y limpié la mojada
en mis jeans. Luego miré a la mujer que había chocado contra mi brazo.
Se me secó la boca.
Enmarcada por rizos morenos, había una cara tan impresionante que no estaba
seguro de dónde mirar primero. Sus ojos marrones brillaban, sus motas doradas
combinaban con el brillo de su sombra de ojos. Su piel era como la porcelana,
perfecta y cremosa, excepto por el sonrojo rosado de sus mejillas.
Sus labios estaban pintados de un tono melocotón pálido. Su color delicado y 9
suave era dulce, un fuerte contraste con los rizos color chocolate que le caían por los
hombros. Esos rizos gritaban sexo. Me rogaban que los retorciera alrededor de mis
dedos. Para extenderlos sobre mi almohada.
—Eres Finn, ¿verdad? ¿El hermano de Poppy?
Aparté mis ojos de su cabello.
—Ajá. —Buena respuesta, tonto.
—Soy Molly. —Ella extendió su mano, tomó la mía e hizo el apretón de manos
por los dos.
¿Esta era la compañera de cuarto? Sí. La mujer de mis sueños era la compañera
de cuarto de la universidad de mi hermana. Qué me jodan.
—Tampoco tienes pecas —dijo, estudiando mi rostro.
No, no tenía. Poppy y yo teníamos el pelo rojo, el mío un poco más cerca de
castaño que su tono rojizo. Lo habíamos heredado de nuestra madre, pero no éramos
pecosos. Nada de lo cual podía decirle porque había olvidado cómo hablar.
Tomé un trago de mi cerveza mientras Molly miraba alrededor del restaurante.
Me la tragué, recordando que estaba en el último año de la universidad, no mudo.
Y definitivamente era mejor que esto con las mujeres.
—Estamos allá atrás —dije, señalando hacia donde estaban sentados Poppy y
Jamie, y besándose de nuevo.
Molly los vio y gimió.
—Esos dos son nauseabundos en este momento. Almorcé con ellos ayer y tuve
que tirar un nugget de pollo a la cabeza de Jamie antes que se diera cuenta de que
estaba allí.
Me reí.
—Poppy no tuvo muchos novios en la secundaria. Todo este asunto de las
demostraciones de afecto es nuevo para mí. No voy a mentir, no me gusta.
—Yo no soy muy dada a las demostraciones públicas. Llámame anticuada,
pero preferiría recibir una carta que besuquearme en un restaurante cualquier día
de la semana.
—¿Una carta? Creo que lo más que he escrito a una mujer fue una pregunta en
una nota adhesiva. ¿Eso cuenta?
Se rio, el melódico sonido me robó el aliento.
—No, una nota adhesiva no cuenta.
Mi mirada volvió a su cabello, siguiendo las espirales sedosas desde la curva
de su pecho hasta la concha de su oreja. Tenía muchas ganas de tocarlo. ¿Sería
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extraño si lo tocaba? Sí.
—Disculpa. —La camarera me pasó con otra bandeja cargada.
—Lo siento. —Me arrastré hacia una mesa alta vacía, así me alejaba del pasillo.
Poppy estaba tan concentrada en su nuevo novio que ni siquiera había notado la
llegada de Molly—. No tengo prisa por volver a la mesa de besos. ¿Quieres sentarte?
Puedes educarme sobre todas las otras costumbres anticuadas que faltan en los
rituales de citas de hoy.
—Como acurrucarse. Acurrucarse debería ponerse de moda de nuevo. Y que
te llamen cariño. No, nena —arrastró las palabras—. Odio que me llamen “nena”.
Pero cariño es bastante encantador, ¿no te parece?
—Lo es. —Sonreí, sacando su silla, luego fui a la mía.
Molly miró por encima del hombro, pasando de Poppy y Jamie por última vez.
Cuando se volvió hacia mí y sonrió, todo el restaurante desapareció.
—Esos dos ni siquiera sabrán que estamos desaparecidos.
—¿Cuáles dos?
Molly
Quince años después…

—¿S
oltera, casada o divorciada? —preguntó el vendedor, sus
dedos sobre su ratón, listos para marcar la casilla apropiada en
la pantalla.
—Divorciada. —Incluso después de seis años, esa palabra se sentía extraña en
mi lengua. 11
¿Por qué siquiera tienen que preguntar eso? En cada aplicación, prueba,
planilla de voluntarios a la iglesia o lo que fuera, querían saber tu estatus marital.
Iba a comenzar a marcar la casilla de soltera. ¿Cuál es la diferencia? Iba a comprar
este auto. El hecho que tuviera un exmarido no hacía ninguna diferencia, porque era
yo quien pagaría las cuotas y no pensaba saltarme ninguna.
—¿Dirección?
Recité mi dirección, número de teléfono y número de seguro social según lo
solicitado, y después de cien clics, el vendedor finalmente apartó los ojos de la
pantalla.
—Está bien, creo que estamos listos. Déjeme traer al encargado de finanzas
aquí y podemos revisar los términos.
—Genial. —Me quedé en mi asiento mientras salía de la oficina. Cuando se fue,
consulté el reloj de mi teléfono.
Ya llevaba dos horas aquí, probando, y luego negociando el precio del nuevo
Jeep Rubicon que estaba comprando. Todavía tenía una hora y media antes de tener
que estar en casa para recibir a los niños, pero esto ya había tomado más tiempo de
lo que esperaba. Estaba ansiosa por llegar a casa con esta sorpresa.
Kali y Max no tenían idea de que estaba comprando un auto nuevo y se
volverían como locos cuando vieran el Jeep en vez de nuestra minivan en el
estacionamiento.
Max odiaba la minivan porque el reproductor de DVD del asiento trasero se
había dañado hace un mes. Como la mayoría de los niños de ocho años, pensaba que
cualquier viaje de más de veinte minutos era una tortura sin algo que observar. El
Jeep, que pronto se convertiría en mío, no solo estaba equipado con bordes cromados
y vidrios polarizados, sino que cada uno de los niños tendría su propia consola de
entretenimiento.
Kali no consideraba que la televisión fuera una necesidad como su hermano
menor, pero acababa de cumplir diez años y se estaba acercando a la edad en que
las chicas malas encontraban sus rachas desagradables y cualquier cosa podría
causar una vergüenza debilitante, como la minivan que estaba intercambiando hoy.
Mañana estaría rodando por la fila de autos de la escuela en un auto nuevo, que
seguramente me daría algunos puntos de genialidad.
Me había estado quedando sin esos últimamente. Su padre era el padre genial,
no yo. Mis áreas de excelencia eran la lavandería, el servicio de limpieza y las
molestias hasta que se hiciera la tarea y se comieran las verduras. Pero al menos
ahora tendría un vehículo moderno. 12
—Está bien, señora Alcott. —El vendedor regresó a su oficina con un hombre
más joven detrás, con una pila de papeles en la mano—. Simplemente repasaremos
los términos de financiamiento, firmaremos algunos documentos y estará listo.
Estoy haciendo que los chicos de la tienda llenen el tanque y hagan una limpieza
rápida. Estará fuera de aquí en treinta minutos.
Sonreí.
—Perfecto.
Una hora después, me deslicé en el asiento del conductor de cuero negro y
agarré el volante, respirando profundamente el olor de mi nuevo Jeep. No era un
auto nuevo. Era una mujer divorciada con una hipoteca y dos niños en crecimiento
que constantemente necesitaban reemplazar sus Nikes. No podía permitirme uno
nuevo. Pero podía permitirme un modelo brillante de tres años con pocos kilómetros
y dieciocho meses restantes en el seguro por daños menores.
—Oh, Dios mío, amo este auto. —Con un chillido feliz, ajusté el asiento y los
espejos, luego lo puse en marcha y salí del estacionamiento. La emoción corrió por
mis venas, y luché para mantenerme por debajo del límite de velocidad mientras
conducía por la ciudad. Los nervios no se calmaron hasta que me estacioné en mi
camino de entrada.
Cuando salí a inspeccionar la reluciente pintura negra, escondí mi sonrisa con
una mano. Este Jeep no era simplemente genial, era rudo, y mucho mejor que la
minivan blanca que había dejado atrás.
Mi mirada vagó al garaje donde había vivido la minivan y me golpeó una
punzada de tristeza. La habíamos apodado Beluga y había sido mi fiel corcel durante
años. Ella había llevado a los niños al fútbol y a mí al trabajo. Había guardado cientos
de Cheerios y bocadillos de frutas olvidados. Había estado allí para mí después del
divorcio, cuando me derrumbé en el volante y solté ríos de lágrimas antes de poner
una cara feliz para mostrarle al mundo.
Iba a extrañar a Beluga. Ella había sido uno de los últimos artefactos restantes
de mis días de casada.
La mayoría de las reliquias de mi fallido matrimonio habían sido reemplazadas
en los últimos seis años. Los muebles de la sala de estar que Finn y yo habíamos
comprado juntos fueron los primeros después de que Kali derramara jugo de uva
sobre la tapicería y la mancha se hubiera endurecido. Luego fue el techo y el
revestimiento de la casa después de una fuerte tormenta de granizo. La casa de color
beige que habíamos comprado ahora era blanca con persianas negras y un techo de
chapa de carbón. Se habían desmontado las fotos. Los objetos de recuerdo habían
sido guardados en cajas y escondidos en el ático. 13
Y ahora Beluga también se había ido.
Era lo mejor. Eso es lo que me había estado recordando estos últimos seis años.
Ahora estaba más feliz de lo que había estado durante el último año de mi
matrimonio. Igual que Finn. También los niños.
Era lo mejor.
Sonreí nuevamente al Jeep, luego tomé el camino de entrada hacia el porche
delantero. Mi césped estaba exuberante, verde y largo. Idealmente, tendría que
haber sido cortado hoy, pero dudaba que tuviera tiempo, por lo que la tarea se
agregó a mi lista de tareas pendientes de fin de semana. Era bueno que mañana fuera
viernes, así que no podía agregar mucho más.
Tan pronto como Kali cumpliera doce años, Finn había prometido enseñarle
cómo cortar el césped por dinero extra. Ella estaba ansiosa por hacerlo. Yo también.
Cortar el césped era una tarea que no podía esperar para delegar a los niños. Con
mucho gusto limpiaría, cocinaría y lavaría ropa durante cien años si eso significara
nunca volver a caminar detrás de mi podadora roja.
Ya había cortado suficiente césped para toda la vida.
Después que Finn se graduó de la universidad, se fue a trabajar a una empresa
de paisajismo local, pero su sueño siempre había sido abrir su propio negocio. El
año que nos casamos, él dio el salto y comenzó su negocio. Nuestro negocio.
Durante las primeras dos temporadas de Alcott Landscaping, fui la cortadora
de césped número uno. Mientras Finn hacía todo lo relacionado con el paisajismo,
desde las ofertas hasta el diseño, pasando por la siembra, el césped y todo lo que se
tenía que hacer, yo gestioné el servicio de corte. Fue el lado del negocio que nos
mantuvo comiendo pasta SpaghettiOs y salchichas hasta que Finn construyó su
reputación. Tres chicos de la universidad y yo cortamos cientos de céspedes, hasta
que finalmente pude retirarme del corte y dirigir la oficina.
Cuando tuvimos a Kali, di un paso más y trabajé a tiempo parcial. Una vez que
llegó Max, tenía sentido que me quedara en casa por completo. Finn se hizo cargo
de todos los aspectos de la gestión de Alcott y me retiré.
El único césped que cortaba en estos días era el mío. Ni siquiera el olor a hierba
recién cortada y la posibilidad de un bronceado podrían entusiasmarme por esa
tarea.
Entré y dejé caer mi bolso en el banco de la entrada. Doblé la esquina hacia la
cocina, y mirando por encima del fregadero hacia el patio delantero, suspiré.
Necesitaba cortarlo esta noche. Era inevitable. La primavera había estado llena de 14
mañanas húmedas y tardes soleadas. Si no lo hacía pronto, estaría frente a una
jungla.
Finn y yo habíamos comprado esta casa el año en que nació Max. Queríamos
un lugar amplio y agradable en un vecindario amigable. Alcott se había convertido
en una de las compañías de paisajismo más grandes de Gallatin Valley, por lo que
derrochamos en una casa con todas las mejoras y el mejor lote en el callejón sin
salida.
Entonces Finn se había vuelto loco con nuestro paisaje. Este lugar había sido
su sitio de prueba, el patio donde experimentaría con nuevos arbustos o árboles para
ver cómo crecían antes de usarlos para los clientes. Había una fuente en el patio
trasero. Había macizos de flores dentro de macizos de flores. Era hermoso. La
envidia de todos mis vecinos.
Y una pesadilla de mantenimiento.
Finn había creado este intrincado espectáculo que me obligaba a pasar horas
ribeteando y recortando. Pasaba más tiempo escardando que disfrutando las flores.
Y era demasiado frugal para gastar mis ingresos de madre soltera y trabajadora
contratando a un jardinero o un equipo de corte. Ni siquiera había recibido ayuda
profesional cuando me casé con el rey del cuidado del césped de Bozeman.
—Odio mi patio.
Sonó el timbre, alejándome de la ventana. Me apresuré a la puerta principal.
Mi vecino Gavin me saludó a través del cristal.
—Hola. —Abrí la puerta con una sonrisa.
—Hola. Te vi estacionar en tu nuevo vehículo. Tuve que venir y echarle un
vistazo.
—¿No es divertido? —Salí, uniéndome a él en el amplio porche cubierto que
rodeaba toda mi casa.
—Es un auto bastante elegante, Molly. —Gavin metió las manos en sus
pantalones cortos tipo cargo mientras bajaba los escalones del porche e
inspeccionaba el césped—. ¿Quieres que lo corte por ti?
Tenía muchas ganas de decir que sí.
—No, está bien. Sin embargo, gracias.
—¿Estás segura? No me importaría.
—Estoy segura. Es la única forma en que me bronceo.
Gavin se había ofrecido a cortar el césped una docena de veces desde que se
mudó a la casa de al lado hace dos veranos, pero nunca aceptaba. Principalmente 15
porque era una tarea tan difícil. Quería mantener su buena voluntad en caso de que
alguna vez necesitara un favor vecinal.
Pero la otra razón por la que rechazaba su ayuda era porque Gavin no tenía un
don para cortar el césped. Hice una mueca por los puntos calvos cortados en su
hierba y las pilas al azar de mantillo. Dos años y todavía no había descubierto la
configuración correcta de la altura de la cuchilla.
Puede que no me gustara cortar, pero era buena en eso. Mejor que la mayoría.
—Bueno. Bueno, es una oferta permanente. —Gavin me lanzó una sonrisa y mi
corazón se aceleró.
Era guapo, con barba de candado y manchas plateadas en su cabello castaño.
Era un padre soltero que trabajaba desde casa, cinco años mayor que mis treinta y
cinco. Su oficina estaba frente a la mía, y en la rara ocasión en que estaba sentada en
mi escritorio mientras él estaba en el suyo, saludaba.
Estuvimos pasando más tiempo juntos esta primavera. Sus gemelas eran dos
años mayores que Kali, pero incluso con la diferencia de edad, todos se llevaban
bien. Mientras los niños jugaban juntos en el parque o saltaban en su cama elástica,
Gavin y yo pasamos el rato. Nuestras cenas de pizza los viernes por la noche se
estaban convirtiendo en una cosa.
—¿Cómo va el trabajo hoy? —pregunté mientras caminábamos hacia mi Jeep.
—Bueno. Me tomaré un descanso por unas horas. Mi ex tiene a las chicas por
el resto de la semana y el fin de semana. Es tan tranquilo cuando se van que
probablemente trabajaré durante la cena.
Sabía exactamente cómo era cuando tus hijos estaban en su otra casa. Abrí la
boca para invitarlo a cenar con nosotros, pero me detuve cuando una familiar
camioneta azul naval llegó rodando por la calle.
La ventana de Max detrás del asiento del conductor de Finn estaba abierta. Su
cabeza sobresalía, su boca abierta, mientras miraba el Jeep.
Gavin se rio entre dientes.
—Alguien va a estar emocionado.
—Mejor voy por las llaves. Va a querer ir a dar un paseo.
Corrí hacia la casa con una gran sonrisa, entrando por la puerta principal de
roble y tomando mi bolso del banco. Cuando salí a toda prisa, Finn estaba
estacionando en el camino de entrada al lado del Jeep, dejando espacio para que yo
retrocediera.
—¡Mamá! —gritó Max desde la camioneta mientras luchaba por desabrocharse
el cinturón de seguridad—. ¿Qué? ¿Eso es… qué? 16
Me reí, uniéndome a Gavin en el camino de entrada.
Kali abrió su puerta y saltó, sus rizos marrones rebotando mientras aterrizaba.
—Mamá, ¿esto es nuestro?
—Lo es.
—De. Ninguna. Manera. —Sus ojos estaban enormes mientras daba un paso
hacia el Jeep—. Yo solo… esto… de ninguna manera.
—Si hay manera. Sorpresa.
—Vaya. —Se pasó los dedos por el cabello. En estos días colgaba casi hasta su
cintura, unos doce centímetros más corto que el mío. Había estado tratando de que
lo recortara, pero se negaba. Decía que sus rizos la diferenciaban en una escuela
donde la mayoría de las chicas estaban haciéndose cortes o tiñéndose de tonos de
azul o rosa.
—¡Ahhh! —Max corrió alrededor del camión de Finn, saltando mientras
señalaba al Jeep—. Esto es genial. ¿Podemos dar un paseo? ¿Ahora mismo? ¿Por
favor? Vámonos.
—En un segundo. —Saludé a Finn, el último en salir de su camioneta—. Hola.
—Lindo auto, Molly. —Empujó sus gafas de aviador en su grueso cabello de
color rojizo mientras rodeaba el capó de su camioneta—. No más Beluga, ¿eh?
—No más Beluga.
Sus ojos azules encontraron los míos, y brillaron con tristeza por un momento.
No estaba segura de qué decir. En algún lugar en el camino desde nuestra
primera hamburguesa con queso hasta la firma de los documentos de divorcio,
habíamos olvidado cómo confiar el uno en el otro.
Todo era historia antigua ahora. Estaba felizmente soltera. Finn había estado
saliendo con otras mujeres durante años. Como Beluga, algunas cosas no debían
durar para siempre.
—Hola, Gavin. —Finn se acercó a nosotros, con la mano extendida.
—Finn. —Gavin le devolvió el apretón de manos y luego me miró—. Saldré de
tu camino. Estoy cerca este fin de semana si cambias de opinión sobre el césped.
—Gracias. —Lo despedí con la mano mientras caminaba por mi patio hacia el
suyo.
—¿Qué pasa con el césped? —preguntó Finn cuando estuvo fuera del alcance
del oído.
—Oh, nada. Simplemente se ofreció a cortarlo por mí.
17
Finn frunció el ceño.
—No es una opción. Mira su patio. No puede descubrir cómo ajustar sus
cuchillas o caminar en línea recta. Cortas diez veces mejor que ese tipo.
—Al menos se ofreció a salvarme del dolor de cabeza.
—¿Dolor de cabeza? Pensé que te gustaba cortar el césped.
—Érase una vez. —Cuando mi vida había sido un cuento de hadas. Antes de
que las zapatillas de cristal se astillaran.
—Mamá, vámonos. —Max estaba dando vueltas alrededor del Jeep. Su amplia
sonrisa mostró los dos dientes que le faltaban en este momento. Necesitaba un corte
de pelo porque constantemente le caía en los ojos, pero odiaba cortarle el pelo. Lo
había hecho desde que era un bebé.
Era una mezcla del de Finn y el mío. No del todo rojo, pero tampoco mi marrón.
No era tan rizado como el de Kali, solo había una ligera ondulación, y tenía la misma
textura que las hebras gruesas y sedosas de Finn. Cada vez que lo cortaba, parecía
mucho más viejo.
—Tengo hambre —gritó, todavía corriendo.
—¿Cuándo no? —murmuré—. Está creciendo como una hierba.
Finn asintió.
—Estaba pensando lo mismo el otro día. Se quedará aquí algunas noches y
luego apenas lo reconoceré cuando sea mi turno.
Max era uno de los niños más altos de su equipo juvenil de baloncesto, y su
cuerpo en realidad llenaba sus almohadillas de fútbol. No había duda al respecto,
crecería para tener los hombros y el pecho anchos de Finn. También sería alto como
Finn.
El único rasgo de Max que era cien por ciento mío eran sus ojos. Tanto él como
Kali tenían mis ojos marrones.
Los profundos irises azules de Finn eran suyos y solo suyos.
—Mamá —resopló Max, abriendo la puerta de atrás—. Vámonos.
—Bien, bien. Primero descarguemos sus cosas de la camioneta para que papá
no tenga que esperar por nosotros.
—No, está bien. —Finn sacudió la barbilla hacia el Jeep—. Ustedes chicos
vayan. Yo descargaré.
—Está bien. Gracias. Te enviaré un mensaje de texto con los detalles del lunes. 18
—Suena bien.
Había dicho adiós con la cabeza y había dado tres pasos hacia el Jeep cuando
Finn me llamó.
—¿Molly?
Giré.
—¿Sí?
Sonrió.
—Siempre quisiste un Jeep. Me alegra que tengas uno.
—A mí también. —Me despedí, sin dejar que mi mirada permaneciera en mi
ex marido por demasiado tiempo.
Finn llevaba su atuendo normal de verano: un polo azul marino de Alcott
Landscaping, jeans y zapatillas deportivas grises. Su ropa solía estar cubierta de
manchas de hierba, sus manos manchadas de tierra. Habría llegado a casa oliendo a
sudor y sol y nos habríamos lanzado al otro sin dudarlo.
Esos días eran solo recuerdos ahora. Aun así, era peligrosamente guapo, de pie
con las piernas bien plantadas debajo del brillante cielo de mayo. Fue bueno que los
niños y yo estuviéramos de salida. Demasiado tiempo con Finn y mi mente
comenzaría a reproducir esas viejas escenas, aquellas en las que sus labios se sentían
tan suaves contra los míos.
—¿Listos? —Me concentré en los niños, que estaban saltando al auto. Cuando
todos estábamos acomodados y las ventanas se cerraron, retrocedí fuera del camino
de entrada, dándole a Finn una última despedida con la mano antes de irme.
Capté el movimiento de su mano en el espejo mientras estaba parado en el
patio que una vez había sido nuestro.
Habíamos estado divorciados durante seis años y tres meses, y maldita sea,
Finn todavía parecía que pertenecía a ese patio. Igual que Beluga, esa casa era un
artefacto que probablemente debería haber sido enterrado también. No mudaría a
los niños, así que el entierro esperaría hasta que estuvieran en la universidad.
—¿Bien? ¿Qué piensan? —les pregunté.
—Esto es mucho más genial que la minivan —gritó Max por la ventana abierta
detrás de mí.
Miré por encima del hombro para encontrar la sonrisa de Kali esperando.
—Es genial, mamá.
Punto para mí.
—Seguro que lo es.
19
—Vamos a comer pizza —gritó Max. El niño no conocía ningún otro volumen
además de fuerte.
Me reí y grité también.
—Pizza, aquí vamos.
Cuarenta y cinco minutos después, el sonido de un cortacésped nos precedió
mientras nos adentramos en el callejón sin salida.
—Oh, genial. —Realmente esperaba que Gavin no hubiera decidido hacerme
un favor y cortar el césped. Efectivamente, a medida que nos acercábamos, me
saludaron franjas recién cortadas en mi césped. Pero no era Gavin cortando el
césped.
—Papá todavía está aquí. —Kali señaló el camión de Finn.
Parpadeé, segura de que había llegado a la calle equivocada. Finn no había
cortado el césped en años, incluso cuando nos casamos. En aquel entonces, el trabajo
había exigido toda su atención y llegaría a casa después del anochecer casi todas las
noches en verano.
El deber de cortar el césped siempre había recaído sobre mí.
Pero aquí estaba, empujando mi podadora roja en franjas diagonales a través
de la hierba. El Weed Eater estaba apoyado contra la puerta del garaje al lado de una
pila de cables de extensión.
—¿Qué está haciendo?
—Eh, cortando el césped. —Max se rio—. Duh.
Puse los ojos en blanco.
—Gracias por aclararlo, Max.
—Haz una pregunta estúpida, consigue una respuesta est…
—No digas estúpida. —Me alegré de que no pudiera ver mi sonrisa.
Mi hijo era un cretino inteligente. Daba respuestas más rápidas y más
ingeniosas que la mayoría de los adultos. Burlarse de Finn y de mí era uno de sus
mayores placeres. La única persona con la que era gentil era Kali.
Ella no tenía su piel gruesa. Tal vez porque se estaba metiendo en esos difíciles
años de adolescencia. Tal vez porque el divorcio había sido muy duro para ella.
Cualquiera que fuera la razón, Kali era más sensible en estos días. Y siempre estuve
agradecida de que Max amara tanto a su hermana mayor que hiciera todo lo posible
por proteger su suave corazón.
—¿Pueden llevar la pizza adentro? —le pregunté a Max y Kali mientras
20
estacionaba en el garaje.
—Claro, mamá. —Mi niña se ofreció voluntaria.
—Gracias. —Tenía que averiguar qué estaba haciendo su padre todavía aquí.
Mientras llevaban las cajas adentro, caminé hacia el frente para encontrar a
Finn.
Sus zapatos estaban cubiertos con recortes de hierba, arruinados por algo más
elegante que el trabajo manual ahora. Giró la podadora, viniendo en mi dirección.
Cuando llegó al final de esa fila, detuvo la máquina y el ruido se asentó.
—Qué…
—Hola, papá. —Max apareció a mi lado, con un palito de pan robado en una
mano y un gran bocado en sus mejillas. Kali estaba justo detrás de él.
—Hola, chicos. ¿Cómo estuvo el paseo?
Max tragó saliva.
—Genial. Kali y yo tenemos nuestras propias pantallas para que no tengamos
que ver lo mismo.
Finn se rio entre dientes.
—¿Te gustó, Kali?
—Oh, sí. Mamá tiene el auto más genial que cualquiera de mis amigos ahora.
Sonreí. Misión cumplida.
—¿Pueden entrar y poner la mesa, por favor?
Sus pies pisaron los escalones del porche antes de irrumpir por la puerta, sin
molestarse en cerrarla detrás de ellos.
—No tenías que hacer esto —le dije a Finn.
Se encogió de hombros.
—No es gran cosa.
¿Quién era este extraño? Bueno, quienquiera que fuera el impostor de Finn, al
menos le debía la cena.
—Tenemos pizza. Eres bienvenido a quedarte.
—Eso sería genial. Terminaré aquí, e iré a la parte de atrás. Luego entraré.
Ustedes adelántense. No me esperen.
—Si solo quieres hacer el frente, puedo encargarme de la parte de atrás. De
verdad.
—Molly, está bien. —Su voz era suave, suave como la brisa de primavera—.
21
No tenía nada que hacer esta noche más que ir a una casa vacía.
—Está bien. —Mis hombros se relajaron. No lo estaba echando, y su ayuda era
muy apreciada.
Lo dejé allí, caminando hacia los escalones del porche y mirando por encima
de mi hombro mientras Finn tiraba del cable y le daba vida al motor de la podadora.
Había dejado las mochilas de los niños dentro de la puerta. Las llevé por el
pasillo, dejándolos en la base de las escaleras antes de bajar al comedor ubicado
fuera de la cocina.
—Buen trabajo, muchachos. —Max estaba preparando vasos mientras Kali
colocaba servilletas. Deben haber asumido que Finn se quedaría, porque ya había
cuatro platos puestos.
Era agradable ver la mesa del comedor llena. Tenerla vacía tres o cuatro noches
a la semana cuando los niños se quedaban en la casa de Finn era deprimente. Tanto
es así, que generalmente comía de pie en la cocina o sentada en el sofá de la sala. En
cualquier lugar excepto la mesa del comedor, donde los cinco asientos vacíos me
hacían sentir sola.
—Oh, rayos. —Me había olvidado de que Gavin comía solo y de mi plan
anterior de invitarlo.
—¿Qué? —preguntó Kali.
—No importa. —Con Finn aquí, sería demasiado incómodo que Gavin viniera.
Podría ir al lado e invitarlo a una comida diferente más tarde en la semana después
de recoger a los chicos.
Abrí cajas de pizza y tomamos asiento para comer. Cuando Max alcanzó su
sexta pieza, aparté su mano.
—Guarda un poco para tu papá. Si no se lo come todo, puedes quedarte con el
resto.
—Está bien. —Se palmeó la barriga—. Estoy un poco lleno de todos modos.
¿Tengo que comer las costras?
—No. —Aunque en una hora, volvería a tener hambre.
—¿Puedo ir a mi habitación?
—Claro. —Le guiñé un ojo—. Por favor, lleva tu mochila y desempaca.
—Gracias, mamá. —Se levantó de la mesa y llevó su plato al fregadero. Luego
corrió hacia las escaleras. 22
—Ese niño no camina a ningún lado, ¿verdad?
Kali se rio.
—¿Puedo ir también?
—Claro, cariño. ¿Tienes alguna tarea?
Ella sacudió la cabeza mientras se levantaba, también limpiando su plato.
—No.
Me quedé en mi silla, observando mientras ponía su plato y el de Max en el
lavavajillas. Ella siempre había sido mi ayudante. Sabía que también ayudaba en
casa de Finn.
—Me alegro de que estén en casa.
—Yo también. —Ella sonrió y se acercó para darme un fuerte abrazo, luego
desapareció escaleras arriba a su habitación.
Limpié mi propio plato justo cuando el ruido de la podadora se detuvo. A
través de la ventana de la cocina, vi a Finn acercarse al costado del garaje y dirigirse
a su camioneta. Se quitó los zapatos manchados de hierba y los arrojó a la parte de
atrás. Luego hizo lo mismo con sus medias, que estaban verdes alrededor de los
tobillos. Se inclinó y golpeó los dobladillos de sus jeans, quitando los recortes de
hierba antes de enrollarlos en un pliegue alto.
Mis ojos se posaron en su trasero. Hábito, supuse. Todavía se veía tan bien
como cuando nos casamos. Finn no había dejado que la edad o sentarse detrás de un
escritorio comprometieran su físico musculoso.
Todavía estaba mirando cuando se levantó y se volvió, sus ojos encontraron
los míos a través de la ventana de la cocina. Bajé la barbilla, esperando que para
cuando entrara, el rubor en mis mejillas se hubiera ido.
Finn entró y fue directo a la cocina.
—¿Max me guardó algo más que las costras?
—Guardé algunas rebanadas para ti —le dije mientras le conseguía un vaso de
agua.
—Gracias. —Se lavó las manos, luego ambos nos sentamos a la mesa, él en una
esquina y yo en la otra. El silencio se prolongó por unos momentos incómodos.
—Entonces, ¿cómo va el trabajo?
—Bien. —Jalé una banda para el cabello en mi muñeca—. Ha estado ocupado.
Ya estamos empezando a ver a los turistas de verano.
Tenía el mejor trabajo de todo Bozeman, trabajando con mi mejor amiga,
23
Poppy, en el restaurante que había comenzado hace casi seis años.
El Maysen Jar siempre había sido su sueño. Cuando su esposo Jamie había
muerto en un trágico tiroteo hace diez años, ella había perdido el equilibrio. Pero ese
restaurante le había ayudado a recuperarlo. Y no mucho después, ella había abierto
su corazón a un nuevo amor. Se había casado con Cole Goodman, un hombre que
hacía honor a su nombre.
Tal vez era hora de que volviera a encontrar el amor. Desde el divorcio, me
había centrado en mi carrera y los niños. Pero a medida que crecían, a medida que
el trabajo se hacía más fácil, tenía más y más momentos solitarios.
Gavin me había invitado a salir en dos ocasiones diferentes. El tiempo tampoco
había funcionado porque ya tenía planes. Tal vez era hora de dejar de vivir esta vida
de soltera y arriesgarse.
Quizás cuando comprara el reemplazo del Jeep en el futuro, en unos siete u
ocho años, marcaría una casilla de estado civil diferente en la solicitud.
Aunque la idea de salir con alguien me ponía nerviosa.
Finn no tenía ese problema. Había seguido adelante y había estado saliendo
por años. Llevaba aproximadamente un año con su novia más reciente. Brenna. No
sabía mucho sobre ella, porque había hecho un punto para saber poco sobre sus
relaciones. Hice preguntas para ser civilizada, estas mujeres estaban pasando tiempo
con mis hijos después de todo, pero nada más allá de la superficie.
Con Brenna, las cosas se estaban poniendo serias. Cuando Finn no tenía los
niños, ella estaba unida a su costado. Incluso era amiga de Poppy. Había una foto
colgada en la oficina del restaurante de ella y Finn jugando juegos de mesa en la casa
de Poppy y Cole.
Cuando Poppy me preguntó si me había importado esa foto, mentí y le dije
que no. Era su restaurante. Finn era su hermano. Cómo elegía decorar su oficina era
su elección.
Y cuando esa foto apareció hace seis meses, comencé a hacer mi trabajo fuera
de la oficina.
Había aceptado la vida de divorciada. Pero tenía un trecho largo por recorrer
para aceptar la vida amorosa de Finn.
—¿Qué está haciendo Brenna esta noche? —Si Finn estaba cortando mi césped,
ella debía haber tenido planes.
Se tragó su bocado de pizza, persiguiéndolo con un poco de agua.
—No lo sé. Rompimos el fin de semana pasado. 24
—Oh. —Eso fue sorprendente. Tal vez no debería haber preguntado—. Lo
siento.
Finn se encogió de hombros.
—No lo hagas.
Casi le pregunté a Finn cómo se sentía al respecto, pero discutir sus
sentimientos había sido casi imposible cuando estuvimos casados, no se diga
estando divorciados.
En cambio, le pregunté:
—¿Cómo se portaron los niños? —Los había tenido durante los últimos tres
días.
—Bien. —Sonrió mientras masticaba—. Siempre son buenos. Max no puede
esperar a que la escuela termine la próxima semana. Kali no quiere que termine.
Sonreí.
—Max solo quiere ir al campamento de baloncesto. Kali no quiere pasar todo
el verano sin ver a sus amigos.
—Ella me preguntó si podíamos encontrar una manera de que tomara clases
de natación con Vanessa.
—Bueno. Llamaré a la madre de Vanessa y obtendré información sobre el
horario. Veremos si podemos ajustarlo entre todos sus campamentos. —Los veranos
siempre eran caóticos, llevando a los niños de un campamento de verano al siguiente
mientras aún intentaba trabajar.
—Solo avísame qué puedo hacer para ayudarte a coordinar. —Finn arrojó su
corteza sin comer en su plato. Al igual que Max, no comía la corteza a menos que
estuviera al borde del hambre.
Yo, por otro lado, nunca rechazaba los carbohidratos. Le tendí la mano con la
palma hacia arriba. Él se rio y deslizó su plato para que pudiera tomar la corteza. La
comí mientras comía otro pedazo de pizza.
—¿Más? —Levantó otra corteza.
Sacudí mi cabeza.
—Estoy llena. Gracias de nuevo por cortar el césped. —Me salvaría de la tarea
este fin de semana y me daría más tiempo para llevar a los niños a explorar con
nuestro nuevo Jeep.
—No hay problema. ¿Qué harán este fin de semana? 25
—No mucho. Estaba pensando en planear algo divertido que hacer con los
niños. Tal vez llevarlos al lago Hyalite o algo así. ¿Tú?
Suspiró.
—Probablemente me pondré al día en el trabajo. Estoy atrasado en un par de
ofertas.
No era de extrañar. Finn trabajaba constantemente cuando los niños estaban
conmigo.
—Mamá —gritó Max desde arriba—. ¿Podemos ver una película?
—Claro —respondí.
Me levanté de la mesa y limpié el plato de Finn mientras los pasos golpeaban
las escaleras de madera y los niños entraban corriendo a la cocina.
Max frunció el ceño cuando vio la caja de pizza vacía sobre la mesa.
—¿Podemos hacer palomitas de maíz?
Me reí, caminando hacia la despensa.
—Sí, podemos comer palomitas de maíz.
—Papá, ¿quieres quedarte y mirar con nosotros? —preguntó Kali.
Mi mano se congeló en el pomo de la puerta mientras esperaba su respuesta.
Ella probablemente se sentía mal ahora porque su papá estaba soltero otra vez. Sin
duda les había contado a los niños sobre su ruptura con Brenna.
¿Quería que Finn se quedara? Realmente no. Había tenido a los niños durante
tres días y era mi turno. Pero por el bien de ellos, nunca lo haría irse.
Finn y yo habíamos decidido planificar ciertas actividades para los cuatro.
Cenábamos ocasionalmente o llevábamos a los niños a una aventura especial como
esquiar o hacer senderismo. Era importante para ambos que los niños nos vieran
llevarnos bien.
Pero pasaba días preparándome para esas ocasiones. Me preparaba para lo
difícil que sería fingir que éramos una familia completa, incluso por unas pocas
horas.
—Quizás —respondió Finn a Kali—. Necesito hablar con tu madre por un
minuto.
—Vayan a escoger la película —les dije a los niños—. Juntos, por favor. No
peleen.
Cuando salieron de la habitación, agarré las palomitas de la despensa y las
puse en el microondas. 26
—¿Te importaría si me quedara? —preguntó.
—En absoluto. —No era una mentira completa. Después de tres copas de vino,
no me importaría ni un poco que él estuviera en el extremo opuesto del sofá.
Las palomitas de maíz comenzaron a estallar y fui a mi refrigerador, sacando
mi vino tinto favorito.
—Yo me encargo. —Finn se acercó y lo esquivé para no toparnos.
No nos tocábamos. No había abrazos ni besos en la mejilla. Solo nos
sonreíamos, nos saludábamos. Pero nunca nos tocábamos.
Deslicé la botella sobre el mostrador y saqué el sacacorchos de un cajón.
Mientras él abría la botella, busqué las copas. Sirvió para los dos. Metí las palomitas
de maíz en un tazón, y los dos entramos en la sala de estar, la que solíamos
compartir, para ver una película con nuestros hijos en mi sofá de cuero.
Esto era por ellos.
Descubrí que la clave para un divorcio exitoso era establecer límites. Como
tocar a Finn, había cosas que no me permitía hacer.
Me negaba a disfrutar del sonido de la risa de Finn. No le dediqué ni una
mirada cuando Kali se acurrucó a su lado, su brazo la rodeó con fuerza. No le presté
atención a sus ojos azules mientras me seguían en mis viajes repetidos a la cocina
para rellenar mi copa de vino.
No, vi la película en mi televisor desde el sofá de mi sala de estar. Me concentré
en beber mi vino.
Límites, esa era la clave. Y un tanque blindado no atravesaba los míos.

La alarma de mi teléfono siempre sonaba a las cinco y media de la mañana.


Hoy parecía exponencialmente peor. Me levanté de la cama, sentándome tan
derecha que las mantas y la sábana salieron volando.
—Ugh. —Mi estómago se revolvió. Mi cabeza se partía en dos, y mi piel
desnuda se sentía pegajosa.
Había tomado demasiado vi…
¿Por qué demonios estoy desnuda? No dormía desnuda. Nunca.
27
No desde…
Salté de la cama, con los ojos muy abiertos cuando aterrizaron en el brazo largo
y musculoso curvado alrededor de una de mis almohadas blancas. Una cabeza de
cabello rojo despeinado descansaba sobre otra. Una pierna, espolvoreada con el
mismo color de vello, estaba por fuera de una sábana.
—Oh, Dios mío —me quedé sin aliento cuando todo volvió con rapidez. La
película. Finn llevando a los niños a la cama. De pie demasiado cerca en el pasillo.
El simple roce de nuestras manos.
El beso.
El sexo.
No. No, no, no, no, no.
A dónde se fueron mis límites.
Maldito vino.
Querida Molly,

Esta es la razón por la que la gente ya no escribe cartas. Me siento como un idiota. Pero
aquí estoy, en toda mi gloria idiota, escribiéndote una carta que jamás voy a enviar.
Me alegra que mi hermana estuviera tan involucrada con Jaime como para notarnos.
Me alegra que te gusten las hamburguesas con extra queso y extra tocineta. Me alegra que
me dieras tu número de teléfono.
No lamento haberte llamado ya dos veces solo para escuchar tu voz.
Entonces, dado que nunca vas a leer esto, supongo que es seguro decirte que tuve la
mejor cita de mi vida anoche contigo. No sé si para ti fue una cita. Pero fue una cita.
Cuidado Molly Todd. Puede que tenga que casarme contigo.
28

Tuyo,

Finn
Molly

E
staba revolcándome alrededor de la cama, corriendo hacia el baño,
cuando mis pies se enredaron con algo en el piso. Mis rodillas se
estrellaron contra la alfombra. Mi cabello voló hacia mi cara cuando mis
brazos salieron disparados para atrapar mi caída.
—Hijo de puta —susurré, apartándome el pelo de la cara para ver qué me había
hecho tropezar.
Bragas. Mis pies estaban enredados en las bragas que me había puesto ayer por
la mañana y Finn me había arrancado anoche.
29
Pateé mis pies para liberarlos, luego levanté las braguitas de algodón gris y las
apreté en un puño. Si Finn se despertaba antes de que yo llegara al baño, no había
forma de que quisiera que inspeccionara mi cómoda ropa interior anti sexo. Con
ellas ocultas, me apresuré, más cuidadosamente esta vez, al baño, recogiendo la ropa
desechada mientras me arrastraba.
En la puerta, me arriesgué a mirar por encima del hombro. Finn todavía estaba
dormido. No era una sorpresa. El hombre dormía como los muertos cuando
estuvimos juntos. Cuando los niños estaban recién nacidos, tenía que patearlo
repetidamente para despertarlo a la hora de alimentarlos.
Cerré la puerta del baño, me recosté contra la madera con paneles blancos y
suspiré.
Me acosté con Finn.
Esto era un desastre. ¿Qué demonios había estado pensando? Finn y yo
habíamos pasado años para llegar a un lugar de amistad. Estaba felizmente soltera,
compré mi propio auto y dirigía mi propia vida. Incluso había considerado salir de
nuevo. ¿Por qué? ¿Por qué soy tan estúpida?
Estaba temblando cuando empujé la puerta. Tiré mi ropa en el cesto, luego abrí
la ducha. Pasé unos segundos más respirando el vapor y mi champú de romero y
menta. Ninguno de los dos ayudó a calmar mi temblor.
—Tan estúpida —le dije a la ducha—. No voy a hacer esto otra vez.
No me estaba enredando de nuevo con Finn. No era una mujer de sexo casual
y ciertamente no con el hombre que había sido mi mundo entero. ¿Qué había pasado
con mis límites? Estaban allí por una buena razón.
Cuando Finn y yo nos separamos, me destruyó.
—No voy a hacer esto otra vez.
No. No, no lo haría. Con un asentimiento seguro, cerré la llave del agua y salí
de la ducha. Me sequé el cuerpo con movimientos furiosos y luego me aseguré la
toalla alrededor del pecho. Me recogí el pelo y salí del baño.
—Finn, levántate. —Sacudí su hombro, luego le quité el edredón de la espalda.
—¿Ah? —Se sentó, aturdido, parpadeando. Luego dejó caer la cabeza sobre la
almohada—. Cinco minutos más.
—Finn —le espeté, bajando aún más el edredón antes de tocar su costado—.
Levántate y vete. Tienes que irte antes de que los niños se despierten.
Iba a olvidarme de anoche en el momento en que la puerta se cerrara detrás de
30
él. Los niños nunca se enterarían.
Habían tenido dificultades con el divorcio, especialmente Kali. Le había
llevado años comprender que sus padres vivían vidas separadas y que nunca
volverían a estar juntos. No necesitaba ver a su padre desnudo en la cama de su
madre.
—Finn. —Lo empujé de nuevo. Dios, ¿por qué tenía un sueño tan profundo?—
. Despierta.
—Molly, cinco minutos más. —Levantó los ojos somnolientos y parpadeó.
Luego se ensancharon—. Mierda.
Saltó de la cama, siseando una serie de maldiciones mientras escaneaba el piso
en busca de su ropa. Cuando encontró sus jeans, se zambulló tan rápido que tendría
quemaduras en las rodillas.
Puse los ojos en blanco. Tuve una reacción similar, pero él había estado
dormido. Al menos podría haber tratado de ocultarme su mortificación.
—¿Qué pasó? —preguntó mientras se subía la cremallera.
Miré su estómago plano. Esos abdominales fueron los culpables de este
desastre. Siempre han sido mi debilidad. Anoche, había tocado uno de los seis y,
bueno… aquí estábamos. Se suponía que los hombres divorciados de treinta y tantos
años no tenían esa V en la cadera. ¿Cómo era eso justo?
El cabello de Finn estaba desordenado gracias a mis dedos. La incipiente barba
a juego en su mandíbula no era menos sexy que su cuerpo semidesnudo. Buscó en
el piso su camisa, fue a la cama y levantó las mantas. Se agachó para ver dónde había
ido.
—¿Dónde está mi camisa? —La encontró debajo de la cama antes que pudiera
ayudarlo a buscar, luego se la puso más rápido de lo que un ser humano se había
puesto un pedazo de algodón.
Ignoré la punzada de eso también, junto con el hecho que no me miraba a la
cara.
Levantó su reloj del piso y dio un paso hacia la puerta, pero luego se detuvo
para mirar hacia atrás.
—Molly…
—Tienes que irte.
Aún no me miraba.
—Deberíamos…
—Vete, Finn. No quiero que los niños te vean aquí.
31
Suspiró, luego asintió y caminó hacia la puerta. Sus pies descalzos no hicieron
ruido cuando salió de la casa. El sol comenzaba a brillar a través de la ventana de mi
habitación.
La puerta principal se abrió y se cerró con un clic. Afortunadamente, mi
habitación estaba en el piso principal y los niños estaban arriba. Luego esperé,
escuchando que su camioneta arrancaba y retumbaba por el camino. Cuando volvió
a quedar en silencio, me hundí en el borde de mi cama.
Él se había ido. No íbamos a hablar de anoche. No íbamos a discutir el error
monumental de tener sexo con un ex cónyuge. Íbamos a fingir que nunca había
sucedido.
Una vez que mi cama desarreglada fuera puesta en su lugar, tomaría un
borrador mágico para la memoria y me frotaría con furia los recuerdos de anoche.
Esas malditas cosas funcionaban en todo. Seguramente alguno funcionaría en mi
cerebro.
Pero en lugar de arrancar las sábanas del colchón, me quedé helada, mirando
las almohadas.
Todavía no me había librado de la almohada de Finn. La había pedido en línea
porque se suponía que era buena para los que dormían boca abajo. Pensé que era
demasiado firme y demasiado delgada, pero no había podido tirarla. Lavaba su
funda semanalmente. La esponjaba cada mañana.
Había estado allí para que él durmiera la noche anterior.
Cuando Finn se mudó, se llevó mi almohada lateral por error. Había sido una
de las confusiones en la distribución de bienes. En lugar de mencionarlo y hacer un
intercambio, me quedé callada. Había guardado su almohada y comprado una
nueva para mí.
Estúpida almohada. La agarré y la tiré al suelo. Estúpida Molly.
¿Cómo podría haber traído a ese hombre de vuelta a esta habitación? Antes de
la noche anterior, su recuerdo finalmente se había desvanecido, pero ahora tendría
que comenzar el proceso de olvido nuevamente. Tendría que volver a entrenarme
para decir que dormir sola era mejor que dormir en compañía porque tienes más
espacio para las piernas. Tendría que no recordar cómo se sentían sus manos sobre
mi piel y el peso de sus caderas entre mis muslos. O cómo se sentía enredar mis
piernas con las suyas antes de quedarme dormida, cubriéndole la espalda.
Eliminar. Eliminar. Eliminar. Lo que no daría por un botón de borrar mental.
32
Fue otro error al que sobrevivir.
Comenzando con hacer la cama.
Tomé la almohada de Finn y enderecé las sábanas retorcidas. La lavandería
tendría que esperar hasta el fin de semana, lo que significaba que tendría que vivir
con su aroma varonil por una noche más. Tal vez dormiría en el sofá hasta que
pudiera lavarla. También tendría que pasar la aspiradora. Algunas hojas de hierba
habían caído en mi habitación junto con sus jeans.
Este fin de semana, lo limpiaría todo.
Pero primero, tenía que superar mi viernes.
Terminé la cama y me apresuré en mi rutina matutina, vistiéndome con un par
de jeans y zapatos deportivos de color burdeos. Luego elegí una camiseta ajustada,
una de las muchas de mi armario. Hoy era blanca. El emblema del restaurante estaba
impreso en el bolsillo del pecho.
Me tomé el tiempo para ponerme una cara llena de maquillaje. Domestiqué
mis rizos, cepillándolos antes de rociar un acondicionador sin enjuague que
mantendría a raya el frizz. Con tres cintas para el pelo en la muñeca, subí las
escaleras para preparar a los niños para la escuela.
La familiaridad de la rutina matutina alivió la mayor parte de mis nervios e
irritación. No había mucho espacio en la cabeza para preocuparse por Finn cuando
le gritaba a Max que se cepillara los dientes y a Kali que recordara su libro de la
biblioteca mientras les preparaba el desayuno. Todos comimos. Todos guardamos
nuestros platos. Y todos marchamos hacia el Jeep.
—¿Olvidamos algo? —pregunté mientras se abrochaban en sus asientos.
Escaneé para asegurarme que tenían sus mochilas y que tenía mi bolso.
Kali sonrió.
—Nop. Y tengo mi libro de la biblioteca.
—No me lavé los dientes —admitió Max.
Suspiré.
—Entonces hazlo dos veces esta noche.
—Está bien. —Asintió—. Fue divertido que papá se quedara anoche.
Mi corazón saltó a mi garganta. No había forma de que supiera que Finn se
había quedado toda la noche. ¿Verdad? Busqué en su linda cara alguna señal de que
estaba hablando de algo más que de la pizza y la película, pero a medida que
pasaban los segundos, simplemente me miró como si me hubiera vuelto loca.
Kali habló primero.
33
—Eh, mamá. Vamos a llegar tarde.
—Correcto. —Me di la vuelta hacia el volante, encendí el auto y salí hacia la
calle—. Quiero tomar el correo, luego nos vamos de aquí.
—¿Puedo tomarlo? —preguntó Max.
—Claro. —Me acerqué, lo suficientemente cerca de la acera para que Max
pudiera bajar la ventana.
Tuvo que desabrocharse para alcanzar y abrir la escotilla del buzón. Se asomó
y regresó con una pila de sobres y un catálogo.
—Gracias. —Se lo quité y lo tiré todo sobre el asiento del pasajero mientras él
se acomodaba.
El viaje a la escuela no tardó mucho con los niños conversando todo el tiempo.
Esperamos en la fila de autos, y cuando llegó nuestro turno, me despedí con la mano
mientras los niños salían y corrían hacia la escuela. Kali me lanzó una última sonrisa
mientras señalaba el Jeep a su círculo de amigos.
Me adelanté. La fila para salir del estacionamiento siempre era lenta.
—Y ahora, esperamos. —Fruncí el ceño ante la fila de autos y un sedán verde
con su luz intermitente izquierda encendida.
El año que viene, Kali iría a la escuela secundaria. No estaba segura de cuán
temprano tendríamos que salir de la casa para traer a Max aquí, esperar en esta fila
atroz y luego llevar a Kali a su escuela a siete cuadras de distancia.
Pero lo haríamos funcionar. Esa era la vida de una madre soltera. Hacíamos
que lo imposible sucediera a diario.
La fila estaba especialmente lenta hoy, así que me acerqué a la pila de correo y
la llevé a mi regazo, hojeándola mientras avanzaba sigilosamente.
Era sobre todo correo basura. Todo se tiraría a la basura, excepto una factura
de la compañía eléctrica.
Y una carta.
Le di la vuelta al sobre blanco en la mano. No había dirección del remitente.
No había un sello. La letra en el frente no era familiar. Deslicé mi dedo en la esquina
para abrir la parte superior, pero me detuve cuando sonó una bocina detrás de mí.
—Lo siento —le dije al auto que estaba detrás de mí y seguí adelante, saliendo
del circuito de la escuela. Luego me dirigí al otro lado de la ciudad hacia el
restaurante. 34
Mientras conducía, seguí mirando la carta en mi regazo. Tenía muchas ganas
de abrirla, pero también quería llegar viva al trabajo, así que esperé, resistiendo el
impulso de sumergirme en un semáforo. En cambio, tomé una de las bandas para el
pelo de mi muñeca.
Mi cabello era tan abundante y grueso que rápidamente estiraba la cinta
elástica que prefería usar, lo que significaba que tenía que tener una o dos a la mano.
Recogí mis rizos y estaba a punto de atarlos en un moño cuando la banda verde neón
se rompió.
No. Mi estómago se retorció.
Mi abuela murió de un ataque al corazón el día que se rompió una banda. Mi
automóvil, el que estaba antes de Beluga, había sido golpeado en el estacionamiento
de la tienda de comestibles después que se rompió una banda. Y Finn y yo habíamos
firmado nuestros papeles de divorcio el día en que se rompió una banda.
Había otros ejemplos más pequeños, pero estas bandas para el cabello rotas se
habían convertido en un presagio. En los días que no solo se estiraban, sino que se
rompían, me encontraba mal. Dios, esperaba que hoy fuera solo un pinchazo o un
tiempo de mierda en el trabajo.
Mis ojos se posaron en la carta. ¿Era eso lo malo en mi camino?
La sensación de hundimiento continuó hasta el trabajo, y en el momento en
que estacioné el Jeep, rasgué el sobre.
La letra del sobre no era familiar. Pero la caligrafía de la carta en sí era
inconfundible. Finn era el único que dibujaba el primer pico de la M en Molly de esa
manera.
Incluso con el papel membretado de la universidad firmemente en mis manos,
tuve que leer la carta dos veces antes de que mi cerebro la registrara como real. La
carta era corta, solo ocupaba aproximadamente media página.
Finn había escrito esto hace quince años. Me escribió una carta después de
nuestra primera cita y nunca la envió.
Tal vez tenga que casarme contigo.
Esas palabras saltaron incluso cuando las leí por tercera y cuarta vez.
Se había casado conmigo, de acuerdo. También se había divorciado de mí.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que había visto el nombre de Molly Todd?
¿Cuánto tiempo había guardado esta carta para sí mismo? ¿Y por qué me la daría
ahora?
Mis dedos se sumergieron en mi cabello. ¿Qué estaba pasando?
En un instante, mi teléfono estaba en mi mano y había sacado el nombre de
35
Finn en la pantalla. Pero no pude llamar.
Quería respuestas. Pero todavía no estaba lista para hablar con Finn. No
después de anoche.
En cambio, metí la carta en mi bolso y salí del Jeep, dirigiéndome al
restaurante.
La entrada trasera del restaurante era solo para empleados y conducía justo
más allá de la oficina y hacia la cocina. Puse mi bolso dentro de la oficina y entré a
la cocina. Poppy estaba en la gran mesa de acero inoxidable en el centro.
—Buenos días. —Ella sonrió, sus manos cubiertas de harina mientras extendía
un gran óvalo de corteza de pastel.
—Buenas.
—¿Entonces? Cuéntame sobre lo de anoche.
Me quedé boquiabierta.
—¿Qué? ¿Cómo supiste?
Maldita sea, Finn. ¿No podría haberse guardado lo de anoche para él solo? ¿O
al menos avisarme que le contaría a su hermana que tuvimos sexo?
Poppy me miró de reojo.
—Porque me lo dijiste.
—¿Lo hice? —Tal vez todavía estaba borracha de anoche—. ¿Cuando?
—Ayer. —Asintió—. Estábamos sentadas en el restaurante. Tenías tu
computadora. Estábamos tomando café mientras me mostrabas fotos del Jeep antes
de ir al concesionario.
—Oh, el Jeep. —Golpeé una palma en mi frente—. Lo siento. No he tomado
suficiente café esta mañana. Comprar el Jeep fue genial. A los niños les encanta.
—Bien. —Volvió a su masa—. ¿De qué creías que estaba hablando?
—Nada —dije demasiado rápido—. Nada en absoluto.
—Estás actuando raro esta mañana.
—No estoy actuando raro. Solo estoy aquí en el trabajo. Nada raro en eso. Es
in-extraño.
Poppy parpadeó y sus manos se detuvieron.
—¿In-extraño?
—Estoy teniendo una mañana pesada. Dejémoslo así.
—Bueno. Si quieres hablar, aquí estoy.
36
—Estoy bien. De verdad. Pero gracias. —Sonreí—. Entonces, ¿cómo ha ido la
mañana?
—Bien. El apogeo de la hora del café estuvo complicado, pero casi se ha
calmado, así que volví para comenzar a cocinar algunas papas para el almuerzo.
Mamá tiene el frente cubierto si quieres hacerme compañía. Hay café recién hecho.
—Dios te bendiga. —Me apresuré hacia la cafetera y llené una de las tazas de
cerámica que guardábamos en la cocina. Eran enormes y reservadas para el
personal. Después de que estuvo llena, me apoyé contra el costado de la mesa,
tomando sorbos lentos hasta que comencé a sentirme más humana.
Mi resaca de vino había sido expulsada temporalmente durante el fiasco de
sacar a Finn a patadas de mi cama. Pero ahora que la adrenalina se había ido, mi dolor
de cabeza cobró vida. Vivir con eso sería mi penitencia.
—¿Quieres ayuda? —le pregunté cuándo comenzó a cortar círculos en la masa.
—No, bebe tu café y pasa el rato conmigo. —Ella usó el dorso de su muñeca
para apartar un mechón de cabello rojo de su mejilla. Las luces fluorescentes de la
cocina siempre parecían hacer que sus ojos azules fueran aún más brillantes.
Nuestras camisetas del restaurante combinaban hoy, pero la de ella estaba
cubierta con un delantal que sus hijos le habían hecho la Navidad pasada. Pequeñas
huellas verdes y rojas habían sido presionadas en el lienzo crema, MacKenna y Brady
escritas debajo.
Ella sonreía más cuando usaba ese delantal. Sin embargo, Poppy Goodman
sonreía casi constantemente en estos días. Merecía cada gramo de alegría que había
encontrado con Cole y sus hijos.
Poppy ya había sufrido suficiente desamor.
—Ayer recibí un correo de confirmación del periódico. Van a cubrir la
celebración del aniversario —le dije.
—Perfecto. Y ese era el último elemento en tu lista, por lo que deberíamos estar
listas.
El Maysen Jar cumplía seis años el próximo mes y habíamos planeado nuestra
celebración anual de aniversario durante meses.
Era difícil de creer que habían pasado seis años desde que Poppy convirtió este
edificio en uno de los cafés más populares de Bozeman. Antes un antiguo taller
mecánico, este lugar ahora era ampliamente conocido por la deliciosa comida que se
sirve solo en frascos tipo Mason Jar. 37
El Maysen Jar lleva el nombre de su difunto esposo, Jamie Maysen, quien había
sido asesinado en un atraco a una licorería hace once años. El aniversario de su
muerte había sido hace un par de semanas.
Cuando murió, nos había destrozado a todos.
Nunca había sabido que tal oscuridad podría apoderarse de un ser humano
hasta que vi lo que la muerte de Jamie le hizo a Poppy. Pero había vuelto a armar
sus piezas rotas al terminar la lista de cumpleaños de Jamie. Para honrar su
memoria, había hecho las cosas que más había querido hacer él. En el camino,
conoció a Cole y él había llenado las grietas de su corazón.
El apellido de Poppy ya no era Maysen, pero debido al letrero en el frente de
este edificio, el nombre de Jamie perduró. Y cada año, celebrábamos el lugar donde
tanta curación había comenzado.
Para mí, El Maysen Jar había sido mi balsa salvavidas.
Finn y yo nos divorciamos solo unos meses antes de que abriera el restaurante.
En las semanas previas a la firma de nuestros documentos, Poppy me rogó que
trabajara con ella como gerente del café.
Me aferré al trabajo y me mantuvo a flote emocionalmente mientras me
adaptaba a una nueva forma de vida.
Seis años después, éramos más rentables de lo que había imaginado, y seguiría
siendo así. Por Poppy. Por Jamie
Por mí.
Este restaurante no era solo un trabajo. Era mi refugio.
En las noches solitarias en las que no quería ir a una casa vacía porque los niños
estaban con Finn, me quedaba aquí, conversando con los clientes o con el personal
a tiempo parcial. En los días en que necesitaba un abrazo extra, mi mejor amiga
estaba aquí con los brazos abiertos. Cuando necesitaba entrenar mi cerebro, siempre
había hojas de cálculo y gráficos esperando con nuevos desafíos.
Como gerente, supervisaba todos los aspectos de este negocio, y en seis años,
había creado una máquina bien engrasada. Poppy se encargaba del menú y
preparaba la comida, yo hacía todos los pedidos y presupuestos para los
suministros. Estaba a cargo de las finanzas, el marketing y las redes sociales.
Contrataba, despedía y supervisaba a los empleados. Era mesera. Barista.
Lavaplatos. Administradora.
Hacía todo lo que tenía que hacer para que Poppy pudiera concentrarse en su
pasión: la comida que atraía a la gente a la puerta principal.
Incluso había ganado un premio al mejor restaurante de Bozeman el año 38
pasado.
Al principio, las dos habíamos pasado horas locas, pero habíamos aprendido a
delegar. Ella llegaba alrededor de las seis o seis y media de la mañana para abrir a
las siete. Luego salía a buscar a sus hijos a las tres. Como Kali y Max eran mayores
y tenían actividades después de la escuela, yo entraba alrededor de las ocho y me
quedaba hasta las cinco. Si los niños estaban con Finn, me quedaría y cerraría
después de las ocho.
El almuerzo era nuestra hora más ocupada, así que Poppy y yo decidimos que
ambas estuviéramos aquí. Pero construimos una base sólida para darnos la
flexibilidad de poner a nuestras familias en primer lugar.
Nuestro personal de dos universitarios y la madre de Poppy, Rayna, cubrían
las horas en que estábamos en casa.
Rayna había sido chef en Alaska, donde Finn y Poppy habían crecido. Pero
finalmente, la lejanía de los nietos había sido demasiado. Ella y David, su esposo, se
habían mudado a Montana. Ella venía al restaurante la mayoría de los días para
estar con Poppy y porque simplemente le encantaba cocinar. Todavía me hacía
galletas de cumpleaños todos los años porque sabía cuánto las amaba.
Incluso después del divorcio, Rayna me había mantenido cerca. Era su
naturaleza atraer a las personas a su círculo y nunca dejarlas ir. Y creo que era
porque nunca había aceptado que Finn y yo hubiéramos terminado.
Pero lo habíamos hecho. Ya habíamos terminado. Entonces, ¿por qué me había
dado esa carta? Anoche fue borroso, pero sí recordaba que él había sido el primero
en hacer un movimiento. Había comenzado ese beso.
—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó Poppy—. Estás callada esta
mañana.
Miré por encima del hombro y sonreí.
—Estoy bien. Solo estoy cansada y me duele la cabeza. A menos que pienses
que me necesitan al frente, creo que desapareceré en algunas hojas de cálculo en la
oficina por un tiempo.
—Adelante. Quédate con tus preciosos números.
—Las fórmulas de Excel son para mí lo que los productos frescos son para ti.
—Le sonreí y llevé mi café a la oficina, cerrando la puerta detrás de mí, porque
quería leer la carta de Finn una vez más.
La saqué de mi bolso y la abrí con cuidado. La letra de Finn no había cambiado
mucho desde la universidad. Mis dedos rozaron las palabras escritas en el papel, 39
tocándolas, mientras mis ojos seguían de izquierda a derecha.
Esa primera cita había sido un torbellino. Nos reímos durante horas, hablando
de viejas costumbres de citas. Me había molestado por querer cartas y ser anticuada.
Sin embargo, fue a casa esa noche y me escribió una.
¿Por qué? ¿Por qué no me la había dado entonces? ¿Por qué me la enviaba
ahora?
¿Quería esas respuestas? Cada célula en mi ser gritó que no. Esas respuestas
me aterrorizaban. Rasgarían las cicatrices que finalmente se habían curado.
Si pudiera viajar en el tiempo, me devolvería una hora e incluiría esta carta en
el correo basura.
Porque odiaba esta carta. Odiaba que me encantara. Era un recordatorio
demasiado fuerte de lo buenas que habían sido las cosas. Tal vez si hubiéramos
mantenido los recuerdos felices más cerca de la superficie, no nos habríamos
hundido tan profundamente en lo malo.
En algún momento, Finn y yo habíamos perdido esa chispa.
Habíamos vivido juntos. Habíamos amado a nuestros hijos juntos. Pero no
habíamos estado juntos.
Durante un año, peleamos constantemente. Habíamos discutido sin cesar. Nos
tolerábamos el uno al otro, ambos esperando que pasara la tormenta. No lo hizo. La
tormenta se había convertido en un huracán… y luego tuvimos la pelea para acabar
con todas los demás.
Esa pelea comenzó, irónicamente, con mi cortadora de césped. Estaba afuera
cortando el césped después de acostar a los niños. Tenía sus monitores sujetos a la
cintura de mis jeans. Pero no había escuchado a Kali escabullirse de su cama.
Después de cortar el césped casi en la oscuridad, entré y encontré a Kali en la
cocina, donde había comido una bolsa entera de chispas de chocolate. Vomitó por
una hora.
Finn llegó a casa y me encontró reteniéndole el pelo mientras se metía en el
baño. Me culpó por no estar adentro con los niños. Lo culpé por no llegar a casa del
trabajo a tiempo para cortar el césped. La furia se había convertido en bramidos. Los
bramidos se habían convertido en gritos.
Después de que Kali finalmente volviera a dormir, Finn y yo lo sacamos todo.
Decidimos tomarnos un tiempo. Esa noche, se mudó al desván de su oficina.
Le pedí que fuéramos a terapia de pareja. Estuvo de acuerdo, pero nunca se
presentó a una sola sesión.
40
Mi vida cayó en espiral. Me convertí en una mujer perdida sin su matrimonio
como ancla. Y una noche, cuando mi esperanza en Finn y nuestra relación habían
sido verdaderamente sacrificadas, clavé el último clavo en nuestro ataúd.
Cometí un error del que siempre me arrepentiré. Me emborraché en la
despedida de soltera de una amiga.
Tuve sexo con otro hombre.
Al día siguiente, le dije a Finn la verdad. Le conté cómo estaba en el fondo. Que
lo amaba y quería desesperadamente revivir nuestro matrimonio. Le supliqué
perdón.
Me dijo que buscara un abogado.
Honestamente, probablemente hubiera dicho lo mismo. Algunos errores eran
imperdonables. Algunos errores llegaban con un arrepentimiento que vivía como
un monstruo en tu alma.
Me sacudí en el presente, empujando a ese monstruo muy profundo. Todo ese
drama era historia antigua ahora. Finn y yo estábamos divorciados. Era más feliz de
esa manera. Yo también.
Excepto que, con su carta en la mano, era difícil no cuestionar todos los días
desde entonces. Habíamos tenido mucho amor. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo
llegamos desde esa carta a nosotros ahora?
La roca en mis entrañas me dijo que solo había una cosa que hacer.
La carta tenía que irse. Apreté mi agarre, lista para arrugarla en una pequeña
bola, pero mis dedos perdieron su fuerza.
—Bien. —Volví a doblar la carta y la metí en mi bolso. No la tiraría, al menos
todavía no. En cambio, se la devolvería a Finn.
La devolvería y le recordaría que nuestro matrimonio había muerto. Esos
tiempos felices estaban muertos.
Y no tenía sentido despertar viejos fantasmas.

