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FORMA DE ESTADO
1. La división de poderes en el Estado social y democrático de Derecho
2. La función presupuestaria
La función presupuestaria se concibe como una función distinta a la legislativa, tal y
como hace el art. 66, a pesar de que los Presupuestos se aprueban por una Ley, que se
distingue del resto por peculiaridades procedimentales y de contenido. El art. 134 CE
determina estas especialidades: el Gobierno tiene el monopolio de la iniciativa de la Ley
de Presupuestos, que tienen carácter anual; por eso, el Gobierno debe presentar el
proyecto de presupuestos al menos 3 meses antes de la expiración de los del año
anterior. El proyecto de Presupuestos se tramita con carácter preferente al de las demás
leyes y las enmiendas que impliquen aumento del gasto o disminución de los ingresos
requerirán la conformidad del Gobierno para su tramitación. Además, las leyes de
estabilidad presupuestaria han establecido a partir de 2002 que cada año, el Gobierno
debe proponer a las Cortes el “objetivo de estabilidad presupuestaria” para los 3 años
siguientes, cuya función es la de fijar un “techo de gasto” de los Presupuestos Generales.
La Ley de Presupuestos debe incluir la totalidad de los gastos e ingresos del sector
público y la Constitución prohíbe expresamente que cree tributos (art. 134.7), de tal
manera que es inconstitucional la creación de un tributo (art. 31.1 CE), pero no la
creación de una prestación patrimonial de carácter público (art. 31.3. CE).
Antes, el Gobierno aprovechaba la ley presupuestaria para modificar muchas leyes
sustantivas; práctica que fue recurrida ante el TC, el cual consideró que esa ley no podía
incluir ese tipo de disposiciones. Excepcionalmente, sí podrá hacerlo cuando se trate de
materias que tengan una relación directa con los gastos e ingresos o con los criterios de
política económica y que su inclusión en esa Ley sea para mejorarla. Ante esta
prohibición de usar la ley presupuestaria como vehículo para modificar otras leyes, el
Gobierno socialista envió junto al proyecto de ley de presupuestos para 1994 una “ley
de acompañamiento”, práctica que continúo el Gobierno del PP hasta su derrota en
2004. Aunque esta forma de legislar no sea la más adecuada, el TC ha considerado que
no “existe en la Constitución precepto alguno que impida que las leyes tengan un
contenido heterogéneo”, de tal forma que estas “leyes complejas” son perfectamente
constitucionales. Desde 2004 esto no ocurre. En diversos gobiernos autonómicos se
sigue empleando con total normalidad.
4. Otras funciones
En un buen número de artículos de la Constitución se atribuyen a las Cortes otras
funciones que se pueden agrupar en 2 apartados:
a) la elección de miembros de otros órganos constitucionales (del Tribunal
Constitucional, del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal de Cuentas,
del Defensor del Pueblo), que diversas leyes han ido ampliando (Junta Electoral
Central, Consejo de Radio Televisión Española, etc.);
b) la autorización previa para que los poderes públicos puedan realizar un acto
como la autorización de tratados y acuerdos internacionales y la autorización
para que las CCAA celebren convenios de colaboración. De forma individual, el
Congreso autoriza el estado de excepción, la convocatoria de referendos, etc.
mientras el Senado debe autorizar al Gobierno para que realice la coacción
estatal contra una CCAA que no cumpla sus obligaciones constitucionales.
LECCIÓN 5
1. Introducción: la configuración constitucional del Gobierno
El Gobierno español ha pasado de una posición subordinada en el entramado
institucional de la división de poderes a ocupar el lugar central del sistema político, por
un ramillete de causas que van desde la creación del Estado social, que exige un Estado
intervencionista inevitablemente dirigido por el Poder Ejecutivo, hasta razones de
simple política electoral, como son la atenuación de las diferencias ideológicas y el
incremento del papel de los líderes. Así, en las Constituciones españolas el Poder
Ejecutivo se residenciaba en “el Rey y sus ministros” y hay que esperar a la Constitución
de 1931 para que se le dedique un título propio y específico al Gobierno, distinto del
dedicado al Jefe del Estado, aunque éste podía nombrar y separar libremente al
Presidente del Gobierno. La Constitución de 1978 le atribuye el monopolio del poder
ejecutivo del Estado y declara expresamente que el Gobierno dirige la política interior y
exterior (art. 97). De esta manera, se reconoce la evidente práctica de los sistemas
parlamentarios modernos en los que la división política fundamental es la que se
produce entre el Gobierno y la Oposición, y el Gobierno predomina sobre el Parlamento.
De forma casi paralela a la revalorización del papel del Gobierno en el sistema político,
se ha ido produciendo en toda Europa un incremento del poder del Presidente del
Gobierno que ha pasado de ser un primus inter pares a líder destacado que elige a los
ministros, que en la Constitución española se refleja en una serie de artículos que le
atribuyen un relieve especial. En la práctica de nuestra vida política, el papel del
Presidente ha incrementado hasta el punto de que la Ley 50/1997 ha reconocido que la
“dirección presidencial” es uno de los principios de funcionamiento del Gobierno.
D. El Gobierno en funciones
El Gobierno cesa tras la celebración de elecciones, por la pérdida de confianza
parlamentaria o por dimisión o fallecimiento de su Presidente. El Gobierno cesante
continuará “en funciones” (art. 101.2 CE) hasta la toma de posesión del nuevo Gobierno,
lo que en el caso de la celebración de elecciones suele llevar 1 mes. Por lógica
democrática, durante ese plazo un Gobierno en funciones no puede desarrollar su
actividad en plenitud.
En 1997, la Ley del Gobierno fijó legalmente lo que venía siendo una práctica habitual:
el Gobierno en funciones se limitará al “despacho ordinario de los asuntos públicos”
absteniéndose de adoptar otras medidas, salvo casos de urgencia o de interés general y
estará obligado a facilitar el normal desarrollo del proceso de formación del nuevo
Gobierno y el traspaso de poderes (art. 21). Además de este principio general, la Ley
concreta algunas funciones que no puede realizar el Gobierno (como la presentación de
proyectos de ley, ni aprobar decretos legislativos), ni el Presidente del Gobierno, que no
puede disolver las Cortes, plantear la cuestión de confianza y proponer al Rey la
convocatoria de un referéndum consultivo. Estas funciones excluidas traen todas causa
de la “dirección política” que el art. 97 le atribuye al Gobierno, de tal forma que el
concepto jurídico “despacho ordinario” de la Ley puede concretarse entendiéndolo
referido a la dirección administrativa del Estado que le atribuye el art. 97. Por eso, en
marzo de 2004 el Gobierno en funciones acertó al no nombrar a 2 magistrados para el
TC, dejando que lo hiciera el Gobierno entrante, pero no en conceder una extradición a
Italia, como sentenció el TS. Sin polémicas, se ha admitido tanto que el Gobierno en
funciones puede dictar decretos-leyes para atender necesidades urgentes, como que el
Presidente en funciones puede recurrir las leyes autonómicas que considere
inconstitucionales. Sí que hubo mucha polémica en la fallida XI Legislatura (enero-mayo
de 2016) sobre el control que las Cortes pueden realizar del Gobierno en funciones. Así,
según el entonces Gobierno en funciones de Rajoy las Cortes no podían ejercer ningún
tipo de control; por el contrario, el Gobierno sí que está sometido al control de las
Cámaras en los actos ordinarios que realice al amparo del art. 21 de la LG. Esta
discrepancia dio lugar a que el Congreso presentara un conflicto entre órganos
constitucionales, sentenciado a su favor por el TC porque "no se puede negar a las Cortes
Generales el ejercicio de la función de control que les atribuye el art. 66.2 CE, basándose
en que el Gobierno en funciones no desarrolla actividad, sigue desarrollándola".
