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UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE LOS ANDES

TEMA: DEMOCRACIA

CURSO:

 Derecho constitucional II
DOCENTE:

 Pedro Emiliano Sevillano Mendoza


ALUMNO:

 José Antonio Valderrama Dávalos

ABANCAY – APURÍMAC

2022

Democracia pág. 1
DEDICATORIA

Este trabajo es dedicado a nuestros maestros, gracias por su tiempo, por su

apoyo, así como la sabiduría que nos van transmitiendo en el desarrollo de

nuestra formación académica.

AGRADECIMIENTO

Queremos agradecer a nuestro docente Pedro Emiliano Sevillano Mendoza por

darnos la oportunidad de realizar este trabajo y gracias a Dios por regalarnos la

fuerza e inteligencia.

Democracia pág. 2
INDICE
I.MARCO CONCEPTUAL.......................................................................................................4
1. Democracia.............................................................................................................................4
1.2. La democracia en la Grecia Clásica...............................................................................4
1.2.1. Los orígenes de la democracia en la Grecia clásica................................................4
1.2.2.Las instituciones democráticas de la Grecia clásica................................................7
1.2.3. Los problemas de la participación...........................................................................8
1.3. Ciudadanía.......................................................................................................................9
1.4. La democracia vista por los atenienses........................................................................10
1.5. Esparta..........................................................................................................................11
1.6. La democracia después de Grecia................................................................................13
1.7. La República de Roma..................................................................................................13
1.7.1. ¿Era la República de Roma una democracia?......................................................16
1.8. La Edad Media..............................................................................................................17
1.9. La democracia moderna...............................................................................................18
1.9.1. El origen..................................................................................................................19
1.10. Democracia representativa.........................................................................................22
1.11. Tipos de democracia....................................................................................................24
1.11.1. Democracia directa...............................................................................................24
1.11.2. Democracia liberal: social y económica..............................................................25
1.11.3. Democracia participativa.....................................................................................28

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1.11.4. Otros tipos de democracia....................................................................................29
1.12. Características de democracia....................................................................................32
1.13. Finalidad de democracia.............................................................................................35
1.14. Democracia en la república.........................................................................................37
1.15. Democracias autoritarias............................................................................................42
1.16. Populismos y neopopulismos......................................................................................43
1.17. Consideraciones finales La Democracia y la República...........................................48
II.CONCLUSIÓN.....................................................................................................................50
III.BIBLIOGRAFIA................................................................................................................52

I.MARCO CONCEPTUAL

1. Democracia
Democracia es una palabra de origen griego que fue acuñada por los atenienses para
referirse a su propia forma de gobierno, instaurada en los últimos años del siglo VI a.C.
Aunque siempre es difícil averiguar el momento exacto en que una palabra empieza a
usarse, nuestro término aparece en Heródoto, un historiador y geógrafo del siglo V a.C.
como el nombre de una forma de gobierno ya entonces objeto de debate.
Etimológicamente, democracia significa gobierno “del pueblo” o “popular” (Francés),
2010).

Dejando aparte le etimología, su significado no se ha mantenido estable. De hecho, una


de las mayores dificultades de este tema consiste en establecer el significado exacto del
término. (Francés), https://www.ugr.es/~pfg/001Tema1.pdf, 2010) Formas de gobierno
absolutamente distintas se han calificado a sí mismas de democracia. Sin embargo, hay
cierto acuerdo en torno a una definición de democracia que debemos a Abraham
Lincoln: es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Pero ni siquiera esto
elimina la discusión en torno al significado de la democracia pues, como mínimo,
tendríamos que precisar lo que entendemos por “pueblo” o “mayoría”, y también
cuándo podemos decir que el poder reside en el sujeto de ese modo precisado. En
nuestro contexto, hay una dificultad añadida. “Democracia” ha adquirido un significado
valorativo que se sobrepone a su significado descriptivo hasta el punto de oscurecerlo.
Parafraseando a Hobbes, podemos decir que llamamos democracia a lo que nos gusta.

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Cuando alguien dice, ante un tema difícil o una historia compleja, que no sabe por
donde empezar (a tratarlo, a contarla) es habitual que entre los oyentes alguien aconseje:
empieza por el principio. Seguiremos este consejo y haremos un poco de historia.

1.2. La democracia en la Grecia Clásica


1.2.1. Los orígenes de la democracia en la Grecia clásica

Tanto la palabra como la forma de gobierno que designa surgieron en la Grecia clásica.
La democracia más conocida (y la que exporto este sistema a otras ciudades) fue la
ateniense. Tal como debió ser lo normal en las primeras comunidades políticas, Atenas
era una monarquía que evolucionó hasta instaurar una democracia.

Atenas comienza como una ciudad fortaleza más o menos típica del periodo neolítico,
en algún momento del tercer milenio a.C. Primitivamente la zona, situada en el Ática,
una península en el mar Egeo, estuvo dividida en aldeas que guerreaban entre sí. La
mitología atribuye a Teseo la reunificación en una sola ciudad de las diferentes aldeas
del Ática. Hacia el 1400 a.C. se había convertido en un importante centro de la cultura
micénica. Esta época es la que aparece en las obras de Homero, en especial en la Iliada,
en la que se refleja una estructura política que, pese a la carga mítica, parece que
correspondía a la realidad. Los héroes de Homero pertenecen a la Edad del Bronce; a
semejanza del mundo oriental, la sociedad griega estaba organizada con arreglo a una
estructura piramidal a cuya cabeza se encontraba la figura del monarca. Sin duda, su
papel principal era militar, pero también desempeñaba labores religiosas y judiciales. El
rey estaba asistido por otros jefes militares que, como él, poseían tierras. Si concedemos
cierto crédito a los relatos de Homero, estos jefes, aunque subordinados, tenían una
fuerza independiente que les permitía mostrarse escasamente serviles y, en ocasiones,
como individuos contestatarios que podían discutir las órdenes reales. Por debajo, había
una serie de figuras de segundo, tercer, cuarto, quinto orden, y en la base de la pirámide
estaba el pueblo, que no tenía ninguna importancia desde el punto de vista político.

El tránsito del período micénico a la época arcaica es lo que se conoce con el nombre
de "edad oscura “, entre 1100 y 750 a.C., en la que finaliza el periodo de cultura
micénica. Parece que en estos siglos el poder seguía dependiendo de la posesión de
tierras. Según algunos especialistas, la "Odisea" es un buen testimonio de la
problemática general que debió de darse en el período. El poder de la realeza es
disputado por diferentes fuerzas nobiliarias –de ahí el enfrentamiento entre Odiseo y los

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pretendientes de Penélope– que acabarían imponiéndose a la monarquía. Parece que en
1066 a.C.. el ultimo rey de Atenas fue reemplazado por un arconte, un magistrado cuya
posición era casi idéntica a la de los reyes, pues su mandato era vitalicio y debía
pertenecer a una familia real. Sea como fuere, en el siglo IX a.C. aparecen las primeras
polis.

En los orígenes de la época arcaica, que se extiende desde el siglo VIII hasta bien
entrado el siglo V, nos encontramos con que la estructura piramidal ha dejado paso a
una estructura pluripiramidal. La unidad básica de estas pirámides está constituida por
la familia, varias familias constituían un linaje y así hasta llegar a las tribus. Atenas
estaba formada por cuatro tribus. Sólo los pertenecientes a estas tribus eran ciudadanos,
con derechos, privilegios y obligaciones. En el 752 a.C. el mandato de los arcontes se
limitó a 10 años. Cambios posteriores aumentaron el número de arcontes (hasta nueve)
y limitaron el tiempo de su mandato. Los primeros datos políticos fiables de Atenas
datan del siglo VII a.C. Según Aristóteles, fue Dracón en 621 a.C. quién dejó la primera
constitución escrita. Tener leyes escritas supone una ventaja considerable, sobre todo si
éstas, como fue el caso de las leyes draconianas, podían ser conocidas por todo el que
supiera leer. Esto facilitaba que todo ciudadano que se considerara víctima de una
injusticia pudiera recurrir al Areópago. El Areópago era una institución tradicional en
Atenas. Ya en época de los reyes, estos estaban asistidos por un consejo que se reunía
en la colina de Ares (de ahí deriva su nombre). En la época preclásica (antes del siglo
V) era un consejo de ancianos al que solo podían pertenecer aquellos que habían servido
en altos cargos.

En 594 Solón fue elegido como arconte. El siglo precedente había supuesto muchos
cambios en Grecia, sobre todo de orden económico. A causa de estos cambios, una
cantidad importante de pequeños propietarios se arruinaron y tuvieron que pedir
préstamos. Entonces, los préstamos eran concedidos con garantías y cuando uno no
tenía otra garantía que ofrecer, ofrecían la de su libertad. Cuando Solón fue elegido,
muchos habían caído en la esclavitud para poder pagar sus deudas. Como es fácil
imaginar, la situación era tremendamente difícil. Solón perdonó la deudas y desarrolló
un sistema que supuso un paso hacia la democracia.

Sus reformas se producen en muchos campos. Además de perdonar las deudas, y para
evitar que se volviera a producir una situación similar, Solón prohíbe los préstamos con
la fianza de la propia persona y toma otra serie de medidas de tipo económico. Pero sin

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duda lo más importante fue que dividió el censo de los ciudadanos en cuatro clases
según sus recursos. Cada una de estas categorías tenía diferentes obligaciones militares
y políticas. Las más importantes magistraturas, como el arcontado, estuvieron primero
reservadas para la primera clase, aunque con el paso del tiempo se abrieron a las
restantes. Hizo que todos los ciudadanos participaran en la asamblea y en los tribunales.
También creó el Consejo de los Cuatrocientos formado por cien miembros de cada
tribu. Sólo los más pobres estaban excluidos de la pertenencia al consejo (y del pago de
impuestos).

Pese a la (merecida) fama de Solón, hay unanimidad en considerar a Clístenes como el


verdadero fundador de la democracia. Sustituyó las cuatro tribus jonias tradicionales por
diez nuevas. Las diez tribus nuevas eran divisiones territoriales y no de carácter familiar
o religioso y agrupaban a gente de muy diferentes lugares y modos de vida: artesanos,
comerciantes, campesinos. Para adaptar el Consejo a esta nueva situación, aumentó en
cien sus miembros, pasando a ser el Consejo de los Quinientos, formado por cincuenta
miembros de cada tribu. Este nuevo sistema extendía los derechos políticos a la mayoría
de los ciudadanos. Una de sus aportaciones más destacadas, la institución del
ostracismo, tenía como finalidad salvaguardar la democracia. Mediante esta institución,
aquél ciudadano que sobresaliera en exceso, y del que se pensará que podría convertirse
en tirano, era desterrado durante diez años. La democratización alcanzó su grado más
alto cuando en el año 462 a.C. Efialtes introdujo unas reformas que privaron al
Areópago de casi todas sus funciones, reduciéndolo a un tribunal con competencias para
juzgar casos de asesinato.

Clístenes utilizaba, para designar sus reformas, el término Isonomía, que hacia
referencia a la igualdad de derechos políticos y se utilizaba de forma intercambiable con
el término “democracia”.

1.2.2. Las instituciones democráticas de la Grecia clásica.


Las instituciones políticas de la ciudad-estado de Atenas fueron configurándose y
evolucionado paralelamente a la formación de su constitución democrática.

El Consejo del Areópago era la institución más antigua de la constitución ateniense.


Formaban parte de él los arcontes más sobresalientes de forma vitalicia. En las primeras
etapas tuvieron atribuciones muy destacadas (eran guardianes de la constitución y las
leyes, vigilaban su cumplimiento por parte de los magistrados y tenía también

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atribuciones judiciales). Tras la reforma de Efíaltes, solo retuvieron algunas
competencias judiciales.

El Consejo de los Quinientos (Cuatrocientos al principio) era el que ejercía el gobierno


de Atenas. Sus miembros se elegían anualmente entre todos los ciudadanos atenienses
de más de treinta años. Lo habitual era pertenecer al consejo una vez en la vida, aunque
podían ser dos siempre y cuando todos los ciudadanos hubieran pasado por el consejo
una vez. Su atribución más importante era preparar las sesiones de la asamblea,
estableciendo el “orden del día”. Solón estableció que ninguna materia fuera presentada
al pueblo en la asamblea sin pasar antes por el consejo. También estaban encargados de
examinar a todos los magistrados antes de tomar posesión del cargo.

Los miembros de los Tribunales eran también ciudadanos de más de treinta años que se
presentaban voluntarios para el cargo. Cada tribunal tenía alrededor de 500 miembros y
cada una de las diez tribus tenía miembros en los tribunales. La designación de los
jueces se efectuaba por sorteo. La práctica de la designación por sorteo, que se utilizaba
para nombrar a la mayoría de los cargos oficiales, es quizá la característica más
llamativa de la democracia ateniense y al tiempo una de las más importantes a los ojos
de los atenienses. Por un lado, permitía que muchos ciudadanos tuvieran algún cargo a
lo largo de su vida y por otro impedía que los más poderosos, que podían permitirse la
compra de votos si el sistema hubiera dependido de una elección, acaparasen estos
puestos.

Pero sin duda el centro de poder político de Atenas, así como su institución más
conocida y más identificada con la democracia, era la Asamblea, formada por todos los
ciudadanos de pleno derecho de las diez tribus, y que se reunía regularmente 10 veces al
año (y habitualmente más, contando con “sesiones extraordinarias”) . La asamblea
debatía muchos asuntos: acuerdos de guerra y paz, expediciones militares y
aprovisionamiento en campaña; valoración de las magistraturas y cargos
administrativos; elección de estrategos (las magistraturas relacionadas con la guerra, así
como las relacionadas con las finanzas, no se decidían por sorteo sino por votación),
casos de ostracismo y condenas; legislación sobre asuntos de gobierno interno, etc. Los
ciudadanos en la asamblea gozaban de Isegoría un derecho igualitario a hablar en la
asamblea. En el siglo V a.C., el número de ciudadanos llegaría a ser de entre sesenta mil
y cuarenta mil, aunque esta cifra disminuyo después de la Guerra del Peloponeso.

