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MANUEL ALVAR EZQUERRA

LEXICOLOGIA v
LEXICOGRAFIA

ALMAR biblPograficas
.
COLECCION GUIAS BIBLIOGRAFICAS
MANUEL ALVAR EZQUERRA
Catedrático de Lengua Española
de la Universidad de Málaga

LEXICOLOGIA
Y
LEXICOGRAFIA.
GUIA BIBLIOGRAFICA

Adiciones cy41mar,S.A.-Salamanca
1983
© EDICIONES ALMAR, S. A.
Compañía, 65 - Teléfono (923) 21 87 91
Salamanca (España)

Printed in Spain - Impreso en España

ISBN: 84-7455-042-4 Depósito legal: S. 10-1983

Industrias Gráficas Visedo. Hortaleza, 1. Teléfono 24 70 01 - Salamanca, 1983


CONTENIDO

Introducción . 7

Obras y Estudios . 13

Diccionarios . 185

Indice de nombres propios . 265

Indice de materias . 273

Indice general 285


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https://archive.org/details/lexicologiaylexiOOOOalva
INTRODUCCIÓN

Quien alguna vez haya hecho una compilación bibliográ¬


fica sabrá las dificultades que encierra la tarea: cuanto más
se profundiza en el tema, tanto más inabarcable resulta. No
ha sido ése el caso de la que sigue a estas páginas, pues el
objetivo no estaba en la exhaustividad. La intención perse¬
guida es la de poner un instrumento de trabajo en manos de
los estudiantes universitarios y del profesorado de enseñanza
media y superior. Para ello se imponía una selección.

He dividido la colección en dos partes, una de estudios le¬


xicológicos, y otra de aplicaciones prácticas, esto es, dicciona¬
rios. Para el primer bloque he procurado incluir las realizacio¬
nes españolas más importantes, a las que he añadido una bue¬
na serie de obras extranjeras, buscando siempre la calidad
combinada con el afán didáctico. Salvo en muy contadas
ocasiones, de excepcional interés, he prescindido de los artícu¬
los científicos *, por no llevar al lector por caminos demasia¬
do intrincados en sus primeros pasos por nuestras disciplinas.

1. Entre otros, podría haber incluido de J. Rey-Debove, “La définition


lexicographique: recherches sur l'equation sémique”, apud Cahiers de le-
xicologie, 8, 1966-1. págs. 71-94; de ella misma. “La définition lexicogra¬
phique: bases d'une typologie formelle”, apud Travaux de linguistique et
de littérature, V-l. 1967, págs. 141-159; B. Quemada. “Du glosaire au dic-
tionnaire”, apud Cahiers de lexicologie, 20, 1972-1, págs. 97-128; F. Láza¬
ro Carreter, "Transformaciones nominales y diccionario”, apud Revista Es¬
pañola de Lingüistica, 1-2, 1971, págs. 371-379; también de Lázaro Carreter,
"Pistas perdidas en el diccionario”, apud Boletín de la Real Academia Es¬
pañola, LUI. 1973, págs. 249-259 y muchos más
8 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Hubiera podido hacer un repertorio más amplio2, lo sé, pero,


mi intención sólo era la de ofrecer los primeros elementos
para iniciarse en la lexicología y en la lexicografía, y otros
pocos más para mostrarle las tendencias y posibilidades de
investigación que ofrecen nuestros especialistas. Sólo en ese
sentido podrá decirse que falta tal o cual obra \ pero pién¬
sese antes si no se desvía de las intenciones de esta guía bi¬
bliográfica. Me parece innecesario advertir que no incluyo
ningún libro referente a la formación de palabras 4, pues es
una disciplina propia de la gramática, y no del nivel léxico.

Los resúmenes —una de las intenciones perseguidas por


la editorial ALMAR con esta colección— de las obras de le¬
xicología y lexicografía no son, no pueden serlo, uniformes,
ya que la extensión es muy variable, y el interés del conte¬
nido también lo es. Puede estar el lector seguro de que los
resúmenes más largos corresponden, en líneas generales, a

2. Véase el que puse al final de mi Proyecto de lexicograf/o española.


Planeta. Barcelona. 1976.
8. Pongo por ejemplo Louis Cuilbert. La créaticite lexicale. Larousse.
París. 1976. o Jacqueline Picoche. Prccis de lexicologie francai.se. Hernand
Nathan. s. I.. 1977. cuyas Unturas recomiendo vivamente, ."i Bien no han
sido incluidos por tocar el primero aspectos mu\ concretos dentro del do¬
minio lexicológico, v por contener el segundo temas tratados, de una ma¬
nera u otri. en el resto de las obras escogidas. Algo semejante podría de¬
cirse de Kudolí I*. üotha. The function of the lexicón in transformational
generalice grummar. Ylouton. La Haya-París. 1968; de Bernard Quemada.
Les dictionnaires du frunzáis moderne I539-IH63. Oidicr. París. 1968; de
William Patterson y Héctor l rrutihéheily. The lexical structure of spanish.
Mouton. La Haya-París. 1975: > de la obra miscelánea Lexicologie et léxico-
graphie fran^aises et romanes. < \KS. París. 1961 (recoge trabajos de ( h.
Bruneau. K. Lapesa. R. I . Viagner. P Bacquet. B. Migliorini. B. Quema¬
da, K. Schalk: K. kohler. S. l llmann. G. Matoré. P. Robert, G. Straka.
P. Iinbs. k. Baldinger. P. Guiraud. B. K. Y idos. J. Dagens. (.. Battisti.
W . von VCarlburg. J. M. Piel. P. (.ardette \ \L Lejeune). Los títulos po-
«Irían multiplicarse en una larga lista.
L Véanse. entre otros. J. Alemany Balufcr. tratado de la formación
de palabras en la lengua castellana. La derivación y la composición. Ma¬
drid. 1920: o los mus modernos de H. I rrutia Cárdenas. Lengua y discur¬
so en la creación léxica. Cupsa, Madrid. 1978. y M. Alvarez García. Léxico-
génesis en español: los morfemas facultativos. Sevilla. 1979; así como la>
gramáticas que se ocupan del tema.
MANUEL ALVAR F.ZOUERRA 9

los trabajos de mayor interés, sin negárselo por ello a estu¬


dios breves pero enormemente provechosos.

En la segunda parte, más reducida, presento los dicciona¬


rios. También ahora habrá quienes piensen que podría haber¬
se hecho hueco para más obras5, pero mi propósito no era
el de enumerar cuantos diccionarios recogen nuestra lengua \
sino el de dar cuenta de los diccionarios generales del idio¬
ma, realizados con unas bases científicas suficientes, lo que
no lo niega a obras lexicográficas cuyo contenido no sea el
léxico general de la lengua. A los diccionarios generales, sin¬
crónicos, he añadido varios de los diacrónicos, entre ellos el
más reciente, en cuyo comentario hago referencia a otras
obras de tipo histórico. Incluyo, también, un diccionario de
tipo inverso, por el interés que tiene para aquellas personas
que hacen estudios de lexicología y morfología derivacional.
A todos ellos añado una obra especial, la de Beinhauer, por¬
que no dejando de ser bilingüe (la única bilingüe incluida,
pese a pretender sólo dar cabida a diccionarios monolingües)
va más allá de los límites de los diccionarios bilingües, apar¬
te de conceder una gran atención a las cuestiones de sintaxis.

Como es imposible resumir el contenido total de los diccio¬


narios, sólo lo he hecho de las introducciones que colocan

ñ \ algan como muestras el Direinnaria Histórirn (le la l.en fina Lspaña-


la. arnmeluto por nuestra Academia (\ del que tile ocupe, si liten con otras
intenciones, en mi Proveer.. de lexieafiraila. >a eitailot. o el llicnanana
■I naya d ( Id I.en fina. Anuya. Madrid. Id,*), por citar dos de los que están de
plena actualidad, (icurre que el primero se encuentra todavía en sus comien¬
zos. \ que el secundo, por el puldico a que está dirigido, no recoce sino
un tercio de la- voces incluidas en los diccionarios generales de la lengua.
Otro tanto cabria decir de los restantes diccionarios no tenidos en conside¬

ración.
6. Para ello puede valer el catálogo Dieclanariax españolea (Madrid. 198(11
que lia publicado el Instituí.■ Nacional del l ibro Español, con motivo de la
exposición celebrada bajo el mismo titulo en Madrid de junio a septiembre
de 198(1. ( otilo repertorio bibliográfico lia de ser manejado con precaución,
pues fallan bástanles obras, algunas de ellas tilín importantes. \ óase. por
otro lado, el más completo. Ylatirizio Kabbri. I Hihliafiraph y nf Híspanle
Pictiiaiaries. Calillan. Calman. > ¡tan\sh. Spanlxh tn Latín linerica añil tile
/Viilí ppi nes. A p pendí x: a Hibhapraphy »/ Hasqae Dictinnaries. (.alean, hiló¬

la. 1979.
10 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

los autores y editores, procurando ejemplificar lo que se dice


en ellas, además de comprobarlo en el cuerpo de las obras.
Añado, siempre que son de interés, unos comentarios para
que el lector pueda saber el carácter de los diccionarios, la
cantidad de léxico recogido, su origen, y sus diferencias res¬
pecto de trabajos semejantes, especialmente el diccionario de
la Academia, lugar de partida de muchos diccionarios, y pun¬
to de referencia inequívoca.

Tanto los trabajos de la primera parte del libro como los


de la segunda, van acompañados de una valoración de la
obra, que suelo sintetizar en unas pocas líneas al final de
cada comentario, pero que se desprende igualmente del resu¬
men que efectúo de cada título. No olvide el lector que las
valoraciones son personales, y dependen en gran medida de
la lectura hecha del libro, por lo cual el valor o utilidad de
la obra comentada no puede ser un criterio categórico e ina¬
movible que satisfaga a todos. Además, lo que presento sólo
son resúmenes comentados, y si el lector viera ahí algo de
su interés, no se quede en mis palabras, vaya a consultar la
obra en cuestión, donde hallará lo que busca, o, por el con¬
trario, encontrará un tema apenas esbozado.

La ordenación de los materiales, según norma de la pro¬


pia editorial ALMAR, es cronológica, con el fin de que el
posible lector pueda seguir la evolución de las disciplinas
(en la teoría y en la práctica), a lo largo del período abarca¬
do: desde la mitad del siglo hasta nuestros días, dando ca¬
bida a los trabajos españoles anteriores más importantes, y
que de algún modo condicionaron el desarrollo posterior de
la lexicología y de la lexicografía en nuestro país.

Quizá le sorprenda al lector que en una recopilación de


lexicología y lexicografía, predominen las obras en cuyo tí¬
tulo está la palabra lexicografía, o alguna otra de su mismo
ámbito significativo. Sucede que son mucho más abundantes
los estudios lexicográficos de carácter general que los lexico¬
lógicos, pero ocurre muchas veces también que bajo el título
de lexicografía se esconden trabajos de lexicología que ocu¬
pan una buena parte de esas obras. No ha de olvidarse tam-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 11

poco que el estudio lexicológico y el lexicográfico son mu¬


chas veces inseperables, y el uno puede condicionar al otro 7.
En las realizaciones prácticas es más evidente la relación en¬
tre las dos disciplinas, pues si no se les puede negar el carác¬
ter lexicográfico (¿quién lo haría?), el contenido de sus ar¬
tículos no es otro que el resultado de una actividad lexico¬
lógica y semántica, de ahí que las definiciones suelan ser el
punto más controvertido de los diccionarios.

Ojalá encuentre el trabajo el fin propuesto: servir de guía


a quienes aún no conocen los vericuetos de la lexicología y
de la lexicografía. Únicamente así me quedará el consuelo de
la tarea cumplida.

Málaga, agosto de 1980

7. Véase a este propósito e! Manual o/ Lexicography de L. Zgusta, re-


sumido en este libro.
OBRAS
Y
ESTUDIOS
1921

Casares, Julio, Nuevo concepto del diccionario de la lengua


y otros problemas de lexicografía y gramática. Espasa-
Calpe, Madrid, 1941 (304 págs.).

Es este el volumen V de las Obras Completas de Casares,


compuesto de tres partes: una de lexicografía, otra de gramá¬
tica, y la última de ortografía. De ellas sólo vamos a ver la
primera, la más amplia (207 páginas), que, a su vez, incluye
tres trabajos del maestro.

Comienza la obra con un extracto del discurso del autor


en el acto de su recepción en la Real Academia Española (8
de mayo de 1921), del que sólo se ha omitido lo que no ata¬
ñe directamente al tema, cuyo título (Nuevo concepto del
diccionario de la lengua) da nombre al libro. En él se corrige
la definición académica de diccionario, pues resulta preferi¬
ble hablar de «repertorio de voces sistemáticamente ordena¬
das» y no de «Libro en que, por orden alfabético, se contie¬
nen...», pues de lo contrario no serían diccionarios los catá¬
logos de ideogramas que existen desde la antigüedad para len¬
guas que no siguen nuestro sistema de escritura, tal es el caso
del Eul-ya del príncipe Chen-Kong (s. xi a. C.).

Tras una rápida exposición de la historia de la escritura,


Casares da cuenta de los diccionarios posibles a partir de la
utilización de las letras: por raíces (útiles científica y peda¬
gógicamente, pero inadecuados como sistema general de la
lexicografía), fonéticos, alfabéticos. De ellos los más comunes
son los del último tipo, cuya única base radica en el valor or¬
dinal conferido a las letras, al haberse respetado su respecti¬
va posición dentro de la serie. Pero este método es «inade¬
cuado y mezquino si la lexicografía ha de avanzar algún día
por caminos científicos» (pág. 47).
LEXICOLOGÍA V LEXICOGRAFÍA
16

En el capítulo II Casares estudia los conceptos psicoló¬


gicos de la palabra. Distingue entre el «léxico activo» (aquél
que utilizarnos a diario y que se compone de varios cientos
de palabras, unas comunes a todos los hablantes de una mis¬
ma lengua, y otras propias de la actividad del hablante) y el
«léxico latente» (todas esas voces que entendemos perfecta¬
mente, pero que no utilizamos de forma espontánea). A con¬
tinuación, el autor expone una serie de experimentos sobre
el tiempo de denominación y el tiempo de comprensión de pa¬
labras y objetos para demostrar la necesidad de una «catalo¬
gación metódica, sistemática, racional de las palabras, redi¬
miendo de una vez a la lexicografía de la tiránica y estéril
arbitrariedad del orden alfabético» (pág. 88).

Los intentos de clasificación del léxico por materias, dice


Casares en el capítulo III, vienen desde la antigüedad, como
el Allikcii Lexeis de Aristófanes de Bizancio, o el Onomasti-
cón de Julio Pollux. Abundan más en la época moderna: el
Menwriale de J. Pergamino (1601), el Vocabulario de Barba-
glia (1845), el Dictionnaire analogique de Boissiére (1862),
el Tliesaurus de P. M. Roget (1852), etc. La obra de Roget
es el tipo más acabado de una clasificación filosófica cuyos
comportamientos están rotulados en abstracto. Tiene seis
tipos de clasificación con varias categorías, subdivididas en
grupos, a cuyo frente existe una palabra «cabeza de grupo».
Al comienzo de la obra hay un cuadro sinóptico, y al final un
extenso índiec alfabético, que critica el mismo Casares, si
bien más tarde se verá obligado a confeccionarlo —aunque de
otra forma— al elaborar su Diccionario. Esa catalogación es
la que sirve de base a la obra de Boissiére. La forman las pa¬
labras de la lengua usual, y a partir de ellas se reúnen todas
las que le están emparentadas de alguna manera.

Por otro lado, la lógica distingue dos géneros de clasifica¬


ción: natural y artificial, a los que tendríamos que añadir la
genealógica. La clasificación natural es imposible de llevar a
cabo con las palabras, ya que abarcan todas las modalidades
del saber humano.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 17

En el capítulo IV Casares exhorta a la Academia a la


confección del inventario analógico del vocabulario castella¬
no, tarea que, como es sabido, nunca realizó la Institución,
sino que fue obra personal del propio investigador. El papel
del repertorio alfabético tendría que ser el de un empleado
subalterno', sin criterio ni iniciativa, y es sólo complemente
de una clasificación racional, ocupando su puesto tras éste
(tal y como hizo el autor en su Diccionario ideológico). Ade¬
más. la catalogación metódica es un enorme auxilio a la hora
de corregir y completar el diccionario alfabético, en este caso
el de la Academia, pues, entre otros, para la recogida de ma¬
teriales, habrá que proceder sistemáticamente antes de que
desaparezcan muchas voces de la lengua no literaria, de las
faenas agrícolas, tecnicismos profesionales, etc. Y también
serviría para mostrar nuestra gran riqueza paremiológica y
fraseológica, dispersa por orden alfabético en los dicciona¬
rios corrientes, lo cual dificulta su conocimiento y estudio.

Sigue al trabajo de Casares la contestación de don Anto¬


nio Maura y Montaner, de la que también se suprime lo que
no atañe directamente al tema tratado. Frente a un esperado
panegírico de Casares, la contestación de Maura resulta crí¬
tica, señalando los puntos difíciles del proyecto, incluso dando
razones sobradas para estar en contra de algunos aspectos.
Es recomendable la lectura de las últimas páginas, en las
que Maura aborda el problema de la inclusión en un diccio¬
nario ideológico de los refranes, frases hechas y modismos.

A continuación aparecen unas reflexiones de Casares so¬


bre el problema anterior a veinte años de distancia, ya con
los ánimos calmados y mirando objetivamente su discurso, así
como la contestación de Maura. En estas páginas afloran la
tristeza y resignación del autor, que, a pesar de haberse ofre¬
cido humildemente como peón de brega, no obtuvo ni el re¬
conocimiento ni el apoyo necesarios dentro de la Academia
para llevar a cabo el proyecto. De no ser por la ayuda de un
editor, tal proyecto no hubiera pasado de ser eso, un pro¬
yecto. Sin embargo, el tesón de un trabajador incansable
18 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

culminó la tarea, anunciando ahora (1941), no sin merecido


orgullo, la aparición del Diccionario ideológico, privado, eso
sí, del saber y la experiencia de los académicos.

El segundo epígrafe de esta primera parte de la obra lleva


por título genérico «La Real Academia Española vi^sta por
dentro», y consta de tres artículos periodísticos publicados en
La Prensa de Buenos Aires (4, 11 y 18 de febrero de 1940).
En el primero de ellos, «Admisión de voces nuevas». Casares
cuenta cómo llegan las nuevas palabras, o acepciones, a la
Academia y el proceso hasta su aparición en el diccionario
oficial: aceptación inmediata, o paso por las correspondien¬
tes comisiones, para luego ir al pleno que decide su suerte;
las posibilidades de aceptación o rechazo de los neologismos,
barbarismos, tecnicismos y americanismos, de acuerdo con las
normas que se siguen usualmente. El segundo de estos artícu¬
los tiene un título largo en el que se condensa lo desarrollado
después: «Criterio que se sigue para determinar el valor de
las acepciones y para la calificación de las voces. Derivados
y compuestos sin anotar en el léxico oficial». Poco más que
añadir a ese enunciado, salvo ciertas observaciones que saltan
a los ojos de quien examina detenidamente el diccionario ofi¬
cial: para ordenar las acepciones la Academia sigue el crite¬
rio empírico frente al genético o al histórico, por ejemplo. El
resto son normas para el uso adecuado del diccionario, o para
conocerlo mejor. Bastaría para ello leer las páginas prelimi¬
nares, trabajo que no suelen tomarse los más de los usuarios.
El último de los artículos es «Realidades y proyectos». Entre
las realidades señala Casares los tres diccionarios que aco¬
mete la Academia: el oficial, el manual y el histórico. Consi¬
dera al diccionario oficial como «especie de censo movible
que se desplaza con el tiempo, alejándose siempre de las
fuentes del idioma sin acercarse francamente a la lengua viva»
(pág. 189). El resto del léxico lo recogen el diccionario ma¬
nual y el histórico, del que, dice, ya van publicados dos vo¬
lúmenes, sin poder prever que ahí quedaría la empresa, hasta
que el propio Casares proyectara una nueva obra, hoy en
trance de realización.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 19

El tercer trabajo de la primera parte es «El Diccionario


Histórico de la Lengua Española». En él se queja de la poca
difusión que tuvo la publicación del primer tomo del Diccio¬
nario Histórico, ponderando la dificultad que supone dar a
la luz una obra así, y la ayuda que proporciona a todo tipo
de estudiosos, pues «a través de la vida de las palabras, se
puede rastrear el nacimiento, evolución y caducidad de las
instituciones, prácticas y conceptos que aquéllas representan,
así como el origen y área de propagación de objetos, uten¬
silios, plantas, animales, etc.» (pág. 200). Siguiendo a las cua¬
tro páginas de que consta la noticia, aparece la contestación,
irónica y bien ejemplificada, de Casares a una carta en la que
se pregunta sobre la utilidad del Diccionario Histórico fuera
del ámbito estrictamente lingüístico, y otra carta en la que
se confirman los datos aportados por nuestro maestro.

Es, como hemos visto, este libro una recopilación de tra¬


bajos (he obviado los que no atañen directamente al léxico)
en los cuales se manifiesta la doble vertiente del Casares le¬
xicógrafo: por un lado, investigador y emprendedor; por
otro, divulgador. La valoración de la colección hay que ha¬
cerla no sólo sobre el interés intrínseco, que lo posee, a pesar
de la superación que se puede apreciar en algunos de sus
puntos, sino también por el valor de documentos históricos
que tienen los trabajos. Sirven para apreciar con claridad la
evolución del pensamiento de Casares, que es tanto como de¬
cir la evolución de nuestra lexicografía moderna, pues él ha
sido su impulsor (dentro y fuera de la Academia) continuan¬
do lo ya iniciado, y proyectando lo que estaba sin hacer (en
algunos casos todavía hoy seguimos en el mismo punto). Sí,
ha habido realizaciones que nada tienen que ver con Casares,
pero sin él la lexicografía española no habría alcanzado mu¬
chas cotas que para nosotros son ya normales.
1936

Castro, Américo, Glosarios latino-españoles ele la Edad Me¬


dia. (unta para la Ampliación de Estudios-Centro de Es¬
tudios Históricos, RFE. Anejo XXII, Madrid, 1936 (375
páginas + LXXXVII y 5 láminas).

No es el libro de Américo Castro el único trabajo español


dedicado al tema (baste con consultar la bibliografía), pero
sí es, sin ninguna duda, el más amplio e importante. Su in¬
clusión en estas páginas queda justificada por la explicación
en romance de los términos latinos, y por dar cuenta de
una lexicografía llevada a cabo en muchos de sus aspectos en
el solar hispano, y servir de precedente a una actividad lexi¬
cográfica tan importante como la que comienza a finales del
siglo x\ con A. de Palencia y A. de Nebrija.

La obra está constituida por dos partes bien diferentes.


Una, la segunda, es el núcleo del libro, pues contiene la edi¬
ción crítica de tres importantes glosarios latino-españoles (el
de Toledo, el de Palacio, y el de El Escorial), así como de
un apéndice al último de los glosarios, consistente en las
anotaciones de un escolar o de un profesor mediocre con di¬
chos, expresiones de muy diversa índole, sentencias, prover¬
bios, obscenidades, adivinanzas, etc. A esta edición sigue un
vocabulario que reúne todas las voces que figuran en los
tres glosarios, distribuidas en dos series: la primera contiene
los términos latinos con las glosas pertinentes; en la segunda
están las voces romances, con una indicación que remite al
vocabulario latino-español, para no repetir en los dos sitios
la misma explicación. A todo ello es necesario añadir 14 pá¬
ginas de adiciones y enmiendas. Se completa con un comen¬
tario al apéndice del glosario de El Escorial, en el que
don Américo trata de buscar las fuentes y corresponden-
LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA
22

cias de la mayor parte de los dichos y sentencias (véase ade¬


más la bibliografía aducida sobre el tema, tan descuidado
entre nosotros).
La otra parte a que aludía más arriba es el estudio pre¬
liminar a esos documentos lexicográficos anteriores al si¬
glo xv, y gracias a los cuales podemos conocer el latín me¬
dieval hablado en la península, y adquirir informaciones
sobre los cultismos. Esos glosarios entroncan con una tradi¬
ción europea, de la que dependen, pues aquí, aparte las obras
de san Isidoro, no hubo ni gramáticas ni diccionarios origina¬
les hasta finales del siglo xv. Así vemos cómo nuestros glo¬
sarios son deudores de las obras de Alejandro de Villa Dei,
Ebrardo de Béthune, San Isidoro, Papias, Hugucio, etc. De¬
dica A. Castro seis páginas a mostrar la enseñanza del latín
en España, para pasar a la exacta descripción y presentación
de estos tres glosarios que parecen de procedencia aragonesa,
lo que no es de extrañar si sabemos que el latín notarial per¬
vivió más en Aragón que en Castilla. Es curioso notar la
relación con otros glosarios extranjeros, porque la comuni¬
dad europea se extendía también a estas formas de la ense¬
ñanza que parecían más locales, y así algunas palabras denun¬
cian una inexcusable fuente francesa. Tras su minucioso tra¬
bajo en la más pura línea filológica, A. Castro llega a la con¬
clusión de que en nuestros glosarios se han fundido otros
varios que no estaban por orden alfabético. Las copias que
nos han llegado son copias de copias, quedando su valor muy
reducido a causa de los abundantes yerros que nuestro estu¬
dioso trata de corregir. El latín de los glosarios está condicio¬
nado por la ignorancia de los escribas, por el ocasional ora-
lismo de esa lengua, y por una tradición gráfica manifestada
en nuestros documentos desde época muy antigua; por todo
ello hay erratas, un fonetismo alterado según las tendencias
románicas, y una relativa estabilidad y conexión con otros
textos. Tras todo el trabajo filológico de don Américo que¬
dan 107 palabras sin identificar.

En las siguientes 22 páginas se estudia el fonetismo y la


morfología de las voces de los glosarios, así como algunos as-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 23

pectos del léxico (términos compuestos, desconocidos o raros,


etcétera), para luego intentar una clasificación, no sin antes
advertir que se ha llegado a sostener que el latín medieval no
existe, y que nunca habrá una gramática y un diccionario de
aquél (al .menos desde el punto de vista normativo, pienso
yo). Los apartados en que se clasifican las palabras de los
glosarios son: arcaísmos, vulgarismos, helenismos (cuya fuen¬
te principal es la Biblia y el lenguaje eclesiástico), arabismos,
hebraísmos, germanismos y romanismos.

Las traducciones propuestas son correctas en la medida


en que podían serlo sin una rigurosa interpretación de los
textos. De las 6.128 glosas hay unas 5.700 bastante admisibles
a pesar de sus errores y oscuridades.

Un latín semejante al de los glosarios es el que a veces


encontramos en los fueros municipales, con latinización de
voces románicas y un latín mantenido en mayor o menor
grado, de acuerdo con la cultura del escriba. Una tradición
multisecular obligaba a latinizar al tabelión o al escolar; ese
lenguaje era sólo vivo en cuanto reflejaba tendencias propias
de la evolución latino-romance. La aparición de cultismos es
debida al prurito de los siglos x-xi de utilizar el latín como
lengua viva; otra segunda etapa de cultismos hay que situarla
en el reinado de Alfonso X, quien pretendía realzar el habla
viva de las gentes. Sin el humanismo del monarca Sabio hu¬
biera sido imposible llegar al del siglo xv. Américo Castro
delimita en cinco períodos la historia de los cultismos; 1), des¬
de los orígenes hasta Alfonso X; 2), hasta finales del siglo xiv;
3), hasta comienzos del siglo xvi; 4), hasta la acción de la Aca¬
demia del siglo xvhi; y 5), hasta hoy.

La última parte del estudio preliminar está consagrada al


español de los glosarios, que no voy a resumir aquí, aunque
sí haré referencia a la solidaridad del latín y lo romance en
la Edad Media, y la necesidad de no disociarlos en la con¬
sideración histórica.
24 LEXICOLOGIA V LEXICOGRAFIA

En definitiva, la obra es de un valor incalculable por los


materiales que aporta, antes de acceso casi imposible. Gracias
al trabajo de Amérieo Castro tenemos presente una parcela de
nuestro léxico que de otra manera hubiera quedado olvidada,
V sin la posibilidad de consultarla a la hora de llevar a cabo
un buen número de estudios diferentes.
1945

Menéndez Pidaf, Ramón, «E| diccionario que deseamos»,


apud S. Gili Gaya, Diccionario General Ilustrado de la
Lengua Española. Barcelona, 1945, 3.' ed.. 197b, pági¬
nas X111 -XIX. También recogido en R. Mi nendi / Pioaf.
Estudios de Lingüística. Espasa-Calpe, col. Austral núme¬
ro 1512, Madrid, 1961. págs. 95-147, bajo el título «F.1 dic¬
cionario ideal».

«El diccionario que deseamos», prólogo que Menéndez Pi-


dal puso al Diccionario de Gili Gaya, es el único trabajo en
que el maestro de nuestra filología se planteó, de una mane¬
ra general y ordenada, los problemas tocantes a la lexicografía.

D. Ramón empieza el trabajo justificando la agrupación


del eaudal léxico mediante el orden alfabético por ser la más
cómoda v práctica, pues «permite dedicar a cada palabra una
breve monografía en que se integren las oportunas cuestiones
etimológicas, históricas, gramaticales y semánticas». Defiende
el orden alfabético internacional, y propone a la Academia
que se regrese a él (ya fue utilizado en el Diccionario de Auto¬
ridades). pues apartarse siempre es embarazoso.

Menéndez Pidal considera la existencia de dos tipos de


diccionarios, uno en el que se compilan las voces autorizadas
por los buenos escritores, o por la mejor tradición del pue¬
blo (los podríamos llamar diccionarios de la lengua escrita).
v otro en el que se da mayor importancia al habla conver¬
sacional diaria, sin preocuparse de lo que tenga o no condi¬
ciones para perdurar (serían los diccionarios de la lengua ha¬
blada). En el segundo caso se trata de recoger el léxico total
de la lengua, sin ambición normativa. La necesidad de tal tipo
de colecciones de palabras se nos hace más c\ idente cuando
nos interesamos por voces desconocidas de profesiones o gé-
26 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

ñeros de vida que no nos son familiares, y que no hallaron


entrada en los diccionarios selectivos, o cuando leemos algún
documento del pasado con términos respecto de los cuales
los diccionarios generales de la lengua muestran grandes va¬
cíos. Los diccionarios de nuestra época deben cubrir las ne¬
cesidades del presente y prever las dificultades que encontra¬
rán los lectores del mañana. De ello se desprende la necesidad
de un diccionario histórico total, sin criterios restrictivos, en
el que quepan los usos de las autoridades literarias y de
cuantas fuentes léxicas no literarias poseemos. Menéndez Pi-
dal ve los inconvenientes de un diccionario total cuando dice:
«todo lo que literariamente se escribe, como no sea una abe¬
rración puramente individual y extravagante, todo lo que se
habla por una agrupación de la sociedad no totalmente in¬
culta, debiera ser recogido en el diccionario, ora proceda del
momento actual, ora venga de tiempos pasados. Pero la difi¬
cultad está en que esa doble recolección de cuanto se escri¬
be y cuanto se habla es prácticamente imposible en esa
totalidad deseada». En las páginas que siguen analiza lo que
es posible realizar a partir de esa perspectiva.

Una comparación del caudal léxico del diccionario de la


Academia con el New English Dictionary (Oxford, 1886-1928)
arroja un saldo muy desfavorable para el español (unas 67.000
palabras frente a unas 400.000). Que el diccionario oficial es
deficiente es un hecho observable, pero aumentar su caudal
hasta los 400.000 términos es algo imposible a pesar de los
intentos de mejora realizados por M. de Toro Gisbert, Vicen¬
te Salvá o R. |. Domínguez. Lo que sí se puede añadir al
diccionario son voces usadas en la literatura desde el siglo xvi,
mientras que habría que proceder cautamente con los neolo¬
gismos sin arraigo en el idioma que señalan algunos autores
(p. ej. Rodríguez Marín en Dos mil quinientas voces castizas
y bien autorizadas que piden lugar en nuestro léxico). No
obstante, reconoce Menéndez Pidal que si bien esas voces no
caben en un diccionario como el que describe, deberían ser
recogidas en un «léxico inventario». A la vez se da cuenta de
lo difícil que es confeccionar el catálogo total de las voces de
la lengua, aunque no imposible dentro de los límites de lo
MANUEL ALVAR EZQUERRA 27

más aprovechable, pues ya ha hecho mucho la Academia para


el Diccionario histórico, el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá
para el diccionario de R. |. Cuervo, y están los materiales para
un glosario medieval (hoy depositados en el CS1C) y para un
glosario de todos los diccionarios de los siglos xvi y xvn
(seguramente se refiere al Tesoro Lexicográfico de Gili
Gaya). El diccionario debe ayudar a combatir el neologismo
por ignorancia, la aparición de voces nuevas por desconoci¬
miento de las que ya existían en la lengua. Además, afirma,
el diccionario debe ser guía, no sólo instruyendo al lector so¬
bre las formas existentes, sino sugiriendo otras, en los casos
en que por el uso muy escaso, y sólo entre personas eruditas,
la iniciativa individual aun es más poderosa. El diccionario,
aunque debe eliminar todo arcaísmo, todavía tiene que in¬
cluir aquellas voces y acepciones arcaicas que son necesarias
para explicar usos modernos.

Por otro lado, los diccionarios selectivos son parcos en


acoger los tecnicismos, por ser ajenos a la lengua común, do¬
cumentando sólo aquellos que no debe ignorar toda persona
culta porque tienen vida fuera de la especialidad, criterio no
muy objetivo, debido a la rápida y gran propagación de los
conocimientos científicos y técnicos.

Las expresiones viciosas no se incluyen en los dicciona¬


rios normales, aunque sí deberían aparecer en la obra que re¬
coja la totalidad del léxico, pues ésta debe ser guía para toda
la comunidad hablante. Otro tanto cabe decir de las voces y
expresiones de carácter regional o local, cuidando muy bien
indicar el lugar de procedencia, pues en el diccionario aca¬
démico hay voces marcadas como propias de una zona de¬
terminada cuando, en realidad, son de uso muy extendido o
general.
Un diccionario que acapare tal cúmulo de voces «tiene
que evitar el peligro de desorientación que supone el entregai
al lector esa mezcla informe, ese montón alfabético de ele¬
mentos lingüísticos; tiene que extremar el cuidado en exponer
todo ese material bajo principios históricos, gramaticales y
estilísticos guiadores del uso». Es de importancia primordial
28 IKXICOLOCIA Y LEXICOGRAFIA

facilitar v explicar puntualmente la etimología de la palabra,


pues es la base misma de la propiedad idiomática, y unido
al estudio etimológico está el de la fecha en que aparece la
voz en el idioma.
La etimología y la fecha de las palabras tiene importan¬
cia no sólo para los trabajos científicos sobre la lengua, sino
para el uso práctico. En lexicografía han de ser el punto de
partida para la ordenación de las varias acepciones, facilitan¬
do al lector la búsqueda de la acepción que desea, orientán¬
dolo a la vez sobre el significado primitivo del vocablo v
sobre la relación que con ese significado tienen las acepcio¬
nes derivadas. Desde esa perspectiva, el ordenamiento lógico
v el histórico no pueden ser más que uno solo. Colocar las
acepciones de manera lineal es absurdo, pues «no nacen en
una línea única, saliendo cada una de la inmediata anterior,
sino que se ramifican y cada una de las derivadas puede en¬
gendrar familia o línea colateral, tronco de ulteriores rami¬
ficaciones» .

El siguiente punto tratado en el trabajo es el relativo a la


definición y sinonimia. Menéndez Pidal recuerda que, para
muchos redactores, una vez establecida la definición con toda
exactitud, el consultor dci diccionario puede encontrar las di¬
ferencias con las voces sinónimas, pero eso no es fácil de
lograr debido a la dificultad que plantea la exactitud de la
definición, y a la diligencia del lector, no siempre óptima.
Frecuentemente las definiciones no pueden ser sino una apro¬
ximación al significado mediante tanteos. Para paliar el defec¬
to. el lexicógrafo deberá ofrecer no sólo las palabras sinóni¬
mas, sino también las afines.

|unto a las indicaciones reseñadas antes, el diccionario


total de la lengua debe esmerarse en declarar dónde se usa
la voz. pues escasean los léxicos particulares de zonas geo¬
gráficas reducidas, y las informaciones que trae el diccionario
oficial no siempre son las adecuadas, como bien se ve por los
ejemplos aducidos. Igualmente es partidario don Ramón de
la abundancia de informaciones de tipo gramatical, no sólo
para darnos a conocer la naturaleza de la voz, sino también
para la corrección de errores frecuentes, mencionándolos in-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 29

cluso, con el fin de evitar cualquier punto dudoso que pueda


tener el usuario. Y además se han de marcar con exactitud las
valoraciones afectivas o estilísticas de algunas voces, con el
tin de que el hablante no haga un uso indebido o inapropiado
de ellas, sobre todo cuando muchas no necesitan tal indica¬
ción (los valores estilísticos o expresivos pueden conseguirse
por otros medios lingüísticos). Por supuesto, las voces des¬
pectivas y eufemismos han de encontrar su lugar adecuado en
el diccionario para facilitar su comprensión, en ocasiones no
tan clara como sería de desear.

Termina Menéndez Pidal con una conclusión en la que


se reafirma el carácter histórico del diccionario, y algo que
pocos autores ven en las obras lexicográficas: su dinamismo.
Para acabar este resumen, permítaseme reproducir las últimas
líneas: «el diccionario [...] representará el habla, no en re¬
poso de autorizada estabilidad, sino en movimiento de avan¬
ce: será como una fotografía instantánea del idioma en ac¬
titud dinámica, representando al vivo la dirección de su mo¬
vimiento. [...] Llevará en si siempre, en las explicaciones del
pasado y en la exacta descripción del presente, la razón de
ser de las innovaciones futuras».
Por último, nos queda por decir que el trabajo de Menén-
dez Pidal será de gran utilidad para quien lo maneje, pues
toca los puntos más candentes de la lexicografía: definición,
sinonimia, ordenación de acepciones, dialectalismos, tecnicis¬
mos, etc. Se le puede achacar el plantear sólo los problemas
sin ofrecer una solución clara o satisfactoria. A veces parece
desordenado en el intento, debido al acopio de datos y ejem¬
plos (con unos excelentes planteamientos lexicológicos). Des¬
de nuestra perspectiva actual parece muy preocupado por la
lengua literaria, trasluciendo un afán normativista propio dé¬
los diccionarios de la lengua y no del total que propone.
Pero todo ello queda muy compensado por la modernidad
del conjunto. Baste comprobar cómo se distinguen, aunque de-
manera tácita, la macroestructura y la microestructura (ideas
que parecen muy posteriores), pues primero se habla del cau¬
dal de palabras, luego de la exposición de las informaciones,
para terminar con cuestiones lexicológicas.

1950

Casares, Julio, Introducción a la lexicografía moderna. Pró¬


logo de W. von Wartburg. CS1C, RFE. Anejo LI1, Ma¬
drid, 1950. Reimpresión, 1969 (354 págs. + XV y un
cuadro).

A pesar de los treinta años transcurridos desde que se


escribió, ésta sigue siendo la obra capital de la teoría lexico¬
gráfica española, e inamovible punto de referencia para cual¬
quier cuestión relacionada con la lexicografía dentro de nues¬
tro país. Logra Casares esa posición gracias a la modernidad
de sus planteamientos, así como por un preciso conocimien¬
to de los trabajos llevados a cabo dentro y fuera de España,
todo ello conseguido a través de sus ordenadas investigacio¬
nes y, naturalmente, de su riquísima experiencia práctica.

El libro consta de cuatro partes y un apéndice, a cuyo


frente figura el elogioso prólogo de W. von Wartburg. En la
«Advertencia preliminar». Casares explica el carácter infor¬
mal —según sus propias palabras— con que se presenta la
obra, conformada con «trabajos de índole diversa, aunque to¬
dos se concibieron con la misma finalidad: exponer los pro¬
blemas que plantea el progreso de la lexicografía, en general,
y más particularmente en relación con el tratamiento cientí¬
fico del caudal léxico español» (pág. XIII).

Comienza la primera parte («Generalidades») con un ca¬


pítulo en el que se justifica la creación en el seno de la Aca¬
demia del Seminario de Lexicografía, como elemento de ayuda
para la mayor eficacia de la enorme labor lexicográfica des¬
arrollada por la Institución, pues ésta, corporativamente, no
puede hacerse cargo de las últimas fases de la confección de
los diccionarios, para lo cual son imprescindibles unos auxi¬
liares especializados que «no se producen espontáneamente
en el mercado de las profesiones intelectuales; hay que sacar-
32 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

los de la nada, hay que instruirlos y adiestrarlos, cultivando


sus aptitudes naturales e infundiendo en ellos gérmenes de
interés y de vocación que sólo pueden fructificar en nuestra
Casa» (pág. 9). A ello habrá de dedicarse el Seminario.

En el segundo capítulo («Lexicología y Lexicografía»), Ca¬


sares intenta a delimitación de ambas disciplinas, siempre con¬
trovertidas. La Lexicología estudia el origen, forma y significa¬
do de las palabras desde un punto de vista general y científico,
mientras que la lexicografía es el «arte de componer dicciona¬
rios», de acuerdo con la definición tradicional. A continuación
el autor especifica las características constantes en el vocabula¬
rio recogido por la Academia para sus diccionarios, a partir
del primero ele ellos, el Diccionario de Autoridades. Después
se hace una distinción entre los diccionarios de tipo normati¬
vo y los integrales. El diccionario académico pertenece al pri¬
mer grupo. Un diccionario integral será el que recoja de ma¬
nera exhaustiva el léxico de una lengua; ése es el diccionario
que propone realizar Casares en el Seminario al amparo de
nuestra Academia, y cuyo proyecto se refleja en la Introduc¬
ción a la lexicografía moderna. «Si es verdad que un Diccio¬
nario sin jurisdicción normativa puede hacerlo cualquiera en
cualquier parte, no es menos cierto que tendrá más garantías
de acercarse a la perfección y de conquistar el máximo cré¬
dito quien cuente con materiales más abundantes, con más
completa preparación científica y mayor experiencia en los
trabajos. Y ese «quien» por lo que se refiere a nuestra len¬
gua es, hoy por hoy, sin disputa, la Real Academia Españo¬
la» (pág. 15). Claro que una obra semejante no estaría des¬
provista de grandes dificultades, no ignoradas por Casares.

En el tercer capítulo («Los colaboradores lexicográficos»)


queda abordado un tema frecuentemente olvidado por los que
se interesan en la lexicografía: la selección y formación del
personal que se encargará de elaborar el diccionario en todas
sus etapas, siendo la suya «una labor ardua y paciente, que
es imposible dominar sin poner a su servicio una vocación
decidida, un espíritu juvenil y una singular aptitud, con la
que de antemano no es posible contar» (pág. 22).
MANUEL ALVAR EZQUERRA 33

La segunda parte de la obra está dividida a su vez en


ocho capítulos, en los que trata las relaciones que presenta la
lexicografía con la etimología (capítulo 1), semántica (II-IV)
y estilística (V-VIII). Para nuestro maestro, el lexicógrafo debe
librarse de la «preocupación etimologista», tan presente en
los diccionarios, pues la etimología es auxiliar de la lexico¬
grafía, no central, sin menospreciar —claro está— toda la im¬
portancia que tiene la etimología con independencia de la le¬
xicografía. Por ello piensa que en los diccionarios destinados
al gran público no se deben ofrecer las etimologías de las vo¬
ces, por más que el lexicógrafo pueda servirse de sus conoci¬
mientos etimologistas a la hora de redactar lor artículos.

Por otro lado. Casares se ocupa de los problemas —tanto


sincrónicos como actuales— planteados por el significante y
el significado, así como de la moderna semántica (recuérde¬
se que estamos en 1950), todo ello con vistas a la redacción
de los artículos y ordenamiento de las acepciones de cada una
de las voces registradas. En el libro se exponen numerosos
casos con los que puede encontrarse el lexicógrafo, y la ma¬
nera cómo deben ser resueltos. Para terminar estos capítulos,
Casares atiende una cuestión que en otros lugares pudiera pa¬
recer secundaria, pero que en los diccionarios es de la mayor
importancia para que el lector pueda ver perfectamente la in¬
formación que se le quiere transmitir: la presentación tipo¬
gráfica de la obra. En el capítulo V el autor se enfrenta con
la definición de la estilística, y la clasificación de las distintas
estilísticas, dentro de las que ve los usos figurados, cambios
de significado, aumentativos, etc., para plantearse a continua¬
ción la conveniencia de incluir en el diccionario los usos sin¬
tácticos y estilísticos; en principio piensa que no deben apa¬
recer, pero el lexicógrafo no debe olvidarse de ellos (otra vez,
ni en sincronía ni en diacronía) durante la elaboración de los
artículos, en la que el lexicógrafo no debe dejarse llevar por
«exhibiciones individuales» de estilo —a fin de que toda la
obra sea uniforme— ni por la búsqueda de sinónimos, ya cul¬
tos, ya vulgares. De esta manera se llega a abordar el proble¬
ma de la definición, resuelto quizá de forma demasiado rá¬
pida: el lexicógrafo debe examinar todas las existentes con
34 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

anterioridad, para luego intentar mejorarlas, de lo cual se des¬


prende que en el diccionario no habrá una definición de tipo
único, sino que serán muy variadas (real, nominal, descripti¬
va, por sinónimos...).
Comienza la tercera parte del libro con un capítulo con¬
sagrado a las locuciones, de las que se propone una clasifi¬
cación a la que no se ha prestado toda la atención que mere¬
ce por parte de los estudios gramaticales (véase el cuadro re¬
sumen en la pág. 183). Esta clasificación, es evidente, será de
gran utilidad para los lexicógrafos que hasta ahora se limi¬
taban a indicar sólo «expresión», «frase» o «locución» sin
adentrarse en los problemas de gramática. En el siguiente ca¬
pítulo Casares caracteriza las frases proverbiales y refranes
frente a las locuciones, y diferencia los dos primeros concep¬
tos. Nuestro autor es contrario a la entrada de todos ellos
en el diccionario —opinión que choca con las que mantenía
hasta ese momento-—, aunque en el caso de las frases prover¬
biales habrá que estudiarlas «caso por caso y resolverlos to¬
dos discrecionalmente». En los otros cuatro capítulos que
completan esta parte se trata el tema de los modismos, a pe¬
sar de estar al margen de la lexicografía. Casares intenta su
definición y caracterización frente a términos tales como idio¬
tismo e hispanismo, y formula que «todo modismo es una ex¬
presión pluriverbal», pero «no todas las expresiones pluri-
verbales son modismos». Pasa a continuación a explicarse el
por qué de su abundancia en nuestra lengua, y la situación
en comparación con el latín. En el tercero de estos capítulos
se analiza el por qué y cómo del uso de los modismos en la
lengua para afirmar que el modismo «no corresponde a una
figura lingüística definible». Termina Casares el estudio de
los modismos analizando su nacimiento y origen semántico,
así como de algunas de sus peculiaridades morfológicas.

La cuarta parte, titulada «Ante el proyecto de un Diccio¬


nario histórico», es la de mayor interés, pues se cierne a ana¬
lizar la problemática de la lexicografía española, a partir del
proyecto del Diccionario histórico de la Academia. El primer
capítulo lo constituyen los informes elaborados por el autor
para dar cuenta del proyecto y, según él, «no ofrecen interés
MANUEL ALVAR EZOUERRA 35

general porque sólo afectan a cuestiones de régimen interior».


Pero es precisamente ese «régimen interior» el que debemos
conocer para saber cómo se va a realizar el Diccionario his¬
tórico, y qué va a suponer con respecto a otras obras de ca¬
rácter similar existentes fuera de nuestras fronteras, porque
sería de necios lanzarse a una obra de tales dimensiones sin
antes haber conocido la experiencia ajena para aprovecharla,
y aún así se pueden cometer grandes errores de cálculo —po¬
siblemente no imputables al propio Casares—, como es el de
pensar ver acabado el Diccionario en treinta y ocho años (pá¬
gina 262): la experiencia nos muestra que tras treinta años
aún no se ha logrado sobrepasar ia letra a. El segundo capí¬
tulo se destina a informar sobre el caudal léxico que entraría
en este diccionario. Coincidiendo con el de otros diccionarios
históricos europeos, el punto de partida sería el siglo xii,
«abandonando a su suerte el período preliterario y haciéndo¬
nos cargo del resto para no dejar de beneficiar los primeros
monumentos de la lengua», mientras que el otro límite sería
la época actual, sin fijar fecha alguna. Las barreras en el pla¬
no sincrónico serían las de la lengua o idioma, «conjunto de
las expresiones actualizadas a que ha dado nacimiento el len¬
guaje» (el lenguaje es definido como «sistema de posibilida¬
des expresivas de una comunidad lingüísticamente homogé¬
nea, incluyendo entre esas posibilidades las que subsisten en
estado latente»). En cuanto a los estratos lingüísticos, Casa¬
res propone incluir en el diccionario el léxico poético, litera¬
rio, general o común, familiar, y popular, rústico, incivil y
grosero. El siguiente capítulo de esta parte está dedicado a
los particularismos sociales, desde el caló a la germanía mo¬
derna. Casares entiende por caló «lo que conservan los gita¬
nos peninsulares de su antiguo dialecto indoeuropeo»; de
este lenguaje sólo entrarán en el Diccionario las voces que
hayan logrado la aceptación general en nuestra lengua, y es¬
pecialmente las que tengan estado literario. El tratamiento le¬
xicográfico para la germanía histórica es distinto, pues ha sido
muy empleada por los autores clásicos y tiene tres siglos de
residencia en los léxicos españoles. La germanía histórica ha
desaparecido, pero ha surgido una nueva sin pretensiones de
ser secreta, ya que la utilizan policías, carceleros y maleantes,
36 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

por lo que, de incluirse en el Diccionario, habría de llevar la


notación de germanía moderna. Entre los particularismos pro¬
fesionales (capítulo IV) están la jerga, la terminología artesa-
na, y los tecnicismos de las artes liberales que tienen cabida
en el Diccionario, igual que los tecnicismos de las industrias,
aunque ya entrarán con ciertos reparos; por su parte, la adop¬
ción de tecnicismos científicos plantea grandes problemas de¬
bido a su número, inestabilidad y particularidades ortográficas
y morfológicas, por lo que su inclusión en el léxico general
debería estar convenientemente regulada. El último capítulo,
el quinto, está consagrado a los particularismos geográficos
que «pueden ofrecer mayor interés que cualquier neologismo
científico de la técnica más en boga». Casares es partidario
de su inclusión en el diccionario histórico que proyecta, pues
ofrece holgura para todos esos términos, con los cuales ganará
en calidad. Sin embargo, parece evidente la necesidad de una
selección, ya que todos ellos terminarían por ahogar el léxico
patrimonial.

El libro se termina con un Apéndice consistente en las


objeciones y respuestas surgidas al exponer los capítulos del
libro en conferencias y lecciones. Sólo muestra interés lexico¬
gráfico el § 167, «Inclusión en el Diccionario de los aumenta¬
tivos y diminutivos y de los adverbios en -mente». Casares es
partidario de «no hacer un artículo aparte para cada uno de
los aumentativos y diminutivos llamados regulares, salvo cuan¬
do la significación tenga un matiz que no sea simplemente la
modificación cuantitativa del positivo; pero mencionar, en el
artículo dedicado a éste, todas las formaciones documenta¬
das». No opina lo mismo de los adverbios en -mente, pues
no cabe plantearse cuáles son las posibilidades realizadas y
cuáles no.

La validez de la obra sigue siendo hoy completa, salvedad


hecha de aquellos puntos, muy pocos, que van quedando su¬
perados por el avance de la lingüística, o por los nuevos cri¬
terios científicos. En la actualidad nos sería imposible excluir
palabras por criterios tan subjetivos como son el decoro o el
buen gusto, que para nuestro maestro son razones suficientes
(vid., por ejemplo, las págs. 271 y 279). Para un lector dema-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 37

siado exigente, el libro puede parecer muy abultado, siendo


frecuente que la copiosa ejemplificación desvíe el interés cen¬
tral. Por otro lado, la inclusión de ciertos capítulos estricta¬
mente gramaticales y no lexicográficos parecen no responder
al título de la obra, pero están justificados como preámbulo
necesario '—sí, quizá ampuloso— a los planteamientos lexico¬
gráficos. Gracias a todo ese desarrollo la lectura es más fácil
que la de otras obras, y aprendemos conocimientos de índole
muy variada, siempre al hilo de las palabras. Es así cómo
poco a poco, sin darnos cuenta y sin dedicarle ningún capí¬
tulo, nos va desvelando, entre otros, el secreto de la elabora¬
ción del diccionario oficial, de cuya maquinaria interna ape¬
nas sabíamos nada antes. Del interés suscitado por el libro
es buena muestra, por ejemplo, su traducción al ruso unos
cuantos años después de su publicación en España: Ch. (Ca¬
sares, Vveclenie v sovremennuju leksikografiju (Moscú, 1958).
1953

Matoré, Georges, La méthode en lexicologie. Domaine ¡ran¬


eáis, Didier, París, 1953; nueva edición (2.‘), 1973
(XXXI1 + 126 págs., comienza en la 9).

G. Matoré intenta justificar en el prólogo del libro esta


nueva edición de una obra ya envejecida, y que ha suscitado
no pocas controversias en torno a la utilidad y aplicación de
las teorías expuestas. La necesidad de la edición, según el
autor, viene dada por la situación de la lexicología y lexico¬
grafía en Francia, por el desarrollo de la teoría del campo
semántico, y por la inoperancia del estructuralismo, llegando
a decir, traduzco y adapto los ejemplos: «La lingüística es¬
tructural, ciencia de moda, se ha convertido en una ciencia
soporífera, particularmente la semántica, y no se puede des¬
cribir de ninguna manera el aburrimiento, mezclado con irri¬
tación, que asalta al lector de trabajos donde la respectiva
situación del caballo y de la yegua, del yerno y de la nuera,
queda examinada con una imperturbable seriedad en los in¬
ventarios de “rasgos distintivos” representados por plottings,
por matrices que se esfuerzan en restituir la estructura com-
ponencial de cada unidad semántica» (pág. XVII).

La lexicología, afirma Matoré en el cap. 1, se ha confun¬


dido a menudo con disciplinas afines tales como la estilística,
morfología, gramática, psicología y semántica, lo cual supone
una indeterminación del objeto mismo de la ciencia, y, por
tanto, del método a seguir para su análisis. El punto de par¬
tida de tal método parece encontrarse en la semántica de
M. Bréal (véanse las páginas 14-15). Los dos capítulos siguien¬
tes llevan como título «El objeto de la lexicología». Para po¬
der determinarlo parte Matoré del simbolismo lingüístico, del
40 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

proceso psíquico que se origina en la mente y que termina en


un signo, en la palabra. Ahora bien, la noción palabra no
está del todo clara (recordemos que la separación de palabras
en la oración es tardía y sólo surge entre los romanos, no
antes), poniendo como muestras para confirmarlo el lenguaje
infantil, la fonética y la significación. El autor toca a conti¬
nuación el problema de las relaciones entre la palabra y el
pensamiento, de interés lingüístico, aunque no siempre se le
ha prestado la atención que merece (en las páginas 24-31 se
pasa revista a la concepción del problema desde la antigüe¬
dad hasta el marxismo de los años 50). La palabra y el con¬
cepto están ligados de una manera casi indisoluble, como lo
demuestran los estudios acerca del lenguaje infantil y de las
enfermedades del lenguaje, en especial de la afasia. En el pla¬
no psicológico es notable la influencia de la palabra sobre el
pensamiento, pues lo analiza y lo hace explícito, objetivo y
racionalizado, pasando de la psicología individual a la colec¬
tiva, esto es, a los hechos sociológicos. Matoré ejemplifica las
interacciones de lo psicológico y lo sociológico con los neo¬
logismos, que pueden ser tanto voces nuevas (creadas ex nihi-
lo, onomatopeyas, nombres propios, derivados de cualquier
tipo, préstamos, etc.), como términos empleados anteriormen¬
te a los que se atribuye un nuevo sentido, o palabras surgidas
de un cambio de categoría gramatical. De ninguna manera
puede decirse que el vocabulario juegue un papel pasivo en
las relaciones sociales: no sólo es el reflejo o la reproducción
mecánica de la realidad, sino que, en cierta medida, la puede
determinar, aunque también puede definirla con retraso. Aho¬
ra bien, la palabra, la lengua, tienen sus límites porque no
pueden expresar de forma adecuada la esencia profunda de
las cosas ni el aspecto más individual del yo, pero no son
siempre impotentes para hacernos experimentar los estados
de ánimo más subjetivos.

En el capítulo IV trata de situar a la lexicología en rela¬


ción con las ciencias vecinas, ya que ocupa una situación
particular, incluso aberrante, en relación con las otras discipli¬
nas lingüísticas (pág. 47). La lexicología debe tener en consi-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 41

deración las enseñanzas de la historia económica, de las cos¬


tumbres y de los trabajos de síntesis histórica; no podrá olvi¬
dar a la sociología, pues, como ella, da cuenta de los hechos
sociales, situándose entre la lingüística y la sociología.

«El método en lexicología» es el título común a los res¬


tantes capítulos del librito. En el quinto se plantea Matoré la
fecundidad de la separación saussureana entre sincronía y dia-
cronía en lexicología, pues difícilmente se puede eliminar de
la palabra el factor tiempo dado que es imposible aislar un
elemento de las operaciones que lo han producido, ya que
nuestra ciencia se encuentra en la intersección de las coorde¬
nadas espacio y tiempo. Ahora bien, para estudiar los hechos
del vocabulario será preciso hacer cortes cuya delimitación
cronológica no dejará de plantear dificultades mientras no po¬
seamos trabajos analíticos que permitan determinar las fechas
importantes en la historia del vocabulario y de la sociedad;
mientras tanto será preciso buscar soluciones de compromi¬
so, como son las dataciones que jalonan la historia de una so¬
ciedad, o la idea de generación. Pero los cortes no sólo han
de ser temporales, sino también espaciales, para lo cual hay
que abandonar la clasificación de formas —que no puede con¬
ducir a ninguna explicación sociológica—, y proponer una
clasificación semántica de los hechos de vocabulario, que se
basará en cuatro principios (pág. 62):

1. ° Al no estar aislada la palabra no puede disociarse del


grupo al que pertenece.

2. ° No todas las palabras de un mismo grupo tienen el


mismo valor; constituyen una estructura jerarquizada.

3. ° Esta estructura es móvil; los movimientos de pala¬


bras y grupos de palabras tienen lugar de manera co¬
rrelativa: un vocabulario es un todo como la época a
la que representa.

4. ° La clasificación debe conducir a una explicación, que


será de carácter sociológico, pues el vocabulario es la
expresión de la sociedad.
42 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

La vinculación de la palabra a su grupo no se manifiesta


por igual en todos los individuos, por lo que la asociación de
palabras en la conciencia del hablante, de carácter subjetivo
e irracional, no puede servir de punto de partida para una
clasificación lexicológica. Las palabras mantienen entre sí re¬
laciones complejas, asociándose en campos, de manera que el
estudio de cada elemento aislado es inoperante: la investiga¬
ción lexicológica debe hacerse en función de los conjuntos. En
los campos nocionales la estructura lexicológica se jerarquiza
y se coordina en función de elementos particularmente impor¬
tantes, las palabras-testigo (mots-témoins), que introducen la
noción de peso en el vocabulario. «La palabra-testigo, traduz¬
co, es el símbolo material de un hecho espiritual importante;
es el elemento a la vez expresivo y tangible que plasma un
hecho de civilización» (pág. 66). Las palabras-testigo sólo
podrán ser determinadas una vez conocida suficientemente la
época a la que pertenece el campo. Lo que caracteriza a la
palabra-testigo no es sólo su valor estático en el interior del
grupo, sino también el manifestar un dinamismo: la palabra-
testigo es el símbolo de un cambio. Ahora bien, las palabras-
testigo son demasiado numerosas como para ser los elemen¬
tos fundamentales del léxico. Hay unidades lexicológicas que
definen a una sociedad, son las palabras-clave (mots-clé), que
designan «no una abstracción, no una media, no un objeto,
pero sí un ser, un sentimiento, una idea, vivos en la medida
misma en que la sociedad reconoce en ellos su ideal» (pág. 68).
En las páginas 71-74 Matoré expone un cuadro para clarificar
sintéticamente los hechos lexicológicos, fundado en un factor
objetivo: el grado de materialidad y de intelectualidad de los
hechos individuales y sociales que se expresan en un vocabu¬
lario. Después aparece una aplicación del modelo teórico sobre
el léxico francés en 1660-1670 y en 1765.

El capítulo VII, y último, está dedicado en su primera


parte a las determinaciones numéricas y representaciones grá¬
ficas de los resultados conseguidos a partir del método expues¬
to con anterioridad, basándose en la calidad de las palabras
más que en la cantidad, con lo cual queda al margen del es-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 43

tudio la estadística lingüística desarrollada en estos últimos


años, y que en 1953 había comenzado a dar algunos de sus
frutos. La segunda parte del capítulo se consagra a la justifi¬
cación de la necesidad de una síntesis tras haber efectuado el
análisis lexicológico, pues es peligroso olvidar las relaciones
existentes entre los distintos sectores de nuestros estudios, y
sería olvidar las causas más generales y los factores más im¬
portantes.

Por último, Matoré extrae las conclusiones de su exposi¬


ción, que podemos resumir diciendo que intenta determinar
sociológica y temporalmente los cortes en los que se inscribe
el estudio del vocabulario, lo cual, según él, debe satisfacer
a los lingüistas marxistas que han criticado (recuérdese que
el libro apareció en 1953) a la lingüística sociológica represen¬
tada por Saussure y sus seguidores.

El conjunto de la obra se completa con dos apéndices. En


el primero (aparecido antes como artículo) se presenta el cam¬
po nocional de las voces francesas art y artiste entre 1827
y 1834, mientras que en el segundo se reseñan las tesis de doc¬
torado de A. J. Greimas (1948) y de B. Quemada (1949), dis¬
cípulos de Matoré.

