Frente al espejo observas tu reflejo. Te preguntas si realmente quieres
entrar y hurgar en tus recuerdos, en ese inframundo subjetivo que moldea tu mundo personal. Miras y sonríes como queriendo ocultar cierto nerviosismo. Sabes que allí dentro puedes encontrar zonas oscuras, puntos de inflexión que pueden ser dolorosos, desagradables, a lo más divertidos. Llega la interrogante. Tal vez no quieres encontrarte aún. Jalar el hilo de la madeja sin control te obsesiona y te atormenta. Piensas un rato y decides entrar. Allí están tus ojos, en el reflejo. Observas tus rasgos físicos. Siempre te ha conflictuado tu aspecto. De muy niño te salió una especie de salpullido en la cara, como verrugas en los cachetes. Tus amigos decían ¡quítate esas pasas! ¿Cómo? —te preguntabas. Así que tomaste una navaja de afeitar y cortaste rebanadas de mejilla. Los rollos de piel se parecían al pate que untabas en el bolillo, suaves y algo grasosos. Al poco tiempo, descubriste que no solo te quedaron unas cicatrices rojizas y amorfas, sino que también las pasas de los cachetes se multiplicaron y migraron a tu frente. Querías parecerte a los demás, pero no a cualquiera, a los que te rechazaban, así que decidiste recurrir al ingenio, al menos te creías más listo. Pretendías que las miradas y las burlas no te afectaban, así que también te burlabas de ti mismo. Te volviste el payaso de la clase, el malhora, el que jugaba bromas pesadas para llamar la atención. En el reflejo, ves al niño que lleva tachuelas a la escuela y las deja en el asiento de la maestra. Todos miran y ríen esperando la reacción. No funciona. Se da cuenta y por poco te expulsan, si no fuera por las angustiantes súplicas de tu madre. Te asomas más y crees recordar cuando tu prima se montó encima de ti, en tu casa estando solos. Es un juego —te decía—, solo eso. Ella era más grande y, por consiguiente, pesaba más que tú. Poco a poco comenzó a dolerte la entrepierna con esos movimientos espasmódicos de sus nalgas restregándose en tus pantalones. Ella podía hacer eso, pero tú solo debías permanecer quieto. De pronto se bajaba y corría al baño para encerrarse por varios minutos mientras la escuchabas gemir. Así fue un par de meses hasta que no volvió a insinuarte más aquel juego. Observas de nuevo la brillante superficie. Tu figura se aprisiona en el viejo marco de madera. Tocas tu cabello entrecano y llega a tu mente el día que viste a tu padre guardar algunas revistas debajo del colchón. Esperaste a que se fuera y hurgaste para encontrarlas y descubrir cientos de mujeres desnudas, con “enormes tetas”; “abiertas de patas” mostrando el “frondoso culo”, su “sexo rosado y peludo”, recuerdas haber leído debajo de las imágenes. Ahora lo entiendes, pero aquella vez te causó un abultamiento agradable y doloroso. A tus ojos llega esa imagen de ella corriendo al baño. Hiciste lo mismo y comenzaste a jalártela con fuerza, te lastimabas, pero te gustaba. Rápidamente explotaste en una sensación de ardor que nunca antes experimentaste. Al mismo tiempo descubriste con terror un líquido blanquecino y espeso que salía de ti. Como ahora, estabas frente al espejo del baño y tu cara se tensó de pronto como cuando hacías una travesura y esperabas el golpe contundente; el puño estricto y sin conmiseración de tu padre. No podías controlar la fuga y creíste que habías roto algo dentro de ti, pensaste que morirías cuando te vaciaras. Saliste del baño atemorizado, con las manos escurriendo ese líquido pegajoso. Oíste en el pasillo los pasos de tu hermana acercándose y solo atinaste a ponerte de rodillas con los pantalones hechos bola en tus tobillos. Rogabas que no te hubiera visto. A tu mente llegaba ella, mirándote detenidamente y saliendo de la casa entre cuchicheos y risas contenidas. Nunca te comentó nada. Pero odiabas cuando se peleaban y te amenazaba con decírselo a mamá. La incertidumbre de no saber qué era eso que diría te atormentó durante varios años. ¡Colocas la frente en la superficie plana y fría! Al igual que cuando descubriste a tu padre besando a una mujer que no era tu madre. Estabas en el parque. Se vieron de frente. No