6. La Administración Pública
La Constitución de 1978 es la primera Constitución española que denomina uno de sus
títulos como “Del Gobierno y de la Administración”, reconociendo la importancia de la
función ejecutiva. Pero el Gobierno y la Administración están en diferentes planos:
mientras uno se caracteriza por su capacidad para fijar libremente los objetivos políticos
que debe perseguir el Estado, la Administración “sirve con objetividad los intereses
generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización,
desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho”.
La Administración es la herramienta que usa el Gobierno democrático para realizar su
política, previamente fijada en la Ley y sometida a ella en 2 aspectos: tanto en su
actuación externa (debe ser imparcial) como en su formación y composición, pues el art.
103 CE determina que los órganos de la Administración del Estado son “creados, regidos
y coordinados de acuerdo con la ley” y añade que el estatuto de los funcionarios públicos
se establecerá mediante ley que deberá regular el acceso a la función pública de acuerdo
con los principios de mérito y capacidad. El lógico corolario que se desprende de este
sometimiento de la Administración a la ley es el control judicial de su actuación (art. 106
CE). La Ley más relevante que hace efectivo este control judicial es la Ley 29/1998,
reguladora de la Jurisdicción Contencioso-administrativa.
La Ley 40/2015 de Régimen Jurídico del Sector Público regula la Administración General
del Estado diferenciando los órganos centrales, los órganos territoriales y la
Administración Institucional. Esta ley se complementa con la Ley 39/2015 del
Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas, que regula el
procedimiento de actuación de las Administraciones con los particulares. Otras leyes
relevantes en la configuración legal de la Administración estatal son la LO 5/2005 de la
Defensa Nacional y la LO 2/1986 de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Estas
leyes han dado cumplimiento a los diversos mandatos constitucionales (arts. 93 y 104),
ponen bajo la dirección del Gobierno democrático a las Fuerzas Armadas y a las de
Seguridad como la LO 4/2010 del Régimen disciplinario del Cuerpo Nacional de Policía y
la Ley 39/2007 de la Carrera Militar.
LECCIÓN 6
1. Las características del Título VI de la Constitución. Su desarrollo en la
LOPJ
A. La potestad jurisdiccional
El Poder Judicial se define por 3 características: “La primera es su función de árbitro;
para que tenga lugar una acción por parte de los tribunales, es preciso que se produzca
una protesta sobre la aplicación de una ley, para que haya juez tiene que haber proceso;
la segunda es la de pronunciarse sobre casos particulares y la tercera es la actuar cuando
es requerido”. Esto nos hace entender los rasgos del Poder Judicial y sus diferencias con
los otros 2, empezando por su falta de voluntad autónoma (“poder nulo”): los tribunales
al dictar sentencia expresan la voluntad de la ley, de donde reciben su legitimidad para
obligar a los ciudadanos procesados. La función del Poder Judicial es la de asegurar el
cumplimiento de las normas por medio de sus representantes, con independencia de la
voluntad individual de sus destinatarios y de sus condiciones particulares (principio de
igualdad ante la ley). Los jueces deben garantizar la seguridad jurídica.
Por este rasgo de garantizar una aplicación imparcial de la ley en situaciones de
conflicto, el aspecto técnico es el predominante en el Poder Judicial: sus componentes
deben tener una gran preparación jurídica para resolver las controversias en la
interpretación de las normas como en el correcto encaje en ellas. De ahí que no tengan
que ser elegidos por los ciudadanos y puedan desempeñar su función de modo
indefinido. El hecho de tener que resolver las controversias de la aplicación de la ley
obliga que el Poder Judicial se componga de un gran número de tribunales, poder difuso.
Los constituyentes de 1978 eran conscientes del papel de los tribunales en el Estado de
Derecho; por eso dedicaron el Título VI al “Poder Judicial”. Este recoge una serie de
técnicas para garantizar que los jueces y magistrados puedan ejercer imparcialmente la
potestad jurisdiccional. Todas ellas se pueden resumir en los principios de sumisión a la
ley, independencia, responsabilidad, unidad y exclusividad de la jurisdicción.
A. Composición
El art. 122.3 determina que el CGPJ estará integrado por el Presidente del TS, que lo
presidirá, y por 20 miembros nombrados por el Rey por 5 años. De estos, 12 entre Jueces
y Magistrados en los términos que establezca la LO; 4 por el Congreso y 4 por el Senado,
elegidos por mayoría de 3/5 de sus miembros, entre abogados y juristas. En 1985, la
LOPJ se cambió el sistema por la elección parlamentaria: el Congreso y el Senado elegían
6 jueces cada uno por mayoría de 3/5, sistema que fue recurrido por el PP ante el TC. En
2001, el PP y el PSOE, alcanzaron un “pacto por la Justicia”, en el que modificaron el
sistema de elección de los 12 vocales judiciales, retocado en 2013: las Cortes los seguirán
designando, pero debiendo elegir entre los candidatos que presenten las Asociaciones
judiciales o que cuenten con el aval de 25 compañeros. Por tanto, todos los vocales son
elegidos por las Cortes, 10 cada Cámara por mayoría de 3/5.
Los 20 miembros del CGPJ eligen en su 1º reunión al Presidente del TS y del CGPJ entre
miembros de la carrera judicial, con más de 15 años de experiencia. La LOPJ exige que
la decisión se adopte por mayoría de 3/5 de los Vocales (12 de 20) y se designa a un
miembro de la carrera judicial. El Presidente es el único componente del Consejo que
puede ser reelegido 1 vez. En la sesión constitutiva se elige al Vicepresidente, por
mayoría de 3/5 entre los vocales. De tal forma que el Pleno de CGPJ se compone de 21
miembros. Otros órganos del CGPJ son la Comisión Permanente, la Comisión
Disciplinaria y la Comisión de Calificación, cada una formada por 5 miembros y con
funciones preparatorias de las decisiones del Pleno.
El Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006 establece el Consejo de Justicia de
Cataluña como “órgano de gobierno del poder judicial en Cataluña”. Como
evidentemente el gobierno del Poder Judicial es una materia de competencia estatal y
su lugar normativo es la LOPJ, el Estatuto lo trata de salvar señalando que “actuará como
órgano desconcentrado del Consejo General” y “de acuerdo con lo previsto en la LOPJ”,
aunque el Estatuto le atribuye algunas competencias declaradas inconstitucionales.
B. Funciones
El art. 122.2 CE define al Consejo como el “órgano de gobierno” del Poder Judicial. Las
funciones de gobierno del CGPJ no son equiparables a las que tiene el Gobierno de la
Nación en su ámbito porque el CGPJ no es un órgano jurisdiccional. Sus funciones van a
reforzar la independencia de jueces y magistrados, de tal forma que el art. 122.2 CE
remite a la LOPJ la determinación de las funciones del Consejo “en materia de
nombramientos, ascensos, inspección y régimen disciplinario”.
Tampoco en la responsabilidad del gobierno del Poder Judicial se puede hacer un
paralelismo con la responsabilidad del Gobierno de la Nación: no está sometido a ningún
control político más allá de elevar anualmente a las Cortes una Memoria sobre las
actividades y funcionamiento tanto del propio Consejo como de los Juzgados y
Tribunales, así como de las necesidades de personal, instalaciones y recursos. Las
Cámaras pueden debatir el contenido de esa Memoria y aprobar las mociones que sobre
el particular estimen conveniente (art. 109 LOPJ). La Memoria la presenta el Presidente
del CGPJ ante la Comisión de Justicia e Interior del Congreso de los Diputados, cuyos
miembros pueden hacerle preguntas y presentar propuestas de resolución, que se
debaten en el Pleno del Congreso. En el ejercicio de sus funciones se viene produciendo
un paralelismo con las instituciones políticas en relación con las Cortes: los vocales del
Consejo, tienden a agruparse por afinidades ideológicas y a votar en bloque.
El cometido principal del CGPJ es el de velar por la independencia de los Jueces y
Magistrados en el ejercicio de las funciones jurisdiccionales; por eso, la LOPJ establece
que si un Juez o Magistrado se considera perturbado en su independencia puede
ponerlo en conocimiento del Consejo para que adopte medidas (art. 14 LOPJ). Además,
el CGPJ tiene un buen número de funciones para esta independencia y facilitar que el
Poder Judicial pueda cumplir con su papel de servicio público de administrar justicia.
Estas funciones del CGPJ se pueden agrupar en 5 categorías:
1. Sobre la carrera de los jueces y magistrados: participar en la Comisión de
Selección que establece la LOPJ para las oposiciones de ingreso en la carrera
judicial, resolver las situaciones administrativas de los jueces y determinar la
provisión de destinos y ascensos. El CGPJ tiene un amplio margen de
discrecionalidad para los Magistrados del TS, los Presidentes de los Tribunales
Superiores y los Presidentes de las Audiencias Provinciales.
2. Inspección de Juzgados y Tribunales, así como su régimen disciplinario, que se
realiza mediante la incoación de un expediente disciplinario para establecer el
alcance de la conducta realizada por el juez o magistrado, y que puede
desembocar en las sanciones pertinentes.
3. Formación y perfeccionamiento de los jueces (Escuela Judicial de Barcelona)
4. Nombramiento, por mayoría de tres quintos, de 2 Magistrados del TC.
5. Informar sobre los anteproyectos de ley relacionados con la Justicia y sobre el
nombramiento del Fiscal General del Estado que designa el Gobierno.
5. El Ministerio Fiscal
El Ministerio Fiscal se ha configurado como un órgano del Gobierno ante un Poder
Judicial independiente. La Constitución lo recoge dentro del Título dedicado al Poder
Judicial, lo dota de cierta autonomía del Gobierno y lo convierte en un órgano
cooperador de la Administración de Justicia, con la misión de promover ante ésta la
defensa de la legalidad, los derechos de los ciudadanos y el interés público tutelado por
la ley, de oficio o a petición de los interesados y “velar por la independencia de los
Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social” (art. 124.1 CE).
Pero si el Ministerio Fiscal no se integra en el Poder Judicial, no se integra en la
Administración al ejercer sus funciones por medio de órganos propios conforme a los
principios de unidad de actuación y dependencia jerárquica y con sujeción a los de
legalidad e imparcialidad (art. 124.2 CE). La Ley 50/1981, del Estatuto Orgánico del
Ministerio Fiscal (modificada por la Ley 27/2007), refuerza su independencia con un
conjunto de garantías e incompatibilidades de los fiscales similares al de los jueces.
La Ley establece unos mecanismos que permiten control del Gobierno: aunque en 2007
se reforzaron los mecanismos de independencia del Fiscal General (nombrado por 4
años no renovables, antes de su nombramiento debe acudir a una Comisión del
Congreso para que “puedan valorar los méritos e idoneidad del candidato”), lo cierto es
que sigue siendo un cargo de designación gubernamental (art. 124.4 CE).
LECCIÓN 7
1. El concepto de derecho fundamental
A. Definición
El movimiento constitucional siempre ha considerado que los ciudadanos tenían unos
derechos propios inalienables que el Estado tenía que respetar. La Declaración Universal
de los Derechos Humanos de 1948 ha venido a refrendar esta idea de que todos los
poderes públicos deben respetar ciertos derechos inherentes a las personas pues están
en la base del Estado. Lo señala el art. 10 CE: “la dignidad de la persona, los derechos
inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la
ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”.
Precisamente, la DUDH y la Constitución nos permiten distinguir entre los derechos
humanos y los DDFF: mientras los primeros son los derechos que desde un punto de
vista moral la sociedad reconoce que tienen todos y cada uno de sus componentes, los
DDFF son la cristalización de esos derechos humanos en una Constitución.
B. Fuentes normativas
En el sistema de relaciones internacionales del siglo XIX, la única fuente de los derechos
fundamentales era la Constitución estatal y las respectivas leyes de desarrollo. Sin
embargo, después de la II Guerra Mundial, y con la creación de la ONU y otros
organismos multilatelares, se han aprobado un buen número de Convenios
Internacionales, que al ser ratificados y publicados en España se han incorporado al
ordenamiento jurídico español, aunque no se transforman en DDFF al mismo nivel que
los reconocidos en la Constitución. Entre todos ellos, destaca el Convenio Europeo para
la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de 1950, que
establecía una breve relación de derechos, conformando lo que se ha llamado un
standard mínimo de los DDFF en todos los Estados miembros del Consejo de Europa,
para ir aumentando el número de derechos hasta componer un amplio catálogo, que
tienen un instrumento de garantía supraestatal, el Tribunal Europeo de los Derechos
Humanos. En el ámbito de la Unión Europea, la Carta de Derechos Fundamentales de la
Unión, plenamente en vigor desde diciembre de 2009, establece los derechos de los
ciudadanos europeos frente a los poderes públicos de la Unión y frente a los poderes
públicos nacionales cuando apliquen el derecho europeo.
