Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ana Bloj
Respecto a la primera, propongo pensarla en dos vías: por un lado, tener presente que para
analizar esta dimensión es necesario tener en cuenta que las representaciones sobre niñez y
adolescencia se ven modificadas dependiendo de los diferentes momentos de la historia.
Estamos en un tiempo de cambio de las configuraciones subjetivas, que se nos presenta muy
nuevo y particular. Por el otro, dejar sentado que sabemos que las sanciones de determinadas
leyes obedecen a procesos históricos particulares, que en su mayoría llevan consigo una gran
paradoja: hay un destiempo entre la puesta en acto de lo indicado por la ley, las condiciones
para efectivizarlo, y las características de la población infantil y adolescente a la que a la que va
dirigido.
En cuanto a la dimensión política, la función del Estado como garante de derechos constituye
un eje vertebrador para el cumplimiento de las leyes de protección de derechos en niñez y
adolescencia. Resulta indispensable tener en consideración los modos en que se ponen en juego
las relaciones de fuerzas de poder en una sociedad determinada.
Dejo planteadas estas dimensiones ineludibles para pensar el tema que nos ocupa.
1
El presente artículo fue presentado en las Jornadas organizadas por el Programa de
Fortalecimiento de la Autonomía Progresiva implementado por la Subsecretaría de Niñez,
Adolescencia y Familia, que acompaña a ciento cuarenta jóvenes sin cuidados parentales en la
transición a la vida adulta. 25 y 26 de junio de 2019.
Este Programa se rige por los siguientes principios:
c. Derecho a ser oídx y que su opinión sea tenida en cuenta según su edad y grado de madurez;
d. Igualdad y no discriminación;
Sin dudas, no es lo mismo hablar de un niñx que se piensa como objeto de cuidado que un niñx
que es considerado un sujetx de derecho. Digamos que fue un importante punto de llegada, al
mismo tiempo que un punto de partida; un desafío para llevar a la práctica los lineamientos que
la ley contempla. Los cinco puntos citados se anudan en una amalgama y en un proceso, en el
que —antes de la sanción de la ley 26061— ciertas prácticas de defensa de derechos venían ya
dándose con fuerza y encontraban sustento referencial en la Convención Nacional de los
Derechos del Niño. La ley no pertenece a las religiones, ni al psicoanálisis; digamos que ni
siquiera al derecho. La ley se instituye como reguladora de las actividades humanas en el campo
de la cultura. Es lo que hace posible la vida social, aquello que permite la vida en sociedad,
incluyendo el mentado malestar en la cultura freudiano.
La ley que nos convoca aquí, la Ley de egreso asistido, tendría que poder apostar y aportar a la
inclusión social de lxs jóvenes en una vida social digna, en la que alguna dimensión del deseo
entre a jugar en sus vidas. No alcanza con que sean provistxs de sus necesidades básicas; lo cual
conlleva ya sus dificultades. Aquí hablamos de políticas. Ahora bien, ¿en qué aspectos de la ley
27.364 vamos a hacer hincapié quienes trabajamos desde una perspectiva psicoanalítica?, ¿qué
particularidades hacen a la posibilidad de interpretar la ley y su puesta en práctica?
Les invito a que pensemos cómo es que atender a los cinco principios por los que se rige este
programa —el interés superior de la/el niñx; la autonomía progresiva del/a adolescente, el
derecho a ser oídx y que su opinión sea tenida en cuenta, atribuirle un lugar de igualdad y no
discriminación y la efectivización de un acompañamiento integral y personalizado— podría
resultar eficaz para modificar o habilitar a la producción de subjetividad en un niñx o
adolescente. Al decir de Giberti “La ley no opera mientras carece de eficacia para modificar al
sujeto” (Giberti, 2008, párr. 11). Será necesario entonces hacer foco en este punto cuando nos
preguntamos por la operancia de la ley. Ésta podría tener eficacia suficiente para modificar las
condiciones de vida y las posibles construcciones de rumbos, si estamos atentos a ello.
Tengamos en cuenta que han sido vidas marcadas por el sufrimiento.
Pensemos también que la ley es un paraguas, importantísimo, pero bajo el cual no podemos ver
el firmamento. Que a ese paraguas hay que hacerle pequeñas rajaduras para ver más allá, para
ver qué vueltas se hace necesario dar a la aplicación de la ley, a la apelación a la ley en el marco
de una determinada práctica. En este sentido, nuestro trabajo resulta ser muy artesanal. La ley
instala una generalidad, un “para todxs”, y nuestra tarea es operar en el terreno de lo posible y
lo singular (Tajer, 2020).
