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El horno suena con fuerza para indicar que la lasaña que llevo
cocinando durante años por fin ha terminado. Me sobresalto y me toma
desprevenida. Mi corazón late rápidamente en mi pecho mientras abro
la puerta del horno y veo adentro. La tapa de aluminio de la bandeja de
lasaña congelada se ha levantado para permitir que salga el vapor.
Rápidamente, tomo la toalla de la encimera y me la envuelvo en la mano
antes de meter la mano para quitar el papel de aluminio de la lasaña y
cerrar la puerta. Tiro la tapa y la toalla sobre la encimera de madera
antes de encender el horno. El queso siempre debe estar crujiente y
dorado encima de la lasaña, no me importa lo que digan.
Mientras espero a que termine de hacer mi cena, decido ir a la sala a
ver cómo está papá. Ya es tarde y, conociéndolo, probablemente lleve
media docena de cervezas de la caja que trajo a casa después del trabajo
y se haya desmayado en su silla. Desde que mamá murió hace tres años,
cada día con él es una repetición. Trabajar, beber, dormir y repetir. Ya
casi no me habla y, si lo hace, no es el papá cariñoso que solía ser. El
papá comprensivo y estable que fue cuando yo crecía no es más que un
recuerdo lejano. Lo entiendo, él la extraña, pero yo también.
Al llegar a la puerta, me asomo por la esquina y entro en la sala. Como
siempre, estoy en lo cierto. Mi papá está dormido en su sillón reclinable.
Tiene una lata de cerveza Molson abierta en la mano y mira el partido
entre Toronto y Ottawa en la televisión, incluso dormido, el dolor que
sin duda siente a diario sin mi mamá está grabado en su rostro, pero no
puedo negar que estoy molesta con él. Ese día la perdimos los dos, no
solo él. ¿Por qué se desentiende y me deja hacer todo lo que debería
estar haciendo él? ¿Cómo puede un papá cerrarse emocionalmente
cuando su hija más lo necesita? Es una mierda. Se emborracha y yo
tengo que recoger los pedazos, y sus latas vacías.
Ahora soy yo quien mantiene unida esta casa y lo que queda de
nuestra familia. Todo mientras intento mantener mis notas en la
universidad y ganar suficiente dinero extra haciendo turnos en el
restaurante para llenar el refrigerador y pagar las cuentas.
Mamá estaría disgustada con el hombre en el que se ha convertido. Sé
que yo lo estoy. A veces, incluso desearía que fuera él quien hubiera
muerto, no ella. Soy una persona horrible.
Vuelvo a la pequeña cocina, abro rápidamente la puerta del horno
para ver cómo está la lasaña y me quedo boquiabierta cuando veo que el
grill debe de estar demasiado alto y la parte superior de la lasaña está
casi negra. Presa del pánico, meto la mano en el horno sin pensar y
agarro la sartén caliente con mis propias manos.
―¡Oh, mierda! ―siseo, dándome cuenta rápidamente de mi estúpido
error. En las manos se me forman quemaduras escarlata, agarro la toalla
y, apartando rápidamente el dolor punzante, saco la bandeja del horno y
la coloco sobre la placa. Con la cadera cierro el horno y tiro la toalla a la
encimera antes de correr al fregadero y abrir el grifo de agua fría. El
agua helada me alivia un poco la sensación de quemazón en las manos,
pero no mucho. Me las seco con una toalla de papel limpia para
inspeccionar los daños y me siento agradecida. No tienen tan mal
aspecto como pensé. Nada que requiera atención médica.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo trasero. Lo saco con cuidado y siseo al
sentir el contacto de la tela de mezclilla en mi piel sensible. El nombre de
Naomi aparece en la pantalla brillante con una selfie de las dos de
nuestra última acampada en el parque Algonquin. Como es viernes por
la noche, su llamada solo puede significar una cosa. Deslizo el dedo a la
derecha, contesto y me acerco el teléfono a la oreja.
―¿Debería preguntar siquiera a la fiesta de quién intentas arrastrarme
esta noche? ―respondo con tono divertido. Me gruñe el estómago
mientras tomo un plato y una espátula del escurreplatos. Me giro hacia
mi lasaña, ahora chamuscada, y decido que a la mierda. Tengo demasiada
hambre para que me importe una mierda que se haya estropeado, corto
un trozo cuadrado y lo pongo en el plato.
Naomi se ríe a través del teléfono.
―Nada de fiesta esta noche, zorra. ¿Cuándo puedes estar lista?
―Depende ―respondo mientras tomo asiento en la pequeña mesa de
la cocina con mi plato―. ¿A dónde vamos?
―Al circo ―responde Naomi con tono serio. ¿El circo? No puede
hablar en serio.
―¿Me estoy perdiendo algo? Sé que te gusta soltarte y ser inmadura,
pero el circo. ¿En serio? Estoy segura de que somos demasiado mayores.
―replico con tono sarcástico mientras levanto la capa superior
carbonizada con el tenedor y me llevo a los labios una bocanada del
suave centro de queso.
Ella se ríe de nuevo.
―No para este tipo de circo. Se ha hecho viral en TikTok y esta noche
está en Casselman. Conseguí entradas. Créeme chica, ¡todas necesitamos
esto! Prepárate, Claire y yo estaremos ahí en veinte minutos para
recogerte.
―¡Vístete sexy! ―grita Claire de fondo antes de que la línea se corte.
Confundida, dejo el celular sobre la mesa mientras termino de comer.
No sé de qué hablan las chicas, pero su emoción me pica la curiosidad.
Naomi y Claire son mis mejores amigas desde la primaria. Naomi y yo
nos conocemos desde que estábamos en pañales. Nuestras mamás eran
muy amigas y jugamos juntas durante toda nuestra infancia. Claire se
trasladó aquí desde Ottawa cuando estábamos en tercero de primaria y
era obvio el choque cultural que suponía pasar de la ajetreada ciudad a
nuestro pequeño pueblo agrícola de Casselman, Ontario. Al ver sus
dificultades, Naomi y yo la tomamos bajo nuestra protección y las tres
hemos sido inseparables desde entonces. Cuando murió mamá, fueron
las únicas que me apoyaron. Me visitaban regularmente y se aseguraban
de que estuviera bien, no podría haberlo superado sin ellas.
Tomo el último bocado y empujo la silla hacia atrás mientras me
levanto. Dejo el plato sucio en el fregadero y salgo corriendo a mi
habitación. Cierro la puerta con fuerza y me dirijo al armario. Observo la
variedad de ropa colgada y recuerdo las instrucciones de Claire: “Vístete
sexy” me dijo. Signifique lo que signifique. Nunca me han importado
mucho las marcas ni la ropa elegante, y con solo echar un vistazo a mi
armario es fácil darse cuenta de que prefiero ropa sencilla y neutra. Al
sacar mi falda de mezclilla azul claro favorita, sé que,
independientemente del circo al que me lleven, esta noche no iré a
ningún sitio sin ella. Es perfecta para el verano canadiense y,
literalmente, queda bien con cualquier cosa.