dijo nada, solo pasó a tu lado, como si no te conociera. La llevaba de la cintura; le sonreía y le besaba el hombro cariñosamente. Un comportamiento que tú nunca viste en tu casa. Lo miraste pasar y por dentro comenzaron a arderte las entrañas. Aún sientes ese dolor. Diste varias vueltas por el lugar hasta muy tarde. Cuando llegaste a casa, ya te estaban esperando. Tu padre pensó que ya habías ido con el chime. Le dijo a tu madre que eras un vago bueno para nada. Te quedaste impotente. Él salió por unas copias con la secretaria del jefe para una junta urgente. Tú lo viste y ni siquiera te dignaste a saludarlo. Se tuvo que disculpar por tu grosera actitud con su compañera de trabajo. Si le rascas, verás en el espejo a tu madre afligida. Sin decir nada. Tallándose los ojos mientras termina la cena que solo a él le gusta. ¡Respiras hondo! ¡Te alejas para no empañar la superficie! Al día siguiente se encontraron en la parada del camión. Su lugar de trabajo y tu escuela se ubicaban en la misma zona. Era un viaje de una hora y media de camino. Subiste y tu padre ya estaba sentado. Te acercaste. Junto a él había un asiento vacío. Intentaste sonreírle, pero fingió no verte ni conocerte. No se movió para que te sentaras a su lado. Así que te fuiste de pie todo el camino. Viendo el asiento vacío. Se bajó primero y te ignoró, como lo haría durante muchos años. ¡Limpias el vaho!, ¡desempañas el espejo! Esa noche tu primo te esperaba en la fiesta. Iba a ir la hermana de su novia y no quería un mal tercio. Llegaste temprano y el ambiente comenzaba a calentar el lugar. Los presentaron y tú tímidamente observaste lo bien que se veía con ese vestido entallado que estilizaba su cuerpo. Era mayor que tú, fácilmente te llevaba cinco o seis años. Pronto te sacó a bailar, ella llevaba la iniciativa y tú solo te dejabas llevar. No podías hacer otra cosa, era intempestiva y segura de sí misma. Te ves bebiendo tu primera chela y todo se torna relajado. La timidez pronto se convierte en euforia y te agrada. En un instante se pega a ti. Sientes sus prominentes pechos rosando tu cuerpo. No puedes más, quieres besarla, pero se aparta y finge no interesarse en tus arrumacos. Es un juego que comienza a incomodarte. Ella ríe y te invita otra cerveza. Así toda la noche, roses indiscretos, insinuaciones que no llegan a nada. Al final de la fiesta salen en grupo. Tu primo y su novia al frente. Tú con ella en la parte trasera del automóvil. La novia de tu primo sugiere seguir la fiesta en algún lugar apartado de la ciudad. Ya quieres irte a tu casa, estás mareado por las cervezas, pero no tanto para comprender que ella continúa su juego. Ella sabe que tiene el control y le gusta verte exasperado. Intentas bajarte del auto, pero te lo impiden. El auto arranca y pronto te ves en un descampado, en las afueras de la ciudad. No hay nadie solo el viento que se cuela entre los pinos. Buscas la puerta, salir y tomar aire fresco, pero te das cuenta que están solos en una noche negra y aplastante. Cuando tocas la manija del auto, ella brinca encima de ti y comienza a besarte frenéticamente. Te muerde el cuello y te despoja de la camisa. Pronto te ves desnudo. Ella restriega sus nalgas en tus piernas. Ya lo habías vivido, pero esta vez es diferente. Te yergues en un sopor caliente que recorre tu vientre. Ella se agita y te aprisiona. Te dice que no te muevas y te araña el pecho. Te quedas quieto por un instante. La embistes, una, dos, tres y sientes que se funden en un quejido profundo y largo que se confunde enre los rumores de la noche. Salta fuera de ti, incontrolable. Baja a tu entre pierna y lame, chupa entre respiraciones cortadas. No aguantas más, te vacías al calor del alcohol que comienza a evaporarse de tus venas. Dudas si alejarte del espejo. Te ves en el camión rumbo a la escuela. La ves subir y te agachas nerviosamente. Ella se para al lado tuyo. Hay un lugar disponible. No te inmutas, pareces congelado. De reojo ves una leve sonrisa que sale de su rostro, pero finges no darte cuenta. No conocerla. Volteas y ella ya no está, ha bajado del camión. No puedes dejar de mirar el asiento vacío.