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Mayo 2020.

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"Lo menos frecuente en este mundo es vivir.
La mayoría de la gente solo existe"
Oscar Wilde.
Creo que Disney y las películas del amor verdadero, nos han hecho mucho, pero que mucho
daño, a todas las sensibleras que existimos sobre la faz de la tierra. Nos cuentan desde que
tenemos uso de razón, que todo es color de rosa, que el amor no resta sino suma, que de repente
llega alguien a tu vida y te salva en su corcel blanco, o te saca de la calle como pasó en pretty
woman; o tal vez… un día cuando menos te lo esperas se te cruza un Cristian Grey que ésta tan
jodido, pero es tan perfecto, que al final lo salvas tú. Nos regalan historias perfectas, siempre con
final feliz… Para que vayamos ideologizando el tipo de tío que tenemos que buscarnos.
¿Sabéis qué opino yo de todo eso?
¡Mentira! Que una moneda de cinco duros es más creíble y mejor que todo eso.
Como dicen mis amigas, no besas a un sapo y se convierte en príncipe… ¡Nooo! La sorpresa
viene cuando besas al príncipe hipster, petadito de gimnasio, muy perfecto con sonrisa
arrebatadora y se convierte en un sapo sucio, baboso y asqueroso.
Porque en eso se ha convertido mi Víctor, bueno dejémoslo en Víctor a secas.
Creía que las cosas que me decían mis amigas, las decían, porque ellas todavía no habían
tenido la suerte de encontrar a su mitad. Cuando me contaban cualquier cosa de Víctor, yo siempre
lo excusaba. Pensando tan ilusa, que todo era por su forma de ser.
¡Claro que sí, por ser un capullo!
No un capullo cualquiera, sino un CAPULLO INTEGRAL. Sí, en mayúsculas y todo. No le
guardo rencor, ni estoy enfadada con él, ni lo odio…
Bueno, un poquito sí.
Pero sobre todo siento decepción y desilusión.
En un primer instante, pensé que mi vida se acababa aquella noche de madrugada. Después, me
pregunte, ¿eres tonta Martina?
Mi cerebro gritaba “un poco sí” y desde ese instante lo vi todo muy claro. Me di cuenta que ¿a
quién quería engañar?
Lo nuestro se había terminado.
Me sentí triste y desgraciada. Pero luego pensándolo bien, llegué a la conclusión que
seguramente no soy la única en este mundo, que por cada día que pasa al lado de su pareja se
siente más desilusionada, más frustrada y más perdida…
Porque es muy duro observar todo el camino que habéis recorrido, todo lo que habéis vivido
juntos. Y como poco a poco vuestra relación va perdiendo sentido y lo peor de todo, es que le vas
viendo el final a la historia.
Cada día que pasa solo le encuentras defectos y más defectos. Hasta el punto que piensas ¡A
este tío, no hay por donde cogerlo!
La convivencia se hace insoportable y su mera presencia te irrita. Tal vez, esto ocurre porque
esperamos más de esa persona, que no se molesta ya ni en darte un sencillo beso de buenas
noches. Pero, lo más decepcionante es que cada vez que discutís se larga, huye, dejándote sola con
mil cosas por decirle.
Pues eso mismo es lo que me ha pasado a mí, desde hace varias semanas. Pero para llegar a
contaros todo, tan bien, tan entera y sin ninguna pena, he tenido que recorrer un largo camino.
Veréis, todo se ha ido cocinando a fuego lento, he pensado en mil maneras de encontrar una
solución. Pero solo tenía una respuesta.
Así pues me he atrevido, he dado el paso. He hablado y he dejado a todo el pueblo alucinado.
Estaba tan cabreada, tan dolida, tan decepcionada... que he explotado como un cóctel molotov.
Me he liberado, no me siento eufórica pero estoy en paz, tranquila y satisfecha conmigo misma.
Aún ni me lo creo. Acabo de vivir mi momento de película de Hollywood.
Tal vez, la he liado un poco más de la cuenta, o esa es la impresión que me ha dado a mí. Me he
venido arriba con la adrenalina y he dejado a Goya, desmayada en los brazos de su nieto Víctor.
Todo un numerito, que va a ser difícil de olvidar en el pueblo, durante mucho tiempo.
Pero la sonrisa de satisfacción de mi padre, hablaba por sí sola y las de mis amigas… no os
podéis ni imaginar, lo felices que tienen que estar cuando han salido tras de mí, diciéndole a
Víctor, “ahí te quedas capullo.”
Una pena que no lo presenciarais.
Porque podríais haber disfrutado de lo lindo o tal vez, hubieseis pasado el mayor bochorno de
vuestras vidas. Tal vez, podríais haber sido de los que han reído hasta llorar, de los que lo han
grabado todo con el móvil, porque no daban crédito de lo que estaban viviendo; o simplemente
podríais haber sido Víctor o yo. Porque lo que me ha pasado a mí, le puede pasar a cualquiera.
¿Qué no sabéis todavía la que he liado, no?
Pues se podría decir que ha sido, algo como el video ese tan famoso y adorable que decía. “La
que ha liado el pollito” solo que ésta vez... sería “La que has liado Martina.”
Si pensáis que no es para tanto, dejadme que os cuente cómo ha ido jugando Víctor conmigo,
hasta quemarse con fuego...
1
Todo comenzó antes de lo que me imaginaba. Pero, cuando realmente fui consciente de que lo
nuestro se había terminado, fue la noche en la que íbamos a celebrar que Víctor, iba a ser el nuevo
alcalde de Bárcena Mayor.
Es un pequeño, pintoresco, acogedor y fantástico pueblo de Cantabria, que tiene sobre un
centenar de vecinos. Es un pueblo de ensueños.
Lo único que mi cuento, se terminó de sopetón aquel día. Víctor, iba a ser la cuarta generación
de su familia en formar parte de la alcaldía del pueblo. ¡CUARTA! Vamos, que prácticamente
ellos son los dueños y señores del pueblo. Porque son los únicos que se presentan a la alcaldía, la
familia Suarez.
Pero, a pesar de que no estábamos en nuestra mejor etapa, quería creer, que todo era por el
estrés de la alcaldía y de la boda. Ya que esa, era la única explicación que él me daba.
No comprendía porque ya no se sentaba y nos acurrucábamos en el sofá, como siempre
habíamos hecho; cada noche al finalizar el día junto con mi gata. Pero Víctor, llevaba varios
meses raro y la mayor parte del tiempo estaba de mal humor.
No había tema de conversación entre nosotros. Dejamos de vernos, al mediodía para comer
juntos; y hacía meses, que ya ni nos contábamos que tal nos había ido el día.
No por mí, sino por él.
Pues me decía que no tenía tiempo para atender mis tonterías.
Así pues, nuestra convivencia quedó reducida a vernos para cenar y dormir. Víctor, cenaba en
silencio, de forma ausente o mirando su móvil. Si yo le hablaba, él respondía con un “claro o
mmm vale”
Me hacía el vacío.
No me ayudaba a recoger la mesa y se metía en su despacho tan pronto como podía. Al
principio, antes de irme a descansar, me pasaba a buscarlo e intentaba hacer de todo para llamar
su atención.
Intenté seducirlo, comprándome ropa interior llena de transparencias y encajes, me inventé
cucarachas que no existían y todo, para nada.
Me colaba en su despacho, me sentaba sobre su regazo y comenzaba a darle besos por el
cuello, de forma acaramelada, intentaba seducirlo. Pero su respuesta siempre era la misma…
“Ahora no es el momento Martina” Sí, os podéis hacer una idea del tono aburrido y pedante que
usaba. No comprendía como él no sentía la misma necesidad, de vivir momentos memorables
antes de nuestra boda. Pero nunca tuve suerte.
Vamos, que tengo telarañas ahí en mi monte de Venus. Porque Víctor, ya no me tocaba ni con un
palo… desde hacía mucho, pero que mucho tiempo.
¿Qué creéis que hice? Desistí.
Dejé de buscar una explicación a nuestra rutinaria y aburrida relación de pareja. Mi vida era
una gran monotonía.
Víctor, se convirtió en una especie de compañero de piso, que solo me ayudaba a pagar las
facturas. Porque si intentaba recriminarle algo de todo lo que estaba sucediendo, se solía excusar
con que estaba cansado del día y no tenía tiempo para idioteces, que si yo seguía con mis
paranoias se marchaba.
¿Qué cojones le sucedía?
Nunca en tantos años había sido así. Siempre se había mostrado atento, cariñoso e insaciable
de mí. Pero él, ya no era el mismo.
Con toda ésta situación yo me sentía menos valorada que una cucaracha.
Se lo conté a las únicas personas que podían darme una explicación lógica. La cual, yo no
quería reconocer y me negaba a ella.
Mi padre me decía que tal vez, Víctor, no era esa persona que yo creía conocer. Que tenía que
dejarlo marchar.
Por otro lado, estaba mi tía Elo, (que es lo más parecido que tengo a una madre) Su respuesta,
siempre era arcaica. Según ella, una mujer no era nada sin un buen hombre al lado y que mejor,
que con el futuro alcalde del pueblo.
¿Ésta mujer, chapada a la antigua de donde ha salido? Solo de escucharla me entraban
sarpullidos. Por eso, ella, no comprende porque Dios, ha juntado a las cuatro descerebradas que
hay en el pueblo y encima somos amigas. Como es fácil de ver, es la mujer más puritana que te
puedes echar a la cara. Va a misa todos los días y reza, porque algún día yo me parezca un poquito
a ella.
Y luego, como punto aparte, pero no menos importante están mis tres amigas.
Sí, esas descerebradas de las que habla mi tía. Paula, Cristina y Lola. Cada vez que yo les
comentaba mi situación con Víctor ¿Qué creéis que me decían ellas? Solo me decían una frase…
“Víctor, es un putañero y tú llevas una enorme cornamenta”
Sí, a veces la verdad… duele.
A pesar de todo, siendo tonta de nacimiento. Porque tal vez, de pequeña me caí de la cuna, lo
intenté una vez más.
Tal como me enteré ese mismo día que Víctor, sería el nuevo alcalde, planeé una gran
celebración. Sería para el recuerdo. Le mande un whatsapp felicitándolo y quedando con él, a las
diez de la noche en nuestra casa.
En cuanto pude, me marché para casa, me di un baño en sales de rosas y me depilé entera. Sí, sí
entera. Me puse un batín de seda negro, que tapaba un precioso conjunto de sujetador y braguitas
de lencería. Cociné su plato favorito y para acompañarlo, había comprado el vino que ha Víctor,
tanto le gustaba.
Me sentía ansiosa por verlo entrar por las puertas de casa. Nos esperaba una noche
inolvidable.
Pero esa noche, en la que íbamos a celebrar la tan esperada noticia, el muy cretino no apareció
por casa, hasta bien entrada la madrugada.
Me dejó plantada como un árbol, diez minutos antes de la hora en la que habíamos quedado. No
me dio explicaciones de porque se ausentaba, tan solo me envió un frío whatsapp… *no me
esperes despierta*
Obviamente, tan ilusa y estúpida lo llamé. Quise creer, que le había sucedido algo horrible. Tal
vez, algún contratiempo en el ayuntamiento, un accidente. Algo que lo justificase. Pero, no obtuve
respuestas, su móvil estaba apagado.
Como es normal, me quité todo el glamur y sofisticación que me había puesto. Me puse mi
pijama y me senté con Lucy, mi gata, a esperarlo. Me sentía patética, ridícula y angustiada.
A las tres de la madrugada, cuando ya no podía más del sueño, me acosté cansada de esperar a
Víctor. Me envolví en las frías y solitarias sabanas de mi cama y lloré como una idiota.
¡Qué tonta!
Lucy, se acurrucó en su cojín, junto a nuestra desolada cama y me miraba sin comprender nada.
¿Qué es lo peor que puede pasar en estos casos? Que tú más temido miedo, se convierta en
realidad. Porque desde luego, no hay más ciego que aquel que no quiere ver.
Cuando lo escuché, tirar los zapatos de forma brusca sobre el suelo y sentí caer su cuerpo,
como plomo sobre el otro lado de la cama, miré el reloj soñolienta.
Eran las cinco de la mañana.
Víctor, apestaba a alcohol y a tabaco. A los escasos segundos de rozar la almohada, oí como
comenzaba a roncar plácidamente. Encendí la lámpara de mi mesita de noche y me lo encontré
durmiendo a piernas sueltas, sin ningún cargo de conciencia.
En ese momento, mi mente me repetía una y otra vez que esto había llegado a su final. No podía
seguir así, tenía que hablar con él.
Pero mis pensamientos se interrumpieron, cuando me di cuenta que Lucy, caminaba nerviosa
por quitarse de encima la camisa de Víctor. Entonces, sonreí con tristeza, me levanté con nostalgia
y la liberé.
Cuando cogí la camisa y fui a colocarla en una silla, lo comprendí todo.
En ese instante sentí como me arrancan el corazón sin anestesia y se rompía en pedazos,
quedándose hecho trizas. Era un dolor agudo, punzante y desolador. Sentía, como si me apretasen
el corazón, para después arrancarlo de cuajo. Y el causante de ello, está durmiendo tranquilamente
como un cerdo en la cama.
Se me cortó la respiración y los ojos se me anegaron de lágrimas. —Seré patética, — me
repetía a mí misma.
Pero, ver el cuello de la camisa manchado de carmín rojo, que no es el tuyo, duele mucho.
Tanto como si el jugo de un limón te calase en una herida que tienes en la piel, escuece mucho y es
un dolor casi insoportable. Pues igual me sentí en ese instante, me picaban los ojos de las lágrimas
que se agolpaban por salir y me dolía el corazón.
Busqué su móvil y le di a desbloquear.
Obviamente con lo capullo que era, yo no me sabía su contraseña de desbloqueo. Pero se
iluminó la pantalla del iPhone, estaba en modo no molestar y tenía cuatro llamadas perdidas mías
y un whatsapp de una tal Ali que ponía…
*Me he dejado el tanga en el bolsillo de tu pantalón. Espero que el lunes me lo devuelvas
campeón. Lo he pasado mejor que nunca.*
Releí el mensaje varias veces. Estaba anonadada, no podía dar crédito. Eso solamente me
confirmaba lo que ya sabía, aunque no quisiera reconocerlo. El muy cretino me engañaba con una
tal Ali.
Cogí los pantalones del suelo y metí mi mano en un bolsillo; y tal como lo hice, me arrepentí.
Efectivamente, había un tanga gris de encaje, lo dejé donde estaba y fui directa al cuarto de
baño a desinfectarme las manos.
¡Qué asco!
Me miraba en el espejo y me sentía como una perdedora.
Mi melena pelirroja, parecía resaltar más aún mi pálida piel y mis ojos, parecían apagados de
la tristeza.
Tal vez, lo más sensato que se hacía en estos casos era levantarlo, gritarle, tirarle un cubo con
hielo encima o molerlo a palos con la escoba.
Pero, no podía hacer eso. Necesitaba asimilar todo esto antes. Me asfixiaba estar a su lado, no
lo soportaba ni un segundo más.
Así que me vestí, cogí a Lucy y me fui para el estudio. Tenía las llaves y a nadie le iba a
extrañar verme allí a primera hora de la mañana. Porque siempre suelo llegar temprano, para
preparar mí programa.

***
Os estaréis preguntando… ¿el estudio? ¿Su programa? Sí, soy periodista. Estudié en Sevilla y
cuando finalicé mis estudios, me volví al pueblo a pasar un verano. Pero al final, comencé a salir
con el hijo del alcalde y nunca me volví a ir.
Enseguida, me contrataron en la radio del pueblo.
Sí, enchufada por toda la cara… no era el trabajo de mí vida, pero por lo menos estaba
trabajando de lo mío.

***
Era un desastre intentar preparar el programa de media mañana. No me podía concentrar, con
lo que me acababa de suceder. A unas semanas de nuestra boda y me acababa de enterar, de que
tengo una enorme cornamenta.
Me sirvo nerviosa un café de la máquina y le abro el trasportín a Lucy, que se sube a mi regazo
felizmente. Nadie se va a extrañar de verla aquí en el estudio, porque siempre que he querido me
la he traído y nadie me ha dicho ni pío.
Supongo que es porque mi gata, se pasa la mayor parte del tiempo durmiendo y por ser mi
novio quien era. Hay muchos chupa culos de la familia de Víctor Suárez.
Odiaba no haber querido escuchar a mis amigas; y no haber dormido en toda la puñetera noche.
Pero a pesar del sueño, tengo los ojos abiertos como platos.
¿Sabéis a lo que me refiero?
Me he desengañado del hombre con el que creía que iba a compartir mi vida. Sé que no me he
enfrentado a los problemas como debía y la solución no es marcharme.
He huido… porque sentí pánico.
Necesito pensar, y como se suele decir “la venganza se sirve bien fría.”
—¡Dios mío! Estoy viendo a una muerta viviente. —La voz de Cristina, me saca de mis
pensamientos.
—Sí, me siento más muerta que viva. —Le digo en un susurró, mientras sigo acariciando a mi
gata.
—Pareces una loca, tocando a Lucy, de esa forma y con la mirada perdida.
—Ja-ja, muy graciosa. —Le respondo sin ningún atisbo de alegría.
—Martina… ¿qué te pasa? —Pregunta cerrando la puerta del estudio y acercándose a mí.
—Yo no os quería creer… —hago una pausa intentando asimilarlo. —¡Tengo cuernos! —
Afirmo aún en trance.
—¿Qué? Ósea, ¿cómo ha pasado? —Pregunta confundida Cristina.
—Pues mejor no imaginarme como se la ha tirado. —Comento con una mueca de desagrado.
Reconozco que soy una fracasada.
La angustia se apodera de mí una vez más. Un nudo invisible me oprime la garganta y comienzo
a llorar desolada.
—Pero no me llores tú. —Me pide, a la vez que se acerca a mí y con cariño me aparta el pelo
de la cara.
—No lloró por él... —Balbuceo. —Lloro de rabia e impotencia. —Logro decir. —Anoche lo
esperé hasta tarde, me había puesto un conjunto precioso, le había cocinado su plato favorito…
Yo… —suelto un hipido e inspiro los mocos que se quieren salir del llanto. —Soy tontísima.
Cristina, primero intenta tranquilizarme y luego se encarga de buscar a alguien que ocupe mi
puesto. Porque no estoy para dar las noticias está mañana en la radio.
Una vez que tiene todo controlado, me hace un gesto para que la siga.
Cristina, lleva varios años trabajando en sonido y producción de la radio local. Así que, aparte
de ser mi amiga desde que tengo uso de razón, como Paula y Lola, también es mi compañera de
trabajo.
La sigo sin rechistar. Me siento como una zombi, que camina sin vida, con Lucy entre mis
brazos.
Salimos de la radio y entro en su coche. Cristina, me observa sin decir nada y me regala una
sonrisa tranquilizadora de “todo va a salir bien.”
No hace falta que le pregunte a dónde vamos. Desde que teníamos doce años, las cuatro nos
hicimos amigas y nos conocemos tan bien, que sé perfectamente a dónde me lleva.
Nos dirigimos a nuestro refugio, la casa de Lola. Fue la primera de nosotras en independizarse,
eso fue mucho antes de montar su consulta de psicóloga. Con diecisiete años, ya vivía sola en una
pequeña y acogedora casita rural en la entrada del pueblo. Su hogar, se convirtió en nuestro
refugio.
Seguramente, Paula, no tardará en aparecer, si es que no llega antes que nosotras.
Paula, es pintora. Es una gran artista que plasma su pasión y creatividad en lienzos. Prepara
exposiciones y sueña con que algún día monte su propia exposición de arte.
Lola, tiene la consulta en su casa y sé, que es capaz de cancelar todas sus citas por una
emergencia de nosotras.
—¿Qué has dicho en la radio? —Le pregunto a Cristina, que me respeta en silencio desde que
hemos salido de allí.
—Que han atropellado a Lucy y la íbamos a llevar al veterinario. —Responde con la vista fija
en la carretera.
—¿Por qué no se te ha ocurrido otra cosa más creíble? —Le pregunto preocupada.
—¿Por qué no iba a ser creíble? Se lo han tragado todos. —Afirma con una sonrisa cargada de
seguridad.
—Pero se correrá la voz y Víctor… —Logro decir, con un hilo de voz.
—Bueno de ese ya nos encargaremos luego. —Afirma maliciosamente, a la vez que aparcamos
y veo la moto de Paula junto a la entrada.
Nos bajamos del coche y sigo abrazada a Lucy, como si mi corazón así se sintiese menos roto y
disminuyese el dolor.
Suspiro y subo las escaleras, que me llevan al acogedor porche de nuestro refugio. Abro la
puerta mosquitera y entro en el salón de la casa. Huele a café recién hecho. Miro alrededor y
encuentro los ojos preocupados de mis dos amigas, que están sentadas en el sofá.
—Mi dulce Martina… —Comienza a decirme Paula, a la vez que se acerca a mí y me abraza
con delicadeza.
—Ese capullo se merece que le piquen mil mosquitos en el culo y que tenga los brazos tan
cortos, que no se pueda ni rascar. —Añade furiosa Lola.
—Te lo dijimos. —Dicen las tres al unísono.
Siento como se me hace un nudo mudo en la garganta, que me ahoga y no me permite hablar. La
angustia agonizante se expande por todo mi cuerpo y cuando suena mi móvil, veo en la pantalla
que es Víctor. Entonces, rompo a llorar desconsoladamente.
Suelto a Lucy, que está deseando de librarse de mis brazos y me arrodillo en uno de los
enormes cojines que hay en el salón.
Me dan un pañuelo para que me seque las lágrimas, pero no es suficiente. No me dicen nada.
Me dejan llorar, para que vacíe toda la angustia que hay en mí. Me observan y terminan dándome
la caja de pañuelos.
No sé exactamente cuántos he necesitado, pero cuando las lágrimas cesan, veo todo a mí
alrededor que es un manto blanco de pañuelos arrugados.
Lucy, ha vuelto a buscar cobijo en mis brazos. Unos brazos que se sienten repletos de soledad.
Cuando las vuelvo a mirar, las tres están sentadas tomando sus cafés. Observándome, como si
lo que estuviesen presenciando no fuera más que la escena de una película. Las miro, llena de
pena. Como un cachorrito miraría a su dueño y ellas me sonríen con dulzura.
—Muy bien, ya te has desahogado. —Comienza a decir Lola. —No has tardado tanto en sacar
todo ese malestar y esa angustia, así que ahora…
—Pasamos a la segunda fase. —Afirma con voz perversa Cristina.
—¿De qué habláis? —Pregunto confundida.
—Pues de la venganza, hacia el capullo número uno de todo el planeta. —Me responde Paula.
—No sé que voy hacer… a tan solo unas semanas de la boda. —Me lamento una vez más.
—Chica, relájate. No eres ni la primera, ni la última cornuda de todo el país. —Me dice Lola.
—Si tú supieses los cuadros que yo tengo en la consulta… y no lo digo por los que Paula me
regaló. Lo digo por las mujeres que aguantan a sus maridos, porque piensan que van a cambiar.
—Ten, toma un poco de agua. —Dice Paula, a la vez que me ofrece una botellita pequeña.
Doy dos sorbos, intentando diluir la pena que me abraza y hace que todo mi cuerpo tiemble
como una hoja. Me siento frágil, como las alas de una mariposa. Pero no puedo seguir así,
relamiéndome las heridas, tengo que buscar una solución y que mejor que con la ayuda de ellas.
Tomo aire y cierro los ojos. —Yo puedo con todo. —Me repito mentalmente y con los
pensamientos un poco más calmados, hablo con más seguridad.
—Contadme, ¿de qué va esa venganza? —Me seco la boca con la manga y les muestro una
sonrisa, intentando ser valiente.
Me explican que todo depende de mí. Pues, según ellas, debo de volverme fría como el hielo,
dura como el acero… Hacer de tripas corazón, como si no hubiese pasado nada.
Según Lola, que tiene experiencia escuchando a las desdichadas cornudas de sus clientas. Sabe
preparar la mejor venganza de la historia de la humanidad. Pero para ello, no puedo levantar
ninguna sospecha.
Me explican que debo de intentar dejar de llorar, cada vez que recuerde que llevo una
cornamenta.
Me animan diciéndome que soy una mujer del siglo veintiuno. Que no puedo estar llorando a
todas horas por el desgraciado ese, como si yo fuese la puritana de mi tía Elo.
Entre las tres, me van dando consejos e instrucciones, como si estuviesen creando a un
monstruo o adiestrando a un perrito.
Hasta convencerme de que puedo hacerlo.
El plan es muy sencillo.
Tengo que volver a casa y hacer lo que sea que hiciese un día normal. Pero con la excepción
que a Lucy, se la queda Lola. Porque supuestamente está en el veterinario del pueblo de al lado.
Por ello, me tengo que sentir afligida, eso no me resultará difícil, pues la pena me invade.
Paula, se encargará de reorganizar la despedida de soltera, que la verdad no tengo interés en
celebrarla. Pero ellas insisten es que es necesario. Así que me rindo, porque intentar hacer entrar
en razón a estás tres cabezotas, es como nadar a contra de la corriente.
—¿De acuerdo? —Me pregunta Cristina.
—Sí, jefas. —Afirmo con un saludo militar, a modo de broma. Sonriéndoles tristemente.
—Por lo pronto, tienes que responder ésta llamada. —Dice Lola, como si de una prueba se
tratase.
Cris, me da mi móvil, que está vibrando con una llamada entrante que pone “Mi amor” Solo de
verlo me entran nauseas.
Llevan razón, esto se veía venir. Lo que pasa es que no quería reconocerlo. No quería sentirme
perdida y sola, como me siento ahora.
Lo que pasa es que ellas tres juntas, son más peligrosas que una bomba de relojería. Sé que
intentan comprenderme, pero ellas nunca han estado con alguien más de un mes.
Cristina me vuelve acercar más el móvil, como si estuviese achuchándome un perro rabioso y
eso me hace volver a la realidad. Paula, descuelga la llamada y lo pone en manos libres.
—¡Martina! —Suena la voz de Víctor.
—Sí. —Carraspeó, para aclarar mi voz. —Esto… hola.
—Hola, mi amor. — Responde.
Veo el gesto que hace Lola, de morderse los nudillos… para no saltar de la irritación. Paula y
Cris, se meten los dedos en la boca en un gesto de asco y repugnancia.
—Me han dicho que te han visto salir del pueblo, en el coche de Cristina y te has ido del
trabajo. ¿Va todo bien? —Pregunta con preocupación.
—Sí. —Respondo.
Pero Lola, me da un cosqui en la cabeza, en señal de advertencia.
—Bueno no. No, nada va bien. —Recapacito y añado. Sintiendo un nudo mudo que me
presiona la garganta.
—¿Qué te pasa? ¿Qué no va bien? —Pregunta nervioso.
—¡Será capullo! —Replica sin ningún reparo Cristina. A la que miro con cara de pocos amigos
y ella se muerde los labios.
—¿Esa era la voz de Cristina? —Me pregunta confundido.
—Sí, es que a ver… han atropellado a mi gata. Y la pobre está muy malita… —Intento
aclararle, a la vez que doy gracias de que todo esto es una trola.
—Eso me han dicho en la radio. —Dice, algo confundido.
—Sí… por eso ha dicho capullo. Porque se ha acordado del señor que la ha atropellado. —
Digo convincente.
—¿Alguien del pueblo?
—No, era un guiri que se había equivocado, iba mirando el GPS y no vio a la gata… La pobre
mía está fatal. —Me lamento.
—Martina, estás rara. —Insiste, porque el muy cerdo me conoce bien.
—Es que estoy destrozada, la pobre está muy mal. —Insisto con fingida angustia y Lucy,
maúlla. ¡Qué oportuna! —No sé si se morirá...
—La he escuchado maullar. ¿Dónde estás? —Me pregunta. —Mis amigas hacen aspavientos
con las manos, para que le diga que no venga.
—No hace falta que vengas. —Le informo, restándole importancia.
—No, yo no iba a poder ir. Mandaría a alguien a que fuese a estar contigo. —Afirma y sus
palabras me caen como una jarra fría de agua. Ogg… señor dame paciencia.
—Víctor... —comienzo a decirle, entrándome la rabia por el cuerpo. ¡Será insensible!
—Señorita Martina, pase a consulta tres. —Dice Paula, tapándose la nariz y poniendo voz de
chica de megafonía. Esa es la señal que necesitaba.
—Te tengo que dejar, me han llamado. Adiós. —Dejo el móvil sobre la mesita y suelto todo el
aire que habita en mis pulmones.
Con ésta llamada, Víctor me ha demostrado que es una persona carente de sentimientos. Solo
ha realizado esa llamada, para saber si todo entre nosotros sigue igual. Por si acaso, soy tan
estúpida de no ver el carmín de la camisa o si estoy enfadada porque anoche llegó tarde y
borracho.
Por ahora, se cree que lo tiene todo controlado. Pero, lo que él no sabe, es que ésta llamada ha
sido el principio del fin.
Miro a mis tres amigas, que me observan como si yo fuese algo delicado y frágil a punto de
romperse.
Pero en vez de volver a llorar, siento que algo en mi interior ha cambiado. Ahora me noto un
poco más fuerte, más segura, más libre y que él tenga esa actitud, me ayuda a que duela menos.
Sé que ellas quieren lo mejor para mí.
Pero, nadie puede recorrer mi camino, ni nadie puede andar mis pasos, por muy duros que para
mí sean. Es algo que tengo que hacer sola.
2
Ha pasado algo más de una semana, desde que me enteré de la cruda realidad y sigo
aguantando como una campeona.
Aquí estoy, con la maleta preparada y lista para marcharme. Pero, no me voy para abandonar a
Víctor. No, aún no ha llegado ese momento. Me voy de despedida de soltera con mis amigas. O
como ellas dicen, más bien es una bienvenida a la soltería.
He hecho de tripas corazón y he seguido con él como si nada. Como si fuese tonta y no me
hubiese percatado de la maldita camisa con carmín.
Como comprenderéis, en cuanto, estuvo seguro que todo entre nosotros seguía igual, volvió a
su papel de capullo integral.
Yo me he aislado en mi burbuja, viéndolo todo desde otra perspectiva.
Me he marcado una rutina. Me marcho antes de que amanezca al trabajo y solo coincido con él,
para cenar. Cuando Víctor regresa por la noche yo estoy con Lucy, en el sofá terminándome el
postre y leyendo algún libro.
¿La cena de Víctor? Suele estar por hacer, no se le vaya a enfriar pobrecito mío.
Solamente le dejo preparado su batido de proteínas y porque es una forma de vengarme de él,
que ya os contaré como lo preparo.
Todos los días, me vuelvo andando para casa y me centro en el silencio. Me ayuda a calmarme,
a sentirme relajada y a estar entera, sin romper a llorar.
Los primeros días de estar en la casa que había sido nuestro nidito de amor, me agobiaba
mucho. Porque en el silencio de la casa hay mucho ruido, tantos recuerdos vividos, que me
parecen carentes de sentimientos.
Es como si todo hubiese sido una mentira… Víctor, ni se ha inmutado de ningún cambio en mí.
Eso solo puede ser por dos cosas; o yo miento muy bien, o su enorme ego no lo deja ver más allá
de su ombligo.
Lo que sí os puedo asegurar, es que aquella noche en la que volví, aún sabiendo que todo había
cambiado.
Vi la camisa, en la que encontré la prueba del delito perfectamente lavada, planchada y
guardada como si no le hubiera pasado nada. Eso solo significaba, que él quería seguir con este
jueguecito.
Pues muy bien… juguemos campeón.
Las primeras noches, no podía dormir, solo de pensar que vivía con el enemigo. Por eso,
comencé hacer deporte cuando salía del trabajo, me iba a correr. Eso me ayudaba a relajarme y a
dormir como un bebé toda la noche.
Imaginarme a mí, que soy más sedentaria que una tortuga en un recipiente de vidrio. Yo,
haciendo deporte.
Mis amigas intentan hacer lo que sea para animarme, hasta han cambiado el nombre del grupo
del whatsapp, y ahora se llama “Ole, ole, ole Martina tiene dos cojones”

***
Voy conduciendo para la casa de mi padre, pues voy a dejarle a la gata unos días, mientras me
voy de viaje.
Él está al corriente de lo sucedido con Víctor. Claro que no conoce la situación con detalles, no
sabe ni la mitad. Pero aún así, podéis imaginar, como reaccionó.
Como cualquier padre que protege a su princesita. Pero me mantuve calmada y eso lo
tranquilizó. Solo le conté, que Víctor, me era infiel y que lo iba a dejar plantado en el altar.
Si le contaba toda la verdad, era capaz de ir a buscarlo y arrancarle las pelotas de cuajo. Lo
convencí, de que lo tenía todo controlado y le prometí que si necesitaba su ayuda, se la pediría
encantada.
Para hacerle ver que tenía todo controlado, le conté algunas de las cositas que le habían
sucedido a Víctor, desde que tomé la decisión de que no habría boda.
Dos días después del desengaño que recibí, cogí todos los trajes chaquetas de Víctor y después
de lavárselos unas seis veces seguidas con agua caliente y detergente del más malo que había en la
tienda, para desteñirselos, estos se habían estropeado “sin querer”
Con la mala suerte, que me confundí al seleccionar el programa de lavado. Cuando salieron
para tenderlos, en vez de servir para un tío cuadrado de metro ochenta y cinco, como es Víctor.
Solo podían valer para un umpa-lumpa. Habían encogido tanto, que no servían ni para que un niño
hiciese su primera comunión. Por no hablar, del color pardo que habían adquirido.
No hace falta que os diga, la cara de espanto de Víctor, cuando los vio tendidos. Pero claro, yo
le dije que tal vez, no lo entendí bien… o quizás la lavadora se había estropeado.
Puse cara de corderito degollado y dejándolo petrificado como una estatua con más mal humor
del que nunca le había visto, le lancé un beso y me marché a trabajar victoriosa.
Víctor tuvo que estar yendo en chándal al ayuntamiento unos cuantos días… y no os podéis
figurar el complejo que llevaba cuando iba vestido así. Todo un trauma para alguien tan
superficial como él.
Otro día, pensamos en que sus batidos ricos en proteínas y todas esas cosas, que se toma para
cuidarse… podían ser sustituidos por otros ingredientes. Yo como buena novia y perfecta
enamorada, comencé a hacerle sus zumitos, dos veces al día… una por la mañana y otra por la
noche.
A todo eso, le cambie la receta.
¿Qué era baja en azúcares? Tranquilo bombón, te ibas a atiborrar de ellos.
Por alguna, causa inexplicable para Víctor y bien conocida para mí. Comenzó a decir que se
cansaba más en los entrenamientos del gimnasio y comenzó a coger peso.
Lola, me dio unas pastillas que ayudaban a las hormonas para la menopausia femenina, que
toma su madre, lo cual empezó a hacerlo más sensible.
A ver, era lo menos que podía hacer por él. Tampoco le había cortado las pelotas, por ser infiel
y mantenerme su infidelidad hasta el día de hoy.
Supuestamente, sigo enamorada de él.
Porque este pueblo es muy pequeño y las noticias vuelan como la pólvora. Cosa que a mí no
me conviene. Todo el mundo se va a enterar de que soy una cornuda, no me importa. Pero, a su
debido momento.
En fin, sé que ya se rumorea que me voy de despedida de soltera a Madrid, con mis tres
amigas. Ya os podéis imaginar sus mentes cuadriculadas, que nos miran como bichos raros.
(Aunque yo soy un bicho menos extraño para ellos, porque estoy prometida con Víctor Suarez.)
Pero eso de que nos vamos a Madrid y allí nadie va a poder controlarnos. ¿Eso? Es un delito,
con pena de muerte. ¡Por favor! Que barbaridades, hay que escuchar.
La casa de campo de mi padre, es acogedora. No he pasado mucho tiempo en ella, pues la
mayor parte del tiempo estaba en casa de mi tía Elo, ya que él siempre estaba en el cuartel
trabajando. Pero aún así, me sigue pareciendo un lugar maravilloso, con todo lo necesario para
ser feliz.
Cuando aparco el coche, veo a mi padre que me saluda desde el huerto que hay frente a la casa
y yo le sonrío a modo de saludo.
Intento aparentar estar bien, pues a él le preocupa que aguantar hasta el día de la boda, me haga
aún más daño.
Lo que pasa, es que siento que es la mejor forma de concienciarme del giro que va a tomar mi
vida.
Sé que esto va a marcar un antes y un después.
Quiero convencerme, de que todo sucede por algo. Pero la realidad duele muchísimo. Intento
aparentar estar bien, pero por dentro, me siento en ruinas. Daría lo que fuera, porque esto sea una
mala racha, pero es el final de nuestra historia.
—Bueno, Martina. No sé si debo decírtelo… pero sé con quién te la está pegando. —Comienza
mi padre a decirme, tal como llego a él.
—Papá… —Oírlo pronunciar esas palabras, hace que comience a agobiarme. La angustia
vuelve a oprimirme el pecho y una punzada de dolor, me azota el corazón. —¿Quién es? —Le
pregunto, aunque no quiero saber la respuesta.
—Con la hija del alcalde del pueblo de al lado… aquella rubia que se pasaba todos los
veranos con ellos en el cortijo. —Me informa a la vez, que se quita los guantes y los apoya en el
cabo de la zoleta.
—Sí... —Logro decirle.
Trago saliva, intentando disolver la amargura que siento al ponerle cara a esa persona, que
hasta ahora no tenía rostro.
—Déjame ir y partirle la cara de gilipollas que tiene. —Me pide furioso.
—No, no hace falta. Ya te he dicho que si de verdad me quieres, debes dejarme actuar a mí.
Tengo treinta años. —Intento hacerle entender, que puedo con ello.
—De acuerdo. —Acepta poco convencido.
—Bueno, te dejo a la gata aquí. Vengo a por ella cuando regrese. —Suelto de sopetón.
No puedo quedarme. Siento como me escuecen los ojos y las lágrimas quieren salir, no puedo
llorar a moco tendido delante de él; o mi padre perderá la cordura y seguramente irá a buscar a
Víctor.
Cuando arranco mi coche, me despido con la mejor de mis sonrisas. Me alejo de allí y
conduzco en dirección a casa de Lola. Entonces, cuando sé que él no me va a ver, comienzo a
llorar y a liberar toda la tristeza que me inunda.