―Circo... sexy... bien, pues bralette de ganchillo será ―susurro. Saco
un crop top blanco de crochet. Echo un vistazo a mi colección de
zapatos, tomo mis tacones negros de tiras gruesas y completo el
conjunto con un cinturón fino de cuero negro de alrededor de la
cintura―. Perfecto. ―Corro al tocador y suelto mi larga melena color
café de la goma de seda que la ha sujetado todo el día. Me cae por la
espalda en gruesos mechones rizados. Tomo la botella de aceite
marroquí y me pongo dos dosis en la mano antes de frotarlo y
extenderme el producto por el cabello, porque esta noche quiero unas
sencillas ondas playeras.
Después de darme los últimos toques en el cabello, rociarme un par de
veces con mi perfume favorito y ponerme rápidamente un delineador de
ojos sencillo y un pintalabios claro, estoy lista para salir. Tomo el bolso
de la cama, me lo engancho al hombro y salgo sin hacer ruido al pasillo.
Al pasar por la sala, me asomo y veo que papá sigue dormido, pero
ahora su cerveza está volcada y empapada en la alfombra.
No es que importe. El estilo de vida actual de papá ha arruinado todo
lo bueno de esta casa. Ni siquiera se molesta en recoger su propia
basura, y no me hagas hablar del hedor del que es imposible deshacerse.
No importa cuántas botellas de ambientador use, o cuántas veces limpie
este agujero de mierda de arriba a abajo, el olor persiste. Pútrido como
orina y moho. Es asqueroso. Las alfombras y el sofá están hechos un
asco y habría que quemarlos. Suspiro, sabiendo que mañana tendré que
volver a lavar las alfombras y que es una pérdida de tiempo.
Afuera suena el claxon de un auto. Las chicas me avisan de que están
aquí. Papá se revuelve y deja caer la lata de Molson sobre la alfombra,
pero no se despierta. El partido de hockey continúa en la televisión, el
público aplaude el tercer gol de Ottawa contra Toronto. Salgo en
silencio, cierro y atranco la puerta principal. Encuentro a Naomi y Claire
estacionadas en el Ford Escape de Naomi. Mientras me acerco, ponen a
todo volumen Paramour de Sub Urban y bailan en sus asientos. No
puedo evitar sacudir la cabeza y reírme de su entusiasmo.
―¡Por fin! ―grita Claire mientras baja la visera delantera. Me subo al
asiento trasero, tiro el bolso en el asiento de al lado y me paso el cinturón
por el hombro―. En realidad dudaba que vinieras esta noche Conners,
no voy a mentir.
Confundida, me inclino hacia adelante y me agarro al respaldo de su
silla. Observo cómo se aplica una capa de brillo sobre sus labios ya
lustrosos, y me río.
―Como si me hubieran dejado escapar esta noche. ―Claire lleva un
vestido negro ajustado sin tirantes, con un par de botas de plataforma
demonia. Su característico look de chica emo se completa con mechas
rosas en su cabello rubio platinado. Naomi, por su parte, lleva una
bonita blusa roja, unos jeans ajustados y un par de jordans. Su largo
cabello oscuro está trenzado en un montón de pequeñas trenzas que
caen en cascada por su espalda.
―Es verdad, no habríamos dejado que te lo perdieras ―dice Naomi
con una sonrisa de satisfacción mientras acelera el motor. Sale a la calle y
sube el volumen de la radio mientras atravesamos la ciudad. Casselman
es un pequeño pueblo al este de Ottawa. Compuesta principalmente por
granjas lecheras, la vida aquí puede ser bastante aburrida. No hace falta
mucho para que mis amigas se entusiasmen con algo nuevo, pero nunca
las había visto tan entusiasmadas. No sé qué es lo que tienen planeado,
pero tiene que ser jodidamente épico para obtener este tipo de respuesta
de ellas.
―¿A dónde dijeron que íbamos? ―pregunto, apoyando un brazo en
cada uno de sus asientos. Intercambian una mirada, y una sonrisa se
dibuja en el rostro de Claire mientras Naomi vuelve a fijar la vista en la
carretera.
―Al Cirque Du Désir ―responde Claire con tono dubitativo.
―Estoy confundida... ¿se supone que debo saber qué es eso?
―Circo de los deseos, idiota. ―Naomi se ríe.
―No, ya lo sé... ¿pero qué tiene este circo que las tiene tan
emocionadas?
―Bueno, en realidad no es algo que podamos explicar, más bien es
algo que tienes que ver por ti misma. ―Claire explica―. Mira, solo
búscalo en TikTok, tenemos tiempo, ¿verdad, Naomi?
―Sí, Alexa dice que deberíamos llegar en unos once minutos, pero
Indie... no juzgues solo por lo que ves ahí, ¿okey? No todo es verdad.
―Naomi responde, con un toque de cautela en la voz.
―Claro... porque eso no es nada alarmante ―me río entre dientes,
sacando el celular del bolso. Rápidamente, abro TikTok y escribo el
nombre del circo. Se me acelera el corazón, pero en cuanto aparecen los
vídeos y los reels, se me corta la respiración―. ¿Qué demonios es esto?
¿Qué es esto? ¿Una especie de club sexual? ¿Es una mujer barbuda de
verdad? ¿Se está poniendo...? ―Deslizo el dedo hacia arriba y encuentro
un vídeo de un hombre con una bata de entrenador negra y una
espeluznante máscara de payaso que le cubre la cara. Es raro, pero no es
eso lo que me llama la atención. Es la forma en que está encaramado en
el centro de la habitación, pero sin inmutarse por el caos y la carnalidad
que está sucediendo a su alrededor. Recorro los cientos de comentarios:
―Lux es tan jodidamente sexy. Crea las mejores fiestas, hombre.
―Jesús, Lux es un papi. Me lo follé en Chicago.
―Mentira. Todo el mundo sabe que Lux solo mira, el hombre ni se mueve de
la silla. Lo único que le importa es crear las fiestas.
―Oh, se movió por mí, una y otra vez. ―La última respondió con un
emoji de guiño.
―¿Cuál es la obsesión de todos con Lux? ―le pregunto a las chicas.
Siento curiosidad.
―¿Conoces ese dicho que dice que siempre quieres lo que no puedes
tener? Bueno, Lux, es básicamente un maldito dios del sexo, quiero
decir, mira al tipo, pero, él nunca participa. ―Claire suspira.
―¿Nunca? Me cuesta creerlo.
―En serio. Hay millones de vídeos del Cirque Du Désir por todas las
redes sociales. El tipo es tan viral como se puede ser, y ninguno de ellos
lo muestra fuera de ese maldito trono.
Raro, pero interesante. Las chicas tienen razón, el tipo es jodidamente
guapo, incluso con la máscara cubriéndole la cara, pero, ¿por qué no se
daría el gusto en las fiestas que crea? Me muerdo el labio.
