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Historia Mundial I — Siglo V al Siglo XVIII 2023

- Profesorado de Educación Secundaria en Historia – R–E–V


Instituto de Educación Superior de Charata

LA BAJA EDAD MEDIA


La Baja Edad Media constituye el último periodo de la Edad Media y comprende los
siglos XIV y XV —aunque algunos historiadores sitúan su comienzo en el siglo XI
negando la existencia del periodo de la Plena Edad Media (siglos XI al XIII)—. Estuvo
marcada por la crisis desencadenada por el impacto de la Peste Negra iniciada en 1348 y
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que redujo la población europea a menos de la mitad.
EL CONCEPTO DE BAJA EDAD MEDIA
La Baja Edad Media es un término que a veces produce confusión, pues procede de un
equívoco etimológico entre alemán y castellano: baja no significa decadente, sino
reciente; por oposición al alta de la Alta Edad Media, que significa antigua (en alemán
alt: viejo, antiguo). No obstante, es cierto que desde alguna perspectiva historiográfica
puede verse al conjunto del periodo medieval como el ciclo de nacimiento, desarrollo,
auge e inevitable caída de una civilización, modelo interpretativo que inició Gibbon para
el Imperio romano (donde es más obvia la oposición entre Alto Imperio y Bajo Imperio)
y que se ha aplicado con mayor o menor fortuna a otros contextos históricos y artísticos.
El símil astronómico de ocaso, que Johan Huizinga convierte en otoño, es utilizado con
mucha frecuencia en la historiografía, con un valor analógico que más que una decadencia
en lo económico o lo intelectual refleja un claro agotamiento de los rasgos
específicamente medievales frente a sus sustitutos modernos.
LA CRISIS DEL SIGLO
El final de la Edad Media llega con el comienzo de la transición del feudalismo al
capitalismo, otro periodo secular de transición entre modos de producción que no
finalizará hasta el final del Antiguo Régimen y el comienzo de la Edad Contemporánea,
con lo que tanto este último periodo medieval como la Edad Moderna entera cumplen un
papel similar y cubren una similar extensión temporal (500 años) a lo que significó la
Antigüedad Tardía para el comienzo de la Edad Media.
La ley de rendimientos decrecientes empezó a mostrar sus efectos a medida que el
dinamismo de los campesinos forzó la roturación de tierras marginales y las lentas
mejoras técnicas no podían sucederse a un ritmo semejante. La coyuntura climática
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cambió, acabando con el denominado óptimo medieval que permitió la colonización de