41
Finn

H
oras después de haber sido expulsado de la cama de Molly, entré en
El Maysen Jar, buscando en el espacio abierto por ella. Pero debe
haber estado en la parte de atrás con Poppy porque estaba solo mamá
en la máquina de café espresso. Crucé la habitación hasta el mostrador de mármol
negro en la parte de atrás.
—Hola, mamá.
—Finn. —Sonrió sobre su hombro—. Qué linda sorpresa. Dame un minuto
para terminar este latte.
42
—Tómate tu tiempo. —Mientras volvía a hervir la leche, me deslicé en un
taburete junto a Randall, uno de los clientes habituales del restaurante—. Buen día.
El viejo levantó la barbilla, pero no me devolvió el saludo. Su bastón estaba
apoyado en el espacio entre nuestros taburetes. Su gorra de conducir gris descansaba
sobre su rodilla.
—¿Cómo está?
Todo lo que obtuve fue un encogimiento de hombros.
Randall no me quería mucho. No lo tomé como algo personal, porque a Randall
James no le gustaba mucho nadie excepto Poppy y Molly. Les hacía pasar un mal
rato constantemente, quejándose porque la música de fondo era demasiado alta o
porque las luces eran demasiado brillantes. Cualquier queja de mierda que pudiera
soñar. Se quejaba y lloriqueaba porque limitaban la cantidad de pasteles de manzana
que podía tener en un día, pero las amaba.
Había sido su primer cliente, irrumpiendo en El Maysen Jar incluso antes que
abriera. Y que yo sepa, había estado aquí casi todos los días desde entonces.
Randall se sentaba en el mismo taburete todos los días, uno que Poppy y Molly
habían marcado como reservado para que nadie más se atreviera a sentarse allí. No
querían que los clientes enfrentaran su ira gruñona. El asiento a su derecha también
estaba reservado, ese era para Jimmy. Él y Randall hacían todo juntos, incluso
pretender que eran archienemigos.
—Buenos días, Finn —saludó Jimmy.
—Hola, Jimmy. ¿Cómo estás hoy?
—Estoy bien. Sería mejor si los Rockies pudieran contratar a un maldito
lanzador.
Randall se burló.
—No necesitan un lanzador. Lo que necesitan son un par de jugadores que
puedan golpear la maldita pelota.
Jimmy puso los ojos en blanco.
—¿Sabes algo sobre béisbol?
—Claramente más que tú si crees que los Rockies tienen alguna esperanza de
una temporada ganadora con su alineación.
Jimmy se retorció en su asiento, mirando a Randall mientras los dos se
preparaban para uno de sus enfrentamientos diarios.
Hoy era béisbol. Mañana sería el mercado de valores. Había estado aquí hace 43
unas semanas cuando la pareja se había gritado sobre qué olor representaba mejor a
Montana: arbustos de enebro o salvia.
Molly había sido quien rompió esa pelea, amenazando con revocar su
privilegio de un segundo postre si no se callaban.
Fue una coincidencia lo que había unido a Jimmy y Randall. Los dos vivían en
The Rainbow, una casa de retiro local. Cuando Randall comenzó a venir a El Maysen
Jar, no sabía que su vecino Jimmy era pariente de la dueña.
Jimmy era el abuelo político de Poppy. Había sido el abuelo de Jamie y se había
quedado cerca de Poppy después de la muerte de Jamie. Como Jimmy no conducía
y Randall sí, venían juntos al restaurante cada mañana. Tomarían café, comerían y
pelearían. Mi teoría era que ambos vivían para enojar al otro.
A Poppy le encantaba tenerlos, no solo porque formaban parte de su familia,
sino porque ofrecían entretenimiento gratuito para los clientes del restaurante.
Ser dueña de un restaurante había sido el sueño de la infancia de Poppy y El
Maysen Jar era exactamente su estilo. No era grande. Había comprado un viejo
garaje para mecánicos de dos puestos y lo convirtió en un café cálido, abierto y
próspero.
Los pisos de cemento, que habían sido cubiertos con manchas de aceite,
estaban escondidos debajo de un piso de madera de espina de nogal. Las puertas
reales de la bahía del garaje habían sido arrancadas y reemplazadas por ventanas de
piso a techo con paneles negros. No estaba seguro de cuántos cubos de mugre y
grasa había limpiado.
Si no hubiera visto el original, no habría creído que este lugar fuera una vez un
taller. Lo había transformado, solo manteniendo las paredes de ladrillo rojo
originales expuestas y dejando abiertos los altos techos industriales. Mesas y sillas
negras llenaban la habitación. El mostrador de atrás era la base de operaciones
donde la gente podía pedir café o comidas de la vitrina.
Estaba de moda sin estar a la moda. Era clásico sin estar cargado. Era Poppy
mezclado con una corriente escondida de Molly.
El toque de Molly estaba en todas partes, probablemente solo lo notaba yo. En
la forma en que las tarjetas de menú estaban apiladas cuidadosamente junto a la caja
registradora. Cómo debajo de este mostrador, los estantes estaban organizados con
contenedores y recipientes para rollos de cubiertos o servilletas adicionales. Cómo
se arreglaban las mesas para que el pasillo central fuera lo suficientemente ancho
como para caminar con un contenedor de basura apoyado en una cadera.
Esa era Molly. Ponía a los demás primero, y aquí, los demás significaban 44
Poppy, empleados y clientes.
Había establecido este negocio lo mejor posible para garantizar el éxito de
Poppy. Molly había hecho lo mismo por Alcott Landscaping cuando comenzamos
juntos. Cuando éramos solo ella, un par de cortadoras de césped y yo. Tenía buen
ojo para la eficiencia y había ayudado a despegar nuestro negocio.
Molly tenía un don para mantener las cosas organizadas, pero relajadas y
divertidas. Infundía amor y familia en todo lo que hacía. Alcott había perdido el
toque de eso últimamente.
Más que un toque, si fuera honesto.
—Está bien. —Mamá volvió a la vuelta de la esquina de entregar el latte
terminado—. ¿Qué puedo traerte?
—Tomaré un café.
—Ya mismo. —Sin preguntar por detalles, mamá me preparó mi latte favorito.
No le diría esto a mamá, pero la versión de Poppy era mejor—. ¿Entonces qué estás
haciendo aquí? Pensé que estarías en el trabajo.
—Solo quería parar y saludar. Tuve una mañana lenta.
Estaba mintiendo entre dientes. Mi lista de cosas por hacer estaba creciendo
más rápido que la hierba mojada en un día soleado, pero el trabajo era imposible
para mí en este momento.
Después de dejar la casa de Molly, me fui a casa a ducharme y cambiarme.
Luego fui a la oficina, esperando adelantarme por el día. Había pasado una hora
mirando el protector de pantalla en mi computadora mientras las imágenes de la
noche anterior habían pasado por mi mente.
Su cabello largo en esas almohadas blancas. Mi almohada blanca La suave piel
de sus muslos acariciando mis caderas. El cosquilleo de sus dedos mientras los
pasaba por mi columna vertebral.
Mi polla se retorció solo pensando en hundirse dentro de ella otra vez.
¿Qué demonios habíamos estado pensando? Había pasado tanto tiempo y
joder, había extrañado el sexo con Molly. Era muy fácil y natural. Los años se
desvanecieron a medida que nos adentramos en ese baile familiar.
Me había perdido en ella anoche.
No importa cuántos días, meses o años pasaron, Molly aún era inolvidable. La
mejor que he tenido. La forma en que se sentía debajo de mí, sus uñas clavándose
en mis omóplatos mientras nos llevaba al olvido, era como nada en el mundo. 45
Eso significaba algo, ¿no? ¿Que estuviéramos tan bien anoche como lo
estuvimos hace tantos años? No debería significar nada. Nos divorciamos. Era
simplemente buen sexo. Eso era todo. ¿Verdad?
¿Al final? Había pasado demasiado para destruir nuestra relación. Había otras
cosas del pasado que eran inolvidables.
E imperdonables.
—Finn. —Mamá agitó su mano frente a mi cara.
Parpadeé.
—¿Qué?
—Te pregunté si querías un desayuno con tu latte.
—Oh, claro. Avena, por favor.
—¿Estás bien? —Se acercó a la vitrina refrigerada y sacó el frasco para mí—.
Te ves cansado.
—Solo me levanté temprano.
—Trabajas demasiado duro. —Suspiró mamá—. ¿Cuándo fue la última vez
que tomaste unas vacaciones?
—Ha sido un tiempo.
Brenna había planeado mis últimas vacaciones. Me rogó que pasara un fin de
semana esquiando en Big Sky el invierno pasado. El tal vez que le había dado había
sido interpretado como un sí, y se había encargado de planear todo.
Brenna había reservado un fin de semana romántico para nosotros en una
estación de esquí local. Excepto que de alguna manera nuestros cables se habían
cruzado, porque resultó ser mi fin de semana con los niños. Nuestro fin de semana
romántico se había convertido en un fin de semana solo para mí y los niños porque
Brenna había hecho una mueca y había regresado a Bozeman.
Max, Kali y yo lo pasamos genial esquiando y nos quedamos despiertos hasta
tarde en la piscina.
Esa fue la segunda vez que se molestó porque yo tuviera a los niños un fin de
semana. La tercera vez había sido el fin de semana pasado, cuando quiso quedarse
a dormir, pero le dije que no porque los niños estaban allí.
Había hecho una pataleta, así que la dejé.
No tenía un lugar en mi vida para una mujer que no quería pasar tiempo con
mis hijos. Una mujer que no podía respetar que no estaba preparado para ciertas
cosas en nuestra relación. No era del todo culpa suya, pero había dejado en claro mi 46
posición. Ella había elegido ignorarme.
—Finn. —Mamá colocó su mano sobre la mía—. Hoy estás por todos lados.
Toma unas vacaciones. Por favor. El trabajo siempre estará allí.
—Lo sé. Estoy recortando trabajo.
Frunció el ceño.
—¿De verdad?
—Estoy tratando de recortarlo —admití.
—Esfuérzate más.
Me había dicho lo mismo casi todas las semanas desde que ella y papá se
habían mudado a Bozeman. Era maravilloso tenerlos más cerca, especialmente para
los niños, pero tenían mucha más información sobre mi vida.
Y mamá, al igual que Jimmy y Randall, que todavía discutían a mi lado, no
contenía sus opiniones sobre mi estilo de vida. Papá tampoco.
Pensaban que mi negocio había causado una ruptura en mi matrimonio que
eventualmente lo había llevado a una completa y total destrucción.
No estuve de acuerdo. Claro, me había ocupado, pero había estado
manteniendo a nuestra familia. Molly también lo sabía.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo: un mensaje de texto de mi paisajista, Bridget.
Estaba teniendo problemas con un muro de contención para una propiedad que
estábamos ajardinando a lo largo del río Gallatin. Hojeé las fotos que había enviado
y le envié un par de ideas.
Luego me zambullí en mi desayuno y bebí mi latte antes que se enfriara.
—¿Está Molly aquí?
Esperaba que mi pregunta pareciera casual, no la razón por la que vine aquí
hoy. La última persona que necesitaba saber que había tenido sexo con Molly anoche
era mi madre.
—Todavía no la he visto, pero probablemente esté atrás con Poppy.
Me tragué el último trago de mi latte y me levanté del taburete.
—Voy a ir allí entonces. Necesito hablar con ella sobre algo.
—¿Todo está bien con los niños? —preguntó.
Mi familia sabía que Molly y yo ya no hacíamos mucho más que hablar sobre
los niños. Nuestra relación una vez épica se había reducido a conversaciones sobre
recogidas, devoluciones y noches de niños en su casa versus la mía.
—Kali y Max están geniales. Solo necesito revisar algunas cosas del horario. 47
Valió la pena la mentira. La verdad haría que mamá se pusiera nerviosa. Ella
tendría esperanzas de que Molly y yo pudiéramos reconciliarnos. Peor aún, ella
levantaría las esperanzas de Poppy.
Mi hermana había sufrido suficiente, por lo que no necesitaba estar en la
montaña rusa que éramos Molly y yo.
Ese viaje había terminado.
Abrí la puerta que separaba la cocina del restaurante y encontré a Poppy en su
puesto de trabajo, metiendo círculos de masa de pastel en frascos de vidrio en
miniatura.
—Hola.
—Hola. —Levantó la vista, sus manos cubiertas de harina—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
Me encogí de hombros y me quedé con la misma mentira que le había dicho a
mamá.
—Tuve una mañana lenta en el trabajo.
—¿Te dieron el desayuno?
Asentí.
—Mamá me dio de comer.
Desde el divorcio, la principal preocupación de todos eran mis comidas. A
pesar que había aprendido a cocinar, y muy bien, constantemente me daban guisos
y comidas congeladas para recalentar. No había pasado desapercibido que
aparecían la noche anterior a que los niños estuvieran conmigo.
Pero a los niños y a mí nos encantaba la cocina de Poppy y mamá, así que no
lo había detenido.
—¿Está Molly aquí? —pregunté.
—Está en la oficina.
—Gracias. Voy a ir allí. —Dejándola con los pasteles, fui a la oficina, golpeé
con los nudillos la puerta antes de entrar.
Molly estaba en el escritorio detrás de una computadora portátil. Sus ojos se
abrieron cuando entré.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Cerré la puerta detrás de mí.
—Bueno, me echaste antes que pudiéramos hablar esta mañana, así que…
—No hay nada que discutir. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. Fue un lapso 48
de una sola vez en el juicio.
—Sí. Supongo. —Tenía toda la razón, pero sus palabras no me parecían
suficientes.
Me acerqué a la pared que Poppy había cubierto con cuadrados de panel de
corcho para poder poner un montón de fotos. No estaba listo para dar la vuelta y
dejar esta conversación, pero también necesitaba unos momentos porque no tenía
idea de qué más decir.
La mayoría de las imágenes en la pared de Poppy eran de ella, Cole y sus hijos.
Había algunas mías. Algunas de Molly. Incluso había algunas de la universidad,
cuando Molly y yo habíamos sido inseparables, cuando no había habido una fiesta
a la que no hubiéramos asistido todos juntos.
Cuando Jamie había estado vivo.
Maldición, extrañaba a ese tipo. Apuesto a que se burlaría de Molly y de mí
por acostarnos anoche.
No estaba seguro de cómo Poppy podría entrar aquí y ver su foto. Me
destripaba cada vez que veía su rostro y recordaba que se había ido. Todavía
recordaba el grito de su madre la noche que llamé para decirles a sus padres que su
hijo había sido asesinado.
Alejé mis ojos de una foto de Jamie sentado detrás de Poppy en una moto de
nieve. Escaneé más fotos, esperando que Molly fuera la que rompiera el silencio.
Sonreí a las caras de MacKenna y Brady. A pesar que había tenido unos años
horribles, Poppy había sobrevivido y estaba más feliz que nunca con Cole a su lado.
Con esos dos hermosos niños.
Mi sonrisa cayó cuando aterricé en una foto más reciente. No había estado aquí
por meses, pero ahora deseaba haber venido más seguido atrás. La foto era de
Brenna y yo jugando juegos de mesa en casa de Poppy y Cole. No pertenecía a este
muro.
¿Por qué Poppy pondría eso en su pared? Ni siquiera le había gustado tanto
Brenna. Tal vez era su forma de decirme que había estado tratando de conocer a mi
novia.
No importaba ahora. Tiré de la parte inferior de la imagen, arrancándola de su
alfiler, luego la arrugué con una mano y la tiré a la basura al lado del escritorio.
Cuando miré a Molly, sus ojos marrones estaban esperando.
—Lamento tu ruptura —dijo suavemente.
—Está bien.
—¿Por eso te quedaste a cenar anoche? ¿Porque estabas molesto? 49
—¿Qué? No. Las cosas con Brenna no han ido bien por un tiempo. Como te
dije, ya era hora.
—Pareces molesto.
Me pasé la mano por la mandíbula.
—No estoy enojado.
—Bueno, acabas de matar esa foto. Parece que estás molesto.
—No estoy enojado.
—Está bien si lo estás.
Mierda. ¿Esta mujer me escucharía alguna vez?
—¡No estoy enojado!
Mi voz rebotó en las paredes e inmediatamente lamenté alzar la voz.
Molly frunció el ceño, luego se volvió hacia su computadora portátil.
—Bien. Estoy ocupada. Sé que probablemente tú también lo estés. Como no
hay nada más que discutir, probablemente deberías volver a trabajar.
—¿Echándome de nuevo?
Frunció los labios y colocó las manos sobre el teclado.
—Haré que los niños te llamen antes de acostarse. Gracias de nuevo por cortar
el césped anoche.
Ese maldito césped. Qué desastre había resultado ser. Lo culpaba por llevarnos
a esta posición.
—Molly. —Suspiré—. Lo siento. Yo solo… no estoy molesto por Brenna. De
verdad. Lo siento, te grité.
—No quiero pelear, Finn.
—Yo tampoco. —Ya habíamos hecho suficiente de eso mientras estábamos
casados—. No estoy normal esta mañana. Anoche fue, bueno, no lo sé.
—Fue un error.
—¿Lo fue?
Sus ojos se clavaron en los míos.
—¿Qué quieres decir?
—¿Fue un error? —He estado luchando con esa pregunta durante horas.
—Estamos divorciados. Las personas divorciadas no deberían tener relaciones
sexuales entre ellas. Es demasiado complicado. 50
—No se sintió complicado.
Parpadeó hacia mí, su boca se abrió.
—¿Qué estás diciendo?
—No lo sé. Solo sé que anoche fue lo mejor que he dormido en años. Y no solo
porque extrañé mi almohada.
La comisura de su boca se alzó.
—No pude deshacerme de esa almohada. Lo pensé, pero simplemente no
pude.
—Me alegro de que no lo hayas hecho.
—Quizás deberías llevarla contigo. De esa manera la tendrás en casa.
Casa.
La imagen que apareció en mi cabeza con esa palabra fue su casa, no la mía. El
lugar donde había vivido durante los últimos cinco años y medio nunca se había
sentido como un hogar. Tomar mi almohada no iba a cambiar ese sentimiento.
¿Ha dormido otro hombre sobre mi almohada? Ese pensamiento me golpeó fuerte
y rápido, hundiéndose como una roca en mi estómago. Los niños no habían
mencionado a Molly saliendo con nadie desde nuestro divorcio. Poppy ciertamente
no me lo había dicho. Pero tal vez Molly lo estaba escondiendo. Tal vez había tenido
a alguien más en su vida y yo nunca lo había sabido.
¿Era Gavin?
¿Había cortado el césped de ella y luego había pasado la noche? No me dejaría
pensar en Molly con otro hombre, incluido su vecino. El otro hombre, el único del
que sabía, era lo suficientemente difícil para vivir. Había pasado años tratando de
bloquear las imágenes de los labios de otro hombre en su cuello, sus dedos en su
cabello.
Si otro tipo hubiera dormido sobre esa almohada, estoy seguro que no la
querría de vuelta.
—Quédate con la almohada.
—Está bien. —Bajó la mirada hacia su regazo y se mordió la uña. Esto era lo
que hacía Molly cuando estaba pensando en sus palabras, así que me preparé.
Normalmente esto era cuando ella decía cosas que no quería escuchar—. No sé qué
pasó anoche.
—¿No te acuerdas? —Eso fue un duro golpe para el ego. Los dos habíamos
tomado bastantes copas de vino, pero no había estado borracha y pensé que había 51
hecho un buen trabajo al hacer que sus dedos se doblaran.
—No. Recuerdo lo que paso. Simplemente no sé por qué sucedió.
—Yo tampoco. —Caminé hacia el escritorio y me senté en el borde—. ¿Te
sentías sola?
—Sí —admitió—. ¿Tú?
—Sí.
—Bueno. Entonces supongo que éramos dos personas solitarias teniendo sexo
para sentir una conexión con otra persona. —Odiaba como sonaba eso. No era la
explicación correcta.
Molly hizo una mueca.
—Eso suena patético.
—Estaba pensando lo mismo.
—Ah. —Los dedos de Molly se clavaron en su cabello, tirando de sus raíces.
Era su señal reveladora de que se acercaba una diatriba—. ¿Qué estamos haciendo?
Finalmente estábamos resolviendo las cosas. Entrando en una rutina con los niños.
Estando cerca uno del otro sin pelear. Las cosas han sido mucho más fáciles
últimamente. Incluso cortaste mi césped. Es casi como si hubiéramos sido…
—Amigos.
Molly dejó caer las manos de su cabello, que luego cayó sobre su pecho cuando
sus hombros se derrumbaron hacia adelante.
—¿Acabamos de deshacer seis años y tres meses de duro trabajo?
Seis años y tres meses. Había estado haciendo un seguimiento de cuánto tiempo
había pasado desde el divorcio. Yo también.
—No tengo una buena explicación para anoche —le dije—. Sucedió. No lo
siento por eso. Pero no quiero que las cosas sean incómodas entre nosotros.
—Yo tampoco. No puedo soportarlo. Tampoco los niños. Creo que lo mejor es
olvidar que alguna vez sucedió.
¿Olvidar? No es probable. Al menos no a corto plazo. Pero por Molly y por
nuestros hijos, podría fingir que nunca sucedió.
—Bueno. Si crees que es lo mejor.
—Bueno, ¿no lo crees?
—Yo, eh… sí. Sí, eso es lo mejor.
¿No era así? Habíamos terminado. Entonces sí. Era lo mejor.
Mi teléfono volvió a sonar en mi bolsillo. El día en Alcott Landscaping estaba 52
muy avanzado. Era hora de que yo fuera parte de ello.
—Será mejor que te deje volver a trabajar.
—Sí. —Asintió—. Estoy segura que también están sucediendo muchas cosas.
—¿Te veo el lunes por la noche?
—Llevaré a los niños después que los recoja de la escuela.
—Entonces el caos comienza la semana siguiente.
Dejó escapar un largo suspiro.
—Este verano va a ser una locura.
Los niños tenían una actividad tras otra para mantenerlos ocupados para que
ambos pudiéramos trabajar. Kali fue inscrita en cinco campamentos de una semana
durante el receso escolar de tres meses. Max tenía cuatro. Solo dos de ellos se
sobreponían en la misma semana, lo que significaba que Molly y yo estaríamos
conduciendo niños por todo el condado.
Mientras tanto, era la época más ocupada del año para Alcott Landscaping.
—No veo mucho sueño en mi futuro.
Era una broma, pero Molly no se rio.
—Puedo cuidar a los niños más tiempo si necesitas trabajar. Sé que las cosas
son locas en los veranos.
—No, está bien. Estaba bromeando.
—¿Estabas?
—Sí. —No importa cuánto haya pasado, mi tiempo con los niños era sagrado.
Trabajaba más horas cuando estaban en casa con Molly.
—Bueno. Sé que odiarían perder el tiempo contigo.
—Yo también los extrañaría. —Ya odiaba las noches que estábamos
separados—. Entonces, ¿nos vemos el lunes?
—Lunes.
Me levanté del escritorio y caminé hacia la puerta, despidiéndome cuando la
abrí.
Pero antes que pudiera volver a la cocina, Molly dijo:
—Espera, Finn. Hay algo más.
Me volví.
—¿Sí?
Abrió la boca para decir algo, pero se detuvo. Sus ojos se posaron en su bolso
53
mientras lo estudiaba por un momento.
—¿Por qué dejaste esa…?
Esperé, pero seguía mirando su bolso.
—¿Por qué dejé qué?
Antes que ella pudiera responder, la voz de mi hermana llegó por el pasillo.
—¡Finn!
—Sí —le devolví el llamado.
—Mamá quiere saber qué debería enviarte esta noche para cenar.
Puse los ojos en blanco.
—No necesito nada.
—Si no eliges, ella lo hará.
—Bien. Dame un minuto. —Me volví hacia Molly—. Sé cómo cocinar. En
realidad soy bastante decente.
Tiró de sus labios, reteniendo una sonrisa.
—¿Qué? Lo soy. Pregunta a los niños. Kali dijo que el espagueti que hice para
ellos este fin de semana fue el mejor de todos.
—Estoy segura que fue lo mejor.
—Gracias. —Me volví hacia la puerta, pero retrocedí—. Espera. ¿Sabes algo?
¿A los niños no les gusta mi cocina?
—Creo que les gusta bastante. Creo que aman las tartas de pollo de su tía Poppy
y la cazuela de tater de su abuela.
—Lo suficientemente justo. Pediré sus favoritos para la próxima semana. —
Intenté salir de la oficina nuevamente, pero me detuve—. ¿Me estabas preguntando
algo?
—¿Lo estaba? —Se encogió de hombros—. Supongo que lo olvidé.
—¿Estás segura?
—Estoy segura. Gracias por venir hoy. Fue bueno aclarar las cosas.
—De nada. Hasta pronto.
Asintió.
—Adiós.
Salí de la oficina, sintiéndome mejor que cuando había entrado. El aire había 54
sido despejado. Está hecho. Molly y yo volveríamos a como estaban las cosas.
Esta noche, estaría durmiendo en mi propia cama con mi propia almohada.
Bueno, no exactamente la mía. Era de Molly. En un momento de debilidad, me
había llevado la suya durante el divorcio, sin querer olvidar el olor de su elegante
champú.
Mis pies se detuvieron. Ella mantuvo mi almohada. Y yo me quedé con la suya.
Seis años era mucho tiempo para una almohada.
¿Qué significaba eso?
Nada. No significaba nada. Significaba que los dos éramos demasiado vagos
para comprar almohadas nuevas.
¿No?
Molly

P
oppy y yo tomamos un taburete en la mesa de acero inoxidable de la
cocina. Cuando Finn se fue antes, terminé mi trabajo de oficina y me fui
a trabajar al mostrador. La hora pico del restaurante había terminado, y
como la mayoría de los días laborales, Poppy y yo tomamos una ensalada del
refrigerador para comer juntas una vez que las cosas se calmaban.
Randall y Jimmy se habían ido no hace mucho, volviendo a The Rainbow por
el resto del día. Había oído rumores de una partida de póquer con algunos de sus
otros vecinos, seguido de un par de horas disfrutando de la suscripción de Jimmy a
55
HBO.
Rayna también se había ido por el día, entregando el puesto del mostrador a
Dora, nuestra nueva empleada, que trabajaba a tiempo parcial para nosotros
mientras iba a la escuela en el Estado de Montana. Se había acostumbrado rápido,
así que Poppy y yo la dejábamos cada vez más sola en estos días.
Vertí mi aderezo para ensalada en el frasco de verduras, volví a enroscar la
tapa y la sacudí. Esta era la mejor parte de comer ensalada, aunque la de Poppy era
deliciosa. Es que sus macarrones con queso eran fenomenales. Pero lo guardaba para
ocasiones especiales, y hoy no era así, por lo que eché mi ensalada mixta en mi plato
y levanté el tenedor.
—¿Está todo bien entre tú y Finn? —Poppy hizo la pregunta que había estado
esperando toda la mañana—. Cuando cerró la puerta de la oficina, me preocupaba
que estuvieran peleando.
—Está bien. Tuvimos que resolver algunas cosas con el horario. —No era del
todo una mentira. Habíamos acordado que su agenda nunca más incluiría dormir
en mi casa—. De hecho, ayer me cortó el césped.
—¿Quién? ¿Finn? —Sus ojos se abrieron de par en par—. Eso fue, mmm,
agradable. Especialmente porque no lo hizo cuando estaban casados.
Me metí un bocado de ensalada en la boca para ocultar una sonrisa. Poppy
estaba posiblemente más irritada con el comportamiento de Finn como marido que
yo. Ella también se había aferrado a ese resentimiento por más tiempo, mientras que
yo lo dejé ir; en su mayoría.
—Fue genial no hacerlo por una vez —le dije—. Era encontrar el tiempo o
aceptar la oferta de Gavin de hacerlo por mí.
—¿Gavin quiere cortarte el césped? —Poppy sonrió mientras cortaba unas
judías y movía las cejas—. Deberías dejarlo.
—Culpo a la influencia de Cole por todas las insinuaciones que has dejado caer
últimamente. Ha corrompido a mi dulce y recatada amiga —bromeé.
—Me ha corrompido. —Sonrió—. De la mejor manera posible. Ahora quiero
que alguien venga y te corrompa.
—No. —Sacudí la cabeza mientras masticaba—. Tengo una buena vida. Soy
feliz. No hace falta que haya corrupción, muchas gracias.
—En los días en que tienes a los niños, lo eres. Pero en los días en que están
con Finn… —Se calló mientras daba otro mordisco.
—Soy feliz incluso en los días en que los niños están con Finn. —Feliz. Solitaria.
—Gavin parece un buen tipo. 56
—Él es agradable.
Estuvo a su lado desde el principio. Ella pensó que su barba y sus gafas de
carey eran sexys.
—¿Por qué no le das una oportunidad? —preguntó.
—Tal vez. —Anoche, consideré volver a salir, pero luego tuve sexo con Finn y
recordé que no tenía tiempo para lidiar con este tipo de drama. No es que pudiera
compartir eso con Poppy—. El tiempo no ha funcionado con Gavin. Veremos cómo
me siento si me invita a salir de nuevo.
Giró los ojos.
—Puedes invitarlo a salir.
—No —me burlé—. Nunca sucederá. El chico invita a salir a la chica.
Era una de esas cosas en las que estaba colgada desde que era adolescente. Tal
vez por la educación conservadora de mis padres, pero me gustaba la idea de un
hombre cortejando a una mujer. Me gustaba cuando el hombre se hacía cargo y se
arriesgaba para mostrarle a la mujer que estaba interesado. Cuando salía de su zona
de confort porque valía la pena arriesgarse.
La carta en mi bolso apareció en mi mente.
Debí haberle preguntado a Finn sobre la carta. ¿Por qué no lo hice? Lo tenía en
la punta de la lengua, pero me acobardé y me lo tragué.
La ignorancia era una bendición, ¿verdad? Saber por qué había enviado la carta
ahora, por qué no la había enviado entonces, estaba garantizado que dolería. La
verdad era que no tenía las agallas para soportar ese dolor.
Después de divorciarnos, las cosas entre nosotros estuvieron tensas durante
meses. Finn estaba tan enfadado conmigo, con razón, que no era capaz de mirarme.
Solo me hablaba cuando era absolutamente necesario. Nos movíamos el uno
alrededor del otro como imanes girados en sentido contrario, empujando en vez de
tirando.
Entonces una noche vino a hablar.
Fue justo después de que Poppy empezara a salir con Cole. Mi teoría era que
finalmente había dejado de castigarme porque ella lo había inspirado.
Poppy había encontrado la felicidad después de un corazón roto, y Finn
también quería eso. Admitió ser un imbécil desde el divorcio y confesó que estaba
cansado de la animosidad. Estoy listo para dejarlo ir, dijo.
Recuerdo que contenía la respiración mientras hablaba esa noche. Me senté en 57
el sofá, pensando estúpidamente por unos segundos que él quería que volviéramos
a estar juntos. Que las siguientes palabras que saldrían de su boca serían que todavía
me amaba, que me perdonaba, y que quería volver a unir a nuestra familia.
No. Quería volver a tener citas. Seguir adelante, como lo hizo Poppy. Había
encontrado el amor después de que Jamie muriera. Había encontrado a Cole.
Él también quería un nuevo amor. Si me hubiera quedado oxígeno en los
pulmones, esas palabras habrían robado el resto. Los pequeños fragmentos de mi
corazón roto se habían convertido en polvo, porque él quería un cierre.
¿Fue la carta otra pieza de su búsqueda de un cierre?
Finn nunca me perdonaría por tener una aventura de una noche con otro
hombre. Dejó claro que buscaba a la siguiente señora Alcott, no a la anterior.
Supongo que esta carta era otro mecanismo para que él pusiera las cosas en su
sitio. Para disolver todo lo de Finn y Molly.
No necesitaba ni quería que Finn me lo explicara, así que junto con lo de
anoche, fingía que esa carta nunca había sucedido. Si Finn tenía algo que decir,
podría ser él quien lo mencionara, no yo.
—¿Me harás una promesa? —preguntó Poppy.
—No me gusta cómo suena esto.
Se rio.
—Por favor, di que sí, si y cuando Gavin te invite a salir. Di que sí, si algún
chico te invita a salir. Quiero que seas feliz, Molly-moo.
—Uf. Sacando las armas grandes. —Debe estar muy preocupada por mí si
usaba el apodo que me puso en el primer año de universidad—. La última vez que
sacaste el Molly-moo fue cuando necesitabas que me llevara a los niños para que tú
y Cole pudieran desaparecer para ir a “esquiar” en Big Sky y no salir de su
habitación de hotel.
Se rio.
—Fue un fin de semana realmente bueno. Y recuerdo un Poppy-bear cuando
dudaba en tener mi primera cena con Cole.
—Lo recuerdas, ¿verdad?
—Tal vez Gavin no es el tipo. Pero es un tipo. Y no has tenido una sola cita
desde el divorcio.
—No necesito tener citas para ser feliz. Me encanta que quieras que vuelva a
buscar una relación, pero no sé si tengo la energía para una ahora mismo.
—Te sientes sola, Molly.
58
—Yo no estoy…
—Y antes de que me mientas, recuerda que no soy solo tu mejor amiga, soy tu
hermana. Divorciada de Finn o no, eres mi hermana, así que me doy cuenta de las
cosas. Me doy cuenta de cómo trabajas aquí desde que abren hasta que cierran los
días en que Finn tiene a los niños. Me doy cuenta de cómo vas al cine sola. Me doy
cuenta de que no has salido a beber desde esa noche.
No, ya no iba a los bares. Si era inevitable, entonces bebía agua o soda. La única
vez que bebía ahora era en casa en pijama y cola de caballo, donde no había riesgo
de que un hombre dijera palabras dulces e hiciera gestos amables para meterse en
mis pantalones de chándal.
Hasta que llegó Finn.
Tal vez Poppy tenía razón. Tal vez mi voluntad de saltar a la cama con Finn
anoche fue porque estaba desesperada por algo de compañía. Cuando estuvimos
hablando en la oficina, casi llegó a la misma conclusión.
—Estar sola tres o cuatro días a la semana no es forma de vivir.
—Tienes razón —le dije—. Me siento sola. Pero no quiero apresurarme a volver
a tener citas.
—Entonces, y odio decir esto, haz algunos amigos.
Mi cara se agrió.
—Tengo amigos.
—Yo no cuento. Soy de la familia.
—Tengo…
—No te atrevas a decir Randall y Jimmy.
Maldita sea. Eso significaba que tampoco podía poner a Rayna en la lista.
—Está bien, bien. Intentaré hacer nuevos amigos.
—Gracias.
—Cuando invite a mis nuevas amigas al restaurante, no puedes ponerte celosa.
Esta fue tu idea.
Hizo una cruz sobre su corazón.
—Prometido.
—Bien. Hablemos de otra cosa. ¿Quieres chismear sobre Finn?
—Siempre.
Sonreí. Era su hermana, pero como ella había dicho, también era mía. Y a 59
Poppy le encantaba cotillear sobre su hermano.
—Él rompió con Brenna. —Si ella lo hubiera sabido, ya me lo habría dicho. No
estaba segura de por qué no se lo había dicho a su familia todavía, estaba destinado
a salir en algún momento, así que simplemente me adelanté a ese anuncio.
—¿Qué? —Jadeó—. ¿Cuándo?
—El fin de semana pasado, supongo. Después de que anoche cortó el césped,
los niños y yo lo invitamos a comer pizza. Le pregunté si tenía planes con Brenna y
me dijo que habían roto.
—Vaya. —Poppy se sentó en su silla, sorprendida. Luego sonrió—. Finalmente.
He estado buscando una excusa para quitar esa foto en la oficina.
—¿Qué? —Ahora era mi momento para estar sorprendida—. Pensé que te
gustaba Brenna.
—Es una buena mujer y me llevo bien con ella. Por el bien de Finn, lo intenté.
Por eso puse esa foto, aunque sabía que la odiabas ahí dentro.
—¿Lo sabías?
—Como dije, me doy cuenta de las cosas. Debí haberla quitado, pero… —se
calló.
—Estabas apoyando a tu hermano.
Asintió.
—Lo digo en serio. Me gusta Brenna. No es la adecuada para Finn.
Porque ella no soy yo.
Me compadecía de las mujeres que Finn le presentó a Poppy. Tenían una pared
de ladrillos para atravesar si querían caerle en gracia. Porque no importaba qué,
serían comparadas con la ex cuñada que también era la mejor amiga-hermana.
Incluso Brenna, alguien que había ido a casa de Poppy y Cole muchas veces en el
año en que salió con Finn, no había estado cerca de romper ese muro.
—Finn ya se te adelantó. La foto está en el cubo de basura de la oficina.
—Oh-oh. —Suspiró—. ¿Está bien?
—Creo que sí. Me dijo que no tenían nada en común.
—Parecía nerviosa alrededor de los niños. Y odiaba el senderismo.
Hice un gesto de dolor.
—Eso sería suficiente.
Por supuesto que Finn no se quedaría con una mujer que no fuera buena con
Kali y Max. Pero además de eso, a Finn le encantaba el senderismo. Antes de que 60
nacieran los niños, pasábamos los domingos explorando nuevos senderos en la
montaña. Después de tener a Kali, las caminatas eran más cortas y suaves, pero aun
así íbamos con un bebé atado a su espalda.
—Me alegro de que haya empezado a caminar de nuevo —le dije a Poppy.
—A mí también. —Me dio una sonrisa triste.
Finn había dejado de hacer senderismo después de que Jamie fuera asesinado.
En cambio, había pasado su tiempo libre en casa de Poppy, sacándola de la cama o
metiéndola en la ducha. Incluso después de que ella saliera de su depresión, no había
hecho muchas excursiones. Había trabajado.
No fue hasta que estuvimos divorciados por un año que se metió en esto de
nuevo. En las mañanas cuando no tenía los niños, salía a caminar por una hora. El
hombre subía a la cima de una cresta, y luego bajaba corriendo. En el invierno, iba a
hacer raquetas de nieve porque le encantaba salir al aire libre.
—¿Crees que Finn es feliz? —preguntó Poppy.
—No lo sé —respondí honestamente—. Espero que sí.
—Quiero que ambos sean felices. Yo no… —Sacudió la cabeza—. No importa.
—¿Qué?
Sus ojos azules brillaban con lágrimas mientras me miraba.
—A veces siento que si hubiera manejado mejor la muerte de Jamie, si no
hubiera sido un desastre, tú y Finn no se habrían divorciado.
—Poppy —susurré—. No.
Parpadeó unas cuantas veces, limpiando las lágrimas.
—Mayo siempre me hace pensar.
Mayo. Había demasiados aniversarios en mayo. Era el mes en que ella y Jamie
se había casado. Era el mes en que fue asesinado, justo antes de su primer aniversario
de bodas. Ella había pasado cinco meses preguntándose por qué se lo habían
llevado. Preguntándose por qué su asesino a sangre fría había salido libre.
No fue hasta que Cole apareció y resolvió el asesinato de Jamie que pudo dejar
esas preguntas en paz.
Poppy no estuvo deprimida, estuvo destruida. Su corazón había sido
destrozado, y se había convertido en la cáscara de una persona, caminando como un
cadáver.
Durante meses, Finn había ido a su casa a primera hora de la mañana. Se
aseguró de que estuviera bien para el trabajo. Se aseguró de que estuviera viva.
Todas esas mañanas, mantuve mi teléfono cerca, porque nunca sabía lo que 61
encontraría cuando llegara allí.
Había estado a punto de morir de un corazón roto.
—Por favor, no pienses eso, Poppy. Lo que pasó con Finn y conmigo no tiene
nada que ver contigo.
—Quiero creer eso. De verdad que sí. Pero la cosa es que él me mantuvo unida.
Ambos lo hicieron. Completamente. Si no fuera por ustedes dos, no sé si habría
sobrevivido.
—Hubieras estado bien. —Las lágrimas brotaron de mis ojos—. No puedo
soportar pensar en este mundo sin ti.
—Esos primeros meses son un poco borrosos. —Dobló las manos en su regazo,
mirando hacia abajo—. Pero sé lo malo que fue. Sé el estrés que puso en Finn para
cuidarme. Y en ti.
—Pero eso fue años antes de que empezáramos a tener problemas.
Se encogió de hombros.
—Poppy, mírame —ordené, esperando que sus ojos azules encontraran los
míos—. No eres la razón por la que nos divorciamos. Nos desmoronamos porque
nos olvidamos de cuidarnos mutuamente. No porque te cuidáramos a ti.
—¿Lo prometes?
Le robé su gesto e hice una cruz sobre mi corazón.
—Por mi vida.
Una lágrima goteó por su mejilla y la limpió, luego forzó una sonrisa.
—Lo siento. Eso se puso muy pesado. Pero he estado pensando en ello
porque…
—Es mayo.
—Sí. —Asintió—. Cole sabe que ha estado en mi mente. Me dijo que te
preguntara porque serías honesta. Quiero a mi hermano, pero no creo que me diga
la verdad. Todavía cree que tiene que proteger mis sentimientos.
Finn siempre había cuidado de su hermana menor, incluso antes de que Jamie
muriera. Pero ella tenía razón. Si Finn pensaba que la muerte de Jamie había afectado
nuestro matrimonio de alguna manera, nunca se lo diría a Poppy.
—Te ama.
—También lo amo. —Se levantó y llevó su frasco de ensalada al lavavajillas
industrial, lo roció y lo puso en el estante.
La seguí, haciendo lo mismo con el mío mientras ella descolgaba su delantal 62
especial y lo ataba alrededor de su cintura.
—Voy a trabajar en el mostrador por un tiempo —dije—, enrollando algunos
cubiertos para el apuro de la cena. ¿Necesitas algo?
—No. Voy a hacer un lote de pan de banana. Vendimos muchos de esos esta
mañana.
Pan de banana en un frasco, espolvoreado con trozos de chocolate. Seguido de
su quiche diario, era nuestro vendedor de desayunos número uno. Nunca dejaba de
sorprenderme las cosas que Poppy inventaba para hacer en un frasco.
—Bien. Grita si me necesitas.
—¿Molly? —Me detuvo antes de que empujara la puerta giratoria—. Te quiero.
Sonreí.
—Yo también te quiero.
No me importaba lo que dijera. No necesitaba nuevos amigos.
No cuando la tenía.
—¿Qué hace la camioneta de papá aquí? —preguntó Max mientras entrábamos
en la calle sin salida.
—No estoy segura.
Salí del restaurante a las cuatro y media para recoger a los niños de su curso
extraescolar. Luego nos detuvimos en el supermercado para recoger algunos
artículos para hacer sándwiches para la cena, era la elección de Kali esta noche.
En todas las horas desde que salió del restaurante esta mañana, no había sabido
nada de él. Entonces, ¿por qué estaba de vuelta en mi casa?
Estacioné el Jeep en el garaje, y los niños salieron antes que lo apagara. Me
apresuré a alcanzarlos y estaba entrando en el patio cuando Finn rodeó el lado más
alejado de la casa empujando una carretilla y usando ropa diferente a la que tenía
puesta en el restaurante esta mañana.
La parte delantera de su camiseta blanca estaba manchada de suciedad y sus 63
bíceps se tensaban contra el dobladillo de las mangas cortas. Su piel brillaba con un
ligero brillo de sudor.
Llevaba una vieja gorra de béisbol, una que reconocí de hace una década. Su
ala azul brillante estaba deshilachada porque cada vez que Finn se la quitaba, la
enrollaba y la metía en el bolsillo trasero de sus pantalones de trabajo como los que
llevaba ahora. Eran marrones excepto por las manchas permanentes de suciedad y
hierba en las rodillas y los muslos.
Probablemente había lavado esos pantalones cientos de veces, pero parecían
ajustarle mejor a Finn con cada lavada. La curva de su trasero perfecto se había
impreso en esos pantalones. El lienzo había sido moldeado alrededor de sus gruesos
muslos.
Un rubor se deslizó por mis mejillas al recordar todas las veces que le había
quitado esos pantalones del cuerpo antes de unirme a él en la ducha. Una pulsación
sorda se instaló entre mis piernas. Luché contra el impulso de abanicarme la cara,
respirando profundamente y castigando a mi cuerpo traidor por tal reacción.
También castigué mentalmente a Finn. El imbécil sexy. Había conseguido
llevarlo bastante bien estos últimos seis años satisfaciéndome a mí misma. Al menos
eso pensaba. Pero entonces él le recordó a mi cuerpo cómo se siente tener un
orgasmo decente.
¿Cuánto tiempo me iba a llevar olvidar eso también?
—Papá. —Kali lo alcanzó primero.
—Hola, hermosa. —Sonrió, bajando la carretilla para quitarse las gafas de sol
de la cara. Luego se quitó los guantes de cuero y se inclinó para besar su mejilla antes
de chocar los cinco con Max.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Max, inspeccionando la carretilla vacía—.
¿Puedo ayudar?
Finn se rio.
—Claro. Pero tienes que cambiarte la ropa del colegio.
Sin decir una palabra más, ambos niños corrieron hacia la casa. Max se arrancó
la camiseta mientras corría.
—Hola. —Saludé con la mano y crucé el patio—. ¿Me he perdido una mención
de que ibas a venir otra vez?
—No. Dijimos el lunes. Pero entonces me quedé atrapado en una idea. —Hizo
girar su gorra de béisbol hacia atrás, probablemente porque sabía que me haría
debilitar las rodillas e instantáneamente perdonarlo por el enorme agujero en el
64
frente de mi patio.
Mi cerebro alcanzó a mi visión. Hay un enorme agujero en el frente de mi patio.
Estaba tan distraída por Finn, que no me di cuenta de la ruina que una vez fue
el borde paisajístico que separaba mi patio del de Gavin.
Di un paso más cerca de los restos. El agujero estaba en el mismo lugar donde
había estado un gran montón de hierba india cuando me fui esta mañana. No solo
había desaparecido la hierba ornamental, sino que también se había arrancado una
larga sección del bordillo. La corteza de jardín que había pasado horas reponiendo
esta primavera había sido arrancada.
—¿Qué. Está. Pasando?
Finn plantó sus manos en sus caderas.
—Este césped es un maldito dolor en el culo para cortar.
—Dime algo que no sepa.
—Lo estoy arreglando.
—¿Repite eso?
Tomó las manijas de la carretilla y la llevó hasta donde estaba trabajando.
—Sé que debería haberte preguntado primero. Lo siento. Me acerqué a mirar
un poco, una cosa llevó a la otra, y me dejé llevar.
—¿Tú crees?
—Esto es lo que estoy planeando. Voy a arrancar todo esto, nivelarlo y
sembrarlo con hierba. Entonces no tendrás que usar la cortadora de césped aquí en
absoluto. —Se dio la vuelta y señaló la esquina opuesta del patio junto a la entrada—
. Voy a dejar esa capa como está, pero voy a rehacer el borde en una curva más ancha
para que la cortadora pueda llegar a toda la hierba. Lo mismo con los parterres a lo
largo del porche. ¿Qué te parece?
—¿Qué pienso? Yo, eh… ¿de acuerdo? —Salió como una pregunta. Por un
lado, odiaba cortar el césped de este jardín. La perspectiva de no tener que usar mi
cortadora de césped me dio casi tanta alegría como uno de los orgasmos que tuve
anoche. Pero por otro lado, este era mi jardín—. Deberías haber preguntado.
—Tienes razón. Debería haberlo hecho. Si quieres que todo vuelva a ser como
antes, lo haré ahora mismo.
¿Realmente quería esa hierba india? Ni siquiera un poco.
—No, está bien.
—Podemos recorrer los planos del patio trasero también, pero quería empezar 65
por el delantero. Puedo garantizar que se hará en poco tiempo. La parte de atrás
podría tener que esperar un poco. Todos mis equipos están en mi agenda para el
verano y está muy apretada.
—Está bien. Si la parte delantera es más fácil de cortar, está bien. Mantén a tus
hombres donde están programados.
Sacudió la cabeza.
—Eso no es lo que quise decir. No puedo enviar un grupo, pero haré tiempo
para hacerlo yo mismo. Probablemente tendré el frente listo en un par de semanas.
Necesito elaborar un par de ideas para la parte de atrás, y puedo conseguirte un
cronograma para eso.
Cronograma. Esa palabra siempre iba unida a otra: presupuesto.
—No puedo permitirme una enorme factura de jardinería ahora mismo.
Frunció el ceño.
—No te voy a cobrar. Este patio es un dolor en el culo porque estaba demasiado
ocupado experimentando para hacerlo funcional.
Se me cayó la mandíbula. ¿Quién era este hombre y adónde había ido el
verdadero Finn Alcott?
—¿Estás hablando en serio? ¿Realmente estás arreglando mi jardín?
—Me gustaría tener la oportunidad de intentarlo.
Antes que pudiera estar de acuerdo, la puerta principal de la casa se abrió de
golpe y los niños bajaron corriendo las escaleras del porche.
Max llevaba los guantes de jardín que Finn le había comprado el verano
pasado. Aplaudió sus manos juntas dos veces mientras sonreía.
—Bien. ¿Por dónde empiezo?
Finn se rio.
—¿Qué tal si empezamos dando un paseo por el patio trasero? Me gustaría
preguntarle a tu madre cómo quiere que se vea.
Esa declaración me hizo perder la cabeza. Cuando Finn hizo el paisajismo aquí,
no me preguntó qué quería. Ni una sola vez. Me recuperé de la conmoción
rápidamente, sabiendo exactamente lo que quería para mi jardín.
—Me gustaría un arbusto de lilas.
—¿Qué color?
—Púrpura profundo. —Siempre quise uno para poder cortar las flores en
primavera y ponerlas en la casa para disfrutar de su olor. Pero con los otros arbustos 66
y matorrales, no había espacio. Las lilas se expandían rápidamente y había suficiente
recorte para hacer cada año como estaba.
—Lo tienes. —Finn se dirigió al patio trasero, los niños fueron a su lado.
Los seguí.
Finn estaba arreglando mi patio. Personalmente. ¿Qué demonios está pasando?
No solo estaba lanzando un proyecto paralelo a uno de sus trabajadores para
que se encargara. No estaba delegando esto a un grupo de universitarios que
vendrían a mi casa y arrastrarían la tierra dentro cuando necesitaran usar el baño.
Estaba haciendo el esfuerzo de hacer esto por su cuenta.
Los tres caminamos por el perímetro del patio trasero mientras Finn me
preguntaba qué quería conservar o desechar.
—¿Qué hay de la fuente?
—No la quiero —admití—. Lleva una eternidad limpiar y siempre está llena de
hojas.
Asintió.
—Entonces se va.
Si no fuera por el aumento de mi corazón al triple de su tamaño normal, no
habría creído que esto era real.
—Tendremos sándwiches para cenar esta noche —dijo Kali cuando hicimos la
vuelta completa al patio—. ¿Quieres comer con nosotros?
Me pidió permiso. Sus ojos azules brillaban al sol. Olía a aire de primavera y a
hierba fresca. Su mandíbula cuadrada estaba empolvada por la luz del día. Se veía
tan guapo, con una pequeña sonrisa a un lado de la boca, que olvidé mis planes de
anoche y me alejé de Finn.
—Quédate. Por favor.
Sus ojos se encendieron con mis palabras. Anoche dije lo mismo cuando me
tuvo presionada contra la pared del pasillo fuera de mi dormitorio. Sus labios habían
estado arrastrándose por mi cuello. Sus manos habían estado acariciando mis
pechos.
La cena no sería solo una cena.

67
Querida Molly,

Te propongo matrimonio mañana.


Estoy tan malditamente nervioso que no puedo dormir. No soy bueno diciéndote cómo
me siento. Se me mezclan las palabras y nada sale bien. Me aterroriza que vaya a estropearlo
todo y que tú digas que no. Tal vez me quede con esta carta como respaldo. Si empiezo a decir
algo estúpido, te entregaré esto. No es que puedas leerla. Me tiemblan tanto las manos que
apenas puedo escribir.
Te amo, Molly.
Me encanta que tú, por encima de todo, seas honesta. Me encanta que tengas un alma
vieja y que me sigas molestando para que te escriba cartas. Me encanta que dijeras que no 68
cuando te pedí que te mudaras conmigo porque querías guardar esa experiencia para la vida
de casada.
Me encanta que cumplamos años el mismo día. No hay una persona en el mundo con
la que quisiera compartir mi pastel aparte de ti. Y mañana, cuando soplemos las velas, mi
deseo serás tú.
Por favor, di que sí.

Tuyo,

Finn
Finn

—F
inn, ¿estás aquí? —me llamó Bridget desde su oficina.
—No.
Se rio mientras las ruedas de su silla giraban sobre el
suelo de madera. Moviéndose en reversa, apareció en mi puerta.
—Te escabulliste mientras estaba en el teléfono.
—No tuve que escabullirme. Estabas gritando tan fuerte que no me escuchaste.
Los labios de Bridget se curvearon.
69
—Estaba hablando con el imbécil, machista vendedor del vivero.
—Quieres decir que le estabas gritando a ese imbécil, machista vendedor del
vivero. ¿Qué hizo Chad esta vez?
—Jodió mi orden. De nuevo. Envió piceas azules en lugar de abeto noruego y
sabe lo mucho que odio el azul con esas agujas afiladas. Ni siquiera incluyó el
descuento de mayoreo, envió dos arbustos de cerezos de Virginia extra, y para
arreglar su propio error, dijo que serían dos semanas más. Mi equipo está listo para
plantar mañana en el proyecto Nelson.
—Mierda. —Me froté la frente—. Llamaré al dueño.
—Esta es la tercera vez. Chad siempre manda tus órdenes correctamente.
Siempre. Está arruinando las mías, y ambos sabemos que es porque soy mujer.
Quería discutir y decirle a Bridget que Chad era simplemente un idiota, pero
tenía razón. Yo había estado en el vivero la primera vez que los dos se conocieron y
cuando ella se acercó para estrechar su mano, él la ignoró.
—Llamaré al dueño. O pone a un nuevo vendedor en nuestra cuenta, o
simplemente usaremos a Cashman.
Y pagar un cinco por ciento extra por cada orden. Había estado usando a este
pequeño vivero por el último año, porque sus productos eran de primera calidad y
sus precios eran imbatibles. Pero no haría que Bridget lidiara con un imbécil.
—Gracias. —Empujó su silla al interior de mi oficina, rodando hasta la orilla
de mi escritorio. Sonrió a la foto de Max y Kali en la esquina—. Hoy es el último día
de clases, ¿verdad?
—Síp. Es difícil de creer que mi Kali va para la secundaria.
—Parece que fue ayer cuando vino aquí y jugaba en la esquina después del
preescolar.
—Los años están pasando más y más rápido. —No solo los años. Los días y las
semanas también. Parece que fue hace horas que inicié el proyecto del jardín de
Molly, pero en realidad había sido una semana.
—Los veranos se están apresurando —dijo Bridget—. No podemos seguirles el
ritmo.
Empujé mi calendario para que pudiera tener un vistazo a la agenda.
—No, no podemos.
Había tenido que rechazar a tres clientes la semana pasada porque no teníamos
la capacidad para cumplir sus proyectos. Nuestro equipo de cortadores estaba al 70
máximo y la lista de espera era de alrededor de veinte. Contratar a más personas no
sería posible hasta la siguiente temporada, simplemente no había suficientes
personas entrenadas en el pueblo.
La temporada recién había iniciado y ya estaba atrasado con mi trabajo de
oficina. Normalmente trabajaría hasta tarde las noches que Molly se quedaba con los
niños para ponerme al corriente. Pero esta semana, había estado saliendo de la
oficina a las cinco para ir a su casa y trabajar en su jardín. Cenaríamos y pasaríamos
el rato con los niños. Luego yo pasaría la noche y me levantaría temprano para irme
antes del amanecer.
Estaba escabulléndome con mi esposa.
Ex esposa.
Pero mierda, el sexo era bueno. Quizás mejor de lo que antes había sido. Los
dos estábamos teniendo un amorío en la casa que alguna vez compramos juntos. Y
no tenía planes de detenerme, aunque fuera jodidamente estúpido.
Tenía más energía ahora de lo que había tenido en años. Me encontraba
sonriendo más durante el día siempre que pensaba en sus labios sobre mi piel o mis
manos en su cabello. Mierda, pero amaba su cabello. ¿Cuándo fue la última vez que
estuve tan obsesionado con una mujer?
Hace quince años.
Ninguna de las novias que tuve después de Molly me había dado tanta
emoción. Había salido con Brenna por un año, y la mitad de este pasé más tiempo
evitando las citas que apresurándome a ellas.
Las tres noches de la semana pasada cuando los niños estuvieron en mi casa,
me había ido a dormir enojado, deseando que Molly estuviera junto a mí, no mi
laptop sin abrir.
Si hubiera existido el modo de escabullirme a su casa, lo hubiera hecho.
Excepto que mis hijos no eran estúpidos y ellos si algo estaba sucediendo. Quizás
tenía la excusa de arreglar el jardín para estar en casa de Molly. Pero ella no había
puesto pie en mi casa. Ni una vez. Siempre que dejaba a los niños, les decía adiós en
la acera, quedándose al menos a tres metros de la puerta.
¿Por qué era eso? La había invitado en más de una ocasión, pero en los seis
años, ella nunca había cruzado la puerta. Ni siquiera cuando Max la había invitado
a ver su habitación. Ella había dicho que se le hacía tarde y prometió que la vería
después, lo que nunca sucedió.
Esas eran las cosas de las que deberíamos de estar hablando en lugar de
quitarnos la ropa como lo habíamos estado haciendo todo el fin de semana y ayer.
71
El sexo era más fácil que hablar. Siempre había sido.
Molly y yo habíamos pasado años comunicándonos físicamente, aprendiendo
y perfeccionando la manera en que silenciosamente nos entendíamos. Tan pronto
involucrábamos palabras, las cosas se ponían inciertas.
Acordamos que la primera noche fue un error. Me atrevería a decir que se
sentía de la misma manera sobre las siguientes tres. Pero al demonio con ello, me
emocionaba ir ahí después de trabajar esta noche.
El jardín delantero estaba formándose, y me encantaba tener a los niños
ayudándome. A Molly también. Ella se nos había unido anoche, usando sus propios
guantes de cuero y trabajando por una hora después de cenar.
Por primera vez, los cuatro trabajamos en un proyecto juntos. Como una
familia.
Max pensaba que la tierra era fascinante. Kali iba a dejar su propia huella
verde. Y Molly tenía un ojo para el diseño que no había respetado lo suficiente. La
sensación de estar junto a ellos, escuchando sus ideas. Me había llenado de mucho
orgullo, estaba tentado a extender este proyecto por meses, porque no quería que
terminara.
Excepto que no podía permitirme extender el proyecto. No podía permitirme
pasar todos esas noches en casa de Molly. Tenía que trabajar. La otra única opción
era hacer algunos cambios alrededor de Alcott.
Bridget estaba mirando mi calendario con los ojos muy abiertos. Tenía un
calendario separado que usaba para rastrear a los equipos de podado, el mismo
sistema que Molly había diseñado hace años. Pero este calendario estaba lleno de
proyectos grandes, los que Bridget o yo habíamos sido asignados para diseñar y
ejecutar.
Ella tenía dos equipos que le reportaban, cada uno guiado por un capataz que
se encontraba en el sitio y trabajaba todos los días. Yo tenía a tres reportándome.
Usábamos un sistema de colores coordinados en el calendario para asignar
trabajos. Sus proyectos en amarillo, los míos en azul.
El mes de junio estaba lleno, si entrecerrabas los ojos, todo se cambiaba a verde.
Quizás era momento de admitir que necesitamos ayuda.
—Solo hemos sido nosotros dos diseñando y manejando a los grupos por un
largo tiempo —le dije.
—Así ha sido. —Su espalda se enderezó—. Espera. ¿Estás pensando en
contratar a alguien más? 72
—Quizás. —Hice una pausa—. En realidad, sí. Quiero seguir creciendo, pero
necesitamos más personal.
La mandíbula de Bridget se tensó.
—Probablemente pueda tomar tres proyectos más este mes.
—Aprecio eso, pero no quiero que te agotes.
—Preferiría trabajar un poco más fuerte que poner a alguien en medio de esto
que solo se pondría en nuestro camino. ¿Recuerdas lo desorganizadas que las cosas
estaban cuando Jason trabajaba aquí? ¿O ese verano que contrataste a quien no debe
ser nombrada?
—Athena.
Ella frunció el ceño.
—Era una perra. No podía llegar a tiempo, y luego se robó a diez clientes de
nuestra ruta de podado cuando se fue.
Diez clientes que no me había entristecido ver partir. Sus hogares estaban
regados por todo Gallatin Valley, y como no encajaban en nuestras rutas normales,
tenía que cobrarles un poco más para cubrir la gasolina. Athena se había ido a
trabajar con un competidor, llevándoselos con la promesa de un precio más bajo. No
me había molestado, pero claramente Bridget todavía estaba molesta a pesar de que
Athena había renunciado hace siete años.
Y en defensa de Athena, realmente nunca le di horas de oficina. Simplemente
sucedía que Bridget y yo llegábamos alrededor de la misma hora cada mañana.
—No hemos tenido a ningún otro arquitecto en nuestro personal en los últimos
siete años —le dije.
—Porque no necesitamos a nadie.
Bridget había sido la primera arquitecta que contraté en Alcott Landscaping,
así que había estado conmigo desde el inicio, una de mis primeras empleadas. La
había contratado cuando todavía era estudiante de universidad para trabajar con el
equipo de podado durante los veranos. Había iniciado como mi aprendiz de diseño
desde el momento en que se graduó de Montana State con un título en arquitectura
del paisaje.
Habíamos estado juntos por tanto tiempo que nuestros procesos estaban en
perfecta sincronía. Demonios, ella me había ayudado a crear la mayoría de estos. Y
tenía razón. Cada vez que habíamos intentado traer a alguien nuevo, mierda
sucedía.
Aunque esa no parecía ser razón suficiente para matarnos en el proceso. 73
Claramente tenía que existir alguien más que en realidad pudiera contribuir.
—Estoy cansado de rechazar clientes —admití. Estaba cansado de siempre
sentirme retrasado en las cosas—. Me gustaría intentar, y me gustaría que me
ayudaras. Quizás en lugar de contratar a un arquitecto experimentado, es momento
de que tengas un aprendiz.
El bloqueo que puso ante la idea de un nuevo diseñador disminuyó un poco.
—Te escucho.
—Pondremos un anuncio. Puedes participar en las entrevistas. Si alguno de los
chicos del equipo de podado parece prometedor, podrías traerlos también. Piensa
en ello. Házmelo saber. Pero es hora de que ambos nos detengamos un poco. —
Señalé a la fotografía enmarcada de los niños—. Antes que me dé cuenta, Kali y Max
estarán dejando la casa para construir sus propias vidas. No quiero perder el tiempo
que tengo.
—Está bien. —Respiró profundamente—. Mensaje recibido. Me pondré en ello.
—Gracias.
Ella giró su silla, empujándola fuera de mi oficina y hacia la suya. Luego llaves
tintinearon mientras volvía aparecer de nuevo en el marco de mi puerta, esta vez de
pie.
—Voy a estar afuera por el resto del día.
—Te marco una vez que escuche algo del vivero.
Bridget se despidió con la mano y luego se dirigió al pasillo y a la puerta del
frente. Al instante se volvió silencioso, me puse al teléfono e hice arder el infierno.
Diez disculpas, tres arboles noruegos a mitad de precio y un nuevo vendedor para
nuestra cuenta más tarde, regrese a mi pila de cuentas sin pagar que abarrotaban mi
correo.
Justo ingresé a mi portal bancario cuando la puerta delantera tintineo. Suspiré
al escuchar pasos acercándose. Las cuentas tendrían que esperar.
—Oye, eh, ¿Finn?
—Adelante. —Le hice señas a Jeff para que entrara desde donde se estaba
asomando.
Entro a mi oficina dudando, mirando a sus botas llenas de lodo.
—No eres el primero y no serás el último chico entrando a mi oficina que trae
lodo. Siéntate.
—Gracias. —Cruzó la habitación, quitándose la gorra de la cabeza.
Jeff, mi empleado más nuevo, había iniciado en Alcott hace dos semanas.
Bridget, mis capataces y algunos otros estaban aquí durante todo el año. Ellos
74
pasaban de paisajismo a removedores de nieve en los inviernos, menos Bridget que
podía diseñar a pesar de la nieve. Pero dado que necesitaba más empleados en los
veranos que en invierno, llenaba los equipos con chicos que necesitaban empleo por
temporadas. De abril a octubre, teníamos el equipo lleno. Jeff había sido una adición
de último minuto cuando uno de los otros que contratamos no llegó.
—¿Qué puedo hacer por ti? —le pregunté a Jeff.
—Yo, eh… —Agachó la cabeza—. Me preguntaba si podías pagarme por
adelantado. Estoy teniendo algo de problemas con mi ex esposa y ella va a llevarme
a la corte para tener custodia completa de mi hija. Necesito conseguir un abogado.
Parecía demasiado joven para tener un hijo y una ex esposa, pero qué
demonios sabía yo. A su edad, había estado completamente enamorado de mi
esposa. Y si alguien me hubiera dicho que me divorciaría de ella, me hubiera reído
y les hubiera dicho que estaban locos.
No muchos hombres se paran en el altar y dicen acepto a sus esposas pensando
que algún día se volvería la ex. Ciertamente yo no lo había pensado.
—Desearía poder ayudarte Jeff. Pero no pago por adelantado. —Había hecho
eso una vez cuando recién iniciaba. El chico había tomado mil dólares por
adelantado y nunca más había aparecido.
—Lo entiendo. Yo solo… no soy un padre perezoso. Así es como me está
llamando. Pero mi pequeña tiene dos y es mi mundo entero. Mi ex es una perra
viciosa y está usando a Katy para vengarse de mí. No puedo perder a mi hija.
Mierda. Me agradaba Jeff y veía algo de potencial en él. Él era uno de los
mejores en el equipo y se había puesto a trabajar, incluso como chico nuevo. Según
Gerry, mi capataz de confianza, Jeff era el primero en llegar a la tienda todas las
mañanas y nunca pedía irse temprano.
Sentí pena por el chico. No podía imaginarme pasar por un terrible divorcio.
Ni Molly o yo nos habíamos puesto vengativos cuando nos divorciamos. No
habíamos peleado por cosas materiales. Yo había querido que se quedara con la casa.
Ella quiso que me quedara con Alcott Landscaping.
Ambos nos habíamos dedicado a compartir la custodia de nuestros hijos.
Si, había estado furioso con ella en su momento. Me había roto el corazón con
su aventura de una vez. En realidad, había sido un imbécil. Pero le había dicho a mi
abogado durante nuestra primera reunión que no era por venganza. Le había dado 75
la orden de tratarla justamente. Y él había trabajado con su abogado para lograr que
así sucediera.
—Lo lamento —le dije a Jeff—. Realmente lo hago. Me divorcié hace un tiempo
y entiendo lo estresante que puede ser. Especialmente cuando se agregan niños a la
ecuación. Pero tengo políticas de empleados por una razón, y no puedo pagarte por
adelantado.
—Está bien. Sé que durante mi orientación dijiste que no hacen tiempo extra.
Si eso cambia, ¿me tendrías en mente?
—Lo haré.
No iba a decirle a Jeff, pero no le había pagado tiempo extra a nadie en cinco
años. El pago de tiempo extra era la manera más rápida de enviar los gastos de Alcott
al cielo. En su lugar, yo manejaba las horas de los equipos y no me comprometía a
proyectos si no podíamos encajarlos en el horario.
—Gracias Finn. Mejor me voy. Los chicos me esperan.
—Antes de que te vayas. —Levanté un dedo mientras se levantaba de la silla.
Busque en mi cajón, tomando una nota adhesiva. Garabatee el nombre de mi
abogado y se lo di—. Este fue mi abogado cuando me divorcié. No es barato. Pero
es bueno. Realmente bueno. Si puedes manejarlo, intenta reunirte con él. Algunas
veces hace trabajo pro-bono. Dile que trabajas para mí.
—Gracias. Realmente lo aprecio. —Jeff asintió, guardando la nota en su
bolsillo.
—Cuando quieras. —Me levanté de la silla y lo seguí fuera de la oficina Una
de nuestras camionetas azul marino, con el logo blanco de Alcott Landscaping en la
puerta, esperaba afuera.
Jeff se subió junto con otros dos chicos y se despidió mientras se alejaban de la
oficina. Un álamo tambaleante estaba en la parte de atrás junto con algunas hostas.
Mientras se alejaban, caminé hacia el pequeño camino de piedra que rodeaba
la tienda. Era el corazón de Alcott.
Nos encontrábamos en las afueras de Bozeman en un terreno de tres acres. Por
el primer par de años que Alcott había estado en el mercado, Molly y yo habíamos
rentado un lugar para guardar nuestro equipo. Manejábamos nuestra oficina desde
nuestra mesa del comedor en el pequeño departamento al que nos habíamos
mudado después de casarnos.
Pero después de que nos volvimos un poco más rentables, había encontrado
esta propiedad y nos habíamos arriesgado. Había dado sus frutos. Habíamos puesto 76
una pequeña tienda en la esquina más alejada de la propiedad. Después de un año,
habíamos logrado triplicar el tamaño para que pudiera guardar el equipo y las
camionetas de la compañía. El año después de eso, estaba tan amontonado que
Molly sugirió que construyéramos una verdadera oficina para que ella pudiera salir
de la habitación que habíamos convertido en oficina/armario de almacenamiento.
En la entrada de la propiedad, habíamos puesto un pequeño edificio de dos
pisos. Las oficinas y una pequeña sala de conferencias se encontraban en la planta
baja. En la parte de atrás se encontraba una escalera que te llevaba a un pequeño
salón en el segundo piso.
Habíamos planeado que el pequeño salón en la oficina lo usaran los empleados
para relajarse y tener reuniones informales. Molly había querido un lugar “relajado”
para que los niños jugaran cuando fuera que estuviéramos aquí juntos, al igual que
un baño.
Ninguno de los dos había planeado que el salón, con el sillón y la cocineta, se
volvería mi departamento cuando me fui de la casa. Ninguna de los dos planeó que
no trabajaríamos juntos en Alcott por años.
Salí por una de las puertas abiertas de la tienda y miré alrededor. En su
mayoría se encontraba despejado con excepción del equipo más grande, como dos
mini cargadores que no salían todos los días. Los equipos de podado se habían ido
hace horas. El último equipo de jardinería se encontraba en el patio, cargando un
árbol que había llegado ayer del vivero.
Usábamos el jardín como área de preparación, haciendo que los proveedores
trajeran las cosas aquí en lugar de los sitios individuales de trabajo. Había árboles y
arbustos en una esquina. En una esquina alejada de la propiedad manteníamos las
rocas y pilas de grava junto con el musgo y el abono.
—Hola Finn. —Uno de los chicos salió del baño, subiéndose la cremallera del
pantalón.
—Hola, ¿ya te vas?
—Síp. Estamos terminando de cargar. Nos vemos. —Sus pasos hicieron eco en
las paredes y techo de metal antes que saliera hacia la luz del sol.
Respiré profundamente saboreando el olor de tierra y aceite. No salía aquí
seguido. Pasaba la mayor parte de mi tiempo en la oficina. Pero esto… esta era la
razón por la que había iniciado Alcott. Tenía que encontrar la manera de pasar más
tiempo en el fresco aire de verano, y no bajo las ventilas de mi aire acondicionado.
Giré lentamente, admirando todo a mi alrededor.
Habíamos construido tanto. Nunca hubiera pensado que esto sería posible sin
Molly soñando a mi lado. Ella me había apoyado por completo al inicio. Ella lo había 77
soportado, trabajando largas horas. Había sido únicamente después que tuvimos a
Kali que ella había retrocedido.
Cuando una brisa del exterior entró a la tienda, una duda llegó a mí.
¿Le quite esto? ¿Molly sintió que la aparté del negocio porque sugerí que se
quedara en casa con los niños?
Había pensado que sería la vida más fácil si se quedaba en casa y no trabajando.
Pero mientras pensaba, no podía recordar haberle preguntado qué era lo que había
querido. Cuando no lo discutió, asumí que quería lo mismo, como el jardín que
aprendí solo una década más tarde que odiaba.
Ella amaba Alcott, o solía hacerlo.
Molly no había estado aquí en años. La última vez que recordaba haberla visto
en la propiedad fue antes del divorcio.
¿Me estaba perdiendo de algo? ¿Por qué Molly no había entrado a mi casa?
¿Por qué no venía aquí?
A los divorciados se les permitía el alivio de responder esa clase de preguntas.
De iniciar conversaciones que probablemente causarían dolor.
Hasta que comenzaban a dormir juntos.
Ahora, esas preguntas se encontrarían constantemente en mi mente. Estaban
suplicando respuestas que dudaba quisiera saber. Di un paso hacia afuera, y por
primera vez, el aire fresco no me ofreció ninguna clase de paz.
La última camioneta en el patio salió, dos chicos se encontraban al frente,
mientras Lena, otra líder de equipo, se alejaba. Ella sonrió mientras paraba junto a
mí.
Dios, quería ir con ellos. Correr y saltar en la parte trasera de esa camioneta y
perderme en un día de junio. Olvidar las preguntas, dudas y solo… trabajar.
Pero la oficina me llamaba. Las cuentas y los horarios no podían ser ignorados.
Así que regresé al interior, conformándome con abrir la ventana de mi oficina como
la única cosa que me ligaba al trabajo que en realidad amaba.
Mentalmente agregué a un gerente comercial a mi lista de empleados
potenciales.
Poppy había sido brillante en contratar a Molly para manejar ese lado del
negocio en el restaurante. Le permitía a mi hermana estar en la cocina, haciendo lo
que amaba. Necesitaba a una Molly que manejara Alcott. Excepto que había tenido
a Molly manejando Alcott y luego se fue.
¿O yo la había alejado? 78
Logré pagar tres cuentas antes que las campanas en la puerta del frente
volvieran a sonar. Agaché la cabeza, suspirando largamente. Las posibilidades de
que saliera a tiempo para ir a casa de Molly estaban disminuyendo con cada
interrupción.
Los pasos en el pasillo eran dudosos. Probablemente se trataba de algún cliente
o un nuevo cliente potencial que venía a visitar. Con suerte pasarían el tiempo
suficiente viendo las fotografías del pasillo de nuestros proyectos pasados y me
regalarían un minuto más.
—En la parte de atrás —dije en voz alta, terminando de pagar una última
cuenta.
Acababa de presionar el botón de enviar cuando Molly apareció en el marco
de la puerta.
—Hola.
Miré dos veces.
—Hola. ¿Qué haces aquí? ¿Todo está bien con los niños?
—Ellos están bien. ¿Tienes un segundo?
—Sí. —Me levanté mientras cruzaba la habitación—. ¿Quieres agua? ¿O café?
—No, gracias. —Se sentó en una de las sillas frente a mi escritorio y presiono
su bolso en su regazo mirando alrededor de la oficina—. No ha cambiado mucho
por aquí.
Sonreí y me senté.
—No, supongo que no. Hace poco estaba pensando en que no habías estado
aquí en un largo tiempo.
Sus ajos bajaron a la orilla del escritorio.
—Ha pasado un tiempo.
—¿Estas segura que todo se encuentra bien?
—¿Por qué las enviaste?
—¿Enviar qué?
Levantó la mirada.
—Las cartas.
¿Cartas? Enviábamos cartas a nuestros clientes en marzo recordándoles que ya
se acercaba la temporada de poda. Bridget había sido ambiciosa la navidad pasada
y envió tarjetas de navidad. Pero fuera de esas, no podía pensar en nada más que le
hubiera enviado a Molly. 79
—¿Qué cartas?
Apretó los dientes y buscó en su bolso. Luego sacó dos sobres.
—Estas cartas.
Estiré la mano sobre el escritorio y tomé una carta de su mano. La letra en el
sobre no era mía.
—Estas no son mías.
Molly no dijo ni una palabra mientras sacaba el papel doblado de una de ellas.
En el segundo en que el papel rayado se encontró en mi mano, una sensación de
incomodidad se formó en mi estómago. Había algo familiar en estas. Abrí las
esquinas y la sensación de hundimiento se convirtió en una roca.
—¿De dónde sacaste esto? —Nadie, en especial Molly, se suponía vería estas
cartas.
—Llegó la semana pasada.
—¿La semana pasada?
—La otra llegó hoy.
Abrí el otro sobre como un loco, sacando el papel y alisándolo. Era la carta que
había escrito la noche antes de proponerle matrimonio.
Oh, mierda.
—¿Cómo conseguiste esto?
—¿Qué quieres decir con “como las conseguí”? —dijo Molly molesta—. Tú me
las enviaste. ¿Por qué?
—No te las envié.
La palabra mentiroso estaba escrita en su rostro.
—Molly, de verdad yo no las envié.
—¿Pero las escribiste?
Asentí.
—Sí, yo las escribí. —Para mí. Nunca había tenido la intención de darle estas
cartas a Molly.
—No lo entiendo. —Se hundió más en la silla—. Tú escribiste estas, ¿pero no
me las enviaste? ¿Entonces cómo llegaron a mi buzón?
—No lo sé. —Deslicé una mano sobre mi rostro, frotando mi mandíbula. Las
cartas estaban en mi armario, o e suponía estaban ahí, en una caja que no había 80
abierto en años. La última vez fue cuando terminó el divorcio. Había dejado mi
anillo de bodas ahí, la había ocultado en la parte de arriba y pretendido que no
existían.
—¿Realmente no fuiste tú? —preguntó Molly.
—Realmente no fui yo.
—Oh. —Algo cruzó en su rostro, pero antes que pudiera entender de qué se
trataba, se había levantado de su silla. Su cabello moviéndose sobre sus hombros,
mientras corría fuera de la oficina y el pasillo.
—Molly. —Me levanté y fui tras ella, pero era demasiado tarde. Ya había
volado por la puerta delantera.
—Voy tarde al trabajo —gritó antes de subirse a su Jeep y salir corriendo de la
propiedad.
—Qué demo… —Busqué mi teléfono en el bolsillo, buscando su nombre. No
podía dejarme así. Teníamos que resolver esto. Teníamos que encontrar quién estaba
enviando mis cartas.
Mis cartas. Ella había recibido dos.
Había más.
Muchas más.
Mis rodillas se debilitaron. Alguien había encontrado mis cartas. Alguien se las
estaba enviando a Molly.
Las recordé, cada una de mis cartas.
—No. Oh, mierda. No.
Giré en mis talones y corrí a mi oficina. Tomé las llaves del escritorio junto con
mis lentes, luego salí corriendo, cerrando la oficina antes de correr a mi camioneta.
Rompí todo límite de velocidad en mi carrera a casa.
Entré corriendo, apresurándome a mi closet y a la caja en la parte de arriba.
Estaba exactamente en el mismo lugar que siempre. No parecía que alguien hubiera
entrado a casa y se hubiera robado mi posesión más personal.
—Por favor que estén aquí.
La bajé, lanzando la tapa al suelo. Luego el miedo se volvió realidad. No solo
faltaban dos cartas. Todas habían desaparecido. Lo único que se mantenía era mi
anillo de boda junto con la foto de Molly y mía besándonos después de que el pastor
nos declaró marido y mujer.
La caja cayó de mi agarre con un suave sonido en la alfombra. El anillo rodó y
se perdió entre un par de zapatillas deportivas. 81
Todas las cartas que había escrito ya no estaban. Cartas que había escrito en el
periodo de casi una década. Las dos que Molly había recibido eran buenas, escritas
en una época en la que éramos felices.
Pero había más.
Si alguien estaba enviando mis cartas, era solo cuestión de tiempo antes que
recibiera las que debí de haber quemado. Las que eran crueles y furiosas. Las que
nunca debí de haber escrito en primer lugar y que nunca debí de haber conservado.
—Mierda. —Golpeé la pared, luego retrocedí del armario hasta que mis
rodillas golpearon la cama y colapsara en la orilla.
Tenía que encontrar quién las estaba enviando y detenerlo.
Rápido.
Molly

