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15/4/2017 ingenieroalbertoford

miércoles, 13 de mayo de 2015

Iglesia y globalización
¿Estamos entrando en la “fase superior” de la globalización? ¿Se institucionaliza el proceso iniciado
en los setenta del siglo pasado? Un dato insoslayable: nunca como ahora se vio la persistente
actuación conjunta de todos los líderes mundial, sin excepciones. En medio de una crisis ‐que en
realidad es más un motor de cambios que síntoma de la salud de un sistema‐ se los ve discutiendo,
consensuando, proponiendo, adoptando compromisos públicos, rindiendo cuentas y obteniendo
resultados tangibles y verificables. El teatro principal donde los líderes asumen sus papeles
globales es el G‐20 que se viene reuniendo anualmente desde la caída de Lehman Brothers en 2008.
¿La irrupción en la escena internacional de Francisco es parte de esa concurrencia? En todo proceso
hay causalidades y casualidades. ¿Cuál de las dos situaciones eventuales ilustra mejor la
entronización del Papa y su exposición hacia “afuera” de la iglesia? El trabajo habla de cómo
Francisco está adoptando una visibilidad inédita en temas relacionados a la gobernabilidad global,
y cómo las propuestas de su papado darán lugar a un riquísimo (y ríspido según se empieza a ver)
debate sobre aspectos de la doctrina social de la Iglesia relacionados a la labor pastoral en
aspectos socioeconómicos como, por ejemplo, la corresponsabilidad en la inclusión de millones de
personas en todo el mundo. O sea, los que aun no pueden acceder a los beneficios de una
globalización que está en condiciones de producir lo necesario para una vida digna de toda la
humanidad

En una nota publicada ni bien Francisco inició su papado


(http://ingenieroalbertoford.blogspot.com.ar/2015/05/francisco‐nuevo‐papa‐en‐la‐previa‐
del.html) vislumbré que tenía por delante tres tareas principales: la reforma de la
institución, abordar el flagelo de la pobreza ‐en particular la inclusión de los jóvenes y su
entorno por medio del trabajo digno‐ y el protagonismo global de la Iglesia Católica (IC). A
pesar del poco tiempo transcurrido se han producido hechos en los tres sentidos. Por
ejemplo, la semana pasada en Asís, el lugar donde vivió el santo que inspira su nombre, el
Papa proclamó “una iglesia pobre para los pobres” mostrando un fuerte contraste con los
usos y costumbres de la curia romana. Ya ha dicho cosas y tomado medidas que ilustran
sobre la forma en que Francisco concibe la IC que han repercutido (dando lugar a las
primeras opiniones críticas que han tomado estado público). No es menor la vocación
demostrada con respecto a los jóvenes. Fue apoteótica su participación en el reciente
encuentro de Río de Janeiro cuyas resonancias prometen continuarse. En general, el papado
de Francisco impacta a diario en la prensa mundial, el universo de los fieles y la opinión
pública. Para Umberto Eco, un ateo convencido, “está representando un hecho
absolutamente nuevo en la historia de la Iglesia y, quizás, en la historia del mundo... es el
papa del mundo de la globalización ". Francisco es motivo de orgullo para todos nosotros.
“Así somos los argentinos” dijo comentando jocoso la “irreverencia” de Ezequiel Lavezzi
que se sentó en su trono en ocasión de la visita que le brindó la selección nacional de fútbol.

Los primeros meses en Roma no han defraudado las expectativas, y la labor desplegada
muestra coherencia con sus antecedentes. La actuación del Cardenal Bergoglio en el
arzobispado porteño y su presencia reiterada en los lugares más pobres de Buenos Aires
reflejan su manera de pensar sobre la forma en que la iglesia debe ejercer su labor pastoral.
Sin embargo, es la altura de su investidura la que ha hecho posible revelar, significar y
difundir otro de sus sentidos: la preocupación por los temas mundiales. De esta última
incumbencia, más política si cabe la calificación, versan estos comentarios.

Iglesia y G‐20
Los temas globales carecen de territorio específico sobre el cual posarse. Salvo el planeta.
Por ello, esta dimensión no suele estar presente en la comunicación cotidiana de nuestras
realidades locales.  En cambio, la Iglesia Católica, por su esencia universal, tiene la
capacidad de influenciar a ese nivel. Con Francisco se está notando más esa dimensión por
tipo de mensaje y las circunstancias en que se desenvuelve su pontificado.