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1.2.3. Los problemas de la participación

Si intentamos imaginar una asamblea de cuarenta mil (o de veinte mil) personas,


tendremos serias dificultades (¿cómo se hacían oír?, ¿dónde se reunían?, y otras mil
perplejidades de orden práctico). Sin embargo, una cosa son los ciudadanos con derecho
a asistir y otra muy diferente los que asistían de hecho. En realidad, normalmente
acudían a la asamblea entre cuatro mil y seis mil ciudadanos. La asistencia dependía de
diversos factores, fundamentalmente del lugar de residencia (los habitantes de las zonas
rurales más alejadas del lugar de reunión acudían menos) y de la medida en que el
ciudadano en cuestión pudiera perder un día de trabajo para acudir a la asamblea.

La falta de participación (que como vemos no parece exclusiva de nuestras


democracias modernas) era un problema serio para los atenienses. Para tratar
determinados asuntos, la asamblea no podía funcionar si no se alcanzaba determinada
cifra (alrededor de 6000). Es habitual considerar que la participación en la asamblea se
basaba en el aprecio de los griegos por las instituciones democráticas y en la sanción
social ejercida contra los que se mostraban demasiado remisos a cumplir con su
obligación. Según los relatos que se conservan del juicio contra Sócrates, una de las
cosas que se le reprochaban era precisamente su falta de asistencia a la asamblea.
Probablemente esta visión es correcta. Sin embargo, Aristófanes narra un ingenioso
recurso para remediar este mal. Si no se presentaban de manera voluntaria suficientes
ciudadanos, un grupo (numeroso) de esclavos especialmente entrenados al efecto
recorrían la ciudad con unas cuerdas empapadas con pintura roja, con las que golpeaban
a todos los ciudadanos que encontraban. Todo el que era sorprendido con la ropa
manchada de pintura roja era multado por desatender sus deberes cívicos. Aunque
probablemente se trata de una muestra del ingenio del comediógrafo y no de una
práctica real, el recurso solo resultaría gracioso para los atenienses en la medida en que
reflejara una problemática real en una situación reconocible. En cualquier caso, tras la
restauración de la democracia en 403 a.C. se introdujo la práctica de pagar a los
ciudadanos por su asistencia a la asamblea.

También había muchos que se resistían a lo más pobres, esto no era un aliciente
demasiado eficaz, pues el salario era escaso. Con todo, el pago suponía presentarse para
ocupar cargos públicos (los sorteos se efectuaban entre voluntarios), pues esto les
quitaba tiempo para dedicarse a sus negocios particulares. Este problema intentó

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solucionarse haciendo que los puestos oficiales estuvieran retribuidos. Sin embargo, en
especial para que la democracia ateniense era muy cara (otro problema de las
democracias modernas que también parece pertenecer a la naturaleza del sistema), lo
que fue un obstáculo para ampliar la ciudadanía.

1.3. Ciudadanía
Ya anticipamos que uno de los problemas que surgen al hablar de democracia es
concretar quién es el demos. Si entendemos por “demos” el conjunto de la población
que reside permanentemente en un territorio, entonces la democracia ateniense no era
tal, pues sólo una parte muy pequeña de la población participaba en las tareas de
gobierno. Esa pequeña parte eran los ciudadanos. Sin embargo, esto era lo que hacía
posible la propia democracia.

No es posible determinar con exactitud la población de Atenas en el periodo clásico,


pues los griegos no guardaban ningún tipo de censo y toda cifra es puramente
estimativa. Al parecer, durante el siglo IV a.C.., la población de Atenas estaba entre
250000 y 300,000 (lo cual era mucho para una ciudad griega de la época). De todos
estos, los miembros de familias de ciudadanos eran alrededor de 100.000, de los cuales
solo unos 30.000 eran varones adultos con derecho a participar en la asamblea. El resto
de la población estaba formado por las mujeres e hijos menores de los ciudadanos, los
esclavos y los metecos, extranjeros residentes que no tenían derechos de ciudadanía
(aunque sí algunas obligaciones como la de servir en la milicia y pagar ciertos
impuestos). También hay que descontar a los ciudadanos que perdían sus derechos (casi
siempre de forma temporal) habitualmente por impago de deudas con la ciudad.

La sociedad de las ciudades estado era mucho más homogénea que la nuestra y era
además una sociedad en la que prácticamente se conocía todo el mundo. La gran
afluencia de extranjeros al Ática hizo que se tuvieran que promulgar leyes para regular
la ciudadanía hasta tal punto que en el año 450, Pericles promulgó una ley que restringía
la ciudadanía a aquellos descendientes de padre y madre que poseyeran tal condición.
En unos años, esto elimino a unos 5000.

1.4. La democracia vista por los atenienses.


“Democracia” es, como ya dijimos, un término griego, como también lo son el resto de
los términos con los que nos referimos a las distintas formas de gobierno. Muchos
especialistas piensan que el propio término fue acuñado por sus enemigos (ya vimos que

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Clístenes utilizaba el término Isonomía y Aristóteles llama politeia a la forma pura de
gobierno popular). El propio término suscita esta opinión. Combina “demos” con
kratos, que es una expresión con cierto tono brutal. Suele traducirse como “fuerza” o
“poder” y deriva de un verbo que significa ser fuerte, dominar, prevalecer. En otros
términos como monarquía el segundo componente es arché, cuyo significado es más
suave o más neutro (mando, autoridad). Derivar del término una valoración negativa es
algo sujeto a mucha discusión. Prueba de ello es que kratos aparece en aristocracia
(aunque parece que esto se debe a que este término se acuño después del de democracia
y en clara oposición a este) y arché en oligarquía. Lo acuñaran amigos o enemigos, los
defensores de la democracia en Atenas adoptaron el nombre sin complejos. Sin
embargo, para los propios griegos la democracia era una forma de gobierno
cuestionable. La valoración que nosotros hacemos de la democracia (incluida la
ateniense) es diferente a la que tenían los atenienses y en general los griegos. La
democracia era generalmente aceptada en la época de Pericles, pero esto obedece a que
él era una figura excepcional. La época de Pericles, en el siglo V a.C. suele llamarse “la
edad de oro”. Fue nombrado estratego y re-elegido durante más de veinte años.
Contribuyó tanto a introducir reformas en le sistema como a dirigir (y ganar) las
primeras fases de las guerras contra Esparta. En opinión de muchos especialistas,
durante esa época, y a causa de su influencia en la asamblea, realmente era él quien
gobernaba en Atenas. Para Tucídides, la democracia ateniense en esa época era en
realidad el gobierno del primer ciudadano, Pericles. Con su muerte en 429 a.C.., a causa
de una epidemia de peste que mató a una cuarta parte de la población de Atenas, todo
empezó a ir mal.

Un grupo de la oligarquía ateniense conocido como Los cuatrocientos, apoyados por


Esparta, aprovechó para tomar el poder en 411. Alcibíades, un estratega expulsado de
Atenas años antes, salió en defensa de la democracia, se hizo con el control de la flota
ateniense y logro una serie de victorias entre 410 y 406. Pero la guerra se prolongó y
finalmente Atenas sucumbió. Además, a lo largo de la guerra, la Asamblea y los
tribunales cometieron muchos errores que condujeron a la ejecución de inocentes y al
desprestigio de las instituciones (el error más famoso fue la condena a Sócrates en el
año 399).

Tras la derrota, muchos se preguntarían porqué había ganado Esparta y una respuesta
posible era que Esparta poseía una Constitución oligárquica estable, mientras que la

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democracia ateniense estaba en manos de gente de baja estofa, voluble, que podía
cambiar de opinión con una gran facilidad en función de la habilidad que poseyeran los
demagogos de turno. En cualquier caso, cuando tras la guerra se reinstauró la
democracia en 403 lo hizo de una forma más moderada. Cada vez mayores
responsabilidades pasaron de la asamblea a los tribunales, que elaboraban las leyes y
revisaban las decisiones de la asamblea. No obstante, la democracia sobrevivió en
Atenas hasta la conquista macedonia en 322 a.C.

1.5. Esparta

La filosofía política suele prestarle más atención a Atenas que a Esparta, pese a la
admiración de algunos filósofos como Platón por esta última. Sin embargo, su sistema
político merece atención como ejemplo de lo que se consideraba una forma de gobierno
aristocrática. Su constitución se debe a Licurgo, una figura de la que poco se sabe (y de
cuya propia existencia muchos dudan). Su organización social era peculiar. Los niños
abandonaban el hogar a los siete años y convivían hasta los 18, entrenándose en juegos
competitivos. A esa edad empezaban a recibir un entrenamiento militar que duraba
cuatro años. A los 30 se convertían en ciudadanos que se consideraban iguales entre
ellos. Las niñas también recibían educación, aunque no abandonaban su hogar, y la
relación entre los dos sexos era considerablemente más libre y fluida que en Atenas
pues tenían múltiples ocasiones de encuentro y actividades compartidas.

El estado promovía la igualdad entre los ciudadanos procurando tierras y trabajadores.


Claro que este sistema requería la existencia de un número muy elevado de esclavos
(cuyas condiciones de vida eran mucho peores que las de los esclavos atenienses) y esto
hacía que se necesitara un estado de tipo militar que mantuviera a raya a esa población
numerosa, descontenta y pronta a la sublevación.

La constitución espartana combinaba elementos monárquicos, aristocráticos y


democráticos. El elemento “monárquico” consistía en que tenían dos reyes
simultáneamente, iguales en autoridad (defendían esta costumbre alegando que, caso de
perecer uno en el combate, habría otro, lo que impediría una lucha por el poder). El
elemento aristocrático estaba representado por un consejo de ancianos compuesto por
28 hombres mayores de 60 años, que tenían competencias judiciales y a los que se
consultaban las propuestas que después iban a presentarse ante la asamblea. Esta
asamblea (el elemento democrático) estaba formada por todos los ciudadanos (varones

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mayores de 30). Sin embargo, aunque en teoría la asamblea era la máxima autoridad, en
la práctica se limitaban a ratificar las decisiones que habían tomado los reyes y el
consejo. Carecían de isegoría; se limitaban a expresar su aprobación o desaprobación.

Hasta cierto punto, Esparta presenta también una oposición a Atenas respecto a las
valoraciones que sobre sus respectivos sistemas hacemos nosotros y hacían ellos.
Hemos visto que la democracia ateniense tenía más críticos dentro de los que tiene
fuera. En el caso de Esparta esto se invierte. Muchos de nosotros pensamos en Esparta
como un sistema opresivo, y seguramente ninguno de nosotros querría vivir allí (ni
como esclavo ni como hombre o mujer libre) pero parece que los espartanos no lo
consideraban así. Todo parece indicar que estaban bastante satisfechos de su forma de
vida y orgullosos de su constitución.

Cuando Platón diseñó su sociedad ideal, el modelo al que miró fue Esparta y no Atenas.

1.6. La democracia después de Grecia

El modelo griego de democracia corresponde a lo que en la actualidad llamamos


democracia directa. El pueblo, que está formado por los ciudadanos, tiene la soberanía y
la ejerce de modo directo. Este modo de gobierno dependía de una forma de vida, la de
la polis, que desapareció al desaparecer esta. Aquella democracia requería, no sólo que
hubiera un número relativamente pequeño de ciudadanos, sino también un número no
pequeño de no ciudadanos (mujeres, esclavos, metecos) que soportaban en buena
medida la actividad económica. Si nos atenemos al sentido que los propios atenienses
daban al término, no ha vuelto a haber (casi nunca) democracia en el mundo. Pero las
palabras cambian de significado y se adaptan para designar realidades nuevas. Hoy, la
palabra designa un sistema de gobierno muy distinto al de Atenas. Aunque hay un
núcleo de significado que permanece: el que se refiere a la titularidad de la soberanía.
Cuando la cuestión es ¿quién tiene la titularidad de la soberanía? Una posible respuesta
es “el pueblo”, y a esta respuesta llamamos democracia.

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Con esto a la vista, podemos preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí y cómo tiene
que ser una forma de gobierno para que podamos decir que es el pueblo el titular de la
soberanía. Para empezar a contestar estas preguntas, y sin abandonar el mundo antiguo,
podemos fijarnos en otro modelo.

1.7. La República de Roma


La república romana designa una fase de la historia de Roma de la que es más fácil
señalar el comienzo que el final.

Roma fue en sus comienzos una monarquía, aunque del periodo monárquico poco se
sabe. El final de ese periodo se establece hacia 509 a.C., momento en que se expulsa al
último rey, Lucio Tarquino “El soberbio”, en una revuelta de la aristocracia romana.

El fin del periodo republicano es aun menos claro, no por desconocimiento histórico que
impida poner fecha precisa a los acontecimientos, sino por desacuerdo sobre el
acontecimiento que marca el final. Para algunos (incluidos los enemigos de Julio Cesar)
la elección de Cesar como dictador perpetuo en el año 44 a.C. supone el fin de la
republica. Para otros, incluidos los emperadores de la familia Julia Claudia, durante el
mandato de estos Roma es aún una República (aunque protegida temporalmente por el
emperador), y otros señalan otras fechas intermedias.

Con el fin de la monarquía, el Senado (que era un consejo de ancianos de origen noble
que asesoraba a los reyes) se convirtió en el principal órgano de gobierno. El Senado
delegaba el poder ejecutivo en dos cónsules electos con un mandato anual. Podían elegir
también, en caso de emergencia, un dictador por un periodo de seis meses. Parece que al
comienzo de este periodo el Senado estaba compuesto por 300 miembros.

La población romana estaba dividida en dos clases, patricios (miembros de antiguas


familias romanas) y plebeyos (campesinos, artesanos y comerciantes pertenecientes a
familias que se habían establecido en Roma en un momento posterior). El fin de la
monarquía había venido de manos de la aristocracia (los patricios), y ellos fueron en los
primeros tiempos republicanos los únicos ciudadanos de pleno derecho, para los que
estaban reservados los cargos políticos. Sin embargo, tras algunos años de conflictos, a
mediados del siglo V a.C.. la plebe obligó al Senado a aprobar una serie de leyes
escritas (la Ley las Doce Tablas) con el fin de que los Patricios, que formaban los
tribunales, no pronunciaran sentencias arbitrarias; y lograron también que se nombraran,
como representantes suyos, dos magistrados especiales conocidos con el nombre de

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Tribunos de la Plebe. A partir del siglo IV a.C., los plebeyos alcanzaron el derecho a ser
elegidos para ocupar consulados y otros puestos políticos. En el siglo III, la distinción
jurídica entre patricios y plebeyos desapareció y todos pasaron a ser, simplemente,
ciudadanos romanos.