Groenlandia y el cultivo de vides en Inglaterra. Las malas cosechas condujeron a
hambrunas que debilitaron físicamente a las poblaciones, preparando el terreno para que
la Peste negra de 1348 fuera una catástrofe demográfica en Europa. La repetición sucesiva
de epidemias caracterizó un ciclo secular.
CONSECUENCIAS DE LA CRISIS
El matrimonio Arnolfini, por Jan van Eyck (1430), representa el interior de una
acomodada casa burguesa, que ambientan bien algunos de los nuevos valores de esa
emergente clase social: la propiedad privada ganada con el trabajo, la familia nuclear, la
moderación, la discreción y la privacidad. La escena transcurre en Flandes, un emporio
comercial y artesanal, que suscitó el florecimiento de una nueva forma de pintura, la de
los primitivos flamencos que, entre otras innovaciones, iniciaron la pintura al óleo, lo que
permitía detalles sutilísimos para hacer cada vez más fieles los retratos, un género que
siglos antes no tenía ninguna demanda social.
Las consecuencias no fueron negativas para todos. Los supervivientes acumularon
inesperadamente capital en forma de herencias, que pudo en algunos casos invertirse en
empresas comerciales, o acumularon inesperadamente patrimonios nobiliarios. Las
alteraciones de los precios de mercado de los productos, sometidos a tensiones nunca
vistas de oferta y demanda cambió la forma de percibir las relaciones económicas: los
salarios (un concepto, como el de circulación monetaria ya de por sí disolvente de la
economía tradicional) crecían al tiempo que las rentas feudales pasaron a ser inseguras,
obligando a los señores a decisiones difíciles. Alternativamente primero tendieron a ser 2
más comprensivos con sus siervos, que a veces estuvieron en situación de imponer una
nueva relación, liberados de la servidumbre; mientras que, en un segundo momento, sobre
todo tras algunas rebeliones campesinas fracasadas y duramente reprimidas, impusieron
en algunas zonas una nueva refeudalización, o cambios de estrategia productiva como el
paso de la agricultura a la ganadería (expansión de la Mesta).
El negocio lanero produjo curiosas alianzas internacionales e interéstamentales (señores
ganaderos, mercaderes de la lana, artesanos de paños) que suscitaron verdaderas guerras
comerciales (en ese sentido se ha podido interpretar las cambiantes alianzas y divisiones
internas Inglaterra-Francia-Flandes durante la guerra de los Cien Años, en la que Castilla
se implicó en su propia guerra civil). Únicamente los nobles con más capacidad
(demostrada la mayor parte de las veces por el despojo de nobles con menos capacidad)
pudieron convertirse en una gran nobleza o aristocracia de grandes casas nobiliarias,
mientras que la pequeña nobleza se empobrecía, reducida a la mera supervivencia o a la
búsqueda de nuevos tipos de ingresos en la creciente administración de las monarquías,
o a los tradicionales de la Iglesia.
En las instituciones del clero también se va abriendo un abismo entre el alto clero de
obispos, canónigos y abades y los curas de parroquias pobres; y el bajo clero de frailes o
clérigos vagabundos, de opiniones teológicas difusas, o bien supervivientes materialistas
en la práctica, goliardos o estudiantes sin oficio ni beneficio.
En las ciudades, la alta burguesía y la baja burguesía viven un similar proceso de
separación de fortunas, que hace imposible mantener que un aprendiz o incluso un oficial
o un maestro de taller pobre tenga algo que ver con un mercader enriquecido por el
comercio a larga distancia de la Hansa o las ferias de Champaña y de Medina, o un médico
o un letrado salidos de la universidad para entrar en la alta sociedad. Se va abriendo paso
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la posibilidad (antes inaudita) de que la condición social dependa más de la capacidad


económica (no necesariamente ligada siempre a la tierra) que del origen familiar.
Frente al mundo medieval de los tres órdenes, basado en una economía agraria y
firmemente ligada a la posesión de la tierra, emerge un mundo de ciudades basado en una
economía comercial. Los centros de poder se desplazan hacia los nuevos burgos. Estos
reequilibrios se vieron reflejados en los campos de batalla, ya que los caballeros feudales
empezaron a ser superados por el desarrollo de técnicas militares como el arco de tiro
largo, arma que los ingleses usaron para barrer a los franceses en la batalla de Agincourt,
en 1415, o la pica, usada por la infantería de mercenarios suizos. Es en esta época cuando
aparecen los primeros ejércitos profesionales, compuestos por soldados a los que no les
une un pacto de vasallaje con su señor sino la paga. A partir del siglo XIII se registran en
Occidente los primeros usos de la de pólvora, invención china extendida desde la India
por los árabes, pero de forma muy discontinua. Roger Bacon la describe en 1216) y hay
relatos del uso de armas de fuego en la defensa musulmana de Sevilla (1248) y Niebla
(1262).
Con el tiempo, el oficio militar se envilece, devaluando las funciones de la nobleza con
las de la caballería y los castillos, que quedan obsoletos. El aumento de los costes y las
tácticas de batallas y asedios traerá como consecuencia el aumento del poder del rey frente
a la aristocracia. La guerra pasa a depender no de las huestes feudales, sino de los
crecientes impuestos, pagados por los no privilegiados.