Podemos decir del libro que si bien fue novedoso en 1953,


aunque sin aportar grandes soluciones, en 1973 (fecha de su
reedición) era viejo y desconocía la lingüística hecha durante
veinte años dentro y fuera de Francia (en el párrafo de la es¬
tadística podía haber recurrido a Guiraud, Muller, Gougen-
heim, etc., o al abordar el problema de la caracterización y
delimitación de palabra a la Lingüística Estructural de Ro¬
dríguez Adrados, por sólo ofrecer dos ejemplos). En general,
Matoré se muestra demasiado preocupado por la filosofía de
la ciencia, que ocupa muchas páginas de la obra, quizá por
justificar y ampliar una parte de su tesis doctoral, precisa¬
mente donde se expone el método seguido, que, como dije
antes, ha suscitado numerosas y diferentes reacciones. Lo am¬
bicioso del título hace esperar demasiadas cosas, y defrauda
44 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

al lector en las partes que se presumen del máximo interés,


como son todas aquellas en que se tocan los aspectos socioló¬
gicos, o la inútil definición, si lo es, de lexicología y lexico¬
grafía (pág. 88). Pero es justo reconocer también que las no¬
ciones de palabra-testigo y palabra-clave pueden ser metodo¬
lógicamente muy rentables, según se comprueba en los traba¬
jos citados por Matoré.
1953

García Hoz, Víctor, Vocabulario usual, vocabulario común


y vocabulario fundamental (determinación y análisis de
sus factores). CS1C, Madrid, 1953 (523 págs. + 6 tablas).

Consta la obra de tres partes, una introducción y una


conclusión, amén de la bibliografía e índices. En la introduc¬
ción se hace un rapidísimo repaso a las relaciones del lengua¬
je con la pedagogía y la psicología.

La primera parte es la «Determinación del vocabulario


usual». Concibe García Hoz como vocabulario usual el utili¬
zado por el hombre vulgar, y que debe ser exigido en la edu¬
cación general antes de pasar a especiaüzación alguna. Para
la recolección del material que constituye ese vocabulario hay
que acudir a los textos escritos, que presentan la ventaja
—frente a los orales— de su permanencia. El método ideal,
pero imposible desde cualquier perspectiva, sería registrar «las
palabras que dice en la vida corriente el hombre corriente».
El punto de partida de la investigación son cuatro aspectos de
la vida: familiar, social indiferenciada, social regulada y cul¬
tural, representados en el material que se va a utilizar (cartas
privadas, periódicos, documentos oficiales: políticos, religio¬
sos, sindicales) y libros, respectivamente. Para el lenguaje
coloquial aún hay una fuente escrita más, el teatro costum¬
brista, que no utiliza el autor porque en él se refleja la vida
entera y se mezclarían varios criterios de selección de fuentes,
y porque en él la vida pasa a través del prisma del escritor.

El primer problema planteado es poner un límite a la reco¬


gida de materiales para determinar las palabras usuales. Tras
pasar revista a los tratadistas anteriores, y después de algunos
ensayos, inventarió 400.000 palabras (esto supone unas 12.913
46 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

distintas, que aumentadas con el vocabulario especializado de


ámbito técnico, regional, etc., se aproximan a las 15.000. cifra
usada por otros autores en otras lenguas). En cuanto a la re¬
cogida de cartas apenas hubo dificultad ninguna; fundamen¬
talmente el material procede de Madrid, a donde llegan desde
toda nuestra geografía, pero también se tuvieron en cuenta
otras ciudades. Bastó con 620 cartas para obtener las 100.000
palabras asignadas a cada grupo. Algo más difícil fue la re¬
colección de los materiales periodísticos, pues tenían que ser
representativos. Cada periódico (se desecharon las revistas)
se dividía en cuatro apartados: artículos doctrinales, noticias,
espectáculos y anuncios (con 500, 2.000. 1.000 y 500 palabras,
respectivamente, límite máximo examinado en cada ejemplar).
Se tomaron los 25 periódicos de mayor tirada en España, ana¬
lizándose números desde enero de 1943 hasta diciembre de
1948. La cantidad en los documentos oficiales fue proporcio¬
nal entre los políticos, religiosos y sindicales. De los primeros
se tomó un ejemplar mensual del BOE (1948); de los se¬
gundos, se tuvieron en cuenta cinco ejemplares (sin unidad
temporal) de los boletines oficiales de nueve obispados; por
último, 14 títulos de publicaciones sindicales. Para la selección
de libros (cuarto grupo) se atendió a su difusión más que a
sus valores intrínsecos, y así se consultó a once editoriales so¬
bre los títulos más vendidos en los últimos años, para obtener
10.000 palabras por libro, hasta un máximo de 10 libros. Si
los ejemplares contenían más de 10.000 voces se hacían varias
calas a lo largo de la obra hasta completar ese número.

A la hora de registrar los materiales se presentó la cues¬


tión de qué es una palabra, que fue resuelto aceptando como
norma el criterio de la Academia. Más tarde aparecieron otros;
por ejemplo, siempre se registró como una palabra aquellas
voces que pudieran tener varios significados; también se ano¬
tan como una palabra las distintas variantes formales de un
término, salvo en los pronombres personales, siguiendo los cri¬
terios académicos. A continuación se ordenan tres relaciones
de palabras: 1), las que aparecieron en la investigación y fi¬
guran como de significación general en el Diccionario Manual
de la Academia (edic. 1950) (un total de 12.428); 2), las que
MANUEL ALVAR EZQUERRA 47

aparecieron en la investigación y figuran en ese Diccionario


como palabras de significación especial o restringida (un to¬
tal de 256); y 5), las que aparecieron en la investigación y no
figuran en el Diccionario (un total de 253).

La segunda parte de la obra es el «Vocabulario común y


vocabulario fundamental». El vocabulario común está cons¬
tituido por las palabras que aparecen en los cuatro tipos de
vocabulario (cartas, periódicos, documentos oficiales y libros),
pero a este grupo de 1.971 palabras hay que añadir otras 212,
por tener una frecuencia muy alta a pesar de no aparecer en
todos los vocabularios, o porque sumando las frecuencias de
vocablos que expresan ideas afines (p. ej. acentuar y acento)
sean más de 40, tope mínimo para aparecer en la relación
adicional. A continuación García Hoz hace un cálculo de la
correlación entre los diferentes grupos del vocabulario común,
para ver en qué medida contribuye cada uno de ellos. De esta
manera se llega a establecer el vocabulario fundamental, esto
es, las palabras que tienen sus frecuencias prácticamente dis¬
tribuidas en partes iguales en uno y otro tipo de vocabulario,
frente a otras que por su frecuencia parecen más propias de
un tipo de vocabulario que de otro. En el vocabulario funda¬
mental hay 208 palabras.

El «Análisis de los factores» constituye la tercera parte


del libro. En este análisis se aplican las técnicas psicopedagó-
gicas al estudio de las palabras, consideradas como sujetos
psíquicos. El autor sigue las técnicas de Spearman y Thursto-
ne para hallar los factores del vocabulario. Tras el análisis se
ve claramente que el vocabulario menos específico es el de
las cartas (1.900 palabras diferentes, descontadas las 1.971 del
vocabulario común), mientras que el más específico es el de
los libros (6.000 voces distintas, una vez hecho el descuento).
En orden ascendente están el vocabulario de los documentos
oficiales (menos de 4.000 términos diferentes) y el de los pe¬
riódicos (algo más de 5.000).

En la conclusión final el autor aprecia que en el vocabu¬


lario usual cada palabra se repite 31 veces por término me-
48 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

dio; en el vocabulario común la frecuencia media de las pa¬


labras es de 172; y, en el vocabulario fundamental, esa cifra
asciende a 1.324.

Por otro lado, suponiendo que en una conversación co¬


rriente se pronuncian de 160 a 170 palabras por minuto, «to¬
das y cada una de las palabras del vocabulario fundamental
aparecen una vez cada dos minutos; las del vocabulario co¬
mún, una vez por hora, y las del vocabulario usual, una vez
cada diez horas» (pág. 513). Según García Hoz «los vocabu¬
larios aquí obtenidos pueden servir de criterio o punto de
partida para investigaciones sobre el empleo de uno u otro
tipo de palabras, cultismos o romanismos. palabras significa¬
tivas y relativas, etc. [...] También sospecho que en cada uno
de los vocabularios usual, común y fundamental se tiene una
vía para el estudio de los autores literarios» (pág. 514).
Otras posibles aplicaciones están en la mente de todos: ela¬
boración de métodos de enseñanza de la lengua para extran¬
jeros, estudio de la evolución del léxico contemporáneo, et¬
cétera. Ahora bien, en el momento actual el valor de la obra
se ve disminuido por la cantidad de años transcurridos desde
la recogida de los materiales; por ejemplo, en ninguno de los
vocabularios aparecen las palabras televisor o televisión, que
sin lugar a dudas hoy pertenecen por lo menos al vocabula¬
rio usual. Por otro lado, supongo que las técnicas del análisis
factorial han debido progresar en gran medida. Los concep¬
tos de representatividad y de recogida del material también
han cambiado: en la actualidad no se puede prescindir de los
materiales hablados (en especial la televisión); las 400.000 pa¬
labras que sirven de base al trabajo son, todavía hoy, un nú¬
mero elevado, que mediante otros procedimientos técnicos, no
manuales, podrían haber sido aprovechadas para establecer
otras listas: de verbos, de sustantivos, etc. Pese a todos estos
achaques formulados a treinta años de distancia la obra sigue
ocupando un lugar prominente en nuestras investigaciones de
recuento del léxico (apenas existentes para el español). La uti¬
lización de sus materiales hace pensar en la necesidad de un
trabajo semejante a ése para apreciar en qué ha cambiado
nuestro vocabulario en los años transcurridos desde entonces.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 49

Para terminar, diré que la obra dista de satisfacer en cier¬


tos aspectos, fundamentalmente en el de los planteamientos teó¬
ricos; así, por ejemplo, el de la aplicación de métodos psicope-
dagógicos al examen del léxico, cuando ya en su época exis¬
tían técnicas muy perfeccionadas de lexicometría. El ensayo,
por supuesto, no carece de interés.

1960

Householder, Fred W„ y Sol Saporta (eds.), Problems


in Lexicogrciphy, 3." ed., Indiana University, Bloomington,
1975 (286 págs. + VIII).

Se recogen en este libro las comunicaciones presentadas en


la reunión que tuvo lugar en la Universidad de Indiana (11
y 12 de noviembre de 1960) para discutir los problemas que
se presentan a la hora de hacer diccionarios.

Los trabajos están agrupados en cuatro apartados: l.° La


preparación de diccionarios I: Consideraciones teóricas; 2.°
Lingüística estructural y la preparación de diccionarios; 3." La
preparación de diccionarios II: Consideraciones prácticas;
4.° Problemas lexicográficos en lenguas específicas.

El primero de los artículos es de Y. Malkiel, «A Typologi-


cal Classification of Dictionaries on the Basis of Distinctive
Features» (págs. 3-24), que propone tres criterios de clasifica¬
ción de diccionarios, a partir de los cuales se podrán hacer
ulteriores subdivisiones: la clase (range), esto es, el volumen
y extensión del material recogido; la perspectiva (perspectiva),
actitud deliberada o semiingenua del recolector para escoger
el material, el tipo de curiosidad que lo conduce a delimitar
y acometer su proyecto; y la presentación (presentation) de
los materiales: tipografía, símbolos, abreviaciones, informa¬
ciones gramaticales, latitud de la definición, volumen de la
documentación verbal e ilustraciones gráficas, y otros signos
externos. En la clasificación por la clase pueden hacerse tres
subdivisiones: por la cantidad de entradas, por el número de
lenguas, y por la extensión de las informaciones léxicas. La
siguiente clasificación envuelve tres perspectivas: la dimen¬
sión fundamental (diacronía/sincronía), la ordenación básica
de las entradas (convencional, semántica, o arbitraria), y el
nivel del tono: objetivo (detached), preceptivo, o desenfadado.
52 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

En la clasificación por la presentación deben considerarse cua¬


tro aspectos: definición, documentación verbal, ilustraciones
gráficas, y la presencia de caracteres distintivos especiales.
Las palabras vocabulario y diccionario también se aplican a
las obras que ordenan alfabéticamente palabras o nombres,
lo que representa una primera excepción a la clasificación
propuesta; la segunda son los vocabularios especializados en
artes, oficios, ocupaciones y ciencias no representativas del
núcleo del léxico común.

Sigue a las páginas de Malkiel el trabajo de U. Weinreich,


«Lexicographic Definition in Descriptive Semantics» (pági¬
nas 25-44), en el que comienza relacionando la descripción se¬
mántica del lenguaje (formulación, en términos apropiados, de
los significados que tienen las formas de ese lenguaje) con la
lexicografía, pues la descripción semántica de términos indi¬
viduales pertenece ordinariamente a la lexicografía, mientras
que el estudio de los modelos recurrentes del parentesco se¬
mántico, y de cualquier recurso formal mediante el que se
puedan interpretar, es llamado a veces lexicología, funto a
los problemas descriptivos, la lexicología puede ocuparse de
cuestiones históricas y comparativas. La lexicología monolin-
güe, como cualquier otra aproximación a la descripción se¬
mántica, presupone una teoría específica del significado, ya
que la definición asume una distinción entre el significado pro¬
pio («significación», «compresión», «intensión», según las ter¬
minologías) y las cosas significadas por cualquier signo («de¬
notación», «referencia», «extensión», etc.). Esta dicotomía fue
discutida a partir del siglo xix, proponiéndose varias alterna¬
tivas en la descripción semántica: a), el «significado lingüís¬
tico» de un término es la probabilidad de su aparición, calcu¬
lada sobre el contexto de otras formas en el mismo discurso;
b), los significados, como estados psíquicos, son inaccesibles a
la observación, y la semántica descriptiva debe esperar a que
futuros progresos en la neurología los hagan accesibles; c), el
significado de un término es su uso en el lenguaje. Para la
definición lexicográfica Weinreich propugna la sustitución de
la forma clásica mediante el género próximo y la diferencia
específica por una forma canónica con una parte descriptiva
MANUEL ALVAR EZQUERRA 53

(las condiciones que cumple la palabra si sirve para denotar)


y otra ostensiva (simples denotata). Cuantas más condiciones
tenga una definición más especifica será. Más adelante, el
autor propone una clasificación de las definiciones, según se
utilice el método de los sinónimos (una palabra significa lo
mismo que otra), el del análisis y la síntesis (no lo suficiente
claro como para aplicarlo a los lenguajes naturales), el mé¬
todo denotativo y el ostensivo, el implicativo o contextual (el
término y la definición están fusionados; p. ej., diagonal se
define: ’un cuadrado tiene dos diagonales, y cada una de ellas
divide al cuadrado en dos triángulos rectángulos isósceles’), o
el método de indicar el uso de la palabra (p. ej., ’la palabra
yo la utiliza cada usuario para indicarse a sí mismo').
El tercer artículo es de Mary R. Haas, «What belongs in a
Bilingual Dictionary?» (págs. 45-50). En él se indica lo que
un lector espera de los diccionarios bilingües, siendo unos
puntos más importantes que otros, si bien no siempre se cum¬
plen. Entre los fundamentales se halla el deseo de que cada
voz o expresión de una lengua tenga el correspondiente en la
otra, que se contengan todas las palabras, locuciones, circun¬
loquios e idiotismos, así como toda la información inflexional,
derivacional, sintáctica y semántica, todos los niveles de uso,
los nombres propios necesarios, el vocabulario especializado,
y la información necesaria sobre la ortografía y pronuncia¬
ción de cada lengua. Entre lo menos fundamental: poseer in¬
formaciones semejantes para ambas lenguas, contener una bue¬
na adaptación tanto para la traducción automática como para
la humana, ser lo más reducido posible, e incluir ilustraciones.
Continúa el tomo con «Some Notes on Bilingual Lexico-
graphy» (págs. 51-61) de Richard S. Harrell, quien se plantea
una serie de problemas a partir del trabajo lexicográfico sobre
el árabe que se lleva a cabo en la Universidad de Georgetown.
El primero de ellos es decidir, en el momento de la composi¬
ción de un diccionario bilingüe, si se dirige a los hablantes de
una lengua o de otra, pues es imposible otorgar la misma
atención a ambas lenguas; el segundo es si se debe conceder
más importancia a la lengua hablada o a la escrita; el tercero
saber si el diccionario va a servir primordialmente a la com¬
prensión o a la expresión.
54 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Dentro del tema de la lexicología bilingüe hay otro artícu¬


lo de Donald C. Swanson, «The Selection of Entries for a
Bilingual Dictionary» (págs. 63-77). Los dos propósitos funda¬
mentales de un diccionario bilingüe pueden ser: el lugar de
referencia habitual para el estudiante, y servir de guía rápida
para el lingüista que no es un especialista, y para el que cada
parte de la obra sirve de índice de la otra. El autor propone,
como contenido de los diccionarios bilingües, para el inglés y
muchas otras lenguas indoeuropeas, un mínimo entre 5.000 y
10.000 entradas. La selección de entradas debe hacerse pri¬
mordialmente a partir de palabras, prescindiendo de los en¬
clíticos; otro grupo importante de entradas lo constituyen los
grupos de componentes nominales o frases (papel carbón,
cinta adhesiva, etc.). Las palabras más frecuentes son las que
ofrecen mayores complicaciones para hacer los diccionarios
bilingües tanto desde el punto de vista formal como significa¬
tivo, debido a su enorme frecuencia. Para Swanson todas las
partículas deben incluirse y analizarse, pues son el soporte
sintáctico del discurso. Además, los diccionarios bilingües de¬
ben contener un apéndice donde se explique el sistema de
formación de palabras en cada lengua. Con el fin de dar cuen¬
ta de muchas voces se proponen dos técnicas alternativas: la
clasificación por contrastes y la clasificación por sustitución,
lo cual puede conducir al conocimiento exacto de los signifi¬
cados de una misma forma. Por otro lado, es necesario en¬
contrar soluciones para que una palabra que sólo se pueda
traducir a la otra lengua de forma perifrástica, se halle tam¬
bién en la otra parte del diccionario como traducción de ese
grupo de palabras. Algunos casos particulares de correspon¬
dencias léxicas necesitarán un comentario cultural a la hora
de hacer la traducción, porque no es lo mismo nuestro con¬
cepto rey que el de basileus del antiguo griego, por más que
uno traduzca al otro. Tampoco podrá prescindir un dicciona¬
rio bilingüe de las voces antiguas, pues, a pesar de ser sus¬
tituidas por otras modernas, aparecen no sólo en la literatu¬
ra, sino también en comunidades supervivientes con una cul¬
tura más atrasada. Pienso que si bien lo que plantea Swanson
es desde todo punto de vista razonable y deseable, no es real.
MANUEL AUNAR EZQUERRA 55

ya que ¿cómo se va a conseguir un diccionario bilingüe total


—es lo que propone— si todavía no existe ninguno monolin-
güe que sirva de base?

El segundo apartado, «Lingüística estructural y la prepara¬


ción de diccionarios», empieza con el trabajo de H. A. Glea-
son, Jr., «The Relation of Lexicón and Grammar» (págs. 85-
102), para quien las relaciones de gramática y léxico pueden
ser entendidas de dos maneras, bien como la relación de dos
partes de la estructura de la lengua, bien como la relación de
una situación gramatical con un diccionario. Tras pasar revis¬
ta a las actitudes de la lingüística norteamericana con respec¬
to a la gramática y el léxico, entre las que destaca una de las
definiciones que Bloomfield da de léxico, «un apéndice de la
gramática, una lista de irregularidades básicas». Gleason pasa
a afirmar que la estructura gramatical y el diccionario son in¬
terdependientes en algunos puntos importantes. Una opinión
muy común es que la estructura gramatical se relaciona con
la forma, y el diccionario con el significado; para algunos gra¬
máticos una función primordial de la gramática es dar cuenta
de los significados, para otros la aparición del significado en
la gramática es accidental, e incluso está fuera de lugar. Quizá
por eso los diccionarios no sólo dan cuenta de palabras, sino
también de morfemas. Desde el punto de vista de Gleason,
las funciones de un diccionario pueden ser varias: servir de
índice de la gramática (en cada elemento se informará sobre
la clase y subclase con que está emparentado), o incluso de
corrector de la gramática, pues se le puede asignar la tarea de
llevar la descripción más allá del límite de la gramaticalidad
señalado por la gramática; puede servir como sistema de re¬
ferencias y correlación de entradas dentro de las relaciones
gramaticales o como recurso para poner en relación diversos
sistemas lingüísticos (la gramática es uno de ellos); por último,
el diccionario puede definir el significado referencial. A partir
de las funciones anteriores pueden marcarse las diferencias, y
los puntos de contacto, del diccionario y la gramática; el pro¬
blema estriba en la dificultad que supone poner orden en el
caos que se llama léxico. Termina el autor haciendo una serie
de sugerencias para la gramática lexicográfica: los dicciona-
56 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

ríos y las relaciones gramaticales pueden formar parte de un


programa de descripción lingüística; el diccionario debe dar
para cada elemento su información gramatical correspondien¬
te; a la inversa, la gramática debe organizarse del mismo
modo para facilitar el uso del diccionario y proporcionar una
definición adecuada de las identificaciones gramaticales que
se van a ofrecer; el diccionario ha de prestar una atención
particular a las clasificaciones; mientras no poseamos unos
análisis del contenido, completos, tendremos que conformar¬
nos con las migajas de información sobre las relaciones je¬
rárquicas, modelos de colocación, etc.

Henry M. Hoenigswald vuelve sobre el mismo tema en


«Lexicography and grammar» (págs. 103-110). Afirma que,
por la generosa admisión de datos que hay en los dicciona¬
rios, muchas veces se va a ellos únicamente para buscar me¬
ras informaciones de tipo gramatical (género de las palabras,
etcétera). El orden de los materiales del diccionario que se
suele seguir en occidente, el alfabético, es arbitrario, y no son
muchas las soluciones que se encuentran para hacerlo de otra
manera. Desde el punto de vista gramatical los índices inver¬
sos son un éxito, pues las palabras quedan, por lo común,
agrupadas por morfemas. También se refleja la gramática en
los diccionarios cuando en la lista de palabras aparecen las
formas irregulares que remiten al lema correspondiente, lo
cual sucede con cierta frecuencia en los diccionarios de len¬
guas clásicas. Frente a la abundancia de informaciones de tipo
gramatical, a veces se consideran como elementos gramatica¬
les otros que han dejado de serlo, y se evitan en los dicciona¬
rios, tal como ocurre abundantemente con los compuestos me¬
diante prefijos que han llegado a lexicalizarse, que siguen in¬
terpretándose prefijo más base léxica, desapareciendo, por
tal motivo de la lista de voces del diccionario. En conclusión,
dice Hoenigswald (pág. 109), podemos decir que nuestros
diccionarios contienen una gran cantidad de informaciones
gramaticales, por lo que siempre tendremos razones para estar
agradecidos por esa tradición mixta en la lexicografía (infor¬
maciones léxicas y gramaticales).
MANUEL ALVAR EZQUERRA 57

En «Structural Linguistics and Bilingual Dictionaries» (pá¬


ginas 111-118), Kemp Malone comienza afirmando que el dic¬
cionario bilingüe normal está hecho a partir de dos vocabula¬
rios, uno por cada lengua, y su propósito fundamental es
ayudar al usuario a traducir de una lengua a la otra, por lo
que se le puede llamar ayuda de doble sentido en la traduc¬
ción. Pero los diccionarios bilingües también tienen otras fun¬
ciones, como es la de servir de guía para la pronunciación,
gracias a las indicaciones de tipo fonético; otras veces infor¬
man sobre la afijación, conjugación y clasificación de formas.
Además, esos diccionarios pueden incluir informaciones de
tipo histórico (la etimología, el uso actual de la voz, etc.), dia¬
lectal o estilístico. Lo que separaría esos diccionarios de los
estructurales es el hecho de que los primeros recogen palabras
mientras que en los segundos sólo habrían de aparecer mor¬
femas, lo cual facilitaría sobremanera cualquier tipo de infor¬
mación que se deseara ofrecer. Así, el autor propone que para
la pronunciación se diera la transcripción fonológica siempre,
salvo en aquellas entradas en que se pudiera confundir al
lector. Debido al espacio mismo del diccionario no se pueden
ofrecer todas las variantes morfológicas en su interior, por lo
cual es conveniente añadir al frente de la obra los sistemas
de conjugación, derivación y composición característicos del
vocabulario de la lengua en cuestión.

El último trabajo de este apartado se debe a Harold C.


Conklin, «Lexicographical Treatment of Folk Taxonomies»
(págs. 119-141), para quien muchos problemas léxicos son de
una considerable importancia para lingüistas y etnógrafos,
pues no se puede hacer una adecuada descripción etnográfica
de una sociedad sin antes efectuar un análisis de sus sistemas
de comunicación. Esa es la conclusión a la que llega tras
haber trabajado varios años sobre el hanunoo de Filipinas,
lengua con la que ejemplifica a lo largo de todas las páginas.
En el tratamiento lexicográfico de la clasificación popular se
encontró comprometido principalmente por la identificación
de relevantes segmentos sintácticos, de unidades semánticas
fundamentales en contextos específicos, por la delimitación de
importantes grupos de unidades semánticas en dominios par-
58 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

ticulares, y por la traducción de estas unidades de manera


que no se oscurecieran esos importantes parentescos semán¬
ticos. La delimitación de unidades se pudo hacer con soltura,
ya que las categorías populares de un mismo dominio se po¬
dían emparentar fundamentalmente a través de dos caminos:
por inclusión, que implica niveles distintos de contraste, y
por exclusión, que aquí se aplica sólo dentro de un nivel úni¬
co de juegos de contrastes; además puede haber una intersec¬
ción subcategorial, o componencial. Los problemas señalados
por Conklin a lo largo de su artículo y que puedan ser trata¬
dos en diccionarios bilingües son ilimitados, ofreciendo una
serie de sugerencias de semántica estructural que pueden ser
incluidas en los diccionarios: una demarcación fija para cada
entrada como unidad léxica y como categoría taxonómica, di¬
ferenciación entre los elementos de la traducción y los de la
definición, indicación concisa de los atributos distintivos con
los que se definen categorías, presencia de referencias internas
sistemáticas para todas las unidades de una misma categoría
taxonómica, y un uso frecuente de esquemas estructurales y
diagramas.

El tercer apartado del tomo, «The Preparation of Dictiona-


ries: Practical Considerations», se inicia con un artículo de
Samuel E. Martin, «Selection and Presentation of Ready Equi-
valents in a Translation Dictionary» (págs. 153-159), donde
se afirma que ya hemos llegado a un momento en que los
diccionarios bilingües han de ser válidos tanto para estudian¬
tes como para computadoras, por lo cual es deseable que de
algún modo estén presentes en la entrada todas las informa¬
ciones gramaticales. Para la máquina de traducir un diccio¬
nario debe contener una mayor cantidad de información, si
bien podrá necesitar datos rara vez expuestos. En favor de la
concisión, los diccionarios bilingües deberían tener sólo un
equivalente para la traducción de cada término; pero cuando
se ofrezcan varios equivalentes habrá que sugerir al traduc¬
tor el orden de elección y ofrecer una clara descripción del
espectro semántico de la voz de la entrada. Una indicación de
contexto probaría el valor de lo propuesto. Siempre que sea
posible, los equivalentes deberán pertenecer a la misma cate-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 59

goría gramatical. Martin hace una serie de propuestas orienta¬


das hacia el inglés, sin interés para un lector español. Hay que
advertir también que el trabajo fue escrito en los momentos
de máximo optimismo de la traducción automática.

A continuación aparece «Problems in Editing Commercial


Monolingual Dictionaries» (págs. 161-181), de C. L. Barnhart,
para quien el editor de diccionarios debe plantearse ante todo
las respuestas que habrá de dar en su obra a las preguntas
que se formule el comprador. El número de entradas depen¬
derá del tipo de lector, pues pueden ser tantas cuantas pala¬
bras se utilicen en la historia de la literatura, como —para
un diccionario popular— aquellas que aparezcan en revistas,
periódicos y libros de uso general. Ese problema se halla en
estrecha relación con el volumen total de la obra, porque un
diccionario para personas instruidas contiene en Estados Uni¬
dos entre 120.000 y 150.000 palabras; si un editor intenta in¬
cluir todo el vocabulario activo habrá de ofrecer medio mi¬
llón o más de palabras, únicamente para la entrada y la pro¬
nunciación. Claro que las cifras siempre se ven aumentadas
cuando aparecen en el diccionario las formas de la flexión
de una palabra, o sus derivados. En cuanto a la pronuncia¬
ción no sólo será un problema al decidirse por un sistema (o
su adaptación) que la refleje, sino también el decidirse por
una de las pronunciaciones de la voz. El orden de las acep¬
ciones acarrea otra serie de quebraderos de cabeza: ¿se elige
por orden de aparición en la historia de la lengua, o a partir
del significado primordial de hoy? Y una vez establecido ese
orden ¿cómo distinguir los distintos niveles de uso, y cómo
indicarlos en el diccionario? La última pregunta que se plan¬
tea el autor es si se debe dar cabida a los términos dialecta¬
les y en qué medida. En definitiva, los problemas que se
plantea el editor de diccionarios comerciales vienen a coinci¬
dir con lo de los diccionarios científicos.

Meredith F. Burrill y Edwin Bonsack, Jr., «Use and Pre-


paration of Specialized Glosaries» (págs. 183-199) plantean
los problemas para la regulación de los topónimos de Estados
Unidos, y la manera de efectuarla mediante ordenadores.
60 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

En «Meaning Discrimination in Bilingual Dictionaries»


(págs. 201-216) James E. Iannucci expone que las informacio¬
nes complementarias del significado de las voces en los diccio¬
narios bilingües no es más que un proceso de discriminación
de la otra lengua, pues no se ve atendida del mismo modo.
Esa información complementaria para la lengua discriminada
es posible hallarla en la otra mitad del diccionario, pero en¬
tonces se estará discriminando a la primera.

Alien Walker Red, autor de «The Labeling of National


and Regional Variation in Popular Dictionaries» (págs. 217-
227), se basa en los diccionarios sobre el inglés de Estados
Unidos para demostrar que cuando una lengua pasa a hablar¬
se en un ancho dominio, las divergencias que surgen plantean
problemas al lexicógrafo para determinar su origen y señalar
su procedencia regional o dialectal.

El cuarto apartado del tomo merece menos atención por


nuestra parte, pues en él se plantean problemas muy concre¬
tos que caen ya muy lejos del dominio hispánico, aunque en
sí mismos sean valiosos; muestra de la calidad puede ser:
«Problems in Modern Greek Lexicography» (págs. 249-262)
de Henry y Renée Kahane.

Hacer la valoración objetiva de un libro como éste es ta¬


rea harto difícil, no sólo por los veinte años transcurridos que
han hecho envejecer a muchas de las páginas escritas, y de¬
muestran que otras sólo son obra de la euforia o de la moda
de turno, sino también por la variedad de temas tratados
(unos de evidente interés, otros menos atrayentes, y algunos
fuera de tono) y la calidad científica de cada trabajo, motivo
por el que siempre merecerán recordarse las contribuciones de
Y. Malkiel, U. Weinreich y H. A. Gleason. En conjunto, hay
que tener presente la obra por la cantidad de problemas ex¬
puestos, la calidad de su tratamiento, y la actualidad, aún
hoy, de algunos de ellos.
1962

Dubois, Jean, «Recherches lexicographiques: Exquisse, d’un


dictionnaire structural», en Études de linguistique appli-
quée, I, 1962, págs. 43-48.

No he querido traer a una colección de resúmenes como


ésta artículos de alta especialización, pero permítanseme al¬
gunas excepciones. El artículo de Dubois se halla en el primer
número de una prestigiosa revista que renació en 1971, otra
vez a partir del número uno. Si he deseado ponerlo aquí es
por el singular interés que presenta el planteamiento de un
diccionario estructural en el sentido en que lo hace Dubois.

Comienza el investigador francés con una caracterización


del diccionairo monolingüe: descripción de un léxico, cuyo ob¬
jeto es, mediante una consulta rápida que reposa sobre un cri¬
terio formal (el alfabético), la explicación en elementos simpli¬
ficados, o la traducción de un término o de una expresión.
Puede ser tanto una descripción diacrónica como sincrónica.
Los diccionarios que se publicaron en Francia durante los si¬
glos xvni y xix son, en su mayor parte, un compromiso entre
ambos sistemas, lo cual multiplica los errores y las contradic¬
ciones, pues las variaciones históricas se les escapan a los re¬
dactores que se fijan en la palabra misma, olvidando el siste¬
ma de relaciones que la definen en un momento dado del tiem¬
po. La unidad léxica es un elemento definido mediante una
red de oposiciones pertinentes; ese sistema está en movimiento
sin cesar, aparecen otras relaciones que transforman el lugar
de la unidad significativa en el conjunto del léxico y modifi¬
can sus valores de uso.

Los diccionarios sincrónicos están pensados para una con¬


sulta eficaz, para lo cual se disponen las unidades léxicas al¬
fabéticamente (base formal sin duda, pero rigurosa), y los
62 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

artículos se construyen desde un punto de vista semántico;


ahora bien, esa construcción pretendidamente racional con¬
vierte a los diccionarios en algo difícil de manejar cuando las
palabras tienen más de una acepción, pues el esquema esta¬
blecido por el lexicólogo es ignorado por el lector, quien se ve
obligado a recorrer el conjunto del artículo para hallar lo
que interesa.

El ordenamiento de las acepciones basado en la frecuen¬


cia de uso no deja de ser molesto para el usuario, debido a
que las frecuencias sólo son conocidas por los redactores del
diccionario.

Las obras monolingües sincrónicas y diacrónicas difieren


fundamentalmente de las bilingües por la distinta concepción
del artículo, al tratar a la lengua como instrumento de comu¬
nicación, pues hay que entender y hacerse entender. El orden
de las acepciones parte de los sintagmas elementales para ir
dando sucesivamente las traducciones.

Dubois propone, para resolver el problema de la repre¬


sentación lexicográfica, tomar como base no la experiencia
de los lexicógrafos anteriores, sino la doble definición estruc¬
tural de la unidad significativa. Por un lado, la estructura pa¬
radigmática en la que la palabra se define como un sistema
de relaciones, establecido no de manera arbitraria, sino me¬
diante oposiciones pertinentes o neutralizaciones en el nivel
del léxico colectivo (similitud de los valores de uso y de las
construcciones inversas, o de las conmutaciones entre sintag¬
mas verbales y nominales). Por otro lado, la estructura sintag¬
mática en la que la unidad léxica forma un sintagma nominal
o verbal: entonces debemos distinguir entre sintagma cerrado
(uno de sus elementos no se utiliza sin alguno de los demás),
sintagma condicionado (uno de los elementos condiciona el
valor de uso de otro u otros), y sintagma libre (el objeto pue¬
de, no obstante, quedar limitado a una clase de palabras y el
sujeto puede ser exclusivamente animado o inanimado). Los
valores de uso se definen también mediante oposiciones entre
los elementos que siguen o entre los que preceden.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 63

Tras los planteamientos teóricos, el autor intenta realizar


un artículo de diccionario (el verbo francés passer), disponien¬
do los sintagmas documentados en un orden de complejidad
ascendente, y divididos en tres zonas diferenciadas que corres¬
ponden a las reparticiones tradicionales (intransitivo, transi¬
tivo, pronominal), añadiendo el factitivo. Los sintagmas se
disponen horizontalmente a lo largo de toda la página. Los
valores de uso se disponen verticalmente en cuatro grupos,
que hubieran podido ser suprimidos para evitar la intrusión
de la semántica.

Dubois concluye que la consulta del diccionario puede ha¬


cerse bien por las construcciones sintagmáticas (llegando a la
explicación del valor de uso), bien por los valores de uso (re¬
conociendo entonces todos los sintagmas posibles); y también
se podrán poner en relación construcciones paralelas, en las
que sea posible la conmutación sujeto/objeto.

A la vista de los materiales presentados por el investiga¬


dor, no nos queda más remedio que aplaudir el ensayo, que
traspasa los límites estrictos de la lexicografía para adentrarse
en la problemática lexicológico-semántica, e incluso gramati¬
cal, y sus relaciones con el diccionario. La combinación de las
estructuras sintagmáticas y paradigmáticas es un gran hallaz¬
go que permitirá a ese hipotético diccionario estructural ser
un diccionario descriptivo, en el cual tendrán cabida todos
los valores de cada palabra y sus posibilidades de uso. El
problema es el que siempre acucia a la lexicografía: la difi¬
cultad de la presentación de los materiales, que tendrán que
ser manejables y de fácil comprensión por el lector; de otra
manera sólo sería un diccionario para especialistas. ¿Cómo
conseguirlo?

Quizá nunca veamos una obra así, pero el solo hecho de


su planteamiento, y algunas realizaciones prácticas de orden
lexicológico, habrán servido para mejorar los diccionarios ac¬
tuales, fructificando el estructuralismo fuera de unos terrenos
que parecían muy limitados.
.
1963

Gilí Gaya, Samuel, La lexicografía académica del si¬


glo XVIII. Cuadernos de la Cátedra Feijoo, núm. 14. Fa¬
cultad de Filosofía y Letras. Universidad de Oviedo, 1963
(23 págs.).

El título de esta lección anuncia mucho más de lo que en¬


cierra su contenido, pues lo que dedica realmente a la lexico¬
grafía del siglo xviii sólo son unas pocas notas. Gili Gaya tra¬
za en las primeras páginas las líneas de lo que fueron las
principales obras lingüísticas españolas anteriores al xviii, ba¬
sándose en la finalidad con que se escribieron: en lo esen¬
cial para interpretar otras lenguas, generalmente el latín. A
continuación examina las actividades de la Academia de la
Crusca (en Italia) y de la Academia francesa, observando la
ausencia de una institución semejante en Inglaterra «país con¬
suetudinario por excelencia». Frente a los criterios seguidos
en otras naciones, la Academia española no establece una
frontera rígida entre la lengua escrita y la lengua hablada, ya
que tal límite no ha existido siempre, y es imposible descu¬
brirla en algunos autores y épocas. De ahí que al considerar
a esos escritores como autoridades para su Diccionario pene¬
traran en él voces de baja extracción, castizas o patrimoniales,
lo que traía consigo la inclusión de la poesía y sabiduría po¬
pular (romances y refranero). Consecuentemente, también se
incluyeron regionalismos y dialectalismos, aunque no estuvie¬
ran consagrados por autoridades. Por todo eso no debe sor¬
prender que se diera cabida casi íntegramente al Vocabulario
de gemianía de Juan Hidalgo, que además estaba respaldado
por toda la novela picaresca y por algunos de nuestros gran¬
des escritores. Quiso la Academia española incluir en su Dic¬
cionario los tecnicismos de las Artes y Ciencias, al contrario
de lo que hicieron las instituciones homologas de otros países.
Sin embargo, la prisa por finalizar el gran Diccionario hizo
66 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

que esos términos se quedaran fuera, si bien con la intención


de publicar un vocabulario de tecnicismos que nunca vio la
luz. Acaba Gili Gaya su trabajo haciendo algunas considera¬
ciones sobre la ortografía académica que no son de nuestro
interés actual.

El trabajito es hoy de un valor relativo: como noticia in¬


formativa y visión general de la actividad lexicográfica de la
Academia en el siglo xvm puede ser suficiente, pero en los
demás aspectos se ve superado por trabajos posteriores, en
especial los de Fernando Lázaro Carreter.
1967

Guiraud, Pierre, Structures étymologiques du lexique fran¬


jáis, ed. Larousse, París, 1967 (211 págs.).

A pesar de dar cuenta del léxico francés, creo convenien¬


te traer aquí este libro, uno de los pocos escritos sobre lexi¬
cología estructural. Para el autor la etimología es tributaria
de dos tipos de análisis, el primero analítico, diacrónico, ex¬
terno; el segundo, sistemático, sincrónico, interno. Hasta aho¬
ra la etimología ha sido esencialmente externa: la cosa toma
el nombre de su aspecto, de su función, de su lugar en el
seno de una cultura. Hay un doble determinismo en el que,
lejos de excluirse, las causas externas e internas se comple¬
mentan; la palabra es el resultado de un impacto o presión de
la historia sobre el sistema.

Guiraud divide el libro en siete capítulos, el primero de


ellos dedicado a las estructuras morfológicas (composición
tautológica y composición vocativa). Bajo la denominación de
derivados morfológicos estudia los derivados mediante sufija-
ción o derivados propiamente dichos, los derivados mediante
prefijación también llamados compuestos, los derivados me¬
diante cambio de categoría gramatical, y los compuestos por
yuxtaposición de raíces. En las últimas palabras introducto¬
rias a este capítulo dice el autor que la noción de estructura
no está sometida a la causalidad o a la fantasía individual,
sino que está definida por un determinado número de condi¬
ciones y de caracteres precisos y constantes, en la medida en
que se repiten —es decir, por leyes—. Al poner en tela de
juicio la teoría de la arbitrariedad del signo, la etimología
deja de ser el estudio del origen de las palabras aisladas, para
convertirse en el de los modelos o estructuras elementales del
léxico. El autor distingue (pág. 24) cuatro vías lexicogenéticas:
68 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

la composición y derivación, e! cambio de sentido, el prés¬


tamo, y, en cierta medida, la onomatopeya.

En el capítulo segundo («Estructuras semánticas»), inten¬


ta, para descubrir paradigmas insospechados, reunir todas las
palabras construidas a partir de un modelo formal único, y
determinar el o los semantismos correspondientes. En defini¬
tiva, se trata de establecer la convergencia entre la forma de
las categorías significantes y de las categorías significadas,
fundamento de la etimología. Pero el proceso también puede
ser inverso: será posible constituir el inventario de una cate¬
goría semántica y, a partir de ahí, determinar la o las formas
mediante las cuales las cosas son nombradas, para lo cual en
español puede ser de una gran utilidad el Diccionario de Ca¬
sares. En el estado actual de cosas la hipótesis semántica es
intuitiva, basada sobre hechos externos y no en la realidad
lingüística.

El primer problema planteado al hablar de las «Estruc¬


turas onomatopéyicas» (cap. 3) es el de la motivación del
signo lingüístico. Guiraud considera la onomatopeya como una
analogía entre los sonidos significados y los sonidos signifi¬
cantes, si bien las onomatopeyas acústicas son relativamente
pocas, frente a la abundancia de las articulatorias: un mismo
concepto, tenido como expresivo en varias lenguas, es consi¬
derado bajo formas completamente diferentes. Es fundamen¬
tal señalar que un semantismo concebido a través de las ono¬
matopeyas no prejuzga en absoluto el origen de las palabras,
pues existirán en el primer grupo préstamos, tropos, deriva¬
dos morfológicos, etc.; ahora bien, todos aquellos términos
que tengan un mismo grupo de sonidos expresarán la misma
idea, o alguna noción derivada de esa idea central. En las
conclusiones del capítulo, el autor insiste de nuevo sobre el
carácter analógico de la onomatopeya; es una analogía entre
la forma fónica y la forma inmediata o metafórica del con¬
cepto significado, y tiene tres tipos de bases fisiológicas:
acústica, cuando se reproduce un ruido; cinética, cuando se
reproduce un movimiento; visual, cuando se modifica la apa¬
riencia de la cara (labios, mejillas). Las distintas lenguas y
MANUEL ALVAR EZQUERRA 69

culturas son más o menos sensibles a los valores onomatopé-


yicos y les confieren una función diferente en la formación de
su léxico. Los valores onomatopéyicos sólo existen en poten¬
cia, y para que se materialicen tienen que ser actualizados por
el sentido, fenómeno de naturaleza física llamado retrosigni-
ficación; se trata de un énfasis de las propiedades fónicgs
que, de esa manera, se sensibilizan y movilizan.

El cuarto de los capítulos del libro («Las estructuras pa-


ronímicas») tiene tres partes distintas, una dedicada a la de¬
rivación pseudosufijal. La pseudosufijación (prefijación) cons¬
tituye un crecimiento y una contaminación de dos tipos: en
el primero la creación C depende de la forma F (el sufijo), y,
en el segundo, del sentido S (agente o instrumento); en el
caso de las pseudo-sufijaciones hay una fórmula mixta donde
C = F + S. Cuanto más exacta es la relación semántica, menos
necesario es el sufijo, y a la inversa. El impulso creador C
también depende de la necesidad (lógica o estilística), que
puede variar en el espacio, en el tiempo, o en el lugar; así
tendremos C=(F + S)N. La parte siguiente está dedicada a
las metonimias onomásticas, consistentes en designar cual¬
quier objeto o animal con un nombre de persona o lugar. El
procedimiento es rico en francés; desconozco estudios sobre
su utilización en español (cfr. «colgar un sambenito», o el
fitónimo dondiego, etc.). La tercera parte es la dedicada a la
colisión homonímica basada en los juegos de palabras, en
los nombres del gato en francés. Este es un fenómeno acciden¬
tal (un calembur consciente), menos general que la atracción
o la contaminación debido a la naturaleza de los hechos. Para
Guiraud tiene un papel importante en los lenguajes técnicos
y, añado, es más frecuente en francés que en español debido
a la homofonía. Un ejemplo en nuestra lengua sería musgo
que en ciertas zonas se confunde con mojo 'algo que se come’,
y a partir de ahí las denominaciones berro, arrocito, pan de
rana, etc.

«Los campos morfosemánticos» es el título del quinto ca¬


pítulo, en el que se estudia el conjunto de las relaciones de
una palabra dada con sus derivados, tanto morfológicos como
70 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

semánticos. La cantidad de esas relaciones es enorme y com¬


pleja, y más que de un sistema debemos hablar de un campo.
En este análisis el problema será establecer bien el elemento
sémico común, bien el formal. Todos los modelos o varian¬
tes tienen un denominador común: el étimo, de manera que
la etimología no se basa en una hipótesis, sino en un haz de
hipótesis convergentes. Un campo morfosemántico lo consti¬
tuye el conjunto de términos que tienen un étimo común; una
estructura elemental está formada por el conjunto de las pa¬
labras construidas a partir de un elemento etimológico común.
La reconstrucción estructural está preparada para reconocer
la existencia de étimos múltiples e históricamente autónomos
en la medida en que esa existencia está exigida y verificada
por los datos de la historia. Allí donde hay una matriz léxica,
ésta tiende a integrar las formas parecidas, y estas últimas
tienden a pasar por la matriz.

El título del sexto capítulo es «Estructuras sémicas». En


las palabras se manifiestan oposiciones de sentido que pos¬
tulan la existencia de un reducido número de unidades ele¬
mentales de significación, o semas, cuyas combinaciones per¬
mitirían construir los significados. Así ocurre con los nombres
de plantas designadas con los nombres de partes del cuerpo
de los animales (unas son dientes, otras lenguas, otras orejas,
etcétera); son las taxonomías populares. Otro problema es el
de los distintos significados que puede tener una palabra en
un estado dado de la lengua, que muchas veces no son sino
relaciones diferentes de la palabra en el discurso, lo que nos
permite afirmar que la noción de «sentido es de origen sin¬
táctico; son las estructuras semiotácticas». La última parte
de este capítulo es la «Estructura aleatoria de la deriva¬
ción» que concluye afirmando que en un sistema taxonó¬
mico las entidades sólo tienen definiciones y no sentido; defi¬
niciones que se identifican con los contenidos sémicos consi¬
derados como sustancias. En un sistema léxico los signos tie¬
nen a la vez definiciones y sentidos, pero las definiciones no
se identifican con las propiedades sustanciales de los semas,
sino con las propiedades relaciónales que constituyen sus sen-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 71

tidos. El paradigma léxico no es una clase sémica sino una


clase de relación sémica (págs. 187-188).

El último capítulo del libro es el de las conclusiones. Para


Guiraud la noción de estructura etimológica se basa en la ob¬
servación de que el conjunto de palabras que tienen algún ca¬
rácter formal en común, también tienen en común algún ca¬
rácter sémico, y a la inversa; lo que se postula es la existencia
de categorías léxicas definidas por la relación significante-
significado. Tras todo lo anterior, y siguiendo a Guillaume,
es necesario reconsiderar la oposición saussureana lengua/
habla para hablar de tres planos: el discurso, los signos y el
sistema de significados de potencia. Las palabras tienen em¬
pleos en el discurso, pero también un sentido en el sistema;
los efectos de sentido proceden de la inserción del significa¬
do de potencia en el discurso. El conjunto de signos (palabras)
constituye el diccionario. La lengua no está constituida por pa¬
labras, sino por categorías de palabras (categorías léxicas),
conjunto de palabras con caracteres léxicos comunes, esto es,
que tienen en común caracteres sémicos (en el nivel de los
contenidos significados) y morfológicos (en el nivel de la ex¬
presión significante). El objeto de una lexicología estructural
consiste en identificar, definir, analizar y clasificar las cate¬
gorías léxicas que, en su conjunto, constituyen la lengua. Por
otro lado, la noción de sincronía es relativa y engloba todo el
tiempo (y el espacio) en el que una misma estructura es esta¬
ble. Ahora bien, entre el conjunto de estructuras que consti¬
tuyen un sistema algunas tienen una gran generalidad y esta¬
bilidad; por ello es legítimo reconstruir el sistema en su pro¬
pia sincronía que incluye las sincronías transitorias propias
de los diferentes estados de la lengua, y por consiguiente es.
lícito reunir palabras llegadas de estados distintos de la len¬
gua, en la medida en que esas voces manifiestan un sistema
común. Otro de los postulados fundamentales del libro es el
de la motivación del signo. El macrosigno está motivado por
definición, ya que una categoría léxica se define por el con¬
junto de palabras que tienen una propiedad morfológica y
una sémica comunes. Cuando esa correspondencia entre signi¬
ficantes y significado es común a un gran número de pala-
72 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

bras, no puede pensarse que sea accidental y sin función al¬


guna. El esquema tripartito: sistema (estructuras léxicas, ma-
crosignos, modelos), léxico (signos inmediatos) y discurso
(efectos de sentido) soluciona el conflicto y las contradiccio¬
nes entre la gramática histórica y la lingüística sincrónica.
Para el estructuralismo, formas y empleos están condicionados
desde el interior por un sistema de oposiciones diferenciales
de las que sacan sus valores las formas. La palabra es prisio¬
nera de una red de relaciones internas de la lengua constituida
en sistema, conservando la posibilidad de un determinado nú¬
mero de elecciones mediante las que se abre a los accidentes
de la realidad externa. Del sistema recibe su sentido, de la
elección la posibilidad de transmitir información. La función
de un sistema lingüístico es permitir la combinación de los
signos en sintagmas de donde tomarán su significación. El
signo a la vez está condicionado por las reglas del sistema,
pero abierto (libre) a las contingencias externas. La etimolo¬
gía externa es la ciencia de lo posible, de lo que puede ser
verdadero o falso. Los criterios externos sólo definen posibili¬
dades ligadas a la polisemia y a la polimorfía de las estructu¬
ras inherentes en todo sistema léxico. Por ello, la etimología
es una ciencia de las posibilidades, y cada categoría léxica
puede tener un coeficiente de probabilidad con lo cual no sólo
se podría confeccionar una lista de semas, sino también el
rendimiento de cada uno de ellos. Después se establecerían
los tipos morfológicos, más tarde el análisis estudiaría la re¬
lación entre las categorías sémicas y las léxicas. Sólo de esta
manera se puede establecer la mejor hipótesis.

Finalmente, hay que decir que, con los años, este ensayo
de Guiraud sigue conservando toda su frescura. Salvo artícu¬
los aislados, no se ha escrito nada semejante, a pesar de lo
sugerentes que son todas las páginas del libro: podría ser un
excelente punto de partida para gran cantidad de trabajos ba¬
sados, por ejemplo, en los distintos tipos de diccionarios exis¬
tentes, o en los materiales de cartografía lingüística que posee¬
mos para nuestras hablas dialectales. Pero la validez de la
obra no se queda ahí, en la parte práctica, donde se obtienen
unos resultados espectaculares, envidiables para otras lenguas.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 73

sino que debemos buscarla también en las conclusiones que


se pueden extraer para la teoría lingüística a la vista de esos
resultados prácticos. Antes de terminar querría traducir las
últimas palabras de la obra en las que Guiraud dice que a
través de la semántica estructural «la etimología dispondría
de criterios léxicos que le faltan hoy. Es un trabajo inmenso
y su realización no está próxima. Por tanto, debemos empe¬
ñarnos en este camino».
-
1967

Salvador, Gregorio, Incorporaciones léxicas en el español


del siglo XVIII. Cuadernos de la Cátedra Feijoo, núm. 24.
Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Ovie¬
do, 1973 (32 págs.).

La lección pronunciada por Gregorio Salvador en 1967


comienza con la queja por el orden alfabético, práctico, pero
un puro desorden científico, por lo que se están introduciendo
otros métodos de organizar el vocabulario. Los actuales inten¬
tos se deben a los avances de la cibernética, que exige de los
lingüistas una sistematización del léxico, a la vez que presta
una sólida ayuda en los recuentos del vocabulario y en su
estudio estadístico.

La preocupación por el léxico ha sido siempre etimoló¬


gica, a la que se llegaba a través de la fonética histórica. Lo
que no sabemos, en la Historia de la Lengua, es lo que ha
aportado cada siglo ai léxico de la lengua. Gracias a Coro-
minas conocemos la historia de las palabras, cuya suma, si
nc es la historia de la lengua, ayuda a su conocimiento, pues
la historia de la lengua está allí. El número de palabras cuya
aparición cifra Corominas en el siglo xvm es de cerca de
2.000, procedentes del Diccionario de Autoridades (sin auto¬
ridad anterior), del Diccionario de Esteban de Terreros y Pan¬
do —«otra muestra del denodado espíritu científico que
alienta en los hombres de ese tiempo» (pág. 13)—, la segunda
edición del diccionario académico (1783), y los propios auto¬
res de la época. Acompaña G. Salvador cada una de las
fuentes con su correspondiente serie de ejemplos.

De las casi 2.000 palabras introducidas en el siglo xvm,


un hablante culto de nuestros días (el propio Gregorio Salva¬
dor) desconoce aproximadamente el 35 por 100, y en el dic-
76 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

cionario de frecuencias de fuilland y Chang-Rodríguez sólo


aparecen 117. La primera voz de las entradas en el siglo xviii
que aparece en esta obra es social (en el puesto 353 del índi¬
ce de frecuencias); la segunda, realizar (en el 464) y la ter¬
cera, sistema. Siguen en orden de uso ¡efe, reunir, régimen,
sorprender, base y éxito. En el segundo millar de Juilland y
Chang-Rodríguez hay 22 voces incorporadas en el siglo xvm:
sensación, plano, peseta, viajar, paisaje, técnico, fenómeno,
tendencia, programa, regresar, simpático, hipótesis, reunión,
expresivo, documento, definitivo, destacar, típico, idéntico,
crisis, ruta e instalar. A continuación el autor comenta unas
cuantas, tomando como base las definiciones del Diccionario
de Autoridades y del Diccionario de Terreros.

En el tercer millar de Juilland y Chang-Rodríguez en¬


contramos 33 palabras dieciochescas: arreglar, plantar, supri¬
mir, informe (sust.), reproducir, arreglo, aproximar, cuartel
(mil.), disfrutar, completar, entusiasta, reflexión, foco, fila,
inicial, té, musulmán, reflejar, pintoresco, garantía, germen,
transmitir, sensibilidad, síntesis, analizar, resaltar, intuición,
gigantesco, reponer, estadística, eléctrico, heroísmo y espectro.
Salvo té, ninguna apunta al mundo de lo concreto, sino al
de las abstracciones y del conocimiento científico que se
inicia.
Las voces localizadas en el cuarto millar son: pasillo, me¬
seta, club, referente, reflexionar, obsesión, vasto, fusil, ope¬
rar, expansión, guapo, bienestar, provinciano, responsable, vér¬
tigo, psicología, pantalón, gabinete, gestación, transeúnte, rec¬
tificar, mediocre, vestíbulo, lente, estúpido y vibración.
Las palabras restantes son: colosal, explosión, recortar,
polémica, recepción, electricidad, penumbra, concretar, muni¬
cipal, esporádico, corbata, suicidio, fermento, secundario, so¬
bresalir, maniobra, revisión, revolotear, borroso, reproducción,
timidez, selección, fluir, folleto, farmacia y botella.
Muchas de las palabras nacidas en el siglo xvm son sim¬
plemente derivados, afortunadas derivaciones de voces más o
o menos tradicionales y de historia pretérita más o menos
larga.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 77

Las listas expuestas antes algo nos hablan de la aporta¬


ción del siglo xvm a la cultura. «Podríamos decir que no es
de palabras, finalmente, de lo que hemos tratado, sino de nue¬
vas realidades, de sutiles reajustes en la ordenación del sa¬
ber, del descubrimiento de ignoradas parcelas del consistir
humano y nuestra visión del mundo, nuestra cosmovisión
como se dice ahora, depende en gran parte de esa aporta¬
ción léxica del siglo xvm» (págs. 28-29).

Las 117 voces del siglo xvm que aparecen en la obra de


luilland y Chang-Rodríguez, representan 2.407 documentacio¬
nes, lo que quiere decir que, de cada cinco mil palabras de
texto moderno (y la mitad son voces gramaticales), veinticua¬
tro se introdujeron hace dos siglos.

La conferencia de G. Salvador es una digna aportación a


historia del léxico —y de la lengua— que aún está por hacer.
De ahí su mérito e importancia. Pero, a su vez, es uno de los
pocos estudios lexicológicos con los que cuenta nuestra len¬
gua, pues hace un análisis global, estadístico, de las voces in¬
corporadas en el siglo xvm (para lo que ha necesitado una
penosa tarea de despojo de la obra de Corominas), al mismo
tiempo que explica el origen y significado de muchas de ellas.
Por todo eso, es un trabajo que se ha de tener presente cuan¬
do hablemos de la lengua dieciochesca, y cuando queramos
hacer trabajos diacrónicos del léxico, o estudios estadístico-
comparativos.
'

.
1970

Rey, Alain. La lexicologie. Lectures, Klincksieck, París, 1970


(323 págs.).

El libro de A. Rey no es una obra teórica, ni una historia


de la lexicología, sino una antología muy extensa de textos
lexicológicos. Esos fragmentos —un total de setenta y siete—
van desde los primeros escritos conocidos en materia lingüís¬
tica (Panini, Aristóteles, Platón, etc.), hasta los más recientes,
algunos de ellos no suficientemente usados entre nosotros (Bal-
dinger, Malmberg, Greenberg, Whorf, Hockett, Weinreich, Pot-
tier, Guiraud, Jakobson, Chomsky, Revzin, etc.). Las páginas
seleccionadas que originalmente no estuvieran en francés son
traducidas por conocidos lingüistas, con el fin de ofrecer el
panorama de la lexicología en una sola lengua. En general,
A. Rey busca los textos originales, pero en alguna ocasión es
necesario recurrir a las interpretaciones hechas por otras per¬
sonas (cfr., por ejemplo, el fragmento de M. Cohén a propó¬
sito de la aparición del «hecho diccionario», págs. 19-20).

Los materiales son distribuidos en cinco grandes capítulos,


con sus correspondientes subdivisiones: 1.a Génesis de la le¬
xicología; 2.a El léxico en la lengua: unidades y relaciones;
3.a El léxico y la experiencia humana; 4.a Lexicología y lin¬
güística contemporánea, y 5.a Lexicología aplicada.

Un libro como éste tiene la gran ventaja de situar al lec¬


tor frente a toda la problemática tratada, pero, al ser una se¬
lección de escritos, la visión es sólo parcial y subjetiva. Po¬
dría hacerse otra obra de características similares variando por
completo el contenido. En el capítulo dedicado al nacimiento
de la lexicología no hay una sola referencia a los trabajos del
período medieval, si no son las dos páginas de M. Cohén, para
pasar de ahí a finales del siglo xvn. Esto es sólo una muestra
de las posibilidades de selección existentes.
80 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Por el evidente interés que tiene para nosotros la lingüís¬


tica moderna, por su proximidad temporal y por su calidad
científica, gran parte del libro se dedica a ella: prácticamente
desde la página 61 en que se incluye un texto de Darmes-
teter.

Tanto cada una de las partes, como cada uno de los ca¬
pítulos, tienen una breve introducción, que, en su conjunto,
podría valer como una historia muy general de la lexicología.
Además, cuando lo cree necesario el autor, pone notas y co¬
mentarios a los textos escogidos. Por último, el libro tiene
una serie de índices (glosario, de nombres de autores y de
lenguas, y formas estudiadas) y una bibliografía, complemento
indispensable de la antología; a pesar de que Rey la llama
«selectiva» es muy amplia (casi 13 páginas de títulos), y más
que suficiente para conocer la lexicología. En cuanto a los
índices, es el glosario el que presenta un mayor interés, pues
en él se explican los tecnicismos utilizados por los autores
presentes en la selección, y a ellos se hacen las referencias.
Las definiciones de lexicografía, lexicología y semántica ilus¬
tran suficientemente acerca del contenido de la obra, no sin
ciertas contradicciones: véase cómo en la pág. 1 se dice que
la lexicografía es el estudio empírico de las palabras, mien¬
tras que en el glosario es caracterizada como descripción del
léxico. En cuanto a las definiciones de lexicología y semánti¬
ca diremos que son muy próximas, pues la primera es el es¬
tudio del léxico como sistema, y de sus elementos, mientras
que semántica, entre otros, es el estudio de los sistemas de
signos y de sus funciones. La diferencia radicará, pues, en la
perspectiva que se tome para el análisis léxico. Por ello, la
lexicología no puede estar lejos de la semántica, y en este
libro aparecen muchos fragmentos que sería lícito hacerlos
figurar también en una antología de semántica.

Este tipo de obras tiene su buena serie de defensores y


detractores. Son un medio para dar a conocer una ciencia
(o parte de ella), para iniciar a los estudiantes en el conoci¬
miento del tema tratado, son fuente de numerosas posibilida¬
des de comentarios de textos lingüísticos, etc., pero también
dan una información parcial y subjetiva. ¿Qué es mejor, pues.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 81

conocer a fondo unos pocos libros, o tener una idea de la


evolución de la lexicología a través de unos cuantos textos
seleccionados?

La antología de Rey es positiva por cuanto su contenido


ha sido cuidadosamente escogido y ordenado. Una sola re¬
serva por mi parte: el tomar fundamentalmente autores fran¬
ceses, mientras que se ignoran muchos de otros países (entre
ellos los españoles); son los problemas de la selección. De la
insuficiencia se da cuenta Rey y lo advierte en la «Presenta¬
ción» del libro: el pensamiento occidental, y en especial el
de Europa y América del Norte, ocupa en este libro, sin duda
alguna, un lugar desmesurado. Para remediar lo que reconoce¬
mos ser una grave insuficiencia, nos hemos esforzado en es¬
coger textos que aborden, a través del análisis lingüístico,
otros pensamientos. A falta de una reflexión o de una cien¬
cia de naturaleza universal, se encontrará la aplicación de una
visión particular del objeto lingüístico universal. Pero nadie
duda de que las filosofías y lingüísticas india, árabe, china, in¬
cluso italiana o española, y sudamericana, merecerían entre
otras su verdadero lugar en una selección más amplia consa¬
grada a la lexicología.

1971

Zgusta, Ladislav (en cooperación con otros), Manual of Le-


xicograplvy, Academia-Mouton, Praga-La Haya-París, 1971
(360 págs.).