Vamos a detenernos en tres de esos principios. En el primer punto -el interés superior de el/la
niñx- ya entramos en terreno fangoso a la hora de la práctica. ¿Quién determina cuál es el interés
superior del/a niñx?, ¿el/la niñx?, ¿el/la joven?, ¿el equipo de trabajo, que cambia a cada paso,
según la burocracia institucional y los cambios políticos?, ¿algún miembro de la familia? Si el
estatuto de la ley tiene eficacia en la medida en que es capaz de modificar al sujetx, o colaborar
con su producción de subjetividad, podemos deducir que la respuesta a cada una de estas
preguntas no será unívoca para todxs los niñxs y adolescentes. El interés superior, ¿será
unívoco? Diremos que el mismo deberá jugarse en cada caso particular. Se tratará de analizar
cuál es “el interés superior” de cada quien. Tal vez sea el momento más difícil de las etapas
vitales para tener tan solo un interés superior por sobre el resto, cuando se trata precisamente
de un momento en el que se hace necesaria la errancia, los ensayos, las dudas y los duelos
(Aberastury y Knobel, 2004). No es lo propio de un/a adolescente o un/a joven tener solo un
interés, hoy se encuentran más bien en una errancia a lo largo de toda esta etapa vital. En la
mayoría de lxs jóvenes, ese discurrir se ha prolongado en el tiempo. Es más frecuente escuchar
una permanente mutación y cambio de elecciones que la búsqueda acabada de una vocación, o
elección de vida. Los medios y los mensajes de las actuales tecnologías transmiten salidas
exitosas inmediatas, creando una tendencia a fuertes frustraciones y falta de planificación para
avanzar en la vida “elegida”. Incluso la elección de objeto en materia de sexualidad se vuelve
hoy una operación mucho más incierta y cambiante que escasamente una década atrás.
Tampoco son muchos los lugares alojadores en los que lxs jóvenes en general pueden incluirse
en este período vital. La calle les ha quitado su colchón.
Para quienes estén trabajando en estas instancias, será todo un trabajo ayudar a separar la paja
del trigo. Pero más aún se trata no de “respetar” el interés superior, sino muy especialmente de
acompañar y ofrecer opciones de elección. De algún modo, esto está contemplado o descrito en
la ley. Al interés superior, por lo general, no se llega sin un recorrido previo con ese/a niñx o
adolescente. Pero así como dependerá de cada caso particular la posibilidad de realizar
semejante elección, contará también la posición que tenga quien se encargue del
acompañamiento de ese o esa joven. En todo caso, el interés superior de estxs jóvenes —y de
todxs— estaría signado por la posibilidad de estar suficientemente bien acompañadxs. Cuando
digo suficientemente tomo prestado el término utilizado por Donald Winnicott (1971) para
describir la función materna. En todo caso, este proceso de acompañamiento será complejo por
donde se lo mire.
Otro de los elementos de la ley: el derecho a ser oídx, y que su opinión sea tenida en cuenta
según su edad y grado de madurez. Aquí, apenas leemos, a lxs psicoanalistas nos chirrían los
oídos. Si bien es muy importante que el/la niñx sea “oídx”, no suena muy bien así dicho. Así
como marcamos una diferencia entre el ver (see) y el mirar (watch), hay también una diferencia
entre oír y escuchar. No es lo mismo ser oídx que ser escuchadx, mucho más importante aún es
nuestra función de escucha a la dimensión inconsciente. Tampoco en lo que hace a una
consideración que implique un acercamiento al otro, un intento de hacerle un lugar desde lo
humano. Sabemos que el deseo se construye, que no suele estar mayormente configurado en
esta etapa vital; y, que en todo caso, nuestra función puede ser invitarlo a escucharse en lo que
dice. De otro modo, hay allí el riesgo de un oír unidireccional. El/la niñx habla y el adulto solo
“oye”, y tomando esto último en cuenta decide según lo que el/la niñx supone que el adulto
quiere escuchar. Puro malentendido, insalvable en algún punto, pero superable con un
intercambio en el que son dos o más que dos. Lo preocupante sería suponer que al escuchar va
a develarse alguna verdad. Claro que es muy importante escuchar al niñx o joven, pero no para
encontrar allí una verdad, sino para que el/la mismx sienta que allí hay alguien que lo considera
un sujetx. Este es el punto fundamental a tener en cuenta. Al ser escuchadx, unx se siente
“alguien”, unx logra tener la atención del otro. Pero no nos engañemos: una escucha supone al
mismo tiempo una interpretación que debe ser ingresada al debate con ese/a niñx, en un
diálogo. Sabemos que a veces no hay palabras o sentidos para decir, expresar, suele no haber
claridades, y el trabajo es acompañarlx en su construcción. A veces, lo traumático vivido nos
encuentra frente a un sujetx anestesiado, y el trabajo no es oír sino hablarle a esa
persona. Muchos de estxs jóvenes han estado, como dice Ulloa (2012), atrapados en alguna
encerrona trágica2.