―Bueno, quizá nunca ha visto a alguien por quien valga dejar su
trono ―susurro.
Las chicas estallan en carcajadas y yo cierro rápidamente el teléfono y
me lo vuelvo a meter en el bolsillo.
―Bueno, ¿ves por qué pensé que realmente no estarías de acuerdo en
venir. Definitivamente no es lo tuyo. ―Se ríe. Por alguna razón, me
ofende su afirmación. Como si pensara que soy tan inocente e ingenua
como para no ir a un club sexual. Pongo los ojos en blanco, cruzo los
brazos sobre el pecho y levanto los ojos para verla por el retrovisor.
―Bueno, está claro que te equivocabas, y estoy deseando llegar.
―¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Quieres un turno con la mujer barbuda
también? ―bromea Naomi mientras gira por un camino de tierra.
―No, tengo los ojos puestos en ese maestro de ceremonias ―digo
bromeando, mientras enarco una ceja y les sonrío. Las chicas se callan e
intercambian otra mirada que me confunde―. Solo bromeaba.
―Bueno, ten cuidado, ¿okey? Hay mucha mierda mala sobre él en
Internet. Ya llegamos ―dice Naomi, mientras se detiene en un gran
campo.
―¿Me acabas de decir que no me crea todo lo que veo en Internet
sobre este sitio? ―Me río ganándome una risita de Naomi.
Los autos están estacionados en fila a lo largo del campo, dejando un
camino despejado por el que se puede caminar. Al final del camino hay
una gran carpa a rayas rojas y blancas, con una banderita roja en lo alto,
incluso desde aquí se oye claramente música de fiesta. Grupos de
payasos con chalecos de seguridad recorren la zona, vigilando y
esperando la primera señal de problemas.
―¡Esta noche va a ser jodidamente increíble, zorras! ―grita Claire
mientras se desabrocha el cinturón. Naomi encuentra estacionamiento y
apaga el motor. Yo agarro mi bolso, las sigo y salgo del auto. No sé cuál
es el destino de este lugar, ni qué cosas veré mientras esté aquí, pero sé
que de ninguna manera me quedaré. Además, es mejor que estar en
casa, comiendo lasaña quemada y limpiando con champú alfombras
manchadas de cerveza, ¿no?
II
Con las manos de Claire y Naomi entrelazadas con las mías, nos
perdemos al compás del bajo. A nuestro alrededor, se desarrollan cosas
que uno solo podría imaginar. La gente folla como si nadie la viera y el
aroma férreo de la sangre inunda el aire. Debería estar asustada o
preocupada, pero no lo estoy. Mi cuerpo zumba con el calor del licor que
fluye por mis venas y la base vibra a través de mi cuerpo mientras
dejamos ir todo nuestro estrés y preocupaciones. Porque nos lo
merecemos. Yo me lo merezco.
Admito que me sorprendió ver que Lux abandonaba su famoso trono,
pero me sorprendió aún más encontrarlo a mi lado en la barra. El
momento en que me di la vuelta para encontrarme con su inquietante
máscara de pie detrás de mí me produjo una descarga de emoción. Dejó
su trono por mí.
No tengo que levantar la vista para saber que sus ojos siguen clavados
en mí. La mirada de Lux es pesada y, sin embargo, me encuentro
queriéndola. Deseándola. Quiero que me mire entre la multitud de gente
que se ha reunido aquí esta noche. Cuando cruzamos nuestras miradas,
aunque fuera por ese breve instante, sentí algo, incluso antes de venir
aquí sabía que este líder enmascarado era más de lo que la gente
pensaba, y en ese momento supe que mis sospechas eran ciertas. Hay
oscuridad en él. Una que debería hacer huir a la gente, y estoy segura de
que para la mayoría tiene ese efecto, pero en mí no. Quiero saber más
sobre los demonios que lo acechan. Esta noche, son ellos los que deseo.
La carpa parece girar a mi alrededor. Todos mis sentidos se agudizan
mientras mi cuerpo se balancea al ritmo de la música. Doy mi propio
espectáculo. Tal vez sea el licor, pero siento su tentación desde aquí. Él
siente curiosidad por mí, igual que yo siento curiosidad por él, y
mientras bailo con mis amigas, bajo su mirada, siento que el calor crece
entre mis muslos. Esta necesidad ardiente de ser tocada y saciada. Su
sola atención me moja.
Quiero más. Quiero jugar.
Me encuentro deseando sobrepasar los límites, empujar los suyos para
ver hasta dónde puedo llegar. Ya conseguí que abandone su famoso
trono. ¿Qué se necesita para que haga un movimiento hacia mí? Para
acercarlo.
Por fin vuelvo a levantar la vista hacia la barra y encuentro a Lux
apoyado en ella. Las gotas de sudor resplandecen en la tenue luz de las
bombillas que cubren la carpa mientras caen por su pecho tatuado y
tonificado. Su rostro está totalmente oculto tras la misma máscara de los
vídeos que vi durante el viaje, pero incluso con la máscara ocultando sus
reacciones, sé que disfruta mirándome. Es como un juego silencioso
entre nosotros. Es estimulante y nuevo. Se me abre el apetito entre los
muslos al pensar que puedo causarle semejante efecto.
Echo un vistazo a la muchedumbre, y veo que hay una mezcla de
cirkies y clientes. Miro a uno de los payasos que vi cuando hacíamos
cola forcejeando con Kathlene, la recepcionista de mi dentista, pero me
quedo paralizada cuando veo cómo le jala su espesa melena rubia hacia
un lado y le pasa una pequeña navaja por el hombro. Como si percibiera
mi mirada, sus ojos se cruzan con los míos a través de la bruma. Lenta y
sensualmente, él sostiene mi mirada mientras aplasta la lengua antes de
pasarla por la sangre fresca que gotea del corte y recorre el hombro
bronceado de ella.
Se me forma un nudo en la garganta y me lo trago. Repulsión. Eso es
lo que debería sentir, pero cuanto más veo de este lugar, más intrigada
me siento. El cirkie interrumpe nuestra mirada y yo salgo del trance en
el que parece haberme sumido, para encontrarme sola en medio de un
mar de gente. A través de la tenue luz, escudriño a la multitud, pero no
veo a mis amigas por ninguna parte.
Mierda.
¿Cuánto tiempo llevo aquí?
Mi mirada vuelve al misterioso líder apoyado en la barra. No se ha
movido, ni siquiera un centímetro. Sus inquietantes ojos siguen clavados
en mí como si estuviera en el centro de la pista de su circo. Unas manos
ásperas me agarran por las caderas, jalándome hacia atrás. Al girarme,
me encuentro cara a cara con el payaso. Sus labios aún lucen la sangre
de Kathlene, mezclada con las capas secas de su espesa pintura facial. En
su rostro se dibuja una sonrisa siniestra mientras me aprieta contra su
pecho y me sujeta con firmeza. Huele fuertemente a cigarros y whisky,
tan fuerte que da náuseas. O quizá sea el licor. Me clava las uñas en las
caderas y me agarra con más fuerza, apretándome el trasero contra su
endurecida polla.
―Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? No te preocupes conejita de miel.
Te haré pasar un buen rato ―susurra con dureza contra mi oído―. Por
el precio justo, claro. ―Giro la cabeza hacia un lado.
―No me interesa ―le respondo, haciendo todo lo posible por
soltarme de él. En mi esfuerzo por liberarme, e incapaz de ver con
claridad mientras el alcohol hace efecto, tropiezo. Casi caigo al suelo
cuando una fuerte mano enguantada me rodea el antebrazo y me
detiene. Al levantar la vista, me encuentro cara a cara nada menos que
con la máscara de payaso que me ha estado persiguiendo toda la noche.
―Lo siento, Lux. Yo me encargo de esta ―dice el payaso que tengo
detrás con tono ronco.
Lux me suelta el brazo, pero sus ojos permanecen fijos en los míos
mientras el payaso me jala hacia él y me guía sobre mis temblorosas
piernas. Un escalofrío me recorre la espalda bajo el peso de su intensa
mirada, pero esta vez, sus ojos están llenos de algo diferente. Detrás de
la carnalidad que vi antes, parpadea la ira. Celos. Mi pulso se acelera por
la excitación y en mi cara se dibuja una sonrisa de satisfacción. Doy
vuelta en los brazos del payaso y aparto los ojos de Lux mientras le
rodeo el cuello con los brazos, me quito de la cabeza todos los
pensamientos sobre lo vil y repugnante que es este hombre, dejo que mi
cuerpo fluya al ritmo de la música y aprieto las caderas contra él. Esto va
a ser divertido.
Sus sucias manos vagan, trazando las curvas de mi cuerpo mientras su
lengua se desliza por sus labios agrietados y manchados de sangre. Con
ojos hambrientos, me ve como si estuviera hambriento y yo fuera su
próxima comida. Hago lo que puedo por ignorar las vibraciones de asco
que me transmite, teniendo en cuenta que detrás de mí me observa Lux
y que no le gusta lo que ve. Puedo sentir su mirada agitada recorriendo
cada centímetro de mi cuerpo que toca su cirkie. Bien.
Ojalá pudiera explicar por qué me excita darle celos a un desconocido.
Es embriagador, y ahora que ha empezado este jueguito, no quiero que
termine. Tengo un efecto sobre él. En el hombre que se volvió viral por
ser intocable. La gente le teme, y a él parece gustarle, pero, ¿qué hará si
no le muestro el mismo miedo que los demás?
Algo me roza la espalda. Miro por encima del hombro y me encuentro
con la cara pintada del payaso espeluznante con el que me he cruzado
afuera. Me aprieta la espalda con una sonrisa socarrona y me inmoviliza
entre él y el otro cirkie. Me agarra de la cadera con una mano y de la
nuca con la otra mientras empuja mi cara contra el pecho de su amigo.
Giro los ojos hacia Lux y descubro que sigue observándome
atentamente. Tiene los puños apretados a los lados, y no puedo evitar
sonreír mientras aumenta el dolor entre mis muslos. Estoy aprendiendo
a amar este juego, la sensación de euforia que me produce tenerlo
mirándome. El payaso mantiene mi cabeza inmovilizada mientras
desliza lentamente su rodilla entre mis piernas, separando mis pies. Me
retuerzo, manteniendo los ojos fijos en los de Lux. Vine aquí para
pasármela bien, soltarme, y estos cirkies claramente quieren ayudarme a
soltarme. Quieren hacerme pasar un buen rato, y ahora mismo, cada
fibra de mi cuerpo inducido por el alcohol quiere que lo hagan, aquí
mismo, mientras Lux mira.
Hombres, mujeres y cirkies por igual están esparcidos por la pista de
baile de la carpa, follando. Chupando. Sangrando. Cediendo a las
tentaciones que han mantenido ocultas en sus vidas. Participando en
cosas por las que la sociedad los juzgaría. Aquí no se avergüenza ningún
nivel de depravación. Todo el mundo es libre de dejarse llevar y
satisfacer sus deseos. A mi izquierda, veo una zona separada, donde una
mujer grande se sienta en una silla. Los dedos de sus pies palmeados
están siendo lamidos y chupados por un hombre sentado frente a ella,
mientras un hombre sin brazos se arrodilla en el suelo ante él,
chupándole la polla en la boca. La mujer gime y se pellizca los pezones.
La gente se agolpa alrededor, algunos se limitan a mirar, otros se tocan
ante el espectáculo que tienen delante. Nadie juzga a nadie. Al contrario,
los animan, disfrutando cada minuto.
Porque aquí, en el Cirque Du Désir, ningún deseo, ninguna apetencia
es demasiado oscura o retorcida.
Unos dedos ásperos rozan la suave piel de la parte interior de mi
muslo, mientras el cirkie que está detrás de mí desliza su mano por el
dobladillo de mi falda de mezclilla antes de subirla. Su mano recorre
lentamente un camino hacia el dolor que crece entre mis muslos
mientras nos balanceamos al ritmo de la música. Cada vez me toca más
de cerca, hasta que sus dedos se enganchan en la fina tela húmeda de
mis bragas. Se inclina y acerca sus labios al caparazón de mi oreja.
―Eres una pequeña zorra. Ya estás bien mojada para nosotros. ―Se
ríe con su aliento caliente mientras me aparta las bragas. Mi cuerpo
tiembla de necesidad. Un hambre tan fuerte que con gusto dejaría que
cualquier hombre de aquí me tocara, me follara para que parara.
Siempre que Lux esté viendo. Espero a que toque mi piel sensible. Los
segundos parecen horas, pero no llega. Justo cuando está a punto de
pasar sus gruesos dedos callosos por donde yo quiero, me lo quitan de
encima y lo tiran al suelo.
Unas manos enguantadas me agarran con fuerza del brazo y me jalan
bruscamente entre la multitud.
―¡Qué demonios! ―grito, claramente molesta porque alguien me
impide una liberación que tanto deseo y necesito. Lux me arrastra a
través de la multitud hacia la parte trasera de la carpa―. ¡Suéltame!
¿Qué demonios crees que estás haciendo?
―Tienes que irte. Ahora mismo. ―Su tono es duro, profundo y lleno
de frustración. Está molesto. Jodidamente molesto, y por alguna razón
su molestia solo alimenta el dolor que siento. Una sonrisa se dibuja en
mi cara mientras me arrastra a una pequeña habitación en la parte
trasera de la tienda. Me suelta y empieza a caminar frenéticamente con
respiraciones rápidas y superficiales.
Apoyada en la lona de la tienda, cruzo los brazos sobre el pecho y le
enarco una ceja.
―No me iré. No hasta que consiga lo que vine a buscar, Lux.
VI
No debería haber hecho eso. Mierda. Eso fue una puta estupidez, y
por todos los ojos que se giraron en nuestra dirección mientras la sacaba
de ahí, sé a ciencia cierta que no pasó desapercibido. Nunca, en todos
mis años dirigiendo este circo, he intervenido con un cirkie y su cliente.