***
Tengo que decir en mi favor, que nunca, se nos habían ido tanto las cosas de las manos. Nunca
habíamos terminado detenidas, pasando la noche en comisaría. Además, yo no estaba de acuerdo
con la mayoría de cosas que sucedieron esa noche.
No os podéis ni imaginar, por la idiotez que hemos terminado detenidas en comisaría. Dejadme
que os lo cuente…
Cuando llegamos a Madrid, el viernes por la tarde, nos acostamos a dormir, nos despertamos
para cenar y compramos pizzas. Cenamos como cuatro vacas con depresión, para después seguir
durmiendo como marmotas.
Lo peor que pasa en estos casos, es que al día siguiente te levantas con tantísima energía, que
no pudimos parar de hacer planes.
Así pues, el sábado nos fuimos desde por la mañana temprano a recorrer Madrid. Nunca había
estado aquí. Por ello, me quedé embelesada con cada lugar que visitábamos de la enorme ciudad.
Me encantó el parque del Retiro, se me saltaron las lágrimas cuando paseamos en las barquitas
que hay. Porque mirase a donde mirase, solo veía parejitas acarameladas.
En plan súper romántico todo… y yo me sentía, más sola que la una.
El colmo de mi depresión, fue cuando terminé de ver el impresionante espectáculo del Rey
León. Salí desmoralizada. Porque le pedí a Víctor, que buscase un hueco en su ajetreada agenda,
para venir conmigo y nunca quiso sacar tiempo para nosotros. Así que, ya os podéis imaginar mi
estado de ánimo… por el subsuelo lo tenía.
Cuando regresamos al hotel, antes de volver a salir para cenar, nos tomamos unas copitas en la
suite para ir cogiendo tono.
Una vez que habíamos terminado de cenar, yo ya me encontraba un poco piripi. No tenía interés
en seguir con la juerga, tenía ganas de ver una peli romántica, comer helado y llorar lamentándome
de mi desafortunada vida.
Pero, las malas influencias de mis tres amigas, sabían bien mis intenciones y me convencieron
para seguir ingiriendo cantidades indecentes de alcohol.
Me repetían una y otra vez, que el desamor es una herida que tenemos en nuestro corazón y
como una herida que es… según dicen ellas, la mejor forma de curarla es con alcohol, para
primero desinfectarla y que comience a cicatrizar.
Mal hice, en seguir con la juerga y dejarme convencer…. Perdí la cuenta de las copas que me
tomé.
Solo recuerdo que llegamos a una chupitería, donde conocimos a unos chicos que no paraban
de invitarnos a rondas. Porque se pensaban que eran un pase directo al interior de nuestras bragas.
Hasta que Paula, los espantó diciéndoles que a nosotros nos iba el rollo bollo. Vamos que
éramos lesbianas.
No tengo nada en contra de la homosexualidad, a mi me encantan. Mientras dos personas se
quieran, por mí… todo lo demás no importa. Porque al fin y al cabo, solo son dos corazones que
laten al mismo tiempo.
No sé exactamente en qué momento los perdimos de vista. Porque tampoco sabía en que
momento de la noche, había perdido el norte.
Tuve la brillante idea de convencerlas y volvernos caminando hasta el hotel. Así se nos bajaría
un poco la borrachera. Pero sin duda alguna, esa fue peor decisión que la de aceptar seguir
bebiendo toda la noche.
¿Qué se le puede ocurrir a una borracha?
¡Una estupidez!
Porque íbamos caminando en silencio, cada una metida en su mundo de chupi y de repente, oigo
la voz de Lola, que me saca de todos mis pensamientos.
—¡Corred, cabronas! —Grita Lola, a la vez que todas comenzamos a correr asustadas. Pues
algo grave debe de pasar.
A ninguna de las restantes se nos ocurre preguntarle ¿Correr? ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Paula y yo, nos quitamos los tacones y con los tacones en mano, corremos como si no hubiese
un mañana. Corremos como ovejas peladas, como si nuestra vida dependiera de ello. Entonces,
oímos gritos a nuestras espaldas…
—¡Venid para acá, ladronas! ¡Ladronas! —Los gritos de varias voces desesperadas, nos hacen
correr aún más.
¿Ladronas? Pero si yo no he robado, nada en toda mi vida. Menos mal que al girar la calle está
nuestro hotel.
Cuando llegamos al hotel, comienzo a arrepentirme de todas las copas que me he tomado a lo
largo de la noche. Tengo el estómago agitado y todas las copas, quieren salir por mi boca a la vez.
¡Qué fatiga!
Así pues, comienzo a abanicarme con mi mano y Lola vuelve a hablar.
—Actuad con naturalidad. —Dice, faltándole el aliento. —Sonreír y saludar.
Todas conocemos a la perfección la regla de “sonreír y saludar” ¿No sabéis cual es?
Consiste en poner caras de súper simpáticas, adorables de la muerte, sin decir ni una palabra y
parecer normales, no unas locas.
El botones que nos acompaña en el ascensor, nos mira embelesado. Yo sigo sin quitarle ojo a
Lola, porque no me explico porque sigue empeñada en aguantarse cerrado el abrigo.
¡Qué calor! Para ir tan tapada.
Cuando salimos del ascensor, Paula, le lanza un beso al chaval, y este no puede evitar mostrar
una amplia sonrisa.
Caminamos en silencio, aún con nuestras respiraciones aceleradas. Paso la tarjeta por el lector
que hay en nuestra puerta y cuando entramos en la habitación del hotel…
¡Tachan! Lola, descubre el pastel.
La respuesta a nuestra carrera de antes, cuando nos gritaban —¡ladronas! —y también el
porqué venía sujetándose con énfasis el abrigo en el ascensor.
Se agacha y suelta con mimo en el suelo, un precioso perro pequeño de color marroncito. Creo
que por la raza es un chigua-gua.
—¿Tía dónde te lo han regalado? —Pregunta Cristina con alegría, que no da pie con bola.
—Estaba abandonado junto a una farola. —Explica Lola.
—¿No me digas que por eso corríamos? —Pregunta aún faltándole el aliento Paula atónita.
—Sí. —Afirma Lola.
—¡Lo has robado! Por eso nos gritaban ladronas. —Le recrimino y Lola, comienza a reírse
como una loca.
—Estaba solito amarrado a una farola. —Comienza a decir Lola en su defensa.
—¿Y has tenido la brillante idea de cogerlo para ti? —Le pregunto patidifusa.
—Mira que ojos tan grande tiene y la forma tan adorable en la que nos mira. —Comenta Lola
con mimo, a la vez que se arrodilla y comienza a acariciar al perro, que se vuelve feliz de recibir
atenciones y comienza a lamerle la cara con entusiasmo.
—Es un chigua-gua, tiene los ojos saltones… es normal que te mire así. —Le replico.
—Venga, no pasa nada… mañana lo devolvemos. —Ataja Cristina quitándole importancia al
asunto.
—¿Estáis locas? Nos podemos meter en un problemón, por culpa del maldito perro. —Les digo
sonando histérica.
—Tranquila Martina. —Bromea riéndose Paula, que está tecleando algo en su móvil.
—¿Tranquila? ¡Cuando me muera, voy a estar tranquila! —Les digo exasperada. —Esto no está
bien.
—Tú te trajiste a Lucy de Murcia. ¿Ya no te acuerdas? —Me recrimina Lola, a la vez que me
mira intentando dar lástima con el perro.
—Era diferente, ella sí estaba abandonada… ¡Estás loca! Mañana lo devuelves a sus pobres
dueños —Le ordenó.
—¡Chupi! —Exclama Cristina y Lola, a la vez que me abrazan contagiándome con su risa.
—Estáis locas. —Afirmo de nuevo.
—Lo estamos y tú también, por hacernos andar media hora hasta el hotel. —Dice Paula, a la
vez que sigue tecleando algo en su móvil.
—Era para que se nos bajase un poco el alcohol. —Añado en mi defensa. —¿Con quién
hablas? —Le pregunto a Paula.
—Con Ricky. —Afirma.
—¿Ricky? ¿Quién es Ricky? —Le pregunto.
—Ricky, el que te va a echar un kiki. —Dicen al unísono las tres y comienzan a reír
maliciosamente ante la rima.
No le veo la gracia al asunto y mucho menos cuando llaman a la puerta.
Es en ese momento sé que algo no va bien, que no deberían de estar riéndose. Sé que cuando
abramos la puerta, todo va a cambiar.
Seguramente estamos metidas en un buen lío. A mí se me va el calor del rostro y comienzan a
sudarme las manos.
Nos han pillado, vienen a por nosotras.
¡Se acabó! Nos hemos metido en un buen lío.
Paula, camina hacia la puerta decidida, me mira y antes de abrir, se queda en ropa interior,
alzando sus cejas juguetonamente varias veces.
Cuando abre la puerta, ella se pasa una mano sutilmente por su escote y se acaricia con
delicadeza.
Al otro lado de la puerta un policía, con cara de no dar crédito de dicho recibimiento, mira
hacia el interior de nuestra habitación. Buscando una explicación.
¡Nos han pillado! ¡Es nuestro fin! Han venido a por nosotras, vamos a la cárcel de cabeza.
Pero el hombre sigue sin articular palabra, mirando con ojos centelleantes a Paula, que le
regala una sonrisa pícara y se lanza a sus brazos. A la vez que lo rodea con sus largas piernas por
la cintura. El joven policía no sé niega a ello y la sujeta con agrado.
Acto seguido Lola y Cristina, se acercan seductoramente hacia él. Y a mí, todo me parece
irreal.
Si él, es Ricky, la verdad que se curra muy bien el disfraz. Pero, yo sigo petrificada en el
mismo lugar.
Cuando vuelvo a la realidad de lo que está sucediendo, veo como se deja magrear por las tras
abusonas de mis amigas. Dejándose que lo amarren al cabecero de la cama, entre risas y
besuqueos.
—Ricky, te esperaba más bajito. —Dice Paula, mientras le da un beso en los labios.
—No me llamo Ricky. Señorita verás... —Intenta aclarar el hombre un poco azorado y
descolocado de lo que está viviendo.
—Eso no importa Pau. ¡Vente para acá moreno! —Exclama ansiosa Cristina, interrumpiéndolo,
a la vez que Lola, comienza a desvestirlo.
—Martina, ¿no te animas? —Me pregunta Lola. —Es para ti.
—No, no me encuentro bien. —Les digo y me marcho para el baño.
Corro hasta llegar a lo justo. La bilis crece desde mi estómago y comienzo a vomitar.
No sé exactamente el tiempo que pasa, hasta que mi cuerpo deja de castigarme por el exceso de
alcohol.
Todo me da vueltas y la cabeza parece que va a estallarme de un momento a otro. Siento unos
latigazos agudos en mis sienes y los latidos de mi corazón, en mi amarga garganta.
Me desvisto, pongo el pestillo en la puerta del baño y me doy una ducha con agua tibia, para
despejarme.
Aunque estoy en silencio con mi aturdida mente, oigo los gritos de diversión de mis tres
amigas, que se están montando un fiestón de lo lindo, con Ricky.
Pero no tengo ánimos para unirme a ellas.
Sinceramente, no se me apetece magrear a un hombre, como si fuese un objeto sexual. Porque
al igual que no me gusta que nos traten a las mujeres así, tampoco me gusta que se lo hagan a ellos.
Aunque, él no parecía muy disgustado ante la escena que estaba viviendo. Estaba disfrutando
de lo lindo. Supongo que preferirá tres jóvenes borrachas, que tres vejestorios con dentaduras
postizas.
Cuando me siento más calmada y con la mente despejada, cierro el grifo de la ducha y me
salgo. Me pongo un conjunto de ropa interior y comienzo a llorar, supongo que de la borrachera y
porque el conjunto me trae amargos recuerdos. Es un conjunto de lencería, que me puse una noche
para intentar captar la atención de Víctor, es sencillo de encaje en color negro con unas braguitas
con pedrería a juego.
Pues sí que estoy sensiblera y borracha.
Me miro en el espejo y me siento como una perdedora. Me siento confundida, no le veo sentido
a nada de esto. Tendría que haberlo dejado antes y no alargar ésta agonía.
¿Cómo he podido permitir caer en el malicioso juego de mis tres amigas?
Me seco el cabello e intento alisarme un poco mi rebelde melena. Me miro en el espejo, a la
vez que me acerco al lavabo, para quitarme las lentillas y ponerme las gafas.
¡Auch! Me duele la cadera. No recuerdo haberme caído…
Pero ¿qué cojones? ¿Tengo un tatuaje?
¡Un tatuaje! ¿Un timón? ¿Y yo en qué momento de la noche me lo he hecho? Tengo la piel aún
enrojecida.
Me pongo las gafas rápidamente y me coloco una camiseta grande que me queda como mini
vestido.
Salgo hecha una furia, para que me den una explicación. Pero me detengo en seco, cuando veo
la escena que hay frente a mí.
Un policía enanito desvanecido en el suelo.
¿Estaba muerto?
El boy que había estado amarrado al cabecero de la cama, está con una erección más grande
que la de un caballo y eso, que aún lleva puesto los calzoncillos.
¡Gracias a Dios! Se está vistiendo.
Luego están mis tres amigas, con sus ropas puestas, las tres esposadas y sentadas en el filo de
la cama. Y finalmente otro policía mucho más mayor, que me mira con cara de irritación y se
dirige hacia mí, con cara de muy pocos amigos.
—Yo no he hecho nada, no he robado nada. ¡Soy inocente! —Intento aclarar, a la vez que
levanto las manos en señal de paz.
—Eso me lo cuentas mañana. —Coge un albornoz que hay en el suelo, le quita el cinturón y me
mira enfurecido. —Las manos sobre la espalda.
—Pero, ¿qué habéis hecho? —Les pregunto enfadada a mis tres amigas. —¿Lo habéis matado?
—¡Mantente calladita, como están ellas! Cualquier cosa que digas puede ser usada en tu contra.
—Me aclara, a la vez que me toma de las manos, las gira con brusquedad a mi espalda y me las
amarra con el cinturón del albornoz.
—Pero… —Intento comprender, lo que sea que ha pasado.
—¡Silencio! —Me ordena y me sienta junto a la ventana alejada de mis amigas. Cuando las
miro, las tres siguen divertidas riéndose, como si todo fuese una broma. —Ustedes jovencitas,
estáis en un buen lío. —Dice señalándolas. —Y tu agente, esto es… imperdonable. —Recalca, a
la vez que le tira la chaqueta.
—Todo tiene una explicación. —Comenta y mira con una sonrisa socarrona a mis amigas.
—¡Deje de perder el tiempo! Estamos aquí por otra cosa. Llame al agente 06 y dígale que
mueva su culo hasta aquí.
—Pero está libre ésta noche. —Le responde el boy.
—¡Me importa una mierda! Son cuatro, no caben en el coche y no hay más patrullas que puedan
venir de inmediato. —Gruñe malhumorado, el hombre que me ha amarrado.
Intento mover las muñecas para liberar mis manos. Pero me ha hecho un nudo fuerte.
¡Auch…! Me está haciendo daño.
Nuestro boy falso, comienza hacer una llamada y veo como se pasea nervioso por la
habitación. Hasta que comienza hablar.
—Lo siento tío, son cuatro. La noche está muy concurrida con los ultras ingleses y están las
patrullas afuera. Iker, entiéndelo, que no nos las podemos llevar a todas de una vez en el coche
patrulla. —Hace una pausa. —No es un favor, es una orden del jefe.
Cuelga la llamada y mira con cara de corderito degollado al hombre malhumorado. Asiente con la
cabeza y el otro también.
Miro al pobre enanito desvanecido en el suelo. El joven se agacha y se guarda una máquina a su
cinturón.
¡Ostras! eso es una máquina de descargas eléctricas. ¡Joder! ¿Qué habrá hecho el pobre hombre?
Observo a mis amigas, que me miran queriéndome hablar por telepatía. Pero aún me siento
mareada y no soy capaz de dar crédito a lo que estoy viviendo.
Las miro con cara de pez, ósea con cara de <<no me estoy enterando de nada.>>
Entonces, hacen un gesto que sí comprendo al instante. Señala Paula, en dirección al enanito
que se está espabilando un poco. Luego Cristina, hace un gesto con la cabeza hacia Lola.
¿Lola lo ha electrocutado?
Mis ojos se abren como platos, entonces comprendo que estamos metida en un buen lío… Se
han confundido con el policía, pensando que era el boy.
¿El enanito es el tal Ricky? ¿Están de broma? Me da la risa, culpo al alcohol. Cuando me doy
cuenta de que los dos policías enfadados me miran, comienzo a toser falsamente.
Pero se me corta la risa y creo que también la respiración, cuando mis ojos lo ven… Es un
joven de unos treinta y pocos años ¿Ese es Iker? Pues vaya con el poli, si se llegan a confundir
con que este Ricky, me hubiese apuntado hasta yo.
Es alto y tan corpulento como un armario empotrado. Los músculos se le ciñen a la sudadera
que lleva puesta y parece quedarle una talla más pequeña. Tiene el pelo rubio, con un corte
clásico descuidado. Su rostro es serio y de pocos amigos…
¡Anda que estamos rodeadas de miss simpatías! Su mirada es más oscura que una noche sin
luna y es desafiante, lo que intimida aún más, con su barba incipiente de varios días. Dándole un
toque peligroso y salvaje.
—¿Qué cojones pasa aquí? —Pregunta molesto.
—Ya te lo explicaré. —Le dice nuestro boy falso, el que por lo visto también es policía y se
deja magrear por mis amigas. ¡Qué personaje!
—Y tanto que tiene que explicar. —Dice con desaprobación el hombre malhumorado. —Cuatro
borrachas, una despedida de soltera, un robo, una agresión al boy y… —hace una pausa, —una
casi violación consentida, al agente Andrés.
—¿Y este es el boy? —Pregunta con una sonrisa divertida, señalando al pobre enano, calvo y
regordete; que ya se encuentra consciente sentado en el suelo, que se está rascando la cabeza,
parece desubicado.
— Sí. —Vuelve a aclarar el jefe, a la vez que se dirige hacia mis tres amigas. —Señoritas,
andando.
—Agente Andrés. Tú, te vienes conmigo. —Le ordena, haciéndole un movimiento con la
cabeza.
Pero ¡qué mandón es este hombre!
—Encárgate de ella. No cabe en el coche. —Dice señalándome a mí.
3
Después de ver como mis amigas se han marchado, una tras otra sin decir ni mu y que el boy
falso ha salido a la vez que Ricky. Me quedo sola con el malhumorado miss simpatía, que me
observa con cara de pocos amigos.
Parece aún más enfadado, por tener que hacerse cargo de mí. Por cada segundo que pasa, veo
como toma aire molesto y se aproxima hasta mí. Conforme más se acerca, más pequeña me siento.
Veo como se le ensombrece el rostro.
Su mirada es de pocos amigos y me mira con irritación. Se detiene durante unos segundos en
mis ojos y siento que con su mirada me traspasa el alma. Pues sus ojos brillan de las malas pulgas
que tiene.
No sé, confundirse de persona, no es para llevarnos a comisaría. Pero claro, le han dado una
descarga eléctrica…
El tal Iker, está tan cerca de mí que un escalofrío me recorre el cuerpo. Es muy atractivo.
Pero esa mirada de hostilidad, me intimida demasiado y me siento incómoda. Por lo que desvió
mis ojos en otra dirección, para evitar el contacto visual con él.
Hago como si la cosa no va conmigo y comienzo a mirar con interés el suelo, a ver si desiste y
se marcha; o por suerte viene una nave espacial y me absorbe; o me traga la tierra.
¡Lo que sea! Con salir de esta bochornosa e incómoda situación.
—Muy bien… —Comienza a decir. —La habéis liado de lo lindo. —Comenta sin ningún atisbo
de amabilidad.
—Yo… lo siento. —Digo, sin poder mirarlo avergonzada.
—A mí… por mucho que te disculpes. Me habéis jodido mi noche libre. ¡Levanta! —Me
ordena con voz fría y hago lo que me dice. ¡Qué mal carácter!
Cuando me veo frente a él, a tan escasos centímetros, doy un paso hacia atrás por acto reflejo,
es mi instinto de protegerme.
Me intimida demasiado.
Entonces me desestabilizo y pierdo el equilibrio. Pero cuando siento que me estoy cayendo y
me voy a partir la cara, porque no puedo apoyar las manos; noto como él me agarra por el brazo.
Me gira contra la ventana y siento sus fríos dedos soltarme las muñecas.
¡Vaya! Que agilidad, de movimientos.
El alivio de la liberación de mis manos, es incomparable. Entonces, esa sensación de alivio
dura menos que una pompa de jabón. Pues enseguida oigo las esposas abrirse y siento el frío
acero rodearme una muñeca y cuando la cierra, me aprieta demasiado.
Me duele.
—¡Au! —Me quejo. —Por favor, no me esposes. —Le ruego.
—Quédate quieta. —Me ordena.
—Por favor, no lo hagas. —Le vuelvo a suplicar.
Siento un nudo de angustia, que me oprime la garganta. Me giro para mirarlo y en sus oscuros
ojos azul zafiro, me parece ver algo de lástima y duda.
—¡Mira! —Le digo a la vez que le muestro mis muñecas rojas y doloridas, de haber estado
atada antes. —No me voy a escapar, te lo prometo.
Me observa en silencio, esperando que diga algo más, pero no lo hago. Continúo con mis
manos frente a su pecho, mostrándole la rojedad e hinchazón, que comienza a aparecer en mis
muñecas.
Por unos segundos parece ausente, a pesar de que sigue con su mirada desafiante, parece como
si dentro de él se estuviese debatiendo una batalla.
Cuando estoy a punto de desistir, lo oigo murmurar algo desagradable, que me resulta
indescifrable y me quita la esposa que me había puesto, en mi muñeca derecha.
El alivio que siento es enorme.
¡Por fin! Algo bueno que me ocurre en toda la noche. Ese momento, fue como respirar.
Como acto reflejo de mi agradecimiento y de que sé que aún tengo algo de alcohol en sangre.
Sin pensarlo dos veces y pillándolo por sorpresa, lo abrazo llena de felicidad.
—¡Gracias! —Exclamo entusiasmada, agradecida y con total sinceridad. A la vez que tengo mi
cara enterrada en su pecho.
Entonces, su aroma embriagador me envuelve. Una fragancia sutil, a cítricos y a chocolate. Un
aroma muy seductor y atrayente. Una mezcla entre dulce y salvaje, que hace que se me reseque la
garganta. Trago saliva y me humedezco los labios, a la vez que lo observo. Sus ojos tienen las
pupilas dilatadas, él también me rodea con sus fuertes brazos y me mira confundido.
Las lágrimas se me agolpan en los ojos y siento como me agarra de los brazos para librarse de
mí.
—Venga osito amoroso, andando. —Me dice con un tono más suave, a la vez que se suelta de
mí.
Obedezco y lo sigo, secándome las lágrimas con mi antebrazo.
Caminamos en silencio por el largo pasillo en dirección a los ascensores. Siento sus ojos
clavados en mi espalda, como si me quisiera fulminar. Su semblante tan serio, me hace sentirme
diminuta.
Mientras camino, sigo sin dar crédito de lo sucedido. ¿Cómo han podido mis amigas ser
capaces de llegar tan lejos? ¿Confundir a un poli con un boy enano? Están locas. Hay una enorme
diferencia de altura. No sé en qué cojones estaban pensando... ¿Y el perro? ¡El chigua-gua!
Me giro instantáneamente para preguntarle por el perro. Pero supongo que se piensa, que me
voy a escapar o voy a salir corriendo. Porque de forma automática me hace un placaje contra la
pared, chocando mi cabeza contra ésta.
—¡Au! ¡Qué bruto eres! —Me quejo molesta.
Él me mira con el ceño fruncido y noto como sigue inmovilizándome, con sus enormes manos.
Siento su aliento en mi piel y se me seca la boca, el tenerlo tan cerca.
—¡Que no me voy a escapar! —Gruño cabreada, a la vez que intento empujarlo y apartarlo de
encima de mí. Pero, no se mueve ni un milímetro.
—No es lo que parecía que ibas a hacer. —Responde en un tono sereno y seguro.
—¿Te apartas? No puedo respirar. —Le pido irritada, pues no se quita. Pero deja de sujetarme
tan fuerte contra la pared. —Solo te iba a preguntar por el perro. —Le digo en un susurro.
—¿Qué perro? —Pregunta confundido.
—El maldito chigua-gua.
Me sigue sujetando con su mano sobre mi cadera. Siento molestias. Pues donde tiene su mano,
es justo donde está el dichoso tatuaje.
Además, tener a Iker, tan cerca hace que se me nuble la mente. Pues me hace sentir una
atracción, que no he tenido nunca por nadie. No tengo interés en moverme de aquí, en toda mi
vida. Es más atractivo aún de cerca.
Tener su cara a escasos centímetros de la mía… me da ganas de lanzarme a sus brazos. Si tú
hubieses sido Ricky… me muerdo el labio inferior, distraída en mis perversos pensamientos.
Siento su mirada fija en mis labios.
Me encantaría besarlo.
Salgo de mi distracción cuando un matrimonio de ancianos, nos juzgan con sus miradas.
Seguramente pensándose, que somos una pareja que se mueren de la pasión.
Nuestras miradas se cruzan y cuando me fijo en sus severos ojos, no puedo evitar que se me
escape una sonrisa nerviosa.
Pero para mi sorpresa, Iker, me devuelve la sonrisa divertido y me desarma entera. A su vez
suelta un suspiro, y veo que deja de estar en tensión.
Cuando ha sonreído le ha cambiado la cara y os prometo que es irresistible. ¿Cómo alguien con
el rostro tan agrio, puede convertirse en un dios griego cuando sonríe? Pero, rápidamente se
separa de mí y me suelta.
—Andando. —Vuelve a ordenarme, con ese tono de voz arrogante. —No sé de que perro
hablas. —Comenta con indiferencia.
—El que tomo prestado por equivocación mi amiga. —Le explico, levantándome la camiseta y
mirándome el tatuaje, que hace que me arda la piel.
—¿Habéis robado un perro? —Me pregunta incrédulo. Yo lo miro y asiento. Me vuelvo
agachar la camiseta, al darme cuenta que me ha visto las bragas. Una risa irónica emana de su
garganta. —¿Estás bromeando?
—No. —Afirmo con sonrisa nerviosa.
—¿Me jodéis la noche por un maldito perro? —Vuelve a preguntar sin dar crédito.
—Teóricamente sí… —Respondo, sin saber cómo se va a tomar eso.
—¿Y con la que llevabas, te acabas de hacer un tatuaje? —Pregunta aún más irritado.
—Sí… bueno… antes no lo tenía. —Le explico, pues no recuerdo habérmelo hecho.
—Un timón… —Dice mirándome con la vista perdida en sus pensamientos. Niega con la
cabeza y me mira con dureza. —¡Andando! —Me vuelve a ordenar de nuevo, con el mismo mal
genio que antes.
Adiós al dios griego.
Mientras estamos en el ascensor, nos quedamos en silencio, sin cruzar ninguna mirada. Me
ignora, así que me fijo en el chico que nos acompaña.
El botones, al que antes le estuvimos sonriendo las cuatro, me lanza una sonrisa conquistadora
y cuando le voy a devolver la sonrisa... Las puertas se abren e Iker, me pone la mano en el hombro
y me empuja para salir.
¡Será grosero y maleducado!
—¿Estabas ligando con él, mientras estás siendo detenida? —Me pregunta incrédulo.
—No. —Afirmo. Pero apresura el paso hacia la puerta y tengo que aligerarme. —Se supone
que estoy detenida y me dejas detrás… ¡vaya mierda de policía que eres!
—¿Cuánto has bebido? —Me pregunta enfadado, parándose en seco y me doy de bruces con él.
—Un poco, además solo estaba siendo amable con el personal del hotel. —Respondo, pues por
alguna extraña razón, me gusta molestarlo.
—Seguro que sí… y casi os cargáis al pobre enano. —Me recrimina.
—Yo no he hecho nada. —Le digo en mi defensa.
—Sí, eso siempre dicen todos. —Afirma, a la vez que abre la puerta trasera de su coche. —
Entra. —Me ordena.
—¿Puedo ir delante contigo?
—En otra ocasión y en otras circunstancias, probablemente. Pero no es el caso, así que a
dentro. —Me ordena, haciéndome un gesto con la cabeza.
Sé que no voy hacerlo cambiar de opinión, así que me meto en el coche sin rechistar.
El cuero frio de los asientos, rozan mis muslos y hace que se me erice la piel. No he sido
consciente hasta este mismo instante de que estoy solamente con la camiseta de dormir. Y ésta me
cubre todo a lo justo.
¿Cómo he podido dejar pasar una cosa así?
Necesito algo más, pero si se lo pido…No me va a dejar volver a por nada para taparme, con
esa mirada tan impenetrable que tiene.
Me pongo el cinturón y me abrazo a mí misma, intentando guardar el calor y cubrirme un poco.
Veo como me observa sin decir ni una palabra y entonces, pone la calefacción.
Estamos un rato en silencio, hasta que siento la necesidad de hablar con él. No quiero que me
vea como una delincuente, pues no lo soy.
—Gracias. —Susurro. —Oye, de verdad… que no he hecho nada. —Intento aclararle.
—A mí eso me trae sin cuidado. Solo hago mi trabajo. —Dice en un tono glacial.
—Vale, solo quería que supieras que soy inocente. —Vuelvo a insistirle.
—Vale. —Responde indiferente.
—Lo de robar el perro, no me enteré hasta que estábamos en la habitación y cuando se presentó
el policía… mis amigas se pensaron que era el boy. Como no se opuso y dejo que lo
desnudaran… —Comienzo a contarle.
—¿Lo desnudaron? —Pregunta alucinado.
— Sí. Bueno, yo cuando vi que él se dejaba amarrarse a la cama, me fui al baño. —Le
respondo con naturalidad.
—¿Lo amarraron a la cama? —Pregunta incrédulo.
—Te he dicho que creían que era el boy. —Le digo una vez más.
—¿Por qué te fuiste al baño? —Me pregunta y a la vez veo que me mira por el retrovisor.
—Porque… —hago una pausa. —Yo no quería eso, porque no me voy a casar. Además, el
haber corrido con todo lo que había bebido, me removió el estómago y me encerré en el baño.
—Entonces ¿es tu despedida de soltera? —Pregunta con interés.
—Bueno te he dicho que no me caso, voy a cancelar la boda en cuanto pueda. —Respondo,
deseando que todo esto acabe cuanto antes.
No dice nada más.
Ambos nos mantenemos en silencio.
Observo como continua con la vista fija en la carretera y no sé porque he querido aclararle un
poco las cosas, ni yo misma me conozco.
Quiero que me vea como una chica normal y no como una auténtica loca, pero justo cuando le
voy a contar que Víctor, me es infiel y que tengo pruebas, me saca de mis pensamientos con ese
tono suyo tan frio y cortante.
—Hemos llegado. —Dice, como si no me hubiese estado escuchando.
Es un insensible, como Víctor, es otro capullo integral. Detiene el coche y se baja dando un
portazo.
Intento abrir mi puerta, pero está bloqueada. Será cretino… se pensaba que iba a huir.
Me abre la puerta y espera a que salga del coche. Me mira, de una forma extraña. Estoy tan
molesta con él, que no aparto mi mirada de la suya y siento que le desafío con ella.
Cierra la puerta del coche y se dirige hacia el maletero. Lo observo enfadada, coge una bolsa
de deportes del maletero, la abre y saca una sudadera que me la lanza a la cara.
—Póntela, ahí dentro… esto es mejor que eso que llevas puesto. —Me dice recorriendo, con
su mirada todo mi cuerpo.
Le hago caso sin rechistar.
Me la pongo y noto como al levantar las manos, se me sube la camiseta.
Entonces, siento como me pone sus manos en mis caderas, para que la camiseta no se suba más.
Al tocarme, una corriente de electricidad me recorre el cuerpo y doy un sobresalto apartándome
de él.
Cuando saco la cabeza por el cuello de la enorme sudadera, me ajusto mis gafas e Iker, me
sonríe con cordialidad.
—¿Qué haces? No me toques. —Gruño. —Tienes las manos muy largas.
—Te estaba aguantando la camiseta. —Dice con una sonrisa traviesa.
—¿Te hago gracia así vestida? —Le pregunto irritada.
—Sí, me desconcentras menos que con esa camiseta. —Afirma.
—Eres un capullo. —Le digo molesta.
Me miro y veo como me queda enorme, es como una talla XXXXL.
—Gracias, no esperaba menos. —Me responde con una sonrisa de arrogancia. —Dame las
manos.
—No. — Afirmo. Sé lo que pretende.
—Tienes que entrar ahí dentro esposada. —Me dice sacando las esposas y mirándome con
seriedad.
—¡Qué no! —Vuelvo a decirle y él me sonríe.
Esa sonrisa que estoy empezando a odiar y que a la vez me gusta.
—Venga, las manos en la espalda. No te las apretaré. —Me promete y hago lo que me ordena.
—Por favor, no te pases. —Le suplico y siento el frío acero rozarme la piel.
Cuando ha terminado de esposarme, me pone la mano en el hombro y comenzamos a caminar en
dirección a la puerta de comisaría.
—No soy una delincuente. —Digo con un nudo de angustia en la garganta.
—Eso aún no lo sé. —Me susurra a escasos centímetros de mi oído y su profunda voz, me eriza
la piel. —Mantén la boquita callada ahí dentro y no te caerán muchos años de cárcel.
—¿Cárcel? —Pregunto en un gritito alarmada.
—Es broma. —Ríe divertido y niega sin dar crédito. —Venga osito amoroso, camina. —Me
pide con mirada cálida.
—¿Te hace mucha gracia? —Le pregunto irritada.
—Bastante. —Afirma.
Pero esa bonita sonrisa se le borra, al entrar por la puerta de comisaría.
Se acerca conmigo hasta el mostrador y yo busco con la mirada a mis amigas.
Ni rastro de ellas.
Hay algunos detenidos, con unas pintas que hablan por sí solas. Que es obvio que ellos son los
delincuentes, no yo.
¡Qué no he robado en mi vida!
Entonces, veo a Ricky sentado en una silla. Por acto reflejo, me dispongo a ir hacia allí y
pedirle disculpas al pobre hombre.
—¿A dónde crees que vas? —Inquiere Iker, tirando del gorro de la sudadera hacía él.
—A hablar con Ricky. —Le explico confundida.
—Estás detenida, no en una excursión. —Me dice en un tono serio y frío. Vuelve a tener la cara
de pocos amigos.
—¿Dónde está el poli bueno que me ha dejado la sudadera? —Le pregunto intentando sonar
amable y lo miro con inocencia.
—Muy graciosa. No te muevas de mi lado. —Me ordena.
—Pero… —No continuo, porque me lanza una mirada de enfado, que sé que no voy a
cambiarlo de idea.
No puedo evitar poner cara de aburrida y eso parece hacerle gracia.
—¿Cómo te llamas? —Me pregunta a la vez que coge un papel y un bolígrafo.
—Martina. —Respondo, comienza a escribirlo y veo como sonríe. —¿Qué te hace tanta
gracia?
Pero cuando me va a responder, se le borra la simpatía de la cara. Este tío es bipolar. Pero por
el rabillo del ojo percibo una sombra, comprendo porque se ha puesto tan serio.
El hombre que me amarró las manos con el cinturón del albornoz, ese que hace unos nudos, que
parece que los ha aprendido en los scouts. Se acerca hasta nosotros y me mira con desaprobación.
—Señorita, tiene derecho a una llamada. Sus amigas dicen que llame a Víctor. —Dice en un
tono neutro.
—¿A Víctor? —Pregunto incrédula.
—Efectivamente. —Afirma.
—Prefiero antes pasar aquí la noche. —Le digo con todo mi honor.
—Muy bien, pues andando. —Me dice el hombre malhumorado.
—Le estoy tomando los datos. —Dice Iker.
—No hace falta, puede irse a descansar y mañana tienes el día libre. Gracias. —Dice el
hombre, a la vez que nos dirigimos por un largo pasillo.
Me giro para buscar a Iker, pero ya se ha ido.
¿Qué pensaba? ¿Qué iba a estar allí en el mostrador mirándome? ¿Qué iba a ser mi amigo?
¡Baja de las nubes Martina!
Cuando llego, veo a las tres sentadas en una esquina de la celda. Me miran con cara de ilusión
y cuando ven que yo también voy para adentro con ellas, no dicen nada y sus rostros se apagan.
Las fulmino con la mirada y me siento al lado de Paula. Sé que podría haber llamado a Víctor,
hubiese llamado a su primo que es abogado y hubiésemos salido ésta misma noche de aquí.
Pero, no puedo… no puedo traicionarme de ésta forma a mí misma.
Ellas no lo comprenden, para mí no es un juego. Son mis sentimientos.

