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Comisión:M03C
Cátedra: Dr. Diego A. Molea
Profesora: Dra. María Verónica Cantero
Ficha de estudio: Historia Argentina, parte II (Unidad XII)
Introducción
El proceso de formación del Estado
El proceso de formación de los Estados en Latinoamérica surgió entre 1850 y 1880, una construcción que
tuvo lugar en cada uno de los países de la región y se encuentra vinculado a lo sociohistórico de la formación
de los Estados nacionales en la que se fueron constituyendo hacia una organización definitiva, en unidades
políticas-territoriales. De esta manera, aportaran su diseño de integración territorial. En cuanto al Estado
argentino como heredero del Virreinato del Rio de la Plata, lo hará luego de sucesivas crisis en la que se irá
afianzando en su primera etapa como estado nacional.
Las sucesivas etapas, se irán dando a través de un curso prolongado de luchas internas que demoró la
conformación definitiva. Se trató de un periodo caracterizado por varias etapas que en su versión inicial ha
sido el proceso de la guerra por la independencia; el escenario de luchas civiles (tanto cruentas como
incruentas); el surgimiento de las provincias; la organización de hecho y de derecho de la Confederación.
En este contexto histórico el Constitucionalismo inorgánico fue la respuesta a la Liga del Interior, conocida
como unitaria. A través del tratado del 4 de enero de 1831 creó la Liga del Litoral, en la idea federal,
originariamente este convenio fue suscrito solo por tres provincias (Santa fe, Buenos Aires, Entre Ríos).
Así, el llamado Pacto Federal de 1831 es considerado el documento institucional más significativo y de
mayor vigencia desde 1.810 hasta la Constitución de 1853. Este acuerdo ha sido la base de la
Confederación Argentina y el sistema imperante durante más de veinte años. (Sagúes, Néstor Pedro:168).
Superado los aspectos mencionados, dará comienzo a la etapa de diseño de Estado en base a la
estructuración jurídica con la sanción de la Constitución Nacional de 1853. Un elemento clave de
documento unificado y sistemático y a la vez un instrumento jurídico para la organización fundamental del
Estado. También permitirá la estructuración de los poderes básicos de ese Estado y la delimitación de las
facultades, competencias y atribuciones, así como el reconocimiento de los derechos de la población de
dicha organización jurídica-política.
El concepto de Estado liberal surge con la Revolución Francesa, la noción configura que el Estado no debía
intervenir en las tareas de los particulares o la de imponer tributos parafiscales, tampoco la de restringir las
cláusulas contractuales. El liberalismo fue desarrollado originariamente por la burguesía europea, en los
siglos XVIII y XIX para poder justificar los cambios que se hallaban protagonizando, especialmente en
relación con las nuevas formas de producciones de bienes y con el ejercicio del poder en la sociedad.
Para aquellos liberales, un Estado moderno estaba integrado por individuos libres e iguales ante la ley, En
términos generales, los liberales defendían el respeto al individuo y la no intervención del Estado en la
economía (salvo para garantizar la libertad de ofrecer y de demandar bienes en el mercado). En el plano
político adherían al “estado de ‘derecho’’ -es decir, a las leyes que limitan el ejercicio del poder de los
gobernantes- y a la división de poderes. Esta corriente de pensamiento caracterizada por defender las
mayores cotas posibles de libertad individual, bajo las instituciones de gobierno surgió como doctrina política
cuando la ilustración logra conciliar la filosofía racionalista y el derecho natural.
El liberalismo inspiró las revoluciones burguesas que derrocaron el absolutismo combinando, como se puso
entonces de manifiesto, el individualismo con principios universales que son trasladable a toda la
humanidad. Así, las teorías de Montesquieu, Tocqueville o Madison, aplicadas por primera vez en Francia y
Estados Unidos, se han podido extender luego a regímenes democráticos.
La existencia de Estados, como forma de organización política, se remonta a varios siglos atrás. No obstante,
el proceso sociohistórico que representa la formalización de una autoridad permanente y pública en la
formación del Estado argentino supone una dimensión interactiva para la base necesaria de una
consolidación y de una organización política, las instituciones. A su vez, implica el diseño de un territorio
apto para la explotación de sus tierras como sustento de la integración dinámica al internacionalizarse el
sistema económico. Surge en paralelo a esta idea, los sectores dominantes en su relación con el Estado y
el ejército como institución centralizada en la consolidación del Estado-nación. En los Estados nacionales
se caracteriza por la existencia de un conjunto de instituciones, que configuran un sistema político, mediante
los cuales los gobernantes ejercen el poder político.
Tan pronto como el proceso de formación jurídica del Estado argentino y las mejores condiciones de
ubicación, como la articulación a partir de las materias primas, se presenta en el contexto de la nueva división
internacional económica En ese contexto, la relación entre los intereses económicos y el Estado permitió
una utilización de excedentes fiscales que fueron volcados a la modernización estatal y el fortalecimiento de
los poderes públicos, las instituciones, entre ellos, el aspecto jurídico, las milicias provinciales y las fuerzas
militares. En los años siguientes, con la “modernización” de la vida social surgió la generación de obras de
infraestructura como transportes, correos, aduanas y los servicios urbanos. Acto seguido, se fueron
conformando los modelos culturales en lo que refiere a la arquitectura, los teatros y las óperas representativa
del diseño europeo. Esta mirada, especialmente basado en esa idea, implicó la relación entre el Estado y
los intereses económicos dominantes y el surgimiento de sectores socioeconómicos encarnados por grupos
hegemónicos vinculados a las actividades extractivas o agropecuarias de alto valor internacional.
Modalidades que permitieron fijar pautas culturales y de modernización de las élites sociales en patrones
provenientes de Europa.
La clase dominante en nuestro país se hallaba conformada por los propietarios de las mejores tierras,
quienes, además, realizaban una variada gama de actividades, desde la agricultura y la ganadería hasta la
producción industrial y el manejo de las finanzas. La base del poder económico de estos grupos residía,
entonces, en el control conjunto de la propiedad de la tierra, las principales casas dedicadas a la exportación
e importación y los únicos bancos existente en el país. De este modo, la clase dominante concentró la mayor
parte de los recursos económicos. Los grupos económicos y políticos se hallaban por lo general integradas
por redes de familias constituidas, muchas veces, mediante alianzas matrimoniales. Estas participaban en
reuniones de las mismas asociaciones y en su mayoría acarreaban ostentación habitando grandes
mansiones construidas de acuerdo con los estilos arquitectónicos europeos.
A su vez, encontramos autores que expresan que: “(…) Este sistema de dominación, implicó que el Estado
nacional fuera una base determinante y consecuencia del proceso de expansión del capitalismo iniciado con
la internacionalización de las economías de la región. Lo consideran determinante en tanto que creó las
condiciones, facilitó los recursos y hasta promovió la constitución de los agentes sociales que favorecerían
el proceso de acumulación. Señalan que, en tanto a través de múltiples formas de intervención, se fue
diferenciando su control, afirmando su autoridad y, en última instancia conformando sus atributos (…) Esta
demostración, lo entienden por medio del proceso de centralización del poder y descentralización del
control. De este modo el Estado se fue afianzando con su aparato institucional y ensanchando sus bases
sociales de apoyo.” (Oszlak, Oscar; 1982: 1986).
En el siglo XIX, la visión estaba puesta en ‘’la fe en la ciencia’’ que pareció abarcarlo todo, considerándose
que con su intervención la humanidad tendería al progreso indefinido. El conocimiento basado en el
razonamiento, la observación y la experimentación, permitió importantes avances en la comprensión de los
fenómenos físicos y en la posibilidad de actuar sobre la naturaleza, ya sea para modificarla o para extraer
de ella nuevos recursos. La mayoría de los descubrimientos e investigaciones científicas fueron aplicadas a
la producción de bienes e impulsaron el desarrollo de las economías capitalistas. Las Ciencia y tecnología
fueron los pilares del crecimiento de las economías de países que, como Inglaterra y, posteriormente, Estado
Unidos, pasaron a ser predominante a escala mundial. La idea de un progreso sin limites de las sociedades
capitalistas constituyó la base del sistema denominado positivismo.