También en Roma había esclavos, pero, a diferencia de Grecia, podían obtener la


ciudadanía cuando eran liberados por sus amos, cosa que ocurría con relativa
frecuencia. También los extranjeros residentes podían obtener la ciudadanía, de forma
que, aunque no todos los habitantes eran ciudadanos, todos podían llegar a serlo. Por
descontado, las mujeres estaban excluidas.

El sistema político de la república era extraordinariamente complicado y evolucionó a


lo largo de todo el periodo republicano. Junto al senado, los cónsules, tribunos de la
plebe y eventuales dictadores, había censores (encargados, como su nombre indica, del
censo y de vigilar las buenas costumbres) y pretores (que se ocupaban básicamente de
las finanzas y también de la administración de la justicia). Todas las magistraturas eran
electas. Eran elegidas por asambleas populares.

El sistema de asambleas también era complejo. Para empezar, había cuatro tipos de
asamblea. Las más antiguas (Comitia Calata y Comitia Curiata) eran exclusivas de los
patricios (organizados en curias). Las funciones más importantes pertenecían a la
Curiata. En la primera época de la república, eran ellos los que elegían a todos los
magistrados y aprobaban las leyes. Sin embargo, con el tiempo fueron perdiendo estas
competencias.

Mientras solo existieron estas dos asambleas, y retenían sus atribuciones primitivas, el
sistema de gobierno podía ser calificado de aristocrático. Sin embargo, pronto el sistema
republicano incorporó dos asambleas más.

La Comitia Centuriata estaba compuesta por todos los ciudadanos romanos, organizados
en centurias (había 193 centurias y, por descontado no tenían 100 miembros. “Centuria”
es el nombre utilizado para designar un grupo de electores), clasificadas en 6 grupos
según el nivel económico. Aunque en un principio la primera clase tenía 98 centurias, lo
que hacía que prácticamente todo el poder de decisión estuviera en sus manos, una
reforma del 220 redujo este número a 88, lo que les obligaba a conseguir apoyo de las
clases inferiores. El sistema de votación en la Centuriata no respondía a la idea “un
hombre, un voto”, sino más bien a “una centuria, un voto”. Solían reunirse en el Campo

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de Marte, que era uno de los pocos sitios que podía acoger a los ciudadanos romanos
(varones libres mayores de edad). En un principio en esta asamblea residía la soberanía,
pues era la encargada de la legislación. Sin embargo, lo numeroso de esta asamblea, y
los consiguientes problemas para establecer sistemas de votación, hicieron que sus
atribuciones se limitaran por lo general a la elección de los magistrados (cónsules,
pretores y censores) y durante un tiempo a juzgar casos de alta traición.

La Comitia Tributa también incluía a todos los ciudadanos romanos, patricios y


plebeyos, distribuidos, a efectos electorales y administrativos, en 35 tribus. En
paralelismo con el caso anterior, aquí el lema era “una tribu, un voto”. Elegían algunas
magistraturas y, hasta que Sila estableció tribunales, se encargaban de la mayoría de los
juicios. Dentro de esta asamblea estaba el consejo de la plebe. Elegían a sus tribunos y
aprobaban las leyes que les afectaban.

Sin embargo, el verdadero poder estaba en el Senado. En la madurez del periodo


republicano, estaba compuesto por 600 senadores. Sus miembros eran elegidos por los
censores de entre los antiguos magistrados (con algunas excepciones) y (en principio) el
cargo de senador era vitalicio.

Su poder oficial era de tipo judicial y fiscal. Enviaban y recibían embajadores,


nombraban gobernadores para las provincias, manejaban las arcas públicas y decidían
cuestiones de guerra y paz. Podían autorizar a los cónsules para que nombraran un
dictador. Sin embargo, carecían de poder ejecutivo y legislativo. Las leyes tenían que
ser ratificadas por las asambleas. Su autoridad en este sentido residía más bien en su
prestigio. Hay que tener en cuenta que las asambleas no debatían las leyes propuestas.
Se limitaban a aceptarlas o rechazarlas y casi siempre las aceptaban.

1.7.1. ¿Era la República de Roma una democracia?


Como ya dijimos, mientras las únicas asambleas existentes eran las de los patricios, el
sistema era en realidad una aristocracia. Una vez que se establecieron asambleas que
agrupaban a todos los ciudadanos romanos, estas eran las que tenía el poder legislativo
(este poder pasó de una a otra asamblea y se distribuyó de diversas maneras entre ellas
durante todo el periodo republicano). Si definimos “pueblo” como el conjunto de los
ciudadanos e identificamos “soberanía” con poder legislativo, la república romana fue
una democracia. Naturalmente, este sistema no nos resultaría satisfactorio (ni
“democrático”), por diversos motivos. Para empezar, la restricción de la ciudadanía a

Democracia pág. 16
una parte de la población nos parece cuestionable. Pero esto también sucedía en Atenas
y no dudamos en calificar su sistema de democrático. Tampoco nos satisface que las
asambleas no funcionara con la base “un hombre un voto”. Sin embargo, esto requeriría
alguna matización. Todos y cada uno de los miembros de una asamblea decidían el voto
de su curia o su tribu. Lo que sucede es que no todos los votos valían lo mismo. Por
ejemplo, en la comitia tributa, la mayoría de la población urbana de roma estaba
distribuida en 4 tribus, y la población rural en 31. Esto era desproporcionado, y hacia
que el sistema de votación favoreciera a las tribus rurales. Este problema, podemos
pensar con razón, no es muy diferente del que se presentó en Francia cuando los estados
generales votaban por estamentos, con independencia del número de miembros de cada
uno. Pero muchas de las leyes electorales de nuestras democracias modernas también
presentan problemas similares (por ejemplo, para nosotros el voto de un habitante de
una gran ciudad también cuenta menos, en ese sentido, que el de una zona rural. Somos
hasta en esto herederos de los romanos).

Quizá la mayor diferencia (a parte del grado de complejidad, requerido por la magnitud
de Roma en comparación con una ciudad estado) reside en el método de nombramiento.
En Atenas, salvo los estrategos y algunos cargos financieros (que eran electos), los
cargos se sorteaban, y vimos que esto era una de las características de su sistema que los
atenienses identificaban más con la democracia. En Roma, los cargos políticos eran
electos, en algunos casos mediante elecciones directas y en otros (como los senadores)
indirectas. Probablemente, el sistema del sorteo no era bueno para Roma. En Atenas
tenía sentido en la medida en que hacía posible que la mayoría de los ciudadanos tuviera
a lo largo de su vida algún cargo político. Esto no podía conseguirse (o al menos no con
tanta facilidad) en Roma, por una simple cuestión numérica. Y si no todo el mundo
puede (ni quiere) ocupar un cargo político, parece muy razonable que los que lo hagan
no sea por intervención del azar sino porque sus conciudadanos les consideran los más
adecuados.

Sin embargo, pese a todas esas cuestiones, los ciudadanos tenían el poder soberano en
Roma. Además, las asambleas representaban una democracia directa, tan directa como
en Atenas. Y fue la última. Cuando acabó la república romana, la democracia
desapareció de nuestro mundo (aunque pervivieron en algunos sitios algunas
instituciones representativas, de carácter casi siempre más aristocrático que

Democracia pág. 17
democrático) durante muchos siglos, hasta la edad moderna. Y cuando reapareció la
democracia lo hizo en otra forma.

1.8. La Edad Media


A lo largo de la Edad Media, se restauró la monarquía (hereditaria o electiva) al
imponerse los bárbaros como aristocracia gobernante en Europa. Poco a poco, la
costumbre de algunos pueblos bárbaros de elegir a sus reyes, desapareció. Se impuso la
teoría de que la soberanía política deriva de Dios y se adquiere por herencia, lo mismo
que la propiedad de la tierra, o el dominio sobre las personas subordinadas (vasallos).
Esto es coherente con una visión teocrática del mundo: si el rey ha de ser el mejor entre
los nobles (entre los guerreros), quién mejor que Dios (el rey supremo, y el más sabio)
para elegirlo. Y el modo en que Dios lo elige –o al menos el más aceptable y seguro
para evitar guerras sucesorias– es dando un hijo varón (y a ser posible fuerte, hábil e
inteligente) al actual rey. Los problemas surgían cuando un rey no engendraba un hijo,
caso que solía acabar en una guerra en la que el jefe de los vencedores reclamaría que
Dios estaba de su parte, e instauraría una nueva dinastía).

Sin embargo, hubo en la Edada Media un contexto de poder muy significativo en que la
herencia no podía funcionar: la Iglesia. Ni el sucesor de San Pedro (el Papa) ni los
cargos inferiores de la jerarquía eclesiástica podían, de acuerdo con el derecho
canónico, dejar en herencia sus sillas (otra cosa es lo que sucediese a veces en la
práctica). Muchos cargos eran nombrados por la jerarquía superior, o directamente por
el Papa, pero el Papa mismo había de ser nombrado de otro modo, al carecer de superior
jerárquico en la tierra. Como sabemos el Papa se elige mediante una votación. De
hecho, no era el único caso. Diversos cargos eran elegidos mediante votación por un
colegio previamente establecido. Por ejemplo, los abades y abadesas de ciertas órdenes,
por todos los monjes miembros de la comunidad respectiva.

Naturalmente, nadie pretendía que estas elecciones significasen que el colegio electoral
tenía la soberanía. Muy al contrario, el colegio electoral simplemente cumple una
función instrumental para designar pacíficamente a quien ha de gobernar (la comunidad
conventual o la Iglesia en su conjunto). Esa función se ejerce mediante el voto, y la
designación es por mayoría de votos. Pero una vez cumplida esa misión, el gobernante,
sobre todo en el caso del Papa, es el único soberano, y ese colegio electoral ya no tiene
más misión que obedecer, hasta que vuelva a darse un vacío de poder.

Democracia pág. 18
Esta tradición de elegir “democráticamente” (mediante votación y por mayoría) a quien
ha de gobernar se basa en la idea mística de que el colegio electoral de algún modo está
guiado por una sabiduría superior y que su decisión será más acertada que la de una
persona o grupo particular. La misma idea está detrás de los tribunales de justicia (frente
al juez único) y otras instituciones colegiadas.

Veremos que esta idea, secularizada, pervive en muchos de los argumentos modernos a
favor de la democracia. Y veremos también que la democracia moderna tiene casi tantos
(o tan pocos) puntos en común con esta tradición electiva de la Iglesia, como con la
democracia participativa de los atenienses.

1.9. La democracia moderna


La democracia moderna aparece dentro de los estados modernos. Una de las
características más distintivas de estos es la existencia de una estructura institucional y
administrativa pública (el Estado) que se entiende como una realidad diferenciada del
agregado de individuos privados (la sociedad). Esta distinción no tenía lugar en la
antigüedad. Al hablar de la democracia griega, dijimos que era un sistema de gobierno
que se daba en la polis, evitando utilizar la traducción habitual de este término como
“ciudad-estado”. Como bien señala Sartori, la traducción correcta seria
“ciudadcomunidad” porque si algo era la polis es precisamente una ciudad sin estado. El
propio término “Estado” en su sentido moderno (con anterioridad designaba una
situación o una condición cualquiera) no aparece hasta Maquiavelo, y su uso aún tarda
en extenderse (no aparece, por ejemplo, en la Enciclopedia francesa). La democracia
griega era una democracia sin estado y una política sin políticos.

Desde el siglo XIX, el concepto de democracia se ha impuesto referido a las relaciones


entre estado y sociedad. Se define como una forma de gobierno en que el poder político
del Estado, la soberanía, pertenece por derecho a todo el pueblo, entendido como el
conjunto (casi) universal de ciudadanos, sin exclusiones por razones de sexo o clase
social, y no a un grupo específico y limitado del mismo. Su finalidad última es que los
ciudadanos controlen, intervengan y definan objetivos en relación con ese poder
político. Se entiende que el gobierno debe reflejar y expresar la voluntad del pueblo,
interpretando de este modo las nociones tradicionales de soberanía popular y gobierno
popular.

Democracia pág. 19
1.9.1. El origen.
El origen de la democracia moderna se sitúa en un periodo de tiempo relativamente
corto, entre mediados del XVII y principios del XIX, con la Revolución Inglesa, la
declaración de independencia de los EEUU y la Revolución Francesa. Durante ese
periodo, se configuran dos ideas paralelas: la idea de que un poder legítimo no puede
fundarse ni operar sin incorporar la voluntad popular; y la idea de que el poder legítimo
en ningún caso es absoluto: tiene como límite los derechos de los ciudadanos.

Desde el siglo XI, los reinos empiezan a articularse mediante organismos de


representación estamental. Sin embargo, cuando en el Renacimiento empiezan a
configurarse los estados modernos, lo hacen en torno a monarcas, cuyo poder político
cada vez es mayor al tiempo que disminuye el poder de la nobleza. Con el tiempo, esto
llevo a la aparición en muchos países de Europa de monarquías absolutas. Casi siempre
sobrevivían los organismos de representación (parlamentos, cortes, etc.) pero era una
supervivencia puramente teórica. Un Buen ejemplo está en Francia. Luis XIII disolvió
los Estados generales en 1614 y no volvieron a reunirse hasta que Luis XVI los convocó
en 1789. Una institución que no se ha reunido en 175 años, sencillamente, lleva 175
años sin existir.

Sin embargo, hubo una importante excepción. La monarquía inglesa no pudo dominar a
la nobleza y siempre se vio obligada a contar con los nobles y los caballeros convocados
en Consejo. En 1215, consiguieron que el rey Juan firmara la Carta Magna que
establecía algunas cosas muy importantes. Obligaba a los monarcas a convocar a la
nobleza y al clero y establecía que no podían imponerse impuestos sin consentimiento
del consejo. Este Gran Consejo evolucionó hasta convertirse en el Parlamento. No
debemos pensar que los monarcas ingleses estuvieran encantados con el arreglo. Casi
desde el principio, intentaron por todos los medios a su alcance, ignorar al Parlamento
en la medida de lo posible. Pero la nobleza inglesa no parecía dispuesta a dejarse ganar
por la mano y en 1258, un grupo de nobles encabezado por Simón de Montford obligó a
Enrique III a jurar un documento denominado Oxford Provisions. Esta carta otorgaba el
poder a un consejo de quince miembros y obligaba a convocar al Parlamento tres veces
al año. La supervisión de la labor del consejo se dejaba en manos del Parlamento.