Ni una sola vez he tomado una para mí.
Pero tenía que tenerla.
―¿Me estás escuchando? No me iré. No puedes obligarme, pagué mi
entrada ―suelta. Su maldita voz es serena, incluso cuando está molesta
y me grita. Hago una pausa en mi paseo y me giro lentamente hacia ella.
Tiene las mejillas sonrojadas de un precioso rosa claro, apenas visible en
la penumbra del almacén al que la arrastré en mi arrebato de ira. Un
error que pagaré al final de la noche, estoy seguro. No tardará mucho en
correrse la voz de cirkie en cirkie, y aunque sea mi circo, y yo a quien
responden... va a suscitar preguntas. Preocupaciones, que francamente,
no me importa una mierda responder ahora mismo.
Ladeo la cabeza y recorro con la mirada su cuerpo apretado. Mierda.
De cerca, es aún más perfecta. Sus duros pezones asoman a través del
fino top de ganchillo que ha elegido llevar esta noche. Pidiendo ser
pellizcados, chupados. Mordidos. Cada centímetro de su perfecta piel
expuesta, sin cicatrices ni moretones. Simplemente inmaculada. Todo lo
que está prohibido para un tipo como yo.
―¿Cómo te llamas? ―La pregunta se me escapa de los labios antes de
que pueda detenerla. No necesito saber su nombre. Quiero, pero no
debería saberlo.
―¿Mi nombre? ―Hace una pausa, levantando la ceja con confusión.
―Sí, tu nombre. Parece que sabes el mío, es justo que yo sepa también
el tuyo ―añado, dando un paso hacia ella. Ella se retuerce, descruzando
los brazos del pecho.
―Indira Conners, pero mis amigas me llaman Indie. ―Un nombre
extraño e inusual. Exótico. Adecuado para una mujer así.
―Ya veo ―doy otro paso hacia ella―, ¿y qué trae a una chica como
tú, al lugar donde juegan los monstruos? ―Me ha molestado toda la
noche. Esta pregunta de por qué y cómo una chica como ella terminó en
un lugar como este. Claro, lo más probable es que sus amigas la trajeran,
pero ¿por qué se quedó? Después de ver, presenciar lo que pasa aquí.
¿Por qué no huyó? ¿Por qué, cuando me miró a los ojos, sonrió y no
huyó?
―No pareces un monstruo ―susurra, dando un paso hacia mí. Esta
chica tiene pelotas. Desafía y presiona sin miedo. Es intrigante. ¿Pero
hasta dónde llegará?
―Acércate, te contaré un secreto de circo ―respondo con timidez.
Detrás de mi máscara se dibuja una sonrisa y ella da otro paso hacia
adelante, sin dejar de verme. Sus ojos tienen el tono más hermoso de
marrón oscuro. Brillan con pequeñas motas doradas. Tomo un rizo
suelto de su cabello con mi mano enguantada y me encuentro deseando
sentir lo suave que es contra mi piel llena de cicatrices. Me inclino hacia
adelante y le paso el rizo por detrás de la oreja antes de susurrar―. Los
verdaderos monstruos nunca lo parecen... hasta que es demasiado tarde.
De pie, observo cómo traga, pero sus ojos no se apartan de los míos.
Están llenos de emociones con las que me identifico. Curiosidad.
Lujuria.
Una lujuria que yo también siento, pero solo por ella. Lo cual es
peligroso para los dos. Rápidamente le doy la espalda y respiro hondo.
Esta atracción hacia ella es confusa, pero una cosa es cierta, las chicas
como Indie no pertenecen aquí, ni a tipos como yo. Solo la lastimaría,
pero algo en sus ojos, en su tono, me dice que eso es justo lo que quiere.
―¿Por qué estás aquí? ―le pregunto por encima del hombro. Se ríe, le
hace gracia mi interrogatorio. Lentamente, me giro hacia ella.
―Para encontrar aceptación, liberación, como todo el mundo. ―Se
encoge de hombros.
―¿Aceptación? Algo me dice que nunca has tenido problemas para
ser aceptada. ¿Y liberación? ¿De verdad esperas que me crea que no
puedes encontrar eso en otro sitio? ―digo, mientras hago un gesto con
el dedo desde su falda hasta su cara.
―¿Por qué te importa dónde encuentro mi liberación? ¿O si me
aceptan? Soy una clienta que paga, tienes tu dinero. ¿Ves? ―grita
mientras saca su boleto del bolsillo y lo agita alrededor de mi cara. Algo
en su mano me llama la atención y la agarro con fuerza por la muñeca.
Le arranco el boleto de la mano.
Una quemadura carmesí pinta la palma de su mano. Es reciente, sin
duda de hoy, y parece realzar su belleza.
Permanezco de pie, con una sonrisa oculta bajo mi máscara, mientras
su frustración y su molestia aumentan. Me arrebata el boleto de la mano,
se lo mete en el bolsillo y resopla antes de apartarme de un empujón. El
contacto de sus manos con la piel desnuda de mi pecho mientras me
empuja me quema más que el fuego que estuvo a punto de acabar con
mi vida hace tantos años.
Se me escapa una risa incontrolable mientras me divierto con su
adorable rabieta. Molesta, intenta volver a la fiesta, y rápidamente la
agarro por la nuca, haciéndola girar e inmovilizándola de espaldas
contra la pared de lona.
Inhala bruscamente y sus ojos se abren de golpe al fijarse en los míos.
―Chicas como tú, no pertenecen a lugares como este. Lugares donde
los monstruos cazan y se aprovechan de los vulnerables. ―Bajo la
máscara de plástico, mi aliento caliente crea condensación que se
acumula y gotea por los lados de mi cara. Un resultado seguro del efecto
que esta chica tiene sobre mí. Mi respiración es corta, caliente y
demasiado rápida.
―Entonces, ¿vas a lastimarme? ―pregunta mordiéndose el regordete
labio inferior. Su voz es suave y está impregnada de un hambre tan
profunda que ni siquiera un monstruo como yo está dispuesto a dejarla
sufrir más.
―No, Indie. Voy a hacer algo mucho peor. ―Ella obtendrá la
liberación que su cuerpo anhela, pero vendrá de mí.
Confundida, me ve mientras la giro lentamente y desciendo frente a
ella. Tan cerca de ella, el aroma a vainilla y pachulí de su perfume es
jodidamente eufórico. Agarro una de sus piernas y la levanto para
sentarla encima de mí.
―¿Qué haces? ―pregunta con tono carnal.
―Dijiste que viniste aquí en busca de liberación, ¿no?
―Sí, pero... ―balbucea. Levanto la vista y mantengo los ojos fijos en
los suyos mientras sus músculos se tensan.