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El día anterior a la apertura de la Cumbre del G‐20 en San Petersburgo el anfitrión recibió
una misiva no habitual en estos casos. El presidente de Rusia pudo leer en ella la
preocupación del Papa por la escandalosa guerra civil de Siria. Al respecto, los líderes del
mundo tenían dos posiciones. Una de ellas era la de Obama que quería intervenir a favor de
uno de los bandos. Sin ninguna ingenuidad Francisco dijo que “siempre queda la duda de si
la guerra es para vender armas”.

El escenario elegido para esa irrupción protagónica de Francisco no fue casual. El G‐20 es la
fórmula 1 del poder mundial (con escuderías de vanguardia y de relleno). En capacidad de
decisión a nivel global no hay nada por encima de los que se convocan en ese espacio
informal que se reúne una vez por año. Así, en una cuestión sensible la Iglesia converge de
hecho con el G‐20.

Pero esa concurrencia sorpresiva del Papa no parece ser circunstancial. Tuve la oportunidad
de consultar algunas encíclicas de época sobre el rol político de la Iglesia Católica en la
escena internacional. Y menuda sorpresa me llevé. Desde Juan XXIII en adelante hubo una
presencia recurrente en todos los pontificados del tema de la gobernabilidad mundial.

Pacen in Terris
Por considerarlo irrelevante, visión localista o falta de conocimiento, es habitual que la
cuestión de la gobernabilidad mundial no ocupe lugar ni en los análisis del espacio
comunicacional, el discurso político o los círculos académicos. No es así para la Iglesia
Católica; no es indiferente frente a la problemática del poder a ese nivel. Sus encíclicas de
los últimos cincuenta años, sobre todo desde la época del Concilio Vaticano II, se preocupan
por el tema y contienen propuestas en ese sentido. Naturalmente la Iglesia no es un actor
político en la acepción habitual del término aunque su influencia no puede dejar de sentirse
a todos los niveles en los círculos de poder.

El jueves Santo de 1963 el Papa Juan XXIII publicó una histórica encíclica. En ella, en forma
explícita, se reivindica la necesidad de una autoridad pública general para afrontar los
problemas que afectan a todas las naciones

“cuyo poder debe alcanzar vigencia en el mundo entero y poseer medios idóneos
para conducir al bien común universal” (Pacem in Terris, 138).

Por su parte, la Encíclica Populorum Progressio alumbrada en el siguiente pontificado


afirma la necesidad de la colaboración internacional que involucre a todos los pueblos. En
[i]
un histórico discurso en las Naciones Unidas , el Papa Pablo VI se preguntaba “¿Quién no ve
la necesidad de llegar así progresivamente a instaurar una autoridad mundial que pueda
actuar eficazmente en el terreno jurídico y en el de la política?”. Las posiciones de Juan
Pablo II siguieron la misma línea. En algunos blogs que ven conspiraciones por doquier ‐
nunca faltan en Internet‐ hasta se revelan al respecto sus supuestas complicidades con
Reagan al inicio de la aplicación del Consenso de Washington. De seguido, en el pontificado
de Benedicto XVI, se especifica que la autoridad mundial

“deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios
de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común,
comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral
inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además,
deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada
uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos”
(Caritas in Veritate, 67).

No es la primera vez que la Iglesia Católica converge con el G‐20. Al desatarse la crisis de
2008 el rol del G‐20 fue visto por la Santa Sede como una evolución positiva del tole armado
en Wall Street. La Iglesia consideró que el mayor involucramiento de países con población
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más elevada era necesario para el manejo financiero y económico global. Así, se hizo
público un posicionamiento de la Santa Sede con relación a la declaración salida de la
Cumbre del G‐20 en Pittsburg al año siguiente en el sentido de valorar la intención de
comenzar una nueva era en la economía global. Las nuevas relaciones deberían estar
basadas en la responsabilidad y la

“reforma de la arquitectura global para afrontar las exigencias del siglo XXI…un
marco que permita definir las políticas y las medidas comunes con el objeto de
producir un desarrollo global sólido, sostenible y equilibrado...en el ámbito del G20
pueden, por lo tanto, madurar directrices concretas que, oportunamente elaboradas
en las apropiadas sedes técnicas, podrán orientar los órganos competentes a nivel
nacional y regional en la consolidación de las instituciones existentes y en la
creación de nuevas instituciones con apropiados y eficaces instrumentos a nivel
[ii]
internacional” .