Esto suponía que, por primera vez, el rey reconocía los derechos y poderes del
Parlamento. Tras varios tiras y afloja, en 1264 Montford convocó al Parlamento por su
cuenta y riesgo. Y no sólo hizo eso. Convocó, como era habitual, a arzobispos, obispos

Democracia pág. 20
y abades, convoco, como era habitual, a condes y barones. Pero también convocó a más
personas. Convocó a dos caballeros por cada condado y a dos burgueses por cada
municipio. En otras ocasiones se había convocado a caballeros, pero la convocatoria a
los burgueses no tenía precedentes. Y todavía hubo más. Los burgueses eran
representantes electos. Al parecer, el modo en que fueron elegidos varió en cada
municipio, pero parece indudable que hubo algún tipo de elección democrática en
muchos de los casos. Más tarde, en 1295, Eduardo I adoptó la fórmula de Montford en
el llamado “Parlamento Modelo” y la convocatoria de caballeros y burgueses se conoció
como la convocatoria de Los Comunes. Es fácil percatarse de la importancia de este
hecho. Hasta entonces, el gran consejo y el parlamento establecía una forma de
gobierno aristocrático, pero la convocatoria de los comunes suponía una forma primitiva
de democracia. El siguiente paso se dio cuando en 1341 nobleza y clero fueron
convocados por separado y formaron una cámara alta (la Casa de los Lores) mientras
que caballeros y burgueses formaron una cámara baja, conocida con el nombre de Casa
de los Comunes.

La importancia del Parlamento ingles aumentó, aunque con altibajos, durante los siglos
siguientes (los reyes de la dinastía Tudor fueron lo suficientemente astutos como para
darse cuenta de que necesitaban al Parlamento para dar legitimidad a sus actos). Los
problemas de verdad empezaron con los Estuardo en el siglo XVII. Carlos I tenía
indudables tendencias absolutistas y el Parlamento tenía la costumbre de enfrentarse al
rey cuando sus decisiones no eran de su agrado. Carlos disolvió el parlamento en 1628 y
gobernó en solitario durante 11 años hasta que en 1639, agobiado por los problemas
financieros causados, entre otras cosas, por la guerra contra Escocia, se vio obligado a
convocarlo para conseguir dinero. Las tensiones entre el rey y el parlamento acabaron
conduciendo a la Guerra Civil inglesa, también conocida como Primera Revolución
inglesa (aquella cuya perspectiva aterró a Hobbes y le hizo ir al continente en busca de
paz), que acabo con Carlos I perdiendo, literalmente, la cabeza y la instauración de la
república de Cromwell.

Durante la Revolución Inglesa, los Niveladores (Levellers), un grupo más o menos


informal surgido entre las filas del ejército de Cromwell, reivindicaban la concesión de
derechos políticos a los pequeños propietarios rurales, y los Cavadores (Diggers), un
grupo de origen similar, proponían una democracia directa. Esta idea fue recogida
después por Rousseau. Lo que triunfó, sin embargo, como resultado de la revolución,

Democracia pág. 21
fue una monarquía constitucional con parlamento bicameral, los comunes, cámara de
representantes elegida por sufragio censitario (apenas 5% de la población adulta
masculina) y los lores, una cámara hereditaria, con supremacía legislativa y que junto a
la corona ejercía control sobre el ejecutivo.

Si comparamos el nuevo sistema de gobierno que evolucionó en Inglaterra con la


democracia de Atenas o de la República de Roma, podemos ver la continuidad que
permite que usemos un mismo término “democracia” para agruparlos. Desde luego, los
comunes se elegían por sufragio censitario, pero también en Atenas y en Roma la
población que tomaba parte en el gobierno estaba limitada a los que tenían la
consideración de ciudadanos. Incluso puede considerarse el sufragio censitario como un
avance en este sentido. En Atenas, se nacía ciudadano, en una familia de ciudadanos y
no había posibilidad de que un esclavo o un meteco adquirieran la ciudadanía y el
correspondiente derecho de participación política. El sufragio censitario dependía del
nivel de renta y la Inglaterra del XVII estaba estratificada (como la nuestra) en clases
sociales. Las clases sociales pueden tener, como sistema de estatificación, algunos
inconvenientes, pero indudablemente presentan una ventaja: no son hereditarias.
Dependen del nivel socio económico y éste se adquiere. Es posible, y no solo en la
teoría sino también en la práctica, estar excluido del censo, o no alcanzar un
determinado nivel, y luego estar incluido por haberlo alcanzado. Un sistema censitario,
por malo o inadecuado que nos parezca, no excluye a nadie por definición y por
principio, para siempre y sin remedio.

Más alejado está de la idea primitiva la existencia de una cámara de pertenencia


hereditaria, que introduce, junto a los elementos monárquico y democrático, un
elemento aristocrático. Esto hace que en un sistema de ese estilo, el pueblo tenga poder
(y en esa medida es una democracia) pero no todo el poder. Sin embargo, desde el siglo
XVII hasta nuestros días estos elementos “dudosos” han desaparecido. El sufragio
universal masculino, que se “ensayó” por primera vez durante la revolución francesa, se
extendió durante el siglo XIX y el sufragio universal tal y como hoy en día lo
entendemos, incluyendo a las mujeres, se generalizo en las democracias occidentales en
el XX. Y la cámara de lores no es ya (en su mayoría) hereditaria.

Quizá el cambio más considerable, si comparamos nuestras democracias con las de la


antigüedad, aparece cuando nos centramos no en quién tiene derechos de participación
política (hoy en día prácticamente todos los adultos tienen estos derechos, y en este

Democracia pág. 22
sentido “extensivo” nuestra democracia es “más democracia” sino en qué consisten
estos, en los medios y las formas mediante las que el pueblo ejerce su poder. De hecho,
la noción de gobierno popular, a partir del XVII, presenta esas distintas variantes:
democracia directa (que es más o menos la forma que adoptaba la democracia en la
antigüedad) y democracia representativa (que es la que nosotros, con algunas
excepciones conocemos).

1.10. Democracia representativa


Esta forma de democracia, la más extendida en la actualidad, se caracteriza por que la
soberanía popular está delegada en las instituciones gubernamentales que ejercen la
autoridad en nombre del pueblo. Supone que la titularidad y el ejercicio del poder
político, de la soberanía, son distintos: la titularidad es del pueblo (en caso contrario no
sería una democracia) pero la ejercen sus representantes electos.

En la práctica, el esquema funcional de la democracia representativa se consolidó en el


siglo XIX y se funda en una separación entre los tres órganos o poderes (legislativo,
ejecutivo y judicial) que se ocupan de los actos del estado en tres esferas distintas:

• Elaboración y aprobación de las leyes (legislativo).

• Administración y ejecución de las leyes (ejecutivo).

• Aplicación de sanciones a quienes no cumplen las leyes y resolución de conflictos


(judicial).

La espina dorsal es el legislativo como representante de los ciudadanos y depositario de


la soberanía popular. Ejecutivo y judicial derivan, en última instancia, del legislativo y
se subordinan a él. Se presupone que el mandato representativo se renueva
periódicamente mediante elecciones regulares en el tiempo. Cuando se habla de
“reflejar y expresar la voluntad popular” se habla en sentido metafórico. En realidad, la
voluntad popular siempre es establecida por el colegio que detenta el poder legislativo,
no por los ciudadanos. La idea de la representación mediante elecciones solo se
convierte en algo tangible cuando la libertad de acción de los representantes esté
jurídicamente limitada a los deseos de los representados.

En realidad, la democracia representativa es un tipo de gobierno cuyos actos presentan


una correspondencia relativamente estrecha con los deseos de relativamente muchos de
los representados. La borrosa noción de “soberanía popular” se reformula en términos

Democracia pág. 23
de las oportunidades que tienen los ciudadanos de expresar sus preferencias al gobierno.
De este modo se consigue que las preferencias de los ciudadanos se tengan en cuenta en
términos igualitarios, sin discriminación en cuanto a contenido y origen. Según Dahl,
uno de los pensadores contemporáneos que más esfuerzos ha dedicado al análisis crítico
de la democracia moderna, para que esto sea posible son necesarias una serie de
Garantías. Las más habituales son:

 El control de las decisiones gubernamentales corresponde a funcionarios


electos.
 Los funcionarios electos son elegidos y pacíficamente sustituidos por otros
mediante elecciones libres e imparciales relativamente frecuentes.
 Prácticamente todos los adultos tienen derecho a votar en tales elecciones.
 La mayoría de los adultos tiene derecho a ocupar cargos públicos
presentándose como candidato a las elecciones.
 Los ciudadanos gozan de derecho efectivo a la libertad de expresión, en
particular de expresión política, incluida la crítica a los funcionarios, al estado,
al sistema político, económico y social y a la ideología dominante.
 Tienen derecho a fuentes de información que no estén monopolizadas por el
gobierno ni por ningún grupo.
 Gozan de derechos efectivos a formar asociaciones, incluidas las políticas, que
procuren influir en el gobierno rivalizando en las elecciones y por otras vías
pacíficas.

En la medida en que esas garantías se cumplen, podemos hablar de democracia, aunque


en realidad Dahl a un sistema así le llama “Poliarquía”. En cualquier caso, refleja el tipo
de gobierno en el que vivimos. Es un gobierno consentido por los gobernados que
pueden, si así lo desean, presentarse ante sus conciudadanos para ejercer cargos
políticos. Es, según Popper, el único sistema de gobierno en el que los gobernantes
pueden ser pacífica y periódicamente sustituidos sin recurrir a la violencia. Y es la
democracia posible en nuestros actuales Estados, numerosos y complejos y en los que la
ciudadanía es prácticamente universal. Parece que, el precio de participar más (mayor
número) es participar menos (con menor intensidad). Pero esto no supone que sea

Democracia pág. 24
“menos democracia”. Para algunos autores, preguntar si nuestro sistema de democracia
indirecta es menos democracia que la democracia directa griega no tiene sentido. Son
cosas demasiados distintas para poder hablar de ellas en términos de más o menos.

Esto es la democracia y esta es su historia. Pero aún, como filósofos políticos, nos falta
plantearnos lo fundamental. Realmente ¿es buena la democracia? Dedicaremos el
próximo tema a esta cuestión.

1.11. Tipos de democracia

1.11.1. Democracia directa

La democracia es un sistema político en el que se tiene el derecho al voto para elegir a


los representantes en elecciones periódicas, sin embargo, a lo largo del tiempo, a este
concepto se le han agregado características, derechos, libertades, requisitos económicos,
sociales y políticos que han llevado a pensar que la democracia es un sistema político
que ya no puede existir más.

En una democracia directa, los ciudadanos pueden votar directamente en las elecciones,
decidiendo lo que se tiene que hacer para el bien de la sociedad. Aristóteles (2004) se
declaraba en contra de la democracia, ya que era un gobierno de las masas, en donde los
pobres buscarían obtener su propio beneicio, por lo que se generaría una lucha de clases
(Rosenberg, 2006).

Rousseau (2006) sugirió que la única forma de que existiera una verdadera democracia
era con una mayor cantidad de gobernantes que de gobernados, en Estados pequeños
donde todo mundo se conociera, reuniéndose frecuentemente para discutir los asuntos
públicos y donde no existiera diferencia de riquezas. Por lo tanto, Rousseau propone
una democracia directa y deliberativa, en donde la ciudadanía decidiera sobre los
asuntos públicos por medio de la deliberación de las propuestas.

La democracia directa le permite a los ciudadanos involucrarse directamente en los


asuntos públicos, discutiendo o debatiendo las decisiones que debían tomarse para el
mejoramiento de la sociedad, sin embargo, hay que tomar en cuenta que este tipo de
democracia se daba sin contemplar a todos los ciudadanos para debatir acerca de los
asuntos públicos o problemas que enfrentaba la sociedad, es por ello que surgió la

Democracia pág. 25
democracia representativa, en donde un grupo de gobernantes elegidos por la sociedad
son quienes van a tomar las decisiones acerca de los asuntos públicos. (Rodríguez
Burgos, 2010).

La representación es la forma en la que un elegido actúa de acuerdo con los intereses de


los que lo eligieron, esto es, representando al elector para la toma de decisiones en los
asuntos públicos, de acuerdo con Duverger (2001). Montesquieu (2007) deinía a la
democracia como una república, donde el poder residía en el pueblo. La elección de
quienes serían los gobernantes debía ser por sorteo, y la elección de los mismos debía
ser por votación de los ciudadanos buscando la igualdad y bienestar para todos.

Aunque existen teóricos que entran dentro de la categorías de democracia


representativa, se observó que la corriente liberal se entremezcla con esta deinición, es
así que primero delimitaremos la democracia liberal en general, para después separar
esta corriente en dos vertientes, primero la democracia social en donde se le da un
mayor peso a la igualdad social de las personas, para después dar paso a la democracia
económica, en donde los exponentes de esta corriente explican la democracia con
características económicas que debieran cumplir.

1.11.2. Democracia liberal: social y económica


De acuerdo con Cerroni (1992), el liberalismo otorga la dignidad igual de los hombres,
al igual que deine los procedimientos que se necesitan para asegurar la competencia
libre entre las personas en la búsqueda del poder. En las aportaciones que hace Mill
(1970) al pensamiento liberal moderno, además de darle importancia a la libertad
individual, también le agrega la característica de participación a través del voto,
eligiendo periódicamente a los representantes.

En una democracia liberal los individuos buscan mayores libertades civiles, de


expresión, de asociación, con la mínima interferencia por parte del Estado para
contribuir al bienestar social de todos los ciudadanos. Por otra parte, el liberalismo
económico se asocia en un sentido laissez faire, esto es, de libre mercado, donde se debe
dejar que el mercado se ajuste por sí mismo con la interferencia mínima del Estado
(Carter, 2005).

La democracia social deinida por Sartori (2002), se basa en la igualdad, en donde los
miembros de la sociedad se vean y se traten como iguales. Además incluye la
efectividad de derechos sociales y la disminución de las desigualdades sociales para

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toda la población (Paramio, 1996). Por lo tanto, la democracia social se relaciona con
conceptos políticos, económicos y culturales (Moya Palencia, 1982).