***
Obviamente, me pasé el resto de la noche sin dormir, era un lugar muy hostil y me sentía fuera
de lugar. Pero me hubiese encantado quedarme dormida, para no escuchar las mil disculpas de mis
amigas.
Me mantuve en silencio la mayor parte del tiempo, porque estaba asqueada de mi patética vida.
No estaba furiosa con ellas. Solo deseaba que ésta pesadilla terminase, necesitaba acabar mi
historia con Víctor, cerrar ese capítulo de mi vida y pasar página.
Estaba cansada, solo quería acurrucarme en mi cama y olvidarme del mundo entero.
Me refiero a mi cama de infancia, en casa de mi tía Elo o en casa de mi padre. Lo que ansiaba,
era estar lejos de aquí, de este lugar tan desagradable y frío.
A pesar de todo la que liaron y de lo mal que nos fue la noche, tuvimos suerte.
Ricky, resultó ser más bueno que un trocito de pan. No nos denunció y se despidió de forma
amigable de nosotras. No sé si su actitud era causa de que se le habían quemado las neuronas, tras
la descarga eléctrica. Pero el hombre, aceptó las disculpas de Lola, a cambio de quedar para
tomar un café con ella, un día que él fuese a nuestro pueblo. Fíjate, que hombre tan simpático.
Por otro lado, el boy falso el tal Andrés, tampoco puso cargos contra nosotras, porque él tuvo
parte de culpa, por dejarse seducir por mis tres amigas.
Lo único que sí tuvimos que pagar, fue una multa por robar el perro. Sus dueños sí nos
denunciaron. Por lo que nos sancionaron con doscientos euros a cada una. Una gracia, vamos.
Espero que entre todas las cosas que se le pase por la cabeza a Lola. Sea cualquier cosa,
menos robar un perro.
4
Cuándo llegamos al pueblo, después de estar casi cinco horas en el coche, las cuatro juntas,
terminamos tan amigas como siempre. Incluso bromeamos de todo lo que nos había sucedido.
Desde luego, había sido un fin de semana, inolvidable.
Me interrogaron, por la sudadera con la que había aparecido en comisaría y cuando les conté
que era de Iker… ya os podéis imaginar, la que liaron. Sobre todo sabiendo que, no volveríamos a
ver a esos polis en nuestras vidas.
A pesar de todo, había sido un fin de semana diferente… lejos de este pueblo que comenzaba a
asfixiarme.
He tenido varios flashback del momento del tatuaje. Paula, me lo ha explicado y también tengo
varias fotos en mi móvil. Al parecer, me empeciné en hacérmelo cuando uno de los chicos, que
nos invitaron a unas copas, me dijo que su novia trabajaba en un estudio de tatuajes y le insistí, en
que me llevase. Porque yo quería un timón.
He estado todo el fin de semana sin internet. Básicamente porque necesitaba sentirme libre de
Víctor, sin que me controle de ninguna forma.
Además, estoy convencida de que él habrá estado a sus anchas con su amante. Y hablando de
Roma… varios mensajes de whatsapp del marqués.
Víctor: *Martina, me han dicho que ya estáis en el pueblo.*
*¿Qué tal la despedida?*
*No podré estar en casa ésta noche, tengo asuntos pendientes. Te veo en la boda.*
*Por cierto, mi abuela te espera a las cinco para la última prueba de vestido.*
Martina: *Un finde memorable. Vale, ya nos vemos... *
Era normal que me agobiara este pueblo. Acabamos de llegar. Es increíble lo controlada que
estoy y sé que no soy la única que sabe de las fiestas que se da mi prometido. Porque en este
pueblo, las noticias corren como la pólvora.
Por eso decidimos irnos a Madrid. Sin nadie que nos controlase y mira como nos ha ido…
Y el colmo, es que se me había olvidado por completo la prueba del vestido.
Tras despedirme de mis amigas, quedamos en vernos la noche antes de la boda. Pues, vamos a
pasarla juntas en mi casa.

***
Me marcho para casa de Goya, la abuela de Víctor.
Estoy inquieta desde que he leído sus mensajes.
¡Yo, alucino!
A solo dos días antes de la ceremonia, el bastardo de mi prometido pone cualquier excusa,
para no verme.
A veces pienso, ¿qué ha podido fallar entre nosotros? Él no me quiere, es esa la única
respuesta que se me viene a la mente, porque yo siento que lo he dado todo.
Intento tragar saliva, para diluir la tristeza que me invade de nuevo y siento como la
desesperanza me ablanda el corazón.
Conforme me voy acercando a casa de Goya. Mantengo un dialogo interior, pues creo que ésta
mujer manda más que la teniente O’Neill. Su nieto se va a casar conmigo porque ella se lo ha
ordenado y él, no puede negarse a nada de lo que le ordené ella.
Seguramente le habrá dicho, que no puede ser alcalde sin una mujer al lado. Y como me conoce
desde pequeña, soy la elegida. Ya me entendéis, para mantener las apariencias y esas
superficialidades de la vida.
Realmente, cualquiera que sea de este pueblo. Sabe que Goya, es la alcaldesa a la sombra. Lo
que ella quiera que se haga, se hace. Solo tiene que hablar con sus sequitos y la palabra de la
estirada, va a misa.
¿No sabéis el último antojo de la marquesa? Dejadme que os cuente. Os vais a querer morir si
estuvieseis en mi lugar.
Es que la señora, con su mal gusto, se ha empeñado en que yo siga la maldita tradición de los
trajes de novia, para así atraer la buena suerte al matrimonio. <<Pues vaya suerte que tendrá el
nuestro, que no va a llegar ni a decir el “sí quiero”>>
Con lo cual, voy a ser la novia más fea de toda la historia de la humanidad. Vamos, que la
novia cadáver es un bombón al lado mío. Y todo por culpa de Víctor, que le consiente TODO. La
muy terca, se ha empeñado en que debo de llevar el vestido de novia de sus antepasados, para
honrar a la familia.
En otras palabras, es el vestido de la tatarabuela de Víctor, que se lo han puesto… pues unas
tres o cuatro veces más. “Con algunos arreglos de costura, quedará divino” Esas han sido las
palabras de Goya, cada vez que veía mi cara de espanto.
Le pedí muchas veces a Víctor, que hablase con su abuela y yo me buscaba un vestido sencillo.
Pero sus palabras siempre eran “tranquila, estarás guapísima y a la yaya, la enorgullece que
lleves el vestido que ella llevó.”
Vamos, todo un calzonazos de su yaya. Cada vez que me decía eso… mi mente solo escuchaba
“mi-mi-mi-mi”
Capullo…
Cuando llego, está esperándome Goya y sus dos amigas de su misma edad. He visto el vestido
unas cuantas veces, pero no termino de asimilar lo feo y estropeado que está.
—Muy bien, ¡aquí estás golfilla! —Dice Goya, soltándome la pullita de que me he ido a
Madrid. Le sonrió a modo de saludo y miro hacía el vestido con espanto.
—¿Qué pasa no te gusta? —Me pregunta descaradamente una de sus amigas, que me mira con
desaprobación por encima de sus gafas.
—Claro… es muy… retro. —Les digo sonando poco convencida.
—Pues venga, ven y pruébatelo. —Me ordena Goya la mandona.
Goya y sus dos amigas, que juntas ven menos que un tuerto, me lo van ajustando a mi “medida”
sí entre comillas. Porque no os podéis figurar, la de pinchazos que he ido recibiendo, por culpa de
los malditos alfileres. Un poco más y mi cuerpo se convierte en un colador.
Este traje es tan enorme, que podría servir para revestir la campana de la iglesia.
El reflejo de los rayos del sol, alumbran con luz natural el interior de la habitación y muestra el
color amarillento, característico de estar revenido del paso de las décadas. Eso sin contar con la
enorme mancha oscura, que se le ve en la falda del vestido y que han intentado disimularlo con
una sobre tela. Lo que hace abultarlo más y parezco una gallina clueca.
—Te queda ideal. —Afirma Goya.
La miro alucinando y encuentro malicia en su sonrisa. Será dañina la vieja. Lo ha hecho a
propósito, porque nadie puede resaltar más que ella. Ya que se cree que es el centro del universo.

***
¡Llego el gran día!
El día que va a marcar un antes y un después en mi vida. El día que llevo esperando, desde
aquella fatídica noche.
Ayer mientras cenaba con las chicas, intenté explicárselo, pero ellas no terminan de
comprender hasta que punto lo he querido. Yo, lo amaba.
Tras no dormir casi nada durante toda la noche, he salido a correr con los primeros rayos del
sol, para despejarme y he aprovechado que las chicas aún duermen.
Llevarte cuatro años con una persona, confiar y creer que la conoces, que por fin la has
encontrado y que es ella, la que le da sentido a tus días. Sentir que te hace volar y vives en las
nubes… Pero cuando te das cuenta…
¡Plof! caes en picada para abajo, sin paracaídas y como es de saber… me he partido toda la
cara.
Desde mi regreso de Madrid, Víctor y yo, solo hemos intercambiado un par de mensajes y me
entristece a lo que esto ha llegado. Siento un vacío desolador en mi pecho de forma constante.
Pues ahora soy consciente, de que siempre he tenido carencia de amor por su parte.
Aunque, intento aparentar que no me importa y que no lo estoy pasando tan mal. Que estoy bien.
Miento.
Porque siempre me preocupaba por él, por cocinarle sus platos favoritos. Me ponía guapa para
mí, pero también para él, para que me viese como yo lo veía a él. Quería que cuando me mirase,
pensase <<¡vaya que suerte la mía!>>
Pero lo cierto es que Víctor, llegaba, se abría su cerveza, se sentaba a ver un partido de fútbol
y ni siquiera me miraba.
Ahí fue cuando sentí, que algo había cambiado entre nosotros.
Víctor, antes no era así.
Ambos llegábamos a casa después de un largo día de trabajo sin vernos. Casi siempre nos
dábamos una ducha juntos y hacíamos el amor.
Después, cocinaba conmigo y entre broma y broma, cenábamos y nos contábamos que tal nos
había ido el día.
A quién piense que eso, solo ocurre unos meses, yo digo que no. Nosotros hemos estado así
más de tres años y medio…
Lo malo, es que cuando todo cambia… es como si recibieses un golpe en los pulmones que te
deja sin oxígeno. Pues algo parecido, fue la sensación que sentí.
Imaginarse, tener tanta complicidad y al día siguiente que te diga <<eeee, ahora me llamas
para cenar.>> Y se sienta en el sofá a ver la tele, sin mirarte ni una sola vez.
¿Perdona? ¿Hola? ¿Dónde está mi adorable y apasionante novio?
Cada vez, que me pongo a llorar al recordar mi antigua vida, mis amigas me riñen por seguir
queriéndolo.
¡Joder! ¡Qué no es eso!
Que lloro porque me duele la pérdida, para mí es como si se me hubiese muerto un ser querido,
alguien con el que nunca más vas a poder seguir escribiendo tu historia. Alguien que tras haber
llenado tantos espacios en tu vida, se marcha y te deja todo del revés. Te sientes que te falta algo,
estás vacía, ves como se aleja sin avisar y te deja con la sensación de que no volverás a encontrar
algo como lo que teníais.
***
Ya tengo todas mis cosas empaquetadas y cargadas en mi coche. Menos mal, que solo viajamos
Lucy y yo. Porque no cabe nadie más.
¿No os lo he dicho? Me voy, me largo, desaparezco, me quito del medio, huyo… llamadlo
como queráis. Pero después de lo que sea que pase en la iglesia del pueblo, yo me voy de aquí.
No podría soportar, tantos pares de ojos mirándome continuamente, juzgándome y opinando por
cada rincón del pueblo.
A ver que yo me los paso, por donde me los tenga que pasar… pero no es agradable. Sería una
tortura psicológica tener que seguir viviendo en el mismo pueblo que él. Sabiendo que me lo
encontraría en cualquier momento. No podría mirarlo a la cara.
También he dejado mi trabajo en la radio. No puedo seguir en un lugar, en el que me siento que
estoy allí gracias a él y no por méritos propios. Acabo de mandar mi carta de dimisión, tengo
dinero ahorrado para vivir un mes sin trabajo. Pero espero encontrar algo antes.
Me voy a Madrid.
Tal vez, diréis ¿por qué a Madrid?
Pues bien, he pensado Madrid, como si os digo Sevilla… fue al azar y como es el último lugar
donde he estado, es el primero que se me vino a la mente.
No he podido encontrar un piso solo para mí. Porque no sé lo que ocurre, que cuando en
internet se anunciaba un piso para alquilar, lo miraba bien, buscaba en el Google Maps la
ubicación y cuando llamaba ya estaba reservado.
Vamos, como si los regalasen…
Por suerte, fui rápida y conseguí ayer una habitación en un pequeño piso compartido, en el que
sí admiten mascotas.
Hablé con el chico, que además de ser el casero es compañero de piso. No me puso ningún
impedimento en que llevase conmigo a Lucy. Además de que no me exige fianza.
Yo lo que necesito es empezar de cero y voy a intentarlo.
¿Qué puede salir mal?
Con esa estúpida escusa que los novios no pueden ver a sus novias la noche antes de la boda y
bla,bla,bla… Yo estoy aquí, en nuestra casa o bueno, la que ha sido, hasta no hace mucho nuestro
hogar. La cual, está ya vacía de mi ropa, mis fotos y mis cosas… pero es una casa cargada de
recuerdos.
Lola y Cristina, se acaban de marchar para la iglesia. Paula, está haciendo unas últimas
llamadas para confirmar mis planes de futuro y ha avisado a mi casero de que llegaré por la
noche.
Cuando cuelga la llamada, se acerca a mí con una mirada divertida y me enseña unas tijeras.
—Veamos qué puedo hacer. —Murmura sumida en sus pensamientos.
—Pau, creo que no es necesario. —Le digo con miedo a lo que vaya hacerle al vestido.
—Tranquila, confía en mí. Vas a estar de infarto. —Afirma, levantando las cejas
juguetonamente, pues lo dice con doble sentido.
Tal como pronuncia esas palabras, se agacha frente a mí y comienza a desgarrar el vestido. Me
lo deja a la altura de las rodillas, de forma que tengo soltura para correr si lo necesitase. Luego da
unos cuantos cortes a las capas superiores y elimina en uno de los retazos, la oscura mancha que
tanto me traumatizaba.
Una sonrisa maliciosa aparece en su rostro y no puedo evitar sonreír ante mi nerviosismo. Es
en ese instante, cuando siento que me agarra de una manga y tira de ella para arrancar los enormes
flecos, cuando soy consciente de que se nos está yendo de las manos.
Me bajo de los torturadores tacones de aguja de dieciocho centímetros y me pongo mis
zapatillas deportivas blancas.
Una vez terminada la remodelación de mi vestido. Paula, me hace un gesto, para que me suba al
coche.
Acto seguido, ella me levanta su dedo pulgar, de que todo va a ir bien. Luego la veo cerrar la
puerta de entrada de la casa, sale por la ventana del salón y echa mi juego de llaves en el buzón.
Eso significaba que el cubo de agua con hielo, está listo para cuando Víctor, abra la puerta,
reciba una acogida como Dios manda.
Le he escrito una enorme nota que pone, “igual me sentó a mí, enterarme de que lo nuestro se
acababa.”
Paula, sube a su moto y se remanga su vestido de dama de honor. Arranca y se marcha.
Yo me tomo unos minutos más antes de irme, contemplo con añoranza está preciosa casa, en la
que he sido muy feliz y a la vez muy desgraciada. La angustia se va expandiendo por todo mi
cuerpo y las lágrimas se agolpan por salir. —Ahora no. —Me repito mentalmente.
Miro hacia el interior de mi coche. Está repleto de cajas y maletas. Lucy, está plácidamente
dormida en su trasportín. Un termo con café y una bolsa con dos sándwiches están en los pies del
asiento del copiloto. El GPS, está programado y estoy lista para emprender mi nueva vida.
Pero no sin antes, despedirme como es debido de Víctor y de todos los chupaculos de la
familia Suárez… es decir, del noventa y cinco por ciento del pueblo.

***
Nunca en mi vida había sentido tantos nervios. Las piernas me tiemblan y las manos me sudan.
No puedo parar de tragar saliva, intentando diluir la angustia que siento.
Uff…
Estoy aquí en la puerta de la iglesia del pueblo, con mi padre sujetándome del brazo y sé que el
resto están dentro esperando mi llegada.
La música de ceremonia, comienza a sonar. Tras finalizar la armonía y ver que no he entrado,
han vuelto a empezar.
Una cabecita se asoma por la enorme puerta de madera, es Cristina, me hace un gesto para que
entre.
Mi padre me agarra del brazo y yo me aferro a él, como si fuese mi salvavidas. Porque siento
que estoy a punto de ahogarme.
—Tranquila, todo va salir como es debido. —Me susurra mi padre y me regala una
reconfortante sonrisa que destruye todos mis miedos. —¿Preparada?
—Vamos. —Susurro arrepintiéndome de no haberlo dejado de otra forma.
Pero mi padre tira de mí hacia adentro.
Ya no hay marcha atrás.
Tal como cruzo el umbral de la puerta de la iglesia, vuelve a sonar la armonía que da comienzo
en la mayoría de bodas convencionales.
Veo cientos de pares de ojos mirarme con horror. Comienzo a oír algunos susurros de “mira el
vestido” “¿esto lo ha hecho Goya?” “No lo creo”
Murmureos, que me arrancan una sonrisa de satisfacción. Inspiro, intentado llenar mis
pulmones, para así apaciguar mi desbocado corazón.
Entre tantos pares de ojos que me observan, encuentro los de Víctor. Está en el altar, con un
elegante traje gris.
Cuando nuestras miradas se cruzan, él frunce el ceño y no puedo evitar desviar la vista por mi
nerviosismo.
Junto a él, encuentro a Goya, que está tan roja como si se hubiese tragado un pimiento chip.
Pues sí que se lo está tomando un pelín mal.
Cuando llego al altar, le pongo una sonrisa de pegatina a ambos y Víctor, se acerca a mí. Me da
un suave beso en la mejilla, que me desubica por completo. Sentirlo tan cerca hace que sienta que
las fuerzas me flaquean.
—¿Qué cojones le ha pasado al vestido…? —Pregunta sin dar crédito.
—Lo mismo que a nuestra relación. —Susurro con una dulce sonrisa.
Su rostro se contrae, como si le diese un dolor de estómago cuando pronuncio esas palabras.
Justo como una patada en los huevos.
El cura, Carlos, se aclara la garganta y comienza la ceremonia.
Víctor, me sigue mirando receloso… sabe que esto no va acabar bien.
¡Ole tú! ¿He tenido que llegar así, para que lo deduzcas solito? ¡Bravo por ti, hombretón!
La celebración continúa y yo sigo sin encontrar el momento de interrumpirla. Mis amigas me
han dicho, que les deje a ellas marcar el momento, así yo lo tendré más fácil.
Siento mi pulso acelerarse, por cada segundo que pasa. Presiento que está cerca el momento de
decir “sí quiero” y aún no he recibido ninguna señal para que pueda lanzarme.
Todos los presentes nos giramos y vemos al principio de la alfombra roja, del largo pasillo, a
la dulce niña rubia que camina con los anillos.
La miro asustada y ella me mira con deleite. Cuando la pequeña nos entrega los anillos.
Escuchamos abrirse, bruscamente las puertas de la iglesia.
Veo como todo el mundo gira sus cabecitas, en dirección a la enorme puerta.
Cruzando el umbral, una chica rubia mira furiosa hacia el altar. Camina con paso apresurado
hacia nosotros. Tiene la mirada fija en Víctor y todos los presentes giran su cabeza hasta él.
El rostro de Víctor, parece haber perdido todo el calor y está pálido como el mármol.
—¡Eres un embustero! —Grita la chica, que supongo que es Ali. Su voz retumba en la iglesia,
haciéndose un silencio sepulcral. —¡Dijiste que estabas de viaje hasta el viernes! ¡Que no había
boda!
—¿Esto qué significa? —Le pregunto falsamente a Víctor. Como si me cogiera por sorpresa.
—Puedo explicártelo… —Comienza a decirme, sintiendo un enorme bochorno.
—Víctor, es tarde para dar explicaciones. ¡Eres un capullo! —Exclamo.
—Martina… —Me dice el cura, por haber dicho eso en la casa de Dios.
—Lo siento padre, pero es que no puede ser. ¡Se acabo! Estoy cansada de tus idioteces, de que
siempre estás ocupado por el trabajo, por no tener los cojones de decirme que llevas liado con
ella bastante tiempo. ¿Qué te creías? —Me encaro con él. —¡No me chupo el dedo! Llegaste el
día que te nombraron alcalde a las tantas de la madrugada… ¡Te había esperado! ¡Había
preparado una cena deliciosa! —Me callo, porque se me quiebra la voz.
Siento que no puedo continuar hablando, que me estoy viniendo abajo y voy a comenzar a llorar
de la pena que siento. Pero no puedo, ahora no.
—Martina… —Susurra acercándose a mí.
—¡No te acerques! —Le ordeno.
Los ojos se me niegan de lágrimas y aprieto con fuerza mi mandíbula, para controlar mis
emociones.
—¡Te pille esa noche! Habías estado con ella… —Digo señalando a la chica, que se encuentra
perpleja mirándome a escasos metros de nosotros. —La camisa estaba manchada del carmín de
ella y el tanga en tu pantalón.
—¡Oh…! —Exclama Goya, a la vez que comienza abanicarse y su nieto la mira con
preocupación.
—Yo quiero casarme contigo. —Afirma confundido.
—¿Cómo? —Pregunta la chica alucinada, igual que yo. —Me dijiste esa noche, que la habías
dejado…
La chica se acerca aún más a nosotros confundida y furiosa.
Veo como toda la iglesia mira de uno a otro, como si de un partido de tenis se tratase.
Ali, es guapa, tal vez un poco más joven que yo, tiene una larga melena rizada dorada y unos
profundos ojos celestes. Su aspecto es angelical, nada que comparar conmigo. La conocía desde
pequeña, pero hacía muchos años que no la veía y había cambiado de una forma alucinante.
—Ali, te dije eso… pero… —Comienza a balbucear Víctor, sin saber para donde tirar, está en
un callejón sin salida.
Miro a mi padre y una sonrisa de satisfacción se muestra en su rostro, a pesar de que sé, que se
está controlando por no estrangularlo.
Mi padre asiente y luego miro a mis amigas que me miran con una sonrisa panorámica en sus
rostros, con sus pulgares hacia arriba.
Tomo aire y vuelvo a mirarlo con toda la frialdad que siente mi alma.
—Nunca he sido suficiente para ti, ¿Verdad? Que sepas, que quien no ha sido suficiente en esta
relación has sido ¡tú! Yéndote de putas, con el concejal, moviéndote como un peón de ajedrez al
antojo de tu abuela. Tú mismo te has creído tu propia mentira y no hay nada peor que eso, cuando
te despierta la realidad.
Me bajo del altar, me detengo en el último escalón y vuelvo la mirada a la dulce niña, que aún
tiene el cojín de los anillos en sus manos.
Siento que me mira como si yo fuese una heroína y eso me hace sentirme más segura.
—Goya, ha sido un placer que por una vez en su vida, yo sea la primera persona en decirle
¡No! No me gusta el vestido. Está mejor así y su nieto… es un putón. —Afirmo, sintiendo
confianza en mí.
—¡Martina! Por favor, espera… —Me ruega Víctor, desesperadamente.
Paso por el lado de Ali, que está perpleja de lo que está viviendo, no sé que le había contado
Víctor de nuestra relación.
—¡Oh Dios mío! —Exclama Goya, abochornada. A la vez que su nieto la sujeta y junto con
varios invitados la sientan en una silla.
—Martina, por favor puedo explicarlo. —Insiste.
—¡No Víctor! Ya te esperé bastante… —Miro a Ali y me dirijo a ella.
Por un segundo se pensará que le voy a pegar o algo, porque se contrae, pero le regalo mi
mejor sonrisa.
—Tranquila, es todo tuyo. —Digo con frialdad.
—¡Bravo! —Vitorean mis amigas al unísono y me aplauden como cuando una madre, está
orgullosa de algo fantástico que hace su hija.
Mi padre se une a sus aplausos y poco a poco gran parte de los presentes están aplaudiendo.
—Ahí te quedas, por capullo. —Oigo que dicen las tres, entre risas y aplausos.
—¡Martina! —La voz aguda de mi tía, hace que vuelva la vista para buscarla. —¡Martina! ¡No
salgas por esa puerta! —Me exige.
Hecho un último vistazo, mi tía Elo, está abanicándose del bochorno que está pasando. Está
furiosa conmigo, pero me perdonará.
Veo a Goya, que está desvanecida en los brazos de su nieto y encuentro la mirada de Víctor,
una mirada cargada de resentimiento y culpa. Pero es demasiado tarde para arrepentirse.
Le saco mi dedo corazón, en señal de despedida y me dirijo hacia mi coche.
Una auténtica locura, tengo un subidón de adrenalina por el cuerpo y no puedo evitar sonreír
de satisfacción. Me siento libre.
Desde hace mucho tiempo, es la primera vez, que me siento bien conmigo misma.
¡Olé yo!
Mi coche, me espera en la puerta aparcado. Está abierto y las llaves están puestas, tal como me
aseguró Lola.
Mi gata sigue relajada en su amplio trasportín. Me pongo mis gafas de sol, cierro los ojos por
un instante y aprieto el volante.
Tengo la sensación de que he cerrado un capitulo en mi vida. Tengo una nueva página en
blanco, para comenzar de cero. Conforme me voy alejando de la iglesia, veo la figura de Víctor,
correr tras mi coche, como si fueses a alcanzarme, ¡idiota!
¿Enserio, sé quería casar?
Cojo el velo, que está en el asiento de al lado y lo lanzo por la ventana. Víctor, sigue corriendo
y veo cómo su figura se detiene junto al velo. No lo comprendo, si me había puesto los cuernos.
No tiene ninguna lógica.
Mi móvil comienza a sonar, lo miro y es Víctor.
No pienso cogerlo, tuvo muchísimas oportunidades.
5
Lo había visto en las películas.
También, lo había oído como cotilleos que la gente cuenta, de la hija o del hijo de fulanito. He
leído libros que suceden cosas así…
Pero jamás imaginé que me pasaría a mí.
Estoy escapando de mi anterior vida, de mi rutina y alejándome de todo lo que conozco.
Me encuentro conduciendo a casi cinco horas de casa. Tal vez me he precipitado demasiado y
me he dejado llevar por el momento lanzándome al abismo, no lo sé. Pero no tengo miedo, me
siento viva, libre, como si me hubiese quitado un peso de encima.
Estoy orgullosa de mí misma.
Dicen que por amor se cometen muchas estupideces y fíjate hasta el punto, de estar tan
enamorada de Víctor, que accedí a renunciar a todo por él.
Hasta acepté a ponerme un traje de novia espantoso, revenido y con lamparones.
Mientras conduzco, voy sufriendo altibajos en mi estado de ánimo.
Parezco una montaña rusa.
Estoy bipolar, la euforia se ha ido y ahora está presente la melancolía.

***
Recuerdo el primer día que volví de la universidad y me crucé con Víctor, después de cuatro
años sin verlo.
Era una tarde de verano, en la que yo me había empecinado, en comprarme unos zapatos para la
fiesta que había al día siguiente en el pueblo.
Los zapatos me quedaban pequeños y bastante apretados, tanto, que casi me tenía que cortar los
dedos de los pies para que me quedasen bien. Pero aún sabiendo que no era mi número, me los
compré.
Al salir de la tienda me tope con Víctor y no os podéis imaginar, cómo había cambiado. Tenía
su encanto, alto, moreno y esos ojazos marrones.
Si guapo, que empalagaba como el chocolate.
Se había convertido en un hombre muy apetecible. Claro que se notaba que era unos cuantos
años mayor que yo, pero eso ¿qué importaba?
Que iba a saber yo, que detrás de esa horrible decisión, iban a ir sucediendo un montón de
desastres más…
Fui a la fiesta del pueblo con los tacones puestos, tuve que pasarme la mayor parte de la noche
sentada y cuando Víctor, apareció… mis amigas me animaron a que me fuera con él, diciéndome
que nunca venía mal, un buen meneo y que mejor que con un tipo como él.
Pero esos tacones, no me los puse más porque no eran de mi talla y siento, que me engañe igual
con Víctor… él tampoco era mi tipo.
Por lo que llegué a la conclusión; y es que cuando algo no es lo tuyo, es mejor no forzarlo.
Aplicarlo a amistades, ropas y zapatos.
Siempre se había oído que los hombres de su familia, eran unos mujeriegos, ¿por qué iba a ser
él diferente?

***
En fin, es increíble como te cambia la vida en unos segundos. Hace unas horas estaba en el
pueblo, a punto de casarme y ahora, me encuentro aparcando el coche en una pequeña calle de
Madrid, donde se encuentra mi nuevo hogar.
Es un barrio humilde, lleno de bloques de pisos. Pero está cerca del centro y es lo mejor, para no
tener que moverme en coche por aquí.
Cojo a Lucy y me dirijo hacia la puerta del bloque que está abierta.
Todo el interior del edificio, está viejo y descuidado. Un olor desagradable a alcantarilla, me
invade las fosas nasales.
¡Pero qué fatiga! Huele a mierda…
¡Puag!
Me tapo la boca y la nariz, con la manga de la chaqueta y llamo al bajo C.
La puerta se abre al momento, una chica rubia me recibe con una diminuta minifalda de cuero
negra y un top amarillo. La chica me mira con cara de asco, como si la que apestase a mierda
fuese yo.
—Hola, soy Martina. —Le digo intentando sonar amable.
Ella me mira de arriba abajo, lo hace con desprecio varias veces y luego abre la puerta de par
en par.
—¿De dónde has salido con esas pintas? —Me pregunta la chica con desagrado.
Sé que no tengo la mejor presencia que se puede tener con un traje de novia roto.
Le sonrío y la puerta se abre aún más. Apareciendo tras ella un chico, con aspecto rebelde.
—¡Hola! ¿Martina? —Yo asiento. —Soy Elías, pasa, pasa.
Me anima a entrar. El chico está sin camiseta, tiene todo su torso y brazos tatuados. Será unos
años más joven que yo. Es más alto que Víctor, tiene un piercing en la ceja y unos dilatadores en
cada oreja del tamaño de una albóndiga, digamos que es un poco… macarra.
Ambos se apartan de la puerta y entro al interior de la vivienda.
Un pequeño salón, con dos sofás de tela rojo, sirven de separación con una diminuta cocina que
hay en un rincón. Los muebles son viejos, la tele está colgada en la pared y una mesa circular, está
en el centro entre ambos sofás y sobre ella, dos ceniceros repletos de colillas. Las ventanas,
tienen unos papeles blancos, de forma que no se ve el interior de la vivienda.
Miro de nuevo a Elías, que me sonríe con toda la naturalidad del mundo y junto a él, está
apoyada en la pared la chica con rostro desagradable, masticando chicle.
El piso, huele un tanto extraño, pero es un olor agradable en comparación con lo mal que huele
fuera. Desde luego, que está muy deteriorado y sus muebles parecen cogidos de la basura.
—Ella es Alma, es de pocas palabras. Pero nos vamos a llevar estupendamente los tres. —
Dice, sonando muy amable.
Hace un examen exhaustivo de mi indumentaria y me regala una sonrisa torcida.
— Vaya, parece que eres una novia a la fuga. —Comenta en tono burlón.
—Algo así. —Le digo. Elías, mira mi trasportín. —Ésta es mi gata, se llama Lucy y se lleva
todo el día tumbada sin hacer gran cosa.
—Perfecto, se parece a nosotros. —Comenta riéndose. —Como puedes ver el salón y la
cocina, están juntos.
—Sí, es muy… acogedor. —Miento. Es un completo caos, pero no quiero crearme tan pronto
una mala imagen del piso. Tal vez, con el tiempo, le encuentre su encanto.
—Mira esa puerta de ahí es el cuarto de baño. —Me comenta señalando hacia una puerta que
ésta cerrada. —Es compartido —Añade —y ésta es tu habitación.
Me explica, a la vez que abre una puerta blanca, que muestra un humilde y sencillo dormitorio,
con una diminuta cama, un armario y un pequeño escritorio sin silla.
Lo único que me gusta es la ventana, ya que no tiene los cristales tapados, como las del salón y
la cocina.
—Gracias. —Le digo poniendo el trasportín de mi gata sobre la cama.
—¿Alguna duda? —Pregunta despreocupado.
—¿Por qué las ventanas del salón y de la cocina, tienen los cristales tapados? —Me atrevo a
preguntarle.
—Porque deben de estar así y bajo ningún concepto se abren, a no ser que las abra yo. —Elías,
se muestra serio y su tono de voz ha cambiado. —Digamos que los vecinos son muy cotillas y al
estar en un bajo, tenemos que andarnos con cuidado.
—No las abriré. —Afirmo.
—Tú puedes abrir tu ventana si lo necesitas. Pero, para eso está el climatizador, que hay en
toda la casa y no tenemos necesidad de abrir las ventanas. —Me informa con voz seria.
—De acuerdo, gracias. —Le digo con una sonrisa avergonzada.
—Bueno, tengo cosas que hacer… ya nos iremos viendo. —Dice de nuevo con un tono
amigable, yo le devuelvo la sonrisa. —Todos los domingos pongo en la nevera el cuadrante de
limpieza y toma, ésta es tu llave.
—¿Sólo una? —Le pregunto.
—Claro hay solo una puerta con llaves en la casa. —Afirma divertido.
—Pero la del portal… —Comienzo a decirle.
—No la necesitas, siempre está abierta. Bueno hasta luego Martina. Un placer. —Termina
despidiéndose con indiferencia, a la vez que se marcha.
Por fin, estoy sola en la pequeña habitación. Me quedo mirando la llave, que tiene como
llavero un tapón de corcho. Bueno, digamos que la experiencia ha sido… diferente.
Tal vez, me precipité e hice mal, al alquilarlo sin ver ninguna foto del piso. Le dije que me lo
quedaba, sin saber donde me podía meter, pero bueno… tampoco está tan mal. ¿No?
Tiene un rollo piso de estudiantes, sucio, desordenado y bueno, sobreviví así los cuatro años
de universidad. ¿Por qué no iba hacerlo ahora?

***
En menos de una hora, tengo todas mis pertenencias dentro de mi habitación. Hago caso a
Elías y no abro la ventana, si lo decía, debía de ser por alguna mala experiencia con algún vecino.
La ventana no tiene cortinas. Hago la cama y luego pongo toda mi ropa en el armario y los zapatos
debajo del escritorio.
Preparo mi pijama y me meto en el cuarto de baño, para darme una ducha.
El cuarto de baño, es pequeño y está iluminado por una bombilla que está sujeta por un cable
pelado. Vaya con el piso. — La placa ducha, tiene unos cristales cuadrados de color transparente
que distorsionan la imagen que hay al otro lado de ellos. Cuando abro el grifo de la ducha, el agua
caliente no sale, tras esperar un buen rato y tras cambiar la posición del grifo varias veces, desisto
y salgo envuelta en la toalla en busca de Elías.
—¿Elías? —Lo llamo sin éxito.
No hay ni rastro de él, en el salón y tampoco en la cocina. Me dirijo hacia las dos puertas que
hay cerradas en el pasillo. Una de ella, tiene una cerradura y al girar el pomo este no cede está
cerrada. Golpeo una vez más la puerta y vuelvo a llamarlo.
—¿Elías?
Al no recibir respuesta alguna, me dirijo a la siguiente puerta y en vez de girar el pomo. Llamo
varias veces con los nudillos. Pego la oreja a la puerta y justo en ese instante la puerta cede y casi
me caigo de bruces para el interior de la habitación.
Elías, me sujeta y choco contra su duro pecho. ¡Mierda! Me sujeto con más fuerza mi enorme
toalla y él me regala una sonrisa pícara. Me enderezo y salgo de nuevo al pasillo, pero veo por el
rabillo del ojo a Alma que está tumbada en la cama.
¡Qué bochorno! ¿Están juntos? Prefiero no saberlo. Disimulo no haber visto nada.
—Verás, no sale el agua caliente. —Le digo.
—Sí, se me ha olvidado decírtelo. El termo está estropeado y no tenemos agua caliente. —Me
responde, como si no fuera importante ducharse con agua caliente.
—Vale, pero ¿has llamado a alguien para que lo arregle? —Pregunto preocupada.
—Claro, pronto estará arreglado. —Dice en un tono sereno, con una amable sonrisa.
—Mmm, vale. Bueno, pues… gracias. —Le digo decepcionada.
Me vuelvo para el baño y me atrevo a darme una ducha rápida con agua fría. No os podéis
imaginar, como corta eso la respiración.
Cuando ya estoy afuera, me seco el pelo y busco entre mi ropa una prenda en concreto. La
sudadera de Iker, sonrió al verla doblada en un estante del ropero y no dudo en ponérmela.
Lucy, se acurruca junto a mí y yo mientras, me tomo el sándwich que traía preparado.
Miro mi móvil, que está repleto de llamadas y whatsapp. Decido que es hora de dar señales de
vida.
Llamo a mi padre y tras una breve conversación con él, siento que está orgulloso del paso que
he dado. Me comenta, que ve perfecto que me haya ido del pueblo, ya que él también opina que el
tiempo y la distancia, es la mejor medicina para curar las heridas. Me despido de él, diciéndole
que en unos días llamaré a mi tía, porque ahora no entrará en razones.
Tras hablar con él, ignoro las llamadas perdidas que tengo de Víctor y borro el chat de él sin
leerlo. Luego, dudo en bloquearlo y al final, creo que no será necesario. En unos días me habrá
dejado en paz.
El grupo de whatsapp “Ole, ole, ole, Martina tiene dos cojones” Tiene más de cien mensajes
de mis tres amigas. Leo un poco lo que han estado hablando y contesto alguna de las preguntas que
me han hecho.
Martina “Hola chicas, desde que llegue está tarde al piso no he salido”
“Mañana es otro día, iré hacer la compra y buscaré algún trabajo de lo que sea”
“El piso es… sorprendente”
Cris “Martina, ¿cómo estás?
Pau “Petarda… ya mismo vamos a verte”
Lola “Ya te echamos de menos”
Martina “Estoy bien, mejor que nunca. Pronto os veo, voy a descansar… ya hablaremos de
este catastrófico día. Os echo de menos.”
Me hago un ovillo con la sudadera de Iker, abrazo a mi gata y me dejo guiar por el sueño.

***
Ha pasado una semana desde que estoy aquí en Madrid. Creo que he perdido un poco de peso,
porque básicamente me alimento de sopa, té y algo de fruta. No tengo apetito. Pero cada día me
siento un poco más animada.
Siento que me he dado una segunda oportunidad a mí misma, para empezar de cero, desde ésta
pequeña y humilde habitación.
Soy feliz, teniendo tan poco, pero a la vez tanto. Es contradictorio lo sé y a pesar de que estoy
hasta el moño de mis compañeros de piso, tengo la corazonada de que venirme a Madrid, ha sido
la mejor decisión que he tomado en mi vida.
También, he llegado a una conclusión de mis compañeros de piso.
Elías, es un macarra y se pasa todo el santo día fumando porros y Alma, es una guarra. No solo
está liada con Elías, sino que cada día me encuentro con un tío distinto en calzoncillos, en el
mejor de los casos, tomándose algo de nuestra nevera.
Sigo duchándome con agua fría. Me hace sentirme viva… pero, la verdadera razón, es porque
el agua caliente aún sigue estropeada.
Elías, es un pasota y le da igual todo, el timbre de la casa no para de sonar en todo en todo el
día y casi siempre son amigos de él.
Para tener un poco de intimidad, he comprado unas cortinas para mi ventana y he puesto una
cerradura a la puerta de mi habitación. Así duermo más tranquila de que no se cuele un tío por
equivocación en mi cama.
La entrada del bloque sigue oliendo fatal, no sé quién es el cochino, demente y guarro que hace
sus necesidades tras una planta que hay junto a la puerta de entrada.
Ya os podéis imaginar…
Cada día que pasa, más arrepentida estoy de haber hecho las cosas tan a la tremenda y no haber
buscado algo mejor.
Todos los días miro en internet, por si hay una oferta de piso que se admiten animales, pero por
ahora no he tenido suerte.