Será que tengo una profunda convicción de la importancia de la dimensión inconsciente, pero
me cuesta mucho concebir este acompañamiento que contempla la ley sin que exista allí un
psicoanalista escuchando, una escucha acompañada por una lectura del deseo, instalando un
trabajo que no es precisamente “salvador”, sino que permite a un sujetx narrarse y construir
creativamente una historización propia, que puede ser cambiante, pero que en ese pasar una y
otra vez por su historia construye una trama en la que sostenerse, referenciarse, y caminar en
una búsqueda propia.
Vamos al tercer elemento, que de los cinco es el que han tomado como eje de este encuentro:
la autonomía progresiva.
Entonces, un/a joven autónomx sería aquel/a que pueda obrar según su criterio. ¿Qué lugar le
damos a la dimensión deseante en esta idea de criterio? ¿Tendrían que quedar lxs otrxs fuera
de su criterio? ¿Sería eso posible?
En el planteo de la ley 26061 se le da lugar a la información. El/la joven debe contar con
información precisa para su atención integral... Aspecto importantísimo, pero no suficiente.
Tomando el punto anterior, se apela a la voluntad. En este punto la ley apela a la información.
Si bien esta apertura constituye un gran avance, para muchos puede estar más cerca de una
frustración que de un logro. Pienso que el criterio, el discernimiento, sería algo a producir en
ese proceso de acompañamiento. El desempeño autónomo puede ser leído también según más
de una interpretación.
En principio, digamos que no debería tratarse de una adaptación autónoma a la realidad, sino
de la invitación a una aventura en la que ese/a joven pueda ser productor activo de su medio
social. Puede que suene ambicioso, pero es lo que hace al sentido de nuestras funciones como
adultos que integramos una comunidad capaz de reconocerse en las diferencias generacionales
y en la transmisión, cuestión que puede estar muy afectada en estxs jóvenes (como en muchxs
otrxs, por supuesto).
2
“El paradigma de la encerrona trágica es la tortura, situación donde la víctima depende por completo,
para dejar de sufrir o para sobrevivir, de alguien a quien rechaza totalmente.(…) La tragedia así concebida
es una situación de dos lugares, opresor-oprimido, sin tercero de apelación. Esta falta absoluta de una
instancia para apelar, tal como ocurre en el terrorismo de Estado, da a la situación el carácter de
encerrona concreta y psicológica” (Ulloa, 2012, p.119).
Siguiendo a Winnicott (1971) diríamos que para que un ser humano, en nuestro caso un/a joven,
pueda desarrollar una vida que tenga sentido de ser vivida, en la que valga la pena vivir, es
necesario apelar a lo que él denomina la “apercepción creadora”. Hablamos de aquello que,
“más que ninguna otra cosa, hace que el individuo sienta que la vida vale la pena de vivirse” (p.
93).
“Espero que el lector no permita que la palabra creatividad se pierda en la creación exitosa o
aclamada, sino que la mantenga unida al significado correspondiente a una coloración de toda
una actitud hacia el exterior” (Winnicott, 1971, p. 93). Para este autor, la creatividad no es un
privilegio de nadie, sino que forma parte de la vida misma.
Toda práctica creativa es de algún modo una práctica social, ya que involucra el mallado cultural
que se entreteje en las condiciones de producción de subjetividad (Bleichmar, 2005).
Por ello nunca se trata de una originalidad que no contemple lo ya producido. En éste punto lo
nuevo se convierte en lo actual, en la medida en que requiere ineluctablemente la dimensión
de la transmisión intergeneracional.
En la medida en que nos asumamos como representantes del “atraso” –lo viejo– y consideremos
que afuera está el “progreso” –lo nuevo–, estaremos inhibiendo nuestra capacidad para
diagnosticar adecuada y creativamente nuestros problemas. Lo más probable es que esta
actitud nos conduzca a nuevas imitaciones y nuevos desarrollos truncos.
Esa creatividad proviene de un anterior desarrollo de un espacio potencial que el/la niñx
construye en el jugar con el adulto, este espacio se pone en juego en un “entre dos”. Winnicott
plantea que hay un sentimiento de confianza en el/la niñx que está basado en la experiencia que
se ha dado en el momento de total dependencia de los primeros tiempos vitales, y que
determina lo que va a llamar “tercera zona”, en la que se pone en juego la capacidad de jugar,
que se ensancha en el vivir creador, y en toda la vida cultural del hombre.