Es el único libro de los que comento cuyo título es el de


manual, con lo comprometedor que ello es, pero va más lejos
de los límites esperables de un manual. Además se dice que
está dedicado a la lexicografía, y, también ahora, sobrepasa
lo que entendemos por lexicografía, analizando con amplitud
temas de carácter lexicológico.

La obra comienza con un prólogo en el que se cuenta el


origen del Manual, y donde, tras lamentar el autor la es¬
casez de trabajos de lexicografía teórica, enumera los más im¬
portantes, entre los que destaca la Introducción a la lexico¬
grafía moderna de f. Casares. En la presentación afirma que
la lexicografía es una difícil esfera de la actividad lingüística
porque el lexicógrafo debe conocer todo y estar en conexión
con todas las disciplinas que estudian el sistema léxico (se¬
mántica, lexicología, gramática) sin saber nunca si su colec¬
ción de datos es completa, debido a la constante creación de
palabras, y cambios de significado en ellas. El hecho mismo
de que el lexicógrafo tenga que trabajar sobre el significado
de las unidades léxicas, trae consigo innumerables complica¬
ciones. Por otra parte, el lexicógrafo realiza un trabajo cien¬
tífico, y, sin embargo, sus publicaciones son utilizadas en un
orden práctico, pues el lector no desea que se le presenten
los problemas lexicográficos, sino que se los resuelvan. El
libro trata de analizar los problemas teóricos de la lexico¬
grafía más importantes, y de dar unos consejos prácticos, el
más importante es que el lexicógrafo conozca lo mejor posi¬
ble las propiedades relevantes de sus unidades léxicas y tenga
una idea clara de su disposición en un futuro diccionario an¬
tes de comenzar un trabajo concreto.
84 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

En el primer capítulo («Significado léxico»), Zgusta afirma


que las palabras pueden ser concebidas como unidades inter¬
personales del lenguaje (signos del sistema de una lengua)
usadas por los hablantes con el fin de construir oraciones,
en las que se utilizan las palabras como referencias a partes
del mundo extralingüístico. El lexicógrafo tendrá que prestar
mucha atención a las investigaciones en el campo semántico,
pero no le deberá preocupar la naturaleza del significado,
pues eso corresponde a la semántica, única ciencia que se
ocupa del contenido de las palabras.

Hay que distinguir entre los componentes del significado


léxico: la designación (frecuentemente llamada denotación),
la connotación y la esfera frange) de aplicación de la palabra.
La designación es la relación existente entre las palabras y las
partes del mundo extralingüístico a las cuales designa. La
connotación es el cúmulo de componentes del significado que
añaden un valor contrastado a la función de designación bá¬
sica. El lexicógrafo ha de estudiar las palabras que tienen con¬
notaciones, comparándolas siempre con aquellas que no las
tienen. Desde el punto de vista del lexicógrafo, la estilística
o cualquier variación del lenguaje pertenece, en sus resul¬
tados léxicos, a la connotación, que no debe ser confundida
con la evocación de sentimientos individuales. La esfera de
aplicación de la palabra es distinta de la connotación, pues se
trata de las propiedades individuales de esa palabra, por más
que frecuentemente parecen coincidir con las características
de la designación. El uso de una palabra en un dominio y no
en otro a veces está marcado de manera muy tajante. El lexi¬
cógrafo debería indicar los campos de aplicación de cada voz,
y sus restricciones.

Hasta aquí se ha hablado del significado estabilizado de


las palabras, pero debemos tener en cuenta que las palabras
no poseen una existencia abstracta, sino que se usan. Toda
unidad léxica designativa puede utilizarse con referencia a
cualquier miembro de la clase a la que pertenece lo designa¬
do y, accidentalmente, el denotatum (por ejemplo: flor). La
designación es generalmente extensa (por ejemplo: mueble)
MANUEL ALVAR EZQUERRA 85

y la polisemia contribuye considerablemente a la generalidad


del significado léxico. Las divergencias existentes entre la
significación actual y el significado de la unidad léxica pue¬
den clasificarse de forma diferente: según la voz se aplique
de manera absolutamente imposible, o que sean extremada¬
mente raros los casos de aplicación figurativa sin ser forma
natural de comunicación, o que los casos de aplicación figu¬
rativa sean difíciles de descubrir debido a su uso casi normal.
El lexicógrafo debe observar todas las significaciones actuales
de una unidad léxica, y abstraer de ellas lo que considere una
descripción correcta del significado léxico. Para el lexicó¬
grafo el factor de la vacilación y de las aplicaciones diver¬
gentes es de gran importancia, pues, a veces, resulta muy di¬
fícil decidir si una significación es sistemática u ocasional.
Por ello hay que distinguir entre las categorías ocasional y
sistemática, y las figurativa y transferida. La tarea del lexicó¬
grafo, dice Zgusta, será indicar la historia del significado y
clasificar el cambio. Tal estudio, pienso yo, no corresponde al
lexicógrafo, sino al lexicólogo.

El siguiente apartado de este largo capítulo está dedicado


a la polisemia, esto es, a los diferentes sentidos que pueda
tener una palabra, pues hay un sentido directo (no marcado
por nada, y del cual se derivan los restantes), un sentido
transferido (el que adquiere una voz de uso general en algún
lenguaje técnico), un sentido especializado (el sentido de una
palabra de los lenguajes especializados), una constelación de
sentidos (la aglutinación de todos esos tipos de sentidos), y
un sentido dominante (el que prevalece sobre los demás).

Unido al de la polisemia, aparece el problema de la ho-


monimia, fundada en la manera en que los hablantes entien¬
den e interpretan el significado o los sentidos de formas idén¬
ticas. Para que exista la homonimia es preciso que la forma
hablada y la escrita sean iguales, de lo contrario se nos pre¬
sentarán cuestiones de homografía y homofonía. La homoni¬
mia puede ser total (identidad absoluta de todas las formas)
o parcial (identidad de algunas formas). Los límites entre la
polisemia y la homonimia no siempre están claros para el
86 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

lexicógrafo, debido a que la homonimia depende de una in¬


terpretación y entendimiento intersubjetivo.

Contraria a la homonimia es la sinonimia, palabras dife¬


rentes con idéntico significado, si bien los sinónimos absolu¬
tos suelen ser muy extraños. Dentro de todo grupo de sinóni¬
mos hay una palabra general, un hiperónimo, y otras espe¬
cíficas o hipónimos. Existe una sinonimia parcial, o sinonimia
parcial cercana cuando sólo un sentido coincide en dos pala¬
bras. El lexicógrafo, o lexicólogo, tendrá que comparar todos
los componentes observables del significado léxico en los dis¬
tintos sinónimos para tomar las decisiones pertinentes con
vistas a la confección de su obra.

En el capítulo segundo («Variación formal de las pala¬


bras»), Zgusta indica que el modelo usual de trabajo para el
lexicógrafo es la palabra y el paradigma. En algunas lenguas
los paradigmas son muy amplios y el lexicógrafo no puede
incluir en el diccionario todas las formas, indicando tan sólo
una, considerada como base; es la forma canónica de la pa¬
labra, representante del paradigma completo. Hay que distin¬
guir los casos en que un cambio en la forma de una palabra
conlleva un cambio gramatical (inflexión), y los que provo¬
can una alteración en el significado (derivación); aún podría¬
mos señalar una tercera categoría: la composición, donde no
se debe olvidar la dimensión de la forma, la diferencia de sig¬
nificado, y la estabilidad. Junto a esa composición, orgánica,
existe otra, inorgánica, consistente en la unión de partes mu¬
tiladas de palabras o morfemas para constituir una voz nue¬
va (abreviaciones y siglas).

Las combinaciones de palabras, tema del tercer capítulo,


admiten una serie de cambios sin que el significado básico
llegue a variar, pues se pueden sustituir unas voces por otras
de significación léxica equivalente; a éstas les da el autor el
nombre de unidades léxicas multiverbales. Según Zgusta exis¬
ten muchas razones para creer que esas unidades funcionan
realmente como unidades del lenguaje, cosa que no sucede
con las combinaciones libres, ni con los nuevos conglomerados
de palabras. La tarea del lexicógrafo reside en discernir cuán-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 87

do aparece una unidad léxica multiverbal, o una combinación,


o un conglomerado de palabras.

En el capítulo IV («Variación en el lenguaje»), se hace


referencia y define al idiolecto, con el fin de dar paso a las
nociones de léxico activo (el que se usa normalmente) y pasi¬
vo (el que se conoce y comprende, pero no se usa), antes de
hablar del dialecto, con sus variantes e implicaciones socio-
lingüísticas. Después se toca el tema de la lengua nacional
general: entre los dialectos de una lengua determinada, uno
de ellos gana preponderancia por razones de índole muy di¬
versa, decayendo o desapareciendo los demás. Ese dialecto que
sobresale es la lengua nacional general, con sus diversas va¬
riedades: literaria y culta, coloquial, y popular; los otros dia¬
lectos están más limitados en sus grados de variación estilís¬
tica. Además, existen unos lenguajes funcionales, restringidos,
de actividades y ocupaciones diversas, (unto a las variaciones
mencionadas es precio considerar las que se producen a lo
largo de la historia de la lengua, pues el lexicógrafo podrá ac¬
tuar mejor y con mayor precisión cuanto más completo sea su
conocimiento de la lengua. En el estudio histórico del léxico
son de especial importancia los arcaísmos y los términos ob¬
soletos, y, en el otro extremo de la línea, los neologismos, que
surgen a través de caminos muy diversos. Las actitudes de
las lenguas frente a los neologismos son variadas, por lo que
no es extraño que surjan reacciones puristas; entonces el lexi¬
cógrafo deberá actuar con prudencia, consultando a las auto¬
ridades normativistas, sin menospreciar las posibilidades de
éxito en el otro campo, pues, en realidad, sólo es el uso en el
lenguaje el que decide la estabilización y pervivencia de una
voz. Mientras no se pretenda lo contrario, el diccionario habrá
de ser homogéneo, con el fin de que se pueda extraer cuanto
tenga carácter normativo, y, en el caso de que constituya un
corpus heterogéneo, tendrá que ir acompañado de las infor¬
maciones pertinentes, siendo de una importancia extrema la
manera de presentar la norma. El éxito del lexicógrafo consis¬
te en comprender qué es lo mejor en la tradición de la len¬
gua, y cuáles son las corrientes generales del desarrollo futuro
(combinación de la historia y norma).
88 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

«Los tipos de diccionarios» es el contenido del capítulo


quinto. El primero que se cita es el diccionario enciclopédico,
diferente de los lingüísticos, que contiene información de!
mundo extralingüístico ordenada a semejanza de los diccio¬
narios monolingües. Los mayores diccionarios enciclopédicos
son los que reciben el nombre de enciclopedias. En los diccio¬
narios lingüísticos la primera gran división que se puede es¬
tablecer es entre diacrónicos y sincrónicos. Los diacrónicos,
a su vez, pueden ser históricos y etimológicos, aunque a me¬
nudo los criterios se mezclan. La oposición entre diccionarios
diacrónicos y sincrónicos ha sido discutida por no entenderse
que se puedan elaborar diccionarios sincrónicos de épocas pa¬
sadas, y por lo relativo que es el término sincronía referido
al léxico. Los diccionarios de este tipo pueden dividirse en
generales y restringidos o especiales. Un grupo importante de
los diccionarios rectrictivos son los índices y concordancias.
La restricción en las obras lexicográficas puede deberse a
propiedades semánticas, lo cual origina diccionarios ideoló¬
gicos, de sinónimos (y antónimos) y sistemáticos (por cam¬
pos onomasiológicos). Zgusta cree necesario distinguir, den¬
tro de los diccionarios generales, entre descriptivos-estándar
y descriptivos-totales o informativos. Otra dimensión que pue¬
de ser tenida en cuenta para clasificar los diccionarios es el
número de lenguas presentadas; así los hay monolingües, bi¬
lingües y plurilingües, ya que en la actualidad la presencia de
más de dos lenguas sólo es justificable en los diccionarios
técnicos. Un factor determinante puede ser también la fina¬
lidad; unos diccionarios serán pedagógicos (prescriptivos o
prohibitivos, ortográficos u ortoépicos), otros inversos (según
el propósito científico). El último factor a tener en cuenta es el
tamaño de los diccionarios por el número de entradas y las
informaciones contenidas en ellas, lo cual es muy difícil
de precisar. El mayor diccionario de todos, en ese sentido,
es el llamado tesoro.

El capítulo sexto se dedica al diccionario monolingüe,


en cuyo planteamiento es necesario analizar la lengua y sus
variedades para decidir cuáles son las que cubrirá el dicciona¬
rio que se prepara, y, por otro lado, también hay que precisar
MANUEL ALVAR EZQUERRA
89

a cuál de los tipos mencionados antes pertenecerá, pues todas


las resoluciones posteriores estarán basadas en esos dos pun¬
tos. La organización de la obra depende de la recogida del
material, de la selección de entradas, de la composición y or¬
denamiento de éstas. La forma básica de recogida de materia¬
les es el despojo de los textos, cuya selección es consecuencia
de las decisiones tomadas por el lexicógrafo en lo referente al
ámbito y tipo del diccionario; en esta etapa es conveniente la
anotación del contexto lexicográfico de la manera más corta
y clara posbile cuidando mucho de mantener la intención real
del pasaje, pues los buenos contextos lexicográficos tienen un
alto poder ilustrativo, además de ser el material fundamental
del diccionario, de ahí que sea un factor de vital importancia
el conocimiento que el lexicógrafo tiene de la lengua, y la
necesidad de recurrir a hablantes nativos (informantes) o no.
En caso de precisar informantes, éstos se convierten en otra
fuente de recogida de materiales. Igualmente, también es po¬
sible encontrar informes en otros diccionarios previos.

Al efectuar la selección de las entradas se debe considerar


la forma de las unidades léxicas y la densidad de unidades
incluidas en el diccionario. El autor señala como un caso
especial de unidades léxicas los prefijos o elementos de com¬
posición altamente productivos (en el segundo capítulo se
vieron las variaciones formales de las unidades léxicas). Los
problemas ligados al número de entradas son mucho más com¬
plicados que los relacionados con la forma.

En cuanto a la composición de las entradas, las unidades


léxicas simples serán consideradas como entradas simples;
cada una de ellas ha de ser tratada como un compartimiento
aislado, en el que se contenga toda la información conside¬
rada necesaria para los fines del diccionario. La entrada tie¬
ne dos partes: en la primera (frecuentemente llamada lema)
se indica la unidad misma; en la segunda, las restantes infor¬
maciones. La parte principal del lema es la palabra de la en¬
trada, indicación de cada unidad léxica en su forma canónica.
Las otras indicaciones del lema informan sobre la clase gra¬
matical de la palabra, su pronunciación, y su etimología. Lo
90 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

que sigue al lema es la parte principal de la entrada, cuyo


fin primordial es indicar el significado de la unidad léxica en
todos sus aspectos. Los instrumentos básicos para la descrip¬
ción del significado léxico son la definición lexicográfica, la
situación en el sistema de sinónimos, la ejemplificación, y las
glosas.

La diferencia entre la definición lógica y la lexicográfica


corresponde a la diferencia entre el concepto científico y lo
nombrado; la definición lexicográfica sólo enumera las ca¬
racterísticas semánticas más importantes de la unidad defini¬
da, con las cuales basta para diferenciarla de las demás uni¬
dades. AI construir la definición el lexicógrafo ha de salvar
numerosos peligros. Esa definición puede ser completada con
indicaciones científicas, o con ilustraciones. Cuando en la de¬
finición se utilicen voces polisémicas tendrán que ser acom¬
pañadas con adjetivos o adverbios para reducir la ambigüe¬
dad. Normalmente la definición tiene la forma de una frase
endocéntrica, pues no siempre es homogénea y uniforme, ya
que está implicado el significado léxico, por más que el lexi¬
cógrafo deba prescindir del contexto. Otra forma de explicar
el significado léxico es mediante sinónimos (y cuasi-sinóni-
mos), que pueden aparecer como añadido a la definición, o,
aisladamente, sin ella. Puede aclararse el significado a través
de ejemplos, cuya misión es mostrar cómo funciona la pala¬
bra de la entrada en combinación con otras unidades léxicas.

Si el lexicógrafo no se decide a poner las unidades léxicas


multiverbales como entradas diferentes, podrán aparecer como
subentradas. No es adecuado que tales subentradas se inicien
con preposiciones y artículos por su carácter asignificativo,
y, por el contrario, no es fácil la decisión de incluir ese tipo
de unidades bajo uno o varios de sus elementos constitu¬
yentes.

El último medio de que puede hacer uso el lexicógrafo


en la entrada es la glosa, categoría muy heterogénea pues con
ella se puede indicar el nivel de aplicación de la palabra de
la entrada o proporcionar informaciones gramaticales en el
más amplio sentido del término. Los diccionarios no lingüís-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 91

ticos hacen un gran uso de las glosas enciclopédicas con el


fin de aclarar y aproximar aspectos culturales que no sean
familiares para el lector.

La presentación de la polisemia es una de las tareas más


difíciles del lexicógrafo. La selección de sentidos ha de estar
coordinada con la selección de entradas, con objeto de man¬
tener una proporción adecuada a lo largo de toda la obra.
Otro problema es la secuencia en que deben ser indicados
los sentidos de una voz polisémica, pues son varias las solu¬
ciones posibles: sucesión histórica, sentidos especializados,
principios estadísticos, etc. Las propiedades gramaticales de
la palabra no son suficientes para indicar las variaciones de
significado. Si el término polisémico tiene un sentido domi¬
nante, debe ser el primero en indicarse; pero si no lo tiene,
el primero será el de una aplicación más amplia y sin conno¬
taciones. Los restantes sentidos aparecerán en el orden que
estime oportuno el lexicógrafo. El autor expone a continua¬
ción unos ejemplos prácticos.

Entre las decisiones fundamentales que se deben tomar en


el diccionario queda la del ordenamiento de las entradas,
que, inexorablemente, han de aparecer en una secuencia. El
orden habitual es el alfabético, aunque otros, como el semán¬
tico, o mediante la derivación de palabras, tienen enormes
ventajas para ciertos fines; sin embargo desde un punto de
vista de carácter general, la ordenación alfabética es óptima,
por su escasa ambigüedad y por su sencillez. El orden alfabé¬
tico no sólo se aplica a la escritura romana, sino también a
la cirílica, árabe, etc. (véase a este propósito lo que decía
J. Casares en Nuevo concepto del diccionario de la lengua.
Madrid, 1941). Según Zgusta, el lexicógrafo encontrará difi¬
cultades en la variedad digráfica: existen letras que corres¬
ponden a más de un sonido, sonidos que pueden ser represen¬
tados por varias letras, secuencias de letras para indicar un
solo sonido, y a la inversa. Cierta dificultad presentan las
agrupaciones que se hacen con fines pedagógicos o descripti¬
vos bajo una sola entrada (prescindiendo, por ejemplo, de los
afijos en el ordenamiento). Otra fuente de problemas son las
92 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

unidades multiverbales, pues habrá que plantearse si se pres¬


cinde de sus elementos gramaticales o no.

Por último, en este capítulo el autor quiere señalar el as¬


pecto normativo del trabajo del lexicógrafo, pues, aunque él
no lo desee, sus indicaciones tendrán tal carácter desde el mo¬
mento que haya usuarios. Por esta razón, el lexicógrafo ha de
tener conciencia de la labor normativa que va a desarrollar,
más fácil en la ortografía que en dominio del significado
léxico.

Sigue un capítulo (el séptimo) dedicado a presentar los dic¬


cionarios bilingües, en los que se coordinan las unidades
léxicas de una lengua con las equivalentes de otra. Las dificul¬
tades surgen por el anisomorfismo de las lenguas, causado por
factores extralingüísticos y diferencias culturales. Las unida¬
des léxicas equivalentes con un significado múltiple idéntico
y con el mismo significado léxico son rarísimas. La falta de
una equivalencia total determina la necesidad de un aparato
explicativo de las palabras y sus equivalentes. La compleji¬
dad de la obra se verá aumentada cuando se trate de diccio¬
narios de más de dos lenguas.

El tipo de diccionario condiciona enormemente su conte¬


nido, siendo uno de los factores principales la elección de la
«lengua fuente» y la «lengua diana»; si, por ejemplo, una de
ellas es una lengua muerta, podrán aparecer informaciones
filológicas, citas, etc. Quizá el carácter más importante de esta
tipología sea la propia intención del lexicógrafo: según quie¬
ra hacer un diccionario para la comprensión de determinados
textos o para la descripción de una lengua, por más que sea
raro perseguir una sola de esas intenciones. Según el autor hay
tres grupos de diccionarios: filológicos bilingües, etnolingüís-
ticos bilingües, y bilingües onomasíológicamente productivos o
cuasi-normativos de lenguas nacionales no totalmente fijadas.

La selección de entradas depende en gran medida de la


intencionalidad del diccionario; si no se pretende hacer un
diccionario enorme pueden ser eliminados los sinónimos me¬
nos usados o menos conocidos, los coloquialismos, vulgaris-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 93

mos y niveles de lengua semejantes (en este punto los grandes


diccionarios han de tener cuidado para no caer en lo ridículo
o en lo difícil), igualmente se puede prescindir en los diccio¬
narios pequeños de aquellas formas iguales o semejantes en
ambas lenguas. No son frecuentes los equivalentes absolutos,
pues lo habrían de ser en todos sus componentes: designación,
connotación y uso. Tras una serie de ejemplos. Zgusta conclu¬
ye que hay equivalentes de traducción o incluyentes, y expli¬
cativos o descriptivos, aclarando los conceptos con nuevos
ejemplos.

La forma de las entradas en los diccionarios bilingües di¬


fiere, también, de los monolingües, al no estar hechos los
primeros para hablantes nativos, han de insistir de manera
especial sobre los aspectos gramaticales, y serán, por lo gene¬
ral, más detallados (es deseable un apéndice sobre la pro¬
nunciación). Como los equivalentes no siempre bastan, por
ser parciales, o por tener significados múltiples, es necesario
recurrir a las glosas para precisar la equivalencia, y a etique¬
tas clasificatorias con el fin de indicar la pertenencia de la
palabra a un dialecto, lenguaje especializado, estrato social,
nivel lingüístico, etc. Del mismo modo, los ejemplos sirven
para especificar el significado, y son más concretos que las
glosas, pues aparecen en la lengua que no es la familiar al
lector, al contrario de lo que sucede con las glosas. La inten¬
ción de ejemplo es siempre gramatical, independiente de las
informaciones gramaticales, aunque puede llegar a sustituirlas.
La validez de las informaciones, como en las obras monolin¬
gües, es de tipo general, y deben aclararse con los ejemplos.
El ordenamiento de las entradas es el alfabético, debiendo
cuidar el lexicógrafo de introducir aquellas formas irregula¬
res o difíciles (no presentes en obras monolingües) con los
correspondientes envíos a las formas canónicas.

El último capítulo del libro (el octavo) está dedicado a la


planificación y organización del trabajo lexicográfico. Ante
todo hay que tener en cuenta que el lexicógrafo debe tomar
unas decisiones personales, condicionantes del desarrollo de
la obra. La planificación del diccionario depende de la lengua
misma y de su tratamiento lexicográfico.
94 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Por el alto costo de la actividad lexicográfica es necesa¬


rio, salvo raras excepciones, buscar el financiamiento del pro¬
yecto, para lo cual el lexicógrafo debe ser muy cuidadoso a
la hora de estimar el dinero y el tiempo. Zgusta toma ejem¬
plos de J. Casares (Introducción a la lexicografía moderna)
con el fin de demostrar el error que existe entre el tiempo
previsto y el que realmente se tarda al realizar un dicciona¬
rio, con lo cual no quiere desanimar a los futuros lexicógra¬
fos, sino pedirles prudencia. Para llevar todo proyecto a buen
término es preciso tener una buena organización jerárquica de
responsabilidades en el trabajo, con la eficiencia de todos los
investigadores, que tendrán que comprender y aceptar, en su
caso, puntos de vista diferentes ante problemas concretos. El
autor describe la organización habitual en la redacción de los
diccionarios modernos, cuya misión no es sólo la de preparar
un buen manuscrito, sino darle una presentación adecuada y
uniforme.

Una de las primeras decisiones que se deben tomar es la


de utilizar máquinas procesadoras de datos; su uso tiene la
ventaja de poder manejar una cantidad mayor de informa¬
ción, que resulta de un valor inestimable, pues antes de tomar
una decisión, el lexicógrafo habrá podido examinar una docu¬
mentación muy amplia. Según Zgusta, en el futuro toda la
información léxica será manejada sólo por máquinas.

Termina la obra con una nota optimista sobre el trabajo


lexicográfico a pesar de todos los problemas que encierra en
sí (y otros muchos que podrían aducirse), pero también posee
sus encantos y recompensas.

Largo es este resumen: la exposición y la cantidad de


temas tratados así lo requieren. Tras estas numerosas pági¬
nas una valoración final es obvia. Pocos defectos se pueden
achacar a la obra, y son debidos a la voluntad de abarcar
todo el inmenso campo de la lexicografía. Algunas partes
pueden parecer desproporcionadas, por ejemplo el espacio
que se dedica a los diccionarios bilingües no parece muy gran¬
de, pero no debe olvidarse que todas las partes de la obra
están encadenadas, y si se hubiera procedido de otro modo
MANUEL ALVAR EZQUERRA 95

las repeticiones serían muchísimas. Merece la pena, insistir


sobre el tratamiento especial de algunos aspectos; así, las
cuestiones semánticas y morfológicas que se enfocan desde
un punto de vista lexicográfico para disponer de su utiliza¬
ción práctica. El autor supone en el lector unos conocimien¬
tos muy elementales, lo que le lleva, a veces, a largas exposi¬
ciones, que hubieran podido evitarse. Cuantos puntos revisa
Zgusta pertenecen al ámbito general de la lexicografía y de
la lexicología, pero los ejemplos, concretos, nos muestran las
dificultades y aplicaciones de lo expuesto. Diré, para terminar,
que el libro, desgraciadamente, sólo es conocido por los espe¬
cialistas en lexicografía, mientras que los investigadores del
dominio léxico-semántico parecen ignorarlo, a pesar de la im¬
portancia y profundidad de los conocimientos expuestos; qui¬
zás por culpa de un título (Manual of Lexicography) muy
poco pretencioso.
\

-
1971

Rey-Debove, Josette, Etude linguisíique et sémiotique des


dictionnaires francais contemporains, Mouton, La Haya-
París, 1971 (329 págs.).

Es éste uno de los trabajos más importantes de los consa¬


grados al estudio lexicográfico. El punto de vista semiológico
adoptado es un modelo excelente que puede ser aplicado a
otros diccionarios y a otras lenguas. Tanto es así, que los ha¬
llazgos conseguidos por la autora han enriquecido en buena
medida la teoría lexicográfica de nuestros días.

La introducción del libro sirve para justificar su finalidad,


y las relaciones existentes entre la lingüística y la lexicografía.
El diccionario queda definido como texto metalingüístico cuyo
significado constituye la información sobre el signo (palabra);
pero también es un objeto de tradición sociocultural, y no
una descripción de la lengua para uso de los lingüistas. La
base del estudio son cinco diccionarios monolingües actuales
(de 1946 a 1967) del francés, cuyo contenido varía de 25.000
a 58.000 entradas.

La obra tiene tres partes. La primera de ellas («El diccio¬


nario de lengua») comienza con un capítulo titulado «Del dic¬
cionario al diccionario de lengua: ensayo tipológico». Los
autores que han esbozado la tipología lexicográfica no han ca¬
racterizado completamente al diccionario, cuya definición más
corriente, según Rey-Debove, es lista ordenada de palabras
seguidas de un texto que da informaciones’. El texto del dic¬
cionario no permite una lectura continua, pues es una se¬
cuencia de mensajes independientes que permiten ir de lo co¬
nocido a lo desconocido (por ello es una obra de consulta).
El mensaje del diccionario tiene dos partes: un elemento lin¬
güístico (entrada) al que sigue un enunciado que constituye
la información explícita (artículo). El conjunto de entradas
98 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

es la macroestructura, y permite una lectura vertical, mientras


que el conjunto de informaciones es la microestmatura, cuya
lectura es horizontal. La clasificación más simple y eficaz de
los materiales es por orden alfabético, imagen social común
de lo que es un diccionario. Las clasificaciones por el conte¬
nido son poco numerosas. Los elementos que aparecen en la
macroestructura son de naturaleza lingüística, mientras que
en la microestructura puede haber signos no lingüísticos (fo¬
tografías, cifras, imágenes, etc.). El diccionario informa sobre
signos, por tanto se debe distinguir entre la cosa-nombrada y
el signo-nombrante, referente y palabra, presentes en la lec¬
tura de la entrada. La definición de la cosa-nombrada se con¬
funde con la descripción del contenido del signo-nombrante.
Por último, la nomenclatura del diccionario es un conjunto
estructurado de acuerdo con unos principios extralingüísticos,
si es que no se recoge el léxico de una manera exhaustiva. La
autora resume en la pág. 27 todos estos puntos, que sirven
para caracterizar al diccionario.

Se llama diccionario general al que presenta el conjunto


más amplio; si el conjunto es de cosas de una civilización se
trata de una enciclopedia; si son signos de un sistema de len¬
gua es un diccionario de lengua; el diccionario especial (o
temático) presenta un subconjunto que forma parte del con¬
junto de cosas o signos; el diccionario de lengua es un dic¬
cionario general con dos estructuras (su macroestructura pro¬
cede del sistema de signos-nombrantes); la enciclopedia es un
diccionario general cuya macroestructura procede del sistema
de cosas; el diccionario enciclopédico es un diccionario doble,
pues presenta todos los caracteres del diccionario de lengua
y de la enciclopedia.

La ilustración es un sistema significativo secundario que


a veces viene a sustituir o a completar ¡os artículos, y con¬
cierne a la cosa-nombrada. Pertenece a la microestructura,
sin que pueda servir de entrada (como en los catálogos de la
moda, por ejemplo). Mientras que la definición es analítica,
la ilustración es sintética.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 99

En el capítulo segundo se explican las tres aproximacio¬


nes posibles al mensaje lexicográfico. La primera es de tipo
práctico y responde a la pregunta ¿para qué sirve un dicciona¬
rio? Las respuestas son múltiples, y dependen de la actitud
del lector. La segunda aproximación es la genética. La con¬
fección dé un diccionario, de lengua o general, plantea unos
problemas cuantitativos muy importantes, por lo que se re¬
quiere el trabajo en equipo; según la autora, estos problemas
sólo los expone la Introducción a la lexicografía moderna de
(. Casares. Para la construcción del diccionario disponemos
de cuatro fuentes de información; la competencia del lexi¬
cógrafo al describir la lengua que habla de manera natural,
un corpus lingüístico (el discurso), un corpus •metalingüístico
(otros diccionarios de la lengua, los diccionarios lingüísticos,
las gramáticas) y obras que instruyen sobre las cosas (enci¬
clopedias, diccionarios científicos y técnicos, obras didácticas
diversas). La tercera aproximación es la textual: la metalen-
gua. El diccionario se presenta como un conjunto de mensa¬
jes independientes compuesto por una entrada y su predicado
(las informaciones de la microestructura). Después, en el libro
siguen unos cuantos párrafos dedicados a la metalengua bajo
los títulos de «Uso y mención: la autonimia», «La metalengua
por función, ligada a la autonimia», «La metalengua por na¬
turaleza», y «La metalengua». Su preocupación por la meta-
lengua ha llevado a la autora a publicar en 1978 Le metalan-
gage (Le Robert, París).

La segunda parte, consagrada al estudio de la macroestruc-


tura del diccionario de la lengua, comienza con un capítulo
dedicado a los problemas generales de la macroestructura,
como son el lugar que ocupa ésta en el conjunto de la obra,
la explicación del código, anejos gramaticales y léxicos, etc.
Para Rey-Debove los prefijos, sufijos, locuciones extranjeras,
y adjetivos y sustantivos derivados de nombres propios po¬
drían figurar en la lista alfabética. A continuación la autora
estudia, en los cinco diccionarios examinados, la forma de la
macroestructura (simple o doble), la manera de ofrecer el
origen y etimología de las palabras, el sistema de referencias
internas, y los cuadros. Para conocer la naturaleza lingüística
100 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

de las entradas podemos proceder del siguiente modo: si no


les sigue la pronunciación son abreviaturas y no palabras, si
no les sigue la categoría gramatical, es casi seguro que sean
secuencias superiores a la palabra.

Todo conjunto léxico descrito por un diccionario queda


definido en extensión o en comprensión, y estructurado a
través de una jerarquía de importancia. Por el contenido se
pueden establecer cuatro tipos de diccionarios según tengan
macroestructura y microestructura pobres, la primera rica y
la segunda pobre, o a la inversa, o las dos ricas. En todos los
diccionarios hay un núcleo de léxico común, obligatorio, el
cual, a medida que se aumenta, se hace menos obligatorio y
representa una especie de nebulosa en la que la sociedad ejer¬
ce sus elecciones, no en el núcleo mismo. ¿Pero qué es el nú¬
cleo? Por una parte existe el idiolecto (vocabulario de un
individuo), por otra el léxico total (reunión de los idiolectos)
que no es materialmente inventaríable, y por otra el léxico
común (las palabras utilizadas por todos) o núcleo. El léxico
de una lengua debe quedar abarcado entre los dos extremos
representados por el léxico total y el léxico común, confun¬
diéndose con el concepto de lengua opuesto al de habla. A la
hora de confeccionar diccionarios también se puede recurrir
a la estadística, aunque su valor es discutible, si se aplica a un
conjunto tan amplio como el léxico total. Cuanto más crece
la descripción de un conjunto de términos léxicos menos se
apoya en la intuición de frecuencia, apareciendo otros crite¬
rios lingüísticos, mientras que los términos gramaticales siem¬
pre aparecen en el núcleo común. La macroestructura pierde
su estructuración en las frecuencias bajas y la microestructura
se modifica profundamente, perdiendo de vista el lexicógrafo
su objeto, disuelto en un continuum. La irrupción de una
terminología especializada (la metalengua, a menudo) en al¬
gunos diccionarios determina la destrucción de la nomencla¬
tura (la macroestructura) en el momento en que la cosa-nom¬
brada sustituye al signo-nombrante. En las últimas páginas
del capítulo la autora habla de los cuadros y su relación con
MANUEL ALVAR EZQUERRA 101

los conjuntos gramaticales, léxicos y metalingüísticos, pues las


entradas que dan pie a los cuadros pertenecen a uno de esos
tres conjuntos.

En el capítulo cuarto se hace un estudio concreto de las


macroestructuras de tres diccionarios franceses contemporá¬
neos, cuyo contenido es de un interés particular, tanto por
basarse en el francés como por reflejar una investigación muy
concreta. De todas maneras, me atrevo a recomendar su lec¬
tura a aquellas personas que pretendan profundizar en los
estudios lexicográficos, y a las que deseen tomar algún mo¬
delo para realizar investigaciones o trabajos lexicográficos
aplicados a nuestra lengua. El capítulo es una ejemplificación
práctica y extensa de lo desarrollado en las páginas prece¬
dentes, haciendo, también, alguna aclaración de índole teórica,
como la caracterización de los agrupamientos léxicos alrede¬
dor de cuatro tipos de lenguajes: regionales (espacio), socia¬
les (medio), temáticos (actividad), y estados de lengua (tiem¬
po). Esta aclaración ocupa un buen número de páginas (con
repetidas alusiones a la situación francesa) antes de pasar
al análisis de los diccionarios. Debo añadir que el capítulo se
articula en dos partes, la primera referida a la elección de las
entradas, y la segunda a la repartición de las unidades. La
forma de las unidades de la entrada no siempre es una pala¬
bra, pues pueden aparecer compuestos o partes de esos com¬
puestos (los monemas ligados) de diversas clases, no siempre
justificados por la grafía. En definitiva, la autora demuestra
mediante los ejemplos cómo los problemas de la teoría lexi¬
cográfica son solucionados en la práctica.

La microestructura del diccionario queda estudiada en la


tercera parte. Un capítulo inicial se dedica a los caracteres
generales de la microestructura, o conjunto de las informa¬
ciones ordenadas que siguen a la entrada. La forma mínima
que tiene un artículo de diccionario es: entrada, categoría y
definición, mediante las cuales se da cuenta de las caracterís¬
ticas fonológicas, sintácticas y semánticas de la entrada léxica.
A continuación la autora trata la manera de exponer las in¬
formaciones concernientes al género y número, a la conjuga¬
ción, pronunciación, homónimos, etimología y contenido, tras
102 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

lo cual compara los elementos de las microestructuras de los


diccionarios que le sirven de base para su estudio.

La tradición lexicográfica se ha perfeccionado lentamente


en la presentación de la microestructura, buscando la preci¬
sión y la economía. Para comprobarlo basta con comparar el
contenido de diccionarios de diferentes épocas. La normaliza¬
ción se produce a través de la adopción de una terminología
metalingüística constante, de la atribución de una función me-
talingüística a ciertos signos suprasegmentales, de la fijación
del orden de las informaciones y de la adecuación de la tipo¬
grafía. La longitud de la microestructura y, en definitiva, del
artículo, es extremadamente variable dentro de una misma
obra, debido a la riqueza o pobreza del núcleo sémico y, en
menor medida, a la desigualdad de informaciones explícitas
sobre cada una de las entradas.

En el largo capítulo sexto se trata de la definición. Bajo


ese término puede entenderse tanto la acción de definir como
el enunciado que hace explícito el contenido de la palabra y
que representa el segundo miembro de una predicación total
cuyo sujeto es la entrada. Al hablar de definición suele enten¬
derse la primera acepción, que es la que mantiene Rey-Debo-
ve. De una manera tradicional hay dos tipos de definición: de
las palabras y de las cosas, del mismo modo que existen dic¬
cionarios de palabras y de cosas. Al ser la definición el se¬
gundo miembro de una identidad (el primero es la palabra
de la entrada), la predicación definicional no puede llevar
más que la cópula es. en el sentido que ser significa la iden¬
tidad, mientras que significa no expresa la identidad, sino la
propiedad de tener sentido. Esa sería la definición de cosa,
frente a la de palabra en la que la cópula es no introduce la
definición semántica, sino la categoría gramatical (árbol [ la
palabra árbol] es un sustantivo masculino que...). La cópula
significa funciona obligatoriamente en aquellos predicados de-
finicionales cuyo sujeto es autónimo.

La definición es la pieza maestra de los diccionarios mo-


nolingües, siendo el objeto mismo de la lexicografía dentro
de la conciencia social. La definición es una actividad natu-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 103

ral y no nietalingüística en su principio, que responde a la


necesidad básica de hacerse comprender. En todas las épocas
la definición lexicográfica ha sido objeto de ataques o des¬
precio por parte de los que buscan en ella una descripción
precisa del mundo o de ia lengua; a veces no les falta razón,
pero no es culpa del lexicógrafo, sino de la dificultad de ela¬
borar una semántica científica capaz de reintegrarse en la
lingüística liberándose de procedimientos intuitivos.

El carácter más evidente de la definición lexicográfica es


su aspecto de discurso normal, pues debe ser entendida por
cualquier persona, mientras que el metalenguaje de los análi¬
sis sérmeos se aparta de esa normalidad, mezclando signos
lingüísticos con símbolos y signos no lingüísticos. La defini¬
ción natural es gramatical y semántica, de acuerdo con el có¬
digo lingüístico; es un enunciado lineal que se lee en un solo
sentido, y cuyo contenido está obligatoriamente ligado a la
sintaxis. Por el tipo de definición pueden hacerse dos tipos de
diccionarios; los cerrados, en los que todos los elementos de
la definición están a su vez definidos en el diccionario, y los
abiertos, en los que no todos los definidores aparecen defi¬
nidos, siendo necesario remitirse a otras obras. La elabora¬
ción de los diccionarios cerrados requiere un trabajo de veri¬
ficación constante muy costoso.

Al hablar de la definición lexicográfica es preciso referir¬


se a su status sinonímico. Son sinónimas aquellas palabras
sustituibles sin que se altere su significado, es decir, las que
se hallan en un mismo eje paradigmático. La identidad de
función de la perífrasis (la definición) y de la palabra ma¬
nifestada (lo definido) podría ser parte de los universales del
lenguaje y el fundamento mismo del análisis semántico. A
veces la sustitución de lo definido por la definición no es
posible, debido a la presencia de incompatibilidades de di¬
versos tipos y grados, por lo que los diccionarios presentan
informaciones para completar la definición. La principal di¬
ficultad es la distinción entre signo y significado, cuando el
campo del significado de objeto es restringido (cosa nombra-
104 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

da muy particular). Las dificultades para la sustitución son


en parte reducibles en los diccionarios, pero la sustitución
íntegra de las definiciones es teóricamente imposible.

La definición lexicográfica debe ser considerada, en pri¬


mer lugar, como una perífrasis, es decir, como la producción
de un enunciado sinonímico, y, en segundo lugar, como la
producción de un contenido. Por eso la definición no puede
consistir tan sólo en un análisis componencial, pues éste es
la formación de subconjuntos que constituyen una descrip¬
ción atomista del significado y obliga a ver a los semas como
si se tratara de cualificaciones. Es la definición la que confi¬
gura los campos semánticos, no a la inversa, puesto que ca¬
racteriza a un subconjunto dentro de un conjunto definido
de una manera más amplia.

La más frecuente de las definiciones lexicográficas es la


morjosemántica, al reproducir en su enunciado los elementos
del definido bajo una combinación diferente, con o sin apor¬
taciones nuevas (guardamuebles 'lugar donde se guardan los
muebles’). Otro tipo es la definición por inclusión, que co¬
rresponde, en sus rasgos generales, a la búsqueda del género
próximo y de la diferencia específica de Aristóteles, relacio¬
nada, a su vez, con la lógica de clases. Las calificaciones sólo
están jerarquizadas en relación con la cadena de inclusiones
sucesivas escogidas en la definición.

Frente a las definiciones por rasgos distintivos aparece la


enciclopédica, que presenta calificaciones superfluas. La de¬
finición accidental es verdadera gracias a una identificación
accidental que funciona como rasgo distintivo; constituye el
modelo de las adivinanzas, razón por la que la lexicografía
prescinde de ella. Unas definiciones se completan mediante
ejemplos tomando explícitamente los informes de la defini¬
ción; otras son vagas al remitir a un referente no nombrado,
o definido de forma insuficiente.

La predicación más pequeña, de inclusión mínima, de una


definición es la que forman el definido, la cópula ser, y una
sola palabra de la definición. Sobre esa base es posible efec-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 105

tuar combinaciones: cuando el incluyente elegido es limitado,


la búsqueda de las calificaciones distintivas es fácil, la defi¬
nición breve y el definidor la elabora con rapidez, pero si el
incluyente es amplio ocurre lo contrario. El sistema de la in¬
clusión, tal como aparece en los diccionarios, se utiliza al me¬
nos para el nombre, el verbo, el adjetivo calificativo y el ad¬
verbio: es fundamental para el nombre, y accesorio para los
demás.

La mayoría de las definiciones de sustantivos y verbos tie¬


nen la estructura de la definición por inclusión: una palabra
de la misma categoría que el definido seguida de calificacio¬
nes. Pero cuando se practica la lectura de inclusión mínima, la
predicación se hace falsa, incluso siendo verdadera la lectura
total. Los falsos incluyentes más corrientes en la definición
lexicográfica son la definición de la cosa por sus partes (con¬
junción de las partes, partes semejantes expresadas en plural,
parte en función de incluyente acompañada de otras partes
en función de calificaciones), la definición de la cosa trans¬
formada (definición genética), la definición de la cosa por su
causa o consecuencia, la definición mediante falsos incluyen¬
tes que marcan la relación de la cosa con la unidad, y la de¬
finición mediante falsos incluyentes de existencia. Todas ellas
son definiciones sustanciales por análisis.

Otro tipo de definición es la que se hace por oposición,


basada en los mismos principios lingüísticos que la sinonimia,
pues ambas, oposición y sinonimia, pertenecen al paradigma
del definido. La definición por oposición supone, a su vez,
que el opuesto ha sido previamente definido por inclusión, de
lo contrario caeríamos dentro de un círculo vicioso. En los
verbos se prefiere la definición por inclusión o por análisis
a la definición por oposición, y en los adjetivos la relacional,
mientras que la negación directa del adjetivo es habitual en
el discurso.

Las dos estructuras corrientes de la definición de signos


del metalenguaje son: 1), mediante una cópula explícita que
no es ser en la definición («se dice de», «se emplea para»,
«sirve para», etc.); y 2), aparición de un incluyente de la ca-
106 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

dena de los signos («sustantivo de», «interjección», «abrevia¬


ción de», etc.). Un problema aún mal resuelto en los dicciona¬
rios es el de la interjección y el de la onomatopeya. La inter¬
jección es una palabra-frase, y es importante formular la
identidad de esa palabra con su definición, pues de alguna
manera se escapa de las partes del discurso que sirven para
construir frases. Las interjecciones son a veces onomatopeyas,
y no todas las onomatopeyas son interjecciones, a pesar de la
gran confusión que reina en los diccionarios.

La autora termina el capítulo con unas conclusiones sobre


la definición, caracterizada como prueba semántica a la que
se someten todas las palabras, y a través de la cual muestran
su verdadero rostro. La mayor o menor riqueza del semema
se puede estimar por el lugar del definido en la cadena de las
inclusiones, y por la frecuencia de aparición de la palabra;
los derivados suelen ser menos frecuentes que sus bases y dan
lugar a definiciones morfosemánticas. La facilidad de definir
en la microestructura está en relación con la facilidad para in¬
tegrar lo definido en la macroestructura. No se estudia en el
libro la polisemia porque es objeto de la semántica, y porque
el estudio de los diccionarios franceses contemporáneos no
aporta nada nuevo. En la pág. 254 se presenta un excelente
cuadro de cuanto ha sido tratado en esta obra sobre la defi¬
nición, y que, a mi juicio, mejora notablemente lo expuesto
por Rey-Debove en «La définition lexicographique; bases
d’une typologie formelle» (en TraLiLi, V, 1967, págs. 141-159).

En el último capítulo de la obra quedan analizados los


caracteres generales del ejemplo, a saber: es un enunciado
que contiene la palabra de la entrada, y está presentada de
tal manera que la distingue como mencionada en el interior
de un texto en uso. La primera de esas condiciones parece
evidente, pero es preciso mencionarla, ya que la autora cita
varios casos en que no se cumple. La naturaleza del ejemplo
puede caracterizarse como un enunciado en el que la palabra
de la entrada significa la cosa-nombrada, y un enunciado que
significa la palabra de la entrada como signo-nombrante. Los
MANUEL ALVAR EZQUERRA 107

ejemplos sólo se distinguen por la cantidad de información


aportada sobre la cosa o el signo, es decir, por su capacidad
para construir los dos significados.

El ejemplo enciclopédico es en el que la cosa-nombrada


tiene un valor general, mientras que el ejemplo definicional
habla explícitamente de la cosa, informa sobre el contenido
del signo. El ejemplo enciclopédico, a causa del sujeto general
de la predicación, tiene un poder de connotación mayor que
un ejemplo cualquiera con sujeto singular.

Entre todos los predicados posibles sobre la cosa-nombrada


general figuran los definieionales. El ejemplo definicional
muestra de manera explícita el contenido de la palabra de la
entrada, y de forma estricta lo que es la cosa, jamás el mundo
por oposición a la cosa.

Un ejemplo único en el que la palabra que se desea expli¬


car tenga un contenido singular no puede restituir por sí solo
el contenido de la voz definida. Pero, por el contrario, la pre¬
sencia de numerosos ejemplos diferentes que sirvan para mos¬
trar, cada uno, una «parte de contenido» debería ser suficien¬
te para dar cuenta del contenido de la palabra definida. A
pesar de esta posibilidad, nadie ha pensado, nunca, ofrecer
un conjunto de ejemplos que restituya el contenido semántico
del término definido, por razones materiales y también a
causa de la dificultad del procedimiento; además, en el mo¬
mento actual, estima Rey-Debove, ello supondría un retroceso
en la lingüística.

El número de frases que pueden contener a una palabra


determinada es en teoría casi infinito y, si las limitamos a
unas dimensiones razonables, el número es todavía muy gran¬
de. Cuando un gran número de frases presenta una palabra
en un mismo entorno inmediato, el lexicógrafo resume la si¬
tuación dando la palabra y ese entorno como ejemplo, econo¬
mizando una frase completa, con lo cual indica que el sintag¬
ma es frecuente y que ha sido elegido entre otros por su fre¬
cuencia. También un ejemplo puede ser el resultado de una
neutralización de varias frases particulares, y estar caracteri-
108 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

zado por una estructura sintáctica y por unas clases semánti¬


cas permanentes. A estos ejemplos se les puede achacar que
son mutilaciones del discurso. El caso contrario de la neutra¬
lización es la acumulación de ejemplos en aquellas palabras
en que no es posible la neutralización.

La obra se completa con un postfacio y una riquísima bi¬


bliografía no sólo de índole lexicológica o lexicográfica, sino
también semántica y lingüística, en general, cuya consulta
puede orientar de una manera bastante completa sobre las
cuestiones tratadas, que son, en el fondo, las más vivas den¬
tro de los problemas del estudio del léxico.

Pocas cosas más se pueden decir tras el resumen anterior.


El lector, por sí solo, entreverá el interés y vigencia de la
obra de J. Rey-Debove. Quisiera, sin embargo, señalar la
coincidencia del año de la edición de este libro y del Manual
of Lexicography de L. Zgusta. Ambos trabajos son cimeros
en la investigación lingüística, y se complementan precisamen¬
te por los planteamientos distintos que presentan; sin embar¬
go, llegan a conclusiones y soluciones semejantes. A estas dos
obras se debe añadir la Introducción a la lexicografía mo¬
derna de J. Casares para completar la trilogía de las obras en
que debe fundamentarse cualquier investigación lexicográfica
ulterior, tanto teórica como práctica. Buscar defectos o pun¬
tos incompletos al trabajo de J. Rey-Debove es tarea fácil, pero
no debe olvidarse que se trata, según se especifica en el títu¬
lo, del análisis semiológico de unos cuantos diccionarios ac¬
tuales. De haber aumentado el número de esos diccionarios
quizás se hubieran aumentado los datos, pero no el resultado
del análisis. Ojalá algún día tengamos un trabajo semejante
para el español y no sólo basado en unos pocos diccionarios
actuales. El modelo planteado por J. Rey-Debove es necesario
para estudiar los diccionarios, y de esa manera establecer una
historia de la lexicografía fundamentada en unos criterios es¬
tables y científicos.
1971

Dubois, Jean y Claude, Introduction á la lexicographie: le


dictionnaire, ed. Larousse, París, 1971 (217 págs.).

Estamos ante una verdadera iniciación a la lexicografía,


en la que se van planteando a lo largo de sus trece capítulos
los problemas más importantes de nuestra ciencia, si bien re¬
ducidos sólo a la presentación física del diccionario y sus re¬
laciones con la semántica (y alguna cuestión conexa), dejando
aparte otras cuestiones muy importantes como pueden ser los
planteamientos teóricos del diccionario, sus posibles clasifica¬
ciones (si bien apuntadas en las págs. 7 y ss.), la organiza¬
ción de un equipo lexicográfico, la formación del personal
de ese equipo, etc.

Para los Dubois el diccionario es un producto manufac¬


turado que responde a exigencias de información y comuni¬
cación. Su finalidad es pedagógica, pues pretende cubrir los
vacíos de lengua o saber, y también, es un objeto cultural, ya
que da testimonio de una civilización. La lexicografía puede
ser interpretada como una praxis, cuyo producto es el diccio¬
nario, o como una actividad en la que el diccionario es una
obra que implica tanto a! autor como a los lectores. De acuer¬
do con esta última opinión, el lexicógrafo redacta los artícu¬
los según unas determinadas reglas que hacen del diccionario
un discurso pedagógico.

La redacción de un diccionario necesita un plan previo,


constituido por un proyecto y unas instrucciones dadas a los
redactores y a los distintos servicios que participan en la ela¬
boración del diccionario. El primer trabajo es determinar el
nivel socio-cultural del público al que se dirige la obra, y es¬
tablecer en función de ese nivel el vocabulario y las informa¬
ciones. Luego vendrán lo^ problemas de clasificación y redac-
110 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

ción. más taide los de revisión de artículos, y, por último, la


corrección de pruebas e impresión. Un diccionario de la len¬
gua siempre implica la necesidad de una definición más exac¬
ta que la que se pudiera ofrecer en obras de carácter enciclo¬
pédico. Cualquier diccionario responde, de hecho, a una situa¬
ción de bilingüismo, en la que se supone que ambas lenguas
sólo difieren por una lista de palabras, relegando la gramática
a un segundo plano. El diccionario bilingüe se basa en la su¬
puesta identidad en las dos lenguas de los conceptos y maneras
de percibir el mundo; por eso las definiciones en estos dic¬
cionarios son una serie de sinónimos. También en los diccio¬
narios monolingües se produce una situación semejante al bi¬
lingüismo, aunque de otra forma. El diccionario monolingüe
es una traducción de las palabras funcionales mediante pará¬
frasis sinonímicas. Este último tipo de diccionarios es un fac¬
tor de comunicabilidad que favorece la intercomprensión de
las diferentes culturas aparecidas en el seno de una misma
sociedad por la división del trabajo.

Para los Dubois (cap. IV), el diccionario es un catálogo


de palabras ordenadas alfabéticamente, que sirven de entrada
a unos desarrollos. La secuencia de palabras (nomenclatura)
constituye la arquitectura formal del diccionario, que se divi¬
de en artículos y frases. Las informaciones del artículo pue¬
den ser el término, pronunciación, categorización gramatical,
etimología, definición, ejemplos, modismos y expresiones es¬
tereotipadas, sentidos funcionales, etc. Por otra parte, el lexi¬
cógrafo se ve en la necesidad de utilizar un metalenguaje que
es explícito y funcional, para poder dar cuenta de todas las
frases (informaciones).

Como discurso pedagógico, el diccionario es un enunciado


a partir de otro enunciado ya realizado, y remite a un deter¬
minado tipo de comunicación, a una relación entre el «yo»,
el «tú», y el objeto del discurso «él». Por ser un discurso pe¬
dagógico, el diccionario debe dar unas respuestas sin ambi¬
güedad ninguna. Asimismo, como institución social, sancio¬
na los usos (incorrecto, vulgar, anticuado, etc.), y en esa fun¬
ción tiene una gran importancia la actividad del lexicógrafo.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 111

El conjunto de las entradas de un diccionario constituye


la nomenclatura. El orden alfabético asegura el carácter ce¬
rrado de la obra, que muy raramente puede ser roto. La ce¬
rrazón del diccionario se asegura, además, al ir en la nomen¬
clatura cuantas voces aparecen en las informaciones. Otra
cuestión importante es la de la dimensión de la obra, que sólo
se puede definir como la relación entre las respuestas y las
preguntas que constituyen su propio objeto. En la obra lexi¬
cográfica, además de las palabras de la nomenclatura, deben
aparecer los términos de metalenguaje y los gramaticales (de
enorme frecuencia).

Las entradas del diccionario son palabras, aunque es pre¬


ferible llamarlas en este caso unidades de tratamiento o pala¬
bras lexicográficas, pues la palabra de la entrada cubre un
gran número de voces (p. ej., de todas las formas verbales
tan sólo aparece el infinitivo). Por tanto, es una unidad teóri¬
ca que más tiene que ver con palabra que con cualquier otro
tipo de unidades léxicas, el morfema, pongamos por caso).
Ahora bien, las entradas se distinguen de las palabras por
varios aspectos: son palabras gráficas y no fonéticas o gra¬
maticales, son unidades teóricas y arbitrarias y son unidades
de comportamiento cultural. El conjunto de entradas de un
diccionario no puede confundirse con el léxico de una lengua,
pues son dos cosas distintas.

El capítulo (el VII) que los Dubois dedican a la entrada


lexicográfica se completa con otro sobre la polisemia y la ho-
monimia, ampliamente ilustrado con ejemplos tomados de los
diccionarios franceses. Al final del capítulo XIII, el de la po¬
lisemia y la homonimia, aparece un artículo de Jean Dubois,
publicado con anterioridad, sobre los problemas que plantean
la polisemia y la homonimia en lexicografía. En él se habla
de la existencia de dos tipos de polisemia: la paradigmática
y la sintagmática. La resolución de las polisemias se integra
en el amplio problema de la estructura del enunciado.

Unido a todo lo anterior aparece el problema de la sinoni¬


mia y la paráfrasis. Hacer una definición lexicográfica con¬
siste en encontrar una paráfrasis equivalente semánticamente
112 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

al término definido, lo que supone un universal semántico:


para cada término de la lengua hay por lo menos un par de
sinónimos en la estructura superficial. Una parte del léxico,
aparte los derivados y compuestos, procede semánticamente
de términos de base mediante operaciones sintácticas o semán¬
ticas definidas. Las últimas páginas del capítulo IX tratan,
rápidamente, de los tipos de definiciones, de la ordenación de
las acepciones, y de los ejemplos y citas; baste comparar la
página dedicada a los tipos de definiciones con el brillante
artículo de j. Rey-Debove «La définition lexicographique:
bases d'une typologie formelle» (TraLiLi, V-l. 1967, 141-159).

El título del capítulo X («La descripción lexicográfica de


la lengua. Las informaciones. Los ejemplos. El análisis lingüís¬
tico») es muy sugestivo. La descripción lexicográfica se dife¬
rencia de la científica de una lengua por el hecho de que
aquélla supone por parte del lector el conocimiento de la len¬
gua descrita, y la consulta del diccionario sólo es posible a
partir de un determinado dominio de las reglas sintácticas.
Los datos sobre los que el lexicógrafo elabora su descripción
de la lengua son frases tomadas de textos (tanto orales como
escritos) o construidas por él mismo. La presencia de los
ejemplos viene a justificar la definición de la entrada, y ofre¬
cen, a la vez, los términos coocurrentes (sintácticos y semán¬
ticos) de la palabra de la entrada. La descripción lingüística
de las entradas está constituida por tres componentes: morfo¬
lógico, sintáctico y semántico, que permiten, si el artículo está
bien hecho, conocer a la perfección todos los aspectos de la
palabra.

El diccionario es una descripción de la cultura y, por ello,


un objeto cultural. Pero también es un objeto cultural porque
al ser un lugar de referencia común debe emitir sus juicios de
acuerdo con una norma cultural, que a su vez depende de la
ideología de la clase social dominante. Todo ello hace que
el diccionario sea normativo y restrictivo: pensemos solamente
cómo cada palabra está sancionada con el correspondiente ni¬
vel de lengua, de una forma explícita o no. El rechazo de cual¬
quier término es la expresión más alta de una sanción cul-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 113

tura!: por ejemplo, los diccionarios de la lengua no suelen dar


cabida al vocabulario científico y técnico, considerado como
una jerga especial. Para los Dubois, el diccionario es una ima¬
gen del hombre, y como tal imagen una persona puede ser ca¬
racterizada (de una manera sociocultural) por el tipo de dic¬
cionario que posee.

En el capítulo XI1, bajo el enunciado «El diccionario y


la historia», dan cuenta de los diccionarios históricos, que
definen para el lector el estado de lengua correspondiente a
un funcionamiento histórico definido. La historia se analiza
en estos diccionarios como una secuencia de estados finitos,
quedando cada uno de ellos justificado por el precedente. La
aparición o desaparición de un término debe ser explicada
«lógicamente», y por tanto la etimología debe ser conside¬
rada desde esta perspectiva. La presencia de la etimología en
los diccionarios sincrónicos se debe a que la sincronía se ex¬
plica mediante la historia, y porque la historia de la palabra
se proyecta en su empleo actual. Termina el capítulo con la
afirmación de que son los enunciados los que están cargados
de historia, y no las palabras mismas. En definitiva, vienen
a coincidir con P. Guiraud: la palabra es el resultado de un
impacto, de una presión de la historia sobre el sistema (Struc-
tures étymologiques du lexique ¡raneáis, París, 1967, pág. 6,
obra resumida en este libro).

El último de los capítulos del libro («El diccionario, fuen¬


te de estudios lingüísticos») ocupa la mitad de la obra. Está
concebido para completar todo lo anterior, exponiendo tres
trabajos de distintos autores que toman como punto de partida
a los diccionarios franceses. Su carácter es más lexicológico
que lexicográfico. En ellos queda bien claro cómo el dicciona¬
rio es un texto pedagógico, y demuestran la enorme utilidad
que encierran esas obras, olvidadas o desconocidas por aque¬
llos que tienen la obligación de enseñar una lengua. Los auto¬
res señalan cuáles pueden ser las directrices para hacer de
los diccionarios algo vivo y de interés para la enseñanza en
todos sus niveles. Así, el primero de los títulos («Le mouve-
ment général du vocabulaire frangais de 1949 á 1960, d’aprés
! 14 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

un dictionnaire d’usage», de ). Dubois, L. Guilbert, H. Mit-


terand y J. Pignon, todos estudiosos del léxico de primera
línea) se basa en el Petit Larousse y estudia el cambio del vo¬
cabulario francés de la edición de 1948 a la de 1960 en el
nivel morfológico (sufijos, prefijos, la estructura del vocabu¬
lario, distintos tipos de formaciones, tendencias morfológicas,
problemas de lexicalización) y en el nivel semántico (enve¬
jecimiento del léxico, desarrollo de sentidos nuevos, vacila¬
ciones y fijaciones), además de tratar el problema de los ex¬
tranjerismos, y el movimiento del vocabulario como reflejo
de la evolución de la sociedad.

El segundo de los artículos es de }. Dubois («Mouvements


observés dans les suffixations en franjáis contemporain»), par¬
te corregida de su Étude sur la dérivation suffixale en fran-
cais moderne et contemporain (París, 1962). También toma
como punto de partida el Petit Larousse, en sus ediciones de
1906 y 1960, para ir desmenuzando los cambios de los sufijos
franceses (otorgando una gran importancia a la estadística),
explicarlos mediante la lingüística y la historia, analizar las
consecuencias lingüísticas de todo ello, dar cuenta de los
nuevos sufijos, y estudiar las diferencias semánticas entre los
que están próximos.