***
Me he pasado toda la semana entregando curriculums, en varias cadenas de televisión y
emisoras de radio. Pero, al no tener noticias de ninguna, probé suerte en la hostelería.
Así que desde hace unos días, trabajo en una cafetería, donde sirvo los desayunos. Mentí un
poco en mi curriculum para que me contratasen, les he dicho que tengo mucha experiencia
sirviendo desayunos. Total, llevo toda la vida preparándome el café y las tostadas para desayunar,
eso cuenta ¿no?
Obedezco las órdenes de Sol, una chica joven que es la encargada y básicamente la dueña del
local. Desde el primer día que la vi, me recordó un poco a mi amiga Pau, porque es habladora,
extrovertida y muy dulce. Además, tiene cierto parecido físico con ella. Ambas son rubias, de esas
que llaman la atención, con los ojos claros y aunque son delgadas, tienen una buena delantera. Ya
me entendéis, tienen pechonalidad. Sol, tiene el don de la amabilidad con los clientes y es la que
se encarga de servir las mesas.
Trabajo junto con José, en la cocina preparando los desayunos.
José, es un gran compañero de trabajo y nos estamos haciendo muy buenos amigos. Nos
compenetramos perfectamente en la cocina y salen todas las comandas antes del tiempo previsto.
José, tiene el pelo de color cobrizo y acaracolado, su piel morena hace que resalte sus ojos
verdes aceitunados. Es un tipo grande y musculoso. Tiene una sonrisa tan perfecta que podría
hacer un anuncio de dentífrico. José, es el motivo por el que una gran mayoría de las clientas,
vuelven cada día.
Según él, para verle su apretado culo. Alguna se ha atrevido a dejarle su número apuntado en
una servilleta y le ha pedido a Sol que se lo dé. Claro que desconocen que él, nunca las llamará.
Pensaréis que si estamos en la cocina somos invisibles, pero estáis equivocados… somos el
entretenimiento de la clientela, aún me sigue pareciendo que estamos en un escaparate. Ya que hay
un enorme cristal, por el que nos pueden observar como elaboramos los desayunos.
Todos los días, tenemos que reírnos con algunas clientas que cada día vuelven con un escote
más pronunciado, buscando la atención de José.
Pero lo que ellas no saben, es que él es tremendamente gay.
Sí, tan perfecto que es homosexual.
Su aspecto es contradictorio a su condición sexual, porque tiene un porte masculino. Pero
cuando habla, coge confianza y se suelta, es para nosotras una chica más.
Las horas de trabajo se me pasan volando, casi siempre jugamos al juego de “veo, veo…”
A veces Sol, cuando tiene un respiro se apunta con nosotros o simplemente se asoma por la
cocina y nos dice que hay una espectacular vista en alguna de las mesas.
—Veo, veo… —Comienza a decir divertido José.
—¿Qué ves? —Le pregunto en tono cantarín, mientras meto dos rodajas de pan en la tostadora.
José, pone los ojos en blanco, se arrima a mi hombro y me susurra mirando a una dirección.
—Un ejecutivo macizorro. —Afirma socarrón.
Miro en dirección a donde apunta su vista y encuentro, a un chico con el rostro serio, vestido
con un impoluto traje chaqueta. Él está sumido en su móvil y no parece darse cuenta de lo que
sucede a su alrededor. Me recuerda a Víctor, no es mi tipo.
Pero a José, se le cae la baba, solo de fantasear con un hombre así.
—No es mi tipo. —Afirmo.
—Chica ese, es el tipo de todas. —Me recrimina José.
Pues por eso mismo José, seguro que es un putón. —Le digo, al verle cierto parecido con
Víctor.
—Ese por donde pasa, moja bragas. —Afirma con una sonrisa perversa.
—¡José! —Le regaño entre risas. —No seas guarro. Además, seguro que es un capullo.
—A Sol, no parece importarle. —Comenta él, a la vez que señala hacia nuestra compañera.
—Sol, es un encanto con todos los clientes. —La defiendo.
—Porque no la has visto, como atiende a los que vienen temprano, antes de que tu llegues. —
Me explica.
—Chicas, nuestro ejecutivo buenorro nos ha dejado propina. —Dice Sol, metiendo un billete
de veinte euros en un tarro de cristal, a la vez que nos guiña un ojo. —Creo que me he enamorado.
—Tu lo que estás es cachonda. —Le dice José. Y los tres estallamos en carcajadas.
—Porque no habéis visto aún a los polis que vienen cada mañana temprano… por esos sí que
os derretiríais. —Afirma Sol.
—¿Unos polis? —Pregunto aún riéndome.
—Sí y cuando los veas me darás la razón. —Aclara con seguridad.
—¿Cuándo le pedirás una cita? —Le pregunta José.
—¿Qué? ¿Yo? Nunca. —Responde Sol, de forma apresurada.
—Uuuu… tanto te gusta tu cliente mañanero… —Le digo para picarla.
—Tiene hasta para elegir. —Añade José.
—Shh… venga a trabajar. —Nos ordena Sol.
—¡Qué falta te hace un buen meneo! —Le dice José a su prima Sol, que le lanza una mirada
asesina y se marcha hacia una mesa, con su adorable sonrisa mañanera.
—Tío, te has pasado… —Le reprocho.
—¡Anda ya! En el fondo tú también eres una mente sucia y estás a falta un buen meneo. —Me
responde José, con sonrisa divertida.
—Pues anda que tú… —Le recrimino.
—También, pero yo lo reconozco. No me las doy de santo. —Me dice guiñándome un ojo y
marchándose a colocar los platos en el lavavajillas.
Así transcurren todas las mañanas, desde que comencé a trabajar, en la cafetería Golden. Es
una de tantas cafeterías, que hay en la zona más céntrica de la ciudad.
Es un lugar de postureo total, con elegantes sofás blancos y diminutas mesas de cristal
transparente.
Una enorme barra de color negra iluminada con pequeñas luces led, muestran el logo de la
empresa, dándole aún más majestuosidad una brillante encimera.
Al parecer, llevan dos meses abiertos y tras el buen acogimiento de los transeúntes que
desayunan allí, necesitaban a alguien más y me contrataron a mí.
La cafetería, a diferencia de las cafeterías de las zonas, tiene un pequeño aparcamiento.
Además de que también queda cerca de la parada del metro y de la de taxis. Así que todo son
ventajas.
Ayer me enteré, que la dueña de la cafetería, es la madre de Sol y que han montado dos
cafeterías más, en otras zonas de la ciudad.

***
Una vez que estoy aparcando cerca de mi casa, lo primero que pienso es, que cara nueva veré
hoy en el piso.
¿Habrán venido a arreglar el agua caliente?
Ojalá.
Tal como entro en el bloque, el tufillo a orina es cada vez más agudo, tanto que no puedo
soportarlo. La puerta del piso está entreabierta para variar.
Voy derecha a un mueble donde guardamos los productos de limpieza. Cojo un tarro de lejía y
busco el cubo de la fregona. Lo lleno hasta arriba de agua y me dirijo hacia la entrada.
Tiro el cubo de agua sobre el rellano y luego vierto el tarro de lejía. Me remango los leguis y
con un cepillo le voy dando hasta expulsar toda el agua para la calle.
Después de algo más de quince minutos, entro de nuevo en el piso y se dispone para salir uno
de los amigos de Alma. Me mira con cara divertido y yo estoy tan malhumorada, que soy capaz de
arrancarle la cabeza de un escobazo.
—Como pises lo fregado, estás muerto. —Lo amenazo.
—Uuu… que malgenio tienes pelirroja. —Me dice, mientras le da una calada a un cigarro.
—Lo digo enserio. No salgas aún.
—¿O qué? —Me dice chuleándome. Cojo aire, porque estos tíos me enervan.
—Haz lo que te dé la gana.
Paso del media neurona y me doy la vuelta para mi habitación. Que pise lo fregado… estoy
cansada de este piso y de ésta gente.
Me encierro en mi habitación y abro un poco la ventana para que Lucy, se distraiga viendo
pasar a la gente. Mientras, miro el correo electrónico, reviso los últimos puestos de trabajo y
busco un piso decente.
Mejor que este, no creo que sea muy complicado de encontrar, el único problema es que no
suelen aceptar animales. He pensado llevarla de vuelta al pueblo, dejarla con mi padre y cuando
encuentre uno para las dos, traerla de nuevo conmigo.
Pero, sólo de pensar en volver al pueblo, me asfixio.
Me meto en el grupo de whatsapp donde estamos mis amigas y yo, después de recordarles
cuanto las echo de menos y quejarme una vez más, de mis compañeros de piso. Intento ser sutil y
preguntar por Víctor. Pero de forma casi automática, todas comienzan a reprenderme y a decirme
que tengo que pasar página.
A ver, estar tan lejos de casa, dejar todo y marcharme es un gran paso. Solo tenía curiosidad
por saber de él. Me he adaptado bien a mi nueva vida, a vivir sin él.
Sin esperar respuesta, me salgo de la aplicación y bloqueo el móvil, me quedo tumbada
contemplando el techo de la habitación.
Bueno, sé que todo pasa por algo, si me marché del pueblo y estoy en está mierda de piso, es
por algo. Necesitaba marcharme de allí y está erala salida más rápida, para comenzar, en el punto
cero.

***
El resto del día lo paso vagueando, con mi gata sobre mi regazo y viendo series online. No sé
me apetece hacer mucho más.
Si salgo, del que se ha convertido en mi refugio, el olor a tabaco y marihuana inundaría mis
fosas nasales y estoy segura que terminaría tan colocada como ellos.
Sólo salgo a prepararme algo para cenar y regreso de nuevo a mi habitación.
Después, me ducho fugazmente con agua fría y me cuesta un montón conciliar el sueño, como
cada noche.
Pero en la penumbra de la habitación, la pantalla de mi móvil se ilumina. Tengo una llamada
entrante de Sol.
—Hola. —La saludo.
—Hola Martina. Perdona que es un poco tarde. —Me comenta apurada.
—No pasa nada. ¿Ocurre algo? —Pregunto.
—Bueno, verás… mañana tengo que ir a la otra cafetería temprano, porque la encargada está
enferma y le he dicho a José que abra él. Pero, me gustaría que fueses tú también a primera hora.
—Me informa.
—Ah, vale. Sin problemas. Allí estaré. —Le digo sin dudar.
—Gracias, si puedes llégate antes a la panadería de Rodolfo. ¿Sabes cuál es? —Me pregunta
apurada.
—No. —Le informo.
—Pues ahora te mando la ubicación, recoge el pan. Dile que ya ajustamos cuenta a final de la
semana. —Me pide. —¿Alguna duda?
—No te preocupes todo ésta controlado. —La intento así tranquilizar.
—Muchas gracias Martina. Que descanses. —Me dice aliviada.
—Buenas noches Sol.
Y tras colgar la breve llamada, me obligo a dormir. Porque mañana entraré dos horas antes, lo
que implica que me levantaré a las cinco y media de la mañana.
Pero, eso no me importa.
Me siento útil; y eso, me hace feliz.
6
¡Llego tarde!
Rodolfo, ha tenido un contratiempo con una de las panificadoras y eso ha retrasado la
elaboración de panes. Por lo que los pedidos, de primera hora de la mañana, no estaban listos.
Avisé a José, que me tranquilizó un poco, al informarme de que aún no había llegado ningún
cliente para desayunar.
Una vez que estuvieron listos los panes, me dirigí como un proyectil con mi coche hasta la
cafetería.
El aparcamiento de la cafetería está desierto, eso me calma. Eso indica, que no debe de haber
nadie pidiendo unas tostadas para desayunar.
Con las dos manos, cojo la enorme caja de pan y con el mando de la llave sobre mis labios,
cierro el coche.
Cuando llego a la puerta de la cafetería la empujo, con mi trasero, intentando abrirla. Pues
tengo las manos ocupadas.
Siento que se desestabiliza la caja, así que rápidamente levanto una rodilla. Me vuelvo a girar
para intentar atinar a tocar el pomo de la puerta con el codo, pero la puerta se abre. Me giro de
nuevo de espaldas y entro con la enorme caja en mis manos.
—Gracias José. —Balbuceo en un idioma un tanto complejo de entender, ya que sigo con la
llave de mi coche en la boca.
—¡Martina! —Oigo que dice mi nombre José, desde la cocina. Camino sin saber muy bien
hacia dónde me dirijo y siento como agarran la caja, liberándome de todo el peso que aguantan
mis brazos.
—Uff… menos mal que me has… —Me quedo muda, palidezco y a la vez siento como me
ruborizo de la vergüenza.
—No hace falta. —Dice José, quitándole la caja al hombre que la sujeta. José, me guiña un
ojo. —Mueve el culo, que hay dos clientes desatendidos.
El hombre se queda tan sorprendido como yo, pero me regala una amplia sonrisa que me
descoloca por completo.
No puede ser lo que mis ojos están viendo. Me apresuro tras José y él me mira sin comprender
nada.
—¿Qué ocurre? Estás pálida. —Me dice preocupado.
—Verás… —Miro a través del cristal y encuentro dos pares de ojos que no dan crédito de lo
que ven. —Atiéndelos tú. —Atajo.
—Un mojón. —Me dice con una amplia sonrisa. —Esos dos, son hetéros y no tengo
posibilidades con mi arte de seducción.
—Porfi. —Le suplico.
—Martina, mueve el culo. Llevan esperando diez minutos, yo sé que no tendrán nada mejor que
hacer en todo el día. Pero como se quejen y Sol se enteré… —hace una pausa y me sonríe
divertido. —Nos zurra de lo lindo.
—Valeeee… —Le digo en tono aburrido. Me giro para marcharme y José, me da un cachete en
el culo con una espátula que sostiene en las manos.
—Luego, me explicas que te sucede con los polis. —Dice riéndose a carcajadas.
—Ellos… —Le digo. Pero me llaman desde fuera.
—Disculpa, ¿hay alguien atendiendo? —Preguntan en tono burlón.
—Sí, voy. —Digo a la vez que me pongo el delantal y cojo el móvil de las comandas.
Respiro profundo, para intentar estar serena. Jamás pensé que volvería a verlos. Miro al más
delgado de los dos que me regala una sonrisa a modo de saludo y luego miro a Iker, que me
observa como si pudiese leerme la mente.
—Disculpa la tardanza, ha habido un par de contratiempos mañaneros. —Le digo para sonar
informal y cordial.
—No creí que volveríamos a verte… —Comenta Andrés, sonrío un tanto nerviosa y me coloco
un mechón de pelo rebelde que se me escapa bajo el gorro. Se acuerdan de mí.
—Estás… diferente. —Murmura Iker y un escalofrío me recorre el cuerpo al escuchar su
áspera voz.
¿Qué diablos me ocurre? ¡Martina, céntrate!
—La verdad, que es una gran casualidad. —Le digo mostrando desinterés e ignorando el
comentario de Iker. —¿Ya sabéis lo que vais a tomar?
—Un zumo de naranja y una tostada con jamón serrano y tomate. —Dice Iker, a la vez que tiene
la vista clavada en su móvil.
—Perfecto. —Añado a la vez que escribo la comanda.
—Yo voy a tomar lo mismo, pero al pan le voy a untar mantequilla. —Me dice Andrés.
—Vale. Pues enseguida está. —Les informo.
Me alejo de la barra, miro a José, que está leyendo en el ordenador lo que necesito y cojo
varias naranjas para exprimirlas y hacerles el zumo.
Un silencio incómodo habita en el local.
Entonces Andrés, comienza hablar con Iker.
Oigo como se abre la puerta y dos tipos enchaquetados entran para desayunar. Toman asiento en
una mesa que hay junto a la entrada y me dirijo hacia ellos.
Siento como me observan y me es incómodo, me siento expuesta. Haber no debería, no es nada
del otro mundo que una persona mire como otra trabaja, pero son ellos, es él… es Iker.
Un cosquilleo extraño e inquieto, se expande por mi cuerpo, ante su mera presencia.
—Hola, buenos días. —Les saludo.
—Buenos días, vaya... ¿eres nueva? —Me pregunta uno de los tipos.
—Bueno técnicamente sí. —Les sonrío.
—¿Dónde está hoy Sol? —Me pregunta el hombre.
—No podía venir. ¿Qué desean tomar? —Pregunto con profesionalidad y simpatía.
—Dos cafés y dos medias tostadas con aceite y tomate. —Me pide.
—¿Cómo quieren el tomate? ¿En rodajas o triturado? —Le pregunto, intentando ser amable.
—Como tú quieras. —Añade el otro de los tipos, con una sonrisa agradable.
—Muy bien, enseguida vuelvo. —Le digo, a la vez que me marcho.
Me alejo hacia la barra, vierto los zumos de naranjas en dos copas y me dirijo hacía los polis.
Una campanita suena que sus tostadas están listas para servir. Me giro tras ponerle las copas de
zumo y cojo los dos platos con las tostadas.
—Gracias. —Dice Andrés.
—De nada. —Le digo con mi mejor sonrisa.
—A mí no me has preguntado como quiero el tomate… —Masculla Iker, con voz seria.
—Vaya, perdona. Te lo puedo cambiar, si no te gusta en rodajas. —Le digo acercándome al
plato, que acompaña al jamón y contiene el tomate en rodajas.
—No es necesario… Martina. —Afirma a la vez que me lanza esa sonrisa que me descoloca.
¿Se acuerda de mi nombre? ¡Joder! —No te hagas ilusiones. —Me recuerda mi mente, es mera
coincidencia.
—¿Tú no te ibas después de la despedida? —Me pregunta con curiosidad Andrés, rompiendo
mi atención hacia Iker.
—Sí, pero he vuelto. —Afirmo.
—¿Tus amigas también? —Me pregunta divertido Andrés.
Supongo que solo de pensar en mis tres amigas aquella noche con él, se pondrá palote.
—No, sólo yo. —Le comento y miro a Iker, que me observa con detenimiento, de una forma
diferente. Me intimida y creo ver una sonrisa en sus ojos.
—¡Martina! Los cafés… —Me dice José, dándome un toque de atención.
Me sonrojo, ante mi falta de profesionalidad por quedarme embobada sosteniéndole la mirada
a un cliente, de una forma que puede resultar desafiante.
Verlos me trae tantos recuerdos, de aquella desastrosa noche. Supongo que ellos se acordarán
igual que yo de esa noche.
Atiendo al resto de clientes que entran y toman asiento en la cafetería. José y yo, nos
compaginamos a la perfección, pero aún así me siento intimidada, al ver como los dos polis me
observan continuamente. Cuando veo que se levantan para marcharse, estoy metiendo los platos en
el lavaplatos.
—Ahí te dejamos el dinero. —Dice Andrés, a la vez que se aleja junto con Iker, hacia la
puerta.
—Muy bien, que tengáis un buen día. —Vale quizás eso no era necesario y he quedado como
una estúpida…
Me doy una colleja mental.
¿Qué pretendía? ¿Seguir conversando con ellos?

***
El resto de la mañana transcurre con total normalidad. No paro de moverme de un extremo a
otro de la cafetería. Porque seguimos solos José y yo. Él está dentro, preparando lo que piden y
yo, estoy en la sala atendiendo, sirviendo y recogiendo.
A media mañana nos llama Sol, para preguntar qué tal llevamos la mañana; y para decirnos que
no podrá venir en varios días. Antes de que colgase le pregunté si cuando ella se refería a los
polis, era por ellos dos. Sol, rió divertida y con curiosidad me preguntó si preguntaron por ella.
Le dije que no y noté como suspiró al otro lado de la línea.
Está colada por uno de ellos. ¿Será por Iker? No me extrañaría…
Antes de colgar me volvió a recordar que tenía que seguir yendo temprano con José a trabajar.

***
Cuando por fin hemos cerrado, ponemos música, mientras limpiamos y recogemos el local.
José, está en la cocina terminando de limpiar y yo estoy sacándole brillo a nuestra majestuosa
encimera.
—Martina… ¿Qué pasa con tu royo? —Me dice José, a la vez que levanta las cejas, insinuando
que debo explicarle algo.
—¿Qué pasa? —Le pregunto, volviendo a centrar mi atención en la encimera.
—No te hagas la loca… porque te comías con los ojos, a los dos polis macizorros. —Afirma
con perversión.
—No es cierto. —Miento.
—Y yo soy hetéro… Venga, eres mi amiga, puedes contármelo. —Insiste.
—Verás ya los conocía de antes. —Le digo, restándole importancia.
—¡Lo sabía! Se respiraba mucha tensión en el ambiente. —Afirma feliz de tener razón.
—¡No exageres! —Le digo riendo. —Son sólo conocidos.
—Mientras no te guste el más flacucho… no hay problemas. —Me informa.
—¿Andrés? —Pregunto.
—Sabes hasta su nombre… ui, ui, ui…. —Bromea, poniéndose el dedo anular sobre su boca,
con un exagerado gesto de pestañas.
Ambos comenzamos a reírnos.
—¿Por qué no debería de gustarme? —Pregunto.
—Porque a Sol, le encanta ese tío. —Afirma.
—Tranquilo, no es mi tipo. —Le soy sincera.
— Martina cuéntamelo, TO-DO. —Me exige.
—Verás, te acuerdas que te conté que terminamos mi despedida en comisaría. —Comienzo a
decirle. José afirma y yo continúo. —Pues ellos… fueron los polis que nos arrestaron.
—¡No me lo puedo creer! —Dice sin dar crédito. -¿Cuál de los dos te esposo? —Pregunta
interesado.
—Iker. —Respondo y no puedo evitar acordarme de esa noche tan extraña y tan cargada de
tensión.
—Uff… nena. Ahora comprendo porque hoy no te quitaba los ojos de encima. Hay tensión
sexual no resuelta. —Dice pensativo.
—No exageres. —Le digo, restándole importancia.
—Ojalá me hubiese esposado a mí… está tremendo. —Afirma, sumido en sus perversos
pensamientos.
José y Sol, ya conocían mi historia.
También les conté mi desastrosa despedida y que terminamos en comisaría.
Pero jamás, hubiese pensado que volvería a verlos. Estoy en Madrid, hay muchísima gente, la
posibilidad de verlos de nuevo era remota…
Pero no imposible.

***
Después de despedirme de José y marcharme para mi casa. Ya os podéis hacer una idea de la
que me liaron mis amigas, cuando les conté que había vuelto a ver a los polis.
Después de cotillear con ellas, he llamado a mi padre. Obviamente, él no sabe que estoy
viviendo en un piso, que por cada día que pasa, se parece más a una chabola. Le conté, que aquí
en Madrid soy feliz y él se siente satisfecho de ello. Me hace prometerle que llamaré a mi tía Elo.
Cosa que hago en cuanto cuelgo su llamada.
Cuando por fin me atreví a llamarla, era ya bien entrada la tarde. Ha sido la primera vez, desde
lo ocurrido con mi boda, que he hablado con ella.
Os podéis figurar el numerito que me ha montado por teléfono. Y doy gracias a Dios, que estoy
al otro lado de la línea, porque sino… Creo que me hubiese dado hasta una torta.
Es una exagerada.
No ha parado de repetirme que soy una mala mujer, que tenía que estar con Víctor, que lo tenía
que perdonar. Porque un desliz, lo podía tener cualquiera…
¿Perdona? Ella me ha contado que a Víctor, desde lo ocurrido, se le ve más triste que antes.
Además me comenta, que se rumorea que no ha vuelto a verse con la chica que estaba.
La verdad, que debería importarme una mierda, como este Víctor. Pero después de hablar con
mi tía, me siento depresiva total.
¡Qué mujer más tóxica!
Antes de dormir me doy ducha de agua fría, con eso se me quitan las tonterías de la cabeza.
Además, he llegado a pensar, que tal vez, la vida me este castigando. Por el cubo de agua con
hielo, que le preparé sobre la puerta de la casa de Víctor.
¡Maldito karma!
Estoy hasta el mismísimo, por culpa del puñetero termo.
Elías, no ha aparecido en todo el día por la casa y Alma o no está, o está durmiendo. Pero toda
la casa está en silencio.
Regreso a mi habitación frustrada, de no poder pagar mi mal genio con Elías, para que de una
vez por todas, arregle el agua caliente.
Cuando entro en mi cuarto Lucy, está terminándose la lata de sardinas que le he puesto para
cenar. Sonrío al verla y saco de debajo de mi almohada la sudadera de Iker.
La miro un instante y pienso, que tal vez no es buena idea ponérmela y que debería
devolvérsela.
Pero desestimo la opción a corto plazo, es muy suave y agradable. Me ayuda a entrar en calor
para dormir…
Sin divagar mucho más, me miro el tatuaje que es el recuerdo, de que esa despedida fue tan
real como está sudadera que me estoy poniendo.
Sonrío con amargura y me tumbo sobre la cama intentando conciliar el sueño, una noche más…

***
Me desperezo en el borde de la cama y me quedo un rato mirando el suelo, sin pensar en nada.
Debería de ser ilegal tener que madrugar tanto, con lo bien que se está acurrucada en la cama.
No quiero comenzar el día, no se me apetece saber nada del mundo.
Me pongo el uniforme, me maquillo un poco, cosa que no suelo hacer. Pero, pensar que tal vez
hoy vuelva a ver a Iker… quiero tener mejor aspecto.
Cuando estoy lista, me dirijo con mi coche hacia la panadería de Rodolfo, a recoger el pedido
del pan.
No encuentro sitio cerca para aparcar. Es temprano. Así que aparco en un lugar de carga y
descarga. No voy a tardar más de diez minutos y no creo que venga nadie ahora, a las seis de la
mañana, será una cosa rápida.
***
Cuando salgo de la panadería de Rodolfo, con la enorme caja de pan entre mis brazos, voy
pensando en Iker.
En sí estará allí esperando que llegue. La verdad, que no estaría mal empezar el día como ayer
viéndolo vestido de uniforme, lo encontré más que apetecible. Sonrío como una idiota, pero me
quedo petrificada, tal como giro la esquina de la calle.
¿Cómo?
¡No puede ser!
No tan temprano, por favor.
Yo, pensando en empezar bien el día; y me están poniendo una multa y se están llevando mi
coche la policía.
¡Mierda!
Corro en la medida que me lo permite mi cuerpo, por llevar la pesada caja de pan en los
brazos; y grito para llamar su atención.
—¡Eh...! —Grito. —Ya me iba.
—¿Es la dueña? —Me preguntan.
Sigo sin verle la cara. Conforme voy llegando a mi coche, se me seca la garganta y me falta el
aliento de la carrera que he hecho con la pesada caja.
—Sí. —Afirmo. Pongo la caja en el suelo y tal como me incorporo se me desencaja la
mandíbula. —¡Tú!
—¡Joder! —Dice sorprendido Andrés.
—Estás de broma… ¿no? —Digo con amargura, no puedo tener tan mala suerte.
—Está mal estacionado. —Me informa Andrés.
—No te lleves el coche hombre, que tengo que ir a trabajar. —Le suplico.
—Tío, nos vamos… ¡Ostia! —Exclama Iker, desde la ventana de la grúa, en la que está
enganchado mi coche.
—Eran unos minutos, iba a por el pan. —Les digo.
Iker, se baja del coche y me sonríe, no estoy de humor para este tipo tan arrogante, es
demasiado tan temprano.
—Hubieras aparcado mejor. —Me dice burlándose de mí.
—Son las seis y media de la mañana, ¿no tenéis nada mejor que hacer? —Pregunto irritada.
—Es nuestro trabajo. —Dice Andrés.
—Es súper temprano, como podéis empezar el día jodiendo a la gente… eso es de cabrones.
—Les reprocho enfadada.
—Oye, —comienza a decir Iker, pero lo interrumpo.
—¡Venga ya…! —Les digo pasándome la mano por el pelo nerviosa. —Suelta el coche. No
puedo llegar tarde a trabajar.
—¿Qué? —Dice Iker, con mirada desafiante.
—¡Qué sueltes el coche! Y tú… —digo dirigiéndome a Andrés. —No te atrevas a ponerme la
multa y volver a desayunar en la cafetería.
—¿O qué? —Vuelve a desafiarme Iker y Andrés se ríe.
—¿O qué? —Vuelvo a repetir, para ganar tiempo y pensar una respuesta convincente.
Pero, no se me viene ninguna ingeniosa. —Te escupiré en el café. — Me sugiere mi mente, pero
no es lo más sensato de decirles.
—Te aseguro que os arrepentiréis. —Afirmo, poco convencida de mis propias palabras.
—¿Estás amenazando a la autoridad? —Pregunta Andrés divertido.
—No tengo tiempo para esto, llego tarde a trabajar. —Les digo, sonando poco convincente.
—Pues empieza a caminar. —Suelta Iker y siento como mis ojos se me salen de las órbitas.
—¿Qué? —Le pregunto histérica.
—Lo que oyes, antes de que te tenga que detener, por faltarnos el respeto. —Comenta Iker,
girándose para la grúa con un aire chulesco y sin ningún atisbo de humor.
Miro a Andrés que comienza a escribir en la dichosa maquinita electrónica, le pongo la mano
sobre la pantalla y me mira.
—No me multes, hombre. —Le pido desesperada.
Cuando oigo la grúa arrancar, me fijo que Iker está subido en la grúa.
—¡Iker! Por favor, no volveré a aparcar mal, nunca más.
Iker se asoma por la ventana de la grúa y me entran ganas de abofetearle. Pero en vez de eso,
opto por ponerle una sonrisa encantadora.
No sé el tiempo que pasa sin decir nada mirándome con apatía. Hasta que eleva las comisuras
de sus labios, regalándome una sonrisa.
—También recuerdas mi nombre. —Afirma con una amplia sonrisa divertida. —¡Ves! Deberías
de ser más educada. Con una disculpa de primeras, te hubieses ahorrado el numerito. —Me dice
Iker.
—Vale. —Le digo, porque no me pienso rebajar más.
—Venga que no vuelva a pasar. —Me dice Andrés.
Se dirige hacia el coche y lo comienza a soltar. Le sonrío con alivio.
Mi móvil comienza a sonar es José. Le cuelgo, pero en menos de dos segundos me vuelve a
llamar. Entonces, descuelgo la llamada.
—¡José! —Le digo a modo de saludo.
—¿Dónde te metes? —Me pregunta preocupado.
—Pues… he tenido un contratiempo, pero ya está solucionado. —Respondo.
—¿Otra vez Rodolfo? —Me pregunta.
—No, una tontería con mi coche. Pero, ya voy, tardo diez minutos. —Le comento.
—Vale, aún por suerte no han llegado los polis a desayunar. No tengas prisa. —Me dice.
—Lo mismo no vuelven a desayunar allí. —Pienso en voz alta y se lo digo.
Me siento incomoda, de estar observada por los polis, a los que se refiere José.
—Espero que no sea cierto o Sol, se va a llevar un disgusto. —Me recuerda José.
Iker, mira su reloj y bosteza en señal de aburrimiento.
—Te dejo. —Me despido de José y cuelgo.

***
Le doy varias veces las gracias a Andrés, que ha depositado mi coche de nuevo en la carretera
y lo ha bajado de la grúa. Le digo que le debo un desayuno y él me sonríe amablemente.
Sin más que decir, abro mi coche, meto la caja de pan en el maletero y abro mi puerta para
subirme.
Intento no mirar a Iker, que me observa como si estuviese molesto. Supongo que su ego, se ha
dañado, porque no le he dado las gracias directamente a él.
¿Por qué será? Ah, claro… porque querías llevarte mi coche y eres un capullo arrogante. Me
saca de quicio.
Me subo al coche y lo arranco. Iker, se acerca a mi ventana y me hace un gesto para que la baje.
—¿Qué quieres? —Le pregunto molesta con mi mirada fija al frente, para evitar el contacto
visual y así pensar con más claridad.
—Tres desayunos gratis. —Dice y se queda tan pancho. Lo miro de sopetón y me pienso, como
me encantaría borrarle esa sonrisa que me irrita.
—Tres mierdas pa´ ti. —Le respondo sonriente.
—Tres desayunos. —Insiste, su sonrisa de diversión se ensancha y le regalo una sonrisa falsa.
Me siento más valiente, ahora que sé que no se llevan mi coche ni me han multado.
—Contigo no hice el trato, ha sido solo con Andrés. —Le vacilo y parece pillarle por
sorpresa.
—Eso sí que no. —Me dice apoyando sus manos en el marco de mi puerta.
No puedo evitar mirarle sus fuertes y musculosos brazos, que se ciñen bajo la apretada camisa.
Después de querer memorizarlos, me encuentro con una mirada oscura, llena de intensidad, que
espera una respuesta.
—Solo a Andrés. —Repito para molestarlo.
—¿Estás segura? Aún puedo llevarme el coche. —Aunque quiero darle una bofetada, me
retraigo y asiento. —Tres desayunos para los dos. —Afirma y yo me niego a ello.
—Uno.
—Tres. —Insiste, a la vez que suelta una carcajada de que está disfrutando de lo lindo.
—Uno.
—Tres. —Vuelve a insistir, sonriendo divertido y yo también sonrío, me parece surrealista
todo esto.
—Uno o nada. Tú eliges. —Le digo como ultimátum.
—Vale. —Afirma satisfecho y yo me siento victoriosa. — El tipo del bar… —Comienza Iker a
decirme.
—¿José? —Le pregunto.
—Ese… ¿es tu novio? —Me pregunta intentando mostrar indiferencia.
—No, imposible. —Respondo y comienzo a reírme.
—¿Por qué? —Me pregunta confundido.
—Digamos que no soy su tipo. —Le digo, si él supiera lo tremendamente gay que es.
—¿Y él para ti? —Me pregunta.
—¿Qué? —Le pregunto molesta, pues no me gusta que mi mente se confunde cuando estoy
cerca de él. — Oye, no tengo tiempo para tonterías, llego tarde a trabajar. —Atajo en un tono
mordaz.
—Tranquila, siempre somos los primeros en llegar, los segundos llegan a y media. —Hace una
pausa y me mira vacilante. —Ahora nos vemos Martina, espero que no me hagas esperar mi
delicioso desayuno gratis. —Me dice Iker, con arrogancia y pitorreo, a la vez que se aleja del
coche.
La grúa obstaculiza la calle, paso de esperar a que Iker, se suba y se quite de el medio. Así que
doy marcha atrás, en la misma calle donde me encuentro.
Sé que es ilegal y que tengo a la policía a dos pasos de mí, pero es que Iker, me pone de mal
humor.
¡Me hace perder la paciencia!
Es un tirano, un superficial, un arrogante, que se siente superior.
Encima, es un caradura, tres desayunos gratis… Por supuesto que hubiese aceptado, incluso una
semana, a cambio de que no se hubiesen llevado mi coche, ni me hubiesen multado.