En síntesis
Durante el periodo histórico de la última parte del siglo XIX y los primeros años del XX, el país continuó la
transformación iniciada en la etapa de la organización nacional. El modelo, en la primera etapa, se
caracterizó por la existencia de una “’elite”’ a cargo de los asuntos del país con la dirección y continuidad de
la obra de gobierno en el que el presidente saliente ejercía una gran influencia en la designación de su
sucesor y esta modalidad, a su vez, combinaba con los demás factores políticos, económicos y personales
que intervenían en la elección. Conforme a estas asociaciones en las que se fueron definiendo los rasgos
característicos de un sector, en tal caso, el resultado derivaba en que las fuerzas políticas que surgían de
un nuevo gobierno por lo general continuaban con la colaboración de quienes habían actuado en el periodo
anterior.
En este proceso de formación del Estado y la conformación de agrupaciones políticas, la generación del 80
concretó las alianzas con la oposición del interior, realizó la ocupación de todo el territorio nacional con la
expansión geográfica y la organización institucional del país fomentando la educación, la agricultura, las
comunicaciones, los transportes, la inmigración y la incorporación de la argentina al mercado mundial como
proveedora de materias primas y compradora de manufacturas.
Era entonces la llegada de la inmigración masiva con la incorporación de grandes sectores europeos a la
vida social argentina modificando la fisonomía social del país. Más adelante, estos sectores darán paso a la
nueva generación, los hijos de inmigrantes, dotando la idea con derecho a participar en los asuntos públicos.
Según Romero, la inmigración masiva y el progreso económico que había fomentado la agricultura
remodelaron profundamente la sociedad argentina. El autor considera que en la primera etapa arribaron al
país 1,8 millones en la década de 1880 y se concentraron en las grandes ciudades en la construcción de
obras públicas y la remodelación urbana; más adelante al abrirse las posibilidades en la agricultura, se
trasladaron al campo para trabajar en la cosecha. Así, expresa que a finales del siglo XIX los arribados
superaban el millón.
En acotada síntesis podemos decir que la organización del Estado nacional se produjo bajo la corriente del
liberalismo positivista y, en términos sociales, de sectores de terratenientes y comerciales ligados por sus
intereses a la división internacional del trabajo, vinculadas con naciones como Inglaterra en pleno proceso
de expansión que llevaba necesariamente a nuestro país como productor de materias primas y a una
dependencia económica. Aparece, también, la constitución de un régimen liberal oligárquico y una
modernización no industrializada, cuyas formas constitucionales políticas, si bien “modernas y reformistas”,
fueron restrictivas a la representación y/o participacion popular.
Como conclusión podemos agregar que se desarrolló una etapa con circunstancias marcadamente
complejas, la Primera Guerra Mundial (1.914/1918) modificó todos los datos de la realidad de la época, entre
ellas, la economía, la sociedad y la política. Fueron circunstancias nuevas que debieron ser enfrentadas y
que no resultaba claro si el radicalismo tenía respuestas o estaba preparado para enfrentarlas. Las
condiciones sociales se fueron agravando, sumado a las dificultades del comercio exterior y de la retracción
de capitales, la guerra perjudicó las exportaciones que estaban asociadas a la comercialización de cereales.
En las ciudades se sintió la inflación y el retraso de salarios. Con un clima de conflictividad social latente se
constituyó para los gobernantes en un desafío y un problema a resolver.
Etapa de cambios
Con la Guerra Mundial se produce un quiebre total en la creencia de un progreso sin pausa.
En argentina en el marco político social, retomaremos a los orígenes de los partidos, hacia 1.890. No
obstante, el acceso de sus dirigentes al poder, a través del radicalismo recién se verifica en 1.916, como
consecuencia de la Ley Sáenz Peña.
A partir de 1.916 hasta 1930 el Partido Radical se mantuvo en el gobierno. El periodo de Hipólito Hirigoyen
(1916-1922) se caracterizó por hacer frente a una crisis de posguerra en momentos en que la Revolución
Rusa se expandía y hacia eco en todo el mundo. Se sucedieron los conflictos obreros que culminaron con
la ‘’semana trágica ‘de 1.919.
El representante del ‘’antipersonalismo’’ llegó al poder en 1.922 con Marcelo Torcuato de Alvear. Al poco
tiempo rompió con Hipólito Yrigoyen y buscó apoyo en los llamados grupos aristocráticos e inauguró un
gobierno de ‘’prosperidad, orden y progreso’’. Con el apoyo y la confianza despertada en el exterior atrajo
una importante corriente inmigratoria y el ingreso de capitales.
Una vez finalizado el gobierno de Alvear trajo de regreso al poder de Hipólito Hirigoyen. Tiempo seguido una
nueva crisis mundial de origen económico vinculada con el deterioro de la bolsa norteamericana. Trajo como
consecuencia una serie de inconvenientes que la gestión a cargo del gobierno no pudo contrarrestar. La
edad y la salud resentida favorecieron la crisis de 1.929-1.930 agravada por la falta de apoyo de los hombres
que lo rodeaban.
Las dictaduras
El término dictadura designa a los gobiernos establecidos, por lo general a partir de un golpe de Estado y
que se mantienen, fundamentalmente, mediante el uso de la fuerza. Los gobiernos dictatoriales se
caracterizan por una enorme concentración del poder, el que es ejercido sin límites legales. Las dictaduras
suelen desobedecer -si lo necesitan- las leyes que puedan permanecer vigentes, ya sea dictando otras
que contradigan las primeras o planteando excepciones para su cumplimiento. Mediante el accionar de
numerosas y potentes organizaciones legales o ilegales, la policía, las fuerzas armadas, o grupos armados
parapoliciales. En otras palabras, las dictaduras intentan disciplinar a la población del país y reducir la
capacidad de estos para oponerse a las decisiones de gobierno. A su vez, quienes integran las dictaduras
invocan permanentemente principios que consideran ‘’superiores’’ a las leyes y la Constitución (a la que
dejan de lado) como a los derechos de los ciudadanos y, por tanto, fuera de cualquier discusión. A través
de estos principios (paz, orden, nación, patria, etc.), los dictadores justifican todas sus acciones. (Voces y
silencios en América Latina, Capítulo 5: 298)
La agitación social y una severa crítica a la que se agregó con la actuación de sectores económicos, incluidas
las manifestaciones callejeras y la convulsión en el propio Congreso. Los cambios que siguieron a este clima
dieron lugar al primer régimen autoritario que procedió a desarticular el sistema político, llevada adelante
mediante una conspiración militar que tuvo como protagonista al general Félix Aramburu.
El golpe militar que tuvo lugar el 6 de setiembre derrocaría al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen.
Los movimientos de las tropas comenzaron el 6 de setiembre y avanzaron hacia el centro de la ciudad de
Buenos Aires, la movilización social era escasa. Sin encontrar resistencia, salvo casos aislados, el grupo de
militares llegó hasta la casa de gobierno dando como resultado su ocupación en la que, seguidamente, se
designó frente al país a un gobierno provisional encabezado por un general.