—¿Q
ué pasa? —me preguntó Randall mientras dejaba su
postre y una cuchara limpia.
—Nada —mentí.
Frunció el ceño.
—Ese es mi tercer postre de cereza crujiente. Normalmente solo me dejas comer
dos antes del almuerzo.
—Tal vez me siento generosa hoy. 82
—Tal vez. Pero todavía hay algo que te molesta.
Me apoyé contra el mostrador.
—Tal vez lo hay.
Esta mañana había sido una montaña rusa. Primero, me desperté feliz porque
Finn había estado en mi cama. Se había apresurado a salir temprano para que los
niños no lo vieran, como había hecho después de todas nuestras noches juntos.
Pero esta mañana fue diferente. Me había besado antes de irse. Un beso largo
y lento que me dejó sin aliento y puso una sonrisa soñadora en mi rostro. Había
sonreído mientras me duchaba y me vestía. Sonreí mientras preparaba el desayuno
de los niños. Sonreí mientras me detenía en el buzón.
Entonces encontré la carta.
Adiós, sonrisa. Hola, lágrimas
Fue una hazaña de pura fuerza de voluntad secarlas y mantener más a raya
mientras conducía a los niños a la escuela. Si no fuera por su emoción extrema
durante el último día de clases, habrían notado mis ojos enrojecidos y las mejillas
manchadas.
No fueron solo las palabras o la repentina aparición de su carta lo que me
sacudió. Estaba leyendo las palabras y siendo arrojada hacia atrás en el tiempo.
Finn había estado tan nervioso esa noche. Una vez que descubrimos que
compartíamos un cumpleaños, nuestras celebraciones habían sido celebradas juntas.
Normalmente planeábamos una fiesta con amigos o una cena especial en un
restaurante genial. Llevábamos juntos dos años y medio en ese momento, así que no
esperaba que nuestra celebración de cumpleaños fuera diferente.
Pero Finn insistió en que pasáramos la noche solos. Preparó la cena, aunque
sospechaba que Poppy tenía algo que ver. Admitió completamente que ella era
responsable de la tarta de cumpleaños.
Después de comer nuestra lasaña, sacó la creación de doble capa y doble
chocolate. En lugar de un montón de velas para que ambos apagáramos, solo había
una. Era blanca. En su base había un anillo de diamantes.
Finn se arrodilló y me pidió que me casara con él. Inmediatamente dije que sí.
Estaba tan emocionada de ver el anillo en mi dedo, lo deslizó, con glaseado de
chocolate y todo.
Nos casamos dos meses después.
No vivimos juntos antes de la ceremonia porque quería guardar el baño 83
compartido, el armario compartido y el espacio compartido con mi esposo, por lo
que nuestro compromiso fue breve. Todavía me quedaba un mes de mi último año
cuando nos casamos en abril en una ceremonia pequeña y simple, para
consternación de mi madre. Poppy fue mi dama de honor. Jamie fue el padrino de
Finn.
Me mudé a su departamento, pasé el mes siguiente terminando la escuela,
luego me puse mi toga y birrete para graduarme antes de tomar un campamento de
fin de semana de luna de miel. Apenas salimos de la tienda.
Esos habían sido algunos de los días más felices de mi vida. Por eso la carta me
hizo llorar. ¿Esas lágrimas? Eran pena. Dolor por una vida que había pasado hace
mucho tiempo.
—¿Vas a decirme qué está mal o debería adivinar? —preguntó Randall.
—No lo adivines. —Caminé alrededor del mostrador y tomé el taburete vacío
de Jimmy. Jimmy no había venido a El Maysen Jar esta mañana porque tenía un
resfriado de verano. Había estado evitando a todos durante tres días, convencido de
que era contagioso.
El restaurante estaba vacío, excepto por dos personas en los rincones opuestos
que tenían audífonos y estaban trabajando en computadoras portátiles. La única que
trabajaba era yo. Poppy se estaba tomando un día libre para inscribir a los niños en
las clases de natación de verano y luego pasar un día especial con ellos. Rayna nos
abrió, pero se fue poco después que yo llegara. Entonces, estuve aquí sola hasta las
tres, cuando Dora entrara para el turno de la noche.
Si iba a confesar, ahora era el momento.
—Esto se queda entre nosotros —le dije a Randall.
—No tienes que decirlo.
—Estoy acostándome con Finn. —Solté esas palabras y un gran peso me salió
de los hombros. Fue liberador, a pesar que Randall no estaba contento. No pudo
reprimir el tic en su mandíbula—. Sé que no te gusta mucho.
—El hombre es un tonto por dejarte ir.
Mi corazón.
—Esa podría ser la cosa más linda que me hayas dicho.
—Es la verdad. Es un tonto. Y tú también.
Bueno. Eso no fue tan agradable.
—Ahí está el Randall que conozco y amo. Me preocupaba que te estuvieras
ablandando. 84
No se rio de mi broma.
—¿Qué estás pensando?
—No sé si lo estoy —admití—. Simplemente sucedió y no hemos hablado de
eso. Él es… Finn. Es el padre de mis hijos. Estuve enamorado de él por años. Esos
sentimientos no se apagaron simplemente el día que firmamos nuestros papeles de
divorcio. Hay historia allí.
Randall hundió la cuchara en su tarta y dio un gran mordisco.
—¿Alguna vez te dije que estuve divorciado?
—Eh, no.
Randall no hablaba mucho sobre su vida, ni siquiera después de sentarse en
ese taburete durante casi seis años. Sabía que de joven había ayudado a construir
este edificio. Era de Bozeman y había vivido aquí toda su vida, como yo.
Había elegido vender su casa años atrás y mudarse a The Rainbow porque era
más fácil. Afirmó que era por el equipo de limpieza y los alimentos en el lugar. Creo
que se había sentido solo, algo que nunca admitiría.
Pero nunca supe que se había casado.
—Estuve casado durante veintiún años. Mi esposa y yo nunca tuvimos hijos,
así que solo éramos nosotros dos. Veintiún años, y luego un día nos dimos cuenta
que éramos miserables juntos. Pero nunca dejé de amarla.
—¿Ella te amaba?
—Así es. Yo diría que ya no lo hace. Hablo con ella un par de veces al mes. Se
mudó a Arizona porque odia la nieve.
—¿Cuál es su nombre?
—Mary James.
James. Ella había mantenido su apellido. Todo lo que quería hacer era darle un
abrazo a este maravilloso hombre, pero mantuve mi asiento. Escuché porque había
una razón por la que se estaba abriendo.
—Lo que pasa con el divorcio es que no siempre hay un error. Una bomba
nuclear arrojada sobre una pareja que destruye su matrimonio. A veces, te arrastra
lentamente. Y un día, la comprensión golpea y todo lo que sabes es que ya no quieres
estar casado. Tal vez una bomba nuclear hubiera sido mejor que morir lentamente
quemándose. Tal vez eso no te haga sentir como un fracaso. Te mata rendirte, pero
sabes que es la decisión correcta. Porque si continúas, te odiarás. Por eso Mary y yo
nos detuvimos. Porque no quería odiarla. No quería que ella me odiara. 85
El aire dejó mis pulmones. Randall se sentaba aquí casi todos los días y no sabía
cuán cercana era su historia a la mía. Alguien que realmente entendía.
—No sé lo que estoy haciendo con Finn —susurré.
—Si tuviera que adivinar, diría que ustedes dos tienen más amor que yo y
Mary. Puede que incluso les quede algo de pasión. Eso está todo bien. Pero te
divorciaste por una razón. Probablemente más de una. ¿Se han ido esas razones?
—No. —Esas razones todavía estaban allí, flotando bajo la superficie—. Me ha
estado enviando cartas. —Bueno, alguien me estaba enviando sus cartas.
—¿Qué tipo de cartas?
—Solo ha habido dos, pero ambas son de hace años. La primera la escribió
después de nuestra primera cita. La segunda fue escrita la noche antes de que me
pidiera matrimonio.
—Y están provocando sentimientos —supuso.
Asentí.
—Yo era feliz. Éramos felices.
—Y no lo eres ahora.
—No, soy feliz. Pero no es lo mismo. No es tan profundo.
Randall dio otro mordisco, masticando lo más lentamente posible. Luego lo
hizo de nuevo. Estaba segura que había un punto en su silencio, y eventualmente lo
entregaría, así que me senté y esperé.
Finalmente habló.
—Ese chico fue terrible contigo cuando empecé a venir aquí.
—Lo sé. Pero estaba herido.
—Siempre lo defiendes —se quejó—. El hombre era un imbécil y no te lo
merecías.
No, sí me lo merecía. Pero no iba a ampliar los detalles sucios con Randall. Finn
había estado actuando por dolor. Los silencios, las miradas sin expresión. Me había
ganado todas y cada una.
—No ha actuado así en mucho tiempo —dije.
—Sigue siendo un tonto.
—Gracias. —Golpeé su hombro con el mío—. Lamento lo de tu esposa.
Se encogió de hombros.
—Ha sido un largo tiempo. Y no vayas a cotillear sobre esto. No necesito que 86
todos metan sus narices en mis asuntos. Es historia antigua.
—Tu secreto está a salvo conmigo.
—No es un secreto —murmuró—. Simplemente no quiero hablar de eso.
—Entendido. No es un secreto Pero mantendré la boca cerrada.
—Claro.
Randall terminó su postre mientras yo me sentaba a su lado. Cuando terminó,
se puso la gorra de conducir y recogió su bastón.
—Mejor me voy a casa. Veré a Jimmy. El bebé grande cree que tiene la maldita
plaga en lugar de solo una nariz que moquea.
—Déjame enviarle algunas cosas contigo. —Salté de mi taburete y corrí
alrededor del mostrador para llenar una bolsa de papel con sopa de pollo con fideos
y algunas tartas de manzana—. Esto es para Jimmy. Puedes tomar una de estas
tartas. Son dos para él. Y voy a comprobar que las reciba a ambas.
—Bien. —Frunció el ceño. Sin otra palabra, tomó la bolsa y se volvió,
arrastrando los pies hacia la puerta.
—¿Randall? —lo llamé antes que pudiera irse. Hizo una pausa, pero no
retrocedió—. Gracias.
Levantó el bastón en reconocimiento mientras continuaba hacia la puerta.
Recorrí rápidamente el restaurante, revisé a los otros dos clientes y preparé
café para una mujer que vino a pedir comida para llevar. Luego me instalé en el
mostrador, mi bolso bajo mis pies.
Normalmente, guardaba mi bolso en la oficina, pero hoy lo había sacado al
frente por la carta. Con cuidado, la saqué para leerla de nuevo.
No hubo lágrimas esta vez. Me sentí más insensible que triste. Era la misma
sensación que había tenido al entrar en Alcott Landscaping. No había pisado allí en
años, no desde esa noche. Fue espeluznante, como volver a la escena de un crimen.
Pero tenía que enfrentar a Finn. Había reunido el coraje porque necesitaba
saber por qué había enviado las cartas. Una podría ignorarla. ¿Pero dos? Imposible.
La esperanza era algo gracioso. Había pasado seis años ahogándola.
Pisoteándola para que estuviera bien muerta. Pero esa segunda carta había
despertado mis esperanzas a la vida.
¿Pensaba que había una oportunidad para nosotros otra vez? ¿Quería
intentarlo? 87
Randall tenía razón. Era una tonta.
Finn no había enviado esas cartas. Las había escondido. Había escrito sus
sentimientos en papel no para compartir, sino para vivir en una caja o carpeta o
donde sea que las hubiera guardado todos estos años.
Estaba enojada con Finn por esconderlas. Más aún, estaba enojada conmigo
misma por creer que me quería de nuevo para algo más que un revolcón en su cama
anterior.
Doblé la carta y la guardé. El bote de basura al lado de mis pies era tentador,
pero no pude tirarla. En esas páginas, escritas con tinta azul, había felicidad. Tal vez
algún día Kali quiera leerlas. Tal vez Max quisiera saber el tipo de cosas que su padre
había sentido por su madre. Las guardaría para los niños. Pondría las cartas en un
lugar seguro y cruzaría los dedos para que fueran las dos únicas.
Si Finn no las enviaba, ¿quién las ponía en mi buzón? Apostaba mi dinero por
Poppy. Tal vez pensó que nos volvería a unir. O a Rayna. Mañana cuando
estuviéramos todas juntas, preguntaría. Me aseguraría que sus esperanzas fueran
tan aplastadas como las mías.
Un cliente entró por la puerta, seguido por otro. La prisa del almuerzo estaba
comenzando, salvándome de mis pensamientos, y trabajé con una sonrisa,
repitiendo la historia de Randall en mi cabeza cien veces.
Me había dado una perspectiva diferente sobre el divorcio. Finn y yo nos
habíamos rendido en el momento adecuado, antes que nuestra ira y frustración
mutuas se convirtieran en odio.
Los últimos seis años han sido buenos para mí. Encontré el yo que había
perdido cuando le di todo a Finn.
Había trabajado para su negocio. Había vivido según su horario. Había ido de
excursión y cortado el césped. No había hecho lo suficiente por mí misma durante
nuestro matrimonio. Y en el momento de nuestra separación, había sido una madre
ama de casa que se había perdido en la vida de sus seres queridos.
Pasar noches sola mientras Finn tenía a los niños me había dado muchas horas
para pensar. Reflexionar. Y para cambiar.
Había trabajado en mí durante los últimos seis años. Era una madre. Una
gerente de un negocio. Amante del vino tinto. Una enemiga del arroz pilaf.
Disfrutaba ir al cine sola, y derrochaba en un pote de helado de masa de galletas
Häagen-Dazs una vez al mes. Solo iba a lugares que me hacían feliz. Me mantenía
alejada de lugares que me entristecían, como Alcott Landscaping y la casa de Finn.
88
Puse límites para evitar lo feo. Abracé lo bello.
Encontré a Molly sin Finn.
Esta vez, la estaba agarrando con fuerza. Ella era demasiado importante para
perderla de nuevo.
Trabajé toda la tarde, y cuando dejé el restaurante en manos de Dora para la
noche, conduje para recoger a los niños con un corazón más ligero.
Max y Kali bailaron salvajemente, agitando los brazos con brillantes sonrisas
mientras corrían hacia el Jeep. No hubo un segundo de silencio en el camino porque
ambos estaban muy entusiasmados con sus planes de verano.
En el momento en que vieron la camioneta de Finn, la emoción se disparó.
La mía se derrumbó. Estaba en un lugar mejor de lo que había estado esta
mañana, pero aun así podría usar un descanso de Finn. Necesitaba algunas noches
para levantar algunas paredes. Prepararme para esos nervios que siempre venían al
ver su hermoso rostro.
Maldita sea, nerviosismo.
—¡Papá! —gritó Max desde la ventana del auto—. ¿Estamos trabajando esta
noche?
—Si estás preparado para ello.
Max aplaudió una vez y luego señaló el garaje.
—Iré por mis guantes.
Lo tomé como mi señal para parar y estacionar. Los niños salieron y se
encontraron con Finn en el parachoques.
—Hola, papá. —Kali le sonrió y luego siguió a Max para recoger sus guantes
de un estante en la pared del garaje.
Dejándonos a Finn y a mí solos.
—¿Podrías enviarme un mensaje de texto o algo antes de venir? —Eso salió
más amargo de lo que había planeado. Oh, bien.
—Lo siento. —Finn bajó la cabeza—. No quiero dejar el patio desordenado.
Empecé todo esto. Necesito terminarlo.
—Bien. —Crucé los brazos sobre mi pecho—. Pero agradecería un aviso en caso
de que tenga planes.
Ambos sabíamos que no tenía planes, pero estaba luchando por volver a 89
ponerlo en su lugar. Nos divorciamos. Los ex esposos llamaban antes de venir. Los
ex esposos no compartían cenas. Los ex esposos no dormían en la misma cama que
sus ex esposas.
—Molly, tenemos que hablar sobre las cartas.
—No ahora.
Los niños regresaron corriendo, sus sonrisas imposibles de ignorar. Les
encantaba tener a Finn aquí por la noche. Les encantaba la atención de ambos padres.
¿Estábamos enviando el mensaje equivocado? ¿Pensaron que estábamos
volviendo a estar juntos?
—Chicos, tienen un par de horas para trabajar con su papá, entonces él necesita
irse.
Finn frunció el ceño y las sonrisas en los rostros de los niños desaparecieron.
—¿No puedes quedarte a cenar esta noche, papá? —preguntó Max.
—Yo, eh… —Finn se frotó la nuca y me dirigió una mirada.
—No, no esta noche.
—¿Por qué? —Kali entrecerró la mirada en la cara de su padre—. ¿Tienes una
cita o algo así?
—Nada de citas. Solo tengo algunas cosas que hacer en casa.
—¿Qué cosas? —La expresión en la cara de Kali era una que había visto muchas
veces antes. Mi niña era terca, y hasta que Finn le diera una respuesta que ella
considerara aceptable, lo cansaría con preguntas. No se iba con rodeos.
—Solo cosas, Kali. Así que vamos a por ello. —Se volvió y dio un paso, pero su
respuesta no había sido aprobada.
Kali cruzó los brazos sobre su pecho, reflejando mi postura.
—Es el último día de clases. Hemos tenido, como, el mejor día de todos. Podrías
quedarte con nosotros y no arruinarlo.
Puse los ojos en blanco.
—Bajemos el tono del drama.
Apretó la mandíbula y me lanzó una mirada fulminante.
—Vamos, papá —rogó Max—. Podríamos pedir pizza de nuevo.
—Es tu mamá… —Se detuvo cuando mis ojos se abrieron. No había forma de
que me estuviera metiendo en esto, no cuando no había pedido que viniera en 90
primer lugar—. Les diré qué, muchachos. Necesitamos arrastrar esa corteza en la
esquina, y luego podemos nivelar el suelo para el césped. ¿Qué tal si ustedes dos
comienzan a cargar la corteza en la carretilla mientras hablo con su madre?
Max asintió, inmediatamente yendo a trabajar. Kali mantuvo los brazos
cruzados sobre su pecho mientras cruzaba el césped para reunirse con su hermano.
—No me quedaré a cenar —dijo—. Me aseguraré de que los niños sepan que
es mi elección, no la tuya.
—Gracias. —Dejé caer mis brazos—. Necesito un poco de espacio.
—Tómalo. Los niños y yo trabajaremos aquí. Puedes desaparecer adentro.
Cuando hayamos terminado, me iré. Pero, Molly. —Finn se acercó, su fresco aroma
llenó mi nariz mientras bajaba la voz para hablar en voz baja—. Más temprano que
tarde, tenemos que hablar sobre las cartas.
—Estoy de acuerdo, pero no esta noche.
—Es mi fin de semana con los niños. ¿Y si vienes una noche y hablamos en mi
casa?
No está pasando.
—Podemos hablar un día en el restaurante.
—Bien. Hablaremos en el restaurante sobre todo. Las cartas. El sexo La razón
por la que no pisarás mi casa.
Hice una mueca.
—No creíste que me diera cuenta, ¿verdad?
—No —murmuré. Nunca había dicho nada antes sobre mi aversión a cruzar
su umbral.
—Papá, estamos listos —gritó Max.
Finn suspiró y fijó sus ojos con los míos.
—Hablaremos más tarde.
Para entonces, será mejor que controle mis emociones. Lo que Finn y yo
necesitábamos era una conversación adulta, y con la forma en que mi corazón se
aceleraba y mi temperamento se aceleraba, no había forma de que algo racional
saliera de mi boca.
Me retiré adentro y pasé treinta minutos ordenando. Cada vez que caminaba
por una ventana, echaba un vistazo afuera.
Los niños estaban sonriendo. Finn también lo estaba. La suya era amplia y
brillante, llena de orgullo y entusiasmo mientras enseñaba a los niños. 91
Esas sonrisas me debilitaron. Él ponía mi temperamento en hielo.
Finn me sorprendió mirando desde la ventana y sonrió. Era la misma sonrisa
que me había mostrado en nuestra primera cita, la que era despreocupada y segura
y tan irritantemente perdonable.
Esa sonrisa fue la razón por la que caminé hacia el mostrador de la cocina para
sacar mi teléfono de mi bolso.
Y pedí pizza… suficiente para cuatro.

—Están muertos. —Me uní a Finn en el sofá de la sala, asegurándome de dejar


suficiente espacio entre nosotros.
—Gracias por dejarme quedarme a cenar y pasar el rato con los niños.
—De nada. Gracias por todo el trabajo que hiciste en el patio.
Se inclinó hacia delante en el sofá, con los antebrazos apoyados en los muslos.
Había usado jeans esta noche, un viejo par deshilachado en los dobladillos. Se habían
desgastado por tantas lavadas y estaban gastados en las rodillas. Se había quitado
los zapatos, descansando en la sala con los pies descalzos como si viviera aquí.
—Creo que deberías irte.
—No quiero irme.
—No puedes quedarte.
—¿Por qué?
Lo miré boquiabierto.
—Porque estamos divorciados.
—Quedarme no cambia ese hecho.
—Entonces porque es una tontería. —Desde que Randall había dicho esa
palabra, se me había quedado en la cabeza.
—Probablemente. —Finn se rio entre dientes y se levantó del sofá. Luego
extendió la mano. 92
Me alejé, hundiéndome más en el sofá.
Se rio de nuevo, luego se inclinó y quitó mi mano de mi regazo tan rápido que
ni siquiera tuve tiempo de parpadear antes que me levantara del sofá.
—Finn. —Tiré de mi mano, tratando de liberarme, pero la apretó con fuerza
mientras me arrastraba por el pasillo hacia mi habitación.
Cuando los dos estábamos adentro, me dejó ir y cerró la puerta.
Fui hasta el extremo de la cama y me senté.
—No es por eso que te invité a quedarte a cenar.
—Lo sé. —Se sentó a mi lado—. Y voy a irme en unos minutos. Pero tenemos
que hablar sobre las cartas.
—No quiero hablar de las cartas.
—¿Por qué no?
—Porque… porque no las enviaste.
Su cuerpo se desplomó, su ancho hombro apoyado en el mío.
—Lo siento, Molly.
—¿Por qué no las enviaste? —Sobre todo, quería saber por qué había elegido
ocultar esas hermosas cartas en lugar de dármelas en algún lugar del camino.
—Muchas razones. Te las escribí, pero eran más para mí, si eso tiene sentido.
Una manera para que yo pudiera juntar mis pensamientos.
Eso tenía sentido, especialmente teniendo en cuenta las cartas reales. Si me
hubiera enviado la primera después de nuestra primera cita, me habría asustado.
Después de una cita, era extraño saber que querías casarte con alguien. ¿No era así?
Aunque no se sintió extraño. Se sentía… como nosotros.
Su explicación también tenía sentido para la carta de la propuesta. No me había
dicho esas palabras la noche que se había propuesto, pero pude ver por qué querría
tener sus pensamientos escondidos. Por qué querría usar la carta como una prueba
en seco antes de pedirle a alguien que se convierta en tu esposa.
—¿Hay más?
—Sí.
—¿Cuántas?
Dudó.
—Unas pocas. Tal vez seis o siete. No me acuerdo.
Si la persona que envió las dos primeras planeaba continuar, supongo que
93
eventualmente lo averiguaría.
—¿Sabes quién podría estar enviándolas?
—Tengo mis sospechas —se quejó.
—Yo también.
Nos sentamos en silencio por unos momentos, su brazo presionado contra mí.
El calor de su piel se fundió con el mío, calentándome hasta la médula. Ese calor era
la razón por la que deberíamos habernos quedado en el sofá.
—Será mejor que te vayas —le susurré.
Asintió, pero no hizo un movimiento para ponerse de pie.
—Finn.
Bajó la mirada hacia mí.
—No quiero irme.
—Dijiste que te irías en unos minutos.
—Mentí.
Odiaba lo bien que se sentía esa palabra.
—¿Qué estamos haciendo?
Finn levantó su otra mano y la llevó a mi rostro. Ahuecó mi mandíbula, luego
deslizó su palma hacia atrás hasta que sus dedos pasaron por mi cabello.
—Ser tontos.
Nuestros labios chocaron mientras ambos nos movíamos. Yo, en sus brazos. Él,
hacia atrás, llevándonos más arriba en la cama.
Su lengua barrió dentro de mi boca, explorando. La mía se retorció y se enredó
con la suya, saboreando todo lo que era Finn hasta que se separó para dejar besos
calientes y húmedos por mi cuello.
—No quiero irme. —Sus dedos se envolvieron alrededor del dobladillo de mi
camiseta subiéndola por mis costillas.
—No te vayas. —Jadeé, mis propios dedos alcanzando el botón de sus jeans.
En cuanto estuvo libre, deslicé la cremallera. La erección de Finn palpitó dentro de
sus calzoncillos bóxer.
Antes que pudiera meter mi mano dentro, Finn me subió la camisa por encima
de la cabeza y me obligó a alejar mis brazos. Con un movimiento de su muñeca, el
sujetador de encaje azul que me había puesto esta mañana, el que sabía que le
gustaría, se había ido. 94
Finn se incorporó lo suficiente como para quitarse su propia camiseta, y luego
estrelló nuestros labios una vez más.
Mis pezones alcanzaron su punto máximo contra el firme plano de su pecho,
el poco vello rojo oscuro les hizo cosquillas y envió una oleada de deseo a mi núcleo.
Y olvidé las muchas razones racionales por las que no deberíamos estar haciendo
esto.
Simplemente nos desnudábamos hasta que Finn me hizo rodar sobre mi
espalda y se acomodó entre mis muslos. Mis caderas acunaron las suyas. Mis brazos
se enrollaron alrededor de su cintura, manteniéndonos juntos mientras se movía
dentro de mí.
Mis ojos se cerraron, mi respiración se cortó por la sensación de él llenando los
vacíos que había ignorado por tanto tiempo. Aquí, en este lugar, todo tenía sentido.
Nada fue descuidado. Aquí, juntos, era como retroceder en el tiempo. Viajamos a los
días en que esas cartas estaban siendo escritas. Para cuando la felicidad irradiaba a
nuestro alrededor.
Cuando nos perdíamos el uno en el otro, el resto del mundo se volvía borroso.
Finn y yo estábamos tan perdidos que ninguno de nosotros notó a la persona
afuera.
La persona dejando otra carta en mi buzón.

95
Molly,

Esta noche me dijiste que querías posponer la boda. Eso fue justo antes que me pidieras
que dejara tu departamento para que pudieras tener algo de espacio. Nos vamos a casar la
próxima semana y necesitas espacio. Nos vamos a casar la próxima semana y quieres
posponer nuestra boda porque tu madre te ha convencido de que es demasiado pronto. Hemos
estado saliendo durante dos años y medio, ¿y es demasiado pronto para casarnos? ¿Qué
mierda?
No he dicho nada sobre la boda. Te dije que hicieras lo que quisieras, que todo lo que me
importaba era que al final del día, serías mi esposa. Pero he cambiado de opinión. Ahora quiero
algo. Quiero que dejes de escuchar las palabras tóxicas que salen de la boca de tu madre.
Quiero que dejes de permitir que su veneno se filtre en nuestra vida. Quiero que dejes de
96
dudar de mí. Qué dejes de dudar de nosotros.
Es nuestra vida, Molly. Tú y yo. Y cada vez que tienes una de tus “sesiones” con ella,
te hace nudos. Dice que podría no amarte lo suficiente. Dice que eventualmente podría mirar
a otras mujeres a tus espaldas. Dice que nuestro matrimonio podría alejarte de tus propios
sueños.
Todo es una mierda. Lo sé. Tú lo sabes. Ella lo sabe.
Ella sabe que eres el amor de mi vida. Sabe que eres la única mujer que veo y siempre
lo haré. Pero esa mujer me odia. Lo ha hecho desde el primer día. Nada de lo que haga será lo
suficientemente bueno porque cree que puedes hacerlo mejor.
A la mierda eso. Y a la mierda con ella.
Tienes veinticuatro horas de espacio. Eso es todo. No hay una versión de mi futuro en
la que no estés a mi lado. Así que toma tu espacio. Resuélvelo en tu cabeza, como sé que lo
harás. Siempre lo haces. Luego déjalo a un lado. Porque nos vamos a casar la próxima semana.
Y no puedo esperar para llamarte mi esposa.
Te amo.
Tuyo,

Finn

97
Finn

A
brí la puerta de El Maysen Jar y entré, escaneando la habitación. En el
momento en que vi su cara, me giré hacia la puerta.
¿Me había visto?
—Hola, Finn.
Síp. Mierda.
Lentamente me di vuelta, deseando haber mirado más de cerca por las
ventanas del frente antes de entrar. 98
—Hola, Deb.
La madre de Molly apretó los dientes.
—Deborah.
—Claro. —Chasqueé mis dedos—. Deborah.
Durante los primeros ocho años que la conocí, se llamaba Deb. Entonces
decidió que una mujer de su edad no debería usar nombres cortos. Odiaba Deb, así
que la llamaba Deb. Aprovechaba todas las oportunidades para conseguir enfadarla.
Ella hizo lo mismo. Deborah incluso hablaba mal de mis propios hijos.
—¿Ya te vas? —preguntó.
Más bien tratando de escapar.
—Olvidé mi billetera en la camioneta.
Sus ojos se entrecerraron.
—Estoy segura de que mi hija y tu hermana rara vez te hacen pagar.
—Sí, pero me gusta apoyar el negocio.
Deborah hizo un gesto hacia el asiento de enfrente, ordenándome en silencio
que me sentara. Se veía como siempre, tiesa y presumida en su traje de pantalón
negro. Nunca había visto a la mujer en jeans. Tenía el mismo pelo que Molly, pero
mientras su hija dejaba correr esos rizos oscuros, Deb mantenía el suyo corto. Era lo
suficientemente largo para que se pusiera en sus elegantes moños.
Su apariencia gritaba soy mejor, más inteligente y más rica de lo que tú nunca serás.
En otro día, me alejaría de mi ex suegra sin decir una palabra más. Podría
meterse esa silla por el culo por lo que me importaba. Pero hoy, estaba jugando a ser
amable.
Había pasado una semana desde que la última carta había aparecido en el
buzón de Molly, la que había escrito en un momento de extrema frustración antes
de la boda. En esa semana, Molly apenas me había hablado. Si enojaba a Deb, de
ninguna manera Molly estaría dispuesta a hablar hoy.
Su silencio me estaba matando.
Me había disculpado, pero el daño ya estaba hecho. Molly se había alejado la
semana pasada. Se había quedado callada. Algo que yo sabía significaba que estaba
herida.
Me mantuve alejado, dándole algo de espacio. No había ido a la casa a trabajar
en el patio. Tuve a los niños el fin de semana y algunos días de esta semana. Las
noches en que estaban en casa con ella, había programado reuniones nocturnas con 99
Bridget para revisar los diseños para no tener la tentación de ir a casa de Molly.
Pero era el fin de semana otra vez y quería trabajar en el patio, lo cual sería
mucho más fácil si Molly no estuviera esquivando el contacto visual y huyendo de
mí.
Así que aquí estaba, tomando asiento frente a mi ex-suegra para asegurarme
de que no enojaba más a mi ex esposa.
—¿Cómo estás hoy? —le pregunté a Deb.
—Estoy bien. Solo vine a ver a Molly. Ha estado muy ocupada.
Me retorcí en mi silla mientras sus ojos me miraban de arriba a abajo. No había
forma de que Molly le hubiera contado a Deb sobre nosotros, ¿verdad? Por lo que
yo sabía, Molly no le había dicho a nadie sobre nuestra aventura. La última persona
que entendería o tendría algo decente que decir al respecto sería su madre.
—A Molly le gusta estar ocupada. Ella prospera con eso. —Estudié la reacción
de Deb. Si ella sabía de la aventura, no lo estaba mostrando.
—No es mentalmente saludable estar tan estresada.
Ahh. El comentario de ocupada no era sobre la aventura. Se trataba de la
constante necesidad de la doctora Deborah Todd de diseccionar cada una de las
emociones de Molly.
En su mente, no estaba bien tener la gama normal de emociones que vienen
con la vida. Cada vez que Molly estaba preocupada o triste o enfadada, tenían una
sesión para que Deborah pudiera ayudar a ahondar en la raíz de la causa y
diagnosticar una cura. Si Molly no estaba en un constante estado de tranquilidad,
entonces había algo malo con ella.
—No creo que Molly esté estresada. —Como si hubiera escuchado mi señal,
Molly salió de la cocina con una amplia sonrisa en su rostro—. ¿Ves?
Deb miró a su hija, pero no pareció ver la sonrisa.
—Parece cansada.
—Muy bien —dejé salir. No tenía sentido discutir con Deb. La mujer nunca
concedería un punto—. Bueno, voy a ir a saludar.
Me levanté de la silla y me alejé tres pasos de la mesa cuando ella me detuvo
de nuevo.
—Finn, se lo dije a Molly, pero también te lo digo a ti. Ambos necesitan vigilar
a Kali de cerca. 100
Los pelos de mi nuca se me erizaron al girarme.
—¿Qué?
—Estoy preocupada por Kali. Las últimas tres veces que la he visto, ha estado
callada y retraída. Creo que tú y Molly deben considerar ponerla en terapia. Me
preocupa que este comportamiento sea una señal de que puede estar deprimida. Lo
último que queremos es que actúe y haga algo drástico como una llamada de auxilio.
Mis manos se convirtieron en puños.
—Kali es feliz y saludable. No hay nada malo en ella.
—Ella es problemática.
—Ella no es problemática. Es una niña de diez años. Sus estados de ánimo
cambian cada tanto, dependiendo de lo que pasa con sus amigos, sus profesores o
su hermano. Pero es una niña feliz y saludable. Y te lo digo ahora mismo, Deb. Si le
dices algo diferente, si le plantas esas ideas en su cabeza de que no está bien, no
volverás a ver a mi hija. ¿Está claro?
Mi pecho se agitó mientras la mandíbula de Deb se abría. La doctora Deborah
podía diagnosticar a su propia hija todo lo que quisiera, pero mi hija estaba fuera de
los límites. No quería que retorciera a Kali como lo hizo con Molly.
—Simplemente estoy cuidando de Kali —resopló.
—No, estás haciendo tus tonterías de psicología. Eso se detiene. Ahora.
Los ojos de Deb se abrieron de par en par.
—No seré amenazada.
—Esto no es una amenaza. —Me acerqué, y luego hablé alto y claro para que
no hubiera ningún error en mi posición—. No hablarás con Kali sobre
asesoramiento. No hablarás con Kali sobre sus estados de ánimo. No hablarás con
Kali de nada que no sea de lo que Kali quiere hablar. Si me entero de lo contrario,
no la volverás a ver.
—Hola —siseó Molly, corriendo a mi lado—. ¿Qué está pasando? Están
creando una escena.
—Finn está amenazando…
—No es nada —espeté—. Tu madre y yo estábamos llegando a un
entendimiento.
Molly miró de un lado a otro entre nosotros.
—Mamá, ¿se trata de Kali? ¿Se lo dijiste a Finn? Te lo dije. Ella. Está. Bien.
—No estoy de acuerdo. 101
—Ella es… —Molly suspiró para calmarse—. ¿Sabes qué? Aprecio tu
preocupación, y estaré atenta. Ambos lo haremos. Entonces decidiremos qué es lo
mejor para nuestra hija.
Abrí la boca para enfrentarlas a amabas, pero me detuve cuando las palabras
de Molly se hicieron sentir. ¿Realmente se había puesto de mi lado? ¿Contra su
madre? Hice lo que pude para mantener mi expresión neutral, pero era una batalla.
No podía recordar un momento en el que Molly se hubiera puesto de mi lado en una
batalla de Finn contra Deb.
—En mi opinión profesional, estás cometiendo un error —dijo.
Molly asintió.
—Anotado.
Deb frunció el ceño a Molly, esperando una respuesta diferente. Cuando no lo
consiguió, se dio la vuelta y recogió su bolso de la mesa.
—Tengo que irme. Discutiremos esto de nuevo en una cita posterior, Molly.
Me burlé.
—Siempre y cuando no lo discutas con Kali.
Molly me echó una mirada que decía que me callara, y luego acompañó a Deb
a la puerta. Mientras su madre salía por las ventanas del frente, Molly me miraba
con el ceño fruncido.
—¿Qué? —Levanté mis manos.
—¿Siempre tienes que discutir con mi madre?
—Oye, yo no empecé eso.
Negó.
—Nunca lo haces. Mamá siempre es la antagonista, ¿no es así?
—Eso no es… ¿sabes qué? No voy a tener esta pelea de nuevo. Vine aquí para
hablar contigo.
—¿Sobre?
—La carta.
Negó, alejándose de la puerta y atravesando el restaurante hasta el mostrador.
La seguí, sin decir nada mientras me llevaba a la cocina.
—Hola. —Poppy sonrió desde su lado de la mesa mientras mezclaba algo en
un gran cuenco de plata—. ¿Quieres almorzar?
—Hola. Yo, eh… tal vez en un minuto. —Molly marchaba hacia la oficina, así 102
que le levanté un dedo a Poppy y me apresuré a alcanzarla.
Molly estaba esperando en el centro de la habitación cuando llegué. Se quedó
con los labios apretados hasta que cerré la puerta.
—Siento lo de la carta.
—Está bien. —Se encogió de hombros—. Me tomó por sorpresa. Pero está bien.
—No estás bien. Estás enfadada conmigo.
—Porque viniste a mi lugar de trabajo y te peleaste con mi madre. ¿No puedes
evitarla?
Apreté los dientes.
—No me peleé con tu madre. Intentaba ser civilizado, pero ella se pasó de la
raya. Si quieres tragarte los consejos de mierda que te da, es tu elección. Pero cuando
se trata de Kali y Max, no lo permitiré.
—Le pagan mucho dinero para dar esos “consejos de mierda”.
Mi presión sanguínea subió un poco. Odiaba las malditas comillas. Y esta
pelea. La habíamos tenido tantas veces, pero nunca estábamos del mismo lado.
Molly siempre estaba del lado de su madre, lo que me dejaba solo, preguntándome
cómo una mujer con tanta confianza e inteligencia podía dejar que alguien la
manipulara.
—Dime honestamente. ¿Crees que Kali está deprimida?
—No. Por supuesto que no.
—Bueno, tu madre dice que Kali ha estado callada y retraída. Todas las señales,
dice, apuntan a una niña deprimida a punto de comportarse mal y de hacer llamadas
drásticas de ayuda.
Molly sopló un largo aliento.
—Mamá está exagerando. Las últimas veces que fuimos a ver a mamá, fue en
su oficina. Kali se aburre allí, así que juega un juego en mi teléfono. Se entretuvo y
dejó fuera al resto del mundo.
—Sí, porque es una niña normal con una pantalla delante de su cara. Pero lo
último que quiero es que tu madre la convenza de que hay algo malo en ella.
—Mamá nunca haría eso, Finn.
—¿En serio? —Me quedé mirándola boquiabierto—. Por supuesto que lo haría.
La mujer no tiene límites. Trató de detener nuestra boda.
—¿Ahora quién está exagerando? 103
Crucé mis brazos sobre mi pecho.
—Escucha, eso fue hace mucho tiempo. Pero me acuerdo, Molly. Querías
cancelar la boda.
—No, posponer.
—¿Importa? —respondí—. Cancelar. Posponer. Faltaba una semana para la
boda y querías cancelarla porque tu madre te había convencido de que nos
estábamos precipitando. Dos meses no era suficiente tiempo para estar
comprometidos, y estábamos rompiendo una de sus reglas.
—Solo estaba preocupada. Ambos éramos muy jóvenes y la planificación de la
boda fue estresante.
—¿Ves? Siempre la defiendes.
—¿Qué hay de malo en que la defienda? —preguntó—. Es mi madre.
—Entonces tal vez podría apoyarte a ti y a tus elecciones por una vez en vez
de cuestionarlas siempre.
Molly era una madre increíble. De alguna manera, siempre sabía qué decir a
Kali cuando estaba enfadada. O cómo comunicarse con Max con una sola mirada.
Como era una madre tan buena, me desconcertaba que no viera lo tóxicas que
podían ser las palabras de su propia madre.
—No importa de todas formas. —Molly lo desestimó con la mano—. Lo
resolvimos.
No quince minutos después de que terminara de escribir esa carta, Molly había
llamado a mi puerta. Me había disculpado por haberme alterado tanto. Me había
dicho que no quería posponer la boda, luego hicimos el amor durante horas, la pelea
olvidada.
Hasta que esa carta apareció la semana pasada.
Ahora, trece años después, todo estaba volviendo de nuevo.
La boda había perdido algo de su brillo por culpa de esa discusión. La semana
anterior a la ceremonia, estuve en un constante estado de alerta, esperando que
Molly cambiara de opinión.
Me hice cargo de todo lo que pude para ayudar a reducir su estrés, no solo por
el bien de Molly, sino para mantener a Deb a raya. Me convertí en el contacto para
el florista, el catering y el fotógrafo, asegurándome de que todo el mundo supiera
cuándo y dónde presentarse. Empaqué el apartamento de Molly y trasladé todo al
mío para que pudiera concentrarse en la boda y en sus clases. Y despejé mi agenda, 104
tomando más días libres del trabajo de los que había planeado, así que estaba
completamente disponible para ayudar si ella lo necesitaba.
El día de la boda, me paré en el altar con el pánico de que ella hubiera cambiado
de opinión. Cuando apareció al final del pasillo, casi lloré. Estaba hermosa, mi Molly.
Llena de alegría y confianza. Nunca olvidaría cómo se veía ese día con su vestido
blanco.
El top sin tirantes estaba adornado con encaje y un cinturón envuelto alrededor
de su cintura. Separaba el encaje de la falda de tul ondulado, que apenas cabía en la
cabina de mi camioneta. Nos habíamos reído de ello, después de compartir nuestros
votos y besarnos. Después corrimos a través de una lluvia hasta mi camioneta, no
una limusina, porque no había querido compartir esos primeros momentos después
de la ceremonia con un conductor.
Nos llevó diez minutos meter su vestido en la camioneta. La falda llenaba cada
centímetro de espacio disponible. Nos reímos durante todo el trayecto desde la
iglesia hasta el hotel donde teníamos la recepción.
Esa risa, había borrado el estrés de la boda. Con el anillo de Molly en mi dedo,
era fácil olvidar la pelea de la semana anterior. Lo malo había sido simplemente
eclipsado por lo bueno.
—Nunca hablamos de ello —dije—. Sobre esa pelea. No lo hemos resuelto,
¿verdad? Simplemente seguimos adelante pero nunca arreglamos el problema.
—¿Te refieres al problema de mi madre?
Asentí.
—Escribí esa carta porque tenía que sacar esos sentimientos. Los he estado
reteniendo por tanto tiempo. Sé que fue duro, pero así es como me sentí.
Molly caminó hasta el escritorio y se desplomó en el borde. Luego jugó con una
banda de pelo verde en su muñeca.
—No me gustó leer esa carta.
—Lo sé. —Me senté a su lado.
—Las otras dos cartas eran tan especiales. Había amor allí. Esta… era con ira y
crudeza. Me llevó de vuelta, y no me gusta estar en ese lugar otra vez. Me ha estado
molestando toda la semana.
—Lo mismo digo.
—Me ha hecho pensar, sin embargo. Fuiste tan… honesto. Nada en esa carta
estaba minimizado. No endulzaste nada.
Dejé salir una risa seca. 105
—Porque no se suponía que la leyeras.
—Me alegro de haberlo hecho. Me hizo ver las cosas desde tu perspectiva. Y
tenías razón. Mamá tiene una forma de hacer que me cuestione mis decisiones. Creo
que lo hace para desafiarme y poner a prueba mi convicción. Pero por la forma en
que lo hace, a veces termino dudando de mí misma. Ahora lo veo.
Ale-jodidamente-luya.
—¿Quieres saber qué es lo que realmente me ha estado molestando toda la
semana? —preguntó—. No puedo evitar pensar que mamá tenía razón en algo. No
sobre ti. Tenías razón, nunca le has gustado, y sinceramente no estoy segura de por
qué.
—Porque tengo una opinión diferente a la suya el cien por cien de las veces —
murmuré.
Ella sonrió.
—Cierto.
—¿En qué tenía razón la gran doctora Deborah entonces?
Molly miró al suelo.
—Qué estábamos condenados desde el principio.
Sus palabras fueron como un cuchillo para mi corazón.
—¿Condenados? ¿Realmente piensas eso?
—Bueno, estamos divorciados.
Sí, lo estábamos.
—No dejaré que mamá se meta en la cabeza de Kali —prometió—. Y trataré de
evitar dejarla entrar en la mía también.
—Bien. —Al menos una cosa buena saldría de esa carta. Le golpeé el hombro—
. Siento lo de la carta.
Sus ojos se fijaron en los míos.
—Gracias.
Mantuvimos nuestras miradas fijas y mi corazón latió más rápido. Hubiera
sido tan fácil besarla. Quería besarla. Incluso divorciado, no había muchas veces en
las que no quisiera besar a Molly.
Me incliné unos centímetros hacia abajo, sus suaves labios atrayéndome.
Se quedó perfectamente quieta, sus ojos se mantuvieron firmes mientras me
acercaba aún más. En el momento en que mis labios rozaron los suyos, su quedó sin 106
aliento. No se alejó.
Me apreté contra ella, pasando mi lengua firmemente sobre el pequeño pliegue
en el centro de su labio inferior completo. Se abrió para mí, inclinándose para que
pudiera saborearla más profundamente.
Dejé salir un gemido mientras la rodeaba con mis brazos, acercándola aún más.
Molly se relajó dentro de mí, dejando que su lengua se metiera en mi boca. Sus
dedos se agarraron a mi camiseta, una mano delante y la otra detrás, tirando de ella
desde donde la había metido en mis jean y en el cinturón.
Mi polla se sacudió tras mi cremallera, queriendo tener la oportunidad de
acostar a Molly en este escritorio y follarla fuerte y rápido. Pero el sonido de cuencos
de metal nos separó, un recordatorio de que Poppy estaba afuera.
—¿Qué estamos haciendo? —susurró Molly mientras se ponía de pie. Su mano
se acercó a sus labios, secándolos mientras caminaba por la oficina.
—Solo fue un beso.
Dejó de pasearse.
—¿Por qué nos besamos?
Porque no podía parar. Besarla era tan natural como respirar.
—¿Quieres parar?
Negó, pero dijo.
—Sí. Deberíamos.
Me levanté del escritorio y lo rodeé, enmarcando su cara con mis manos.
—Deberíamos.
Mis labios se estrellaron contra los suyos otra vez, este beso más caliente y más
duro que el primero. Cuando sus labios se mojaron de nuevo y me arrancó la
camiseta de mis vaqueros, finalmente nos separamos.
Molly alisó el pelo de sus sienes que yo había movido. Me metí la camiseta,
asegurándome de que mi cinturón estuviera recto y que el bulto tras mis pantalones
no se notara demasiado.
—No más besos hoy —ordenó.
—Iba a venir esta noche a trabajar en el patio. —Y pasar la noche en su cama.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Entonces no me beses más hasta que oscurezca.
Me reí entre dientes.
107
—Bien.
Había pasado años sin sexo, pero esta última semana había sido una tortura.
¿Era así como se sentían los adictos? Una vez que se caían de la bicicleta, ¿cómo
volvían a subir?
—Me gustaría mucho saber quién está enviando estas cartas —dijo.
—A mí también. —Especialmente porque así podría hacer que se detuvieran.
Si a Molly no le había gustado leer esta carta, realmente iba a odiar algunas de las
otras—. ¿Qué hay de uno de los niños?
Negó.
—Tenemos hijos brillantes, pero eso les da mucho crédito. ¿Crees que es
Poppy?
Di un paso hacia la puerta.
—Solo hay una forma de averiguarlo.
—Espera. —La mano de Molly salió disparada y me atrapó el codo—. No
podemos salir. Míranos. Sabrá exactamente lo que estábamos haciendo aquí.
Una parte de mí quería salir y mostrar con orgullo el brillo labial que le había
robado a Molly. Pero solo complicaría más las cosas.
—Tengo que irme en algún momento.
—Ten. —Se apresuró al escritorio, tomando una servilleta de un cajón. Me la
tiró mientras iba a su bolso a por un espejo—. Ugh. Mis labios están todos hinchados.
Escondí mi sonrisa en la servilleta mientras me limpiaba los labios.
—Cinco minutos y volverán a la normalidad. Vamos a esperar un rato.
—Bien. ¿Cómo quieres hacer esto con Poppy?
—Vamos a preguntarle.
Me miró fijamente.
—Si es ella, no va a salir del armario y admitirlo. Se ha tomado muchas
molestias para ocultar esto.
—Es ella. Sé que es ella. —Solo había una persona más devastada por el
divorcio que los niños, Molly o yo, y era mi hermana—. Ella está en mi casa
regularmente. Probablemente se tropezó con la caja donde las guardaba y pensó…
bueno, no estoy exactamente seguro de lo que pensó.
—Probablemente que las cartas podrían hacernos volver a estar juntos. — 108
Suspiró Molly—. No quiero darle esperanzas. Las cartas pueden obligarnos a lidiar
con algunas viejas heridas, pero no vamos a volver a estar juntos.
—Claro —estuve de acuerdo, pero algo en su declaración no encajaba bien. No
íbamos a volver a estar juntos. Entonces, ¿por qué sus palabras sonaban tan mal?
—¿Cómo están mis labios? —preguntó Molly mientras se aplicaba un poco de
brillo de labios—. ¿Parece que nos estábamos besando?
—No, estás bien. Vámonos. —Me sacudí la extraña sensación y me dirigí a la
salida de la oficina y a la cocina.
Poppy estaba justo donde la había dejado, de pie en la mesa con una sonrisa
en su rostro mientras llenaba pequeños frascos con la mezcla de pan de maíz.
—Oye, ¿tienes un segundo? —pregunté.
—Claro. ¿Qué pasa?
Miré a Molly. Ella me dio una inclinación de cabeza para seguir adelante.
—Tenemos que hablar contigo sobre las cartas.
—¿Cartas? —La frente de Poppy se arrugó—. ¿Qué cartas?
—Las que has estado poniendo en mi buzón —dijo Molly—. Las de Finn.
—Eh… —Ella negó, claramente sin entendernos—. No tengo ni idea de lo que
estás hablando.
—Vamos, Poppy. Solo confiesa para que podamos hablar de ello.
—Me encantaría “confesar” —dijo, agregando las comillas al aire, no contenta
con que la llamara mentirosa—. Pero te juro que no tengo ni idea de lo que estás
hablando.
—¿En serio? —preguntó Molly.
—Sí. —Poppy cruzó los dedos sobre su corazón—. Lo prometo.
Estaba diciendo la verdad. Poppy no solo era mi hermana, era mi mejor amiga.
Había hecho esa cosa de una cruz sobre su corazón desde que éramos niños. Era
sagrado para ella, lo que significa que estaba diciendo la verdad.
—¿Qué tipo de cartas? —preguntó Poppy.
Ignoré a mi hermana y miré a Molly.
—Si no está detrás de las cartas…
—¿Entonces quién es?

109
Querida Molly,

Necesito que me digas qué decir. El funeral de Jamie es mañana y se supone que debo
hablar. Pero no sé qué decir. Este es mi problema. Bueno, uno de ellos. No quiero pedirte
ayuda. No quiero ponerte en esto. Ya es bastante difícil cargarme a mí mismo, así que vamos
a fingir, ¿bien? Finjamos que leerás esto y me ayudarás a decidir qué decir.
Jamie se ha ido hace ocho días. Sigues diciendo cómo no se siente real. Tal vez lo diga
mañana. Estoy seguro de que todos lo entenderán. Excepto que este es el asunto. Se siente
real.
Se ha ido. Tuve que llamar a sus padres y decírselo. Nunca me quitaré de la cabeza el
grito de su madre. Nunca olvidaré el sonido de su padre llorando en el teléfono. Nunca 110
olvidaré la cara de Poppy esa noche cuando llegué a su casa. Su luz se había apagado. ¿Cómo
va a sobrevivir a esto? Honestamente no sé si lo hará. Pero no puedo decir nada de eso
mañana, no cuando su familia espera que mantenga mis cosas en orden. Todo es diferente
ahora.
No puedo hacer esto. No puedo hacer esto, Molly. No quiero contar historias graciosas
sobre mi mejor amigo. No quiero hablar de lo mucho que amaba a mi hermana. En general,
tengo miedo de no saber dónde mirar cuando estoy de pie delante de todo el mundo. Supongo
que a ti. Siempre te miraré a ti.
No parece que pueda hacer esto ahora mismo, pero te buscaré. Y las palabras correctas
vendrán.

Tuyo,

Finn
Finn

—H
ola —respondí a la llamada de Molly—. ¿Qué pasa?
Sollozó.
—Recibí otra carta.
Mi corazón se detuvo. Estaba llorando, lo que significaba que la carta no era
buena. Mierda. Yo y mis jodidas cartas. No podía recordarlas todas exactamente
palabra por palabra. Recordaba los estados de ánimo. Aproximadamente la mitad
habían sido escritas con todo el corazón. La otra mitad, con uno roto. 111
Uno de ellas era catastrófica. Conocía a Molly lo suficientemente bien como
para saber que si hubiera recibido esa, no estaría recibiendo una llamada telefónica.
Ella nunca me volvería a hablar. Había pensado en pedirle que no las abriera, pero
sería como decirle a un niño que no toque un juguete brillante y reluciente colocado
justo enfrente de ellos. La curiosidad sacaría lo mejor de ella. Además, no tenía ese
tipo de influencia con Molly. Ya no.
Ella no tenía que escucharme. No tenía que hacerme favores ni confiar en mí
porque yo era su esposo. Ese tiempo había pasado.
Lo que significaba que realmente necesitaba saber quién las enviaba. La
semana pasada, desde que nos enfrentamos a Poppy, había estudiado la escritura en
el sobre durante horas tratando de identificarlo, pero no encontré nada. Venían en
orden, y mientras eso continuara, tenía un poco de tiempo.
La última carta apareció en el buzón de Molly hace más de dos semanas. Con
cada día que pasaba sin otra, comencé a respirar mejor, pensando que tal vez eso era
todo. Qué tal vez la persona que había robado mis pensamientos más personales
había reconsiderado sus acciones.
Pero había agotado mi suerte hace años, el día que encontré a Molly.
—¿Qué decía? —Me levanté de la silla de mi oficina, ya recogiendo mis llaves
y mi billetera. Llegué temprano hoy, con la esperanza de terminar el trabajo de
oficina antes del mediodía. Luego estaba pasando el día en visitas de campo,
revisando una oferta de proyecto con un cliente y reuniéndome con otro para
obtener su aprobación del proyecto que habíamos completado ayer.
Pero dependiendo de la carta, esas reuniones podrían tener que
reprogramarse.
—Fue la carta que escribiste después de que Jamie…
Murió.
Mis rodillas se debilitaron y me hundí en la silla.
De todas las cartas que había escrito, aquella era la que recordaba más
claramente. También era la que nunca abrí después del día que la doblé en tercios.
Encontré la fuerza para levantarme otra vez.
—Voy para allá.
—No tienes que hacerlo —dijo. —Estoy segura de que estás ocupado.
—No quiero hablar de esto por teléfono. ¿Estás en tu casa?
—Sí. 112
—Nos vemos en un rato. —Colgué y salí corriendo por la puerta de mi oficina.
—Finn —dijo Bridget cuando pasé junto a su puerta abierta.
—¿Qué pasa? —Di un paso atrás, sin entrar.
—¿Te vas? Pensé que íbamos a revisar esas solicitudes antes del almuerzo.
—Mierda. —Revisé mi reloj. —Lo siento. Surgió algo.
Frunció el ceño.
—Mucho ha estado surgiendo últimamente. ¿Qué está pasando contigo?
—Solo algunas cosas personales.
Mi relación con Molly nunca había sido asunto de Bridget. Eso no le impidió
inmiscuirse. Cuando habíamos pasado por el divorcio, Bridget se había puesto de
mi lado. Ella fue una de las pocas. Cometí el error de contarle a Bridget sobre la
aventura de una noche de Molly. Bridget había etiquetado a Molly como una infiel
y no había dicho nada bueno sobre ella desde entonces.
No era frecuente, pero de vez en cuando Bridget hacía algún comentario
criticando a Molly. Qué Molly no había entendido el asunto. O qué Molly no había
entendido el compromiso y las horas que me llevaba dirigir Alcott.
Bridget estaba equivocada, pero no valía la pena el drama decirle eso.
Las dos mujeres nunca se habían llevado bien, incluso cuando Molly había
trabajado en Alcott y Bridget había sido una de sus empleadas.
Pero ya tenía suficiente con lo que lidiar. No necesitaba escuchar la opinión de
Bridget sobre el tiempo adicional que pasaba con Molly. En última instancia, no era
asunto suyo.
—Bueno, ¿vas a volver? —preguntó.
—No estoy seguro. No sé cuánto tiempo llevará esto.
—Bien. —Frunció el ceño—. Supongo que podemos revisarlos después de la
visita de tu cliente esta noche. Podemos hacer que nos entreguen algo de comida y
trabajar en el estudio. Como en los viejos tiempos.
—En realidad, no puedo quedarme hasta tarde. Tengo planes. —Me había
mudado al patio trasero de la casa de Molly y esta noche estaba sacando la fuente.
Los niños me habían preguntado si asaría hamburguesas con queso una vez que
termináramos de trabajar.
A Bridget tampoco le gustó esa respuesta.
—¿Así que cuándo?
—¿Qué tal esto? Los revisas todos, eliges tus favoritos, luego los revisaré
113
contigo por la mañana. ¿Quizás podríamos vernos temprano?
—No puedo mañana. Tengo reuniones de clientes consecutivas a partir de las
ocho.
—¿Nos vemos a las siete? Traeré tu café favorito.
Ella luchó contra una sonrisa.
—Mi café favorito es el que hago aquí todas las mañanas.
—Exactamente. Lo entregaré personalmente, desde la cafetera hasta tu oficina.
Incluso me aseguraré de usar nuestra taza más limpia.
—Vete. —Me despidió. —Te veré mañana.
—Eres la mejor —grité mientras caminaba por el pasillo hacia la puerta
principal.
Mi teléfono estaba lleno de correos electrónicos en mi bolsillo y la lista de cosas
que necesitaba hacer era enorme, pero todo lo que podía pensar en el camino a casa
de Molly era esa carta.
Dios, me había roto el corazón. La muerte de Jamie nos había destruido a todos.
El viaje a casa de Molly tomaba más tiempo ahora que años atrás. Bozeman
había crecido demasiado rápido para la infraestructura existente, por lo que las
calles estaban constantemente ocupadas. Incluso ahora, cuando los universitarios
fuera por el verano, la afluencia de turistas a nuestra popular ciudad hacía que el
tráfico fuera lento.
Finalmente, me desvié de las carreteras principales hacia calles laterales menos
concurridas. Niños montaban sus bicicletas, disfrutando del sol del verano. Los
aspersores giraban, manteniendo los jardines de un verde exuberante, y el sol
entraba por mi ventana.
Todo gritaba felicidad. Normalmente me hubiera hecho sonreír. Pero mi mente
no estaba en este hermoso día de junio. Era en un día de mayo, hace años, que había
sido negro como la noche.
Me detuve en el camino de entrada de Molly, saltando y corriendo hacia la
puerta. Gavin estaba afuera y me saludó desde su lugar en el porche. Su teléfono
estaba presionado contra su oído mientras estaba sentado afuera, su computadora
en su regazo.
Le devolví el saludo y luego me despedí. No me molesté en llamar a la puerta.
La abrí y corrí por la entrada. Encontré a Molly en la mesa del comedor, con la carta
en la mesa junto a una caja de pañuelos. 114
—Hola. —Sus ojos estaban rojos—. No necesitabas venir aquí.
Fui directamente a su lado, tomé su mano y la levanté de la silla.
En el momento en que mis brazos la envolvieron, las lágrimas volvieron,
empapando la parte delantera de mi camisa. Así fue como lo superamos esos días
después de que Jamie había muerto. Nos habíamos aferrado el uno al otro, llorando
la muerte de nuestro hermano y amigo.
—Odio esto —susurró.
—Yo también.
—Siento que cada vez que voy al buzón, voy a ser arrojada al pasado. Ya lloré
estas lágrimas. No quiero volver a hacerlo.
Besé la parte superior de su cabello.
—Lo siento.
—No es tu culpa.
—Lo es. Yo las escribí. Y debería haberme librado de ellas hace años.
—No. —Molly sacudió la cabeza mientras volvía a su asiento. —Me alegro de
que no lo hayas hecho. Esta… necesitaba leer esta.
—¿Por qué? —Tomé la silla a su lado, jugando con el costado de la carta.
No quería abrirla de nuevo. No quería leerla y recordar. Como no era justo que
ella tuviera que revivirlo y yo no, deslice el papel sobre la mesa y abrí los pliegues,
leyendo las palabras que había escrito en agonía hace años.
Me tragué el nudo en la garganta y cerré la carta, esperando que las emociones
permanecieran en la página y en el pasado donde pertenecían.
—Necesito decirte algo. —Molly dejó escapar un largo suspiro—. Poppy y yo
estábamos hablando el otro día. Se preguntaba si la muerte de Jamie fue la razón por
la que nos separamos. Pensó que si lo hubiera manejado mejor, aún podríamos estar
juntos.
—Maldición. —Me pasé una mano por el cabello—. Odio que ella se sienta así.
No fue la razón por la que nos separamos.
—Eso es lo que le dije también. Pero desde entonces, he estado pensando.
Todas estas cartas… —Señaló el papel—. Me han hecho pensar. Durante tantos años,
he tratado de identificarlo.
—¿identificar qué?
Ella hizo una pausa.
—El principio del fin de nosotros. 115
Me sacudí en mi silla.
—¿Crees que fue esto?
—No lo sé. No lo sabía. Pero ahora que he leído esta carta, sí. Lo sé.
¿Cómo podría esta carta hacerle pensar que esto fue lo que había causado
nuestra separación?
—No te entiendo. Tuvimos algunos años buenos después de esto. Tuvimos a
Kali y luego a Max después de esto.
—Lo dijiste en tu carta. Todo cambió. Después de la muerte de Jamie, todo
cambió.
—Su muerte no fue la razón por la que nos separamos.
—¿Entonces qué fue? Éramos diferentes después de su muerte.
Abrí la boca para responder, pero la cerré cuando las palabras no llegaron.
¿Qué había causado nuestro divorcio? ¿Qué nos había llevado de un lugar donde
todo lo que necesitaba para pasar uno de los momentos más difíciles de mi vida era
mirarla?
—No lo sé.
—No fue solo una cosa —dijo—. Pero después de esto, comenzaron los días
malos.
—¿Qué días malos?
—Los días malos. Concebimos a Kali durante sexo de reconciliación. Los dos
estábamos tan cansados y exhaustos. Pasaste casi cada segundo con Poppy,
asegurándote de que ella estuviera… bueno, ya sabes.
Viva.
Mis padres habían regresado a Alaska después del funeral. Cada uno tenía que
trabajar porque… la vida continuó. Excepto que, para Poppy, no fue así. Había
pasado meses casi en coma.
Poppy se había hundido tanto en una depresión que nada había ayudado.
Nada de lo que dijera la haría sonreír. Nada de lo que hiciera la hizo abrirse y hablar.
Ella ni siquiera lloró.
Sin Jamie, ella había perdido su corazón. Así que peleé. Había luchado mucho
por ella. La llamaba constantemente. Cuando ella no respondía, iba a verla. Me
quedaba hasta tarde en su casa, acostado a su lado en el sofá hasta que su cerebro se
apagaba y finalmente se dormía. Luego la llevaba a la cama. Día tras día. Semana
tras semana. Pasé cada minuto del día temiendo por la vida de mi hermana. 116
Todo lo demás quedó fuera, especialmente Molly. Ella se hizo cargo de mucho
en Alcott y me cubrió cuando necesitaba estar con Poppy. Ella se aseguró de que mi
ropa estuviera limpia y el césped cortado. Dirigía nuestras vidas.
A cambio, llegaba a casa de la casa de Poppy miserable. Le hablaba
bruscamente a Molly, sacando mis frustraciones por la muerte de Jamie con la
persona que más amaba.
—¿Por qué peleamos esa noche? —pregunté. —No puedo recordarlo.
Ella sonrió.
—El precio del álamo temblón sueco.
—Así es. Para el proyecto Bexter. Dios, él era un imbécil.
—Claro que lo era. Esa fue la primera y única vez que un cliente me hizo llorar.
Alan Bexter era un tipo que se había mudado a Bozeman por capricho, un chico
de fondos fiduciarios que pensaba que pagar el precio completo estaba por debajo
de él. Fue un gran proyecto y valió la pena que Alcott lo abordara, incluso después
de darle un descuento. Había hecho un acuerdo verbal con Alan por un precio
reducido en los árboles que había querido alinear en su camino de entrada.
Había estado en medio de ese proyecto cuando Jamie fue asesinado.
Para cuando terminamos, habían pasado semanas. Molly estaba haciendo toda
la facturación de Alcott y le había enviado a Bexter su factura final. Los cincuenta y
seis álamos temblones suecos habían sido detallados a precio completo.
Bexter había llamado a Molly, rasgándola de un lado a otro. Luego me llamó y
me dio un sermón antes de recomendar que despidiera a mi contadora. El idiota no
había juntado dos y dos para darse cuenta de que había estado hablando de mi
esposa.
—Juro que te dije sobre el cambio de precio —le dije.
—Y juro que no lo hiciste. —La verdad era un misterio. No es que importara
ahora.
—Maldición, esa fue una gran pelea.
Sonrió.
—No recuerdo quién comenzó a tirar la comida primero.
—Tú. —Me reí—. Me sorprendió cuando me arrojaste esos fideos a la cara.
—Oh, Señor. —Ella dejó caer la cara en sus manos—. No fue mi mejor
momento.
—No. —Extendí la mano y aparté sus manos, agarrando una—. Fue perfecto.
Esa fue la primera vez que me reí en semanas.
117
Esa pelea de comida me había recordado a Jamie. Él habría hecho eso,
comenzar una pelea de comida para calmar una situación. Tal vez por eso me había
unido, arrojándole un tazón de ensalada césar en la cara al mismo tiempo que me
había dado un golpe con la barra de pan francés.
Nos habíamos derrumbado juntos en la cocina, riéndonos histéricamente,
Bexter y sus imponentes árboles olvidados. Luego hicimos el amor en el suelo,
rodeados de nuestra ropa descartada y la cena sin comer.
Esa fue la noche que concebimos a nuestra Kali.
—Las cosas mejoraron después de eso. —Habíamos hablado toda la noche y
habíamos empezado a hacer cosas juntos de nuevo, en lugar de dividir las cosas. Y
nos habíamos vuelto realistas con Poppy.
Trajimos a mis padres para que la vieran de nuevo. Habían estado llamando
todos los días, pero por teléfono, no habían visto lo mal que se habían puesto las
cosas. Luego todos la sentamos y le dijimos lo preocupados que estábamos. Poppy
se sintió horrible. Se sintió culpable. Mamá y papá le pidieron que se mudara a su
casa en Alaska y ella lo pensó.
Pero luego les dijimos que estábamos embarazados. Era temprano, pero
estábamos demasiado emocionados para no compartir las noticias.
—Fue Kali —dijo Molly. —Creo que ella habría ido a Alaska con tus padres si
no hubiera sido por Kali. Quería ser una buena tía. Le dio algo por lo que sonreír.
—Fue el punto de inflexión.
Entonces, ¿cómo se habían vuelto a poner las cosas tan mal? ¿Cómo nos
habíamos encontrado en más peleas? ¿Más discusiones?
Los dos volvimos a mirar la carta, el silencio se asentó a nuestro alrededor
como una capa pesada. ¿Estaba ella en lo correcto? ¿Había sido la muerte de Jamie
el principio de nuestro fin?
Me negué a creerlo. No lo culparía de esto.
Ese funeral había sido uno de los días más difíciles de mi vida. Pero lo logré.
Me paré en el podio de la iglesia tan llena de gente que apenas había espacio para
estar en los pasillos, y hablé de Jamie. Le conté a una habitación llena de amigos y
familiares que los dos nos habíamos unido por nuestro amor compartido por la
cerveza fría y las hamburguesas con queso grasientas. Hablé de la vez que fuimos a
esquiar juntos y tuvimos que ser rescatados por la patrulla de esquí, porque nos
convencimos mutuamente de que los marcadores fuera de límites habían sido 118
colocados incorrectamente.
Hablé sobre cómo había sido un tonto por fuera, cómo su capacidad para
iluminar una habitación había sido inigualable, y que por dentro había tenido un
corazón de oro. Qué no había amado nada más que hacer sonreír a las mujeres de
su vida. Su madre. Y su esposa.
Me paré frente a cientos, pero solo hablé con una.
Con Molly.
Porque, como había sabido en esa carta, la única forma en que podía pasar ese
día era manteniendo mis ojos en ella.
La muerte de Jamie no fue lo que había comenzado nuestra espiral
descendente. Me negué a creerlo.
—No culpo a Jamie por el final de nuestro matrimonio.
—Finn —dijo Molly suavemente—. Eso no es lo que estoy diciendo. Nos
rompimos. Las cosas se pusieron difíciles y no nos quedamos juntos. Y sé que esto
parece extraño, pero necesitaba esta carta. Necesitaba una razón.
Una razón por la que habíamos terminado.
—Él no fue el motivo —dije con firmeza.
Ella cerró los ojos.
—Eso no es lo que estoy diciendo. Amaba a Jamie. Extraño a Jamie. Pero no
puedes decirme que las cosas no cambiaron.
No, no podía.
—Necesitamos averiguar quién está enviando estas cartas. —Me levanté de la
silla, paseando a lo largo de la mesa mientras cambiaba de tema.
—¿Hablaste con tu mamá?
Asentí.
—No es ella o papá.
Había ido la semana pasada y me senté con los dos. Entonces les rogué por la
verdad. Mis padres no me mentían, así que cuando dijeron que no eran ellos, les creí.
No había sido fácil contarles sobre las cartas. O a Poppy, para el caso. No quería
explicar por qué las había escrito, y mucho menos guardarlas. Pero mi deseo de
evitar que las cartas llegaran al buzón de Molly fue más que el deseo de ocultar mi
vulnerabilidad en lo que a ella respecta.
Afortunadamente, mi familia no había preguntado. Me dejaron salir con una
vaga explicación y luego prometieron que no estaban involucrados. 119
—No es Poppy. No son tus padres. No pueden ser los niños. —Molly suspiró—
. Así que volvemos al punto de partida.
Asentí.
—¿Quién más podría ser? ¿Quién más las habría encontrado en mi armario?
—¿Cole?
—No creo que haya estado en mi habitación. —Me pasé una mano por la cara—
. No tengo más conjeturas.
—Es posible que deba comenzar a vigilar mi buzón.
Dejé de pasear.
—Esa no es una mala idea.
—Estaba bromeando.
—¿Por qué? —Regresé a la mesa, sentándome a su lado—. Los niños van a
Alaska la próxima semana con mis padres. Se irán por dos semanas, así que no
necesito estar escabulléndome. Vigilemos el buzón.
Estaba mostrando mi desesperación, pero no me importaba. Sabía lo que se
avecinaba. Si Molly también lo hiciera, estaría tan ansiosa como yo por detenerlo.
—Comencemos con Cole —dijo—. Entonces podemos evolucionar a gafas de
visión nocturna y vigilar por turnos.
—Trato hecho.
Molly se levantó y fue a la cocina por un vaso de agua.
—Perdón por sacarte del trabajo.
—No hay problema.
Ella me dio una mirada escéptica.
—Finn. Es verano. Sé lo ocupado que estás. Estoy bien. Agradezco que hayas
venido para que podamos hablar. Pero no necesitas quedarte. Y mientras los niños
se van, puedes olvidarte de mi patio.
¿Me estaba echando?
—¿No me quieres por aquí?
—No, no es eso. Pero has estado aquí mucho. Estoy segura de que estás
abrumado.
—Lo estoy.
—Entonces tómate el tiempo. Ponte al día ya que no tienes que lavar más ropa
o cocinar o corretear por todo lado con los niños. 120
—No sé cómo lo haces todo —admití—. Cómo trabajas en el restaurante y
logras mantener todo tan limpio. —Me puse de pie y me apoyé contra el
mostrador—. Mi casa es un desastre la mayor parte del tiempo, y siento que la ropa
se acumula mientras estoy dormido.
Se rio.
—Bienvenido a la vida de una madre.
—No lo digo lo suficiente. Gracias por todo lo que haces. Sé que lavas la mayor
parte de la ropa de los niños, así que no tengo que hacerlo. Sé que te aseguras de que
tengan sus cosas para la escuela. Te lo agradezco.
—Gracias. —Sus mejillas se sonrojaron antes de que ella se encogiera de
hombros—. Son mis hijos.
Era más que eso. Incluso después del divorcio, cuando había sido un imbécil
con ella, siempre se había esforzado lo mejor que podía para que no tuviera
problemas en las noches en que tenía a los niños solos. Me había llevado muchos
años desarrollar una mejor rutina. Descubrir cómo hacer la cena, la hora del baño y
la hora de acostarse sin que uno o ambos niños tuvieran una crisis. O sin querer
arrancarme el cabello.
Todo sufrió por un tiempo, mi negocio y mi cordura principalmente. Durante
años, había sido un espectáculo de mierda. Pero me había ganado el respeto de
Molly. Siempre pensé que las cosas eran más fáciles para ella porque se había
quedado en casa mientras yo trabajaba. Nunca se había quejado.
No tenía idea de lo difícil que era.
—Te tomé por sentado.
Ella parpadeó hacia mí.
—¿Qué?
—A ti. Te tomé por sentado. Lo siento por eso.
—Oh, mmm… gracias.
—Debería haberlo dicho antes.
Ella bajó la mirada hacia su vaso de agua, parpadeando rápidamente.
Mi teléfono sonó en mi bolsillo, rompiendo el momento. Había más de qué
hablar con Molly. Todavía necesitaba llegar al fondo de por qué no entraba a Alcott
y a mi casa. Si estaba resentida conmigo cuando se había quedado en casa con los
niños.
Pero ella tenía razón. Estaba jodidamente ocupado y necesitaba volver al 121
trabajo.
—Estoy planeando venir esta noche para trabajar en el patio.
—No tienes que hacerlo.
—Quiero —dije—. Quiero pasar tiempo con los niños antes de que se vayan. Y
contigo.
Ella asintió y me siguió hasta la puerta. Me despedí con la mano cuando la abrí,
pero ella me detuvo.
—¿Finn?
—¿Sí? —Miré sobre mi hombro.
—¿Crees que lo hubiéramos logrado si Jamie no hubiera sido asesinado?
Mis hombros cayeron.
—No lo sé. Realmente no lo sé. ¿Tú?
—Sí. —Ella no lo dudó—. Pero ya no importa.
—No, supongo que no.
Estábamos rotos
Porque todo había cambiado.
Molly