Bajo el título «Les couches historiques du vocabulaire


francais d’aprés les donnés d'un dictionnaire étymologique»
se publica el último de los tres artículos, cuya primera re¬
dacción apareció antes en La linguistique (1965, 2, 103-115)
como «Essai de lexicostatistique historique du frangais con¬
temporain. Les mots commencant par h». El principio meto¬
dológico es que la lexicografía no sólo debe estudiar el aspecto
sincrónico de léxico sino también el histórico, tomando el
léxico como conjunto de sistemas formales y no como uni¬
dades aisladas. Recuérdense a este propósito las Tesis de Pra¬
ga con respecto a la fonología. En definitiva se trata de exa¬
minar las relaciones existentes entre el volumen de las masas
léxicas (que variará en función de la frecuencia de uso) y las
aportaciones léxicas (definidas por la fecha de aparición de
las unidades léxicas). El autor divide el léxico francés en ocho
MANUEL ALVAR EZQUERRA 115

grupos para determinar el origen de cada palabra, y a partir


de ahí hace su estudio, en el que no faltan los pormenores es¬
tadísticos, llegando a tres conclusiones provisionales: 1.a) Los
modelos léxicos varían estructuralmente según el volumen del
conjunto léxico: 2.a) las proporciones de las capas léxicas
varían según el tipo de corpus utilizado; 5.a) los modelos lé¬
xicos de la lengua escrita son diferentes de la lengua hablada
tanto sincrónica como diacrónicamente.

Por último, el libro se completa con una pequeña biblio¬


grafía (algo más de dos páginas), suficiente para cualquier
persona que quiera iniciarse en la lexicografía.

Como valoración general del libro diremos que es una ex¬


celente introducción a la lexicografía hecha por fean y Claude
Dubois, gracias a cuya experiencia en los diccionarios La-
rousse podemos entrar en los problemas teóricos de la lexi¬
cografía, con numerosos ejemplos de la práctica lexicográfica.
Pero esa experiencia nos conduce a ver aspectos, muchas veces
ignorados, de los valores de un diccionario y su dimensión
sociocultural: el diccionario como texto, como discurso pe¬
dagógico,, como objeto cultural, etc. [unto a esa introducción
a la lexicografía está la otra mitad del libro en que se exponen
sólo tres ejemplos de cómo se pueden utilizar los diccionarios
para conocer la lengua. Son tres trabajos lexicológicos perfec¬
tamente realizados, sin caer ni en la semántica estructural ni
en la etimología, desvíos fáciles de un estudio lexicológico.
Todo ello es una buena muestra de un terreno aún virgen
(salvo escasas excepciones) para la lexicología y la lexicogra¬
fía españolas, y que se puede tomar como guía para elaborar
numerosos trabajos sobre nuestro léxico.
'
1972

Lázaro Carreter, Fernando, Crónica del Diccionario de


Autoridades (1713-1740), Madrid, 1972 (141 págs.).

La Crónica del Diccionario de Autoridades fue el discurso


de ingreso en la Real Academia Española de F. Lázaro Carre¬
ter (11 de junio de 1972). El tema del trabajo afecta a uno
de los momentos más importantes de la historia de la Real
Academia Española: la elaboración del Diccionario de Auto¬
ridades en «tan sólo» veintiséis años, mientras que la Acade¬
mia Francesa había tardado setenta y cinco para una obra
más limitada. El esfuerzo de la Academia fue hecho por un
puñado de hombres cuya fe les permitió superar obstáculos
importantes. Aquellos varones sentían sonrojo al carecer de
lo que tenían Italia, Francia, Inglaterra y Portugal; esto es, un
diccionario amplio y «moderno». Su ambición consistió en
que nuestra lengua pudiese disponer de un inventario fide¬
digno, para restablecer el prestigio exterior del castellano,
muy mermado con la decadencia política, y para fijarlo. No
piensan en objetivos puristas, sino en el honor del país y les
mueve la idea de que los idiomas alcanzan un momento de
esplendor, tras el cual, si no se ha acertado a fijarlos, aguar¬
da su ruina y desconcierto. Para acometer la tarea se necesi¬
taba un poco de orden, que requirió el nacimiento de la Ins¬
titución, si bien no sin dificultades tras trece meses de ten¬
siones entre Felipe V y el Consejo de Castilla, que no creía
en la capacidad de los futuros académicos para ejecutar su
proyecto. El trabajo dio comienzo antes de que se aprobara
la constitución de la Academia, y al cabo de los tres prime¬
ros meses surgieron problemas no previstos, imponiéndose
una redacción de planta totalmente nueva. Es preciso advertir
que los cambios de rumbo se producirán abundantemente a
1 18 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

problemas que tiene planteados la lexicología es el de la gra¬


mática de las palabras o gramática del léxico; es decir, todo
aquello que se relaciona con los elementos que cada lengua
utiliza para la formación de palabras. En este sentido no se
ha prestado la atención que merecen a la prefijación y a la
composición, mientras que sí a la sufijación.

Una parte considerable de los estudios lexicológicos se ha


consagrado a la semántica léxica, lo cual no es de extrañar
debido a que entre 1920 y 1940 fue el principal campo de
investigación de la semántica histórica. En la lexicología ac¬
tual existen dos tendencias para el análisis del significado: la
primera piensa que es posible aprehender el significado a tra¬
vés de distintas vías (gramática, léxica y estilística); la segun¬
da plantea que los significados se pueden examinar aún cuan¬
do las palabras se hallan en un contexto que las actualiza y
les da un valor particular.

La organización del vocabulario es uno de los terrenos


donde la lexicología europea ha avanzado más (véanse los
campos morfosemánticos de Guiraud), no sólo por el es¬
tudio de las relaciones léxicas: homografía, homofonía, paro¬
nimia, formación de palabras con el mismo radical o con
los mismos afijos, y en especial la homonimia, la polisemia,
la sinonimia y la antonimia, sino también por el desarrollo,
en menor medida, de la teoría del campo sintagmático y, en
mayor proporción, del campo semántico y conceptual o no¬
cional.

El análisis numérico de los elementos léxicos (lexicome-


tría) ha ido adquiriendo cada vez mayor importancia. En la
actualidad se pueden señalar tres corrientes principales: el
análisis estadístico de textos con el establecimiento de cua¬
dros de palabras (y más recientemente concordancias y dic¬
cionarios de frecuencia), la estadística con fines pedagógicos
para extraer vocabularios simplificados o básicos, y los re¬
cuentos de frecuencia de términos usados originalmente para
racionalizar los métodos de transcripción de palabras, y los
diferentes códigos y sistemas de telecomunicación. Estas ten¬
dencias se completan en el momento actual con la aplicación
MANUEL ALVAR EZQUERRA 119

de la estadística lingüística a las características estadísticas o


cronológicas del vocabulario literario y la lengua de los auto¬
res, y con los estudios cuantitativos basados en el caudal de
datos léxicos, realizados según la perspectiva histórica o des¬
criptiva del vocabulario.

La investigación histórica del vocabulario, desarrollada


en gran medida a comienzos del siglo, continúa teniendo un
lugar importante en toda Europa, pues se ha enriquecido con
una rigurosa base metodológica gracias a la corriente de es¬
tudios sincrónicos, lo que se manifiesta de una manera más
patente en la etimología y en la lexicografía históricas. La
etimología tradicional (lexical biography según las palabras
utilizadas por Quemada) ha sufrido un cambio radical en el
proceso metodológico, pues ya no interesa tanto el origen o
nacimiento de la palabra como su historia. Las lenguas que
han ocupado un lugar de privilegio en ese aspecto han sido
las románicas —aunque de manera dispar— gracias a una
larga tradición lingüística y a unas fuentes documentales muy
ricas. Un aspecto de la íenovación metodológica es la etimo¬
logía estructural, que considera el cambio en una compleja
red de asociaciones tanto en el nivel de la forma como en el
del contenido.

La lexicología histórica se relaciona, a su vez, con la his¬


toria social, reflejándose en tres tendencias principales: el
método de palabras y cosas (Wórter und Sachen), en el que
los significados de las palabras son equivalentes a los concep¬
tos y a las realidades que se nombran; la escuela idealista ale¬
mana (neofilológica), que vuelve a los criterios de W. von
Humboldt, según la cual las comunidades sociales están ani¬
madas por cierto ’Geist’ que se manifiesta en la lengua del
grupo; y la escuela sociológica, representada por la lingüís¬
tica francesa y románica, que presta una gran atención a los
vínculos que enlazan las unidades del lenguaje (y en particu¬
lar el vocabulario) con los distintos factores sociales.

En Europa se ha dedicado durante los últimos años un


gran número de obras a los problemas de vocabularios en con¬
tacto, calcos léxicos, y extranjerismos, a la vez que se otor-
120 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

gaba una atención especial a los vocabularios de zonas fron¬


terizas dialectales, y a la influencia de las lenguas regiona¬
les en la elaboración de vocabularios de la lengua nacional
común.

Las recopilaciones lexicológicas se caracterizan por su


sistematicidad, exhaustividad y riqueza. Basten como ejem¬
plos el Trésor de la langue frangaise o el Thesaurus Linguae
Latinae. Empresas de este tipo se presentan en Francia con
una gran pujanza, pero no se pueden olvidar los trabajos de
otros países. Las condiciones y perspectivas del análisis de
los textos lexicológicos han cambiado desde que en 1951,
tras unas experiencias propias en América, el P. Busa intro¬
dujo las máquinas electrónicas en estos trabajos. Gracias a
ellas se están elaborando dos tipos de compilaciones funda¬
mentales que antes se llevaban a cabo manualmente: los ín¬
dices y las concordancias. La preparación de índices o ta¬
blas de palabras son una valiosa ayuda a los investigadores
en otros terrenos, y sirven de estímulo para otros trabajos.

La segunda parte del trabajo está dedicada a la lexico¬


grafía, principal rama de los estudios lexicológicos y a me¬
nudo confundida con la lexicología misma. La lexicografía,
que hasta hace poco era considerada como el «arte de hacer
diccionarios», se halla en el camino de convertirse no sólo en
una «técnica» en el sentido estricto, segura de sí misma, de
sus recursos y de sus limitaciones, sino, para ciertos autores,
en una ciencia, o al menos en una ciencia aplicada. Esa trans¬
formación se debe a que cada obra lexicográfica es el reflejo
de la teoría lingüística que más o menos conscientemente
aplica su autor.

En la lexicografía pueden verse dos aspectos: la lexico¬


grafía histórica y la lexicografía teórica. La primera repre¬
senta la tradición lexicográfica que culmina con los dicciona¬
rios históricos de la filología románica, cuyos representan¬
tes para el español pueden ser los dos diccionarios históricos
emprendidos por nuestra Academia, o el etimológico de Gar¬
cía de Diego. La lexicografía teórica representa un nuevo ca¬
mino en el tratamiento de los problemas y métodos plantea-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 121

dos por la confección de diccionarios. Junto a ello debemos


señalar la descripción de diccionarios, la reedición de las
obras más importantes de otras épocas, y la elaboración de
diccionarios de diccionarios (como el Tesoro lexicográfico de
Gili Gaya).

Entre las corrientes contemporáneas de la lexicografía se¬


ñala Quemada el diccionario de uso, concebido como una
descripción lingüística de un tipo bastante particular, si es
que el sistema lingüístico puede ser captado a través de su
aspecto léxico. Además, se plantean en la macroestructura
los problemas de la limitación de la nomenclatura del diccio¬
nario (los sincrónicos opuestos a los diacrónicos) y la organi¬
zación general de los datos léxicos (se prefieren los dicciona¬
rios ideológicos a los alfabéticos). Los problemas de la mi-
croestructura son específicos de cada obra, aunque siguen
siendo de interés general la definición de las entradas y la
presentación agrupada o no de los derivados de una misma
base léxica.

Por último, el autor tiene en cuenta los trabajos realiza¬


dos en la lexicografía mecanizada, y en la proposición de un
diccionario automático que sólo podría ser consultado a tra¬
vés de terminales de computadoras o de listados de ordenador.

Se completa esta panorámica de la lexicología y lexico¬


grafía europeas con una amplia bibliografía (27 páginas), úti¬
lísimas para quien desee adentrarse en estos terrenos de la
investigación. Por la ausencia de títulos españoles —no es
necesario insistir en las excepciones que todos conocemos—
se ve bien claramente cuál es la situación de los estudios le¬
xicológicos y lexicográficos en nuestro país, frente al abru¬
mador desarrollo de esas disciplinas en el resto de Europa.

El trabajo de Quemada es excelente y no debe olvidarlo


nadie que pretenda tener una información sobre la lexicología
y lexicografía, no sólo por la bibliografía aducida, sino por
el planteamiento mismo que tiene: división en apartados de
cada una de las disciplinas para luego ir viendo su evolución
histórica y por escuelas, con referencias claras y precisas a
122 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

los títulos más importantes (y son muchos) en cada caso. Las


definiciones de lexicología (pág. 399) y de lexicografía (pá¬
ginas 397 y 427) son un modelo a tener siempre en conside¬
ración, máxime cuando aún se sigue confundiendo la una con
la otra, en especial entre nosotros, quizás por el poco desarro¬
llo y atención que, científicamente, han merecido.
1972
Quemada, Bernard, «Lexicology and Lexicography», apud
Current Trends ¡n Linguistics (ed. Th. A. Sebeok), vol. 9,
Linguistics in Western Europe, Mouton, La Haya-París,
1972, págs. 395-475.

Quemada pone de relieve en este trabajo la importancia


de la lexicología y la lexicografía europeas, mucho más des¬
arrolladas que las americanas, debido a varias razones: en
primer lugar, por los programas lexicográficos que se llevan
a cabo en estos momentos, más ambiciosos que todos los an¬
teriores; en segundo, porque los diccionarios monolingües o
plurilingües, generales o específicos, no han cesado de crecer
en número y diversidad. Aparte hay que citar los estudios dia¬
lectales y la preparación de atlas lingüísticos que han aumen¬
tado el interés por el vocabulario, y el nacimiento de la se¬
mántica lexicológica unido a las nuevas tendencias en los es¬
tudios etimológicos, factores dignos de ser considerados junto
a las investigaciones sobre el vocabulario de autores concretos.
La lexicología europea hace poco que tiene conciencia de
su propia existencia, de sus objetivos, métodos y posición en¬
tre las ciencias del lenguaje, pues venía confundiéndose con
la lexicografía, técnica enfocada para hacer listas de unida¬
des léxicas, definirlas, clasificar su uso y relatar su historia.
Quemada entiende por investigación lexicológica la que tiene
por objetivo el estudio de las unidades léxicas, su naturaleza,
su formación, sus estructuras, su uso, sus transformaciones, y
las relaciones que tienen con el universo extralingüístico.
"Tras revisar los conceptos de palabra y unidad léxica, el
autor piensa que hay una identificación de la unidad léxica
con un signo lingüístico completo en el que la cosustanciali-
dad del significante y del significado no puede ser puesta en
duda, incluso si su determinación parece débil. Uno de los
124 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

lo largo de la gestación de la obra, y bastante antes de publi¬


carse el último tomo los redactores se sintieron presos dentro
de un sistema que ya no les gustaba.

La Academia adoptó el nombre de Española para sí, mien¬


tras que el diccionario fue de la lengua castellana, a pesar de
que en su proyecto (planta según aquellos académicos) figu¬
raba el de lengua española. Lázaro Carreter discrepa en los
planteamientos de A. Alonso sobre el uso de castellana, que
para los académicos era el término aglutinador, como se des¬
prende del escrito enviado a )uan Francisco Escuder (29-V-
1727) para que recogiera las palabras aragonesas «pues éstas
vienen a ser voces castellanas aunque sean usadas sólo en Ara¬
gón». No adoptaron castellano los académicos por razones
genealógicas, pues no las tenían claras, ni por razones de co¬
rrección, ni por motivo del centralismo unificador, como sos¬
tiene A. Alonso. Para Lázaro Carreter la Academia no siente
preferencia por castellano o español, que, al aplicarse a la len¬
gua, tienen una identidad referencial, y establece una varia¬
ción retórica entre el adjetivo que se atribuye (española) y el
que asigna a la lengua (castellana).

El proyecto del diccionario se realizó a la vista de unos


cuantos diccionarios extranjeros, que se contemplan, si no
como modelo, sí como ideal para mejorar la tradición espa¬
ñola. Ninguno de ellos (Academia de la Crusca, Academia
Francesa, Danet, Richelet, Furetiére y Trévoux) sirvió de mo¬
delo exclusivo. El proyecto de la obra formula el propósito
de «poner todas las voces apelativas españolas», exceptuando
las «indecentes» y acepta las enseñanzas de Covarrubias en
su propósito de señalar etimologías (como Richelet y Fure¬
tiére). Las citas de autoridades responden a los criterios del
Vocabulario de la Crusca. Fue una decisión muy moderna la
de precisar, en los verbos, sus irregularidades. Se habla tam¬
bién de «desterrar las voces nuevas, inventadas sin prudente
elección, y restituir las antiguas, con su propiedad, hermosu¬
ra y sonido mejor que las subrogadas». El proyecto fue re¬
dactado cuando a los redactores aún les faltaba práctica lexi¬
cográfica, por lo que no les resolvía todo y fue «violado» en
más de una ocasión.
MANUEL ALVAR EZOUERRA 125

El criterio etimológico aceptado para fijar la ortografía de


muchas palabras tuvo que atenuarse al chocar con la realidad,
hasta el punto de establecer una nueva normativa, perpetuán¬
dose algún tiempo la pugna entre los etimologistas y los que
defendían el uso tradicional; en definitiva, la Academia fue
menos etimologista de lo que se piensa. Se puede reprochar
a los primeros académicos el no dar solución al problema or¬
tográfico, por lo cual el ritmo de elaboración de la obra se
resintió mucho, y por lo que aún hoy sigue abierto el proceso
de reforma de la escritura.

El trabajo en el diccionario tuvo varias premisas erróneas:


que todos los académicos eran igualmente aptos para la tarea,
que compartirían los mismos criterios, y que todos trabajarían
a la par. Así se comenzó a repartir el trabajo, buscando cada
uno las autoridades para su parte sin preocuparse del resto,
y sin que todos manejaran las mismas ediciones de los textos.

Entre el comienzo de! trabajo y la publicación del primer


volumen transcurrieron trece años, tiempo en nada excesivo
si lo comparamos con otras obras, y si se piensa en el acopio
de materiales que se hizo para los restantes tomos, que apare¬
cieron a un ritmo muy rápido (1726, 1729, 1732, 1734, 1737 y
1739 son las fechas de edición de cada uno de los tomos). El
largo tiempo invertido para la elaboración del primero se
debe, sobre todo, al reparto fragmentario de las letras entre
los redactores, procedimiento que, con alguna salvedad, luego
fue suprimido para confiar a cada académico letras enteras,
pues de la otra manera había desajustes graves al ser unos
redactores más diligentes que otros, tardando tiempos muy
distintos en preparar los materiales, o hacerlo con unas lon¬
gitudes muy diversas. Las ocupaciones particulares o, públicas,
incompatibles con otras tareas, la pereza, las enfermedades y
hasta la muerte, conspiraron tenazmente contra el Dicciona¬
rio. Lázaro Carretel- cuenta no pocos de estos casos que, por
fortuna, no lograron demorar demasiado la ejecución de la
obra, pero que hicieron verdadera, por falta de previsión, la
proclividad hispana a la improvisación. «No creo exagerar,
dice el autor, si apelo al tópico «milagro» para definir aquella
126 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

obra ilustre, hecha a golpes de alma, pero horra de toda pre¬


visión. Ya es milagrosa la circunstancia de que hombres caren¬
tes de preparación lexicográfica, reclutados por amistad o
propio ofrecimiento, sin especiales títulos, en general, que los
calificaran para aquella labor, fueran capaces de realizarla
con éxito tan notorio. Y roza el portento que no se desanima¬
sen con tantos fallos internos y tanto hostigamiento exte¬
rior» (pág. 65).

Para la impresión del primer tomo, Felipe V concedió a


la Academia sesenta mil reales de vellón, que permanecerían
como asignación anual, y que podrían ser utilizados, una vez
impresa la obra, para sueldos de sus miembros. La cantidad
sería librada por la Hacienda pública con cargo al impuesto
sobre el tabaco. Se había logrado el desahogo económico y
ya no podían permitirse los retrasos. En la última junta
de 1723 se acuerda hacer la revisión total de los materiales
del primer tomo, reducir las autoridades a dos o tres, imprimir
mil quinientos ejemplares sobre un buen papel, y atribuir el
primer sueldo de un académico. G. Machado había perdido
los proyectos de introducción a la obra de Casani, Pardo y
Torrepalma, por lo que se encargan unos nuevos a Acevedo,
Connink y Cardona, que fueron refundidos por Casani. Fajar¬
do escribió el prólogo, y Cardona, la dedicatoria al Rey. Para
el diccionario, la Academia tomó los servicios del impresor
Francisco del Hierro al precio de diecinueve reales por resma
impresa; el título de librero de la Academia recae en Juan
Pérez. Todo ello se hace en 1724, año en que comienza la
impresión, tampoco exenta de dificultades, pues los oficiales
de la imprenta interpretan como errores las grafías novedosas,
y las corrigen a su modo. Antes de que termine de imprimir¬
se el tomo fallece el fundador y primer director de la Acade¬
mia, el marqués de Villena. La impresión del tomo primero
finaliza el 11 de abril de 1726, y el 30 de ese mes, encuader¬
nado en tafilete, se entrega a las personas reales.

Los redactores han adquirido una experiencia valiosísima,


y, en lo que resta de labor, se sabe cómo actuar, subsanándo¬
se con energía y rapidez los fallos producidos. Lo más notable
MANUEL ALVAR EZQUERRA 127

de los trece años que restan para finalizar la obra es la insa¬


tisfacción que van manifestando los nuevos académicos ante
el trabajo realizado. Esa insatisfacción benefició mucho el
progreso de los trabajos: puesto que no era posible abando¬
nar la tarea, había que rematarla para que se pudiesen aco¬
meter nuevos proyectos. Las ilusiones ahora se centran en un
suplemento, lo cual permite el avance del Diccionario, pues
a aquél irán a parar los frutos de los descontentos.

El segundo volumen (letra C) estaba ya prácticamente dis¬


puesto al salir el primero, y va a la imprenta el 28 de agosto
de 1727, terminándose su composición a finales del año si¬
guiente. Antes de terminar su impresión muere Connink, revi¬
sor de la obra, función fundamental en la preparación de la
misma. Le sustituye Carmona, quien también fallece antes de
ver publicado el tercer tomo. Durante la redacción de éste
surgen nuevos problemas, entre los que destaca la vuelta a la
ortografía de los textos pese a la oposición del fundador
Squarzafígo, cuya postura (la modernización) sólo triunfa a
partir del cuarto tomo, y cuando en 1755 se piense en la se¬
gunda edición de la obra él ya habrá muerto.
El tercer tomo, que en un principio debía contar sólo con
las letras D y E, se vio aumentado, debido a su pequeño volu¬
men inicial, con la F, hasta ser el gigante de la serie, finali¬
zándose su edición el 22 de mayo de 1732. Los tres tomos res¬
tantes de la obra se elaboran con una regularidad mecánica.
El cuarto tomo (letras C-N) se terminó de imprimir el 18 de
febrero de 1734, consumiendo casi por completo el papel de
Génova, siendo necesario, por lo elevado del precio del ita¬
liano, recurrir al español de Capelladas. En el quinto tomo es
de notar la lentitud con que trabaja el fundidor de los tipos,
problema que se solucionó con extraordinaria rapidez al nom¬
brarlo la Academia su fundidor oficial. Este quinto tomo (le¬
tras O-R) queda concluido a primeros de febrero de 1737.
Después muere Squarzafigo, «aquel valeroso campeón del
Diccionario» (pág. 97). El sexto tomo (letras S-Z), y último,
lo recibe el rey el 11 de julio de 1740, «con ello, la Academia
cumple su compromiso con el país: ha terminado la obra
128 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

magna que se propuso, y ha inscrito su nombre con relieve


en la historia de las grandes realizaciones culturales del
siglo xviii» (pág. 99).

Tras la publicación del Diccionario apareció la Ortogra¬


fía (1741), y se comenzó a elaborar la Gramática, tarea que
se suspendió en 1747. En 1753 se decide reeditar la obra,
abandonada la idea del suplemento, pero transcurren diecisie¬
te años hasta que aparece (1770) el primer tomo, y sólo el
primero, con dos mil doscientas voces más que el de 1726,
pero los redactores se cansaron de ello, alegando la tardanza
que se seguiría de continuar con el proyecto, y la imposibili¬
dad de que el público pudiera utilizar la primera edición por
estar agotada, deciden interrumpir la tarea, y publicar todo el
Diccionario, sin autoridades, en un volumen único (1780).

La Crónica se completa con dos apéndices («Relación


de académicos, entre 1713 y 1739», y «Redactores, distribu¬
ción del trabajo y calendario del mismo»), y el discurso de
contestación de R. Lapesa.

El trabajo de Lázaro Carreter es extremadamente útil para


conocer, desde dentro, la labor abnegada de unas pocas perso¬
nas que pusieron cuanto tenían para elaborar el Diccionario
de Autoridades. No son muchas las obras que tienen una des¬
cripción tan exacta y puntual de la tarea realizada como la
que acabo de comentar, pero la narración, lejos de ser seca
y aburrida, como pudiera esperarse, es jugosa y divertida, mer¬
ced a la prosa suelta y a la gracia comedida de Lázaro Carreter,
que hacen de su Crónica un discurso ameno. Es un pilar bá¬
sico para la historia de nuestra lexicografía, y el lugar de cita
de quien quiera conocer el Diccionario de Autoridades, el
nacimiento de la vida académica y su desarrollo hasta media¬
dos del siglo xviii.
1974
Alínei, Mario, La struttura del lessico, ed. 11 Mulino, Bolo¬
nia, 1974 (264 págs. + 1 cuadro).

En la sobrecubierta del libro figura la intención científica


del trabajo: «Primer análisis del léxico italiano hecho con
ayuda de ordenadores, en el cuadro de una teoría lingüística
que pretende integrar estructuralismo e historicismo».

Una vez más nos hallamos ante una obra que describe las
estructuras léxicas de una lengua que no es la nuestra pero
que puede servirnos de modelo y guía para encaminar futuras
investigaciones. Por otro lado, es de enorme interés la aplica¬
ción de los ordenadores a esta clasificación del léxico, pues
hasta ahora en España apenas si hay tentativas en tal sentido.

El primer capítulo de la obra está dedicado a la presenta¬


ción de la teoría de los rasgos distintivos del léxico, deudora
en gran medida del desarrollo hecho de la teoría por R. Ja-
kobson, y con aplicación a la fonología. Para Alinei, la teoría
de los rasgos binarios no es una teoría específica de tal o cual
disciplina lingüística, sino que tiene una validez general, y
por ello la pudieron adoptar Katz y Fodor, y Chomsky. La
aplicación de esta teoría al léxico fue llevada a cabo, primero,
por L. Hjelmslev, para luego desembocar en el análisis com-
ponencial (Z. Harris fue el precursor de la nueva modalidad).

En el segundo capítulo, el autor se plantea el problema de


la posibilidad de una visión total de la estructura del léxico
a través de los rasgos distintivos: empresa evidentemente
irrealizable, pero, a pesar de ello, es posible un análisis so¬
mero de todos los rasgos del léxico de una lengua mediante
la ayuda de los calculadores electrónicos. La hipótesis de tra¬
bajo es que toda definición léxica de un diccionario tradicio-
130 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

nal es una imagen aproximada y rudimentaria de la definición


mediantes rasgos, y a partir de ella se puede llegar a un aná¬
lisis componencial en el que ninguna unidad léxica queda ais¬
lada, dominando siempre el principio jerárquico. La idea de
que el léxico sea un todo divisible en partes, como un mosaico
de piezas intercambiables, es una de las más comunes, falsas
y perjudiciales, y todo trabajo lexicológico y lexicográfico
guiado por este principio no puede llegar a resultados cientí¬
ficos importantes. Todo léxico está organizado en grandes
conjuntos de lemas, en los que ninguna unidad se encuentra
aislada, y cuantos menos rasgos comunes tenga un conjunto
léxico, más asimétrico se presentará. En este caso se habla de
«dominio» léxico, mientras que un «sistema» (entramos ya en
el capítulo cuarto) es un conjunto simétrico de lemas que tie¬
nen al menos un rasgo común. La diferencia entre ambos con¬
ceptos radica en que los términos de un «sistema» léxico per¬
tenecen todos a la misma categoría gramatical, lo que no
ocurre en el «dominio». Ahora bien, si se profundiza el estu¬
dio del sistema léxico, veremos que dentro de un mismo siste¬
ma existen términos con el mismo significado pertenecientes
a categorías gramaticales distintas. Entonces, la definición
debemos buscarla por otro camino, y quedaría así: «sistema
léxico» es todo conjunto de lemas que tiene los rasgos semán¬
ticos en común, cada uno de ellos en la misma relación ló¬
gico-sintáctica con los otros. Todo sistema léxico tiene por
lo menos seis componentes categoriales:

I. Los rasgos semánticos.

a) Comunes al sistema o «primarios», que entran


en la estructura de base y en la formación de
los tipos lemáticos.

b) «Secundarios», que se unen a los tipos lemáticos


creando lemas propios y verdaderos.

II. Las categorías lógico-sintácticas de la estructura de


base.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 131

III. Los tipos lemáticos.

IV. Las categorías gramaticales.

V. Las categorías morfológicas.

VI. Las restantes informaciones (raro, anticuado, dialec¬


tal, etc.).

En todo sistema léxico pueden aparecer varios subsistemas,


cuya estructura interna es la misma del sistema; en cuanto a
sus relaciones externas, implica no sólo la creación de dupli¬
cados parciales del sistema, sino incluso una total reestructu¬
ración de los lemas.

Este cuarto capítulo está dedicado al «dominio léxico»,


integrado por varios sistemas, siempre en relación con un
dominio central: sistema del sujeto, del objeto y del predica¬
do (con sus correspondientes subsistemas), en los que pueden
aparecer una serie de nominalizaciones, adjetivaciones, ad-
verbializaciones, verbalizaciones, estudiadas por el autor en
los capítulos 3 y 4, tomando como base el sistema de los la¬
dridos del perro, y el dominio del caballo. Todo ello lleva a
la representación gráfica de los distintos sistemas, con su per¬
tinente caracterización semántica por rasgos, modelo para la
elaboración de nuevos diccionarios (sean onomasiológicos,
sean semasiológicos). Cualquiera que sea la organización je¬
rárquica de los rasgos, se pueden reducir todos los lemas de
un dominio a un número finito de sistemas, sin residuo al¬
guno. Es evidente que el número y organización de esos sis¬
temas se puede modificar alterando la posición jerárquica de
algunos rasgos, lo que hace pensar en una unidad de tipo in¬
termedio: el subdominio, que no tiene características especí¬
ficas, pero es perfectamente asimilable al dominio y a sus rela¬
ciones con el sistema. Por encima del dominio existe otra
unidad de orden superior: el superdominio, en el que se agru¬
pan varios dominios, y cuya organización no difiere en nada
del dominio (el superdominio animal integra los dominios de
perro, gato, caballo, etc.). Al finalizar el capítulo, Alinei llega
a tres conclusiones:
132 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

1) Todo dominio o sistema conoce varias posibilidades


de organización jerárquica interna;

2) las unidades de subdominio y superdominio no in¬


troducen ninguna novedad estructural específica;

3) sea cual sea la estructuración jerárquica de un dominio


léxico, permanece invariable la relación entre el do¬
minio y sus sistemas componentes.

Alinei se ocupa después del «tipo» lemático, único ele¬


mento al que puede reducirse el léxico, en el plano formal,
ya que el dominio está constantemente ligado a las mutacio¬
nes que pueda sufrir la estructura del léxico. Existen cuatro
especies de tipos temáticos: verbales, nominales, adjetivales y
adverviales. A su vez existen cuatro clases de tipos verbales
que se pueden definir: 1) en oposición al «nombre», 2) por
la categoría de la «transitividad», 3) por la posición del rasgo
dominante con respecto a las funciones de sujeto, objeto y
predicado, y 4) por la relación parte de algo. Mayor es el nú¬
mero de los tipos lemáticos que el autor encuentra tras el aná¬
lisis efectuado sobre el sistema de los ladridos de perro y so¬
bre el dominio del caballo, un total de 25: 9 con la relación
de, 8 con la relación que, 4 con la relación locativa lugar don¬
de, 2 con la relación medio con el cual, 1 con la relación pro¬
ducto de, y 1 con la relación dativa por. Los tipos adjetivales
son 20: 13 con la relación referido a, 6 con la relación de, y 1
con la relación semejante a. Los tipos adverbiales son 4, todos
con la única relación como. Además existen las categorías
negativo y retrógrado que se pueden unir a cualquier catego¬
ría gramatical. El autor define después las cuatro categorías
gramaticales (verbo, nombre, adjetivo y adverbio) a partir
de los tipos lemáticos, y seguidamente analiza la estructura
del lema, forma sintética y abreviada de «proposiciones» o
«períodos»; las palabras son en realidad «frases» expresadas
de forma abreviada (así, por ejemplo, arco es el «producto
de la elaboración de la crin del caballo que sirve para hacer
sonar los instrumentos de cuerda»; tiene dos partes en las
que la relación de subordinación dependerá de la relatividad
MANUEL ALVAR EZQUERRA 133

que domina a la estructura léxica, esto es, según se analice


dentro del dominio del caballo, o de la música). Termina el
capítulo con una tentativa de repertorio de los 20 rasgos uni¬
versales que pueden dar una idea precisa de la estructura ele¬
mental del léxico, y que valen para generar las cuatro catego¬
rías gramaticales tradicionales.

Queda, pues, resuelto el problema de los universales for¬


males del léxico, pero no el de los universales semánticos o
«sustanciales». Alinei, en el capítulo sexto («La génesis del
léxico»), asegura que es imposible reducir la totalidad del lé¬
xico a un número finito de rasgos semánticos, lo que signifi¬
caría considerar todos los lemas del léxico como rasgos uni¬
versales. El léxico es un conjunto de conocimientos organiza¬
dos, dominado por principios de vez en cuando impuestos por
el desarrollo histórico; en el nivel semántico todo el léxico se
deja reducir a un número limitado de «ciencias» y «técnicas»
que son los principios dominantes de cualquier período histó¬
rico. El léxico es de por sí circular, y por ello todo diccionario
ha de ser circular, perfectamente circular, sin resquicio algu¬
no. Siguen, en este último capítulo, dos apartados dedicados
a la sintaxis y semántica y a los tres estudios del desarrollo del
componente sintáctico. Termina Alinei diciendo que el léxico
no es un mero instrumento y material para la producción del
discurso lingüístico, sino también la primera forma del discur¬
so articulado sobre el mundo, que se convierte después en la
plataforma para una segunda y última forma del discurso.

Hemos visto a grandes rasgos cuál es el contenido de una


obra apenas conocida entre nosotros. Es bien cierto que úni¬
camente analiza el léxico italiano, pero no es el objetivo, sino
el método, lo que nos importa. El libro de Alinei es una pieza
clave dentro de la lingüística moderna, no ya por lo novedo¬
so de la utilización de los ordenadores para el análisis semán¬
tico, sino porque el estudio del léxico y sus componentes le
lleva a una nueva visión de la teoría lingüística, en cuyo
centro se halla el léxico como conjunto de relaciones morfo¬
lógicas, sintácticas y semánticas. Es el resultado del análisis
de unos ejemplos concretos lo que lo conduce a perfilar una
134 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

teoría general, y no una idea luminosa que busca su apoyo en


el léxico. Después de esta obra ya no se puede decir que fal¬
ten bases para el análisis del léxico mediante rasgos, con el
objeto primordial de elaborar diccionarios modernos. Queda,
eso sí, la aplicación del método (los principios son excelentes
a la vista de los resultados) a otros dominios y sistemas.
1974

Fernández-Sevilla, Julio, Problemas de lexicografía actual,


Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1974
(190 págs.).

Estos Problemas de lexicografía actual se nos presentan


en cinco grandes capítulos. El primer problema planteado es
la delimitación y definición de esas dos zonas de la lingüística
que se llaman lexicología y lexicografía, y para ello el autor
se vale de la escuela filológica española, sin dejarse deslum¬
brar por los grandes descubrimientos de más allá de nuestras
fronteras, y que nos eran conocidos con anterioridad, por más
que fuera no se hubieran tenido en cuenta. Una vez estableci¬
da esa diferenciación preliminar, el autor pasa a hacer el aná¬
lisis lexicológico, poniendo de manifiesto sus conocimientos
de cuantas escuelas trabajan actualmente sobre el léxico. El
análisis del signo lingüístico es abordado tanto desde su forma
(el significante) como desde su función («análisis de la forma
gramatical») y desde su significación (el significado, los rasgos
semánticos, los campos semánticos).

El segundo problema consiste en saber qué es un un «dic¬


cionario». Para el autor, no se puede dar una definición de
tal obra si no hemos establecido antes una clasificación de los
diccionarios. Sin embargo, «no es empresa fácil —afirma—
intentar trazar su tipología de una manera exhaustiva. Cier¬
tamente no es ésta mi actual intención» (pág. 44). A pesar de
estas palabras, Fernández-Sevilla hace un recuento de posi¬
bilidades intentando el análisis de los diccionarios. Parte de
los glosarios de la Antigüedad y de la Edad Media, estudia
los de la Edad Moderna, pero el abanico de posibilidades no
se abre hasta más tarde con el Diccionario de Autorida¬
des (1726-1740), que es, sin proponérselo, una obra normativa,
histórica y etimológica a la vez. Posibilidades todas ellas des-
136 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

arrolladas hasta nuestros días y ampliadas con diccionarios


de tipo ideológico, de construcción y régimen, tesoros o dic¬
cionarios totales (aún no acometidos para el español); siguen
las teorías para la elaboración de diccionarios estructurales y
generativos, y, finalmente, los diccionarios de sinónimos y
antónimos, los diccionarios enciclopédicos y las enciclopedias,
de las que cabe preguntarse si realmente son productos lexi¬
cográficos o solamente obras cuya forma coincide con la de
los diccionarios convencionales, y lo mismo ocurre con los
diccionarios de dudas, de incorrecciones, etc. («obras de ca¬
rácter gramatical-léxico-normativo»), y que el autor considera
como «otras manifestaciones de la lexicografía». Por otro lado,
el que confeccione un diccionario tendrá que resolver las di¬
ficultades planteadas por la definición de un término y la
ejemplificación para aclarar esa definición. Ésta, no se le
oculta a Fernández-Sevilla, es la parte más difícil y delicada
de la labor lexicográfica. En cuanto a los ejemplos, deben ser
de la lengua normal y numerosos (pág. 80).

La tercera parte del libro («Lexicografía y geografía lin¬


güística») viene por sí sola a justificar la importancia y la ne¬
cesidad de la existencia de la geografía lingüística, aunque
sólo fuera en función o como instrumento de la lexicografía.
La geolingüística apenas tiene cultivadores en la Península, y
como consecuencia de ello el número de atlas lingüísticos es¬
pañoles y de habla hispana es pobre si volvemos la vista ha¬
cia otros países. No quiero, claro está, desdeñar la labor so¬
cial y gran sacrificio de quienes se dedican a la geografía lin¬
güística de una manera u otra. Entre esas personas debemos
incluir al autor de la obra que comento. Su Formas y estruc¬
turas en el léxico agrícola andaluz (Madrid, 1975; reseñado
en este libro) —basado en los mapas del ALEA— bien pudo
ser el punto de partida para las páginas que estoy exponiendo.

Después pasa a analizar los atlas como elementos de in¬


vestigación, aduciendo una buena serie de ejemplos, cuya re¬
producción sería inútil. Bástenos saber que el examen dete¬
nido de un atlas nos ofrece la posibilidad de conocer los con¬
tenidos sémicos de cada uno de los términos incluidos en él,
MANUEL ALVAR EZQUERRA 137

y la relación inversa (onomasiológica): cómo se puede mani¬


festar formalmente cada uno de los significados. Un mapa
lingüístico nos ayudará en unos casos a perfilar una defini¬
ción, las características regionales, sociales o culturales de
cada elemento recogido, o, en otros, al establecimiento y orde¬
nación de cada una de las acepciones del elemento lingüístico
analizado. Por otro lado, gracias a la cartografía podremos
saber si tal voz se trata de un arcaísmo o de un término con
plena vigencia, si su difusión es grande o se trata de un loca¬
lismo. Por último, la geografía lingüística nos ayudará a la
determinación de la evolución fonética de los elementos, gra¬
cias al polimorfismo existente y que el investigador no pue¬
de eludir. El autor de este libro piensa, comparando, cómo se
podría mejorar el Diccionario oficial. Imaginemos nosotros
el trabajo que llevaría hacer un diccionario que nos ofreciera
todas las variantes reseñadas más arriba; y todas esas varian¬
tes están presentes en un atlas lingüístico.

El cuarto problema que plantea Fernández-Sevilla es el


de los vocabularios especializados. Los lenguajes científicos y
técnicos deben ser diferenciados del lenguaje común, ya que
hay ciertos elementos que los oponen; quizá el más caracterís¬
tico de todos ellos sea que para «las ciencias y las técnicas, las
palabras son verdaderamente representativas de las cosas; por
tanto vienen a coincidir perfectamente significaciones y desig¬
naciones», lo que no suele ocurrir en la lengua habitual. A
continuación el autor explica cómo la lengua técnica y la
lengua común pueden influirse, de acuerdo con los cambios
que se operen en la realidad extralingüística (cambio de téc¬
nicas, ascenso cultural del hablante, etc.). Por otro lado, Fer¬
nández-Sevilla observa las dificultades con que se encuentran
los lexicógrafos para introducir tecnicismos en sus dicciona¬
rios, pues al incluirlos se podría pecar tanto por exceso como
por defecto. Finalmente, el autor hace un bosquejo de la pro¬
cedencia de los tecnicismos (lenguas clásicas, lenguas moder¬
nas, etc.), y expone los métodos que se podrían utilizar para
dirigir su introducción y utilización de una manera rentable
para nuestra lengua.
138 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

En el último capítulo («Notas para la historia de la lexico¬


grafía española») se sientan los principios para elaborar esa
historia de la lexicografía hispánica, que está por hacer, pues
no se pueden considerar historias las obras que pretenden
abarcar las voces contenidas en un gran número de dicciona¬
rios o trabajos anteriores (el Tesoro lexicográfico (1492-1726),
de Gili Gaya, o el Registro de lexicografía hispánica, de
Romera Navarro), ni las noticias o descripciones de muchas
obras léxicográficas (la Biblioteca histórica de la filología cas¬
tellana del Conde de la Viñaza, o el mismo Tesoro lexicográ¬
fico de Gili Gaya). Nuestra historia lexicográfica comienza
con los glosarios medievales, tres de ellos estudiados por
A. Castro. No hay nada interesante ni en su método ni en
sus planteamientos, que obedecen a motivos escolares de oca¬
sión, puramente prácticos. Para encontrar algo original en
la lexicografía española hay que esperar hasta finales del si¬
glo xv en que llegan el Universal vocabulario de A. de Palen-
cia (1490), el Diccionario latino-español (1492) y el Vocabu¬
lario de romance en latín (¿1495?) ambos de Nebrija, el pri¬
mero en idear un sistema ortográfico coherente, ensayar una
interpretación fonética de la lengua romance, en establecer co¬
rrespondencias precisas para las voces castellanas que tenían
equivalencia en latín y forjar definiciones para las palabras
que no encontraban equivalencias en aquella lengua. Tras
Nebrija se continúa la lexicografía bilingüe con Pedro de
Alcalá, B. Henríquez, V. Requejo, Cristóbal de las Casas, J.
de Liaño, y, por ofrecer algunos nombres extranjeros, R. Per-
civale, J. Palet, C. Oudin y L. Franciosini. En cuanto a auto¬
res de obras de carácter histórico y etimológico hay que citar
al Maestro Alexo de Venegas, un manuscrito atribuido al
Brócense, Martín de Viciana, Bartolomé Valverde, Francisco
del Rosal y B. Aldrete. En 1611 aparece el Tesoro de la len¬
gua castellana o española de Sebastián Covarrubias, la obra
de mayor éxito y alcance que conoció la lexicografía española
antes del nacimiento de la Academia, pues da cabida no sólo
al léxico sino también a frases hechas, proverbios, refranes,
nombres propios, a los saberes y cultura de su tiempo. Aparte
hay que señalar numerosos vocabularios especializados que
se publican a lo largo de los siglos xvi y xvn.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 139

Con el nacimiento de la Academia, la lexicografía española


se moderniza a la vez que queda prácticamente monopolizada
por la Institución, cuyo primer y gran fruto es el Diccionario
de Autoridades (1713-1740), heredero de los españoles y euro¬
peos anteriores, y al que, de un modo o de otro, se deben
cuantos han sido elaborados con posterioridad, entre los que
quizás merezca nombrarse el de V. Salvá (1837), por la gran
labor personal realizada por mejorar el diccionario académico.

Durante los siglos xvm y xix se producen numerosas obras


que pueden despertar el interés científico, como son las de
M. Casiri, P. M. de Olive, M. [osé Sicilia, R. M. Baralt, hasta
llegar al original Diccionario de construcción y régimen de la
lengua castellana (desde 1886) de R. [. Cuervo.

Las «notas» para la historia de nuestra lexicografía se


detienen en el siglo xix, ya que los diccionarios más importan¬
tes del siglo xx fueron reseñados en el capítulo II.

En definitiva, este es un librito que debemos tener en con¬


sideración, tanto por los caminos que abre para los estudios
en lexicografía, como por las bases que sienta para futuros tra¬
bajos, marcando sus directrices, y por los materiales que pre¬
senta reunidos y resumidos, que de otra manera serían difíci¬
les de recopilar.
* I
1975

Fernández-Sevilla, Julio, Formas v estructuras en el léxico


agrícola andaluz. Interpretación y estudio de 200 mapas
lingüísticos. CSIC, Madrid, 1975 (540 págs. + XII).

Por el momento, es éste uno de los pocos trabajos de am¬


plias dimensiones en los que se haya planteado el estudio de
los materiales recogidos en los atlas lingüísticos realizados
dentro de nuestras fronteras. La investigación no se limita
exclusivamente al aspecto lexicológico, entendido en un sen¬
tido estricto como estudio estructural del léxico, sino que ha
atendido con gran fortuna la otra cara de las palabras, su
vertiente histórica, muchas veces disimulada y oscurecida por
todos los avatares de la evolución hasta llegar al estado actual
en una situación difícilmente reconocible. No olvidemos que
se opera con elementos fónicos de unas variedades dialectales
tan innovadoras como son las andaluzas. En el análisis de los
hechos lingüísticos, el autor se ve necesitado de la ayuda de
otros medios no lingüísticos para descifrar esos mismos hechos,
y de ese modo tiene que echar mano de la etnología y etno¬
grafía, relacionando el estudio de las palabras con el de las
cosas (esto es, trabaja con el método «Worter und Sachen»).

Tras ese preliminar, me parece ocioso resumir el contenido


de la obra, pues sería recopiar el libro. En su desarrollo in¬
terno sigue la ordenación de los materiales del ALEA, fuente
del trabajo. Por ello mismo me limitaré a exponer muy breve¬
mente las conclusiones obtenidas, y a lamentarme de no poder
disponer (por «dificultades editoriales») de los índices comple¬
tos de frecuencia y repartición, de sumo interés en obras de
este tipo. Por otro lado, el índice de palabras y lexías estudia¬
das es de una gran utilidad para poder manejar adecuada¬
mente la obra.
142 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Si bien la lingüística desde un punto de vista teórico no ha


llegado a soluciones concretas sobre el problema de los sinó¬
nimos, desde el punto de vista práctico al analizar los mapas
lingüísticos es fácil su delimitación: serán sinónimas todas
aquellas voces que aparezcan como respuesta a una misma pre¬
gunta. Claro es, esas mismas palabras pueden aparecer en un
lugar distinto como contestación a otra pregunta, hecho que
se tiene siempre en cuenta, lo que lleva consigo el estudio de
todo un sistema léxico (o si se quiere, de una estructura
léxica).

La forma misma de la presentación de los materiales en


el ALEA conduce a la necesidad de solucionar otro inconve¬
niente: qué variante es fonética y cuál léxica. En un caso la
fonética sirve como auxiliar para la caracterización histórica
del léxico; en el otro, se percibe la constante evolución y
reorganización de las estructuras léxicas.

En un principio, por la recogida de los materiales (ofre¬


ciendo el significado se obtiene el significante), podría pen¬
sarse que a partir de un atlas lingüístico no pueden ser estu¬
diados puntos de vista semánticos, pero ocurre al contrario (si
no los informantes no se adelantarían con las respuestas), y es
posible la caracterización y fijación de la procedencia del lé¬
xico, lo cual, a su vez, es un útil excepcional para el estableci¬
miento de etimologías oscuras, pues opera con criterios lin¬
güísticos y se aparta de especulaciones imaginativas y creati¬
vas. A partir de los materiales cartografiados, dice el autor,
«he podido revisar teorías etimológicas, e incluso proponer
étimos para palabras cuyo origen —hasta ahora— era desco¬
nocido» (pág. 444).

Por otro lado, el estudio geográfico de las variantes foné¬


ticas y léxicas ayuda al establecimiento de dos zonas dialecta¬
les andaluzas (no siempre coincidentes con las divisiones ad¬
ministrativas), una oriental y otra occidental, dentro de las
cuales se pueden ver otras áreas más pequeñas, pero también
con una personalidad propia (págs. 446-449).
MANUEL ALVAR EZQUERRA 143

Más adelante, el autor enumera las vías por las que pene¬
traron las palabras hasta llegar a constituir el léxico andaluz,
pues «la geografía lingüística y el método etimológico han
permitido señalar la procedencia de algunas voces y seguir los
caminos por los que llegaron a asentarse en Andalucía». En
el vocabulario andaluz hay portuguesismos, occidentalismos,
orientalismos, arabismos (menos numerosos de lo que cabría
esperar), mozarabismos, galicismos e italianismos (llegados a
través de la lengua oficial), marinerismos, arcaísmos, y algunas
formas típicas o preferentemente andaluzas.

Para la lexicografía, «el atlas, entre otras muchas ventajas,


presenta la de proporcionar la medida exacta de la vitalidad y
de la difusión de las voces que registra, factores que debería
reflejar todo diccionario bien elaborado. Dado que los mate¬
riales del atlas están recogidos en estratos socioculturales per¬
fectamente delimitados, ofrecen la indiscutible ventaja de re¬
sultar homogéneos y comparables entre sí» (pág. 451).

En ocasiones, la realidad extralingüística configura la len¬


gua (en nuestro caso el vocabulario), y así los objetos cuya
relevancia es mínima dentro de todo el conjunto, o aquellos
conceptos mal delimitados, presentan con frecuencia una ter¬
minología poco estable a lo largo y a lo ancho del dominio
lingüístico andaluz.

Otro aspecto que se debe tener en cuenta a la hora de


hacer el estudio sincrónico del léxico dialectal, son las motiva¬
ciones que actúan tanto en el plano sémico como en el formal,
esto es, en el del contenido y en el de la expresión. El examen
de las motivaciones es muy útil para comprender la estructu¬
ración global del léxico, así como sus tendencias evolutivas.
Pero junto a la motivación ocurre también el fenómeno con¬
trario, la desmotivación, «proceso gracias al cual una palabra
se «libera» de determinados semas que antes la ligaban a con¬
tenidos sémicos específicos. Con la desmotivación se abren
a la palabra nuevas posibilidades de designación y de nuevas
motivaciones». Todo ello conlleva al polimorfismo: a mayor
número de semas en un determinado semema, mayor proba¬
bilidad de polimorfismo en un dominio dado. Esto conecta
144 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

con el problema de los semas o dominantes lexicogenéticos,


'rasgos de un conjunto sémico que resultan actualizados léxi¬
camente en la nominación de la realidad', y que pueden ser
ilimitados. La metáfora juega aquí un papel decisivo, mien¬
tras que existen otras realidades cuya configuración «neutra»
se presta mal a asociaciones sugeridoras de denominaciones
nuevas y distintas. A continuación (pág. 462) el autor establece
con carácter aproximativo un orden de prelación en la actuali¬
zación de semas. Junto a la terapéutica verbal y la etimología
popular, juega un papel importante en la formación del léxico
dialectal la metáfora como motivadora de denominaciones. En
las páginas siguientes, Fernández-Sevilla pasa al estudio de la
formación de palabras, y su lexicalización, ya mediante sufijos
ya a través de otros medios. Se cierra la exposición teórica con
algunas referencias en los materiales etnográficos, pues «el
conocimiento de las «cosas» constituye la mejor base para es¬
tudiar las palabras que con ellas se relacionan».

En definitiva, la obra es de una gran importancia, pues


no se limita a ser un análisis lexicológico estructural de una
parcela del vocabulario de una de nuestras hablas dialectales,
sino que se adentra en otros terrenos (etimología, semántica,
lexicografía...) para solucionar problemas u ofrecer puntos de
vista nuevos, postura imposible si no se parte de la cartografía
lingüística, ya que, como el mismo autor afirma, «el atlas
lingüístico es un arsenal de materiales que requiere ulterior
investigación y estudio» (pág. 453). Ello lleva a sacar conclu¬
siones y servir de ayuda para otras disciplinas, pero también
para la propia dialectología: «del análisis realizado resulta
incuestionable que el andaluz no se opone al castellano, por
más que sean distintos en muchos aspectos» (pág. 454).
1976

Alvar Ezquerra, Manuel, Proyecto de lexicografía española,


ed. Planeta, Barcelona, 1976 (271 págs.).

En los preliminares del libro intento aclarar los conceptos


de lexicología y lexicografía, para, después, ensayar la caracte¬
rización de los distintos productos lexicográficos, ocupándome,
en primer lugar, de los cuatro tipos que me parecen fundamen¬
tales: léxico, diccionario, glosario y vocabulario. Consigo su
diferenciación mediante tres parámetros según estén fundados
en la lengua o en el habla, la delimitación del corpus y la
exhaustividad en el análisis de dicho corpus. A esos cuatro
tipos aún añado otros tres más: las concordancias, el tesoro
y los diccionarios plurilingües, cuya caracterización determino
al añadir la extensión del corpus examinado, el fundamento
sincrónico/diacrónico de la obra, la inclusión en ella de defi¬
niciones y ejemplos, su finalidad codificadora/descodificadora,
y su carácter lexicográfico. No analizo la enciclopedia por no
ser fundamentalmente lingüística, ni las obras que suelen apa¬
recer bajo el título de diccionario, y que, cuando más, son
productos híbridos comerciales si su contenido es lingüístico.
Acto seguido explico la noción de corpus y su representativi-
dad, para dar paso, más adelante, al concepto de unidad léxica
(aquella que debe ser objeto de tratamiento en las obras lexi¬
cográficas), y la diferencia existente entre palabras del texto
(del discurso) y del léxico (de la lengua).

En la segunda parte del libro, «El tesoro de la lengua espa¬


ñola», hago una presentación de los principales problemas lexi¬
cográficos con que puede encontrarse la elaboración de un
diccionario, tomando como punto de partida un hipotético
Tesoro de la lengua, de carácter histórico, y de dimensiones
distintas y mayores que el Diccionario histórico de la lengua
española (DHLE) de la Academia. En mi trabajo expongo los
146 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

planteamientos de esta obra, y la comparo especialmente con


el Trésor de la langue fran^aise, también en curso de realiza¬
ción, sin olvidar otras obras de indudable interés. Con ese
tesoro se podrían dar impulsos a la lexicografía española,
adormecida durante los últimos veinticinco años, y se aumen¬
tarían los estudios lexicológicos. Debido a la enorme tarea que
supondría una obra como la que se pretende, incluso con la
ayuda de ordenadores electrónicos, sería conveniente dividirla
en partes que se fueran completando sucesivamente, o que
fueran elaboradas por equipos diferentes. De este modo no se
malagastarían esfuerzos, se aprovecharían mejor los materia¬
les, y se podrían efectuar trabajos complementarios al mismo
tiempo. En definitiva, el tesoro sería el conjunto de una serie
de diccionarios por épocas, elaborados bajo los mismos crite¬
rios. Las etapas de nuestra lengua en que quedaría dividido el
tesoro serían:

1) Desde los orígenes a La Celestina (época medieval).

2) De La Celestina a la Academia (siglos de oro).

3) De la Academia a 1898 ó 1936 (siglos xvm y xix).

4) El siglo xx.

La ordenación interna de los vocablos se establecería alfa¬


béticamente, según es habitual en los diccionarios, ya que es
la más cómoda y práctica. Por ser el tesoro propuesto conti¬
nuador de la tradición lexicográfica española, el orden alfabé¬
tico sería el normal en nuestros diccionarios, en algunos pun¬
tos diferente del aceptado internacionalmente.

Más adelante trato el problema de la definición, uno de


los grandes caballos de batalla de la lexicografía, exponiendo
algunas de las opiniones que se han formulado en torno a su
tipología.

Junto a la definición los diccionarios suelen ofrecer tradi¬


cionalmente informaciones sobre la categoría gramatical de la
voz, y su género, en el caso que lo tengan. En el Tesoro, más
que la definición gramatical, parece conveniente informar acer-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 147

ca de las relaciones sintácticas que pueda tener el elemento, y


los contextos semánticos donde puede hallarse. Otras referen¬
cias precisas serían las relativas a los niveles lingüísticos en
que se encuentra la palabra, y la fecha de su primera docu¬
mentación.

A la hora de establecer las acepciones, habrá que cuidar


los casos de polisemia y homografía. Serán entradas diferentes
las palabras con étimos distintos, o cuando dos significados de
una misma voz se hayan diversificado tanto que sean sentidos
como diferentes. El orden de las acepciones parece que debe
ser según su aparición cronológica. Con las acepciones habrán
de presentarse ejemplos con el fin de mostrar los modelos sin¬
téticos y comprobar la definición, además de ser representati¬
vos de la situación lingüística.

Las fuentes para obtener las informaciones que contendrá


el Tesoro serán los textos escritos, y también los orales en la
parte dedicada al siglo xx, mientras que esa ausencia en épo¬
cas anteriores se suplirá con textos no literarios.

La tercera división del libro está dedicada a «Las partes


del Tesoro», donde explico la manera de presentar los mate¬
riales léxicos según las cuatro épocas en que he dividido la
historia de la lengua. La relativa eficacia y antigüedad de las
obras lexicográficas dedicadas a la época medieval reside no
en la posible imperfección de las técnicas, sino en la falta de
garantías que ofrece el corpus para lanzarse a su análisis,
debido a la falta de ediciones críticas de nuestros primeros
textos. Pero ello no debe ser inconveniente para el comienzo
de su despojo, pues de lo contrario no se efectuará nunca, ya
que para hacer las ediciones críticas son necesarios los reper¬
torios del léxico.

La parte dedicada a la Edad Media iría dividida por siglos


(de los orígenes al xui constituirían un solo conjunto), con
subdivisiones según la naturaleza literaria o no literaria de las
fuentes, y las de carácter literario divididas de nuevo por gé¬
neros, salvo el teatro, que constituiría un solo bloque inde¬
pendientemente de las épocas. En el vocabulario medieval se
148 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

presentarán ordenadas alfabéticamente todas y cada una de


las formas documentadas en los textos. Las informaciones que
acompañarán a cada lema serán: la fecha de su primera do¬
cumentación, frecuencia, las distintas formas y grafías halla¬
das con sus respectivos ejemplos y referencias al lugar exacto
donde se encuentran.

A continuación expongo el modelo que se habrá de seguir


para la redacción de los artículos del tesoro, tomando los
casos particulares de las distintas categorías gramaticales, sus¬
tantivos, adjetivos, artículos, adverbios, pronombres y verbos.
Por supuesto, la redacción de algunos de los artículos de la
obra presentará mayores problemas que la de otros, debido
a la distinta complejidad de los elementos tratados: no es lo
mismo la simplicidad formal de un adverbio y la complicación
de un paradigma verbal. En cuanto a los afijos, parece conve¬
niente tratarlos en un apéndice al final de la obra. Además,
las informaciones se podrían completar con la sinonimia de la
voz, y con unos índices de rimas de los textos medievales en
verso. Las ediciones de los textos de donde se extraería el
material léxico tendrían que ser las últimas publicadas con
carácter científico, que se completarían con otras más anti¬
guas. Más dificultades se presentarán con los textos no litera¬
rios, pues habrá que recopilarlos y prepararlos para su análisis.
«Los resultados obtenidos podrían ser comparados, en espe¬
cial los que hacen referencia al siglo xv, al Universal vocabu¬
lario de Alfonso de Palencia y a los Vocabularios de E. A. de
Nebrija. Cabría la posibilidad de recoger al final de nuestro
vocabulario la lista de voces que hemos encontrado en nues¬
tros despojos y que no se hallan en ningún glosario medieval»
(pág. 92).

En las páginas siguientes muestro los criterios que deben


conducir la elaboración de las otras partes del tesoro (vocabu¬
larios de la Edad de Oro, de los siglos xviii y xix, y del
siglo xx). Los principios han de ser los mismos que los man¬
tenidos para el vocabulario medieval, pero prestando atención
especial a las características particulares de cada época, como
pueden ser, durante los Siglos de Oro, la aparición de escrito-
MANUEL ALVAR EZOUERRA 149

res americanos, o metropolitanos que narran hechos de la


colonia, etc. Propongo que para dar cuenta del léxico de los
siglos xvi y xvii se manejen textos de escritores castellanos y
no castellanos en la misma proporción, que se dé la misma
importancia, desde el punto de vista lexicográfico, a los auto¬
res de primera fila y al resto, y a los que escriben sobre Amé¬
rica, a ¡os americanos y al resto de los no castellanos. Fuera
de la Edad Media, habrá que considerar al teatro en una
situación de igualdad con los otros géneros literarios. A partir
del siglo xviii no se puede olvidar la importancia de la len¬
gua periodística, que habrá de ser considerada con la misma
importancia, dentro de los textos no literarios, que las obras
científicas y técnicas y los documentos cancillerescos.

Frente al proyecto del tesoro, basado en criterios de tipo


diacrónico, en la cuarta parte del libro indico la manera de
realizar una obra que recoja la situación última del caudal
léxico de nuestra lengua. Por tanto, el material léxico habrá
de ser lo más extenso posible, figurando en la misma propor¬
ción los materiales recogidos de la lengua escrita y los toma¬
dos de la lengua hablada, a los que se deben añadir los obte¬
nidos en las encuestas dialectales. La cantidad de materiales
sobre los que trabajar para la confección del diccionario, debe
ser superior a los veinte millones de unidades léxicas. En las
páginas siguientes expongo los tipos de fuentes de donde habrá
de entresacarse todo el material informativo, resumidas esque¬
máticamente (con la proporción de su presencia) en las pági¬
nas 167-168.

La macroestructura del diccionario del español actual es¬


tará constituida tanto por los lemas de las voces estudiadas
como por ciertas variantes paradigmáticas. Los elementos léxi¬
cos habrán de presentarse en orden alfabético, por ser el más
generalizado y seguir una larga tradición, a pesar de sus reco¬
nocidas deficiencias.