La revolución de Francisco
Con Ángela Merkel estuvo trabajando toda una tarde en el Vaticano en temas de la situación
internacional. Barack Obama se mostró  “extremadamente impresionado” por su humildad y
su “increíble sentido de empatía" con los pobres. En una nota reproducida por The New York
Times publicada a su vez en el diario La Nación se hace una curiosa comparación para
ponderar su importancia. Se dice en ella que“si Juan Pablo II fue la estrella rock de la
Iglesia Católica, y Benedicto XVI el preceptor, el papa Francisco es su innovador: el Steve
Jobs de la Iglesia”. Las opiniones son unánimes: Francisco está llevando a cabo una
verdadera revolución.

La carta que ya hemos citado enviada por Francisco a Vladimir Putin el día antes
de la apertura de la Cumbre del G‐20 en San Petersburgo, evidencia  el alcance
de la agenda internacional que inspira su pontificado. En primer lugar fiel a su
estilo les da un tirón de orejas a los integrantes del Grupo.  Manifiesta “la
preocupación por los niños y los ancianos no solo en los países del G‐20 sino para
todos los habitantes de la Tierra”. Esa preocupación se refiere a una serie de
cuestiones: hambre, trabajo digno, derecho a una casa decorosa y asistencia
sanitaria. Para Francisco concretar esos anhelos implica “alcanzar las grandes
metas económicas y sociales que la comunidad internacional se ha marcado
como, por ejemplo, los Objetivos de Desarrollo del Milenio”. En su carta están
presentes los problemas de las finanzas mundiales y la necesidad de consolidar la
reforma de las organizaciones internacionales específicas. Sobre la forma de
resolver las controversias: “en la vida de los pueblos los conflictos armados
constituyan siempre la deliberada negación de toda posible concordia
internacional, creando divisiones profundas y heridas sangrantes que exigen
muchos años de cura”. Y da otro tirón de orejas: “el encuentro de los Jefes de
Estado y de Gobierno de las veinte mayores economías, que representan dos
tercios de la población y el 90% del PIB mundial, no tiene la seguridad
internacional como su objetivo principal”. Es necesario “que los líderes de los
Estados del G20 no se queden inmóviles frente a los dramas que vive ya desde
hace demasiado tiempo la querida población siria... encontrar caminos para
superar las distintas dificultades y abandonen todos las vanas pretensiones de una
solución militar”. En la carta se despide ““esperando que estas reflexiones puedan
constituir una válida contribución espiritual para vuestro encuentro, rezo por un
resultado fructífero de los trabajos del G20.”

La metáfora del retorno a la villa


¿Cuál sería la razón del renovado  protagonismo en la escena internacional que puede
esperarse del pontificado de Francisco? Más aún, ¿qué tipo de tareas, a qué nivel y quiénes

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pueden estar a cargo de realizarlas para comenzar a transitar esta fase (¿la superior?) del
proceso de la globalización? Contestar este último interrogante amerita retroceder unos
años.

El contexto en el que el hombre puso el pie en la luna en 1969 era el siguiente. Un mundo
dividido acuciado por la amenaza permanente de confrontaciones a gran escala (aunque
imposible de desencadenar una guerra por sus consecuencias, dando lugar a una difícil
convivencia internacional que solo les servía a los fabricantes de armas). Una revolución
científica y tecnológica que puesta en las fábricas permitía potencialmente lograr bienes y
servicios a escala quasi ilimitada. En esos años por primera vez en la historia se cosechaba
la cantidad de proteínas de origen vegetal como para erradicar el hambre del mundo.
Comunicaciones y sistemas de información globales que instauraban el tiempo real. En el
mismo escenario la contracara.

NBI para miles de millones. Enormes empresas transnacionales (en colisión insalvable de
intereses con los poderosos fabricantes de armamento) que necesitaban la paz y no la guerra
para crear y ensanchar los mercados que absorbieran en condiciones normales los bienes que
estaban en condiciones de producir evitando al mismo tiempo el peligro de las
superproducciones. Contradicciones a todos los niveles que debían metabolizarse en forma
pacífica ponían, sin embargo, el mundo al rojo vivo.