La sociedad con la que se encuentra Tocqueville (2005), era una sociedad basada en la
soberanía del pueblo, con principios establecidos en la Constitución de los Estados
Unidos, tales como orden, ponderación de los poderes, libertades y respeto a los
derechos. Por tanto, se encuentra con una democracia socialmente más desarrollada
tanto en igualdad de derechos como en libertades, diferente al tipo de democracia que se
presentaba en ese momento en Europa.

La democracia social fue seguida por James Bryce (2007), en donde explica que en los
Estados Unidos se desarrollaba una democracia con mayor igualdad entre hombres y
mujeres, no en política, sino en aspectos sociales y legales, además de ser más
respetuosa con los individuos, quienes no estaban dispuestos a sacriicar su libertad.
Agrega a la concepción de Tocqueville una mayor igualdad, denotada como igualdad de
estima, en donde todos los ciudadanos debían tratarse como iguales (Sáenz López,
Gorjón Gómez & Rodríguez Burgos, 2008).

Como una forma de adaptar las teorías democráticas a los resultados presentados en las
sociedades avanzadas, se incorporan términos económicos a estas teorías, no sólo como
una nueva concepción, sino para legitimar la distribución del poder en las sociedades
(Morán, 1996). Por lo tanto, la incorporación de términos económicos a la democracia
se da primero como una forma de explicar la deinición de la democracia de una forma
económica, vista como una competencia de libre mercado entre gobernantes por la
obtención de la mayor cantidad de votos, además de incorporar bases o elementos
económicos que favorecen el sostenimiento de las democracias. (Sáenz López, Gorjón
Gómez & Rodríguez Burgos, 2008).

De acuerdo con Sartori (2002), la democracia económica se basa en la igualdad


económica, esto es, tener una mejor redistribución de la riqueza para el bien de todos,
sin embargo también hay un desarrollo de las teorías económicas de la democracia, en
donde se utilizan conceptos y términos de la ciencia económica para explicar los
procesos políticos.

El término de democracia económica fue acuñado por Marx (1999), quien tomando en
consideración un modelo de democracia directa, agrega características como igualdad y
libertad, pero además se debía buscar la eliminación del Estado, y al ser todos los

Democracia pág. 27
ciudadanos iguales, se daría una planiicación de la economía con una mayor eiciencia
en el uso de los recursos traducidos en un mejoramiento para todos por igual.

Aunque considerada también como democracia industrial, Sidney & Beatrice Webb
describen ésta como una parte de la democracia económica, la cual debe darse en el
trabajo, esto con el objetivo de tener una representación en favor de los derechos de los
trabajadores (Sartori, 1999); dicho de otra manera, es la participación de las personas en
el área laboral, en la toma de decisiones, mediante estructuras y procesos que deben
seguirse, que implican un intercambio de autoridad y responsabilidad en el trabajo.

Caliicada como una deinición ¨minimalista de la democracia¨ (Paramio, 1996) o como


sólo un método político para la elección de los líderes encargados de tomar las
decisiones políticas (Morán, 1996), fue la ofrecida por Schumpeter (1950), quien deine
a la democracia como un método para la designación de quienes nos gobiernan, esto es,
una lucha de competencias por el voto del pueblo, en donde el pueblo elige a un
gobierno por medio de la elección de un líder. Es así que existe una clara competencia
entre líderes, muy parecida a la competencia de mercado.

Por otro lado, Anthony Downs describe a los partidos políticos como máquinas que
buscan la mayor cantidad de votos posibles por medio del desarrollo de políticas que
convenzan al electorado para la obtención del poder (Heywood, 2004). De acuerdo con
Downs (2001), un sistema democrático reunía características como competencia entre
partidos en elecciones periódicas, el partido electo tiene el control hasta las siguientes
elecciones, los partidos perdedores no intentan impedir el ascenso al poder del partido
ganador y cada individuo tiene un solo voto en cada elección.

A partir de estas características deduce que en una democracia los partidos compiten en
una lucha para la obtención de votos, para una vez obtenido el control, el partido
elegido lleva a cabo políticas que satisfagan las necesidades de ciertos grupos de interés,
por lo tanto dice que la función social del partido está relacionada con las motivaciones
privadas que deben realizar a in de quedarse en el poder, obtener beneicios y tener un
mayor prestigio y por parte de los ciudadanos, considerándolos racionales, consideran
las elecciones como un medio de elección del gobernante que más les beneicie (Downs,
2001).

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1.11.3. Democracia participativa
La democracia participativa contiene una diversidad de formas de participación, sin
embargo todas encerradas en un mismo ideal, los ciudadanos deben ser más activos,
informados y racionales no sólo para elegir a sus representantes, sino también para
participar en la toma de decisiones. Esto se da en función de una mejor educación
ciudadana, desarrollo de una cultura política e incluso en debates públicos que permitan
discutir las diferentes opciones. (Sáenz López & Rodríguez Burgos, 2010).

La democracia descrita por Weber (1991) tiene que ver con un sistema político que
proporciona elecciones periódicas para el cambio de gobernantes, permitiendo la
participación de la mayor parte de la población para inluir en la toma de decisiones
mediante la elección de los gobernantes para que ocupen un cargo público (Lipset,
1987). La relación entre el papel de la burguesía en la formación de la democracia en
una sociedad industrial fue establecida por Weber, sin embargo, en esa época los países
gobernados democráticamente eran una excepción (González Enríquez, 1996).

Por su parte, John Dewey (2004) indica que la democracia solo se dará en la medida en
la que los ciudadanos estén más involucrados activamente en el proceso político, siendo
elemento indispensable la educación de los ciudadanos, reconociendo los intereses
mutuos como ¨factor del control social¨ para así generar un cambio continuo en los
hábitos sociales. Con ciudadanos educados se podrían hacer mejores elecciones y para
obedecer las resoluciones que dictaban sus gobernantes. Por tanto, se considera que una
sociedad es democrática en la medida en la que se facilita la participación de los
ciudadanos en condiciones iguales (Dewey, 2004).

Pateman señaló que el término participación tomo fuerza en el panorama político para
dar paso a nuevas formas y derechos de participación a los ciudadanos (Vergara
Estévez, 2005), agregando que las teorías de democracia participativa requieren de una
participación de los ciudadanos para darle un sentido de competencia que debe ser
desarrollado en una democracia (Pateman, 1999), siendo además necesaria una mayor
igualdad para que el sistema político sea más participativo, en donde los ciudadanos se
comprometan directamente en la toma de decisiones (Bernazza, Iriarte y Vázquez,
2003).

Por otro lado, Touraine (2006) deine a la democracia participativa como la penetración
de un mayor número de actores que se inmiscuyen en problemas sociales, individuales y

Democracia pág. 29
colectivos para una mejora en la toma de decisiones. Las condiciones básicas que deben
darse son la libertad de los individuos para elegir a sus gobernantes en elecciones
periódicas, y además deben complementarse con tres dimensiones, el respeto a los
derechos fundamentales, que los individuos se sientan ciudadanos y la representatividad
de los dirigentes (Touraine, 2006).

Mclaughlin (1992) marca estándares mínimos y máximos que debe cumplir una
ciudadanía, como mínimos indica que la ciudadanía debe tener una actitud pasiva ante
las leyes, pero debe ser activo en el ejercicio de los derechos políticos. Por el lado de los
máximos, el autor dice que para que exista una «auténtica democracia» se debe buscar
tener una participación más amplia, en donde todos los ciudadanos cuenten con la
oportunidad de ser activos, si así lo desean.

De acuerdo con O’Donnell (1994), tanto la democracia participativa como la


ciudadanía descansan sobre la participación, es así que, el tener ciudadanos activos,
brindará nuevas oportunidades para participar en la regulación de los sistemas de toma
de decisiones en la sociedad. Por lo tanto, para alcanzar un mayor grado de democracia,
es necesario robustecer los sistemas de participación ciudadana, que hagan cumplir una
parte de la «iscalización» que es la rendición de cuentas de los funcionarios públicos.

1.11.4. Otros tipos de democracia


Además de las definiciones de democracia en donde se incluyen libertades, e
igualdades, también se le da gran importancia a la participación, sin embargo lo
anterior, existen otras características que deben tomarse en cuenta en una democracia
para que subsista este régimen. Es así que aparecen otros tipos de democracia como la
deliberativa, la consensual, la procedimental y la constitucional, las cuales serán
descritas a continuación.

En la democracia deliberativa se buscan razones para justiicar las leyes que se adoptan
apelando a principios de libertad y justicia, aceptando los derechos que les corresponden
a los ciudadanos, pero permitiendo que dichos derechos puedan ser interpretados y
aplicados con cambios mediante el proceso de deliberación en el proceso político, para
encontrar términos justos de cooperación que puedan ser aceptados por la mayoría
(Encyclopedia of Democratic Thought, 2001).

El énfasis de la democracia deliberativa se encuentra en el discurso público, mediante


el respeto de la diversidad cultural y de los valores liberales (Carter, 2005). Las teorías

Democracia pág. 30
que sustentan la democracia deliberativa dan un énfasis a la argumentación razonada
que debe seguirse, mediante debates informados, imparciales y civiles, para llegar a un
acuerdo en las decisiones políticas (Carter, 2005). Las cámaras de representantes son el
espacio en donde debe darse la deliberación mediante la legislación de los asuntos que
les concierne a todos los ciudadanos (Ramírez Sáiz, 2002).

La democracia deliberativa es una concepción de democracia política en donde las


partes involucradas, los ciudadanos y los gobernantes, buscan razones para justiicar las
leyes que se adoptan, conteniendo una serie de principios para la evaluación de las
democracias actuales y especiicando el proceso por el cual se llevarán a cabo esos
principios (Encyclopedia of Democratic Thought, 2001).

Habermas (1999) indica que el proceso que se debe tener en cualquier país democrático
debe conllevar el discurso y la deliberación. Entre las condiciones que deben darse
dentro de un país democráticamente constituido se encuentran la formación de una
sociedad civil, la construcción de un espacio público y la creación de una cultura
política, siendo estas cualidades referidas a las democracias europeas.

Además indica que en las sociedades modernas existe una deiciencia de democracia,
siendo un modelo de representación en la toma de decisiones (Habermas, 1989), en
donde necesita ser corregido debido a que los medios de comunicación, las restricciones
a la libertad de expresión, la falta de información completa, entre otros factores, hacen
difícil el proceso de deliberación que toda democracia debe tener (Aguilera Portales,
2006).

La democracia consensual es cuando se tiene una posición diferenciada entre


gobernantes y gobernados, esto es, cuando la ciudadanía está en desacuerdo y tiene
diferentes preferencias a las elegidas por los que ostentan el poder, por lo que se busca
satisfacer las necesidades de una mayor parte de la población por medios como la
inclusión y el compromiso con la sociedad.

La Enciclopedia del Pensamiento Democrático (2001) describe diez características


distintivas en una democracia consensual, entre las que se encuentran el compartir el
poder entre coaliciones multipartidistas; no existe un peso predominante en las
relaciones del ejecutivo y legislativo, existencia de múltiples partidos, un gobierno

Democracia pág. 31
federal descentralizado, legislaturas bicamerales con igualdad de poder, constituciones
fuertes, revisiones judiciales de la legislación por parte de las cortes supremas,
independencia en los bancos centrales, sistemas de grupos de interés corporativistas y
una representación proporcional.

Por otro lado, la democracia procedimental identiica como procedimientos de decisión


popular las elecciones regulares, derecho para votar en las elecciones, procedimientos
reconocidos para determinar a la ciudadanía, protecciones al proceso participativo de los
ciudadanos como las libertades de expresión, asociación y libertad de prensa. La
democracia procedimental permite observar a la democracia como un procedimiento en
la toma de decisiones que bajo circunstancias de libertades e igualdades políticas puede
producir formas de vinculación en la toma de decisiones aceptadas por los participantes
(Encyclopedia of Democratic Thought, 2001).

La democracia concebida por Rawls (1993) se deine como un procedimiento que tiene
como elemento principal la justicia, relacionada con la igualdad de la libertad y en lo
económico, esto es, la justicia tiene como elemento principal la igualdad de las
libertades básicas de los ciudadanos, teniendo libertad para pensar, para actuar, así
como también debe existir una igualdad económica entendida como una mayor igualdad
de oportunidades para los que menos tienen.

El término de democracia constitucional hace referencia a la relación que existe entre la


democracia y la Constitución, como resultado de la ¨democratización del
constitucionalismo¨ (Justo López, 1987), en donde los ines, principios y técnicas del
constitucionalismo en relación con la democracia están basados en el estado de derecho
y las limitaciones del poder.

La democracia constitucional deinida por Buchanan & Tullok (2007) sirvió para
relacionar la integración de problemas políticos y económicos en la organización social.
Esta idea nos dice que en la medida en que el interés personal tome lugar, será necesario
tomar en consideración la organización de la constitución política, la cual sirve como
una regla para las decisiones que pueden ser realizadas colectivamente, sin embargo
este tipo de democracia es criticado al no tener una operación directa de la regla de
mayoría.

Ferrajoli (1998) describe dos tipos de democracias, una formal en donde estipula que se
deben llevar a cabo los procedimientos para la toma de decisiones de manera colectiva,

Democracia pág. 32
y por otro la sustancial que consiste en respetar los derechos fundamentales y las
normas sustanciales. Por lo tanto, concluye que la democracia está relacionada con los
derechos fundamentales, permitiendo espacios e instrumentos jurídicos que son
necesarios para obtener el derecho de la libertad, que permite el desarrollo y realización
de la democracia.

Por otro lado, Robert Dahl (1999) menciona que las democracias debieran ser llamadas
poliarquías, debido a que el control de las decisiones gubernamentales por medio de los
funcionarios electos, elecciones periódicas, derecho a voto, derecho a libertad de
expresión, acceso a fuentes de información y derecho a formar asociaciones políticas,
dándole prioridad a las libertades, de expresión, de asociación y de acceso a la
información, también señala que se debe tener derecho a voto, con una libre
competencia en elecciones que se lleven a cabo periódicamente de forma libre y justa,
siendo un gobierno democrático aquel que responde a sus preferencias, sin establecer
diferencias políticas entre ellos (Dahl, 1989).