En cuanto a las definiciones, ya en la microestructura, «hoy


por hoy no tenemos más opciones metodológicas que las tra¬
dicionales, aunque ya se vislumbran para un futuro muy próxi¬
mo nuevas posibilidades que quizás vengan a suplir los ac-
150 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

tuales defectos, y nuestra obligación es intentar aprovechar al


máximo cuantas definiciones se nos proponen. Por ello no
sería ilícito beneficiarnos de los éxitos obtenidos por los dic¬
cionarios precedentes, y desechar lo que sea susceptible de
mejoras» (pág. 174). Igualmente en la microestructura irían
las informaciones de orden gramatical, y otras de interés me¬
nor, tales como frecuencia, repartición y niveles lingüísticos.

Dedico una atención especial al vocabulario de origen


científico y técnico, y su notable repercusión sobre el léxico
actual. Un diccionario que sea vigía de la lengua en nuestros
días no puede descuidar una parcela tan importante como
ésa, por más que la inserción de los términos de especialidad
en los diccionarios generales sea uno de los lugares más polémi¬
cos de la lexicografía. Hay que distinguir el vocabulario común
a todas las ciencias, o grupo de ciencias, el que cada ciencia
toma del general, y el técnico propio de una u otra ciencia.
Esta división pone de manifiesto las grandes áreas del vocabu¬
lario general que pueden incluir a los particulares. El vocabu¬
lario común a todas las ciencias o grupos de ciencias, así como
el que toman del léxico general, deberá tener cabida tanto
dentro de los diccionarios específicos como en los diccionarios
generales, mientras que el propio de cada ciencia o técnica
sólo tendrá lugar en los diccionarios especializados.

La breve quinta parte del libro está dedicada a la compa¬


ración de las dos obras presentadas antes. La diferencia fun¬
damental es la visión de los hechos: mientras que el tesoro es
de tipo histórico, el diccionario del español actual presenta un
estado momentáneo de la lengua. Pero la diferencia también
reside en el tipo de materiales aducidos, pues sólo en la se¬
gunda obra puede recogerse el habla viva y la lengua mane¬
jada por los grandes medios de comunicación de masas. Quizás
las diferencias de las obras quedarán diluidas a causa de su
gran extensión, pero aparecerían bien claramente si una vez
terminados los diccionarios hiciéramos otros dos semejantes,
de dimensiones menores, a fin de facilitar su manejo y hacer¬
los accesibles al gran público.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 151

La sexta parte lleva como título «La asistencia de los


ordenadores en la elaboración de obras lexicográficas». La
considero importante por cuanto ninguna de las obras proyec¬
tadas puede llevarse a cabo sin la ayuda del moderno material
electrónico, pero también porque la aplicación de las compu¬
tadoras a los trabajos lingüísticos en España aún no ha atraído
a los investigadores. Por supuesto, esa parte no contiene nin¬
gún programa técnico para efectuar los trabajos descritos, pero
sí se explica el proceso que se ha de seguir para el análisis
automático del léxico de los textos.

Antes de que la máquina pueda hacer su trabajo, los mate¬


riales necesitan una preedición para introducirlos en el orde¬
nador. En segundo lugar, y una vez fijado el texto, tendrá que
ser trasladado a un soporte sobre el cual pueda «leer» la má¬
quina (explico los distintos soportes, añadiendo datos que con¬
sidero de interés). Cuando se haya corregido y fijado cada
texto sobre su soporte, será tratado mediante unos programas
adecuados (aquí es donde se hace más necesaria la coopera¬
ción de los técnicos) para obtener aquellos resultados (índices)
sobre los que se vaya a operar. En el estado actual de la apli¬
cación de los ordenadores aún es necesario un paso manual (la
intervención del hombre) para ir de los índices léxicos al dic¬
cionario; ese paso es la lemaíización. Todos esos procesos los
expongo con cierto detalle, acompañando al texto tanto de
muestras ya realizadas como de organigramas para la ejecución
del trabajo. En lo referente al instrumental, lo dicho sigue
siendo novedoso, a pesar de la rapidez con que se progresa
en estos terrenos: ahora comienzan a conocer las universidades
españolas las pantallas de rayos catódicos o los diskettes.

El libro se completa con una amplia bibliografía (págs. 231-


271) de los temas tratados, ordenada por materias (más un
apartado dedicado a las bibliografías de lexicografía), y que
hace enormemente útil el repertorio. Además, las fichas, en
cada materia, van por orden cronológico, con el fin de servir
de guía en la evolución de cada uno de los campos reflejados.
152 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Faltan trabajos porque la exhaustividad en nuestras materias


se va haciendo cada día más difícil, pero los títulos recogidos
son más que suficientes para quien desee adentrarse en el
mundo de la descripción lexicográfica, teniendo en cuenta que
debe añadirse lo publicado después de 1976.
1977

Gangutia Elicegui, Elvira (ed.). Introducción a la lexicogra¬


fía griega, CSIC, Manuales y Anejos de Emérita, XXXIII,
Madrid, 1977 (280 págs. + X).

Es e! libro más reciente aparecido dentro de nuestras fron¬


teras con la palabra lexicografía en el título. A pesar de estar
dedicado exclusivamente a la griega, me ha parecido conve¬
niente traerlo aquí porque puede servir de muestra del estado
actual de la lexicografía en otros terrenos.

La obra es una colección de trabajos de cuatro autores


—dos de ellos representados tan sólo por uno, mientras que
Rodríguez Adrados y López Facal tienen seis y cinco, respec¬
tivamente—, distribuidos en tres partes diferenciadas. La pri¬
mera de ellas se consagra a las «Bases históricas de la Lexi¬
cografía griega», con un capítulo de E. Gangutia sobre las
«Teorías semánticas en la Antigüedad», donde se expone el
nacimiento de la lexicografía en el Próximo Oriente como
necesidad para interpretar una gran variedad de lenguas que
convivían en los mismos lugares. El resto del capítulo está
dedicado a la historia de los conceptos y concepciones en la
ciencia del lenguaje durante la Antigüedad. El segundo capí¬
tulo, «Historia de la Lexicografía griega antigua y medieval»,
se debe a Concepción Serrano, quien sitúa el nacimiento de la
lexicografía griega en la labor escolar de la interpretación de
los textos antiguos; luego, en el siglo v, se une a la especula¬
ción científica en torno a la lengua. La lexicografía propia¬
mente dicha se inicia en Alejandría como una rama más de
la filología; destaca en esta época, llamada de los glosógrafos,
Filetas de Cos, y más tarde, elevando la glosografía a la cate¬
goría de lexicografía, Aristófanes de Bizancio. Después viene
una etapa en la que la investigación lexicográfica está hecha
sobre un autor o campo, para ser la época imperial un período
154 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

de tradición lexicográfica que va pasando de obra a obra.


En la alta Edad Media hay que señalar el Léxico de Cirilo:
a partir del siglo ix las obras de Focio dieron lugar a una gran
cantidad de escritos de carácter lexicográfico. El último capí¬
tulo de esta parte lo redacta J. López Facal bajo el título de
«Historia de la lexicografía griega moderna». Tras las inva¬
siones de los bárbaros decayó la preocupación por el mundo
griego antiguo hasta el Renacimiento. A finales del siglo xv
hubo una desbandada de sabios bizantinos hacia Italia, lo que
dio lugar a una proliferación de léxicos cuyo valor es muy
escaso, hasta que en 1572 aparece el Thesaurus Graecae Lin¬
guete de Henricus Stephanus, obra que aún hoy sigue siendo
de consulta obligada. Durante los siglos xvii-xviii la lexico¬
grafía general griega no ofrece progresos notables. A finales
del siglo xvin el latín deja de ser la única lengua en la que
se vierten las voces griegas y empiezan a aparecer las lenguas
europeas. En estos siglos crece el conocimiento del léxico
griego gracias a una serie de obras que estudian el vocabu¬
lario especializado, entre las que merece especial mención el
Glosarium de Charles du Fresne, Sieur du Cange (Lyon, 1688).
A principios del siglo xix la lexicografía griega tiene un nuevo
empuje, llevada de la mano de Franz Passow, cuyo diccionario
es una obra excelente para su época; merece una especial aten¬
ción un intento de puesta al día del trabajo de Passow com¬
pletado por V. Ch. F. Rost hecho por Wilhelm Cronert. Ba¬
sado en la obra de Passow es el diccionario de H. G. Liddell
y R. Scolt, el mejor griego-lengua moderna del siglo xix, com¬
pletado en nuestro siglo por Jones y Makenzie, cuya última
edición es de 1968. En el siglo xix aparecieron numerosos léxi¬
cos, índices, diccionarios de autor y diccionarios especiales.
Merece un epígrafe aparte la lexicografía en Francia, por la
influencia que ha ejercido en España y otros países románi¬
cos. A principios del siglo xx se plantea la necesidad de un
Thesaurus griego, pero tras numerosas vicisitudes el proyecto
ha sido abandonado. Las concepciones lexicográficas siguen
siendo las mismas hasta 1950-1960 en que empiezan a cam¬
biar con la aplicación de los ordenadores electrónicos. A con¬
tinuación el autor expone una lista comentada de los princi¬
pales diccionarios de autor, de griego cristiano, etimológicos,
MANUEL ALVAR LZQUERRA 155

gramaticales, inversos, de realia y nombres propios confec¬


cionados en el siglo xx. En 1962 F. Rodríguez Adrados y un
grupo de colaboradores comienza la elaboración del Diccio¬
nario griego-español, que supone un enorme progreso sobre
la obra de Liddell-Scott-fones; el primer fascículo ya está a
la venta.

La segunda parte del libro, «Los diccionarios griegos: pa¬


norama general y problemática», comienza con un capítulo
de }. López Facal dedicado a los «Tipos de diccionario en
general y griegos en particular» en el que se propone una
tipología de las obras lexicográficas con una finalidad práctica
que deja mucho que desear, pues no tiene en cuenta algunas
de las mejores clasificaciones, hechas fuera del ámbito exclu¬
sivo del griego. Del mismo investigador es el capítulo siguien¬
te, «Los diccionarios de autor. Tipos, metodología y estado
actual»; en él se sitúa el nacimiento de esta clase de obras
en la Antigüedad, y el de las concordancias en la cultura
monacal de la Edad Media. Los tipos de diccionarios de autor
son: índices, léxicos y concordancias. Define el índice como
«inventario exhaustivo de las palabras de autor, obra, genero
literario, Corpus de inscripciones o papiros, etc., con citas muy
precisas de los pasajes en que aparecen, ordenadas general¬
mente por orden alfabético y (esto es lo más característico)
sin traducción»; las concordancias son «un índice con contex¬
tos», condenadas virulentamente por López Facal fijándose en
las características formales de algunas de ellas, sin pararse a
pensar en que el modelo descrito deja mucho que desear, y que
en otras lenguas se consiguen de una manera muy perfeccio¬
nada tanto manual como automáticamente; el léxico es «un
diccionario de autor, obra o género literario que, dependiendo
de su grado de exhaustividad consistirá en una especie de
índice con los significados de las palabras y con una ordena¬
ción al menos parcialmente morfosemántica». A continuación
da las normas a seguir a la hora de elaborar los diccionarios
de autor, que supone una teoría lexicográfica subyacente no
expuesta. También es de López Facal el capítulo tercero, «Dic¬
cionarios de papiros. Problemas, existencias, deficiencias», en
el que se tratan temas no siempre de carácter lexicográfico.
156 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

pero que nos conducen al conocimiento de un léxico no litera¬


rio recogido en diccionarios generales y especiales (nombres
propios e inversos) de papiros. Los tres siguientes capítulos se
deben a la pluma de Rodríguez Adrados; el cuarto de esta
parte es «Léxico de inscripciones y dialectal. Existencias y pro¬
blemas», y en él se analizan las cuestiones planteadas por
esos tipos de léxicos, aunque sin entrar en cómo reflejarlos
en las obras lexicográficas. El capítulo quinto se titula «Micé-
nico». En él se explican las características del dialecto y las
dificultades de la lectura de su escritura, y se exponen las
soluciones adoptadas para integrar el léxico micénico en el
Diccionario griego-español, así como el estado actual de los
estudios sobre el léxico micénico, ediciones, bibliografías, y
rasgos del léxico micénico. «Etimología» es el enunciado del
capítulo sexto, en el que se plantean los problemas de la eti¬
mología griega y pregriega. Tampoco es éste un capítulo de
carácter lexicográfico. El capítulo séptimo, «Ordenadores y
lexicografía griega» es de López Facal, quien hace una breve
historia de la aplicación de las máquinas al estudio del griego,
y una enumeración de las obras lexicográficas hechas con la
ayuda del ordenador. Rodríguez Adrados es el autor del últi¬
mo capítulo de esta parte —así como de los restantes— titu¬
lado «Problemas prácticos que plantea un diccionario griego:
grafía, gramática, lemas, prosodia», en el que hace una histo¬
ria de la grafía griega, con las repercusiones que ello puede
tener para el lexicógrafo (utilización de varios sistemas gráfi¬
cos, de signos especiales, el problema de la separación y
acentuación de palabras, etc.); otro tanto hace con las cues¬
tiones gramaticales (fonética, morfología, sintaxis) y el reflejo
que se les debe dar en el diccionario. La lematización en
griego adquiere dificultades semejantes a las presentadas en
otras lenguas, salvando las diferencias, y Rodríguez Adrados
propone un nuevo sistema.

La tercera parte del libro es «La nueva Semántica y la


Lexicografía griega», que comienza con el capítulo «Proble¬
mas de lingüística general en relación con la lexicografía. Apli¬
cación a la lengua griega», en el que se plantean los proble¬
mas de la palabra como unidad lingüística y lexicográfica.
MANUEL ALVAR EZOUERRA 157

y el reflejo de esas cuestiones (homonimia, polisemia, etc.) en


el diccionario, rechazando el tomar como base del análisis el
morfema o cualquier otra categoría gramatical, pues no lo
permite la estructura de las lenguas indoeuropeas. Queda, por
otro lado, fuera de la tarea del lexicógrafo resolver los pro¬
blemas de orden gramatical, ya que debe atenerse a lo estric¬
tamente lexico-semántieo, de donde arranca una larga exposi¬
ción sobre la teoría del campo semántico y cómo ha de enten¬
derse a la hora de redactar los artículos del diccionario, así
como otra serie de páginas consagradas al problema de la
deducción de consecuencias semánticas a partir de las distri¬
buciones de las palabras. El último capítulo del libro, «Orga¬
nización de los artículos del diccionario. Criterios a seguir», es
consecuencia de toda la exposición anterior: las soluciones en
los artículos del diccionario de los análisis efectuados sobre el
significado, llegando a la conclusión de que «no existe hoy día
posibilidad de dar una especificación directa, exhaustiva y for¬
malizada de las acepciones de las palabras». Otro problema
en los diccionarios bilingües es el de la traducción, que, tam¬
bién, puede ayudarnos a organizar la estructura semántica de
la lengua estudiada. Todo ello está perfectamente ejemplifi¬
cado en el libro, para terminar viendo los desajustes que se
pueden producir entre el griego y el español.

Este libro, a mi juicio, es de un enorme interés, a pesar


del valor que pueda tener cada trabajo y de estar dedicado
a la lexicografía griega. Es la muestra de lo que aún queda
por hacer en español, en especial en la historia de la lexico¬
grafía. No soy quién para comentar si las soluciones logradas
en todos los aspectos son las ideales —no soy helenista—, pero
de todas maneras indican un camino por el que pueden ir
las investigaciones tanto teóricas como prácticas. Por último,
es de aplaudir que un proyecto lexicográfico semejante esté en
marcha en nuestro país, igual que el del Diccionario Histórico
de la Academia, si bien con otros medios.
1977

Rey, Alain, Le lexique: images et modeles. Du dictionnaire


á la lexicologie. Armand Colín, París, 1977 (307 págs.).

El libro de A. Rey es una muestra de las preocupaciones


de orden gramatical y, sobre todo, semántico que asaltan a los
lexicógrafos, llevándolos hacia otros terrenos. No es Rey el
único caso en Francia. Son muchos los lingüistas franceses que
comenzaron haciendo estudios lexicográficos y ahora trabajan
sobre gramática o semántica. Como ejemplos, señalaré los
nombres de B. Pottier, J. Dubois y A. |. Greimas, por ser fa¬
miliares a todos nosotros.

La primera parte de la obra («Diccionarios») comienza con


un capítulo introductorio llamado «La actividad lexicográfica
y sus productos», en el que se considera a los diccionarios
como textos estructurados semióticamente por una finalidad
práctica, pero que reflejan una concepción de la lengua y del
mundo, una preocupación por informar, una sintomatología
cultural, y, de lo que se habla menos, mercancías, productos
de un trabajo y resultado de intenciones económicas. Es tal
la inversión financiera que supone un diccionario, que exige
una decisión propiamente política, o el interés capitalista de
una rentabilidad, buscando un campo de influencias o un
mercado. La publicación de un diccionario depende más de
esos factores que de una preocupación didáctica o científica.

En el primer capítulo («Los diccionarios de lengua») el


autor dice que la historia de la lexicografía europea comienza
verdaderamente con el renacimiento humanista. Los dicciona¬
rios se consagran a la explotación semántica gracias a un con¬
junto de glosas que constituyen un metalenguaje frente a la
lengua descrita, y son la «sustancia del contenido» lexicográ¬
fico; y gracias, también, a la disposición material de los
160 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

hechos lingüísticos, resultado de la intervención del metalen-


guaje. El análisis semántico se dirige del significante al signi¬
ficado, por tanto es producto de la semasiología. Los diccio¬
narios onomasiológicos están lejos de haber dado los resulta¬
dos de la lexicografía tradicional. La semántica de los diccio¬
narios es doblemente analítica: por una parte, la definición
corresponde a una tentativa de análisis sémico, y pretende
extraer los rasgos pertinentes o semas; por otra parte, las uni¬
dades léxicas más frecuentes son descritas según una reparti¬
ción del material lingüístico y de los enunciados.

El orden alfabético de los diccionarios sólo corresponde a


una codificación arbitraria, y no concierne más que a la trans¬
cripción de las unidades gráficas (de la segunda articulación),
mientras que el objeto principal de los diccionarios está cons¬
tituido, a través de sus combinaciones en el léxico, por unida¬
des significantes (de la primera articulación). A pesar de los
méritos particulares de obras como las de Roget o Casares, en
la práctica, la lexicografía «conceptual», onomasiológica, con
un orden sistemático, se reduce a vocabularios terminológicos,
especialmente técnicos. Los contextos reproducidos en los dic¬
cionarios (ejemplos, autoridades) son en general testimonios de
una lengua funcional apreciada (uso literario o didáctico), ele¬
gidos a partir de unos criterios extralingüísticos. En cuanto al
aspecto diacrónico y sincrónico de los diccionarios, el autor
concluye que la clasificación más cuidadosa del material lexi¬
cográfico por épocas no resuelve el problema crucial de la
imposibilidad de estudiar de manera simultánea la constitución
del sistema y su funcionamiento.

Un diccionario es una mezcla de tres clases de elementos


repartidos en dos planos: 1) Un objeto de estudio, los frag¬
mentos de enunciados observados; 2) Un objeto extraído de
la realidad, esquematizado, formado por unidades y pseudo-
unidades descritas; y 3) Un tratamiento metalingüístico de
esos objetos, las definiciones, etimologías, glosas, comentarios,
observaciones. Una descripción rápida de cualquier dicciona¬
rio nos muestra las distintas funciones y variados aspectos del
metalenguaje: los enunciados que corresponden a un semema
(definiciones), las descripciones de las limitaciones funciona-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 161

les, los límites entre sememas, la designación de las categorías


funcionales, las maneras de uso, las informaciones que con¬
ciernen a la distribución de elementos vecinos. Todo ello pue¬
de tener interferencias con las informaciones concernientes a
las relaciones paradigmáticas, y con las referentes a la diacro-
nía de un objeto lingüístico. Existen varios niveles: lingüístico
(lengua y discurso), semántico, conceptual y contextual extra¬
lingüístico.
La descripción en el diccionario de las relaciones sintag¬
máticas de las unidades se hace pobremente, y a través de los
ejemplos, olvidando muy a menudo los usos no literarios. Pero
las relaciones paradigmáticas aún están menos sistemáticamen¬
te descritas, pues apenas aparecen en los diccionarios de la
lengua, y los de sinónimos, analógicos, de antónimos, no res¬
ponden a una observación directa de la lengua.
Debido a la extensión de los trabajos lexicográficos,
en 1965, el francés, alemán, ruso, italiano y español no tenían
un diccionario histórico científico y moderno. Por tanto, nos
hallamos en el mejor momento para emprender (no reempren¬
der ni continuar) grandes diccionarios, menos arcaicos que los
que vieron la luz en el siglo pasado.

El segundo capítulo está dedicado a la tipología de los


diccionarios, pues son de una variedad y abundancia sorpren¬
dentes. El diccionario es un texto que se distingue de los otros
textos por su naturaleza lingüística, semiológica y sociocul-
tural. La designación diccionario no es pertinente, ya que los
diccionarios pueden ocultarse bajo otras denominaciones, y
con la de diccionario se esconden obras que no lo son. Los
rasgos que caracterizan al diccionario, según el análisis de
J. Rey-Debove, que toma A. Rey, son: el didactismo, el ca¬
rácter separable de los mensajes que lo componen, su lisibili-
dad independiente, el carácter estructurado del conjunto de
unidades descritas y la presencia de informaciones sobre las
unidades en tanto que signos.
Tras exponer los criterios de Y. Malkiel y B. Quemada,
A. Rey intenta una clasificación inspirada en las indicaciones
de T. A. Sebeok y J. Rey-Debove, basándose en la oposición
162 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

entre el corpus observado y los datos producidos, y en la que


se opone el análisis del contenido al de las formas. La pri¬
mera es genética, la segunda resulta de una elección dinámica
de las relaciones semánticas. En las páginas 61 a 65 se mues¬
tran los cuadros de esta clasificación, mientras que la explica¬
ción ocupa alguna más. Como toda tipología establecida con
seriedad científica, la presente me parece digna de interés, por
lo que, a falta de espacio para traerla aquí, recomiendo su lec¬
tura, señalando los diversos apartados: los datos del habla, el
modelo léxico, caracteres del modelo, el conjunto léxico: la
nomenclatura, naturaleza semiótica del diccionario, naturaleza
de las informaciones explícitas, y la explicación de los datos:
los ejemplos.

En el tercer capítulo («El texto del diccionario») se dice


que éste es un objeto social, surgido de una necesidad histó¬
rica precisa. Es una mercancía y un instrumento, lo que no le
impide ser también obra. En las primeras páginas del capítulo
se explica la tradicionalidad en lexicografía, y la manera de
emplear los nexos para articular la obra lexicográfica, siguien¬
do otras pocas dedicadas a las funciones sociales del diccio¬
nario. Con respecto a la teoría, A. Rey cree necesario distin¬
guir: a) IJn estudio «científico» de los comportamientos frente
a las actividades y fenómenos de lengua, esto es, no sólo una
epistemología de la lingüística, sino también una psicosocio-
logía del comportamiento metalingüístico, totalmente por ela¬
borar: b) Un estudio histórico, fenoménico, de esos comporta¬
mientos, destinado a servir de base de una reflexión teórica;
y c) Una sistematización de los conocimientos normativos
sobre esas actividades. En cuanto a la intertextualidad del
diccionario, concluye el autor afirmando que es posiblemente
instructivo, y con seguridad angustioso comprobar que el más
trivial, el más pedante de los libros, suscitado y adoptado por
toda una cultura, es también esa empresa subversiva en que
las palabras, la escritura, los textos, los significados, son inter¬
cambiados y pervertidos. La consciencia de esa impureza sus¬
cita hoy clasificaciones e inventarios: para avanzar, la ciencia
también debe comprometerse. Queda bien claro el carácter
ideológico que debe tomar toda actividad científica, muy en
MANUEL ALVAR EZQUERRA 163

boga en la lingüística francesa de nuestros días (A. Rey, los


Dubois, el matrimonio Marcellesi, M. Pécheux, etc.).

Bajo el título «La imposible definición» se desarrolla el


cuarto capítulo, en el cual el autor dice que podría valer como
definición de la definición el que ésta tenga por finalidad en
la lógica determinar la extensión de un concepto, mientras que
en lógica formal es simplemente el conjunto de términos (co¬
nocidos) cuya combinación determina el concepto. En la prác¬
tica lexicográfica el programa de la definición se reduce a
hacer corresponder a una unidad léxica supuestamente des¬
conocida o mal conocida una pluralidad de unidades pertene¬
cientes al mismo sistema lingüístico, organizadas de acuerdo
con las estructuras sintácticas de ese sistema, y que sea capaz
de determinar en el lector o en el auditor la elaboración con¬
ceptual adecuada. El autor prefiere abordar el problema de la
definición con un ejemplo simple: la palabra francesa chat,
afirmando (pág. 107) que la definición es incapaz de dar, en
una secuencia simple dentro del lenguaje considerado, una
configuración conceptual que recubra, permitiendo analizarlo,
la totalidad del «concepto» correspondiente. Al analizar la
definición de chai en varios diccionarios, A. Rey comprueba
que no se cumple la «fórmula breve, correspondiente a una
estructura nocional reconocible y capaz de suscitar su elabora¬
ción» (pág. 113) que debería ser la definición, llegando al fra¬
caso si se pretende hacer de la técnica lexicográfica algo dife¬
rente de una actividad pragmática y pedagógica. De este
modo, el autor niega la posibilidad de una lexicografía cientí¬
fica, al menos en lo referente a la definición, enfocada hacia
el gran público, destinatario en definitiva de los diccionarios.

No obstante lo anterior, el capítulo quinto («Lexicografía


actual del francés») comienza afirmando que la lexicografía,
como técnica de la lingüística aplicada, depende parcialmente
de las opciones adoptadas por los lingüistas. La lexicografía
siempre ha ido con retraso sobre las corrientes lingüísticas,
por más que la lingüística aporte a ios diccionarios numerosos
elementos positivos, sobre todo a la hora de establecer me¬
joras sobre la unidad de tratamiento y la unidad semántica.
164 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

El objeto del diccionario es de orden lingüístico y no dis¬


cursivo; el modelo sociocultural precientífico de la lengua que
presenta se construye a partir de un complejo «producto de
entrada» (el discurso). Habitualmente, la lexicografía describe
un sistema léxico al que define a priori y que corresponde
a un modelo elaborado de acuerdo con reglas no formuladas,
subjetivas y. a menudo, variables. La noción de unidad léxica
es el resultado de una elaboración tradicional más que de una
teoría científica. La unidad de tratamiento está casi siempre
asimilada a la unidad gráfica, que a su vez debe transcribir
una unidad funcional no marcada (sustantivos) o ser tratada
como metalenguaje (infinitivos).

En la elaboración de diccionarios los autores se encuentran


atrapados entre su programa, que corresponde a un modelo de
utilización deseado, y los impedimentos de la realización, que
les obligan con frecuencia a adaptar las intenciones iniciales
o a satisfacerlas imperfectamente.

A lo largo de las páginas 134-152 se hace una descripción


de los diccionarios generales de la lengua francesa publicados
entre 1967 y 1977. El modelo de descripción utilizado es sufi¬
ciente para dar cuenta en pocas páginas de cualquier diccio¬
nario, pues se consideran las fuentes del léxico utilizado, la
unidad de tratamiento, la extensión de la nomenclatura, los
enunciados-ejemplos y las informaciones de carácter semántico.

La segunda parte del libro lleva como título «Modelos y


ciencias del léxico», cuyo primer capítulo, el sexto («A pro¬
pósito de lexicología»), comienza con un recorrido por la
lexicología desde sus inicios hasta nuestros días. El dominio
lexicológico se establece por un conflicto entre lingüística pura
y ciencias del comportamiento humano en la historia, siendo
el lenguaje uno de los aspectos específicos y esenciales de ese
comportamiento. El objeto de la lexicología es una teoría com¬
prensiva del hecho léxico, tanto en el nivel de las estructuras
(léxico, vocabularios) como de las unidades (palabra, idioma),
lo cual depende de: a), la definición de un objeto parcial en la
lengua, o en el lenguaje: el léxico; b), las hipótesis resultantes
de los diferentes modelos de la lengua, que conciernen a la
MANUEL ALVAR EZQUERRA 165

articulación del léxico en ese «sistema»; c), el conocimiento de


las leyes internas del léxico, considerado como un conjunto
funcional de signos; y d), el conocimiento de su funcionamien¬
to en el seno de los grupos sociales y en la experiencia hu¬
mana. La lexicología estaría situada en los dos últimos puntos,
con prolegómenos en el segundo. La definición del léxico y de
lo «léxico» (primer punto) se desprende de las tres dimensio¬
nes de la semiótica: sintaxis (punto segundo), semántica (ter¬
cer punto) y pragmática (último punto). Luego pasa revista
a la articulación del léxico en el sistema de la lengua según las
concepciones de Saussure, del funcionalismo y de Chomsky.

Existen tres maneras de considerar al léxico según las ne¬


cesidades metodológicas y heurísticas: como conjunto de los
morfemas de una lengua (adoptado por la mayoría de los fun-
cionalistas y distribucionalistas), como el conjunto de las «pa¬
labras» (morfemas libres integrantes del sintagma y de la
frase, y todas las unidades formadas por varios morfemas con
ese mismo carácter integrante), y como conjunto indetermi¬
nado pero finito de elementos, de unidades o de «entradas»
en oposición a los elementos que realizan directamente fun¬
ciones gramaticales.

La lexicología debe tratar de la forma en sus relaciones


con la sustancia del contenido. Su objeto sólo puede estar
constituido por la importancia relativa de esas relaciones en
lo que tienen de descriptible y de analizable.

El léxico es la irregularidad fundamental, frente a las re¬


gularidades de la sintaxis y de la fonología. La reflexión lin¬
güística reciente sobre el lugar del léxico en la teoría gira
alrededor de la delimitación de sus aspectos regulares e irre¬
gulares. La descripción de las irregularidades léxicas concierne
según alguna teoría al componente léxico, pero eso no es
lexicología.

Bajo el título «Semántica léxica: un modelo pedagógico


del léxico» se desarrolla el séptimo capítulo, que contiene un
breve panorama crítico de la historia de la semántica y de su
situación en nuestros días, señalando que las obras llamadas
166 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

semántica de una lengua particular en realidad son lexicología


de los contenidos ilustrada con ejemplos de una lengua dada.
Este breve capítulo es más una presentación de las corrientes
semánticas que de los postulados lexicológicos, y lo que no se
ve en ningún momento es el «modelo pedagógico» anunciado
en el título.

En el capítulo octavo («Los límites del léxico»), sin volver


con detalle a la controversia de la existencia de la palabra, el
autor enumera las distintas posiciones con respecto al proble¬
ma (Sapir, Bloomfield, Bally, Martinet, Hockett, Harris,
Greenberg, Pike). Fuera de la problemática ligada funcional¬
mente a la del uso (norma objetiva) y a la de la conceptuali-
zación, no hay lugar para una lexicología verdadera, diferen¬
ciada y autónoma. La reducción de lo léxico al campo mor-
fosintáctico y al morfosemántico caracteriza a la mayoría de
las teorías contemporáneas (Chomsky y Halle por un lado, y
Postal, Cawiey y Saumjan por otro).

Si el límite inferior de la lexicología es la palabra, y nunca


el morfema como tal, el superior es más difícil de establecer,
aunque se pueda aceptar la noción tradicional de «locución»,
sin confundirla con la de «cliché». Las locuciones son un con¬
junto de sintagmas y de enunciados mínimos cuya forma pue¬
de manifestar reglas ligeramente distintas de las que se apli¬
can al contexto, cuyo funcionamiento se regula mediante an¬
tecedentes histérico-culturales, y cuya semántica no respeta las
«reglas de proyección» válidas para la producción de frases
de la lengua. Los caracteres semánticos específicos de las lo¬
cuciones se diferencian según los contextos.

La tercera parte de la obra lleva distinto título en el inte¬


rior de la obra («Ejercicios de lexicología descriptiva») y en el
índice («Lexicología descriptiva: ejercicios»). En el primer ca¬
pítulo de esta parte, el noveno, «Lexicología diacrónica: pre¬
liminares para el estudio de un texto literario», A. Rey co¬
mienza afirmando que el lazo natural entre la lexicología teó¬
rica (segunda parte del libro) y la lexicografía (la primera),
en el plano de las actividades empíricas, es la descripción lexi¬
cológica. La lexicología descriptiva de los lingüistas depende
MANUEL ALVAR EZQUERRA 167

parcialmente de su concepción de la lingüística. El resto del


capítulo es un profundo análisis lexicológico de un breve frag¬
mento —cuatro líneas— de Nerval. En el examen se pretende
descodificar los elementos del léxico actualizados en un dis¬
curso, y mostrar cómo los problemas de la lexicología se entre¬
mezclan cuando se trata de estudiar un objeto empírico.

También en el décimo capítulo («Monografías lexicológi¬


cas») se presentan dos ensayos: un estudio sobre el término
francés sarabande, y otro sobre el adjetivo román, que tratan
sobre la aparición, la inserción socioiingüística, y el funcio¬
namiento de esos signos en un sistema en evolución. Entre
las conclusiones del capítulo figuran: 1), en el caso de que las
circunstancias, la necesidad conceptual y terminológica sientan
una casilla vacía, rápidamente se llena por la aparición de un
neologismo, que, a pesar de las oposiciones de otros elemen¬
tos, termina por imponerse en la comunidad; 2), las relaciones
sintagmáticas y paradigmáticas, fácilmente inductibles, entre¬
lazan alrededor de la palabra una red indispensable para su
existencia como elemento de un léxico y de una terminología;
y 3), la relativa estabilidad y coherencia semántica no exclu¬
yen la complejidad de los usos, reflejo no sólo de una com¬
petencia léxica, sino también de disponibilidades conceptua¬
les. La lexicología descriptiva, bien se dirija a un discurso
delimitado, bien a los usos observables de una forma, no se
originan sino parcialmente en la lingüística.

El último capítulo del libro se enuncia como «Descripción


de un conjunto morfosemántico: las palabras francesas en
anti-» que no resumo al caer fuera de los intereses específicós
de esta guía bibliográfica, si bien puede servir de orientación
para quien se halle interesado por realizar estudios semejan¬
tes sobre prefijos tanto en francés como en cualquier otra
lengua, especialmente las románicas. Por supuesto, los resulta¬
dos en esos trabajos hipotéticos no han de ser los mismos que
expone A. Rey en la página 271.

Se completa la obra con una rica bibliografía (referencias


bibliográficas), en la que, una vez más, se nota la ausencia de
investigaciones en nuestra lengua. Tan sólo unas excepciones:
168 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

los Problemas de lexicografía actual de |. Fernández-Sevilla


—no citado en la obra—, un artículo de L. F. Lara y otro
de E. Coseriu. Es cierto que a lo largo del libro hay referen¬
cias a otros autores ausentes de la bibliografía: Árgensola,
J. Casares, Cervantes, Covarrubias y el P. Mariana. La mayor
parte de las referencias bibliográficas la ocupan trabajos en
francés, y también en inglés. Tras la bibliografía aparecen los
índices de términos y de nociones, el de nombres propios, el
de diccionarios, y el de formas lingüísticas.

El interés externo de esta obra se centra en el hecho de


ser una recopilación de trabajos publicados con anterioridad
por el autor, una de las principales figuras francesas en la
investigación del léxico. Internamente es digno de mención el
orden que se ha dado a esos trabajos, agrupándolos en las
tres partes del conjunto. La primera es eminentemente lexico¬
gráfica, donde quizás lo más sobresaliente sea la propuesta
tipológica de los diccionarios, que viene a añadirse a las ya
existentes, y el análisis de los diccionarios generales modernos
del francés por el valor que posee como modelo a seguir. En
la segunda parte se intenta la definición y situación de la
lexicología dentro de las disciplinas lingüísticas, trabajo no
exento de dificultades, y algo difícil de comprender para una
persona no muy cultivada en la moderna lingüística, por el
hermetismo del lenguaje utilizado. El propio autor, en el epí¬
logo que pone al libro (págs. 273-275), reconoce que es la
parte más abstracta, fácil e imperfecta. En ese mismo lugar
afirma que la lexicología no existe todavía como «ciencia», a
pesar de la importancia de algunos modelos. En la tercera
parte se proponen unos pocos análisis prácticos, algo distan¬
tes de lo expuesto anteriormente, pero que no dejan de ser
una muestra de las posibilidades del procedimiento lexicoló¬
gico. En fin, si recojo el libro de A. Rey en esta compilación
de resúmenes es por la modernidad de los planteamientos (a
pesar de que algunas partes tienen ya varios años), y por la
originalidad de la obra en muchos de sus aspectos.
1978

Collignon, Lucien y Michel Glatigny, Les dictionnaires.


Initiation á la lexicographie, CEDIC, París, 1978 (206 pá¬
ginas).

Es una obra de eminente carácter didáctico en la que se


recoge el quehacer lexicográfico francés (tanto teórico como
práctico) para ponerlo al alcance de profesores y alumnos, y
poder, así, mediante una utilización adecuada, sacar el máxi¬
mo provecho de los diccionarios. Buena muestra del propó¬
sito del libro son los ejercicios que sobre los diccionarios se
sugieren al final de cada capítulo, de enorme utilidad para
los educadores. Desconozco cualquier cosa parecida en Es¬
paña, por lo que este libro debería ser tenido en cuenta por
los profesores de lengua, sobre todo aquellos a quienes se en¬
comienda la tarea de enriquecer el vocabulario de sus alumnos.

Los autores dividen el libro en tres partes y trece capítulos.


La primera intenta responder a la pregunta «¿Qué es un dic¬
cionario?», la segunda se dedica a la macroestructura («La no¬
menclatura del diccionario de lengua») y la tercera a la micro-
estructura («El artículo del diccionario de lengua»).

En el capítulo primero («El diccionario: mitos y realidad»)


se define el diccionario como objeto mítico, pues, traduzco,
«es considerado como depositario del saber humano, capaz de
proporcionar respuestas a las preguntas que se le hacen, o de
facilitar más de una vez el placer y la sorpresa cuando lo
hojeamos al azar, pero, también, causa la decepción de quien
no encuentra lo que busca o no halla lo que ya sabía» (pá¬
gina 11). Por ello, para que un diccionario cumpla con su
cometido y responda, como un oráculo, a las consultas que se
le hagan, habrá de poseer cuanta información necesite el usua¬
rio a que se dirige la obra, motivo por el cual son muchas las
clases de diccionarios, de donde se desprende la importancia
170 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

de la elección del diccionario para cada uso o finalidad, y en


especial su adecuación a los distintos períodos de aprendizaje
del alumno en la enseñanza primaria y secundaria. Desde esta
perspectiva, ésas son las preocupaciones que asaltan a los lexi¬
cógrafos en el momento de acometer la realización de un dic¬
cionario. Por otra parte, en la conciencia popular no se distin¬
gue entre tal o cual diccionario, sino que todos ellos son sen¬
tidos como manifestaciones de un arquetipo; de ahí la nece¬
sidad de que los profesores de los primeros años de enseñanza
convenzan a sus alumnos de la diversidad de los diccionarios,
y. sobre todo, de que no son un reflejo exacto y total de la
lengua, debido a su carácter selectivo y normativo, que no da
cabida a la totalidad del léxico de una lengua.

En el capítulo segundo («Diccionario y sociedad») se plan¬


tea cada obra lexicográfica como un objeto surgido en una
época determinada, motivo por el que envejece prestamente.
Los autores recorren con rapidez la historia de la lexicografía
francesa para apoyar la afirmación inicial. Si nos ciñéramos
a la historia de la lexicografía española llegaríamos a los
mismos resultados. Al estar los diccionarios estrechamente li¬
gados a las condiciones de vida y de pensamiento de sus lec¬
tores, es inevitable que su contenido cambie al mismo tiempo
que evoluciona la sociedad y avanza la cultura. Y por eso
mismo en la época actual los cambios son cada día más fre¬
cuentes, según dicen los propios autores. La ideología está
ligada a la organización económica y social, y por ello la in¬
fluencia de la ideología es más sensible en unos artículos del
diccionario que en otros.

Los autores se ocupan de los criterios de clasificación de


los diccionarios (cap. III), para lo cual consideran las carac¬
terísticas externas (dimensiones de la obra, naturaleza y ex¬
tensión del contenido, destinatario, datación del contenido),
estableciendo un límite preciso entre los diccionarios de len¬
gua y los enciclopédicos, y las diferencias que los separan de
los diccionarios extensivos y los selectivos, para, luego, justi¬
ficar y explicar la multiplicidad de diccionarios especializados
de acuerdo con los criterios de L. Guilbert (por reducción de
MANUEL ALVAR EZQUERRA 171

contenido en función de diversas consideraciones, por la limi¬


tación del contenido en cortes diacrónicos, por el tratamiento
de un solo aspecto de la unidad Jéxica). A continuación se
examina la utilidad de algunos tipos de diccionarios especiali¬
zados (de pronunciación, etimológicos, de dificultades, de sinó¬
nimos y analógicos).

El breve capítulo cuarto («El diccionario de lengua») sirve


para ampliar algo de lo dicho en las páginas precedentes, y
para señalar las características de un diccionario de lengua:
la abundancia de informaciones concernientes al signo; el nú¬
mero de citas, ejemplos, etc., que contribuyen a definir las
reglas de utilización de las palabras en el discurso, y la nor-
matividad, si bien en el momento actual existe una tendencia
acentuada hacia los diccionarios descriptivos. De manera aná¬
loga al capítulo anterior, al final de éste se describen los prin¬
cipales diccionarios de lengua del francés publicados durante
los últimos años.

La parte segunda del libro comienza con la crítica de la


palabra como unidad lingüística, pues su existencia indepen¬
diente ha sido ampliamente debatida, aunque su utilidad es
indiscutible en lexicografía. Ahora bien, esa utilidad tiene
también inconvenientes, en especial a la hora de incluir en los
diccionarios las llamadas palabras compuestas: ¿son una o va¬
rias unidades? Pero los inconvenientes no se detienen ahí,
pues una buena cantidad de palabras simples poseen formas
distintas, y entonces se debe decidir sobre cuál de ellas será la
que figure en la entrada, y si es necesario establecer un sistema
de referencias internas para conducir al lector hasta el lugar
adecuado. Y, si aún quisiéramos seguir suscitando problemas,
bastaría con entrar en el terreno de los homónimos y los
homógrafos.

El capítulo sexto lleva por título «La nomenclatura. Su


contenido», y está encabezado por una cita más que discuti¬
ble de G. Matoré: «El lexicógrafo, traduzco, es un hombre al
que le plantean continuamente elecciones para las que no
existen criterios objetivos». La misma manera de buscar las
informaciones en los diccionarios pone de manifiesto su
172 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

doble estructura, pues primero se recorre verticalmente para


encontrar el término deseado y luego, horizontalmente, para
leer las informaciones contenidas en el artículo; son la macro-
estructura y la microestructura, según quedó ya definido por
J. Rey-Debove. La macroestructura tiene sus límites, pues
pensar en una obra que recoja la totalidad del léxico de una
lengua es algo utópico por la cantidad de voces que se debería
registrar, y por el elevado precio de una empresa semejante.
Además, el lexicógrafo se halla, antes de introducir un término
en la nomenclatura, frente a la dualidad que supone toda elec¬
ción, debiéndose guiar algunas veces por apreciaciones subje¬
tivas, pues la parte de objetividad que interviene en ese
aspecto no siempre es convincente; baste con recordar los pro¬
blemas ligados a la existencia de las unidades lexicográficas,
o los criterios basados en la frecuencia o en el uso de las pala¬
bras (¿usadas por quién, cuándo, dónde?), o su rechazo por
otros motivos (nombres propios, voces anticuadas, vulgares,
técnicas, tabúes, etc.).

Una vez recogida la nomenclatura, debe ser organizada


(cap. Vil) para que el lector encuentre con facilidad aquello
que busca. Es tradicional el orden alfabético, motivo por el
cual muchas obras se apropian del título diccionario sin serlo.
Esa clasificación es puramente formal y convencional, pues se
tiene en consideración la forma del signo y no su contenido,
incluso la forma gráfica, no la sonora, expresada por una se¬
cuencia de letras de izquierda a derecha (y no en otro sen¬
tido), siendo como es el número y sucesión de letras en el
sistema alfabético una convención de origen incierto. Para
los lexicólogos, el orden alfabético enmascara la verdadera
extensión del léxico y oculta su organización al aparecer sepa¬
radas palabras de una misma familia, incluso lejos en la ma¬
croestructura. Ahora bien, a este defecto se han aplicado di¬
versos correctivos al confeccionar diccionarios especiales (de
sinónimos, homónimos, antónimos, analógicos), o agrupando
en el interior del artículo consagrado a una palabra determi¬
nada los derivados y compuestos unidos por el sentido a la vez
que figura en la entrada. El orden alfabético puede mante¬
nerse gracias al sistema de referencias internas y al conoci-
MANUEL ALVAR EZOUERRA 173

miento del lector de los mecanismos de composición y deriva¬


ción de palabras en su lengua. Por otra parte, los cuadros de
conjugación, declinación, patronímicos, afijos, etc., permiten
aligerar la microestructura sin dejar de ayudar a quien utilice
la obra. En algunos diccionarios existe, junto al mensaje ver¬
bal, otro de tipo ¡cónico que apoya la información lingüística,
facilitando la comprensión de la definición al ser menos abs¬
tracto que ésta.

La parte tercera del libro se ocupa de la microestructura,


y comienza con un capítulo, el octavo, en el que se estudian
las informaciones que preceden a la definición. La primera in¬
formación facilitada es la correcta ortografía de la palabra
(uno de los usos más frecuentes del diccionario), siguen las
indicaciones sobre la pronunciación (en especial en los diccio¬
narios bilingües, y en los de lenguas en que no hay una gran
correlación entre grafía y pronunciación), y sobre la natura¬
leza gramatical de la palabra (en ocasiones factor diferencia-
dor de homógrafos y homónimos, y de uso). Además, algunos
diccionarios de lengua incluyen informaciones concernientes a
la etimología de la voz, e incluso sobre la fecha de su pri¬
mera documentación.

El capítulo noveno está consagrado a la definición lexi¬


cográfica, el elemento más importante de cualquier dicciona¬
rio, pues la podemos considerar como el predicado principal
de la palabra que sirve de entrada —aunque se presente bien
a menudo sin verbo— bajo la forma de una especie de apo¬
sición, e informa a la vez sobre el contenido del signo y sobre
la cosa nombrada. La información lexicográfica no tiene que
ser necesariamente completa, tanto más cuanto que corres¬
ponde a un nivel medio de conocimientos; debe hallarse a la
altura del saber virtual del usuario. Es un equivalente de la
palabra definida y presenta un carácter sinonímico con res¬
pecto al definido, y, aunque la sustitución entre ambos elemen¬
tos sea posible, originando frases gramaticalmente correctas,
no siempre se llega a construir oraciones aceptables. Por otra
parte, los elementos gramaticales no son, por lo general, obje¬
to de definiciones de contenido, sino de observaciones sobre el
funcionamiento del signo. Los autores exponen tres tipos de
174 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

definición: a), por referencia a otro término que no sea de la


misma familia morfológica (ei uso de sinónimos es lo más fre¬
cuente, pero también se utiliza la negación del contrario y la
aproximación nocional), b), la definición morfosemántica (la
más frecuente para las palabras compuestas y derivados me¬
diante afijos), y c), la definición lógica, considerada la mejor,
en la que hay dos elementos: el género próximo e incluyente,
y los definidores específicos.
A la hora de elaborar el artículo lexicográfico no basta
con dar buenas definiciones, hay que clasificarlas para ofrecer
una presentación coherente de las distintas acepciones de las
palabras polisémicas. Ése es el interés central del capítulo X.
Para decidir cuál debe ser la primera de las acepciones se pue¬
den considerar tres puntos de vista distintos: de acuerdo con
la invariante original de todas las acepciones (principio man¬
tenido por los gramáticos del siglo xvnr), de acuerdo con la
etimología y de acuerdo con la frecuencia de uso. El orden de
presentación de las acepciones responde a cuatro tipos carac¬
terísticos: l.°, el método histórico-lógico de las filiaciones de
sentidos (difícil de aplicar en las voces con gran polisemia);
2.", los encadenamientos de acepciones (hay acepciones pri¬
marias, secundarias, etc.), muy útiies para ahorrar trabajo a
quien busque una información concreta; 3.", la presentación
lineal de las acepciones siguiendo bien el orden histórico de
aparición, bien la frecuencia de uso; 4.’, de acuerdo con las
clases de construcciones en que puede hallarse la voz.
En el capítulo XI se plantea la importancia de los ejem¬
plos y citas que, a veces, llegan a sustituir a la definición. El
ejemplo es normalmente una frase o un sintagma que contiene
la palabra del artículo en el interior de un enunciado cons¬
truido como enunciado de la lengua común, en el cual no se
evoca ningún hecho preciso, y cuyo valor general ilustra todos
los empleos posibles de una palabra en contextos semejantes.
Las formas de los ejemplos son variadas, algunos son sólo sin¬
tagmas, en otras ocasiones son frases completas inventadas pol¬
los autores, o bien son citas tomadas de textos literarios. El
ejemplo informa tanto sobre el uso del signo como sobre el
contenido del concepto significado, precisa las condiciones se-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 175

mánticas y sintácticas de empleo de la palabra afectada, lle¬


gando a convertirse, ocasionalmente, en una segunda defini¬
ción que se añade a la primera. El ejemplo y la cita es el
lugar donde con mayor claridad se manifiestan las preocupa¬
ciones políticas e ideológicas del autor.

El capítulo XII («El artículo de diccionario: los sinó¬


nimos») examina el distinto comportamiento de los dicciona¬
rios con respecto a los sinónimos de acuerdo con dos consi¬
deraciones: el número de sinónimos propuesto para una pala¬
bra determinada, y la repartición y lugar exacto de esos sinó¬
nimos en el interior del artículo. La importancia numérica
del conjunto de los sinónimos propuestos debería estar en
relación directa con la de la macroestructura: todo sinónimo
presente en la microestructura también tendría que aparecer
en aquélla, lo cual no siempre ocurre. Los sinónimos partici¬
pan de la función de aportar, dentro del artículo, una infor¬
mación, tan completa como sea posible, sobre la palabra que
figura en la entrada, sirviendo, como ya se ha dicho, de defi¬
nición principal o subsidiaria sin ser presentados abiertamente
como sinónimos. Según Collignon y Glatigny, hay una cierta
correspondencia entre la sinonimia y la categoría gramatical,
pues ésta condiciona en gran parte los sinónimos de las pala¬
bras. El capítulo finaliza con una serie de temas ya considera¬
dos antes (sinonimina y definición, el sinónimo como prose¬
guimiento de la definición) y otros de interés menor para el
conjunto del libro (relación de los sinónimos y los ejemplos,
sinonimia y distribución, sinonimia y enunciación.)
En el último capítulo se tratan los antónimos, presentes en
algunos diccionarios; los autores comienzan analizando el
lugar que ocupan en los diccionarios franceses. La noción de
antonimia no está demasiado clara, pues sus definiciones ata¬
ñen tanto a la lógica como a la lingüística. Los logicistas han
distinguido dos tipos de oposición semántica: la disjunción
(anulación de un sema; p. ej., del sema «movimiento» en la
pareja permanecer/salir) y la incompatibilidad (inversión sé-
mica; p. ej., superior!inferior). Por lo tanto, para que existan
antónimos han de participar de la misma categoría gramatical,
deben pertenecer a un mismo paradigma (ser sustituibles en
176 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

el mismo lugar de un discurso), y tienen que poder figurar en


el interior de un mismo enunciado como adición u oposición.
Según el contexto, existen varias categorías de antónimos: los
perfectos, que se oponen en casi todos los contextos; los habi¬
tuales, cuando son sustituibles en una serie bien definida de
situaciones; los contextúales, cuando la oposición sólo aparece
en un contexto determinado, o en una situación extralingüís¬
tica dada. La expresión de la antonimia puede producirse me¬
diante términos que no tienen ningún elemento léxico común,
o por la oposición de la base léxica con y sin prefijos, o por
la aparición de algún morfema privativo, o por contraposición
de dos elementos con prefijos.

El libro termina con unas cuantas páginas dedicadas a las


conclusiones de lo expuesto. Por nuestra parte, sólo queda
reiterar la importancia de la obra como conductor para un
excelente aprovechamiento del diccionario (de los dicciona¬
rios, prefieren decir los autores) considerado como un ele¬
mento didáctico de primer orden. Ese provecho se logra a
través de un mejor conocimiento y utilización de los dicciona¬
rios corrientes, lo que lleva a Collignon y Glatigny a escribir
esta iniciación a la lexicografía (es el subtítulo del libro).
Y como iniciación a la lexicografía, a la lexicografía fran¬
cesa se entiende, no podemos hacerle reparo alguno, máxime
cuando se recogen y ordenan los principales trabajos de los
investigadores franceses en lexicografía. La parte didáctica
queda expuesta como ejercicios prácticos al final de cada ca¬
pítulo, facilitando el manejo de la obra, sin mezclarla para
nada con los ejercicios prácticos. De ahí que los últimos capí¬
tulos puedan parecer un añadido de orden lexicológico o
semántico, cuando, en realidad, son un acierto para facilitar
el uso y aprovechamiento de los diccionarios, con las ventajas
que conllevan para el aprendizaje y enriquecimiento del léxi¬
co de los alumnos.
1980

Porto Dapena, (osé Alvaro, Elementos ele lexicografía.


El Diccionario de construcción y régimen de R. /. Cuervo,
Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1980 (XXI + 457 págs.).

En la «Caracterización general», primer capítulo del libro,


el autor dice del diccionario de Cuervo que es de una gran¬
diosidad absolutamente indiscutible; es una obra selectiva, des¬
criptiva y diacrónica, cuyos materiales se ordenan alfabética¬
mente, y está destinada a un público minoritario. Su aspecto
más original es el de ser un diccionario sintáctico (si bien no
total de la lengua) en el que se distingue entre sintaxis grama¬
tical (de carácter general) y sintaxis léxica (de carácter par¬
ticular). Más adelante explica los términos construcción y
régimen que figuran al frente del diccionario de Cuervo. El ob¬
jeto del DCR es «el estudio de aquellas palabras que presen¬
tan alguna particularidad sintáctica, sea por la diversidad de
construcciones o esquemas sintagmáticos de que puedan for¬
mar parte, sea por el régimen especial que les es propio»
(pág. 23), sin desdeñar el aspecto semántico. Entre sus carac¬
terísticas figura, también, la de ser el primer diccionario his¬
tórico de nuestra lengua, aunque su finalidad no es la de ser
histórico ni etimológico. J. A. Porto señala al lado del des-
criptivismo de la obra —no deja de ser un diccionario de
citas— un afán normativo, presente, sobre todo, en el mo¬
mento de seleccionar las entradas.

El capítulo segundo del libro, «Bosquejo histórico», sirve


para presentar la evolución del diccionario de Cuervo desde
su concepción hasta su estado actual. Para Porto Dapena
existen dos períodos en la historia del DCR: el de iniciación
(1872-1896), el trabajo de Cuervo, y el de continuación (1896
hasta hoy). El lingüista americano siempre tuvo la idea de
hacer un diccionario de la lengua, cuyo único fruto fue la
178 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

Muestra de un diccionario de la lengua castellana (Bogotá,


1871), redactada en colaboración con V. González Manrique.
La idea del DCR debió surgir en 1872 a raíz de su correspon¬
dencia con E. Uricoechea, poniéndose a trabajar en la obra ese
mismo año. La redacción debió comenzarse hacia 1877.
En 1884 vio la luz un avance de los materiales (Prospecto
del Diccionario de construcción y régimen de la lengua cas¬
tellana), en 1886 el primer volumen de la obra (A-B), y
en 1893 el segundo (C-D). Cuervo, a su muerte (1911), dejó
redactados algunos materiales de la letra E. Desde 1896 has¬
ta 1942 la redacción del DCR estuvo abandonada, pero se
buscaron las ayudas necesarias para continuar la obra. El so¬
porte conseguido nunca ha sido ofrecido a otra obra lexico¬
gráfica, si descontamos la financiación de la Real Academia
Española, por más que todos los diccionarios tengan que
luchar contra los límites presupuestarios, incluso el DRAE,
hasta el punto de que muchos son abandonados antes de alcan¬
zar las metas propuestas.

En 1942, con motivo del centenario de M. A. Caro y


R. J. Cuervo, el Gobierno de Colombia crea el Instituto que
lleva el nombre de los dos filólogos, uno de cuyos fines pri¬
mordiales es la continuación del DCR. En 1945 se sigue con
la publicación de los materiales de Cuervo, que llegan hasta
empero, y en 1951 comienzan a aparecer artículos redactados
por los continuadores de la obra, todo ello gracias al impulso
del Director del Instituto, don José Manuel Rivas Sacconi.
En 1949 se crea el Departamento de Lexicografía, a cuyo
frente se pondrá Fernando Antonio Martínez desde 1950 has¬
ta 1972. En 1957 se vinculó al DCR, en régimen de asesor,
L Corominas. En esta época se reeditan los dos volúmenes de
la obra (1953-54), en 1959 aparece el primer fascículo del ter¬
cer tomo, y en 1961 y 1973 los dos siguientes. La muerte
de F. A. Martínez en 1972 produjo un enorme vacío que vino
a ser paliado en 1973 con la unión de J. A. Porto Dapena
al DCR. De 1974 a 1979 aparecen ocho nuevos fascículos.
Desde 1977 el Instituto Caro y Cuervo, y sus Departamentos
de Lexicografía y Lingüística, han pasado por unos momentos
MANUEL ALVAR EZQUERRA 179

difíciles, pero ios problemas parecen ya resueltos y vuelve la


esperanza de que el DCR continúe hacia adelante sin más
interrupción.

En e] capítulo III, «La continuación», el autor del libro


intenta justificar que se siga trabajando en una obra conce¬
bida hace más de cien años. «No se puede negar, por supuesto,
que el interés que hoy pueda tener el Diccionario de Cuervo
es muy distinto del que despertó en el último cuarto del siglo
pasado, como asimismo hay que reconocer que un diccionario
sintáctico podría ser concebido hoy bajo unos presupuestos
teóricos diferentes y, por otro lado, tampoco hay que olvidar
que la parte redactada por Cuervo ha quedado anticuada [...]
continúa sirviendo —al menos en parte— a unas necesidades
lexicográficas que, por ahora, no han sido cubiertas por nin¬
guna obra de esa índole» (pág. 97). Es evidente que el as¬
pecto semántico y el etimológico del DCR han sido superados
por obras más recientes, no así el sintáctico ni el histórico,
pues carecemos de diccionarios sintácticos, y los históricos no
llegan, todavía, a cubrir todo el vocabulario atesorado en
el DCR. Porto Dapena compara el contenido gramatical del
diccionario de Cuervo con el de la Academia y el de María
Moliner, obras a las que aventaja el DCR. Más adelante ex¬
pone lo que sería un artículo del diccionario de Cuervo (anun¬
ciar), según los postulados de la gramática de casos de Ch. F.
Fillmore, para concluir que las pocas ventajas de ese proceder
sobre los criterios del DCR quedarían anuladas por las des¬
ventajas (entre otras el difícil manejo de un lenguaje forma¬
lizado). Porto Dapena concluye que el DCR no es una obra
absolutamente moderna e inmejorable, señalando aquellos as¬
pectos que deben ser subsanados: el carácter normativista (que
choca con la mentalidad lingüística actual), los rasgos arcai¬
zantes, la falta de actualización de los dos primeros tomos, y
la terminología lingüística y tipografía obsoletas; pero nada de
ello afecta al carácter actual del DCR.

El autor del libro expone en la segunda parte del tercer


capítulo la situación actual de la obra, papeletas, fuentes, re¬
dacción, etc. Es loable que no se presente sólo la cara posi¬
tiva de la obra, sino también la negativa, con sus defectos
180 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

e inconvenientes, así como las propuestas para mejorar la re¬


dacción de los artículos desde el momento mismo de la selec¬
ción de las fuentes de información. Es un alarde de honesti¬
dad científica a que no estamos acostumbrados, y que, posi¬
blemente, favorecerá la aparición de críticas que se ensañen
con el DCR. Entre los problemas concretos planteados para la
redacción está el del ordenamiento de las acepciones, efec¬
tuado por proximidad semántica, y complicado por la ordena¬
ción de las construcciones sintácticas. A esos problemas aún
se deben añadir la carencia de medios bibliográficos, las defi¬
ciencias en la nómina de autores, y la falta de un equipo de
redactores.

La tercera parte del tercer capítulo se consagra a la pla¬


nificación de los trabajos del DCR, como si se tratase de com¬
poner una obra nueva, aunque, eso sí, se tienen presentes
todos los antecedentes. Si se quiere dar fin a este largo, por el
tiempo invertido, diccionario es preciso saber dónde se halla,
y proceder a unos cálculos correctos para no tropezar, en
adelante, con nuevos escollos, y no son pocos los que se pre¬
sentan a cualquier obra lexicográfica. Para Porto Dapena no
serán seis los tomos del DCR, como calcularon Cuervo y F. A.
Martínez, sino nueve. Este último estimaba que el final del
trabajo estaría entre 1971 y 1974, pero ). A. Porto piensa
—con todo lo aventurado que son los cálculos en lexicogra¬
fía— que «la empresa podría tocar a su fin hacia mediados
de la década de los noventa» (pág. 137), si todo sigue un
curso normal y sin sobresaltos.

Al hablar de las entradas, capítulo IV, Porto Dapena in¬


siste en que el DCR no necesita dar cuenta de todas las voces
de la lengua, pues resultaría redundante y antieconómico, in¬
terpretando el pensamiento de Cuervo, nuestro investigador
afirma que «el DCR tiene por objeto el estudio de aquellas
palabras que ofrezcan alguna peculiaridad sintáctica, sea por
los contextos de categoría en que son susceptibles de aparecer,
sea por los cambios de categorías que pueden experimentar,
sea, en fin, por los distintos matices de relación que son capa¬
ces de establecer entre palabras u oraciones» (pág. 152). Sigue
MANUEL ALVAR EZQUERRA 181

el autor con la exposición pormenorizada de los criterios lin¬


güísticos que deben conducir a la selección de cada uno de
los elementos que figurarán en la nomenclatura del Diccio¬
nario, tomando como punto de arranque las peculiaridades de
las distintas categorías gramaticales (nombres, verbos, partícu¬
las, etc.). Los artículos se ordenan alfabéticamente, y dentro
de los artículos pueden aparecer subentradas; los homónimos
se distinguen de acuerdo con los criterios tradicionales: son
palabras distintas las que tienen etimologías distintas, mientras
que se consideran polisémicas las derivadas de un mismo
étimo. Los restantes criterios empleados en la macroestructura
también son los tradicionales en la lexicografía hispánica.