―Bueno, soy un monstruo con un hambre insaciable, y esta noche,
Indie ―susurro, cortándome en mitad de la frase. Paso mis manos
enguantadas por sus muslos, empujando la ligera tela de mezclilla de su
falda hasta sus caderas―. Esta noche cada centímetro de tu puta piel
perfectamente pura, es lo único que puede satisfacer mi ansia.
Paso mis nudillos por sus bragas húmedas, la hago jadear y su cabeza
cae contra la tienda. Es tan sensible a mis caricias. Mierda. Repito el
movimiento, esta vez aplicando más presión, y ella se derrite. Un suave
y glorioso gemido sale de sus labios. Engancho un dedo bajo sus bragas
de algodón, las hago a un lado y veo cómo queda al descubierto su
brillante coño. Mi polla se endurece y se me hace la boca agua al ver lo
mojada que está para mí.
Con el pulgar, rodeo suavemente su clítoris hinchado. El dulce aroma
de su excitación me llega a la nariz. La veo a través de los agujeros de la
máscara y contemplo su belleza en este momento. Su apetito crece con
cada pasada de mi pulgar alrededor de su sensible capullo.
―Mierda, Indie. Mira cuánto ansía tu cuerpo mi tacto. El tacto de un
monstruo ―susurro. Ella mira hacia abajo, con los ojos entrecerrados y
llenos de lujuria. Su mano agarra la máscara que cubre mi cara y la jala,
intentando quitármela―. No. ―Le arranco la mano de un tirón.
―Quiero verte ―suplica. Sorprendido por su afirmación, hago una
pausa. Que las mujeres me deseen no es nada nuevo, pero eso es antes
de que vean lo que hay debajo de la máscara que llevo. Al crecer, mi
verdadero rostro, mis cicatrices... se convirtieron en lo único que veía la
gente. Me juzgaban. Ridiculizado y descartado por mi aspecto exterior.
Feo. Asqueroso. Un monstruo.
Eso es lo que soy y siempre seré para las mujeres.
Mi propia mamá sabía que yo era un monstruo.
―Ni siquiera tú te quedarías si vieras la cara que hay debajo de la
máscara. ―digo titubeando―. Y no te culparía. ―susurro contra su
muslo. Con cuidado, me subo la máscara por la cara, ocultándome de su
vista, antes de pasar lentamente mi lengua por su coño. Su dulzura
cubre mi lengua y ella se estremece con el contacto. Ahora que la he
probado, me doy cuenta de lo peligroso que era apartarla de mí.
Una probada de ella nunca será suficiente.
Pero tendrá que ser así.
Sus manos se dirigen a la máscara que tengo sobre la cabeza y, por un
segundo, me quedo inmóvil. Temo que su insistencia haga que intente
quitármela de nuevo, pero no lo hace. En lugar de eso, desliza las manos
por debajo de la máscara y me pasa los dedos por el cabello mientras me
acerca la cabeza. Al principio, me detengo, esperando el retroceso
natural que se produce cuando alguien me toca, pero nunca llega. Su
tacto no es como el de El Hombre. No. Está lleno de pasión, de lujuria, y
le doy la bienvenida.
Mierda, lo quiero.
―Glotona ―gruño mientras deslizo mi lengua caliente en su interior.
Ella se agarra con fuerza a mi cabello y gime.
―Oh, Dios, sí, por favor. Justo ahí ―grita. La música del DJ sigue
retumbando y ahoga fácilmente el sonido de su placer, pero una parte
de mí quiere que la gente la oiga. Que sepan que sí, que la he tomado, y
que sí, que es mía. Retiro la lengua, agarro con fuerza sus muslos y
cierro la boca sobre su clítoris, succionando el sensible capullo entre mis
labios.
Ella se estremece y se retuerce entre mis garras. Sus manos me jalan
más profundamente. Me suplica que atienda el dolor que siente. La
excitación gotea de su coño y me cubre la cara, pero sorbo cada gota de
su dulce jugo. Pensar que casi se deja probar, saborear por Johnny. Solo
pensarlo me enfurece. Es demasiado buena para ellos. Demonios, es
demasiado buena para mí.
Las chicas como ella son fruta prohibida para monstruos como yo.
Permitirme probar su dulzura es fácilmente el mayor pecado que he
cometido, pero pasaría felizmente la eternidad en el infierno si cada día
de mi vida pudiera pasarlo recubriendo mi lengua con ella.
He pasado años sin tocar ni ser tocado por una mujer.
Por cualquiera.
Nunca lo necesité, pero en cuanto vi a Indie, el monstruo que había en
mí lo supo. Supe que estaba condenado. Ahora, ella me tiene de rodillas,
rezando para que el diablo no me lleve. No hasta que haya terminado mi
última comida.
―Lux ―gime suavemente. Mi nombre en sus labios es impío y
jodidamente sereno―. Por favor, necesito que me hagas correrme ―me
suplica con los labios hinchados.
Sonrío contra su coño. La recorro con la lengua mientras sorbo cada
gota que tan amablemente me regala. Mi polla palpita, suplicando ser
liberada, y sentir su estrechez envolviéndola. Lo necesito todo para no
enterrarme hasta las pelotas dentro de ella, arruinándola para cualquier
otro, especialmente sabiendo que le confirmaría a los cirkies a quién
pertenece.
Pero no puedo.
Todo lo que puedo hacer es darle lo que vino a buscar y enviarla a
casa.
Esta noche, ella está en el centro del ring. El acto principal, y verla
llegar a ese pico de placer, con mi lengua entre sus muslos, será para
siempre mi espectáculo principal, incluso si nunca puede suceder de
nuevo.
―Justo ahí. ¡Dios, sí!
Está jodidamente cerca, y yo sé exactamente lo que necesita para
encontrar por fin esa liberación que su cuerpo ansía tan
desesperadamente. Despacio, meto la mano en el bolsillo y saco mi viejo
encendedor zippo.
―Sí. Mierda. Así, justo ahí ―gime mientras aprieta su coño contra mi
cara. Sus dedos se enroscan más en mi cabello mientras me atrae hacia
donde me necesita.
Abro el encendedor, prendo la chispa y lo acerco unos centímetros a la
piel perfecta de la cara interna de su muslo. Al principio, no se da
cuenta, pero en cuanto la llama parpadeante le besa la piel, grita,
encontrando por fin el límite que necesitaba.
―¡Dios! ―grita. Su cuerpo tiembla cuando el orgasmo la sacude. Su
respiración se acelera con los latidos de su corazón y los dedos de sus
pies se doblan sobre sus tacones negros de tiras mientras la ola de placer
la golpea. Chupo y lamo hasta la última gota, negándome a desperdiciar
ni la más mínima.
―Eso es, Indie ―susurro contra su coño. Mi tono es ronco y carnal.
Antes me había equivocado. Pensaba que era lo más hermoso que había
visto nunca, pero verla dejarse llevar, verla encontrar la liberación que
necesitaba, supera cualquier cosa que haya presenciado antes.