2. Libertad personal
La libertad es la facultad natural de la persona para obrar y de no obrar, por lo que es
responsable de sus actos. Como DDFF, implica la prohibición a los poderes públicos de
adoptar medidas arbitrarias e ilegales “que restrinjan o amenacen la libertad de toda
persona de organizar su vida individual y social con arreglo a sus convicciones en el
territorio nacional”. El régimen jurídico del derecho de libertad recibe sanción de sus
vulneraciones (delitos de detención ilegal, secuestro, amenazas y coacciones). No tiene
su grado de absoluta protección porque los poderes públicos pueden privar a los
ciudadanos de su libertad “en los casos y en la forma prevista en la ley” (art. 17.1 CE).
A. La detención
La primera forma de privación de libertad que recoge la Constitución es la “detención
preventiva” que realizan las fuerzas policiales (excepcionalmente los particulares) por el
tiempo necesario para la realización de las averiguaciones de los hechos delictivos, con
un plazo máximo de 72 horas, ampliable otros 3 días en caso de terrorismo. Transcurrido
ese plazo “el detenido deberá ser puesto en libertad o a disposición de la autoridad
judicial” (art. 17.2 CE). Los jueces también pueden ordenar detenciones. En la detención
judicial, el plazo para que el juez dicte un nuevo auto ordenando la libertad o la prisión
provisional es de 72 horas (art. 497 de la LECrim), que desarrolla en este punto el art.
17.1 CE. Esas 72 horas de privación de libertad deben empiezan a computarse desde que
la persona es detenida por la policía y no desde que se la lleva ante el juez.
El art. 17 CE enumera otras garantías de los detenidos:
a) Serán informados de forma inmediata y de manera que le sea comprensible de
sus derechos y de las razones de su detención.
b) No pueden ser obligados a declarar.
c) Deberán estar acompañados de un abogado defensor en las diligencias policiales
y judiciales; que podrán nombrar ellos mismos, salvo en caso de incomunicación,
nombrado por el Colegio de abogados (“de oficio”, art. 527 LECrim).
d) Tienen derecho a que un juez compruebe la legalidad de su detención mediante
el rápido procedimiento que regula la LO 6/1983 de habeas corpus. Mediante
este procedimiento se permite que todo aquel que se encuentre detenido pueda
solicitar de inmediato (él mismo, sus familiares, el Fiscal y el Defensor del Pueblo)
ser puesto a disposición judicial para revisar la legalidad de su detención. Así, por
ejemplo, el juez de instrucción debe conceder el habeas corpus y poner en
libertad a una persona detenida por realizar pintadas en un muro acusada de
una falta, o a otra a la que no se le informa de los motivos de su detención. Es
posible ordenar que se ponga al detenido a disposición judicial si se ha
sobrepasado el plazo máximo. El TC ha precisado que el juez que se limite a
rechace este recurso, está violando la libertad del detenido.
B. La prisión provisional
El principio de presunción inocencia supone la regla general de no ingresar en prisión
hasta que un tribunal declare la culpabilidad de los acusados, pero la Constitución
admite la prisión provisional remitiendo a la ley su regulación, que deberá fijar un plazo
máximo (art. 17.4). El legislador ha modificado en veces los arts. 503-519 de la LECrim
(la última de ellas por la LO 13/2015, de 5 de octubre) dedicados a la prisión provisional
para adecuar la LECrim al TC. Así, se configura como una medida excepcional y
proporcional que puede ser adoptada por el juez a petición del Ministerio Fiscal o las
partes acusadoras y tras la celebración de una audiencia, debe ser motivada con el fin
de evitar que el imputado se sustraiga a la acción de la justicia; que pueda ocultar
pruebas o que exista el riesgo de reiteración delictiva del imputado.
C. La libertad informática
“La ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal
y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus derechos” (art. 18.4 CE). El TC, en
una reiterada jurisprudencia, ha considerado que el núcleo básico de la libertad
informática consiste en el derecho a controlar el uso de los datos incluidos en un
programa informático y comprende, la oposición del ciudadano a que datos personales
sean utilizados para fines distintos de aquel legítimo que justificó su obtención.
La LO 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de Datos Personales y Garantía de los
Derechos Digitales da cumplimiento a este mandato constitucional, además de
complementar el Reglamento 2016/679 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 27
de abril de 2016, relativo a la protección de las personas físicas en lo que respecta al
tratamiento de sus datos personales y a la libre circulación de estos datos. Según el
Preámbulo de la LO, la principal diferencia entre la nueva regulación de la protección de
datos y la antigua (la Directiva 95/46 UE y la LO 15/1999) consiste en que se ha pasado
de un modelo basado en el control del cumplimiento de la legislación a otro basado en
el principio de responsabilidad activa, lo que exige una previa valoración por el
responsable de los ficheros del tratamiento del riesgo que pudiera generar el
tratamiento de los datos personales. Por eso, ahora la LO establece un conjunto de
requisitos estrictos para el uso de los ficheros de datos que mantengan tanto los poderes
públicos como los particulares (solo pueden emplearse para el fin que los justifica, se
rigen por los criterios de reserva, veracidad, rectificación, prohibición de cesión sin
consentimiento del afectado, acceso de este a los ficheros, etc.); por otra parte, prohíbe
los ficheros creados para recoger la ideología, religión o creencias. Además, la LO 5/1992
crea una autoridad independiente para velar por el cumplimiento de su articulado y
proteger los derechos de los ciudadanos, la Agencia Española de Protección de
Datos. En cuanto a derechos de los ciudadanos, la LO recoge los diversos derechos que
garantizan nuestras libertades en el entorno digital como son la neutralidad de la red de
Internet y su acceso universal, el derecho al olvido, la libertad de expresión, etc. Incluso
se reconoce el derecho de desconexión digital en el ámbito laboral.
2. La libertad religiosa
Basta echar una ojeada a la actualidad para saber que la religión y el Estado deben estar
separados. Consciente de eso, los constituyentes españoles consagraron la libertad
religiosa y la laicidad del Estado, si bien añadieron que los poderes públicos tendrán en
cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las relaciones de
cooperación con la Iglesia Católica y demás confesiones (art. 16.3 CE). Esta fórmula
supuso una ruptura del Estado confesional católico franquista, lo que tuvo
consecuencias inmediatas sobre el ordenamiento jurídico, como con el reconocimiento
de las sentencias canónicas de nulidad matrimonial.