El material lexicográfico —así reza el título del quinto ca¬


pítulo— procede casi exclusivamente de nuestras obras litera¬
rias, pues el DCR es un diccionario histórico y normativo,
ahora bien, «el DCR se preocupará por reflejar el uso están¬
dar en todos los niveles posibles, siempre que existan testimo¬
nios al respecto» (pág. 201). La elección de los textos se hará
no sólo por el valor intrínseco de las obras y su importancia
dentro de la historia de la lengua, sino también atendiendo
a la época én que fueron escritas, a su género, y a la calidad
de las ediciones disponibles. La confección de los distintos
tipos de papeletas en un principio se hizo de forma manual,
después mecanográfica, y ahora mediante xerocopias, el grado
máximo de mecanización a que ha llegado el DCR.

El último capítulo del libro, el sexto, es el más largo de


la obra, y está destinado a explicar cómo se efectúa la redac¬
ción del DCR. La etimología se estudia en su desarrollo foné-
tico-semántico, y en comparación con los otros resultados ro¬
mánicos. Las particularidades morfológicas, ortográficas y pro¬
sódicas se analizan en sendos apartados. En los artículos más
largos se incluye un índice de construcciones para facilitar
su búsqueda al lector. El lugar más difícil de la redacción del
diccionario es la organización semántica de los artículos. Preo¬
cupa sobremanera a Porto Dapena el problema del contexto
o entorno de la palabra (§ 1.2.2), que aún carece de una solu¬
ción satisfactoria en lexicografía, motivo por el cual la sepa-
182 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

ración de acepciones «habrá de seguirse realizando de un


modo básicamente intuitivo y bajo unos criterios generales»
(pág. 270). La primera separación se hace distinguiendo los
significados categoriales, después se delimitan los sentidos
generales, más tarde los rectos y los figurados, y la última
basándose en la semejanza y disparidad semántica. La ordena¬
ción de los sentidos en el DCR es mixta, de tipo histórico-
genético, insistiendo más en el segundo aspecto que en el pri¬
mero. Además, en el Diccionario de Cuervo se separan las
peculiaridades sintácticas ateniéndose a dos tipos básicos de
construcciones: las propiamente dichas (estructuras sintagmá¬
ticas) y las de régimen (el vocablo exige la presencia de otro
u otros elementos). Al igual que en la organización semán¬
tica, en la sintáctica también hay categorizaciones y subcatego-
rizaciones.

La segunda parte del capítulo sexto trata de los problemas


de la definición, comenzando con una exposición teórica de
sus características y tipología, repitiendo lo que ya se ha dicho
multitud de veces, incluso en nuestra lengua. El capítulo ter¬
mina con la exposición de las definiciones que aparecen con
toda clase de palabras.

El libro se completa con tres apéndices, entre los que


figura la lista de entradas del DCR, de interés para el investi¬
gador y para saber en qué va a consistir la continuación del
Diccionario. El segundo apéndice lo constituye la interpreta¬
ción de las siglas empleadas por Cuervo. El tercero, de enor¬
me interés para quien se inicie en los vericuetos de la activi¬
dad lexicográfica, es la exposición práctica de la redacción de
un artículo.

Para concluir, diremos que el libro de Porto Dapena mues¬


tra un interés múltiple. Primero, porque nos presenta la his¬
toria de un diccionaio de nuestra lengua de una manera por¬
menorizada, a lo cual no estamos, por desgracia, habituados
(la única excepción es la Crónica del Diccionario de Autorida¬
des de F. Lázaro Carretel-). En segundo lugar, porque se nos
explica la situación actual de la obra y los planteamientos para
MANUEL ALVAR F.ZOUERRA 183

el futuro, como si se tratase de un diccionario de nueva con¬


cepción. En tercer lugar, porque de lo anterior se desprende
la teoría lexicográfica aplicada, y en muchas ocasiones —tam¬
bién— la lexicológica, hasta el punto que en algunas partes
se hace una exposición de los conceptos teóricos y su situación
actual para explicar, después, lo que sucede dentro del DCR.
DICCIONARIOS
1945

Gilí Gaya, Samuel, Diccionario general ilustrado de la len¬


gua española. Prólogos de don Ramón Menéndez Pidal y
don Samuel Gili Gaya. Ed. Bibliograf, 3.a ed. corregida
y ampliada, 1." reimpresión corregida, Barcelona, 1976.

La primera edición de este diccionario Vox se hizo


en 1945, la segunda en 1953, y la tercera en 1973.

La obra comienza con una serie de índices. El primero


de ellos es el general, al que sigue el de cuadros de gramá¬
tica y métrica, con el cual nos orientamos fácilmente en las
cuestiones de metalenguaje, que, por no ser objetivo de los
diccionarios, son tratadas de forma independiente, aunque en
el interior de la obra. De esta manera Gili Gaya intenta des¬
lindar la gramática y 1a lexicografía, tantas veces entremez¬
cladas en las gramáticas y en los diccionarios, incluso en el
presente; además, a ese índice se añade la equivalencia de la
nomenclatura tradicional de los tiempos verbales con la nueva
nomenclatura expuesta en el Esbozo de una nueva gramática
de la lengua española por la Real Academia Española. La
equivalencia no tiene razón de ser en este lugar, sino más
bien en el cuadro dedicado a la conjugación o al verbo. El
último de los índices es el orgánico de ilustraciones, que,
junto al anterior, da cuenta de una parte de la microestruc-
tura del diccionario, la que no suele aparecer más que en las
obras lexicográficas de carácter enciclopédico. Por otro lado,
el índice orgánico de ilustraciones no deja de ser un intento de
clasificación sistemática del léxico al que hacen referencia las
ilustraciones, pero de una complejidad mucho menor que
el Diccionario ideológico de J. Casares, aunque nada desde¬
ñable tampoco, pues viene a constituir, por sí, un núcleo im¬
portante e independiente del léxico dentro de la obra.
188 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

El prólogo de Menéndez Pidal es «El diccionario que de¬


seamos» recogido por separado en otro lugar del presente
libro. Después aparecen las «Características de este dicciona¬
rio», firmadas por Gili Gaya, en las que se explica el conte¬
nido del diccionario Vox.

Comienza su prólogo Gili Gaya aludiendo a la tradición


lexicográfica presentada por las obras de Nebrija, Covarru-
bias, de las Casas, Franciosini, Oudin, Percivale, y el Diccio¬
nario de Autoridades, tradición en la que quiere mantenerse
el Diccionario general ilustrado de la lengua española (citaré
DGILE o Vox, indistintamente, en adelante), no como repe¬
tición muerta de lo anterior, sino todo lo contrario. Quiere
conservarse «fiel a la tradición, y toma sin reparo aquí y allá
acepciones, etimologías y maneras de definir, después de ha¬
berlas cotejado unas con otras para elegir las que en cada
caso han parecido más adecuadas. Pero aspira también a per¬
feccionar el acervo general de la lexicografía española con
aportaciones originales que lo acerquen cuanto sea posible
a ser un diccionario de la lengua culta moderna» (pág. XXX).
Ahí están lo tradicional y la innovación. La originalidad se
basa en la selección de palabras que incluye o elimina, en la
ordenación de las acepciones y en la definición, en la irradia¬
ción del núcleo semántico de la palabra, y en registrar los
engarces sintácticos y variaciones morfológicas que den la
norma del uso correcto. Más adelante se explica todo ello,
pero no querría seguir sin avisar que el contenido del DGILE
son más de 80.000 entradas según mis cálculos (coincido con
el autor, p. XXXI), número superior al de las registradas en
el diccionario académico, y en cualquier otro diccionario
moderno del español actual. Al no estar dirigido el DGILE
a un público especializado en problemas lingüísticos, se han
eliminado buena parte de arcaísmos, dialectalismos, voces jer¬
gales, tecnicismos, y cuanto no pertenece al vocabulario de
la lengua culta general. El término de la comparación, se su¬
pone que es el diccionario de la Academia (DRAE), quedando
así caracterizado como una obra en la que se abarca gran
parte del léxico de nuestra lengua, pero de cuyo corpus faltan
muchas voces de reciente incorporación al idioma.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 189

Veamos un ejemplo para comprobar las palabras de Gili


Gaya. La secuencia de voces que comienzan por nu- tiene
108 entradas en el DGILE y 102 en el diccionario académico,
esto es, un aumento del 5,9 por 100 aproximadamente, que
sobrepasa ligeramente la diferencia en número de entradas de
ambos diccionarios. Si examinamos otras secuencias, los re¬
sultados son muy distintos: don- tiene 39 entradas en el
DGILE y 48 en el DRAE (una disminución de 18,75 por 100);
fer- 83 y 107, respectivamente (las entradas se reducen en
un 22,43 por 100); lac- 66 y 70 (el DGILE disminuye un
5.7 por 100); mac- 143 y 81 (un aumento del 76,5 por 100);
nac- 34 y 33 (el DGILE se engrosa en un 3 por 100), etc.

A lo largo de la lectura de esas cifras, representantes de


ejemplos tomados al azar, puede desprenderse que el cambio
de un diccionario al otro no se ha producido de manera uni¬
forme a lo largo de todo el léxico, sino que hay unas zonas
más afectadas que otras. Siguiendo con nuestro primer ejem¬
plo, donde los movimientos no han sido muy grandes, el
DGILE elimina ocho entradas del diccionario académico (un
7.8 por 100 del total), y reduce a una sola entrada nutra y
nutria, y nutrimento y nutrimiento. De las ocho entradas su¬
primidas seis son de voces anticuadas (nuciente, nucir, nudri¬
mento, nudrir, nueso y nunciar), una un dialectalismo (nuer-
za), y otra un tecnicismo (nullius). Por otro lado, introduce
dieciséis voces nuevas (un 15,69 por 100 del DRAE, y un
14,81 por 100 del DGILE), la mayoría de ellas pertenecientes
al lenguaje científico y técnico (nucleado, nucleasas, nucleicos
(ácidos), nucleónico, núcleo proteínas y nulípara)-, varias son
de origen americano (nublazón, nunquitica y nuquipando),
otras son barbarismos (nulificar, nurse y nursery), voces mo¬
dernas (nudismo y numerativo), y gentilicios (nuevomejicano).
De entre todas las innovaciones la más sorprendente es la de
núcleo-, como prefijo, pues no es un elemento léxico sino
morfemático. En este punto cabe hacerse, una vez más, la pre¬
gunta de si los elementos gramaticales deben tener cabida en
los diccionarios. Lo que es indudable es el rendimiento que
ofrece la inclusión de prefijos y sufijos, ya que explicando su
significado se ahorrarán enormes listas de términos especiali-
190 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

zados. Supongo que es la razón que lleva a Gilí Gaya a intro¬


ducir cantidad de prefijos y sufijos; basten como muestras:
a-, ab-, artro-, eo-, frugi-, loxo- y poli-, o -crata, -eño, -eo,
-iclura y -orna. Que su rendimiento es efectivo lo demuestra,
por ejemplo, la entrada sacar- sacari- sacaro- en la que apare¬
cen nada menos que doce derivados.

Volvamos a tomar el hilo del prólogo. Decía don Samuel


que se habían eliminado buena parte de arcaísmos, dialecta¬
lismos, tecnicismos, etc., lo cual sólo es verdadero con res¬
pecto al DRAE en los arcaísmos, en el resto no sólo no se
elimina, sino que además se introducen otros. No obstante, re¬
cordemos que las fuentes del DGILE son variadas y no exclu¬
sivamente el DRAE, por lo cual debemos pensar que las su¬
presiones se realizan en el conjunto de los materiales recogidos
para elaborar el diccionario Vox.

Continúa el prólogo de Gili Gaya diciendo que «este Dic¬


cionario registra con amplitud superior a los de su género el
neologismo científico; recoge los barbarismos más generaliza¬
dos (...)» (pág. XXXI), lo cual es verdad según acabamos de
comprobar a través de una pequeña muestra. Merece la pena
escuchar las palabras de Gili Gaya sobre los tecnicismos: «el
tecnicismo científico es en el mundo actual la fuente más co¬
piosa de innovación léxica en todos los idiomas, no sólo a
través de las creaciones asombrosas de la ciencia y de la in¬
dustria, sino también porque la extensión creciente de la cul¬
tura entre las capas sociales que apenas participaban en ella,
aumenta en proporciones insospechadas el número de los inte¬
resados en este aspecto tan peculiar de nuestra civilización
contemporánea. El tecnicismo desborda a menudo los cauces
de la especialidad, y tiende a propagarse entre la masa gene¬
ralizada de los lectores» (pág. XXXI).

Se eliminan los arcaísmos porque no es un diccionario his¬


tórico, pero aún así se ha procurado mantener el vocabulario
más frecuente de la literatura clásica, indicando siempre el
carácter anticuado de la voz o de la definición, como ocurre
MANUEL ALVAR EZQUERRA 191

en dormición, españoleta o farándula (acepción segunda). Pese


a lo que dice Gil i Gaya no son muchas las palabras o acepcio¬
nes con esa notación.

El tratamiento de los dialectalismos y americanicismos ha


sido distinto en las diversas ediciones de la obra, pues en la
primera se prescindió de las palabras y acepciones de uso local
en España, mientras que los americanicismos figuraron en
un apéndice. A partir de la segunda edición se da cabida a
muchos dialectalismos y se incorporan los americanismos, en
unas cantidades nada despreciables, y en ocasiones superiores
al diccionario oficial de la lengua, prescindiendo de las voces
o acepciones de reducida extensión geográfica, y las vulgares,
jergales e incorrectas, pues favorecen la fragmentación del idio¬
ma, mientras que las demás, según A. Bello, son los cimientos
de la lengua general, y se hallan en el uso oral y escrito de las
personas instruidas en todos nuestros países. Por ello, en una
sola columna tomada al azar dei diccionario Vox encontramos
los siguientes americanismos: maloca, maloja, malojal, malo-
jear, malojeto, malojo, malón, malonear, maloquear, malora,
malrayo, malro, malta (acepciones 3 y 4), y maltón, esto es, un
total de 14 entradas sobre las 41 de la columna (más de un
34 por 100). Como dialectalismos basten las muestras de bu¬
raco, gallote, latería, magaña (acepción 3), etc., y como vulga¬
rismos asín, camama, guipar, etc. Los tecnicismos son igual¬
mente abundantes (véase lo dicho a propósito de la muestra
comparativa con el DRAE). He encontrado unas pocas pala¬
bras etiquetadas como americanismos, a pesar de que, me
consta, son usadas a este otro lado del Atlántico: empecinado
(obstinado’), empecinarse (‘obstinarse’), y la acepción cuarta
de emperador (en Cuba pez espada').

El diccionario Vox incluye unos cuantos nombres propios,


unos ya lexicalizados (véanse los ejemplos en la pág. XXXII:
caín, lazarillo, tenorio, a los que se pueden añadir alejandro,
barrabás, donjuán, quijote, roquefort —no está cóbrales—,
chianti —falta rioja—, y tantos otros). Los hay que no han
perdido su carácter de nombres propios; por ser históricos
(Barceló, Cid, Gran Capitán, Lucrecia, Roentgen, Rodrigo),
192 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

literarios (Falstaff, Pedro Crespo, Roldan, Sancho Panza), fol¬


klóricos (Calleja, jorge, juan Lanas, Pedro Botello), bíblicos
(Lot, Lucas. Lucifer) y mitológicos (Cibeles, Eolo, Ifigenia,
Polifemo). La serie de Gili Gaya aún se podría aumentar con
los de cuerpos celestes (Achernar, Arturo, Erídano, Orion,
Régulo) y geográficos (Arcadia, Meca, Pernambuco, Roma).
Como vemos, son muchos, y eso que Gili Gaya decía (pá¬
gina XXXII) que el Vox no es un diccionario enciclopédico;
quizás no lo sea, pero por ésta y otras razones se aproxima
mucho al concepto que tenemos de tal obra.

En la macroestructura caben señalar más elementos carac¬


terísticos, en los cuales no se fija Gili Gaya. Los femeninos
de los adjetivos suelen acompañar al masculino (forma de la
entrada), aunque sean regulares: abocatero -ra, eolio -lia, lotó-
fago -ga, etc. Se trata de una interferencia más de la gramá¬
tica en la lexicografía, pues si son formaciones regulares, esto
es, gramaticales, su lugar no es el diccionario, que da cuenta
de unidades léxicas, sino la gramática, donde son tratados esos
elementos. Esta es una razón, a su vez, para pensar que
el DGILE es algo más que un diccionario «normal». Otro
tanto cabría decir cuando encontramos bajo una sola entrada
el nombre de la acción y del efecto producido por aquélla
(avocación y avocamiento-, desleidura y desleimiento), o va¬
riantes —de la clase que sean— de una forma (beterraga y
beterrata, farfantonada y farfantonería, mosquerola y mosque-
ruela). Igualmente se unen bajo una sola entrada distintos pro¬
nombres: cuyo -ya, cuyos -yas-, cuyos -yas es una entrada al
igual que quien en todos sus valores, como sucede también
en el DRAE, sin señalarse en el segundo caso las formas con
acento gráfico. Por el contrario, se separan este (adjetivo)
y éste (pronombre) o aquel y aquél que sólo tienen una en¬
trada en el diccionario académico. Dentro de la especial aten¬
ción que se presta en la macroestructura a los hechos grama¬
ticales, debo mencionar la presencia de muchos derivados re¬
gulares (ya hemos visto algunos) según se desprende de —al
menos— una de sus acepciones: adverbios en -mente (azaina-
damente, buenamente, dulcemente, irónicamente, tranquila¬
mente, etc.), aumentativos (avispón, caballerote. merendola.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 193

morcillón, etc.), diminutivos (barquillo, bestezuela, caballito,


calcetín, caldereta, callejuela, etc.), gentilicios (argentino, cor¬
dobés —dice dep. de Colombia ¿no será un error?—, huelve-
ño, vienense, etc.), derivados de nombres de persona (alfonsí,
alfonsino, goyesco, lorquiano, mozartiano, etc., pero no alber-
tiano, bachiano, berceano, machadiano, stalinista, etc.), y
tantos otros. Es también perteneciente a la gramática, no al
diccionario, la presencia de formas irregulares, o extrañas para
el lector medio, de los paradigmas verbales: asgo, corrupto,
entredije, inscripto, tinto, etc., que no suelen aparecer en
el DRÁE, salvo los participios irregulares. Todo ello nos lleva,
otra vez, a insistir sobre el carácter enciclopédico del Vox,
máxime cuando figuran en la nomenclatura los nombres de
las letras griegas (epsilón, iota, my, ny, etc., mientras que los
nombres de las árabes y hebreas aparecen en el cuadro al¬
fabeto; recordemos que el diccionario de la Academia sólo
ofrece los nombres de las letras españolas y griegas), partícu¬
las extranjeras (p. ej., o'), o símbolos químicos (Cu, Ho, Lu.
Mv, Na, etc.), cuyo lugar no es un diccionario de la lengua,
sino una enciclopedia, pues no hay razón para prescindir, por
ejemplo, de las siglas o abreviaturas más usuales. No obstante,
en el diccionario Vox se consigue potenciar enormemente los
recursos descodificadores de la obra.
Una muestra más de la tradicionalidad presente en el
DGILE son —ya en la microestructura— las etimologías que
acompañan a las palabras que sirven de entradas, tal como
sucede en el diccionario académico, por herencia del de Auto¬
ridades, que a su vez toma de Covarrubias esa manera de pre¬
sentar los materiales. Las etimologías se proporcionan siguien¬
do los principales diccionarios históricos de nuestra lengua, el
de García de Diego y el de Corominas.

La ordenación de las acepciones no guarda una uniformi¬


dad absoluta, ya que —según explica Gili Gaya— se intenta
que la primera sea la más cercana a la etimología, y se aña¬
den las demás según el orden en que se han ido produciendo,
aunque no siempre se puede cumplir, más que por falta de
rigor científico, tanto por desconocimiento de la historia de
los significados, como por la polisemia en la voz originaria,
194 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

o por desconocimiento de los pasos intermedios. En estos


casos se ha intentado una ordenación no científica, sino di¬
dáctica. Cuando el vocablo abunda en determinativos que le
confieren distintas significaciones, no se colocan por lista alfa¬
bética, sino por grupos analógicos.

Para explicar los significados se emplean tres medios: defi¬


nición, descripción y sinonimia. Mediante la definición se da
cuenta de los conceptos, de las abstracciones, tarea nada fácil,
mejorándose muchas de las obras lexicográficas anteriores, y
estableciéndose otras nuevas. Al penetrar en el mundo de las
cosas, reconoce Gili Gaya, muchas veces no es posible la defi¬
nición y hay que recurrir a la descripción. Y aún así «es nece¬
sario apelar al dibujo, no como simple ilustración decorativa
del libro, sino como explicación gráfica de la palabra» (pá¬
gina XXXIII). En este sentido hay que poner los cuadros
junto a las ilustraciones —los índices de todos ellos aparecen
al comienzo de la obra—. La proliferación de grabados justi¬
fica el ilustrado del título, y se convierte al Vox en un dic¬
cionario eminentemente didáctico, con marcado carácter des¬
codificador, y de tendencia enciclopédica. Una advertencia se
hace precisa al hablar de las ilustraciones: no son uniformes.
Los dibujos no guardan proporciones (lo que en otro lado
parece obvio, ¿cómo poner en la misma escala un grano de
café y una casa?), ni todos están hechos con la misma téc¬
nica, ni siquiera todos son dibujos, pues también aparecen
reproducciones fotográficas (río, templo, etc.), mezclando in¬
cluso dibujo y fotografía (por ejemplo, castillo). Algo hay en
común: ninguna imagen está coloreada. Las ilustraciones, y
es un hecho importante, ya que puede servir al lector como
conducto codificador, no se presentan aisladas, sino que se
agrupan las de palabras que mantienen algún tipo de relación
(generalmente a través de la cosa, y rara vez por medio del
significante, en cuyo caso también se relacionan por la cosa,
pues de otra manera carecerá de sentido el agrupar las ilustra¬
ciones). El enriquecimiento de la microestructura es, pues,
bien visible con respecto a los demás diccionarios de la lengua
—que carecen de ilustraciones y cuadros de metalenguaje
(véase lo dicho al principio de este comentario)—, aproximán-
MANUEL ALVAR EZOUERRA 195

dose, por este lado también, a la idea de diccionario enciclo¬


pédico. Otra manera de descripción del objeto es ofrecer, a
continuación de los nombres vulgares de animales y plantas,
los nombres científicos, donde no debe caber la polisemia
(clavel, gato, margarita, ostra, rata, etc.).
La tercera posibilidad para explicar significados es la sino¬
nimia, válida para dar cuenta de las palabras que expresan
fenómenos, acciones y estados, y que no pueden ser objeto
ni de definición ni de descripción. En la pág. XXXIV habla
Gili Gaya de las posibilidades de sinonimia y las restriccio¬
nes que impone la connotación. Aparte de la explicación me¬
diante sinonimia hay más de 4.000 artículos al final de los
cuales se presentan sinónimos no incluidos en otros lugares
de la microestructura (por ejemplo en cobrar, despachurrar,
flema, milenrama, zurcir, etc.), muchos de los cuales tienen
explicaciones de carácter extralingüístico, que, incluso, pue¬
den presentarse en otras partes del artículo (como sucede en
abdomen, hoja, libro, ojo, etc.), lo que nos lleva, de nuevo,
a insistir en el carácter enciclopédico del diccionario Vox. Al
igual que aparecen sinónimos, en otras ocasiones, menos, se
ofrecen antónimos (análisis, enterrar, exponer, etc.), o voces
relacionadas (comer, espejo, humedad, luz, etc.), con lo que
se pretende sólo rodear la palabra de otras que tienen alguna
afinidad con la definida, pues como diccionario ideológico es
insustituible el de Casares, lo cual no quita que en estos casos
el DGILE puede ser utilizado para codificar mensajes.
El diccionario Vox aspira a ser ampliamente normativo.
Para ello procura informar de usos incorrectos, vacilantes, im¬
propios o bárbaros (valgan como ejemplos las entradas álgido,
haber, júnior, yoyó, etc.). Es en este punto donde se producen
las interferencias más fuertes entre gramática y diccionario.
Dice Gili Gaya que «las palabras, además de ser portadoras
de significaciones, realizan funciones como elementos de la
oración de que forman parte. Los valores semánticos y las
conexiones gramaticales se entrecruzan a veces de modo inse¬
parable» (pág. XXXV). Señala el autor de este prólogo el én¬
fasis que se pone en separar los complementos verbales de los
semas de la voz. lo que ha sido destacado por Manuel Seco
196 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

(en «Medio siglo de lexicografía española», apud Revista de


Bachillerato, núm. 10, abril-junio, 1979, págs. 2-7; y en «El
“contorno” en la definición lexicográfica», apud Homenaje a
Samuel Cili Gaya (in memoriam), Barcelona, 1979, pági¬
nas 183-191).

Otro de los cruces entre gramática y léxico se produce en


las palabras que expresan esencialmente relaciones sintácticas,
como pronombres, preposiciones y conjunciones, en las que
se ha definido con especial cuidado su empleo funcional. En
este mismo orden de cosas cabe señalar la enorme atención
prestada a las variaciones morfológicas (algunas, como he¬
mos visto, con repercusión en la macroestructura), indicándo¬
se los plurales anómalos (epanadiplosis, espalú, hijodalgo, ñan¬
dú, etc.), las irregularidades verbales remitiendo a un para¬
digma modelo (desobstruir, dormir, entreparecerse, malquerer,
perder, etc.), o incluso indicando el paradigma completo
(andar, decir, saber, tener, ver, etc.), pero «comoquiera que
un diccionario no puede ser una gramática por orden alfabé¬
tico» (pág. XXXV), las cuestiones gramaticales más impor¬
tantes se presentan en forma de cuadros (véase lo dicho al
principio de este comentario).

Olvida Gili Gaya hacer referencia en su prólogo a las


indicaciones que pueden aparecer cuando alguna palabra tie¬
ne homófonos, caso nada frecuente en español (por ejemplo,
en la primera entrada de bien, hatajo, volear, etc.), y a los
ejemplos y frases que aparecen en algunos artículos con el
fin de aclarar lo expuesto, y para completar las informaciones
tanto lingüísticas como extralingüísticas.

A continuación del prólogo de Gili Gaya está la lista


de las abreviaturas utilizadas, a la que sigue el corpus de la
obra, en una excelente tipografía que facilita en buena me¬
dida el manejo y consulta de! diccionario. El DGILE queda
completado con una lista de nombres geográficos y gentili¬
cios —además de los recogidos en la macroestructura—, selec¬
cionados según un doble sentido (lingüístico e histórico-geo-
gráfico), y con otra lista de voces y locuciones latinas y ex¬
tranjeras, bajo las cuales se ofrece la correspondiente traduc-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 197

ción, y enfrentados una explicación y un ejemplo si se con¬


sideran necesarios, de los cuales hay al menos uno.

Todo lo expuesto nos hace afirmar que el diccionario Vox


es una de las mejores y más completas obras lexicográficas del
español actual. No podemos calificarlo como un simple dic¬
cionario, pues la presencia de los cuadros gramaticales, las
explicaciones de los términos metalingüísticos, la inclusión de
nombres propios, paradigmas y otras cuestiones gramatica¬
les, y las listas finales de nombres geográficos y gentilicios
así como de voces y locuciones latinas y extranjeras, junto a
la abundancia de ilustraciones, hacen de él algo más que un
diccionario. Es una obra de enorme utilidad para cualquier
hablante, pues puede ser manejada con fines descodificado¬
res y —en menor grado— codificadores, a la vez que es un
instrumento insustituible para quienes ven en el diccionario
una obra de carácter didáctico (en la relación directa profe¬
sor-alumno) y dinámico.
1954
García de Diego, Vicente, Diccionario etimológico español
e hispánico, ed. SAETA, Madrid, s. a. (1954) (XVI + 1069
páginas).

El año 1954 está señalado por la aparición de los dicciona¬


rios etimológicos más importantes del español, el de García de
Diego (en adelante DEEH), y el de J. Corominas, del que aca¬
ba de publicarse una nueva edición (véase en este mismo libro
mi comentario). De estas obras publicó M. Alvar sendas re¬
señas (RFE, XXXIX, 1955, págs. 355-358), en las cuales se¬
ñalaba las diferencias existentes entre el DEEH y el DCELC.
El prólogo del autor es verdaderamente breve (apenas dos
páginas) para una obra de la importancia del DEEH, que su¬
pone un enorme esfuerzo en el estudio lexicológico-etimoló-
gico de nuestro vocabulario, y también en la exposición lexi¬
cográfica de los materiales.

Difiere, según García de Diego, de los otros diccionarios


etimológicos en la cantidad y en el método. «En cuanto a la
cantidad de palabras, este diccionario no se limita a una se¬
lección de voces escogidas, sino que comprende todas las de
los diccionarios normativos, como el de la Real Academia Es¬
pañola, y aún agrega bastantes formas que no se contienen
en él. Solamente omite voces de derivación evidente realiza¬
da dentro del castellano [...] que no necesitan explicación y
que aumentarían sin provecho el tamaño del libro» (pág. VII).
Continúa diciendo que se ha ampliado el número de he¬
lenismos de carácter científico y técnico, y que la obra con¬
tiene un tercio de las voces del idioma, por lo cual se con¬
vierte en un tesoro para los filólogos, «pero no es el verda¬
dero diccionario etimológico que cualquier hablante del idio¬
ma puede desear». El número de palabras de la primera parte
200 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

de la obra («Diccionario etimológico español») ronda las


40.000, quizá algunas más. Lo que yo no veo claro es que
sea un tercio del léxico del idioma, pues la cifra de mi re¬
cuento es muy superior al tercio del vocabulario recogido por
el diccionario de la Academia, o por cualquier otro dicciona¬
rio de características similares, en los cuales aparecen unas
80.000 entradas. Por otro lado, sería muy arriesgado pensar
que el léxico de la lengua son unas 120.000 palabras (el mismo
García de Diego en «El léxico español, su riqueza», Revista
de Occidente, XIII, 1926, págs. 67-76, pensaba que serían
unas 100.000, pág. 70), pues un recuento del vocabulario
científico y técnico, así como de los términos de uso dialectal,
regional o local, desmentirían posiblemente ese número.

Con independencia de la interpretación que tengamos que


dar a las palabras de García de Diego, la riqueza de su dic¬
cionario etimológico es asombrosa. Se ha eliminado una gran
cantidad de nombres propios presentes en el DRAE (manejo
la edición de 1947, la última de las que precedieron al DEEH;
véase más adelante, a título de ilustración, el comentario a la
edición de 1970), por más que aún permanezcan en la nomen¬
clatura del DEEH unos cuantos (por ejemplo. Génesis), mu¬
chos de ellos escritos con minúscula (erídano, navidad, pegaso,
saturno, etc.). Quedan, también, en la obra de García de Die¬
go algunos derivados que ya estaban en el DRAE (amicísimo,
simplicísimo, arbolillo, cigarrillo, caballeta, etc.), mientras
que, por lo general, han desaparecido los de derivación evi¬
dente que había en el DRAE (cristianísimo, nobilísimo, canu¬
tillo, pajarillo, despacito, vejecito, didácticamente, metafórica¬
mente, etc.), y se mantienen los derivados constituidos según
procesos estrictamente latinos (por ejemplo, pañuelo, torto-
lilla, etc.). De esta manera se consigue reducir la nomencla¬
tura del DEEH con respecto a la del diccionario académico,
sin que por ello quede afectada su calidad (piénsese que el
DRAE contiene unas 2.000 voces acabadas en -mente, de las
cuales se prescinde en el diccionario de García de Diego por
responder a un procedimiento derivacional absolutamente nor¬
mal en nuestra lengua).
MANUEL ALVAR EZQUERRA 201

Pese a no ser un diccionario histórico, aparece un buen


número de palabras anticuadas (por ejemplo, cabdal, nuej,
ret, tremor, etc.), que enriquecen el contenido de la obra, al
tiempo que se descartan de su nomenclatura otras cuantas
que todavía se incluyen en la última edición del diccionario
académico (alueñar, desque, nudrir, etc.), a pesar de que la
función de este último, pienso, es la de dar cuenta de la len¬
gua actual, no de otras épocas.

La forma de los artículos de la primera parte del DEEH


es de una extrema sencillez. Las entradas van ordenadas de
manera alfabética, sin complicaciones de ningún tipo; en
otros diccionarios (y no sólo etimológicos) los derivados acom¬
pañarían a la base léxica de un mismo artículo, lo cual no
sucede en el etimológico de García de Diego, pues aparecen
en su lugar correspondiente, o no están por los motivos enun¬
ciados antes.

A continuación de la voz de la entrada aparece la defini¬


ción, una sola, sin dar cuenta de las posibles acepciones y va¬
riaciones de sentido, ya que el estudio de los cambios de sig¬
nificado tendrá que quedar reflejado en los diccionarios his¬
tóricos, el de los valores de la voz en los de la lengua actual,
y ambos en los tratados de lexicología o semántica. Por tanto,
al diccionario etimológico corresponde tan sólo el estudio de
la evolución de la forma, esto es, la etimología. No es nece¬
sario aclarar que en el estudio de la significación no se pue¬
de prescindir de la forma, ni a la inversa. Ahora bien, cada
tipo de diccionario hace hincapié sobre el aspecto del voca¬
bulario que más le interesa, por eso son distintos los dicciona¬
rios etimológicos y los históricos.

Las definiciones del DEEH únicamente pretenden servir


de guía al lector, razón por la cual son muy breves, en la ma¬
yoría de los casos reducidas a un sinónimo (desacordar, 'des¬
templar'; enrubescer, 'enrojecer'; ósculo, 'beso', etc.), a veces
de una extensión lógica mayor que el definido, pues se pres¬
cinde de las diferencias específicas, y de los géneros próxi¬
mos, para ofrecer la clase sin más restricciones (colilarga, 'pá¬
jaro'; madreselva, 'planta'; palometa, 'pez', etc.).
202 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Tras la aclaración del significado de la palabra, aparece


su etimología, seguida de un número que remite a una entra¬
da de la segunda parte de la obra («Diccionario etimológico
hispánico»), donde el lector hallará un étimo —la entrada—,
bajo el que se desarrolla un artículo donde se exponen y ex¬
plican las formas derivadas de él en español (y variedades dia¬
lectales y regionales), y en otras lenguas, en especial las ro¬
mánicas peninsulares, si es que tienen derivados relacionados
de cerca con las voces españolas. Esta manera de mostrar
los materiales léxicos es la habitual en los grandes repertorios
de la filología románica, si bien la obra de García de Diego
introduce la novedad de presentar un doble diccionario que
vale para hacer el recorrido diacrónico de las voces tanto de
manera inductiva como deductiva. «Esperamos que esta no¬
vedad —dice el autor— de aplicar los dos métodos, el de las
voces sueltas en orden alfabético y el de cuadros en cada una
de las familias de voces derivadas del mismo origen, se apre¬
ciará en todas sus ventajas, siendo sorprendente cómo no se
ha utilizado en ningún diccionario etimológico de ningún idio¬
ma» (pág. VIH). De este modo aparecen acumuladas en la
segunda parte del DEEH todas las explicaciones, evitando su
dispersión por la primera, a la vez que el investigador tiene
recogidos todos los datos de interés sobre una palabra o grupo
de palabras. «El método acumulativo de voces del mismo ori¬
gen tiene para las etimologías discutidas la ventaja inmensa
de presentar el cuadro de las formas, y en gran número de
casos la vista conjunta de éstas resulta más elocuente que las
argumentaciones del etimologista» (pág. VIII).

Las fuentes de información para elaborar el diccionario


han sido numerosísimas: van desde nuestros documentos y
textos lingüísticos hasta los repertorios y estudios científicos
modernos. Son muchas las fichas bibliográficas que pueden
hallarse en el interior del DEEH sin figurar en la bibliografía
expuesta en las páginas IX-XI.

El diccionario es susceptible de mejoras, y lo sabía García


de Diego que en él siguió trabajando hasta su muerte, cum¬
plidos los cien años: «No se ha pretendido apurar en estos
cuadros todas las variantes regionales, pero se incluye un
MANUEL ALVAR EZQUERRA 203

número importante, que sirve de idea y demostración de la


etirnología y que dé base a los eruditos para aumentarlas con
formas y variantes nuevas» (pág. VIII). Hoy disponemos de
muchos más estudios y monografías dialectales de los que
pudo manejar el autor en 1954, y, sobre todo, de la riqueza
léxica atesorada en los atlas lingüísticos ya publicados, que
siguen empeñados en ignorar los autores de diccionarios, eti¬
mológicos o no (véase a este respecto M. Alvar, «Atlas lingüís¬
ticos y diccionario»).

No es tarea mía la de discutir aquí el desarrollo y estudio


de cada etimología en particular: el lector tiene elementos de
juicio en el DEEH, en la obra de J. Corominas, y en muchí¬
simos más trabajos de investigación que no voy a enumerar,
He pretendido presentar la forma externa del diccionario eti¬
mológico de García de Diego, con referencias a otros diccio¬
narios cuando ha sido necesario, señalando las novedades del
DEEH, así como aquellos lugares que hoy, veinticinco años
después, podrían enriquecerse. El trabajo queda como testigo
señero en la lexicografía, lexicología, y etimología hispánicas,
y culminación de una vida de aciertos en el campo de nues¬
tros estudios.
1959

Casares, (ulio, Diccionario ideológico de la lengua española.


Desde la idea a la palabra; desde la palabra a la idea.
ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1959, 2.a ed. (8.a tirada). 1977
(LXXV * 482 - 887 págs.).

Si bien no es éste el primer diccionario semántico (véase


del mismo [. Casares, Nuevo concepto, 1921, resumido en
esta obra), sí es el más importante de nuestra lengua. Consta
de tres partes, que vamos a examinar seguidamente, precedi¬
das de un prólogo, y un plan de la obra e instrucciones para
su manejo.

En el prólogo, Casares comienza diciendo que toda per¬


sona culta sabe lo que es un diccionario ideológico y los ser¬
vicios que presta, por lo cual no es necesario, como hicieron
Roget en Inglaterra (1852) y Boissiére en Francia (1862), em¬
plear copiosos argumentos para hacer comprensibles y viables
sus respectivos sistemas, y atraer la atención del público. Des¬
pués copia algunas de las palabras de 1921, que no eran sino
el ideario de lo que, tras dilatada y fatigosísima labor, ofrece
en el Diccionario ideológico.

Después de la realización de una obra de la magnitud de


ésta sorprende la modestia de Casares: «El que compila un
léxico [...] tiene la amarga certidumbre de que su trabajo ha
de ser, por su misma índole, incompleto y defectuoso; y ade¬
más está convencido de que si su obra alcanza estimación y
aspira a conservarla habrá de estar en constante renovación
merced a un esfuerzo no interrumpido. El editor y el autor
[...] se dirigen a los futuros usuarios del Dicionario ideoló¬
gico para pedirles encarecidamente la merced de sus observa¬
ciones y de sus críticas» (págs. VIII-1X). De esta manera tan
sencilla se plantea uno de los principios fundamentales de la
206 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

moderna lexicografía, tradicional ya en nuestra Academia: el


diccionario no debe ser una obra muerta, sino todo lo con¬
trario, viva y en continua renovación, como el léxico y la
lengua misma; el diccionario no es fruto del trabajo de un
individuo aislado, sino de una colectividad, llámese Academia,
tradición, equipo o usuarios.

En el «Plan de obra e instrucciones para su manejo» el


autor dice que su finalidad esencial «consiste en poner a dis¬
posición del lector, mediante un inventario metódico, no in¬
tentado hasta ahora, el inmenso caudal de voces castizas que,
por desconocidas u olvidadas, no nos prestan servicio alguno;
voces cuya existencia se sabe o se presume, pero que, disper¬
sas y como agazapadas en las columnas de los diccionarios
corrientes, nos resultan inasequibles mientras no conozcamos
de antemano su representación escrita» (pág. XIII). La nove¬
dad radica en incorporar a la circulación un copioso tesoro
léxico que yacía arrinconado. Faltan, por supuesto, centena¬
res de términos científicos y técnicos, pero es que el de Casa¬
res no es un diccionario enciclopédico, sino general de la len¬
gua. De todas maneras, el autor incluye más voces especia¬
lizadas que la misma Academia. La norma seguida ha sido
la de registrar los vocablos técnicos que, en materia ajena a
su especialidad, no debiera ignorar sin desdoro una persona
culta. El número de entradas en la parte alfabética es de cerca
de 70.000.

La parte sinóptica representa el andamiaje utilizado para


dar fin a la obra, dividiendo el léxico en 38 grandes clases y
en unos 2.000 subgrupos. Casares reconoce, en alarde de pro¬
bidad científica, que se le podrá achacar el haber efectuado
ese número de clases y subgrupos y no otro, para lo que no
tiene respuesta satisfactoria, pues toda clasificación es artifi¬
cial y transitoria. El resultado de las subdivisiones son los
cuadros sinópticos, cuya disposición interna es consecuencia
de la índole especial de la materia. La disposición de los gru¬
pos en los cuadros que se refieren a ideas abstractas es me¬
diante una contraposición a dos columnas de los conceptos
antagónicos, lo que es difícil, pero no imposible, de hacer
con el léxico referente al mundo físico. Los términos presen-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 207

tados como antitéticos no lo son siempre con rigor lógico,


pues lo que se pretende es darle un gran rendimiento al Dic¬
cionario, pudiendo un mismo grupo aparecer en varios cua¬
dros y presentarse como antagónico de conceptos diferentes.
Lo expuesto por Casares es de una gran validez si pensamos
en parejas como pregunta/respuesta, entrada/salida, fuerza
debilidad, risa/llanto, subida/bajada, etc. Pero en un examen
concienzudo y reposado de los cuadros veremos aparecer ele¬
mentos que no nos satisfacen; a sabiendas de ello. Casares
hace la modesta confesión antes señalada. Vayan, pues, unos
ejemplos, que, por pocos, no se pueden tomar como crítica
negativa, sino leve ayuda para mejora de la obra. En el cua¬
dro segundo se contrapone oscuridad a luz, pero se habrían
podido añadir también sombra y penumbra, al igual que en
el cuadro catorce aparece luz/oscuridad, sombra. Algo seme¬
jante sucede en el mismo cuadro catorce, donde calor se
opone a frío, y en el dos a frío y tibieza. Otras veces se nos
presentan palabras sin sus antónimos: a sólido (cuadro dos)
se le podría haber opuesto líquido, que si bien no es su con¬
trario lógico, así funciona en la conciencia lingüística de los
hablantes (no son antitéticos en rigor lógico), igual que blan¬
co se opone a negro. En este mismo orden de hechos está
línea (recta) / curvatura, curva en el cuadro diecisiete. Tampo¬
co presentan sus contrarios andadura, andar (cuadro diecinue¬
ve) ni exceso (cuadro veintidós), a los que se podrían oponer
carrera, correr, y defecto, respectivamente. Frente a las voces
carentes de antónimos, otras aparecen con una larga lista.
Sirva como ejemplo, edificante, matrimonio (cuadro treinta)
al que se oponen soltería, viudez, divorcio, adulterio, amance¬
bamiento, prostitución y alcahuetería, de los que, en puridad,
sólo deberían mantenerse soltería y viudez, pues los otros ni
lógicamente ni en la conciencia de los hablantes son contra¬
rios. Quizás sea ésta una muestra clara de que el diccionario,
como han señalado diversos autores —sobre todo franceses—,
puede reflejar la ideología del lexicógrafo, de la clase domi¬
nante, o de una época. Dejemos aquí los ejemplos.

La segunda parte del Diccionario es la analógica, formada


por la serie de los grupos de palabras afines, ordenados alfa-
208 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

héticamente por la palabra que les sirve de enunciado o ca¬


beza, para la que se han elegido, salvo unas pocas excepcio¬
nes, los sustantivos, por ofrecer una mayor extensión lógica
que las restantes partes del discurso. Es el propio Casares
quien se critica a continuación, un ejemplo más de su saber
y honestidad: «esto ha obligado en varias ocasiones a emplear
substantivos de poco uso o completamente olvidados, y hasta
neologismos acl hoc» (pág. XVI). Él mismo dice crear los
términos bajura (’lo que no es alto’, sin embargo tiene total
arraigo en navegación, pesca, etc., de bajura) e infrecuencia
(’lo contrario a frecuencia’). Entre las voces poco usadas o
nuevas se pueden hallar, además, desistimiento, imbricación,
indeliberación, malogro, masticación, retardación, zaherimien¬
to, etc. A pesar de ello, el lector no debe encontrar dificulta¬
des para dar con lo que busca.

La extensión de los grupos analógicos es muy variable,


pues en unos sólo figura la sinonimia de una cosa concreta,
mientras que en otros aparecen todas las partes de la oración
y aun locuciones y frases proverbiales. En este último caso
se facilita el acceso a los grupos desde diferentes puntos de
partida, y así «los distintos vocablos que entran en cada epí¬
grafe o cabeza de grupo figuran en la Parte analógica según
el orden alfabético: unos, al frente de la serie correspondien¬
te; otros, impresos en cursivas mayúsculas, llevan la indica¬
ción del grupo a que pertenecen» (pág. XVI).

Si comparamos la parte analógica con alguna clasificación


semejante (voy a manejar el Diccionario de sinónimos de
S. Gili Gaya, Bibliograf, Barcelona, 1968; 5.a ed., 1975), ve¬
mos en seguida grandes diferencias en la forma de presentar
el contenido, especialmente porque Casares da preferencia a
los sustantivos. La cantidad de entradas es muy significativa:
mientras la parte analógica tiene, salvo error en mi cómputo,
132 para la letra e, el Diccionario de sinónimos registra para
la misma letra, con idéntica salvedad, un total de 994 (canti¬
dad que por lo menos multiplica por cuatro la parte alfabética
de Casares). Por ese motivo el número de términos análo¬
gos o sinónimos es muy diferente: elegancia tiene en la obra
MANUEL ALVAR E7.QUERRA 209

de Casares 52 voces análogas, y en el Diccionario de sinóni¬


mos, 4; emigración, 38 y 3, respectivamente; envío, 42 y 2;
estimación, 81 y 7. Valgan esas pocas muestras como ejemplo
de las diferencias entre la parte analógica y los diccionarios
que puedan suponerse parecidos.

En cada grupo de la parte analógica, Casares separa en se¬


ries las distintas categorías gramaticales, y si así resultan to¬
davía largas, se subdividen por analogía en los conceptos. En
los sustantivos aparece primero la sinonimia, después aumen¬
tativos y diminutivos, luego despectivos y colectivos, seguida¬
mente los nombres que designan partes de la cosa, los verbos,
su acción y efecto, nombres de agente, del lugar y de los ins¬
trumentos. En los verbos, además de transitivos, intransitivos
y reflexivos se distinguen entre los que tienen por sujeto a
una persona o a una cosa. Igualmente se separan los adjetivos
referidos al sujeto y al objeto. Las locuciones y frases figura¬
das se incluyen en la categoría gramatical a que corresponden
por su función.

Se han eliminado de la parte analógica aquellas voces


que son derivados normales dentro de las posibilidades de la
lengua, como se hace en todos los diccionarios. Si una pala¬
bra se repite es porque tiene acepciones o funciones gramati¬
cales distintas. Cuando una voz análoga a la que figura al
frente de la serie pueda ser, por distintos motivos, cabeza de
otra serie, se señala debidamente para que el lector pueda se¬
guir buscando, si es que le interesa. Con este sistema no es
difícil cerrar un círculo de remisiones internas, sobre todo
por la cantidad de palabras que configuran cada serie. A
veces, y lo dice otra vez Casares, las llamadas de unos grupos
a otros pueden hacer parecer que algunas palabras han sido
traídas por los pelos, pero no es así. Se ha hecho con el fin
de que nunca pudieran resultar aisladas zonas que debieron
quedar unidas (pág. XIX).

La tercera parte, la alfabética, es la que se puede criticar


con más razón, pues no tiene sentido que en una catalogación
ideológica la alfabética ocupe más de la mitad del espacio.
Pero es que su utilidad es un «axioma pedagógico», y hay

t
210 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

que entenderla como un índice alfabético, igual que aparecen


índices alfabéticos al final de los tratados de otras disciplinas.
Pero en esta obra «el índice no es una simple lista más o me¬
nos completa de palabras acompañadas de cifras u otros sig¬
nos para facilitar la remisión a la Parte analógica; es un ver¬
dadero diccionario de la lengua, de toda la lengua, tal vez
algo más conciso que otros, pero más rico en voces y acep¬
ciones» (pág. XIX). Casares afirma que se establecen así más
de cien mil caminos que van de lo particular a lo genérico
(pág. XX). Si debemos entender entradas por caminos el autor
peca en exceso, por unas treinta mil; ahora bien, si son acep¬
ciones, peca en defecto en una cantidad difícil de calcular,
pero seguramente otras cien mil más; si los caminos son refe¬
rencias internas, quizás la cantidad reseñada sea la justa o li¬
geramente inferior a la verdadera.

La clasificación (parte analógica) presupone la definición


(parte alfabética), y a la inversa. Si la definición indica el
género próximo y la última diferencia lleva implícita el resul¬
tado de una clasificación anterior, lo cual facilita la búsqueda
en la parte analógica. Se queja Casares de no haber llegado
todavía la economía interior de los diccionarios alfabéticos a
un sistema uniforme de definiciones, pues, junto a las rigu¬
rosamente lógicas, abundan las descriptivas, las tautologías,
los círculos viciosos, las remisiones de unos artículos a otros,
etcétera, no pudiendo establecerse un sistema adecuado de
referencias internas.

En las instrucciones el autor advierte que un diccionario,


de la índole que sea, no dará el rendimiento debido si no se
dedica el esfuerzo mental necesario para saber con todo por¬
menor cómo funciona. Es fácil encontrar una palabra cuya
ortografía se conoce, pero la tarea se complica cuando se trata
de hallar una locución, una frase, o un refrán. Antes de ma¬
nejar el diccionario el lector debe plantearse con toda clari¬
dad el problema cuya solución le interesa. El riesgo de extra¬
vío en el diccionario es más claro al manejar ideas abstractas
que cosas materiales. «El lector no deberá, por tanto, utilizar
como punto de arranque de su investigación una palabra mien¬
tras no tenga la certeza de que el significado que él le atribuye
MANUEL ALVAR EZQUERRA 211

es el mismo que registran los diccionarios» (pág. XXI1). De


donde se desprende que es necesario consultar la parte alfa¬
bética antes que la analógica para conocer el significado exac¬
to de las voces que figuran en las cabezas de las series ana¬
lógicas. Una vez encontrado el término adecuado entre esas
series, habrá que volver al ordenamiento alfabético para tener
la certeza que su significado es el precisado.

En el manejo de la parte analógica, Casares ofrece unos


cuantos ejemplos prácticos para que el lector no se encuentre
desasistido, y, sobre todo, para que sepa sacar el máximo pro¬
vecho de la obra, pues muchas de las voces que parecen faltar
no se encuentran porque no se hace un uso correcto de las
series.

La parte sinóptica consta de un plan general de clasifica¬


ción y 38 cuadros sinópticos. Esta parte se utilizará menos al
no ir el lector, en general, tan desorientado como para nece¬
sitar recurrir a los cuadros, si bien una vez agotadas las po¬
sibilidades que ofrece la parte analógica, puede continuarse la
búsqueda en la sinóptica. Ésta nos ofrece la posibilidad de
conocer la organización de la obra, y además hallar los tér¬
minos antónimos y llegar a la zona conceptual que nos inte¬
resa partiendo de la zona contraria.

La parte alfabética es un diccionario de la lengua, como


cualquiera de los otros conocidos. Dice Casares que «contie¬
ne la definición de todas las palabras del idioma» (pág. XXV),
sin medir ponderadamente su afirmación. Ni éste, ni ningún
diccionario puede contener todas las palabras, pues ello re¬
presentaría una inmanejable amalgama pancrónica, panestrá-
tica y pantópica. Con la parte alfabética, y las otras dos, se
ha conseguido que en un solo volumen pueda hallarse la so¬
lución de los más variados problemas concernientes al léxico.

El autor ha retocado, o modernizado por completo, gran


cantidad de definiciones, aunque ha procurado mantenerse
en la ortodoxia representada por el diccionario académico.
Se han abreviado notablemente los nombres de plantas y ani¬
males, así como una buena copia de arcaísmos. Según los
212 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

cálculos de Casares, la parte alfabética registra unas 80.000


voces (pág. XXV), pero según los míos ronda las 70.000. To¬
das ellas remiten al grupo o grupos analógicos en que se en¬
cuentran situadas, facilitando sobremanera la búsqueda, y, lo
que es más importante, dando una excelente muestra de la
perfección de la obra, conseguida tras un minucioso examen
lexicológico de cada palabra, definida con una precisión y
lógica admirables antes de formar parte del conjunto lexico¬
gráfico. Pero esta ingente tarea no la suele percibir el lector,
quien, inconscientemente, se deja llevar de la mano del autor,
salvo cuando éste no atina en los comentarios o en la organi¬
zación, haciéndose aquél todo improperios por una leve falta
dentro del enorme conjunto que es un diccionario.

Explica a continuación el autor los signos empleados y la


manera de hacer las referencias internas. Estas no aparecen
en los nombres de acción (van en los verbos correspondien¬
tes), ni en los abstractos de calidad (aparecen en el adjetivo
de la calidad), ni en los sinónimos, ni en los aumentativos,
diminutivos y despectivos —salvo casos especiales—, ni en
los adverbios en -mente, ni en las acepciones afines.

Termina Casares la introducción a la obra pidiendo, de


nuevo, perdón por las posibles faltas y la benevolencia del
lector. Después viene todo el corpus del diccionario sobre el
que no me voy a extender más, pues de lo dicho hasta aquí
se desprende su contenido.

Antes de finalizar querría comparar, sólo a título informa¬


tivo, la parte alfabética del Diccionario ideológico con el aca¬
démico. Manejaré las ediciones de 1977 y 1970, respectiva¬
mente, por utilizar las más modernas. Tomaré como base, ar¬
bitraria, para la comparación, las entradas que comiencen por
or-. Frente a las 271 que aparecen en la obra de la Academia,
Casares registra 250, lo que supone una disminución en la
macroestructura de un 7 por 100, del uno al otro. Repito que
es sólo un ejemplo, y que no responde al cálculo global pre¬
vio que hice de las obras (80.000 entradas en el diccionario
oficial, y 70.000 en el ideológico; disminución de un 12,5
MANUEL ALVAR EZQUERRA 213

por 100). La retracción del léxico, de todas formas ilustrati¬


va, se produce eliminando 34 voces de la nomenclatura aca¬
démica (oracionero, oralmente, orangista, oratoriano, orbe-
dad (a.), orcina, orchilla, ordenado, órdiga! (¡la), ordinar (a.),
orebce (a.), orecer (a.), orejisano, orellano (a.), orespe (a.),
orfanidad (a.), orjre (a.), organístico, orgullecer (a.), orgulle-
za (a.), oricalco (a.), origíneo (a.), orillero, orinecer (a.), orió-
nidas, oripié, ornatísimo (a.), ornitópiero, orofrés (a.), orogé¬
nesis, orón, orondado (a.), orquidáceo y ortogonio), lo cual
representa un 12,54 por 100. De esas palabras eran señaladas
como anticuadas (a.) por la Academia 16 (un 47 por 100 de
las eliminadas, y un 5,9 por 100 del total de la combinación
or-). En su obra Casares añade 13 términos que no figuran en
el repertorio académico (orcinio, orco 'infierno', ordo, organo¬
terapia, oriscano, ornamentaria, orognosia, orología. orre (en),
ortigar, ortocromático, ortorrómbico y orzura), que son un
4,8 por 100 de las palabras en or- del diccionario oficial, y
un 5,2 por 100 del ideológico. Para finalizar, señalaré que un
mismo adjetivo es escrito por la Academia como orgivense y
por Casares como orjivense, y el nombre de la población a
que se refieren Orgiva y ürjíva, respectivamente. Como mues¬
tra me parece suficiente lo dicho. Podríamos extraer unas
conclusiones más amplias si desarrolláramos esa nota compa¬
rativa, pero no es la intención perseguida en este libro.

Creo que las páginas precedentes bastan para valorar el


diccionario de Casares, fruto de cinco lustros de esfuerzos
como repite más de una vez. El trabajo está ahí y es incon¬
testable, tanto que, por ahora, es ¡a única clasificación ideo¬
lógica general y coherente de nuestro léxico. No voy a volver
a decir lo expuesto al comentar cada una de las partes de la
obra, pero insistiré sobre el posible usuario en que sólo
existe en nuestra lengua una catalogación semántica de gran¬
des dimensiones, un diccionario que sírva para codificar men¬
sajes lingüísticos: el ideológico de Casares. Los demás diccio¬
narios de la lengua sólo valen para descodificar esos mensajes,
para lo que también se puede utilizar la parte alfabética del
214 LEXICOLOGIA Y LEXICOGRAFIA

ideológico. Los diccionarios bilingües no pueden emplearse


para la codificación, sino para la transcodificación. Por tanto,
se desprende que el Diccionario ideológico es el diccionario
más completo, en ese sentido, que existe en nuestra lengua. La
riqueza del léxico contenido puede ser superada por otras
obras actuales, no la forma de presentar los materiales.
1966

Moliner, María, Diccionario de uso del español, ed. Gredos,


Madrid, vol. 1 (A-G), 1966, vol. II (H-Z), 1967; reimpre¬
siones, 1975 y 1979 (LVI + 1446 y 1585 págs. cada tomo).

El de María Molinier es otro diccionario de la lengua más


en que se respeta la tradición lexicográfica española, pero a
la vez se incorporan o mantienen algunas innovaciones, ha¬
ciendo de él un objeto distinto a los restantes de su clase.
El rasgo peculiar del Diccionario de uso del español (en ade¬
lante DUE) es la atención especial que se presta a la sin¬
taxis, el uso que reza en el título.

En la «Presentación» de la obra se da cuenta de los prin¬


cipios lexicológicos que han presidido la confección del dic¬
cionario. Comienza justificando la denominación de uso como
instrumento para los que aprenden, en un estado avanzado,
nuestro idioma, y para resolver las dudas acerca de la legiti¬
midad o ilegitimidad de una expresión, con lo cual asume un
papel profundamente normativista.

Los objetivos perseguidos bajo la denominación de uso


condicionan dos características del diccionario: un sistema de
sinónimos, e indicaciones gramaticales sobre la construcción
de muchas palabras. Mediante el sistema de sinónimos se pue¬
de conducir al lector hacia todas las posibilidades que encie¬
rra el DUE, pues delante de cada acepción se ofrecen las
palabras que pueden sustituir a la definida (sea de una mane¬
ra simple, sea perifrástica), claro que la connotación de esas
otras unidades habrá que buscarla en sus respectivos artículos,
pues raras son las palabras exactamente equivalentes. Eso es
posible dado que se ha prescindido de la sinonimia como sis¬
tema definitorio, a costa de alargar los artículos y utilizar
frecuentemente la descripción para dar cuenta del significa¬
do de las palabras. Por otra parte, al final de ciertos artículos
216 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

figuran: l.° La forma afija de la palabra del encabezamiento,


así como los afijos o raíces cultas con que se construyen pa¬
labras relacionadas con la idea expresada por ella (véase, por
ejemplo, derecho, -a). 2." Las palabras del mismo significado
(valga como ejemplo taberna). 3.° Los equivalentes pluriverba-
les (como en burla). 4." Las palabras casi equivalentes y las
que abarcan o están abarcadas en la de la entrada (por ejem¬
plo, reunir). 5.° Los modismos, frases proverbiales, interjec¬
ciones, exclamaciones, etc. (en cortar y otros). 6.’ El antóni¬
mo o antónimos fundamentales (véase ganar, por ejemplo).
7.° Una lista de otros ejemplos relacionados (como es produ¬
cir). Esos elementos van señalados con un asterisco, y en su
artículo se encuentran, además, otras formas relacionadas con
ellos, siendo la forma que sirve de cabeza la más amplia. Su¬
cede a veces que esas listas de palabras se hacen excesiva¬
mente largas e incomodan la lectura, no sólo por los asteris¬
cos, sino por las estrellas que separan las diferentes series, y
por las distintas clases de letras utilizadas en las listas.

Dentro del capítulo dedicado a las afinidades semánticas


expuestas en el diccionario, M. Moliner señala la inclusión
de nombres científicos de animales y plantas como entradas
en la nomenclatura, indicando que mediante los procesos des¬
critos antes puede llegarse a su fácil identificación. Ni aquí,
ni en las «Advertencias útiles para el manejo del diccionario»
figura ninguna explicación por la presencia de los nombres
científicos, siendo muchos los que aparecen (Aotus, Borreria
centranthoides, Bos blson, Cobius jozo, Lábrax lupus, Sar-
coptes scabiei, etc.). Justificaciones pueden buscarse muchas,
pero no creo que haya ninguna de carácter lexicográfico ni
lexicológico, porque estoy seguro de que no figuran los nom¬
bres científicos de todos los animales y plantas, ni, por su¬
puesto, toda la nomenclatura científica de los incluidos, en¬
tonces ¿qué criterio se ha seguido? Pero hay más, admitamos
que están todos los nombres científicos y tendremos que pre¬
guntarnos si un diccionario de la lengua debe dar cabida a la
terminología científica. Yo opino que no, pues si se acogen
esas voces no tendremos ninguna justificación para desechar
la nomenclatura especializada de la medicina o la farmacia.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 217

por ejemplo. Supongo que ésa es la razón que ha conducido


a la autora a acoger, con la misma arbitrariedad, los símbolos
de algunos elementos químicos (Ca, Eu, Ga, Mn, Nb, Sa, etc.,
y no el del boro, voz que está en la nomenclatura), como
también hizo Gili Gaya en el diccionario Vox. Una vez ad¬
mitidos los símbolos químicos queda la puerta abierta para
las siglas: c.g.s. (y no las más frecuentes c.p.s. o r.p.m.),
D.M., D.R.A.E., G.R.A., H.P., k.o., etc., algunas de las cuales
aparecen en la lista de abreviaturas que precede al dicciona¬
rio. Y del mismo modo que tienen cabida las siglas, entran las
abreviaturas, que a veces figuran en la lista inicial: acep., ant.,
apt.. DI, di, Dm. dm, dmg, dml, h. (con el significado 'hasta'
y no el de 'hacia' o 'altura'), mi, MI, mm (en esta serie el
orden de mayúsculas y minúsculas es diferente del que hay
en la que comienza por d), etc.