—E
ntonces, ¿todavía eres…? —Las cejas de Randall se
elevaron cuando guardó silencio.
—¿Una tonta? —pregunté y asintió. Los niños
estaban en Alaska y Finn no había pasado una noche en
su propia cama en toda la semana—. Sí.
Su ceño fruncido me hizo sentir peor que la vez que me pusieron una multa
por exceso de velocidad en el instituto con mi madre sentada en el asiento del
pasajero.
122
Randall era lo más cercano a un abuelo que yo había tenido. Los padres de
mamá vivían en la Costa Este, ambos eran demasiado viejos para viajar. No había
estado cerca de ellos de niña y no lo estaba de adulta. Nunca habían conocido a mis
hijos.
Los padres de mi padre habían vivido en Bozeman, pero ambos habían
fallecido cuando yo era joven. Mi padre era doce años mayor que mi madre. En
muchos sentidos, había sido más como un abuelo que como un padre. Me había
consentido con golosinas a sus espaldas. Me dejaba quedarme despierta más allá de
mi hora de dormir cuando ella no estaba. No podía recordar ningún momento en el
que me hubiera castigado. Pero tampoco éramos unidos. Era un profesor jubilado
de Montana State. Siempre le interesó más pasar tiempo con sus estudiantes que con
su hija.
Creo que mamá quería un hijo y le dio un ultimátum a papá. Nunca discutió
con mamá. Hizo lo que ella quería y luego desapareció en su biblioteca antes de que
ella pudiera pedir otra cosa.
Lo veía cada dos meses cuando mamá lo obligaba a visitar a los niños, pero
había renunciado a construir una relación padre-hija cercana con él hace años. No le
interesaba a papá, y no teníamos nada en común.
Me hizo preguntarme cómo hubiera sido la vida si Randall hubiera sido padre.
O mi padre. Tal vez habría tenido el hombro de alguien para llorar durante el
divorcio. En vez de eso, mantuve mis lágrimas ocultas, sin querer cargar a Poppy
con ellas. Ella estaba abrumada tratando de abrir el restaurante, y dado lo cerca que
estaba de Finn y de mí, ambos habíamos luchado mucho para que no eligiera un
bando.
Mamá había sonreído como un gato de Cheshire cuando le conté nuestra
separación, así que tampoco compartí mis lágrimas con ella.
Tal vez si hubiera tenido un Randall, no habría cometido un error tan horrible.
No me habría acostado con ese otro hombre.
—Ten cuidado —advirtió Randall.
—Lo tengo.
Fue bueno tener su advertencia. Y estaba siendo cuidadosa. A pesar de que este
asunto había salido de la nada, estaba manteniéndome en guardia. Ya no necesitaba
el afecto de Finn para reforzar mi confianza. Podría terminar esto en cualquier
momento.
Podría terminarlo hoy si quisiera.
No quería, pero podía. 123
—¿Qué está pasando? —preguntó Jimmy, sus mejillas hinchadas con un
bocado de pan de maíz y chili.
—No es asunto tuyo —murmuró Randall antes de que pudiera esquivar la
pregunta.
—Está bien. —Jimmy terminó de masticar y tragó—. Ustedes dos siempre
tienen sus chistes internos y conversaciones en voz baja. Es muy molesto. Y un poco
grosero. Pero nos da a Poppy y a mí algo de lo que hablar a sus espaldas.
—¿Qué? —Mis ojos se abrieron de par en par, una sonrisa tirando de mis
labios—. No lo hacen.
Asintió.
—Lo hacemos. Hablamos de ustedes dos todo el tiempo. De cómo ustedes dos
no pueden entender nuestras bromas. Eso es probablemente de lo que están
hablando. Nos imaginamos que se los has estado explicando a Randall aquí durante
años.
La cara de Randall se volvió magenta cuando frunció el ceño.
Jimmy se encontró con mis ojos, su propio guiño mientras luchaba contra una
sonrisa metiendo otro bocado de chili en su boca. No le importaba nada si Randall
y yo teníamos nuestro propio lenguaje. Lo teníamos desde hace años. Él y Poppy
también tenían el suyo. Pero cualquier excusa para irritar a Randall y Jimmy iría por
ello más rápido que niño por una pelota.
—Tus chistes son tan sencillos que Brady podría entenderlos —dijo Randall.
—Brady puede tener un año, pero es brillante. Claro, él podría entenderlos. Es
mi bisnieto, así que tiene genes superiores.
Randall se arrancó la gorra de la rodilla y se la puso en la cabeza. Era finales
de junio y hacía mucho calor afuera, pero no pasaba un día en que no usara esa
gorra. Con ella asegurada y su bastón en la mano, se levantó de su taburete.
—Oye. —Jimmy acababa de meterse otro mordisco en la boca y con su grito,
pequeñas migajas fueron rociadas—. ¿A dónde vas?
—Encuentra tu propio camino a casa. Tal vez Brady pueda llevarte en su
tractor de plástico.
Me reí, rápidamente cubriendo mi boca con mi mano. Mi risa solo empeoraría
las cosas.
—Vuelve aquí —ordenó Jimmy—. Poppy hizo un pastel de manzana fresca
esta mañana y no me lo voy a perder.
—Me iré si quiero, maldita sea. Y ya no te llevaré a ningún sitio. 124
En seis años, esa era la 729ª vez que hacía esa amenaza. Poppy y yo teníamos
una cuenta corriendo debajo de la caja registradora. Me incliné, agarrando
lentamente el lápiz en el bloc de notas y tachando el número antiguo para añadir el
nuevo.
Poppy asomó la cabeza por la puerta oscilante de la cocina.
—¿Qué está pasando aquí?
—Me voy —espetó Randall, acercándose a la puerta—. No necesito lidiar con
este acoso todos los días.
—Oh, está bien. Adiós. —Le sonrió a Jimmy—. Justo estaba experimentando
con la mousse de chocolate. Hice una compota de frambuesa para ponerla encima.
¿Quieres probar una?
El cuerpo de Randall se calmó, sus orejas se levantaron. No solo era goloso.
Cada hueso de su cuerpo era adicto al azúcar. Menciona el chocolate y el hombre
prácticamente vibraba.
—Tomaré uno —le dije a Poppy—. Si hay algo extra.
—Acabo de hacer un pequeño lote. Solo cuatro frascos hasta que sepa que a la
gente le gusta la receta.
—¿Qué estás esperando? —Randall se dio la vuelta, con la vista puesta en su
taburete—. Trae esos frascos.
Poppy desapareció en la cocina, fui a buscar cuatro cucharas, y Jimmy se acabó
su almuerzo mientras esperábamos por la mousse. Randall estaba en su taburete, la
discusión de hoy se olvidó tan rápido como había empezado.
Cuatro mousses de chocolate más tarde, todos acordamos que la preparación
de frambuesa de Poppy sería un éxito.
—Creo que voy a ir a batir un poco más antes de que olvide lo que hice. Luego
podemos congelarlo y tenerlo para la celebración del aniversario la próxima semana.
—¿Quieres compañía en la cocina?
—Claro. Dora acaba de llegar para poder hacerse cargo aquí.
Dejamos a Randall y Jimmy en sus taburetes y nos fuimos a la parte de atrás.
Dora estaba en el lavabo, lavándose las manos para empezar su turno. La saludé y
luego hablé con ella sobre sus clases antes de que nos dejara a Poppy y a mí solas en
la cocina.
—¿Alguna otra carta? —preguntó Poppy, midiendo el azúcar en un tazón.
—No. Nada. —No le dije mucho sobre la carta que Finn escribió para el funeral
de Jamie. Simplemente dije que había recibido otra carta y que había hecho que Finn 125
y yo habláramos de algunas cosas.
—¿Y todavía no tienes ni idea de quién las envía?
—No eres tú.
—No soy yo —prometió.
—No son tus padres. ¿Crees que podría ser Cole?
Sacudió la cabeza.
—Le pregunté sobre ello cuando ustedes me preguntaron por primera vez.
Estaba tan confundido como yo.
—Maldición. Entonces estoy perdida.
—¿Qué hay de Kali?
Me reí.
—Finn pensó que podría ser ella también. Pero no lo sé. La letra del sobre no
es de ella. Parece demasiado adulta.
—¿Y estás segura de que no es Finn?
—¿Finn? —Ni siquiera había pensado en cuestionarlo. Me había dicho que no
era él, y le había creído—. Estaba tan sorprendido cuando le conté lo de las dos
primeras, que no creo que se lo haya inventado.
—No puedo creer que las haya guardado todo este tiempo.
Suspiré.
—Yo tampoco. Desearía… desearía que me hubiera enviado esas cartas
después de haberlas escrito. Han sido buenas para nosotros.
—¿Cómo es eso?
—Nos han hecho hablar a través de algunos viejos argumentos. Revive algunos
buenos momentos. Creo que ha curado muchas de las heridas que nos infligimos el
uno al otro. Eso y… —El sexo.
No era la primera vez que casi escupía que Finn y yo nos acostábamos. Guardar
secretos a Poppy me era completamente ajeno. No le había ocultado algo así durante
toda nuestra relación, y no podía pensar en un momento en el que no fuera la
primera persona, aparte de Finn, a la que acudiera con buenas noticias. Lo mismo
ocurría con las malas.
¿Era una buena o mala noticia que Finn y yo tuviéramos sexo a diario?
Buenas noticias. Tenían que ser buenas noticias. La forma en que Finn me hacía 126
sentir, la forma en que sus manos hacían que mi cuerpo cobrara vida no podía ser
mala.
—¿Eso y qué? —preguntó, sacando una caja enorme de frambuesas de la
nevera.
—Me encanta que hagas eso.
—¿Hacer qué?
—Siempre empiezas algo nuevo con una muestra. Te preocupas tanto de que
no sea bueno. Pero en el fondo, ya sabes que va a ser increíble porque ya has
comprado los ingredientes a granel.
Se encogió de hombros, pero una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Podríamos haber usado las frambuesas en las ensaladas. Y no cambies de
tema. Estábamos hablando de ti y de Finn.
Estamos durmiendo juntos. Las palabras estaban ahí, listas para derramarse en la
mesa junto a los cartones de fruta.
—Yo, eh, yo y Finn. —Mi garganta se cerró. Tenía tantas ganas de decírselo,
pero ¿le haría daño? Cuando Jamie estaba vivo, se lo habría dicho a Poppy sin
dudarlo un momento.
Pero la había visto quebrada y en su punto más bajo. Era difícil no querer
protegerla, a pesar de que se había construido a sí misma.
Tal vez esto la ayudaría a entender y creer que ella no era la razón por la que
nos habíamos divorciado. Tal vez hablarle de Finn le ayudaría a disipar algunas de
las dudas de su mente.
Poppy me miró, esperando.
—Es más que solo las cartas. Nos hemos estado… viendo.
Sus cejas se juntaron.
—¿Como en citas?
—No, en realidad no. Ha estado viniendo y hemos estado, eh, durmiendo
juntos.
Una mezcla de emociones se reflejó en su cara. Emoción. Esperanza. Miedo.
—¿Qué significa esto? ¿Van a volver a estar juntos?
—No —dije inmediatamente—. No. No quiero que te hagas ilusiones, porque
no vamos a volver a estar juntos en absoluto.
—¿Cómo sucedió esto? —Parpadeó dos veces—. ¿Fueron las cartas?
—Sí y no. ¿Recuerdas la noche que cortó mi césped? Se quedó a ver una 127
película conmigo y los niños. Tomamos mucho vino. Una cosa llevó a la otra y
tuvimos sexo.
—Han pasado semanas. ¿Y no me lo dijiste?
Hice un gesto de dolor.
—Lo siento. No sabía qué decir. Estaba tan sorprendida. No estaba segura de
lo que estaba pasando. Honestamente, todavía no lo sé.
—¿Así que están teniendo sexo, pero no vuelven a estar juntos?
—Correcto. —Le di un asentimiento definitivo—. No vamos a volver a estar
juntos.
—¿Van a seguir acostándose? —preguntó, viniendo a mi lado de la mesa, las
frambuesas olvidadas.
—¿Supongo? Eso tampoco lo sé. Quiero decir, tiene que terminar en algún
momento. ¿Verdad?
—Molly, ¿qué estás haciendo?
—No lo sé. Es Finn.
—Te van a romper el corazón otra vez.
—No esta vez. Ahora es diferente.
—¿Cómo?
—No estoy enamorada de Finn.
Se estremeció.
—Oh.
Y por eso me guardé esto para mí. Poppy creía que yo estaba enamorada de
Finn. Que él estaba enamorado de mí. Sí, había amor allí. Lo amaba como el padre
de mis hijos. Lo amaba como mi primer amor. Pero no estaba enamorada de Finn. Ya
no.
No estaba segura de que mi corazón fuera capaz de volver a enamorarse de
alguien.
—Bien —dijo finalmente.
Me alegré de que el secreto saliera a la luz, pero no me gustó el juicio en su
cara. Ella no saldría y lo diría como Randall. No era una persona franca. Pero la
conocía bien y conocía esa mirada severa. Ella también pensaba que este asunto era
una tontería.
No estaba equivocada. 128
La puerta de la cocina se abrió y Cole entró.
La cara de Poppy se iluminó como luces brillantes en una noche negra, su
irritación conmigo y Finn olvidada.
—Hola. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperando conseguir un almuerzo tardío. —Cole fue directo a su esposa para
darle un largo beso en la boca.
Llevaba sus vaqueros de marca y un polo negro del Departamento de Policía
de Bozeman. Su pistola enfundada y su brillante placa estaban enganchadas en su
cinturón de cuero. Su pelo estaba alejado de su frente por las gafas de sol de aviador
que nunca le faltaban.
Cole Goodman tenía lo del policía sexy perfeccionado. Con esos ojos verde
claro y un cuerpo tonificado de acero, era el detective que toda mujer quería en el
calendario anual del Departamento de Policía de Bozeman. Sin embargo, para la
decepción de la población femenina, habían estado poniendo paisajes locales,
cortando las oportunidades de recaudación de fondos.
Lo amaba por Poppy. Ella era su vida, junto con sus hijos, y esperaba que usara
sus esposas con ella regularmente.
—Consíganse una habitación —me burlé cuando su beso se prolongó.
Cole solo sonrió contra la boca de Poppy. Cuando se separaron, le puso un
brazo alrededor de los hombros y observó la mesa.
—¿Qué estás haciendo?
—Compota de frambuesa para la mousse de chocolate. Estaba experimentando
antes, y resultó bien.
—Más que bien. —Puse los ojos en blanco ante su modestia—. Es increíble. Tan
bueno que hizo el menú para la celebración del aniversario.
—¿Tienes algo más?
Frunció el ceño.
—No, solo hice cuatro. Si hubiera sabido que vendrías, habría guardado la mía
para ti.
—Está bien, hermosa. Nunca es difícil comer el pastel de manzana.
—¿Qué quieres almorzar?
Se encogió de hombros, dejándola ir.
—Sorpréndeme.
Poppy sonrió y fue a la nevera, sacando un tomate, una lechuga y algunos
129
restos de tocino. Luego tomó un poco de pan fermentado del estante de la despensa.
—Si hubiera sabido que estabas dispuesta a hacer uno de tus famosos
sándwiches, me habría saltado el mousse también —dije.
Sus sándwiches eran mis favoritos. Poppy no estaba satisfecha con la
mayonesa en el sándwich. Mezclaba un montón de especias que llevaban el simple
sándwich al siguiente nivel. Pero como muchas de sus recetas, la mezcla de especias
era improvisada. Nunca era la misma, aunque siempre era deliciosa.
—¿Quieres uno? —preguntó.
Estaba llena, pero estos sándwiches no podían perderse.
—¿Compartimos uno?
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de nuevo.
Mi corazón saltó cuando Finn entró. Con su natural arrogancia y sonrisa sexy,
que dejaba ver algunos de sus blancos dientes, la presencia del hombre siempre
había enviado zumbidos a través de mi cuerpo.
—Hola, chicos. —Saludó y se acercó para estrechar la mano de Cole—. ¿Qué
sucede?
—Solo vine a almorzar. ¿Tú?
—Lo mismo.
—Justo estaba haciendo sándwiches —le dijo Poppy—. ¿Quieres uno?
Se frotó las manos, prácticamente babeando.
—Diablos, sí. Me muero de hambre. Hoy me perdí el desayuno.
Dejé caer la mirada a mis pies, esperando esconder mis mejillas sonrojadas.
Con los niños fuera, no tenía que salir corriendo de la casa antes del amanecer, así
que le hacía el desayuno cada mañana. Estaba a punto de romper algunos huevos
esta mañana cuando entró en la cocina y me besó el cuello. Ese beso había llevado a
otro, y luego a otro, hasta que estuvimos horizontales en el suelo de la cocina, con la
boca de Finn entre mis piernas.
Técnicamente, me había tomado para el desayuno.
Y café. Era una anfitriona generosa. Lo envié al trabajo con una tasa de viaje
con café después de que me llenara con su propia liberación.
—Hola. —Finn vino a pararse en mi lado de la mesa.
La atracción magnética estaba ahí, el impulso de estar lo suficientemente cerca
para que nuestros brazos se tocaran. Pero luchamos, manteniéndonos firmes, a doce
centímetros de distancia. Su aroma fresco y del exterior era aún más atractivo que el
130
de la cocina de Poppy. Era imposible no mirar durante un momento a sus brillantes
ojos azules mientras brillaban con malicia.
Definitivamente estaba pensando en su desayuno.
Me dolían las mejillas al obligarme a no sonreír.
—¿Qué van a hacer esta noche? —preguntó Cole.
—Nada —respondí demasiado rápido.
—Probablemente tener sexo —murmuró Poppy.
—¿Qué? —La boca de Finn se quedó abierta mientras Cole murmuraba “¿Eh?”.
—Poppy —siseé.
Se apartó de la estufa, con la espátula en la mano, y la agitó en un círculo.
—En cuanto se fueran los dos, iba a decírselo a Cole de todas formas.
—¿Qué pasó con guardar el secreto? —refunfuñó Finn.
—Lo siento. Es que se me salió.
—Está bien. —Se pasó una mano por el pelo, con los mechones rojos
sobresaliendo de forma extraña—. Ustedes dos no tienen secretos.
Sonreí. Entendía muy bien mi amistad con su hermana.
—¿Van a volver a estar juntos? —preguntó Cole.
—No —respondimos al unísono.
—Es… —Finn se fue apagando—. Complicado.
Bueno, al menos no era la única que no sabía cómo explicar nuestro asunto.
Cole dejó la explicación en eso, tal vez porque como detective, sabía cuándo
había llegado a un callejón sin salida en una línea de interrogatorio.
—¿Qué ibas a preguntar para esta noche? —preguntó Finn.
—Oh. —Cole tomó una frambuesa y se la metió en la boca—. Mis padres
quieren llevarse a los niños por la noche. Como no tenemos niños, pensé que
podríamos salir a tomar una cerveza o algo así.
—¿O podría cocinar? —Poppy se ofreció.
Cole sacudió la cabeza.
—Te estás tomando un descanso esta noche.
—Me gustaría ir a ese nuevo lugar tailandés —sugerí—. He querido probarlo,
pero los niños no comerían.
Aunque me encantaba ir al cine sola, comer en un restaurante sola no era lo
131
mío. Admiraba a las mujeres que podían hacerlo.
—Tengo una idea mejor. —Poppy trajo las tostadas y el tocino calentado a la
mesa, comenzando a armar los sándwiches—. ¿Qué tal si pedimos comida para
llevar del lugar tailandés y tenemos una noche de juegos?
Una noche de juegos. No había ido a una noche de juegos en una década.
A Poppy le encantaba jugar a juegos de mesa, algo que solíamos hacer todos
juntos durante y después de la universidad. Después de la muerte de Jamie, Poppy
no había jugado a un juego de mesa hasta que Cole entró en su vida.
Ahora los dos habían construido una gran colección de juegos y organizaban
noches de juego de vez en cuando. Ugh. Finn solía llevar a Brenna.
—Me apunto —dijo Finn y tomó el sándwich que Poppy deslizó por la mesa.
—Qué bien. —Poppy le dio a Cole su sándwich a continuación. Le sonrió y
luego se metió un gran mordisco en la boca.
Noche de juegos. Trabajé muy duro para estar feliz de que Poppy y Cole
hicieran cosas con Finn y con cualquier mujer con la que saliera. Era extraño estar
en ese lugar. El lugar de la otra mujer. Extraño pero… cómodo.
La emoción burbujeaba.
—Suena genial.
Todos nos paramos alrededor de la mesa, comiendo nuestros sándwiches,
demasiado consumidos por la comida para hablar. Hasta que Finn rompió el
silencio.
—Entonces, Cole. ¿Qué posibilidades hay de que estés dispuesto a tomar las
huellas dactilares de unas cuantas cartas para nosotros?
Cole se rio.
—Casi tan buenas como que yo acepte dejar que MacKenna salga con alguien
antes de los treinta.
—Mmm. —Finn frunció el ceño—. Entonces me gustaría denunciar un crimen.
Alguien entró en mi casa, robó algunas cartas viejas y las coló en el buzón de Molly.
—Todavía no puedo comprobar las huellas dactilares.
—Maldición. —Finn me miró—. Volvemos a la casilla de salida otra vez.
—¿Vigilancia del buzón?
Sonrió.
—Llevaré las gafas de visión nocturna. 132

—Adiós. —Me despedí de Poppy y de Cole mientras estaban en el porche de


su casa. Me dolía el costado por reír tanto toda la noche—. Me encanta la noche de
juegos.
Finn se rio.
—A mí también. Especialmente cuando dominamos.
—¿Ganaron algo?
—No. —Finn levantó la mano para chocar los cinco—. El equipo Alcott arrasó.
Golpeé mi mano contra la suya. Equipo Alcott.
Era como si hubiéramos retrocedido en el tiempo. Esta noche había sido muy
divertida, riendo y burlándonos unos de otros mientras jugábamos juego tras juego.
Era difícil recordar la espiral descendente que había ocurrido entre esta noche de
juegos y la última que habíamos jugado en la universidad.
La muerte y el divorcio.
—Cole es buen perdedor —le dije a Finn mientras caminábamos por la acera
hacia su camioneta.
Jamie había sido tan competitivo, que hubo algunas noches de juegos en la
universidad donde las cosas pasaron de la diversión a la lucha. Pero no Cole. Era lo
suficientemente competitivo como para presentar un desafío, pero cuando perdía,
lo cual fue mucho esta noche, no se enfadó.
—Sí, lo es. —Finn me abrió la puerta y me ayudó a entrar.
Me había recogido esta noche en casa para que pudiéramos venir juntos.
Ambos asumimos que vendría a casa conmigo. Mientras yo me ponía el cinturón de
seguridad, él cerró la puerta y se puso a su lado, arrancando y metiéndonos en la
carretera.
Mi cabeza estaba ligera por todo el vino e incluso un poco mareada. Mañana
por la mañana podría ser un día triste, pero había valido la pena. 133
—¿Qué te parece si vamos a mi casa en su lugar?
Mi cara se movió hacia el perfil de Finn.
—¿Qué?
—Me gustaría quedarme en mi casa para variar.
—Oh, eh… —Busqué una excusa—. No tengo ninguna de mis cosas.
—¿Qué cosas?
—Mi cepillo de dientes. Pijama. Bandas de pelo extra. —Solo tenía una en mi
muñeca, así que necesitaba ir a casa por otra.
—Tengo un cepillo de dientes extra. Kali tiene una pila de bandas de pelo en
el baño. —Se encontró con mi mirada—. Y no necesitarás pijamas.
No tenía otra excusa más que la verdad. Habíamos tenido una noche tan
divertida, y no quería meterme en esta conversación.
—¿Por qué no entras en mi casa? —me preguntó amablemente.
—¿De verdad tenemos que hablar de esto esta noche?
Nos acercamos a una señal de pare en la calle principal. Girando a la derecha
se dirigía a mi casa. A la izquierda a la suya.
Respondió a mi pregunta girando a la izquierda.
Mis hombros se cayeron.
—Es tú casa.
—Exactamente. ¿Qué le pasa a mi casa? Los niños viven allí el cincuenta por
ciento del tiempo.
—No. —Sacudí la cabeza—. No lo entiendes. Es tú casa.
—¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que es tu casa. Un hogar que creaste sin mí. Hemos roto
muchos límites estas últimas semanas. Este, necesito este, Finn. Es tu hogar. Tu
lugar. No el mío.
Esta línea era una que no cruzaría. Porque si entraba en su casa y me
enamoraba de las habitaciones que había preparado para los niños, o de la forma en
que se sentía al dormir bajo sus sábanas, sería aún más difícil de reforzar ese límite
cuando esto terminara.
Finn condujo en silencio durante unas pocas manzanas más. Mi corazón estaba
en mi garganta, preguntándome si el final estaba más cerca de lo que había pensado
esta mañana. Pero entonces cambió su intermitente, llevándonos alrededor de una
manzana hasta que nos detuvimos en otra intersección. 134
Esta vez, giró a la derecha.
Hacia mi casa.
—Gracias —le susurré.
Tal vez fue el vino. Tal vez fue el hecho de que no había discutido, sino que me
había escuchado y oído lo que decía, pero las lágrimas me inundaron los ojos. En la
cabina silenciosa y oscura, una goteaba por mi mejilla.
Si Finn la vio caer, no dijo ni una palabra. Pero estiró su brazo en el asiento
vacío entre nosotros, haciéndome señas para que me acercara.
Acepté la invitación, desabrochando y levantando la consola para deslizarme
a su lado. Finn siempre insistió en que todos los camiones de Alcott tuvieran un
asiento central porque la mayoría de las veces, un grupo de trabajadores se
amontonaban dentro. Un asiento en banco salvaba a una tripulación de seis personas
de tomar dos vehículos.
Me alegré por ello. Me acurruqué a su lado y su brazo se enrolló alrededor de
mis hombros. Y murmuré otro “Gracias”.
—¿En qué estaba pensando? Tenemos un buzón que vigilar.
—Cierto.
Aunque de momento, no quería que las cartas se detuvieran, porque tenía la
sensación de que una vez que lo hicieran, Finn y yo también nos detendríamos.

135
Querida Molly,

Son las cuatro de la mañana. No he dormido más de dos horas seguidas durante cinco
días. Ahora mismo estás desmayada en la cama y yo debería estar a tu lado. Pero antes de
poder dormir, tengo que sacar esto.
Eres la mujer más increíble que he conocido. No creí que pudiera amarte más, pero
luego te vi traer a Kali a este mundo. Diecinueve horas. Sin drogas. Y no gritaste, ni una sola
vez. Increíble. El dolor en tu cara parecía insoportable, pero te agarraste fuerte porque no
querías que el primer sonido que nuestra hija oyera fueran tus gritos. Fue la cosa más
asombrosa que he visto nunca. Y eres tan increíble con ella. La lactancia no ha ido bien. No
está durmiendo. Puedo notar que estás dolorida porque te estremeces cada vez que caminas.
Pero no has dejado caer tu increíble sonrisa. ¿Cómo lo haces?
136
Eres increíble. Estoy exhausto y no se me ocurre ninguna otra palabra para describirlo.
Para ti. Pero eres increíble. Te amo.

Tuyo,

Finn
Finn

—¿T
e gusta? —me preguntó Kali mientras masticaba un bocado
de mi taco.
Asentí, tragando antes de sonreír.
—Son geniales, cariño. Buen trabajo.
—¿Geniales? O increíbles —bromeó Molly—. Creo que son increíbles.
Le lanzo una mirada fulminante mientras como otro mordisco.
Nunca iba a superar esa última maldita carta. La había escrito en un estado de
137
delirio. Era la única carta que tenía toda la intención de darle a Molly mientras
garabateaba las palabras. Después de doblarla y dejarla en el escritorio de la oficina,
me fui a la cama esa noche con una estúpida sonrisa en mi rostro.
Todo lo que había escrito era verdad. Molly era increíble y nunca olvidaría esas
dos primeras semanas sin dormir después del nacimiento de Kali.
Al día siguiente, me desperté y fui a buscar la carta para dársela a Molly, pero
luego la releí. Increíble había estado en casi cada maldita oración, así que no le di la
carta. Me apresuré a guardarla con las demás para que nunca la encontrara. En
cambio, le dije lo increíble que era.
Se lo dije mientras estaba en la mecedora en la habitación de Kali. Ambas
habían estado relajadas y somnolientas, pero despiertas, mirándose a los ojos.
Me senté en el suelo junto a la silla, tomé la mano libre de Molly y le dije lo
valiente que era. Lo desinteresada que era. Lo fuerte que era. Las palabras que no
había podido pronunciar la noche anterior fueron mucho más fáciles después de
algunas horas de sueño.
Pero desde que la carta apareció en su buzón ayer, me había estado tomando
el pelo sin descanso con la palabra increíble.
—Estos son realmente buenos, Kali —le dijo Max, con las mejillas hinchadas
con su propio mordisco.
Ella se sonrojó, sosteniendo su propio taco.
—Gracias.
Mientras Max y yo habíamos trabajado en el patio esta noche, Molly y Kali
habían hecho los tacos. Molly le había dado crédito a Kali por la comida.
Mis hijos son increíbles.
Ese pensamiento cruzaba por mi mente al menos una vez al día. Podría usar
en exceso increíble, pero era preciso en este caso. Me impresionaban. Me dejaban
preguntándome cómo demonios habían resultado tan buenos cuando la mitad de
cada semana se quedaban conmigo.
Era Molly. Su bondad se había infiltrado en ellos desde el principio.
—Me alegra que hayan vuelto —dijo Molly—. Es demasiado tranquilo por aquí
sin ustedes.
Los niños habían volado el viernes por la noche con mis padres, justo a tiempo
para la celebración del aniversario en el restaurante ayer. La celebración había sido
un éxito, como las fiestas de cada año anterior. Y dado que Poppy y Molly habían
trabajado durante casi veinte horas seguidas para asegurarse que todo funcionara 138
sin problemas, cada una se tomó el día libre de hoy antes de regresar el lunes.
Había pasado el domingo por la mañana en casa, trabajando en mi
computadora portátil en la mesa del comedor mientras Molly estaba en casa con los
niños. Luego, cuando no podía soportar la idea de estar solo por más tiempo, me
había ido, sin importarme si tenía planes o si quería pasar tiempo sola con los niños.
Había venido bajo la excusa de trabajar en su patio, cuando realmente, extrañaba a
Kali y Max.
Y a Molly.
Después de dos semanas de dormir en su cama cada noche, había estado dando
vueltas en mi propia cama porque no tenía mi almohada.
—¿Qué hicieron mientras estábamos fuera? —preguntó Max.
—No hables con la boca llena —le dije en voz baja.
Asintió y masticó más rápido antes de repetir su pregunta.
—¿Qué hicieron mientras estábamos con la abuela y el abuelo?
¿Qué hicimos mientras no estaban? Nos hicimos el uno al otro.
—Oh, no demasiado. —Los ojos de Molly se posaron en los míos.
Pasamos la última semana en servicio de vigilancia de buzones, que en
realidad no era más que mirarlo ocasionalmente desde la ventana o pasar nuestras
tardes en el porche delantero en lugar de adentro.
Fuimos terribles en la vigilancia, probablemente porque nos poníamos
ansiosos sentados en el porche, a escasos centímetros el uno del otro. La tensión
aumentaba, el aire caliente y nos retiraríamos a la comodidad de las sábanas frías de
Molly.
Y así fue como llegó la última carta y todavía no teníamos idea de quién la
había dejado.
—En realidad fuimos y tuvimos una noche de juegos con tía Poppy y tío Cole
—les dije a los niños.
—¿Quién ganó? —preguntó Kali. Mi dulce niña tenía una racha competitiva.
Me reí.
—Nosotros. Duh.
Max sonrió y chocó las manos.
—Súper.
Pasamos el resto de la comida escuchando más sobre el viaje de los niños a
Alaska, luego salimos a lanzar un frisbee al patio antes que tuvieran que irse a la
139
cama.
Ni una sola vez durante la noche me preguntaron cuándo me iba a casa. No
me preguntaron qué estaba haciendo en su casa.
—Gracias por la cena —le dije a Molly mientras cargábamos los platos
restantes en el lavavajillas. Después de la cena, los habíamos dejado en el fregadero
para poder pasar la tarde afuera antes que se pusiera el sol.
—No hay problema. Me alegra que pudiéramos ver a los niños esta noche. Los
extrañé.
—Yo también. —Puse el último vaso en el estante superior y cerré la puerta—
. ¿Debo irme?
Miró en dirección a las escaleras.
—No lo sé. Comienzan el campamento mañana, y los dos están emocionados.
Dudo que se despierten demasiado temprano, pero no quiero forzar nuestra suerte.
—Sí —murmuré—. No quiero irme.
Molly vino a apoyarse contra el mostrador a mi lado, hablando en voz baja.
—No quiero que te vayas. Pero…
—Lo sé. Los niños no pueden saber que he estado durmiendo en la cama de su
madre.
Podríamos decirles hasta que estuviéramos azules que no nos volveríamos a
juntar, pero si nos atrapaban, enviaríamos un mensaje completamente diferente.
—¿Deberíamos terminar con esto ahora? —preguntó ella.
Me puse rígido. La respuesta inmediata fue no. Diablos no. No quería
renunciar a esto. Pero la lógica comenzó a arrastrarse, como una niebla que apaga la
luz del sol.
Esto iba a terminar en algún momento. Molly y yo no estábamos volviendo a
estar juntos, por lo que esta aventura finalmente expiraría.
—No quiero —susurré—. No estoy listo todavía. ¿Tú?
No lo dudó.
—Ni de cerca.
Nuestros ojos se encontraron, abrazados unos a otros. Los suyos eran tan
expresivos y hambrientos. Había algo debajo de la lujuria, algo familiar, pero no
pude ubicarlo.
Una vez, hace años, Molly y yo podíamos mantener conversaciones enteras
solo con nuestros ojos. Pero eso fue antes que aprendiéramos a escondernos el uno
140
del otro, antes que comenzara a ocultarle mis problemas y ella comenzara a
ocultarme sus verdaderos sentimientos.
No intenté resolver esa mirada. No se trataba de que Molly y yo resolviéramos
las cosas como una pareja casada. Se trataba de sexo.
Solo sexo.
Me incliné más cerca de ella, dejando caer la barbilla para que mi mejilla rozara
su cabello. Estaba hecho un nudo desordenado, pero algunos de los mechones
habían escapado desde la cena, colgando sueltos hacia su cuello.
Molly se dirigió hacia mí, su respiración se aceleró. El aire en la cocina crujió
con anticipación.
—Bésame.
Asintió levemente y se puso de puntillas.
Me sumergí, mi aliento se deslizó por su mejilla, pero luego recordé dónde
estábamos.
—Espera. Aquí no.
Resopló cuando me alejé, respirando profundamente mientras tomaba su
mano y la arrastraba por el pasillo hasta su habitación. En el segundo en que nos
alejamos de las escaleras, con la puerta cerrada y fuera de peligro de que uno de los
niños entrara y nos viera, enmarqué su rostro con mis manos y cerré mis labios sobre
los de ella. Tragué su jadeo y dejé que mis manos vagaran por su rostro y bajaran
por sus hombros. La acerqué, necesitando sentirla contra mí.
Sus manos fueron hacia mi entrepierna, abriendo el botón de mis jeans para
sumergirse dentro. La sensación de su agarre, esos largos dedos envueltos alrededor
de mi eje, era tan increíble que casi me desmayo.
¿Cómo fue posible que fuéramos tan mal? Estábamos bien juntos. Tan.
Jodidamente. Bien.
—Finn —gimió en mi boca, su lengua deslizándose a lo largo de la comisura
de mi labio inferior. Su puño se envolvió alrededor de mi eje con más fuerza,
acariciando la carne de terciopelo dentro de mis jeans—. Más.
La acerqué, mis manos por todos lados. Debajo de su camisa. En su cabello.
Palmeando su trasero. No pude encontrar el lugar correcto. El agarre correcto para
no perderla.
—No puedo… necesito… —Soltó mi polla y sus dedos buscaron la cremallera.
La bajó y luego empujó el borde de mi camisa—. Cerca. Acércate.
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Pasé la mano detrás de mi cabeza y me quité la camisa. Antes que mi piel
pudiera registrar el aire frío, sus manos estaban sobre mí, dejando un rastro caliente
mientras viajaban de arriba abajo por mi pecho y estómago.
Luego vino su camisa en un siseo de algodón que navegó hacia el piso de
madera. Solo entonces me acerqué. Envolví mis brazos alrededor de su cuerpo,
dejando que mis manos se sumergieran debajo de sus bragas.
Molly siseó cuando las ásperas puntas de mis dedos rozaron sus suaves curvas.
Pero daba tanto como recibía, sus uñas raspando mi columna vertebral mientras
caminaba hacia la cama.
Los jeans se perdieron en el camino, las manos solo rompieron el contacto
durante una fracción de segundo para rasgarnos y tirar de nosotros.
Cuando la parte de atrás de mis rodillas golpeó la cama, nos alcé a los dos sobre
el colchón, acercándome a la cabecera.
Molly siguió de rodillas, con los senos pesados, los pezones en punta y
apretados. Entonces me dio una sonrisa malvada que fue directamente a mis bolas.
—Quiero montarte.
—Sube, cariño.
Cariño. Lo dejaría pasar, pero ella no pareció darse cuenta. Con las rodillas
entre las caderas, apretó mi polla otra vez, arrastrándola por su raja.
—Joder, estás empapada.
—Mmm. —Su cabeza se inclinó hacia un lado mientras tomaba mi punta y la
rodaba contra su clítoris. El estremecimiento que corrió por su cuerpo sacudió la
cama. Lo hizo de nuevo, usando mi polla para excitarse.
Por mucho que quisiera verla correrse sobre mí, estaba perdiendo el control.
Su aroma me rodeó. El olor embriagador del sexo estaba en el aire, y necesitaba su
coño. Me enderecé, tomando sus caderas en mi agarre. Sus ojos se abrieron, oscuros
y mareados. Embriagada.
Con un movimiento de mis caderas, la llené.
—Oh, joder. —Caí hacia atrás, dejando que su fuerte calor me apretara
mientras gritaba mi nombre.
La sostuve en su lugar, todo su cuerpo tenso mientras esperaba adaptarse a mi
tamaño. Cuando estuvo lista, abrió los ojos.
—¿Bien?
Sus ojos brillaron.
—Increíble.
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Mi risa profunda llenó la habitación, luego dejó caer sus manos sobre mis
hombros y se movió.
Me aferré a sus caderas con un ligero agarre, listo para ayudarla si se cansaba,
pero tenía el control. Ella marcó el ritmo. Y me montó hasta que ambos estuvimos
relucientes y sin aliento.
Todos los músculos de mi cuerpo estaban tensos: mis bolas estaban tensas,
listas para vaciarse en el delicioso cuerpo de Molly. Pero cuando cerró los ojos, con
un surco entre las cejas, supe que algo estaba pasando en su cabeza. Algo le impedía
dejarse ir.
Con una mano, me aferré a un pezón. Con el otro, toqué su clítoris con la yema
del pulgar.
Sus ojos se abrieron de golpe. Se fijaron en los míos.
—Finn —gimió ella.
—Ven. Córrete conmigo.
Eso fue todo lo que hizo falta. Una orden y explotó, su cabeza cayó hacia atrás,
ese hermoso cabello se derramó de su coleta suelta. Caía en cascada por su espalda,
rozándose contra mis muslos.
Y mientras se apretaba a mi alrededor, pulso tras pulso, dejé de luchar contra
mi propia liberación. Me inundé en ella, disparando larga y duramente hasta quedar
destrozado y flácido.
Molly cayó sobre mí, con el pelo que nos rodeaba como una manta. Mis manos
se enredó en los rizos, y cada dedo reclamó algunos mechones para rizar.
¿Dónde nos equivocamos?
La pregunta se precipitó en mi mente, quitando el foco de atención de cualquier
otra cosa. ¿Dónde nos habíamos equivocado? ¿Cómo podríamos ser tan buenos y
perderlo todo? ¿Cómo podríamos tirar esto?
Las peleas. Las cenas perdidas. Las noches que nos acostamos, dándonos la
espalda.
El otro hombre.
Solo pensar en ella con otro hombre me ponía mareado. La hice rodar hacia un
lado, deslizándome para sentarme y balancear mis piernas sobre la cama.
—¿Está todo bien? 143
Eché un vistazo por encima del hombro, la cara sonrojada de Molly y el cabello
revuelto, algo que una vez pensé que era mío y solo mío. Había compartido eso con
otro hombre. ¿Hubo más? Mi estómago volvió a revolverse.
—¿Finn?
Parpadeé de mi estupor.
—Conseguiré una toallita. Espera.
Se dejó caer sobre las almohadas mientras yo me paraba y caminaba hacia el
baño con piernas temblorosas.
No me había permitido pensar en el otro hombre en años. Cada vez que lo
hacía me sentía mal. La noche que me lo contó, vomité durante una hora cuando
finalmente me dejó solo. Pero eso fue años atrás. Se suponía que todavía no me
impactaría tanto. No se suponía que todavía doliera.
Me eché un poco de agua fría en la cara en el baño, esperando unos minutos
hasta que el dolor en mi pecho desapareció. Me miré en el espejo y recordé de qué
se trataba esta aventura.
Sexo.
Estaba teniendo sexo con Molly. No necesitábamos desenterrar todo del
pasado. No necesitaba pensar en el pasado.
Cuando todo estaba bloqueado, asegurado en el oscuro rincón de mi mente
que me negaba a visitar, mojé con agua tibia una toalla para Molly. Luego volví a la
habitación y se la entregué a mi esposa.
Ex esposa.

—No.
El jadeo de Molly me despertó.
—¿Mamá?
La voz de Kali me envió volando fuera de la cama. 144
—Ugh.
El gemido de Max me envió de vuelta a la cama cuando recordé que estaba
completamente desnudo.
Mierda. El amanecer arrojó un tenue resplandor en las persianas de la ventana
y miré el reloj. Cinco en la mañana. Era muy temprano para que los niños estuvieran
despiertos durante las vacaciones de verano. Quince minutos más y mi alarma
sonaría a todo volumen. Me habría vestido y estaría a medio camino de la puerta.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Molly, sosteniendo las sábanas para
cubrirse. Su cabello estaba en todas partes, sus mejillas rojo carmesí.
—No me siento bien. —Max se contuvo el estómago cuando llegó a la cama,
sin importarle que sus padres estuvieran juntos. Desnudos.
—Él vomitó —dijo Kali—. Lo escuché en el baño.
—¿Estás enfermo? Oh, no. —Molly se estiró para tomar la manta que mantenía
a los pies de la cama. La levantó, reemplazándola como una tapadera para su pecho
mientras se deslizaba fuera de la cama. Luego se la envolvió como lo hacía con su
toalla después de bañarse.
Tomé la sábana mientras me paraba, enrollándola alrededor de mis caderas y
sosteniéndola con una mano.
Molly corrió hacia Max, sus manos fueron directamente a su frente y mejillas.
—Estás caliente.
Él apoyó la cara en sus palmas.
—¿Todavía puedo ir al campamento hoy?
—Lo siento cariño. No lo creo. No si estás enfermo.
—Ah. —Su rostro se arrugó, sus ojos se llenaron de lágrimas—. Realmente
quiero ir.
—Lo sé. —Ella lo tomó en sus brazos cuando se derrumbó contra su pecho—.
Descansemos hoy y con suerte te sentirás mejor mañana.
Se sorbió la nariz y asintió, cerrando los ojos.
Me acerqué y me arrodillé, revolviendo el cabello de Max.
—¿Quieres venir y pasar el día conmigo hoy? Puedes descansar en el sofá de
mi oficina y mirar el iPad.
Molly levantó la vista.
—Me puedo quedar en casa. Poppy puede cubrir el restaurante hoy.
145
—Tú decides. Si es más fácil llevarlo conmigo, puedo hacerlo.
Acarició el cabello de Max. En solo unos momentos, estaba prácticamente
dormido sobre su hombro.
—Me quedaré en casa con él.
—Bueno. Entonces llevaré a Kali al campamento y la recogeré esta noche.
Kali se apartó de los tres. Sus ojos estaban llenos de confusión mientras se
lanzaban entre Molly y yo.
Un puño invisible se cerró alrededor de mi corazón, haciendo que cada latido
doliera. La incredulidad en su mirada. La esperanza. Íbamos a aplastarla.
Mierda. ¿Qué hemos hecho?
—¿Te quedaste aquí? —susurró ella.
—Lo hice. —No estaba seguro de qué decir, pero la verdad no podía doler.
Mucho.
—P-pero…
—Vamos. —Molly se levantó, cortando a Kali. Ella levantó a Max con un
empujón, sus piernas enrollándolas alrededor de su cintura. Era demasiado grande
para que ella lo llevara, pero su fuerza nunca dejaba de sorprenderme—. Vamos a
la sala de estar. Entonces podemos hablar.
Kali se dio la vuelta lentamente y luego, vacilante, abrió el camino.
—Lo llevaré. —Aunque no estaba seguro de cómo, ya que necesitaba una mano
para sostener mi sábana.
—Lo tengo. —Molly sacudió la cabeza—. Vístete.
Pero en lugar de encontrar mi ropa, la seguí a la sala de estar.
Kali estaba sentada en el borde del sofá con los brazos alrededor de su
estómago.
Max estaba aturdido cuando Molly lo tumbó junto a su hermana.
Ella besó su frente.
—Volvemos enseguida.
Molly y yo corrimos a su habitación. Fue directamente al baño, agarrando una
bata de kimono de seda roja que no tenía cuando nos casamos.
Me apresuré a encontrar mi ropa desparramada en el piso y me la puse.
—¿Qué les vamos a decir?
Salió, atándose el cabello mientras caminaba.
146
—La verdad.
Siempre fuimos honestos con Kali y Max, incluso cuando eran pequeños. No
creo que ninguno de ellos haya entendido realmente lo que significaba cuando les
habíamos contado sobre el divorcio. Max solo tenía dos años y Kali cuatro. Pero
habían aprendido con el tiempo. Cuando tuvimos noches de mamá y de papá,
cuando las buenas noches se dieron a través de FaceTime, aprendieron.
Molly y yo compartimos una mirada preocupada mientras nos dirigíamos a la
sala de estar. Los niños pueden haberse adaptado a nuestro estilo de vida
divorciado, pero eso no significaba que encontrar a sus padres en la cama no tendría
un impacto. Maldita sea. Esta conversación iba a ser miserable.
Cuando llegamos a la sala de estar, mi corazón se hundió. La expresión
angustiada en el rostro de Kali fue la razón por la que no deberíamos haber
comenzado este asunto. Odiaba haberla puesto allí.
Molly se sentó entre los niños, tomando la mano de Kali de su regazo para
sostenerla sola.
Me acerqué a Max, levantándolo para que pudiera apoyarse en mi costado.
—Despierta por un segundo, grandulón.
Asintió, abriendo los ojos. Luego miré a Molly, esperando que supiera por
dónde empezar porque no tenía ni una maldita idea.
—Papá durmió aquí anoche. Conmigo. —Ella fue directo al grano.
—¿Van a volver a estar juntos? —preguntó Kali.
—No —dijo Molly suavemente—. No, no lo estamos.
El cuerpo de mi hija se encogió, la confusión se convirtió en devastación.
—Los amamos mucho a los dos. Lo siento si esto es confuso.
Kali no dijo una palabra. Tampoco Max.
La mirada preocupada de Molly se encontró con la mía mientras esperábamos
a que los niños dijeran algo. Cualquier cosa. Pero a medida que pasaban los minutos,
me di cuenta que no había nada más que decir.
—Si quieren hablar sobre eso, estamos aquí —les dije—. Siempre.
Kali se levantó y miró a Molly.
—¿Puedo quedarme en casa hoy también?
—Claro, cariño. Ustedes pueden acurrucarse en el sofá. Pondré una película.
Me puse de pie para dejar que Max se acostara. Kali tomó la esquina donde
Molly había estado sentada. Cuando ambos estuvieron cubiertos con mantas y la
147
televisión estaba en volumen bajo, seguí a Molly de regreso a la habitación, cerrando
la puerta detrás de nosotros.
—No podemos hacerles esto, Finn. No otra vez.
—Lo sé. —Me froté la mandíbula—. Listos o no, tenemos que parar.
Se sentó en el borde de la cama, dejando un espacio para que yo también me
sentara. Con nuestros muslos tocándose, puse una mano entre nosotros, con la
palma hacia arriba. Ella instantáneamente puso la palma de ella hacia abajo,
entrelazando nuestros dedos.
—En algún momento iba a terminar, ¿no?
Asintió.
—Sí. Así es.
—No lo siento.
—Yo tampoco —susurró—. Quizás este fue el final que deberíamos haber
tenido todo el tiempo. El que nos perdimos porque estábamos demasiado ocupados
enojados, amargados y heridos. Me gusta este final mucho mejor.
—A mí también.
Nos sentamos juntos, con las manos juntas, hasta que llegó el momento de
separarse. Cuando intentó soltar sus dedos de los míos, no los solté al principio. Pero
ella los movió de nuevo y no tuve otra opción. Cuando se levantó y caminó hacia el
baño, lo sentí de nuevo.
El agujero.
Había desaparecido durante el último mes, temporalmente lleno.
Me levanté de la cama y fui a la puerta del baño para despedirme. La abrí un
poco. En la ducha, los hombros de Molly estaban encorvados hacia adelante,
temblando.
Estaba llorando.
Joder, pero quería abrazarla. Quería prometerle que estaría bien. Lo
resolveríamos juntos.
Pero lo intentamos una vez. Había hecho esas promesas cuando nos casamos
y no habíamos mantenido ninguna.
Así que retrocedí, cerrando la puerta solo para que no creyera que había estado
mirando.
—Voy a irme —dije en voz alta.
—E-está bien.
148
—Adiós. —Cerré la puerta y me hundí contra el marco. Entonces hice lo que
debería haber hecho anoche. Me fui.
Todo al respecto se sentía mal. Estaba dejando a Molly llorando. Max estaba
enfermo en el sofá. Kali se había retirado a su propio mundo, apenas diciendo una
palabra mientras la besaba al despedirme.
No conduje a casa, sino al trabajo, con ropa de ayer. Si me fuera a casa, me
ducharía. No quería ducharme, no cuando el aroma de Molly permanecía en mi piel.
Fui el primero en llegar a Alcott. Mi camioneta estaba estacionada sola frente a
la oficina, como había estado muchas, muchas mañanas. Antes de salir del auto para
entrar, un recuerdo me golpeó fuerte.
Cuando Max tenía un año, se había enfermado con un resfriado. Molly también
se contagió. Ella se sentía miserable y me preguntó si podía quedarme en casa por
un día para entretener a Kali. En vez de eso, me fui a trabajar, dejándola para que se
encargara sola de los niños. Estacioné solo esa mañana también. Lo que debería
haber hecho hace tantos años era dar la vuelta. O mejor aún, no irme en primer lugar.
—Maldita sea —maldije al volante.
Estaba cometiendo los mismos errores una vez más, excepto que hoy era
diferente. No podía volver a Molly y arreglar esto. Si volviera, lo empeoraría y
confundiría aún más a los niños.
Así que entré en la oficina y encendí mi computadora. Trabajé desenfocado y
enojado, preguntándome cuántos otros errores había cometido, sabiendo que había
habido muchos.
Observé los planes de diseño para un proyecto, las líneas y las palabras se
difuminaban juntas. El trabajo, mi compañero constante, no era tan buena compañía
hoy. Este ya no era mi refugio. No podía resolver este problema trabajando más
duro.
Siempre pensé que si Alcott tenía éxito, me daría más libertad para ayudar en
casa. Aseguraría que Molly y los niños estarían bien si algo me pasara. Si muriera,
estarían listos para la vida.
Objetivo alcanzado. Alcott tuvo éxito, estuviera al mando o no.
Y me había costado todo. Me había costado a mi esposa.
Algo de lo cual me di cuenta una despedida de soltera y una noche de fiesta
demasiado tarde.
149
Molly

F
inn y yo mantuvimos nuestra distancia el uno del otro la semana después
de que los niños nos encontraron juntos. Regresamos a nuestra rutina
después del divorcio, donde los chicos estaban en su casa o en la mía y
con solo un padre presente. Nuestro único momento en que estábamos juntos era
cuando hacíamos el cambio.
El universo debía saber que no podría soportar otra carta porque no había
recibido nada en toda la semana. No tenía energía para recordar el pasado o el coraje
de hablar de cómo las cosas habían sucedido.
150
Era mejor de esta manera, del modo sencillo.
Era mejor concentrarme en el ahora. Finn y yo no estábamos enamorados. Ese
amor era historia.
Los niños habían estado de mal humor toda la semana, no me sorprendía. Max
se había recuperado rápidamente de su virus estomacal de veinticuatro horas y
había pasado el resto de la semana en el campamento. Él había estado en silencio
toda la semana, sus sonrisas eran raras. Kali parecía que no existía. Ella había estado
tan emocionada por el campamento, pero a causa de su ira y confusión, todos los
días iba con una mala actitud. Me sentía terrible por los consejeros.
Porque todo era mi culpa.
Me había perdido en mis recuerdos. Había permitido que esas cartas nublaran
la realidad de mi situación. Me habían barrido por segunda vez en mi vida, por Finn.
No había pensado que mi amorío con Finn estuviera mal. Se había sentido tan
bien ser tocada, acariciada, besada… deseada. Pero si creía que fue arriesgado.
Qué los niños nos descubrieran había sido como un golpe de realidad. En
mayor medida, no quería que Kali pensara menos de mí. No quería que mi hija
creciera pensando que estaba a disposición de su padre. Sabía que así no era como
Finn me había tratado. Yo sabía eso. ¿Pero ella?
La mañana había estado silenciosa mientras me sentaba en la mesa de la cocina,
comiendo mi desayuno sola. Me había levantado temprano, sin ser capaz de dormir,
y me había preparado avena. Era el favorito de Finn, pero no era motivo por el cual
la había preparado. Era también mi favorita.
Con el plato vacío, miré mis dedos. Apenas y podías ver la marca por mis
anillos de boda ahora. Había tomado tiempo en que desaparecieran, o quizás parecía
un largo tiempo porque mi dedo se veía desnudo sin mi anillo de compromiso y
boda.
Estaban arriba, en una pequeña caja en mi vestidor. Me los había quitado tres
días después del divorcio. Probablemente me los hubiera dejado puesto por más
tiempo si no hubiera sido porque Finn los vio. Él se los había quitado el día después
de que firmamos los papeles. Yo había esperado hasta que fue oficial.
Durante un año, me los había puesto ocasionalmente. Normalmente en las
noches cuando me sentía sola y lo extrañaba terriblemente. Pero no había tenido la
urgencia por años. ¿Por qué quería hacerlo esta mañana?
Escondí esa tentación de mi mente y me levante y enjuague mi tazón y me fui
a trabajar. Llegaría temprano esta mañana y estaba bien por mí.
151
Salí por la puerta delantera en lugar de la cochera, queriendo revisar el correo
antes de irme. Bajé las escaleras del porche, pero en lugar de dirigirme al correo en
la calle, me detuve y miré en la otra dirección.
Las luces de Gavin estaban encendidas. Las persianas ya estaban abiertas hacia
su oficina y él ya se encontraba sentado en su escritorio, sus ojos pegados a la
pantalla de su computadora.
Olvídate del correo. Crucé mi jardín, cruzando la línea invisible hacia el suyo, y
caminé hacia su puerta, sin permitirme dudar ni un segundo antes de tocar. Me
removí de un pie al otro mientras sus pasos se acercaban desde el interior.
Cuando abrió la puerta, forcé una sonrisa sin aliento.
—Hola.
—Hola. —Sus cejas se juntaron mientras miraba hacia mi casa—. ¿Todo se
encuentra bien?
—Sí —dije muy fuerte. Mi corazón acelerado—. Está bien. Genial. Yo estaba,
mmm… —Suspiré profundamente—. Solo me preguntaba si te gustaría salir a cenar
conmigo. Una cita.
—Oh. —Sorpresa cruzó su rostro—. ¿Una cita?
—Una cita.
—Yo, eh… sí. —Se ajustó las gafas—. Me gustaría eso. Pero tengo que ser
honesto. He notado la camioneta de tu ex en el camino. Mucho.
—Ha estado trabajando en el jardín.
—También me he dado cuenta de eso. Pero no es exactamente de lo que estoy
hablando.
Mierda. Sin duda Gavin había notado la camioneta de Finn, y Finn no estando
en el jardín, porque había estado en mi cama.
—La verdad es que, Finn y yo estuvimos juntos por un largo tiempo. No
terminamos exactamente en los mejores términos. Creo que ambos teníamos
algunos sentimientos en los cuales trabajar. Pero ya se ha terminado.
—¿Estas segura? Porque, Molly, me gustas. Me gustas desde el momento en
que me mude a lado.
—Gracias. —Un sonrojo subió por mis mejillas. ¿Cuánto tiempo había pasado
desde que le gusté a un hombre? Un chico que era tierno y dulce. Y también apuesto.
—Pero…
—Oh-oh —gruñí—. Tenías que lanzar eso, ¿no es así? 152
—Pero… —Gavin rio—. No quiero entrar a la mitad de algo que está sin
terminar.
—Lo entiendo. Pero ya terminó. Definitivamente.
Decir esas palabras dolió, más de lo que debió de doler. Pero era momento de
seguir adelante, dolor o no. Era hora de dar los suficientes pasos al frente para dejar
de mirar atrás.
—Está bien. —Gavin sonrió. Estaba un poco ladeada y era completamente
adorable—. Entonces me encantaría ir a cenar. En una cita.
—¿De verdad? —Acababa de invitar a un chico a una cita y había dicho que sí.
Sonreí mientras mi confianza volaba.
—De verdad. ¿Qué día?
—Buena pregunta. —Pensé en mi horario—. No tengo a los chicos mañana.
Aunque eso es un poco pronto.
—Puedo mañana.
—Entonces es una cita. ¿A las siete?
—Siete. —El teléfono sonó al interior y Gavin apuntó con su dedo sobre su
hombro—. Esa es mi primera llamada en conferencia de la mañana.
—Te dejo para que atiendas. Nos vemos.
—Nos vemos. —Su sonrisa creció—. Mañana.
Salté los escalones. La adrenalina subiendo por mis venas me hizo querer
correr a casa, pero obligué a mis pies a caminar.
Tengo una cita.
Poppy va a estar tan orgullosa.
Decidí evitar el correo. Si una de las cartas de Finn se encontraba ahí, tendría
que esperar. No iba a permitir que se manchara esta sensación. Porque esta mañana
se trataba de mí, no de Finn, así que me apresuré y tomé mis cosas para conducir al
trabajo.
Poppy estaba sentada en el mostrador cuando llegué, una humeante taza de
latte frente a ella y un frasco con su delicioso quiche de espinacas y cebolla.
—Hola. Llegas temprano.
—Estaba despierta. —Me encogí de hombros, dirigiéndome a la cafetera.
Algunas mesas estaban ocupadas por felices clientes, antes de que llegara la gente
de la mañana, me tomé los pocos minutos a solas con mi mejor amiga para hablar—
. Así que, tengo una cita mañana.
Dejó de masticar, sus ojos parpadeando un par de veces como si no me hubiera
153
escuchado bien.
—¿Una cita?
—Sí. Con Gavin.
Una pizca de decepción llenó sus ojos, pero se fue rápido, desvaneciéndose con
una sonrisa amplia.
—Me gusta Gavin.
—A mí también.
—Me alegra que finalmente haya juntado el valor para preguntarte.
—En realidad. —Le coloqué algo de crema a mi café y lo llevé al mostrador—.
Yo lo invité a salir.
—¿Lo hiciste? Eso es tan… atrevido y moderno. Estoy impresionada.
—Gracias. —Sonreí—. Ya era hora.
—Sí, lo era. Estoy feliz por ti, y en mi opinión, es exactamente lo que
necesitabas.
Había entrado al restaurante la semana pasada para decirle a Poppy que mi
amorío con Finn había terminado. Había esperado algo de decepción, quizás
sorpresa. Excepto que ella no se había sorprendido porque Finn ya le había dicho
sobre los chicos encontrándonos en la cama. El día que había sucedido, ellos habían
tenido uno de sus almuerzos juntos y él lo había confesado todo.
También fue como ella había escuchado del divorcio. Finn parecía saber sobre
las conversaciones que no quería tener con Poppy y las tenía por mí.
Él me había salvado de tener que llorar frente a ella.
Llorar en frente de las personas, incluso mi mejor amiga, era algo que intentaba
evitar. Mi madre tenía personas llorándole todo el día. Cuando era niña, recuerdo
que cuando regresaba a casa en más de una ocasión dijo lo mucho que le alegraba
no tener a nadie que le llorara por unas horas.
Mamá amaba su trabajo. Amaba ayudar a las personas, pero podía ver como
el tener todo el agobio y lágrimas descargados en ti podía ser agotador. Así que le
evité las mías. Y conforme los años pasaron, se volvió un hábito.
Había llorado más con las cartas este último mes de lo que había hecho en años.
Era otra razón por la que terminar mi romance con Finn había sido una buena
decisión.
154
—Así que, ¿cuál es el plan de hoy? —le pregunté a Poppy después de
prepararme mi propio latte.
—Bueno, creo que finalmente me puse al corriente desde el aniversario. Los
refrigeradores están llenos de nuevo. Dora fue la mejor y envolvió un montón de
cubiertos anoche en su turno. Incluso lavó a profundidad los baños.
—La amo. Desearía que no tuviéramos que perderla tan pronto.
—Yo también. Estúpida universidad. Estúpidos sueños.
Solté una risa.
—¿Verdad? ¿Por qué quisiera ella ser una abogada exitosa cuando podría
quedarse a trabajar aquí por el resto de su vida? Es en verdad egoísta.
—Completamente. —Poppy rió—. Deberíamos de preguntarle si tiene amigos
jóvenes que quieran tomar su puesto.
—Ya me adelanté. Ella ya comenzó a preguntar.
—Debía de imaginarlo. —Poppy regresó a su quiche—. Siempre te adelantas a
todo. En realidad no estoy segura como Finn logró manejar Alcott sin ti.
Mi sonrisa se desvaneció.
—Él lo logró.
Él realmente nunca me necesitó ahí, después de todo.
El teléfono de Poppy sonó y contesto, sonriendo mientras respondía.
—Hola, papá.
La alegría de su rostro desapareció dos segundos más tarde. El color se
desvaneció de sus mejillas, la luz en sus ojos azules se apagó.
Cole.
No. No, el universo no era así de cruel. No tomaría uno de los amores de Poppy
y luego se robaría el otro también.
Caminé al otro lado del mostrador, apresurándome a su lado mientras la voz
de David escupía información rápidamente. Con excepción que no era el nombre de
Cole el que escuché constantemente a través del teléfono.
Era el de Finn.
El mundo se inclinó bajo mis pies, y me tropecé a un lado, aferrándome al
mostrador buscando balance. Mi mano libre busco en mi bolsillo, buscando mi
teléfono, pero no encontró nada. Mi bolso. Mi teléfono estaba en mi bolso.
Mantuve una mano en el mostrador mientras me dirigía al otro lado, cayendo
de rodillas mientras tiraba un labial, los lentes y dos carritos de Max al suelo,
buscando mi teléfono.
155
Tenía tres llamadas pérdidas de un número que no reconocí. Había un correo
de voz, pero antes que pudiera escucharlo, Poppy llamó mi atención.
—Está bien, papá. Estaremos ahí.
—¿Qué? —Me puse de pie—. ¿Qué sucedió?
—Finn tuvo un accidente.