La libertad religiosa, regulada en la LO 7/1980, de 5 de julio (LOLR), garantiza la actuación
de los individuos y los grupos con independencia del Estado y del resto de ciudadanos,
incluido el derecho a no profesar ninguna religión. Además de esta vertiente interna,
esta libertad supone una vertiente externa que permite a los ciudadanos actuar según
sus convicciones y de realizar actividades de manifestación de sus creencias, sin más
limitaciones que las necesarias para mantener el orden público protegido por la ley.
Las relaciones de cooperación entre el Estado y las confesiones religiosas (art. 16.3 CE)
configuran una obligación del Estado, que establece un triple régimen jurídico:
a) el de la Iglesia católica, expresamente reconocida en la Constitución;
b) las confesiones que por “su ámbito y número de creyentes hayan alcanzado
notorio arraigo en España” (art. 7 LOLR)
c) las confesiones minoritarias inscritas en el registro de asociaciones religiosas
El Estado solo tiene obligación de cooperar con la Iglesia Católica y las confesiones de
notorio arraigo. Esta obligación se plasma en una serie de Acuerdos, que comenzaron
en 1979 con la Iglesia Católica, con la que se suscribieron 4 acuerdos sobre asuntos
jurídicos, económicos, de enseñanza y de asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas. En
1992 se firmaron sendos acuerdos de cooperación con las confesiones protestante,
judía y musulmana que se plasmaron en las Leyes 24, 25 y 26 de 1992. Se caracterizan
por el compromiso del Estado de apoyar la impartición de la enseñanza religiosa en la
educación obligatoria, hasta el punto de que los poderes públicos pagan los sueldos de
los profesores de religión propuestos por las autoridades religiosas. Esta capacidad de
propuesta ha dado lugar a un buen número de conflictos jurídicos. El TC ha considerado
que ese régimen jurídico de libertad de las confesiones religiosas para decidir la
idoneidad de las personas encargadas de impartir su credo no viola la Constitución, pero
no supone que esa decisión religiosa no pueda ser controlada por “los órganos judiciales
y, en su caso, el TC”. El TEDH ha considerado que este régimen jurídico es compatible
con el CEDH. En el ámbito de la financiación, la legislación establece una “asignación
tributaria” para la Iglesia Católica, que consiste en la posibilidad de que los ciudadanos
dediquen a esa Iglesia un porcentaje de su impuesto sobre la renta, el 0’7% de su cuota
íntegra (Ley 42/2006, de 28 de diciembre, de Presupuestos Generales del Estado 2007).
El Gobierno se negó en 2015 a añadir una casilla para otras confesiones en el modelo de
declaración del IRPF, como le pedía la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de
España, sin que pueda considerarse una violación de los arts. 14 y 16 CE.
Sí hay igualdad entre la Iglesia Católica y las otras 3 confesiones que tienen acuerdo con
el Estado en las exenciones fiscales de las que disfrutan: ninguna paga el IBI por sus
edificios destinados al culto o a la enseñanza, ni el impuesto de transmisiones
patrimoniales por la adquisición de bienes destinados al culto, gozan de los demás
beneficios fiscales de las organizaciones sin fines de lucro, etc. El TJUE ha sentenciado
que estas exenciones son compatibles con el Derecho Europeo siempre que se
produzcan sobre bienes y actividades que tengan un fin religioso y no económico.
A. La libertad de expresión
El art. 20.1a CE protege la difusión de pensamientos, ideas y opiniones por cualquier
medio. Se protegen las concepciones que del mundo tenga la persona o el grupo que las
emite, así como las opiniones sobre los poderes públicos u otras personas, pues la
libertad de opinión incluye el derecho a la crítica. El TC ha señalado que la libertad de
expresión es más amplia que la libertad de información, que tiene un límite de
veracidad. La libertad de expresión no ampara la atribución a una determinada persona
de acciones que haya realizado calificaciones vejatorias que vulneren el honor del
criticado. El TC estimó que la libertad de expresión no protege a quien queme en público
fotografías del rey pues “es un acto ofensivo e incitador al odio”.
Al contrario, el TEDH consideró que esa actuación sí que estaba protegida por la libertad
de expresión pues no podía ser calificada de un delito de odio. Sólo para llamar la
atención. Por esto se condenó a España.
C. La libertad de cátedra
El sistema democrático es el mejor sistema para el desarrollo científico porque el Estado
se abstiene de dictaminar sobre la veracidad o no de las teorías científicas y garantiza la
libre confrontación de ideas mediante la libertad de expresión. Para estimular este
progreso científico y técnico la libertad de expresión se reconoce en el ámbito en que se
ha desarrollado la ciencia: en el seno de las Universidades. Por eso, la libertad de cátedra
ha sido concebida como la libertad de los profesores de Universidad de desarrollar su
docencia e investigación sin intromisiones de los poderes públicos. Con la Constitución,
esta libertad alcanza a todos los niveles educativos.
La libertad de cátedra es una garantía de los docentes para desarrollar su enseñanza sin
injerencias externas, teniendo en cuenta que la neutralidad ideológica del Estado impide
a los profesores de los centros públicos convertirse en propagandistas de ideologías
concretas. La Constitución reconoce a las personas físicas y jurídicas la libertad de
creación de centros docentes (art. 27.6 CE); por el contrario, pueden tener su propio
ideario, lo que incide en la libertad de cátedra de sus profesores: aunque éstos no están
obligados a difundir el ideario del centro, no pueden atacarlo ni ser contrarios a ese
ideario. La disconformidad de un docente con el ideario de su centro “no puede ser
causa de despido si no se ha exteriorizado en actividades del centro y resulta probada.”
D. La libertad de información
El art. 20.1d reconoce los derechos a comunicar y recibir libremente información veraz
por cualquier medio de difusión. El principal problema jurídico de este derecho es
determinar cuándo una información con relevancia pública es cierta y su emisor está
protegido por este derecho, normalmente frente a otras personas que reclaman la
tutela de su derecho al honor u otro derecho a la intimidad. La veracidad que exige el
TC es la efectiva demostración de que hay una correspondencia total entre los hechos
descritos y la realidad. Por el contrario, la veracidad que cabe exigir es la subjetiva,
cuando el autor de una información ha contrastado la noticia con diversas fuentes. Para
que el público pueda contrastar esa veracidad y como forma de proteger el honor de las
personas afectadas por la noticia, la LO 2/1984, establece el derecho de rectificación,
mediante el cual toda persona puede dar su versión de hechos que le aludan publicados
por cualquier medio y éste tiene la obligación de publicarla, siempre que su relevancia
en el conjunto del escrito de rectificación sea escasa y tenga relación directa.