Ocurridos los hechos que tuvieron como consecuencia el golpe de estado de 1.930, pocos días después la
Corte Suprema de Justicia de la Nación emitió la llamada ‘’doctrina de los gobiernos de facto’’, tendientes
a convalidar los actos normativos de ocupantes, con la correlativa legitimación de autoridad de estos. Una
acordad que daría bases a los sucesivos reconocimientos a los gobernantes de facto ocupantes del poder
político. Es decir, comenzaba por admitir:
‘’que el gobierno provisional, emanado de la revolución triunfante, se encuentra en posesión de las fuerzas
militares y policiales necesarias para asegurar la paz y el orden de la nación y, por consiguiente, para
proteger la libertad, la vida y la propiedad de las personas, y ha declarado, además, en actos públicos, que
mantendrá la supremacía de la constitución y de las leyes del país, en el ejercicio del poder’’
A partir de lo cual aludiendo a ‘’la doctrina constitucional e internacional’’ y a sus consecuencias, reconoció
en cabeza de un gobierno de hecho y de sus funcionarios ‘’la posibilidad de realizar válidamente los actos
necesarios para el cumplimiento de los fines perseguidos por él, cualquiera que pueda ser el vicio o
deficiencia de sus nombramientos o de su elección’’ (Luis Niño, Dictadura y justicia, CSJN, Acordada del
10/09/1930: págs. 121 y 122)
En ese contexto, el gobierno de facto se erigió con la promesa de orden y seguridad, prohibiendo la actividad
política y sindical, procedió a intervenir las provincias y las universidades. En la conjunción de los factores
mencionados se desarrolló el proceso argentino dando comienzo a la llamada década del 30.
Consecuentemente, la actividad de los partidos ira siendo relegada y las dos fuerzas competidoras,
conservadores y radicales sufrirán el desprestigio provocado por el régimen militar.
Con la asunción del régimen autoritario, se desarticulaba una etapa importante de la vida política que se
había mantenido en vigencia durante setenta años por las organizaciones que se habían conformado de
forma peculiar, en que la sucesión de los distintos gobiernos, al principio por un sector oligárquico con sus
características propias, conservaba ciertas formas legales según el ordenamiento constitucional. La nueva
forma de deslegitimación política llevada adelante por el régimen instaurado en 1.930 avizoraba la limitación
de la actividad política, la declinación del funcionamiento de los partidos y de la praxis política que dieron su
origen. A su vez, la intervención del Estado en la economía se limitó en este periodo de crisis económica y
social, al resguardar con fondos públicos los intereses privados de grandes grupos económicos, en términos
de un manejo discrecional de los presupuestos por parte del gobierno de facto.
Hacia 1.932 se instaura el gobierno con el retorno de la Constitución de 1853/1860, la ley fundamental
permaneció vigente hasta junio de 1943. No obstante, se ha cuestionado la legitimidad constitucional del
régimen imperante, especialmente por las proscripciones y el fraude electoral. De ahí que ese periodo resulte
conocido con el rótulo de “década infame’’, sobre todo por el uso del término irónicamente denominado
“fraude patriótico’’. (Sagúes, Néstor Pedro:179)
Alrededor de este periodo una de las causas trascendentes fue el de las carnes, denunciado en el Congreso
a mediados de 1935 por el demócrata progresista Lisandro de La Torre, representante en el senado por
Santa Fe. A este representante se le atribuye como la figura encargada de llevar adelante la denuncia por
fraude y evasión impositiva a los frigoríficos Anglo, Armour y Swift. El debate en torno tuvo lugar durante la
sesión en la que aportó pruebas que comprometían directamente a dos ministros de Justo: Federico Pinedo,
de Economía, y Luis Dahau, de Hacienda. La evidencia de la época suponía indicar, según la versión
histórica, el trato preferencial que recibían estos frigoríficos extranjeros, ya que se consideraba que
prácticamente no pagaban impuestos y a las que nunca habían recibido inspección impositiva por parte del
Estado. Este modelo que otorgaba privilegios a estos sectores, lo hacían en detrimento de pequeños y
medianos frigoríficos nacionales que eran abrumados por continuas visitas de inspectores impositivos. La
conjunción de los integrantes que denunciaron en el Congreso las situaciones mencionadas concluyó con
la muerte de uno de los miembros del senado.
Aunque no faltaron las luchas por tendencias autonómicas, en diversas oportunidades las dictaduras
militares interrumpieron el desarrollo institucional. Estos regímenes son también conocidos con el término
burocráticos autoritarios o, directamente dictaduras militares. En estas formas de asumir el poder, cabe
mencionar que, en la Argentina, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi, Arturo Illia e Isabel
Martínez de Perón sufrieron golpes de las Fuerzas Armadas, en ocasiones, con respaldo civil, grupos de
poder y sectores religiosos. Se agrega la Corte Suprema de 1930 con la doctrina que otorgó respaldo a la
caída de Hipólito Yrigoyen mediante una Acordada por la cual legalizó esta forma de procedimientos
arbitraria y sentó precedente, y que aún se estudia en la facultad de derecho. Consideró que la dictadura de
José Félix Uriburu era legítima a raíz de que implicaba la continuidad jurídica del Estado.
La Constitución de 1949
Muchas de las transformaciones que el peronismo venia planteando a la sociedad quedaron plasmadas en
la nueva Constitución dictada en el año 1.949. En ella se estableció un conjunto de derechos sociales (salario
mínimo, vacaciones pagas, aguinaldo, etc.,). En lo institucional, la Constitución habilitaba al presidente en
ejercicio a presentarse a elecciones para un nuevo mandato consecutivo e incorporaba el voto femenino
hasta ese entonces habilitado en la provincia de San Juan. También, el texto constitucional otorgaba al
Poder Ejecutivo el derecho de declarar, frente a situaciones interna, el ‘’estado de alarma’’, por medio del
cual quedaban suspendidos todos los derechos individuales. (Voces y silencios en América Latina, Capítulo
5: 343)
La Constitución de 1949 fue convocada por la Ley 13.233, la Convención Constituyente sesionó en Buenos
aires desde el 24 de enero hasta el 16 de marzo y los términos de la convocatoria fueron amplios, es decir
sin topes normativos.
En concreto se introdujo una gran cantidad de enmiendas parciales al texto de 1853-1860, pero finalmente
se aprobó un “texto ordenado” de la Constitución Nacional. En suma, la Convención Constituyente de 1949
diagramó una nueva Constitución, inspirada en la concepción ideológica distinta de la precedente, esto es,
en la visión social del justicialismo. La que sería popularmente conocida como “la Constitución peronista”.
En el nuevo texto figuró: la constitucionalización del habeas corpus, la inserción de los conceptos de justicia
social y la función social de la propiedad; los derechos del trabajador; de la familia y de la ancianidad; la
educación y cultura; la prestación de los servicios públicos por parte del Estado y la propiedad de los
minerales, caídas de agua, yacimientos de petróleo y fuentes de energía; el desconocimiento de las
organizaciones que sustenten principios contrarios a las libertades constitucionales o al sistema
democrático, etcétera.
En el ámbito orgánico: estableció la elección directa del presidente (hasta ese momento por Colegio
Electoral), la posibilidad de su reelección, la elección directa de los senadores; el jury de enjuiciamiento para
los magistrados inferiores de la Corte Suprema, etcétera. La Constitución de 1949 estuvo vigente durante 7
años, en 1956 fue derogada.
La posguerra
Luego de la Segunda Guerra Mundial, y como una imposición de los países vencedores a los vencidos, en
países europeos se experimentaron procesos de transición a la democracia. Una de las características de
tal situación, en cuanto a la democratización de los países europeos, el modelo referente en el marco de
una imposición de las potencias aliadas. Así, por un lado, las potencias vencedoras fueron las encargadas
de diseñar las democracias a construir y también los garantes económicos. Esta imposición no solo fue
pensada en la construcción democrática sino en la reconstrucción social producto de la guerra. Entre ellos,
se destaca el amplio aporte de capital, tanto en forma directa a través del Plan Marshall, como en forma
indirecta que se llevaron a cabo como con la condonación de deudas externas. De esta manera, la decisión
les permitió a esas sociedades construir democracias sociales, que respondía al llamado Estado de
bienestar que surgió como una manera de superar la Gran Depresión. El sistema supone que garantizó la
inclusión de numerosos grupos sociales y su consustanciación con los principios democráticos. Las medidas
llevadas adelante, hizo posible una época de prosperidad económica que permitió rápidas y altas tasas de
crecimiento económico que se tradujeron en beneficios a la hora de consolidar democracias estables y
consensuadas. La construcción de las democracias realizadas en la época, entre ellas puede señalarse
países como Italia, Japón y Alemania, consideradas en esta segunda y nueva connotación de
democratización.