Cierro el encendedor y lo vuelvo a guardar en mi bolsillo antes de
ayudarla a bajar la pierna temblorosa. Su piel está pintada con un fino
brillo de sudor y enrojecida con hermosas manchas rosadas. Me vuelvo
a poner la máscara sobre la cara, ocultando mis cicatrices, antes de
levantarme. La veo y le quito de la cara unos mechones de rizos
sudorosos y se los pongo detrás de las orejas. Su pecho sube y baja
rápidamente mientras intenta recuperar el aliento. Aunque tiene los ojos
cerrados, sonríe.
―Eso fue... ―balbucea, antes de abrir los ojos.
―Para eso has venido ―le respondo. Agarro con fuerza los extremos
de su falda de mezclilla y la jalo hacia abajo―. Es hora de que te vayas.
―Sus ojos se abren de golpe.
―Disculpa, ¿qué? ―responde ella.
―Te dije que ya tienes lo que has venido a buscar, y ahora es el
momento de que te vayas. Ya te lo dije, las chicas como tú no pertenecen
aquí ―le explico, empujándola a través de la solapa de la tienda y al aire
de la noche. Una vez fuera, le hago señas a un par de cirkies que trabajan
en seguridad para mí.
»Sáquenla de aquí y asegúrense de que no vuelva ―les digo. Los ojos
de Indie se llenan de una mezcla de confusión y rabia.
―¿Eso es todo entonces? ¿Vas a comerme el coño y sacarme como si
nunca hubiera pasado? ―Sonrío. Mierda, es una luchadora, y eso solo lo
hace más difícil, pero sé que estar cerca de mí, cerca del Cirque Du
Désir, no es más que un peligro para ella. Además, ni siquiera una chica
como Indie me querría si viera el monstruo que se esconde tras la
máscara.
―Tú y yo siempre sabremos lo que pasó esta noche, pero lo que pasa
en el Cirque Du Désir, se queda en el Cirque Du Désir. Además, ya
cobraste tu entrada y algo más, deberías irte como una clienta satisfecha
―sonrío, sacando mi cajetilla de cigarro―. Sáquenla de aquí ―repito.
Uno de ellos la agarra con fuerza del brazo y empieza a arrastrarla hacia
atrás. Sus ojos se clavan en los míos y, aunque no pronuncia una sola
palabra, con esa mirada sé que no será la última vez que veré a la
maldita Indira Conners.
VII
La noche fue una noche que nunca olvidaré. De pie bajo la humeante
ducha caliente en casa, mi cabeza está llena de un carrusel de las cosas
que presencié, repitiéndose en mi cabeza en un bucle sin fin. Una y otra
vez. Mientras me paso la esponja enjabonada por el cuerpo, aún puedo
sentir el fantasma de sus caricias. El ardor entre los muslos me escuece al
contacto y aún me duele el coño. Cada pequeño rincón de mi piel, donde
sus dedos enguantados tocaron, lleva impreso para siempre el recuerdo
de él y de a quién pertenezco. No sé qué tiene, ni por qué cuando está
cerca me convierto en una persona diferente.
Una persona más oscura.
Pero después de lo de anoche, ya no hay vuelta atrás. Lux es la
encarnación de mi pesadilla, y no quiero despertar nunca.
Cuando termino de enjuagarme el cuerpo, cierro el grifo, tomo la
toalla de la percha que hay fuera de la ducha y me la enrollo alrededor
del cuerpo antes de salir. El espejo está cubierto de una gruesa capa de
condensación y paso la mano por él. Bueno, incluso después de
ducharme me veo golpeada, pero dos horas de sueño hacen eso.
Sonidos de cosas estrellándose vienen de la cocina. Genial. Pongo los
ojos en blanco mientras los ruidos continúan. Está claro que papá está
despierto y de mal humor. Típico. Salgo rápidamente del cuarto de baño
anexo a mi habitación y me dirijo a la cómoda para sacar algo de ropa.
Un conjunto negro de encaje y sujetador, unos leggins negros y, como
sin duda me pasaré el día fregando alfombras y limpiando, una de las
viejas camisetas de banda de mamá. Es una de las únicas cosas que pude
conservar de ella. Todo lo de valor real lo vendió papá después de su
funeral para mantener su nueva adicción a la bebida.
Me pongo la ropa y me froto el cabello con la toalla para absorber el
agua sobrante antes de colgarla de la puerta del baño y dirigirme a la
cocina.
Me quedo boquiabierta al doblar la esquina. Papá está de pie con las
manos apoyadas en la pequeña mesa de la cocina. Me da la espalda y
respira agitadamente. Ha sacado botellas y platos de los armarios y los
ha tirado por el suelo. La puerta del refrigerador cuelga de una bisagra y
hay comida tirada por toda la habitación.
―¿Qué demonios es esta mierda? ―grito dirigiendo mi atención a mi
papá. Se gira para verme y, al principio, ni siquiera reconozco al hombre
que me devuelve la mirada. En su cara está grabada una rabia que nunca
había visto en él. Su pecho sube y baja en lentas respiraciones
entrecortadas.
―Oh, ¿te desperté? Lo siento, debí olvidar que estuviste fuera toda la
puta noche... ―escupe agresivamente.
―Wow, okey. ¿Desde cuándo importa si estoy fuera toda la noche? Y
no me despertaste, me estaba duchando...
―Ducharte ―se burla―, porque quitarte ese olor a puta es más
importante que arreglar la casa, ¿no?
Atónita por sus palabras, me agarro al mostrador para estabilizarme.
―¿Disculpa? ¿Olor a puta?
―Eres igual que ella ―responde, dando un paso hacia mí―. Crees
que soy estúpido, que no sé que estuviste fuera toda la noche con un
puto hombre.
―¿De qué estás hablando? Creo que todavía estás borracho, papá.
―Tiene que seguir borracho. Nada de lo que dice tiene sentido.
Se ríe:
―Sí, tu mamá estaba justo donde estás ahora, y me mintió sobre su
otro lado también.
―¿Su otro lado? Mamá te amaba. Nunca te habría hecho eso, y
aunque lo hubiera hecho, ¿qué demonios tiene que ver conmigo?
―¡Me vas a dejar igual que ella!
―¡Mamá no te dejó! Murió. ―Me quejo.
―Oh, sí que murió ―responde, llevándose una cerveza a los labios
mientras bebe un sorbo―. Me aseguré de que si yo no podía tenerla,
nadie pudiera, y menos una escoria con la que trabajaba.
Mis ojos se abren de par en par al asimilar sus palabras. ¿Él mató a mi
mamá? No. Ella murió en un accidente de auto. Fue un accidente. ¿Fue un
accidente?
―¡Estás lleno de mierda! ―grito, le quito la botella de las manos y la
hago pedazos en el suelo con las demás. Él gruñe―. Mamá nunca te
habría hecho eso. Ella te quería. No te iba a dejar, fue a la tienda y su
muerte fue un accidente. ―Mi voz se convierte en sollozos al verme
obligada a revivir su muerte y el dolor que me produjo―. Fue un
horrible accidente. Eso fue todo.