***
Cuando llego a la cafetería, la teoría de Iker, es cierta. No hay nadie esperando para ser
atendido.
Entro como un vendaval hacia la cocina y con una mirada de disculpas me dirijo a por mi
delantal y mi gorro.
José, me sigue detrás, para que le explique que ha sucedido. Le sonrió y me pongo a encender
la tostadora.
—¡Martina! Desembucha. —Me exige.
—Se iba llevando mi coche la grúa de la policía esta mañana. —Le digo.
—No me jodas. —Me responde sorprendido.
—Sí y para colmo, eran los polis de Sol. —Le informo.
—Anda que suerte, por eso no te han multado, ¿no? —Comenta animado.
—Por eso y porque les dije que los invitaría a desayunar gratis. —José, comienza a reír
divertido.
—¿Qué podía hacer? Me llamaste y me recordaste que Sol se derrite con Andrés, no podía
estropearlo.
—Muy bien que has hecho. Pero, no te hubiesen multado en cuanto vieron que eras tú. —
Afirma con seguridad.
—Ya te digo que sí, lo iban hacer. —Le aclaro.
—Anda, no exageres, si ese que está ahí no deja de comerte con los ojos. —Me comenta
señalando hacia Iker, que nos observa con su sonrisa de arrogancia.
—¿Qué? —Le pregunto confundida.
—Venga, pídele una cita… que te de un buen meneo con su porra juguetona. —Me dice
dándome un abrazo de efusividad.
—¡José! No seas puerco. —Le riño, riéndome de las ocurrencias que tiene.
—Ojalá tuviese yo posibilidades con uno de esos dos… me encantan los hombres uniformados.
—Afirma pensativo.
—No me cuentes más. —Le pido.
Tal como salgo de la cocina, no los miro directamente. Hago como la que está muy ocupada.
Enciendo la máquina de comandas y el ordenador de la caja. Luego la máquina de hacer zumos,
no es necesario hasta que no vayas a usarla, pero necesito ganar tiempo para calmar mis nervios.
¿Por qué me pone tan nerviosa este hombre? ¡No lo sé! Tal vez por esa sonrisa tan bonita que
tiene y esa mirada tan indescifrable. Solo de pensar en eso, me pongo aún más nerviosa, porque
siempre he sido muy extrovertida con todo el mundo y con él, me siento intimidada y todo me
parece diferente.
—¿Qué vais a tomar? —Les pregunto amablemente.
—Yo quiero un desayuno completo. —Me dice con una sonrisa ancha Iker.
—Muy bien. —Afirmo sonando indiferente. —¿Y tú Andrés?
—Lo mismo. —Me dice en un tono divertido.
—Vale, enseguida vuelvo. —Les informo, intentando aparentar serenidad. Aunque no sea así.
—La próxima vez, que salgas marcha atrás en esa calle, te multo. —Gruñe irritado Iker.
Lo miro y me encojo de hombros, sin responderle. Pero, dándole a entender que me da igual. A
la vez, que oigo la risa divertida de su compañero.
En vez de tomarles la comanda, me dirijo a la cocina y aunque sé que me pueden ver. Cierro la
puerta y me aseguro que no me puedan oír.
Me dirijo hacía José que está sacando cosas de la nevera.
—José, atiéndelos tú. —Le suplico.
—¿Qué? —Me pregunta cerrando la nevera y cruzándose de brazos frente a mí. —¿Por qué?
—Por favor. —Le ruego.
—No, dame una explicación razonable. Porque, que yo sepa, ellos están encantados de que
seas tú. —Levanta la vista y los mira. —¿Qué te traes entre manos con el macizorro?
—Me cae mal, lo odio. —Afirmo.
—¿Por qué? —Pregunta partiéndose de la risa.
—Porque, me hace perder la paciencia. Me pone nerviosa. —Le digo desesperada.
—Y él disfruta al tener ese efecto en ti. —Afirma.
—Ya te digo que no, simplemente le caigo mal… es recíproco. —Hago una pausa y se lo
vuelvo a pedir. - José… por favor.
—Ni por favor, ni por favá. Mueve el culo y ponte a hacerles los cafés y los zumos. —Me
regaña, girándome por la cintura y empujándome hacia afuera. Presenciando todo el numerito, los
dos culpables de mi desastroso día.
Sin rechistar salgo de la cocina y no dirijo mirada alguna a los dos pares de ojos que me
observan.
Me muevo con aparente serenidad delante de ellos, intentando mostrar seguridad en mi misma.
Una vez servidos los dos zumos, de naranja natural, se los pongo a ambos y cuando mi mirada se
cruza con la de Iker. Un cosquilleo extraño me acaricia la piel.
Desvió la mirada hacia la máquina del café y les preparó dos cafés, a Iker le sirvo el café bien
caliente, a ver si se le cae la sonrisa de pegatina que tiene.
Al cabo de un buen rato, entran los segundos clientes de la mañana y miro el reloj,
efectivamente, entran a la hora que Iker, dijo.
Eso no hace otra cosa, que molestarme aún más y enfadarme por ver que lleva razón.
Me dirijo hacia los dos hombres enchaquetados y tras tomarles nota Iker y Andrés, se levantan
de donde están para marcharse.
Me fijo en que Iker se está guardando la cartera.
—No hace falta, estáis invitados. —Les digo.
—Era broma Martina. —Me dice Andrés.
—No somos tan capullos. —Añade Iker desafiándome.
—Bueno, pero insisto en invitaros. —Les pido.
—Otro día. —Aclara Andrés, marchándose.
—Bueno déjame que os dé el cambio. —Les informo, en un tono de voz un pelín más elevado,
para que Andrés también se entere.
—Quédatelo. —Afirma Iker. —Y no vuelvas a aparcar allí, ¡eh!
—Lo prometo. —Le digo, con una amplia sonrisa que Iker, me devuelve encantado.
Niega como si descartase algún pensamiento y se aleja de mí.
—Iker. —Lo llamo y se gira.
Realmente no sé porque lo he llamado, me muerdo el labio y me arrepiento de lo que mi mente
piensa en decir y lo que mis labios dicen.
—José, tampoco es mi tipo. —Le aclaro contestando la pregunta que me hizo antes.
Él sonríe y se acerca de nuevo a mí, quedándose a escasos centímetros.
—Lo sabía, te van más ese tipo ¿no? —Me vacila en un medio susurro.
Percibo nuevamente su aroma tan peculiar a cítricos y chocolate, que me resulta tremendamente
embriagador. Él hace un gesto hacia los dos tipos enchaquetados que desayunan junto al enorme
ventanal.
Los observo un instante y me encojo de hombros. Entonces, Iker sonríe y se marcha.
—Que te vaya bien, Martina. - Afirma a la vez que camina con paso decidido hacia la puerta
de la cafetería, no le veo el rostro, pero estoy completamente convencida de la sonrisa irónica que
se dibuja en su rostro.
¡Uff! Me saca de quicio.
Esas palabras quedan flotando en el ambiente. Sinceramente no sé si lo decía porque tenga un
buen día, o por que tenga suerte y me vaya bien con un capullo, de esos estirados ejecutivos, que
sientan sus adinerados culos cada día para desayunar.
Sea lo que sea, a lo que Iker, se refiriese, no consigo hacer otra cosa que recordar cada instante
que he vivido ésta mañana con él.
Es muy atractivo, ¿qué digo?
Es tremendamente atractivo, no es guapo exagerado, que empalague, es porque tiene belleza
natural. Rebosa masculinidad, seguridad y sus profundos ojos azules, lo hace aún más interesante.
Pero no puede gustarme, me niego a ello.
Tal vez si lo hubiese conocido en otras circunstancias, no tendría problema alguno en ir directa
al grano.
Pero pienso que cuando dos personas se conocen y todo comienza con mal pie, nada puede
salir bien.
7
Mmm… que bien sienta dormir sin prisas, sin preocupaciones y sin desvelarme en toda la
noche. Hoy es de esas veces en la que cuando te despiertas, te encuentras desubicada. Con tanto
sueño que no sabes ni en el día en el que vives, ni la hora que es; o simplemente no sabes si te
acabas de despertar de una siesta o de hibernar durante un año.
Pues eso mismo me acaba de suceder a mí, cuando los rayos mañaneros del sol se cuelan a
través de mi ventana y me acarician la piel.
Me desperezo y enciendo el móvil haciéndome la remolona.
Es sábado por la mañana, ayer viernes no trabajé porque lo tenía libre. Así pues, me lo pase en
pijama, leyendo, viendo pelis románticas de Amazon Prime y comiendo helado de chocolate, junto
con mi gata.
El móvil comienza a sonar y me sobresalta de está dulce duermevela. ¿Quién puede ser tan
temprano?
—Sí. Dígame. —Saludo soñolienta y bostezo en silencio.
—¡Holaaaaaaaa! —La voz de Lola, resuena risueña.
—Hola gor, ¿cómo estás? —Le pregunto con cariño y una sonrisa tonta, se me dibuja en el
rostro.
—Pues, aquí en Madrid. —Dice, soltando una carcajada.
—¿Qué? ¿Enserio? —Pregunto incorporándome de sopetón sobre mi cama.
—¡Sí pava! —Exclama divertida.
—¿Dónde estás? —Sonrío como una idiota. —Voy a recogerte.
—No te preocupes, estoy en casa de mi hermana. —Me informa.
—¿Tú hermana? —Le pregunto confundida, ahora sí que no comprendo nada.
—Sí verás te cuento…
Lola, me explica, que en cuanto llegó me llamo al móvil, pero como lo tenía apagado no pudo
contactar conmigo hasta ahora.
Le mentí, diciéndole que me dormí, temprano.
Por no decirle la verdad, que cuando no trabajo me la paso lamentando mi desdichada vida.
Lola, me informa de que se tiene que quedar con su sobrina hasta mañana, ya que su hermana se
va de escapada romántica con su marido.
Comienza a cotillear, diciéndome que cree que pasan una crisis matrimonial y tienen que estar
muy desesperados, para acudir a ella y dejarle a su sobrina.
Cuando me lo cuenta, ambas comenzamos a reír.
Porque las dos, sabemos que la hermana de Lola, acudiría a ella como último recurso. Ya que
si no recuerdo mal. La última vez que se la dejo a su cargo, su sobrina se afeito media cabeza.
Así que, si que tiene que estar mal su matrimonio, cuando han acudido a ella.
—Oye ¿qué haces despierta a ésta hora? —Le pregunto extrañada, sabiendo que a Lola se le
suelen pegar bien las sabanas.
—La pequeña monstruito lleva despierta desde las seis y media de mañana. —Me cuenta y
siento, la irritación en su voz.
—Te recuerdo que es una niña. —Intento que entre en razón.
—Sí y ambas sabemos que es peor que la niña del exorcista. No quiero que la líe ésta vez
conmigo; o no me la dejarán nunca más. —Comenta preocupada.
—Sois tan iguales… —Afirmo. Al recordar lo traviesa que era Lola de pequeña, su sobrina,
solo es la estampa en miniatura de ella. —Oye, eres psicóloga… debes saber tratarla.
—Soy psicóloga, pero no hago milagros. —Dice y ambas reímos. —Oye gor, levántate y vente
ya ¿no? —Me pide feliz Lola.
—¡Martina! Vente pronto, que me aburro con tata. Porque no me deja pelar a mi perro. —Dice
la pequeña Leire.
—¡Vaya! Sí que está revolucionada, no le des chocolate, ni chuches. —Le aviso riéndome.
—Tarde. —Se lamenta falsamente Lola. Confirmándome que la pequeña niña debe de estar
subiéndose por las paredes por el pico de azúcar que tiene en sangre.
—Venga mándame la ubicación y voy a por ustedes. —Le digo despreocupada.
—Sí, por favor… ¡sálvame! —Me suplica con pitorreo Lola.
—Tardo veinte minutos fea. —Afirmo feliz.
Me siento ilusionada de poder pasar un buen rato con mi amiga y su sobrina. Hace más de un
año que no veo a la pequeña Leire, pero es una niña extrovertida y afable a los demás.
A mí, me encanta esa niña.
Me vendrá genial, mantenerme distraída en mi día libre.
En menos de diez minutos estoy saliendo de mi habitación, dejando a Lucy, con comida y
cerrando mi puerta con llave. Dos tíos, duermen inconscientes en el sofá, con botellas de licor
esparcidas por el suelo y el olor, de sabe Dios qué han fumado, invade el pasillo y el salón.
¡Qué asco!
Una vez en mi coche, pongo el GPS a funcionar y me dirijo hacia la casa de la hermana de
Lola.
Mi estomago ruge hambriento y a pesar de ello, mi mente solo piensa en una persona, que me
irrita más que el jabón en los ojos.
Ayer me pase todo el día recordándole. Pensando en el día en que me detuvo, en cómo me
sujetó para que no me cayera de bruces. Sus fuertes brazos sujetándome y por alguna extraña
razón, no tuve miedo, no me amedrantaba, simplemente me sentí bien… Recordaba su aroma
envolverme, en su mirada insoldable que se ha metido bajo mi piel y en su sonrisa… que se
muestra unos labios suaves, que me desconcentran.
Pienso en él, pero también en esa dichosa y estúpida frase, que parece que se quedó suspendida
en el aire “que te vaya bien, Martina”
No paro de pensar si tenía doble sentido.
No sé porque le mentí y quise darle a entender que me gustaban los ejecutivos.
Me dio la sensación que no se sorprendió de mi elección, pero quiero pensar que le molestó.
No lo sé, porque quiero pensar que tal vez José, lleva razón y yo también le guste.
¿Qué hago pensando tanto en él? Me doy una colleja mental.
Es un capullo integral, me arrestó, es arrogante y el otro día casi me multa. ¡Vamos! No es lo
que se dice un encanto, —es todo lo contrario. — Me recuerda mi mente, para que siga odiándolo.
—No es tu amigo. —Me murmura mi mente.
¿A quién quiero engañar?
Nos llevamos peor que el perro y el gato.
***
Cuando recogí a Lola y a su sobrina, paramos en la cafetería y así, mientras desayunábamos,
les presenté a Sol y a José.
Lola en un primer momento se derritió cuando vio a José. Empezó a pestañear y a tirar de su
camiseta, de forma desesperada para pronunciar más su escote y le susurré en el oído que José,
era gay. Para que no siguiese haciendo el ridículo. Como era de saber, en un primer momento no
me creyó, pero cuando se lo presente y José, comenzó hablar, cualquier atisbo de duda sobre su
sexualidad quedo borrado de la mente de Lola y descubrió al gay más amable, bueno y simpático,
del mundo entero.
Cuando salimos del local, se habían hecho muy amigos. Tanto que terminamos prometiéndole a
José, salir ésta noche con él, cuando volviese la hermana de Lola.
Sol, prometió apuntarse para la próxima, pues ya tenía compradas las entradas para un
concierto de Manuel Carrasco y como es de saber, un plan así no se puede cancelar.
Cuando salimos de la cafetería, nos fuimos a un enorme centro comercial, que queda a las
afueras de Madrid.
Primero nos pasamos por un centro de estética y allí pedimos que a la pequeña Leire, le
hiciesen la pedicura y a nosotras la manicura.
Después nos paseamos por un par de tiendas, pero sin éxito de encontrar nada que nos gustase.
A medio día, nos sentamos a comer en un bar de tapas, que tenía un parque de bolas para los
niños. Fue entonces, cuando tuvimos algo de intimidad para hablar relajadas. Le conté a Lola, mi
mala suerte con el policía que nos detuvo la noche de la despedida y volver a verlo.
Claro que cuando se lo conté, Lola, no daba crédito de lo que oía. Pues ella, también opinaba
que era una gran casualidad, se destornilló de risa sin dar crédito.
Pero sus carcajadas iban en aumento, conforme le conté, que el otro día, casi se lleva mi coche.
Tener a Lola aquí, era como una burbuja de oxígeno. Necesitaba un día así. Le fui sincera, le
expliqué que Iker, sacaba lo peor de mí, pero ella me observaba divertida y terminó afirmando
que cuando hablo de él, me brillan los ojos.
Sinceramente, no lo sé.
Nos quedamos en el bar, más tiempo del necesario, pero era la única forma de tener controlada
a la diablilla de su sobrina. Pero, cuando el camarero se acercó a nosotras y nos dijo que
llevábamos tres horas ocupando la mesa.
Tuvimos que irnos.
Tal como salimos del bar, la pequeña Leire se nos volvió a perder, una vez más.
Lleva haciendo eso todo el santo día, se esconde y desaparece. Para ella es un juego; y cuando
ve que estamos a punto de morirnos del susto, aparece con una enorme sonrisa.
—¿Dónde se ha metido ahora? —Pregunto confundida.
—A saber… en cuanto la encuentre, nos vamos. —Afirma irritada Lola.
—Si estaba a mi lado hace un segundo. —Le comento confundida.
—Disfruta haciendo esto. ¡Vaya día que nos está dando! —Se lamenta Lola.
—Lo mismo ha ido al baño. Es lo último que dijo cuando salió del parque de bolas. —Le digo
pensativa.
—Sí, puede ser. ¡Vamos a los servicios! —Aclara Lola; y ambas comenzamos a mirar en todas
direcciones, por si vemos a la pequeña, de cinco años, con una rizada melena morena escondida
en algún lugar.
—¡Oh, no puede ser! —Me lamento muriéndome de la vergüenza.
—¿El qué no puede ser? —Me pregunta confundida.
—¡No puede estar pasando esto! —Le digo, girándome en dirección contraria a donde nos
dirigíamos.
—¿De qué hablas? —Me pregunta Lola, sin comprender nada.
—Leire… —Comienzo a decir. —Está ahí. —Le informo, haciendo un gesto con la cabeza
hacia un escaparate de una tienda. —¡No mires!
—¿Qué dices? —Pregunta Lola, girándose hacia la tienda que le he indicado. —¡Mierda!
—Esperemos que no este haciendo eso. —Afirmo preocupada.
Ambas miramos atónitas a la pequeña diablillo que nos saluda felizmente con efusividad. A la
vez que se encuentra, sentada en el retrete de un escaparate de exposición de decoración de baños.
—Yo no la conozco. ¡Vámonos! —Afirma Lola, tirando de mi brazo.
—Pero… ¿Cómo vamos hacer eso? —Le pregunto. —No podemos dejarla ahí.
—Yo paso, de morirme de la vergüenza. —Afirma.
—¡Tata! ¡Tata Lola! —Grita la pequeña niña y muchos de los presentes comienzan a mirar
atónito a la pequeña y buscan la dirección de la mirada de Leire.
—Menos mal, que no tiene nada que ver con nosotras. —Replico con ironía.
La pequeña, saluda felizmente a su tía y está mira para detrás como buscando a quien saluda la
niña.
—No seas mala. —Intento sonar seria, porque estoy nerviosa y me ha dado por reírme.
—¡Tierra trágame! —Suplica Lola y yo me rio por no llorar.

***
Después de pasar uno de los momentos más vergonzosos de nuestras vidas, gracias a la
pequeña sobrina de Lola. Le intentamos hacer comprender, que eso que nos ha hecho, es una
broma de muy mal gusto.
La dependienta de la tienda, cuando la vio sentada, en el lujoso escaparate, casi le da un
soponcio.
Claro que no pudimos hacernos las tontas, no podíamos dejar a la niña allí. Acudimos en su
dirección y tras disculparnos más de cien veces con la mujer, termino haciéndole gracia la
ocurrencia de la avispada pequeña.
Por suerte el retrete estaba conectado como uno normal y la pequeña diablilla solo había hecho
pis. Así que, asunto zanjado.
¡Menos mal!
La pequeña comprendió, que no estuvo nada bien lo que acababa de hacer. Entonces, entendió
que esta vez se había pasado de la raya. Se disculpo con mirada de angelito a la dependienta y la
mujer, se le termino quitando el enfado.
Una vez que salimos de la tienda. Lo mejor que podíamos hacer era marcharnos de allí lo antes
posible. Porque mucha gente habían presenciado todo y se habían reído de la cómica escena.
Pero el bochorno, lo hemos pasado nosotras dos solitas.
Mientras espero a que el coche de delante salga del parking, observo por el retrovisor a Leire
que se rasca los ojos del cansancio, sonrío al ver que es una réplica en miniatura de mi amiga
Lola, solo que aún más traviesa que ella…
Un golpe estrepitoso me hace salir de mis pensamientos.
¡Qué cojones…!
Cuando veo que el coche que iba a salir del parking, está besando la parte delantera de mi
coche. Me bajo hecha una furia. Veo el frontal de mi coche roto y la a defensa delantera está
descolgada en el suelo y los faros hechos trizas.
Lo que me faltaba.
—¿No me has visto? —Pregunto alterada y me dirijo a la ventanilla del piloto.
Pero cuando veo que es una señora mayor, toda la furia que se había desatado en mí se calma,
desaparece y me lleno de compasión. La mujer nerviosa se baja del coche.
—Perdona, es que no controlo bien el coche en las cuestas. —Me dice apurada.
—No pasa nada mujer. Estamos todos bien que es lo que importa. —Le digo con una amable
sonrisa.
—Lo siento de verdad. —Se disculpa nuevamente, apurada la señora.
—¡Todo fuera eso! —Exclamo amablemente, fingiendo indiferencia por mi coche.
Aunque en el fondo solo estoy mintiendo.
Pero siento compasión al ver a la anciana tan apurada, tal vez algún día yo sea así de mayor y
me vuelta igual o más torpe que está amable mujer.
Hay que tener empatía, solo es eso.

***
Después de ver como mi coche, se va en una grúa hacia un taller, caminamos las tres en
silencio hasta la casa de la hermana de Lola.
La pequeña intuye, que su tía sigue molesta con ella y yo estoy indignada sin mi coche. Por lo
que no hace comentario alguno y se porta mejor que nunca. No se ha quejado de tener que caminar
hasta su casa y nos ha dado la mano todo el camino.
Cuando llegamos a la casa. La hermana y el cuñado de Lola, ya han vuelto de su escapada
romántica antes de tiempo. Al parecer, han convocado al cuñado de Lola, para una reunión
urgente. Lo que significa que han tenido que cancelar sus planes.
Lo que para nosotras es un alivio. Porque así, que tenemos total libertad de disfrutar del finde
juntas y podremos salir a tomar algo con José.

***
—Hola Martina. —Me saluda José.
—¡Hola! —Dice Lola, pegando su boca a mi móvil.
—¡Holaaa! —Responde José divertido.
—José, no tengo coche, está en el taller. ¿Nos puedes recoger? —Le pregunto.
—Por supuestísimo, mándame la ubicación.
—Vale, oye… ¿dónde vamos a ir? —Pregunto con curiosidad.
—Tranquila, os voy a llevar por la ruta del pecado. —Afirma con risa pícara.
—La ruta ¿qué? —Pregunto, porque me rio de oír lo que creo que he oído.
—¡Ruta del pecado! —Exclama divertido José.
—Estás loco. —Le digo riéndome.
—Te estoy asegurando un buen polvo, si eso es lo que quieres. —Dice José.
—¡Sí! ¡Sí! Por favor… que le hace falta. —Le pide mi amiga, que está oyendo todo lo que dice
José.

***
Horas después, José, nos recogió en casa de Lola y salimos a tomarnos algo. Claro que mi
atuendo no era muy sofisticado que digamos. Me puse ropa de Lola, porque sólo de pensar tener
que ir hasta mi piso y cambiarme, me daba pereza; y terminaría por no ir a ningún lado.
Así que voy con unos jeans negros, mis deportivas de tela blancas, una camisa del mismo color
y una chaqueta de cuero negra.
Después de salir de dos discotecas y entrar en la tercera, mientras me tomaba una copa, llegué
a una hacerme una pregunta existencial.
¿Dónde se fabricaban a gente así?
¿Dónde se ocultaban durante el día?
José, nos aseguraba buenas esculturas y monumentos, como él decía y la verdad, que no estaba
equivocado.
Había gente por todas partes, mucha gente.
Personas que no pasaban desapercibidas fuesen donde fuesen, vestían modelitos que parecían
sacados de una revista de moda.
Claro que como el dicho que mi tía Elo dice “Dios los cría… y ellos se juntan”
He aquí la muestra, las tías y los tíos parecen clonados en una máquina de postureo. Cuanto
glamur y sofisticación juntos. Cuantas sonrisas frívolas y vacías de sentimientos.
Comparada con esa gente, me veo las pintas que llevo y me siento insignificante.
¡Me agobio!
Yo no pinto nada aquí, esto no es mi estilo, no me gusta los lugares así. No estoy bien.
José y Lola, llevan varias canciones bailando como si no hubiese un mañana y yo, parezco una
amargada, que sufre una crisis existencial. Lo que sucede, es que tras varias copas, estoy un poco
piripi y me pongo más sensible de la cuenta.

***
Adivina adivinanza, ¿cuál es el error más común que se comete cuándo se está piripi?
Venga pensad un poquito, con esas mentes privilegiadas que tenéis. Sé que no soy la única que
se pone sensiblera y al día siguiente se arrepiente de lo que hizo estando ebria.
Bien. Pues ya me diréis... ¿por qué en la cola del baño se cometen tantas cagadas? Y no de
forma literal.
Estoy muriéndome del aburrimiento y mi vejiga va a estallar como un globo de agua con estos
pantalones tan ajustados.
Como si mi cerebro se quedase sin oxígeno, no se me ocurre una idea más lúcida, que hacerle
una video-llamada a Víctor.
—¿Martina? —Pregunta atónito.
—La misma. —Afirmo. —¿Qué pasa Víctor? ¿No te alegras de verme?
—¿Qué? —Pregunta confundido. — Sí, mucho. —Dice soñoliento, lo he despertado. —Esto,
¿dónde estás?
—En la otra punta del mundo. —Le vacilo.
—¿Estás en una discoteca? —Vuelve a preguntarme.
—No, estoy en un velatorio. No te jodes. —Le digo y yo sola me parto de la risa.
—¡Martina! Estás borracha. —Afirma.
—Un poquito. —Respondo feliz.
—¿Por qué no me has devuelto las llamadas? —Pregunta con interés.
—Porque no he querido. —Intento contener la amargura, que siento en estos momentos.
¿Para qué lo llamo? Seré imbécil.
—Martina… —Comienza a decirme.
—Víctor eres un putón, que me rompió el corazón… Me lo hiciste trizas. Solo vives para
trabajar. ¡Aburrido! —Le reprocho y se me escapa un hipido.
—Tina, me equivoqué. —Me dice con voz dulce y sonrisa triste.
—Pues, ¿no crees que llegas un poquito tarde? —Le pregunto con una sonrisa amarga,
intentando disimular la tristeza que siento. —Gracias por cruzarte en mi camino.
—¿Estás sola? —Pregunta con interés.
—Nop.
—Me encantaría volver a verte, quedar contigo… intentarlo de nuevo. —Me pide y una
punzada de dolor envenena mi interior.
—Víctor, no hay nada de lo que hablar. —Afirmo segura de mis palabras.
—¿Por eso me llamas? —Pregunta sonriendo, esperanzado.
—No —Te he llamado para asegurarme que cuando borre el número, fuese el tuyo. —Le sonrío
con satisfacción.
—Me encantas cuando sonríes. —Afirma con ronroneo.
—Y a mí me encantaría acariciarte con un cable pelado, verás como sonreirías. ¡Nunca me
quisiste! —Le digo molesta, rota y dolida.
—No cambias. —Dice riendo satisfecho y mordiéndose el labio. —Martina, fue una
equivocación. Me importas mucho. Vuelve al pueblo, por favor.
Escuchar esas palabras, me hace temblar por dentro y ver como flaquean los muros, que poco a
poco he ido construyendo en mi interior.
No soy tan dura como quiero aparentar ser.
Me siento frágil, estoy rota en mil pedazos y no sé, ni por dónde empezar a recogerlos. Lo di
todo por amor. Lo quise muchísimo. Fui feliz durante un tiempo, pero nunca nadie me había hecho
tanto daño.
Menos mal, que el dolor ha aminorado, pero aún queda algunos amargos recuerdos, que
perduran y se resisten.
Yo solo quiero pasar página. Olvidarme de todo.
—Víctor, fue un placer cancelar la boda. Adiós. —Termino de decirle y cuelgo, sin esperar
respuesta.
Después de salir del baño, me dirijo al centro de la pista donde bailan desenfrenados Lola y
José. Ambos no son conscientes, de que están captando todas las miradas de los presentes.
Camino abriéndome paso entre la multitud hasta llegar a ellos. Lola me mira y parece poder
leerme la mente. A veces, me da miedo de lo bien que me conoce.
—Dime por favor, que no has llamado al gilipollas de Víctor. —Afirma queriendo escuchar
una negativa de ello.
—Tranquila, no lo he hecho. —Miento.
Mi móvil vibra en mi mano y sé que es Víctor, pero lo ignoro.
—Oye, me está doliendo la cabeza me voy. —Me excuso.
—Espera. —Me pide José. —Si ahora viene lo mejor. —Intenta convencerme para que me
quede. Lleva diciéndome eso desde hace una hora, porque sabe que no tengo ganas de fiesta.
—No enserio, yo me voy. Lola, quédate con él, me pillo un taxi. —Le digo gritando por encima
del sonido de la música para que me escuche y se quede tranquila.
—No te vas a ir sola. —Dicen los dos casi al unísono y comienzan a destornillarse de la risa.
Si que están borrachos.
—No creo que con la que tenéis encima, me salvéis de un apuro. —Les digo. —Cuando llegue
a casa os aviso.
—Prométemelo. —Me pide Lola. —No es seguro.
—No me va a pasar nada. —Afirmo cansada de las típicas conversaciones por la seguridad
femenina, a altas horas de la noche.
—Martina… —Comienza a decir José en señal de advertencia.
—¡Qué no pesados! Me voy. Disfrutad. —Con esas palabras, les regalo una sonrisa de todo
está bien. Me giro y me marcho buscando la salida del local.
Tras varios minutos intentando avanzar entre la multitud, por fin logro salir a la calle.
El aire frio de la noche despierta mis sentidos.
La calle está muy concurrida de gente que fuman en la puerta de la discoteca, junto a otras que
hacen aún cola para poder entrar.
Claro que Madrid de noche, es otra ciudad. Cambia mucho al que yo conozco de día.
No hay ni un taxi cerca, todos deben de estar ocupados y yo me muero de ganas de estar ya en
mi cama.
Creo que me estoy haciendo vieja.
Ojalá pudiese tele-transportarme.
Pongo el GPS de mi móvil para llegar al piso.
Según veo la ruta más segura, se tarda unos veinte minutos caminando. Es una ruta por avenidas
y calles amplias, evito cortar camino y coger por callejones oscuros, que luego en todas las pelis
que se ve, que la chica idiota coge por ahí y muere.
Elimino las llamadas perdidas de Víctor y dejo sin abrir un mensaje de este. Que pone: *Te
quiero Tina*
Puag, va a ser que no.
No he sentido amor cuando lo he visto hoy.
Sé que entre nosotros ya no queda nada. Porque cuando lo miré a los ojos, esos que tanto había
querido, me parecieron iguales a los de cualquier otra persona.
Realmente, no he sentido nada más que decepción.
Sigo caminando calle abajo y decido cruzar de acera. Porque por la que voy, a unos metros de
mí hay un amplio grupo de gente, haciendo botellón y paso de tener que pasar por el medio de
todos ellos.
—¡Eh… tú! ¡Fea! —Oigo que grita uno de ellos en mi dirección.
Yo, no hago otra cosa que hacerme la sorda y continuar mi camino.
Oigo como me vuelve a llamar, diciéndome fea.
No pienso perder el tiempo, con uno que seguramente este más borracho que yo.
—¡Martina! —Me vuelven a llamar.
Entonces, me giro y busco a la persona que acaba de acertar mi nombre. Pero me arrepiento de
mirar, en busca de quien es.
En el instante que miro hacia el grupo, me cruzo con unos ojos azules, que no logro quitarme de
la mente. Es esa mirada que hace que me sienta insegura y que saca lo peor de mí.
Iker.
Está muy bien acompañado, de una morena despampanante que se aferra a su cuello; y le
besuquea a diestro y siniestro. Es obvio que se muere por pasar un buen rato con él.
Quito la mirada, como si no hubiera visto nada y continúo andando, con indiferencia.
Pero él, no lo deja pasar.
—¡Martina! ¿A dónde vas? —Me pregunta Iker, a la vez que me agarra del brazo.
—No estás de servicio para interrogarme. —Le digo con sarcasmo.
—No me importa. —Dice sonriendo divertido a la vez que se pasa la mano por el pelo. —
¿Qué haces por aquí?
—Estoy cogiendo caracoles, no te fastidias. —Le digo con ironía.
Iker, sonríe divertido, una sonrisa cálida que le llega a sus oscuros ojos azules, que brillan de
diversión y yo no puedo evitar sonreír como una idiota. Ante esa cálida mirada.
—Ven, te llevo a tu casa. —Me dice, sosteniéndome la mirada.
—No. —Me niego al instante.
—Sí. —Afirma convencido.
—No. —Vuelvo a insistir cabezota.
—¡Venga vamos! —Me pide Iker, acostumbrándose a este jueguecito de que sí y no.
—¡Qué no! —Me vuelvo a negar.
—O caminas o te cojo en brazos. —Afirma con seguridad y con esa sonrisa tan bonita, que
tanto odio.
—¿Qué? Como me toques… grito. —Lo amenazo, muy segura de mis palabras.
—¿Por qué eres tan cabezota? —Me pregunta confundido.
—¿Y tú tan insoportable? —Le pregunto molesta.
—Venga, has bebido y no voy a dejarte ir sola. —Insiste.
—¡Oh! Gracias, eres todo un caballero. —Me burlo. —No, gracias. —Le digo con mirada
desafiante.
Se me escapa una sonrisa divertida, al ver como se irrita que le lleve la contraria y tal vez, es
por eso, por lo que nos llevamos tan mal. Porque a ambos nos gusta odiarnos.
—Tienes una morena, que lanza miradas láser en tu dirección. —Le hago un gesto hacia la
chica que estaba hace unos minutos abrazada a su cuello.
—¿Carla? —Pregunta.
—Sí. —Afirmo a la vez que me encojo de hombros con indiferencia. —Tu polvo de ésta noche.
—Me aburre. Oye, te invito a una copa. —Vuelve a insistir.
—Nop. —Le digo y vuelvo a fijar la vista en él. —Además, no soy el polvo de una noche.
Iker, sonríe ante mis palabras.
—Tranquila, no eres mi tipo. —Dice con un tono de superioridad y arrogancia.
Culpo al alcohol, pero oír esas palabras hace que algo, se rompa en mi interior.
No debería de importarme su opinión.
Pero, la pena se apodera de mí y las lágrimas se agolpan en mis ojos. Siento un nudo mudo en
mi garganta, que me oprime e intento tragar saliva. Me pican los ojos, soy estúpida y me restriego
con las manos sin importarme el maquillaje.
Comienzo a llorar, el alcohol me vuelve más sensible y me da igual que me vea llorar.
¿Tan aburrida soy? Que mi novio se busca otra y nadie me encuentra atractiva…
—Vamos, no llores… —Me susurra Iker, con voz inquieta, lo ignoro y me cubro mi rostro con
las manos. —Por favor, me pones nervioso.
Escuchar esas palabras y sentir a Iker, sujetarme las muñecas para que me quite las manos de la
cara, hace que llore con más pena.
Siento como suspira y me rodea con sus brazos.
No pongo resistencia, estoy cansada de ésta mala racha.
No necesito un polvo... necesito que me acurruquen, que me quieran, que me valoren.
Cierro los ojos intentando serenarme y me dejo abrazar.
—Tranquila. —Me susurra con voz aterciopelada a la vez que me acaricia suavemente la
espalda.
Siento su suave aliento en mi mejilla. Me sujeta con delicadeza y me acaricia la espalda con
cariño e intento respirar de forma relajada para tranquilizarme.
—Vamos, era una broma, eres preciosa. Y estoy seguro que lo eres aún más por dentro. —Oír
sus palabras de afecto me relajan un poco más.
Cuando me siento más calmada, abro con timidez los ojos y veo como él me observa con
pureza. Trago saliva, cuando distingo su rostro tan de cerca. Lo contemplo paralizada, horrorizada
y fascinada al mismo tiempo. Iker, sigue abrazándome con cuidado.
Cuando nuestras miradas se cruzan, siento que me observa con intensidad, de una forma
totalmente nueva y desconocida para mí.
No logro decirle nada, porque me quedo bloqueada ante unos ojos azul zafiro que me observan
de forma intensa, a la vez que él mismo está sumido en sus propios pensamientos.
Iker, tiene unos rasgos perfectos, cautivadores.
Nariz recta, barba perfectamente recortada, labios rosados, piel tersa. Es atractivo en el
sentido clásico de la palabra. Su rostro es hermoso, tan bello como un ángel.
Desvío la mirada aturdida y vuelvo a cerrar los ojos un instante, al sentir de nuevo su aroma
que es como un bálsamo, para mi herido corazón.
Sigo llorando vaciando toda la pena que hay en mí, Iker, sigue teniéndome abrazada a él y me
acaricia el pelo.
—Relájate, ya pasó. —Me susurra. —Deberías de saber que el alcohol no es un buen aliado de
los sentimientos. —Me dice con voz aterciopelada y yo asiento, sin decir nada más.
Lo miro de nuevo aturdida y preocupada. Me abruma los sentimientos que brotan en mi interior
al sentirlo tan cerca.
¡Céntrate Martina! Me reprendo mentalmente.
Miro a Iker, que me aprieta más a él.
No sé exactamente el tiempo que llevo abrazada a él sin llorar, simplemente escuchando la
vida pasar.
Cuando estoy más calmada, me coge de la barbilla y hace que lo mire a los ojos. Su mirada es
diferente, encuentro una mirada llena de ternura y compasión. Nada que ver con la mirada picará
que tiene todo el día dibujada en su rostro.
Me sonríe feliz y yo intento desviar la vista de él, pero me sostiene la barbilla.
—¡Eh…! Osito amoroso, ahora eres una osita panda. —Bromea con cariño para animarme.
A la vez que coge mi rostro con ambas manos y con el pulgar de cada una, borra la pintura
húmeda que hay en mis pómulos por haber estado llorando.
Le sonrío con tristeza, ante ese gesto tan cercano y tierno.
—¿Por qué eres así? —Le pregunto, queriéndolo odiar.
—¿Por qué caminas sola tan tarde?
—Porque he salido de copas y ya me voy a casa. —Digo la verdad.
—¿Con quién has salido? —Me pregunta con interés.
—No te importa. —Le digo y siento que la tregua de paz entre nosotros se está rompiendo.
—Martina. —Me riñe, como si fuese una cría.
—Vale. Ésta bien. —Le digo y no puedo evitar poner los ojos en blanco, ante tanta irritación.
—Con mi amiga Lola y con José. Pero les dije que cogería un taxi.
—Mmm… vale. Ya entiendo. —Dice con una sonrisa divertida.
—¿Qué? —Pregunto sin entender lo que él da por hecho.
—Ahora comprendo porque lloras, porque no te ha surgido el polvo de ésta noche. ¿No? —
Iker, bromea y comienza a reír divertido.
Supongo que le divierte sacar lo peor de mí, lo miro con irritación y me recrimino
mentalmente, porque dudaba que era un buen tipo hace un instante. Es un capullo.
Le doy un empujón queriéndolo alejar de mí y no se mueve ni un centímetro, pero consigo
separarme de él.
Iker, coloca sus manos sobre sus caderas y me observa burlón.
—¡Capullo! —Me giro y comienzo a caminar en dirección opuesta a él.
—¡Espera! Era broma, tranquilízate. —Me pide poniéndose de nuevo frente a mí. —Era una
broma. —Insiste.
—¡Qué te den! —Le digo irritada y sigo caminando. Iker me agarra del brazo y hace que me
gire. —¡Suéltame! —Le ordeno.
—No, no vas a irte sola. —Me dice con el rostro serio, yo le sonrío con amargura y tomo aire.
—¡Socorro! —Grito a pleno pulmón.
La cara de alucinación de Iker, no tiene precio.
Me tapa la boca con la palma de su mano y le doy un pequeño bocado.
—Vale. ¡Au! Tranquila, te suelto pero no grites. —Yo asiento y me destapa la boca.
—¡Taxi! —Vuelvo a gritar y levanto la mano hacia el coche blanco que se aproxima por la
calle.
Por suerte, está libre y se detiene a nuestro lado.
Subo como una instalación y una vez dentro, miro a Iker, que me mira como si en su interior se
estuviera debatiendo una lucha interna.
Se pasa una mano por el pelo y me sonríe con irritación. Yo le devuelvo una sonrisa amarga y
me despido de él con mi dedo anular.
Bye, bye.
Martina 1, Iker 0.
8
Hace cuatro días que Lola, regresó al pueblo. Su visita a la capital me vino genial. Porque,
realmente me ayudó a no comerme la cabeza y a disfrutar de su alegre compañía.
Y es que, algunas veces, lo que necesitamos, es estar con los nuestros y darnos cuenta de que
las cosas que nos pasan, dentro de lo que cabe, no son para tanto. Y ser feliz, con cada detalle que
te regala la vida, sentirse agradecida y vivir.
Porque está claro, que no soy la primera persona del mundo, en sufrir un desengaño de amor.
Que todo pasa, a su debido tiempo y que de todo se aprende.
Solo es cuestión de tiempo.
El domingo antes de marcharse, estábamos recordando por lo que nos había hecho pasar su
sobrina en el centro comercial, nos reímos hasta el punto que nos dolía el estómago de hacerlo.
Lola, me contó que al poco de volverme a casa ella y José, hicieron lo mismo.
Claro que no le conté el tropiezo que tuve con Iker, cuando salí de la discoteca. Si se lo llegó a
contar, se forma su película y luego tengo que aguantar a que todos opinen y lo siento pero no.
Gracias.
Ni que decir que, a José y Sol, no les he dicho tampoco ni pio. Para mi suerte, no he vuelto a
verlo, ni ha saber nada más de él.
Mejor así.
Sol, ha vuelto de nuevo a la cafetería y lo agradezco, porque abre por la mañana con José y
cuando me incorporó, ya Iker se ha ido.
Así que, tengo la ventaja de no tenerle que ver la cara. Si es cierto que Sol, está muy pillada
por Andrés y se muere por tener una cita o algo con él. Por lo que José y yo no paramos de
decirle. ¿Qué vas a perder?
Cuando José, se fue de la lengua contándole a Sol, que yo ya los conocía de antes… ya os
podéis imaginar. Me acribilló a preguntas sobre ellos.
¡Déjame respirar, por favor!
He encontrado una técnica, que corta el tema de conversación de forma automática. Porque no
soporto estar todo el tiempo hablando del capullo de Iker.
Vale es mono, bueno es muy atractivo y tiene un buen polvo, pero más allá de eso… es un
creído, arrogante e insensible.
Así que, cuando Sol, empieza a decirme cosas de su desayuno matutino con los polis, le digo
que le pida una cita. Automáticamente, la pobre enrojece y me manda limpiar o lo primero que se
le pase por la mente.
Fin de la conversación.
Mi coche sigue en el taller y me muevo en transporte público o a patitas. Pero no pasa nada, me
encanta. Al principio creí que llegaría tarde a trabajar o que me pillaría demasiado lejos, pero la
verdad que ahora incluso lo agradezco, porque cuando vuelvo al piso, llego relajada. Así no me
enervo, con los tipos que estén fumando y holgazaneando en el sofá todo el santo día.
Cuando voy de regreso al piso, paseo por las concurridas calles de Madrid y si puedo
atravieso por el Retiro.
El sol en los días primaverales, parece aún más claro e intenso y eso me hace sentirme viva.
Claro que en cuanto el sol se pone, las temperaturas bajan drásticamente y una brisa fría recorre
las calles de la gran ciudad.
He pensado en devolverle la sudadera a Iker y no tenerla en mi habitación viéndola todos los
días, pero sigo duchándome con agua fría.
Ya soy inmune a la temperatura del agua, pero cuando sales de la ducha y te pones el pijama…
apetece acurrucarse. Por eso, he cogido la mala costumbre de ponerme su sudadera y dormirme
con ella.
También, se puede decir que me he hecho inmune a mis compañeros de piso, yo pasó. Sí así de
simple, paso de ellos.
He perdido la esperanza de que algún día funcione el agua caliente.
Además, ya me he acostumbrado a que no limpien, que no frieguen, que no cocinen, que la casa
este llena de bolsas, de gente desconocidas y de cajas de comida a domicilio. Incluso me he
acostumbrado a que hagan fiestas todos los días.
Como dice el dicho… “si no puedes con el enemigo… únete a el”
Yo cierro mi puerta y no quiero saber nada más del resto de personas que haya en el piso. Lo
único que sí he conseguido, es que Elías en sus fiestas que duran hasta la mañana siguiente, baje la
música a las doce de la noche.
Menos mal. No es mucho, pero es algo.
En cuanto, al insoportable olor que hay en el portal, pues se puede decir que he ampliado mi
capacidad pulmonar y aguanto la respiración, hasta que llego prácticamente a mi habitación.
Todo un récord.
He estado a punto de alquilar un piso para mí sola, pero en cuanto llamé ya lo habían
reservado. No voy a tirar la toalla, ya encontraré algo, porque en este piso de mala muerte no creo
que aguante mucho más.
Cuando estoy llegando al portal del piso, un coche patrulla de policía pasa con extremada
lentitud. Miro de reojo y me pongo tensa, solo de pensar en encontrarme con esos ojos tan
intensos… Pero seamos realistas, está ciudad es enorme, no voy a cruzarme tan fácilmente con él.
El coche no se detiene y entonces, sé que no era él.

