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Mis Me acuerdo

Me acuerdo de sus manos cuando tenía fiebre, las pasaba lento, me daba
calor.

Me acuerdo el diciembre que mi ex saltó la reja y mi mamá salió


gritando que era el puto ladrón de las luces otra vez.

Me acuerdo del caldo del guiso mientras hervía, me acercaba cuando la


abue dejaba la cocina, revolvía el arroz tomaba esa sopa y me quemaba
la lengua.

Me acuerdo el día de los fríjoles crudos, jugamos toda la mañana y


después a Yes le pegaron por no cocinar bien.

Me acuerdo de mi caída del muro a la cama, de las risas de ellas, de mi


rebote sin saber que yo era la bola de juego.

Me acuerdo de mi papá parado en la esquina del andén del cole


esperando a que yo entrara sola, me dejó ser la grande cuando tenía
cuatro años.

Me acuerdo cuando me despertaba a las once de la noche, me sacaba en


piyama de la casa a comer perros calientes.

Me acuerdo de las trenzas rompeojos que mi mamá nos hacía a las seis
de la mañana, mi llanto, soltar la trenza, el pelo estilo escoba vieja, el
llanto otra vez, mi mamá haciendo la trenza de nuevo.

Me acuerdo de mi abuela botando mis sopas a escondidas después de


horas de llanto y espera en los almuerzos.

Me acuerdo de la mesa del comedor color madera, simulación madera


clara, se despegaban las puntas y las patas despicadas eran una amenaza
si caían en un pie.
Me acuerdo de Dino, hermoso Dino, sus ojos, sus latidos, la cola
alborotada cuando escuchaba el carro de mi papá llegar.

Me acuerdo del primo Andrés, me cargaba, pensaba que era el hombre


más alto de mundo hasta que fui una adolescente y lo pasé.

Me acuerdo de los ojos de Pacho, el primo del que las más chiquis
vivíamos enamoradas.

Me acuerdo de las fiestas en la casa de la tía Mariela, de los pasos que


Yes nos enseñaba en el cuarto del fondo.

Me acuerdo del día que envolví en papel higiénico los insulsos que
habían dejado en la bandeja, doña Marina era la cocinera, la abuela de
mis sobrinos; mi mamá en modo meme de miquito con los ojos viendo a
otro lado.

Me acuerdo un domingo en la iglesia de la Jagua, mi cabello estilo


chamizo, mi hermana Yes tocándolo, me molesté, espanté su mano, oí su
risa y el humo llegó a mi nariz, mis cuatro pelos se quemaban.

Me acuerdo el día que vi a mi papá riéndose en medio de los carros del


terminal, la brisa de las seis de la tarde en Neiva, el momento en el que
se percató que lo veía, su carcajada y los ojos brillando, el abrazo que
nos dimos, el que hoy extraño.

Me acuerdo de Juan leyendo de corrido frente a todo el colegio, yo


sosteniendo el micrófono con ganas de llorar, el orgullo en mi sonrisa
nerviosa y la foto que alguien tomó.

Me acuerdo de la abuela contando la historia del ranputo y como las


patas le valieron para zafarse de satanás.
Me acuerdo de Eli y sus prohibiciones en el colegio para que la gente no
supiera que éramos hermanas.

Me acuerdo de los primeros quinientos pesos que mi papá me dio como


pago por lavar el carro y los zapatos de charol negro que me compré con
los ahorros.

Me acuerdo del primer día que lo escuché leer un poema que había
escrito para mí, del día que se despidió en el aeropuerto, de los miles de
kilómetros que hubo incluso cuando estábamos cerca.

Me acuerdo de las porcelanas de la abuela, de las veces que las rompí


mientras limpiaba el polvo, de mis piernas corriendo a buscar a Yes para
que me ayudara a pegarlas, del día que la abuela notaba las líneas de los
quiebres.

Me acuerdo de Peñas Blancas, de los domingos de río para quitarnos el


calor de la ciudad, del avío pal almuerzo en hojas de plátano.