NUEVAS IDEAS 3
Las nuevas ideas religiosas -que se adaptan mejor a la forma de vida de la burguesía que
a la de los privilegiados- ya estuvieron en el fermento de las herejías que se habían
producido previamente, a partir del siglo XII (cátaros, valdenses), y que habían
encontrado eficaz respuesta en las nuevas órdenes religiosas mendicantes, insertas en el
entorno urbano; pero en los últimos siglos medievales el husismo o el wycliffismo tienen
una mayor proyección hacia lo que será la Reforma protestante del siglo XVI. El
milenarismo de los flagelantes convivía con el misticismo de un Tomás de Kempis y con
los desórdenes y corrupción de costumbres en la Iglesia que culminaron en el Cisma de
Occidente. Fue devastador el impacto que tuvo en la cristiandad occidental el espectáculo
de dos (y hasta tres) papas excomulgándose mutuamente (y a emperadores, reyes y
obispos, y con ellos a todos sus sacerdotes y fieles), uno en la llamada cautividad de
Aviñón a la que le sometía el rey de Francia (fille ainée de l'Eglise -hija mayor de la
Iglesia-), otro en Roma y un tercero elegido por el Concilio de Pisa (1409). La situación
no se recondujo totalmente ni siquiera con el Concilio de Constanza (1413), que si
hubieran prosperado las tesis conciliaristas se habría convertido en una especie de
parlamento europeo supranacional, cuasi-soberano y competente en toda clase de temas.
Hasta la humilde Peñíscola se llegó a convertir por algún tiempo en el centro del mundo
cristiano -para los escasos seguidores del Papa Luna-.
Los intentos de imprimir mayor racionalidad al catolicismo ya venían estando presentes
desde la cumbre de la escolástica de los siglos XII y XIII con Pedro Abelardo, Tomás de
Aquino o Roger Bacon; pero ahora esa escolástica se enfrenta a su propia crisis y
cuestionamiento interno, con Guillermo de Ockham o Duns Scoto. La mentalidad
teocéntrica iba lentamente dando paso a una nueva antropocéntrica, en un proceso que
culminará con el humanismo del siglo XV, en lo que ya puede denominarse Edad
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Moderna. Ese cambio no se limitó únicamente a las élites intelectuales: personalidades


extravagantes, como Juana de Arco, se convierten en héroes populares (con el
contrapunto de otras terribles, como Gilles de Rais -Barba Azul-); la mentalidad social
va alejándose del conformismo temeroso para acoger otras concepciones que implican
una nueva forma de afrontar el futuro y las novedades:
"Hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos."
(Villancico de Juan del Encina)
El anonimato conscientemente buscado en el que vivieron silenciosamente generaciones
durante siglos
"Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam".
"¡No a nosotros, Señor, no a nosotros, ¡sino a tu nombre da la gloria!"
(Salmos 115:1, musicalizado y utilizado muy frecuentemente para uso litúrgico. Se
adoptó como lema de los templarios y aparece en la obra Enrique V de Shakespeare.)
y que seguirá siendo la situación de los humildes durante los siglos siguientes, da paso a
la búsqueda de la fama y de la gloria personal, no solo entre los nobles, sino en todos los
ámbitos sociales: los artesanos comienzan a firmar sus productos (desde las obras de arte
a las marcas artesanas), y cada vez es menos excepcional que cualquier acto de la vida
deje su huella documental (libros parroquiales, registros mercantiles, escribanos,
protocolos notariales, actos jurídicos).
El desafío al monopolio económico, social, político e intelectual de los privilegiados, 4
creaba lentamente nuevos espacios de poder en beneficio de los reyes, así como un lugar
cada vez más amplio para la burguesía. Aunque la mayor parte de la población siguió
siendo campesina, lo cierto es que el impulso y las novedades ya no provenían del castillo
o el monasterio, sino de la Corte y la ciudad. Entre tanto, el amor cortés (procedente de
la Provenza del siglo XI) y el ideal caballeresco se revitalizaron y pasaron a convertirse
en una ideología justificativa del modo de vida nobiliario justo cuando este empezaba a
estar en cuestión, viviendo una época dorada, obviamente decadente, localizada en el
período de esplendor del ducado de Borgoña, que reflejó Johan Huizinga en su magistral
El otoño de la Edad Media.

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