1.12. Características de democracia

La democracia es una forma de gobierno basada en la participación ciudadana.


Promueve los derechos humanos, la libertad de expresión y la igualdad de
oportunidades, y procura la justicia y el bienestar de la sociedad. Por ende, los
gobiernos democráticos reúnen determinadas características que veremos a
continuación.

 Estado de derecho y ley común

Todo gobierno democrático está limitado por el Estado de derecho, una constitución y
una ley común. Este marco legal se basa en la participación ciudadana, articulada en
función de la búsqueda del bien común y el respeto de los derechos políticos, civiles y
humanos.

 Participación política de la ciudadanía

Democracia pág. 33
El principio fundamental de la democracia es la participación de la ciudadanía en las
decisiones políticas del país. Para ello, existen diversos mecanismos, tales como:

 Ejercicio del voto (sufragio).

 Afiliación a los partidos políticos.

 Afiliación a organizaciones no gubernamentales (ONG), fundaciones,


asociaciones civiles o movimientos.

 Solicitud de rendición de cuentas a las autoridades.

 Participación en manifestaciones públicas autorizadas.

 Sufragio universal y secreto, periódico y libre

La legitimidad de los gobiernos democráticos descansan en el voto popular. Por eso, se


celebran elecciones de manera periódica y libre, es decir, si coerción por parte del
Estado. Por ello, el voto es secreto, ya que esto garantiza que los individuos puedan
ejercerlo sin temor a represalias. Además, en la democracia el voto es universal. Esto
significa que todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a votar,
independientemente de su raza, credo o filiación política.

 Concurrencia de partidos políticos de diversas tendencias

El derecho a la participación política se expresa también en la concurrencia de diversos


partidos políticos de diferentes tendencias. Estos pueden ser de derecha o de izquierda,
siempre y cuando sus valores y programas de gobierno se rijan por el Estado de derecho
democrático.

 Autonomía de los poderes públicos

En democracia, los poderes están divididos (ejecutivo, legislativo y judicial) y son


autónomos con respecto a los otros. Esto significa que cada poder se restringe a sus
competencias por ley, y no puede interferir en las competencias de los demás poderes.

 Rendición de cuentas

Democracia pág. 34
A diferencia de las dictaduras y otras formas de regímenes autoritarios, en la
democracia las autoridades están obligadas por ley a rendir cuentas a los ciudadanos,
bien sobre la administración y uso de los recursos económicos, bien sobre la aplicación
de políticas públicas en cualquier área. Se trata, pues, de un principio de responsabilidad
institucional.

 Autodeterminación

Dentro de la democracia moderna, son mayores las posibilidades de que las personas
ejerciten la autodeterminación, es decir, que vivan de acuerdo a las normas y criterios
que establezcan para su propia vida, siempre que esto no dañe a los demás. Por lo tanto,
la autodeterminación entraña también un grado de responsabilidad ciudadana.

 Responsabilidad ciudadana

En toda democracia, los ciudadanos tienen responsabilidad sobre el orden público a


través de diferentes mecanismos. Los ciudadanos son responsables de cumplir la ley,
participar políticamente, atender sus obligaciones personales, defender sus intereses,
respetar los derechos ajenos y resarcir los daños a terceros.

 Libertad de expresión

En toda democracia, los sujetos son libres de expresar sus ideas, valores y credos,
siempre que estos no atenten contra el bien común o menoscaben los derechos ajenos.

 Libertad de información

La libertad de información es consustancial con la democracia. Involucra tanto el


derecho a comunicar información como el derecho a recibirla. Por lo mismo, los medios
de comunicación deben ser independientes del control del Estado, aun cuando deben
estar sujetos a los límites de responsabilidad social que la ley imponga.

 Debate y negociación para la resolución de conflictos

Al estar comprometidas con la paz y los derechos humanos, las democracias acuden al
debate y la negociación como estrategias más coherentes para la resolución de
conflictos.

Democracia pág. 35
En virtud de esto, los gobiernos democráticos deben evitar el uso de las fuerzas
violentas del Estado contra los ciudadanos. Asimismo, por norma general no declaran la
guerra a otros Estados democráticos.

 Promoción del desarrollo humano

De todas las formas de gobierno conocidas, la democracia es la que mejor promueve el


desarrollo humano, entendiendo por este el desarrollo de todo el potencial de los
sujetos. Esto es posible gracias al ejercicio de la libertad y los derechos que las
democracias saludables garantizan.

 Tendencia a la descentralización del poder

La democracia tiende a la descentralización del poder. Esto significa que en democracia


se reparten las competencias de gobierno entre los diferentes departamentos y niveles de
la administración pública. Por ejemplo, gobernaciones, alcaldías y prefecturas. De este
modo, no solo el poder se distribuye de forma más equitativa y se agiliza la respuesta a
las necesidades, sino que se hace más fácil acceso para los ciudadanos.

 Limitación del poder

Un rasgo fundamental de la democracia es su compromiso con poner límites a los


abusos de poder. Ello es posible gracias a la articulación de la participación política de
la ciudadanía, la división de poderes, la autonomía y la descentralización.

1.13. Finalidad de democracia


En el año 2007, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), estableció el 15 de septiembre como el Día Internacional de la Democracia,
como una forma de exaltar la importancia universal de que los pueblos decidan, de
manera libre, sus propios sistemas políticos, económicos, sociales y culturales, así como
su plena participación en todos los aspectos de sus vidas.

El ejercicio de la democracia es el que mejor refleja los hábitos y costumbres cívicos de


una sociedad, en la actualidad, esta práctica reclama la procuración de una experiencia
política en la que la ciudadanía ejerza su derecho y tenga los conocimientos para tomar
mejores decisiones.  

La democracia es considerada como una forma de gobierno justa y conveniente para


vivir en armonía. En una democracia ideal la participación de la ciudadanía es el factor

Democracia pág. 36
que materializa los cambios, por lo que es necesario que entre gobernantes y ciudadanos
establezcan un diálogo para alcanzar objetivos comunes.

En ese sentido, solamente con la participación efectiva, la voluntad, así como con la
sinergia entre los tres órdenes de gobierno y la sociedad la democracia se puede tornar
en una realidad ideal.

En México, contamos con un sistema electoral democrático, competitivo y plural. Este


sistema, sustentado en el principio básico de “una persona, un voto” permite que todas y
todos tengamos la misma capacidad de incidencia frente a la política y ejerzamos de
esta forma un control sobre el poder del Estado.

Al ser los gobiernos municipales los más cercanos a la ciudadanía, son quienes juegan
un papel determinante para la alternancia política y la consolidación del ejercicio
democrático.

Los gobiernos locales fueron los principales promotores de la alternancia política,


impulsaron su trayectoria en nuestro país hasta culminar con la alternancia en el
gobierno federal. A nivel estatal, la alternancia política se produjo en el estado de Baja
California en el año de 1989, lo cual consolidó el proceso de competencia electoral en
las regiones. Sin embargo, el proceso más relevante se dio con las controvertidas
elecciones municipales de Chihuahua, celebradas a principios de los años ochenta. A
partir de este momento, las alternancias a nivel municipal comenzaron a modificar el
mapa electoral en la República Mexicana.

En el proceso electoral de este 2018, más de 56.6 millones de personas que acudieron a
ejercer su derecho al voto, nuestro mapa político se modificó y en nuestros municipios
así como en los congresos locales existirá una diversidad de partidos y coaliciones
tomando decisiones.

No obstante, los retos que enfrenta nuestra democracia en el ámbito municipal son la
competencia y la sucesión. Por tanto, es necesario que se fomenten valores universales
como la tolerancia, el pluralismo, el respeto de los derechos humanos, la libertad y el
diálogo para construir sociedades más democráticas y justas en donde se fortalezca la
gobernanza eficaz y responsable.

Por tanto, es necesario que se garanticen procesos transparentes, participativos,


inclusivos e imparciales para promover sociedades, justas, pacíficas e inclusivas.

Democracia pág. 37
En ese sentido, los gobiernos municipales debemos fortalecer una democracia
transparente y equitativa basada en los principios de certeza, legalidad, independencia,
imparcialidad, máxima publicidad y objetividad; que fomente la participación ciudadana
y en consecuencia contribuya al desarrollo democrático y sostenible de México.

1.14. Democracia en la república.

Desde la irrupción del denominado «Socialismo del siglo XXI» en Latinoamérica


particularmente en Sudamérica se reavivó el debate en torno a la dualidad y acaso
rivalidad entre Democracia y República. Con el imperativo de «más democracia»,
ciertos sectores de la sociedad cuestionan las prácticas de la Democracia Representativa
Liberal por entender que no son democráticas sino más bien que se erigen como el
modo de legitimar el gobierno de una elite.

Decimos que se reabrió el debate entre uirse en el telón de fondo de importantes crisis
políticas que llevaron a la destitución de presidentes (Honduras y Paraguay) o masivas
protestas (Ecuador, Bolivia y Venezuela) que fueron presentadas como nuevos golpes
de Estado (sin militares) o intentos de golpes de Estado. El argumento: se vulnera el
principio de las mayorías destituyendo o pretendiendo hacerlo a un presidente
democrático electo como consecuencia de la soberanía popular expresada en las urnas.

Entre los trabajos que abordaron las relaciones de la República y Democracia en los
albores del siglo XXI debe mencionarse a una interesante obra compilada por Newton
Bignotto publicada en el año 2000 y que, en 2008, tuvo su segunda reimpresión. En el
capítulo I, dedicado a la dicotomía «Democracia versus República», Renato Ribeiro
pone énfasis en la necesidad de la República para el desarrollo democrático,
esgrimiendo que mientras que la República ya se encuentra consolidada, la democracia
necesita de esta para fortalecerse (Ribeiro, 2000: 24). En el mismo sentido, es decir en
el de apuntalar el desarrollo democrático, Robert Dahl publicaba ¿Es democrática la
Constitución de los Estados Unidos? (2003). Puede observarse que muchos de los
trabajos acerca de esta temática en Occidente tenían la misma dirección, ya que estaban
contextualizados en la caída de la Unión Soviética y la adopción del modelo
democrático occidental por parte de los ex países comunistas. Obviamente, esto traía
aparejada una mirada introspectiva sobre el modelo democrático en los países
occidentales.

Democracia pág. 38
Pero casi paralelamente, a partir de los atentados de 2001, puede observarse la
aparición de ciertas voces críticas para con la cuasi entronización de la democracia
como forma de gobierno perfecta. En El nuevo desorden mundial, Tzvetan Todorov ya
anticipaba lo que luego sería una crítica más enfática cuando sostenía que «un Estado
puede mantenerse conforme al espíritu de justicia sin ser por ello una democracia»
(2008: 121). Más adelante escribiría sobre los enemigos internos de la democracia,
especialmente el peligro del autoritarismo en nombre de la mayoría, que en Europa
combina peligrosamente populismo con sentimientos xenófobos (Todorov, 2012).

A partir de esta reflexión se torna necesario y en el caso latinoamericano más todavía


ahondar detrás de las exigencias de más democracia y cuestionarnos si esta no vulnera
los supuestos básicos de la República como institución que garantiza el bien común más
allá de las mayorías coyunturales.

El presente artículo de divulgación tiene dos objetivos fundamentales:

• Analizar el alcance conceptual de los términos Democracia y República.


• Describir la interrelación entre la Democracia y la República en las
sociedades occidentales actuales, especialmente las latinoamericanas.

Para alcanzar estos objetivos se parte, más que de una hipótesis, de lo que Catalina
Wainerman llama «supuesto teórico» (Wainerman, Catalina; Sautu, Ruth, 2004: 29),
consistente en afirmar que el pretendido fortalecimiento de la democracia se hace a
expensas de las instituciones republicanas.

 Aclaraciones (y confusiones) conceptuales

Hay quienes sostienen que República y Democracia son conceptos diferentes. Sin
dudas, la raíz etimológica de ambos términos nos lleva a esa rápida conclusión, pues
mientras que la primera se refiere a «la cosa pública», la segunda al «gobierno del
pueblo». Y si bien el sujeto «pueblo» es el común denominador, no se puede decir que
el «gobierno» sea lo mismo que «la cosa». Es más, podríamos decir que si la República
es la «cosa de todos», la Democracia es la «cosa de una parte» (Sartori, 2003: 213),
entendiéndose a esta como el pueblo. Así, la República aparece como un equilibrio
entre la «cosa de uno solo» y la «cosa del pueblo».

Ese pueblo, para los atenienses, eran «muchos», pero no «todos»; de allí que, como bien
lo expresara Rousseau, una cosa es la soberanía popular como fundamento del poder

Democracia pág. 39
político y otra es el gobierno como el encargado de aplicar las normas establecidas por
esa soberanía popular:

[El gobierno] recibe del cuerpo soberano las órdenes que transmite al pueblo, y para que
el Estado guarde un buen equilibrio, es necesario, compensarlo todo, que haya igualdad
entre el poder del gobierno, considerado en sí mismo, y el poder de los ciudadanos,
soberanos por un lado y súbditos por el otro.

La República se entiende, entonces, como la distribución del poder, más allá de que sea
democrática o no. Si la Democracia es una forma de gobierno, la República sería una
institución política o, si se quiere, el marco institucional en el cual se pueden expresar
las distintas formas de gobierno, entre ellas la democracia.

Ahora bien, no todos los politólogos o filósofos políticos lo entendieron así. Desde los
griegos hasta Maquiavelo, prácticamente todas las tipologías distinguían a las formas de
gobierno desde una perspectiva tripartita según se trate del gobierno de uno, pocos o
muchos (Monarquía, Aristocracia y Democracia o términos análogos o semejantes,
respectivamente). El florentino, en cambio, utilizó una clasificación bipartita, oponiendo
al gobierno de uno (Monarquía) el gobierno de una asamblea (República), pudiendo ser
esta de pocos (Aristocracia) o de muchos (Democracia)

Montesquieu retoma y profundiza esa discusión, aunque vuelve a la clasificación


tripartita:

Hay tres especies de gobierno: el republicano, el monárquico y el despótico Supongo


tres definiciones, mejor dicho tres hechos: uno, que el gobierno republicano es aquel en
que todo el pueblo, o una parte de él, tiene el poder supremo; otro, que el gobierno
monárquico es aquel en que uno solo gobierna, pero con sujeción a leyes fijas y
preestablecidas; y por último, que en el gobierno despótico el poder también está en uno
solo, pero sin leyes ni frenos pues arrastra a todo y a todos tras su voluntad y caprichos
(Del espíritu de las leyes).