Me acuerdo de las fotos de Eli despidiéndome, los pasos para registrar la


maleta, los imprevistos, escribirle a Mary, sentarme en la sala de espera,
el ruido del avión, hacer cuentas de las horas de viaje, escribirle que ya
merito, el naranja rechinante del cielo antes de las seis de la mañana
cuando por fin nos besamos con ganas en el taxi.

Me acuerdo del dibujo de elefante que mi mami hizo con un jardín y un


fondo curuba, de cómo forraba los cuadernos con papel contact, del
diseño de la carpeta de cartón más bella que tuve en el colegio.

Me acuerdo de mi paso por el grupo de porristas del colegio a los doce


años sin saber qué era un merengue.

Me acuerdo de hacer las pases con Emi antes que llegara mi mami,
minutos antes lo había lanzado de la cama, le prometía que no pasaría de
nuevo.
Me acuerdo del trancón entrando a Bogotá, Nico, Juan, Emi y yo viendo
a la negra pasar en el carro de los adultos haciendo cara de SOS.

Me acuerdo de mi mamá jugando Headbanz por primera vez, de la risa


con dolor de estómago moviendo las manos sin hacer ningún gesto.

Me acuerdo de MTV y los unplugged, de mi hermano y yo cantando a


todo grito en la sala de la casa.
Me acuerdo del día que murió Gabo, una semana santa en la que lloré
cuando aún no sabía que lo quería tanto, íbamos hacia el Putumayo, Os
se rio porque ni siquiera lo conocía. Quedé en silencio por varios
kilómetros.

Me acuerdo de la mona más mona de Caicedo y el día que se encontró


con el bailarín de la calle que entendió su baile y siguió los pasos
mientras se acercaba.

Me acuerdo del jueves que presentamos a Nicolás Guillén con músicos


profesionales sin pagar ni un solo peso, de Nata cantando, de Xime y su
periódico hecho a mano, de los rizos que ya no tengo, del cinco, del final
celebrando en El 23, de mi huida a llorar sin saber por qué.

Me acuerdo del vestido corto que usé para la primera fiesta de disfraces
del trabajo como profe.

Me acuerdo de Dragon Ball Z a las diez de la mañana, de las matadas


que me echaba para tener la casa limpia antes de esa hora y sentarme sin
culpa a ver el programa con mis hermanas y Emi.

Me acuerdo del dulce de guayaba que hacía la abuela en época de


cosecha, de las bolas que chispeaban el suelo y al que estuviera cerca, de
las ampollas que le podían hacer en la piel, de las quemadas que tuve en
la lengua por probar.
Me acuerdo de los ponqués hechos por mis papás en los cumpleaños, de
mi foto a los tres años mordiendo la torta antes de que la cortaran.

Me acuerdo de Emi queriendo ser bailarín y mi papá preguntando que si


se quería volver marica.

Me acuerdo de los momentos en los que termina una relación, del corte
brutal, del minuto en el que ya no se dice nada en el chat, de la noche de
horas incontables mientras corre agua en la cara por el amor que no será.

Me acuerdo del pulpo rosado con dibujo de cachos de diablo que mi


mamá me compró la semana pasada para que la ansiedad no destruya mi
cara.

Me acuerdo de las muñecas nuevas de mis hermanas que convertí en


primas de Anabelle.

Me acuerdo del día que se fue, del acojonamiento adentro de todos, del
silencio, sabíamos que nunca lo hacía, que no iba a volver.

Me acuerdo el día que se me ocurrió decirle que quería ser modelo,


todas se vuelven putas, ese mundo es jodido mijita.

Me acuerdo de la primera muerte de la familia, la tía Mariela, a mi mami


le dolería más que la muerte de la abuela.

Me acuerdo de la imagen roja chispeada de la muerte del abuelo.

Me acuerdo de la tía Estela angustiada porque el del bus me esperaba


mientras yo salía en toalla a decirle que ya merito estaba lista, pasaban
quince minutos y no salía.

Me acuerdo del atardecer morado en Buenos Aires mientras buscábamos


la banca de Mafalda pa’ la foto.
Me acuerdo de la jardinera de la escuela de la Jagua, de los cuadritos
rosados, el talle largo y las medias blancas hasta la rodilla.

Me acuerdo de las correteadas en el patio de la tía Estela, de la selva que


aún tiene, de los mangos y las culebras que se esconden por ahí.