***
—Sol, ¿me puedes decir por qué me has traído para hablar del trabajo a un restaurante como
este? —Pregunto una vez más, cuando llegamos a la puerta de cristal, del prestigioso restaurante
al que me ha invitado a cenar. —Además, si es algo del trabajo, ¿por qué no ha venido también
José?
—Eres peor que una cría. —Me reprocha, con una sonrisa divertida en su rostro.
—Lo digo enserio. —Insisto.
—Porque soy la jefa y punto. —Me dice. —¿Estoy guapa?
—Es la cuarta vez que me lo preguntas, estás increíble. —Le digo en tono aburrida. —Pero…
Oye, que respecto al rollo bollo, te respeto pero, a mí no me va.
Sol, da un bufido y pone los ojos en blancos.
Luego se centra en mí y me regala una sonrisa nerviosa.
¿Perdona? ¿Qué está pasando aquí?
—Tranquila. —Me dice y ambas entramos en el restaurante.
Sigo sin comprender nada.
Todo el mobiliario es de diseño glamuroso y extremadamente caro. Según me ha comentado
Sol, pertenece a un famoso Chef que tiene varias estrellas Michelin.
Vamos, yo creo que está muy bien eso, de experimentar la fusión de sabores y la magia de la
cocina en un plato. Pero, para mi gusto, donde me pongan un buen plato de comida, no se me pone
este “arte”
Sí pensad que soy inculta, bruta o lo que queráis.
A mí me encanta comer y yo con este tipo de platos no me sacio.
Lo tenía que decir.
—La que tiene que estar tranquila eres tú, con querer estar tan perfecta para hablar conmigo
del… —Pero las palabras se me atragantan y eso que aún no he empezado a cenar. —Trabajo. —
Termino de decir.
Trago saliva nerviosa y no doy crédito de lo que mis ojos están viendo.
¡Madre mía! ¡Madre mía!
No, no puede ser… ¡son ellos!
Andrés e Iker, están sentados en una mesa al fondo del salón. Me pongo mi bolso en la cara y
cuando veo que no es suficiente para ocultarme, cojo una carta del restaurante que tiene el
recepcionista. Sé que tampoco es suficiente para ocultarme, pero de algo sirve.
Me agacho instintivamente y me arrodillo en el suelo, Sol, se vuelve para buscarme y cuando
me localiza me mira con irritación.
—¡Levanta! —Me ordena y yo niego con énfasis. —¿Qué haces?
—Ponerme los cordones. —Le miento.
—¿Qué dices? Sí llevas tacones y no tienen ni hebilla.
Le sonrío con cara de “me has pillado”
Tiro de ella, con toda mi energía. Varios camareros nos miran sin comprender nada.
—¿Señoritas? —Pregunta educadamente uno de ellos que se acerca a nosotras para ayudarnos.
—Va todo bien, gracias. —Le digo con mi mejor sonrisa, al hombre me sonríe amablemente y
se aleja de nosotras.
—Sol, la poli, ósea los play… los boys que diga los polis. Están… ahí. —Logro decir
aturdida, con un movimiento de cabeza brusco, hacia la dirección donde ellos están.
Sol, sonríe y asiente.
—Lo sé, hemos quedado con ellos para cenar. —Me suelta con naturalidad.
—¿Qué? —Pregunto con voz aguda.
No porque no me haya enterado de lo que ha dicho, sino porque no puedo dar crédito de lo que
he oído.
—¡No! ¡No! ¡No! —Me niego a ello.
—Sí, ¡venga! —Me anima a la vez que se incorpora y se gira hacia ellos.
Me quedo donde mismo, oculta por una planta. Cierro los ojos un instante, como si así logrará
desaparecer.
Oigo varias sillas moverse, supongo que ellos se han levantado para recibir a Sol.
¡Mierda! ¿Qué hago?
Realizo un análisis visual rápido.
Barajando cual es mi salida más segura, sin ser pillada.
Sin duda alguna es la puerta de entrada.
Si camino de pie hasta ella, me van a ver marcharme…
Así pues, lo mejor va a ser que salga gateando. Me remango el vestido, para no pisarlo y me
voy desplazando hacia la salida con maestría.
Tengo la vista fija en la puerta, cuando unos zapatos negros se detienen frente a mí y oigo un
carraspeó. Miro hacia arriba y el amable camarero que nos recibió, me mira con la cara contraída.
Sí señor, es lo que cree. Estoy huyendo y usted está en mi camino. Creo que no se da crédito delo
que está viendo, porque me mira como si yo tuviera tres cabezas.
Tampoco es para tanto.
Le sonrío y él frunce el ceño, se aparta de mi camino dejándome vía libre.
Perfecto, ya casi estoy.
Pero de nuevo unos zapatos se detienen frente a mí.
¡Qué pesado es este hombre! Pero no son los mismos zapatos.
Vuelvo a mirar hacia arriba y me encuentro a Iker, que me mira con el rostro serio y una ceja
alzada.
¡Pillada!
—¡Vaya! ¡Aquí está! —Exclamo con fingida alegría, haciendo como la que coge algo del suelo.
—Encontré mi pendiente. —Le digo tocándome la oreja como si estuviese poniéndomelo.
¡Patética! Lo sé, pero ¿qué podía hacer?
—¡Huías! —Afirma Iker, con una expresión que no sé si está disfrutando de ésta bochornosa
situación o está irritado.
—¿Quién? ¿Yo? —Pregunto y él asiente. —Tsss… ¡no! Que va. —Afirmo restándole
importancia.
Me pongo de pie.
Entonces, me doy cuenta lo atractivo que está también sin uniforme. Está guapísimo con una
camisa de cuello mao, en gris clarita, que le resalta aún más sus azules e intrigantes ojos.
Se me viene en mente una expresión típica de mi amiga Cris. Estoy completamente de acuerdo
con ella…“¡Una cosita así quiere mi madre para mí!”
Pero claro, estamos hablando de Iker. Entonces, no. Cualquier idea queda descartada, me llevo
fatal con él.
Me aliso mi vestido y le sonrío con fingida naturalidad.
—¡Qué coincidencia! Tú por aquí… —Le digo intentando sonar sorprendida de verlo.
—Bueno… habíamos quedado aquí para cenar, era normal que nos viésemos. —Dice con una
media sonrisa.
—¿Cómo? —Pregunto con la voz aguda.
Iker, se pone serio, se pasa una mano por el pelo y mira hacia la mesa donde está Sol y Andrés.
—No te lo dijo. ¿Verdad? —Me pregunta y ríe con amargura, como si ya supiese mi respuesta.
—Ya me extrañaba a mí que accedieras a venir.
—¿Por qué? —Le pregunto confundida.
—Porque sé, que lo último que te apetece ver en este mundo, es a mí. —Dice molesto.
—No. —Afirmo con tanta rapidez, que hasta yo misma me sorprendo de la respuesta que he
dado. —Quiero decir, que tampoco es eso.
—Entonces ¿qué es Martina?
Parece que comienza a divertirse por verme nerviosa. Escucharlo pronunciar mi nombre, con
su tono de voz aterciopelado, me hace bajar la guardia y tirar las barreras que me marco con tipos
como Iker.
—Pues… tal vez no hemos empezado con buen pie. —Le digo.
Iker, sonríe, es una sonrisa sincera, amable y plena.
Eso no me ayuda a calmarme y le devuelvo una sonrisa tímida. ¿Yo tímida? ¿Qué me está
pasando? Porque no me reconozco.
—¿Tienes hambre? —Me pregunta con total normalidad.
—Mucha. —Le respondo feliz.
—Pues venga, vámonos. Conozco un buen lugar. —Me dice con simpatía y me toma de la
mano, para sacarme del local.
En cuanto llegamos a la calle, me suelto de su mano, como si ésta me quemase. Pues, no me
parece sensato ir tomada de su mano, como si fuésemos algo.
Ni siquiera creo que pueda ser su amiga.
Él parece darse cuenta de mi reacción, pero no dice nada. Caminamos en silencio, con paso
relajado hasta su coche.
—¿Dónde vamos? —Le pregunto curiosa.
—A cenar. —Me dice feliz.
—Pero yo venía con Sol… y no la he avisado. Además…
Sí, estoy nerviosa de estar sola con él.
—Tranquila. —Me corta Iker. —Ella me dijo que huías de mí. —Dice con naturalidad y
supongo que al ver mi reacción ante esas palabras, sonríe con diversión.
—No pretendía huir… —comienzo a decir, para intentar defenderme y no quedar tan mal.
Iker, no dice nada, abre su coche y sube, por inercia hago lo mismo que él. Me siento en el lado
del copiloto y recuerdo la primera vez que me subí en este coche. Iba en los asientos traseros, fue
la primera noche que lo conocí. Así que sonrío de forma inconsciente.
—¿Por qué sonríes? —Me pregunta. —Supongo que estás feliz, por cenar con un tío como yo.
Y ahí la caga, da la cara del estúpido engreído que es. Lo miro con cara de asco y él comienza
a reír a carcajadas.
—Venga bah… era broma. ¿De qué te has acordado? —Vuelve a insistir.
—De nada. —Respondo molesta, ni siquiera sé que hago yendo a cenar con él.
—Venga Martina, era broma. —Dice a modo de disculpa por ser un capullo integral.
—De la noche en la que me detuviste. —Le digo la verdad.
—Me cabreaste mucho esa noche. —Dice en un tono de voz, que sé que recuerda perfectamente
igual que yo esa noche.
Pero no me mira y sigue con la mirada centrada en la carretera. No le digo nada más y él sigue
conduciendo relajado. Pero es un silencio incómodo. Necesito sacar un tema de conversación.
—Iker, te tengo que devolver tu sudadera. —Le digo.
—Quédatela.
—No hombre. —Miento, no tengo interés en devolvérsela, me encanta.
—Que sí, no la necesito.
Fin de nuestra breve conversación.
Vaya, que cita más extraña.
¡Para Martina! No es ninguna cita.
No confundas.
No sé exactamente que hago con Iker, además voy en su coche… bueno sí, ir a cenar. Pero no lo
tenía planeado, jamás planearía algo con él.
Sin decir nada más, seguimos en silencio entre el tráfico nocturno de Madrid. Después de un
rato, que para mí es una eternidad, por estar en un espacio tan reducido con él, Iker estaciona su
coche.
Caminamos hacia un restaurante, que tiene más pinta de bar que de restaurante. Está repleto de
gente cenando en una terraza exterior.
Las paredes del bar son como pizarras y en ellas están escritas con tiza las tapas y montaditos
que ofrecen. Hay frases de inspiración como decoración del local y el mobiliario es de madera,
imitación a palets.
Es un lugar hogareño, pueblerino y acogedor. Es un lugar perfecto.

***
Después, de cenar tranquilos algunas tapas y varias cervezas sin alcohol. Estamos relajados,
charlando de temas superfluos como podría estar haciendo cualquier pareja normal.
La cena ha sido muy agradable, en ningún momento se ha puesto en plan arrogante o de esos
tipos que se ponen a hacer bromas, que se creen ellos unos cómicos de primera y lo siento pero
no.
Iker ha sido… natural.
Me resulta extraño decir eso de él, pero me ha sorprendido mucho ésta noche. Puedo decir, que
he guardado mi hacha de guerra y parece que nos hemos dado una tregua.
—Pues la verdad que soy de un pequeño pueblo de Valencia. —Me cuenta Iker.
—¿De Valencia? —Pregunto sorprendida. —Pues no lo pareces.
—Ah, ¿no? —Me pregunta divertido y yo niego. —La verdad que llevo más de diez años en
Madrid, sólo voy al pueblo de vacaciones. ¿Y tú Martina?
Debería de seguir molesta, porque Sol, me la ha jugado ésta noche. Pero a la vez, le estoy
agradecida. Porque, gracias a ella, estoy teniendo una cena inesperada con Iker.
La verdad, que me está demostrando que puede ser un tío encantador si se lo propone, nada de
capullo arrogante.
Su sonrisa es tan perfecta, que le hace juego con sus ojos.
Si me quedo mucho tiempo mirándolo, se me nublan los pensamientos.
Además… no es porque sea terriblemente atractivo, que lo es. Es porque estoy conociendo una
parte de él que desconocía, es un tipo alegre, simpático y eso hace que sea encantador.
Y eso está fatal, que digo fatal… es nefasto.
No puede caerme bien, debe caerme mal.
Iker, es del tipo de tíos que tengo que evitar en mi vida, es de ese tipo, que cuando aparecen en
tu vida te cambian todo. Es de esa clase de personas que marcan un antes y un después en tu vida.
Es de esas personas, que son fugaces como las estrellas, que aparecen cuando menos lo esperas, te
fascinan y cuando estás disfrutando de ellos, desaparecen.
—Parece un buen tipo — me recuerda mi mente. Pero yo prefiero estar odiándolo, así no me
pillaré por él y mantendré mi corazón a salvo.
—¿Martina? —Me llama, porque supongo que me he quedado embobada mirándolo.
Mierda.
—Dime. —Le digo al instante.
Él, sonríe divertido de verme distraída.
—¿Qué pasa por esa cabecita tuya? —Le sonrío, sin poder darle respuesta. Entonces intenta
retomar la conversación que teníamos —¿De dónde eres?
—Pues… soy de un pueblo, —hago una pausa pensativa. —Es de ese tipo de pueblos en el que
todos se conocen. —Le digo sin querer dar más detalle, no se me apetece hablar del cortijo de la
familia de Víctor, en el que me he criado.
—¿Estás pasándolo bien? —Pregunta con interés.
—Es agradable hablar contigo, cuando no estamos odiándonos.
Soy sincera y le digo lo que pienso. Entonces, reímos a la vez y siento una extraña sensación en
el ambiente.
Vale, ya paro de reírme como una enamorada.
—La verdad que es agradable estar contigo. Había pensado varias cosas, que podían suceder
al verte ésta noche… pero ninguna era está. —Me dice con sinceridad.
—Siempre discutimos. —Afirmo divertida.
—Bueno, hoy estamos haciendo la excepción. —Comenta animado.
—Iker, ¿Por qué estamos aquí? Quiero decir… —Intento que me explique, porque hemos
venido juntos a cenar.
—¿Cenando? —Yo asiento. —Porque Andrés, le dijo a Sol, de cenar juntos y ella dijo que iba
con una condición. Adivínala. —Me dice con una sonrisa pícara.
—Pues… porque ella realmente quería cenar contigo. —Le digo para mofarme de él.
—¿Qué? —Dice sorprendido. —¡No! —Responde risueño.
—Entonces… porque Sol, quería… —dejo las palabras en el aire e Iker me sonríe radiante.
—Déjalo, eres malísima adivinando cosas. —Afirma con sonrisa cálida y parece aún más
joven de lo que es.
—Pues anda que tú. —Lo animo.
Dios mío, estamos tonteando.
Él también parece darse cuenta y desvía el tema de conversación, me pregunta si he sido
siempre camarera.
Entonces, le cuento que soy periodista, que estuve trabajando en la radio del pueblo y que lo
dejé cuando me vine a Madrid. Entonces, comencé en la cafetería donde trabajo.
—Bueno, ¿y te arrepientes de venir a vivir a Madrid?
—Estás muy preguntón. —Le digo de forma alegre.
—Sólo tengo curiosidad. —Me dice, con voz sincera.
—Pues no, no me arrepiento. Necesitaba un cambio de aires.
Iker, no responde a eso, parece sopesar mi respuesta y me observa, de forma extraña. Parece
que está analizándome o no sé, pero me pone nerviosa.
No me siento preparada para contarle mi historia, es algo muy personal.
Desvió la vista de él y me centro en el alrededor de nosotros. En la gente que conversa
relajada y ríe despreocupada.
—Bueno, se hace tarde y mañana tenemos que trabajar. —Rompe el silencio y se levanta para
marcharnos.
—Sí, pero espera, hay que pagar la cena. —Le digo.
—No, ya la pagué antes, cuando fui al baño.
—Pero esto no es una cita. —Afirmo, queriendo marcar las distancias y los límites
infranqueables con Iker.
Mi mente me repite Martina, no puedes llevarte bien con él.
—Claro que no lo es, contigo eso no vale. —Me responde y me sorprende su respuesta.
—¿Por qué dices eso? —Pregunto ofendida.
—Porque te conocí en ropa interior y la gente normal… no se conoce así. —Dice sonriéndome.
—¿Me estás llamando anormal? —Iker, ríe un poco más fuerte, más relajado. —¡Ya te vale! —
Le digo con fastidio.
—Tranquila osita. —Me dice, parece estar pasándoselo en grande y no voy a negarlo, yo
también.
—¿Por qué me llamas así?
—¿No te gusta? —Me pregunta.
Me encojo de hombros.
—Me parece demasiado cariñoso. —Le soy sincera.
—Tranquila, desde que te conocí hasta ésta noche, me parecías la persona más bipolar del
mundo. —Hace una pausa. —Te llevo a tu casa. ¿Dónde vives?
—No, llévame al restaurante, mi coche estaba cerca de allí. —Le digo.
—Vale.
Sin decir nada más, nos perdemos en la noche por las calles de la ciudad.
Estamos en silencio, un silencio agradable e íntimo. Me sorprendo a mí misma, por estar tan
tranquila al lado de una persona, que hasta hace unas horas creía que odiaba.
Ésta cena con él, ha sido como un nuevo comienzo entre nosotros. Tal vez podamos llevarnos
bien y quién sabe, si algún día seremos amigos.
Pero solo eso, amigos.

***
Durante el trayecto en coche, no hemos hablado mucho. Hemos disfrutado de la presencia del
otro, o por lo menos eso he hecho yo.
Realmente, después de ésta noche, ha cambiado mi opinión sobre Iker, creo que es buena
persona, divertido y atento.
Sí lo acepto, me parece encantador, pero no puedo ver más allá. Es un buen tipo, podría ser un
buen amigo.
Me he ablandado demasiado y ahora estoy de bajón. Porque una parte de mí, anhela sentirse
amada y la otra parte de mí, me recuerda que tipos como él, dejan huella en el corazón.
Tras despedirme de él, con una simple gracias. Él me ha regalado una sonrisa, de esas que te
desarman entera, me he puesto nerviosa como una quinceañera.
¿Os lo podéis creer?
Esto que ha ocurrido de cenar y conocerlo un poco más, hace que se me nublen las ideas. Es
como si huyese de él, lo sé…
Entonces, se me viene una frase de Defreds a la mente, que dice así: “Eso huye. No vaya a
quererte alguien de verdad y te enamores.”
No creo que yo le guste, ni siquiera un poquito.
Recuerdo sus palabras, diciendo que una cita conmigo no valdría y la otra noche que lo vi, me
recordó que no soy su tipo…
No podemos ser amigos, retiro lo dicho.
Así que lo mejor, para mantener a salvo mi corazón, es estar lejos de él.
9
Los días parecen no querer pasar, no sé lo que me ocurre. Ésta semana estoy entrando a
trabajar, a primera hora, junto con Sol. Porque José, no puede venir y me ha cambiado el turno.
Cada día al llegar la hora, en la que Iker llegaba para desayunar, me pongo nerviosa de verlo
entrar por las puertas de la cafetería. Pero, para mi sorpresa, no han vuelto a venir a desayunar
desde la semana pasada.
Sol, se siente confundida, porque según nos contó le fue muy bien la cita con Andrés. Así que,
como no encuentra una explicación al porque no la ha vuelto a llamar, está empezando a culparme
a mí.
No para de reprocharme que hayan dejado de venir, porque fui una grosera con Iker. Le he
contado la verdad, que no nos odiamos esa noche. Pero no me cree.
No sé que decirle para darle consuelo.
Le he intentado explicar que tal vez les han cambiado el turno de trabajo y por eso no vienen.
Pero comienza a comerse la cabeza, porque tampoco la ha llamado; y tiene su teléfono. Y yo ahí
me quedo callada, me estoy convirtiendo en una sensiblera.
Necesito una dosis de las locas de mis amigas, ellas me ayudan a pensar con claridad. Estoy
asustada, no logró apartar de mi cabeza cada segundo que pasé cenando con Iker. Lo revivo, una
vez, otra vez, otra vez… en bucle.
Después de terminar mi turno, he ido a comprar pienso para Lucy y algunas cosas que
necesitaba del súper. Aunque mi coche ya está arreglado, me he acostumbrado a usar el transporte
público y regresar andando a casa.
Voy caminando por la calle, sin prisa y al ver un hombre que me recuerda a mi padre, decido
llamarlo.
Cuando oigo su cálida voz, cierro los ojos y me parece tenerlo justo a mi lado.
Cuanto lo echo de menos.
La conversación gira en torno a saber como estoy, si estoy feliz y si ya me he olvidado de
Víctor. Mi padre, se preocupa de que yo no sepa gestionar mis emociones, pero le explico que me
siento útil trabajando en Madrid y habiendo salido de mi zona de confort. Así se queda un poco
más conforme. Cuando voy a despedirme de él, me insiste en saber cuándo volveré al pueblo y le
prometo que lo haré, en cuanto tenga unos días libres.
Sinceramente, no he pensado en volver a corto plazo.
Pero no puedo decirle eso.
Tras despedirme de él, me hace prometerle que llamaré a mi tía, cosa que tampoco pienso
cumplir a corto plazo. Cuelgo y me siento un poco más frágil, más diminuta, me siento pequeña.
Así que necesito una dosis de adrenalina.
Me pongo los cascos y los conecto al móvil, para hacerles una video-llamada a mis amigas.
—¡HOLA! —Gritan las tres al unísono, a la vez que se apretujan para salir en la cámara del
móvil de Cristina.
—Hola amores. —Les saludo.
—¿Dónde vas? —Me pregunta Cris.
—A mi casa, que hoy he ido andando al curro.
—Oye, Martina. —Llama mi atención Paula. —¿Ya nos tienes organizada nuestra ruta? De esa
como la que llevasteis a Lola. —Me pregunta Paula, a la vez que comienzan las tres a
desternillarse de la risa.
—¡No! De eso se encarga José. —Le respondo con simpatía.
—Es un encanto, que lastima que es gay. —Dice Lola. —Está buenísimo.
—¡Lola! —Le riño y todas reímos. Las necesito. —¿Ya tenéis alojamiento para venir?
—No, vamos en unas semanas y hemos pensado que nos quedamos en tu casa. —Dice Pau.
—Son solo dos noches, nos acoplamos por la cara. —Dice risueña Cris.
Pero me pilla desprevenida, que me digan que se quieren quedar en mi casa, los dos días que
estén aquí.
¿Cómo las voy alojar en la pocilga en la que vivo?
Saben un poco, el tema del piso, pero no puedo dejarlas quedarse a dormir allí o me obligarán
a volver al pueblo con ellas.
Cuando Lola estuvo aquí, no la lleve al piso, ni siquiera pasé cerca de allí. Si no me hubiese
obligado a irme de allí. Mejor no les respondo aún, ya pensaré algo.
Tal vez José pueda darles alojamiento.
No le respondo, me quedo muda. No pueden venir al piso y ver en el desastre en el que vivo.
—Chicas, hablamos luego, que tengo poca batería y se me apaga el móvil. —Les digo
rápidamente y cuelgo.
Me conocen, saben que algo no va bien, pero tampoco les estaba mintiendo. A lo justo me
despido de ellas y se apaga el móvil, sin batería.
Camino con esa sonrisa tonta y feliz por las calles. Paseo sintiéndome agradecida de lo que
tengo y me siento bien conmigo misma.
Pero, esa sonrisa floja, se me borra del rostro, igual que se disipa el humo en el aire.
¿Qué pasa aquí?
Toda la calle repleta de coches policiales, miro hacia arriba a ver si hay humo de un incendio,
pero no hay bomberos, sólo policías y más policías.
La calle en la que vivo está acordonada y los policías tienen las caras tapadas con
pasamontañas. Me acerco hasta uno de ellos.
—Señorita, no puede pasar.
—Vivo ahí. —Le digo señalando el portal del que salen y entran polis.
—Pase. —Me dice y levanta un precinto que limita el perímetro, para que pueda pasar.
Hago lo que me dice y me acompaña hasta el portal.
Los nervios se me agolpan en el estómago y una mala corazonada me pellizca el alma cuando
veo, que la puerta del piso está arrancada de cuajo de la pared, palidezco.
¿Qué ha ocurrido?
Suelto las bolsas y éstas caen al suelo, me quedo boquiabierta al ver que todo está
desordenado, la mesa del salón está volcada y los sofás rajados. Las cortinas del salón están en el
suelo y me quedo paralizada.
El hombre que me acompaña me observa y me está hablando, pero estoy tan abrumada que me
he bloqueado y no oigo nada de lo que dice.
El miedo y el pánico se apoderan de mí.
Camino hacia mi dormitorio y mi puerta está rota en el suelo, todo está revuelto. La ropa está
en el suelo, todos mis cosas esparcidas por la habitación. Miro nerviosa por todos lados y
comienzo a remover la ropa.
No está mi gata, ha desaparecido.
—Alto ahí. —Me ordena un policía con la cara tapada apuntándome con una pistola. De forma
automática levanto las manos y vuelvo a la realidad.
—¿Vives aquí? —Me pregunta uno de ellos, que supongo que es el que me dejó pasar.
—Sí. —Respondo atónita y confundida.
—Queda usted detenida. —Declara el que está más cerca de mí y me sigue apuntando con el
arma.
—¿Qué? —Le pregunto, sin dar crédito de lo que está pasando.
Pero se mueve muy rápido, me gira y me pone mis manos en la espalda y me esposa, sin ningún
tipo de miramiento.
Me entra el pánico, ¿qué ha pasado?
Me gira para salir y me empuja, intento oponerme a caminar.
—No he hecho nada. —Les digo. —¡Au! —Me quejo, porque me aprietan las muñecas.
—¡Silencio! —Me ordena.
—¡Lucy! ¡Mi gata! —Grito y comienzo a llorar.
¿Dónde está mi gata?
No hay rastro de ella, mi ventana está abierta. Se ha debido escapar asustada.
Me obliga a caminar y salgo de la habitación a trompicones. ¿Qué diablos ha pasado? ¿Qué han
hecho los dos dementes de mis compañeros de piso?
Estoy nerviosa y asustada. En ese momento otro poli entra en la casa y está distraído tocándose
el pasamontañas.
—Pero, ¿qué cojones...? —Pregunta y se queda detenido en seco.
—Es la que faltaba, vive aquí. —Le dice el poli que me lleva detenida y me empuja para que
camine.
Yo sigo llorando y despotricando improperios hacia el capullo que me lleva a rastras.
—¡Soltadme! No he hecho nada, joder. ¡Lucy! —Vuelvo a decir, pero nadie parece oírme, sigo
llorando y me gustaría taparme la cara para llorar, pero llevo las manos esposadas a la espalda.
—Tío, ¿le has apretado mucho? Le vas hacer daño, se está quejando. —Dice el poli.
—Todos se quejan cuando son detenidos. —Comenta, el capullo que me lleva a rastras a fuera
del piso.
—¡Mi gata, por favor! —Suplico, en medio del llanto que se ha apoderado de mí.
—¿Un gato? —Pregunta el idiota que me lleva esposada.
—Sí, mi gata. No está, se llama Lucy. Siempre está en mi habitación. —Les digo con mirada
suplicante a los dos polis que me están escuchando.
—¡Andando! —Me ordena el poli y me termina de sacar de la casa. —Dramática. —Masculla,
a modo de fastidio.

***
Cuando llego a comisaría, todos caminan apresurados de un lado para el otro. Todos parecen
estar demasiado ocupados, hay mucha tensión y nerviosismo. No paran de darse órdenes entre
ellos.
He dejado de llorar hace un rato, la pena me ahoga demasiado y me duelen los brazos de estar
esposada. No me creen, soy inocente y eso me frustra más aún.
Veo en un despacho, a Andrés, lo reconozco al instante, sé que es él.
—¡Andrés! —Lo llamo y cuando me ve esposada, me mira sorprendido.
—¿Martina? —Pronuncia mi nombre, como si no sé creyera lo que está viendo.
—Ha habido un error. —Le digo a Andrés, pero sigue petrificado, sin dar crédito de lo que
está viendo.
También aparece otro rostro conocido, el comisario. Aquel hombre desagradable y nada
simpático que nos detuvo la noche de mi despedida. Me mira y centra toda su atención en Andrés,
se acerca a él y le da un cosqui.
—¡Otra vez agente! —Le reprocha el comisario y Andrés, niega sin decir nada.
—Señorita, acompáñeme. —Me dice el hombre malhumorado.
Camino tras él, junto con el irritante policía que me arrestó en el piso. Ya se ha quitado el
pasamontañas y es un gilipollas integral. Tiene el instinto de policía en el culo, porque ¡soy
inocente! Se han debido confundir.
Me llevan hasta una sala, que solo había visto en las películas. Jamás imaginé, que iba a ser
interrogada en esa sala.
Me quitan las esposas y me siento al otro lado de una mesa blanca. Mi reflejo se muestra en un
enorme espejo, que supongo que al otro lado están grabando todo; y tras el cristal, me observan
más agentes.
Me siento vulnerable, frágil, expuesta.
—Hable señorita. —Me ordena el comisario, sentándose al otro lado de la mesa.
—Soy inocente. —Afirmo.
—¿Qué relación tiene con Elías?
—Es mi casero y compañero de piso. —Respondo.
—¿Comparte alguna relación sentimental con él?
—¿Qué? —Pregunto atónita. —¡No!
—No ayuda a que digas sólo que no y te niegues a declarar. —Me dice el comisario.
—Llevo algo más de dos semanas aquí. —Le digo.
—No la creo.
—Es la verdad. —Afirmo con sinceridad. Las lágrimas del agobio y la injusticia, se agolpan
en mis párpados y comienzan a salir sin que yo pueda evitarlo.
—¿Y con Alma? —Me vuelve a preguntar.
—Es mi otra compañera de piso. —Balbuceo.
—Usted estuvo detenida en ésta misma comisaría hace un mes.
—Sí, me fui y volví. —Afirmo.
Me acerca un paquete de clínex para que pueda secarme las lágrimas.
—¿Por qué volvió? —Me pregunta con interés.
—Porque, he venido para empezar de cero. —Me sincero.
—¿Vendiendo drogas? No es lo más sensato. —Me juzga.
—No, jamás he vendido drogas. —Me defiendo.
—¿Las has consumido?
—Tampoco. —Respondo cansada de ésta situación.
—Estaba borracha la noche que la detuve. —Me recuerda.
—Era mi despedida de soltera. —Le digo recordando aquella amarga noche.
—Pero no se ha casado y vive con un traficante de drogas. —Afirma.
Qué manera de querer liarme, le he dicho la verdad. No sé porque quiere escuchar lo que no es
cierto.
Podría llamar a Víctor, él lo solucionaría.
Pero ¿dónde quedaría mi dignidad?
No, he hecho nada.
Solo es cuestión de tiempo de que los convenza. Tras suplicarle que me crea, que digo la
verdad. El hombre que no tiene paciencia, desiste y me manda de nuevo a la celda.

***
Cuando me quitan las esposas y me meten en la celda, veo a los dos miserables de mis
compañeros de piso. Elías, me mira con neutralidad y Alma, con cara de asco.
Me dirijo hacia ellos, con todo el mal genio acumulado de lo que acaba de pasar. Estoy tan
furiosa, que no me lo pienso dos veces para encararme con ellos.
—Eres un capullo de mierda, ¿quién cojones te crees? —Grito irritada.
Elías, me mira y me sonríe sin decir nada.
—¡Cállate! —Me ordena Alma.
—¿Qué? —Vuelvo a gritar. —Tú eres una puerca y estoy de ti hasta el…
—¡Silencio! —Dicen desde fuera. —Martina, salga. —Ordenan por megafonía y la puerta se
abre.
Cuando salgo, me encuentro con Iker, que me observa impasible. No ésta sorprendido de verme
aquí. Supongo que ya lo sabía. Sus ojos de un azul oscuro, me miran sin comprender nada. Y
siento la necesidad de darle explicaciones, de demostrarle mi inocencia.
Me enseña las esposas y pongo las manos para que me espose. No pongo resistencia, él
tampoco me dice nada. Se limita hacer su trabajo. Me pasa el frio metal por mis muñecas. Pero,
no las aprieta.
—Gracias. —Susurro. Al ver que no va a decir algo sigo. —Iker, no he hecho nada, soy
inocente, ayúdame.
—Martina, no es tan fácil. —Dice con voz fría y sin mirarme me indica a que camine.
—Iker, mi gata. Está perdida. —Él sonríe y me descoloca.
—Martina, siempre metida en problemas. —Murmura pensativo.
—Iker, lo digo enserio. —Le digo, entrándome el agobio y la angustia de nuevo.
—Tranquila ¿vale? Buscaré a Lucy. —Afirma.
—¿Cómo sabes su nombre? —Le pregunto confundida.
—Yo estaba allí está mañana.
—¿Tú? ¿Y por qué no me has ayudado? —Le reprocho molesta.
—Porque estaba haciendo mí trabajo. Además, no te conozco de nada. —Cuando pronuncia
esas palabras, me quedo sorprendida.
Me duelen sus palabras.
No le digo nada más.
Iker, sigue serio. ¿Qué esperaba? ¿Qué por haber cenado como dos personas normales, hace
unas cuantas noches, iba a ser mi amigo? ¡Qué idiota!
Caminamos en silencio, hasta llegar de nuevo a la sala de interrogación. ¡Mierda! Otra vez, no.
Andrés, me ve y mira a Iker, que tiene el rostro serio y neutro. No parece que hayamos
compartido la otra noche una bonita cena. Actúa de manera tan distante, que no sé porque siento
decepción. Pero, él lleva razón, no nos conocemos de nada.
Iker, me deja en la sala y se marcha. Dentro de la sala, está de nuevo el comisario y otro agente
de policía. Me indican que me siente de nuevo y hago lo que me dicen, me espera un buen rato
aquí dentro.