―Claro ―se burla―. Un horrible accidente que planeé, ella iba a
dejarme. Solo que aún no te lo había dicho. Todo lo que necesité fue un
recorte de sus líneas de freno para asegurarme de que nunca lo hiciera.
―Estás mintiendo.
―¿Lo hago? ―Se agacha, agarra el cuello de una de las botellas rotas
del suelo y se acerca a mí. Me empuja contra la encimera con el brazo,
haciéndome perder el equilibrio. Antes de que pueda estabilizarme, me
pone la mano en el cuello y me inmoviliza la cabeza contra el armario
superior que corre a lo largo de la pared. El impacto de mi cabeza contra
la madera me duele y la habitación parece girar a mi alrededor.
»Que me condenen si vas a acabar siendo otra puta como ella. Nunca
dejaré que me dejes ―me dice. Por el rabillo del ojo veo su cara. No hay
ni una pizca de culpa en sus ojos oscuros y, por primera vez en mi vida,
le tengo miedo. Miedo del único hombre que se suponía que siempre me
mantendría a salvo.
Su cabello sal y pimienta cuelga sobre sus enfurecidos ojos azules
mientras levanta la botella de cerveza hacia mi cara.
―Nadie te querrá cuando acabe contigo.
―¡Papá! ―grito al darme cuenta de su plan―. Por favor. Nunca me
iré, te lo prometo. ―Presa del pánico, me tiemblan los labios mientras
lucho por liberarme de su agarre. La falta de sueño de la noche anterior
y mis músculos ya adoloridos lo hacen imposible. Es más grande que yo.
Más fuerte.
―Sé que no lo harás, niña. Lo sé ―susurra, antes de darme un suave
beso en la frente. Mi pánico se disipa y mis ojos se cierran con alivio.
No va a hacerlo.
No lo hará. Entonces siento el frío escozor del cristal al atravesar mi
mejilla manchada de lágrimas.
Mis ojos se abren de golpe cuando unos gritos desgarradores llenan la
pequeña cocina y resuenan en las paredes que nos rodean. Papá me pasa
la botella dentada por la cara. Tallándome la cara como si fuera una
calabaza. Puedo sentir el calor de mi sangre mientras se derrama por mi
cara, goteando de mi barbilla.
―Eso es, niña. Ya casi está ―susurra con su aliento perfumado de
cerveza contra mi cara―. Casi listo.
La bilis sube por mi garganta amenazando con hacer su aparición.
Hace una breve pausa para inspeccionar su trabajo. Aunque me sujeta
con firmeza, aprovecho la oportunidad para empujarlo, para
contraatacar. Levanto la pierna y le doy un rodillazo en las pelotas,
tomándolo desprevenido. Me suelta el cuello y uso mis últimas fuerzas
para empujarlo. La botella cae al suelo y él se tambalea hacia atrás.
―¡Qué demonios! ―Resbala sobre los cristales rotos esparcidos por el
suelo de la cocina y cae, se golpea la cabeza contra la mesa al caer y me
quedo paralizada. Todavía me gotea sangre por la herida de la cara. Me
tiembla todo el cuerpo. Una mezcla de conmoción, miedo e incredulidad
se abre paso a través de mí mientras veo cómo la sangre empieza a
acumularse bajo su cabeza.
¿Está muerto?
¿Lo maté?
La bilis hace finalmente su aparición y me llevo las manos
temblorosas al estómago mientras vomito. Un millón de pensamientos
pasan por mi cabeza. Está muerto. Mi papá está muerto. Yo lo maté,
pero no es asesinato, ¿verdad? Es defensa propia.
Me estaba lastimando.
Cortándome.
Me llevo la mano a la mejilla y siseo al sentir el escozor. Me llevo la
mano a la cara y veo los dedos cubiertos de sangre carmesí.
Buzz. Buzz. Buzz.
Mi teléfono vibra en el bolsillo. Con las manos temblorosas, lo saco y
veo la foto de Claire en la pantalla.
Claire: Solo comprobando chica. No hemos sabido nada de ti desde que nos
fuimos.
Mierda.
Necesito irme. Necesito salir de aquí antes de que alguien vea lo que
hice.
Me dirijo rápidamente a mi dormitorio y tomo mi vieja bolsa de lona
negra de debajo de la cama. La abro y la lleno con todo lo que puedo
tomar. Ropa, artículos de aseo. Mi cargador y mi portátil. Recojo una
foto de mi mamá y mía del tocador y me detengo, mientras las cosas
horribles que mi papá dijo de ella llenan mi cabeza. No puede ser
verdad. Nada de eso. Aunque, ahora, después de ver lo violento que
puede llegar a ser, aunque fuera cierto, no la habría culpado por querer
irse. ¿Cómo podría hacerlo?
Meto la foto en mi bolsa de viaje junto con un par de objetos de mi
tocador. Mi reflejo en el espejo capta mi atención. Al principio, lo único
que veo es sangre. Sangre de un rojo carmesí brillante que me recorre la
mejilla y el cuello. Cierro los ojos, me trago el nudo que tengo en la
garganta y acerco lentamente la cara al espejo antes de abrirlos.
Se me llenan los ojos de lágrimas al ver lo que me ha hecho mi propio
papá. Un gran corte profundo está grabado en mi antes hermosa piel.
Desde la sien hasta la comisura de los labios.
Irregular. Fea.
Arruinada.
Me tapo la boca con la mano justo cuando un sollozo amenaza con
escapar de ella. No tengo tiempo para la autocompasión. Mi papá está
muerto y es culpa mía.
Tomo mi sudadera favorita del gancho de detrás de la puerta y me la
pongo por la cabeza con cuidado de no causarme más dolor. Me dirijo
rápidamente al baño, tomo mi cepillo de dientes y uso la toalla mojada
del cabello para intentar limpiarme la sangre que me cae por el cuello. Es
inútil y me doy por vencida, ya que la herida abierta sigue sangrando.
Guardo la toalla manchada de sangre en mi bolso y echo un último
vistazo a mi habitación.
Una habitación que una vez albergó tantos recuerdos felices, ahora
manchada para siempre con el recuerdo de los abusos de mi papá
cuando estaba borracho. Cierro la puerta tras de mí y avanzo por el
pasillo con cuidado de no ver hacia la cocina.
―Lo siento, mamá. No puedo quedarme aquí ―susurro, esperando
que donde quiera que esté, entienda por qué hice lo que hice y pueda
perdonarme por eso.
Tomo las llaves de la mesa junto a la puerta y me voy. Me duele. Dejar
atrás la casa que mi mamá tanto amaba, pero sé que ella no querría que
me quedara.
No queda nada bueno en esta casa. No para mí. Papá se aseguró de
eso.
Corro hacia el auto y tiro el bolso en el asiento del copiloto antes de
arrancarlo rápidamente. Con las manos ensangrentadas en el volante,
arranco. Sé enseguida a dónde voy, pero lo que no sé es por qué.
XIV