—¿Alguna noticia? —preguntó Bridget mientras regresaba a la sala de espera


con una taza de café.
Sacudí la cabeza, mis ojos desenfocados mirando la pared frente a mí. Max
estaba en una silla a mi derecha. Kali a mi izquierda. Llevábamos en el hospital seis
horas, esperando a escuchar noticias sobre Finn.
La primera hora pasó volando. Poppy y yo salimos del restaurante en un
pánico aturdido. Con tanta amabilidad cómo fue posible, les pedimos a los clientes
que salieran de inmediato, pegamos un letrero, cerramos todo y corrimos en
diferentes direcciones.
Poppy fue directamente al hospital a donde llevaron a Finn.
Yo fui a Alcott por mis hijos.
Max y Kali no tenían campamento de verano esta semana. Era una de las pocas
semanas en sus vacaciones de verano donde no tenían nada planeado, así que
pasaban el tiempo con nosotros en nuestros trabajos. Ellos preferían ir a Alcott,
porque el pequeño departamento sobre la oficina de Finn era un centro de juegos.
Tenía una enorme televisión y una amplia variedad de películas que los chicos
disfrutaban. También había un Xbox. Cuando venían conmigo al restaurante, ellos
se aburrían. Les daba tareas fáciles para ayudar, y ellos amaban comer más que Finn,
pero no podía competir con videojuegos. Incluso aunque tuvieran que levantarse
súper temprano para ir con Finn, no les importaba. Ellos se dormían en su sillón y
se despertaban para jugar.
156
Así que habíamos acordado en que pasaran esta semana en Alcott.
Ellos habían estado ahí durante el accidente. Yo odiaba eso.
Uno de los miembros regulares había llamado para reportarse enfermo, así que
Finn les había pedido que se quedaran dentro mientras salía al jardín mientras les
ayudaba a cargar el material para ir a un trabajo.
Max y Kali habían estado en la oficina mientras Finn se encontraba cargando
un gran cubo lleno de rocas con un mini cargador. Ellos habían escuchado los gritos
cuando una roca cayó del cubo y aterrizo en una de las llantas de la máquina. Ellos
escucharon los gritos cuando el cargador golpeó la piedra, se tambaleó al frente y
lanzó a Finn al suelo cuando el cinturón de seguridad no funciono.
A pesar de que todos corrieron para librar a Finn del equipo, su cuerpo había
sido aplastado por las llantas delanteras. Y Max y Kali habían visto mientras la
ambulancia se marchaba con su padre en la parte trasera.
Cuando llegué, Alcott era un caos. Todos los empleados estaban en el patio.
Cinco hombres tenían manchas de sangres en sus pantalones.
Les di un vistazo y casi vomité, pero lo tragué para concentrarme en encontrar
a mis hijos.
La mayoría de las personas estaban corriendo por todos lados, guardando
cosas, pero algunos estaban en pequeños grupos con miradas sorprendidas y
conmocionadas en sus rostros.
Bridget estaba ahí, hablando con dos oficiales de policía. Gerry, el capataz
favorito de Finn, que había estado trabajando en Alcott desde el inicio, estaba al
teléfono, andando cerca del mini cargador que seguía en el jardín.
No les di más que una mirada. Estacioné, salté de mi Jeep y corrí.
Max y Kali estaban afuera, sosteniéndose el uno al otro. Solo uno de los
hombres se había molestado en ayudar con los niños. No lo conocía, pero
aparentemente, él había estado con Max y Kali, cuidándolos hasta que yo llegué.
El segundo en que me vieron, Kali y Max corrieron hacia mí, lagrimas
deslizándose por sus hermosos rostros.
Después de un fuerte abrazo, los subí y aceleré al hospital para unirnos con los
padres de Finn, Poppy y Cole. Él llevó a Kali y Max hacia la cafetería, mientras el
doctor explicaba la gravedad del accidente de Finn.
Luego todos nos sentamos en la sala de espera y… esperamos.
Finn había sido estabilizado y llevado de inmediato a cirugía para reparar el
daño en sus órganos internos. Ellos habían estado en eso por más de cinco horas. 157
Tenía heridas en todo su lado derecho. Brazo roto. Costillas rotas. Pelvis rota.
Pierna rota. En la evaluación inicial los doctores sospechaban que al menos uno, sino
ambos pulmones se encontraban perforados y su hígado lacerado. La mitad de su
cuerpo estaba roto. Si hubiera sido arrojado unos metros a otra dirección, el mini
cargador habría aplastado su cráneo y hubiera muerto instantáneamente.
Las posibilidades de que no sobreviviera al accidente eran grandes.
Después de la primera hora en la sala de espera, el tiempo se había alentado
hasta casi detenerse. Cada segundo era una tortura mientras nos sentábamos en una
sala llena de personas que no conocía. Llena de personas que no quería ver.
Mi cabello se sentía pesado en mi cuello y hombros, así que liberé mis brazos
de mis hijos y tomé el elástico de mi muñeca. Era negra. Junté mi cabello en la parte
de arriba de mi cabeza, lista para amarrarlo, pero cuando estiré la liga, se rompió.
Casi caí de mi silla. No. No, esto no estaba sucediendo. Acabábamos de tener
el peor día. ¿No es así? Esto no podía ponerse peor. No podíamos perder a Finn.
Respiré profundamente, luego una vez más. Tiré el elástico roto y dejé caer mi
cabello. No podía tentar al destino una vez más al intentar amarrarlo. Luego distraje
mis pensamientos de lo peor al estudiar a las personas en la sala.
Gerry y el resto de los capataces de Alcott habían venido al hospital, una gran
cantidad de empleados detrás de ellos. Bridget estaba aquí también, sentada frente
a los niños y de mí, bebiendo de su café y haciendo una mueca después de cada
sorbo.
—No tienes que quedarte. —Fue la manera más amable que se me ocurrió
después de cinco horas para decirle que se fuera.
Ella se encontró con mi mirada, sus ojos entrecerrándose.
—Sí, sí tengo.
—¿Por qué?
Ella no era de la familia. Ella no era una amiga aquí. Ella era la empleada de
Finn y la odiaba. Odiaba su rubio corte estilo pixie. Odiaba como usaba camisetas
sin mangas que se ajustaban perfectamente a su cuerpo tonificado. Odiaba que
hiciera que el estilo de pantalón para trabajar de hombres se viera lindo. Era lo
suficientemente mujer para admitir que había existido algo de celos en algún
momento. Ella era esta pequeña bola de músculos con un lindo rostro y una brillante
sonrisa, y ella estaba al lado de Finn todos los días.
Pero no era por eso que la odiaba. La odiaba porque ella pensaba que era su
deber juzgarme. Bridget pensaba que estaba por sobre mí. Que a pesar de estar 158
afuera, sabía más sobre mi matrimonio que yo. Odiaba que Finn le hubiera dicho
sobre mi aventura de una noche. Odiaba que le hubiera confiado esa información y
que ella la hubiera usado en mi contra.
La última vez que había estado en Alcott, justo después del divorcio, ella me
había dicho puta a la cara.
No había visto a Bridget desde entonces. Se veía exactamente igual, aunque
con más líneas delgadas en su rostro. Trabajar bajo el sol todo el tiempo tenía sus
desventajas.
—Voy a quedarme. Finn es importante para mí —dijo—. También lo son sus
hijos.
Mis hijos.
Cerré mi boca y regresé a mirar a la pared. Nada bueno saldría de pelear con
Bridget hoy. No cuando tenía cosas más importantes por las cual preocuparme.
Por ejemplo, cómo sobreviviría si Finn no lo hacía. O cómo iba a mantener a
nuestros hijos a flote si su padre moría.
Mi estómago dio un vuelco, saliva llenó mi boca, y tragué fuertemente,
obligándome a no vomitar. Tenía que ser fuerte. Por Kali y Max, no podía dejarme
llevar por la duda y angustia que lentamente me estaba consumiendo.
¿Por qué la cirugía estaba tomando tanto tiempo? ¿Era porque los doctores
estaban luchando por arreglarlo?
No te lo lleves. Por favor.
Los tres estábamos en un pequeño sofá. Normalmente, habría espacio
suficiente para que Kali, Max y yo estuviéramos sentados cómodamente. Pero dado
que ambos estaban sobre mi regazo, sus cuerpos se encontraban tan cercanos al mío
como era posible, había espacio de sobra.
Por favor, no te lo lleves.
No había tenido oportunidad de orar por Jamie. Él había sido robado de
nosotros antes que tuviéramos la oportunidad. Pero por Finn, oré. Había estado
orando por horas. Rezando por un milagro.
—¿Puedo traerte algo Molly? —Uno de los empleados de Finn pregunto. Él
había sido quien estaba junto a mis hijos. Él había llegado al hospital después de que
nos fuimos, junto con otros chicos y los capataces.
—Lo lamento. ¿Cuál es tu nombre?
—Jeff, señora.
—No, gracias, Jeff.
Kali me había dicho después que llegamos al hospital que las tres llamadas que
159
había perdido eran de ella. Jeff le había dejado usar su teléfono.
Señaló a los niños.
—¿Algo para ellos?
Sacudí la cabeza.
Kali y Max, ambos tenían los ojos cerrados. Max estaba dormido. El estrés
emocional del día lo había agotado por completo. Aunque Kali no lo estaba. Ella
parecía dormida, pero cada tanto, su cuerpo se tensaba.
Cada vez que sucedía, la acercaba más.
Por favor, no lo apartes de nosotros.
En la otra esquina de la sala, David y Rayna estaban en las sillas más cerca del
pasillo. Siempre había pensado que David se veía joven para su edad. Era apuesto,
muy parecido a Finn. Pero hoy, se veía demacrado. Las canas alrededor de su sien
estaban más pronunciadas. El temor en su corazón se filtraba a través de su piel,
volviéndola gris.
Rayna, igual de hermosa como Poppy, estaba sentada a su lado. Su barbilla en
alto. Sus hombros hacia atrás como si ella estuviera esperando nada más que su
amado hijo saliera caminando en unos minutos y bromeando sobre cómo había
usado su cinturón de seguridad.
Ella estaba intentando fuertemente, como yo lo estaba haciendo, de mantener
lo peor oculto. Pero sus ojos la traicionaban. Estaban llenos de terror porque ella
había escuchado la advertencia del doctor también.
Las posibilidades de que Finn sobreviviera al trauma eran limitadas en el mejor
de los casos. Cinco por ciento. Eso es lo que nos había dicho, sus probabilidades de
sobrevivir la cirugía. Cinco por ciento.
Todos estábamos orando por ese cinco por ciento. Por un milagro.
David había recibido la primera llamada. Bridget le había llamado después de
que llegaron los primeros paramédicos y se habían encargado de la situación. Él le
había llamado a Cole, y luego a Poppy, porque David sabía que tan pronto la
conmoción inicial se desvaneciera, después que todo aterrizara, Poppy saldría
afectada.
Había sucedido hace tres horas.
Todos habíamos estado sentados en silencio en la sala, los únicos sonidos
provenían de las personas moviendo sus sillas y las personas del hospital trabajando
en el fondo, cuando un sollozo escapó de la boca de Poppy. 160
Se había desmoronado, colapsado en los brazos de Cole mientras lloraba
incontrolablemente. Él la levantó y la sacó cargada de la habitación sin decir nada.
Ellos no habían regresado desde entonces.
Pero yo no estaba preocupada por ella. Cole se encargaría de ella. Él la ayudaría
a salir a delante, sin importar qué le sucediera a Finn.
Yo no tenía a un Cole con quien contar.
Finn era mi Cole.
Una punzada golpeó mi nariz. Las lágrimas brotaron. Sorbí por la nariz y el
cuerpo de Kali se estremeció. El brazo que la estaba abrazando se apretó aún más.
Sus brazos estaban alrededor mi muslo y lo abrazó aún más mientras
sollozaba, sus hombros temblando.
Me incliné y susurré en su cabello.
—Respira profundamente.
Asintió, respirando.
—Tengo miedo.
—Yo también cariño. Yo también.
Si lloraba, ella se rompería. Así que a pesar de que mi garganta estaba en
llamas, me obligue a mantener la calma. Tendría mi momento más tarde, cuando me
encontrara en casa, sola y pudiera ahogar el sonido en una ducha caliente.
Un doctor se aclaró la garganta mientras entró a la sala de espera usando un
uniforme verde azul con protectores a juego sobre sus zapatos.
—¿Señor Alcott?
La habitación volvió a la vida, repentinamente ruidosa y llena de movimiento,
a pesar que había estado en silencio y calmada hace un momento.
Kali saltó del sillón mientras cuidadosamente colocaba a Max hacia un lado,
asegurándome que no cayera cuando me levantara.
Tomé su brazo antes que pudiera correr hacia el doctor.
—Kali, espera. Quédate con Max.
—Mamá…
—Por favor. En caso que despierte. —Y en caso que el doctor no tenga buenas
noticias.
Ella no lo escucharía de un doctor de cincuenta y tantos años con un lunar en
la barbilla. Si había algo malo, mi hija lo escucharía de mí. 161
Sus hombros cayeron.
—Está bien.
Besé su cabello, y me apresuré a cruzar la habitación.
El doctor había llamado al padre de Finn, y a pesar de eso todos estaban
alrededor de él. Bridget, por supuesto, estaba al centro y al frente.
—¿Está bien?
—Disculpa. —Empujé pasando junto a ella, reuniéndome con David y Rayna
mientras se paraban junto al doctor.
—Señor Alcott. —El doctor hizo una señal para que David lo siguiera al pasillo.
Rayna tomó mi mano, jalándome junto a ella mientras seguía a David.
Kali y Max esperaron en la entrada de la sala de espera, espiando por el pasillo
mientras salíamos de su área para escuchar. Kali probablemente lo había despertado
en el segundo en que me levanté.
—Mis hijos están ahí —le dije al doctor—. ¿Le importaría darles la espalda?
Asintió una vez, asegurándome que ellos no podrían leerle los labios o ver la
expresión en su rostro.
—Finn salió de cirugía y está en recuperación. Tiene mucho daño interno. En
este momento, estamos preocupados por hemorragias e infecciones. Pero si logra
sobrevivir las siguientes veinticuatro horas, sus probabilidades aumentan
dramáticamente.
—¿Pero está vivo? —dije con voz ronca.
El doctor asintió.
—Él está vivo.
Gracias, Dios.
La mano de Rayna cubrió su boca mientras lloraba de alivio. David la llevó a
su lado, abrazándola fuertemente, y girándola a un costado para que los niños no
pudieran ver.
Me abracé, físicamente sosteniendo las emociones en mi interior.
—¿Podemos verlo?
—Puedo dejarlos pasar por solo unos minutos, pero no está despierto. Lo
vamos a mantener sedado de momento.
—Vayan ustedes —les dije a Rayna y David—. Les diré a los niños.
—No —dijo Rayna—. Tú deberías ir. 162
—Pero…
—Molly. —David tocó mi brazo—. Ve.
—Kali y Max…
—Nosotros nos encargamos —dijo—. Ve.
—Está bien. —Asentí y seguí al doctor a través de una serie de pasillos blancos
hasta que llegamos al área intensiva. Cuando entramos a la habitación de Finn, mi
corazón acelerado disminuyó al sonido de sus monitores.
Mi mano cubrió mi boca, y mis ojos se cerraron. Una lágrima se deslizó por mi
mejilla mientras tomaba tres respiraciones para recuperar la compostura.
Finn, mi Finn, apenas era visible debajo de las vendas blancas. Era difícil ver
algo más que tubos y cables conectados a su cuerpo sin movimiento.
—Le daré un minuto. —El doctor tocó mi hombro y dejó la habitación.
Mis zapatos se arrastraron por el suelo, las suelas de hule chillando porque no
tenía la fuerza suficiente como para levantar los pies.
La mano de Finn estaba fría cuando la tomé. Cientos de cosas por decir
cruzaron mi mente. Suplicas para decirle que luchara, que sobreviviera por nuestros
hijos. Chiste sarcásticos sobre su inhabilidad de operar maquinaria pesada.
Preguntas sobre porque me mantuvo como su contacto de emergencia médica
después de todos nuestros años separados.
Pero si Finn pudiera escucharme, si no lograba sobrevivir un día, entonces solo
había realmente una cosa por decir.
—Te amo. Te amo tanto, Finn. Siempre te amaré.

163
Molly

—H
ola. —Le sonreí a Gavin mientras me acercaba a su
porche.
Se apoyó contra uno de los postes, con un vaso de
té helado en sus manos.
—Hola.
Me agaché para recoger el vaso que había puesto en el escalón superior para
mí. 164
—Me encanta tu té helado.
Gavin se rio entre dientes y se sentó a mi lado en la escalera.
—Este es el último.
—¿Qué? —Lo miré con horror—. ¿Por qué no puedes hacer más?
—Me quedé sin bolsitas de té.
—Puedo pasar por unas en el supermercado más tarde. —Me concentré en el
té de Gavin. Había sido una de mis cosas favoritas durante las últimas seis semanas.
Sentarme en los escalones con él se había convertido en mi pequeño descanso de la
realidad.
—Tengo algunos en camino, pero la orden está retrasada.
—Te voy a contar un pequeño secreto. —Me incliné más cerca para susurrar—
.Esta compañía llamada Lipton es bastante famosa por su té. En realidad lo llevan a
la tienda de comestibles. Aquí. En esta ciudad.
Se rio entre dientes.
—No puedo beber Lipton.
—Demasiado bueno para Lipton, ¿eh? No tenía idea de que fueras un snob del
té. Siento que ni siquiera te conozco.
—Es culpa de mi madre. Cuando era niño, mi familia se tomaba unas
vacaciones anuales en el desierto. Mi madre tropezó con este pequeño café fuera de
Flagstaff, y se convirtió en nuestro lugar. Tenían el mejor té helado. Con los años, se
hizo buena amiga del dueño y descubrió la marca de té que usaba. Mamá lo ordenó
y nunca miró atrás. Ella tiene Alzheimer de aparición temprana, y tuvimos que
ponerla en una casa hace un par de años. Hay días en que no se acuerda de mí, de
mi hermana o de mi papá. Pero ella nunca ha olvidado ese té.
—Y te aseguras de pedirlo también.
—Siempre.
Sonreí, tomando un saludable trago de mi bebida.
—Gracias por compartirlo conmigo.
—El placer es todo mío. Eres mi vecina favorita.
—No se lo digas a la señora Jarrit. —Asentí hacia la casa al final de la calle sin
salida—. Creo que ella está enamorada de ti.
—Hay algo en mí que las mujeres solteras de setenta años no pueden resistir.
Creo que son mis lentes. 165
Me reí, terminando mi té. Me tragué la última gota cuando una furgoneta negra
giró hacia nuestra calle. Mis hombros cayeron, el agotamiento de las últimas seis
semanas me golpeó con toda su fuerza.
—¿Hoy es el día de la gran mudanza?
Suspiré.
—Sí.
—¿Cómo están todos?
Observé la camioneta mientras se acercaba sigilosamente a mi camino de
entrada, sin saber cuál era la mejor manera de responder esa pregunta.
—No lo sé. Ha sido duro. Sé que te dije esto ayer, pero realmente aprecio todo
lo que has hecho para ayudar. Desde cortar el césped, enviar a las niñas para jugar
con Kali y Max, hasta traer pizza. Y el té.
Estos descansos de cinco minutos en el porche de Gavin se habían convertido
en lo más destacado de cada día, principalmente porque no hablábamos de todas las
cosas malas. Me contaba anécdotas de su infancia o sobre su trabajo. Bromeamos
sobre los otros vecinos. Pero durante cinco minutos, no necesitaba pensar en los
niños o los cambios que vendrían.
No tenía que pensar en Finn.
—Siempre estoy feliz de ayudar. Solo déjame saber qué podemos hacer las
chicas y yo.
—Gracias.
Me dio una palmada en la rodilla cuando la furgoneta se detuvo en el camino
de entrada.
Poppy me saludó desde el asiento del pasajero. Cole apagó la furgoneta y la
gran puerta lateral se abrió. Kali y Max salieron disparados.
—Hola mamá. —Max saludó con la mano—. Hola, Gavin.
Ambos devolvimos el saludo y yo me paré de los escalones.
—Gracias de nuevo.
—Cuando quieras. Te veré por ahí.
Hoy era mi último descanso para el té con Gavin. Después de la mudanza de
hoy, no estaba segura de cuándo tendría tiempo de volver aquí.
Caminé por la hierba, corriendo hacia la camioneta para darle un abrazo a
Poppy.
—¿Cómo les fue? 166
—Bien. —Asintió—. Estamos bien.
Kali y Max se unieron a nosotros, y todos nos apartamos de la camioneta
mientras Cole movía la rampa de la silla de ruedas.
Hacer que Finn entrara y saliera de la furgoneta nos tomaría a todos a práctica.
Seis semanas después del accidente, finalmente había dejado el hospital.
Los primeros días después de su cirugía inicial habían sido una lucha para
todos nosotros. Nunca quería volver a poner un pie en un hospital. Max había dicho
lo mismo esta mañana.
Finn había sido extremadamente afortunado de superar sus cirugías sin
infección, pero el daño a su cuerpo fue tan grave que me era difícil pensar en eso sin
sentirme enferma.
Había tenido tres cirugías desde el día del accidente, y con cada una, había
pasado las horas rezando para que saliera con vida.
Se había roto la pierna en cuatro lugares y, después de la última cirugía, era
más un alfiletero que una extremidad. Lo mismo era cierto con su brazo. Tanto su
pierna como su brazo estaban congelados en gruesos moldes blancos. La pelvis de
Finn también se había roto, y por eso, estábamos esperando otro mes de esta silla de
ruedas.
Pero las heridas internas se habían curado. Habían sido las que amenazaban
su vida. Ahora lo que necesitaba era tiempo, descanso y rehabilitación.
—Hola. —Finn me sonrió cuando la silla de ruedas rodó por la rampa de la
furgoneta.
—Hola. —Mi corazón se derritió ante su sonrisa.
Él estaba ocultando el dolor. Estaba frustrado y enojado porque estaba
confinado en una silla de ruedas. Pero estaba vivo. Él estaba sonriendo. Para mí.
Para los niños. Para Poppy, que tuvo más dificultades que el resto de nosotros.
Estaba sonriendo porque hoy era el primer día en seis semanas que no estaba
atrapado en una cama de hospital.
Era hermosa, esa sonrisa más relajante que un profundo soplo de aire fresco
después de una lluvia de verano.
—¿Segura que quieres hacer esto? —preguntó—. Puedo meterme de vuelta a
la camioneta.
—No vas a ninguna parte. —Puse los ojos en blanco y me acerqué al manillar
de su silla—. Bienvenido a casa. 167
Me miró por encima del hombro, sus ojos cálidos.
—Es bueno estar aquí.
Le guiñé un ojo y luego asentí a los niños.
—Lideren el camino.
Kali y Max se rieron mientras corrían hacia la rampa que los empleados de Finn
habían construido para él.
Cuando los médicos nos dieron los detalles del plan de recuperación de Finn,
quedó claro que no iría a su propia casa. Bueno, había sido claro para mí y para
todos los demás en la sala ese día. Todos menos Finn.
Él pasó una hora explicándonos a Poppy, a sus padres y a mí cómo estaría bien
en su casa. Su silla tenía una opción automática, por lo que podía conducir con la
palanca de control. Tenía un brazo que funcionaba y podía comer bocadillos durante
unos meses. Haría pipí en una botella y podía preparar un baño de esponja con una
sola mano.
Cuando terminó de explicar su ridículo plan, saqué mi teléfono frente a él y
llamé a Gerry a Alcott. Le dije que necesitaba una rampa para sillas de ruedas en la
puerta de mi casa. Cuando llegué a casa esa noche, todos sus trabajadores estaban
allí junto con un remolque lleno de madera.
La construyeron en dos días.
—¿Quieres que empuje? —Se ofreció Cole.
—No, lo tengo.
Cole jaló a Poppy a su lado, y la pareja siguió a los niños por la rampa hacia la
casa.
Me contuve, queriendo unos momentos con Finn.
—¿Cómo está el dolor?
Sus hombros se hundieron.
—Hoy me he movido mucho. Lo estoy sintiendo.
—Tengo tu prescripción adentro. ¿Ya comiste?
—No. No podría soportar una comida más en el hospital.
—Está bien. Comida. Pastillas. Siesta. —Empujé la silla hacia adelante
lentamente.
—Molly, yo… —Se pasó la mano por la cara. Se había dejado crecer la barba
en su tiempo en el hospital. Le ofrecí afeitarlo varias veces, al igual que un par de
168
enfermeras demasiado ansiosas que no extrañaría, pero él se negó. Le gustaba el bajo
mantenimiento de la barba.
—¿Qué? —Nos detuve.
—Gracias. —Sus ojos azules se alzaron hacia los míos—. No tenías que hacer
esto. Podría irme a casa. Contratar una enfermera. Mamá dijo que se quedaría
conmigo por un tiempo. Esta es una gran carga para tu vida.
Rodeé la silla y me arrodillé para estar a la altura de sus ojos.
—Finn, no vas a ir a ninguna parte. Hasta que te hayas curado, esta es tu casa.
Los niños necesitan verte. Necesitan ver que estás mejorando. —Yo también.
—Yo también necesito verlos. —Estiró su mano buena sobre el brazo de la silla
de ruedas y ahuecó mi mejilla—. Y a ti.
Le di una pequeña sonrisa.
—Estaremos bien.
David y Rayna habrían hecho cualquier cosa para ayudar. Lo mismo ocurría
con Poppy y Cole. Pero ninguno había hecho la oferta de traer a Finn a sus hogares.
¿Por qué? Porque tomé la decisión de traerlo aquí antes que tuvieran la oportunidad.
Él estaba aquí. En casa.
Donde todos necesitábamos que él estuviera.
Lo empujé por la rampa, su silla más pesada de lo que recordaba, pero no
inmanejable. Cuando llegamos al porche, saludé a Gavin, que todavía estaba parado
afuera.
Él devolvió el saludo antes que desapareciéramos adentro.
—Dile a Gavin gracias por cortar el césped —dijo Finn.
—Lo hice.
—No, díselo de mí parte.
—Muy bien.
Todavía me sentía horrible por plantar a Gavin en nuestra cita. Había llamado
la noche en que se suponía que íbamos a cenar, pero había estado en el hospital. A
Finn acababan de quitarle los sedantes y todos esperábamos ansiosos que
despertara.
Ni siquiera me había dado cuenta de la hora que era. Qué día era. Las horas se
habían vuelto borrosas, y cuando Gavin llamó, fui a un rincón tranquilo. Me
preguntó dónde estaba. Me arrugué en un montón de lágrimas. 169
Lloré mucho, finalmente dejándolo ir. Gavin permaneció en el teléfono todo el
tiempo. Cuando me recuperé, le conté sobre el accidente de Finn. Él escuchó y
prometió estar allí si necesitaba ayuda.
No pidió reprogramar nuestra cita. No lo ofrecí. Los dos sabíamos que no
habría cita.
Había aprendido algo desde el accidente.
Mi amor por Finn no iba a detenerse. Podría decirme a mí misma y a los demás
que no estaba enamorada de Finn. Todo eran mentiras. Había enterrado ese amor
profundamente, empujándolo hacia abajo cada vez que amenazaba con aparecer,
pero todavía estaba allí.
Siempre había estado ahí.
Hasta que descubriera cómo lidiar con eso, no había lugar para otro hombre
en mi corazón.
—Papá. —Max bajó corriendo las escaleras mientras empujaba a Finn a la sala
de estar. Había una pila de libros debajo de su brazo—. Mira esto.
—¿Qué? —Finn forzó el dolor y el agotamiento de su rostro. Había estado
haciendo todo lo posible desde el accidente para esconderlo de los niños.
—La abuela Deborah me dio todos estos libros ayer. Tienes que encontrar a
Waldo.
—Eso fue amable de su parte.
Max asintió.
—La abuela tiene algunos de estos en su oficina, pero otro niño ya rodeó a
todos los Waldo. Estos son diferentes y mucho más difíciles.
Sonreí, empujando a Finn al lado de una mesa auxiliar para que Max pudiera
dejar los libros y buscar a Waldo juntos.
—Voy a hacer un almuerzo. Max, ayuda a tu padre si necesita algo.
Finn me dio una sonrisa antes de dirigir su atención a la primera página que
Max había abierto.
—Estaremos bien.
Mamá había dado un paso al frente estas últimas seis semanas. Nunca había
sido voluntaria para cuidar niños, especialmente cuando los niños todavía usaban
pañales. Pero ya que pasaba mis horas libres en el hospital, tomando turnos con
Poppy, David y Rayna para que Finn no estuviera solo, mamá había pasado más
tiempo con los niños que en los últimos años combinados.
Desearía poder decir que fue por Finn. Pero yo conocía a mamá. Ella lo estaba
170
haciendo por mí, y por el momento, lo aceptaría.
Fui a la cocina y encontré que Poppy, Cole y Kali ya estaban preparando el
almuerzo. Pan y carnes frías estaban colocadas en el mostrador. Kali estaba cortando
un bloque de queso. Cole estaba poniendo la mesa para los seis.
—Yo iba a hacer eso. Ustedes no necesitan hacer el almuerzo.
—No me importa. —Poppy sonrió desde donde estaba preparando
sándwiches—. No tienes que hacer todo tú sola.
Excepto que por mucho tiempo, había sido solo yo. Incluso antes del divorcio,
había hecho todo en esta casa. Lavandería. Cocina. Limpieza. Trabajar en el jardín.
Se sentía extraño ver trabajar a otras personas, así que conseguí bebidas para todos.
—Trajimos suficiente ropa de Finn para un tiempo, junto con sus artículos de
tocador. Pero podría haber algunas otras cosas que quiera. —Cole puso una pila de
servilletas sobre la mesa para nosotros—. Solo házmelo saber y lo traeré.
Asentí, agradecida de que no necesitaría ir a la casa de Finn y buscar en su casa
objetos personales.
—Gracias. Voy a correr a Alcott y recoger su computadora y su calendario.
Intentará trabajar en la computadora portátil un poco cada día y entrar en el ritmo
de las cosas.
—¿Quieres que yo vaya?
—No, puedo hacerlo. Pero gracias. —Miré por encima de mi hombro. Poppy y
Kali se reían de algo junto al fregadero. Estaban en su propio mundo, y estábamos
lo suficientemente lejos como para poder hacerle a Cole la pregunta que había estado
pensando a menudo últimamente—. ¿Se encuentra ella bien?
Cole miró a su esposa, sus ojos se suavizaron.
—Es la mujer más fuerte que he conocido.
—Sí, lo es.
—Ella está bien. Simplemente se asustó.
—Todos lo hicimos —susurré.
—Lo que ella necesita en este momento es ayudar. Ella necesita estar allí para
Finn. Él la ayudó después de que Jamie muriera. Los dos lo hicieron.
—Estuve allí, pero Finn fue quien estuvo para ella. Estuvo allí en el fondo de
todo. 171
—Ella quiere estar allí para él. Sé que puedes hacer esto por tu cuenta, Molly.
—Cole se encontró con mi mirada, sus ojos verde claro suplicaban—. Pero no lo
hagas. Deja caer un par de bolas por una vez en tu vida y deja que ella las recoja.
Ella necesita equilibrar la balanza. Necesita tener la oportunidad de estar allí para
Finn como él estuvo para ella.
Asentí, mi garganta demasiado apretada para hablar.
No quería renunciar al control del acto de malabarismo. No quería entregarle
algo a Poppy. A decir verdad, si entregaba una bola, temía que todas las demás
cayeran. Pero me arriesgaría por ella.
—El almuerzo está listo —anunció Kali, gritando a Finn y Max mientras llevaba
dos platos a la mesa.
—Gracias por cocinar —le dije a Poppy mientras caminaba hacia la mesa.
—Son solo sándwiches. Técnicamente, no se trata de cocinar.
—Todavía lo aprecio.
—Estaba pensando en hacer el doble de todo lo que hago en casa —dijo,
dejando los platos y tomando asiento cuando Finn y Max entraron en la habitación.
Cole sacó la silla en la cabecera de la mesa y la colocó en el rincón para que
Finn pudiera acercarse en su silla de ruedas.
La cara feliz de Poppy se desvaneció cuando miró a su hermano. Ella vio lo
que yo vi. Finn estaba luchando. Iba a seguir luchando porque este camino hacia la
recuperación iba a ser largo y difícil. Era un hombre al que le encantaba trabajar con
las manos y estar afuera, pero estaba confinado en esa silla.
Una vez que estuviera fuera de la silla de ruedas, habría una terapia física
intensa. Él no iba a saltar de esa silla y decir: Ta-ra, vamos a plantar algunos árboles.
Los médicos dijeron que podría tener efectos duraderos por el accidente.
—De todos modos. —Poppy se aclaró la garganta—. Estaba pensando en hacer
el doble de todo lo que hago en casa. Entonces no tendrás que cocinar.
Abrí la boca para decirle que yo podía hacerlo, pero me detuve antes de que
saliera la respuesta automática.
—Eso sería genial.
Este próximo mes sería brutal.
El trabajo en el restaurante estaba tan ocupado como siempre. No podía
esperar a que la escuela comenzara de nuevo, porque por mucho que amara los
veranos con los niños, este verano tenía que terminar. Estaban aburridos e irritables. 172
Habían pasado más horas en el hospital de lo que había deseado.
La escuela iba a ser mi gracia salvadora. Tal vez entonces le diría a Poppy que
podía mermar las comidas. Pero si cocinar la hacía sentir útil, lo tomaría.
Finn pensaba que podría volver a sumergirse en el trabajo, pero sabía que no
iba a ser tan fácil. Iba a necesitar un chofer para llegar a los sitios de trabajo e
inspeccionar el trabajo realizado. Necesitaría a alguien para recuperar la holgura en
la oficina porque su energía disminuía muy rápidamente. Todo eso me
correspondería a mí.
Y a Bridget. Por mucho que la odiara, estaba agradecida por la eterna lealtad
de Bridget hacia Finn. Mientras él había estado en el hospital, ella se había hecho
cargo de todo lo relacionado con sus proyectos y los dirigió junto con los suyos. Lo
había visitado todos los días para mantenerlo informado sobre los negocios.
Gerry y los otros trabajadores también habían intervenido. Venían al hospital
una vez por semana para transmitir el progreso. Habían mantenido a Finn al tanto,
y eso había salvado la cordura de Finn.
Parte de su cordura. No le habíamos dejado tener su computadora portátil
mientras estaba en el hospital, preocupados de que pudiera causarle mucho estrés.
Pero Finn estaba ansioso por saber cuánto se había pasado por alto en la oficina.
Bridget podría tener cubierto el lado del diseño del negocio, pero no pagaba las
facturas ni trabajaba con los proveedores.
Lo que él no sabía era que me había hecho cargo del trabajo de oficina.
Las mañanas que sus padres llevaban a los niños o estaban en el campamento,
pasaba unas horas en Alcott, reaprendiendo las cosas que una vez había sabido por
dentro y por fuera. Luego volvía después que terminara mi jornada laboral en el
restaurante.
Pagaba las cuentas. Devolvía mensajes de vendedores. Rechazaba a los
posibles clientes y los ponía en la lista de espera del próximo año. Me metí de nuevo
en un mundo que una vez había ayudado a crear, disfrutando de la agridulce
familiaridad.
—¿Cuál es el plan para el resto del día? —preguntó Kali. Sus ojos miraban con
nostalgia afuera.
—Nada. —Sacudí mi cabeza—. Simplemente nos vamos a relajar.
Bueno, ellos podían relajarse. Yo iba a hacer una limpieza que no se había
hecho en mucho tiempo. Iba a desempacar algunas de las cosas de Finn y
asegurarme de que estuviera instalado en la habitación de invitados. Y luego iba a
cortar el césped. 173
Pero Kali y Max eran libres.
—¿Podemos montar nuestras bicicletas? —preguntó Max.
—Seguro.
Los niños compartieron una sonrisa. Poppy y Cole compartieron una mirada
llena de un silencioso te amo. Y mis ojos se volvieron hacia Finn.
La suya estaba esperando, una sonrisa jugando con las comisuras de sus labios.
Finn. Mi Finn. Vivo.
Y por el momento, en casa.

Las mejoras que Finn había hecho en el patio delantero hicieron que cortar el
césped fuera un sueño. Pero el patio trasero era una pesadilla. No solo tenía los
adornos normales para trabajar, sino que ahora tenía montones de tierra y un
agujero donde también había estado la fuente. Empujé la podadora sobre la hierba,
temiendo cuánto tiempo me tomaría terminarla.
Probablemente dos horas. Quizás tres. Si bien Gavin había evitado que se
convirtiera en una jungla, no había hecho los bordes lo suficientemente limpios para
mi gusto.
Después del almuerzo, Cole y Poppy se fueron a buscar a sus hijos a la casa de
los padres de Cole. Max y Kali habían pasado el tiempo que me había llevado cortar
el jardín delantero andando en bicicleta por el vecindario. Pero se habían metido
hace unos cinco minutos para jugar en sus habitaciones.
Max volvió a ¿Dónde está Waldo? mientras Kali quería abordar el rompecabezas
que mamá le había comprado.
Y Finn estaba tomando una siesta.
Lo instalé en la habitación de invitados para que tuviera mucho espacio.
Aunque sería completamente libre de sexo si dormía en mi cama, tendía a estirarme
o acurrucarme y no quería rodar accidentalmente sobre él mientras dormía y
arriesgarme a golpearle la pierna rota o empujar sus caderas. Así que estaba en la
habitación de invitados porque era la única otra habitación en el piso principal.
Todo su lado derecho era extremadamente sensible. Los moretones habían
durado más de lo que esperaba, convirtiendo la mitad de su cuerpo en un color
púrpura oscuro antes de desvanecerse en verde lima. Hice una mueca solo pensando
en cómo se había visto esa primera semana, todo hinchado y azul.
174
Respiré hondo, inclinándome por el cable para encender la podadora, pero me
detuve cuando la puerta de un automóvil se cerró de golpe. Luego otra.
Dejé la podadora en su lugar y caminé por el costado de la casa hacia el frente
mientras tres muchachos salían de una camioneta de Alcott azul marino estacionada
en la calle. Detrás había un tráiler.
—Hola. —Saludé con la mano mientras caminaba hacia ellos, llamando su
atención. Los tres muchachos me devolvieron el saludo, aunque solo reconocí a uno
de ellos. Probablemente estaban aquí para ver a Finn, pero no quería que lo
despertaran—. Finn está tomando una sies…
—Hola, chicos.
Mi cabeza giró hacia un lado. Finn estaba en su silla de ruedas en el porche
delantero.
—Hola, jefe. —Un hombre sonrió mientras indicaba con un pulgar a la
furgoneta—. ¿Nuevo auto? Es sexy.
Finn se rio entre dientes.
—Gracias por venir tan pronto.
—No lo suficientemente pronto. —Inspeccionó mi césped recién cortado—. Lo
siento.
—La parte posterior debe hacerse —les dijo Finn—. Pueden hacerlo hoy. Y
luego ponerlo en la rotación de todos los viernes.
Los tres hombres asintieron, se volvieron y fueron a buscar su equipo.
Observé con la boca abierta mientras uno de ellos retiraba un carro podador de
césped del tráiler, otro descargaba una cortadora manual y el tercero agarraba una
desbrozadora.
—¿Puedo llegar al patio por aquí? —preguntó uno de ellos.
Asentí, saliendo del camino mientras se acercaban a la cerca. Cada uno de ellos
sonrió cuando me pasaron.
Cuando las máquinas arrancaron, fui al porche. Me detuve a dos escalones de
la parte superior, así que estaba a la altura de los ojos de Finn.
—¿Qué estás haciendo?
—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Alcott se encarga del
césped de ahora en adelante.
¿Cuántas veces había cortado el césped, preguntándome por qué Finn no tenía
a su equipo aquí para hacerlo por nosotros? Siempre supuse que quería ahorrar el
175
dinero. O que no tenía tiempo en la rotación para encajarlo. Cuando nos
divorciamos, supuse que sería extraño que sus trabajadores cortaran el césped de su
ex esposa. Pero aquí estaban.
Un pequeño gesto. Pero uno que tocó mi corazón.
—Gracias.
—No me lo agradezcas. Lamento no haberlo hecho antes. —Sus ojos estaban
llenos de remordimiento mientras me miraba. Su estructura, aunque rota, estaba en
la determinación de hacer lo correcto.
Kali salió, interrumpiendo el momento. Se apoyó contra la silla de Finn, algo
que se había convertido en su nuevo tipo de abrazo.
—Papá, ¿quieres ayudarme con mi rompecabezas?
—Me encantaría, cariño.
Ella le sonrió, besó su mejilla y se lanzó dentro. Finn me lanzó una sonrisa,
luego dirigió su silla hacia adentro también.
Permanecí en ese escalón durante unos largos minutos, maravillándome de
cuánto había cambiado en tan poco tiempo. Cómo mis sentimientos eran tan
diferentes ahora.
El poder del miedo era terriblemente magnífico.
Giré en el escalón, descendí a la acera, luego caminé hacia el buzón mientras
los sonidos de las cuchillas girando y cortando hierba zumbaban en la distancia.
Estaba perdida bajo la luz del sol y la forma en que mi estómago no estaba
hecho nudos por primera vez en semanas. Tener a Finn en casa fue un alivio que no
me había esperado, al menos no al principio. Esos primeros días en el hospital, me
había preparado para lo peor.
Disfrutando de ese alivio, saboreando que estábamos fuera de peligro, no le
presté mucha atención al correo. Las viejas cartas de Finn se habían detenido.
Finn me había preguntado la semana pasada si había habido más, y le dije que
no. Ambos nos alegramos de haber terminado con ellas. Teníamos suficiente con lo
que lidiar, y el pasado, bien… necesitaba quedarse allí. Hojeé la pila, clasificando
basura en una mano y facturas en la otra.
Pero entonces una caligrafía curveada y familiar me llamó la atención.
No habíamos terminado con las cartas después de todo. 176
Querida Molly,

Te estoy fallando. Sé que te estoy fallando, pero no estoy seguro de cómo solucionarlo.
Max tiene seis días, y tal vez porque he estado en casa, me di cuenta que no he estado haciendo
lo suficiente. Desaparezco para trabajar y te dejo aquí. Tú lo manejas todo. La casa. Los niños.
Me saludas con una sonrisa cuando llego a casa.
Pero ahora lo veo. Veo que no estoy haciendo lo suficiente. Estás agotada. Lloraste en
la ducha esta mañana. Jodidamente odio eso. Odio haberte decepcionado.
¿Qué tengo que hacer? Ni siquiera sé cómo hacerte esa pregunta. Tengo miedo de que
tu respuesta sea nada. Qué no importa lo que haga, no será suficiente. Qué sabes que te estoy
fallando y qué te has rendido conmigo. 177
Creo que necesito esforzarme más. Trabajar duro. Puedo trabajar más duro. Una vez
que las cosas en Alcott estén listas y sepa que pase lo que pase, tú y los niños estarán bien si
algo me sucede, estaremos mejor.
Te quedaste dormida en la silla frente a mí. Había planeado sentarme y hablar contigo,
pero cuando llevé a Kali a la cama, ya estabas dormida. Max es perfecto. Él está durmiendo
en tus brazos. No quiero moverlo.
Pero te estás rompiendo justo en frente de mí. La vida es demasiado pesada en este
momento. Me tomaré otra semana libre para ayudar. Espero poder ayudarte. Quiero más que
nada darte esta carta. Para hablar contigo. Pero estoy asustado. Tengo miedo de que solo
aumente tus cargas.
Necesito resolver esto. Lo resolveré. Lo prometo. Lo haré mejor. Lo haré mejor por ti,
Kali y Max. Te amo. Eres el centro de mi mundo. Solo aguanta un poco más.

Tuyo,

Finn
Finn

C
olgué el teléfono y dejé caer la cabeza en mi mano buena, frotándome
la frente, esperando que el dolor de cabeza se detuviera por otra hora.
Necesitaba terminar un diseño para un cliente, y si este dolor se
convertía en el mismo latido cegador que había tenido en los últimos días, nunca se
lograría.
Sentado en la mesa del comedor, me concentré en la pantalla de la
computadora, deseando que el latido desapareciera. Me dolía la pierna. Me dolían
las caderas. Mi cuello tenía una torcedura al usar solo un brazo y estirarse en ángulos
178
extraños todo el día. Y estaba harto de estar en esta maldita silla de ruedas.
Lo que realmente quería era una pastilla para el dolor y una siesta. Pasar el día
en la cama mientras esperaba que los niños llegaran a casa con Molly. Pero no tenía
tiempo para una siesta y, a partir de esta mañana, había dejado de tomar analgésicos.
Ya tenía suficientes problemas. Lo último que necesitaba era una adicción a las
drogas.
Me ponían en una bruma y no quería estar aturdido mientras estaba aquí con
todos nosotros viviendo bajo un mismo techo. Esta situación de vida era lo único
bueno del accidente.
El resto de mi vida estaba en un jodido desastre.
Respiré hondo, bloqueé el dolor y me concentré en la única cosa que me había
llevado a pasar la mayor parte de los momentos de mierda en mi vida: el trabajo.
Alcott era un desastre en este momento. Todos habían hecho todo lo posible
para mantener los proyectos en movimiento mientras yo estaba en el hospital.
Bridget y cada uno de los trabajadores habían intervenido. Pero no había sido
suficiente. Hacía el trabajo de tres diseñadores. Bridget, aunque lo intentó, estaba
fuera de su alcance. Había intentado masticar lo que había en mi plato, pero no era
más que pequeños mordiscos aquí y allá. Lo que necesitábamos era un gran bocado.
Bocados grandes, de esos que llenaban tu boca y abultaban tus mejillas.
La única parte del negocio que no estaba en completo y total desorden eran
mis libros contables.
Todos los empleados habían sido pagados. Los depósitos habían sido llevados
al banco. Las facturas habían sido enviadas y pagadas.
Por Molly.
De alguna manera, en las semanas que había estado en el hospital, las semanas
en que ella se había ido a “hacer algunas cosas”, en realidad había estado en Alcott,
asegurándose que mi negocio estuviera funcionando. Había intervenido como si
hubiera estado allí todo el tiempo.
Más eficientemente de lo que yo podría ser.
Ella no había dicho nada. Tenía que haber estado yendo allí cuando los niños
estaban con mis padres. O tal vez de noche. No estaba seguro. Sin decir una palabra,
sin esperar ningún tipo de gratitud o elogio, Molly había sido mi salvadora.
Gracias a su trabajo, pude concentrarme en los proyectos que terminarían en
el verano y el otoño en lugar de desenterrarme del trabajo de la oficina. Este diseño
que necesitaba terminar hoy era el último. Después que lo terminara, cada proyecto 179
se iniciaría oficialmente, y luego solo teníamos que verlos hasta el final.
Para un hombre diestro, trabajar con un yeso completo en el brazo derecho fue
extremadamente frustrante. Había estado apretando los dientes durante horas,
probablemente la razón del dolor de cabeza. Usando solo mi mano izquierda, todo
tomó tres veces más de lo normal. Pero después de dos horas, casi había terminado.
Entonces se abrió la puerta principal.
—Mierda —maldije en voz baja. Estaba tan harto de los visitantes que podía
gritar.
Mis padres pasaban todos los días para preocuparse por mí. Si Bridget no me
llamaba, venía en un estado frenético, recitando pregunta tras pregunta, apenas
deteniéndose para escuchar mis respuestas. Y los trabajadores claramente se habían
asignado turnos. En las dos semanas transcurridas desde que llegué a la casa de
Molly, había descubierto el patrón de quién venía “porque estaban en el vecindario”.
Lo que necesitaba era que todos me dejaran en paz para poder trabajar.
—¿Finn? —La voz de Poppy llegó por el pasillo desde la puerta principal.
Me relajé. Mi hermana era la única persona cuyas visitas nunca me ponían de
los nervios.
—En la mesa.
Entró en la cocina y al comedor con una sonrisa en la cara y una bolsa de papel
del restaurante en la mano.
—Hola.
—Por favor, dime que hay galletas o pasteles o algo con azúcar en esa bolsa.
Ella arrugó la nariz mientras la ponía sobre la mesa.
—Es, eh, una ensalada de col rizada.
—Jodida col rizada —murmuré.
—Sabes lo que dijeron los médicos. Las hojas verdes te ayudarán a recuperarte
rápidamente.
—Una vez que me levante de esta silla, nunca más volveré a comer col rizada,
lechuga romana, espinacas, repollo o malditas acelgas otra vez.
Poppy se rio.
—Por favor. No está tan mal.
—¿De verdad? ¿Y qué almorzaste? ¿Fue esta deliciosa ensalada de col rizada?
—Está bien. —Levantó las manos—. Buen punto.
180
Probablemente había comido algunos de sus macarrones con queso. Los que
tenían crujientes migas en la parte superior y un montón de queso pegajoso que me
daban ganas de comer hasta que me sintiera miserable.
—¿Cómo estás? —preguntó ella, tomando asiento a mi lado.
—Bien. —Deslicé mi laptop lejos y tomé la bolsa.
Pero Poppy la agarró delante de mí.
—La llevaré.
—Gracias. —La dejé. Desde el accidente, había dejado de fingir que podía hacer
todo por mí mismo.
Llegué con Molly pensando que podría pasar el rato, y ella estaría cerca si
necesitaba ayuda. Supuse que las enfermeras del hospital habían sido exigentes, no
queriendo que yo hiciera nada por mí mismo. Me servían agua y me ayudaban en el
baño porque era su trabajo.
No, solo sabían lo que no sabía: no podía hacer una mierda por mí mismo.
Literalmente. No podía cagar solo. No podía levantarme de la silla y ponerme
en el inodoro sin alguien que me ayudara a mantener el equilibrio.
Me di cuenta de eso la primera noche que estuve aquí. Luego, a la mañana
siguiente, aprendí que no podía ducharme solo o lavarme los dientes por mi cuenta.
Lo único de lo que realmente era capaz era de dar vueltas. Ah, y podía comer cereal
frío porque era fácil de “hacer” con una mano.
Hubiera estado bien comiendo Rice Chex y Honey Bunches of Oats durante
unos meses, pero las mujeres en mi vida no me dejaron saltarme estos deliciosos
vegetales de hojas verdes. Intentaban convertirme en un conejo.
Poppy mezcló mi ensalada con el aderezo, una cantidad generosa, gracias a
Dios por eso, y luego agarró un tenedor de la cocina. Con todo en el plato, comí,
haciendo una mueca en los primeros bocados.
Puta col rizada.
Al menos estaba el aderezo ranch característico de Poppy, mi favorito. Había
traído lo suficiente como para que la ensalada fuera comestible.
—¿Vas a trabajar hoy? —pregunté.
—Sí. Molly está cubriendo la hora del almuerzo para que pudiera pasar y
saludar.
—Me alegra que lo hayas hecho.
Tocó la punta de mis dedos que sobresalía de mi yeso. 181
—Yo también.
Dejé mi tenedor, queriendo darle toda mi atención. En realidad había estado
esperando uno de estos momentos tranquilos con ella. Había cosas que no había
tenido la oportunidad de decir en el hospital o aquí porque siempre había
demasiada gente alrededor.
—Lo siento.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por asustarte. Por el accidente. Sé que trajo muchos viejos recuerdos.
—Oh. —Sus ojos se posaron en la mesa—. No fue tu culpa.
—Todavía lo siento.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero parpadeó para secarlas, forzando una
sonrisa.
—Estoy bien. Nos asustó a todos. No quiero perderte a ti también.
—No voy a ninguna parte —prometí.
—Bueno. ¿Cómo te sientes?
Mi primera respuesta fue decirle que genial. Qué las cosas estarían bien y
volvería a mi casa en muy poco tiempo. Pero estaba tan cansado que no tenía la
energía para mentir.
Me encontré con su mirada.
—Estoy luchando.
—¿Con el dolor?
—Sí. No. —Solté un largo suspiro—. Con el hecho de que casi me muero hace
dos meses. Casi dejo a Kali y Max sin un padre. Y a Molly…
Mi garganta se cerró solo de pensarlo. Había trabajado tanto durante tantos
años para prepararme para este tipo de accidente. Para asegurarme de que si algo
me sucediera, estarían cubiertos.
Había sido ciego a lo que realmente importaba.
Habíamos recibido otra carta hace dos semanas. Molly y yo la habíamos leído
y luego la habíamos dejado a un lado. No había mucho de qué hablar. Le había estado
fallando. Lo sabía. Lo había escrito. Pero no había hecho nada para cambiarlo.
—¿Sabes lo que realmente está mal? —le pregunté a Poppy—. Estoy feliz.
—¿Por estar vivo? —bromeó—. Sí, nosotros también. 182
—No, porque sucedió. Tuve mucho tiempo para pensar en el hospital. Tuve
mucho tiempo para darme cuenta… arruiné mi vida, Poppy.
—¿Qué? No. No lo hiciste. Una vez que salgas de esta silla y comiences la
fisioterapia, caminarás en poco tiempo. Tu brazo no estará en el yeso para siempre.
No arruinaste tu vida.
—No, no me refiero al accidente. Después de Jamie. —Tragué saliva, sabiendo
que esta conversación sería difícil de tener con Poppy, pero ella era la única persona
que podría entender—. Arruiné mi vida después de la muerte de Jamie. La saboteé.
—¿Qué quieres decir? —Cuando no respondí, Poppy lo pensó por un
momento. Entonces lo entendió—. Oh. Con Molly.
—No fue a propósito. Molly me dijo hace un tiempo que hablaste con ella sobre
el divorcio. Me dijo que te preocupaba que fueras la razón por la que rompimos.
El color se drenó de la cara de Poppy.
—Lo fui, ¿no?
—No. No tú. Fui yo. La muerte de Jamie me asustó. Empecé a trabajar muy
duro. Quería que Molly y los niños estuvieran seguros si algo me sucedía. Y
simplemente se salió de control. Sabía que no estaba haciendo mi mejor esfuerzo
como padre y esposo. Pero estaba tan concentrado en Alcott, en asegurarme de que
podía… morir.
—Oh, Finn. —Los ojos de Poppy se llenaron de lágrimas.
—La perdí. Y pienso… creo que la alejé.
—No solo porque tenías miedo de morir.
Asentí, queriendo que ella dijera lo que no pude. La idea que me había
atormentado mientras pasaba días mirando el techo de mi habitación de hospital.
—La alejaste porque tenías miedo de que ella muriera.
Bajé la cabeza, mi visión se nubló con lágrimas.
—Arruiné mi vida. Porque tenía miedo de terminar…
—Como yo. —Poppy limpió una lágrima perdida de su ojo y luego tomó mi
mano—. Tenías miedo de terminar como yo.
—¿Qué demonios hice? —susurré.
Molly lo había intentado tanto. Había seguido extendiéndose para atraerme
hacia ella. Pero seguí alejándome, hacia el trabajo. Ella había tirado. Yo había
empujado.
Demasiado duro. 183
¿Qué había empujado a Molly a hacer?
—Tienes que arreglarlo, Finn.
—Lo sé.
—¿Cómo? —preguntó Poppy—. ¿Qué vas a hacer?
—Bueno, primero, necesito ordenar Alcott. Entonces yo…
—Finn. —Puso los ojos en blanco—. ¿Qué se necesitará para que te des cuenta
que Alcott no es la respuesta aquí? Ha sido tu condena.
La miré boquiabierto.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—¿Quieres una vida con Molly?
—Sí. —Admitirlo en voz alta envió una descarga eléctrica a través de mis
venas. Quería una vida con Molly y mis hijos. Quería a mi familia de vuelta.
—Entonces Alcott tiene que irse.
Nunca.
—No voy a renunciar a mi negocio. —Era mi medio de vida. Era la seguridad
de que mi familia estaría a salvo. También era mi pasión—. Tiene que haber una
manera de tener ambos.
Poppy lo pensó por un momento.
—¿Sabes lo que nunca entendí? Cómo tú y Molly podrían trabajar juntos.
Cuando ustedes comenzaron Alcott, no podía creer que pudieran trabajar juntos
todo el día y luego irse a casa juntos por la noche.
—Bueno, no trabajamos juntos todo el día. Primero ella cortaba el césped y
luego cubría la oficina. Yo estaba haciendo trabajos de jardinería, así que no
estábamos juntos todo el día.
—Sí, pero era todo, para los dos.
—Está bien. —Arrastré las palabras, preguntándome a dónde iría con esto.
Pero no me dio nada más—. ¿Entonces?
—Es solo una observación. —Se encogió de hombros—. ¿Cómo va la
investigación del accidente?
—Bien. Estará bien.
—Por favor, no hagas eso. No lo endulces como haces todo lo demás. Dime.
—No endulzo las cosas.
184
Ella rio.
—Oh, mi querido hermano. Eres el rey de minimizar tu propio estrés porque
crees que nos estás protegiendo al resto de nosotros. Cuando en realidad,
simplemente nos excluyes.
No, no lo hacía. ¿Lo hacía? Abrí la boca para discutir, pero Poppy me lanzó
una mirada. De acuerdo, tal vez excluía a la gente.
—No es mi intención.
—Lo sé. Así que intentemos esto de nuevo. ¿Cómo va la investigación?
Fruncí el ceño.
—Acabo de hablar por teléfono con mi abogado antes de que llegaras aquí. Va
a ser un maldito desastre.
—Se solucionará.
—Sí, pero puede llevar años. Me alegro de que haya sido yo. La idea de que
uno de mis empleados estuviera en esto me enferma.
—No debería haberle pasado a nadie. Ese cinturón de seguridad no debería
haber funcionado mal.
—Tienes razón. Pero fue una casualidad.
Según mi abogado, la empresa fabricante de ese mini cargador estaba dedicada
a arreglar las cosas. Habían arreglado que tuviera la nueva furgoneta con acceso
para sillas de ruedas hasta que volviera a caminar. Pagaron por una silla de ruedas
motorizada cuando mi seguro solo cubriría una manual. Y cubrían una gran parte
de mis gastos médicos que mi seguro no pagaría. Estaban haciendo todo lo que
estaba en su poder, así no demandaría.
Incluso si no se hubieran ofrecido a ayudar, no tenía intención de demandar.
Los accidentes ocurrían. La vida era injusta. Lo sabía. A veces las personas estaban
en el lugar equivocado en el momento equivocado, como Jamie. Y lo último que
quería era arrastrar a mi familia a una larga y costosa batalla legal.
Una cosa era segura: nunca volvería a quejarme por pagar las primas de mi
seguro. Era muy costoso para las pequeñas empresas proporcionar seguro a sus
empleados. Lo había dado por sentado porque en todos los años que había estado
en el negocio, nunca había tenido un reclamo importante. A un chico le cortaron la
mano con un cuchillo cuando estaba abriendo una bolsa de mantillo. Otro se rompió
el dedo del pie cuando una estiba de césped cayó sobre su bota. Además de esas
heridas leves, tuvimos mucha suerte.
Hasta ahora. 185
—Bueno, será mejor que vuelva a trabajar. —Poppy se levantó y besó mi
mejilla. Finalmente decidí afeitarme la barba esta mañana y su beso se sintió frío—.
Llámame si necesitas algo, ¿de acuerdo? ¿O si quieres hablar?
—Gracias. Y gracias por el almuerzo.
—Vas a comer cereal tan pronto como me vaya, ¿no?
—Sí. Estoy tirando esta ensalada tan pronto como escuche la puerta cerrarse.
Poppy se rio.
—Te veré más tarde.
—Adiós.
Se dio la vuelta y caminó hacia la cocina para irse, pero antes de desaparecer
por el pasillo, hizo una pausa y se volvió.
—Te quiero.
—También te quiero.
—Hazme un favor. ¿Dijiste que arruinaste tu vida?
Asentí.
—Sí.
—Arruínala de nuevo.
Arruinar mi vida. En la que pasaba la mayoría de las noches solo. En la que no
veía a mis hijos todos los días. La vida donde el trabajo era excelente, pero estar en
casa era triste y solitario.
Definitivamente era hora de arruinar esa vida.

—¿Qué estás haciendo exactamente? —pregunté, rodando detrás de Molly.


Se quitó los binoculares de los ojos y sonrió por encima del hombro.
—Vigilando el buzón.
186
El buzón estaba a metros de distancia, no a kilómetros. Había traído esos
binoculares aquí como una broma durante la última vigilancia al buzón, la anterior
al accidente. Supongo que los mantuvo cerca.
Estaba sentada en el último escalón del porche. Era el crepúsculo, los últimos
rayos de sol persistentes luchaban por mantener el día unos minutos más. Se veía
hermosa, sentada allí con el pelo suelto, los mechones alrededor de sus sienes
soplando con la cálida brisa.
Una sacudida repentina hizo que mi corazón saltara. Si todavía hubiera estado
conectado a un monitor, el salto habría llevado a toda la estación de enfermeras a mi
lado. Tal como estaba, me alegré de que la luz tenue ocultara el color en mi cara.
Dios, estaba nervioso. No solo nervioso, estaba aterrorizado. Mi mano libre
estrangulaba la palanca de control de la silla de ruedas. Mi palma debajo del yeso
estaba húmeda. Incluso mis dedos de los pies temblaban.
La última vez que me sentí tan ansioso por Molly fue durante nuestra primera
cita. Pero aquí estábamos, de nuevo al principio.
¿Cómo iba a hacer esto? Pasé la mayor parte del día después de que Poppy se
fuera pensando en nuestra conversación y en cómo iba a hacer esto con Molly. ¿Mi
conclusión? No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Molly tal vez ni siquiera me
quisiera de vuelta.
Tenía todo el derecho de mandarme al demonio. No había sido el hombre que
ella merecía. No había sido el esposo que había prometido ser. La había
decepcionado más veces de las que podía recordar.
Ninguna de esas razones iba a impedir que lo intentara.
—Me preguntaba si querías tomar una pequeña rodinata por la manzana
conmigo.
—¿Una rodinata? —preguntó.
—Sí. Tú caminas. Yo ruedo. Rodinata.
Ella se rió y se puso de pie, dejando a un lado los binoculares.
—Entonces vamos a rodinar.
Rodé unos centímetros hacia adelante, pero me detuve cuando ella vino detrás
de la silla, empujándola en lugar de dejarme usar los controles.
—Yo puedo manejar.
—No me importa. —No se apresuró cuando salimos por la rampa y salimos a
la acera—. Está lindo esta noche. 187
A lo lejos, las risas y los gritos de los niños llenaron el aire.
—Parece que los niños se divierten en el parque.
—Me alegro. Podrían usar algunos días de diversión antes de que comience la
escuela. Este verano ha sido… algo especial.
—¿Cómo estás? —pregunté.
—Estoy bien.
—¿Qué tal la respuesta real? No la que das automáticamente. —Miré por
encima de mi hombro. No era el único Alcott que endulzaba sus sentimientos—.
¿Cómo estás?
—A veces olvido lo bien que me conoces.
—Mejor que nadie, así que no esquives mi pregunta.
Ella nos llevó, por cinco cuadrados de cemento antes de responder.
—Estoy un poco cansada. No he estado durmiendo.
—¿Por qué no?
—Por ti.
—¿Yo? —Los analgésicos me daban una paliza. En combinación con la terapia
física que había estado haciendo y una gran carga de estrés mental, cuando dormido,
estaba dormido—. He estado durmiendo como los muertos.
—Mal chiste, Finn.
Hice una mueca.
—Lo siento. Pero en serio, ¿por qué yo?
—Sigo teniendo este sueño en que me despierto y te has ido. La única forma
en que puedo volver a dormir es si voy y te chequeo.
Mierda.
—Lo siento.
—No es tu culpa. Puede que me lleve algo de tiempo, pero lo superaré.
—¿Quieres que duerma en tu cama? ¿Entonces no tendrías que levantarte y
mirarme?
—No. —Se rio—. Lo último que necesitamos es la tentación de saltar de nuevo
a una relación física.
—Querida, en caso que no lo hayas notado, no voy a saltar a ningún lado.
Se rio. 188
—Cierto. Pero no. Estaré bien. ¿Hiciste tu diseño hoy?
—Sí. Después de que Poppy se fue, lo terminé.
—Eso es bueno. Me dijo que tuvieron una buena charla. ¿De qué se trató?
—De ti.
Desaceleró su paso.
—¿Yo?
—Estábamos hablando de Alcott y de cómo solían ser las cosas allí. Ella dijo
que siempre estaba tan sorprendida de que pudiéramos trabajar juntos y vivir
juntos.
Una lenta sonrisa se extendió por su rostro. Sus ojos apuntaban hacia la calle
mientras caminábamos, como si estuviera mirando hacia el pasado.
—Fue divertido, ¿no? Éramos muy pobres y había mucho trabajo. Pero hubo
algunos días buenos.
—Algunos de los mejores. —Asentí—. ¿Podemos hablar de la última carta por
un minuto?
—No sé si hay algo más que decir. Como te dije la noche que la recibí, creo que
fuiste demasiado duro contigo mismo. Desearía haber sabido cómo te sentías por
Jamie. No me di cuenta de que era por eso que estabas trabajando tan duro.
—No quería que ustedes estuvieran en un mal lugar sin mí.
—Ahora veo eso, y ayuda saber que estabas pensando en nosotros. Durante
mucho tiempo, pensé… no importa.
—¿Pensaste qué?
—Qué ibas a trabajar para evitarme y escapar.
Bajé la cabeza.
—¿Puedes parar por un minuto?
—Seguro. —Frenó mi silla hasta detenerse, apretando el freno. Entonces dio la
vuelta al frente—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?
—¿La verdad? —Extendí mi mano izquierda, esperando hasta que ella colocó
la suya en mi palma. Luego entrelacé nuestros dedos, girando nuestras manos una
y otra vez, amando la forma en que sus delgados dedos se entrelazaban con los
míos—. Te estaba evitando.
Se estremeció, pero no habló. 189
—No intencionalmente. Creo que, después de hablar con Poppy hoy, una parte
de mí estaba huyendo de ti. La muerte de Jamie me asustó más de lo que dejaba ver.
Corrí porque tenía miedo de perderte. Y me habría matado.
—Oh. —Miró nuestras manos, dejando que mis palabras se hundieran. —Yo,
mmm… oh.
—Dejé que mis propios miedos me alejaran. Me aislé. Y por eso, siempre lo
lamentaré. —Mantuve un firme agarre en su mano, no queriendo que se alejara—.
Lo siento, Molly.
—Lo entiendo —susurró—. Duele. Pero lo entiendo. Me hace desear haber
hablado más.
—A mí también.
—Ninguno de nosotros lo hizo realmente. Yo. Tú. Poppy. Perdimos a Jamie y
la vida continuó. Pero no sanamos. Enterramos nuestro dolor y nuestros miedos
porque era muy difícil hablar de eso.
—Fui un cobarde.
—Solo estabas haciendo lo mejor que podías. Todos lo hacíamos. —Me dio un
apretón en los dedos, luego desenlazó nuestras manos para volver a ir detrás de la
silla. Me empujó más abajo por la acera, hasta que casi se fue la luz y llegó la hora
de ir a casa.
Parecía que había más que decir. Esa disculpa no era suficiente.
Entonces le daría otras, todos los días hasta que la pesadez en mi corazón se
descargara.
La casa apareció a la vista y volví a mirar por encima del hombro.
—Gracias por todo el trabajo que hiciste mientras estaba en el hospital.
—Tal y como te dije las últimas cuatro veces que me agradeciste, no fue nada.
Joder, odiaba esta maldita silla. Odiaba que estuviera detrás de mí. Que no
pudiera levantarme y mirarla a los ojos para que supiera lo sincero que era.
—Fue todo. Me salvó.
Sonrió.
—Es bueno que aún conserves todas tus contraseñas escritas en una nota
adhesiva en el cajón de tu escritorio. Me hubiera perdido sin eso. Además, no debes
escribir tus contraseñas.
—Lo recordaré la próxima vez. —Me reí—. ¿Una última pregunta antes de
llegar a la casa? 190
—Seguro que estás lleno de preguntas esta noche. Eso debe haber sido algo de
la conversación con Poppy.
Lo había sido. Había sido la conversación que necesitaba tener durante años.
—¿Sientes que te quité Alcott? Era nuestro. Y luego fue solo… mío.
Las ruedas de mi silla desaceleraron. Entonces se detuvo.
Esperé su respuesta, mi corazón latía con fuerza.
—Sí. —No fue más fuerte que el soplo del viento susurrando en mi mejilla.
Bajé la cabeza.
—Lo siento.
—Me encantaba ese lugar. No creo que me haya dado cuenta de cuánto te he
resentido por echarme.
—No lo hice intencionalmente. Lo juro.
—Está en el pasado. —Comenzó a avanzar de nuevo, nuestro ritmo pausado
había desaparecido mientras avanzaba rápido a casa—. Será mejor que llamemos a
los niños, de lo contrario se quedarán en el parque toda la noche.
Y con eso, la puerta al pasado se cerró de golpe. Maldición.
Los niños ya estaban adentro cuando llegamos a casa. Estaban saltando
salvajemente por la sala de estar, emocionados de haber pasado algún tiempo con
sus amigos del vecindario. Pasaron horas antes que se fueran a la cama. Molly los
dejó quedarse despiertos más tarde de lo habitual ya que no había agenda para el
día siguiente, aunque sospeché que era realmente porque no quería hablar conmigo.
Era después de la medianoche y los dos estábamos exhaustos cuando me
ayudó a usar el baño y acostarme.
—¿Molly? —la llamé antes de que pudiera salir de la habitación.
—Estoy cansada, Finn. No puedo aguantar más hablar esta noche.
Suspiré, asintiendo.
—Bien.
No estaba bien.
Quería abrazarla. Decirle que era la mujer más increíble que había conocido.
Preguntarle si pensaba que podríamos tener la energía para darnos otra
oportunidad. Para prometer que nunca dejaría de amarla, que era dueña de mi
corazón desde el día en que nos conocimos.
En cambio, simplemente dije:
—Dulces sueños.
191
Molly,

¿Es esto realmente lo que quieres? ¿Yo viviendo en el desván de la oficina? ¿Tú, sola
en casa con los niños? Porque, ¿qué mierda acaba de pasar?
Llegué a casa el viernes. Nos metimos en una pelea que duró dos días. Estaba cansado
de discutir. Estaba cansado de que dijeras que necesitas espacio, así que empaqué una bolsa
para pasar una noche en la oficina. Me dijiste que empacara lo suficiente para una semana.
A la mierda esto. A la mierda todo eso. ¿Cómo puedes estar de acuerdo con que me
vaya? ¿Por una semana? ¿Siquiera te importa?
No creo que me quieras más. ¿Cómo diablos pasó eso? Así que me sentaré aquí, solo en
mi oficina, escribiendo otra de mis jodidas cartas que no hacen nada, excepto dejarme sacar 192
algo de esto. Si te dijera algo de esto, simplemente tendríamos otra maldita pelea.
Me lastimaste. Maldición, me lastimaste. Tal vez debería haber empacado suficientes
cosas para dos semanas.