***
Después, de estar casi veinticuatro horas detenida y tras pasar varias horas de interrogatorio.
Por fin, me dejan salir libre.
Por suerte, Andrés, me hizo el favor de hablar con Sol, para decirle que me había surgido un
problema familiar, mintió y no le dijo que estaba detenida.
Sol, me dio dos días libres, para que solucionase lo que sea que me pasase. Le dije que no le
contase la verdad, porque no quería preocuparla. Ya le contaría yo todo, cuando la viese a ella y a
José. Es una mujer maravillosa, con un corazón enorme. Se merece tener su historia feliz.
Así que, he hablado con Andrés, he hecho un poco de celestina. Le he sugerido que la llame,
que le pida una segunda cita. ¿A qué espera?
Andrés, me ha explicado que no la ha llamado, porque sus amigos le decían que iba a parecer
un desesperado y la chica perdería el interés en él. Así que, tras asegurarle que no iba a ser el
caso, terminó llamando a Sol para volverse a ver.
A Iker, no lo he vuelto a ver desde ayer por la tarde, que me llevó a declarar y se largó. Es un
idiota, por no darme un voto de confianza. Claro que soy inocente y lo he demostrado,
enseñándoles el contrato de alquiler y mi contrato laboral.
Además, Elías, ha declarado y ha dicho que yo estaba al margen de todo. Así que todo ha ido
sumando. He podido demostrar, que no tenía nada que ver con las movidas del piso.
Por el contrario, se ha demostrado que Elías, es un traficante de drogas y Alma, era su
cómplice que las vendía. Ellos se han quedado a espera de juicio.
No quiero saber nada más de ellos en mi vida.
La cabeza me va a estallar, estoy cansada de todo.
Ojalá, esto hubiese sido una pesadilla.
Un mal sueño, pero ha sido real.
No sé ni por dónde empezar a ordenar mi vida.
Supongo que lo más sensato es recoger mis cosas del piso, buscar a Lucy y encontrar algún
lugar para dormir. O tal vez, volver al pueblo.
Un coche que reconozco al instante, se detiene frente a mí e Iker, baja de el. ¡Mierda!
—¡Martina, espera! —Lo ignoro y sigo caminando. —¡Martina, joder!
—¿Qué? —Me detengo en seco, girándome irritada hacia él. —¡Déjame en paz!
—¡Espera! —Me pide.
—Como tú dices, no te conozco de nada. —Le digo con una sonrisa falsa, me giro y sigo
caminando.
—Martina, ¡espera! —Me pide desesperado.
—¡Qué me dejes en paz Iker! —Le grito furiosa, estoy cansada de todo y también de él.
Así que sigo caminando.
—Sé que adoras a esa gata… —comienza a decir y me detengo.
Me giro para mirarlo e Iker sonríe satisfecho.
—A saber dónde está, en una ciudad tan grande y transitada como está… es como buscar una
aguja en un pajar. —Escuchar esas palabras, me hacen ver la realidad, he perdido a mi adorable
gata.
Comienzo a agobiarme, una presión se agolpa en mi pecho. ¿Es que nada me sale bien? Estoy
temblando porque estoy a punto de romper a llorar una vez más, estoy cansada de la mala racha.
Estoy cansada de todo.
Ya no aguanto más.
No quiero llorar, quiero despertarme de este mal sueño.
Iker se acerca hacia mí.
—¡Eh…! —Me levanta la barbilla y encuentro una mirada de compasión. —Tu gata está a
salvo, la tengo en mi casa. —Susurra con delicadeza y me regala una cariñosa sonrisa.
Escuchar esas palabras, me hace soltar todo el aire de mis pulmones y lo abrazo sin
pensármelo dos veces. Entonces, rompo a llorar, por el cansancio y el sabor agridulce de está
incoherente situación.
Pero, sobre todo lloro de alegría.
Noto como el cuerpo de Iker, se tensa al sentir como lo rodeo con mis frágiles brazos. Pero,
pronto se relaja y me abraza con firmeza. Tengo mi rostro enterrado en su pecho y cuando poco a
poco me voy relajando, él vuelve a llamar mi atención.
—¡Eh…! —Me susurra y aún estoy abrazada a él, lo miro.
Su mirada de cerca parece aún más profunda, tanto que siento que me ve el alma. Sus ojos son
tan mágicos como contemplar el océano y yo me siento como un naufrago en ellos.
—¡Vamos! Te llevo con tu gata. —Me dice a la vez que me regala una tierna sonrisa.
Subo sin decir nada, al deportivo negro. Durante el camino, intento evitar cruzar mi mirada con
la de él. Pues, siento que me observa con cautela.
Me siento avergonzada y a la vez aliviada de que haya encontrado a Lucy. Cuando nos
incorporamos a la carretera le hago una pregunta que me ronda la mente.
—Iker, ¿no venías a trabajar? —Le pregunto.
—No. —Afirma. —Venía a saber de ti. —Dice con naturalidad.

***
Después de alejarnos de la zona céntrica de Madrid, llegamos a un enorme y nuevo edificio,
que se encuentra en las afueras de la gran ciudad.
Es un bloque de pisos, es moderno y sofisticado. Iker, espera que se abra la puerta del sótano y
aparcamos en una enorme plaza de garaje. La cual, tiene una moto aparcada. Supongo y deduzco,
que también será suya.
Subimos en el ascensor hacia la última planta. Lo hacemos en silencio. Es un silencio
incómodo que nos abraza a ambos, pero ninguno nos sentimos valientes para romperlo.
Una de las veces que lo miro, me encuentro a Iker, observándome pensativo y desvío la mirada
hacia el suelo del ascensor.
¿Y si no es mi gata?
Una vez que salimos del ascensor, nos adentramos en un amplio rellano con plantas de interior,
que se reflejan en el brillante suelo pulido. La luz natural, se filtra por una translucida cristalera y
hace todo más hermoso.
Iker, se dirige a un enorme portón de color blanco y tras abrir, me hace un gesto para que pase.
Un aroma fresco me recibe al entrar en el ático de Iker. Tal como entro, diviso en el sofá a mi
gata enroscada en una manta. Corro hacia ella y la abrazo, sacándola de la aterciopelada manta.
La cojo entre mis brazos y ella maúlla con ternura.
Se me saltan las lágrimas de la alegría, no creí que volvería a verla. Ella, ocupa su sitio en mi
vida, ya que siempre me ha dado su amor incondicional.
He estado tan ensimismada en Lucy, que no me he percatado de la presencia de Iker, desde que
entre en la casa. Lo busco y lo encuentro apoyado en el marco de la puerta observándome, con una
media sonrisa en el rostro.
—Eres una mimosa. —Me dice sonriendo.
—Gracias. —Le digo con mi más sincera sonrisa. Iker, levanta una ceja, como haciéndose el tonto
de que no sabe porque se lo digo. —Por todo y por mi gata.
No dice nada, solo me mira pensativo y le sonrío con tristeza, a la vez que entierro mi rostro en
mi gata y la abrazo un poquito más.
Todo no iba a ser malo. ¿Verdad?
—Menos mal que éstas aquí, pequeña bola de pelo. —Le digo, a la vez que la acaricio con
ternura.
—¡Quédate! —Me propone Iker, de forma automática niego con la cabeza.
—Me voy a casa. —Le digo sorprendida ante lo que acabo de oír.
—Allí no estás segura. —Insiste.
—No pasa nada. —Afirmo.

***
Una vez que llegamos, al portal del piso en el que desde hace unas semanas vivo, me pongo
nerviosa ante toda los recuerdos del día anterior. Iker, camina tras de mí y siento su mirada fija en
mi espalda.
Una vez adentro, todo sigue desordenado, roto y rebuscado.
Me dirijo hacia mi habitación y paso por encima de mi puerta que está derrumbada en el suelo.
Todo está revuelto y es un completo caos.
Ni siquiera sé por dónde empezar a recoger y empaquetar mis cosas. Cojo el trasportín de mi
gata y la meto dentro.
El móvil de Iker, suena y él sale de la habitación. Me siento aliviada, ya que estar tan cerca de
él, hace que este en alerta, que este tensa.
No sé porque mi cuerpo reacciona de esa forma. Ya tengo demasiados problemas en mi vida,
como para complicármela un poco más.
Cuando, Iker, regresa tengo todo empaquetado y recogido. Él no dice nada, simplemente hace
una supervisión visual rápida al resto del dormitorio y termina con la mirada fija en mí.
—Toma, es tuya. —Me dice a la vez que me da una fotografía.
Cuando me fijo, la foto es de mis tres amigas y yo la noche antes de mi boda. En la fotografía,
tengo puesta la sudadera de él y a Lucy en mis brazos.
Quién me iba a decir que de esa foto, a ahora no había pasado tanto tiempo, pero sin embargo
si han cambiado muchas cosas. Supongo que gracias a ésta foto, ha reconocido a mi gata.
Cuando miro a Iker, veo que él sigue observándome con cautela.
—Ostras, es verdad. Tú sudadera. —Le digo con apuro, a la vez que me agacho y rebusco en
una de las maletas, sacándola y devolviéndosela a Iker. —Toma, es tuya.
—Me gusta más como te queda a ti. —Al escuchar esas palabras tan amables, no puedo evitar
sonreír nerviosa. —Vente a mi casa. —Vuelve a insistir.
—No. Porque ya tengo una habitación reservada. —Miento como un bellaco.
—Bueno, pues te ayudo a subir todo al coche. —Dice al ver que no voy a cambiar de opinión.
Iker, coge las dos enormes maletas, mientras yo recojo el resto de mis pertenencias. Una vez
que salgo del bloque, me prometo a mí misma que la próxima vez, tendré muchísimo más cuidado
a la hora de elegir un piso. Antes de subir me giro para Iker, que me observa con las manos puesta
en sus caderas.
—Gracias por todo. —Le digo con sinceridad.
—Martina, en mi casa, tengo sitio de sobra. —Insiste. —No es fácil encontrar piso. —Me
comenta, intentando convencerme.
—No, muchas gracias de verdad. —Estoy agotada y no puedo con la tensión que siento al estar
cerca de él. — Bueno pues ya nos vemos… —Le digo a la vez que me subo a mi coche.
—Toma mi número de teléfono. —Me dice a la vez que me da una tarjeta de la policía, en la
parte de detrás, ésta su número escrito a boli. —Si necesitas algo…
—Gracias. —Le digo conteniendo la respiración, porque estoy hecha una blandengue.
No sé como he llegado a acabar así. Pero, gracias a Iker, tengo a Lucy, conmigo.
La verdad, que a pesar de que hay veces que lo odio, Iker, parece tener una parte que yo
desconocía y que me encanta. Solo de pensar que tal vez no lo vuelva a ver más, porque no sé que
voy hacer ahora, con todo el caos que ronda en mi vida. Pensar en ello, en no volverlo a ver, me
da pena.
Sinceramente, después de todo lo ocurrido, me estoy planteando volver a casa. Aunque me
haya dado su número, no pienso llamarlo, porque… no puedo hacerlo, eso complicaría todo aún
más.
10
Estoy agobiada con mi caótica vida.
Tomo varías respiraciones y cierro los ojos, para intentar tranquilizarme. Mi vida, es una
montaña rusa.
Desde que dejé a Víctor, nada me sale bien.
Me encuentro de nuevo en mi coche, con todas mis cosas y mi gata. La cual, duerme
plácidamente y no sé da cuenta de nada.
Pero, me siento una vez más, en el punto cero.
Sin casa, sin pareja, sola en una enorme ciudad y sin lugar donde pasar la noche…
He llamado a los hostales y hoteles más económicos que hay, pero todos están completos,
excepto uno que tenía una habitación libre, pero me la quería clavar en el precio.
Cosa que no me puedo permitir.
No voy a llamar a Iker, como una desesperada. Bastante ha hecho ya por mí. También descarto
la opción de llamar ahora a mis amigas y contarles todo lo sucedido. Las preocuparía y ellas no
pueden solucionarme mis problemas. Otra opción que he desestimado, es hacerles el compromiso,
a Sol o a José, de que me acojan solidariamente. Sé que tal vez, ellos podrían darme alojamiento
unos días, pero no puedo abusar de la bondad de los demás.
Soy adulta y soy responsable de mi vida.
Tengo que arreglármelas sola.
Después, de quedarme sin opciones donde dormir. He decidido pasar la noche en mi coche. He
aparcado en un parking de un centro comercial que tiene bastante iluminación.
Es un lugar seguro y mañana a primera hora, he concertado una cita, con los dueños de un piso.

***
Me desperté, con los primeros rayos mañaneros. Anoche me costó bastante conciliar el sueño.
Me desvelé, en medio de la noche, varías veces. No era lo que se puede decir cómodo, dormir en
el sillón del coche.
Así que en cuanto vi los primeros rayos de la mañana, fui a un supermercado y compré una lata
de comida para Lucy y después me compre un café.
Llegué diez minutos antes, de la hora prevista para ver el piso. Fui con Lucy, en el trasportín,
no iba a dejarla encerrada en el coche.
Tuve suerte de que los dueños del piso aparecieron pronto y se mostraron amables y
receptivos. No les molestó que tuviese mascota. Así que, mi día no podía ir a mejor.
El piso, es un estudio de unos treinta metros cuadrados. Cuenta de un dormitorio, con un
pequeño baño y una diminuta cocina con una barra para comer, junto al salón. Es pequeño, pero es
todo lo que necesito para comenzar de cero.
Además, está completamente amueblado y se ve todo en muy buenas condiciones. ¡Soy una
suertuda! Porque conseguir alquilar un piso en Madrid, es tener mucha suerte.
Antes te toca la lotería.
Ya que aquí los alquileres duran menos que una pompa de jabón. Y las condiciones y requisitos
que te piden, son casi los mismos, que para que el banco te conceda una hipoteca.
—Me lo quedo. —Afirmo feliz.
—Necesito el pago de una cuota como fianza del piso. —Me dice el hombre y su mujer sonríe
satisfecha.
—De acuerdo, pues ahora le hago una transferencia. —Les informo.
—No, lo queremos en efectivo. —Dice la mujer de forma tajante.
—Pues dadme diez minutos, que voy al banco. —Les pido amablemente.
—Por supuesto. —Me dice el hombre.
—Tomen, quédense con la gata por favor. Será solo diez minutos. —Les informo, a la vez que
salgo corriendo en busca de una sucursal de mi banco más cercano.
Cuando llego hay cola en el cajero y la oficina del banco está repleta de gente.
¡Mierda! Miro el reloj nerviosa, <<es buena hora>> Me digo a mi misma para tranquilizarme.
Una vez que tengo el dinero, me dirijo de nuevo hacia el piso. Cruzo la calle de nuevo y al
girar la esquina, veo salir del edificio a mis futuros caseros con mi gata y un señor que se
estrechan la mano.
Cuando llego hacia ellos, me falta el aire y les sonrío con satisfacción. He tardado diez minutos
más, pero no ha sido culpa mía.
El hombre me mira con cara de disgusto y la mujer con cara de indiferencia. ¿Qué pasa? Miro
extrañada al hombre, con el que han estrechado la mano.
—Lo siento. —Me dice mi casero, a la vez que me da el trasportín. Sigo sin entender nada, y
yo miro dentro y veo que Lucy, está bien.
—El piso ya está ocupado. —Me informa, la repelente mujer.
—¿Cómo? —Les pregunto, sin dar crédito de lo que me están contando. —¿Es una broma?
—No, lo siento. —Afirma el hombre.
—Pero… solo he tardado un poco más porque había cola y he tenido que esperar mi turno. —
Tome aquí tiene el dinero. —Le digo ofreciéndole la cantidad que me pidieron.
—No, este señor ya ha firmado el contrato y nos ha abonado la cuantía, además tiene un puesto
de trabajo fijo. —Replica con voz de pito, la arpía de la mujer.
Miro perpleja a ambos y miro el papel que tiene en la mano el nuevo inquilino, el cual supongo
que es el contrato. Sin pensarlo, se lo quito de las manos y lo rompo en dos.
—Ni hablar, ese piso es mío. —Afirmo desesperada.
—Eso sí que no. —Vuelve a la carga la mujer. —Este señor va a pagar cien euros más.
—¿Qué? Pero si les deje a mi gata mientras iba a por el dinero. —Intento convencerlos.
—Deje de montar el espectáculo, es usted una loca. —Me dice la mujer y el hombre se aleja a
hablar por teléfono.
—Lo necesito, no tengo donde quedarme. —Le ruego.
—No es asunto nuestro. —Me corta la mujer.
—No pienso moverme de aquí, oiga… búsquese otro piso. —Le reprocho al inquilino que ha
firmado el contrato.
—Lo siento, ya he firmado el contrato. Necesitaba también el piso. —Me dice el tipo, que me
ha dejado con el culo al aire.
—Y no es válido porque lo he roto. —Le respondo rompiendo los papeles un poco más.
Seguramente, parezco una loca de remate. Pero, es que necesito tener un lugar donde quedarme.
Yo sé que los anuncios de alquileres duran poco tiempo disponibles ¿Pero tan poco? Si les deje a
mi gata fiada y fui derechita al banco.
En menos que canta un gallo, un coche patrulla se detiene justo al lado nuestra. ¡Lo que me
faltaba! Seguramente los ha llamado el dueño del piso. Miro para el coche y veo a Andrés
bajarse.
¡Estábamos todos y parió la abuela! No puedo evitar poner los ojos en blanco y gracias a dios
no viene con Iker. Uff… menos mal.
—Otra vez tú Martina. —Me dice Andrés, casi sin dar crédito del numerito que tengo montado,
al ver el contrato hecho trizas en mis manos.
—Ésta joven, está loca. —Comienza a decir el dueño del piso.
—Verás… fui al banco a por la fianza que pedían y en ese periodo de tiempo, van y se lo
alquilan a él. —Le intento explicar, queriendo aclarar un poco la situación.
—Martina, sube al coche. —Me ordena Andrés.
—¿Qué? ¡No! —Me niego, vamos.
—No estás detenida, solo sube al coche. —Hace una pausa y me mira. —Por favor.
Sin rechistar, le doy el contrato roto a Andrés y me voy al coche de policía del que Andrés se
ha bajado. El otro compañero me abre la puerta para subir y yo niego, pues voy a esperarlo en el
coche, pero no dentro.
Dejo a mi gata en el suelo y me recojo el pelo en una coleta. Me froto la cara del cansancio y
de la frustración que siento, esto es absurdo.
Tal vez, he perdido un poco los papeles, pero son unos ineptos hacerme esto a mí. Que poca
palabra.
Miro a Andrés, que está conversando con el matrimonio. Al cabo de un rato ellos se marchan y
él se dirige hacia mí.
—Me debes una bien gorda, eh Martinita. Cuando han llamado, contando lo que sucedía…
sabía que eras tú. —Me dice con seguridad. —No van a denunciarte.
—¿Por qué me iban a denunciar?
—Pues, porque te has puesto histérica. —Me responde divertido.
—Verás tenía todo controlado. —Le digo.
—Seguro… con que tenías a donde dormir… eh. —Me dice, pues fue lo que le dije a Iker.
—Teóricamente hasta hace menos de una hora sí. —Andrés, me mira y saca su móvil del
bolsillo. —¿Qué haces? No llames a Iker —Me hace un gesto para que espere un segundo.
—Trol. —Dice a modo de saludo Andrés. —¿Estás en la ofi? —Hace una pausa, espero que no
haya llamado a Iker. —Vale, tío ven para la cafetería Media Luna. Sí ya estamos aquí. —Miro al
otro lado de la calle y veo la cafetería a la que Andrés hace referencia. Una vez que dice eso
cuelga y guarda su teléfono. —Venga, vamos.
—No habrás llamado a Iker. ¿Verdad? —Le pregunto.
—No tranquila, he llamado a alguien que también te puede dar alojamiento. —Me dice en un
tono sereno y cauto.
—Pero… —Comienzo a decirle y Andrés me interrumpe.
—Andando. —Me ordena de forma jovial.
Sin rechistar, le hago caso.
Cuando entramos la cafetería, está repleta de gente. Como no se admiten mascotas, Andrés le
ha dejado a mi gata al compañero que estaba en el coche patrulla.
Caminamos hacía una pequeña mesa para cuatro comensales. Nos sentamos y miro por el
enorme ventanal hacia el balcón del que iba a ser mi nuevo hogar.
Estoy frustrada y cansada.
Me siento triste y apesadumbrada.
Cuando vuelvo a mirar a Andrés, este tiene fija la vista en otra mesa de la sala. Me giro para
miraren su dirección y encuentro desayunando a Iker, con una rubia que quita el hipo. Seguro que
Andrés, sabía que él estaba aquí.
Enseguida, Andrés, capta la atención de Iker, este se fija en mí. Cuando me ve, su mirada
parece cambiar, se vuelve más oscura y dura. Se levanta como una exhalación y camina hacia
nosotros con paso chulesco y decidido. Cuando llega a nosotros se aclara la garganta antes de
hablar.
—¿Qué hacéis vosotros dos aquí? —Pregunta con dureza mirando de Andrés, hacia mí.
—Lo mismo que tú. —Le responde Andrés, al escuchar esas palabras se me escapa una leve
sonrisa al ver la cara de Iker, tiene el ceño fruncido.
En cuanto nuestras miradas se cruzan, siento que la suya es tan intensa que me hace sentir como
si fuese a reñirme como a una cría.
—Pero, ¿qué cojones dices? —Le vuelve a preguntar sin ningún atisbo de gracia.
Yo me fijo en la chica de largas piernas y perfecta melena, que nos está mirando. Mientras
espera al poli malote que está aquí importunándonos.
—Puedes dejarnos desayunar tranquilos, gracias. —Le respondo con voz irónica, que solo
hace molestarlo aún más. Pero no entiendo que le importa a él vernos, parece que le hemos
amargado el día… será desagradable.
—Venga tío, ya nos vemos. Sigue desayunando con tu rubia. —Dice Andrés, divertido y
moviendo las cejas para darle más énfasis a lo que dice. En vez de hacerle gracia a Iker, parece
que lo que ha hecho es echarle un poco más de leña al fuego.
Iker, comienza a toser falsamente.
Es un picaflor, es obvio.
Con esos aires subiditos que tiene y para colmo es mono...
En ese momento, llega un chico vestido con unos vaqueros y una chaqueta negra y saluda a
ambos con un golpecito en el hombro.
—Eh… tíos, no tenéis suficiente con verme en la oficina ¿qué ya no podéis vivir sin mí? —Les
pregunta bromeando el chico.
Es un chico alto y delgado, nada que ver con la complexión física de Andrés o Iker. Supongo
que también es poli como ellos. Tiene el pelo rubio, sus rasgos son diferentes, tanto que parece
extranjero. Pero se ve muy simpático.
—Hola, soy Eddy. —Me dice con una tierna sonrisa.
—Hola, me llamo Martina. —Le digo a la vez que me da dos besos.
Le sonrío amablemente e Iker, lo mira como si quisiera arrancarle la cabeza.
—Tío, menos mal que me has llamado por algo que merece la pena. —Le dice a Andrés y este
afirma con la cabeza.
—Martina, él es compañero nuestro. Trabaja con el papeleo en la oficina y es un buen tío. —
Me dice a modo de aclaración Andrés.
Nos sentamos de nuevo e Iker, se auto-invita y se sienta como si con él fuese la cosa. Lo miro,
como si pudiese fulminarlo con la mirada.
¿Qué haces?
Miro hacía la chica rubia que lo llama y él se levanta y se marcha, de aún de más mal humor.
¡Qué malaje tiene!
Hombre, es que no tiene lógica que se cuele en nuestra conversación. Lo sigo con la mirada y
veo que no se sienta con la chica, sino que se queda de pie hablando con ella.
—Pero, ¿tú no eres la qué estaba arrestada ayer por drogas? —Me pregunta Eddy y centro toda
mi atención en él.
—¡No! —Afirmo. —Bueno sí, verás…
—Fue un malentendido tío. —Dice Andrés, aclarando todo. —Es de fiar. Está limpia de delito.
Necesita un sitio donde quedarse… pensé que tú tienes una habitación para alquilarle.
En ese instante una amplia sonrisa se dibuja en el rostro de Eddy y asiente felizmente. Se me
contagia la alegría del momento de tener un lugar donde quedarme.
Menos mal. No sé como se lo voy agradecer a Andrés, que me ha ayudado en encontrar
alojamiento.
—¡Por supuesto! Tengo una habitación libre para ti. —Afirma Eddy.
—Ella se viene a mi casa. —La voz de Iker, suena tras de mí y se sienta en el sitio que está
libre mirándome seriamente. —Lo hablamos ayer.
—Me voy a casa de Eddy. —Le digo, retándole en la mirada. Y le sonrío de forma infantil. Me
irrita más que el jabón en los ojos.
—Perfecto, mi casa es la tuya. —Comenta Eddy y Andrés, suelta una carcajada.
—Gracias. —Le digo apartando la mirada de Iker.
Veo que él mira a Andrés, como si quisiera matarlo, este tío está desequilibrado. No queda otra
respuesta, parece bipolar con esos cambios de humor.
Oigo una silla arrastrarse sin delicadeza alguna y es la chica que estaba con él, que se levanta
sin mirar a nuestra mesa y se marcha dando un portazo al salir de la cafetería.
Entonces, vuelvo a mirar a Iker, para decirle que es un insensible y un capullo, pero él se me
adelanta.
—Martina, no puede quedarse en tu piso tío. —Afirma con una sonrisa de superioridad que me
encantaría borrarle de su atractiva cara. —Tiene una gata. —Declara.
—¿Qué? Entonces lo siento, pero no puedo ofrecerte mi casa. —Dice y me mira con cara de
sentirlo de verdad. —Tengo un perro que odia a los gatos.
—Pero mi gata es muy buena, la dejaré todo el día en la habitación. —Le suplico. —Será
temporal, hasta que encuentre algo para mí.
—No de verdad, lo siento muchísimo. Más quisiera yo, de compartir piso contigo. —Dice con
fastidio. —Pero mi perro tal como huele a un gato, rompe la puerta si hace falta.
En cuanto oigo esas palabras, que hacen que vuelva a estar sin un lugar donde quedarme y
teniendo que recurrir a la última opción que deseo.
Lo miro alucinada y él sonríe feliz.
Miro a Andrés, que sonríe divertido como si en el fondo sabía de primera que acabaría
hospedándome en casa de Iker. El chico, parece avergonzado, pero me explica una vez más que no
puede ofrecerme su casa.
Cuando salimos de la cafetería, estoy muy furiosa con Iker.
Es insufrible.
Como ha podido hacerme esto.
—Bueno Martina voy a traerte a tu gata. —Me dice Andrés. —Espérame en la puerta.
—Vale, gracias. —Mi desilusión no puede ser más grande.
—Bueno, Martina ha sido un placer conocerte. Espero volver a verte. —Me dice Eddy, con una
amable sonrisa. —Tal vez podemos quedar un día y tomarnos algo.
—Por supuesto. Muchas gracias, hasta luego. —Le digo amablemente, moviendo mi mano a
modo de despedida.
Tal como me despido de Andrés y de Eddy, se que Iker, está tras de mí. Me giro y lo miro
enfadada. ¿Cómo puede ser tan capullo? Pone los ojos en blanco y mira hacia Eddy, que se aleja
calle abajo.
—Eres adorable con Eddy. —Me dice con voz infantil.
—Eres un capullo. ¿Lo sabías?
—Pero ¿no te has dado cuenta?, que te ha ofrecido su casa porque te quiere en su cama. —
Afirma molesto.
—Pues eso no es asunto tuyo. —Le replico. —Yo me acuesto con quien me dé la gana.
—No te digo que no, pero no me gusta para ti. —Afirma con naturalidad.
—¿Qué? Eso sí que no. ¿Quién te crees? Subnormal. —Le digo enfadada y él ríe divertido.
—Ya echaba de menos a esa Martina borde, que tienes dentro de ti. —Me dice riéndose a
carcajadas.
—Anda y que te den. —Le digo y sus carcajadas resuenan un poco más fuerte.
—Bueno me sigues en el coche, ¿o ya te sabes el camino a tu nueva casa? —Me pregunta
divertido.
—No pienso irme a tú casa.
—¿Qué diferencia hay entre la casa de Eddy y la mía? —Me pregunta molesto.
—Mucha. —Afirmo. —Para empezar, tú y yo no nos soportamos.
—Podremos convivir con ello. —Dice risueño.
—¿Por qué te hace tanta gracia todo esto? —Le pregunto irritada.
—Porque tú me desafías constantemente y eso me gusta. —Me dice con una sonrisa seductora,
que hace que se me seque la garganta.
Vale, esto no me lo esperaba. ¿Ves? Otra cosa por la que no puedo irme a vivir con él. Porque
no me importaría amanecer en su cama. ¡Mierda! —¡Martina, céntrate! —Grita mi mente. Miro
hacia Andrés que viene con mi gata en el trasportín, ¿y ahora, qué?
—¿Te ha comido la lengua el gato? —Me pregunta Iker, animado.
—No, estoy pensando.
—Bueno mira, si tanto te desagrada vivir conmigo. Puedes quedarte hasta que encuentres un
piso. —Me dice, por primera vez serio. —Tal vez sea en menos de una semana.
—Vale, pero me tienes que cobrar alquiler.
—Bueno ya discutiremos las condiciones del contrato. —Suelta con una sonrisa pícara.
—¡No pienso acostarme contigo!
—¿Qué? —Pregunta con una media sonrisa. —Tranquila, no necesito pedírselo a ninguna
mujer. —Me susurra al oído.
Todo mi cuerpo reacciona ante sus palabras. Mi respiración se entrecorta y mi piel se eriza, un
escalofrió me recorre todo el cuerpo. Es una extraña sensación que hace sentirme viva. Y no
quiero. No con él. Porque siento que Iker, es como una brisa de aire fresco.
Entonces, sé que estoy perdida de haber aceptado irme a vivir con él.

***
Voy en mi coche, siguiendo al deportivo oscuro, que se mueve por las calles de la ciudad.
Intento fijarme en el camino, pero estoy confundida con toda está absurda situación, mi mente está
en guerra. Porque sinceramente, no creo que esto sea una buena idea y mucho menos una solución
a mis problemas.
Tengo el presentimiento que vivir con él, no es lo más adecuado.
No lo conozco de nada. Bueno sí, cada vez que he estado con él ha sido porque he estado
arrestada, excepto la vez que Sol, me hizo la encerrona de cenar con él.
Además, él saca lo peor de mí y disfruta con ello. Es un creído y un imbécil.
Ni yo misma me entiendo.
Jamás había tenido problemas con la autoridad. Pero desde la noche que pise está ciudad con
mis amigas, he tenido más tropiezos con la policía que en toda mi vida junta. Y ahora voy a irme a
vivir con un poli, que me ha detenido las dos veces. Esto no tiene lógica alguna.
No pido tanto, desde que salí del pueblo solo he querido empezar de cero, con tranquilidad y
sin tener problemas con nadie. Pero, creo que me lance al vacio, sin pensarlo muy bien y me estoy
dando de bruces con la vida.
No es tan sencillo, como pensé.
Sí que decir que he tenido la gran suerte de conocer a José y a Sol, porque ellos se han
convertido en dos buenos amigos.
Ya sé lo que haré, hablaré con ellos. Tal vez, me dejen vivir con ellos durante un tiempo. Por
no querer molestarlos, ahora me veo llegando a la zona residencial en la que vive el poli, al que
prefiero ver lo menos posible.
Una parte de mí, me advierte que es mejor que me mantenga alejada de él. —Martina reacciona
—me dice mi mente. —Te vas a vivir con él. —¡Mierda! Pero, ¿qué he hecho? No, no, no, no… Y
la parte menos racional de mí, me dice, que tal vez es un nuevo comienzo.
Si yo me iba a hospedar en casa de Eddy, ¿por qué tuvo que aparecer el cascarrabias de Iker y
fastidiarlo todo? Chivándose de lo de la gata, yo sé que tarde o temprano le tenía que decir a Eddy
lo de mi gata, pero podría haber aguantado un par de noches, hasta hablar con Sol y José. Pero no.
Tuvo que llegar Iker y cambiarme todos los planes.

***
Cuando entramos al sótano, Iker, me hace señas para que aparque mi coche en una plaza de
garaje al lado de la suya. Una vez aparcados, cojo a mi gata e Iker, se acerca hasta mi coche para
ayudarme con mis cosas.
—Ven te ayudo a subir todo. —Dice con satisfacción. Me mira y yo me mantengo en silencio,
porque no creo que este haciendo lo más sensato. —Martina… ¿qué te ocurre? —Me pregunta con
preocupación.
—No te conozco de nada. —Es una auténtica locura.
—Bueno, creo que ya nos iremos conociendo. —Me dice con una sonrisa bondadosa. —Te
recuerdo que te ibas a ir a vivir con Eddy, a su piso y seguro que lo conoces menos que a mí.
—Sí, pero era diferente. —Le respondo.
—¿Diferente? —Dice riéndose. —Has vivido con un traficante de drogas… No va a ser peor.
Tal vez, solo hemos empezamos con mal pie.
—Sí. —Murmuro poco convencida.
—Venga vamos te presento a Pepe, el conserje del edificio. —Me dice con una sonrisa
tranquilizadora.
Como si con eso arreglase algo, me siento rota, perdida e inquieta.
Hace menos de cuarenta y ocho horas estaba detenida en comisaria como presunta traficante de
drogas. Luego me he quedado sin casa y para más ironía de mi vida… me vengo a vivir con un
tipo con quien no me llevo bien.
Lo sigo y paramos en la planta cero. Es la salida a la calle hay un enorme ventanal, que da a
una sala donde hay un señor mayor, que tal como nos ve, se acerca a nosotros con una enorme
sonrisa afable.
El hombre en un primer momento, se cree que soy la novia de Iker y hasta lo felicita con
entusiasmo por ello. Pero rápidamente aclaramos que simplemente voy a compartir piso con él.
Iker, me explica que me ha presentado a Pepe, para que me deje entrar cuando venga sola sin
él. Pues aquí son muy estrictos, con no dejar pasar a desconocidos, sin previo aviso de los
dueños.
Después, de esa extraña presentación con él conserje, subimos en silencio hasta donde se
encuentra la casa de Iker. Es la segunda vez que vengo, pero todo me parece completamente
distinto, nuevo y desconocido. Ya que la otra vez, sólo me centré en mi gata.
Una vez que entramos en el piso, un aroma a limpio nos envuelve con sutileza. No me había
fijado lo espacioso que es el salón y que se encuentra separado de la cocina por una elegante
barra americana, junto con dos taburetes altos. La casa está decorada con unos tonos cremosos y
cálidos, lo que la hace aún más acogedora. El mobiliario parece sacado de un catálogo de Ikea.
Iker, deja las maletas en la entrada y me va mostrando el resto de la casa. Todo es nuevo, por lo
que deduzco que no llevará mucho tiempo viviendo aquí.
Me sorprende ver todo tan limpio y ordenado. La verdad, que no me había parado a pensar en
como sería la casa de un tipo como él. Pero desde luego, jamás me la habría imaginado decorada
con tanta exquisitez. Todas las puertas son de color crema y el suelo es de parquet.
Cuando caminamos por el pasillo, me muestra el baño, que no es extremadamente grande, pero
tampoco pasa por pequeño. Tiene una bañera, junto a un gran ventanal con vistas a la gran ciudad
y al lado una ducha. Es moderno y a la vez sofisticado.
No digo nada, porque realmente no sé que decirle.
Esto es mejor de lo que esperaba, me gusta la casa.
Me encanta, está alejada del bullicio de la ciudad. Jamás, me podría permitir alquilar algo
parecido a esto.
Siento como me observa, es como si tratase de analizar cada gesto que hago, como si me
intentase leer la mente.
—Verás… elige entre una de estas dos puertas. —Me anima divertido, rompiendo el silencio
que nos envolvía.
—Puessss…. está de la derecha. —Digo dubitativa, señalando una sin más. No sé qué
diferencia puede haber entre dos puertas que aparentemente son iguales.
—Genial. Pues, esa será tu habitación. El baño es compartido, aunque no suelo usarlo. Porque
yo tengo otro en mi dormitorio. —Me informa.
—Vale, gracias. —Le digo con sinceridad, desviando la mirada de esos ojos que me causan
escalofríos.
—¿Alguna cosa más? —Me pregunta.
—No hemos hablado del alquiler… —Le comento.
—No hay nada de lo que hablar. —Al escuchar esas palabras lo miro sin atisbo de gracia y a él
le causa el efecto contrario. —Venga bah, ¿Qué quieres hablar? —Me pregunta risueño.
—Pues lo típico, fianza, precio, contrato… —Comienzo a decir.
Iker, me explica que puedo quedarme en el piso con él, sin condiciones. Me comenta que no le
importa que la gata este paseándose libremente por la casa.
Supongo que no le desagrada.
Iker, se toca el pelo despeinándose, supongo que ésta indeciso, no lo sé.
Abre la puerta que he elegido y me muestra una amplia y sorprendente habitación. Esto es más
de lo que esperaba.
—Es toda tuya, si no estás cómoda en cuanto encuentres otra casa te vas. Mientras, me
conformo con que no le metas arder o algo parecido. No tengo problemas en que te quedes todo el
tiempo que necesites. —Me dice con sinceridad.
—Entonces no puedo quedarme. —Afirmo. —No puedo abusar de tu hospitalidad, eso no me
hace feliz. Si hubiese querido algo así hubiese hablado con José o Sol… —Añado.
—Bueno, negociemos… —Dice divertido cruzándose de brazos, me distraigo cuando veo que
los músculos de sus brazos se tensan y parecen hacerse aun más grandes. —No fumes en la casa,
odio el olor a tabaco.
—Vale, no fumo. ¿Qué más? —Le pregunto con interés.
—No te meterás en más problemas con la poli.
—No lo haré. —Le digo sonriendo. —¿Precio del alquiler?
—No te voy a cobrar. —Afirma.
—Pues me voy. —Lo reto.
—Pero, haber cabezota, no me supone nada que vivas aquí. No notaré tu presencia. —Afirma
con aire chulesco.
—Bueno, pues no pienso estar de gratis en tu casa. —Le digo molesta.
—Bueno, puedes ayudarme con la limpieza del piso y a veces me da pereza cocinar, ¿podrías
cocinar para los dos? —Hace una pausa e interviene inmediatamente. —No como mi asistente,
solo como una buena compañera de piso. Siempre y cuando, no intentes envenenarme. —Me
comenta risueño.
—Vale, no tengo pensado envenenarte. Pero, también te ayudaré a pagar facturas. —Añado
pues no quiero estar aquí, caritativamente.
—Bueno, ya de eso hablamos otro día. —Dice marchándose tras de mí.
—Iker. —Lo llamo y se detiene en el pasillo, pero sin girarse. —Muchas gracias… por todo.
—De nada y bienvenida. —Me dice con una leve reverencia, que hace que se me escape una
pequeña carcajada.
Ver que me responde con una enorme sonrisa, hace que me descoloque. Me quedo embobada
viendo como se aleja por el pasillo y me quedo sola en la puerta de la habitación.
Entro y es perfecta. —Como él. —Me recuerda mi mente.
La habitación es completamente nueva, le falta un poco de decoración, pero supongo que la
tiene como un cuarto de invitados. Aún así, todo esto es mucho más de lo que había pensado para
vivir. Tiene un escritorio, con una silla de oficina que se ve súper cómoda. A mis pies, una enorme
alfombra gris perla, queda perfectamente colocada junto a la enorme cama de matrimonio.
¡Qué cama tan enorme para mí sola!
Le hago una foto a la habitación y lo mando en el grupo de mis amigas. No pasa ni un segundo
que me está llamando Paula. Cierro la puerta, saco a Lucy, del trasportín y descuelgo la llamada.
—Hola. —Susurro.
—¡Holaaaaa! —Gritan las tres en altavoz al unísono.
—¿Qué hacéis juntas las tres a estas horas? —Pregunto.
—Hemos quedado para ir a comer, a un restaurante nuevo que ha abierto en el pueblo de al
lado. —Responde Cristina.
—Tía, ¿y esa foto? —Pregunta Lola.
—Es mi nueva habitación, de mi nuevo piso. —Respondo coqueta.
—¡Venga ya! ¿Enserio? —Pregunta Lola.
—Sí, veréis… —Me alejo de la puerta y camino hacia el enorme ventanal. Entonces, hablo en
un susurro. —Me he venido a vivir al piso de Iker. —Murmuro.
—¿Qué? —Pregunta Lola.
—No puede ser… estás de broma. —Afirma Paula.
—¿Te has follado al poli buenorro? —Pregunta Cris.
—Noo… Shh… —Les digo, como si Iker, pudiese oírnos. —Me quede sin piso y al final, por
casualidad he acabado aquí. —Les susurro. —Ya os contaré todo lo que me ha pasado, pero ahora
no puedo.
—Tía, vas a cumplir el sueño erótico de muchas mujeres. —Dice riéndose Cris.
—Pero ¿qué dices pava? —Le pregunto.
—Tía, es poli… está como un queso… compañero de piso… Te vas a hartar de jugar con su
porra juguetona. —Dice Pau riéndose como una posesa.
—Yo también quiero. —Añade Lola con voz de pena.
—Y yo… —Murmura Cristina.
Entonces sonrío, ¿qué hago yo con ellas?
Son de lo que no hay… solo será un tiempo. Hasta que encuentre otro piso.
Mientras conversamos, las animo a que vengan a Madrid cuando quieran. Porque ahora ya no
me importan que vean donde vivo. Les vuelvo a insistir que estoy aquí de paso, que es algo
temporal. Porque no creo que sea fácil convivir con él. No creo que nos llevemos bien, porque
desde que lo conocí me saca de quicio.
—Tía no te va venir mal, verlo con el uniforme ese apretadito te va alegrar la vista. Es el
sueño de cualquier mujer. —Añade Paula.
—Y si te da un buen meneo, te aclara los pensamientos y te quita las telarañas. —Dice
Cristina.
—¡Cristina! —Le reprendo.
—Es la verdad… —Afirma.
—Bueno ya hablamos… —Les digo cuando escucho la puerta de mi dormitorio. —Hasta luego.
Sin esperar respuestas cuelgo, me giro porque escucho la puerta, pero no hay nadie.
Iker, ha subido el resto de cosas que tenía en mi coche y me ha dejado las llaves de mi coche
sobre la cómoda que hay junto a la puerta.
No sé que es lo que ha podido escuchar, pero espero que no haya oído ni la mitad. Me siento
sobre la cama y acto seguido me tumbo boca arriba, dejándome llevar por la felicidad que me
inunda en esos momentos, de tener la suerte de haberlo conocido.
11
Mi primer día en casa de Iker, fue totalmente diferente de lo que yo pensaba. No lo vi más en
todo el día. La casa estaba completamente en silencio y las llaves de su coche, sobre un cuenco de
madera que había junto a un mueble de la entrada. No supe si él se encontraba en algún lugar de la
casa, o si habría salido. No iba a controlarlo, él me estaba dando mi espacio y eso me gustaba.
Una vez que coloqué todas mis cosas, elaboré una lista de comida y cosas que necesitaba para
ir a comprarlas. No conocía la zona, así que decidí dar un paseo para ver que tiendas había
cercanas.
Era una zona tranquila, había un par de tiendas pequeñas, que tenían todo tipo de productos de
alimentación. Así pues, paseé con la compra hasta casa de Iker. Tal como llegue al portal Pepe,
me quiso ayudar con la compra y me negué a ello. Se sorprendió de que no lo dejase, pero a mí me
sorprendió que se incomodase por yo decirle que no era necesario.
Cuando llegué de vuelta al piso, Iker me había dejado una nota en la barra de la cocina, en la
cual ponía.
“Martina.
Respecto a las normas básicas, que me has preguntado antes, he estado reflexionando y creo
que para podernos llevar medianamente bien, tenemos que ser un equipo.
Nos ayudamos en lo que necesitemos y si de lo que cocinas, me dejas un poco para mí, te lo
agradecería.
Pero, solo si tú quieres.
Porque la cocina no es lo mío.
No tengo un horario fijo de trabajo, pero casi siempre curro en el turno de noche. Así que,
pasarás la mayoría de noches sola en la casa. Es una buena zona y Pepe, está para lo que
necesites. Pero si te sientes más segura, puedes conectar la alarma de la casa. Te he dejado las
llaves y el llavero, para activarla en el cuenco de la entrada.
Son para ti.
No me importa que tu gata pasee libremente por la casa, como te dije antes. Siempre, que no
haga destrozos y este enseñada a usar su caja de arena.
Llego mañana para desayunar. Espero que cuando vuelva no me hayas quemado la casa,
como venganza de las veces que te he detenido…
Pienso que tal vez, todo esto es como si nos volviésemos a conocer de nuevo.
Un saludo.
Iker
Pd: Te he escrito está nota, porque no estabas en casa y no tengo tu número. Cualquier cosa
que necesites, llámame.”
Leí la carta dos veces y me quedé, con una sonrisa de idiota el resto del día. Me sorprendía
ésta nueva cara que me mostraba, era amable, comprensivo, atento y… —¡Para! —Me alerta mi
mente.
Simplemente está siendo cordial… no hay nada más.
Solo hay que verlo, ésta mañana estaba desayunando con un ligue. Seguramente, está
acostumbrado a pasar el rato, con una chica diferente. No me debe de importar, pero si casi
siempre trabaja de noche… no tiene mucho tiempo para ligar.
¿O sí?
Con una sonrisa tonta, he pensado en prepararle una tarta de chocolate. Tengo tiempo para
hacérsela y yo, adoro el chocolate.
Me siento viva y es como si estuviese en deuda con él.
He bajado de nuevo a la pequeña tienda y he comprado los ingredientes que necesitaba. Luego,
cuando he vuelto a la casa, he indagado un poco por los armarios de la cocina y finalmente he
elaborado una tarta de tres chocolates con una pinta deliciosa.
Una vez que está cuajada, le tomo una foto y añado el número que ponía en la tarjeta de Iker. Lo
guardo y no dudo en mandarle un whatsapp con la imagen; y le escribo:
*Hola, ya tienes mi número. Esto te espera mañana para desayunar, siento haber quemado tu
cocina y muchas gracias por todo*
Me quedo mirando la pantalla del móvil, con la ilusión que responda al momento, pero no
tengo esa suerte. Seguramente, estará ocupado trabajando y no podrá mirar el móvil.
Después de haber cenado y merodeado por el salón un rato. Decido acostarme, aunque me
siento un tanto inquieta. Me tengo que acostumbrar a mi nueva habitación.
En nada de tiempo, la vida me ha dado muchos giros inesperados y aún estoy asimilándolos. Le
he hecho caso a Iker, he activado la alarma. Me acurruco en mi acogedora cama. Hasta que me
rinde el sueño.