En síntesis, el nuevo siglo trajo el problema de la cuestión social, lo cual provocó cambios sustanciales en
la estructura vigente. Diferentes doctrinas políticas fueron erosionando el sistema existente, entre ellos, el
socialismo, en sus múltiples versiones, el sindicalismo, el solidarismo, el social cristianismo, el marxismo,
los anarquismos, el corporativismo, etc. Su formulación reclamaba una nueva política económica diferente
del Estado liberal. Esto suponía una necesidad, según la premisa de Pierre Touchard, al plantear las recetas
de justicia social y de bienestar social con el fin de restaurar la libertad en las transacciones, atender
necesidades colectivas impostergables y afianzar una mayor igualdad de oportunidades. En suma, señala,
en otros términos, la elaboración de la noción de economía social de mercado”.
Otros autores como Barraza señalan que el Estado benefactor o intervencionista tiene sus comienzos en
1.917 con la sanción de la Constitución social de México, más adelante en Alemania con la Constitución de
Weimar de 1.919. A su vez, en nuestro país en 1.922 aparece el primer fallo en donde se pone límite a la
libertad contractual, la idea considera que el Estado debe intervenir y proteger al individuo cuando reconoce
el derecho de habitación como interés público y limita la libertad contractual. En ese orden, el Estado
benefactor interviene activamente procurando dar soluciones a la comunidad. (Fallos: 136:161 “Ercolano,
Agustín c. Lanteri de Renshaw; Julieta s/consignación’’ del 28 de abril de 1.922. (J. I. Barraza: 21)
La reforma del modelo clásico del Estado liberal -el pasaje de la sociedad agraria o tradicional a la sociedad
industrial- pretendió superar la crisis de legitimidad sin tener que abandonar la estructura jurídica-política. A
su vez, se caracterizó porque a la tradicional garantía de las libertades individuales, se unió el
reconocimiento y la difusión de ciertos servicios sociales que el Estado debe proveer. De tal modo, la de
garantizar ingresos mínimos, alimentación, salud, educación y vivienda a todos los ciudadanos como un
derecho político. Esta transformación del Estado implicó un aumento del gasto público como la proporción
del producto bruto nacional, el crecimiento y la complejización de las estructuras administrativas, entre ellos,
los organismos encargados de los servicios sociales, el empleo y las obras públicas. La formulación fue
concebida en la segunda posguerra mundial en la reconstrucción económica europea. No obstante, los
nuevos derechos y el Estado social han llegado a constitucionalizarse como sistema.
Sin embargo, durante los años setenta con la crisis derivada de los shocks petroleros, originados en la
decisión de los Estados productores de retener el producto hasta cuadruplicar su valor por el aumento de la
demanda, provocó una aceleración inflacionaria que redujo la capacidad financiera de los Estados
consumidores. A esta situación, cabe mencionar otras implicancias como la acentuación del envejecimiento
de las poblaciones que disminuyeron la cantidad de contribuyentes y aumentaron la de los receptores. En
consecuencia, la estrategia de servicios sociales y las políticas económicas sustentadas en la teoría
Keynesiana comenzaron su declinación. Paradójicamente, en esos años la Argentina se encontraba
económicamente estancada y desagregada socialmente en múltiples cuestiones producto de las políticas
domésticas y sin un horizonte de desarrollo claro (Malamud, Andrés: 91).
Para O’Donnell, la organización nacional del Estado argentino de las últimas décadas del siglo XIX fue una
etapa económica basada en el modelo agroexportador. Considera que a partir de la década del cuarenta
del siglo XX se inicia el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), una producción
industrial orientada hacia el mercado interno. Agrega que años más tarde, el modelo encontrará apoyo
intelectual en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas. En los términos
de un diseño que lograra consolidar una mayor intervención del Estado en la economía. Sin embargo, el
modelo se agotó antes de lograr sus objetivos autárquicos y desarrollistas. Completa señalando, que como
en los demás países latinoamericanos, en nuestro país la crisis económica concluyó con gobiernos militares
caracterizados por la intervención estatal sobre la sociedad con el fin de reestructurarla y no simplemente
reequilibrarla. (O’Donnell 1982).
Los gobiernos de facto en nuestra historia
Los autores suelen describir estos regímenes con el concepto de autoritarismo que se impusieron en
Argentina en varios periodos de nuestra historia. Se trata de una creencia según la cual el poder público
debe ejercerse sin atender la aprobación que reciba por parte de los gobernados. De ahí que resulta
conocido por su aplicación del término a un sistema político sirva como sinónimo de “dictadura” o régimen
de facto. En tanto más para expresar su carácter no democrático, potencialmente arbitrario como represivo
de la organización y de la oposición política.
Los gobiernos de facto tienen su antecedente y el reconocimiento en la Acordada de la Corte Suprema
dictada en 1.930 A partir de allí irán irrumpiendo los gobiernos democráticos con la intervención de
regímenes militares a lo largo de la historia del país. La llamada “Revolución Libertadora” asumió en 1955
después de derrocar el gobierno de Perón, disolvió el Congreso Nacional, depuso a los miembros de la
Corte Suprema de Justicia. En esas circunstancias, un gobierno de facto se arrogaba facultad de “gobernar”,
acto seguido confirió al presidente del gobierno provisional las competencias legislativas que la Constitución
asignaba al Congreso. La atribución que adoptaba el Ejecutivo era ejercida mediante decretos-leyes. A este
acto irregular en la forma de ejercicio de poder, significó la suspensión parcial de la Constitución de 1949
que, en principio como lo señalamos, suponía que sería transitorio ya que el gobierno de facto se había
autoproclamado provisional.
Más tarde, el 27 de abril de 1956 el gobierno de facto “provisional’’ invocando “el ejercicio de sus poderes
revolucionarios”, declaró ‘’vigente la Constitución Nacional sancionada en 1853, con las reformas de 1860,
1866, 1898 y la exclusión de la Constitución de 1949”. A su vez, expresó que dicho gobierno ajustaría su
acción a la Constitución reimplementada por el régimen, ‘’en tanto y en cuanto no se oponga a los fines de
la “Revolución”. Estos enunciados lo fueron en las directivas básicas expresadas el 7 de setiembre de 1955,
y de acuerdo con las necesidades de la organización y la conservación del gobierno provisional”.
Como se ha demostrado, la proclama significó, por un lado, el ejercicio del poder constituyente originario por
el régimen militar, acto seguido, el régimen se manifestó tanto por la derogación de una constitución, como
por la resurrección de otra, pero no de modo total, sino parcial, dado que la vigencia de muchos de sus
tramos quedaba simultáneamente suspendida. La derogación de la Constitución de 1949 fue un acto
definitivo y novedoso, visto que, era la primera vez que un movimiento de facto llevaba adelante una acción
de tal naturaleza.
Estas maniobras llevadas adelante por el gobierno de facto hicieron posible que se invocara “los poderes
revolucionarios”, en cuanto al ejercicio de poderes preconstituyentes que la Constitución Nacional asigna al
Congreso en el artículo 30. En ese marco, incorporó el artículo 14 “nuevo”, comúnmente llamado art. 14 bis
y modificó en parte el art. 67, inc. 11, entre otros. La reforma estableció el reconocimiento de los derechos
laborales y sociales, ideológicamente vinculados con el estado social de derecho, como por la variación
ideológica que significaba.