Finn
Molly

—H
oy es el día. —La fisioterapeuta de Finn, Ashley, le
sonrió—. ¿Listo para salir de esa silla?
—Más que listo.
Ella aplaudió.
—Entonces hagamos esto.
—Esperaré allí —le dije a Finn, señalando las sillas a lo largo de la pared del
fondo—. Buena suerte. 193
Sonrió.
—Gracias.
Habían pasado diez semanas desde el accidente de Finn. Hace unos días,
recibió un yeso nuevo y más corto en el brazo, lo que le dio movilidad desde el
hombro hasta el codo. También le habían quitado el yeso de la pierna. En su lugar
había una bota especial para darle a sus huesos algo de estabilidad mientras
terminaban de sanar. Su hueso pélvico se había fusionado. El daño a sus órganos
internos era una pesadilla distante ahora. Se estaba recuperando, mejor y más rápido
de lo que los médicos esperaban.
Durante semanas, Finn había estado trabajando duro para desarrollar la fuerza
para caminar con bandas de ejercicio y pesas livianas. Hoy era la prueba. Si le iba lo
suficientemente bien en fisioterapia, se desharía de la silla y se graduaría con
muletas.
Sonreí cuando se levantó de su silla de ruedas. Durante las últimas dos
semanas, había comenzado a pararse solo. Había obtenido algo de libertad de la silla
que lo estaba volviendo loco.
Él estaba sanando.
Todos lo estábamos
Me acerqué a las sillas de cuero azul y tomé mi asiento habitual, el segundo
desde el final. Me daba la mejor vista de dónde trabajaban Finn y Ashley. Luego
saqué mi laptop de mi bolso y la encendí.
Las citas de fisioterapia de Finn habían sido una obligación exigente para todos
nosotros. Necesitaba un aventón, lo que recaía en mí. Como no me permitía
atrasarme con el restaurante, me había vuelto muy buena trabajando desde esta
pequeña pantalla encaramada en mis piernas. Todo lo que tenía que hacer en la
computadora, lo guardaba para estas sesiones de dos horas. De esa manera, cuando
volviera al restaurante, podría cubrir las mesas para Poppy.
Había sido un ajuste, pero lo estábamos haciendo funcionar. La escuela volvió
a empezar y los niños estaban en una rutina normal. Estábamos volviendo a la
normalidad, algo que anhelaba y temía al mismo tiempo.
La normalidad significaba la vida antes del accidente. Hasta el momento en
que Finn vivía en su casa con los niños tres o cuatro días a la semana. Y yo estaba
completamente sola.
No estaba lista para estar sola otra vez.
Desde que Finn se había mudado, había sido fácil pensar que éramos una 194
familia. Que mi casa albergaba cuatro, no tres. Cuando se fue, me acostumbré. Me
ajustaría.
Pero no fui la única que se enamoró de esta situación de vida.
Kali estaba tan feliz de tener a Finn todos los días. Le hablaba más a él que a
mí. Le contaba sobre sus amigos, sobre lo que estaba esperando en sus clases. Había
vuelto a casa una noche la semana pasada de un humor horrible. No importó cuántas
veces le había preguntado qué estaba mal, había insistido en que no era nada.
Finn había preguntado una vez. Kali. Cariño, ¿qué pasa?
Y se abrió la presa. Aparentemente, había una niña en su escuela secundaria
que había estado molestando a Kali por su cuerpo durante el recreo. Kali aún no
había comenzado a desarrollar senos, y esta otra chica la había molestado por tener
el pecho plano. Todas las otras chicas estaban en sujetadores de entrenamiento.
Mientras escuchaba a Kali contándole todo a Finn, había luchado contra el
impulso de localizar a la madre de esa pequeña mocosa y sacudirla de un lado a
otro. Pero me quedé callada. No estaba segura de por qué Kali no me lo había dicho,
tal vez porque Max había estado en el auto con nosotros. Conocía a mi hija y
eventualmente se habría abierto a mí, pero ella y Finn tenían esta conexión. Incluso
cuando hablaba de sostenes y senos y crecer, confiaba en él por completo.
No tenía que persuadirle. Él era su confidente. Su zona segura.
A Max también le encantaba tener a Finn cerca. Era tan despreocupado y jovial
como siempre. Juro que ese niño tenía los músculos de las mejillas más fuertes del
mundo porque podía sonreír durante horas. Pero con Finn en casa, era más. La luz
de Max estaba puesta en alto.
Pronto, eso terminaría.
Al otro lado de la habitación, Finn tomó un par de muletas de Ashley y se las
colocó debajo de los brazos. La determinación estaba escrita en toda su cara. Estaba
dejando la silla atrás hoy. No necesitaría mi ayuda por mucho más tiempo. Todavía
no podía conducir, pero eso sucedería en poco tiempo también. Su partida era solo
cuestión de tiempo.
Necesitábamos preparar a los niños.
Me lanzó una sonrisa mientras daba un paso, luego otro. Ashley se acercó,
tocándole el brazo.
Mis ojos se estrecharon en su mano.
Ella siempre lo tocaba. No, lo acariciaba. Me había parecido mal desde el
principio. Era demasiado íntimo, no la forma en que los terapeutas deberían tocar a
sus pacientes. Me recordó cómo la animadora principal de mi escuela secundaria 195
siempre había encontrado formas de tocar al mariscal de campo del equipo de
fútbol.
Además, ¿no se suponía que ella debería estar ayudándolo a caminar? ¿Por.
Su. Propia. Cuenta?
Dirigí mi atención a la pantalla de la computadora, negándome a mirar hacia
arriba, porque sabía que la expresión de mi rostro no era bonita. Mi piel
probablemente se estaba poniendo verde.
La irritante risita de Ashley cruzó la habitación. Debería haber puesto mis
auriculares para poder escuchar música y bloquearla. Pero era estúpida y los había
olvidado hoy en la bolsa que había empacado para el gimnasio.
Empacar y desempacar esa bolsa se había convertido en parte de mi rutina
estas últimas semanas. Estaba decidida a aprovechar tener a Finn por las mañanas.
Podía ir al gimnasio antes que los niños se despertaran porque él estaba en casa si
necesitaban algo. Así que empacaba mi bolso cada noche, ponía la alarma a las
cuatro y me quedaba dormida. Me despertaba con el pitido y la reiniciaba a las cinco
y media, y antes de quedarme dormida nuevamente, prometía a la bolsa que
mañana sería el día.
Mañana nunca fue el día.
Pero aún empacaba esa bolsa.
Ashley volvió a reír, atrayendo mi atención, y apreté la mandíbula. No era solo
su risa lo que me irritaba. Era la forma en que ronroneaba su nombre, agregando un
número innecesario de “n”. Y era como él siempre se reía con ella. Él siempre sonreía
a su alrededor.
Por supuesto que lo hacía. Ella era hermosa. Estaba en forma debajo de sus
pantalones de color azul marino y una simple camiseta blanca. Probablemente
llegaba al gimnasio cada mañana a las cuatro. Apuesto a que era la alegre que
sonreía mientras corría o subía una montaña de escaleras interminables. Ella y su
elegante cola de caballo marrón.
Lo que sea. Mi cabello nunca iba a ser elegante y brillante. Nunca iba a tener la
motivación para ir al gimnasio a las cuatro de la mañana. Y nunca iba a estar bien
ver a otra mujer coquetear con Finn.
—¡Lo hiciste! —chilló Ashley, aplaudiendo y saltando arriba y abajo. La cola
de caballo se balanceó salvajemente.
Finn acababa de cruzar la habitación con sus muletas. Por lo general, le tomaba
más tiempo llegar a esa distancia, pero hoy estaba motivado. Quería levantarse de
esa silla y nada lo detendría.
196
Su sonrisa era cegadora, tan hermosa que me robó el aire. Se la dirigió a Ashley
y sus mejillas se sonrojaron.
Mi corazón se desplomó. No. Finn y yo habíamos construido una relación tan
fácil últimamente. Había sido fácil fingir que el pasado había sido perdonado. Que
él no quería encontrar una nueva mujer para su vida, porque yo era esa mujer.
Pero aquí estábamos. Tenía la sensación de que me quedaría atrapada con
Ashley.
Superaría esta terapia física y comenzaría a conducir solo. Apuesto a que
después de algunas citas donde su ex esposa no estuviera en la habitación, la
invitaría a cenar.
Me iba a quedar atrapada con esa cola de caballo como la nueva novia de Finn.
La felicidad que sentí por Finn hace unos segundos se desvaneció. Porque si
no fuera Ashley, sería otra persona. Me concentré en mi computadora portátil por
unos momentos, tomándome un descanso de la futura pareja.
—Gracias. —La voz profunda de Finn no era más que un susurro, pero se
transmitió por la habitación. Casi sonaba como si fuera para mí, no para ella. Levanté
la vista justo a tiempo para ver a Ashley correr a su lado y tocar su hombro.
—Estoy muy orgullosa de ti. —Su mano viajó por su brazo.
Esperaba que la deslumbrara con otra sonrisa sexy. Pero en lugar de mirarla,
se volvió hacia mí.
Obtuve la sonrisa
—Gracias —articuló.
Un solo asentimiento fue todo lo que logré en respuesta.
—Entonces, mmm… —murmuró Ashley—. Volvamos al otro lado. Haremos
algunos estiramientos y veremos cómo se siente tu pelvis.
Pelvis. Siempre decía pelvis. Siempre tocaba su cadera cuando lo hacía.
Odiaba que a Finn no pareciera importarle.
Me concentré en el trabajo, haciendo mi mejor esfuerzo para bloquear sus risas.
Pero cada vez que levantaba la vista de mi computadora, Finn parecía mirar hacia
mí.
Probablemente quería que desapareciera, fuera a tomar café o algo. Tal vez
estaba esperando un momento solo para invitarla a salir.
Incapaz de concentrarme en las proyecciones financieras en las que había
estado trabajando toda la semana, cerré mi computadora portátil y la guardé en mi
bolso. Luego salí de la habitación, caminando por el largo pasillo que daba a la
oficina de fisioterapia.
197
Le envié a Finn un mensaje de texto que decía que estaba afuera antes de
deambular por la acera, con el sol cálido sobre mis hombros. Encontré un pequeño
jardín frente al edificio, bordeado por una gruesa repisa de cemento.
El jardín estaba tranquilo. Todas las plantas rodeaban una pequeña fuente de
roca. Los diferentes tonos de las hojas y las flores formaban una espiral que estallaba
de color. Me senté en la repisa, hipnotizada por el remolino de amarillos que se
desvanecían en naranjas y luego rojos. Flores blancas en vides esmeraldas enrolladas
alrededor del borde.
Fue un nuevo descubrimiento en un casco antiguo que estaba cambiando a
cada minuto.
Bozeman no era la pintoresca ciudad de Montana que había sido cuando yo
era una niña. Ahora era una de las ciudades de más rápido crecimiento en el país.
Los amaneceres sobre las montañas eran demasiado hermosos. Los
exuberantes y verdes campos del valle eran demasiado impresionantes. Los
inviernos, cuando los árboles estaban cubiertos de nieve que brillaba bajo el sol, eran
demasiado majestuosos.
Todos querían vivir aquí.
Excepto yo.
Si no fuera por los niños, habría considerado mudarme después del divorcio.
Pero no quería quitárselos a Finn. No había forma de que se alejara de Alcott.
El crecimiento de Bozeman fue parte de la razón por la que Alcott había tenido
tanto éxito. En los primeros años, cuando Bozeman se expandía más rápido de lo
que los trabajadores podían mantener el ritmo, sus servicios tenían una gran
demanda. Podría haber trabajado las veinticuatro horas del día, los siete días de la
semana y aun así no hubiera sido suficiente para mantenerse al día.
Tal vez por eso me molestaba tanto el crecimiento de Bozeman. No solo porque
la ciudad que amaba de niña se había ido para siempre, sino porque ese crecimiento
había contribuido a destrozar mi matrimonio.
—Hola.
Salté con la voz de Finn.
—Oh, hola. No te escuché salir.
—Todo bien. ¿Estás bien?
Asentí y salté del saliente.
—Solo estoy pensando. 198
—¿Sobre?
—Bozeman. Nada de esto estaba aquí cuando era niña. —Agité mi mano hacia
el nuevo edificio al otro lado de la calle desde una nueva subdivisión y un nuevo
parque comunitario.
—¿Sabías que hice esto? —Señaló el jardín donde había estado sentada.
—¿Lo hiciste?
—Síp. Hace dos o tres años. No me acuerdo. Los años se están borrando juntos.
—Es impresionante. —Tal vez por eso había sido capaz de desconectar el
mundo tan rápido y realmente pensar en un cambio. El trabajo de Finn creaba
serenidad.
Eché un último vistazo al jardín y luego me volví hacia Finn.
Finn, en muletas.
—¿No más silla?
Sonrió.
—Nop. Ashley se encargará de devolverla al hospital. Puedo usar las muletas
durante algunas semanas y luego veremos si podemos deshacernos de ellas y de la
bota por completo.
—Me alegro. Sé que estabas harto de la silla.
—Lo único que voy a extrañar son nuestras rodinatas nocturnas.
—Yo también. —Sonreí—. ¿Listo para irte?
—Lidera el camino.
Caminamos lentamente de regreso a la camioneta. Sin la silla de ruedas, Finn
podía sentarse delante de mí y era muy agradable no sentirse como su chofer.
—Entonces, Ashley estaba muy emocionada hoy. —Miré a Finn en el asiento
del pasajero para evaluar la reacción a su nombre. No había mucho, ni sonrisa tímida
ni brillo en sus ojos.
—Ella piensa que me recuperaré por completo. Ha dudado en decir algo, pero
me lo dijo hoy. Incluso mi tobillo.
—¿De verdad? Eso es genial.
A los médicos les preocupaba que la pierna de Finn no se curara correctamente
debido a la gravedad de las roturas. También advirtieron que podría tener
problemas de por vida con la rodilla. Sabían que podría volver a caminar, pero
199
estaban preocupados de que cojeara. No me había dicho nada, pero sabía que a Finn
le preocupaba que pudiera afectar su trabajo y su capacidad para ir de excursión.
Su alivio era palpable en los confines de la furgoneta.
—¿Sabes lo primero que haré cuando salgan esta bota y el yeso?
—¿Tomar una ducha sin envoltura de Saran?
—Sabelotodo. —Se rio entre dientes—. Te llevaré a ti y a los niños a Fairy Lake.
Era una caminata fácil. En realidad, no era una caminata sino descender unas
escaleras hechas de amarres de ferrocarril. Pero Fairy Lake había sido un lugar de
picnic habitual para nosotros cuando los niños eran pequeños.
Fue entonces cuando Finn no había trabajado todos los fines de semana.
Cuando éramos una familia y también actuábamos como tal.
—Finn. —Suspiré, mis preocupaciones de antes plagaron mi mente otra vez—
. Necesitamos comenzar a preparar a los niños.
—¿Para qué?
Mi agarre se apretó en el volante.
—Para cuando te vayas a casa.
—Oh. —Se giró para mirar por la ventana—. Claro. Está bien.
Condujimos el resto del camino a casa en silencio. Cuando llegamos a la
entrada, Finn salió sin necesidad de ayuda. Pero antes de cerrar la puerta, se detuvo.
—¿Quieres quedarte con la furgoneta por más tiempo?
—No. —Estaba lista para conducir mi Jeep.
—Haré que alguien venga a recogerla.
—Está bien.
Dio un portazo y caminó hacia la casa, usando sus muletas como si las hubiera
tenido durante días, no menos de una hora. Cuando la puerta principal se cerró
detrás de él, dejé caer la frente al volante.
¿Por qué estaba enojado? Tenía que haber sabido que esto iba a suceder.
Le resté importancia y me quité una liga de la muñeca. Fui a levantar mi
cabello, atándolo alrededor de los rizos, pero se rompió.
—Maldita sea.
Otra banda rota. Mi corazón se aceleró. Mis hombros cayeron.
Es solo una banda de pelo, Molly.
200
Tal vez mis bandas para el cabello rotas no fueran un mal presagio. Tal vez
esto era algo bueno. La última vez que una se rompió fue en el hospital, y ese día
recibimos buenas noticias. Finn estaba vivo.
Saqué mi liga de respaldo de mi muñeca, contenta cuando se mantuvo fuerte.
Cuando mis rizos estaban asegurados en un desastre encima de mi cabeza, recogí
todo lo que era mío de la furgoneta.
No había mucho. Mi bolso y una botella de agua. Max había dejado caer una
envoltura de barra de caramelo en el piso al lado de donde había estado la silla de
Finn. La agarré y las llaves y salí. Con mi bolso colgado sobre mi hombro, me dirigí
al buzón.
Estaba vacío, excepto por una carta sin sello.
Maldita sea. Hoy no.
Las cartas se habían detenido mientras Finn había estado en el hospital. Quien
las enviaba tenía que haber sabido que no estábamos equipados para tratar con ellas
durante esas semanas. Todavía no lo estaba, pero no tenía otra opción.
No quedaba energía para una carta hoy. Y esa liga para el cabello roto era una
señal de que esta no estaría chorreando sobre mi genialidad.
Abrí la carta con cautela, mirando alrededor de la calle para asegurarme que
estaba sola, luego leí las palabras de Finn.
Sus palabras enojadas y amargas.
Me lastimaste. Maldición, me lastimaste. Tal vez debería haber empacado suficientes
cosas para dos semanas.
Mi mano subió a mi pecho, frotando el dolor detrás de mi esternón mientras
leía esas palabras garabateadas antes de su nombre.
Al final, debería haber empacado lo suficiente para siempre. Finn no había
vuelto a casa después de eso.
Observé la página, sorprendida por su severidad. La dureza. Las cartas
anteriores habían sido dolorosas. Dolían.
Esta fue la primera con la que me enojé.
¿Cómo se atreve a decir que lo lastimé? Él me había roto. Me destrozó el día
que salió por la puerta principal con sus ropas para semanas.
A la mierda con él. Finn no podía escribir esta carta. No podía enviar sus palabras
al universo de una manera que no me daba oportunidad de defenderme.
Ciertamente no podía decir que esto era totalmente mi culpa.
Entré en la casa, tirando mi bolso al suelo mientras buscaba a Finn. Lo encontré
201
en el sofá, su computadora portátil abierta y lista.
—¿Vas a volver al trabajo ahora? —preguntó.
—No. —Le arrojé la carta. El sobre salió volando. El papel flotó hasta el asiento.
—¿Por qué?… oh.
Crucé los brazos sobre mi pecho agitado, esperando que leyera las palabras.
Tuvo la decencia de parecer apenado después de llegar al final.
—Joder, Molly. —Bajó la cabeza y dejó la carta a un lado—. Lo siento. Estaba
enojado.
—¡Yo también! —grité. La tapa de mi temperamento explotó como un cohete,
directamente a través del techo y hacia el espacio exterior—. No tienes derecho a
culparme de esto.
—Fue hace mucho tiempo.
—Eso no es excusa —siseé—. Ese día no fue mi culpa.
—No quise decir eso. —Finn resopló y agarró una muleta apoyada junto a él
en el sofá para ayudarlo a ponerse de pie. Luego lo metió debajo de su brazo para
usarlo como equilibrio en su lado malo—. ¿Podemos hablar de esto sin gritar?
—No.
—Molly…
Levanté la mano, silenciando su protesta.
—¿Recuerdas por qué peleábamos?
—Kali se comió esas chispas de chocolate y se enfermó mientras estabas afuera.
—Sí, estaba afuera. Estaba cuidando la casa y el césped. Estaba ocupada
cocinando cenas que te perdiste.
—Fueron solo unas pocas cenas.
—¿Unas pocas? Te perdiste la cena diez noches seguidas. Diez —escupí—. Y
el mes anterior a esas diez, no estabas la mitad del tiempo. Estabas demasiado
ocupado llevando a Bridget a cenar porque necesitabas ponerla al día con algunos
diseños.
Incluso cuando había llegado a casa, su computadora portátil había estado
encendida constantemente. Me había acostumbrado a quedarme dormida con el
sonido de él trabajando en la cama mientras estaba acurrucada de lado. Sola.
Le dije todo esto. Había gritado, esperando que escuchara. Qué por una vez,
pusiera a su esposa antes de su trabajo. En cambio, me dijo que no estaba siendo
solidaria. Él estaba haciendo esto por nosotros, después de todo. Construyendo un
202
legado.
Tres días. Viernes. Sábado. Domingo. Peleamos durante tres días, apenas
podíamos mirarnos. Finalmente, le dije que tal vez necesitábamos tomar un
descanso. Nuestro argumento solo daba vueltas. Cada pocas horas, volvíamos en
círculos hasta el principio y comenzábamos de nuevo.
Se fue.
Puse una sonrisa en mi cara para los niños.
Y esa noche, lloré hasta que estuve tan exhausta que finalmente me desmayé.
Mi ira aumentó por última vez antes de convertirse en dolor. Parpadeé
rápidamente, sin dejarme llorar. Pero sentí las lágrimas arder. Eran las lágrimas
frustradas e incontrolables de la mujer con el corazón roto que había sido hace tantos
años.
—Lo siento —susurró Finn. Alcanzó mi brazo, pero yo me alejé un paso.
—¿Por qué escribirías eso? —Mi voz tembló.
—Estaba tan enojado.
—¿Cómo podías estar enojado conmigo? Solo quería que volvieras a cenar a
casa.
—No eras tú. —Sacudió la cabeza—. Estaba enojado. No lo sabía en ese
momento, pero estaba enojado conmigo mismo. Era más fácil desquitarse contigo
que admitir que yo era el problema. Que tenías razón todo el tiempo.
—Yo… ¿qué?
Se arrastró más cerca, liderando con su pierna buena.
—Tenías razón.
Me puse una mano sobre la boca, conteniendo un grito. Esas palabras fueron
muy bienvenidas. Y muy, demasiado tarde. Mi mano cayó, mi barbilla cayó.
—Ya no quiero estas cartas.
—Lo siento. —Finn se acercó.
En el momento en que su mano tocó mi brazo, lo perdí. Después de semanas
de hacer todo por todos, de estirarme al máximo para mantenerlo todo con él y los
niños bien, me rompí.
Las lágrimas vinieron. Los sollozos escaparon. Me temblaron los hombros.
Me rompí. 203
Pero por primera vez en más de seis años, no me rompí sola. Finn me envolvió
en sus brazos y lloré. Por primera vez en años, compartí mis lágrimas con otra
persona.
Y cuando saqué todo, dejé que Finn me abrazara.
—Por favor, Molly. Te lo ruego. No las leas. Por favor, deja de leerlas.
Me puse rígida.
—¿Cuántas más hay?
—Prométeme que no las leerás.
Lo aparté y lo miré a los ojos.
—¿Son como esta?
No respondió. No necesitaba hacerlo. El remordimiento en su mirada me dijo
todo lo que necesitaba saber.
No eran como esta carta.
Eran peores.
Finn

—L
o estás haciendo muy bien. —Ashley aplaudió—. Estoy
tan impresionada.
—Gracias, Ashley. —Le sonreí y luego terminé el
juego de ejercicios de bíceps que estaba haciendo con una
banda elástica.
El nombre de nuestro programa en ese momento era “Masa Muscular”. Mi
brazo derecho parecía un fideo blando comparado con el izquierdo. Mis dos piernas
habían adelgazado y mis muslos ya no llenaban mis vaqueros. En cambio, me
204
cubrían las piernas, cubriendo los palillos de dientes que se habían convertido en
mis pantorrillas, así que había estado trabajando duro para reemplazar el músculo
que había perdido después del accidente.
Nunca había sido vanidoso con mi cuerpo. No era una rata de gimnasio ni
obsesivo con mi dieta. Tenía un trabajo físico y me encantaba el senderismo en las
montañas, ambos me mantenían en forma. Pero después de meses de estar atrapado
en una cama o una silla, no estaba contento con el reflejo en el espejo. Me veía como
una judía verde.
Cuando Ashley me dio el visto bueno para empezar a aumentar el volumen,
me zambullí, duplicando las proteínas y lanzándome a estas sesiones. Mis brazos se
estaban fortaleciendo. También mis piernas. Incluso había empezado a recuperar
algo de definición en mis abdominales.
No se me escapaba cuánto le gustaba a Molly mi estómago plano. Sus uñas
siempre habían permanecido en los costados de mis abdominales. Si tenía la
oportunidad de llevarla a la cama, para ganar su confianza y su corazón una vez
más, quería cada pizca de resistencia que había tenido para hacer que sus dedos se
curvaran.
—Hecho. —Respire con fuerza después de terminar la última sesión—. ¿Qué
sigue?
Ashley sonrió.
—Creo que es todo por hoy. No exageres.
—No quiero retroceder.
—Lo estás haciendo muy bien, Finn. Eso es suficiente por hoy. —Su mano se
apoyó en mi hombro—. Aunque, si quieres pasar el rato conmigo, eres mi último
paciente del día. Estaba pensando en ir al centro y tomar un trago después del
trabajo.
—Eh… —Una ráfaga de pánico golpeó mientras luchaba por qué decir. Ashley
era amable. Era hermosa y las indirectas que había estado dejando caer no se habían
perdido. Pero esperaba que se diera cuenta que solo tenía ojos para Molly. Además,
¿no había alguna regla sobre no salir con los pacientes? No estaba seguro de cómo
funcionaba eso para los fisioterapeutas.
—Lo siento —una voz llamó detrás de mí—. Ya tiene una cita.
Mi cabeza se agitó mientras Cole se acercaba. Se había tomado la tarde libre y
me trajo aquí hoy porque Molly y Poppy estaban ocupadas en el restaurante. Había
planeado comprarle una cerveza por traerme aquí. Ahora le compraría dos por venir 205
a rescatarme.
—Qué lástima. —Ashley hizo pucheros—. Tal vez en otro momento.
—No lo creo —le dije, viendo su cara caer—. Lo siento, Ashley.
Se encogió de hombros y puso una sonrisa falsa.
—Está bien. Nos vemos en la próxima sesión.
—¿Todo listo? —preguntó Cole.
—Ya está todo hecho. —Asentí, y luego miré a Ashley—. Gracias de nuevo.
—Adiós, Finn.
Agarré mi muleta y seguí a Cole hasta la puerta. La semana pasada, después
de dos días de tratar con ambas muletas, decidí que era más un dolor en el culo de
lo que valía. Le había dado a Max una muleta que había estado fingiendo que era
una pistola láser.
—Gracias por eso —dije mientras caminábamos hacia afuera.
Cole se rio.
—Estabas blanco como una sábana. Supongo que no hay interés en salir con
Ashley.
—Ninguno. —Mi corazón ya estaba tomado.
Nos metimos en su camioneta sin demora, luego la encendió y bajó las
ventanillas. El otoño en Montana era una temporada corta, cálida durante el día y
fresca por la noche. Pronto nos enfrentaríamos a la nieve y el hielo, pero por ahora,
no había mejor manera de viajar por la ciudad que con las ventanas bajas.
Este clima siempre me hizo añorar el aire libre. Me encantaba trabajar en el
campo en esta época del año. Normalmente, ajustaba mi horario para poder estar
fuera con las cuadrillas, plantando árboles o poniendo césped. Había algo en trabajar
con el cálido sol en mi espalda, el sudor goteando por mi cuerpo, que me hacía sentir
en paz. Me hacía sentir como si estuviera donde tenía que estar.
—Maldición, quiero volver al trabajo.
Cole se rio.
—Muy pronto. ¿Qué dijeron los médicos?
—Una o dos semanas más con la muleta y el botín, entonces podré conducir de
nuevo. Si la terapia física sigue funcionando bien, debería poder ir al trabajo a finales
de mes.
El trabajo se reduciría para entonces, pero cualquier cosa era mejor que nada.
—Bien. ¿Todavía quieres tomar una cerveza? 206
—Absolutamente.
Cole y yo intentábamos reunirnos para tomarnos unas cervezas una vez al mes.
En otoño, pasábamos los sábados viendo juntos los partidos de fútbol Montana
State. Desde que llegó a la vida de Poppy, los dos nos habíamos convertido en
amigos rápidos.
Además de Poppy, lo consideraba mi mejor amigo. Era tan sólido, tan sensato.
Siempre que necesitaba un consejo, sobre una novia o un problema en el trabajo,
Cole estaba ahí.
Quizá si lo hubiera conocido cuando Molly y yo nos divorciamos, me habría
salvado de mí mismo. Podría haberme hecho entrar en razón cuando empecé a alejar
a Molly.
Conducimos al centro, buscando un raro lugar para estacionar. Los
universitarios habían regresado a la ciudad y Bozeman estaba muy lleno. Después
de unas vueltas a la manzana, encontramos un espacio y nos dirigimos a nuestro bar
favorito. Cole y yo nos instalamos en un asiento al aire libre y ordenamos, y la
camarera trajo una cerveza local poco después.
—Extraño la cerveza. —Suspiré después de ese primer sorbo—. Molly solo
tiene vino. -Solía tener cerveza en la casa. Cuando vivía allí.
—¿Cómo les va a ustedes dos? Apuesto a que no es fácil tener que vivir con tu
ex-mujer. ¿Ya están listos para matarse el uno al otro?
—No, en realidad, va bien. Yo… —Tomé otro trago, no estoy seguro de cómo
decirlo exactamente—. Voy a tratar de recuperarla.
El vaso de Cole, que había estado a medio camino de su boca, se congeló en el
aire.
—¿Recuperarla?
—La amo. Siempre la he amado. Siempre la amaré.
Dejó su vaso, estudiándome durante unos largos momentos. Como detective
del Departamento de Policía de Bozeman, su mirada era siempre desconcertante.
Era como si pudiera mirar dentro de mi mente y arrancar mis pensamientos.
Era extraño que Poppy no le hubiera contado nuestra conversación y su consejo
de arruinar mi vida actual. Tal vez ella no pensó que yo seguiría adelante con eso.
Tal vez no creía que ganaría.
Finalmente, después de que empezara a sudar bajo el escrutinio de Cole,
recogió su cerveza y tomó un trago saludable. 207
—¿Cuál es tu plan?
La tensión dejó mis hombros.
—Tomarlo con calma. Intentar olvidar toda la mierda del pasado y empezar de
nuevo. —Lo que sería más fácil si esas malditas cartas se detuvieran.
—Olvidar, ¿eh? ¿No crees que necesitas resolver esa historia?
Sacudí la cabeza.
—Nada bueno va a salir de nosotros desenterrando viejos esqueletos. Quiero
decir, como que ya lo hemos hecho. Esas cartas nos han obligado a hablar de algunas
cosas que debimos hablar cuando estábamos casados. Pero créeme, las otras cosas
es mejor olvidarlas.
Podría superar que Molly tuviera una aventura de una noche durante nuestra
separación si no pensaba en ello. No había razón para hablar de ello. No había razón
para que ambos pasáramos por ese momento otra vez y lo reviviéramos.
Olvidar era mejor. Y como ella había prometido no leer más cartas, no tenía
que preocuparme de que surgiera.
—Hablando de cartas, ¿alguna vez averiguaron quién las dejaba? —preguntó
Cole.
—No hay ninguna maldita pista. He pasado tanto tiempo pensando en quién
podría haberlas encontrado que estoy más confundido que nunca. Honestamente,
sigo pensando que es Poppy o mi madre.
—Poppy nunca te mentiría. No es así —dijo, saltando en defensa de su
esposa—. ¿De verdad crees que tu madre tampoco lo haría?
—No —admití—. No se me ocurre nadie a quien le importe. O que haya tenido
acceso a mi armario.
—¿Qué pasa con Brenna?
—¿Brenna?
Cole se encogió de hombros.
—Salieron durante un año. Supongo que pasó mucho tiempo en tu dormitorio.
No, no lo había hecho, por eso habíamos roto.
Pero ella había estado en mi dormitorio. ¿Podría Brenna haber encontrado las
cartas?
—¿Por qué las enviaría? 208
—Tal vez se vio amenazada por Molly. Tal vez pensó que sería una forma de
poner a Molly en tu contra. Quiero decir, dijo que ustedes han tenido algunas peleas
por las cartas.
—Entonces, ¿por qué dejarlas en lugar de sellarlas y enviarlos por correo? ¿Por
qué dejaría las cartas buenas? Créeme cuando digo que si quería que Molly me
odiara, todo lo que tenía que hacer era enviar unas cuantas.
Como las que Molly no había recibido todavía.
—Solo estoy lanzando ideas. —Cole se encogió de hombros—. A veces, cuando
estamos atascados en un caso, lanzamos ideas al azar para rechazarlas. Ayuda a
ampliar nuestro enfoque.
—Bueno, supongo que en realidad no importa de todos modos. Por lo que
recuerdo, solo quedan unas pocas cartas y Molly prometió no abrirlas.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Porque le pedí que no lo hiciera. Las cartas… no son buenas. Las escribí
cuando estaba enfadado y herido. No son lo que realmente siento.
—Mmm. —Cole tomó otro trago de su vaso de cerveza—. ¿De verdad crees
que volverán a estar juntos?
—Ella es el amor de mi vida. El accidente… me ha abierto los ojos. Todo lo que
podía pensar cuando estaba en la cama del hospital era cómo quería volver al hogar.
Y el hogar no era mi casa. Era con ella y los niños. Ella es lo mejor que me ha pasado
y lo jodí todo.
—Te deseo suerte. No creo que sea fácil, pero estoy apoyándolos.
—Gracias. —Tomé otro trago. Se sintió bien admitir ante Cole que quería que
Molly volviera. Era bueno saber que tenía su apoyo, pero tampoco quería
maldecirme a mí mismo. Molly y yo ni siquiera habíamos hablado de reconciliarnos.
Ella podría reírse. Podría decirme que era más feliz divorciada de lo que había
estado casada.
—Necesito contarte una idea. —Cole apoyó sus antebrazos en la mesa,
inclinándose más—. Quiero llevar a Poppy a Italia. Pienso en el próximo mayo
porque ella odia el mes de mayo. Pensé que podría ser algo divertido para variar. Y
si puedo hacerlo, me gustaría que el viaje fuera una sorpresa.
—Oh. —Sacudí la cabeza—. A mi hermana no le gustan las sorpresas.
Cole se rio.
—Le gustará esta. Encontré esta villa en las afueras de Roma para que nos
quedemos una semana. Tienen una piscina y un spa. Tienen un chef en el lugar que 209
da clases privadas de cocina. Son las vacaciones de ensueño que ni siquiera sabe que
quiere todavía.
—Suena increíble. ¿Qué necesitas de mí?
Cole se lanzó a su plan para que fuera una sorpresa, desde reservar los boletos
con mi tarjeta de crédito hasta hacer arreglos para que sus padres y los míos cuidaran
a los niños. Cuanto más hablaba, más emocionado estaba yo por el viaje y ni siquiera
iba a ir. Y Cole tenía razón, a Poppy le encantaría este viaje.
Terminamos nuestras cervezas y volvimos a la camioneta de Cole.
—¿A casa o Alcott? —preguntó.
—A casa. —Por mucho trabajo que hubiera que hacer, no quería estar en la
oficina. Quería estar afuera, y la terraza con vista al patio trasero de Molly se estaba
convirtiendo en mi lugar favorito para instalarme y trabajar en el portátil.
A principios de semana, Bridget había ido a buscarme. Me había llevado a
todas partes para que pudiera ver los sitios de mis proyectos y los de ella. La mayoría
estaban bien situados, aunque también llevaban una semana o más de retraso. Pero
como no podía ayudar a colocar el césped o a plantar árboles, no había mucho que
pudiera hacer aparte del trabajo de oficina, que podía hacer desde casa.
—Te agradezco que me lleves hoy —le dije a Cole mientras se estacionaba en
la entrada.
—No hay problema.
Abrí la puerta y saqué mi muleta, pero me detuve antes de salir.
—A Poppy le va a encantar la sorpresa. Y creo que mayo es un buen momento.
La hará sonreír.
—No hay nada que no haga para hacer feliz a mi esposa. —Incluso gastar una
buena parte de su sueldo para llevarla a Italia en mayo, con la esperanza de que eso
hiciera el mes más fácil de soportar.
Cole Goodman fue un regalo de Dios. Amaba a Poppy incondicionalmente.
Trajo tanta luz a su vida, que era difícil incluso recordar los días oscuros.
Quería eso para Molly. Merecía tener al hombre de sus sueños, un compañero
que la apoyara y cuyo propósito en la vida fuera hacerla feliz. Yo no había sido ese
hombre.
Le había fallado.
No le fallaría de nuevo.
Despidiéndome de Cole, entré en la casa y me detuve en la puerta principal.
Las luces de la cocina estaban encendidas, pero las apagué cuando me fui.
210
—¿Molly? —la llamé sin respuesta.
Caminé por el pasillo, revisando la cocina y luego su dormitorio. Aparte de las
luces, no había ninguna señal de ella. ¿Podría estar en la casa de Gavin? Fui al garaje
y encontré su Jeep aparcado dentro, así que asomé la cabeza por la puerta que daba
al patio trasero.
Y allí estaba ella.
Su cabello estaba amontonado en un gran desorden. Un par de rizos sueltos se
asomaban, tratando de escapar. Molly estaba de rodillas junto a un lecho de flores,
arrancando las malas hierbas con una furia desenfrenada. La suciedad voló. Hojas
destrozadas. Había apilado montones en varios lugares a lo largo del borde del
patio.
Me apoyé en el marco de la puerta, observando su trabajo. Debido al accidente,
no había tenido tiempo ni capacidad para terminar los cambios aquí, aunque no
quedaba mucho por hacer. Había que cuadrar unos cuantos bordes y preparar los
parterres con un bloque de hierba antes de colocar el mantillo fresco. Era algo fácil
que podría haber hecho que un equipo viniera y lo terminara. Pero aunque les había
dejado el cortar el césped, no había querido entregar este patio.
Era mi patio. Nuestro lugar. Quería ser el que lo terminara. Y quería ser el que
plantara el arbusto de lilas de Molly.
—Pequeño… —gruñó Molly, con su mano envuelta en un terco diente de león,
tirando con todas sus fuerzas. Pero la hierba no se movió. En su lugar, su mano
resbaló y se cayó de espaldas—. Bastardo.
Me reí, tan fuerte que ella giró, agarrando su corazón.
—Me has asustado. —Frunció el ceño.
—Lo siento. —Sonreí y atravesé el patio. Luego tiré mi muleta a un lado y me
acomodé en la hierba a su lado. El diente de león que había estado tratando de tirar
era enorme. Sus hojas estaban despojadas y el tallo expuesto, pero se había roto una
pulgada por encima del suelo, lo que significaba que volvería.
Me estiré junto a Molly y agarré la pala de mano en la tierra. Con una fuerte
puñalada, sentí que la raíz se rompía bajo la superficie. La arranqué por el extremo
y la arrojé a su pila.
—Listo.
Puso los ojos en blanco.
—Es más satisfactorio si usas tus manos.
—Hay muchas cosas más satisfactorias cuando se usan las manos.
211
—Oh, Dios mío. —Me dio un codazo en el hombro, sus mejillas se sonrojaron—
. Eres tan adolescente.
—No pude resistirme. Era demasiado fácil.
Se rio, limpiándose una gota de sudor de su frente con el dorso de su mano.
—¿Cómo fue la terapia física con Ashley?
—Ashley —imité—. Si no lo supiera, pensaría que estás celosa.
—No estoy celosa —murmuró, con sus manos buscando otra hierba y
arrancándola del suelo—. Pero creo que ha estado probando los límites del
profesionalismo.
Abrí la boca para decirle que Ashley me había invitado a salir hoy, pero decidí
que era mejor guardármelo para mí. Su arrebato de celos fue suficiente para hacerme
sonreír, porque Molly no estaría celosa si no hubiera algo entre nosotros.
—No quiero a Ashley —le dije.
—Oh. Lo que sea. No es asunto mío.
No eché de menos la pequeña sonrisa que tiraba de su suave boca.
Acercándome un poco, empecé con otro pedazo de hierba, añadiéndolo a la
pila de Molly.
—Dejé que se descontrolara aquí atrás. —Sacudió la cabeza, regañándose a sí
misma.
—Estabas ocupada.
—Lo sé. Pero odio las malas hierbas.
—Puedo hacerte entrar en la rotación con el equipo de flores. —Tenía un
equipo responsable únicamente de las flores. Viajaban por todo el valle, atendiendo
los macizos de flores de los clientes y las macetas, así que nunca había que desherbar
o recortar. Era un servicio de élite, sobre todo solicitado por mis clientes más ricos.
—No, pero gracias —dijo—. No me importa. Cuando no está tan atrasado, es
en realidad una especie de alivio del estrés.
—Hoy llegas temprano a casa. Pensé que estarías en el restaurante hasta las
seis.
—Yo también. Pero estaba realmente lento. Sucede cuando el clima se pone así.
La gente se pone al sol mientras puede. Poppy y yo lanzamos una moneda al aire
para ver quién tenía que quedarse a trabajar. Gané.
Continuamos deshierbando a lo largo del lecho de flores hasta que llegamos al 212
final. Mi mano buena estaba manchada, mis cutículas se mancharon de marrón.
—Maldita sea, pero echaba de menos la suciedad.
Molly se rio y se acercó, quitándose los guantes. Sus dedos estaban mucho más
limpios, pero su cara tenía algunas manchas.
—Es raro ver tus manos limpias. No se ven bien a menos que haya algo de
suciedad bajo las uñas.
—Y siempre he pensado que te ves sexy un poco desordenada. —Le llevé la
mano a la cara, usando mi pulgar para frotar una raya de suciedad de su mejilla.
Nuestros ojos se encontraron. Los suyos brillaban más oscuros. Una ráfaga de
color se extendió por su cara mientras dejaba que mi mano se deslizara por su
mejilla, las puntas de mis dedos rozando su oreja.
—Eres hermosa.
Su aliento se aceleró y sus labios se separaron.
El calor del sol fue reemplazado por el calor abrasador entre nosotros. Me
incliné, dejando que me acercara.
Molly no se echó hacia atrás. Se quedó allí de rodillas, con las manos a los lados
mientras yo rozaba mis labios con los suyos.
—Finn —susurró.
—Molly.
—¿Qué estás haciendo? —Su aliento acarició mi boca.
—Besándote.
Se quedó quieta mientras repetía el movimiento, esta vez dejando que mi
lengua saliera y trazara la comisura de sus labios. Sabía a menta y a sol. Olía a cielo
y tierra.
—Bésame —le ordené.
—Yo no…
—Bésame. Bésame como sé que quieres hacerlo.
Dejó escapar un pequeño gemido de protesta.
Joder. Había presionado demasiado. Estaba seguro de que se alejaría en
cualquier momento, pero entonces sus brazos se levantaron, dubitativamente dando
vueltas alrededor de mis hombros. Su pecho presionó contra el mío.
Era todo el acuerdo que necesitaba. 213
Aplasté mis labios contra los suyos, deslizando mi lengua entre sus dientes. Le
rodeé la espalda con mi brazo, tirando de ella mientras me sumergía en la dulzura
de sus labios.
Un torrente de sangre palpitaba en mi polla. El familiar tirón fue tan
condenadamente bienvenido. Gracias a Dios, todavía funcionaba. No les había
preguntado a los médicos si el sexo estaba en la mesa. No me importaba. Me volvería
a lesionar todos los días de la semana si eso significaba tener otra oportunidad con
Molly.
Me acerqué más, queriendo presionar mi excitación en su vientre, pero mi bota
se enganchó en el césped mientras me movía y envió una fuerte punzada a mi
pierna.
—Ah. —Hice un gesto de dolor, alejándome de la boca de Molly.
—¿Qué? —Se alejó de mí en un instante, sus ojos me escaneaban de pies a
cabeza—. ¿Qué ha pasado?
—Nada. —La hice señas para que volviera a mis brazos, pero ya se había ido.
Se puso de pie, se apartó los mechones sueltos de su pelo de su cara, y luego se
pasó una mano por la boca.
Tan cerca. Colgué mi cabeza, tomando unas cuantas respiraciones para tener
mi polla bajo control. Maldije silenciosamente la bota.
—Creo que tienes que irte a casa.
—¿Qué? —Mis ojos se dirigieron a Molly. ¿A casa? Estaba en casa—. ¿Qué
quieres decir?
—Creo que necesitas ir a casa. Es demasiado confuso. —Sus brazos estaban
cerrados a su alrededor. Se alejó un paso más.
Utilicé mi lado bueno para estar de pie, con cuidado de evitar demasiado peso
en mi pierna mala.
—No hay nada confuso en esto, Molly. Estoy aquí. Quiero estar aquí. Y no solo
hasta que pueda conducir o hasta que esté completamente en movimiento. Quiero
estar aquí. Contigo.
Su boca se abrió un poco, su labio inferior aún está hinchado por nuestro beso.
Tomé su sorpresa momentánea y me acerqué más.
—¿Y si nos tomamos esto con calma? Te cortejaré. Puedes recordarme todos
esos rituales anticuados que tanto te gustan.
—Finn… 214
—Piensa en ello. No respondas ahora. Voy a entrar a tomar una ducha. Una
ducha fría. Entonces podremos cenar juntos cuando los niños lleguen a casa.
Podemos ver una película y si quieres, puedes tomarme la mano. Entonces mañana,
lo haremos de nuevo. Hasta el día en que te des cuenta que estoy aquí. Quiero estar
aquí. Contigo.
Molly estudió mi cara, sus ojos se estrecharon como si no creyera una palabra
de lo que dije.
—Hay tanta historia.
—Entonces lo olvidaremos. Borrarla completamente. Comenzamos con una
pizarra en blanco.
—¿Olvidarlo? —Un destello de irritación cruzó su cara—. No puedo olvidar.
No lo olvidaré.
Antes de que pudiera lidiar con lo que le dije para enojarla tan rápido, pasó
por delante de mí y se metió en el garaje.
Di un paso para perseguirla, pero la maldita bota me retrasó. Así que salté a
mi muleta. Luego la perseguí.
Cuando la encontré, se había encerrado en su dormitorio. Escuché la puerta y
oí el agua corriendo en la ducha.
—Bueno, mierda.
¿Qué dije? ¿Por qué no querría olvidar el dolor que nos causamos el uno al otro?
Probé la perilla. No estaba cerrada con llave, así que abrí la puerta y me asomé
para asegurarme de que no estaba en el dormitorio. No estaba. Entré y caminé hasta
la puerta del baño.
La dejé cerrada, apoyando mi frente en su superficie. Le hablé a la madera,
esperando que me oyera a través del agua corriendo.
—¿Qué dije, Molly?
Las pisadas se abrieron paso. El agua se cerró un segundo antes de que la
puerta del baño se abriera.
—No quiero olvidar —dijo—. No quiero olvidar todas las veces que dijiste que
me amabas. O cómo se sentía ser una familia. No quiero olvidar las veces que nos
reímos juntos. O las veces que me hiciste el amor. Esos recuerdos, me han mantenido
durante seis años. Seis. Años. No quiero olvidarlos. No cuando los he apreciado.
—Eso no es lo que quise decir.
—Lo que sea. —Molly trató de empujarme, pero la agarré por el codo.
215
—Eso no es lo que quise decir —repetí—. Nunca olvidaré la forma en que solías
robar lápices de mi mochila porque le dabas los tuyos al chico de Economía que
nunca tuvo uno. Nunca olvidaré la forma en que me sonreíste cuando estabas de
parto con Max, a pesar de que tenías tanto dolor, porque querías que dejara de
preocuparme. Nunca olvidaré la forma en que me susurrabas que me amabas justo
antes de dormirte. No quiero olvidar esos momentos. Quiero olvidar los malos
momentos. Las peleas. El divorcio. El…
—¿Otro tipo?
Todo mi cuerpo se sacudió. El dolor me quemó la columna al recordarlo.
—Eso es, Finn. —Bajó la barbilla—. No podemos olvidar. No es posible. Lo
bueno se convirtió en malo. Si olvidamos eso, solo volverá a suceder. Y no tengo
ganas de volver a pasar por eso. Casi me rompió una vez. No puedo arriesgarme.
Así que por favor, vete a casa.
Mi brazo se apartó de su codo.
Salió corriendo de la habitación, dejándome solo mientras sus palabras se
hundían.
No quería olvidar. Bien, ¿entonces qué quería? Ese beso en el patio dijo que ella
todavía me quería, al menos.
Me volví para seguirla porque no estaba dejando pasar esto. Yo tampoco me
iba. Pero cuando me alejé del baño, mis ojos se fijaron en un sobre en su mesita de
noche. No necesitaba ver la letra para saber qué era. Había llegado otra carta y ella
me la había escondido.
La agarré y me relajé cuando la encontré sin abrir.
Ella había cumplido su palabra.
La llevé a la cocina donde Molly estaba en el fregadero, fregando furiosamente
con un limpiador de cloro.
—¿Ibas a abrir esto?
Sus manos se calmaron.
—No. Tal vez.
—Te pedí que no lo hicieras.
Tiró la esponja en el fregadero y colgó la cabeza. Luego se enjuagó las manos y
las secó antes de girar para recibir mi mirada.
—No iba a hacerlo. Llegó hoy y me dije que no iba a leerlo. Pero entonces… 216
—¿Y entonces qué?
Ella cruzó la distancia entre nosotros, quitando la carta de mi mano.
—Tengo que saber.
—Nada bueno estará en ese sobre. Rómpelo. Por favor.
—¿Y olvidar? —Miró fijamente el sobre durante unos largos momentos.
Contuve la respiración, esperando que el siguiente sonido que escuchara fuera
el del papel arrugado, porque si abría esa carta, no tendríamos futuro.
—Por favor, Molly.
Me miró con lágrimas en los ojos.
—Tengo que hacerlo.
¿Cómo pudiste?
Eres mi esposa.
Eres MI esposa.
Eres mi ESPOSA.

Te odio por esto. Te odio por dejar que otro hombre entre en ti. Te odio por tirar a la
basura todo lo que hemos tenido. Me rompiste el maldito corazón.

Hemos terminado.
217
Molly

N
o tardé mucho en leer la carta. La primera vez, una punzada de dolor
atravesó mi corazón tan profundamente que casi me derrumbo. Pero
mis rodillas se mantuvieron fuertes. Se tensaron, lo suficiente como
para que la volviera a leer.
Entonces otra vez.
Por cuarta vez, el dolor se desvaneció.
Estaba entumecida. 218
Quizás Finn tenía razón. Tal vez debería haber hecho pedazos esta. Pero al
principio me había dicho que estas cartas eran su forma de expresar sus
sentimientos. Eran crudos y reales.
Y como él me había ocultado lo crudo y lo real, lo había mantenido para sí
mismo, estas cartas eran la única forma de ver su alma.
La herida que brotaba estaba allí, colocada con tinta azul sobre papel blanco.
Fue devastador. Lo había destruido.
Nos había destruido a los dos.
No habría lágrimas por esta carta. No pude llorar. Tuvimos problemas en
nuestro matrimonio, pero la persona que lo rompió fui yo. Me merecía cada latigazo
de su dolor. Merecía leer esta carta todos los días.
Lo que no merecía era a Finn.
—Está bien —susurré, doblando la carta y deslizándola en el sobre con manos
temblorosas.
—¿Bien?
Asentí y le devolví la carta a Finn.
—Bien.
La tomó, mirándome como si estuviera esperando una explosión. No hubo
ninguna. Fui al fregadero y reanudé mi limpieza.
—¿Eso es todo? —preguntó.
—Eso es todo.
Finn se acercó y dejó la carta en el mostrador. El papel no hizo mucho ruido.
Su palma lo hizo.
—¿Eso es todo? Haces un gran espectáculo al abrir esta carta, ¿y eso es todo?
¿Por qué?
—Tenía que hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque sí. —Me giré hacia él—. No confías en mí lo suficiente como para
decirme cómo te sientes. Me guardaste cosas durante años, eligiendo escribir cosas
en cartas que nunca enviaste. Te escapaste de nuestros problemas corriendo al
trabajo. Me mantuviste en la oscuridad. Después de todo este tiempo, después de
todo lo que hemos pasado, tengo derecho a saber cómo te sentiste realmente.
—Te los oculté porque era por tu propio bien. —Tomó la carta, sacudiéndola
en el puño, el papel crujió—. ¿Realmente querías que dejara esto por ahí?
219
—Al menos nos habría hecho hablar.
—No hay nada de qué hablar.
Apreté la mandíbula.
—No puedes olvidar que sucedió.
—Puedo jodidamente intentarlo.
—Y es por eso que nunca vamos a funcionar —respondí—. Tuve sexo con otro
hombre.
Hizo una mueca, el dolor en su rostro rodó por todo su cuerpo.
—No lo hagas.
—¿No hacer qué? ¿No decirlo en voz alta? Sucedió. Cometí el mayor error de
mi vida y esta carta es la primera vez que admites en voz alta que te lastimé.
—Eso no es cierto.
—Sí. Sí lo es. Te dije la verdad. Vine a ti al día siguiente y admití mi error. Y en
lugar de gritar o llorar o mostrarme cualquier tipo de emoción, todo lo que dijiste
fue: “Busca un abogado”. Eras indiferente. Terminaste conmigo. No me hablaste
durante meses, hasta el punto que no sabía si alguna vez te había importado. Te
lastimé y me ignoraste. Te cerraste.
—Me rompiste. Eso no fue un secreto.
—Y lo siento. Lo siento mucho. Perdí la cuenta de las veces que me disculpé.
Siempre lo lamentaré.
—Solo… no lo hagas. —Finn se pasó las manos por el pelo—. Por favor, no
quiero hablar de eso. No puedo.
—Bien. —Suspiré—. Escucha, tengo muchas cosas que hacer antes de que los
niños lleguen a casa. Quizás deberías empacar. Creo que Poppy y tus padres pueden
llevarte al trabajo y a la terapia durante las próximas dos semanas.
Se tambaleó hacia atrás un paso.
—¿Realmente me estás echando?
—Sí. —Asentí—. Quise decir lo que dije afuera. Esto es muy confuso. No puedo
volver a hacer esto contigo. Mi corazón no puede soportar otro final contigo.
—Molly —dijo suavemente—. No tiene que terminar.
—Pero lo hará. —Bajé la voz—. Lo hará. Quieres fingir que no nos masacramos
el uno al otro. Esto. —Recogí la carta—. Esto es un problema. Reaparecerá, tal vez
no mañana o al día siguiente. Pero eventualmente, volverá a aparecer y nos
220
destrozará. No podemos ignorarlo.
—¿Realmente quieres hablar de eso? —Su mandíbula se contrajo. Había fuego
en sus ojos—. ¿Quieres saber cómo me siento?
Me preparé.
—Sí.
—Me siento igual que cuando escribí esa carta. Te odio por eso.
Un puñetazo en el intestino se habría sentido mejor.
—¿Me odias?
—Odio lo que hiciste. Odio que hubiera otro hombre dentro de ti.
—Yo también. —Mi barbilla cayó cuando la vergüenza se apoderó de mis
hombros.
—¿Cómo? ¿Por qué, Molly? ¿Fueron realmente tan malas las cosas y no lo vi?
¿Por qué no me hablaste?
¿Hablarle? El dolor disminuyó cuando mi temperamento estalló.
—Traté de hablar contigo —espeté, metiendo un dedo en su pecho—. Traté de
hablar contigo todos los días. Sí, las cosas estaban muy mal. Pero no querías hablar.
Te mudaste. Y cada vez que intentaba hablar contigo u ofrecerte una solución, me
excluías. Ni siquiera te molestaste en presentarte a una sola sesión de asesoramiento.
—Estaba ocupado.
—Claro —murmuré—. Demasiado ocupado. Esa siempre fue la excusa.
Estabas demasiado ocupado para intentar salvar nuestro matrimonio. Todo lo que
pedí fueron unas horas de tu tiempo para hablar con un consejero.
—Sabes lo que sentía por esa consejera.
—No. No sabía. Porque nunca me lo dijiste. Simplemente no apareciste.
—No había manera de que hablara sobre nuestro matrimonio con una de las
jodidas amigas de tu madre. Lo último que necesitábamos era que la doctora
Deborah supiera todo sobre la mierda que estaba sucediendo en nuestra vida.
—¿Seriamente? ¿Esa es tu excusa?
—No es una excusa.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Mis brazos se agitaron en el aire—. Hubiera
elegido otro consejero. Hubiera ido a cualquiera. Pero en cambio, simplemente no
apareciste. 221
—Te dije desde el principio que no quería ver a esa consejera. Hiciste las citas
de todos modos.
—Porque quería salvar nuestro matrimonio. Nos estábamos ahogando. —Me
había estado ahogando. Yo tampoco había tratado de ocultarlo. Había mostrado el
cansancio en la cara. La caída de mis hombros. La forma en que me había acurrucado
en una pelota y dormía así por la noche. Habían estado allí. Todas las señales—. Y a
ti no parecía importarte.
—Eso es una mierda.
Me enderecé y lo desafié.
—¿Lo es?
Abrió la boca, pero la cerró con un chasquido.
—Todo lo que pasó. Todo ello. Pensé que habías terminado. Pensé que no te
importaba. Pensé que habíamos terminado.
Y en lugar de decirme, o mostrarme que le importaba, había pasado a las
páginas en blanco. Le había dado a la pluma y la tinta sus sentimientos.
No había confiado a su esposa con ellos.
—No habíamos terminado, Molly. Aún estábamos casados. Aún eras mi
esposa.
—Tienes razón. Estás absolutamente en lo correcto. —Mi acuerdo lo tomó por
sorpresa. Supongo que esperaba que discutiera, pero yo todavía había sido su esposa.
Y lo había traicionado.
Nos traicionamos el uno al otro.
—No digo esto porque estoy haciendo una excusa —dije—. Pero, Finn, eso
podría haberte roto. Pero me aplastó esa noche.
—¿Qué noche? —preguntó.
—La noche. La noche de la despedida de soltera de Lanie.
Su frente se frunció.
—¿De qué estás hablando?
—Fui a Alcott esa noche. Antes de la fiesta. Estaba vestida con ese vestido
negro que siempre amaste. Pensé, tenía una niñera, estabas solo, y tal vez lo que
necesitábamos era una noche para nosotros. Sin distracciones. Solo tú y yo
recordando que nos amábamos.
Había pasado una hora en mi cabello, domesticando los rizos. Había visto tres
videos de YouTube para aprender cómo obtener ese aspecto ahumado con un
222
delineador de ojos en color carbón.
Finn sacudió la cabeza, intentando recordar.
—Nunca ibas allí.
—Lo hice. No estabas solo.
—Quién… —Su rostro cayó cuando respondió su propia pregunta—. Bridget.
—Ella estaba allí. Acurrucada a tu lado mientras veías una película en el
desván.
Bridget y su pequeño cuerpo apretado. Encajaba bien al lado de Finn. Tal vez
por eso la odiaba tanto. Ella encaja con Finn.
Y yo… solo era una mujer que había pasado horas preparándose para
impresionar a un hombre cuya mirada ya estaba en otra parte.
—Molly. —Levantó las manos—. Nunca ha habido nada entre Bridget y yo. Lo
juro.
¿Estaba mintiendo? Busqué en su rostro, cada pliegue. Todos los ángulos. Él
estaba diciendo la verdad.
—¿Lo juras?
—Sobre la tumba de Jamie —dijo con un asentimiento seguro—. Nunca he
tocado a Bridget de esa manera.
El alivio me debilitó las rodillas. Siempre me lo he preguntado… pero la forma
en que Finn había reaccionado después de mi aventura de una noche me convenció
de que nunca había hecho nada con Bridget. No era el tipo de hombre que me
castigaría por un error que ya había cometido.
Pero luego estuvieron los años posteriores al divorcio. Trabajaron hasta tarde
juntos. Estaban cerca. Me había convencido a mí misma hace años de que habían
sucedido algo en un momento u otro.
La imagen de ellos abrazados esa noche fue una que nunca olvidaré.
—Subí las escaleras. En silencio, supongo. O bien, la televisión estaba
demasiado alta porque no me escuchaste. Me congelé cuando los vi a los dos juntos.
—Ella me hizo compañía. Eso fue todo.
—¿Compañía? Ella estaba allí, a centímetros de ti, destrozándome en pedazos.
Su esposa. Y te quedaste allí sentado.
—¿Qué? No. —Finn sacudió la cabeza—. No dejaría que te atropellara.
Me puse furiosa. ¿No era esta conversación sobre la honestidad?
—Yo estuve ahí. Ustedes dos estaban sentados juntos, comiendo del mismo
223
tazón de palomitas de maíz, como lo habíamos hecho una y otra vez. Ella te preguntó
si te ibas a casa. Dijiste: “No”. Ella te preguntó si nos íbamos a divorciar. Dijiste: “Sí”.
Luego procedió a hablar sobre cómo no fui lo suficientemente buena para ti. Que no
era la esposa que necesitabas porque no te apoyaba. Me llamó perra por echarte de
la casa y separarte de los niños. ¿Y qué dijiste tú? Nada.
Finn abrió la boca, pero no salieron palabras.
—Solo estábamos separados. No habíamos decidido divorciarnos. O al menos,
pensé que todavía estábamos tratando de arreglar nuestro matrimonio. Pero ya
habías decidido que habíamos terminado. Y en lugar de decirme que querías un
divorcio, se lo dijiste a tu empleada, a la mujer que me llamó perra y tú… tú. Dijiste.
Nada.
—Molly —dijo Finn, bajando la cabeza—. No sé qué decir. Lo juro por Dios, no
recuerdo que ella haya dicho eso.
—No lo estoy inventando.
—No dije eso. —Levantó las manos—. No te estoy llamando mentirosa. Si la
televisión estaba encendida, si estaba cansado… no me acuerdo ¿Estás segura de que
estaba despierto?
—Sí. —Tal vez. ¿Estaba despierto? Había estado tan concentrada en el perfil de
Bridget, la forma en que su cuerpo se había inclinado a su lado. Realmente no había
notado mucho la cara de Finn. Había estado sentado con los brazos sobre el respaldo
del sofá. Su rostro estaba dirigido a la televisión, no colgando suelto o arrinconado
a un lado. Pero no podía recordar si sus ojos habían estado abiertos. Oh Dios mío.
¿Pudo haber estado dormido?
Bridget había estado hablando con él como si hubiera estado despierto. Pero,
¿podría haberse quedado dormido?
La idea de que podría haber leído mal todo el asunto, que tal vez ni siquiera
había escuchado sus palabras, me hizo querer acurrucarme y llorar. Un sonido
estrangulado salió de mi garganta.
—¿Por qué no me confrontaste al respecto? —preguntó.
—Porque no. —Parpadeé, las dudas nublando mi mente—. Porque ya era
demasiado tarde. Dejé Alcott, pensando que habíamos terminado. Me encontré con
Lanie en su fiesta. Poppy no estaba allí porque estaba teniendo una noche difícil, así
que estaba sola. Bebí mucho. Escuché a las chicas decirme cómo merecía algo mejor.
Que probablemente estabas follando a Bridget de todos modos.
—No estaba follando a Bridget —gruñó Finn.
224
—Ella ha estado enamorada de ti desde el primer día. Era fácil creer que
también te gustaba.
—¿Qué? —Todo su cuerpo se sacudió—. Bridget no está enamorada de mí.
—Entonces estás ciego. —Resoplé.
Bridget miraba a Finn como si fuera un dios del rock en el escenario, rodeado
de una gran cantidad de personas, cantando solo para ella.
—Lo que sea. —Finn lo rechazó—. Deberías haberme encarado.
—¿Mientras estabas acurrucado con Bridget? —le respondí. Ella había estado
usando pantalones cortos. Se habían subido tanto que su muslo desnudo entero
había estado presionado contra sus jeans.
—¿Y el día siguiente? Podrías haberme enfrentado al día siguiente.
—Era muy tarde. Después… después de eso, cuando fui a decirte la verdad,
traté de contarte todo. Traté de decirte que estaba ebria. Que había un grupo de
chicos siguiéndonos de bar en bar. Que uno de ellos estaba coqueteando conmigo.
Pero no querías escucharlo.
—No lo quería entonces. No lo hago ahora. Entonces, para. Solo detente.
—¡No! —grité—. No puedes elegir partes de la historia para escuchar. El chico
que estaba coqueteando conmigo era dulce. Me llamó guapa. Me dio agua cuando
me estaba emborrachando demasiado. Me acompañó afuera a esperar mi taxi para
que no estuviera sola.
—¡Alto! —gritó Finn, alejándose de mí.
—Él me besó. Estaba oscuro. No puedo recordar si había otras personas
alrededor, pero recuerdo que él me besó.
—Molly —suplicó Finn, alejándose un paso—. Detente. Por favor.
—Lo siguiente que recuerdo fue estar apoyado contra una pared. Me levantó
el vestido y…
—¡Cállate! —rugió Finn. Arrojó su muleta, enviándola volando a través de la
cocina y estrellándose contra el suelo. Se detuvo junto a la mesa del comedor.
Me estremecí. Había ido demasiado lejos. No tenía la intención de compartir
los detalles con Finn, pero la presa había sido abierta. Nunca le había contado a un
alma lo que había sucedido esa noche, ni siquiera a Poppy. Les dije que había tenido
relaciones sexuales con otro hombre y dejé que todos asumieran los detalles.
—Duró cinco segundos completos hasta que me di cuenta de lo que estaba
sucediendo. Lo empujé lejos. Le dije que lo sentía y luego corrí. Él no eras tú, y sabía 225
que había cometido un error horrible. Pero ya era demasiado tarde.
El aire en la cocina se calmó. El pecho de Finn se agitó. Sus ojos estaban en
blanco.
Temblé de pies a cabeza. Finalmente lo saqué todo. Finalmente reviví esa
noche, no solo para Finn, sino también para mí. No fue el único que lo bloqueó
durante años. Pero ahora no hay olvido. No habría que ignorar esto y fingir que
podríamos volver a ser esa pareja amorosa.
El sueño de Finn y Molly había terminado.
—¿Por qué me estás diciendo esto? —La voz de Finn era plana mientras
hablaba.
—Tenías tus cartas. No tengo nada. La persona con la que hablé, la persona a
la que recurrí cuando mi vida estaba al revés, fuiste tú. Siempre fuiste tú. Y tú no
estabas allí.
—Esa no es una razón suficiente para follar a otro hombre.
—No, no lo es. Y lo siento. —Mi barbilla tembló sin control—. Lamento haberte
lastimado. Lamento haberte traicionado de esa manera. Es algo de lo que me
arrepentiré hasta el final de mi vida. Pero sucedió. Sucedió, Finn. Todo sucedió.
Igual que sucedió que estuviste con otras mujeres. Odio pensar en ti con Brenna o
cualquiera de las otras. Pero está ahí. Tenemos que vivir con las heridas que nos
hemos infligido el uno al otro.
—No hubo nadie más —dijo Finn en voz tan baja que casi me lo perdí.
—No. No he estado con nadie desde el divorcio. Excepto tú.
—Eso no es lo que quise decir. —Finn levantó la vista, su mirada en blanco
desapareció—. No hubo otras. Después de ti, no hubo nadie más.
¿No hubo otras? ¿Qué?
—No entiendo.
—Las mujeres. No hubo otras mujeres.
Parpadeé hacia él, repitiendo sus palabras.
—Has estado saliendo durante años.
—Sí, así es. Y ni una sola vez he llevado a otra mujer a la cama.
Mis rodillas habían resistido hasta ese momento, pero con ese golpe, no les
quedaba fuerza. Tropecé de lado, mi cadera chocó contra el costado del mostrador
con tanta fuerza que me saldría un moretón.
—No. —Cerré los ojos y me llevé las manos a la cara—. No, no, no. 226
Se suponía que había otras mujeres. Se suponía que igualarían el marcador. Me
había convertido en célibe y Finn se había convertido en el mujeriego más elegible
de la ciudad.
Pero la balanza volvió a inclinarse, de nuevo a su favor.
—¿Qué pasa con Brenna?
Se burló.
—Brenna se cansó de esperar. Me dio un ultimátum. Intimidad o ya habíamos
terminado. Esa fue la semana antes que empezara a dormir contigo.
Mi cabeza daba vueltas y lo único que se me ocurrió decir fue:
—¿Por qué?
—¿Por qué? He estado enamorado de ti desde que tenía veintiún años. Puede
que no use el anillo, pero eso no significa que no lo sienta allí.
Todo este tiempo, había sido libre.
Y se había aferrado a mí.
El aire en la cocina era sofocante. No pude llenar mis pulmones. No podía
despejar la niebla, así que pasé corriendo a Finn y corrí por el pasillo hacia la puerta
principal.
En el momento en que la abrí y el aire del verano golpeó mi cara, las lágrimas
se derramaron por mis mejillas. Pero no di un paso más.
—No huyas de mí.
Me congelé en la puerta ante la voz retumbante de Finn. Detrás de mí, se
arrastró para alcanzarme, luego su calor estaba a mi espalda.
—Necesito aire —me ahogué.
—Entonces nos sentaremos en el porche. Juntos. Pero no huyas de mí, Molly.
No otra vez. Querías abrir todo esto. Está abierto. Y no lo vamos a dejar sin terminar.
No otra vez. Así que no te atrevas a huir de mí. Me romperé la pierna de nuevo
persiguiéndote. Y no te confundas, te perseguiré.
No dudé de él por un segundo.
Me volví, las lágrimas haciendo borrosa su severa cara.
—Lo siento mucho, Finn.
—Lo sé. —Me tomó del codo y nos llevó afuera. Cuando ambos estábamos
sentados en el escalón delantero, él me empujó a su lado—. Lo sé.
227
—Lo cambiaría todo.
—Lo sé.
—¿Tú?
Dudó, lo suficiente como para saber que su respuesta sería honesta.
—Lo sé.
Nos sentamos allí en silencio durante mucho tiempo. Los pájaros cantaron
mientras volaban entre los árboles. La ligera brisa movía las hojas. El mundo era
brillante y hermoso.
En todas partes menos en este escalón.
La oscuridad se cernía sobre nuestras cabezas. El peso de todo lo que había
pasado se sentó sobre nuestros hombros.
—Es demasiado pesado —dije, rompiendo el silencio.
—¿Qué es demasiado pesado?
—El pasado. Es demasiado pesado para olvidar. —Era demasiado pesado para
perdonar.
Pero eso era lo que tenía que suceder. Teníamos que perdonar. El uno al otro.
Nosotros mismos.
¿Cuántas veces había deseado retroceder en el tiempo y cambiar mis acciones?
¿Cuántas horas había pasado odiándome? He estado viviendo con mucho pesar.
Tanta culpa.
Hasta que me perdone por ser humana, imperfecta e impulsiva, el pasado me
perseguirá.
Nos perseguiría.
—¿Puedes perdonarme? —le pregunté a Finn.
Se echó hacia atrás para mirarme a la cara. Sus ojos me dieron la respuesta ante
su boca.
—No lo sé.
—Bastante justo.
El silencio regresó, los únicos ruidos en el porche provenían del vecindario. Un
niño jugaba baloncesto en la siguiente manzana y el ruido sordo de los rebotes de la
pelota resonaba en las casas. Un avión voló por encima, el zumbido se desvaneció al
ascender a las nubes. El mundo siguió a nuestro alrededor sin preocupación
mientras Finn y yo nos sentábamos congelados en el porche, tambaleándonos por la 228
verdad.
Las cosas podrían haber sido muy diferentes… si solo
Si solo.
Finn se aclaró la garganta.
—Mi médico dijo que con la terapia funcionando tan bien, podría ponerme una
bota diferente o tal vez ninguna bota en dos semanas. De todos modos, debería
poder conducir a fin de mes. ¿Te importaría si me quedara hasta entonces? Me
gustaría pasar un poco más de tiempo con los niños.
—Está bien.
Tan difícil como sería tenerlo aquí, era lo correcto. Quería calmar a Kali y Max
en el hecho de que todos nos estábamos separando de nuevo.
Era lo mejor.
—Lo siento, Molly.
Me incliné a su lado y descansé mi cabeza sobre su hombro.
—Lo siento, Finn.
—Te amo.
Cerré los ojos.
—Yo también te amo.
Se sintió bien decir esas palabras. Dejarlas flotar en el viento y desvanecerse
con la luz del sol.
Se sintió bien decir esas palabras.
Una última vez.