Como vemos, para ambos autores, la República es una forma de gobierno que pude ser
democrática o no.

En Kant se reaviva la distinción entre Democracia y República a partir del doble criterio
que utiliza para referirse a las formas de gobierno: a) el número de quienes detenta el
poder, y b) la forma en que se ejerce el poder. En el primer caso se hablará entonces de

Democracia pág. 40
Monarquía (gobierno de uno), Aristocracia (gobierno de pocos) y Democracia (gobierno
de muchos). En el segundo caso se hablará de República (si hay división de poderes) o
Despotismo (si hay concentración de poderes) (Kant, 18-19).

Si combinamos las tipologías de las formas de gobierno, puede darse el caso de que una
Monarquía sea despótica, pero también democrática, por ejemplo, o que una República
no necesariamente sea democrática. Recién es en el siglo XX, y especialmente a partir
de la segunda mitad, cuando las repúblicas y las democracias confluyeron
conceptualmente y se empezó a tratárselas como términos prácticamente inseparables,
aún cuando histórica y teóricamente no sea acertado hacerlo.

Ahora bien, los carriles entre Democracia y República se entrecruzan constantemente,


pues mientras que la democracia se asienta en la igualdad de derecho, la periodicidad en
el ejercicio de las funciones, la alternancia, las elecciones libres y competitivas, etcétera,
la república se apoya en el imperio de la ley y el control de los poderes del Estado.

Es la división de poderes el mejor mecanismo para evitar la tiranía, de allí que sea una
suerte de antídoto en su contra, y si bien es cierto que lo más común ha sido la tiranía de
uno, esta también puede ser de pocos e inclusive de la mayoría.

La ilusión de la mayoría Una definición mínima de Democracia es la que la caracteriza


simplemente como el gobierno de la mayoría. Sería, como dice Norberto Bobbio, una
definición «procedimental, es decir que apunta hacia la forma en la cual se efectiviza la
soberanía popular. Pero, ¿qué es la mayoría? Si tomamos como concepto de «mayoría»
al «mayor número» cuantitativamente hablando, la Democracia como gobierno de la
mayoría no es, sino, una ilusión, pues en la práctica no se dio ni siquiera entre los
griegos de la antigüedad.

Decimos esto porque claramente, desde que la democracia es representativa, los


ciudadanos (y no el pueblo) eligen a sus representantes, sean estos legisladores o
gobernantes, para que ellos deliberen, decidan y/o gestionen en su nombre. Es más,
estos (los representantes) a su vez eligen a los gestores (ministros o secretarios) entre un
grupo reducido de personas, formando así otro grupo minúsculo que es el que
efectivamente gobierna representando a la mayoría; una elite que en definitiva es la que
legisla y gobierna, controlada, a su vez, por otra elite que es la que juzga. Si el sistema
no funcionara así, sería inoperante ya que caería en un estado deliberativo permanente.

Democracia pág. 41
Debe quedar claro, no obstante, que postular que la Democracia Representativa es la
única democracia viable no es desconocer o menospreciar el valor de las mayorías para
la conformación de los gobiernos, sino que es sentar las bases para un funcionamiento
normal de cualquier sociedad.

Cabría preguntarse por qué hacer tan contundente afirmación si se supone que en
Atenas había una Democracia Directa. La respuesta es que es cierto, pero en el siglo V
a.C. no gobernaba el «pueblo», sino solo los «ciudadanos», que eran hombres (y no
mujeres) mayores y libres. Y además, no se tomaban las decisiones al unísono y en
constantes votaciones, sino que había magistraturas a las cuales se accedía por sorteos.
¿Por qué sorteo? Pues, nada más democrático, desde la perspectiva antigua, ya que
partía de la base de que todo ciudadano estaba en condiciones de poder tomar
decisiones. La elección, en rigor, era un procedimiento de raíz aristocrático en cuya
naturaleza subyace la idea de que se elige a los mejores . La posibilidad de que esos
mejores duren solo un tiempo en sus funciones y que haya alternancia es lo que hizo al
sistema de representación, un sistema democrático.

Ahora bien, aún si tomamos el criterio cuantitativo, la pretendida mayoría sigue sin ser
tal.

Repasemos. ¿Quiénes votan? Los ciudadanos (los hombres y mujeres mayores de


determinada edad). ¿Votan todos? Seguramente no (algunos están exceptuados y otros
directamente no concurren a las urnas). Entonces, cuando se dice que un presidente
ganó con el 51% de los votos y que por lo tanto es la expresión de la mayoría del
pueblo, es una falacia. Probablemente ese presidente fue elegido por la mayoría de los
«ciudadanos que votaron» pero no por la mayoría de todos los ciudadanos. En
Argentina, con 40 millones de habitantes, quien resultó presidente en 2011 lo hizo con
el 54%, de los votos, que representaban a 11.865.055 ciudadanos . Claramente ese
número no expresa, estrictamente, a la «mayoría de los argentinos».

No es el criterio del número lo que importa en la democracia; el 40%, el 51% o el 60%


son casi anécdotas, ya que en rigor lo que interesa es el «criterio mayoritario» (Sartori,
2003: 134). Esto quiere decir que quien accede al gobierno con «x» porcentaje está
democráticamente legitimado en nombre de la mayoría. Ahora bien, la República le
impone que su gobierno sea el gobierno para el bien común de «todos» y no solo de
«esa» mayoría que lo ungió pues, en la República, quien realmente gobierna es la ley,

Democracia pág. 42
asegurando, en principio, que todos —y no una mayoría o minoría sean iguales ante
ella.

El apego absoluto al concepto de la mayoría numérica como razón única de la


democracia acarrea el riesgo de degenerarla y, como decía Montesquieu, caer en el
despotismo de todos:

Si las democracias llegan a su perdición cuando el pueblo despoja de sus funciones al


senado, a los magistrados y a los jueces, las monarquías se pierden cuando van
cercenando poco a poco los privilegios de las ciudades o las prerrogativas de las
corporaciones. En el primer caso, se va al despotismo de todos; en el segundo, al
despotismo de uno solo (El Espíritu de las Leyes, VIII,)

. En definitiva, lo que queremos dejar sentado es que la República es el anverso de la


Monarquía, y que conceptualmente es diferente de la democracia, aunque se
complementen a la perfección. Finalmente, así como una Monarquía puede ser
democrática, valdría la pena preguntarnos si una Democracia puede sucumbir a
tentaciones monárquicas.

1.15. Democracias autoritarias

Es verdad que la democracia se hace plena en un régimen republicano (Peña, 2009: 24),
pero no quiere decir que haya una completa identificación, ya que la regla de la mayoría
necesita de un encuadre o parámetro institucional que evite que la mayoría avasalle a la
minoría, que también forma parte del Estado y del sistema político vigente.

La reducción de la democracia exclusivamente a la regla del número o de la pretendida


mayoría, puede degenerar en un despotismo o tiranía de esa mayoría que, escudada en la
voluntad popular, se desbarranque en la concentración del poder. En nombre de la
Democracia, por lo tanto, el régimen se puede alejar de la República y acercar a lo peor
de la Monarquía, es decir al autoritarismo.

Este riesgo ha sido recurrente especialmente, aunque no exclusivamente, en América


Latina y África. Probablemente la herencia colonial haya tenido mucho que ver, pues
las ex metrópolis europeas, cuando extendieron sus dominios imperiales sobre dichos
continentes, eran Monarquías. Y si bien es cierto que en América Latina los estados
emancipados siguieron el ejemplo estadounidense del sistema republicano

Democracia pág. 43
presidencialista, este no dejó de tener, al menos simbólicamente, una innegable
asociación con la Monarquía.

En principio, el Jefe de Estado, como en la Monarquía, es uno; en un caso el presidente


y en otro el rey. Ciertamente que las atribuciones, funciones y limitaciones de uno u
otro son diferentes, pero no deja de resultar curioso el hecho de que en América Latina,
casi sin excepciones, todos los atributos presidenciales son similares a los reales: la
banda y el bastón de mando faltaría la corona y la capa. Y es más, el traspaso de
mandato, si bien no puede ser hereditario como en las monarquías, es efectuado
simbólicamente por un traspaso de la banda presidencial en la cual el presidente
saliente, cual monarca que abdica, unge al nuevo mandatario. Es verdad que tan solo se
tratan de imágenes, pero como tales sirven para ilustrar la inclinación de muchas
repúblicas democráticas latinoamericanas hacia la concentración del poder.

La utilización irrestricta de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) en un país


como la Argentina, pasando por alto la iniciativa parlamentaria en materia legislativa, es
un claro ejemplo de la concepción omnímoda del Poder Ejecutivo ejercido en nombre
de la mayoría. Es cierto que el DNU es una atribución constitucional, pero también lo es
que al carecer de regulación, su utilización irrestrictica tergiversa su alcance. El sentido
común señala que este tipo de decretos solo debiera emplearse en circunstancias
extremas en las cuales el Congreso estuviera imposibilitado de reunirse y deliberar para
adoptar una medida determinada, o que existiera una amenaza tan inminente para el
estado de seguridad de la Nación que no hubiera tiempo para la deliberación
parlamentaria. La reforma a la Carta Orgánica del Banco Central, por citar un caso, no
parece ingresar dentro de esos parámetros. Nuevamente, frente a estos casos, surge la
respuesta de que el gobierno, elegido mayoritariamente, está legitimado para adoptar la
medida de gobierno que crea conveniente. No se tiene en cuenta, por consiguiente, que
en una república, dicha legitimidad debe pasar por el tamiz de la división de poderes.

1.16. Populismos y neopopulismos


Desde los años ’30 del siglo XX ciertos estados latinoamericanos adhirieron a lo que se
ha dado en llamar «Populismo», es decir, gobiernos de origen democrático que,
tomando como referencia al concepto de pueblo, depositan en él la fuente de toda
inspiración y constante referencia» (Bobbio et al., 1998. II: 1246). Los estudios sobre el
fenómeno han sido muy heterogéneos y como bien señala Laclau, no se ha podido

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establecer una tipología seria sobre los mismos, sino que detrás de ella se encuentran
ambigüedades y paradojas .

Los regímenes populistas latinoamericanos, disímiles entre ellos, no solo de país a país
sino también en las diversas experiencias dentro de un mismo país, han tenido como
elemento común a la mitificación del «pueblo», la heterogeneidad del movimiento y su
constante movilización (Bobbio et al., 1998). La permanente apelación al pueblo tiene
tintes demagógicos, siendo esta una de las amenazas más serias que se ciernen sobre las
democracias actuales . Las críticas al populismo se asientan, entonces, en este carácter
demagógico que encuentra en la voluntad popular el escudo para proteger prácticas que
claramente conducen a la concentración del poder y el avasallamiento de la auténtica
democracia, cuyos valores se extienden más allá de la regla del número.

La caída del Muro de Berlín y la extensión del Neoliberalismo generaron un contexto


favorable para las críticas al populismo, comúnmente identificado con regímenes
nacionalistas cuasi fascistas o socialistas retrógrados. Resulta curioso, no obstante, que
los gobiernos neoliberales, sin apelar al populismo sino criticándolo, apelaron por igual
a la regla de la mayoría para escapar de los controles institucionales que la República
ejerce sobre la Democracia. Guillermo O’Donnell lo ha explicado muy bien cuando se
refirió a que la falta de controles horizontales instituciones alternativas que controlen el
poder mermaba la calidad democrática a pesar de la existencia de controles verticales,
es decir, elecciones periódicas (O’Donnell, ). De esta forma, las democracias
latinoamericanas de la década de 1990 se volvieron «Democracias Delegativas»,
basadas en

la premisa de que la persona que gana la elección presidencial está autorizada a


gobernar como él o ella crea conveniente, solo restringida por la cruda realidad de las
relaciones de poder existentes y por la limitación constitucional del término de su
mandato. El presidente es considerado la encarnación de la nación y el principal
definidor y guardián de sus intereses Típicamente [en las Democracias Delegativas],
los candidatos presidenciales victoriosos se ven a sí mismos como figuras por encima de
los partidos políticos y de los intereses organizados.

El parecido con el fundamento populista resulta más que evidente. La crisis neoliberal
de fines del siglo XX y principios del siglo XXI impulsó al denominado Socialismo del
siglo XXI y sus denuncias acerca de las prácticas y males neoliberales, en especial de la

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destrucción del Estado. Para recuperarlo se apeló, una vez más, al «pueblo» como
fundamento de la autoridad política, misma autoridad que en los ’90 había sido
desplazada por la del mercado o las corporaciones que funcionaban en él. Emerge, en
consecuencia, un nuevo populismo que critica el mote peyorativo que tradicionalmente
se hizo de él y más bien lo reivindica como un modo de «construir lo político» (Laclau,
2006).

Sin embargo, esta construcción que más bien es una reconstrucción invoca al «pueblo»
y, por lógica, a la mayoría, para poder legitimar los cambios del viejo sistema que
impide el avance de la democracia (entendida como regla de la mayoría). De este modo,
si la voluntad popular lo quiere y expresa en las urnas, cualquier forma de
accountability horizontal puede ser reemplazada, eliminada o adaptada a las necesidades
del gobierno de turno. Las iniciativas políticas dejan de pasar por el tamiz parlamentario
cuando el gobierno no tiene la cantidad de votos necesarios pues se argumenta que el
gobierno, elegido mayoritariamente, es el encargado de gobernar, mientras que el
Parlamento solo recibió la autoridad popular para deliberar, negando así su función
clave de control y el sistema de frenos y contrapesos propio de la República. Se
gobierna, entonces, por decreto.

Tampoco hay lugar para la crítica de los medios de comunicación, a los que suele
señalarse como opositores y se llega al extremo de la revocación de concesiones o
expropiaciones, como en la Venezuela de Hugo Chávez; o la mera amenaza de hacerlo,
como en Ecuador y en Honduras. Es cierto que los medios de comunicación constituyen
un poder de enorme peso en las sociedades contemporáneas, y que en nombre de la
libertad de expresión pueden

a la opinión pública, en contra y también a favor, de un gobierno determinado.