También significó que la enmienda de 1957 haya sido criticada en su trámite, tanto por el hecho de no haber
sido convocado por el Congreso, en infracción al art. 30 de la Constitución, como por las proscripciones
políticas en la elección de los constituyentes (con la interdicción del partido mayoritario de entonces, el
justicialista). No obstante, las reformas introducidas han tenido vigencia posterior.
Con la asunción de las autoridades de iure, el 1 de mayo de 1958, a pesar de subsistir un régimen de
proscripciones electorales, la Constitución de 1853-1860 recuperó su vigencia, quedando concluida la
gestión del gobierno de facto que se autocalificó como provisional.
Más adelante, depuesto por un movimiento militar el presidente impulsor de la teoría desarrollistas Arturo
Frondizi (1958), hizo posible la asunción de Guido como titular del Poder Ejecutivo (1962). A este acto
irregular, en infracción al art 75 de la Constitución Nacional, se suma luego la disolución del Congres (decreto
9204/62), y la asunción por parte del Poder Ejecutivo de las facultades legislativas (decreto 9.747/62). A
partir de entonces, hasta el 12 de octubre de 1963, en que asumen las nuevas autoridades constitucionales,
diversos artículos de la Constitución Nacional quedaron suspendidos.
Con posterioridad, la autodenominada “Revolución argentina” (1966-1973), el gobierno de facto de la época
ejerció en varias ocasiones el poder constituyente. En cuanto a las normas “de facto”, la pieza del sistema
fue el “Acta de la Revolución Argentina”, dictada por la Junta Revolucionaria, que se formó con los tres
comandantes en jefe de las fuerzas armadas -el Poder Ejecutivo fue ejercido por la propia Junta-, órgano
que ocupó “el poder político y militar de la República”, asumida la gestión disolvió el Congreso y removió a
los miembros de la Corte Suprema. En cuanto a la estructura de poder, básicamente actuaban dos poderes:
el Ejecutivo, también con facultades legislativas y Judicial. El sistema era considerado de tipo autocrático ya
que asumían el gobierno sin límite de tiempo. A su vez, se confiaba el poder constituyente a las fuerzas
armadas mediante un sistema unitario, el gobierno central se arrogaba la tarea de proveer “’lo concerniente
a los gobiernos provinciales”.
Durante el periodo 1966-1973, al decir de los autores, el régimen militar tuvo, inicialmente, la decisión de
erigir un nuevo orden institucional, motivo por el cual la Constitución de 1853-1860 regia solo subsidiaria y
parcialmente (supone que tal vez 42 de sus 110 artículos, por así decirlo), por voluntad del sujeto
constituyente militar. No hubo en rigor de verdad, suspensión, sino sustitución por una nueva estructura
constitucional, dispersa e inorgánica.
En mayo de 1972, dictada por la Junta de comandantes en jefe “en ejercicio de los poderes revolucionarios”,
declaró necesaria la enmienda parcial de la Constitución. El 24 de agosto de 1972, la misma Junta, “en
ejercicio del poder constituyente”, sancionó el Estatuto, llamado “fundamental”, donde se reformaron varios
artículos de la parte orgánica de la Constitución de 1853-1860. Su vigencia fue relativa y quedó extinguida
el 31 de marzo de 1976 formalmente, ya que el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional, de
esa fecha, ni siquiera lo mencionó. Obviamente, las reglas del Estatuto no se aplicaban durante el régimen
militar, pues no había Congreso en funcionamiento, más bien estaban destinadas a regular el futuro gobierno
constitucional, teniendo en cuenta las correcciones del Estatuto.
Los historiadores de la época consideraron que las fuerzas militares, por los medios de que dispusieron,
ocuparon los gobiernos como consecuencia, en definitiva, de las fallas del sistema jurídico político, que, a
pesar de diversas experiencias vividas, no se había logrado estructurar el país con suficiente sustento para
lograr por lo menos un periodo con instituciones democráticas.
El 11 de marzo de 1973, después de casi más de 18 años de proscripciones, el pueblo argentino pudo
expresarse libremente en las urnas, poniendo fin al gobierno de facto, la autodenominada “Revolución
Argentina” inaugurada por el general Onganía. El 25 de mayo de 1973, asumieron las nuevas autoridades
constitucionales, Héctor J. Cámpora en el cargo de presidente y Solano Lima como vicepresidente, electas
sustancialmente según los mecanismos del “Estatuto Fundamental’’. Dicho Estatuto debió cohabitar con la
Constitución de 1853-1860. Esa concurrencia normativa no fue sencilla, dado que a veces el Estatuto tenía
supremacía sobre la Constitución y otras veces no. Durante ese periodo suponía que funcionaba según el
comportamiento de los operadores del poder, ya que en el gobierno convivía en su interior conflictivamente
distintos sectores ideológicos que se fueron incorporando a lo largo de la proscripción del peronismo. Varios
autores señalan, incluso que, en algunos casos con ideologías opuestas. En consecuencia, la Constitución
de 1853-1860 tuvo durante el periodo de gobierno electo la suspensión parcial.
El Proceso
El autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” (1.976-1983), se trató de un gobierno de facto
que se abatió sobre toda la sociedad argentina a partir del 24 de marzo de 1.976, con todos los elementos
que caracterizan a una dictadura, sumados a algunos rasgos que la diferenciaron de las que sufrió el país
en años anteriores.
Así, el 24 de marzo de 1976 se produjo un nuevo golpe de Estado denominado “Proceso de Reorganización
Nacional”, que se prolongó hasta el 10 de diciembre de 1983. El sistema político existente en el país se
encontraba en un momento crítico, la crisis económica, las luchas facciosas y la muerte cotidiana, la falta de
autenticidad del sistema político había tenido como consecuencia un vacío de poder, todo ello creó las
condiciones para que tal vacío fuera ocupado por las fuerzas armadas. El régimen autoritario previamente
desarticuló el sistema político para continuar con la represión sistemática, la prohibición del funcionamiento
de los partidos políticos como de todas las acciones vinculadas con la práctica política. Las intervenciones
decretadas estaban dadas por la ocupación de todo el espacio público por parte de las Fuerzas Armadas.
Las actuaciones se llevaban adelante a través de distintos instrumentos en la que trataron de terminar de
raíz con toda expresión social y sintetizando el sindical. El discurso utilizado estaba puesto en encausar la
indisciplina social y el desorden político. En esos términos dicho régimen maniobró un nivel de represión,
de desarticulación material y organizativa nunca visto.
El proceso atravesó varias etapas institucionales, los instrumentos utilizados fueron: a) la Proclama de los
tres comandante en Jefe de las fuerzas Armadas, del 24 de marzo de 1976, por la que asumen “el control
de la República”; b) el Acta para el Proceso de Reorganización Nacional, de la misma fecha, por la que los
tres comandantes forman la Junta Militar, que toma el poder político de la República, remueve al presidente
de la Nación, disuelve el Congreso y destituye -entre otros- a los miembros de la Corte Suprema; c) el Acta
fijaba el propósito y los objetivos básicos del Proceso de Reorganización Nacional, también del 24 de marzo
de 1976, y d) el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional, promulgado por la Junta Militar “en
ejercicio del poder constituyente”, publicado el 31 de marzo de ese año. Dicho Estatuto fue modificado varias
veces.
Conformada esta estructura de poder autoritario y arbitrario adoptó como órgano principal a la Junta Militar,
ente supremo, que aparte de funciones constituyentes tomó otras que la Constitución de 1853-1860
asignaba al presidente y al Congreso. El nuevo presidente asumió roles ejecutivo y legislativo, salvo los
asignados a la Junta (en la tarea legisferante o voluntad de dictar un ordenamiento de forma precipitada y
con poco fundamento). Este ente se encontraba acompañado por una Comisión de Asesoramiento
Legislativo (con el fin de “” modificar’’). En cuanto al Poder Judicial, se llevó adelante una política similar a
la ocurrida en el periodo 1963-1973. Del mismo modo se constituyó un sistema unitario y autoritario.