229
Nunca pensé que seríamos nosotros. Nunca imaginé que estaríamos aquí,
divorciándonos.
Siento que me voy a despertar mañana por la mañana en nuestra cama y todo esto
habrá sido una pesadilla. Pero es real.
Estoy avergonzado de ti. Estoy avergonzado de mí mismo.
Me dejaste
Y te dejé.

230
Finn

—T
erminé. —Max se acercó corriendo desde su esquina del
patio.
—Asombroso. Déjame revisar. —Me levanté del
césped y lentamente caminé al otro lado del patio. Mi bota
había sido removida ayer y el doctor dijo que estaría listo para caminar solo con mi
muleta. Pero esa cosa era un dolor en el trasero, así que la había botado en un pasillo
vacío del hospital y estaba caminando lento en su lugar.
Max me ganó a través del patio y estaba saltando junto al parche que había
231
estado alisando con abono.
—¿Ves?
Sonreí.
—Luce perfecto, hijo.
Su pecho se hinchó con orgullo.
—¿Qué sigue?
Giré en un lento círculo, observando el patio. En las últimas dos semanas, había
pasado la mayoría de mi tiempo libre aquí. Con las cosas estando tan tensas e
incómodas con Molly, había escapado al patio para terminar el proyecto que había
empezado al inicio del verano.
Los ángulos extraños y esquinas filosas habían sido removidos. Los árboles y
arbustos que a Molly no le habían gustado, habían sido removidos. Todo lo que
quedaba era plantar su arbusto de lilas.
Kali estaba en sobre sus rodillas al otro lado del patio, atendiendo el hoyo que
habíamos cavado. Porque las lilas tenían una tendencia a crecer tanto, quería que
esta tuviera bastante espacio para crecer y florecer. Incluso con la distancia, la
fragancia de las flores viajaría por todo el patio hacia la terraza trasera. Si Molly
dejaba la cortina abierta, capturaría el aroma de la esencia toda la primavera.
—Corre adentro y trae a tu mamá. —le dije a Max.
Asintió y se marchó mientras yo deambulaba hacia Kali.
—Vertí el agua en el fondo, justo como dijiste. —Me sonrió—. ¿Qué sigue?
—Quitaremos la arpillera de las raíces y la arreglaremos. —Saqué un cuchillo
de mi bolsillo y me arrodillé, cortando la tela de las raíces del arbusto.
—Papá, yo… —Kali vaciló, sus ojos enfocados en el hoyo.
—¿Qué? —pregunté gentilmente.
Me dio esos ojos tristes, esos que derretían mi corazón.
—Me gustaría que no tuvieras que irte a tu casa.
Puse el cuchillo a un lado y apoyé mi mano sobre su hombro.
—Yo también. Pero ahí es donde vivo
—¿Tú…? No importa. —Bajó su mirada a la tierra, esparciendo un poco bajo
sus dedos.
Le di tiempo, dejándola reunir el coraje para hablar. Así era con Kali. Ella
siempre se abriría si no la presionaba. Era como yo en esa forma. Meditaba las cosas
232
antes de hablar. Se guardaba más cosas de las que me gustaría.
—Esto apesta —farfulló.
—Sí, corazón. Apesta.
Levantó la mirada hacia mí, su labio inferior inquieto entre sus dientes.
—¿Crees que tú y mamá podrían volver a estar juntos alguna vez?
Mis hombros se hundieron. Más que nada, quería decirle que sí. Decirle que
seríamos una familia de nuevo.
—No. No lo creo.
—Oh. De acuerdo.
—Amo a tu mamá.
—¿Lo haces?
Asentí.
—Siempre amaré a tu mamá. Es la mejor persona que he conocido. Y me los
dio a ti y a Max.
—Entonces no entiendo. Sé que mamá también te ama. ¿Entonces por qué no
pueden estar juntos? ¿No te gusta vivir aquí con nosotros?
—Más que nada. —Le di una sonrisa triste—. Sé que es difícil de entender. Nos
amamos, pero tenemos que ser capaces de hacernos felices también. Y justo ahora,
no lo hacemos. ¿Eso tiene sentido?
Se encogió de hombros.
—Algo.
Eso era un no. No tenía sentido. Yo mismo estaba luchando por comprenderlo.
Y estaba temiendo el final de este día.
Luego de nuestra pelea dos semanas atrás, Molly y yo habíamos estado
evitándonos. Me había dado suficiente tiempo para meditar nuestra situación, para
cavar profundo y decidir si realmente podía perdonar a Molly por lo que había
ocurrido esa noche.
Catorce días, y no estaba para nada cerca de una respuesta.
Así que hoy, luego de que terminara el jardín, me iba a casa.
Solo.
—¿Qué pasa? —preguntó Molly a medida que atravesaba la puerta del patio,
siguiendo a Max mientras corría hacia mí y Kali.
233
—Estamos listos para plantar el arbusto de lilas.
Sonrió, haciendo una revisión del jardín.
—Luce tan maravilloso aquí afuera.
—Sí, lo hace. —El mejor jardín de la tierra. No por el paisaje, si no por ella y los
niños. Porque lo habíamos construido juntos.
Molly se acercó y se arrodilló junto a mí y Kali. Max revoloteaba a nuestro
alrededor, balanceándose de un pie al otro mientras yo levantaba el arbusto sobre el
hoyo.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Molly, sus manos estirándose.
—Lo tengo. —Con el arbusto puesto en el hoyo, di la señal para empezar a
empujar la tierra—. De acuerdo, chicos. Rellénenlo.
Cuatro pares de manos se hundieron en la tierra, empujando y acomodándola
alrededor de las raíces.
—¿Eso es todo? —preguntó Max cuando se llenó el hoyo.
Molly se rio.
—Eso es todo. ¿Qué estabas esperando?
—No lo sé. Creo que me gusta más arrancar cosas en lugar de plantarlas.
Lo palmeé en el hombro.
—La próxima vez que necesite una mano extra en un trabajo de demolición,
eres mi hombre.
—Sí. —Elevó su puño al aire—. Mamá, ¿puedo ir al parque?
—Siempre y cuando tu hermana vaya también.
Los ojos de Max saltaron a Kali.
—Por favooor, ven conmigo.
—Seguro. —Sonrió y se puso de pie, sacudiéndose la tierra de sus rodillas.
Molly tocó el reloj en su muñeca.
—No se queden mucho tiempo. Casi es la hora de la cena.
—Está bien, mamá. —Kali asintió antes de que ella y Max corrieran hacia la
puerta en la cerca.
—Esperen. —llamé, levantándome del suelo. Luego me acerqué a ellos antes
que desaparecieran al final del sistema de senderos del vecindario que llevaba al
parque—. Me voy a casa pronto.
234
—Oh. —La expresión de Max cayó. Kali no iba a hacer contacto visual
conmigo.
—¿Qué tal un abrazo?
Ambos se apresuraron hacia mí, enganchando sus brazos alrededor de mi
cintura como si se estuvieran ahogando. Puse una mano sobre sus cabezas.
—Los amo, chicos.
—Te amo, papá —susurró Kali.
Max solo me abrazó más fuerte.
Detrás de nosotros, Molly permanecía de pie con sus brazos enrollados
alrededor de su cintura y su mirada enfocada en cualquier lugar excepto en nosotros.
Habíamos hablado la noche pasada acerca de cómo iría esto. Molly no quería
hacer de esto un gran asunto. Dijo que lo trataríamos como cualquier día normal. Yo
quería trabajar en el jardín. Luego cuando el día se acabara, iría a casa.
Normal. Rutina. Miserable.
—Los veré en un par de días.
Max asintió contra mi cadera.
Kali se alejó y agachó la cabeza mientras se frotaba los ojos.
—Vamos, Max.
Él me apretó una última vez, entonces me soltó y se apresuró a la cerca.
Observé mientras salían corriendo por el camino, sus zapatillas golpeteando
sobre la grava cuando corrían. Era una carrera de castigo, como si ambos estuvieran
sacando sus frustraciones con sus padres contra la grava.
Esperé hasta que estuvieron fuera de la vista, luego me di la vuelta y caminé
hacia la casa.
Molly se encontró conmigo en el camino y sostuve la puerta del patio para que
entrara. La casa olía a blanqueador y limón. Mi servicio de limpieza usaba los
mismos productos que Molly, a mi petición, pero no olía igual.
Esto olía como un hogar.
—¿Puedo ayudarte a empacar? —preguntó, jugando con las bandas para el
cabello en su muñeca. Los de hoy eran coral y amarillo. Ninguno iba con su
vestuario, pero eso era lo que amaba de ellos. Siempre eran brillantes.
—No, estoy bien. Solo necesito sacar las cosas del baño y estaré listo.
Asintió hacia la cocina. 235
—Solo terminaré allí. ¿Te despedirás antes de irte?
—Lo haré. —Fui al baño de invitados y empaqué mi neceser de cuero. El sonido
de agua corriendo llegó desde la cocina.
Joder.
Esto era más duro de lo que debería. Tenía un hogar, una vida a la que regresar.
Una vida de soltero. Una vida que había estado viviendo por seis años. Una vida
que le había dicho a mi hermana que quería destruir, pero aquí estaba,
apresurándome hacia ella.
Las últimas dos semanas habían sido extrañas. Con la escuela en apogeo,
habíamos pasado la mayoría de nuestras noches ayudando a los niños con sus
deberes. Cenábamos juntos, mirábamos televisión si había tiempo o jugábamos algo.
Y a través de todo eso, Molly y yo habíamos existido en paz.
Algo inesperado había ocurrido desde esa última pelea. Había estado calmado.
Silencioso. Como si el fantasma enojado se hubiera acurrucado en su tumba para
finalmente descansar.
Nos habíamos llevado bien luego del divorcio, pero esto era diferente. Esto no
era simplemente una sensación de cortesía o amistad. Esta semana había sido… fácil.
Todo estaba afuera. Las heridas estaban expuestas al aire y se estaban cerrando.
Años demasiado tarde.
—¿Finn? —gritó Molly.
—¿Sí?
—Iré a recoger el correo.
Bajé la cabeza.
—De acuerdo.
Había una carta más. Una que había escrito al momento del divorcio. Había
estado caminando sobre cascaras de huevo, esperando que llegara.
Esperaba que fuera hoy. Que cuando me fuera, terminaríamos con ellas para
siempre.
Rápidamente terminé de empacar mis cosas, luego fui a la habitación de
invitados y metí todo dentro de mi maleta. Con eso lleno y un abultado bolso
colgado sobre mi hombro, fui a la sala de estar y los coloqué junto al sofá.
Luego esperé a que Molly volviera a entrar, sosteniendo una pila de sobres en
una mano, un solo sobre en la otra.
—¿Llegó?
—Lo hizo. —Cruzó la habitación y extendió la carta—. Toma. 236
—Adelante.
—No, está bien.
Tomé el sobre de su mano.
—Pensé que querías leerlas.
—Lo hacía. Ya no lo necesito.
—¿Por qué?
Me dio una sonrisa triste.
—Porque finalmente me dijiste cómo te sentías.
Por lo menos, eso hizo que escribir estas cartas valiera la pena.
Rompí el sobre, sacando una única hoja de papel. Una afilada punzada golpeó
mi pecho cuando recordé cómo me había sentido ese día. Seis años después y
todavía era difícil creer que nos habíamos rendido.
—Toma. —Sostuve la carta, pero Molly vaciló—. Es cruda. Pero… es real.
—De acuerdo. —La tomó y la leyó—. Vaya.
—Lo siento.
—No lo hagas. Me siento de la misma forma. Nos rendimos con el otro.
—¿Cómo? —pregunté—. ¿Cómo pasó?
—No lo sé. Los días se volvieron tan difíciles. Dejamos de luchar por el otro y
luchamos por nosotros mismos en su lugar. Al final, creo que eso, nosotros, se volvió
demasiado y nos rendimos. Lo siento.
Odié escuchar esas palabras de su boca. Parecía como si las hubiera dicho
jodidamente demasiado.
—¿Puedes hacer algo por mí?
—Seguro.
—No te disculpes conmigo otra vez.
—¿Eh?
Tomé la carta y la arrugué en una apretada bola.
—Esta carta es basura. Bueno, la mitad. No te rendiste conmigo. Yo me rendí
contigo. No he dicho esto lo suficiente, pero yo lo siento. Lo siento tanto, Molly.
Me miró fijamente por unos cuantos segundos, luego cerró sus ojos.
—Creo que nos hemos disculpado suficiente. Quizás ambos podríamos
detenernos. 237
—Todavía no. —Me acerqué y tomé sus dos manos en las mías—. Lo siento.
Por alejarte luego de que Jamie muriera. Por poner a Alcott sobre nuestro
matrimonio y usar el trabajo como excusa para ocultarme de mis sentimientos. Por
ser tan jodidamente imbécil contigo luego de que nos divorciáramos. Por todas estas
cartas. No mereces la manera en que te traté.
Molly se balanceó sobre sus talones, la sorpresa de escuchar mi declaración
escrita por todo su rostro.
Lo que significaba que esta disculpa no solo era necesaria, si no largamente
atrasada.
La había culpado por nuestro divorcio. Le había dado la espalda por meses con
la esperanza de hacerla pagar por lo herido que había estado. Había estado tan
herido que verla me había dolido físicamente.
—No fue justo que te culpara por todo —le dije.
Lágrimas se derramaron de sus ojos.
—Tuviste una buena razón.
—No, no la tuve. —Enmarqué su rostro con mis manos—. Lo siento.
Una lágrima cayó.
—Gracias por decirlo.
La distancia entre nosotros era de solo centímetros, pero la atraje a mi pecho la
rodeé fuertemente. Olfateé la esencia de romero y menta de su cabello mientras
envolvía sus brazos tras mi espalda.
Nuestro abrazo no duró mucho. Demasiado pronto, Molly me alejó.
—¿Esa es la última carta, entonces?
Asentí.
—Así es.
—Uff. —Sonrió, parpadeando para secar sus ojos—. Me alegra. No puedo
soportar todo este llanto. Me estoy deshidratando.
Me reí entre dientes.
—¿Crees que alguna vez descubramos quién las estuvo enviando?
—Dado que hemos interrogado cada persona que conocemos, estoy pensando
que es un misterio para la eternidad.
—No le preguntamos a los niños.
Molly dejó salir un largo aliento.
238
—No creo que sean ellos.
—Kali me preguntó más temprano si íbamos a volver a estar juntos. Pudo
haber sido ella.
—No lo creo. —Molly sacudió la cabeza—. Conoces a tu hija, Finn. Demuestra
todo lo que siente. Algunas de esas cartas eran devastadoras de leer. No creo que
hubiera sido capaz de leerlas y esconderlas de nosotros.
—Sí —murmuré—. Probablemente tienes razón. De acuerdo… un misterio
para la eternidad.
—De hecho me alegra no saber quién lo hizo.
—¿En serio?
—No quiero saber los motivos de alguien más para hacernos esto. Solo me
alegra que lo hicieran. Dejamos muchas cosas sin decir. Ahora todo está afuera.
Ahora finalmente podemos respirar.
Fui al sofá y recogí mi bolso, lanzándolo sobre mi hombro.
—Estoy de acuerdo.
—Te acompañaré afuera. —Fue por mi maleta, rodándola por el pasillo detrás
de mí—. Cuídate.
—Lo haré. Lo mismo para ti. —Me incliné para besarla en la puerta frontal,
dirigiéndome a sus labios, pero giró su cabeza por lo que obtuve su mejilla en su
lugar. Permanecí allí por un momento muy largo. Nunca se sintió bien besarla en la
mejilla, no cuando sabía lo bien que se sentían sus labios.
—Llevaré a los niños mañana —dijo, retrocediendo un paso.
—Genial. Nos vemos.
Y eso era todo. De vuelta a dos hogares. Dos horarios. Dos vidas separadas.
Tomé la maleta de su mano y me fui. La rampa que los chicos de Alcott habían
construido para mi silla había sido removida la semana pasada. Sin otra despedida,
bajé por las escaleras hacia mi camioneta. La había conducido desde el día que me
habían quitado mi bota.
—Finn —me llamó Molly.
—Sí. —Suspiré, deseando que no me hubiera llamado. Necesitaba irme
mientras todavía podía. Cada paso más lejos de la casa era forzado. ¿La primera vez
que me fui había sido tan dura?
—Gracias por las cartas. —En su mano, había alisado la última. 239
Asentí una vez, entonces me di la vuelta de nuevo y me monté en la camioneta.
Se quedó en el porche, esperando a que la puerta del conductor se cerrara,
luego desapareció dentro de la casa.
Mi corazón se sintió como si estuviera siendo arrancado de mi pecho a medida
que retrocedía de la entrada. El dolor empeoró mientras conducía a través de la
ciudad. Cuando llegué a mi casa, lucía igual que cuando me había ido. Limpio.
Costoso. Solitario.
Las casas en este vecindario raramente estaban a la venta, y cuando lo estaban,
se vendían por el precio inicial o superior. Este era el vecindario donde todos querían
una casa.
Todos excepto yo.
Demasiado había cambiado.
Entré al garaje, estacioné, luego fui adentro. Mamá había prometido que el
lugar estaba limpio. Poppy había abastecido el refrigerador por mí. Caminé por la
habitación de la lavandería, llevando mis bolsas a mi habitación y acomodándolas
sobre el edredón.
—Olvidé mi almohada —gruñí.
La había dejado en la casa de Molly porque era de Molly. Excepto que era mía.
Di un pequeño paseo por el resto del lugar. Las habitaciones de los niños
estaban impecables, sus camas hechas y listas para que ellos vinieran mañana para
el fin de semana. Había un pequeño helecho sobre la encimera de la cocina, algo
nuevo que mamá probablemente había encontrado en la tienda. Todas las otras
plantas estaban regadas y florecientes, y el refrigerador de hecho estaba abastecido
con mis platillos favoritos.
Mamá y Poppy debieron haber gastado un día entero cocinando. Era bueno
que los niños fueran a venir porque de lo contrario, nunca lograría acabármelo todo
yo solo.
El silencio era inquietante así que fui a la sala y encendí el televisor. Encontré
un juego de béisbol y me senté en mi reclinable. No era tan cómodo como lo
recordaba.
Solo transcurrió un tiempo antes de que perdiera todo el interés en el juego, así
que saqué mi teléfono del bolsillo y llamé a Poppy.
—Hola —contestó—. ¿Estás en casa?
—Sí, gracias por la comida.
—Seguro. ¿Cómo te sientes? 240
—Fantástico —dije inexpresivamente.
—Oh-oh. —Al fondo, los chicos se estaban riendo y jugando con alguna clase
de instrumento musical—. Espera un segundo. Déjame ir a una habitación tranquila.
Esperé, silenciando la televisión mientras ella maniobraba por la casa.
—De acuerdo, ¿qué ocurre?
—No estoy en el lugar indicado.
—Y el lugar indicado es…
Rodé mis ojos.
—Tú sabes la respuesta a eso.
—Yo la sé. ¿Y tú? ¿Qué ocurrió con arruinar tu vida?
—Ese plan como que se derrumbó cuando Molly y yo nos peleamos por una
de las cartas. —Froté mi barbilla—. Fue malo. Fue sobre ella y ese otro tipo.
—Oh. —La voz de Poppy cayó.
—Me preguntó si podría perdonarla. Dije que no lo sabía.
El otro lado de la línea quedó en silencio. Duró tanto, que estuve seguro que la
llamada se había caído.
—¿Poppy?
—Estoy aquí.
—¿No tienes nada qué decir?
—No quieres oír lo que tengo que decir.
—No, realmente quiero.
—No tienes ningún derecho a reprocharle esa noche a Molly. Debería darte
vergüenza si lo haces.
Parpadeé. El tono afilado de Poppy era uno que no le había escuchado en,
bueno, nunca.
—Ay.
—No he terminado. —Estaba. Enojada—. Es hora de que saques tu cabeza del
trasero. Quédate con Molly, o por el amor de Dios, déjala ir. Por favor, déjala ir. Ella
merece ser feliz. Ambos lo hacen. Sé el hombre que necesita o aléjate. Porque ambos
sabemos que ella te amará hasta que le digas que se detenga.
Yo también la amaba. Y me había estado diciendo que parara por años. 241
—Mami. —Una pequeña voz gritó en el fondo.
—Estoy aquí, Brady —gritó Poppy en respuesta—. Finn, necesito irme y
preparar la cena antes de que Cole llegue a casa.
—De acuerdo —dije sin voz.
—Te amo. Te llamaré luego. Y… lo siento. He estado reteniendo eso por un
tiempo.
—Sí. —Quedé aturdido. Desconectó la llamada, pero sus palabras seguían
haciendo eco a través mi silenciosa casa.
Tenía razón. En todas las formas. No tenía derecho a reprocharle esa noche a
Molly, no cuando ella no me había reprochado tantos de mis errores.
¿Entonces por qué era tan difícil perdonar? ¿Dejarlo ir?
Me levanté de la silla y fui a las ventanas que enmarcaban la pared más lejana
de la habitación. Afuera, uno de mis vecinos estaba enseñándole a su hijo cómo
balancear un bate de béisbol. Había hecho lo mismo ahí afuera con Max. Había
pasado horas jugando con mis niños en el maldito césped equivocado.
Perdonar. Eso era todo lo que tenía que hacer. Tenía que perdonar a Molly por
el otro hombre.
Cerré mis ojos, reproduciendo esa noche en mi cabeza. Pensé en ella de pie en
las escaleras del apartamento, escuchando a Bridget denigrándola. Debió haber
estado devastada por verme allí sentado, en el sofá con otra mujer, sin decir nada.
La imaginé deslizándose por las escaleras, retirándose silenciosamente al auto.
Apuesto a que luchó fuertemente para no llorar porque había estado toda vestida y
su maquillaje estaba hecho. Ese primer trago probablemente bajó muy fácilmente.
Seguramente le dio la bienvenida a esa sensación de entumecimiento.
Porque la había roto. No solo esa noche, si no todas las anteriores. La había
abandonado. Me envolví en un cascarón llamado trabajo. La había dejado sentarse
sola con una consejera matrimonial mientras miraba fijamente el reloj, sabiendo que
se suponía que debía estar a su lado.
Le había fallado.
Yo.
Y en ese momento, mientras abría mis ojos y el chico afuera balanceó su bate
muy fuerte, perdiendo la bola; supe que no necesitaba perdonar a Molly.
Ya lo había hecho, hace años.
No quería que sufriera o se sintiera culpable por sus actos. Quería que su vida
estuviera llena de gozo. De carcajadas. No albergaba resentimiento. 242
Molly no debería estar rogando mi perdón. Era al contrario.
Yo necesitaba el de ella.
Esto era toda mi culpa.
Sé el hombre que necesita o aléjate.
Poppy, bendecida su alma, tenía tanta razón. No me alejaría más. Era hora de
arreglar los errores que había cometido todos estos años.
Y sabía cómo empezar.
Me aparté de la ventana, caminando directamente al final del pasillo hacia mi
oficina. Me senté en la silla, revolviendo entre un cajón hasta que encontré un bloc
de notas medio usado. Luego saqué un bolígrafo.
Las primeras dos palabras de mi carta trajeron una sonrisa a mi rostro y
esperanza a mi corazón.
Querida Molly.
Querida Molly,

Estaría honrado si te unieras a mí para cenar este sábado en la noche.

Tuyo,

Finn

243
Molly

—U
stedes, chicos, van a enfermarse. —Puse los ojos en
blanco a Jimmy y Randall.
Poppy se paraba a mi lado con los brazos cruzados.
—No voy a limpiar vómito. Los quiero a ambos,
pero hay líneas que no cruzaré.
—No voy a vomitar —murmuró Jimmy. Las palabras apenas fueron audibles
ya que su boca estaba llena de comida. 244
Randall solo nos disparó una mirada mientras masticaba. Su boca estaba tan
llena que ni siquiera podía cerrar sus labios del todo.
—En serio, son hombres adultos. Mayores. Tengan un poco de respeto por sí
mismos. —Le di a Randall una servilleta para que pudiera limpiar la baba de su
barbilla.
El par no escuchó a nada de lo que dijimos. No lo hicieron durante los últimos
veinte minutos. Solo siguieron atiborrándose.
El mostrador estaba cubierto de frascos parcialmente vacíos. Chili. Pan de
maíz. Rollos de canela. Macarrones con queso. Pastel de manzana. Mousse de
chocolate. Pan de banana. ¿Por qué? Porque íbamos a tener una competición de
comida.
—Si detienen esto ahora mismo, le pondré sus nombres a algo del menú —dijo
Poppy. Había estado intentando sobornarlos desde antes de que este desastre
hubiera empezado. Primero, les había ofrecido darles un postre extra, invitación de
la casa. Luego, les había ofrecido dos postres. Normalmente, los incentivos de azúcar
eran todo lo que se necesitaba para hacer a estos dos obedecer.
Pero hoy, estaban en una misión de aventajar al otro. No estaba segura de qué
exactamente había provocado esta batalla particular, pero había oído algunos
gruñidos y el nombre Nan más de una vez. Nan era probablemente una nueva
residente en The Rainbow que había atraído la atención de Jimmy y Randall, y esta
competición era alguna muestra de masculinidad para determinar quién perseguiría
el afecto de Nan.
—Y pensar que cuando dejé a los niños en la escuela esta mañana, pensé cuán
agradable sería pasar mi día con adultos.
Jimmy chasqueó sus dedos en el aire, señalando a su frasco vacío de chili.
—Así no es como ordenamos comida en este restaurante —espetó Poppy.
Él le lanzó una mirada suplicante, echando un vistazo a la colección de frascos
de Randall. Iba ganando por un chili y un crujiente de frambuesa, mora y arándano.
—No. —Poppy se cruzó de brazos.
—Te tengo, Jimmy. —Cole fue a la vitrina refrigerada a nuestro lado y agarró
chili del estante superior—. ¿Caliente?
Jimmy negó y le hizo un gesto a Cole para que se acercara.
—No estás ayudando, detective. —Poppy fulminó con la mirada a su esposo.
Sus hombros se sacudieron con risa silenciosa.
—Es demasiado tarde ahora. Podríamos también ver cuál de ellos se rinde 245
primero.
Cole era la razón por la que Jimmy y Randall habían tenido la idea de empezar
toda esta dura experiencia. Había venido a comer el almuerzo a El Maysen Jar con
Poppy. Al parecer, habían tenido algún tipo de prueba física en el departamento de
policía hoy, y él había estado reduciendo los carbohidratos por un par de semanas
para prepararse. Con la prueba completa, y gozando de su libertad de dieta, Cole
había inhalado dos frascos de macarrones con queso como un niño al que se le había
dado permiso para devorar su funda de almohada llena de dulces de Halloween.
Ver a Cole comer tan rápido había disparado los instintos animales de Jimmy
y Randall.
Podría comer un frasco más rápido que eso.
Podría comer dos frascos más rápido de lo que tú comerías uno.
Entonces, Cole había intervenido con la brillante idea de tener una
competición.
Un frasco llevó a dos, luego a tres.
Cuando Poppy y yo nos habíamos negado firmemente a servirles otro frasco
de algo, Cole había ido detrás del mostrador y asumido el papel de suministrador.
—No puedo mirar. —Poppy volvió su espalda hacia el mostrador.
Hice lo mismo. Todavía podíamos oír cucharas de plata arañando frascos de
cristal, pero al menos de esta manera no teníamos que ver a los idiotas enfermarse.
—¿Tienen algún plan este fin de semana, chicos? —pregunté a Poppy—. Estaba
pensando en secuestrar a MacKenna y Brady el sábado por la noche. Con todo lo
que sucedió este verano, siento como si no lograra pasar mucho tiempo con ellos.
Max y Kali estarán con Finn, así que si Cole y tú quieren una noche de cita, me
ofrezco voluntaria a hacer de niñera.
No dudó.
—Hecho. Te los llevaremos sobre las seis.
—Perfecto. —Sonreí. Sería agradable mimarlos, y los tendría para no estar sola
en casa.
Max y Kali habían estado en casa de Finn dos noches esta semana pasada y
había sido una tortura. Sin ellos durante unas noches cada semana y de vuelta en la
escuela, mi casa estaba demasiado silenciosa.
Aunque las payasadas de Randall y Jimmy habían ido más allá del espectro de
locura hoy, lo había necesitado. Había necesitado un buen día en el trabajo y
recordar la vida que había construido después del divorcio. 246
—¿Qué más hay en la lista para hoy? —pregunté a Poppy.
Miró sobre su hombro, luego puso los ojos en blanco.
—No había planeado reponer los macarrones con queso hasta mañana, pero
más me valdría hacerlo hoy en su lugar.
—Chili también —añadió Cole. Cuando ella le disparó una mirada fulminante,
él alzó sus manos—. ¿Qué? Casi se ha terminado. Jimmy tiene tres. Randall solo dos.
Me siento mal por los residentes en su planta esta noche. Va a apestar.
Tosí para cubrir una risa.
Poppy apretó sus labios para esconder una sonrisa.
Esto es exactamente lo que necesito hoy.
—Bien, voy a alejarme de esto. —Señalé con mi pulgar sobre mi hombro—.
Voy a hacer un rápido barrido de las mesas, luego tomar mi laptop y ponerme al día
con algunos correos electrónicos.
—Voy a ir a la cocina —dijo Poppy, luego miró a Cole—. ¿Vas a volver al
trabajo?
Asintió.
—Tan pronto como declaremos un ganador aquí, me voy.
—De acuerdo. Ven a despedirte antes de irte. —Se acercó y lo besó,
derritiéndose contra su pecho mientras él inclinaba su cabeza y lo profundizaba.
Eran adorables. Y afortunados. Tan malditamente afortunados.
Los dejé y crucé la puerta de la cocina. La mañana había sido ocupada, el
restaurante lleno con estudiantes universitarios. La mitad de las mesas estaban
ocupadas con libros de texto y laptops mientras los chicos estudiaban, así que no
había pasado mucho tiempo en la oficina, quedándome afuera para ayudar.
Me acomodé tras el escritorio, optando por revisar el correo primero para
agarrar cualquier factura. Mayormente, la pila era basura. La compañía de
suministros favorita de Poppy le había enviado un nuevo catálogo sobre el que
estaría babeando más tarde.
Mis manos hicieron una pausa en una carta hacia el final de la pila. No estaba
dirigida al restaurante, sino a mí. Y era la letra de Finn.
—¿Qué es esto? —gruñí. ¿No habíamos terminado con las cartas? En serio,
necesitaba terminar con las cartas.
El resto del correo fue tirado al lado mientras abría el sobre y sacaba una sola
hoja de papel. 247
Mi mandíbula cayó abierta cuando la leí.
¿Cena? Volví la página, pero el dorso estaba en blanco. Luego la leí de nuevo.
¿Por qué querría que fuera a cenar? ¿Y por qué me invitaría con una carta?
Me levanté del escritorio y me apresuré a salir de la oficina, carta en mano.
Poppy no había ido a la cocina aún. Estaba riendo con Cole mientras Randall
alzaba sus manos en victoria.
Jimmy estaba respirando con dificultad, su rostro de un tono de verde mientras
se aferraba el estómago.
—Nan es una dulzura, pero ninguna mujer vale este tipo de dolor. Ya tengo
gases.
Randall rio.
—Algunas mujeres lo valen todo —dijo Cole, atrayendo a Poppy a su lado.
Abrí mi boca para llamar a Poppy, pero me detuve en seco. Todos estaban de
tan buen humor, a pesar del repugnante hedor flotando por el aire. Esta carta,
aunque no mala, sería el centro de atención.
Randall se levantó de su silla, sus brazos todavía alzados, y empezó a bailar.
—Para un chico que usa bastón, seguro que eres ágil —me burlé.
Su respuesta fue una sonrisa de suficiencia y girar sus caderas.
—Esa Nan es una mujer afortunada —se burló Poppy.
Cole dejó escapar un silbido antes de reírse mientas sacaba su teléfono para
grabar el espectáculo.
Doblé la carta, uniéndome a la risa, determinada a no dejarla molestarme hoy.
No estaba segura de a qué estaba jugando Finn, pero hoy era el primer día normal
que había tenido en un tiempo.
Necesitaba normalidad, no más cartas para confundir mis emociones.
Con la carta doblada por la mitad y metida en mi bolsillo trasero, me volví para
ir a la oficina, pero me detuve cuando la voz de mi madre resonó en el restaurante.
—Molly.
—Hola, mamá. —Me alejé de la puerta de la cocina con una sonrisa y me reuní
con mi madre en medio del restaurante para un abrazo—. Qué sorpresa. ¿Qué te trae
hoy por aquí?
Sonrió.
—No había venido a almorzar en un tiempo, y tuve un cliente que canceló su 248
sesión. Pensé que vendría y diría hola.
—Maravilloso. Me sentaré contigo. ¿Qué te gustaría?
—Una ensalada, por favor. La que sea que recomiendes.
—De acuerdo. Elige un asiento y te la traeré.
Asintió, mirando a Jimmy, todavía gimiendo, y a Randall, todavía bailando,
junto con las pilas de frascos.
Me apresuré a prepararle el almuerzo, una ensalada de espinacas con una
increíble vinagreta de champán que Poppy había mezclado esta mañana.
—¿Cómo estás? —inquirí después de sentarme frente a ella.
—Bien. —Preparó la ensalada—. Perfectamente.
—¿Y papá?
—También bien. Ha estado editando el libro de un colega esta semana, así que
apenas lo he visto.
Y para mamá, eso era probablemente mejor. Para papá también. Les gustaban
sus vidas separadas, algo que nunca había sido capaz de entender desde que Finn y
yo habíamos unido cada pieza de nuestro matrimonio. Relación. Negocios. Al
principio, habíamos sido virtualmente inseparables.
Finn y yo podríamos no haber funcionado, pero no habría cambiado esos días
por nada. Mamá y papá nunca habían tenido eso. Nunca habían tenido la pasión o
el amor el uno por el otro que ardía más brillante que una estrella.
A pesar de que nuestra estrella se había oscurecido, había valido la pena.
—Recibí una llamada interesante esta mañana —dijo mi madre antes de tomar
otro bocado—. Esto está delicioso.
—Poppy es un genio culinario.
—Lo es. Así que, en fin. La llamada. Fue de Lauren Trussel.
—¿Oh? —Me enderecé en mi silla.
Lauren Trussel era la consejera matrimonial que había ido a ver antes del
divorcio. Después de esas sesiones con ella a solas, conmigo poniendo excusas sobre
por qué Finn no se había molestado en aparecer, finalmente me había rendido.
¿Cuántas sesiones se necesitaban antes de que Lauren nos declarara un caso
destinado a divorciarse? ¿Una? ¿Tal vez dos?
—¿Y qué dijo? —cuestioné.
—Dijo que recibió una llamada extraña ayer de Finn. Quería programar una
249
cita para visitarla.
Parpadeé.
—¿Finn? ¿Mi Finn?
—Bueno, ya no es tu Finn. Están divorciados. Y ahora que finalmente está fuera
de tu casa y de vuelta en la suya propia, puedes seguir con tu vida.
—Eso no es… —Mi voz se desvaneció, no queriendo entrar en una discusión
sobre sus miedos a que tuviera un apego poco saludable hacia mi ex marido. No
sabía que Finn y yo habíamos estado durmiendo juntos antes de su accidente. No
sabía sobre las cartas. Tampoco iba a descubrirlo.
—¿Por qué Finn quiere ver a Lauren? —pregunté—. ¿Y por qué te dijo sobre
ello?
—Siempre nos hemos mantenido en contacto. Me mantiene al tanto de cosas
que necesito saber.
—¿Cosas que necesitas saber? ¿Y eso incluye a Finn? ¿Qué hay de la
confidencialidad doctor-paciente?
—Bueno, Finn no es técnicamente un cliente. Al menos no aún.
El vello de mi nuca se erizó. Había algo más aquí. Algo que mi madre se estaba
guardando.
—Mamá —dije gentilmente—. ¿Te mantuvo Lauren al tanto de las sesiones que
tuve con ella?
Otro encogimiento de hombros mientras terminaba un bocado de su ensalada.
—Sabía a grandes rasgos qué estaba sucediendo.
—Defíneme “a grandes rasgos”, por favor.
—Me dio una valoración de tu estado mental y emocional en una escala de uno
a diez. Consideró importante que supiera cuando estabas cerca de un colapso
nervioso para que pudiera estar ahí para apoyarte, ya que Finn nunca se molestó en
aparecer para sus sesiones.
Y ahí estaba. Todo este tiempo, Finn había tenido razón. Si Lauren estaba
cómoda diciéndole a mi madre sobre cómo me había estado sintiendo, habría estado
igual de cómoda dándole los detalles a grandes rasgos de las sesiones en las que
Finn había aparecido.
Había estado preocupado de que mi madre supiera sobre nosotros. Y había
tenido razón.
Maldita sea. 250
—Eso no está bien. —Mis manos estaban curvadas en puños, los músculos
tensos mientras hablaba—. No tiene derecho a compartir eso contigo.
—No te alteres por eso, Molly. No hay muchas terapeutas en la ciudad. Todos
nos mantenemos en contacto en caso de que nos encontremos con un caso difícil y
necesitemos ayuda.
—No soy un caso difícil. Soy tu hija.
—Una hija que dejó que su compañero gobernara su vida por demasiado
tiempo.
¿Gobernar mi vida? Eso era ridículo. Mamá hacía ver a Finn como este villano
controlador y egocéntrico.
—Nunca te gustó Finn. No entiendo por qué.
—Eres una persona diferente cuando está él.
—¿Una persona diferente? ¿Qué quieres decir?
—Estás más preocupada por sus sentimientos que por los tuyos. Le das
demasiado poder.
—¿Poder sobre qué? Siempre he tomado mis propias decisiones. Siempre he
vivido mi vida. Tomar sus sentimientos en cuenta no es algo malo, mamá. Eso es lo
que haces cuando amas a alguien.
—Nunca te mudaste a Nueva York tras la universidad. Renunciaste a ese
sueño.
Pongo los ojos en blanco.
—Ese fue mi sueño por apenas un mes cuando tenía dieciséis, cuando pensé
que quería trabajar en Wall Street. Te lo mencioné una vez y nunca lo dejaste ir. Mis
sueños cambiaron.
—¿Y qué hay de su negocio? Empezaron ese negocio juntos y una vez estuvo
establecido, prácticamente te empujó por la puerta.
—Me quedé en casa con nuestros hijos. Pero tienes razón, eso fue difícil de
aceptar para mí. —Le concedería eso.
—¿De verdad esto importa? —preguntó entre mordiscos—. Vine a tener un
almuerzo agradable contigo y para informarte de que Finn está buscando terapia.
Tal vez es por el accidente, pero deberías saberlo. Podría estar al borde de una crisis
emocional. Podría no ser seguro para él estar a solas con Kali y Max.
¿Qué diablos?
—¿Te estás oyendo? —Negué—. Finn nunca haría nada para herir a nuestros 251
hijos. No está teniendo una crisis emocional. Pasó por un trauma increíble. Tú de
toda la gente deberías aplaudirlo por querer hablar sobre los problemas que eso
podría haber causado.
Aunque habría sido bueno saber que estaba luchando. Después de todas las
cartas, después de todo lo que habíamos aclarado estos pasados meses, todavía no
confiaba en mí con sus sentimientos.
—Tengo tu mejor interés en consideración.
Había oído esa declaración de mi madre miles de veces, siempre cuando no
estaba de acuerdo con ella.
—Ya no voy a hacer esto.
—¿Hacer qué?
—Jugar en ambos lados. Amo a Finn. Siempre amaré a Finn, tanto si estamos
juntos como si no. Es el padre de mis hijos y un buen hombre. Puedes juzgar mi
matrimonio fallido todo lo que quieras, pero es hora de que aprendas a guardarte
esas opiniones. No vengas aquí o a mi casa y lo denigres.
Mamá me miró como si me hubiera vuelto loca.
—¿Qué te pasa?
—Nada. —Me levanté de la mesa—. Solo estoy dejando mi posición
perfectamente clara. En la elección de Finn contra ti, siempre será el ganador. Llama
a eso poco saludable. Llámame pusilánime. Llámame lo que sea que quieras. Es tu
decisión. Pero he hecho mi elección. Espero que puedas respetar eso. Por favor
disfruta el resto de tu comida. Yo invito.
Sin otra palabra, dejé a mi madre boquiabierta a la mesa. Crucé el restaurante,
mi corazón acelerado. Pasé a Randall y Jimmy mientras se sentaban casi comatosos
en sus taburetes. Cole debía haber salido por la puerta de atrás. Me las arreglé para
mantener mi barbilla en alto y mis hombros rectos hasta que llegué a la cocina, luego
exhalé un aliento que había estado conteniendo y dejé que mis manos temblaran.
Poppy estaba ante la mesa trabajando. Abandonó lo que fuera que estaba
mezclando cuando vio mi pálido rostro.
—¿Qué sucedió? ¿Estás bien? Estás tan pálida como un fantasma.
—Estoy bien. —Tomé tres respiraciones profundas—. Estoy bien.
—¿Estás segura?
Asentí.
—Necesito contarte algo como mi mejor amiga y no como la hermana de Finn.
—De acuerdo. 252
—¿Es una locura que ame a Finn?
—Tal vez —respondió—. Pero preferiría estar locamente enamorada que solo
loca.
Solté una risita, mis hombros relajándose. Déjale a Poppy hacerme sonreír.
Caminé hacia la mesa, dejando caer mis codos sobre la superficie y apoyando mi
rostro en mis manos.
—No creo que vaya a tener la relación madre-hija que siempre he querido.
—Claro que sí. Con Kali.
Mi corazón se hinchó cuando imaginé el rostro de Kali esta mañana, su amplia
y brillante sonrisa mientras se alejaba en el Jeep para empezar su día de escuela.
—Dios, tienes mucha razón. Siento que he intentado construir durante años
este diálogo fácil con mi madre y es solo… nada fácil. Nunca lo ha sido.
Mamá sermoneaba. Yo escuchaba. La aplacaba porque era demasiado
agotador debatir con ella. Había aprendido eso a una edad temprana. Mi madre
tenía una respuesta para todo. Raramente era “Tienes razón, Molly”.
—Estoy cansada de intentarlo —admití.
La puerta se abrió con un chirrido y me preparé, esperando que mi madre
entrara con alguna elección de palabras.
En cambio, Finn entró.
—Hola.
—Hola. —Me levanté de la mesa—. ¿Estaba mi madre ahí afuera cuando
llegaste?
—Sí.
—¿Hablaste con ella?
—Sí.
Le di una mirada de soslayo.
—¿Qué dijiste?
—Empecé con un hola, luego le dije que ese tono de azul marino lucía bien en
ella, pero me apresuré aquí antes de que pudiera decir algo para molestarme.
—Gracias por eso. Probablemente es mejor que solo uno de nosotros pelee con
ella hoy.
Parpadeó hacia mí dos veces.
—¿Te peleaste con tu madre? Como, ¿una pelea real?
253
—No sé si fue realmente una pelea —le dije a Finn—. Pero me enojó, y crucé la
línea en la arena.
—Voy a salir al frente y vigilar las cosas. Los dejaré hablar, chicos. —Poppy se
limpió las manos en su delantal, luego apretó el brazo de Finn al pasar por su lado
y salir de la cocina.
—Vayamos a la oficina.
Me siguió por el pasillo, tomando asiento frente a mí ante el escritorio,
apoyando sus codos sobre sus rodillas para darme toda su atención.
—¿Qué sucedió?
—No le gustas a mi madre.
Finn rio.
—Dime algo que no sepa.
—Supongo que pensé que algún día lo haría. Pero ahora veo que no. Dejé claro
que puede guardarse esas opiniones porque no son bienvenidas en mi presencia,
que estoy de tu lado y necesita ser respetuosa.
—¿Te pusiste de mi lado con tu madre?
—Sí. —Asentí—. Lamento no haberlo hecho antes.
—Vaya. —Se recostó en la silla—. Yo, eh… gracias.
—De nada. Lamento que estés pasándolo mal ahora mismo. Si hay algo que
pueda hacer para ayudar, incluso si es solo escuchar, estoy aquí.
—Eh, ¿estoy pasándolo mal? —Finn frunció las cejas—. ¿De qué estás
hablando?
—Mi madre. Tenías razón sobre la terapia. Habría sabido todo sobre nuestras
sesiones con Lauren Trussel. Vino a almorzar hoy y me dijo que Lauren la había
llamado y le dijo que habías programado una cita para hablar con ella.
—Yyyy voy a cancelar esa cita.
—No es justo. Deberías estar seguro al hablar del accidente si te está causando
estrés. Puedo investigar un poco para encontrar a un terapeuta en la ciudad que no
se asocie con mi madre.
—No estoy estresado sobre el accidente. Se ha terminado. Estoy bien. Me siento
afortunado y muy jodidamente feliz de estar vivo. Quería reunirme con Lauren
porque tú te reuniste con Lauren.
—Estoy confusa.
Se puso en pie y rodeó el escritorio, sentándose en el borde.
254
—La cita de terapia no era para mí. Era para nosotros.
—¿Eh?
—Había planeado llevarte conmigo. Por terapia matrimonial.
—No estamos casados.
Finn se encogió de hombros.
—¿Recibiste mi carta?
—No cambies de tema. ¿Quieres ir a terapia matrimonial con tu ex mujer?
—Mejor tarde que nunca.
Mi cabeza estaba girando y tomó un momento para que lo asimilara todo. Finn
quería ir a terapia matrimonial conmigo. Eso era… raro. E increíblemente dulce.
—¿Quieres ir a terapia?
—Pensé que tal vez teníamos algunas cosas de las que hablar, pero no importa
ahora porque no voy a reunirme con Lauren. Había esperado estar equivocado y
paranoico sobre ella siendo una de las espías de tu madre. Supongo que tenía razón.
—Sí, la tenías. Pero eso aparte, gracias. El gesto de la terapia… lo aprecio.
—No respondiste mi pregunta. ¿Recibiste mi carta?
Me moví en mi asiento para poder sacarla de mi bolsillo.
—¿Esta carta?
—Esa misma. —Finn sonrió—. ¿Qué dices? ¿Cenas conmigo el sábado? Mis
padres ya accedieron a cuidar de los chicos.
—Tengo planes. Lo siento. —Me levanté de la silla y pasé por su lado hacia la
puerta. No estaba segura de qué estaba sucediendo, con la cosa de la terapia y la
carta pidiéndome salir, pero ya habíamos decidido ir por caminos separados. Más
de una vez.
—Espera. —Finn se apresuró a atraparme cuando cruzaba la cocina—. ¿Qué
planes?
—Voy a cuidar de MacKenna y Brady para que Poppy y Cole puedan tener
una cita.
—Oh —gruñó—. Entonces, ¿qué hay del domingo?
—Es noche de escuela.
—La última vez que lo comprobé, no estás en la escuela.
—Tenemos dos hijos que sí. Deberían estar en casa, preparándose para la 255
semana.
—Mi madre puede venir y cuidarlos allí. Estarán en la cama a las nueve, justo
como cada noche.
Crucé la puerta y me quedé tras el mostrador.
—Te relevaré aquí afuera.
—Bien. —Poppy sonrió y desapareció en la cocina.
Finn estaba al lado del mostrador, sus piernas plantadas separadas y sus brazos
cruzados sobre su pecho.
—Te recogeré el domingo a las seis.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque —siseé, acercándome más a él para que Randall y Jimmy no me
oyeran—. No vamos a hacer esto de nuevo.
¿Pensó que saltaría de nuevo en la aventura que habíamos tenido antes del
accidente?
—Repito, ¿por qué no?
—Hemos ido por este camino. Demasiadas veces. Estuvimos de acuerdo en
que era mejor de esta manera, así que… eso.
—Cambié de idea —declaró—. Cambiaré la tuya también.
Antes de que pudiera ocurrírseme una réplica, Randall nos interrumpió desde
su silla.
—¿Sobre qué están susurrando ustedes dos?
—Nada —respondí.
—Invité a Molly a una cita.
—Finn —espeté, golpeándolo en el brazo.
—¿Qué? Van a descubrirlo de todos modos.
—¿Y por qué es eso?
Sonrió.
—Porque después de nuestra cita del domingo por la noche, serás toda sonrisas
al venir el lunes por la mañana.

256
Finn

—¿M e llevas a Burger Bob's? —preguntó Molly mientras


caminábamos por la acera de la calle principal.
Sonreí y dejé caer mi mano en la parte baja de su
espalda.
—Todavía te gustan las hamburguesas con extra queso y extra tocino, ¿no?
—Duh.
—Entonces será Burger Bob's. —Mi sonrisa se amplió cuando le abrí la puerta. 257
Ambos entramos al restaurante, parados en el umbral por un largo momento. Llevé
a Molly a una mesa alta a lo largo del muro del otro extremo, una que nos daría
privacidad para hablar.
No ha sido fácil convencer a Molly de que salga esta noche. Se negó cinco veces
más el día que recibió mi carta en el restaurante. Pero me quedé detrás del
mostrador, preguntando una y otra vez con los pies atornillados al suelo,
negándome a salir hasta que ella aceptara una cita esta noche.
Finalmente, había resoplado y dicho que sí. Jimmy nos había aplaudido.
Randall había fulminado con la mirada.
Había recogido a Molly hace veinte minutos. Mamá había llegado temprano a
mi casa para pasar el rato con los niños. Ella había prometido tres veces que se
atendría a su hora normal de acostarse, pero todos sabíamos que Kali y Max se
quedarían despiertos hasta tarde en una noche antes de escuela.
Llamé a la puerta con dos ramos de lirios en la mano: uno para el dormitorio
de Molly y otro para la cocina.
Le encantaban los lirios. Dijo que hacían que la casa oliera como un jardín de
hadas. Cuando le entregué mi tarjeta de crédito a la florista, me di cuenta que hacía
mucho tiempo que no le compraba flores. Molly se las merecía semanalmente, y si
esto funcionaba, si la ganaba de nuevo, las tendría.
Tal vez al traerla aquí a Burger Bob's, al lugar donde nos conocimos, recordaría
esa emoción. Ella se relajaría y disfrutaría de una noche fuera. Como era, había
estado tensa durante el viaje. Había estado callada. Pero el olor grasiento del aire,
que prometía una buena comida, la relajaría. Estaba seguro de ello.
No pensaba hablar de nada serio esta noche. Esta comida se trataba de pasar
tiempo juntos. No iba a decirle a Molly que estaba enamorado de ella. No iba a
decirle que quería mudarme a la casa y vender mi casa. No iba a decirle que no
necesitábamos olvidar nuestro pasado porque la perdoné.
Estaba trabajando en perdonarme a mí mismo. No iba a rogarle que me
perdonara todo el mal que había hecho en nuestro matrimonio.
Esas declaraciones llegarían.
Esta noche, quería absorber su sonrisa y saborear su risa.
Molly se sentó en la mesa primero, metiendo su bolso debajo. Llevaba un par
de vaqueros ajustados que mostraban la hermosa curva de sus caderas. Su cabello
estaba suelto, cayendo sobre sus brazos desnudos y las finas tiras de la camiseta de
satén gris y encaje que había elegido, gracias a la Madre Naturaleza, por el cálido 258
octubre de Montana.
Molly se veía muy sexy. Había sido difícil no tomarla en mis brazos en su
puerta, pero me resistí, esperando el momento de darle un beso de buenas noches
esta noche cuando la dejara en casa.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de este lugar? —Sus ojos vagaban por los
altos techos, las mesas de madera, años de arañazos en sus superficies, y la plétora
de marcos con fotos de recuerdos de Bozeman que adornaban las paredes—. Nunca
cambia. Siempre huele igual y se siente igual. Desde la universidad, nunca ha
cambiado.
Extendí mi mano sobre la mesa para cubrir la suya.
—Gracias por venir aquí esta noche.
—De nada. —Ella volteó su mano para que estuviéramos palma con palma.
Las bandas para cabello en su muñeca me hacían cosquillas en la piel—. ¿Por qué
me pediste una cita?
—Ya sabes la razón.
—No la sé.
—Sí, lo sabes.
—¿Por qué elegiste Burger Bob's?
—Para recordar. Y para empezar de nuevo. —Envolví mis dedos alrededor de
su mano—. Hay otras cosas en esta habitación que no han cambiado desde la
universidad.
—¿Como la grasa que cubre el suelo?
—No. —Me reí y luego trabé mis los ojos con los de ella—. Como cuando estás
en la habitación, eres todo lo que veo.
Sus mejillas se sonrojaron, sus ojos se dirigieron a nuestras manos. Si ella iba a
decir algo, se perdió cuando dos menús de plástico se pusieron sobre la mesa.
—Bienvenidos, chicos. ¿Qué les puedo ofrecer para beber? —preguntó la
camarera.
Molly y yo pedimos una cerveza cada uno. Cuando la camarera se fue a
buscarlas, solté la mano de Molly para recoger los dos menús.
—¿Puedo pedir por ti?
—Sí, pero me reservo el derecho de intervenir si te equivocas.
—Equivocarme —me burlé. Memoricé la orden de la hamburguesa con queso
de Molly la noche que la conocí. Y sabía que no había cambiado en quince años. 259
La camarera apareció con nuestras cervezas.
—¿Qué van a ordenar?
—Dos hamburguesas, término medio. Ambas con extra queso y extra tocino.
Patatas fritas con cada una. Salsa ranch con la de ella. Estoy bien con el kétchup.
Mis ojos se dirigieron a Molly. Su barbilla cayó mientras trataba de ocultar una
sonrisa. Di en el clavo.
—De acuerdo. —La camarera recogió los menús—. Voy a poner esto en
marcha.
—Salud. —Molly levantó su vaso de cerveza.
Asentí, golpeando el borde de la mía con la suya antes de tomar un trago.
—¿Qué vas a hacer el próximo sábado por la noche?
—Eh, nada. Pasar el rato con los niños. ¿Por qué?
—Me preguntaba si podría llevarte al cine.
—¿Tratando de fijar otra cita ya? —se burló—. Eso es arriesgado. ¿Y si esto se
convierte en un desastre?
—Mientras pueda pasar tiempo contigo, nunca será un desastre.
Se sonrojó de nuevo y puso los ojos en blanco.
—Estamos exageradamente aduladores esta noche.
—¿El coqueteo no se trata del hombre repartiendo estos cumplidos efusivos
para cortejar a su mujer?
Sus cejas se juntaron mientras me estudiaba por un momento.
—¿Me estás cortejando?
—Lo estoy intentando.
—Yo, mmm… —Ella tragó con fuerza—. Oh.
Nos sentamos en silencio por unos momentos, sorbiendo nuestras cervezas,
hasta que ella dijo:
—Sí. Me encantaría ir al cine.
—Cariño, el placer será todo mío.
—Le preguntaré a Poppy si puede llevarse a los niños.
—Ya lo hice. Ella está dispuesta.
Molly sonrió y luego miró a la mesa del rincón en el lado opuesto de la
habitación.
260
—No he estado aquí en años. No desde…
—No desde que Jamie fue asesinado.
—Yo tampoco. —Había bastantes lugares en Bozeman a los que dejé de ir
simplemente porque los recuerdos con Jamie estaban impresos en las paredes.
Burger Bob's era uno de ellos. Era el lugar favorito de todos nosotros en la
universidad. A menudo nos encontramos aquí para una hamburguesa de noche y
algunas risas.
Pero era hora de poner a esos fantasmas a descansar también. Era otra razón
por la que había elegido este lugar para nuestra cita. Quería que Molly viera que su
muerte no me iba a atormentar. Ya no.
—No es tan difícil como pensé que sería —dijo—. Es agridulce. Siempre
extrañaré a Jamie. Pero no puedo imaginarme una vida sin Cole.
—Yo siento lo mismo. Creo que me llevó mucho tiempo darme cuenta de que
no era esto o aquello. Es un y. Tuvimos a Jamie. Y tenemos a Cole.
—Cole. —Molly frunció el ceño—. El otro día me pusieron una multa de
estacionamiento cuando se me acabó el parquímetro, y no me la quiso arreglar.
Imbécil.
Ambos nos reímos y la conversación se volvió fácil. Durante horas. No
hablamos de los niños ni del trabajo. Solo hablamos de la vida. Qué programas de
televisión había estado viendo. Molly me habló de un libro que había leído
recientemente. Cuando llegaron nuestras cenas, comimos, masticando rápido para
poder hablar un poco más.
—Estoy tan llena. —Suspiró Molly. Su plato tenía los últimos restos de su
hamburguesa y unas cuantas patatas fritas sin comer—. Esto fue delicioso.
—¿Quieres un postre?
Agitó la cabeza.
—No, gracias. No tengo espacio.
—De acuerdo. —Miré por encima del hombro, llamando la atención de la
camarera para la cuenta. El restaurante estaba lleno, incluso para un domingo.
—Voy a usar el baño antes de irnos —dijo Molly y luego se aventuró a ir al
fondo de la habitación mientras la camarera se acercaba a tomar mi tarjeta de crédito
y a limpiar los platos.
Estudié la mesa, sus abolladuras y golpes, sonriendo por cómo había
transcurrido la noche. Fue la mejor cita que tuvimos, con excepción de la primera. Y
yo quería más. Mucho más. Toda una vida de más. 261
—¿Finn? —Levanté la vista de la mesa, sorprendido de oír la voz de Bridget—
. Hola.
—Hola. —Sonreí—. ¿Qué estás haciendo?
—Raylene y yo estábamos tomando una cena. —Levantó un dedo a su amiga,
que fue a buscar una mesa mientras Bridget se acercaba a la mía—. ¿Acabas de
llegar? Puedes unirte a nosotros.
—A punto de salir, en realidad.
—No sabía que ibas a comer solo. Deberías haberme llamado. Me habría
reunido contigo para cenar.
—Oh, no. —Sacudí mi cabeza—. No estoy solo.
La sonrisa de Bridget cayó y el más leve gesto de dolor le tiró las mejillas. Sus
ojos se alejaron rápidamente también.
Una reacción que hizo que mi hamburguesa se revolviera.
Cuando tuvimos nuestra gran pelea, Molly dijo que Bridget estaba enamorada
de mí. No había pensado mucho en ello desde entonces porque las emociones
estaban muy en alto ese día. Había habido muchas cosas más importantes en esa
lucha que mi empleada.
¿Pero Molly tenía razón? ¿Bridget estaba enamorada de mí?
Mi mente se apresuró a pensar en todas las veces que las dos mujeres han
estado juntas. Incluso al principio, Bridget nunca se había acercado a Molly. No es
que hayan trabajado mucho juntas. Había tomado a Bridget bajo mi ala, y en esos
primeros días, habíamos estado juntos de entrada a salida.
Hubo momentos en los últimos años en los que una novia mía pasaba por
Alcott. Brenna solía ir y llevar el almuerzo en ocasiones. No podía recordar si Bridget
siquiera había saludado.
Oh, joder.
Molly tenía razón. Estaba ciego.
—¿Finn? —Bridget me tocó el brazo—. ¿Estás bien?
—Disculpen. —Molly aclaró su garganta.
Salté, girando en mi asiento. El movimiento me quitó la mano de Bridget del
brazo. El ceño fruncido en la cara de Molly fue tan inoportuno como el darse cuenta
de que mi empleada más confiable y leal sentía algo por mí.
Bridget miró entre los dos, uniendo las piezas. Luego me miró, con los ojos
abiertos y llenos de juicio.
—¿Ella es tu cita?
262
—¿Te importaría? —Bridget estaba bloqueando la silla de Molly. Dio un paso
adelante en un intento de hacer retroceder a Bridget—. Necesito tomar mi bolso.
Bridget no se movió. Y la conocía lo suficientemente bien como para saber que
se mantendría firme. Haciendo que Molly la rodeara para conseguir su bolso.
Dios, fui un maldito idiota. ¿Todos los hombres pasan por alto una mierda
como esta con las mujeres? ¿O era especialmente despistado? Pero ahora lo he visto.
Estaba más iluminado que el letrero de neón de Bud Light en la ventana del
restaurante.
Me levanté de la mesa, insertándome entre las mujeres. Obligué a Bridget a
retroceder dos pasos, dándome suficiente espacio para poder agacharme bajo la
mesa y recuperar el bolso de Molly y pasárselo.
Lo colgó en un hombro y luego cruzó los brazos. Incluso con ellos envueltos
en su pecho, sus hombros temblaban. No de miedo, sino de ira. Sus ojos estaban fríos
cuando miró a Bridget.
Molly no odiaba a nadie. Nunca. No se enemistaba. No hacía enemigos, lo que
significaba que si ella miraba a Bridget como si estuviera lista para envolver sus
manos alrededor de su cuello, era porque Bridget había presionado demasiado.
Mi protegida, mi amiga, ha sido terrible con mi esposa.
Había sucedido delante de mis narices, y no me di cuenta.
—Será mejor que nos vayamos. —Tomé el codo de Molly, separando sus
brazos. Luchó conmigo por un momento y luego cedió. Con sus brazos colgando a
los lados, capturé su mano y la sostuve con fuerza.
Bridget frunció el ceño a nuestras manos unidas, luego me miró, con los ojos
llenos de incredulidad.
—¿En serio, Finn? ¿Ella?
¿Qué demonios…? ¿Quién era esta extraña? Porque ciertamente no era la
Bridget que conocía desde hace años. Molly intentó apartar su mano, pero yo apreté
mi agarre.
—Sí, ella. Siempre es ella. —Pasé por delante de Bridget, tirando de Molly—.
Hasta mañana. Disfruta tu cena.
El aire fresco de la tarde era imposible de disfrutar mientras Molly y yo
caminábamos hacia mi camioneta. A cada paso, ella se alejó de mí, aunque nuestras
manos permanecieran unidas.
Todos los progresos que habíamos hecho, los buenos tiempos, se habían
arruinado. 263
Respiré profundamente mientras caminábamos, esperando calmarme. Pero mi
rabia solo ardía más caliente. Estábamos a tres metros de la camioneta, pero no podía
dar otro paso.
Mis pies se paralizaron.
—¿Qué hizo?
Molly trató de seguir caminando. No había aflojado mi agarre.
—Vámonos, Finn.
—¿Qué hizo ella?
—No es nada.
—Molly —susurré—. Por favor. Dímelo.
Se encontró con mi mirada.
—Trabajas con ella. No quiero causar problemas con eso.
—Hay problemas. No importa lo que me digas esta noche, tenemos grandes
problemas. Y me gustaría mucho oírlo. De ti.
Su barbilla cayó mientras asentía.
—Creo que pensó que yo era una broma cuando empezó en Alcott. Que yo era
solo tu tonta esposa, fingiendo manejar un negocio. Ella fue cortante. Educada, pero
cortante. Luego nos divorciamos. La educación se detuvo.
Mis dientes se apretaron mientras me obligaba a quedarme callado y dejar que
Molly continuara.
—Ella se puso de tu lado. Lo entendí. Pero era desagradable, siempre mirando
y murmurando cosas a mis espaldas. Luego estuvo esa noche, en la que fui a Alcott
y me llamó perra mientras veías la televisión.
—Juro que no la escuché. —No lo habría dejado pasar. Joder, me odié a mí
mismo por esa noche.
Ella asintió.
—Te creo.
—¿Qué más pasó?
—Bueno, le hablaste de mí. Sobre…
—El otro tipo. —Cerré los ojos—. Mierda. Soy un maldito idiota. Nunca debí
decírselo. ¿Qué ha hecho?
—Dejó de murmurar cosas a mis espaldas y me dijo a la cara que era una puta. 264
Qué. Mierda. Mi visión se volvió roja.
—No eres una puta.
—No. —Me miró a los ojos, se enderezó—. No, no lo soy.
—¿Algo más?
—Ella ha sido la perra habitual desde entonces. La he evitado a toda costa.
—¿Por eso dejaste de ir a Alcott?
Me encogí de hombros.
—Es parte de ello. La mayoría de las veces dejé de ir porque era tuyo, no
nuestro.
—Lo siento. Quiero que sepas que voy a hacer esto bien.
—No te estreses por ello. —Me apretó la mano una vez y luego asintió hacia la
camioneta—. No necesito la aprobación de esa mujer para ser feliz.
No, no lo necesitaba. Pero ella tenía que saber que yo la respaldaba.
Y mañana por la mañana, Bridget y yo estaríamos discutiendo.
El camino a la casa de Molly fue rápido y tranquilo. Fue difícil bloquear el
incidente con Bridget, pero estaba decidido a volver a encarrilar esta cita. Así que
conduje con una mano, la otra sujetando la de Molly para que supiera que estaba
allí. No estaba dejando que se alejara.
—Gracias —dije mientras me detenía en la entrada.
—De nada. Me lo pasé bien. Hasta luego. —Movió su mano para liberarla.
—Espera. —La detuve mientras alcanzaba la manija de la puerta—. Yo abro.
—Es…
—Por favor. Déjame abrirte la puerta.
—Está bien.
Salí de la camioneta y me fui al otro lado. Con su mano en la mía mientras la
ayudaba a bajar, envié una oración silenciosa al cielo crepuscular. Un beso. Dame un
beso. Si pudiera conseguir una oportunidad para un beso, podría tener la posibilidad
de dar la vuelta a esta noche.
—¿Puedo acompañarte a la puerta?
—Si insistes. —Asintió y me dejó guiar el camino—. Es extraño sin la rampa.
No estuvo mucho tiempo, pero me acostumbré.
—Puedo hacer que la construyan de nuevo. Sé que a Max le encantaría tenerla
para su patineta. 265
Se rio.
—Me acostumbraré a los escalones de nuevo y a cómo eran las cosas.
Llegamos a la puerta y ella me miró. Su mano no fue a la perilla.
Sí. A alguien de arriba todavía le gusto.
Sin decir una palabra, tomé las mejillas de Molly con las palmas de mis manos,
luego puse mis labios en los suyos, tragándome su jadeo de sorpresa.
Sus manos se acercaron a mi pecho, tentativamente descansando en el algodón
almidonado de mi camisa. Mientras le abría la boca y pasaba la lengua por la
comisura, sus manos presionaban mi pecho, sus dedos empuñaban la tela mientras
yo inclinaba su cabeza y me sumergía más profundamente.
Ella gemía. Yo gemía. Nos enfrentamos el uno al otro, mi dureza empujando
contra su cadera. Sus pechos chocando contra mi pecho.
Nos besamos caliente y húmedo, cada uno de nosotros jadeando cuando
finalmente me alejé.
—Yo… —Tragó—. Vaya.
—Quiero entrar. —Me alejé un paso. Luego otro—. Pero me voy a ir a casa.
—De acuerdo. —Sus mejillas estaban sonrojadas, sus labios hinchados. Tocó
uno, con la comisura de su boca elevándose—. Eso es probablemente inteligente.
—Gracias por la cena.
—Esa es mi línea.
—Siento lo de Bridget.
—Está bien. —Hizo un ademán con la mano—. No es tu culpa.
—Lo es. Lo arreglaré. —A primera hora de la mañana. Me estiré entre nosotros,
recogiendo su mano, y me llevé sus nudillos a los labios para un suave beso—.
Buenas noches, querida Molly.
—Buenas noches.
Se paró en el porche, apoyada en un poste mientras yo corría hacia mi
camioneta y me alejaba de la casa. Ella me devolvió el beso. A pesar de la intempestiva
aparición de Bridget, Molly me devolvió el beso. La sonrisa en mi cara se mantuvo
en su lugar todo el camino a casa.
—Parece que te lo pasaste bien —dijo mamá desde mi sofá mientras entraba y
tiraba las llaves en la encimera de la cocina.
—Lo hice. ¿Los niños están dormidos? 266
—Max lo está. Pero le dije a Kali que podía leer un rato en su cama.
—De acuerdo. Voy a entrar a dar las buenas noches. —Mamá se levantó del
sofá y vino a darme un beso en la mejilla—. Me voy a casa.
—Gracias por hacer de niñera.
—En cualquier momento. Y lo digo en serio. Lo que sea necesario para que te
ganes a Molly de nuevo, estoy aquí para ayudar. La hemos extrañado.
—Trabajas con ella. A diario. Tú la ves más que yo.
—No es lo mismo. Ha desaparecido de nuestra familia.
Navidades. Acción de Gracias. Las barbacoas al azar que habíamos hecho
desde que mamá y papá se mudaron de Alaska. Mamá tenía razón. Molly había
desaparecido de nuestra familia.
Pero la recuperaría y llenaríamos ese vacío. Y nunca volvería a estar vacío.
—Conduce con cuidado. —Abracé a mamá y luego bajé por el pasillo, hacia el
brillo dorado bajo la puerta de Kali. Entré suavemente, en caso que se hubiera
dormido. Pero ahí estaba, con sus rizos todavía húmedos por la ducha, leyendo un
libro apoyado en sus rodillas—. Hola, cariño.
—Hola, papi. —Cerró el libro—. ¿Cómo te ha ido?
Sonreí y crucé la habitación, inclinándome para besar su frente.
—Bien.
—¿Dijo que sí a la película? ¿O vamos con el Plan B?
No me avergonzaba ni un poco de reclutar a mi hija en mi plan para recuperar
a su madre. Kali estaba actuando como mi respaldo para la cita de la película. Si
Molly hubiera dicho que no, Kali iba a pedirle a Molly quedarse a dormir en casa de
una amiga. Ya habíamos pensado en una excusa para llevar a Max a casa de mamá.
Y eso me liberaría para llevar a Molly a una cita de cine sorpresa.
—Ella dijo que sí. Pueden quedarse en casa de la tía Poppy y el tío Cole.
Kali lanzó un puño al aire.
—Sí.
—Bien, será mejor que descanses. Tienes escuela mañana. —Le besé la frente
otra vez—. Te veré por la mañana. Te quiero.
—Te quiero también. —Se acurrucó cuando apagué su lámpara.
—Buenas noches.
—¿Papá? —me llamó antes de que llegara a la puerta—. Sé que puedes hacer
feliz a mamá. 267
Sonreí.
—Yo también.