Entonces, el rol del Estado como regulador es fundamental en tanto y en cuanto no
interfiera con la posibilidad de expresar toda opinión, por crítica que esta le sea. No
basta con que se resguarde el derecho a la libre expresión si no puede ser ejercido en la
práctica. Y, en este sentido, hay que entender que en una República democrática «…la
libertad de expresión es muy valiosa como contrapoder, pero como poder debe
limitarse» (Todorov, 2012). Los populismos y neopopulismos tienden a regularla solo
cuando la prensa actúa como contrapoder del gobierno.

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La justicia está cuestionada por este tipo de gobierno, puesto que el control que ejerce
puede ser visto como una obstrucción al ejercicio del gobierno que expresa la voluntad
popular. Y es probablemente aquí donde reposa el riesgo más grande para la
democracia, como lo había señalado Montesquieu a quien citamos previamente en este
trabajo.

La absorción de la justicia por la política partidaria conduciría, por lo tanto, a los


excesos de la mayoría. La democratización de la justicia, en nombre de la soberanía
popular, puede significar la completa eliminación del sistema republicano de controles,
que es el verdadero freno en contra del autoritarismo y la concentración de los poderes.

Pensemos, por ejemplo, que en nombre de la democracia los jueces sean elegidos por el
«pueblo»; nada más democrático que ello, al menos teóricamente. Ahora reflexionemos
sobre la mecánica electoral. Para ser elegidos tendrían que ser, primero, candidatos. Y si
son candidatos tendrían que hacer campañas. ¿Quiénes las financiarían? ¿Los
empresarios? ¿Los partidos políticos? Pues bien, a la hora de emitir sus dictámenes,
esos jueces electos ¿cómo fallarían si una de las partes que comparecen hubiese sido
contribuyente de su campaña?

Podría pensarse en que la solución fuera que el Estado financiara las campañas de los
jueces. Pero, si pensamos bien, el Estado no es un ente abstracto ni impersonal sino que
es representado por un gobierno. Existen razones de sobra para dudar de que esos jueces
pudieran ser imparciales en aquellas causas en las que el Estado representado por el
gobierno de turno sea parte. Y si esto pasa con los jueces, lo mismo le cabe a aquellos
que son los encargados de controlar a los jueces.

Los tres poderes del Estado son poderes políticos. El poder judicial sin dudas, lo es.
Pero la iniciativa de dejar la justicia en manos de la mayoría no la democratiza ni
politiza, sino que la «partidiza», incorporándola al sistema político en el cual la división
de poderes es, como hemos dicho, la garantía en contra del autoritarismo en todas sus
manifestaciones.

Tal partidización en nombre de la democracia no es solo falaz sino tramposa, pues usa
el nombre de la mayoría para reivindicar proyectos que no hacen sino concentrar el
poder de la minoría que efectivamente gobierna. Usa y abusa de la voluntad popular
para borrar aquellas instituciones que no son sino estorbos para quienes encarnan a la

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mayoría. Estos intentos tergiversan el espíritu democrático y muy poco tienen que ver
con la democracia, ya que en realidad:

Al demócrata no le queda más remedio que defender valores impopulares y preconizar


sacrificios, porque le preocupan también las generaciones futuras, pero el populista
actúa sobre la emoción del momento, necesariamente efímera. El demócrata está
dispuesto a intervenir a favor de las minorías del país en nombre del interés general,
pero el populista prefiere limitarse a las certezas de la mayoría (Todorov, 2012).

Los «nuevos» golpes a la democracia El discurso democrático neopopulista ha


encontrado ejemplos de cómo los poderes constituidos desoyen a los gobiernos
mayoritarios y se aprestan a derribarlos, no ya por la fuerza de las armas, como era
habitual en el siglo XX, sino por instancia de las mismas instituciones existentes en el
sistema. En muchos casos, estas son acusadas de ser antidemocráticas por no aceptar los
gobiernos que están en el ejercicio del poder y tienen el derecho a tomar sus decisiones
porque fueron electos por la mayoría.

En el caso de Honduras, por ejemplo, hay una mezcla de nuevos y viejos estilos de
golpes de Estado. En 2009 el presidente Zelaya intentó una convocatoria a elecciones
para reformar la Constitución a través de una consulta popular por fuera de los
mecanismos constitucionales. Tanto el Congreso como la Corte Suprema de Justicia se
opusieron y Romeo Velásquez, Jefe del Estado Mayor, se negó a distribuir las urnas
para la consulta en acatamiento a la decisión judicial. Zelaya anunció que lo destituiría.
La Corte Suprema dejó sin efecto la medida y abrió una acusación en su contra por
traición a la patria. El Congreso, a su vez, ordenó una investigación y el allanamiento de
la residencia de Zelaya. De madrugada, un grupo de militares ingresaron a la residencia
del presidente, lo detuvieron y lo embarcaron hacia Costa Rica. El Congreso aceptó la
renuncia que, en palabras de Zelaya, nunca existió. Ninguna de las instituciones
internacionales convalidaron el accionar en contra de Zelaya, pero este no pudo retornar
al poder. Hubo un golpe, sin dudas, pero no fue el motivo el menosprecio de la voluntad
popular sino la vulneración de los preceptos constitucionales que el presidente había
jurado respetar .

En Paraguay la situación fue diferente, de allí que se hable de un «golpe institucional».


El Congreso, en juicio político, destituyó al presidente electo Fernando Lugo al
responsabilizarlo por las muertes ocasionadas con motivo del desalojo de la finca

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Campos Morombi en 2012. Desde el punto de vista técnico, la facultad parlamentaria de
juzgar y eventualmente destituir al presidente no es cuestionada, pues hace a la lógica
del equilibrio de poderes. Lo criticable en este caso fue que el tiempo en el que se
sustanció el juicio fue muy escueto (dos horas). Claro que ni la Constitución paraguaya
ni ninguna ley regulaban temporalmente el trámite del juicio político —de modo que el
proceso era legal— pero al no garantizar el tiempo suficiente para la preparación del
acusado se vulneró el debido proceso y con él la garantía republicana de la igualdad de
todos ante la ley.

En Ecuador, el amotinamiento de las fuerzas de seguridad interna en contra de las


medidas anunciadas por el presidente Correa en 2010 fue vista como un intento de golpe
de Estado por parte de ciertos sectores; sucedió lo mismo con las marchas de la
oposición en contra del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela9, y también con las
protestas de los policías bolivianos en 2012 o los intentos separatistas de los estados
bolivianos ricos en hidrocarburos en 2008.

En todos estos casos, con mayor o con menor razón, con argumentos más o menos
sólidos, el discurso democrático ha denunciado el golpismo o la actitud «destituyente»
de sectores minoritarios en detrimento de gobiernos electos mayoritariamente. En
ciertos casos, efectivamente, los procedimientos no fueron los adecuados ni legal ni
institucionalmente. No obstante, los afectados no reconocen sus errores. Para ellos, la
Democracia está en riesgo, pero no cuestionan si esas democracias que pretenden
construir, apegadas solamente a la regla del número, no pone en riesgo, a su vez, a la
República.

1.17. Consideraciones finales La Democracia y la República


no son sistemas antitéticos, pero tampoco idénticos. Comparten elementos comunes y a
lo largo del siglo XX ha quedado más que probado que «…fueron los regímenes y
doctrinas republicanos los que mantuvieron la memoria de la democracia» (Peña, 2011).

El problema o contrapunto es que la absolutización de una se hace a expensas de la otra.


Más democracia suele significar menos república y viceversa.

Estados Unidos es el ejemplo de lo segundo. Tras los atentados de 2001, en pos de la


defensa de la República, los sistemas de control invadieron la esfera privada de los
ciudadanos hasta el punto de restringir las ya restringidas prácticas democráticas de ese
país. En cambio, ciertos países de América Latina son ejemplos paradigmáticos de la

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tendencia contraria: la democratización perseguida luego de las experiencias autoritarias
y dictatoriales de los ’70 y primera mitad de los ’80 del siglo XX, suele impulsarse en
contra de la República.

En ambos casos, coincidentemente, la democracia es agitada como la bandera que lo


legitima todo. Incluso ha sido llevada al estatus de un Derecho Humano y fue endiosada
como tal, cuando en realidad no es más que una forma de gobierno (Toledo, 2006). En
el período de entreguerras del siglo XX los enemigos de la democracia occidental eran
externos: los regímenes fascistas. Tan crítica era la situación que el Liberalismo
necesitó aliarse con el Comunismo para derrotar a los autoritarismos de extrema derecha
que se habían afianzado en el corazón de Europa Occidental y en otras regiones.

En la actualidad, la amenaza en ciernes es interna. La democracia occidental parece


expandirse, pero en rigor, esa expansión tiene como efecto colateral su propia
disolución. La ampliación de medidas democráticas escudadas detrás de la regla del
criterio mayoritario del número, trajo aparejadas prácticas autoritarias que debilitan a la
misma democracia. En América Latina, la instalación de gobiernos con tendencias
neopopulistas refuerza estos resultados y, paralelamente, debilitan a las instituciones
republicanas.

En la región, la República es el continente institucional del gobierno democrático, y la


aplicación de la regla de la mayoría sin miramientos no hace sino vulnerar el principio
del imperio de la ley en nombre del bien común y no de una mayoría esporádica. Es
verdad que en la historia de las repúblicas latinoamericanas ese bien común ha sido, por
décadas, el bien de una minoría. Sin embargo, pretender poner fin a esa situación por
medio de la absolutización de las mayorías no es sino llegar a un resultado semejante:
una Democracia Autoritaria.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que la pretendida mayoría es, técnicamente, una
falacia. Siempre gobierna una minoría en nombre de esa mayoría que es defendida en
tanto y en cuanto otorga legitimidad de origen en las elecciones. Pero como sabemos, la
democracia no se agota en el sufragio. Así, el impulso a las elecciones limitadas, si bien
se asienta en la voluntad popular, lo hace en contra de los principios republicanos de
periodicidad en el ejercicio de las funciones y alternancia en el poder.

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II.CONCLUSIÓN

Es evidente que el siglo XX ha conocido un éxito sin precedentes de la forma de


gobierno democrático. Un éxito que puede medirse no tanto por el grado de observación
real de las reglas del juego democrático, sino por el incuestionable triunfo de la
legitimidad de esta forma de gobierno. Los desafíos que ha conocido la democracia
liberal hasta hace unas décadas, iban acompañados de intentos de justificar la viabilidad
y hasta la justicia de otros modos de organizar la vida política. Hoy apenas es posible
oír argumentos que justifiquen su cuestionamiento

Como señala Dahl “a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, el mundo fue testigo de
un cambio político extraordinario y sin precedentes. Todas las principales alternativas  a
la democracia, o bien desaparecieron, o se transformaron en residuos exóticos, o se
retiraron de la palestra para encerrarse en sus últimos baluartes”

Como podemos observar la democracia se ha ido extendiendo paulatinamente por todo


el planeta. Tras la segunda guerra mundial los países derrotados fueron obligados por
los vencedores a adoptar formas de gobierno democrático.

Tras la descolonización la mayoría de los países de África y Asia adoptaron


constituciones copiadas de los países colonizadores. Pero lo cierto es que la falta de
estructuras adecuadas para la prevalencia real de las instituciones democráticas. Por ello
en realidad estos países se regían con sistemas de partido único o autoritarios. Otros
países que se vieron llevados por la oleada democrática fueron los Latinoamericanos,
pero tampoco en este caso los sistemas democráticos fueron duraderos, y pronto se
vieron avocados a gobiernos autoritarios, en muchos casos gobiernos militares y en 
otros dictaduras civiles apoyadas por los militares.

En la zona europea que estaba bajo la influencia de la Unión Soviética al acabar la


segunda guerra mundial se desarrollaron regímenes totalitarios, de economía estatal e

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ideología marxista, en la mayor parte de los casos impuestos por las tropas de ocupación
soviéticas

En Europa España y Portugal se encontraban bajo regímenes dictatoriales; Grecia


mantuvo una débil democracia que fue suprimida tras el golpe militar de 1967.

En 1974 se inició la tercera ola democratizadora y de forma casi simultánea Portugal,


Grecia y España implantaron regímenes democráticos. En la segunda mitad de los
setenta y a lo largo de los ochenta esta ola se extendió a los países de América Latina, y
a varios países de África y Asia. En 1989 la crisis de los países del bloque comunista
europeo se tradujo en el desmantelamiento de sus estructuras políticas y del monopolio
del partido único que fue sustituido por democracias pluralistas.

Es muy importante tener claro cuales son los rasgos que distinguen a un auténtico
régimen democrático de aquél que no los es. Por ello es básica la aportación de Dahl
que nos define en su libro “Poliarquía” que rasgos debe poseer una auténtica
democracia. Estos rasgos son los siguientes: la libertad de expresión, de asociación y de
voto están garantizados; existen fuentes alternativas de información, los cargos públicos
son elegidos, y los grupos políticos y los lideres pueden competir para conseguir el
apoyo de la población en elecciones libre e imparciales. Asímismo en su libro “La
democracia una guía para los ciudadanos” Dahl establece cinco criterios de igualdad
que deben ser satisfechos: Participación efectiva: antes de que se adopte una política por
la asociación, todos los miembros deben tener oportunidades iguales y efectivas para
hacer que sus puntos de vista sobre como haya de ser la política sean conocidos por
otros miembros; igualdad de votos: Cuando llegue el momento en el que sea adoptada
finalmente la decisión sobre la política, todo miembro debe tener una igual y efectiva
oportunidad de votar, y todos los votos deben contarse como iguales; Compresión
ilustrada: Dentro de los límites razonables en lo relativo al tiempo, todo miembro debe
tener oportunidades iguales y efectivas para instruirse sobre las políticas alternativas
relevantes y sus consecuencias posibles; Control de la agenda: los miembros deben
tener la oportunidad exclusiva cómo y, si así lo eligen, que los asuntos deben ser
incorporados a la agenda. De esta forma, el proceso democrático exigido por los tres
criterios precedentes no se cierra nunca. Las políticas de la asociación están siempre
abiertas a cambios introducidos por sus miembros, si éstas así lo deciden; Inclusión de
los adultos: Todo, al menos, la mayoría de los adultos que son residentes permanentes,

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deben tener los plenos derechos de ciudadanía que están implícitos en los cuatro
criterios.

III.BIBLIOGRAFIA

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