Como la realidad fue mostrando, el problema generado por la contraposición de esos


vectores se fue resolviéndose en el sentido de ampliar los mercados. Las pruebas de lo que
se ha hecho en estos casi cuarenta años están a la vista: el crecimiento y el avance del
consumo en China e India, la mitad de todos los habitantes de la Tierra. No hay cifras
exactas porque varían continuamente (una mínima variación porcentual en la tasa de
consumo afecta a millones de personas considerando el tamaño de esos dos países), empero
los análisis serios coinciden en que es muy marcado el ascenso a la clase media. Ahora, ¿qué
significa ascenso? Normalmente, ese atributo está ligado principalmente al crecimiento
económico y en particular del consumo. Lo mismo vale para los países africano que están
creciendo a tasas chinas. Esos logros impresionantes, devienen de transformaciones
macroeconómicas, del aparato productivo, y de las posibilidades del comercio mundial y los
mercados. En el caso chino es claro. Las negociaciones entabladas con EEUU en 1972/73
conocida como “la diplomacia del ping pong”, abrió el camino.

El problema remanente y que se hace cada vez más agudo por la llamada revolución de las
expectativas generadas por los MMC, son los mil millones de personas que aún permanecen
fuera de esos estándares y que pueden ver por esos medios las disparidades en los niveles de
existencia que los afecta generando una insatisfacción crítica. Son importantes franjas de
población en países emergentes y subdesarrollados a los que no se les puede ocultar que no
tienen acceso a esos bienes y servicios en la proporción de sus necesidades y el potencial del
aparato productivo de generarlos. En esos contextos las empresas disponen todo su arsenal
para que seguir ensanchando los mercados. Pura lógica capitalista. Empero, crear
consumidores pero por la via de la inclusión social requiere de procesos sustentables. Eso no
se logra solo con crecimiento (macro) económico. Hace falta desarrollo en la base social.
Aumentar las posibilidades de progreso de pobres, excluidos, desocupados, indigentes.

Es en ese plano donde se jerarquiza el rol de la Iglesia y otras organizaciones sociales


capaces como se diría vulgarmente de “meter los pies en el barro”. Claro, sin populismo,
que es el otro desafío. Porque con populismo en el mejor (o en el peor según como se mire)
de los casos puede haber crecimiento y aumento del consumo, pero nunca desarrollo. En
nuestro país lo muestra principalmente (pero no solo) el peronismo y su más reciente
extrapolación kirchnerista. La expresión más extravagante de ese formato conceptual es
valorar como un signo de progreso el extendido uso de ladrillos para levantar casillas en las
villas de emergencia en lugar de chapa y cartón como se hacía antes.

La escena internacional va a estar plena de sorpresas en los años siguientes. Una situación
de crisis con la que habrá que acostumbrarse a convivir: es la herramienta más poderosa
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para realizar cambios más rápidos y profundos al nivel de los países. Los altos precios de los
commodities persistirán en el mediano y largo plazo lo que incidirá en los índices de
crecimiento en los países emergentes y subdesarrollados. No será un camino rectilíneo, sin
idas y vueltas,  pero la tendencia en su conjunto será persistente.

Un fuerte debate ideológico ocupará la escena con vectores de confrontación en distintas


direcciones y sentidos. Dentro de la iglesia, los sectores integristas que están al acecho (no
les interese hacer muchas disquisiciones sobre el contenido de su rechazo a Francisco:
atenta contra la doctrina, cuestiona ciertas prácticas de la labor pastoral o no conviene
descubrir la corrupción de la curia romana) todavía manifiestan sus discordancias en vos
baja.

El papel de la Iglesia Católica y otras organizaciones sociales se irá incrementando con


relación a los sectores más pobres ‐y dentro de estos a los jóvenes y su contexto familiar‐
con vistas a su inclusión social. En el mensaje y la labor pastoral de la Iglesia Católica habrá
una acentuación de temas como el trabajo decente, la educación, la salud y la vivienda, la
recreación; también, aunque menos tratada, la cuestión territorial de manera que las
familias no se vean obligadas a emigrar o, cuando lo hayas hecho, los que lo deseen puedan
regresar a los lugares que los vieron nacer, el terruño donde reposan sus muertos.