Como garantías adicionales de la libertad de información, el art. 20.1d establece que la
ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional de los
periodistas; mandato que hasta la fecha ha cumplido, mediante la LO 2/1997, de 19 de
junio, de la cláusula de conciencia de los profesionales de la información, en la que se
establece que los informadores podrán rescindir su contrato laboral con la empresa
periodística y recibir una indemnización cuando en el medio informativo en el que
trabaja se haya producido un cambio en su ideología. La cláusula de conciencia ampara
la negativa motivada de los periodistas a “la elaboración de informaciones contrarias a
los principios éticos de la información” (art. 3 LO 2/1997). El secreto profesional se
entiende como el derecho de los periodistas de no revelar sus “fuentes” que tiene una
doble dimensión: frente a terceros y frente a la empresa periodística. El TC no ha tenido
que pronunciarse sobre ningún supuesto en el que se considerase violado el secreto
profesional, pero sí en los que una persona alegaba la violación del derecho al honor por
algún periodista y este usaba el secreto profesional para no desvelarlo. En estos casos,
el TC ha otorgado el amparo a los reclamantes del derecho al honor porque “el deber
de diligencia en la comprobación razonable de la veracidad de la información no se
satisface con la pura y genérica remisión a fuentes indeterminadas”.
Igualmente, se pueden considerar garantías de la libertad de información y, más
ampliamente de la de expresión, la libertad de creación de medios de comunicación, así
como el acceso de los grupos sociales y políticos significativos a los medios públicos, que
la Constitución exige que se regulen por ley (art. 20.3 CE). En el caso de la radio y la
televisión, esta libertad de creación se ve mediatizada por unos requisitos técnicos que
justifican una regulación normativa y una actividad gubernamental para autorizar las
emisiones, pero no una inactividad legislativa que de hecho suponga una prohibición.
2. El derecho de petición
El derecho de petición del art. 29 CE se limita a ordenar que los españoles tendrán el
derecho de “petición individual y colectiva, por escrito, en la forma y con los efectos que
determine la ley”, especificando que los militares podrán ejercerlo individualmente “y
con arreglo a lo dispuesto en su legislación”. El art. 77 especifica que el Congreso y el
Senado podrán recibir por escrito peticiones individuales y colectivas, que podrán
remitir al Gobierno, que se explicará sobre su contenido si las Cámaras lo exijen.
La LO 4/2001, de 12 de noviembre, reguladora del Derecho de Petición (LODP) lo
configura como un derecho que se proyecta sobre las iniciativas que no tienen vía
específica pues excluye de su objeto las solicitudes, quejas y sugerencias para cuya
satisfacción el ordenamiento jurídico establezca un procedimiento. Incluso la LODP
especifica que serán inadmitidas peticiones sobre “cuyo objeto exista un procedimiento
parlamentario, administrativo o un proceso judicial ya iniciado, que no tenga resolución
firme”. Su invocación raramente podría efectuarse con propiedad. No faltan ciudadanos
que pidan a los poderes públicos actuaciones (aprobación de medidas concretas, cese
de un cargo público, etc.) sabiendo la fuerza de su reivindicación. El derecho de petición
no incluye la obligación de los poderes públicos de conceder lo que se pide, pero sí que
deben responder y comunicar al interesado la resolución. Por eso, el TS ha estimado que
el Gobierno no vulnera ese derecho cuando justifica su negativa a una petición para
incluir una casilla en la declaración de la renta para financiar a una confesión religiosa.
3. El derecho de reunión
El art. 21 CE reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas, un derecho híbrido
entre la libertad ideológica y de asociación: “es una manifestación colectiva de la
libertad de expresión ejercitada a través de una asociación transitoria”. Los titulares de
este derecho son las personas físicas, tanto españolas como extranjeras, si bien los
militares, los jueces y fiscales lo tienen restringido en sus legislaciones específicas.
La LO 9/1983, de 15 de julio, reguladora del derecho de reunión, define una reunión
como la concurrencia concertada y temporal de más de 20 personas, con una finalidad.
Es un derecho instrumental: suele utilizarse en favor o en contra de una medida
gubernamental, como apoyo en un conflicto laboral y para algunos grupos sociales es
“un medio de los que disponen para expresar sus ideas y reivindicaciones”.
Aquellas reuniones realizadas en lugares públicos y manifestaciones se comunicarán
previamente “a la autoridad, que podrá prohibirlas cuando existan razones de alteración
del orden público, con peligro para personas o bienes”. Esa ley quitó la prohibición de
las manifestaciones. Para cumplir con el mandato constitucional, la LO establece que los
promotores de una concentración tienen un plazo de 10 días, que puede reducirse a 24
horas, para comunicar al delegado o subdelegado del gobierno (o al Consejero
responsable) el día y la duración del acto, el itinerario y las medidas de seguridad
previstas. Este plazo tan dilatado se justifica en beneficio de los convocantes: para que
las fuerzas de orden público puedan organizarse para proteger el acto y adoptar
medidas de tráfico necesarias y por si la autoridad gubernativa lo prohibiera o sugiriera
un recorrido alternativo, mediante resolución en el plazo de 72 horas, para poder
recurrir y obtener una sentencia antes de la manifestación (art. 122 LJCA). El único
motivo que reconoce la Constitución para prohibir una manifestación es la alteración
del orden público, salvo que la manifestación produzca la obstrucción total de vías.
4. El derecho de asociación
El derecho de asociación se recoge en el art. 22, que prohíbe las asociaciones que
persigan fines o utilicen medios delictivos y las asociaciones secretas o de carácter
paramilitar. Además, el art. 22 crea un registro de asociaciones “a efectos de publicidad”
y establece que por resolución judicial podrán ser disueltas o suspendidas.
Hubo que esperar a la LO 1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de Asociación
para tener una regulación y derogar la Ley de Asociaciones de 1964. Recoge tanto la
jurisprudencia constitucional como práctica, distinguiendo contenido esencial del
derecho y los elementos que pueden desarrollar las CCAA. La LODA es de aplicación
supletoria para la regulación de asociaciones especiales reguladas por leyes especiales.
Los problemas de la interpretación del art. 22 se han planteado con su vertiente
negativa, ya que en el ordenamiento abundaban los casos de asociación obligatoria para
realizar actividades. El TC ha considerado que esa adscripción obligatoria solo respeta el
art. 22 CE si encuentra justificación en disposiciones constitucionales. El TC ha sido muy
estricto a la hora de juzgar estos requisitos, lo que le ha llevado a declarar la
inconstitucionalidad de varias de esas adscripciones a organizaciones profesionales, sin
considerar que la remisión del art. 52 CE a la ley para que regule las organizaciones
profesionales permite obligar a la colegiación obligatoria sin ningún motivo.
