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La historia del sistema turbo se remonta a principios del siglo XX, cuando el ingeniero suizo
Alfred Büchi patentó la idea en 1905. Sin embargo, no fue hasta la década de 1960 que los
turbocompresores comenzaron a utilizarse en motores de automóviles de producción en
serie.
El sistema turbo se hizo popular debido a su capacidad para aumentar la potencia de los
motores sin necesidad de un aumento significativo en el tamaño o el peso del motor. Al
comprimir el aire que ingresa al motor, se puede introducir una mayor cantidad de oxígeno
en la cámara de combustión, lo que permite quemar más combustible y generar más
potencia.
Inicialmente, los motores con sistema turbo tenían la reputación de tener un retardo de
respuesta o "turbo lag", lo que significa que había un retraso perceptible entre el momento
en que el conductor presionaba el acelerador y cuando se producía la respuesta del motor.
Sin embargo, a lo largo de los años, se han realizado avances en el diseño y la tecnología
de los turbocompresores para reducir significativamente este retraso y mejorar la respuesta
del motor.