En otras palabras, los a cargo de la toma de decisión se organizaron en torno a reglas y competencias con
poder político mediante los mecanismos institucionales de la Junta Militar a través de un golpe de estado
que prometía restablecer el orden y asegurar el monopolio estatal de la fuerza. Las metáforas empleadas,
de aquel entonces, se caracterizaba por la enfermedad, el tumor que los integrantes de la junta debían
realizar extirpación por cirugía mayor. Un discurso del régimen durante ese periodo a partir de la cual
reflejaba la intención de los militares de “’eliminar de raíz el problema’’, que consideraban, en el que la
sociedad se encontraba inserta.
En esos términos, las fuerzas armadas colocaron todos los resortes del Estado a su servicio que hizo posible
una operación integral de represión y desarticulación material como organizativa proyectada por la
conducción de las tres armas. La planificación general y las acciones terrorista de Estado, incluso las tareas
de ejecución estuvieron a cargo de los más altos niveles de conducción de las fuerzas armadas y de los
oficiales superiores. Así, las ordenes derivaban de una cadena de jerarquía hasta llegar a los encargados
de la ejecución, los llamados “Grupos de Tarea’’ -integrados por oficiales, suboficiales, grupos policiales y
civiles con organización especifica-. Los operativos sistemáticos se dividían en cuatro momentos: el
secuestro, la tortura, la detención y la ejecución. Muchos de los detenidos morían en la tortura, otros
sobrevivientes eran detenidos en centros clandestinos de detención que funcionaban en esos años. Así lo
estableció la investigación realizada en 1984 por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, la
CONADEP, creada en la presidencia de Raúl Alfonsín, posteriormente la Justicia fue la encargada de llevar
adelante los juzgamientos a los militares en que se condenó a muchos de ellos.
Suele considerarse que luego de finalizada la guerra de Malvinas, la Junta Militar se vio forzada a dar una
respuesta pública, luego de la derrota sufrida frente a Gran Bretaña. Durante la transición se originó un
“renacimiento de la sociedad civil”, se pensó entonces en el resurgimiento de los partidos políticos y de los
movimientos políticos. No obstante, durante los primeros años no hubo caída del autoritarismo en todas sus
bases fundamentales. En cuanto a que las fuerzas armadas como un factor de poder y por su estructura
orgánica y jerárquica ligados a ciertos sectores que los habían apoyado contribuyeron a determinados
planteamientos. Es decir, no hubo una caída del autoritarismo en todas sus bases fundamentales, pero la
transición tampoco fue el producto de una negociación clara sino de una retirada desordenada de las
Fuerzas Armadas.
Para O’ Donnell se trató de una transición “por colapso”, en que el régimen, al derrumbarse, no puede forzar
pactos y en la que no se establecen o condicionan las políticas de derechos humanos y el programa
económico posteriores. No obstante, en teoría, había más posibilidades en el caso argentino que en otros
países de la región de llevar a cabo avances progresivos de la instalación de la democracia y el plano de
los derechos humanos.
La enorme crisis económica, motivada por la política de apertura económica, el proceso de
desindustrialización que esta ocasionó y las crecientes denuncias sobre la violación de los derechos
humanos caracterizaron a la dictadura hacia 1.982.
Los organismos de defensa de los derechos humanos se convirtieron en unos de los principales actores de
la lucha contra la dictadura militar. Si bien algunos de ellos existían desde la década del 30 como la Liga
Argentina por los Derechos del Hombre, el movimiento por los derechos humanos cobró mayor importancia
en la década de 1.970. En 1.975, durante el gobierno de Isabel Perón, se creó la Asamblea por los Derechos
Humanos -integrada por miembros de diversos partidos políticos y dirigentes sociales de diversas
ideologías- con el objeto de hacer frente a las violaciones a los derechos humanos que cometían algunos
miembros del gobierno.
A partir de iniciada la última dictadura y frente a las masivas detenciones, torturas y desapariciones de
personas, se conformó, en 1.976, la organización de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por razones
políticas y, un año después, la Asociación de Madres de Plaza de Mayo. Ambas, iniciaron su actividad
reclamando la aparición con vida de sus hijos desaparecidos y de sus nietos nacidos en cautiverio. Lo
hacían, y lo hacen aun hoy, todos los jueves en la plaza que les dio su nombre. (Voces y silencios en América
Latina, Capitulo 5: 381).
Pensar la democracia
Pensar la democracia significa reconocer la forma de ejercicio del poder, cuyo fin último consiste en
garantizar la libertad y la vigencia de un conjunto de derechos para todos los hombres y mujeres que integran
una sociedad, haciendo de ellos verdaderos ciudadanos. También significa, analizar tanto los principales
movimientos sociales que han impulsado la lucha por su construcción, como las situaciones en que han sido
amenazada y negada. Por último, pensar la democracia significa conocer cuales son, en el presente, las
condiciones que posibilitan participar de su construcción y su consolidación.
En las sociedades modernas resulta imposible que las decisiones sean tomadas por la totalidad de sus
miembros de un modo directo. Para solucionar este problema se han desarrollado formas de representación
de la voluntad de los ciudadanos, los cuales participan del gobierno a través de sus ‘’representantes’’
El concepto de representación política entonces se utiliza para señalar el mecanismo por medio del cual
determinadas personas ejercen el poder por delegación. En las democracias actuales, los representantes
pertenecen a partidos políticos y, una vez elegidos, su gestión puede y debe ser controlada por los
representados, quienes tiene la libertad para organizarse y hacer saber a los gobernantes sus puntos de
vista sobre diferentes cuestiones, la denominada opinión pública.
Un gobierno no resulta verdaderamente representativo si quienes son elegidos representantes -diputados,
senadores, etc.- no se comunican permanentemente con sus representados, conocen sus necesidades y
problemas y los tienen en cuenta a la hora de gobernar.
Los gobiernos democráticos son aquellos que se constituyen por medio de las elecciones en las que
participan, sin ningún tipo de presión, todos los miembros adultos de la sociedad, los que poseen derechos
de elegir y ser elegidos, a través de los partidos políticos. Asimismo, los gobiernos democráticos se
caracterizan por garantizar que los miembros de la sociedad dispongan y puedan ejercer un conjunto de
derechos y cumplan con determinado tipo de obligaciones, sin excepciones. Estos derechos y obligaciones,
por lo general, se hallan establecidos por medio de las leyes recogidos en constituciones, estatutos y
códigos. (Voces y silencios en América Latina, Capítulo 5: 294).
Ciudadanía y participación
La recuperación de las libertades públicas, luego de las últimas dictaduras, ha estimulado y posibilitado la
organización y la formulación de mayores demandas por parte de variados grupos. No obstante, frente a la
falta de soluciones a los problemas económicos por los que atraviesa un importante sector de la sociedad,
muchos dejan de ver el sistema democrático de gobierno como algo a ser defendido y profundizado. El
fortalecimiento de la democracia requiere, entonces, de la apertura y reconocimiento de nuevos canales de
participación ciudadana, y de la renovación del rol desempeñado hasta el presente por los partidos políticos.
En este sentido, en la actualidad adquieren un importante protagonismo los denominados movimientos
sociales, los que representan una nueva forma de organización de los intereses de determinados grupos y
aparecen como una posibilidad de recuperar la importancia de la política para la construcción de una
sociedad democrática.