Será necesario indagar cuánto han jugado en la infancia estxs jóvenes, qué infancia ha dado
lugar a esta juventud, para contribuir a desarrollar algo más parecido a la construcción
de espacios creativos, de una vida no adaptativa, necesarios para cualquier vida que se precie
de serla. Una vida variopinta en sus opciones.
Diría que, si algo puede tener un valor transformador para quien ha tenido una vida dura, es la
posibilidad de invención, que si dudas no cubrirá todos los agujeros y los hechos más
traumáticos vividos, pero que brindará elementos simbólicos a los que echar mano en
situaciones adversas.
Con esto quiero decir que no se trata de que seamos naif, sino que pensemos en el poder
transformador de la cultura, y del sujeto sostenido en un colectivo social, en el que pueda tener
su recorte de autonomía. Pero cuidado, no confundamos autonomía con individualidad para
resolver las dificultades que la realidad nos plantea. En la vida, solo, no se puede.
A veces, hay que comenzar produciendo esa tercera zona de la que habla Winnicott, para luego
trabajar en una autonomía regulada por el deseo.
Retomando el planteo de Giberti (2008), de que lo importante es que la ley opere ejerciendo
eficacia para modificar al sujetx, diremos que la ley requiere entonces contemplar el ejercicio
crítico y creador, a fin de reinventar una realidad siempre dura y difícil, pero en la que, cual
arqueólogo, habrá que ayudar a ese/a joven a ir sobre sus huellas y reinventar su destino.
Es un modo de salir de la paradoja: propendemos el ingreso a la cultura. Pero, ¿de qué cultura
hablamos? Vivimos en una cultura cada vez más meritocrática y segregatoria. De todos modos,
esta cultura propone y crea espacios de inclusión a los que habrá que apelar o construir.
Entonces, será necesario pensar que en ese pasaje, tránsito hacia lo nuevo, lo posible de una
vida adulta, se haga lugar al sujetx con su deseo, con su capacidad de escucharse a sí mismx en
relación a la elección de caminos, y a la desconfianza en el automatismo de la vida. Debería
poder fundarse en un acompañamiento creador y crítico, activo y productor de la sociedad de
su tiempo. Si queremos tener coherencia y decimos que estas leyes y convenciones:
(Declaración de los Derechos del Niño (1959), ley 26061 y su par provincial, entre otras),
suponen un cambio de paradigma y piensan al sujetx como defensor de sus derechos, es
necesario que pensemos en un acompañamiento de sujetxs activos y creativos, capaces de
sostenerse en prácticas sociales activas y participativas. De otro modo, temo que todo el
esfuerzo de muchos para la sanción de estas leyes corra el riesgo de convertirse en declaraciones
vacías, que nada tengan que ver con los principios, los acalorados debates, y las microluchas
cotidianas en las que muchos profesionales, niñxs y jóvenes apostaron a un verdadero cambio
de colores.
Desatar las voces, desensoñar los sueños: escribo queriendo revelar lo real
maravilloso, y descubro lo real maravilloso en el exacto centro de lo real horroroso de
(los jóvenes) de América. En estas tierras, la cabeza del dios Eleggúa lleva la muerte en
la nuca y la vida en la cara. Cada promesa es una amenaza; cada pérdida, un encuentro.
De los miedos nacen los corajes; y de las dudas, las certezas. Los sueños anuncian otra
realidad posible y los delirios, otra razón. Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para
cambiar lo que somos. La identidad no es una pieza de museo, quietecita en la vitrina,
sino la siempre asombrosa síntesis de las contradicciones nuestras de cada día. En esa
fe, fugitiva, creo. Me resulta la única fe digna de confianza, por lo mucho que se parece
al bicho humano, jodido pero sagrado, y a la loca aventura de vivir en el mundo (2000,
p. 92).
BIBLIOGRAFÍA
Ley N.° 26061. Ley de Protección Integral de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (26 de
octubre de 2005). https://www.argentina.gob.ar/normativa/nacional/ley-26061-
110778/actualizacion.
Ley N.° 27364. Ley del Programa de acompañamiento para el egreso de jóvenes sin cuidados
parentales (26 de junio de 2017).
https://www.argentina.gob.ar/normativa/nacional/ley-27364-276156/texto.
Tajer, D. (2020). Psicoanálisis para todxs: por una clínica pospatriarcal, posheteronormativa y
poscolonial. Topía Editorial.
Ulloa, F. O. (2012). Novela clínica psicoanalítica: historial de una práctica. Libros del Zorzal