Me acuerdo del olor a pan asado, de las almojábanas de queso que hacía
la abuela, del canasto para llevarlas al mercado, del horno de barro en el
patio, de la masa cortada en cruz para que creciera con la levadura.

Me acuerdo de la pared que había detrás del horno, tenía vidrios de


botellas verdes incrustados en el cemento para cuidarnos de los ladrones.
Me acuerdo de mis escaladas en los vidrios y el resbalón que me dejó
una cicatriz en la canilla.

Me acuerdo de mi papá poniéndome agua caliente de cabuya para sanar


las heridas, del aguántese, no sea floja. *

Me acuerdo de los abrazos que nos hemos dado al despedirnos, de los


minutos extensos con cada uno como si nos fuéramos del país por años,
de cuánto agradezco esa tradición hoy que hacen falta los que no
volverán.

Me acuerdo del día que fuimos y me probé vestidos de novia sin tener
idea del modelo que quería, del llanto de mis hermanas, del champán
que nos dieron al final, de la falta de emoción que habitaba mi pecho al
verme al espejo.

Me acuerdo del día que le dije a Mary que era como una hermana, de lo
agradecida con la vida por regalarme de nuevo una amiga.

Me acuerdo de las primeras clases con Nanda, de las mujeres que leí, de
ese grupo inicial de ocho con el que llevamos tres años contándonos lo
que pasa en cada país y en cada casa de diferentes ciudades de América.
Me acuerdo del primer poema que escribí, él dijo que se me daban bien,
le creí.

Me acuerdo de los libritos cortos de Peter Pan y Alicia en el País de las


Maravillas que leí muchas tardes de niña.

Me acuerdo de las veces que me quedaba cazando mariposas en las


veraneras de las casas grandes cerca de la escuela.

Me acuerdo de las veces que iba al gimnasio con ganas de llorar, la rabia
por mi falta de coordinación, por el dolor en las piernas como si fueran
puntillas y las ganas de lanzarle las pesas al que se me acercara.

Me acuerdo de Trisha, de lo bien que se sintió trabajar para ella por dos
semanas, como si me hubiera dado un respiro del tiempo de la rutina.

Me acuerdo el día que me dieron clases en La Nacho, primer trabajo en


el que no tuve que competir, Emi me esperaba afuera, me abrazó,
lloramos.

Me acuerdo de una noche que la enfermera vino a inyectar a la abuela,


mi cara de watafak cuando vi que a los ochenta y dos años no tenía una
sola estría.

Me acuerdo de las hojas en forma patevaca frente a la casa, lo hermosas


que me parecen y lo mucho que hay que barrer cuando hace brisa.

Me acuerdo de un lunes festivo caminando a la plaza de mercado con mi


mami, el piso mojado y las flores de mirto como nieve tierna en los
andenes de las casas.

Me acuerdo del olor de mango en la casa, las ollas llenas de amarillos


con manchas negras que recogíamos del patio.
Me acuerdo de los tamales los sábados en la mañana, mi eterna tarea de
limpiar las hojas de plátano con un trapo medio mojado.

Me acuerdo de Eli y su cara rojísima cuando terminaba de jugar basket


con sus amigas.

Me acuerdo de mis hermanas llevándome el desayuno al cole para que la


anemia no me desmayara en medio de clases.

Me acuerdo de rifar la merienda en el descanso del colegio porque mi


estómago no quería recibir comida.

Me acuerdo del día que me picaron las abejas, de cómo metí la mano
para arrancar una flor y tropecé el panal sin darme cuenta.

Me acuerdo de Cielo caminando sobre la carretera que daba al patio y


las veces que nos escondimos bajo el agua para que no nos viera en el
tanque cuando nos quedábamos solos.
Me acuerdo del dolor de oído el día de la primera comunión de mis
hermanas, de sus vestidos estoposos en un bus lleno de gente.

Me acuerdo del primer orgasmo en un motel.

Me acuerdo de la torta de chocolate de Mary y lo japi que me puse


cuando me comí dos trozos grandes después de ocho meses sin consumir
azúcar.

Me acuerdo de las presas de carne colgadas con la sangre goteando


sobre el blanco encementado de la fama de mi madre.