Ing. Alberto Ford


albertoford42@yahoo.com.ar

Arroyo del Gato, 16 de octubre de 2013

Posdata
Cuando este trabajo estaba ya para ser girado apareció en La Nación una nota titulada “La
malvinización del Papa Francisco” firmada por  Alberto  Benegas Lynch
(ABL) http://www.lanacion.com.ar/1627974‐la‐malvinizaciondel‐papa‐francisco  lo que confirma la
hipótesis de que el debate ideológico se ira agudizando. Llaman la atención tres cosas: 1) no
era esperable tan temprano una posición crítica a Francisco. No porque no la hubiera entre
los sectores católicos más conservadores sino porque normalmente es prudente y de estilo
esperar un poco más de tiempo; apenas han pasado seis meses desde el inicio del nuevo
pontificado; 2) la crítica se hace pública lo que revela el grado de disgusto de los afectados
o la falta de canales más discretos para manifestar las disidencias; 3) la crudeza de la
posición; el modo de criticar de ABL es muy frontal y hasta duro; llega a decir que las
propuestas  “en materia social del Papa conducen a graves problemas de falta de respeto a
los derechos de las personas”. En la nota hay algunas afirmaciones un poco forzadas como
comparar el escarnio que sufrieron quienes se oponían a la aventura de los militares en
Malvinas (ABL fue uno de los pocos que estuvo en contra según aduce) con el que podrían
sufrir quienes ahora lo critican a Francisco. Tampoco se priva de arremeter contra los que
comulgan con sus posiciones aunque frente a ellos ABL reconoce sentirse en minoría. Se
justifica en que ve como inevitable que “los fanáticos tenderán a justificar cualquier cosa
como lo han hecho siempre con tal de no aparecer contrariando lo que se hace desde el
Vaticano”.

Su ataque a la Teología de la Liberación y sus inspiradores es implacable. Con motivo del


viaje a  Roma de Leonardo Boff se refiere al teólogo como “otro de los artífices de la
referida teología, quien declaró que se siente reconfortado después de varias condenas ya
que ‘el Pontífice adopta el método, inspiración y estilo de esa teología”. ABL no tiene en
cuenta que Boff reivindica la acción del Papa porque adopta “el método, inspiración y
estilo“de la Teología de la Liberación pero no dice nada con referencia a los principios que
sustentó el teólogo brasileño en el pasado setentista y que hoy solo pueden ser suscriptos

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desde posiciones trasnochadas como por tomar un caso las de los chavistas. Se puede leer en
Internet que

“Boff y otros defensores están encantados de que el nuevo papa haya dedicado tanto tiempo a
trabajar en los barrios marginales, y se sienten inspirados por sus escritos, que no ven
sacrilegio en la acción social”.   http://hoy.com.do/teologia‐liberacion‐toma‐un‐poco‐de‐
animo‐con‐el‐papa‐francisco/

ABL desprecia los gestos que hace el Papa cuando da a entender que no está de acuerdo con
el boato y las costumbres del vaticano. Tampoco le satisface que Francisco se manifieste a
favor de “una iglesia pobre para los pobres”. Presume que “al grueso de los fieles les
agradaría que el Papa celebrara misa en guayabera en medio de un galpón con piso de tierra
y vendiera los palacios, pinturas,...” como si el sentido estético y la valoración del
patrimonio artístico o arquitectónico dependiera de una determinada ideología o posición
política. 

Todavía subsisten posiciones liberales (económicas pero no políticas aunque a veces como
en este caso una membrana osmótica separa ambas categorías) a pesar de que el derrame
del libre mercado se ha mostrado insuficiente para empapar de oportunidades los destinos
de las familias. Hasta Mariano Grondona ‐un liberal de pura cepa‐ dio una vuelta de
campana y desde hace unos años admite las funciones reguladoras en un estado moderno.

[i] http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/speeches/1965/documents/hf_p­vi_spe_19651004_united­nations_sp.html
[ii] Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad pública con
competencia universal, Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz,  24/10/2011 
http://vaticaninsider.lastampa.it/es/noticias/dettagliospain/articolo/vatican­vaticano­giustizia­e­pace­justice­and­peace­justitia­
y­paz­economia­economy­9278/

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