—Buenos días —murmuró Bridget, con sus gafas de sol puestas mientras
entraba en su oficina.
Suspiré, vaciando el último trago de mi café. Había estado temiendo esta
conversación toda la mañana. Una vez que dejé a los niños en la escuela, vine a
Alcott esperando que ya estuviera aquí.
Bridget estaba normalmente antes de las ocho para ayudar a cargar los equipos
en el patio. Pero en el reloj en la pared leía las nueve.
Probablemente estaba enojada conmigo, pero no me importaba. Había cruzado
la línea. Debería haberlo sabido.
Molly estaba fuera de los límites.
Me paré y fui a la puerta de su oficina. Estaba sacando un frasco de pastillas
para el dolor del cajón de su escritorio.
—Necesito hablar contigo esta mañana.
—¿Puedes esperar? Tengo un dolor de cabeza desagradable, y me voy en
treinta minutos para revisar el proyecto Morrison.
—No, no puedo. Te daré unos cuantos minutos. Entra cuando estés lista.
—Bien —masculló.
Volví a mi oficina, revisando mentalmente las cosas que quería decir luego
saqué mi teléfono para enviarle un mensaje a Molly.

Yo: ¿Entonces? ¿Has estado sonriendo toda la mañana?

Presioné enviar e inmediatamente aparecieron tres puntos.


268
Molly: No lo sabrás nunca.

Eso era un sí. Me reí mirando la pantalla cuando Bridget entró en la oficina,
con una botella de agua de plástico en la mano.
—¿Qué pasa?
Bajé el teléfono, apoyé los codos en el escritorio.
—Tenemos que hablar de Molly.
Puso los ojos en blanco.
—Esa. —Señalé su rostro—. Esa es la última vez. La tratarás con respeto.
—¿O qué?
—O estás despedida.
—¿Qué? —Sus ojos se desorbitaron—. No puedes despedirme.
—¿Has olvidado el nombre de quién está en el cartel?
—Me necesitas. Este lugar colapsaría sin mí.
—Bridget, eres talentosa y trabajadora. Aportas mucha habilidad y
experiencia. Conoces nuestros sistemas por dentro y por fuera y trabajar contigo es
fácil. Pero no permitiré, bajo ninguna circunstancia, que atropelles a Molly. Es la
mujer más importante de mi vida y siempre lo ha sido. Ella ayudó a crear este
negocio de la nada. Te pido como tu colega que muestres tu respeto. Te estoy
diciendo como tu empleador que lo hagas.
—¿Me estás dando un ultimátum? ¿Tengo que jugar limpio con una mujer que
no te apoyó a ti o este negocio? ¿Una mujer que te engañó o me quedo sin trabajo?
—Eso es lo correcto.
Ella se burló.
—Te ahogarás sin mí.
—Todo el mundo es reemplazable. Todos. Incluida tú.
No quería despedirla. Habíamos estado trabajando juntos durante tanto
tiempo ella tenía tanto en su plato y yo tendría un gran lío en mis manos. Pero yo lo
resolvería. La temporada casi había terminado y tendría las cosas arregladas antes
de la próxima primavera.
—Entonces mejor que tengas un abogado decente. No hay ninguna ley que
diga que tengo que ser amable con la ex esposa de mi jefe. Si me despides, espera 269
una demanda.
Una amenaza. Ahora no era una cuestión de si la despedía. Ahora era una
cuestión de cuándo. Bridget no tenía intención de respetar a Molly, y eso no iba a
funcionar para mí.
—¿Sabes que Molly posee el diez por ciento de Alcott?
La cara de Bridget palideció.
—No.
No mucha gente lo sabía. Molly no había querido a Alcott en el divorcio. Ella
había querido la casa en su lugar. Pero el valor del negocio en comparación con la
casa era tal que ella estaba en el lado perdedor del acuerdo. Así que me había
ofrecido a darle una suma fija. Dimos vueltas tras vueltas tratando de fijar una cifra.
Al final, habíamos acordado que podía mantener el diez por ciento de la
propiedad como una inversión. De acuerdo con los estatutos de mi empresa, el diez
por ciento no significaba nada. No tenía control, ni voz ni voto en las decisiones
empresariales. Pero si Alcott alguna vez se vendía, obtendría un beneficio.
Ella había protestado contra los diez, diciendo que cinco eran suficiente. Pero
yo había insistido. Ella había ganado mucho y más. Mi propuesta original había sido
de quince.
—Molly es una inversionista en esta compañía —le dije a Bridget—.
Considérala uno de tus jefes. Trátala como me tratas y todos estaremos bien.
La habitación se quedó en silencio. Ella me miró como si no pudiera creer que
esto estuviera pasando, que mi petición era completamente irrazonable, hasta que
finalmente dijo:
—Entonces renuncio.
Cerré los ojos. Me dolía oír esas palabras. También me molestaba. No tenía
derecho a odiar tanto a Molly. Ciertamente no lo suficiente para renunciar a su
carrera aquí en lugar de crecer y actuar como una maldita profesional. Pero yo no
iba a ceder.
—Siento que hayas llegado a esto. —Me levanté de mi escritorio—. Te
acompañaré afuera.
—Mis cosas…
—Haré que las empaqueten y te las envíen por mensajería esta noche.
—¡Me estás tratando como a una criminal! 270
—Esta es la política cuando alguien es despedido o se va —le recordé. Diablos,
ella había sido la que había empacado un casillero o dos.
Nunca había aceptado el aviso de dos semanas de alguien. Si se iban, se iban.
Y no quería que los futuros ex empleados empacaran sus cosas, o las mías, así que
empacábamos por ellos y les enviábamos sus pertenencias.
Esta era la política. Me apegué a la política.
Me miró durante otro largo momento, y luego irrumpió por toda la habitación.
Entró directamente en su oficina, levantó su bolso, llaves y gafas de sol antes de
marchar a la puerta principal.
La seguí, de pie afuera mientras se dirigía a su auto. Estaba seguro de que se
iría sin decir una palabra y nunca miraría atrás, pero cuando abrió la puerta, se giró
para enfrentarse a mí.
—Podría haber sido, podríamos haber sido… —Agitó la cabeza—. Siempre has
sido un tonto con ella.
—Siempre. Y no podría ser de otra manera.
Querida Molly,

Te he echado de menos. He echado de menos ver tu sonrisa y escuchar tu voz. El sábado


no puede llegar lo suficientemente pronto. Cenar contigo en el Burger Bob’s fue una de las
mejores noches que he tenido en meses. Años, en realidad. Quiero que sea algo habitual para
nosotros, compartir una comida que no tengas que cocinar. Una en la que podamos reírnos y
hablar y disfrutar de la compañía del otro. Espero que también quieras eso.
Dime que también quieres eso. Qué nos quieres.
No voy a rendirme esta vez. No más excusas. No más obstáculos. No voy a dejar que
nada nos impida estar juntos. Incluso si es solo una cita, una semana a la vez.
271
Tuyo,

Finn
Molly

—¿E stás seguro acerca de esto? —pregunté a Finn mientras


caminábamos por el pasillo del teatro.
Mis brazos estaban cargados con palomitas de maíz
medianas, una caja de Mike and Ikes, pasas cubiertas de chocolate y un refresco
grande. Finn tenía un botín similar en sus brazos, excepto que había optado por
nachos con sus palomitas de maíz y solo una caja de dulces.
—Podemos manejarlo. 272
—La última vez que hice de los bocadillos de cine una comida completa fue en
la universidad.
—Lo recuerdo. —Se rio entre dientes—. Esas fueron algunas de las citas más
caras que tuvimos.
—Pero algunas de las mejores también. Eran las especiales.
A Finn le había costado una pequeña fortuna pagar las entradas para el cine y
los bocadillos que compramos en lugar de una cena de verdad. Siempre había
insistido en pagar, como lo había hecho esta noche. Entonces, aunque ir al cine había
sido una de mis citas favoritas, siempre había tenido cuidado de no sugerirlo
demasiado a menudo.
—¿Has ido al cine últimamente? —preguntó Finn.
—No. No hubo mucho tiempo este verano.
—Sí. Este verano fue otra cosa.
—Solía ir mucho al cine —le dije a Finn—. Era mi regalo cuando tenías a los
niños los fines de semana.
—¿Con quién ibas? ¿Amigos?
—No. Iba sola.
Finn desaceleró nuestro ritmo.
—¿De verdad?
La mirada en su rostro. La tristemente culpable caída de su boca era cómica.
—Por elección. Me gusta ir sola al cine.
—No me gusta que vayas sola. —Él frunció el ceño—. Pero supongo que ya no
importa. Soy tu cita para películas de ahora en adelante.
Un hormigueo cálido se extendió por mi piel. La forma en que lo dijo, la forma
en que había abordado este reavivamiento de nuestra relación con tanta seguridad
y determinación, no era realmente un reavivamiento en absoluto. Era más como un
nuevo comienzo. Y aunque me ponía nerviosa, la absoluta confianza de Finn en
hacia dónde nos dirigíamos juntos era emocionante.
Me había enviado una carta la semana pasada. La había recibido en el
restaurante otra vez, y sonreí como una loca mientras la leía una y otra vez.
No más excusas. No más obstáculos.
Al leer esas palabras, realmente no las había creído. Realmente no había
pensado que Finn cambiaría. Pero entonces Poppy vino a contarme sobre Bridget.
Qué Finn se había sentado con ella y le había exigido que me tratara con respeto, y
que cuando ella se negó y renunció, él la acompañó hasta la puerta. 273
Me dio esperanza. Él me dio esperanza.
La esperanza no era un borrador para mis miedos. Habíamos comenzado
brillantemente una vez antes y habíamos terminado en cenizas.
Sin embargo, había algo diferente en esto. La diferencia era Finn.
Mamá siempre había dicho que era un hombre cerrado. No le diría que ella
tenía razón, pero el accidente, las cartas, ambos lo obligaron a abrirse.
Quizás esta vez, lo haríamos bien.
Como había hecho antes de nuestra cena en Burger Bob's, dejé mis miedos y
dudas a un lado y subí a la camioneta de Finn para esta cita de cine con la mente
abierta.
Finn y yo encontramos nuestros asientos en el teatro. Metimos bocadillos en
nuestros portavasos. Los cubos descansaban en nuestros regazos. Y cuando
comenzaron los preestrenos, comimos nuestra comida irresponsable, poco saludable
y deliciosa.
Cuando las cajas de palomitas de maíz descansaban a nuestros pies, mantuve
mis ojos en la pantalla, pero mi atención estaba en la mano de Finn, esperando que
tomara la mía.
En nuestra primera cita en el cine, le había llevado la mitad de la película
finalmente tocarme.
Esta noche, tomó minutos. Tan pronto como terminó su último nacho, mi mano
estaba en la suya. La mantuvo hasta que se encendieron las luces y se reprodujeron
los créditos.
—¿Qué te pareció? —preguntó Finn mientras salíamos. Estaba oscuro ahora.
La luz del atardecer de cuando habíamos entrado había desaparecido hace mucho.
—Estuvo bien.
—Bien —se burló—. La odiaste.
Sonreí.
—No, estuvo bien.
—Molly, pude oír tus ojos rodando.
Podría decirse que fue una de las peores películas que he visto. La trama era
predecible. La actuación fue apenas pasable. El personaje del protagonista
masculino era demasiado estúpido para vivir, el único punto brillante de la película
fue el final cuando lo mataron.
—La película no fue la mejor —admití—. Pero aun así la pasé bien. 274
—Yo también. —Él movió nuestras manos entre nosotros, como si fuéramos
dos niños pequeños y enamorados de las estrellas en nuestros ojos—. ¿Tienes ganas
de tomar una bebida?
—Seguro. —Los niños estaban en la casa de Poppy y Cole por la noche. No
tenía nada a lo que apurarme para volver a casa, excepto una cama vacía.
Cuando salimos del estacionamiento, esperaba que Finn se volviera hacia los
bares del centro. En cambio, fue por el camino opuesto.
—¿A dónde vamos?
Se inclinó y puso su mano sobre mi rodilla.
—Mi casa.
Todo mi cuerpo se tensó, los músculos se agarrotaron.
Finn lo sintió. No quitó su mano, sino que dibujó círculos en mis jeans con el
pulgar.
—Es solo mi casa. Dijiste que no querías ir allí porque necesitabas mantener los
límites erguidos. Pero tienen que bajarlos, Molly. Todos ellos.
Tenía razón. Y su casa se había vuelto menos intimidante ahora que sabía que
nunca había tenido una mujer en su cama.
—Está bien. —Suspiré. Si íbamos a salir, esto era inevitable.
Mi estómago estaba hecho un nudo cuando llegamos a su garaje. No me había
vuelto loca esta noche. Había comido lo suficiente para sentirme llena, pero no lo
suficiente como para enfermarme. Demasiado para mi moderación. La combinación
de palomitas de maíz y caramelo giraba alrededor de mis entrañas como un tornado
arcoíris.
Finn me abrió la puerta y me tomó de la mano mientras me conducía a su casa.
Mi aversión a la casa de Finn era estúpida. Lo sabía. Pero todavía me tomó
unos momentos respirar.
El olor me golpeó primero cuando entramos. Estaba limpio con un toque de
limón. Y debajo de eso estaba el aroma varonil de Finn. El garaje se abría a una
lavandería. Tenía una lavadora y una secadora más bonitas que yo, y los pisos de
baldosas estaban impecables. No había una pequeña pila de calcetines perdidos
encima de la secadora como había tenido encima de la mía durante los últimos tres
años.
Desde la lavandería, la casa se abría en un espacio de concepto abierto. Me
detuve justo antes de la sala de estar y lo asimilé todo. Las vigas oscuras en el techo
abovedado estaban expuestas. Las puertas y las molduras estaban teñidas de un rico
marrón a juego. Las paredes estaban vacías con algunos paisajes de Montana aquí y
275
allá. La piedra angular del tema de decoración de Finn era, no es de extrañar, las
plantas.
Había un helecho de Boston en el comedor sobre un pedestal, sus suaves hojas
verdes cubrían casi el piso al lado de una pata de la mesa ovalada de caoba. Una
hoya en una gran maceta de cerámica verde salvia estaba en una esquina de la sala
de estar. Un higo llorón en otro.
La cocina tenía una bandeja de suculentas. Había una violeta africana en una
mesa de café, sus hojas aterciopeladas rogando que las tocaran. Me recordó a la que
me había traído una vez como un regalo al azar. La había colocado en la repisa de la
ventana de nuestra habitación hasta que murió.
Solía haber plantas por toda mi casa. Los clientes de Finn a menudo le
regalaban plantas de interior cuando se completaba un trabajo. Las había dejado
atrás cuando se mudó. Y lentamente, de forma desgarradora, todas murieron.
Incluso la violeta.
Finn había sido quien las cuidaba. Yo las había descuidado, a menudo
olvidando regar una hasta que la tierra estaba agrietada y las hojas secas. Cada vez
que tiraba una en el basurero, se me había roto el corazón.
—¿Qué piensas? —preguntó.
—Tienes una hermosa casa. De verdad. Es encantadora. Puedo ver por qué les
gusta a los niños.
En muchos sentidos, me recordó a mi casa. Había creado una casa similar a la
que habíamos compartido, lo hubiera querido o no.
Finn me arrastró más adentro de la habitación.
—¿Qué te gustaría beber?
—No soy exigente.
—Tengo un cultivador con la última cerveza ámbar de Bozeman Brewing.
—Eso suena perfecto.
Su agarre se apretó por un segundo, luego soltó mi mano para poder ir a la
cocina.
Cuando se abrió la puerta del refrigerador, me dirigí a la repisa de la chimenea
para inspeccionar las imágenes enmarcadas. La foto de la escuela de Max estaba en
una. Kali estaba en otra, sonriendo alegremente con su uniforme de voleibol. Había
una selfie de los tres agachados en un sendero de grava.
Bajé al otro extremo de la chimenea, esperando más fotos de los niños.
Parpadeé dos veces mientras mi propia cara me sonreía. 276
Un cuadro contenía una foto familiar de los cuatro. Era de hace años cuando
Poppy había estado trabajando para terminar la lista de cumpleaños de Jamie. Ella
había organizado una pelea de pintura, uno de los ítems de Jamie. Nos habíamos
reunido en un parque para lanzarnos globos de agua llenos de pintura. Jimmy y
Randall habían estado allí, e incluso había invitado a Cole.
No había pasado mucho tiempo después de nuestro divorcio, y esa pelea de
pintura fue la primera vez que Finn dejó de ser tan frío e insensible hacia mí. En la
foto, una Kali de cuatro años estaba cubierta de pintura rosa. Max solo tenía dos
años y sus mejillas estaban veteadas de amarillo. Finn y yo estábamos cubiertos de
un caleidoscopio de colores.
Habíamos sido felices ese día. No mucho después de la pelea de pintura, Finn
había venido a cenar con nosotros. Nos sentamos y hablamos después de que los
niños fueron acostados. Nos prometimos mutuamente que lo haríamos mejor, que
nos llevaríamos bien con ellos.
También me había dicho esa noche que quería salir con alguien.
Ese fue el día que una parte de mí se cerró. El día que los límites habían caído
en su lugar. No había entrado en su casa después de que la había comprado. Había
evitado a Alcott por completo. Incluso cuando habíamos estado teniendo relaciones
sexuales, me negaba a dejarme sentir cosas por Finn. Me recordé a mí misma que
solo era sexo.
Había tenido esos muros por años.
Todos se derrumbaron cuando miré la última foto.
Era de Finn y mía en mi graduación universitaria. Llevaba una toga y birrete
negro. Sus padres habían venido a celebrar con Poppy y conmigo, y Rayna nos había
pedido a Finn y a mí que posáramos para una foto. Pero en lugar de tomar una pose,
Finn me pasó los brazos por la cintura, me atrapó contra su pecho y me hizo
cosquillas en las costillas hasta que me reí tanto que lloré.
Rayna lo había regañado por casi arruinar mi rímel. La foto que había tomado
en ese momento se había convertido en mi favorita. Éramos nosotros.
La había enmarcado para la oficina de Finn cuando comenzamos Alcott.
Mientras Finn había estado en el hospital y yo había ido a Alcott, me preguntaba
dónde había ido esa foto.
Había estado en su repisa todo el tiempo.
—Aquí tienes. —Entró en la sala de estar y puso dos vasos helados en la mesa
de café.
Señalé nuestra foto. 277
—¿Cuánto tiempo has tenido esto aquí?
—Un tiempo.
—Define un tiempo.
Me dio una pequeña sonrisa.
—Desde que me mudé.
—¿Todo el tiempo? —susurré.
—Todo el tiempo.
—Pero… —Mis palabras murieron mientras mi mente corría. Había tenido esta
foto de nosotros, solo nosotros, en su chimenea durante años. La había tenido allí
cuando podría haberlo guardado en un cajón y haberlo escondido. Podría haberla
tirado. Pero no lo hizo. La había dejado en exhibición para que la vieran los niños.
Sus padres, Poppy y Cole. Cualquier visitante que haya venido aquí. La había dejado
en exhibición, junto con una foto familiar, para que sus novias la vieran cada vez
que venían a su casa—. ¿Por qué?
Suspiró.
—Al principio, estaba tratando de hacer de este lugar un hogar para los niños.
Pensé que tener fotos tuyas y de los cuatro les haría sentir que también era su casa.
—Eso fue hace seis años. Ahora están bastante bien ajustados.
—Lo sé. Pero no pude quitarlo. Cada vez que lo intentaba, mi mano no tenía la
fuerza para levantarla de la repisa. Necesitaba verte la cara todos los días. Te
necesitaba aquí. En mi casa.
Las lágrimas inundaron mis ojos.
—Estábamos divorciados. Estabas saliendo con otras mujeres.
Se acercó, sus manos rozaron mis mejillas, sus dedos desaparecieron en mi
cabello.
—Y te quedaste en este pedestal todo el tiempo. Ahora sabes por qué me han
dejado constantemente durante los últimos seis años.
Me reí, bajando la mirada. Finn no era el tipo de hombre que disfrutaría
lastimando a esas otras mujeres. Aun así.
—Te merecías que te dejaran.
—Sí. Fui el peor novio del mundo. —Su sonrisa cayó—. Y esposo.
—No. —Me presioné más cerca, mis pechos rozaron su pecho—. No el peor. 278
Simplemente fallamos en una prueba, pero eso no significa que no hayamos
aprendido.
Su mano libre se enroscó alrededor de mi espalda, empujándome hacia
adelante hasta que estuve al ras contra su torso.
—Vamos a intentarlo de nuevo, Molly. Por favor. Sé que no fallaremos por
segunda vez. No nos dejaré.
—Con una condición.
Contuvo el aliento.
—¿Qué?
—Bésame.
Sus labios se posaron en los míos tan rápido que jadeé. La lengua de Finn se
zambulló dentro, girando contra la mía mientras sus labios consumían los míos.
Solté un gemido, que fue recibido por uno de los suyos. Éramos un desastre de
labios húmedos y dedos que se agarraban y pies que se arrastraban mientras
avanzábamos por el pasillo.
Finn me llevó hacia atrás, su brazo nunca dejó mi espalda. Su mano estaba
firmemente enredada en mi cabello, sosteniendo mi cabeza en el ángulo que más le
convenía.
La paciencia había desaparecido en el momento en que sus labios tocaron los
míos. Mientras tiraba de su camisa, nos estrellamos contra la pared, mi cadera rebotó
lo suficientemente fuerte como para enredar mis pies. Finn me agarró fuerte,
estabilizándome. Pero en lugar de continuar nuestra caminata, me presionó contra
la pared.
Una de sus manos se movió hacia mi pecho. El otro se movió de mi cabello
hacia mi trasero. Apretó ambos, la mordida de sus dedos enviando una oleada de
placer a mi centro.
Estaba palpitando, ansiando más. Me encontré con su mirada oscura y
hambrienta y luego moví mis caderas hacia adelante, queriendo sentir su erección
debajo de sus jeans. Se sentían como años desde que estuvimos juntos, no meses. Y
esta noche era más que sexo.
Este era el punto de inflexión.
Finn me estaba reclamando. Ambos sabíamos que después de esto, nunca
volveríamos atrás. Estábamos dentro, haciendo este viaje juntos. Tomando otra
oportunidad el uno del otro.
279
Habría personas que nos llamarían imprudentes por reunirnos cuando ya lo
intentamos una vez, nos estrellamos y quemamos épicamente. No me importaba lo
que la gente pensara. Nadie sabía sobre Finn y yo. Nadie excepto nosotros.
Finn me apartó de la pared, su mano sobre mi trasero apretada. Levantó la
mano sobre mi pecho para que pudiera serpentear alrededor de mi espalda, luego
corrió por el pasillo. En la puerta de su habitación, tropezamos de nuevo, su hombro
se estrelló contra el marco de la puerta.
Éramos como un pinball, rebotando en cada superficie hasta que finalmente
encontramos la cama. Nos separamos y salté sobre el colchón, aun rebotando
mientras me arrancaba la camisa por la cabeza. Finn se quitó los zapatos y se quitó
los calcetines. Se desabrochó los botones de su camisa para alcanzar detrás de su
cabeza y tirar de ella.
En el momento en que se desabrochó los jeans, estaba desnuda excepto por mi
tanga. En el momento en que sus ojos se posaron en el trozo de tela, dejó escapar
una larga maldición que llenó la habitación.
—Joder.
—Me encantaría. —Sonreí—. Quítate los pantalones.
Su sonrisa diabólica me hizo temblar. El pulso en mi núcleo era como un
bombo cuando se desabrochó los jeans y se los arrancó por las piernas junto con su
bóxer. Su polla saltó libre, gruesa y dura y llorando por atención.
Lamí mis labios mientras él se acomodaba entre mis piernas. Cuando se
inclinó, mis pezones rozaron su duro pecho, haciéndome desesperar.
Finn besó mi cuello, bajando por mi clavícula hasta el valle entre mis senos.
Luego se inclinó más abajo, su lengua se abrió paso a través de la curva de mi vientre.
—Finn. —Su nombre fue un susurro cuando se puso de rodillas y acarició mis
pliegues con su lengua. Estaba tan preparada, tan necesitada que me arqueé de la
cama cuando él me dio un suave beso en el clítoris. Mis dedos se sumergieron en su
cabello, los mechones oxidados suaves y sedosos entre mis dedos.
Él acarició y lamió, acercándome a un orgasmo en segundos. Luego, cuando
mis piernas temblaban y mi corazón se aceleró, él se apartó. Mi cabeza se levantó del
colchón, mis ojos muy abiertos. La sonrisa arrogante de Finn estaba esperando
mientras se limpiaba el labio inferior.
Una de sus manos se deslizó por su estómago plano, atrayendo mi mirada.
Apretó su eje y acarició dos veces.
—Dios, nunca pensé que podría ver esto. 280
—¿Qué? —susurré.
—Tú. Desnuda en mi cama. Más hermosa que el día que nos conocimos.
Mi corazón. Puse una mano sobre mi pecho desnudo para evitar que se fuera
volando.
Finn vino a mí, sus ojos se clavaron en los míos mientras bajaba su peso sobre
mí. Arrastró la punta de su polla a través de mi centro una vez y empujó hacia
adelante, robándome el aliento mientras nos unía.
Estaba perdida en la sensación de él dentro de mí cuando comenzó a moverse.
Tal como lo habíamos hecho durante años, me hizo temblar. Nos llevó al límite de
una manera que me hizo olvidar todo menos a Finn.
Nos venimos de prisa, la construcción tan fuerte y consumidora que abrí la
boca en un grito silencioso. El cuerpo entero de Finn tembló mientras se vertía en
mí, las réplicas nos dejaron a los dos como un montón suelto en la cama.
Cuando recuperábamos el aliento y las manchas blancas se habían despejado
de mi visión, sonreí contra su barba sin afeitar.
—Me gusta tu cama.
—Bien. —Se rio entre dientes—. Porque dormirás en ella esta noche.
Con un beso rápido en el cuello, se levantó de la cama y fue al baño adjunto,
encendiendo una luz. El sonido del agua corriendo hizo eco en la habitación y sonreí.
Sabía que me gustaba limpiarme, y se estaba asegurando de que el agua estuviera
caliente cuando entrara al baño.
Me levanté de la cama y paseé por la habitación, mis piernas gelatinosas y mis
pasos inseguros. Mis ojos se dirigieron al oscuro armario cuando pasé por la
abertura. ¿Era allí donde había guardado las cartas que me había enviado? La
pregunta surgió de la nada, pero quería saber.
—¿Guardaste las cartas en este armario? —le pregunté a Finn.
Asintió.
—Sí. En una caja en la parte superior. ¿Por qué?
—Solo por curiosidad. —Entré en el baño, entrecerrando los ojos mientras mis
ojos se acostumbraban a las luces brillantes que rebotaban en el azulejo de piedra
blanca en los pisos y la espaciosa ducha. La encimera de mármol tenía dos lavabos
que descansaban encima. Finn estaba a uno. El agua corría para mí en el otro y se
había tendido una toallita junto con un nuevo cepillo de dientes.
Finn terminó de cepillarse los dientes y luego dejó un beso en mi hombro
desnudo cuando salió de la habitación. No tardé mucho en reunirme con él en el 281
dormitorio, arrastrándome debajo de la esquina de las sábanas que había rechazado.
En el momento en que estaba horizontal, Finn rodó sobre mí, sujetándome para un
beso lento y perezoso.
—Me divertí esta noche —dijo después de acurrucarme a su lado.
—Yo también. —Descansé sobre la almohada, pero una sensación extraña y
familiar me golpeó. Era… me disparé en posición vertical—. ¿Es esta mi almohada?
Se rio entre dientes mientras la esponjaba y pasaba mis manos por ella.
—Tal vez.
—Lo es. Me robaste la almohada.
Se rio más fuerte.
—¿Y? Tú te quedaste con la mía.
—Pensé que la habías dejado.
—Solo porque necesitaba hacer una escapada limpia con la tuya. No quería que
ambas desaparecieran.
Cerré los ojos y rodeé su cintura con un brazo.
—Perdimos tantos años.
—Entonces haremos que este año y todos los que vienen cuenten el doble.
Me acurruqué más cerca, inhalando profundamente el aroma terroso y limpio
de Finn.
—Te amo. —Finn besó mi cabello—. En caso de que eso no estuviera
perfectamente claro. Te amo, mi querida Molly. Por el resto de mis días.
—Yo también te amo. —Y pase lo que pase, se lo diría todos los días. Mi cuerpo
no tardó mucho en relajarse. Estaba a punto de dormir cuando otra pregunta
apareció en mi mente—. ¿Finn?
—Mmm. —Ya estaba medio dormido.
—¿Dónde guardabas esas cartas cuando nos casamos?
—En una caja en el armario —respondió.
—¿La llevaste contigo cuando te mudaste al desván de Alcott?
Se movió para mirarme.
—No. ¿Por qué?
—Bueno, la última carta fue escrita justo antes del divorcio. ¿Lo pusiste en la
misma caja?
—Sí. Llegué a casa para ver a los niños. Acostarlos. La escribí antes de llegar a 282
casa.
Esas fueron las noches del limbo antes de que él encontrara esta casa. Había
venido a mi casa por las tardes a ver a los niños. Yo me iba por unas horas para
ayudar a Poppy mientras montaba el restaurante. Llegaba a casa, los niños estarían
dormidos y Finn se iría al desván de Alcott.
—¿Por qué preguntas?
—Estoy tratando de… —La línea de tiempo de nuestro divorcio pasó por mi
mente mientras trataba de recordar exactamente cuándo se había ido y cuándo esa
caja debería haber sido tomada—. Empacaste la semana después del divorcio.
—Sí. ¿Entonces?
—Entonces… ¿estás seguro de que las cartas iban contigo? ¿O podrían haber
sido sacadas de mi casa?
Querida Molly

Estás durmiendo en mi cama Si me salgo con la mía, esta será la única vez que te
despiertes en esta casa. Si me salgo con la mía, nos sentaremos y les diremos a los niños que
volveré a casa esta noche. Si me salgo con la mía, nunca pasaré otra noche sin ti en mis brazos.
Vamos a cometer errores. Pero prometo, si dejas que me salga con la mía, a partir de
ahora mis cartas serán tuyas.
Realmente deberías dejar que me salga con la mía.

Tuyo,
283
Finn
Finn

—N
o quiero salir —dijo Kali desde el asiento trasero del Jeep
de Molly. Sus ojos apuntaban a la ventana, fijos en el patio
de Alcott. Fijos en el lugar donde casi me aplastaron bajo
una pila de rocas—. ¿Tengo que hacerlo?
—No. —Me eché atrás y puse mi mano en su rodilla—. Puedes quedarte en el
auto.
—¿Puedo quedarme también? —preguntó Max. Estaba mirando fijamente a su
regazo, negándose a mirar hacia arriba.
284
—Sí, hijo. Puedes quedarte. No tardaremos mucho.
Molly y yo compartimos una mirada mientras ella apagaba el arranque.
Salimos y, mano a mano, entramos en Alcott.
Una vez dentro de la oficina, miré por encima del hombro.
—Nunca les gustará volver a venir aquí.
—Es difícil ahora mismo. Ya pasará.
No estaba de acuerdo. Habían pasado meses desde el accidente, y las pocas
veces que había traído a los niños aquí, ambos se negaron a poner un pie en el suelo
de Alcott. Ni siquiera venían a la oficina.
Era otra razón por la que la decisión que había tomado la semana pasada era
la correcta.
—Vamos. —Llevé a Molly por el pasillo hacia mi oficina.
Me siguió, su mirada vagando por la tranquila y vacía oficina que había
pertenecido a Bridget.
Habían pasado más de dos semanas desde que Bridget renunció. La primera
semana había sido un caos. Me había apresurado a apagar incendios
constantemente, pero luego las cosas se habían arreglado. Encontré una ranura y la
atravesé. Delegué más. No me había perdido de escuchar cualquier drama que
Bridget creara. Ni siquiera me había dado cuenta, hasta que se fue, de cuánto drama
causó.
Era refrescante trabajar duro durante el día para poder salir cada noche a
tiempo. Lo que sea que se haya perdido, bueno, ahí estaba la mañana siguiente.
Las interminables tareas no eran tan importantes como antes.
Molly y yo habíamos sido inseparables la semana pasada, tan inseparables
como pueden serlo dos adultos con dos hijos y dos trabajos a tiempo completo. Pero
siempre que era posible, desde la mañana siguiente a nuestra cita en el cine,
habíamos estado juntos. Dejé mi última carta junto a la cafetera. Ella la había abierto,
la había leído una vez y se había reído a carcajadas.
Luego me dejó hacer lo que quería.
Esa noche, nos sentamos con los niños y les explicamos que estábamos
saliendo. Y por salir me refería a que viviría en su casa y dormiría en la cama de su
madre indefinidamente.
Molly y yo habíamos pensado que sería una cosa importante. Que tendrían
preguntas, tal vez algunas preocupaciones. Las palabras exactas de Max fueron: 285
“Genial. ¿Irás a jugar a la pelota conmigo?” Kali sonrió, me chocó los cinco y luego
fue a su habitación a dibujar.
Eso fue todo. Luego fui a mi casa a empacar algunas cosas mientras Molly
preparaba la cena. En el camino, llamé a una compañía de administración de
propiedades y comencé el proceso de alquilar mi casa.
En siete días, todas mis pertenencias personales habían sido trasladadas a casa.
Las camas de los niños habían sido donadas a la caridad. Y hoy, un tipo que se acaba
de mudar a Bozeman estaba alquilando mi antigua casa con el resto de los muebles.
Molly no había dicho nada sobre lo rápido que nos estábamos moviendo. Su
madre había llamado y advertido a Molly que era demasiado rápido. Había estado
en la cocina, escuchando la llamada por el altavoz. ¿La respuesta de Molly? No lo
suficientemente rápido.
Este era nuestro primer fin de semana juntos como familia. El primer fin de
semana no teníamos que pensar en intercambios de niños o en horarios separados.
Llevábamos a los niños a una caminata ligera, algo que no había hecho desde el
accidente.
Pero primero, tenía que hacer un último cambio.
Le dije a Molly que tenía que pasar por Alcott y recoger algunas cosas. No era
una mentira. Necesitaba recoger algunos papeles después de que ella los firmara.
Llegamos a mi oficina y el corazón casi se me salía del pecho. Mis manos
estaban húmedas. El sudor me llegaba a las sienes porque hoy iba a arruinar mi vida.
De la mejor manera posible.
—Bien. —Respiré hondo y me detuve en medio de la habitación—. No estamos
aquí sólo para recoger algo. Primero, necesito que firmes unos papeles.
—¿Qué papeles? —preguntó, con la mirada perdida.
—Voy a vender Alcott.
Parpadeó, negó con la cabeza y volvió a parpadear.
—¿Tú, qué?
—Voy a vender Alcott. Como eres dueña del diez por ciento, necesito que
firmes el acuerdo de compra-venta para poder devolvérselo a mi abogado.
—¿Qué? —Se llevó las manos a las mejillas mientras caminaba por la
habitación—. No puedes vender a Alcott. ¿Por qué? ¿Qué? ¿Por qué? No.
—Se tiene que ir, Molly.
—Pero, ¿por qué? Amas Alcott. Este es tu trabajo. Tu pasión. Piensa en todo el 286
tiempo y la energía que has puesto aquí. La sangre y el sudor que has puesto en este
lugar. No puedes simplemente venderlo.
—Se vendió.
—¿Ya lo hiciste? ¿Estás loco? —gritó—. ¿A quién?
Me reí entre dientes.
—Hace un año, un tipo de California me llamó. Tenía una gran empresa de
paisajismo en Sacramento y la había vendido. Se mudó a Bozeman para jubilarse,
pero resulta que la jubilación no le convenía. No le apetecía empezar desde cero, así
que me preguntó si alguna vez vendería. En ese momento, le dije que no. Entonces
las cosas cambiaron. Lo llamé el lunes. Hemos estado negociando el precio toda la
semana. Decidimos en uno ayer. Ahora todo lo que tengo que hacer es firmar los
papeles. Y tú también.
—Pero, Finn. —Los ojos de Molly se llenaron de lágrimas—. Esto… esto era
todo.
—Lo era. Cuando lo hicimos juntos. Pero Alcott Landscaping no ha sido Alcott
Landscaping por mucho tiempo. Desde antes del divorcio. Cuando dejaste de
trabajar aquí, mucho del corazón se fue. Me tomó mucho tiempo darme cuenta, pero
me he estado vertiendo en un vaso que tiene un enorme agujero en el fondo.
—No, Finn. No puedes renunciar a ello.
Crucé la habitación y tomé sus dos manos en las mías.
—Estoy ganando más de lo que estoy perdiendo aquí. Los niños, nuestra vida,
es lo primero. Alcott está en buenas manos.
—Esto no tiene ningún sentido. Alcott es tu sueño.
—Mi sueño era un trabajo en el que pudiera trabajar fuera haciendo lo que me
gusta. Pero no he plantado un árbol en nombre de Alcott Landscaping en más de
siete años. Me divertí más trabajando en el jardín con ustedes que lo que lo he hecho
aquí en años. Estar confinado en mi oficina, conduciendo y dando órdenes al equipo
sin trabajar con ellos lado a lado, nunca fue mi sueño. La única vez que he trabajado
mucho ha sido cargando camiones en el patio, y mira cómo ha ido. Casi muero.
Ella suspiró.
—Creo que tenemos que hablar de esto. Una decisión impulsiva como esta, te
arrepentirás.
—No lo haré.
Molly se alejó y volvió a pasear por la habitación. Jugó con las bandas de
287
cabello en su muñeca. Las de hoy eran amarillas y naranjas.
—¿Qué vas a hacer? Te volverás loco si te quedas sentado en casa todo el día.
—Encontraré algo. No tengo que decidirme de inmediato.
—Pero tus empleados. Perderán sus trabajos.
Negué.
—Este tipo quiere mantener a los empleados existentes. Quiere ser el tipo de la
oficina.
Incluso le había dado el nombre de Bridget. Por más enojado que estuviera por
cómo había tratado a Molly, no le deseaba mala suerte. Sabía por las vides que no
tenía otro trabajo todavía, así que había lanzado su nombre como un gesto de buena
voluntad.
—Podría destruir todo lo que has construido.
—Sí. —Asentí con la cabeza—. Puede que sí. Y no voy a decir que no será difícil
de ver. Pero no voy a vender este lugar barato. Va a venir a la mesa con un cheque
del demonio. Creo que está muy motivado para mantener a Alcott en la cima de su
juego.
—Oh Dios mío. No puedo creer que esto esté sucediendo. Estoy soñando. Esto
tiene que ser un sueño.
Caminé hasta mi escritorio y recogí el contrato que había impreso ayer.
—Toma. Tal vez esto lo haga más real.
Miró los papeles por unos momentos y luego cedió y los tomó de mi mano. Se
dejó caer en una de las sillas junto a mi escritorio, puso el contrato encima y empezó
a escanear. Lo supe de inmediato cuando leyó el precio de compra.
—Uno punto cinco millones de dólares. ¿Comprará Alcott por un millón y
medio de dólares?
Asentí con la cabeza.
—Hemos tenido unos buenos años en el negocio.
—Eso es decir poco —murmuró.
—Con esa cantidad de dinero, podemos pagar la casa, reservar una buena
parte para los niños y ser creativos. Tal vez empezar otro negocio. Juntos.
—No quiero dejar mi trabajo en el restaurante.
—Entonces no lo hagas. El punto es que esto nos da la libertad de hacer lo que
queramos. Y me da la oportunidad de corregir algunos errores. Amo Alcott. Siempre 288
lo haré. Estoy orgulloso de lo que hemos creado aquí. Pero es hora de decir adiós.
—¿Estás seguro? Quiero decir, ¿realmente seguro? No quiero que me guardes
rencor por esto más tarde.
—Esta es mi decisión. Y sé en mis huesos que es la correcta.
Ella asintió vacilante. Le di tiempo para pensarlo, para dejar que la sorpresa de
mi anuncio se desvanezca. Molly asintió de nuevo, esta vez con más confianza.
Cuando se encontró con mi mirada, era sólida como una roca.
—Está bien. Entonces te apoyaré.
—Bien. —Tomé un bolígrafo y se lo entregué—. Entonces firma en la última
página.
Molly se dirigió a donde mi abogado había marcado las líneas de la firma con
etiquetas amarillas. El bolígrafo pasó por encima del papel mientras ella respiraba
profundamente. Entonces, mientras exhalaba, su mano se movió, firmando con su
nombre.
Una vez hecho esto, empujó el papel y el bolígrafo hacia mí.
No dudé en garabatear mi nombre junto al suyo, ni siquiera un segundo.
Alcott había sido el sueño. Había logrado más éxito de lo que jamás podría
haber imaginado, pero había tenido un precio. El corazón de Molly.
De alguna manera, había tenido la suerte de recuperarlo. Y no iba a
arriesgarme a perderlo nunca más.
La habitación estaba tranquila mientras dejaba el bolígrafo. Nos sentamos allí,
escuchando como el aire se arremolinaba.
—Me siento más ligero —confesé.
Ella se encontró con mi mirada, sus ojos marrones nadando en lágrimas.
—Yo también.
Nos tomamos un último momento para mirar la habitación, luego me levanté
y fui a su silla. Tomé la mano de Molly y nos conduje afuera. Subimos al Jeep,
sonreímos a los niños y dejamos atrás Alcott.
La vida que había tenido estaba en el espejo retrovisor.
Y no la tendría de otra manera.

289

—Bonito lugar, ¿no? —le pregunté a Kali mientras estábamos en la cima de la


colina que habíamos caminado. Debajo de nosotros todo Gallatin Valley se extendía
en una alfombra de verdes campos y colinas doradas. Los árboles eran una mezcla
otoñal de verde intenso, limón, lima y rojo cereza.
—¿Hemos estado aquí arriba antes? —preguntó Kali, inclinándose a mi lado.
—Un par de veces cuando eras un bebé. Tu madre y yo solíamos venir mucho
por este camino.
—¿Por qué dejaron de hacerlo?
—También había muchos otros grandes lugares para explorar con ustedes.
Era una verdad parcial. Había hecho un montón de caminatas en otras partes
del valle con los niños, pero no los había traído aquí. Era una subida más difícil. Y
este sendero era el favorito de Molly. No me había parecido bien venir aquí sin ella.
Detrás de nosotros, Molly y Max estaban mirando una parte diferente de la
colina. Max estaba parado en una roca alta, haciendo muecas graciosas mientras
Molly le tomaba fotos en su teléfono.
—Me encanta este lugar —dijo Kali en voz baja, más para ella que para mí.
La abracé más cerca de mi lado. Me sonrió y miró detrás de nosotros mientras
Max y Molly se reían.
Luego bajó la mirada a sus pies.
—Funcionaron.
—¿Eh? ¿Qué funcionó?
—Las car… —Su cuerpo se tensó. Luego se fue, saliendo de mi abrazo y
corriendo para unirse a Max en su roca.
—¿Qué demonios? —murmuré al viento.
Tal vez me equivoqué, pero mi instinto me decía que Kali se había equivocado
y casi dijo las cartas.
Quise llevarla a un lado y preguntarle de nuevo, pero me obligué a dejarlo
pasar. Por ahora. Le preguntaría cuando estuviéramos en casa y solos.
Después de una selfie familiar, nos fuimos por el camino. Los niños tomaron 290
la delantera, marcando el ritmo de nuestro descenso mientras Molly y yo íbamos en
la retaguardia.
—Eso fue divertido. —Me dio un codazo en el hombro con el suyo.
—Sí, lo fue.
—¿Estás bien? Cuando estábamos en la cima, parecías disgustado. ¿Es Alcott?
Porque podemos romper esos papeles cuando lleguemos al Jeep.
La tomé en mis brazos, deteniéndonos en el camino.
—No, no es Alcott. No fue nada.
—¿Estás seguro?
Mi respuesta fue poner mis labios en los suyos y besarla sin aliento.
—¡Qué asco! —gritó Max.
Molly sonrió contra mis labios.
—Está castigado.
—Durante al menos una hora. Kali también. Lo suficiente para que nos
duchemos juntos cuando lleguemos a casa.
—Eres brillante. Te amo.
—Yo también te amo. —La besé de nuevo—. ¿Una carrera hasta abajo?
—Oh, no creo que debamos. En tu primera salida, será mejor que te lo tomes
con calma.
—No, estoy bi… —Antes de que pudiera terminar de discutir con ella, me
había empujado y estaba corriendo por el sendero—. Tramposa.
Su risa resonó entre los árboles mientras pasaba volando junto a los niños.
—Nunca me atraparás, Alcott.
Max y Kali se rieron cuando salieron tras ella.
Me reí, corriendo lentamente para darles una ventaja.
La atraparía, claro que sí. Nunca dejaría de perseguirla.

291
—Hola —me saludó Cole con su botella de cerveza—. Ya era hora de que
llegaras.
—Lo siento. Nos retrasamos en casa.
Llegamos tarde a la barbacoa en casa de Cole y Poppy, pero había valido la
pena el regaño de mi hermana. Molly y yo nos habíamos duchado tanto tiempo que
habíamos dejado el calentador de agua frío.
—¿Cerveza? —ofreció.
—Por favor. —Lo seguí por la casa, lejos del ruido de los niños jugando y los
adultos visitando la cocina. Guardaba su reserva de cervezas en una mini nevera en
el garaje, así como el auto que estaba reconstruyendo en su tiempo libre—. ¿Cómo
va el Cuda?
—Grandioso. Va a tomar un año o algo así para terminar, pero ha sido
divertido hacerlo. Mi padre también ha estado ayudando. Escuché que estás
desempleado.
—Las noticias viajan rápido. —Aunque no fue una sorpresa que Molly ya le
hubiera dicho a Poppy.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Cole.
—Disfrutar de la vida. —Suspiré—. Comprarle a Molly un anillo de diamantes.
Llevar a los niños a la escuela todas las mañanas. Cortar el césped en verano. Quitar
la nieve en el invierno.
—Bien por ti. Me alegro por ustedes.
—Fue el movimiento correcto. —Tomé un sorbo de mi cerveza—. Te debo.
—¿Por?
—Las cartas.
Cole trató de esconder su sonrisa detrás de su botella de cerveza.
—No sé de qué estás hablando.
—Fuimos a caminar hoy y Kali casi lo dice. Se contuvo, pero fue suficiente para
hacerme pensar.
No había forma de que mi hija pudiera hacerlo sola. No había fechas para
ponerlas en orden sin más contexto en nuestra relación. No había manera de que
pudiera haber cronometrado su entrega en el buzón correctamente. Pero si hubiera
tenido ayuda, si ella hubiera sido la persona que las dejaba en el buzón, eso podría
creerlo.
Había pocas personas en el mundo en las que Kali confiaba. Su tío Cole era una
de ellas. Mi suposición era que él había encontrado las cartas, y Kali se había
292
convertido en su ratoncito, ayudándole a colarlas en el buzón.
—¿Cuándo las recibiste?
—¿Recuerdas el año que jugamos al softball en la liga de la ciudad? —me
preguntó y yo asentí—. Olvidaste tus tacos. Estabas trabajando y no tuviste tiempo
de correr a casa, así que me detuve a buscarlos.
—Eso fue… —Mentalmente conté los años—. Hace cuatro años. ¿Las has
tenido todo este tiempo?
Asintió.
—Solo estaba esperando el momento adecuado. Cuando rompiste con Brenna,
decidí que era ahora o nunca. Habías estado tan empeñado en salir con alguien
durante tanto tiempo. Cada relación era un desastre. Poppy estaba presionando a
Molly para que saliera con su vecino, y pensé en intentarlo. Le pedí a Kali que
guardara un secreto. Estaba más que feliz de ser mi subordinada.
—¿Sabía lo que había en ellas? —Di que no.
—No —prometió Cole—. Nunca lo supo. Solo le pedí que entregara algunas
cartas que serían buenas para que su madre las leyera. Nunca supo que eran de tu
parte, solo que esperaba que hicieran feliz a Molly.
Al principio no lo habían hecho. Pero al final, habían sido el catalizador para
curar nuestros corazones. Para enmendarlos juntos.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Haré cualquier cosa para hacer feliz a mi esposa.
Mi mandíbula se abrió.
—¿Hiciste esto por Poppy?
—Y por ti. —Se encogió de hombros—. Cuando Poppy y yo nos juntamos, fue
justo después de que tú y Molly se divorciaran. Acababan de encontrar una especie
de tregua y habías decidido empezar a salir de nuevo. Poppy me dijo que era porque
querías encontrar de nuevo la felicidad y el amor, como ella lo hizo conmigo.
—No es mi movimiento más inteligente —murmuré.
—Honestamente, en ese momento pensé que era inteligente. Tú y Molly
estaban divorciados. Estabas siguiendo adelante. Eventualmente ella también lo
haría. Poppy lo pasó muy mal con eso. Sabía que ambos aún se amaban y pensaba
que estaban desperdiciando el amor.
Y para una mujer que había perdido el amor inesperadamente, no fue una
sorpresa que Poppy se lo tomara a pecho.
—Nuestras opiniones se intercambiaron, la de Poppy y la mía —dijo Cole—.
293
Al principio, pensé que era algo bueno. Poppy luchó con ello. Luego empezó a
aceptar que tú y Molly habían terminado. Cuanto más estaba a su alrededor, todos
los años que se miraban y sonreían, olvidándose por un segundo de que estaban
divorciados, me volvían loco. Pero no quería involucrarme.
—Entonces encontraste las cartas —adiviné.
—Así es. Las encontré y supuse que Molly nunca había visto una sola. Pensé
que si lo hacía, ustedes dos dejarían de estar jodiendo.
Me reí entre dientes.
—Menuda apuesta.
—No. Sabía que ustedes no me decepcionarían. —Se llevó la botella a sus labios
sonrientes—. ¿Cómo te diste cuenta de que era yo?
—Después de que Kali dijo eso hoy, supe que tenía que ser alguien cercano.
Empecé a pensar en todas las veces que Molly y yo nos enfrentamos a ustedes por
las cartas. Todos lo negaron. Una y otra vez. Todos excepto tú. Tú te evadiste.
Cole se había mostrado sorprendido. Tenía coartadas para su paradero todas
las noches. Pero nunca había salido y dicho: no, no soy yo.
—No sé qué decir —admití. Dejé mi cerveza a un lado y extendí mi mano—.
Gracias.
—Haz lo correcto por Molly. Y por ti mismo. —Me dio la mano—. Es todo el
agradecimiento que necesito.
La puerta del garaje se abrió y Poppy asomó la cabeza.
—Cole, puedes encender la parrilla.
—Está bien, hermosa.
Cole y yo salimos del garaje con cervezas frescas. Mientras él iba a la parrilla,
encontré a Molly parada en la cocina, comiendo papas fritas y salsa.
—Hola. —Me quitó la cerveza para tomar un trago—. Poppy y yo estábamos
pensando en hacerte una fiesta para celebrar tu “retiro”. Podríamos hacerla en el
restaurante. Podrías invitar a cualquiera de Alcott. ¿Qué te parece?
—Me parece bien.
Ella sonrió.
—Bien. Haremos planes.
La cocina bullía de actividad mientras la gente se reunía alrededor de los
aperitivos que Poppy había preparado. Mis padres estaban aquí. Los de Cole 294
también, junto con la familia de su hermana. Estaba garantizado que sería una noche
divertida, pero antes que llegáramos a los buenos tiempos, tenía que hablar con
Molly.
Tenía que decirle que Cole había sido el que había enviado las cartas. Para eso,
no necesitaba una audiencia.
—Ven conmigo un segundo. —Agarré su mano, uniendo nuestros dedos
mientras nos escabullíamos al porche. Luego le conté cómo Cole había enviado las
cartas y cómo Kali había ayudado.
—Una parte de mí quiere darle un golpe en la cabeza por habernos hecho pasar
por todo. Pero estoy agradecida. Muy agradecida.
—Yo también. —La tomé en mis brazos, apoyando mi mejilla en la parte
superior de su cabeza. Ella me dio su peso, asentándose en el abrazo como lo
habíamos hecho cientos de veces. Como lo haríamos mil veces más—. No voy a
parar.
—¿Parar qué?
La abracé más fuerte.
—Las cartas.
Desde ahora hasta el final de nuestros días, Molly recibiría mis cartas.

295
Querida Molly,

Puede que tenga que casarme contigo. De nuevo.

Tuyo,

Finn

296
Molly
Diez meses después...

—F
inn, ¿podrías por favor ir más despacio? —Era la tercera vez
que lo pedía.
—Voy al límite de velocidad.
—Se siente más rápido. —No podía ver el
velocímetro, pero desde el asiento trasero del Jeep, parecía que estaba practicando
297
para las eliminatorias de la Indy 500.
Gruñó algo que no pude oír antes de dispararme una mirada a través del espejo
retrovisor.
—¡Ojos en la carretera!
—Molly, vamos a llegar tarde. —Sus manos se apretaron en el volante mientras
luchaba por mantener su paciencia.
Hoy estaba de mal humor. Todos en el auto lo sabían. Kali estaba sentada
adelante en el asiento del pasajero, haciendo lo mejor para evitar mi ira mezclándose
con la tapicería de cuero. Max estaba a mi lado, su mirada apuntaba a la ventana
para evitar todo contacto visual.
—Lo siento, chicos. —Suspiré—. Solo estoy cansada. Y realmente no quiero
hacer esto hoy.
Los ojos de Finn se suavizaron cuando miró por el espejo. Le di una pequeña
sonrisa.
Lo último que quería era ir a este acto conmemorativo hoy. No eran divertidos
para empezar, y el de hoy sería doblemente miserable considerando la semana que
había tenido.
El lunes, pasé veinte horas de trabajo de parto intentando dar a luz a nuestro
hijo. Y cuando el bebé no salía, mi obstetra me cortó por la mitad con su bisturí. Eso
fue el martes. El miércoles, jueves y viernes los pasé en una cama de hospital
incómoda porque a los treinta y siete, mis doctores estaban preocupados de que
pudiera tener complicaciones por la cesárea. Finalmente, después de una estancia
hospitalaria obligatoria de 72 horas, nos dejaron libres el sábado por la mañana.
Finn y yo, junto con James Randall Alcott, habíamos podido volver a casa. Lo
que más deseaba para mi domingo era holgazanear en el sofá disfrutando de nuestro
nuevo bebé. En lugar de eso, había metido las sandías que eran mis pechos en un
sujetador de lactancia. Me duché, me peiné, me maquillé y me puse mi camiseta de
menos maternidad con mis jeans de embarazada.
Y nos habíamos amontonado en el auto para ir a un servicio conmemorativo
por Randall.
No estaba segura de cómo reuniría la energía para estar junto a una lápida
durante más de veinte minutos. La última semana me había agotado por completo.
No recordaba haberme sentido tan cansada después de tener a Kali o Max, pero con
Jamie, mi edad se había convertido en un problema.
—¿Esto va a llevar mucho tiempo? —preguntó Max.
—Espero que no. Realmente espero que no.
298
—Hagamos lo mejor que podamos, ¿de acuerdo? Después de que terminemos
en el cementerio, iremos al restaurante y ustedes pueden correr por ahí.
Hoy estábamos cerrados para un evento familiar. Esa iba a ser mi gracia
salvadora. Solo tenía que pasar por el servicio, entonces podría esconderme en el
restaurante, donde a todos no les importaría si me sentaba en un rincón tranquilo
para amamantar al bebé. Habría mucha gente que me llevaría cosas.
No era mi sofá en casa, vestida con mi chándal de maternidad, pero era la
siguiente mejor cosa.
Además, le daría a todo el mundo la oportunidad de consentir a Jamie.
Finn y yo no habíamos planeado tener otro bebé. Dos semanas después de que
se mudara, encontré una carta en la encimera del baño. Debajo había un anillo de
compromiso de diamantes.
No lo llevaba puesto en ese momento porque mis dedos se habían hinchado en
forma de salchichas durante mi embarazo. Pero en el momento en que pudiera
distinguir los nudillos de nuevo, iba a volver a mi mano.
Jugué con la cadena alrededor de mi cuello. Tenía el primer anillo de
compromiso que Finn me había dado en la universidad junto con mi primer anillo
de boda.
Finn llevaba el anillo de boda Matrimonio Parte Uno, como lo había estado
llamando, en su mano derecha. El anillo de Matrimonio Para Siempre estaba en su
izquierda.
Habíamos optado por una boda de destino, y nos fuimos a Hawái para
casarnos en la playa con nuestras familias cerca. Mis padres incluso hicieron el viaje,
a pesar de la irritación de mi madre porque me volvía a casar con Finn.
En los últimos diez meses, no lo había superado. Tal vez nunca lo haría. Pero
si tenía pensamientos, se los guardaba para sí misma y eso era todo lo que podía
pedir.
Todos los demás estaban extasiados de vernos casarnos de nuevo. Finn usó un
simple traje de color crema. Yo opté por un vestido de gasa largo. Festejamos toda
la noche con antorchas tiki y música alta. Disfrutamos de la playa hasta que terminó
el fin de semana.
Finn y yo nos quedamos de luna de miel mientras sus padres llevaban a Kali y
Max a casa. Pasamos una semana explorando Maui, caminando en la selva y
relajándonos en la playa cuando no estábamos ocupados en la cama.
299
Fue en un día lluvioso que creemos que me quedé embarazada. Había olvidado
una píldora anticonceptiva en algún lugar del camino y esperaba que no importara.
Importaba.
No lo cambiaría por nada. Jamie era la pieza de nuestra familia que no nos
habíamos dado cuenta que faltaba. Y Poppy estaba encantada de que le pidiéramos
ponerle el nombre de nuestro amigo fallecido.
Mientras Finn salía de la carretera principal y entraba en el cementerio, mi
irritación por el día de hoy se intensificó.
—Esto es tan estúpido.
—No voy a discutir contigo —murmuró Finn—. Pero acabemos de una vez.
Nos detuvimos junto a un bordillo y estacionamos detrás de una corta línea de
vehículos familiares. No estaba acostumbrada a empacar para un bebé, así que
fuimos los últimos en llegar. Nuestros amigos y familiares se pararon bajo la sombra
de un árbol para evitar el abrasador sol de agosto. Eran solo las once de la mañana,
pero en cuanto salí del Jeep, mis glándulas sudoríparas se abrieron.
Finn enganchó un brazo a través de la manija del asiento del auto de Jamie y
puso el otro alrededor de mis hombros.
—Te ves hermosa.
—Me veo horrible. —Lo miré y sonreí—. Pero gracias por mentirme.
—Pasaremos hoy. Los niños se irán al campamento mañana. Y tú, Jamie y yo
vamos a dormir un poco.
Me tomé unas semanas libres en el restaurante, manejando los libros desde mi
portátil en casa, y Poppy y Rayna tenían el resto cubierto. Finn había aceptado
algunos trabajos de paisajismo esta primavera, pero no tenía ningún plazo de
entrega.
—No me oirás discutir. —Las lágrimas brotaron de mis ojos y me incliné hacia
su lado, alejándolas—. Estoy tan, tan cansada, Finn. No sé si puedo hacer esto.
—Estoy aquí mismo. —Me abrazó fuerte y me besó el cabello—. Estoy justo
aquí.
Asentí, parpadeando las lágrimas mientras nos acercábamos lo suficiente para
que todos aparecieran.
MacKenna y Brady se acercaron primero, queriendo ver a su nuevo primo de
nuevo. Una de las fotos más bonitas que tenía de la semana pasada era yo en medio
de la cama del hospital, sosteniendo a Jamie, y todos los niños apilados a mi
alrededor, mirando su nariz de botón. 300
—Hola. ¿Cómo estás hoy? —preguntó Poppy.
—Estoy bien.
Frunció el ceño.
—Estás muerta de pie.
—Sí —admití, aun usando a Finn como bastón—. Pero superaremos lo de hoy
y entonces podré tomarlo con calma.
—Vamos a hacerlo corto —declaró—. Es estúpido de todas formas.
—Oye —espetó Jimmy. Había estado rondando a los niños para ver a Jamie—
. Seamos respetuosos. Randall quería esto como su servicio conmemorativo.
Debemos llevar a cabo sus deseos.
Un coro de gemidos llenó el aire. Cada uno de los adultos puso los ojos en
blanco.
—Empecemos —dijo Cole—. Entonces podremos salir del calor.
—Espero que esta no sea la actitud que tendrán en mi servicio conmemorativo
—refunfuñó Jimmy mientras se dirigía a la lápida más nueva en esta sección del
cementerio.
Era el único que estaba todo de negro hoy.
Mientras dábamos vueltas alrededor de la lápida, Jimmy sacó unas gafas de
lectura del bolsillo de su camisa. Después de que se las subió por la nariz, desplegó
un papel que había estado en el bolsillo de su pantalón.
—Gracias a todos por venir aquí hoy —leyó—. Estamos aquí para celebrar la
vida de Randall Michael James, un amigo muy querido.
Jimmy siguió leyendo sobre Randall. Recitó una lista de los logros de Randall.
Habló de las cualidades que más nos gustaban de nuestro querido amigo. Y al final,
se secó una lágrima de su ojo.
—Randall y yo, bueno… no podría haber pedido un mejor amigo en esta etapa
de mi vida. Las peleas. Las competiciones. Todas eran con buen humor. Te extrañaré,
amigo.
El aire estaba en silencio mientras sus palabras resonaban en la verde hierba.
Todos miramos el marcador de la tumba, hasta que finalmente, MacKenna rompió
el silencio.
—¿Mamá? —Miró a Poppy—. ¿Por qué el bisabuelo va a extrañar al abuelo
Randall? ¿No está parado ahí?
Bendito fuera su pequeño corazón. 301
MacKenna nos señaló un árbol al otro lado del cementerio. Un árbol en el que
Randall estaba haciendo un mal trabajo escondiéndose.
Cole fue el primero en empezar a reírse. Finn, David y Rayna se unieron a
continuación. Poppy fue la última, haciendo que Jimmy lanzara el papel al aire y
murmurara:
—Me rindo.
Traté de reprimir mi risa, pero solo porque dolía. Desafortunadamente, no
sirvió de nada. Me agarré el estómago y la banda médica me envolvió para contener
los puntos.
Poppy se rio.
—Me voy a orinar en los pantalones.
—Mis puntos se van a abrir. —Aun así, no podía parar. Hasta los niños se
habían vuelto locos.
—Es bueno ver que todos ustedes están tomando mi muerte tan en serio —dijo
Randall cuando se unió a nuestro grupo—. Todos ustedes están parados sobre mi
tumba. Riendo.
—¡Estás vivo! —lloró Poppy, alzando sus manos—. Querías que hiciéramos un
servicio conmemorativo para ti mientras estás vivo. Por supuesto que no nos
estamos tomando esto en serio. Hace un millón de grados afuera. Estamos parados
sobre una lápida que ni siquiera está completa porque, de nuevo, estás vivo. Y no
estamos parados sobre tu tumba. Porque, repito, estás vivo.
Las risas se convirtieron en aullidos que duraron mucho más que el discurso
que Jimmy había intentado dar. Finalmente, todos nos unimos, secándonos los ojos
y dejando que los músculos de nuestras mejillas se relajaran.
—Estaba haciendo esto por ti —le dijo Randall a Poppy—. Para que no tengas
que asistir a un funeral después de que me haya ido. No quiero que todos ustedes
lloren por mí.
Y por eso lo queríamos tanto. Por eso lo extrañaríamos tanto cuando llegara su
hora. Randall tenía el corazón más grande de cualquier persona que yo conociera,
incluso cuando lo escondía en lo profundo.
Poppy y yo compartimos una mirada, luego fue a él y lo llevó a un abrazo de
tres personas. En realidad, fuimos más nosotros abrazándonos con Randall en el
medio porque él seguía haciendo pucheros.
—Te quiero —le dije.
302
—Yo también te quiero —repitió Poppy.
Él suspiró.
—Lo sé.
Nos quedamos allí unos momentos hasta que hizo demasiado calor para
compartir el calor corporal.
—Vamos a comer algo. —Poppy unió su brazo con el de Randall—. Hoy
puedes comer todos los postres que quieras.
Eso lo animó.
—Jimmy, ¿has oído eso? Hoy no hay límite de postres. Apuesto a que puedo
comer más pasteles de manzana que tú.
Jimmy se burló.
—Ya lo veremos.
Los dos se dirigieron hacia los autos, los niños y los padres de Finn los
siguieron, lo que nos dejó a Poppy, Cole, Finn y a mí. Al unísono, dirigimos nuestras
miradas al final del cementerio.
A donde Jamie fue enterrado.
Poppy miró hacia otro lado primero, sonriendo mientras tomaba la mano de
Cole.
—Hoy es la primera vez que he estado aquí y me he reído. Tal vez el loco plan
de Randall no era tan loco después de todo.
—Tal vez no. —Cole se inclinó y le dio un beso en la mejilla. Luego la llevó
hacia los autos, a donde sus hijos se reían.
No aparté la vista del extremo opuesto del cementerio. A Jamie le habría
encantado tener un sobrino con su nombre. Le habría encantado enseñarle malos
hábitos y la mejor manera de hacer bromas a sus hermanos mayores. Le habría
encantado saber que su esposa era tan querida.
Le habría encantado saber que Finn y yo habíamos vuelto a estar juntos.
—Habría estado tan orgulloso. —Las lágrimas se derramaron de mis ojos otra
vez—. Ugh. Estoy tan emocional.
Finn simplemente sonrió y me tomó bajo su brazo una vez más mientras
luchaba por contener las lágrimas. Luego nos llevó a mí y a nuestro bebé a través de
la hierba.
—Jamie —le dijo Finn en voz baja a nuestro hijo, todavía dormido en su
asiento. Era un milagro que no se hubiera despertado durante todo el alboroto—. 303
Un día, te contaré la historia de cómo en la universidad, tu madre y tu tío Jamie se
encerraron en un maletero.
—Oh, Dios mío. —Golpeé el estómago de Finn, mis lágrimas desaparecieron
en una sonrisa feliz—. No puedes decirle eso. Es humillante.
—Tal vez no mañana. Pero algún día. Algún día le contaré todas las historias
divertidas. Las que tratan de ti y de mí. De Poppy y Cole. De Jamie. Quiero que él,
Max y Kali sepan lo bendecidos que hemos sido y lo mucho que te amo. Porque esa
es nuestra historia.
No era perfecta. Pero era nuestra.

Fiel a su palabra, Finn les contó a los niños nuestra historia. Esperó hasta
nuestro vigésimo aniversario de bodas, cuando Kali y Max tuvieron sus propias
familias. Cuando Jamie se había convertido en un joven.
Fue entonces cuando compartió nuestra historia de amor con ellos.
Una carta a la vez.

304
evney vive en Montana con su esposo

D y dos hijos. Después de trabajar en la


industria tecnológica por casi una
década, abandonó las llamadas a
reuniones y los cronogramas de proyectos para
disfrutar un ritmo más tranquilo en casa con sus
hijos. Le encanta leer y, después de consumir
cientos de libros, decidió compartir sus propias
historias.

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