Hacer política significa no solo participar en las elecciones de los gobernantes, sino, también,
comprometerse en la discusión y en el planteo de nuestros intereses frente a otros, los cuales pueden ser
coincidentes, diferentes y hasta opuestos. En este sentido, la política en una sociedad democrática (y los
conflictos con ella relacionados) debe ser valorada y ejercida por todos y en todos los ámbitos, puesto que
cuando esta no existe, solo reina el autoritarismo y la uniformidad. (Voces y silencios en América Latina,
Capitulo 5: 395)
El retorno a la democracia
El presidente Raúl Alfonsín, asumió el 10 de diciembre de 1983, en el país la economía se encontraba desde
1981 en estado de desgobierno, con una inflación desatada, deuda externa con vencimientos inmediato y
un Estado carente de recursos. En este contexto nació la democracia, limitada y amenazada por el poder
real, que se arrogaba el poder de veto de cualquier política económica y social que pueda lastimar apenas
su parte. No obstante, las circunstancias, la nueva gestión intentó resolver la crisis cíclica caracterizado por
la inestabilidad y una concepción en la falta de cultura política democrática. Se pensó entonces en lo político
cultural y en lo institucional del modelo presidencialista, teniendo en miras reformular las acciones políticas
y desarrollar el pluralismo ciudadano. La propuesta reformista partió de la necesidad de disminuir el fuerte
peso de las corporaciones en el Estado -sindicatos, fuerzas armadas, iglesia, entre otras-, que de acuerdo
con el diagnóstico de la administración de gobierno debilitaban el espacio de la política.
Para Romero durante este periodo de gobierno, el partido gobernante (Unión Cívica Radical) adoptó un
discurso democrático, que también estuvo presente en el lema de la campaña, la alocución hacía aparecer
a la oposición y sobre todo al sindicalismo como lo antiguo y lo no democrático. Considera que, en aquella
etapa, la Confederación General del Trabajo se encontraba en manos de dirigentes tradicionales y
desarrollaban una dura oposición con una serie de huelgas generales. Otros grupos, también incursionaron
contra cualquier intento de cambios en la economía. Expresa que, de todos modos, la gestión se orientó a
constituirse en una fuerza predominante y un estilo de gobierno del presidente bajo la premisa de armonizar
la sociedad dentro de un orden jurídico adecuado. La evidencia parece indicar la opción de llevar a cabo la
eliminación del autoritarismo que se encontraba anidado en las instituciones, tanto de manera simbólica
como real. En esa idea el enfoque de la gestión gobernante tenía en miras en llevar adelante objetivos
que otorgaran gran importancia a la política cultural y educativa de las instituciones. El autor señala que el
gobierno se encaminó en resolver el terrorismo de Estado sobre la estructura económico-social y los deseos
de constituir una sociedad más participativa promocionando el ejercicio de la libertad de expresión y de
opinión que habían sido largamente postergada.
Concluye que la fórmula se orientaba hacia un horizonte puesto en mayor pluralismo social y político, a
partir del rechazo de todo dogmatismo. De esta forma considera que se llevó adelante un programa de
alfabetización masiva con el fin de desarticular los mecanismos represivos que se hallaban en el sistema
escolar. En sus intentos, el gobierno se orientaba hacia la transformación del sistema educativo con la
finalidad de contar con medidas inmediatas que configuraran un Programa de Emergencia Educativa. Así,
a través del Programa se proponía la colaboración y la participación del docente, la comunidad educativa
y de la comunidad en general, a quienes se consideraban que determinarían el tipo de educación para la
sociedad de aquel momento. La propuesta educativa lo establecía, en sus objetivos, la Ley 23114/84 de
convocatoria al Congreso Pedagógico Nacional. Romero señala finalmente, tras la sanción de la Ley en
diciembre de 1985, se realizó la inauguración formal con la presencia del presidente Alfonsín el 4 de abril
de 1986 en el Teatro Cervantes. En lo que respecta al ámbito Universitario, los intelectuales y el nivel
científico retomaron su regreso al país después de la marginación que se había iniciado en 1966. Con el
retorno al país no solo se incorporaron a la vida académica, sino que muchos de ellos ingresaron en la
actividad política.
Para Adriana Puiggrós durante el periodo de gobierno de Raúl Alfonsín la sociedad vivió dos procesos
políticos de signo contrario que contenía mensajes pedagógicos trascendentes para el presente y el futuro:
uno estuvo dado por el juicio a los miembros de las Fuerzas Armadas que participaron de la represión y las
leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Los juicios fueron la expresión de la ética y el humanismo que
contiene la cultura argentina. Más adelante, las leyes que perdonaron el crimen expresaron la debilidad de
la voluntad política democrática que, presente durante toda la historia, no pudo ser erradicada por ninguna
pedagogía (Adriana Puiggrós: 182).
El presidente Alfonsín había desarrollado su campaña proclamando la defensa de los derechos humanos,
una vez en el gobierno se orientó hacia la condena de los militares y a poner en evidencia las atrocidades
cometidas durante la represión mediante las denuncias judiciales, los medios de comunicación y el informe
realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que fuera constituida
por el gobierno y presidida por el escritor Ernesto Sábato, la obra recopilaba los hechos con el título de
“Nunca Más”. Por otro lado, durante los años del Proceso las persecuciones, asesinatos y desapariciones,
también, llevaron a que familiares de las víctimas se organizaran para exigir “verdad y justicia”. Estos
movimientos orientados a producir cambios en el sistema político aplicando una lógica de acción con arreglo
a fines, llegaron a su mayor grado como las Madres de Plaza de Mayo, el Servicio de paz y Justicia o Adolfo
Pérez Esquivel (Premio Nobel de la Paz 1980), entre otras, durante todo ese periodo fue un destacado
activista que junto a las organizaciones por los derechos humanos estuvieron dirigidas a influir en las
decisiones de gobierno.
Con el fin de someter a juicios a los culpables se procedió a reformar el Código de Justicia Militar en la que
se estableció una primera instancia castrense y civil, se dispuso el enjuiciamiento a las juntas militares. Por
otra parte, la Obediencia Debida se encontraba en el Código de Justicia Militar, que más adelante Raúl
Alfonsín lo resaltó con preocupación al citar una entrevista que el entonces diputado Alfredo Palacios ya
había dicho que una obediencia de este tipo era incompatible con la democracia (Pigna, Felipe). El camino
apuntaba lo jurídico en cuanto la relación cívico-militar y un modo de separar lo correcto de lo ilegal y marcar
un quiebre a la tradición golpista. Desde esta perspectiva, las causas judiciales pasaron a los tribunales
civiles y comenzó el juicio público de los excomandantes. El proceso llegó a una situación casi extrema
para llevar adelante los juicios. A finales del año 1985 y poco después de que el gobierno ganara las
elecciones legislativas, se conoció el fallo que condenó a los excomandantes. La resolución expresaba las
responsabilidades a cada uno de ellos y que los hechos cometidos no fueron de guerra alguna que justificara
la conducta cometida. También, en aquel momento, se dispuso a dar continuación a la acción penal contra
los demás responsables de las operaciones.
En los marcos interpretativos de la Justicia se había certificado la conducta ilegitima de los jefes del Proceso,
logrando someter a los militares a la ley civil. A partir de estos juzgamientos la justicia continuó dando curso
a las múltiples denuncias contra las fuerzas de las distintas graduaciones, citándolos y encausándolos. Las
causas juzgadas por la sistemática persecución y asesinatos llevadas adelante por los regímenes militares
se llevaron adelante en un periodo marcado de conflictos en donde se trataba de transitar por un camino
marcado por avances y retrocesos, en medio de pedidos por parte de grupos de las fuerzas en que se llegara
a una reconsideración de la conducta del ejército. A su vez, durante ese lapso, los episodios de reclamos
eran llevados adelante en el contexto de levantamientos y amotinamientos militares.