LECCIÓN 12
1. Introducción: La configuración jurisprudencial de la tutela judicial
efectiva
El art. 24 CE recoge un conjunto de derechos y garantías procesales que se conocen
como la tutela judicial efectiva. El derecho a la tutela judicial exige del Estado una
legislación de desarrollo y una organización capaz de aplicar esa legislación (Poder
Judicial). Por eso, el TC ha señalado que la naturaleza de la tutela judicial es la de un
derecho de prestación, que sólo puede ejercerse por los cauces que el legislador
establece. A esta definición habría que añadir, que la tutela judicial es un derecho de
configuración jurisprudencial en cuanto el TC ha extraído múltiples consecuencias en su
jurisprudencia sobre el art. 24, que es el derecho más alegado en los recursos de
amparo, entre otros motivos porque siempre se alega de forma instrumental cuando se
recurre ante el TC una sentencia judicial. Esta jurisprudencia sigue al TEDH en su
aplicación de los arts. 6 y 13 del CEDH y ha producido enfrentamientos con el TS.
La jurisprudencia constitucional rompe con la interpretación literal de las leyes
procesales que solían realizar los tribunales, hasta el punto de inadmitirse demandas
por faltar la firma del abogado redactor del escrito. El TC ha insistido en que las normas
procesales son instrumentos para lograr la tutela judicial y no objetivos en sí mismos,
por lo que se busca la interpretación de las normas que más favorezca la efectividad del
DDFF y que el incumplimiento u omisión de un requisito provoque un efecto
proporcional a la causa que lo fundamenta, como en el caso de impedir la personación
en un pleito por la falta de firma de un abogado o procurador ya identificados.
2. El derecho de fundación
El art. 34 CE recoge el derecho de fundación “para fines de interés general, con arreglo
a la ley”. En un primer momento, estaba regulado en el derecho de asociación, el 22,
pero el Senado lo trasladó al derecho de propiedad, pues ha estado siempre vinculado
a éste, tal y como el TC ha reconocido: “es una manifestación más de la autonomía de
la voluntad respecto de los bienes, por cuya virtud una persona puede disponer de su
patrimonio libremente, dentro de los límites y con las condiciones establecidas”. Por
otro lado, al situar el derecho de fundación en el art. 34, se configuró como un derecho
constitucional ordinario, sin el régimen de los DDFF. En este tránsito de un artículo a
otro se mantuvieron 2 especificaciones del art. 22: la prohibición de las fundaciones que
persigan fines o utilicen medios delictivos y la garantía de que solamente podrán ser
disueltas o suspendidas en virtud de una resolución judicial motivada.
La Ley 50/2002, de Fundaciones, establece el régimen común a todas las fundaciones
españolas y regula las estatales, pues las CCAA tienen competencia para regular las que
desarrollen en su territorio. Entre estas condiciones, el mantenimiento del protectorado
público sobre las fundaciones, un control que la ley pretende justificar en “el recto
ejercicio” de este derecho; fundamentación que hay que entender de forma amplia:
porque tanto los fines sociales como los incentivos fiscales de que disfrutan las
fundaciones autorizan un control público sobre estas “organizaciones constituidas sin
ánimo de lucro que, por voluntad de sus creadores, tienen afectado de modo duradero
su patrimonio a la realización de fines de interés general” (art. 1).
3. La libertad de empresa
La vieja libertad de industria aparece en la Constitución como libertad de empresa que
el art. 38 reconoce “en el marco de la economía de mercado” y ordenando a los poderes
públicos que la garanticen “de acuerdo con las exigencias de la economía general y de
la planificación”. Esta función de garantía que tienen los poderes públicos de la libertad
de empresa y la proclamación del mercado justifican las abundantes normas dedicadas
a velar por la competencia que son una manera de “evitar las prácticas que puedan
afectar seriamente a un elemento tan decisivo en la economía de mercado como es la
concurrencia entre empresas”. El art. 38 es una pieza esencial de la Constitución
económica, las normas constitucionales que fijan el campo de actuación de los poderes
públicos en este ámbito y que giran sobre el mercado como sistema básico para producir
y distribuir los bienes y servicios, reforzado con la incorporación de España en 1986 a la
Comunidad Europea, cuyos principios económicos se asientan en lograr un mercado
regido por las 4 libertades de circulación de personas, bienes, servicios y capitales.
El art. 38 no proscribe toda intervención pública que no sea propiamente la de velar por
la competencia ya que las exigencias de la economía general permiten que el Estado y
las Comunidades puedan intervenir en diversos supuestos: para exigir unas condiciones
especiales en la creación de ciertas empresas, para regular los horarios comerciales,
para fijar unos requisitos a la hora de producir determinados bienes, etc. Por otro lado,
no se puede olvidar que la libertad de empresa debe ejercerse de forma tal que no
vulnere la dignidad de los trabajadores ni sus DDFF.
B. Clasificación:
1. Los derechos sociales
En varios artículos del Cap. III se reconocen derechos sociales. Son los siguientes:
1. El art. 43 reconoce el derecho a la protección de la salud, para lo cual habilita a
los poderes públicos para organizar la salud pública. Estos poderes públicos son
el Estado, al que le corresponde la legislación básica, como es la Ley 14/1986, de
25 de abril, General de Sanidad, y las Comunidades Autónomas responsables de
los servicios de atención sanitaria.
2. El derecho de “acceso a la cultura” (art. 44 CE), que viene a completar la libertad
cultural garantizada en el art. 20, con un mandato a los poderes públicos para
que promuevan la cultura, la ciencia y la investigación científica. Tanto el Estado
como las CCAA mantienen una política muy activa en el ámbito cultural con gran
cantidad de incentivos fiscales, subvenciones, premios de eventos culturales.
3. Se reconoce el derecho al medio ambiente “para el desarrollo de la persona”.
Este carácter del art. 45 que propugna un desarrollo sostenible, que tenga como
objetivo “armonizar la ‘utilización racional’ de los recursos con la protección de
la naturaleza, todo ello para el mejor desarrollo de la persona y para asegurar
una mejor calidad de vida”.
4. El art. 47 reconoce a todos los españoles el derecho “a una vivienda digna y
adecuada”, para lo cual ordena a los poderes públicos que promuevan las
condiciones necesarias para hacer efectivo este derecho, “regulando la
utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la
especulación”. Basándose en ese mandato tanto el Estado como las CCAA han
aprobado diversas leyes para regular el suelo. Así por ejemplo, la Ley 1/2010, de
8 de marzo, Reguladora del Derecho a la Vivienda en Andalucía, con el aval que
supone que el art, 25 del Estatuto andaluz de 2007 recoja el derecho a una
vivienda digna y ordene que por ley se garantice el derecho a una vivienda digna
para las personas que no dispongan de recursos. Por su parte, los Ayuntamientos
tienen competencias de planificación y ejecución del urbanismo, que se
refuerzan con estas leyes autonómicas, lo que supone que un papel muy activo
tanto en los mercados de solares locales, como en la construcción de edificios.