Las indicaciones gramaticales sobre el uso de las palabras


es otro de los elementos caracterizadores del diccionario. Y al
igual que hemos hecho con el Vox, es necesario insistir sobre
el excesivo lugar prestado a las cuestiones gramaticales en
estos diccionarios, cuando su sitio ha de encontrarse en las
gramáticas. María Moliner justifica la presencia de esas indi¬
caciones por la finalidad práctica del DIJE. «Se indican para
los verbos y adjetivos las preposiciones con que se constru¬
yen; para los nombres los verbos que se unen a ellos para
formar la frase» (pág. XI11). Aparte de los ejemplos citados
en la «Presentación» pueden encontrarse: atemorizar (con),
datar (de), fijar (en, a), jugar (a); apto (para), fácil (de. para).
necesario (para, a), vacío (de); cabildeo (andar de [en]), ga¬
nancia (dar; producir; obtener), hambre (tener; pasar; hacer;
apaciguar, etc.), predilección (sentir, tener por), etc. Olvida
decir M. Moliner que también en algunos adjetivos se indican
los verbos con los cuales suele unirse: cómodo (ser), fichado
(estar, tener), necesario (ser), etc. En otros casos las indicacio¬
nes son más extensas: la autora pone el ejemplo de olvidar.
que se construye de tres maneras: «he olvidado su nombre,
me he olvidado de su nombre, se me ha olvidado su nombre».
En los casos en que pueda existir duda sobre la pronuncia¬
ción, se indica ésta de una manera figurada. Dada la proxi-
218 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

midad de nuestra escritura con el sistema fonológico, tal in¬


dicación no es necesaria en un diccionario monolingüe, y sólo
se presenta por comodidad para los extranjeros que consulten
la obra.

La inclusión de nociones gramaticales es considerablemen¬


te amplia en algunos artículos, sobrepasando en extensión los
cuadros que veíamos en el diccionario Vox. El artículo verbo
ocupa 43 páginas de gran tamaño y a doble columna, casi la
misma extensión que se dedica al verbo en la Gramática es¬
pañola de j. Xlcina y ). M. Blecua (Esplugues de Llobregat,
1975), por citar un manual conocido. Realmente tendría
más sentido añadir un apéndice gramatical, como suele ha¬
cerse en los diccionarios bilingües. Otros artículos, como pre¬
posición, tiempo, o los señalados en la «Relación de artículos
con desarrollo gramatical que figuran en el Diccionario» de
las páginas XLVTI-XLIX, tienen una extensión menor en lo
referente a la gramática, pero amplia de todas maneras.

Sigue la «Presentación» con un capítulo dedicado a la


estructura y redacción de los artículos. En un principio la
autora pensó tomar las definiciones del diccionario académico,
«como han hecho —dice— hasta ahora absolutamente todos
los diccionarios españoles (incluso las enciclopedias, hasta los
más extensos, que, en su parte definitoria, copian esas defi¬
niciones al pie de la letra), haciendo solamente algunos reto¬
ques enderezados especialmente a uniformar y modernizar el
estilo, tan distinto de unos artículos a otros» (págs. XI11-X1V).
No le falta razón a M. Moliner, pero antes hemos visto algu¬
na notable excepción. Pensó la autora como otros lexicógra¬
fos, pero, a la vista de las modificaciones necesarias, optó
por algo más que simples retoques de microestructura. ya que
la macroestructura iba a sufrir otros cambios.

En las definiciones se ha intentado eliminar las que se


hacen mediante sinónimos simples en la mayoría de los dic¬
cionarios, pues sólo conducen a círculos viciosos. Ello es cier¬
to, pero en su contra podemos argumentar que en un diccio¬
nario completo todos los definidores han de estar a su vez
definidos, con lo cual siempre habrá un círculo que se cierre
MANUEL ALVAR EZQUERRA 219

en algún lugar; si no están definidos todos los definidores


se tratará de diccionarios abiertos, con sus correspondientes
pistas perdidas, según señaló ya F. Lázaro Carreter.

A los .cuatro conceptos de substancia, acción-fenómeno,


modo y relación corresponden las categorías de nombre, verbo,
adjetivo-adverbio y preposición-conjunción. La definición ló¬
gica es aplicable con carácter universal al nombre (recuérdese
cómo Casares en la parte analógica de su Diccionario ideoló¬
gico intenta poner únicamente sustantivos), y en la mayoría
de los casos a los verbos, mientras que los adjetivos y adver¬
bios la admiten difícilmente. Cuando no es posible la defini¬
ción lógica, que en última instancia nos llevaría hasta el nom¬
bre cosa y el verbo ser, se recurre bien a una perífrasis equi¬
valente bien a una explicación.

Una definición es la relación que se establece entre el tér¬


mino definido, el término genérico (el de contenido más am¬
plio), y el término diferenciador, con el que se limita la ex¬
tensión del término genérico para que convenga al término
definido. Un diccionario construido con definiciones correc¬
tas tendrá necesariamente una estructura ascendente, con una
larga serie de grados intermedios antes de llé’gar a la cosa y al
ser. De esta manera es fácil establecer un cono léxico que la
autora esboza (esquema insertado entre las págs. XVI y
XVI1). Para definir los elementos de la cumbre (cosa y ser)
se recurrirá a las tautologías o a «una suma de casos de apli¬
cación para suministrar una idea intuitiva del significado de
la palabra, dando al conjunto una apariencia de definición por
el procedimiento de referir la explicación no al concepto, sino
a la palabra que lo expresa» (pág. XVIII). Esta es la solu¬
ción adoptada por M. Moliner incluso para palabras que se
hallan en grados intermedios, pero ya de una generalidad
considerable (circunstancia, cualidad, empezar, espacio, etc.).
En definitiva, el sistema utilizado en el DUE es el resumido
aquí.

En las fórmulas definitorias empleadas se ha buscado no


omitir ninguna noticia necesaria o conveniente. La fórmula
«acción y efecto de» utilizada en el diccionario académico es
220 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

con frecuencia insuficiente. En las págs. XVIII y XIX de la


«Presentación» hay una acertada crítica de M. Moliner a esa
fórmula, consecuencia de un profundo conocimiento interno
del diccionario de la Academia. Le ha faltado a la autora lle¬
var sus apreciaciones un poco más iejos, pues la no validez
de la fórmula que comentamos se debe, en algunos casos, a
la multiplicidad de sufijos, cuyos significado y funcionamien¬
to deberían estar explicados en las obras de tipo gramatical
(unidas o separadas del diccionario), pero no en las estruc¬
turas del producto lexicográfico.

Para los nombres abstractos ha sido necesario habilitar un


equipo de géneros próximos o puntos de partida antes de defi¬
nirlos. En cuanto a los participios, omitidos sistemáticamente
en el diccionario oficial, cuando además son adjetivos, se con¬
signan, lo cual quiere decir que si son verbos intransitivos se
pueden usar con ser y estar, y si son verbos transitivos pueden
utilizarse con ser. siendo susceptibles de sustantivarse median¬
te un artículo. Esto es, de una manera bien sencilla se ha pro¬
porcionado una abundante cantidad de informaciones grama¬
ticales. Se indican las posibilidades de uso de los adjetives,
pues los que son aplicables a personas a veces no lo son a
lo que hacen o dicen.

En los adjetivos no siempre es aplicable la definición ló¬


gica, pues los terminados en -ble o en -dor, que podrían servir,
por su valor amplio, como definidores no se usan en el len¬
guaje corriente. Suele utilizarse como definición una frase in¬
troducida mediante que (el transformador relativo que decía
). Rey-Debove en «La définition lexicographique: bases d’une
typologie formelle», en TraLiLi, 1967, págs. 141-159), aun¬
que no siempre puede sustituir al definido en la cadena ha¬
blada. Si se descarta ese procedimiento quedan todavía, en
orden de preferencia: l.° La definición lógica mediante un
adjetivo apto para hacer de término general. 2." Una defini¬
ción cuyo término genérico sea el adjetivo cumbre en la es¬
cala de extensión (tal), o un adjetivo de magnitud precedido
de tan (o expresiones equivalentes como de tal naturaleza, de
tal fuerza, etc.). 3.° Una perífrasis o frase adjetival con una
MANUEL ALVAR EZQUERRA 221

preposición (el transformador preposicional de Rey-Debove).


Y 4.° La explicación hecha partiendo del término gramatical
que comprende a la palabra explicada (a este propósito debe
verse el Étiide linguistique et sémiotique de Rey-Debove, re¬
sumido en- la presente obra).

En los verbos se distinguen con claridad las formas pro¬


nominales, lo cual no ocurre en el diccionario académico. Se
incluyen las acepciones causativas y no causativas de los ver¬
bos cuyo significado primario no tiene ese carácter. Cómo no,
se hacen referencias a las peculiaridades de uso.

Se omiten muchas indicaciones gramaticales o de nivel de


lengua en sustantivos, adjetivos y verbos, lo cual choca con la
enorme atención que se presta en otros lugares a esas cuestio¬
nes, que son, precisamente, las que suelen aparecer en los dic¬
cionarios de la lengua. Y choca también porque los hablantes
extranjeros, muy considerados en otras partes de la obra,
quedarán aquí defraudados.

Tomando el modelo académico, y nuestra tradición lexico¬


gráfica, se ofrecen las etimologías de las palabras, pero no
todas: sólo aquellas que sirven para agrupar las familias de
la misma raíz.

El DUE recoge, según confiesa M. Moliner en la pági¬


na XXIV de la «Presentación», todas las voces contenidas en
el diccionario académico, menos las de germanía, las varian¬
tes de palabras usuales o actuales que no son de uso ciuda¬
dano, tecnicismos muy especializados, nombres de institucio¬
nes y pueblos antiguos, americanismos sin interés especial, y
derivados no usuales (a pesar de ser el caudal potencial de
la lengua). «Se recurre al arbitrio de poner en letra cursiva y
con encabezamientos perceptiblemente más pequeños que los
de las palabras usuales, aquellas acepciones y palabras que
al menos un noventa por ciento de los españoles de instruc¬
ción media tiene que buscar en el diccionario si se las tropie¬
zan alguna vez, o que, aun siendo comprensibles, no se em¬
plean corrientemente en el lenguaje hablado o escrito de las
222 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

personas no literatas ni se encuentran sino rarísimamente en


obras literarias modernas no especializadas o en periódicos»
(pág. XXV).

En cuanto al aumento sobre el diccionario de la Academia


M. Moliner sitúa en primer lugar el desmenuzamiento de
acepciones (véanse con respecto a la edición del DRAE de
1970 desaguar, opinión, reserva, tacto, etc.), si bien son mu¬
chos los casos en que se reducen las acepciones (por ejemplo
bulto, cuatro, patrón, taco, etc.). Después señala la inclusión
de neologismos del lenguaje general, no tantos como cabría
esperar, pues tras una búsqueda no muy rápida sólo he en¬
contrado tremendismo, mientras que faltan nudismo y nudis¬
ta. Para la autora una posición purista a ultranza, como la de
la Academia, es insostenible. «Tal vez, el equilibrio en la
pugna entre puristas e innovadores consista en recomendar
a los unos que no se desazonen rastreando, para fulminar
anatemas contra los que las usan, palabras de uso general
que no ofenden su instinto lingüístico más que por el hecho
de no figurar en el DRAE; y a los otros, que antes de usar
un neologismo conscientemente de que lo es, se aseguren de
que les aporta más claridad, precisión, elegancia o naturali¬
dad que cualquier palabra ya consagrada» (pág. XXVII). Los
neologismos llevan la indicación de que lo son, lo mismo que
los extranjerismos llevan la suya: cachet, dancing, ferry boat,
flirt, rendibú, etc. Igualmente se incluyen palabras cultas y
tecnicismos que han salido ya del ámbito estrictamente espe¬
cializado para aparecer en artículos de divulgación o en pros¬
pectos de objetos de uso común: acumulativamente, binario,
calórico, cognición, sensible, trémulo, etc. Por último, hay
que añadir los numerosos modismos que ocultan su condición
bajo una apariencia de frases compuestas.

Volviendo a otras particularidades de la macroestructura,


M. Moliner dice que «las palabras se agrupan en familias de
la misma raíz bajo la que con más motivo puede ser consi¬
derada como cabeza de la familia; se persigue con ello intro¬
ducir en el conjunto un principio de organización, con la con¬
fianza de crear así en el lector un sentido etimológico que le
ayude al manejo consciente de los vocablos» (pág. XXVIII).
MANUEL ALVAR EZQUERRA 223

Este tipo de organización, nueva en los diccionarios de la


lengua, no es la primera vez que se produce en nuestra lexi¬
cografía, pues f. Coraminas necesitó recurrir a ella cuando
hizo su diccionario etimológico (véase cómo nuestra autora
no olvida en sus palabras el «sentido etimológico»). La pre¬
sentación de los materiales léxicos por familias, que es exce¬
lente, se convierte, debido a la tipografía de la obra, en un
engorro más que en una ayuda para el lector; algunas veces se
acumulan tantos derivados en una misma familia que el usua¬
rio, en la columna vertical, al pasar de la columna o página
ya no sabe si sigue en la nomenclatura de la obra o en el in¬
terior de un artículo (véase labor y su familia, que ocupan
tres columnas). Así el orden alfabético parece un desorden,
ya que, tras labriego vienen lábrax lupus, labrero; labresto, y
otra vez labriego.

En el orden alfabético ch y ll se consideran como la se¬


cuencia de dos letras, tal como propugnó Menéndez Pidal
(cfr. «El diccionario que deseamos», resumido en esta obra).

No se ha dudado, en cuanto a la ordenación de acepcio¬


nes, en conceder la prioridad a la más próxima a la etimolo¬
gía, aunque no sea usual, colocando las demás en orden con¬
ceptual, presentación más racional —según la autora— que
la que algunos propugnan por grado de frecuencia.

Para la inclusión de modismos y frases se ha procurado


evitar que el verbo sea la palabra organizadora (desempeña
el papel de atributo o auxiliar (véase la crítica que hace en
la pág. XXIX al diccionario académico sobre este punto).
Esas construcciones se explican bajo la palabra base, pero
también se incluyen como referencias en los artículos de todas
las palabras significantes que figuran en ellas.

Confiesa M. Moliner en las aclaraciones finales de la «Pre¬


sentación» que las referencias que se presentan en cada artícu¬
lo sólo incluyen las palabras que aparecen en el diccionario,
y no aspiran a ser catálogos completos puestos al día, pues ello
sen'a —añado yo— función de la enciclopedia y no del diccio¬
nario de la lengua. M. Moliner termina diciendo que pese a
224 LEXICOLOGÍA V LEXICOGRAFÍA

haber pretendido que, para servirse del diccionario, baste en


todos los casos con una búsqueda alfabética, para lo cual ayu¬
dan la ordenación de los artículos, la tipografía, los signos
utilizados, etc., por consejo de personas experimentadas se in¬
cluyen como «preliminares» algunas instrucciones y datos para
su manejo.

Los «Preliminares» comienzan con la lista de abreviatu¬


ras utilizadas en el diccionario, algunas de ellas —como ya
hemos visto— incluidas en la nomenclatura de la obra, con lo
cual no se ve muy bien la utilidad de la lista (o el por qué
de la presentación de abreviaturas en la macroestructura).
Tras la lista de «Abreviaturas» aparecen las «Advertencias
útiles para el manejo del diccionario», donde se reitera que
la extensión del DUE es substancialmente la del diccionario
académico, con las supresiones y adiciones mencionadas an¬
tes. Entre las adiciones aún hay que contar todas las expre¬
siones, a partir de la c, aprobadas por la Academia para su
inclusión en la edición de 1970, y las palabras que habiendo
figurado antes fueron eliminadas en la edición de 1956, y una
larga serie de nombres propios, como también vimos había
el diccionario Vox. Los nombres propios son de origen muy
variado, unos son geográficos: Bosforo, Fuenlesaúco (¿por
qué se incluye?), Habana, Méjico, etc.; alguno de ellos están
lexicalizados y se tratan como nombres comunes, igual que en
otros diccionarios: borgoña, oporto, quianti, valdepeñas, etc.
Algunos nombres propios pertenecen al mundo de la religión:
Alá. Báratro. Piñata. Tárgum, etc.; otros al de la mitología:
Ceres, Endimión, Megeria, Niké, etc.; unos surgen de la lite¬
ratura, popular o culta: Blas. Dulcinea. Micifuz, Pierrot, etc.,
en ocasiones lexicalizados: quijote; otros son hipocorísticos:
Chelo. Pacorro, Pepe, Pili, etc.; algunos nombran cuerpos ce¬
lestes: Aries, Luna. Mira. Saturno, etc.; otros son de persona¬
jes de la ciencia o de la historia: Carlomagno, Pilatos. Pitá-
goras, Roentgen, etc. Con las supresiones y adiciones, el de
M. Moliner resulta un diccionario, según mis cálculos, de unas
83.000 entradas (contando como tales las subentradas de las
familias léxicas), cantidad algo superior a la contenida por
el diccionario académico en su última edición.
MANUEL ALVAR EZOUERRA 225

Las palabras están ordenadas alfabéticamente; las de la


misma familia que se encuentran cerca por su forma, que¬
dan agrupadas, al tiempo que a las más lejanas alfabética¬
mente se les pone una referencia. Son muchos los artículos
con derivados, incluso en series largas (sojar, apabullar, apa¬
centarse, gobernar, gofrar, labor, palabra, etc.), abusándose en
ciertos casos: cochinilla se trata bajo cochino, mientras que
en otros no se producen los agrupamientos: anti- y semi-, por
ejemplo, van separados de sus derivados como criminología
y criminológico de crimen, criómetro de crio-, o como portar
y algunas voces de su familia. Que los derivados formen sub¬
entradas bajo el lema es una manera de mantenerlos indepen¬
dientes y subordinados a la vez, muy plausible, pero que en
el caso concreto de! DIJE, como ya he dicho, no se ve ayuda¬
da por la presentación tipográfica. Quiero transcribir el si¬
guiente párrafo, muestra de la teoría lexicográfica seguida, y
sus relaciones con el estudio lexicográfico: «Se elige como
cabeza de familia la palabra derivada de la que lo es en la
lengua madre, y, si esta derivada no existe en español o se
encuentra en el diccionario en lugar lejano del grupo que se
trata de encabezar, se emplea como cabeza la forma española
de la raíz común a todo el grupo. Por tanto, el que una pala¬
bra se encuentre incluida en una familia no implica necesa¬
riamente que se derive de la que figura como cabeza de ella,
sino sólo que ambas tienen un origen común» (pág. XL).

En la composición de las familias léxicas se tienen en con¬


sideración una serie de sufijos y terminaciones, de modo que,
si la no inclusión en la familia correspondiente de una pala¬
bra formada con ellos supone un desplazamiento demasiado
incómodo, se deja esa palabra dentro de la familia.

El apartado quinto de estos «Preliminares» sirve para des¬


cribir el orden de aparición de las informaciones en la micro-
estructura: a), entre paréntesis: etimología, variantes ortográ¬
ficas, modelo de conjugación o formas irregulares, acotaciones
de uso y de limitación, advertencias de orden gramatical; b),
sinónimos; c), definición; d), palabras afines y relacionadas
(también entre paréntesis); e), frases y modismos ordenados
226 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

por su primera palabra si es la que encabeza el artículo; en


los demás casos se atiende a la palabra ordenatriz. En las lis¬
tas de palabras afines se presta atención combinadamente a
la función gramatical y al significado, estableciendo grupos
separados por estrellas. En algunos casos se prefiere reunir
en una serie palabras de la misma clase gramatical aunque el
grupo no resulte homogéneo, porque siempre es más fácil
buscar una palabra en una única serie, que distinguir entre
varios grupos no claramente distintos en cuál de ellos puede
estar la palabra que se busca. El distinto tipo de letra utiliza¬
da señala las palabras usuales y las no usuales.

Terminan las advertencias con una serie de ellas de índo¬


le menor que, debido a su poca repercusión sobre el conjunto
de la obra, no voy a comentar, si bien algunas merecerían ha¬
cerlo, como es aquélla donde se dice que los verbos latinos son
citados por el infinitivo, mientras que los griegos lo son por
el presente de indicativo, en lugar de citarlos todos por este
último, práctica habitual en los diccionarios de esas lenguas,
y a lo que están acostumbradas todas las personas mediana¬
mente cultas, a las que alude la autora.

Sigue a las «Advertencias» una «Relación de artículos con


desarrollo gramatical que figuran en el diccionario», donde
se prueba la importancia otorgada a las cuestiones gramati¬
cales: 186 artículos, sin contar aquellos en que hay notas
sobre la construcción, o en los que se indica cualquier otro as¬
pecto relacionado con la gramática, que son la casi totalidad
de la nomenclatura. Después aparece otra «Relación de ar¬
tículos con formas de expresión», un total de 152, a los que
se deben sumar aquellos otros artículos en cuya parte final
hay exclamaciones y frases con que se expresa la idea conte¬
nida en la palabra a que corresponde el catálogo. Sigue una
breve «Relación de expresiones adverbiales-prepositivo-conjun-
tivas». Tras esas relaciones se explican los signos y los tipos
de letra utilizados en la obra. Y, finalmente, aparece el cuer¬
po del diccionario.

A las palabras de M. Moliner, resumidas y comentadas


antes, aún cabría añadir algo más. En primer lugar, es pre-
MANUEL ALVAR F.ZQUERRA 227

ciso señalar que la nomenclatura del DIJE no sólo da cabida


a lexías, sino también a morfemas, e incluso a fonemas, hecho
insólito dentro de nuestros diccionarios. La presencia de mor¬
femas está delatada por los prefijos y raíces (cap-, crimo-,
dinam-, do-, espect-, mice-, etc.), infijos (-nch-) y sufijos (-año,
-dizo, -iz, -izal, -izar, etc.), al tiempo que aparecen numerosas
palabras con afijos (los adverbios en -mente, y alguna otra
forma cuya Iexicalización es discutible, como perita). Son
entradas constituidas por fonemas ch...p, f...r...f, g...r...g,
t...c, t...r...r, z...z, etc., más propias de diccionarios
onomatopéyicos o etimológicos que de diccionarios de la len¬
gua actual. Esas entradas quizás fueran traídas de la mano
por otras onomatopéyicas: beee..., cric, chsss, frufrú,
¡mmm...!, -rr-, etc.

La entrada, por otro lado, pueden formularla también uni¬


dades superiores a la lexía, como frases y expresiones de ori¬
gen latino fijadas: Deo gracias, Deo volente, in saécula sae-
culorum, quid pro quo, etc., que no deben ser consideradas
como lexías, mientras que maitre d’hótel sí lo es. Algunas de
las formas de la nomenclatura sólo son claves para dar paso
a frases o expresiones: por ejemplo, mialmas.

El origen de las voces es variadísimo, pues junto a los tec¬


nicismos y extranjerismos ya señalados, y, por descontado, las
palabras patrimoniales de la lengua, algunas de ellas anticua¬
das (desafiuciar, dix, lambida, qui, vusted, etc.), otras no fre¬
cuentes (acumulamiento, cagujón, encortar, etc.), o poco usa¬
das (alcor, dicaz, ere, pasadero, etc.), las hay también dialec¬
tales o regionales (frondio, lambroto, re puchar, sarde, etc.),
populares (ansí, badajoceño, desformar, esquena, etc.), infor¬
males (cacao, gocho, lambrucio, etc.), y vulgares (cogorza).

Por la importancia concedida a la gramática, en la ma-


croestructura, la entrada del adjetivo la constituyen el mascu¬
lino y el femenino, aunque éste sea regular como sucedía en
el diccionario Vox: aojador, criminoso, labradío, repuesto, et¬
cétera, van acompañados de la forma femenina. Otras veces
las variantes presentadas son meramente morfológicas: fiord;
fiordo, opopánax; opopónace u opopónaco, perpetuación; per-
228 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

petuamente, etc. En ocasiones son variantes ortográficas: cha¬


vola (lejos de chabola), etc. La preocupación gramatical es la
que lleva también a anotar dos entradas repuse, cuando las
variantes paradigmáticas no son propias de la nomenclatura
(recuérdese que ello también sucedía en el diccionario Vox).

Las cuestiones relativas a la microestructura están deteni¬


damente explicadas en la «Presentación». Aún querría señalar
la presencia de algún que otro artículo de tipo diacrónico
(por ejemplo, che), la cantidad de voces con informaciones
extralingüísticas, como son la presencia o no de voces o acep¬
ciones en el diccionario de la Academia (doceavo, kéfir, la¬
cerar, secreter, etc.), o la de tomar las definiciones de ese
diccionario (consistir en su cuarta acepción, formalismo, viví¬
fico, etc.).

En una valoración final habría que señalar como méritos


de la obra de M. Moliner la mejora y reagrupamiento de las
definiciones académicas, así como el intento de poner bajo una
sola entrada todas las formas de una familia léxica, aunque
nada de ello sea innovador en nuestra lexicografía, como tam¬
poco lo es el ofrecer las etimologías, sinónimos (sí es novedad
su colocación en el artículo y su destierro de las definiciones),
o los símbolos químicos (pero sí las siglas y abreviaturas), o
el incluir determinados afijos. Es novedoso dar cuenta, en la
nomenclatura, de los nombres científicos de animales y plan¬
tas, y de algunas secuencias de fonemas. En la microestruc¬
tura es nueva la inclusión de informaciones sobre la pronun¬
ciación de unas pocas palabras. Se ha logrado en el DUE una
gran riqueza léxica prescindiendo de muchos americanismos
y voces anticuadas, e incluyendo bastantes palabras de origen
científico y técnico. También se ha alcanzado una gran rique¬
za de informaciones gramaticales, a pesar de que su lugar
no debe encontrarse en un diccionario, por más que éste se
llame de uso.
1968

García de Diego, Vicente, Diccionario de voces naturales.


Ed. Aguilar, Madrid, 1968 (XV + 723 págs.).

«El lenguaje natural, a pesar de ser un elemento del len¬


guaje general, no ha sido nunca abordado en un trabajo am¬
plio y de conjunto; y esto no ciertamente por desconocimien¬
to, sino probablemente por la labilidad de su material y por
la desestimación de su importancia». Así comienza el prólogo
de esta obra, con lo que ya resulta innecesario cualquier di¬
vagación sobre la oportunidad del diccionario y sobre el es¬
fuerzo que ha requerido su culminación.

La obra tiene partes harto distintas: el «Estudio de las


voces naturales» y el «Diccionario» propiamente dicho. La
primera (ocupa más de cien páginas) hubiera podido figurar
por separado entre los trabajos de carácter teórico recogidos
en la presente Guía, pues es un completísimo estudio lexi¬
cológico donde se abordan desde cuestiones generales de la
lingüística, hasta el estudio pormenorizado de los elementos
más concretos del Diccionario, y su estructura interna y
origen.

El «Estudio de las voces naturales» comienza con un ca¬


pítulo dedicado al lenguaje natural, «historia viva de la Hu¬
manidad», en el cual se refleja un fondo común universal en
la mente humana. García de Diego piensa en el origen imita¬
tivo del lenguaje: «los grupos humanos que oían constante¬
mente los ruidos orales de los demás y los infinitos ruidos
de los animales y de las cosas no podrían menos de darles
una denominación imitativa, variable, pero parecida» (pág. 4).
En el capítulo siguiente («La etimología patrimonial y la na¬
tural») el autor hace ver cómo la etimología románica, ante
los grandes éxitos obtenidos al estudiar su patrimonio latino,
ha olvidado algunas parcelas en las cuales debería haber in-
230 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

dagado. Ni la etimología grecolatina primero, ni la germánica


después, o la indoeuropea, han aportado explicaciones sobre
algunos fenómenos, comprensibles tan sólo a través de los len¬
guajes naturales.

Continúa el «Estudio» preliminar con un capítulo sobre


los «Elementos del diccionario etimológico de voces natura¬
les» en el cual se señala la dificultad de un diccionario etimo¬
lógico de tal naturaleza, pues son numerosas las lenguas que
debería abarcar (es sorprendente la cantidad de ellas que
aparece en esta obra). Por otro lado, la confrontación de di¬
versas lenguas puede aclarar la etimología de muchas de las
palabras naturales; en este punto es bien clara la formación
comparatista de García de Diego, pues difícilmente encontra¬
remos otro método para establecer el parentesco y evolución
de las palabras, naturales o no. («Las dificultades con que
ha de tropezar el futuro Diccionario etimológico de voces na¬
turales son considerables, porque afectan a la recolección del
material estudiado y a la organización del inmenso material
por estudiar», pág. 12).

El autor vuelve a insistir sobre el origen del lenguaje en


el capítulo siguiente, donde señala el simbolismo literal (sería
más exacto decir «fónico»), enumerando las evocaciones de
cada uno de los sonidos, abundantemente documentadas en
todas las lenguas. Sigue a estas apreciaciones una clasifica¬
ción de las voces naturales en cuatro grupos: las que constru¬
ye el hombre imitando ruidos suyos, de los animales y de las
cosas; las que inventa para su trato con personas o anima¬
les; las voces del ambiente infantil, y las interjecciones. Ter¬
mina el capítulo con unas breves referencias a los trabajos e
investigaciones de esta parcela del léxico, destacando la figu¬
ra de L. Sainéan y los filólogos sobre los que influye: L. Spit-
zer, G. Rohlfs, M. L. Wagner y f. Corominas.

La parte más larga del «Estudio de las voces naturales»


es la dedicada a la onomatopeya. Partiendo de la definición
de onomatopeya en el DRAE, García de Diego dice que como
acción es la conversión en palabra de un ruido de la natura¬
leza que se imita, y, como resultado de la acción, es la pala-
MANUEL ALVAR F.ZQUERRA 231

bra que se forma imitando en su radical un ruido de la natu¬


raleza. De donde se desprende que la onomatopeya no es una
simple imitación, sino la conversión de los sonidos naturales
en palabras de un idioma. Lo que no siempre resulta fácil es
determinar el sonido a partir del cual se forma la voz onoma-
topéyica.

Dentro de las onomatopeyas cabe resaltar las simbólicas,


mediante las cuales se intenta representar, no los ruidos o so¬
nidos, sino sensaciones múltiples y hasta percepciones efecti¬
vas, actuando muchas veces la cinestesia. En este grupo de
onomatopeyas son abundantes las referidas al 'columpio o co¬
lumpiarse’, 'balanceo o balancearse’ y a la 'mariposa'.

En algunas ocasiones hay onomatopeyas oscurecidas al in¬


corporarse al caudal de palabras de la lengua y sufrir con
ellas unas mismas alteraciones fonéticas a lo largo de la his¬
toria (por ejemplo chapa o taco), que, incluso, pueden acabar
con el valor onomatopéyico de las voces; son las onomatope¬
yas desvirtuadas por deformación (por ejemplo, abubilla o
cigüeña). A veces las onomatopeyas desvirtuadas llegan a re¬
hacerse por expresión, como ha sucedido en muchas de las
designaciones populares de la propia abubilla. Puede suceder
el fenómeno contrario: por la evolución fonética sufrida por
la voz llega a interpretarse como onomatopeya (tal es lo su¬
cedido con rasgar una tela o tronar)-, en este caso se habla
de onomatopeyas aparentes.

García de Diego acepta el axioma de la variedad de la


onomatopeya desde su nacimiento, aunque exista unidad en el
sonido en que se basa. Por esta razón el autor pone como tér¬
minos diferentes en el Diccionario lo que otros autores inter¬
pretan como etapas de la evolución de una onomatopeya, y
así agrupa lo que son variantes formales de ella (por ejemplo,
bajo kap aparecen kep, kip, kop, kuap, kuep y kuip. y en
cada una de estas subentradas los términos recogidos por el
autor). Desde el punto de vista lexicográfico se echa de menos
un índice de las voces documentadas, por más que el proce¬
dimiento lexicológico seguido para presentar los materiales
232 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

sea incuestionable (véase cómo [. Coraminas sigue un pro¬


cedimiento semejante en sus diccionarios etimológicos).

Un problema que siempre plantean las onomatopeyas es


su alfabetización, puesto que los alfabetos de las lenguas sólo
pueden representar una aproximación a los sonidos de la na¬
turaleza. «El resolver los graves problemas de la alfabetiza¬
ción onomatopéyica sólo la fonética experimental, con sus
grandes recursos, puede intentarlo, y sólo ella podría dar
razón convincente de las vacilaciones fonéticas de la onoma-
topeya» (pág. 31). La economía lingüística de cada idioma
sólo acepta unos pocos tipos creacionales de onomatopeyas
eliminando las variedades no significativas de ruidos produ¬
cidos, y de interpretaciones individuales.

En cuanto a la morfología interna de las onomatopeyas,


García de Diego dice que en ellas se tiende a destacar sus
elementos fónicos mediante un refuerzo (por ejemplo la h
en oh) o una reduplicación (valgan bee y muu). La estructura
consonante-vocal responde a la audición ligera de ruidos im¬
precisos, y puede afirmarse añadiendo otra consonante al final
(por ejemplo crac, tic, etc.). «Estas onomatopeyas redondea¬
das tienen una personalidad definida y son el núcleo más
importante de las voces naturales» (pág. 33). La explicación
de la presencia de la consonante final como hecho histórico
es errónea, porque desde el principio de los idiomas se pro¬
dujeron los tipos de onomatopeyas que se llaman alargados.
a la vez, o incluso antes, que los fundamentales o primitivos.
También es falso pensar que las imitaciones más perfectas
son las más antiguas, pues hay onomatopeyas complejas re¬
cientes más próximas al original que las más antiguas. Un
tipo interesante de onomatopeyas es el de la repetición, de
enorme frecuencia (por ejemplo, ta ta. run run). En este mo¬
delo de alternancia vocálica indica imprecisión (por ejemplo,
pim pam, tic tac. zig zag. etc.).

Las voces onomatopéyicas tienen una cierta resistencia a


la evolución fonética, que no siempre es uniforme, actuando
de manera distinta la lengua del pueblo que vive en contacto
con la Naturaleza y la lengua culta encerrada en las ciuda-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 233

des. «La onomatopeya sólo cae en la evolución fonética cuan¬


do deja de ser onomatopeya viva en la conciencia popular y
se ha borrado la idea de su formación» (pág. 36).

En el apartado correspondiente a las «Onomatopeyas de


voces de los animales» García de Diego pone a un lado las
denominaciones de los animales sin imitación de su voz por
un carácter saliente, visual o de otra condición (el color, la
forma del cuerpo o una de sus partes, el alimento preferido,
una acción característica, etc.). El maestro, aunque más ade¬
lante (pág. 67) habla de las denominaciones motivadas que
los dueños dan a sus animales, no llega a decir que esos nom¬
bres sean creaciones de tipo metafórico, tan abundantes en
el habla popular —me atrevería a decir— como las onomato¬
peyas mismas, ya que responden a una percepción sensorial
(la vista, a veces e! oído) distinta de la de éstas (el oído, a
veces la vista). Además, las denominaciones metafóricas no
sólo se aplican a animales terrestres (pardillo, colorín, salta¬
montes, etc.), sino también a seres marinos (dentón, galana,
escolar, etc.; a este propósito véase mi comunicación «La ictio-
nimia en el Diccionario de Historia Natural de Viera y Cla-
vijo», en las Actas del V Congreso Internacional de estudios
lingüísticos del Mediterráneo, Madrid, 1977, págs. 233-267), y
a plantas (diente de león, hierbabuena, uña de gato, etc.). Por
otro lado, un número incalculable de nombres de animales han
nacido como onomatopeyas a su vez, primero remedada para
llamarlos y después fijada como denominación ordinaria (gua¬
rro, cloca, los nombres personales o locales para designar a las
aves, etc.). García de Diego ejemplifica con la impresionante
variedad de denominaciones que tienen el cerdo, la codorniz,
y el perro y su ladrido (págs. 38-45).

Los ruidos del hombre constituyen uno de los núcleos más


importantes de la onomatopeya, pues en todas las lenguas
aparecen representaciones de escupir, lamer, roncar, etc. El
autor toma como ejemplos en varias lenguas el ruido del es¬
tornudo, del toser, de intentar apresar con la boca una co¬
mida o tomar una bebida, de la fatiga o respiración fuerte,
del latido del corazón, del trago al beber, etc. (págs. 46-52).
234 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Entre las denominaciones de los ruidos de las cosas ocu¬


pan un lugar predominante las del agua, seguidos de los del
balanceo, de los resortes, del viento y del fuego. «Los idiomas
no pueden permitirse el lujo de intentar recoger los infinitos
ruidos de las infinitas cosas y los simplifican representándolos
en un prudente número de tipos» (pág. 53), por lo que las
onomatopeyas muestran unas veces una admirable fidelidad
con el ruido representado, y otras es difícil establecer la rela¬
ción entre la voz onomatopéyica y el ruido.

Un capítulo también importante lo constituyen las inter¬


jecciones definidas por García de Diego como 'palabras breves
exclamativas representativas de! afecto humano'. «La inter¬
jección no tiene sentido fuera del lenguaje humano, porque es
una rara modalidad distinguible sólo en la inmensa variedad
de este lenguaje, al punto de poderse considerar la interjec¬
ción como categoría gramatical distinta de las demás, mientras
que en la voz del animal no significa nada el grito más que¬
jumbroso o airado que el normal» (pág. 56). No siempre las
interjecciones son de origen natural, pues pueden llegar a
serlo palabras de la lengua normal (rayos, viva, ya, etc.).

Del mismo modo que se utilizan voces naturales para el


trato con los animales, hay otras para el trato con las perso¬
nas, si bien su número es muy escaso (eh, che, tse, etc.). Por
el contrario, las voces a los animales son importantes como
base de creación lingüística en la lengua común, esto es, como
fuente etimológica (pita, chucho, gorrino, etc.); después las
acepciones figuradas se aplicarán a las personas (guarro, co¬
chino, perro, etc.), para que más tarde aparezcan derivados
(cochinada, perrería, abuchear, etc.). El hombre, para llamar
a los animales, no sólo escoge las palabras de un valor ex¬
presivo dentro de su propia lengua, sino que también imita la
voz del animal (pi pi se usa para llamar a los pollos en Es¬
paña, Portugal y gran parte de Italia; chue, ei, jein, in, se uti¬
lizan para llamar al cerdo, etc.), o inventa secuencias de soni¬
dos expresivos (la s o la o prolongada, nesque ’arre a la iz¬
quierda’, nellao arre a la derecha', oste, etc.), o bien los llama
por su nombre genérico (caballo, muía, chivita, etc.), o utiliza
MANUEL ALVAR EZQUERRA 235

verbos en imperativo (anda, ven, etc.) o adverbios de lugar


(aquí, acá, allá, etc.). Todo ello queda abundantemente ejem¬
plificado con las voces para llevar a los animales (págs. 68-88),
para espantarlos (págs. 89-92), para arrear o acelerar el paso
(págs. 92-98), para detenerlos (págs. 98-99), para hacer recu¬
lar a las caballerías y al ganado vacuno (págs. 100-102), para
hacer volver la yunta (págs. 102-103), y para que tuerzan las
caballerías (págs. 103-105); salvo en las que se especifica la
especie de animales a que van dirigidas esas voces. García de
Diego examina las de aplicación general en cada apartado, y
las peculiares para cada especie animal (caballerías, cabras,
gallinas, gatos, ovejas, patos, pavos, perros y ganado vacuno).

Termina el estudio de las voces naturales con el examen


de las pertenecientes al lenguaje infantil, pues «el niño siente
la comezón de aprender las palabras de los que le rodean para
comunicarse con ellos, pero a la vez siente inconscientemente
una capacidad propia para aprender voces de las cosas que
percibe con un instinto igual al del hombre antiquísimo, que
hablaba como eco de los ruidos de la Naturaleza. El lenguaje
infantil no puede dar la clase de la formación del lenguaje
del hombre de las cavernas, pero sí puede ofrecer casos para¬
lelos en las consideraciones hipotéticas de aquel idioma» (pá¬
gina 105). Las palabras infantiles son onomatopeyas o espon¬
táneas no onomatopéyicas (las más abundantes). El niño
abandona las segundas ante lo cómodo y fecundo de aprender
otras palabras de sus padres, si bien en todos los idiomas per¬
manecen voces (por ejemplo, nana) de esa temprana edad
creativa (véanse las palabras aducidas en las páginas 106-107,
pertenecientes a varias lenguas).

La segunda parte de la obra (el «Diccionario»), resultado


y a la vez complemento de la primera, no recoge en su no¬
menclatura las palabras de origen onomatopéyico, como se
hubiera podido esperar, sino que —en un alarde de novedad
en nuestros diccionarios, tal vez por imposición del estudio
lexicológico mismo— los elementos de la macroestructura son
la forma más próxima al sonido natural (recuérdese lo dicho
más arriba). Para el lector no acostumbrado al manejo de la
236 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

obra hubieran sido oportunas unas normas sobre su utiliza¬


ción, ya que el orden alfabético no es el comúnmente acep¬
tado. En primer lugar, aparecen los términos constituidos por
una sola vocal, después aquellos que son secuencias vocálicas,
a continuación las combinaciones con consonantes comenza¬
das por vocal, y, por último, los términos cuyo primer sonido
es una consonante. En todos los artículos el elemento ordena¬
dor es la a, mientras que las variantes con las otras vocales
figuran como subentradas (por ejemplo, KAKAR engloba a
kikir, kokor y kukur y el siguiente artículo es KAKR). Puede
suceder que el timbre vocálico no sea relevante, en cuyo caso
aparece el signo 3 abarcador de todas las vocales (así, bajo
13 figuran ja, je, ji, jo, ja), salvo cuando una forma originaria
presenta algún matiz diferenciado, lo que da lugar a dos en¬
tradas, una con 3 y otra con A, sin separación tipográfica,
agrupándose las variantes bajo la forma con A (véanse 6 3Z
y BAZ, recogiendo la última hez, biz, boz, buz). Esta manera
de ordenar los materiales es de una gran comodidad para el
estudio de la etimología, y consecuencia de un detenido estu¬
dio fonético de las voces naturales.
La nomenclatura de la obra está constituida de acuerdo
con mis cálculos por un total de 3.500 entradas y subentra¬
das, aproximadamente, si bien el número de voces estudiadas,
presentes en la microestructura, es considerablemente mayor,
quizás unas diez veces o más. Esta cantidad no es compara¬
ble con las 80.000 entradas del diccionario académico, pues
en ella hay muchos términos ajenos a nuestra lengua.
La microestructura de este diccionario también difiere de
la de cualquier otra obra lexicográfica (véase más adelante el
comentario a la obra de J. Corominas), pues en ella —fuera
de aparecer como subentradas cada una de las variantes vocá¬
licas de la voz, según ha quedado dicho antes— no se orde¬
nan definiciones o acepciones, las cuales, como resultado del
análisis lexicológico, se presentan encadenadas de manera se¬
mántica, sino que se hace un exhaustivo y abrumador estudio
de la forma que figura en la entrada a través de sus repre¬
sentaciones en varias épocas y lenguas (en gran medida el
Diccionario de voces naturales es un diccionario etimológico),
MANUEL ALVAR EZOUERRA 237

tomando como punto de referencia tanto trabajos —numero¬


sísimos— de otros lingüistas como las más variadas recopila¬
ciones de léxico (diccionarios, atlas, monografías dialectales,
etcétera), e incluso textos literarios y no literarios de tiempos
pasados. •

Ante la ingente cantidad de informaciones presentada por


García de Diego se echa de menos, como dije antes, un índice
de las palabras estudiadas, bien sea en un apéndice (pudiendo
ordenarse por lenguas, como hizo ). Coraminas en el DCELC),
bien a lo largo de la nomenclatura, con referencia al lugar
exacto de su tratamiento (quizás no fuera ésta la manera más
adecuada, debido a la peculiar presentación de los materiales).
De un interés más reducido, pero que facilitaría en buena
medida la consulta de la obra, sería la presencia de otro índice
bibliográfico con la referencia exacta de cuantos trabajos se
citan, pues por más que los investigadores puedan intuir qué
es «Wartburg, 1 410» (pág. 171), «Sainéan, 2 131» (pág. 195),
«Diez, 618, y ML, 4230» (pág. 370), y muchísimas citas más,
algunas veces más explícitas, no son referencias suficientes
para un lector no iniciado en la bibliografía de la filología ro¬
mánica.

El Diccionario de voces naturales es un excelente com¬


plemento para los estudios etimológicos, y no sólo de nuestra
lengua, pues —como demuestra García de Diego— los térmi¬
nos onomatopéyicos no son privativos de un solo idioma, ya
que los hay relacionados entre sí en lenguas de todas las partes
del mundo. Por otro lado, la obra es una llamada de atención
hacia la no arbitrariedad del signo lingüístico, al menos en
su origen, infravalorada en la lingüística posterior a F. de
Sauss ure.

El trabajo de García de Diego es una muestra indiscutible


de los resultados que todavía hoy puede alcanzar el compara-
tismo, y del camino que aún le queda por recorrer a la lin¬
güística histórica.

Es una lástima no poder disponer de una documentación


más amplia sobre los primeros estudios de las lenguas, para
238 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

llegar al origen del lenguaje que García de Diego sospecha


decididamente de tipo onomatopéyico.

Las dos partes del diccionario son interdependientes. La


primera (el «Estudio de las voces naturales») de tipo teórico,
y la segunda (el «Diccionario») de tipo práctico, pero nin¬
guna de las dos adquiere su justo valor sin la presencia de la
otra. De ahí, y por el enorme trabajo realizado, el interés de
la obra no sólo para la lexicología y lexicografía, sino para
otras disciplinas lingüísticas como la semántica, la fonética o
la etimología, e incluso para la lingüística general, histórica y
comparada.
1970

Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Espa¬


ñola, 19.a ed., Madrid, 1970 (XXX + 1424 págs.).

Es éste el diccionario oficial de nuestra lengua, que ha ido


enriqueciéndose y adaptándose a las distintas épocas desde que
en 1780 la Academia dio a la luz una edición resumida
del Diccionario de Autoridades (1726-1740), bajo el título de
Diccionario de la Lengua Castellana. Más tarde vinieron otras
ediciones hasta llegar a la última, la de 1970: la segunda
en 1783, la tercera en 1791, la cuarta en 1803, la quinta
en 1817, la sexta en 1822, la séptima en 1832, la octava
en 1837, la novena en 1843, la décima en 1852, la undécima
en 1869, la decimosegunda en 1884, la decimotercera en 1899,
la decimocuarta en 1914, la decimoquinta en 1925, la decimo¬
sexta en 1936, la decimoséptima en 1947, y la decimoctava
en 1956. Se debe advertir que la edición de 1936 no se puso
a la venta hasta el final de la guerra civil, cambiándosele la
portada por otra con la fecha de 1939 (1940), añadiéndole
además un prefacio, y que la edición de 1947 reproduce la
anterior más un Suplemento. Esta última se reimprimió
en 1951, al igual que la de 1970 (decimonovena) fue reim¬
presa en 1976. Es preciso señalar también que desde 1925
(decimoquinta edición) la obra aparece con el título que
tiene ahora, Diccionario de la Lengua Española. En la Adver¬
tencia (pág. VIII) de esa edición la Academia explicaba el
cambio así: “como consecuencia de esta mayor atención con¬
sagrada a las múltiples regiones lingüísticas, aragonesa, leo¬
nesa e hispanoamericana, que integran nuestra lengua litera¬
ria y culta, el nuevo Diccionario adopta el nombre de «lengua
española» en vez de «castellana» que antes estampó en sus
portadas. La Academia, ya desde el prólogo de su primer Dic¬
cionario, empleó indistintamente las dos denominaciones de
lengua castellana y española, en lo cual no hacía más que
240 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

atenerse al antiguo uso de nuestros autores clásicos, que tam¬


bién ciaban ambos calificativos a la lengua literaria principal
de la Península. Al preferir ahora uno de los nombres, que
responde mejor a la nueva orientación seguida, la Academia
no desecha en modo alguno el otro, ni excluye de igual deno¬
minación a ninguna de las otras lenguas que se hablan en
España, las cuales son ciertamente «españolas», aunque no
sean «el español» por antonomasia”.
El diccionario académico es el heredero de una rica tradi¬
ción lexicográfica que parte directamente del Diccionario de
Autoridades, y, con anterioridad, de los grandes diccionarios
españoles (Nebrija y Covarrubias son los hitos más impor¬
tantes), además de recibir un gran influjo de la lexicografía
francesa (diccionarios de la Academia Francesa, Richelet, Fu-
retiére, Danet y Trévoux) e italiana (diccionario de la Acade¬
mia della Crusca), en las que se inspiraron nuestros primeros
académicos. Todo ello hace del diccionario de la Academia
una obra de carácter muy variado, y de una gran riqueza
léxica, aunque dispar en algunos de sus aspectos. Es un dic¬
cionario tradicional, tomando el sentido más amplio de la
palabra, en continua evolución e innovación, que es tanto
como decir que es un diccionario vivo, título del cual son
merecedoras muy pocas creaciones lexicográficas.
Veamos cómo es el diccionario por dentro. En el Preám¬
bulo (pág. Vil) podemos leer: «Se ha aumentado un número
importante de voces y acepciones con el criterio, ya iniciado
antes, de incorporar las que, como consecuencia del rápido
progreso que se observa en las ciencias y en las técnicas, y
merced a la gran eficacia de los medios de difusión de que
hoy se dispone, pasan diariamente de la nomenclatura espe¬
cializada al lenguaje culto general e incluso al dominio común.
Además se ha dado acogida a palabras, locuciones y frases
pertenecientes al lenguaje familiar, sin excluir muchas de ca¬
rácter popular que a veces lindan con lo francamente vulgar».
Es cierto, la riqueza de palabras de origen científico y técnico
es enorme. Basta con hojear la obra para ver términos como
ambulacro, catalítico, cátodo, delga, devoniano, poliédrico, re¬
cuñar o semiconsonante, por sólo citar unos pocos ejemplos.
MANUEL ALVAR EZQUERRA 241

Sin embargo, faltan de la nomenclatura académica, de su ma-


croestructura, una infinidad de voces de los lenguajes espe¬
cializados, y es que el diccionario oficial no recoge, no puede
hacerlo, la totalidad del acervo léxico: para ello están esos
otros catálogos de palabras de dominios especiales del saber
humano donde se da cuenta, o al menos así debería ser, de
cuanto falta en el repertorio de la Academia, que es, no lo
olvidemos, un Diccionario de la lengua, no del habla o de
las hablas especiales. Pero como la terminología científica y
técnica va ganando la lengua común, sus innovaciones léxi¬
cas llegan a penetrar en el diccionario oficial, tras una pru¬
dente y juiciosa espera: la voz en cuestión tiene que afianzar¬
se antes de ser sancionada por la Institución. Por eso mismo,
en cierta medida, el diccionario académico va a la zaga de la
lengua, manteniendo, en más de una ocasión, formas desusa¬
das y marginadas por la propia evolución de las artes, ciencias
o técnicas: ¿quién dice ya telefonema para hablar de la co¬
municación telefónica? La cautela, consecuencia del afán
normativista que preside a los redactores de la obra, y el ser
un diccionario de la lengua, tienen como resultados el que la
riqueza léxica se vea superada por otras obras de caracterís¬
ticas semejantes, que prefieren olvidarse de aquello que no
traspasó los límites de otras épocas e incorporar lo que qui¬
zás perdure en la lengua.

El mismo Preámbulo (pág. Vil) dice más adelante: «En


las voces y acepciones americanas se han podido añadir unas
y fijar otras en su sentido y localización gracias a una mayor
relación con las Academias hermanas y a la presencia de aca¬
démicos suyos que han cooperado en nuestros trabajos». Gra¬
cias a ellos se recoge un amplio número de palabras que de
otra manera no estarían catalogadas; se presentan como de
localización americana, entre otras, cascolitro, destronque, fre¬
gado. huincha, marraqueta, peregrina, sicote, etc. El entusias¬
mo de los académicos americanos hace que aparezcan voces
de un ámbito geográfico muy pequeño, o de un uso reducido,
como pueden ser cimate, chivicoyo, chivillo, maiten, nopalito,
nuco, etc. Ahora bien, el lugar de esas voces no debe ser el
Diccionario de la Lengua Española, pues si bien son español
242 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

(muchas de ellas fueron utilizadas en la Península antes de


ir a América y caer en desuso en esta otra banda del Atlán¬
tico), no cabe duda de que no pertenecen a la lengua gene¬
ral. Y otro tanto cabría decir de las otras palabras que llevan
el indicativo de ser propias de algún lugar o región no ya
americano, sino español: alporchón, entrizar, freidor, fuco,
gachó, márrega, tablizo o valúa podrían servir de ejemplos.
El lugar de esas voces son los diccionarios dialectales, los
vocabularios regionales y locales, donde, además, aparecerían
un sinnúmero de palabras no registradas hasta hoy en los re¬
pertorios que conocemos, pues, pese a la buena voluntad de
sus redactores, y a la indiscutible calidad de algunos de ellos,
son incompletos y susceptibles de mejora. Tal situación no
es sino el resultado del abandono en que han caído en nues¬
tro país, y en nuestra lengua, los estudios lexicológicos y lexi¬
cográficos, amén de la falta de una planificación lexicográfica
coherente que dé los frutos esperados por todos. La publica¬
ción de varios atlas lingüísticos desde hace algunos años acusa
de una manera más fuerte la carencia de esos repertorios, ade¬
más de proporcionar una ayuda inestimable para su confec¬
ción, según se ha señalado más de una vez en trabajos resu¬
midos en este volumen. De esa manera se descargaría el
diccionario oficial de un peso enorme que tiene que soportar
para el buen conocimiento de nuestra lengua, y que, en cier¬
to modo, dificulta la ampliación de la macroestructura y la
mejora de la microestructura de la obra. Esperemos que pron¬
to se vayan cumpliendo esos deseos.

En el Preámbulo se advierte al lector de que las adiciones


y enmiendas para esta última edición han supuesto diecisiete
mil papeletas, además de las introducidas durante la impre¬
sión de la obra, que figuran al final constituyendo un Suple¬
mento de cincuenta páginas. Para no aumentar con ello en
demasía el volumen de la obra, se decidió eliminar los miles
de refranes que contenía, que serán recogidos en una colec¬
ción especial. La Academia afirma que «tienen más valor in¬
telectual y moral que puramente lingüístico» (pág. VIII), lo
cual puede ser admitido como justificación para eliminarlos
del ya de por sí, voluminoso diccionario.
MANUEL ALVAR F.ZQUERRA 243

Delante del corpus de la obra aparecen unas advertencias


para el uso del diccionario. Tres hacen referencia a la macro-
estructura (primera, segunda y sexta), y cinco a la microes-
tructura. La primera de ellas informa de que, al igual que en
los diccionarios modernos, la letra inicial de la palabra que
figura en la entrada del artículo se imprime en minúscula,
salvo si en la primera acepción es un nombre propio. Pese a
ser un diccionario, y no una enciclopedia, registra un buen
número de nombres propios, la mayoría de ellos relativos a
la astronomía: Ceres, Erídano, Escorpio, Pegaso, Saturno, Ve¬
nus, etc., si bien no son desconocidos los nombres geográficos:
Bañón, Calañas, Egipto. Francia, etc., ni los de personas:
López, María, Mingo, Pero, etc., ni otros relacionados con la
religión: Dios, Jehová, Navidad, Pascua, etc., o el derecho:
Instituía. Es sobre todo la presencia de los nombres de cuer¬
pos celestes y constelaciones la más difícil de explicar, pues
la única acepción registrada es la de su identificación, lo
cual no justifica su aparición en el diccionario ya que ello es
misión de las enciclopedias; no sucede así en los otros casos,
pues sirven para aclarar locuciones y lexías compuestas, pre¬
sentes de una manera u otra en el conjunto del diccionario.

La segunda de las advertencias hace referencia a las va¬


riantes formales de una misma palabra, pues en el encabeza¬
miento de los artículos pueden aparecer dos, y hasta tres,
todas ellas aceptadas por el uso culto general, o con una dis¬
tribución geográfica diversa. La Academia siempre prefiere
la primera de ellas: alveolo mejor que alvéolo, caranday que
carandaí, simoniaco que simoníaco. etc. A veces el orden alfa¬
bético no pe-mite que ambas variantes aparezcan unidas, en¬
tonces la forma preferida es la portadora de definición: ar¬
monía se prefiere a harmonía, ceviche a seviche, substancia a
sustancia, psicología a sico{ogía. etc. Sin embargo tienen la
misma definición septiembre y setiembre, lo cual señala lo
difícil de tomar decisiones, incluso por parte de la Academia
en asuntos de su estricta competencia. Por descontado, las
formas modernas prevalecen sobre las más antiguas, registra-
244 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

das abundantemente en el diccionario: hablar en vez de fa-


blar, ni en lugar de nin, honra y honrar por ondra y ondrar,
etcétera.

La tercera de las advertencias atingentes directamente a la


macroestructura es la que lleva el número VI. No se incluyen
en la obra los diminutivos en -ico, -illo, -ito; los aumentativos
en -ón, -azo, y los superlativos en -ísimo, siempre que sean
formaciones regulares. Sin embargo se ofrecen los que presen¬
tan alguna irregularidad: amicísimo, crudelísimo, antiquísimo,
etcétera, y aquellos que tengan acepciones especiales: corazon-
cillo, generalísimo, organillo, reverendísimo, señorito, etc. A
pesar de todo se escapan formaciones regulares y sin signifi¬
cados especiales (p. ej. friísimo). De esa manera la Academia
soluciona una de las más importantes interferencias entre gra¬
mática y diccionario. Ahora bien, para que el lector no quede
desasistido, y pueda despejar dudas de orden gramatical en
este sentido, la Institución ofrece al final de su obra un apén¬
dice sobre la formación de los diminutivos en -ico, -ito, -illo;
de los aumentativos en -ón y -azo, y de los superlativos en
-ísimo. Se completa el apéndice no lexicográfico con las re¬
glas de acentuación, de gran utilidad, pues muy a menudo los
usuarios buscan en el diccionario no los significados, sino,
en una lectura más simple, su ortografía, quedando, a veces,
decepcionados al no hallar todas las formas paradigmáticas
del léxico (su recolección no es el objeto de las obras lexico¬
gráficas); pues bien, gracias a esas reglas podrá solventar al¬
gunas de sus dudas. Por otro lado, la discriminación efectuada
entre los sufijos enumerados y los restantes es injustificable,
por más que los primeros sean los más abundantes en la len¬
gua, pues no son muchos los otros derivados que se registran,
todos ellos con significados particulares: calabacino, cebolli¬
no, angelín, banderín, etc., si bien se atestiguan formas tales
como bicharraco, libraco, etc., con el sentido que les confie¬
re el sufijo, u otros que remiten a la forma base: en hablador-
zuelo se indica que es derivado de hablador. Añade además
la Academia: «Tampoco se incluyen todos los adverbios en
-mente, ni todos los diminutivos y despectivos en -uco, -uca,
-ucho, -ucha, por ser de formación fácil y a menudo ocasio-
MANUEL ALVAR EZOUERRA 245

nal. Pero su ausencia en el Diccionario no significa por sí


sola que no existan en el uso o que sean incorrectos» (pá¬
gina XXIV). Por último, es preciso señalar que en la macro-
estructura hay algunos de esos sufijos, modernos en la len¬
gua, por ej.: -grafía, -grajo, etc.

La tercera advertencia, ya en la microestructura, informa


del orden en que se presentan las diversas acepciones en cada
artículo: «primero las de uso vulgar y corriente; después las
anticuadas, las familiares, las figuradas, las provinciales e
hispanoamericanas, y, por último, las técnicas y de germanía»
(pág. XXIII). El orden de las categorías gramaticales de una
misma voz es: adjetivo, sustantivo y adverbio. Las acepciones
que sólo se usan en número plural se posponen tras las que
también pueden presentarse en singular. Tras las acepciones
del vocablo simple aparecen las que adquiere en combinación
con otros elementos. Por último, se presentan en riguroso
orden alfabético las frases o expresiones en que aparece la
voz correspondiente. Son, como vemos, muchas las conside¬
raciones a tener presentes, motivo por el que, a veces, parece
que en la redacción de los artículos no se siguen las direc¬
trices iniciales, tal es la cantidad de informaciones que se
llegan a almacenar. Buenos ejemplos para comprobarlo pue¬
den ser los artículos de voces como libro, mano, pie o puerta.

La edición de 1970 supone un avance con respecto a la


anterior en el modo de efectuar las referencias internas, según
se explica en la cuarta advertencia: «cuando el vocablo a que
se remite tiene varias acepciones, en vez de indicar, como
hasta ahora, el número de la acepción correspondiente, se
identifica ésta en forma suscinta, con lo cual, si al lector le
interesa, buscará dicha acepción en su lugar alfabético y allí
verá la definición completa de la misma; y si no le interesa,
se habrá evitado la molestia que supone una nueva consulta
del Diccionario». También se ha obviado la pérdida de tiem¬
po del lector en aquellas voces en que se encadenaban las
remisiones; ahora se envía directamente al vocablo que inte¬
resa, eliminando todos los pasos intermedios. Hay que aplau¬
dir el interés por la comodidad del usuario, pero quien vaya
al diccionario con otros intereses echará de menos todas esas
246 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

referencias, incómodas, desde luego, única manera de encon¬


trar sinónimos, que no aparecen declarados tan a la vista de
otra forma.

En la quinta advertencia se explica cómo encontrar la de¬


finición de expresiones formadas por varios vocablos, tales
como frases hechas, locuciones, modos adverbiales, etc. Apa¬
recen en el artículo correspondiente a uno de los vocablos
de que constan, prefiriendo el sustantivo, o elemento sustan¬
tivado, al verbo, éste al adjetivo, al pronombre y al adverbio,
en ese orden. Puede suceder que ocurran dos voces de la
misma categoría gramatical; entonces la definición irá en el
artículo correspondiente a la primera de ellas. De todos mo¬
dos, en la nomenclatura de la obra aparecen algunas de esas
expresiones: ¡ave María!, (hacer) juerarropa, metesillas y sa¬
camuertos, mixti fori, ñora tal, y otros.

La séptima advertencia nos informa de que las voces a


las que sigue la notación de ant. pertenecen exclusivamente
al vocabulario de la Edad Media, o traspasaron ese límite
sin llegar al lenguaje moderno, mientras que desús sigue
a voces que se han utilizado en la Edad Moderna, pero
que ya no sobreviven. «Puede ocurrir que una voz desusada
o anticuada en la lengua literaria corriente se conserve, sin
embargo, en alguna región de España o de América. En este
caso, como en todos los demás, téngase presente que la nota
de regional no quiere decir que la voz sea reprochable en la
lengua literaria o culta; quiere sólo advertir al lector en qué
región será perfectamente comprensible tal vocablo» (pági¬
na XXV). La inclusión de voces desusadas o anticuadas,
como alueñar, desque, enantes, fuida, gagates, (a) hurtas,
man, nudrir, uviar, nueso, vueso, y muchísimas más, suscita
las reacciones más dispares, pues para unos es la mejor ma¬
nera de llegar a un diccionario total (cfr. a este propósito las
opiniones de R. Menéndez Pidal en «El diccionario que desea¬
mos», incluido en este trabajo), y de esa manera el diccionario
académico se convierte en el más completo de los diccionarios
del español; quienes necesitan descodificar textos de distin¬
tas épocas de nuestra lengua hallan en él su mejor ayuda. Para
otros, registrar todas esas palabras es anacrónico, pues el aca-
MANUEL ALVAR EZOUERRA 247

démico debe ser un diccionario de la lengua actual, si no


¿para qué sirven las distintas ediciones que lo modernizan?;
además, las voces de otras épocas ocupan el lugar de términos
de la lengua de nuestros días que difícilmente se abren cami¬
no hasta llegar a las páginas del diccionario oficial.