Finalizando, suele considerarse que el primer gobierno democrático que asumió a partir de 1983 se
caracterizó por una etapa de transición cargada de crisis económica e inestabilidad como parte de una
cultura política marcada por la historia de episodios militares y gobiernos de facto. Podemos señalar que
durante lapsos prolongados (un cuarto del siglo XX), el poder del Estado se encontraba palmario por
gobiernos de facto en cuya gestión se habían adoptado una organización de estructura unitaria de poder
sustentados en decretos-leyes. Cabe agregar que las normas dictadas de esta estirpe luego continuaron
su vigencia durante los gobiernos de iure, se prolongaron sin derogarlas o modificarlas.
Las fuerzas armadas han actuado (pero inconstitucionalmente) como verdaderos factores de poder e
incluso han asumido el poder en varios periodos de nuestra historia, con el consiguiente impacto en la
mentalidad y en los hábitos de la sociedad argentina. De esta forma, la transición democrática aparecía
como una falta de vocación y con fuertes rasgos autoritarios anidados en variados sectores en la que había
que producir rupturas y generar nuevas estrategias políticas.
Hemos mencionado que el gobierno adoptó un discurso en los valores democrático y los derechos humanos,
además, apeló a la solidaridad internacional y la independencia de los Estados con la mirada puesta en una
reinserción en la comunidad internacional que había sido censurado y hasta aislado durante el periodo del
régimen militar. Esos criterios hicieron posible llevar adelante cuestiones pendientes con Chile por el Beagle
con la participacion popular en el arreglo de límites. El acuerdo se llevó a cabo mediante el laudo papal, que
los militares habían considerado inaceptable, pero sin atreverse a rechazarlo ante la representación del
Vaticano diluyendo la posibilidad de mantener vivo el militarismo, un conflicto que llevaría en 1978 al país al
borde de la guerra con Chile.
Para llevar adelante el Tratado de Paz, el Poder Ejecutivo dispuso por decreto 2272/84 al celebrar una
consulta popular optativa para la ciudadanía y no vinculante para los poderes públicos, en torno a la
propuesta papal. El plebiscito se realizó el 25 de noviembre de 1984 y sufragó en 70 % del electorado con
el amplio consenso de la población (aproximadamente el 80 % de los votantes) respondió en favor de la
solución pacífica. Se conoce como Tratado de Paz y Amistad entre la Argentina y Chile de 1984, el texto
que fuera firmado por ambos países determina “la solución completa y definitiva de las cuestiones a que él
se refiere” esto es la fijación de límite entre ambos países desde el Canal de Beagle hasta el Cabo de
Hornos. El Tratado de Paz y Amistad fue firmado en Roma el 29 de noviembre de 1984 por los ministros de
relaciones exteriores de Argentina y Chile, el 30 de diciembre de 1984 fue aprobado por la Cámara de
Diputados y el 15 de marzo de 1985 por el Senado de nuestro país.
Más adelante, continuaron los vientos de cambio vinculados al aspecto cultural que derivaron en la
aprobación de la ley de divorcio vincular, sancionada a principios de 1987.
Según lo expuesto, el periodo de transición democrática y más allá del esquema de restauración planteado,
el gobierno debió afrontar la falta de orientación cooperativa entre los actores políticos. En ese marco
disminuyó la posibilidad de reducir los condicionamientos internos y externos provenientes de la deuda
externa y las acciones residuales de la represión. Seguidamente el tratamiento de la deuda derivó en una
conflictividad alta y una debilidad de la política para hacer creíble al poder corporativo interno de los grupos
como al militar, sumado al grupo externo de los acreedores sobre la posibilidad de una orientación
económica.
De esta manera, se fueron sucediendo contradicciones económicas que hizo posible el agravamiento a partir
del cual se produjo una dislocación de amplias franjas sociales por la progresiva declinación del nivel de
vida como consecuencia del estancamiento económico junto a la alta inflación. Este conflicto develó un
imposibilísimo gubernamental y la demanda social presentaba síntomas de creciente escisión entre la esfera
de la política y lo social. Las consecuencias derivaron en posibles interrogantes que progresivamente llevó
hacia una transferencia del voto y el desencanto de amplios sectores de la población ante el nuevo fracaso
del esquema político.
A su vez, los interrogantes acerca de cómo era definida la democracia se fue transformando en una
incertidumbre más amplia, sobre la misma supervivencia y que su derivación se expresara dramáticamente
en las explosiones sociales. Ante la emergencia, situación de alta inflación más recesión unida a la presión
de grupos económicos por mayores cuotas de poder, los acontecimientos convergieron y terminaron
eclosionando a fines de los ochenta con el adelantamiento traumático de la entrega del poder.
Durante finales de la década de los ochenta se produjo la alternativa de gobierno en un marco de singular
incertidumbre y crisis económica desatada. La opción del gobierno entrante fue en favor de un ajuste
ortodoxo enmarcado en un difícil contexto de adelantamiento del poder e hiperinflación. Cuando el
presidente Carlos S. Menem fue electo y asumió en 1.989 denotó un claro contraste con la tradición de su
partido ya que, en vez de redefinir los intereses del establishment se alió a estos, con la intención y la
búsqueda de su confianza. En rigor de verdad, el nuevo estilo de gobierno contrastó con la anterior
orientación a lo institucional, optándose por la incorporación al gobierno de los factores de poder.
En otras palabras, la transición democrática y en particular, el gobierno saliente había centralizado la
problemática en lo político-cultural y en la gobernabilidad, formulando constituir una relación Estado-
economía y en la problemática de la estabilidad como en la de los condicionamientos económicos internos
y externos.
Cronología de sucesos políticos ocurridos en Argentina (sucesión temporal de procesos democráticos y su
interrupción).
1.912 Sanción de la Ley Sáenz Peña (sufragio universal
masculino, secreto y obligatorio
1.916-1.922 Elecciones y presidencia de Hipólito Yrigoyen
1.922-1.928 Elecciones y presidencia de Marcelo T. de Alvear
1.928-1.930 Elecciones y presidencia de Hipólito Yrigoyen
1.930-1.932 Golpe de Estado y gobierno de facto del General
José e. Uriburu
1.932-1.938 Elecciones con fraude y gobierno de Agustín P.
Justo
1.938-1.940 Elecciones con fraude y gobierno de Roberto Ortiz
1.940-1.943 Elecciones con fraude y gobierno Ramón Castillo
1.943-1.946 Golpe de Estado y gobierno militares sucesivos de
los generales: Pedro Ramírez; Arturo Rawson y
Edelmiro Farrel
1.946-1952 Elecciones y presidencia de Juan D. Perón
1.952- 1.955 Elecciones y presidencia de Juan D. Perón.
1.955-1.958 Golpe de Estado, gobiernos militares sucesivos de
los generales Eduardo Leonardi y Pedro Aramburu
1.958- 1.962 Elecciones con proscripción y presidencia de Arturo
Frondizi
1.962- 1.963 Golpe de Estado y gobierno de José M. Guido
1.963- 1.966 Elecciones con proscripción y gobierno de Arturo H.
Illia
1.966- 1.973 Golpe de Estado y gobiernos militares sucesivos de
los generales Juan C. Onganía, Norberto
Levingston y Alejandro A. Lanusse
1.973- 1.973 Elecciones y presidencia de Héctor j. Cámpora
1.973- 1.974 Renuncia el presidente Cámpora: asume Raúl
Lastiri. Elecciones y presidencia de Juan D. Perón
1.974- 1.976 Fallecimiento del presidente Juan D. Perón y
asunción de la vicepresidenta, Isabel Martínez de
Perón
1.976- 1.983 Golpe de Estado y gobiernos sucesivos de las
Juntas militares encabezadas por los generales
Jorge R. Videla, Rodolfo Viola, Leopoldo Galtieri,
Reynaldo Bignone
1.983- 1.989 Elecciones y presidencia de Raúl R. Alfonsín
1.989- 1.995 Elecciones y presidencia de Carlos S. Menem
1.995- 1.999 Elecciones y presidencia de Carlos S. Menem
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