La crisis económica de 2007 ha originado una nueva oleada de leyes. Así, la Ley
estatal 1/2013, de 14 de mayo, de medidas para reforzar la protección a los
deudores hipotecarios, reestructuración de deuda y alquiler social. La difícil
articulación entre la legislación estatal y la autonómica de desarrollo ha dado
lugar a recursos ante el TC, que han originado la declaración de
inconstitucionalidad de algunas disposiciones de estas normas autonómicas.
2. El estado de alarma
El Gobierno puede declarar por decreto el estado de alarma por un plazo máximo de 15
días, dando cuenta al Congreso de los Diputados. El decreto acordado en el Consejo de
Ministros debe determinar el ámbito territorial donde se extienden los efectos de la
declaración (art. 116.2 CE). La Ley Orgánica fija las 4 alteraciones graves de la normalidad
que justifican la declaración del estado de alarma: a) catástrofes; b) crisis sanitarias; c)
paralización de servicios públicos esenciales y d) situaciones de desabastecimiento de
productos de 1º necesidad. La principal consecuencia de la declaración del estado de
alarma es que todas las autoridades civiles y funcionarios de las Administraciones
afectadas quedan bajo las órdenes directas de la Autoridad competente (puede ser el
Presidente de una CCAA) en cuanto sea necesario para la protección de personas, bienes
y lugares, pudiendo imponerles servicios extraordinarios. Además, el Decreto puede
adoptar ciertas restricciones de algunos derechos DDFF como limitar la circulación de
personas o de vehículos en horas y lugares determinados; practicar requisas temporales
de todo tipo de bienes e imponer prestaciones personales obligatorias, etc.
El Real Decreto 1673/2010, de 4 de diciembre, declaró por 15 días el estado de alarma
para la normalización del servicio público esencial del transporte aéreo y lo hizo
incluyendo unas nuevas medidas: militarización de los controladores aéreos, a los que
se sometió al Código de Justicia Militar, y delegación de la autoridad del Gobierno en el
Jefe de Estado Mayor del Ejército del Aire. Por eso, se originó un debate jurídico en los
medios de prensa en el que la mayoría de los participantes consideraban que esas
medidas no estaban permitidas por la LO 4/1981 ni por la Constitución, que en su art.
117.5 declara que la jurisdicción militar se ejerce en el ámbito estrictamente castrense
y en los supuestos de estado de sitio. El Gobierno decidió el 15 de diciembre de 2010
solicitar al Congreso una prórroga de un mes, que el Congreso le concedió con los votos
favorables del PSOE, CiU, PNV y CC, la abstención del PP y el voto en contra de IU o UPyD.
El TS rechazó juzgar la legalidad de ese Decreto por considerar que la proclamación del
estado de alarma es un acto político controlado únicamente por el Congreso, tesis
refrendada por el TC, según el cual “aunque formalizada mediante decreto del Consejo
de Ministros, la decisión de declarar el estado de alarma, dado su contenido normativo
y efectos jurídicos, debe entenderse que queda configurada en nuestro ordenamiento
como una decisión o disposición con rango o valor de ley.”
3. El estado de excepción
El estado de excepción lo declara el Gobierno previa autorización del Congreso cuando
“el libre ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos, el normal
funcionamiento de las instituciones democráticas, el de los servicios públicos esenciales
para la comunidad o cualquier otro aspecto del orden público resulten gravemente
alterados que el ejercicio de las potestades ordinarias fuera insuficiente para
establecerlo y mantenerlo” (art. 2 de la LOEAES). El plazo máximo de vigencia de este
estado es el de 30 días, prorrogables por otros 30. Los derechos que se pueden
suspender en el estado de excepción son (art. 55 CE y 20 y ss. LOEAES):
1. El derecho a la libertad y a la seguridad personales (art. 17 CE). Podrá procederse
a la detención de cualquier persona siempre que existan fundadas sospechas de
que esa persona vaya a provocar alteraciones del orden público, durante un
plazo máximo de 10 días, si bien deberá comunicarse a la autoridad judicial en el
plazo de 24 horas. Además, no se suspende el derecho al habeas corpus.
2. El derecho a la inviolabilidad del domicilio (art. 18.2 CE), pudiendo la autoridad
gubernativa ordenar registros domiciliarios por el mantenimiento del orden
público y siempre en presencia del propietario o de 2 testigos.
3. El derecho al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE), siempre
comunicándolo inmediatamente a la autoridad judicial.
4. La libertad de circulación y residencia (art. 19 CE): puede prohibirse la circulación
de personas y vehículos, o exigir que comuniquen sus desplazamientos.
5. La suspensión de todo tipo de publicaciones, emisiones de radio y televisión,
proyecciones cinematográficas y representaciones teatrales, cuando la
autorización del Congreso suspenda el art. 20, apartados 1 a) y d) CE. Igualmente
podrá ordenar el secuestro de publicaciones (art. 20.5 CE).
6. Los derechos de reunión y manifestación (art. 21 CE), pudiendo la autoridad
gubernativa someter las reuniones y las manifestaciones a la exigencia de
autorización previa, prohibirlas o disolverlas. Quedan excluidas las realizadas por
partidos políticos, sindicatos u organizaciones empresariales.
7. Los derechos de huelga y adopción de medidas de conflicto (arts. 28.2 y 37.2 CE).
4. El estado de sitio
El estado de sitio lo declara el Congreso por mayoría absoluta a propuesta del Gobierno
cuando “se produzca o amenace producirse una insurrección o acto de fuerza contra la
soberanía o independencia de España, su integridad territorial o el ordenamiento
constitucional” (art. 32 LOEAES). La declaración habrá de fijar el alcance territorial y
temporal de las medidas para superar la situación de crisis. Los derechos que pueden
suspenderse son los mismos que en el estado de excepción más las garantías jurídicas
del detenido (asistencia letrada, derecho a ser informado, etc.) del art. 17.3 CE. La gran
diferencia del estado de sitio con el de excepción radica en la intervención del Ejército
pues el Gobierno debe designar la Autoridad militar que haya de ejecutar las medidas
que procedan en el territorio a que el estado de sitio se refiera; incluso en la declaración
del estado de sitio el Congreso de los Diputados podrá determinar los delitos que
durante su vigencia quedan sometidos a la Jurisdicción Militar.