La última advertencia se refiere a la transcripción de pa¬


labras de origen árabe, necesarias para indicar la etimología
de algunas voces de nuestra lengua: el sistema utilizado es el
de la escuela de arabistas españoles y el oficial de la revista
Al-Andalus.

Tras las advertencias aparece la lista de las abreviaturas


utilizadas, y a continuación el corpus de la obra, que se acer¬
ca, según mis cálculos a las 80.000 entradas, repartidas a lo
largo de 1.371 páginas. A ese corpus se debe añadir un Su¬
plemento de cincuenta páginas con las adiciones y correcciones
aprobadas por la Corporación mientras se imprimía el diccio¬
nario. La última parte son las reglas de formación de diminu¬
tivos, aumentativos y superlativos, y las reglas de ortografía,
de las que he hablado más arriba.

Antes de acabar quiero señalar que las formas que figu¬


ran en la macroestructura son las habituales en los dicciona¬
rios: el singular para los sustantivos, el infinitivo para los
verbos, y el masculino singular para los adjetivos, a no ser
que las otras formas paradigmáticas tengan usos o acepciones
particulares, o que sólo aparezcan bajo esa forma; por ejem¬
plo: buscavidas, descuernacabras, colzonazos, coqueta, moli¬
nera, etc. Esta organización se rompe con algunos de los tér¬
minos gramaticales, de gran frecuencia en la lengua, pues
mientras aquel, lio, lia, líos, lias, o este, esta, éstos, estas, sólo
tienen una entrada, bajo la primera de esas formas, el, la,
lo (art.) tiene tres entradas, y eso que en todos los casos son
variantes que no pueden aparecer seguidas en la nomencla¬
tura de la obra. También aparecen separados a lo largo de la
nomenclatura los distintos derivados de una misma palabra;
véanse como ejemplo liebrastón, liebrático, liebratón, liebre-
248 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

cilla, liebrezuela, lebrada, lebrasta, lebrasto, lebrastón, lebrato,


lebratón, lebrel, lebrero, lebrón, lebronsillo, lebruno, leporino
y liebre.
Un comentario sobre un diccionario de la excelencia del
académico llevaría cientos y cientos de páginas (la bibliogra¬
fía, sobre él es ya grande), pero estas pocas hojas pueden
bastar como presentación de la obra. De todo lo dicho se
desprende su utilidad y enorme valor.
1973

Stahl, Fred A. y Gary E. A. Scavnicky, A Reverse Dictio-


nary of the Spanish Language, University of Illinois Press,
Urbana-Chicago-Londres, 1973 (5 + 181 págs.).

La obra tiene un prólogo de una página de J. H. D.


Alien, Jr., en el que se hace una breve referencia a la histo¬
ria de los diccionarios inversos, y a algunos de los principa¬
les trabajos modernos de este tipo. Después reseña algunas
de las ventajas que tiene dicha clase de ordenamiento.

Sigue al prólogo un prefacio de Stahl, cuya longitud ape¬


nas sobrepasa la página de Alien. En el prefacio se nos da
cuenta cómo se ha llevado a cabo el diccionario inverso: por
medio de los ordenadores electrónicos. A continuación apare¬
cen las especificaciones sobre los criterios seguidos para in¬
troducir la información en la máquina, y la forma que pre¬
sentaba tras su tratamiento, antes de ser impresos los listados
de palabras, que se nos ofrecen reproducidos tal como salen
de la impresora del ordenador. No hay ninguna explicación
técnica más concerniente a la maquinaria utilizada, lenguaje
manejado, programas aplicados, tiempo invertido, cantidad
de formas tratadas, etc., todas ellas de interés para las per¬
sonas iniciadas o con intención de adentrarse en esos campos
de investigación.

El corpus que se recoge en este trabajo es el de la deci¬


moctava edición (1956) del diccionario académico, aunque
los autores no lo hayan respetado con toda fidelidad, pues si
bien no noto la falta de ninguna entrada de entre las que sólo
poseen una palabra, echo de menos aquellas entradas que la
Academia considera como unidades léxicas constituidas por
más de una palabra, y que son destruidas para formar parte
del ordenamiento inverso; por ejemplo, se ha perdido el se-
250 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

gundo elemento del compuesto tarín barin, lo cual no se


puede comprobar con martín del río o en hisopo húmedo, de¬
bido a que sus elementos también aparecen de manera aisla¬
da en el diccionario académico. Por supuesto, en la obra de
Stahl y Scavnicky sólo figuran las formas de la entrada de
los artículos, lo demás no es competencia de un diccionario
inverso.

En el capítulo de los defectos hemos de señalar que el


trabajo esté basado en la edición de 1956, y no en la más re¬
ciente, de 1970, de nuestro diccionario oficial; quizás el tra¬
tamiento de los materiales fuera anterior a la última edición,
retardándose su publicación hasta 1973, pero esta circunstan¬
cia, si es que se produjo, no se hace constar en ningún mo¬
mento.

El de Stahl y Scavnicky no es el único diccionario inver¬


so de nuestra lengua. Pertenece a una larga tradición de
obras semejantes que han florecido, sobre todo, a lo largo
del siglo pasado, bajo la forma de diccionarios de la rima (los
criterios de ordenación no son iguales), entre los que merece
mención especial el de |uan Peñalver (apud el Novísimo dic¬
cionario de la lengua castellana, Garnier Hnos., París, 1892),
y el más antiguo de todos los de la Península, el Libre de
Concordances (1371) de Jaurne March.

La obra que nos ocupa no sólo es la más moderna, y ela¬


borada con los medios más modernos, sino también de las
más ricas en el léxico incorporado (riqueza atribuible a la
Academia, no a los autores), pues su contenido puede cifrar¬
se en unas 80.000 formas, frente a las 83.000 aproximada¬
mente que hay en el diccionario de la rima de Peñalver. Esas
cantidades serían sensiblemente distintas si descontáramos de
la obra de Peñalver todos los nombres propios y formas de
los paradigmas verbales que incluye (el número no lo he po¬
dido cifrar, aunque es casi seguro que supere el 10 por 100
del total, y quizás hasta el 20 por 100).

La utilidad de los ordenamientos inversos es indiscutible


a la hora de hacer estudios de tipo léxico y morfológico, pues
MANUEL ALVAR EZQUERRA 251

facilitan enormemente la búsqueda de los sufijos, con lo cual


se convierten en una gran ayuda para investigar la sufijación,
composición y derivación en una lengua. Lástima que el dic¬
cionario académico sea un diccionario de la lengua, y no del
habla, pues' de lo contrario en el ordenamiento que nos ocu¬
pa hubieran aparecido agrupadas las distintas formas de los
paradigmas, ofreciéndonos la posibilidad de estudiar, por
ejemplo, la preferencia en español por determinados tiempos
verbales, o la tendencia de ciertos sufijos a unirse con unida¬
des léxicas de una categoría concreta, o con una carga semán¬
tica especial. En este sentido, he de advertir que la tendencia
actual a la hora de confeccionar concordancias es la de hacer
también índices inversos de las formas del texto, que pueden
servir de punto de partida para estudios basados en la ter¬
minación de las palabras.

De todo lo dicho se desprende la utilidad del diccionario


inverso de Stahl y Scavnicky, pese a sus imperfecciones, po¬
cas, por lo que es un complemento indiscutible del dicciona¬
rio oficial de nuestra lengua.
1978

Beinhauer, Werner, Stitlistisch-phraseologisches Worter-


buch spnisch-deutsch, Max Hueber Verlag, Munich, 1978
(1043 págs.).

El diccionario de Beinhauer no es una obra fácil de defi¬


nir ni de clasificar, y dará más de un quebradero de cabeza a
los autores de tipologías lexicográficas. A primera vista pare¬
ce un diccionario bilingüe, y lo es, pues cumple todos los re¬
quisitos que puedan exigirse a éstos. Pero que nadie se llame
a engaño: su macroestructura es realmente breve, alrededor
de 7.000 —quizás unas pocas más— entradas, por lo que no
puede compararse con un diccionario bilingüe normal, que re¬
gistra una cantidad muy superior de entradas (40.000, 50.000
o más). Por lo tanto, en este aspecto, como obra útil para
trascodificar mensajes es muy limitada. Pero no es ésta la pe¬
culiaridad que más aleja la obra de Beinhauer de los diccio¬
narios bilingües: la mayoría de las informaciones contenidas
en la microestructura no aparecen, como sería de esperar, en
alemán, sino en español, de donde se desprende que no ha
sido intención del autor establecer sólo una obra bilingüe. En
realidad tenemos en las manos un diccionario bilingüe (la
macroestructura está constituida por entradas en español que
son traducidas, en la microestructura, al alemán), reducido
por las pocas entradas registradas, al que se han añadido otros
diccionarios, esto es, bajo una misma macroestructura, se ofre¬
cen al lector microestructuras de índole variada. Así se expli¬
ca que conteniendo muchas menos entradas que un dicciona¬
rio «normal» ocupe igual número de páginas.

El léxico abarcado en la macroestructura es de origen li¬


terario, según confirma el autor en el prólogo, llegando a cu¬
brir todos los niveles de la lengua. No son pocos los nombres
propios de persona o lugar registrados, pues aparecen en lo-
254 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

cuciones y expresiones que han de explicarse en la otra len¬


gua: Barrabás, (San) Francisco, ludas, París, Sancho, Zamora,
etcétera. Es de suponer que el nombre de lugar morón, con
minúscula, sea una errata, pues en la locucción aparece con
mayúscula. Para dar entrada de alguna manera a locuciones,
aparecen en la nomenclatura términos que no son usados fue¬
ra de esas construcciones, porque no tienen sentido emplea¬
das aisladamente: fu —que figura con éste y otros valores en
el diccionario académico— da entrada a ni fu ni fa, pero no
se documenta fa —que aparece con este uso en el diccionario
de la Academia. Es redundante decir que los materiales apa¬
recen ordenados alfabéticamente, por más que se siga el orden
español (ch tras todas las combinaciones de c, ll tras todas las
de /) y no el internacional. En este sentido es curioso obser¬
var que entre la c y la ch, y entre la / y la ll no hay la misma
separación existente entre las demás letras del alfabeto, tra¬
tándose ch y ll como combinaciones, las últimas, de c y /,
respectivamente.

Si más arriba he dicho que en la macroestructura de la


obra de Beinhauer hay varios diccionarios es' porque, des¬
pués de la traducción al alemán de la voz española de la en¬
trada, aparece una larga serie de informaciones. La primera de
ellas son los sinónimos españoles (los alemanes constituyen
el primer objeto de la microestructura). No voy a entrar
aquí en el problema de la sinonimia, pues no es el lugar ade¬
cuado. Diré tan sólo que los presentados por Beinhauer no
agotan todas las posibilidades en que podría convenir una
gran mayoría de hablantes y especialistas: para luz el único
sinónimo es claridad. Pero no es la intención del autor dar
una larga lista de sinónimos, sino de ofrecer pistas al usua¬
rio alemán ya iniciado en nuestra lengua. Y son pistas porque
podemos avanzar mucho yendo de los sinónimos (microes¬
tructura) a sus entradas (macroestructura) para hallar nuevos
sinónimos (microestructura). De esta forma se descubre, por
ejemplo, que riñón no es sinónimo de capital, pero entre las
locuciones de riñón ambas voces aparecen como sinónimas.
MANUEL ALVAR EZQULRRA 255

Otro tanto cabría decir del siguiente grupo de informaciones:


los antónimos. El lector podrá encontrar con facilidad en la
obra muestras para lo que digo.
A continuación de los grupos de sinónimos y antónimos,
aparece otro bajo la rúbrica Ep. (epíteto). Debemos entender
aquí por epíteto las construcciones que, sin ser unidades fi¬
jadas léxicamente, se repiten con cierta frecuencia; tal es el
caso para modelo en «un modelo digno de ser imitado».
Cuando estas construcciones suponen un sentido que se des¬
víe del primero, o lo complete, lleva el correspondiente ale¬
mán del término, o de la expresión si puede ser traducida con
una sola palabra (no deben olvidarse las posibilidades de
composición léxica en la lengua alemana). Con este tipo de
construcciones se ofrecen al lector grandes posibilidades para
encontrar términos que designen los conceptos que desea ex¬
presar en ambas lenguas (véase todo lo que aparece a propó¬
sito de libro). Por este mecanismo se enriquece tremendamen¬
te el léxico, corto, de la nomenclatura. El diccionario de Bein-
hauer deja de ser sólo una obra onomasiológica, para ser tam¬
bién semasiológica.
Otra serie de informaciones la constituyen las abundantes
locuciones en que se presenta la palabra; aparecen clasifica¬
das por su función gramatical, y por su nivel de lengua. Por
supuesto, las locuciones españolas llevan su equivalencia en
alemán.
La última parte de los artículos de este singular dicciona¬
rio la forman los derivados de la voz que figura en la entra¬
da: diminutivos, aumentativos, descriptivos, de agente, de
lugar, etc. Entre los derivados de casa podemos encontrar
casero, caserío, casita, casilla, casillero, casuca, casón, case¬
rón y casucha. Con esta parte se vuelve a enriquecer el lé¬
xico contenido en la obra, además de colmar los deseos de
muchos críticos y lexicógrafos: todos los términos de una
misma familia léxica aparecen agrupados bajo una sola en¬
trada, y no dispersos a lo largo de la nomenclatura. A veces
los derivados se encadenan y pueden producir resultados di¬
fíciles de admitir por un lingüista: lobato y lobezno no son
diminutivos de bbo.
256 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Hemos visto, pues, que bajo un título poco explícito


—sólo hace referencia a una parte del contenido—, aparece
un diccionario complejo y rico, a pesar de que la cantidad
de palabras registradas en la macroestructura no es grande.
De que es una obra lexicográfica no hay dudas si admitimos
con A. Rey (en Le lexique: images et modeles, 1977) que el
tope inferior de los estudios lexicológicos lo impone la unidad
palabra (son palabras las de la nomenclatura, sinónimos, an¬
tónimos y derivados) y el superior la locución (la mayor par¬
te de la microestructura de la obra que nos ocupa). La rique¬
za está en las informaciones de cada artículo, más que en
la macroestructura, porque ellos representan varios dicciona
rios, como hemos visto, y una parte de la gramática: la deri¬
vación. En este sentido es preciso advertir que no figuran otras
informaciones de orden gramatical.

La validez y utilidad del diccionario de Beinhauer ha que¬


dado demostrada. No sólo es de enorme provecho para los ha¬
blantes alemanes con un alto grado de conocimientos en espa¬
ñol, y para los traductores de español a alemán, sino también
para los estudiosos de nuestra lengua, quienes podrán encon¬
trar en este diccionario muchos materiales lingüísticos. Esa es
la razón por la que incluyo en mi recopilación un diccionario
bilingüe: porque no sólo es un diccionario bilingüe.
1980

C o r o m i ñas, Joan, con la colaboración de José A. Pascual,


Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, t. I,
A-CA, t. II, CE-F, ed. Credos, Madrid, 1980 (LXX + 938
y 985 páginas, respectivamente).

Estamos ya ante los dos primeros tomos del renovado Dic¬


cionario crítico etimológico de la lengua castellana (DCELC)
de J. Coraminas, cuyo volumen primero vio la luz en el
año 1954, y el cuarto y último en 1957 (hay una reimpresión
posterior de la obra), habiéndose redactado sus materiales en¬
tre 1947 y 1957. De este diccionario apareció en 1961 una
versión abreviada bajo el título de Breve diccionario etimoló¬
gico de la lengua castellana. Es conveniente señalar que nues¬
tra lengua no poseía más que el fallido Diccionario histórico
de la Academia (1933-36), y algún que otro diccionario etimo¬
lógico de poca calidad científica, cuando en 1954 aparecen dos
diccionarios de carácter diacrónico: el de J. Coraminas y el
Diccionario etimológico español e hispánico de D. Vicente
García de Diego, lo que suponía, junto a la abundancia de
materiales, un desperdicio de los esfuerzos de los autores;
sólo nos puede consolar que los resultados, al responder a
planteamientos teóricos distintos, enriquecen el panorama de
nuestra ciencia.

No voy a unir mi voz a los numerosos elogios del DCELC,


pues nada podría añadir a lo dicho por personas más auto¬
rizadas que yo. Me voy a limitar a la presentación de la nue¬
va versión de la obra (que citaré DCECH).

Lo más llamativo del DCECH es que también sea hispá¬


nico. J. A. Pascual justifica este hecho en la «Introducción»
diciendo: «La presente obra ha ampliado aún más la aten¬
ción a lo peninsular, tanto en el caso de los dialectos hispá-
258 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

nicos como en el de las grandes lenguas —románicas o no—


gallego portuguesa, vasca y catalana. Y aunque el profesor
Corominas no ha tenido la pretensión de abordar exhaustiva¬
mente todos los enigmas etimológicos de las lenguas de la Pe¬
nínsula Ibérica, no ha renunciado a dar alguna luz sobre sus
problemas más espinosos y difíciles» (pág. IX). Por su parte,
Corominas puntualiza en la pág. XII que «el añadir una pa¬
labra al título se hace porque se hizo objetivamente preciso.
Las nuevas aportaciones al estudio del léxico gallego, y del
gallego portugués en general, lo convierten en un diccionario,
crítico y completo en el aspecto etimológico, de la lengua del
Oeste; sus contribuciones nuevas al análisis de lo mozárabe y
de lo romance vasconizado no son de inferior entidad ni de
amplitud menor».

El nuevo DCECH se aparta del viejo DCELC en el léxico


de etimología incierta o dudosa y en voces que antes parecían
tener un origen seguro, dando la impresión, ahora, de un ti¬
tubeo mayor que antes no existía, debido al mejor conoci¬
miento actual de la evolución de la lengua y de su vocabu¬
lario.

En la pág. XI, j. A. Pascual afirma que «son muy pocos


los artículos en los que se hacen correcciones, precisiones,
añadidos o cambios sustanciales, y bastantes, sin embargo, los
artículos que no aparecían en el diccionario anterior o que,
existiendo ya en él, han experimentado un planteamiento eti¬
mológico totalmente nuevo». En las págs. 707-727 del t. I del
nuevo diccionario hay 52 artículos de entre los que tan sólo
uno no figuraba en el antiguo: cachalote, que ocupa casi una
página. De esos 52 han sufrido modificaciones 14, lo cual su¬
pone que se ha retocado, en la porción examinada, más de un
tercio de la obra. En una voz (cacao) se anticipa la fecha de
la primera documentación; en nueve (caballo, cabaña, cabe,
cablieva, cabra, cabrestante, caca, cachear y cacho I) se am¬
plían las informaciones sobre su origen, situación en otros do¬
minios lingüísticos, o primeras atestiguaciones; las informacio¬
nes sobre los derivados sufren aumento en siete (caballo, ca¬
beza, cabo, cabra, cabruñar, cachiporra y cacho I), anticipán¬
dose la cronología de algún derivado solamente en cabeza; y
MANUEL ALVAR EZOUERRA 259

en sólo cabra encuentro algo nuevo sobre los compuestos.


Además aparecen en el DCECH 119 entradas sin artículo, re¬
mitiendo a otras palabras; de ellas cinco son nuevas (caba-
rrón, cachapucha, cacharitcis, cachera y cachero). Todo ello
supone, siempre de acuerdo con mi pequeña cala, un aumento
de 3,6 por 100 en la macroestructura de la obra, y modifica¬
ciones en un 36,4 por 100 de la microestructura. De las 15 pá¬
ginas que ocupaban en el DCELC las voces comprendidas
entre ca y cacho III. se ha pasado a las 21 del DCECH, am¬
pliando en un 40 por 100 el volumen de la obra, que es más
del 26,4 por 100 observado en el primer tomo (938 páginas
para lo que antes ocupaba 742), sin que haya podido exami¬
nar el contenido del otro volumen, publicado cuando este
libro ya estaba listo para la imprenta. Si, como ha anunciado
la editorial, la obra ha de constar de seis tomos (frente a los
cuatro anteriores), es de esperar que en las próximas entre¬
gas las informaciones se vean más ampliadas que ese 26,4
por 100 del espacio del primer volumen, y se sitúen alrededor
del 40 por 100 deducido de mi breve análisis.

En la página XII figuran unas palabras de Corominas,


tristes, pues suponen su abandono en este terreno de la inves¬
tigación, entregándonos una obra acabada, con lo difícil que
ello es, esperando que perdure y viva con vida propia.

Se reproduce, apenas sin cambios, en la introducción (pá¬


ginas X1I1-XXXIV) el prefacio que figuraba a la cabeza de
la primera edición. Al hablar del carácter de la obra, Coro-
minas dice que para fundamentar una etimología es necesario
conocer la historia de la palabra y su situación geográfica, no
sólo en nuestra lengua sino también en las hermanas y afines.
Para elaborar el diccionario ha necesitado estudiar multitud
de palabras que no habían merecido la atención anterior¬
mente, mientras que los investigadores se han inclinado sobre
otras, acumulando trabajos sin aportaciones nuevas. Ese estu¬
dio minucioso que hace el autor, eliminando lo que la tradi¬
ción conserva erróneamente y corrigiendo equivocaciones
anteriores, es lo que justifica el crítico del título, pues no inclu¬
ye nada en el diccionario sin haberlo verificado. En este sen-
260 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

tido es de lamentar que no se hayan sustituido las viejas edi¬


ciones de textos medievales en aquellos casos en que han
aparecido otras modernas en el tiempo transcurrido desde la
publicación del DCELC hasta la del DCECH, pero es justi¬
ficable por la enorme tarea de comprobación que ello hubiera
supuesto para sólo documentar o rechazar unas pocas inter¬
pretaciones. Queda al albedrío del lector ir a comprobar a
las últimas ediciones los vocablos que le ofrezcan dudas en
alguna de sus características. Otro tanto cabría decir de los
atlas lingüísticos. Corominas se queja en la pág. XV de su
falta, pero la situación ha cambiado mucho en los últimos
veinticinco años, aunque aún no es tan completa como sería
de desear.

La nomenclatura de la obra, por supuesto, ordenada al¬


fabéticamente, abarca, según Corominas, casi todas las pala¬
bras del diccionario académico (luego veremos que el casi
todas es demasiado amplio) excluyendo tan sólo un pequeño
número de regionalismos y americanismos de interés muy re¬
ducido, los nombres propios, los adjetivos étnicos sin valor
apelativo, elementos enciclopédicos, adverbios en -mente y
derivados sin interés léxico. Además se añaden voces ausen¬
tes del diccionario de la Academia, en su mayoría medieva¬
les, jergales y malsonantes, extranjerismos y neologismos usua¬
les, y dialectalismos. Veamos un ejemplo: de las 77 entradas
que componen la secuencia aga- en el diccionario académico,
se eliminan (si no me fallan las cuentas) en el DCECH un
total de 57 —ahorraré la enumeración—, esto es, nada menos
que un 74 por 100 de la macroestructura. De las voces eli¬
minadas son derivados de alguna manera 43 (el 55,8 por 100
de la nomenclatura), dialectalismos 5 (el 6,5 por 100), ame¬
ricanismos 4 (el 5,2 por 100), tecnicismos 3 (el 3,9 por 100),
y adjetivos étnicos 2 (el 2,6 por 100), lo cual nos da idea de
la cantidad de derivados que hay en el diccionario académico.
A las 20 entradas que se mantienen, el autor añade 4 (un 20
por 100, que representa un 5.2 por 100 de la nomenclatura
académica), de las cuales tan sólo una figura con artículo: la
voz gallega agarimar, a la que se debe añadir el desdobla-
MANUEL ALVAR EZQUERRA 261

miento en dos artículos de agalla; las restantes adiciones


(agabar y agabitar) son referencias internas a otras palabras,
por tratarse de derivados.

En la microestructura del artículo no siempre aparece la


definición de la voz que sirve de entrada, razón que confir¬
ma el carácter no lexicográfico del diccionario. A la defini¬
ción, en caso de estar presente, sigue un comentario de lo que
se sabe con certeza de la etimología, tras el cual se ofrece la
fecha de la primera aparición del vocablo en textos escritos.
Corominas sabe que sus documentaciones son incompletas
(véase la pág. XVII), y que no significan nada para la historia
de la palabra, aunque sí son útiles para futuras investigacio¬
nes. En este punto debemos lamentarnos por la falta de actua¬
lización de muchos datos —otros ya lo están—, pues no se
han manejado obras recientes que hubieran ayudado a mejo¬
rar, al menos en parte, el DCECH, entre las que debe contarse
el meritorio Diccionario histórico en curso de elaboración por
la Academia. Baste comparar las dataciones ofrecidas en am¬
bos diccionarios para comprobar cómo se podría haber me¬
jorado el de Corominas sin grandes esfuerzos.

La mayor parte de la microestructura la ocupan la biblio¬


grafía acerca de la palabra, los datos lexicológicos (el autor
cae en la tentación de llamarlos lexicográficos) antiguos y mo¬
dernos, literarios y dialectales, y los razonamientos y discusio¬
nes etimológicas. Otros apartados del artículo los pueden
ocupar el estudio de los derivados y de los compuestos, junto
a los que se da la fecha de su primera aparición, salvo en
aquellos términos de poco interés. Además, pueden presen¬
tarse otros datos de valor lexicológico. Los conceptos de deri¬
vado y compuesto se toman en su sentido más amplio, apa¬
reciendo no sólo los formados a partir de la voz castellana de
la entrada, sino también a partir del étimo. De esta manera
se establecen tupidas redes léxicas (lexicogénicas y lexico-
semánticas), basadas en el estudio lexicológico (etimológico),
estado al que desean llegar muchos diccionarios actuales de
la lengua, aunque quizás no con tanta acumulación de térmi¬
nos como hace Corominas, pues la concepción actual de la
262 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

lengua por parte de los hablantes no puede ser igual a la


histórico-etimológica. Cuando el sentimiento lingüístico ro¬
mance aleja los vocablos de su respectivo jefe de familia, son
estudiados por separado. También van como apéndice del
artículo las palabras que parecen emparentadas (aunque no lo
estén, o lo estén de manera dudosa) con la que figura en la
entrada. En la microestructura, por último, aparecen las re¬
ferencias a otras palabras del diccionario, unas veces como
única información, otras dentro de un artículo, resaltándose
tipográficamente la voz a que se remite.

En el apartado titulado «Amplitud semántica y dialectal


de los datos» el autor enumera las obras lexicográficas ante¬
riores y cuenta cómo ha hecho su despojo, no siempre tan ex¬
haustivamente como él piensa (véase a este propósito la in¬
troducción de G. Colón al facsímil del diccionario latino-
español de A. Nebrija, ed. Puvill, Barcelona, 1979). Luego dice
que no ha pretendido hacer una sinopsis de los diccionarios
clásicos (como Gili Gaya) o dialectales (como W. von Wart-
burg), presentando una gran ventaja sobre la obra de éste: «la
de ofrecer una doctrina coherente y completa respecto de
todo el vocabulario castellano, tal como lo juzgamos hoy,
de acuerdo con los conocimientos actuales de la romanística»
(pág. XIII). Más adelante Corominas explica cómo se ha
servido de las fuentes escritas, y la variedad utilizada, así
como el grado de fiabilidad que merece cada una de ellas.

Al hablar de la manera de elaborar la etimología de cada


voz dice que consiste en explicar los elementos con que se ha
formado y cómo ha llegado a tomar la forma y el significado
que tiene modernamente. Es conveniente actuar con precau¬
ción sobre las etimologías que se han propuesto, pues fre¬
cuentemente se hicieron a la ligera y sin efectuar las compro¬
baciones necesarias (véanse los ejemplos aducidos). He aquí
el carácter crítico del diccionario. Se rechazan etimologías ge¬
neralmente admitidas y se proponen otras radicalmente nue¬
vas (cfr. la pág. XXIX).

A la Introducción siguen las explicaciones de la notación


fonética, las indicaciones bibliográficas (que no son un intento
MANUEL ALVAR EZQUERRA 263

de bibliografía de la filología castellana; se completa con los


trabajos citados en el interior de los artículos), el índice cro¬
nológico de fuentes castellanas, y las abreviaturas utilizadas.
Después aparece el cuerpo de la obra. Es de esperar que,
como en la primera edición, aparezcan unos índices que fa¬
ciliten la búsqueda y manejo de datos. En la introducción los
anuncia, y más completos, J. A. Pascual. Recordemos que
en el DCELC esos índices eran variadísimos: de fenómenos
fonéticos, formación de palabras, prefijos, sufijos y termina¬
ciones, fenómenos léxicos, grupos léxicos (de procedencia de
las palabras), textos antiguos comentados o enmendados, obras
básicas de consulta rectificadas o aclaradas; índices de pala¬
bras de otros dominios lingüísticos (mozárabe, gallego, por¬
tugués y gallego-portugués antiguo, catalán, lengua de oc,
francés, retorrománico, italiano, sardo, rumano, latín y romá¬
nico común, céltico general y continental, bretón, irlandés y
gaélico, germánico, gótico, escandinavo, inglés, fráncico, litua¬
no, eslávico, iránico, índico, vasco, ibérico e hispánico no
indoeuropeo, etrusco, camitico, beréber, hebreo y sirocaldaico,
ugrofinés, turco-tártaro, dravídico, malayo-polinesio, chino, ja¬
ponés, náhuatl, guaraní y tupí, quichua, aimara y araucano),
y de nombres propios. Si ofrezco tan larga lista es por el in¬
terés que ofrece, y por el poco uso que se hace normalmente
de esos índices, a pesar de ser de una inestimable ayuda para
numerosos trabajos, en especial sobre la constitución del lé¬
xico de nuestra lengua.

Sin ningún género de dudas, la obra de Corominas es el


mejor diccionario etimológico de que disponemos para el
español. No se limita únicamente a ser un trabajo etimoló¬
gico, sino que también es histórico, cuya consulta es obligada
en este sentido hasta que llegue a completarse algún diccio¬
nario histórico. A pesar de llevar en su título la palabra dic¬
cionario no es de carácter lexicográfico (el orden alfabético
es sólo una manera de ordenar materiales), sino estrictamente
lexicológico (véase a este propósito P. Guiraud, Structures
étymologiques du lexique /raneáis, recogido en la presente re¬
copilación), donde se abordan también problemas de fonética
y de morfología, consiguiendo modernizar el método compa-
264 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

ratista. Asombra ante todo la enorme documentación aduci¬


da, a pesar de lo cual sigue siendo, solamente, una parte de
nuestra historia lingüística. Por ello es fácil ampliar sus da¬
tos, y no son pocos los investigadores que se felicitan cuando
descubren un término utilizado antes de la primera aparición
ofrecida, «fácil satisfacción» según Corominas (pág. XXV).
Sin embargo, eso no lo debemos considerar en detrimento del
diccionario, sino muy al contrario, pues estamos ante una obra
cuya renovación iba siendo necesaria, y a la que los estudio¬
sos necesitan remitirse continuamente. Entre sus méritos más
destacados está el incorporar los derivados y compuestos en
la entrada de la palabra que sirve de base léxica —de otro
modo sería complejo y repetitivo hacer un diccionario etimo¬
lógico; y sobre todo es digno de elogio que la obra sea la in¬
gente labor de un solo investigador, ayudado por otras per¬
sonas, sí, pero sin compartir la carga, lo cual dice mucho de
la situación de estos estudios en nuestro país.

En el capítulo de los aspectos negativos hay que señalar


la defectuosa impresión del DCECH (la tinta no se reparte
por igual en todas las páginas, los añadidos al DCELC se
aprecian, a veces, sin mucha dificultad pues aparecen bigotes,
etcétera), el poco cuidado que se ha tenido en la acentuación,
como ya ocurrió en el DCELC; a lo largo de la obra apare¬
cen continuamente formas como fué, dió, etc. En el contenido
sigue chocando la gran preponderancia que se da al levante
español como mediador en la transmisión del latín al caste¬
llano.

Quisiera terminar con unas palabras del propio Coromi¬


nas: «Una obra como la presente está destinada ante todo a
servir para el estudio del castellano y de su vocabulario, pero
también a prestar grandes servicios no sólo para todos los
aspectos de la lingüística castellana, sino además, muy seña¬
ladamente, para el estudio de todas las lenguas romances, y
aun para el de todo el tesoro léxico de la civilización occiden¬
tal» (pág. XXXII).
INDICE
DE
NOMBRES PROPIOS
Academia della Crusca, 65, 124, Bello, A., 191.
240. Béthune, Ebrardo de, 22.
Academia Española, véase Real Blecua, J. M„ 218.
Academia Española. Bloomfield, L., 34, 166.
Academia Francesa, 65, 124, 240. Boissiére, P., 16, 205.
Acevedo, P. M. de, 126. Bonsack, E., Jr., 59.
Alcalá, Pedro de, 138. Botha, R. P., 8 (n. 3).
Alcina, J., 218. Bréal, M„ 39.
Aldrete, B. de, 138. Brócense, El, véase Sánchez de
Alemany Bolufer, J., 8 (n. 4). las Brozas, F.
Alfonso X, 23. Bruneau, Ch., 8 (n. 3).
Alinei, M„ 129-134. Burrill, M. F., 59.
Alonso, A., 124. Busa, R., 120.
Alvar, M., 199, 203.
Alvar Ezquerra, M., 8 (n. 2), Cange, Sieur du, véase Fresne,
9 (n. 5), 145-152, 233. Charles du.
Alvarez García, M., 8 (n. 4). Capelladas, 127.
Alien, J. H. D., Jr., 249. Cardona, L. F., 126.
Argensola, 168. Carmona, 127.
Aristófanes de Bizancio, 16, Caro, M. A., 178.
153. Casani, J., 126.
Aristóteles, 79, 104. Casares, J., 15-19, 31-37, 83, 91,
94, 99, 108, 160, 168, 187,

Bacquet, P., 8 ín. 3). 195, 205-214, 219.


Baldinger, K., 8 (n. 3), 79. Casas, Cristóbal de las, 138,

Bally, Ch., 166. 188.


Baralt, R. M., 139. Casiri, M., 139.
Barbaglia, 16. Castro, Américo, 21-24, 138.

Barnhart, C. L., 59. Cervantes, M. de, 168.

Battisti, C., 8 (n. 3). Cirilo, 154.


Beinhauer, W., 9, 253-256. Cohén, J., 79.
268 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Colón, G., 262. Filetas de Cos, 153.


Collignon, L., 169-176. Fillmore, Ch. F , 179.
Conklin, H. C„ 57-58. Focio, 154.
Connink, A., 126. Fodor, J., 129.
Coraminas, J., 75, 77, 178, 193, Franciosini, L., 138, 188.
199, 203, 223, 230, 232, 236, Fresne, Charles du, Sieur du
237, 257-264. Cange, 154.
Coseriu, E., 168. Furetiére, A., 124, 240.
Covarrubias, S. de, 124, 138,
168, 188, 193, 240. Gangutia Elicegui, E., 153-157.
Crónert, W., 154. García de Diego, V., 120, 193,
Cuervo, R. J., 27, 139, 177-183. 199-203, 229-238, 257.
García Hoz, V., 45-49.
Chang-Rodríguez, E., 76, 77. Gardette, P., 8 (n. 3).
Cheng-Kong, 15. Gili Gaya, S„ 25, 27, 65-66,
Chomsky, N., 79, 129, 165, 166. 120, 138, 187-197, 208, 217,
262.
Dagens, J., 8 (n. 3).
Glatignv, M., 169-176.
Danet, P., 124, 240.
Gleason, H. A., Jr., 55-56, 60.
Darmesteter, A., 80.
González Manrique, V., 178.
Diez, F., 237.
Gougenheim, G., 43.
Domínguez, R. J., 26.
Greenberg, J. H., 79, 166.
Dubois, Cl., 109-115, 163.
Greimas, A. J., 43, 159.
Dubois, J., 61-63, 109-115, 159,
Grónert, W., 154.
163.
Guilbert, L., 8 (n. 3), 114, 170.
Guillaume, G., 71.
Escuder, J. F., 124.
Guiraud, P., 8 (n. 3), 43, 67-73,
79, 113, 118, 263.
Fabbri, M., 9 (n. 6).
Fajardo, J. F, 126. Haas, M. R., 53.
Felipe V, 123, 126. Halle, M., 166.
Fernández Pacheco, J. M., véa¬ Harrell, R. S., 53.
se Villena, Marqués de. Harris, Z., 129, 166.
Fernández-Sevilla, J., 135-139, Henricus Stephanus, véase Ste-
141-144, 168. phanus, H.
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS 269

Henríquez, B., 138. MacCawley, J. D., 166.


Hidalgo, J., 65. Machado, G., 126.
Hierro, F. del, 126. Makenzie, 154.
Hjelmslev, L., 129. Malkiel, Y., 51-52, 60, 161.
Hockett, Ch. F., 79, 166. Malmberg, B., 79.
Hoenigswald, H. M., 56. Malone, K„ 57.
Householder, Fred. W., 51-60. Marcellesi, J. B., 163.
Hugucio, 22. March, Jaume, 250.
Humboldt, W. von, 119. Mariana, P., 168.
Martin, S. E., 58-59.
Iannucci, J. E., 60. Martinet, A., 166.
Imbs, P., 8 (n. 3). Martínez, F. A., 178, 180.
Isidoro, San, 22. Matoré, G., 8 (n. 3), 39-44, 171.
Maura y Montaner, A., 17.
Jakobson, R., 79, 129. Menéndez Pidal, R., 25-29, 187,
Jones, D., 154, 155. 188, 223, 246.
Tuilland, A., 76, 77. Meyer-Lübke, W., 237.
Julio Pollux, véase Pollux, J Migliorini, B., 8 (n. 3).
Mitterand, H., 114.
Kahane, H., 60. Moliner, M., 179, 215-228.

Kahane, R., 60. Muller, Ch., 43.


Katz, J. A., 129.
Kohler, E., 8 (n. 3). Nebrija, E. A. de, 21, 138, 148,
188, 240, 262.

Lapesa, R., 8 (n. 3), 128. Nerval, G., 166.


Lara, L. F., 168.
Lázaro Carreter, F., 7 (n. 1), Olive, P. M. de, 139.
66, 123-128, 182, 219. Oudin, C., 138, 188.
Lejeune, M., 8 (n. 3).
Liaño, J. de, 138. Palencia, A. de, 21, 138, 148.
Liddell, H. G., 154, 155 Palet, J., 138.
López Facal, ]., 153, 154, 155, Panini, 79.
156. Papias, 22.
Pardo, J., 126.
270 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

Pascual, J. A., 257-264. Richelet, P., 124, 240.


Passow, F., 154. Rivas Sacconi, J. M., 178.
Patterson, W., 8 (n. 3). Robert, P., 8 (n. 3).
Pécheux, M., 163. Rodríguez Adrados, F., 43, 153,
Peñalver, J., 250. 155, 156-157.
Percivale, R., 138, 188. Rodríguez Marín, F., 26.
Pérez, J., 126. Roget, P. M., 16, 160, 205.
Pergamino, J., 16. Rohlfs, G., 230.
Picoche, J., 8 (n. 3). Romera Navarro, J., 138.
Piel, J. M„ 8 (n. 3). Rosal, F. del, 138.
Pignon, J., 114. Rost, V. Ch. F., 154.
Pike, K. L.., 166.
Platón, 79.
Sainéan, L., 230, 237.
Pollux, J., 16.
Salva, V., 26, 139.
Porto Dapena, J. A., 177-183.
Postal, P. M., 166. Salvador, G., 75-77.
Pottier, B., 79, 159. Sánchez de las Brozas, F., 138.
Sapir, E., 166.
Quemada, B., 7 (n. 1), 8 (n. 3), Saporta, Sol, 51-60.
43, 117-122, 161. Saumjan, S. K., 166.
Saussure, F. de, 43, 165, 237.
Rea! Academia Española, 9 Scavnicky, G. E. A., 249-251.
(n. 5), 10, 15, 17, 18, 19, 23, Scott, R„ 154, 155.
27, 31, 34, 46, 65, 120, 123- Schalk, F., 8 (n. 3).
128, 138, 139, 145, 157, 178, Sebeok, T. A., 161.
179, 187, 188, 193, 206, 213, Seco, M., 195.
220, 222, 224, 228, 239-248, Serrano, C., 153.
249, 250, 257, 260, 261. Sicilia, M. J., 139.
Red, A. W„ 60.
Sieur du Cange, véase Fresne,
Requejo, V., 138. Charles du.
Revzin, I. I., 79,
Spearman, 47.
Rey, A., 7 (n. 1), 79-81, 159- Spitzer, L., 230.
168, 256.
Squarzafigo, V., 127.
Rey-Debove, J„ 7 (n. 1), 97- Stephanus, H., 154.
108, 112, 161, 172, 220, 221, Stahl, F. A., 249-251.
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS 271

Straka, G., 8 (n. 3). Verdugo de Castilla, A., véase


Swanson, D. C., 54-55. Torrepalma, Conde de.
Viciana, Martín de, 138.
Terreros y Pando, E. de, 75, 76. Vidos, B. E., 8 (n. 3).
Thurstone, 47. Viera y Clavijo, J., 233.
Toro Gisbert, M. de, 26. Villa Dei, Alejandro, 22.
Torrepalma, Conde de, 126. Villena, Marqués de, 126.
Trévoux, 124, 240. Viñaza, Conde de la, 138.

Ullmann, S., 8 (n. 3). Wagner, M. L., 230.


Uricoechea, E., 178. Wagner, R. L., 8 (n. 3).
Urrutia Cárdenas, H., 8 (n. 4). Wartburg, W. von, 8 (n. 3),
Urrutibéheity, IT., 8 (n. 3). 31, 237, 262.
Weinreich, U., 52-53, 60, 79.
Valverde, 13., 138. Whorf, B. L„ 79.
Venegas, Maestro Alexo de,
138. Zgusta, L., 11 (n. 7), 83-96,
INDICE
DE
MATERIAS
abreviaciones, 51, 87.
abreviaturas, 100.
acepciones, 147; derivadas, 28; ordenación de las —, 18, 28, 62, 112,
147, 174, 193, 245.
adverbios en -mente, 36, 192.
afasia, 40.
afijos, 57, 148, 216, 227.
americanismos, 18, 191, 221, 241.
análisis: componencial, 39, 104, 129, 130; sémico, 103, 160.
antonimia, 118, 175.
antónimos, 175, 207, 211, 216, 255; contextúales, 176; habituales,
176; perfectos, 176.
arabismos, 23.
arcaísmos, 23, 27, 87, 137, 188, 190.
artículo del diccionario, 97, 174; estructura del —, 218; organización
del —, 157; redacción del —, 218.
aumentativo(s), 33, 36, 209, 244.
automatización, 95, 151, 156.
autonimia, 99.

barbarismos, 18.

calcos léxicos, 119.


caló, 35.
campo(s): conceptual, 118; morfosemántico, 69; nocional!es), -12, 43,
118; semántico, 39, 118, 135, 157; sintagmático, 118.
categoría, 101; gramatical, 90, 110, 146, 175, 245.
citas, 112, 171, 174.
clase del diccionario, 51.
276 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

clasificación (véase también orden), 174; artificial, 16; de formas, 41;


genealógica, 16; metódica, 16; natural, 16; por contraste, 54; por
sustitución, 54; semántica, 41, 98.
cliché, 166.
composición, 57, 67, 68, 86, 118, 172; inorgánica, 86; orgánica, 96.
compuesto(s), 23, 56, 67, 112, 262.
concordancias, 88, 118, 120, 145, 155.
conjugación, 101, 173.
connotación, 84.
contenido, 101.
contexto lexicográfico, 89, 160.
corpus, 145; lingüístico, 99; metalingüístico, 99.
cuadros, 99, 100, 173, 194.
cultismos, 22, 148; períodos en su historia, 23.

declinación, 173.
definición, 28, 29, 33, 101, 102, 110, 136, 145, 160, 163, 175, 182,
194, 201, 210, 218; accidental, 104; de cosa, 102; de la cosa-
nombrada, 98; de palabra, 102; descriptiva, 34; enciclopédica, 104;
forma de la —, 90; léxica, 129; lexicográfica, 52, 90, 103, 111
173; lógica, 90, 163, 174; mediante ejemplos, 104; mediante ras¬
gos, 130; morfosemántica, 104, 174; natural, 103; nominal, 34;
por análisis, 105; por inclusión, 104, 105; por oposición, 105; por
referencia a otro término, 174; por sinónimos, 34, 53; real, 34;
relacional, 105; sustancial, 105; tipos de —, 112, 182; vaga, 104.
denotación, 84.
derivación, 57, 59, 67, 68, 70, 86, 172, 256.
derivado(s), 40, 67, 76, 106, 112, 121, 192, 200, 221, 255, 260, 261;
de nombres propios, 99.
descripción, 194; del contenido del signo-nombrante, 98; semánti¬
ca, 52.
designación, 84.
dialectalismos, 29, 59, 65, 188, 190, 191, 227, 260.
dialecto, 87.
ÍNDICE DE MATERIAS 277

diccionario, 52, 88, 135, 145, 161, 172; abierto, 103; alfabético, 15,
17; analógico, 17; bilingüe, 53, 54, 57, 58, 60, 92, 110, 253;
bilingüe: contenido, 54; bilingüe: función, 57; bilingüe: tipos, 93;
bilingüe: total, 55; cerrado, 103; científico, 59; clasificación, 51,
88, 97, 100, 161, 170; comercial, 59; definición de —, 15, 97,
161; de frecuencias, 118; de la lengua escrita, 25; de la lengua
hablada, 25; de la rima, 250; de lengua, 98, 110, 159, 170, 171,
215; de raíces, 15; de sinónimos, 88, 136, 161; de uso, 121, 215;
diacrónico, 88; enciclopédico, 88, 98, 136, 170; especial, 88, 98,
170, 172; estructural, 57, 61, 136; etimológico, 88, 171, 199, 200,
257; finalidad pedagógica, 109; fonético, 15; general, 26, 88, 98;
generativo, 136; histórico, 18, 19, 34, 36, 88, 113; histórico total,
26; ideológico, 17, 18, 88, 136, 205; integral, 32; inverso, 56,
88, 249; lingüístico, 88; manual, 18; monolingüe, 59, 61, 88,
110; normativo, 32, 87; objeto, 164; objeto cultural, 109, 112;
objeto mítico, 169; objeto social, 162, 170; pedagógico, 88, 109,
110, 113, 176, 197; plurilingüe, 88, 145; producto manufactu¬
rado, 109; redacción, 109; restringido, 88; selectivo, 26, 170;
sincrónico, 61, 88; sistemático, 88; temático, 98; texto metalin-
güístico, 97; texto semiótico, 159; total, 26, 136; y gramática, 55,
63, 195, 196.
diferencia específica, 52, 104, 201, 210 (definidor específico, 174).
diminutivo(s), 36, 209, 244.
disjunción, 175.
dominio léxico, 130, 131.

ejemplo(s), 90, 93, 106, 110, 112, 136, 145, 162, 171, 174; defini-
cional, 107; enciclopédico, 107.
enciclopedia, 88, 98, 136, 145.
entrada, 51, 54, 59, 89, 97, 101, 111; componentes de la descripción
lingüística de la entrada. 112; elección, 101; forma, 89, 93, 101;
lexicográfica, 111; naturaleza lingüística, 99; selección, 54, 89.
esfera de aplicación, 84.
estadística, 100; lingüística, 118.
278 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFIA

estilística, 33, 39, 84, 88; características estilísticas del vocabulario


literario, 118.
estratos lingüísticos, 35.
estructura: etimológica, 70; léxica, 141; noción, 67.
etimología, 28, 33, 57, 67, 90, 101, 110, 113, 119, 173, 193, 202,
221, 225, 229, 261; estructural, 119; externa, 72; griega y pre¬
griega, 156; popular, 144.
eufemismo, 29.
expresiones pluriverbales, 34.
extranjerismos, 119, 227, 260.

fecha, 28, 148, 173, 261.


fonética, 40.
frases: hechas, 17, 138, 225, 246; proverbiales, 34.

género: gramatical, 101; próximo, 52, 104, 174, 201, 210.


germanía. 35. 65, 221; histórica. 35; moderna, 36.
germanismos, 23.
glosa, 90, 93, 159.
g)osario(s), 27. 145; especializados, 59; latinos-españoles medievales,
21, 138.
glosografía, 153.
gramática, 39; lexicográfica, 5'5; y léxico, 55, 118; y lexicografía, 55,
56; y su reflejo en los diccionarios, 157, 192.

habla, 100.
hebraísmos, 23.
helenismos, 23.
hiperónimo, 86.
hipónimo, 86.
hispanismo, 34.
homofonía, 69, 85, 118, 196.
bomografía, 85, 118, 147.
homógrafo(s), 171, 172.
INDICE DE MATERIAS 279

homonimia, 85, 111, 118, 157; colisión homonímica, 69.


homónimos, 101, 171, 172, 181.

idiolecto, -87, 100.


idioma, 35.
idiotismo, 34, 53.
ilustraciones, 52, 90, 98, 194.
índice(s), 88, 120, 155; alfabético, 210; de rimas, 148; inverso, 56.
.inflexión, 86.
información!es), 92, 171, 173; complementaria, 60; del artículo, 110;
gramatical, 28, 51, 56, 58, 93, 101, 146, 218; orden de las —,
101, 112.
informantes, 89.
interjección, 106, 234; definición, 234.

jerga, 36, 113, 188, 260.

lema, 89, 130, 132; tipo lemático, 132.


lematización, 151, 156.
lengua, 35, 100; literaria, 29; nacional general, 87, 120.
lenguaje, 35; enfermedades, 40; especializado, 137, 241; familiar, 240;
funcional, 86; infantil, 40, 235; natural, 229; origen, 229; y
pedagogía, 45, 49; y psicología, 45.
léxico(s), 145, 155; inventario, 26; particulares, 28.
léxico: activo, 15, 87; común, 35, 100; del idioma, 200; de una
lengua, 100; dialectal, 143; familiar, 35; general, 35, 36; grose¬
ro, 35; incivil, 35; latente, 15; literario, 35; maneras de consi¬
derarlo, 165; pasivo, 87; patrimonial, 35; poético, 35; popular,
35; rústico, 35; total, 100; y gramática, 55, 196.
lexicogénesis, 261; vías lexicogenéticas, 67.
lexicografía, 32, 39, 52, 80, 83, 117, 120, 145; actividad pragmática
y pedagógica, 164; aspecto normativo del trabajo del lexicógrafo,
92; definición, 32, 44, 117, 135; histórica, 119, 120; mecaniza¬
da, 121; nacimiento, 153; planificación y organización del trabajo
280 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

lexicográfico, 94; teórica, 120; y geografía lingüística, 136, 143;


y gramática, 56, 192.
lexicología, 32, 39, 40, 52, 79, 80, 117, 145, 164; confusión con la
lexicografía, 117; confusión con otras disciplinas, 39; definición
de la —, 32, 44, 117, 135; de los contenidos, 166; descriptiva,
166; diacrónica, 166; estructural, 67; europea, 117; histórica, 119;
método, 40 y sigtes.; monolingüe, 52; objeto de la —, 39, 164;
tendencias actuales, 117; y ciencias vecinas, 33, 39, 40.
lexicometría, 49, 118; corrientes actuales, 118.
localismos, 27, 137.
locución, 34, 53, 166, 246; clasificación, 34; extranjeras, 99.

macroestructura, 29, 97, 99, 100, 121, 169, 172.


matriz léxica, 39, 70.
metáfora, 144.
metalengua, 99, 103.
metonimia onomástica, 69.
microestructura, 29, 97, 100, 101, 121, 169, 172, 173.
modismos, 17, 34, 110, 225.
morfema, 111, 166, 227.
morfología, 39.
motivación del signo lingüístico, 71, 143.

neologismos, 18, 26, 36, 40, 87, 167, 190, 207, 222, 260.
nombres propios, 40, 99, 138, 191, 224.
nomenclatura, 98, 110, 111, 121, 171.
número, 101.

onomatopeya(s), 40, 68, 130; aparentes, 231; bases fisiológicas de


la , 68; desvirtuadas, 231; e interjección, 106; oscurecidas, 231;
simbólicas, 231.
orden (véase también clasificación)-, alfabético, 25, 52, 56, 61, 75,
91, 93, 97, 110, 111, 146, 160, 172, 210, 225; alfabético Ínter-
ÍNDICE DE MATERIAS 281

nacional, 25; de las informaciones, 112, 225; mediante derivación


de palabras, 91; semántico, 91; sistemático, 160.
ordenación de acepciones, 18, 28, 29, 51, 59, 112, 174, 193, 222, 245.
ortografía, 53, 66, 92, 125, 173, 225.

palabra(s), 39, 40, 46, 84, 111, 117, 156, 166, 171; afines, 28; clave,
42; combinación de —, 86; compuestas, 171; conglomerado de —,
86; del léxico, 145; del texto, 145; en la lengua, 72; forma
canónica de la —, 86; formación de —, 117, 144; juegos de —,
69; lexicográficas, 111, 156; polisémicas, 174; simples, 171; sinó¬
nimas, 28; testigo, 42; usuales, 45; y concepto, 40; y cosas, 119,
141; y pensamiento, 40.
paráfrasis, 111.
paronimia, 69, 118.
partícula!s), 54.
particularismos: geográficos, 36; profesionales, 36; sociales, 35.
pedagogía y lenguaje, 45.
perspectiva del diccionario, 51.
polimorfía, 72, 90.
polimorfismo, 137, 143.
polisemia, 72, 85, 91, 106, 111, 118, 147, 157, 174, 181; paradigmá¬
tica, 111; sintagmática, 111.
prefijación, 67, 69, 118.
prefijos, 56, 89, 99, 167, 176, 188, 227.
presentación del diccionario, 33, 51.
préstamo, 40, 68.
pronunciación, 53, 57, 59, 90, 101, 110, 173, 217.
proverbios, 138.
psicología, 39, 40; y lenguaje, 45.

rasgos: distintivos, 39, 129; semánticos, 130, 135; universales, 130.


refranes, 17, 34, 65, 138.
regionalismos, 27, 65.
relaciones: paradigmáticas, 161, 167; sintagmáticas, 161, 167.
romanismos, 23, 48.
282 LEXICOLOGÍA Y LEXICOGRAFÍA

semántica, 33, 39, 80; del diccionario, 159; histórica, 118; léxica,
118, 165.
sentido: cambio de —, 67; constelación de —, 85; directo, 85; do¬
minante, 85: especializado, 85; funcional, 110; transferido, 85.
siglas, 87, 217.
significación, 40, 84.
significado, 52; cambios de —, 33; discriminación de —, 60; léxico,
84, 92; variaciones de -—, 91.
símbolos, 51.
sinonimia, 28, 29, 86, 104, 105, 111, 118, 148, 175, 194; parcial, 86.
sinónimo(s), 33, 90, 103, 112, 142, 173, 175, 209, 215, 225, 246, 255.
sintaxis: usos sintácticos, 33.
sistema léxico, 130, 142; sus componentes categoriales, 130.
sufijación, 67, 114, 118; pseudosufijación, 69.
sufijos, 99, 188, 220, 225, 227.
superlativos, 244.
suprasegmento: signos suprasegmentales, 102.
sustitución, 103.

taxanomía popular, 70.


tecnicismos, 18, 27, 29, 36, 65, 137, 188, 190, 221, 222, 227, 241,
260; científicos, 36; de las artes liberales, 36; de las industrias, 36.
término(s): antagónicos, 207; compuestos, 23; desconocidos, 23; obso¬
letos, 87; raros, 23.
terminología artesana, 36.
tesoro, 88, 136, 145.
tipo lemático, 132.
tipografía, 33, 51, 102, 223.
topónimos, 59.

unidad: léxica, 61, 117, 145, 164; de tratamiento, 111, 164; léxica
multiverbal, 66, 90; semántica, 39, 164.
universales: léxicos, 133; semánticos, 133.
ÍNDICE DE MATERIAS 283

vocabulario(s), 52, 145; de tecnicismos, 66; simplificados o básicos,


118; terminológicos, 160.
vocabulario(s): científico y técnico, 113, 150, 240; común, 47, 48;
en contacto, 119; especializado, 52, 137; fundamental, 47, 48;
literario, 119; usual, 45, 47.
voces: afectivas, 29; análogas, 208; antiguas, 54; castizas, 65; de baja
extracción, 65; de carácter regional, 27, 227; despectivas, 29;
especializadas, 206; jergales, 260; naturales, 229; patrimoniales,
65; polisémicas, 91, 227.
vulgarismos, 23, 92, 227.
INDICE GENERAL
Introducción . 7

Casares, Julio, Nuevo concepto del diccionario de la lengua y


otros problemas (1921) . 15
Castro, Américo, Glosarios latino-españoles de la Edad Media
(1936). 21
Menéndez Pida], Ramón, «El diccionario que deseamos» (1945). 25
Casares, Julio, introducción a la lexicografía moderna (1950) ... 31
Matoré, Georges, La méthode en lexicologie. Domaine fran¬
jáis (1953) . 39
García Hoz, Víctor, Vocabulario usual, vocabulario común y
vocabulario fundamental (determinación y análisis de sus
factores) (1953) . 45
Householder, Fred W., y Sol Saporta (eds.), Problems in Léxi¬
co graphy (1960) . 51
Dubois, lean, «Recherches lexicographiques: Exquisse, d’un
dictionnaire structural» (1962) . 61
Gili Gaya, Samuel, La lexicografía académica del siglo XVIII
(1963). 65
Giraud, Pierre, Structures étymologiques du lexique franjáis
(1967) .'. 67
Salvados, Gregorio, Incorporaciones léxicas en el español del
siglo XVII (1967) . 75
Rey, Alain, La lexicologie. Lectures (1970) . 79
Zgusta, Ladislav (en cooperación con otros), Manual of Léxi¬
co graphy (1971) . 83
Rey-Debove, Josette, Étude linguistique et sémiotique des dic-
tionnaires franjáis contemporains (1971) . 97
Dubois, Jean y Claude, Introduction á la lexicographie: le dic¬
tionnaire (1971) . 109
Quemada, Bernard, «Lexicology and Lexicography» (1972) ... 117
Lázaro Carreter, Fernando, Crónica del Diccionario de Autori¬
dades (1972) . 123

\
ÍNDICE GENERAL DE TRABAJOS

Alinei, Mario, La struttura del lessico (1974) . 129


Fernández-Sevilla, Julio, Problemas de lexicografía actual (19/4). 135
Fernández-Sevilla, Julio, Formas y estructuras en el léxico agrí¬
cola andaluz. Interpretación y estudio de 200 mapas lin¬
güísticos (1975). 141
Alvar Ezquerra, Manuel, Proyecto de lexicografía española
(1976) . I45
Gangustia Elicegui, Elvira (ed.), Introducción a la lexicografía
griega (1977) . 153
Rey, Alain, Le lexique: images et modeles. Du dictionnaire a
la lexicologie (1977). 159
Collignon, Lucien y Michel Glatigny, Les dictionnaires. Imi-
tiation a la lexicographie (1978) . 169
Porto Dapena, José Alvaro, Elementos de lexicografía (1980). 177
Gili Gaya, Samuel, Diccionario general ilustrado de la lengua
española (1945). 187
García de Diego, Vicente, Diccionario etimológico español e
hispánico (1954). 199
Casares, Julio, Diccionario ideológico de la lengua española.
Desde la idea a la palabra; desde la palabra a la idea (1959). 205
Moliner, María, Diccionario de uso español (1966) . 215
García de Diego, Vicente, Diccionario de voces naturales (1968). 229
Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española
(1970). 239
Stahl, Fred A. y Gary E. A. Scavnicki, A reverse Diclionary of
tbe Spanish Language (1973). 249
Beinhauer, Werner, Stitlistisch-phraseologisches W órterbuch
spanisch-deutsch (1978). ___ . 253
Coraminas, Johan, con la colaboración de José A. Pascual, Dic¬
cionario crítico etimológico castellano e hispánico (1980) ... 257

Indice de nombres propios. 265

Indice de materias. 273


P 326 .A48 1983 ,
Alvar Ezquerra, Manuel, 1 010101 000
Lexicología y lexicografía : g

n iiw nnrmo-i

P326 .A48 1983


Alvar Ezquerra, Manuel, 1950-
Lexicologia y lexicografía

5645G2
DATE ISSUED TO
MANUEL ALVAR EZOUERRA, a través de los traba¬
jos reseñados en este libro, traza una panorámica
de los estudios de lexicología y lexicografía dentro
y fuera de nuestras fronteras. Hay una mayor insis¬
tencia sobre títulos de lexicografía no porque se
otorgue una preponderancia superior a esta disci¬
plina, sino porque los estudios lexicológicos —al
menos los que se pueden recoger en una obra
como ésta— son menos cuantiosos, y porque, en
la apreciación que se hace de las dos materias,
se supone que la lexicología es el paso anterior
a la lexicografía y así se atestigua en las páginas
de muchos de los libros compendiados en esta an¬
tología. Pero un repaso de la lexicología y de la le¬
xicografía teóricas de poco valdría si no fuera
acompañado de la valoración de las realizaciones
prácticas que se manifiestan en los diccionarios. Se
han incluido los comentarios a unos cuantos dic¬
cionarios españoles para mostrar cómo los concep¬
tos teóricos se ponen en práctica, y las contradic¬
ciones que surgen a menudo entre la considera¬
ción ideal y las posibilidades de llevarla a la prác¬
tica. Los comentarios a los diccionarios son abso¬
lutamente originales, y desde ahora serán un punto
de referencia en los estudios de lexicología y lexi¬
cografía, y una buena ayuda para hacer una histo¬
ria de ambas disciplinas que culmine con la situa¬
ción actual.
La Lexicología y Lexicografía. Guía bibliográfica, va
destinada a los estudiantes de nuestras universida¬
des (donde se presta poca atención a lexicología
y a la lexicografía), al profesorado en general, y
a los investigadores. Por ello son de una enorme
utilidad los índices de nombres propios y de mate¬
rias con que se completa el libro.

MANUEL ALVAR EZQUERRA es catedrático de Lengua Española de la Uni¬


versidad de Málaga. Ha sido profesor de las universidades de Rúan y París III
(Nueva Sorbona) en Francia, y de las de Madrid (Complutense y Autónoma),
La Laguna y Alicante. Es editor asociado del Dlctionary of the Oíd Spanish
Language, elaborado por el Seminarlo de Estudios de Español Medieval de la
Universidad de Wisconsln en Madison (EE UU), centro con el que mantiene una
estrecha relación. Ha dictado numerosos cursos y conferencias en universidades
y centros docentes y de Investigación españoles y extranjeros. Su dedicación a
los estudios de lexicología y lexicografía quedan avalados por el gran número
de publicaciones que tiene sobre esas materias.

ADICIONES cylLMARo

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