Me acuerdo de las canastas de pollo de cuero amarillo y carne rosada.

Me acuerdo de Emi llorando cuando se dio cuenta que le estaban dando


remedios de las palomas que eran sus mascotas.
Me acuerdo del olor a fruta verduras mezclado por la plaza de mercado
mientras comprábamos lo de la semana, el premio al final era un batido
de leche con mi mamá.

Me acuerdo de la bocina prolongada sobre la Calle Trece de Juan cuando


se me atravesó un bus y aún no era capaz de despegar las manos de la
posición inicial mientras manejaba.

Me acuerdo del día que entendí que ya no era casada, me senté a llorar
en las escaleras de un salón vacío en la universidad.

Me acuerdo de la entrevista para trabajar después de haberme graduado,


de mi sinceridad con la directora, del sí nos sirve, aquí aprenderá.

Me acuerdo del viaje a La Plata el año pasado en completo silencio el


día de navidad.

Me acuerdo de la noche que te confesé que me gustabas, hablamos hasta


las tres de la mañana.

Me acuerdo de las tardecitas en el café de don Armando, de las sillas que


se iban llenando alrededor de tres empanadas.

Me acuerdo del frío de la mañana en el campo.

Me acuerdo de las reuniones familiares entre las familias de los dos, las
ciento cincuenta personas que podían llegar a un almuerzo.

Me acuerdo del pastel que quedó de la fiesta de matrimonio, la lata de un


metro que nos duró una semana en la casa.

Me acuerdo de Nidia bailando afuera de la casa después de la fiesta de


bodas de mis papás.
Me acuerdo de la casa de la tía Mariela en diciembre, los primos, las
primas, los tíos, la abuela, los yernos, las tías, los hijos de las hijas en
brazos, las piernas bailando en la sala, las sillas con gente tomando
afuera de la casa.

Me acuerdo de las fiestas de quince de mis hermanas, ambas en la casa


de la tía Amparo, el guayabo al día siguiente.

Me acuerdo las líneas perfectas que hacía en clases de geometría en


quinto grado.

Me acuerdo de los asados en la casa de Clímaco, de las canastas de


cerveza, el guacamole y las parrillas cerca a la piscina.

Me acuerdo de las ampollas que me salieron en el pecho y la espalda el


día después del paseo de quinto grado, de mi mami curando el rojo
quemante de toda mi piel.

Me acuerdo de Nana llorando porque las gallinas la perseguían.

Me acuerdo de la caída de Emi del árbol de guayaba a los cuatro años,


del brazo partido y mi mami furiosa con la culpable.

Me acuerdo de los paseos de olla al río, el camión lleno de trastes, sillas


y gente.

Me acuerdo de las chanclas de la abuela arrastrando la mugre que traía


del patio cuando terminaba de barrerlo.

Me acuerdo del día que pensé que sabía nadar, del río Magdalena, de mi
mano chapoteando, del agua en mi nariz, del horror y la mano de mi
papá sacándome.

Me acuerdo de la tía Alicia y la tía Mery peleando porque el frío era


mejor que el calor y viceversa.
Me acuerdo de Os llegando a visitar antes de irse para el Chocó.

Me acuerdo de las risotadas en la casa de Nata un sábado en la noche.

Me acuerdo de las noches hablando de todo y de nada con Xime cuando


empezamos a vivir juntas.

Me acuerdo de las salidas a rumbear de la U cada viernes, de los cuentos


el día después, del dolor de cabeza, de cuánto se intensificaba si el
cuento era sobre mí.

Me acuerdo de mi primer viaje manejando sola, del cielo despejado, los


cultivos verdecitos al lado de la carretera, las horas entre desayuno y
cena, la llegada a visitar a mi mami, el regreso con el alma de mi pa.

Me acuerdo de Eli manejando y llorando después que lo habíamos


enterrado.

Me acuerdo la risa pegajosa de mi mamá cuando alguien le cuenta sus


anécdotas amorosas.

Me acuerdo de los desayunos hablando de los sueños que tenían la


noche anterior, de las cuentas que hacían para saber quién estaba
embarazada cuando era sobre huevos.

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