***
Me siento feliz, al aparcar mi coche en el parking de la cafetería Golden, he echado de menos a
Sol y a José. Les tengo que ser sincera y contarles todo lo sucedido.
Mi mente, no para de recordarme que no es una buena idea vivir con él. Voy a pedirles
alojamiento temporal a ellos.
Además, se merecen una explicación de todo lo que me ha sucedido.
—¡Buenos días! —Digo nada más entrar.
—¡Buenos días Martina! —Me saluda Sol, a la vez que prepara un café.
—Hola cabrona, que te hemos echado de menos. —Dice José, dándome un abrazo.
—Yo también os he echado de menos. —Les digo con sinceridad.
—No mientas. —Me dice Sol. —Ya lo sabemos.
—¿Qué sabéis? —Pregunto.
—Ésta mañana ha venido Iker con Andrés, a desayunar y nos han dicho que te has mudado de
piso. ¿Cómo pueden enterarse ellos antes que nosotros? —Me pregunta Sol.
—Veréis, ha sido todo un poquito caótico… estuve detenida por culpa de mi compañero y
casero de piso… —Comienzo a decirles.
—Sí, ya de eso nos hemos enterado… —Dice José.
—¡José! —Lo reprende Sol y yo sonrío, para darles a entender que no pasa nada.
—No hace falta que nos cuentes la pesadilla. —Resume José.
—Gracias, pero entonces… ¿sabéis a que piso me he ido a vivir?
—No, eso no. —Dice Sol.
—Me he ido a vivir a casa de Iker. —Los ojos de mis dos amigos parecen que van a salirse de
las orbitas. Sol, niega con la cabeza, sin dar crédito de lo que ha oído.
—Iker… ¿el poli macizorro? —Pregunta José atónito.
—Sí, Iker, Iker. —Afirmo.
—Pero… ¿cómo? Quiero decir… cuéntanos. —Dice Sol.
—No encontraba piso. Estuve a punto de alquilar uno y fracasó. Entonces Andrés, se ofreció a
buscarme un piso de un compañero y apareció Iker… —Comienzo a explicarles.
—¿Te has acostado con él? —Me pregunta Sol.
—¿Qué? No. —Afirmo sorprendida.
—Ya caerá… —Dice José convencido de sus palabras. —Pero ¿cómo qué vives con él?
—A ver, el amigo de Andrés, no me podía alquilar la habitación porque tengo un gato y el un
perro. Iker, se ofreció, mientras no encuentro nada. Estaba desesperada y accedí. —Les comento
con sinceridad.
—Podrías habernos preguntado, te podrías haber quedado con alguno de nosotros. —Dice Sol.
—Lo sé y os pregunto ¿tenéis una habitación para alquilarme?
—¡No! —Afirma José y mira a Sol.
—¡No! —Exclama ella también. Esto es un complot.
—¡Venga ya! No seáis mentirosos, me acabáis de decir que podía haber acudido a ustedes…
—Les digo nerviosa, necesito encontrar algo que sea lejos de Iker.
—Tarde… —Afirma José, sacándome la lengua.
—Ésta mañana, cuando vino a desayunar Iker… la verdad es que se le veía más alegre que de
costumbre. —Me dice Sol, guiñándome un ojo y marchándose para seguir atendiendo los
desayunos.
—José, por favor… no puedo vivir con él. —Le suplico.
—Ah, no… no me pongas esa cara. Lo siento… no quiero tener problemas con la autoridad —
Me dice y se gira para seguir con lo que estaba haciendo.

***
Durante la jornada laboral, continué sin ninguna novedad más. Intente convencerlos, les pedí
varias veces que me diesen alojamiento, pero se negaron a ello. Dicen, que lo hacían por mi
propio bien, pues vivir con Iker, iba a ser lo mejor que me había pasado en mucho tiempo.
Estaba molesta con ellos, por su terquedad en querer cosas que no pueden ser. Así que no me
quedaba otra opción, que seguir viviendo con él.
El resto de la mañana, estuvimos trabajando sin parar, tan afanados que no nos podíamos
permitirnos, perder el tiempo en hablar sobre nuestros asuntos personales.
Pero, mi mente no se detenía ni un segundo. No paraba de pensar en lo agradable y acogedor
que era aquella zona en la que vivía Iker, en comparación con mi anterior piso.
Pensar que lo que me había sucedido, parecía sacado de una película y después de tanto caos…
todo lo relacionado con él era sorprendente. Pero, para bien y por eso, no me puedo quedar con
él. Me tengo que ir lo antes posible.
No quiero complicarme la vida, bastantes cosas tengo ya encima. Pero ¿por qué daba por hecho
que podía haber algo entre nosotros? Estoy paranoica.
Solo tengo que recordar a la chica rubia que estaba desayunando el otro día con él, o la morena
que estaba encaramada en su cuello la noche que me lo cruce, mientras yo iba camino de casa. Ese
es su prototipo de mujer, altas, con piernas largas, pelazo y cuerpazo de infarto. Nada que ver
conmigo. Soy bajita, tengo el pelo rizado y pelirrojo, si no me lo seco bien puedo parecer una
zanahoria silvestre. Un pelo sin gracia, como yo digo. No tengo cuerpo de diosa griega y soy más
blanca que la cal y mis ojos, son marrones. Una chica normal, del montón.
Podría ser el prototipo de novia cadáver, pero nada que ver con las supermodelos tan perfectas
con las que él se codeaba.
En fin, no hay nada de lo que preocuparme. Seguramente me ha ofrecido su casa porque en el
fondo le he dado pena.

***
Es la hora de comer, cuando llego al garaje del edificio donde vive Iker; y veo que está su
coche. Miro mi móvil y tengo un mensaje de whatsapp de él. En el que me felicita y según él
queda sorprendido de lo riquísima que estaba la tarta.
La alarma de la casa está desconectada y sus llaves están en el cuenco de madera, así que
pongo las mías también. La tele está encendida, pero no hay nadie viéndola.
Miro hacia la cocina y tampoco hay rastro de él. No sé donde estará metido. Me dirijo a mi
habitación y todo está en silencio.
Me siento aliviada, al no habérmelo cruzado nada más llegar. Podría haber sido incómodo. No
sé. Tal vez, este dormido en su habitación. Prefiero que no me haya visto sucia, después de un día
de trabajo. Será mejor que me dé una ducha.

***
Me dejo el pelo húmedo, para secármelo en mi habitación. Me pongo mis gafas de la vista y
una amplia camiseta blanca de algodón que me cubre por encima de las rodillas, me queda
enorme, pero es muy agradable llevarla puesta.
Al abrir la puerta del baño, una fría brisa me acaricia el cuerpo y eso hace que se me erice la
piel, no pensé que haría tanto frío. Salgo del baño frotándome el pelo con la toalla, cuando de
repente choco con algo que retrocede, mejor dicho con alguien, sólido y mojado.
—¡Au! —Grito y me froto la frente.
—Hola, osita. —Susurra Iker.
Levanto la vista y siento que enmudezco al instante.
Iker, tiene el torso al descubierto y no puedo evitar fijarme en su pecho desnudo, que tiene
diminutas gotas de sudor.
Lleva una camiseta gris enrollada en el puño y las zapatillas de correr en la otra mano.
¿Nunca está cansado?
Lo observo pasmada y veo como sonríe lánguidamente, ¿por qué todo lo que respecta a mí,
parece hacerle gracia?
Entonces, me doy cuenta, que es de ese tipo de sonrisas que se reflejan en los ojos. Me fijo que
cuando él sonríe, se le forma unas pequeñas arrugas a ambos lados de la comisura de sus labios.
Qué lo hace parecer un niño despreocupado.
—¿A dónde vas con eso puesto? —Me pregunta con una mirada centelleante, como si por su
mente no estuviese pensando nada decente.
—He llegado de trabajar e iba a cocinar algo para comer. —Le digo casi en un susurro, mi voz
ha sonado débil.
Me aclaro la garganta y me centro en no mirar más abajo de sus hombros.
—¿Qué vas a comer? —Me pregunta con curiosidad.
El calor que emana de su cuerpo y la forma en la que me observa, me hace pensar que me ve
comestible y eso no me ayuda en absoluto.
Estar tan cerca de él, en medio del oscuro pasillo, hace que me ponga más nerviosa aún y él,
parece percatarse de ello al instante.
—No lo sé. —Balbuceo.
—¿Puedo comer contigo?
—¿No has comido ya? —Le pregunto rápidamente.
—Más bien no. Te estaba esperando a ti. —Me dice con un brillo travieso en los ojos.
Lo miro con desconfianza y sin decir nada más me marcho a mi dormitorio. Sé que se ha
quedado donde mismo observándome. Por eso cierro mi puerta, nada más entrar.
Me recojo el pelo en un pequeño moño y me pongo unos shorts negros que aunque quedan
ocultos bajo la enorme camiseta, me hacen sentirme menos expuesta a él.

***
Cuando salgo de mi habitación, no hay ni rastro de él. Tal vez, ha ido a darse una ducha. Así
pues, me voy hacia la cocina.
Una vez allí, me pongo a hervir agua en una olla y saco unas cuantas verduras, para mezclarlas
con la pasta.
Estoy preparando un sofrito de verduras, cuando me giro y me sobresalto al ver a Iker, apoyado
en la pared vestido con un chándal, parece que ésta disfrutando del espectáculo.
—¿Qué haces? —Le pregunto.
—No estoy acostumbrado a ver a una chica moviéndose por mi cocina. —Hace una pausa. —
Me parece extraño verte ahí, haciendo la comida… me parece formidable. Los olores, la comida y
la chica…
Escuchar a Iker, pronunciar esas palabras con esa voz tan aterciopelada, hace que miles de
mariposas levanten su vuelo por mi piel y éstas, con sus aleteos me provoquen un delicado
hormigueo por mi piel. Él, hace que me ponga nerviosa y me sienta indecisa de mí misma.
Trago saliva y solo tengo dos opciones, o que vea que me influyen esos comentarios suyos o
hacer como que me es indiferente. Así pues, opto por la última opción.
No puedo evitar ponerle los ojos en blanco y seguir con lo que estoy haciendo. Entonces, se le
escapa una pequeña risotada y lo veo ir hasta un mueble de la cocina. Saca de un cajón un delantal
y se lo coloca.
Cuando me fijo en el atuendo, comienzo a reírme de lo ridículo que está. Es un delantal con
volantes y un cup cake gigante rosa fucsia. Entonces, Iker, también comienza a reírse.
—Me lo regalaron, las navidades pasadas, por el amigo invisible. —Dice en su defensa.
—Cuanta ingeniosidad.
Empiezo a cortar el resto de verduras en silencio. De vez en cuando, observo como mueve el
sofrito y prepara dos platos en la barra de la cocina. Lo he pillado varías veces mirándome y es
en ese momento cuando siento un cosquilleo recorrerme el estómago.
¡Qué infantil! Lo sé… pero es una sensación nueva, diferente y extraña.
Él, ha ido poniendo cualquier excusa o simplemente no me ha dicho nada y de repente su mano
se ha rozado con mi brazo o con mi mano por accidente. Entonces, he sentido como se me
aceleraba el pulso.
Cuando nos sentamos a comer, junto a la barra de la cocina, Iker, parece aún más relajado. La
verdad que yo también lo estoy, da la sensación que llevábamos toda la vida cocinando y
comiendo juntos.
Es reconfortante.
—Oye, sí que se te da bien la cocina… —Dice dándome un empujoncito con su hombro.
—No te dije que no se me diese bien. —Le vacilo.
—La tarta estaba riquísima… ¿Por qué de chocolate? —Me pregunta curioso y me fijo por un
instante en esos ojos azul profundo, que me calan hasta el alma.
—Porque pensé ¿quién no adora el chocolate? —Le pregunto con una sonrisa relajada.
—¿Te gusta mucho?
—Me encanta. —Le digo, comiéndome un trozo como postre de la tarta que le preparé.

***
Una vez que hemos recogido la mesa y la cocina, me voy a mi habitación, con una sonrisa tonta.
Vaya, quien me lo iba a decir, que por ahora no nos estamos matando vivos.
No sé, en qué momento me quedé dormida, pero cuando me desperté. Estaba feliz, estuve un
rato hablando por mensaje con mis amigas y entonces supe que tenía que llamar a mi padre y a mi
tía Elo, porque los tengo descuidados.
Cuando mi padre descuelga el teléfono al segundo tono y lo oigo saludarme con tanta ternura,
me recuerda a cuando era pequeña y se pasaba días sin verle.
Recuerdo que me llamaba antes de dormir todas las noches y me contaba historias hasta que me
quedaba dormida, con el teléfono en la mano.
Mi padre me pregunta, si por fin he encontrado trabajo de lo mío. Le explico que no. Aunque,
no le digo que la verdad con todo lo sucedido he dejado de buscar estos días.
Le cuento que me he cambiado de piso. Claro que cuando me ha preguntado si es para mí sola,
le he sido sincera. Le he dicho que lo comparto con un chico. Pero antes de que hiciese más
preguntas, me he despedido de él y prometiéndole que lo llamaré pronto.
Unos suaves toques, suenan tras mi puerta y acto seguido se mueve el pomo. Iker, se asoma y
mira por la habitación hasta encontrarme a mí.
—¿Hola? —Le pregunto, a modo de saludo confundida, regalándole una sonrisa agradecida por
todo.
—Esto… verás… voy a salir. Para que sepas que no voy a estar. —Dice y entonces abre un
poco más la puerta, veo que está arreglado.
—¿Qué hora es?
—Las ocho. —Me responde.
Me había pasado toda la tarde, hablando con las chicas por whatsapp, me quede dormida con
mi gata y ahora había llamado a mi padre, se me había ido volando la tarde.
—¿Por qué? —Me pregunta con interés.
—Nada, se me ha pasado la tarde muy rápida. —Le digo con sinceridad.
—Eso es bueno, señal que estás cómoda. —Me responde amablemente.
—Sí, muchas gracias. —Un silencio incómodo se instala entre los dos. —¿Vas a trabajar?
—No, he quedado. —Afirma.
—Vale, pues pásatelo bien. —Le digo y no obtengo respuestas, simplemente afirma y antes que
cierre la puerta lo llamo. —¡Iker! —Grito.
—¿Qué Martina?
—No tienes que darme explicaciones de lo que hagas.
No obtengo respuestas de eso.
Iker, cierra la puerta y segundos después oigo como se cierra el portón de la entrada principal
de la casa.
La verdad que si me gusta que me haya dicho que va a salir, es señal que me tiene presente.
Me voy al salón y pongo la tele un rato, la casa está demasiada tranquila… Estoy en mis días
tontos del mes y se me apetece estar acurrucada, sentirme querida…
No tengo ganas, pero tengo que hacerlo… llamar a mi tía.
—Hola tata. —La saludo.
—Hola corazón. ¿cómo estás? —Me responde con ternura.
—Bien. —Hago una pausa y recapacito. —Muy bien tía Elo. ¿Y vosotros?
—Nosotros como siempre, tirando… Oye, ¿ya se te ha pasado la valentía y te vienes para acá?
—Me pregunta con interés.
—¿Qué? No, verás… estoy muy bien aquí en Madrid. —Afirmo.
—Pero, Víctor y tú… hacéis una pareja preciosa. —Ahí está mi tía, de mente cuadrada.
—¡Víctor es un putón! —Le digo molesta.
—¿Y qué hombre no lo es?
—¡Qué no! —Me niego a ello. —No te he llamado para hablar de él. —Le digo, recordándome
porque no la llamo casi nunca.
—Lo sé, solo que deberías darle una segunda oportunidad… es un buen partido. —Vuelve a
insistir.
—Oye, tata… dale un beso a mi tío… tengo que colgar. —No piensa cambiar de tema de
conversación.
—Cada vez que se te dice la verdad, te pones así… a nadie le gusta escuchar la verdad… —
Comienza a reprocharme.
—Pues deberías aplicártelo… bueno ya hablamos, cuidarse mucho. Un beso.
No espero que me responda y cuelgo la llamada.
Mi tía vuelve a insistir en una nueva llamada entrante, pero pongo el móvil en silencio y me
pongo a ver la peli del diario de Noah, más sensiblera aún me pongo, Lucy pasea plácidamente
por el salón y yo me tumbo en el sofá, hasta quedarme dormida.

***
No sé qué hora será, pero siento como me tapan y se sientan en el otro extremo del sofá. Abro
un ojo soñolienta y veo a Iker, que está con la camisa desabrochada y escribiendo algo en el
móvil. Se da cuenta que lo miro adormecida y me mira con serenidad.
—Es tarde… vete a la cama. —Me susurra.
—Mmm… no, estoy mejor aquí. —Murmuro.
Tengo tanto sueño que cierro el ojo de nuevo, prefiero seguir durmiendo, que probablemente
discutir con él, porque es lo que casi siempre hacemos.
Él tampoco parece con ánimos para seguir con la conversación, no me dice nada más y oigo
como se levanta y se marcha del salón.
Me duele la barriga y me encojo un poco más, hasta que se me calma el dolor y sigo durmiendo
plácidamente.

***
La alarma de mi móvil suena, eso sólo indica que es la hora de levantarme para ir a currar.
¡Qué sueño tengo!
No tengo ganas de moverme de aquí, estoy muy cómoda y eso que me he pasado toda la noche
en el sofá durmiendo, pero es agradable.
Cuándo me siento, veo que he dormido con la almohada de mi cama, no recuerdo habérmela
traído para ver la tele. Tengo un recuerdo turbio de ver a Iker en el sofá, diciéndome que me fuera
a la cama… pero pasé de él.
Bostezo y me esperezo, me siento mejor de ánimos y ya no me duele la barriga. Mi gata se
estira y camina hacia la cocina… vaya que parecidas somos.
Sonrío para mí misma y hago lo mismo que ella.
Me froto los ojos y me recojo el pelo en una cola. Entonces veo a Iker, sentado en una silla de
la cocina, otra vez sin camiseta y con el torso mojado.
¿Es que este tío hace deportes a todas horas?
Me observa sin decirme nada, mientras come donuts y le hago un gesto de saludo.
—Buenos días… —Murmuro con pereza.
—Buenos días. —Dice fresco como una rosa.
—Comer donuts… típico de un poli. —Le digo para mofarme de él e intentar fastidiarlo,
porque sí, porque me gusta ser así con él.
—¿Quieres uno? —Me pregunta y yo niego con la cabeza.
Es obvio, que él pueda permitirse comerse eso, con ese cuerpo que tiene tan atlético, tan
musculoso… a él no le engorda nada.
Yo sin embargo, aunque me mantengo bien no tengo un cuerpo de infarto, ni mucho menos
atlético… Además, prefiero guardar esas calorías para mi porción de chocolate diario.
—Venga… un bocado y no te quedas con las ganas. —Me intenta incitar Iker. —Es de
chocolate… —Dice con una amplia sonrisa.
Lo miro durante un instante sorprendida, de que recuerde ese pequeño detalle que le dije.
Me quedo observándolo, pensando en que ha recordado que me gusta el chocolate, él parece
haber dado en el clavo y ensancha su sonrisa.
Entonces, me decido por un apetecible donuts de chocolate. Me acerco a su lado donde tiene el
paquete de cuatro unidades. Cuando voy a coger uno, Iker me ofrece el suyo para que le dé un
mordisco.
Abro la boca, extrañada por lo que estoy haciendo y él me pone el donuts entre los labios. Le
doy un bocado y está delicioso.
Sonrío tímidamente y siento como Iker, me roza con su dedo pulgar mi labio inferior. Siento una
caricia suave y encuentro su mirada cargada de tensión. Retrocedo al instante, dándome cuenta de
la situación tan incómoda que se está dando.
—Perdona, tenías un poco de chocolate ahí. —Se explica en un tono de total normalidad y
realmente, siento que en sus palabras no hay disculpa alguna.
Después con toda la naturalidad del mundo, coge su dedo índice y se lo chupa.
Me avergüenzo ante su gesto tan cercano y siento que me sube el rubor por mis mejillas. Me
doy la vuelta y salgo sin decir nada más.
He notado algo diferente en la forma en que él me ha mirado está mañana. Me he sentido,
vulnerable, insegura, expuesta a él y eso no me gusta.
Me apresuro para vestirme e irme a trabajar.
Necesito salir de la casa lo antes posible, porque me ha entrado el pánico.
Cuando paso por el largo pasillo para marcharme, veo una puerta abierta. Es un gimnasio, pero
no me detengo a fijarme, no quiero volvérmelo a cruzar. Supongo que es ahí donde se pasa las
horas.
Aún así, me cruzo con su mirada que se refleja en un espejo que hay en la sala… No me
detengo y continúo para salir.
—Hasta luego. —Le digo por educación.
Una vez en mi coche, siento que puedo respirar un poco más tranquila.
¿Qué me está pasando?
No puedo consentir que ningún hombre entre ahora en mi vida. No puedo permitirme sentir
nada por nadie ahora mismo. Y mucho menos Iker…
Así que, lo mejor será, que desde este instante voy a aumentar las barreras con él y voy
mantenerme alejada de él, todo lo que pueda.
12
Ha pasado una semana, desde el embarazoso momento del donuts de chocolate. Estoy
evitándolo y hasta ahora lo he conseguido.
Durante varios días, no podía quitarme de la mente esa atmósfera de intimidad que surgió entre
nosotros. El colmo, es que en la radio no paraba de sonar una canción que José se pasaba todo el
día cantando, que prácticamente lo que dice es “cómeme el donuts” Así, es imposible olvidarme
de Iker.
Pero, pese a ello, he conseguido no verlo desde aquella mañana. Me sé su rutina y lo evito en
las zonas comunes de su casa. Claro que él, tampoco ha hecho nada por coincidir.
Estos días, cuando he regresado del trabajo y he visto sus llaves o su coche, pasaba rápida por
la cocina y me metía en mi habitación.
No he roto mi palabra y he cocinado para los dos.
Solo, que a él le dejaba el plato preparado en el microondas y yo me lo tomaba en mi cuarto.
Por las tardes, cuando oía que se había ido, salía a ver la tele y me encargaba, de que cuando
Iker, regresase yo estaba cenada y acostada. Después, oía como se iba de nuevo a trabajar y
pasaba la noche sola en la casa.

***
Por fin ha llegado el viernes.
Lo necesitaba, porque después de tanta tensión, está noche voy a salir a despejarme con Sol y
José.
Ellos saben lo ocurrido con Iker y ambos ven bien que marque las distancias, si no estoy
preparada para nada más.
Está noche, vamos a salir para distraerme un poco. Estoy feliz tarareando la canción de “mi
teatro” de Dani Martin, mientras voy lavando los platos y tazas del desayuno.
—Veo, veo… —Comienza de nuevo José con su juego.
Eso sólo indica que hay un tipo guapo en la cafetería.
—¿Qué ves? —Le pregunto divertida, mientras sigo en lo mío.
—Un pibonazo, que es hetéro y te mira sólo a ti. —Dice contoneándose, haciéndome un gesto
para que mire por el cristal.
Le hago caso y me doy la vuelta para mirar.
Entonces, veo a Iker, que me observa impasible, no lleva el uniforme puesto y tiene una barba
incipiente de varios días.
Me giro y finjo estar atareada.
Pienso en Iker, por mucho que quiera evitarlo. No me he olvidado de su sonrisa pícara, ni de su
cara divertida o del olor que deja al salir de la ducha… Solo que soy realista, era más fácil
mirarlo y hablar con él, cuando discutíamos, que ahora que nos llevamos bien.
Recuerdo el día que cocinamos juntos, en como buscaba cualquier escusa para tocarme y como
reaccionaba mi cuerpo ante ello.
Además, se acordó lo mucho que adoro el chocolate… son detalles que suman y me confunden.
A pesar de que lo he estado evitando a toda cosa, la otra mañana para desayunar, abrí un armario
de la cocina y en el había varias tabletas de chocolates de varios tipos de chocolate, con naranja,
con menta y con almendras.
La verdad, que sentí una alegría tonta en el cuerpo de ese detalle; y no me gustaba pensar así de
él.
Hacía algo más de una semana que no lo veía. Pero, no solo era yo la que lo evitaba, porque él
tampoco había hecho por verme hasta ahora. Por eso deduje que tenerme en su casa, para él era
una distracción, un mero entretenimiento.
Cuando no trabajaba, salía y seguramente se pasaba la noche con la primera que se cruzaba.
Así que, supe enseguida que no merecía perder el tiempo con él.
¿Qué esperaba?
—Martina, ahí afuera está Iker… —Entra en la cocina Sol, a la vez que me lo dice.
—Sí, ya lo he visto.
—Quiere hablar contigo. —Afirma.
—Ahora no puedo. —Le digo nerviosa.
—¡Venga ya! —Dice José. Miro hacia el cristal y veo que Iker, se ha sentado en una mesa.
—Dice que dirías eso y que no se va hasta que no salgas a hablar con él. —Inquiere Sol, a la
vez que se apoya en la encimera y tamborilea los dedos en el lavavajillas.
—¿Qué pasa entre vosotros dos? —Pregunta José.
—Nada que no sepáis. —Afirmo con sinceridad.
No puedo decirles nada más, no están por la labor de ayudarme. Les he contado que lo evito
todo lo que puedo y van y me lanzan a este león salvaje…
Doy un bufido en señal de rendición y salgo hasta donde está sentado.
Tal como me ve salir, me mira con sorpresa. Fijarme en su profunda mirada, hace que reviva
emociones que creía tener por muertas en mi interior. Emociones, que hacía muchos años que no
sentía.
—Iker, hablamos luego en casa. —Le digo, evitando el contacto visual, suelto todo
apresuradamente para marcharme lo antes posible.
—¿En casa? —Pregunta con una sonrisa traviesa y una mirada centelleante.
—Quiero decir en tu casa. —Aclaro.
—Necesito hablar ahora. —Me afirma con rostro serio.
—Mira, no sé de que quieres hablar… pero, no es el momento ni el lugar. —Le digo
intentándome hacerme la dura como él.
—Martina…
—Iker, te lo prometo… hablamos luego. —Intento sonar convincente.
—Vale. —Recoge sus llaves, se levanta y se marcha como un vendaval.
Se marcha, dejando todos mis sentimientos a flor de piel, desarmados y desordenados.
¿Qué me ocurre?
Es bueno conmigo, claro que sí, pero no es mi tipo… ni yo soy el suyo. Pero no es solo la
atracción física, ni intelectual, es algo más intenso. Es por lo que causa en mí y me hace sentir
bien.
Solo que no estoy segura de que él sienta lo mismo.
Nada más, tengo que recordar cómo nos conocimos y ya con acordarme de eso, se me quitan
todas las pamplinas.
***
Cuando llego del trabajo, la casa está sola.
Desactivo la alarma y sé que no hay nadie, excepto mi querida y perezosa gata.
Me dirijo a la cocina y le preparo una lata de sardinas para que se la zampe como cada
viernes.
Esperaba que Iker, estuviese aquí, pero me hace un favor que no este. Estaba muy nerviosa con
lo que tuviese que decirme, no estaba preparada para enfrentarme a él. Pero por lo menos he
conseguido posponerla y ganar tiempo.
¿Tiempo para qué? Pues no lo sé.
Pero necesito tiempo.
Me dirijo al baño y me doy una larga y relajante ducha, dejo que el agua me acaricie la piel y
me centro en oír el sonido de las diminutas gotas caer sobre el suelo de la ducha, me encanta.
Cuando salgo me seco sin prisa, me pongo mi loción hidratante, para después de la ducha. Lo
hago con mimo y me visto con mi ropa interior.
Después, me seco y aliso el pelo.
Luego, me cojo con una pinza los mechones que caen cerca de mi cara y los aparto para poder
maquillarme.
Mi móvil suena, es José, en media hora llega con Sol, para recogerme.
Debo de darme prisa.
Abro la puerta del baño y miro por el pasillo, no hay rastro de Iker. Se me ha olvidado la ropa
en mi habitación. Camino de puntillas con paso apresurado para mi dormitorio.
—¿Por qué me evitas? —Me detengo en seco al escuchar la voz ronca de Iker.
Sé que está detrás de mí.
Entonces me doy la vuelta despacio y lo veo observándome, con esa mirada tan suya que me
intimida.
Me siento demasiado expuesta a él, estoy en ropa interior.
¡Mierda!
Me cruzo de brazos para taparme el sujetador un poco.
Iker, para variar, está delante de mí sin camiseta, mostrando su esculpido cuerpo. Lleva unos
pantalones de deporte cortos y está sudando. Se seca con una toalla blanca el cuello, lo miro más
detenidamente y le brilla todo el torso de sudor. Su pelo está desenfadado, lo tiene un poco más
largo que de costumbre. Aún así está tan guapo, que quita el hipo.
Me fijo en una gota de sudor que se escapa desde su pecho hasta su musculoso abdomen, donde
nace un caminito de vello oscuro que desaparece dentro de sus pantalones.
Trago saliva y me aclaro la garganta.
¿Por qué tiene que causarme este efecto?
—No te evito. —Susurro.
Iker, no responde a ello, sigue serio y ladea la cabeza sin dejar de observarme.
Fija su mirada en mi cuerpo y se detiene en mi cadera. Sé que está mirando el tatuaje. Sonríe
con descaro y de repente me mira con dureza.
—Martina, no me mientas… se te da fatal. —Murmura, en un tono ronco.
Me quedo en silencio y le sostengo la mirada.
Mantengo el tipo, aunque en realidad quiero que me trague la tierra por estar desafiando a un
tipo como Iker, en ropa interior, todo son desventajas. Él lleva razón lo evito, pero no pienso
admitirlo.
—¿Qué quieres? —Le pregunto con irritación.
—Cuanta amabilidad. —Susurra con ironía.
Sigue mirándome y se frota la cara con una mano, acariciándose su barba. Me doy cuenta que
cada vez que está nervioso, hace ese gesto.
—Mira no tengo tiempo para esto. ¡Me voy! —Le digo, sin perder un segundo más y
volviéndome para mi habitación.
Lo escucho que resopla y cierro la puerta antes que pueda entrar. Iker, tamborilea la puerta
varias veces, hago caso omiso. Hasta que da dos golpes secos en ella, sé que está molesto.
—¡No entres! Me estoy vistiendo. —Le digo avergonzada.
—Ya te he visto en bragas, ¿qué más da?
—Pues me da, la verdad, me da. —Le digo y sonrío.
—¿Por qué te hiciste ese tatuaje, la noche de tu despedida? —Me pregunta.
—Porque estaba borracha. —Le soy sincera.
—Pero ¿por qué un timón?
—Porque representa que soy yo quien dirige mi vida. —Afirmo.
—¡Vaya que filosófica!
—Pues ¿para qué preguntas? —Le digo irritada y sonrío.
Me hace gracia hablar con Iker, tras la puerta.
No me dice nada más, supongo que se ha cansado y se ha marchado.
¿Eso era lo que quería hablar? Pues vaya…
Me termino de vestir y me pongo una falda ceñida de color rosa nude y un top blanco.
La tele está encendida e Iker, está haciendo como el que la mira fijamente, para no mirarme.
Hasta que lo hace.
—¿A dónde vas? —Me pregunta, con esa sonrisa que odio y me descoloca.
—He quedado. —Afirmo con indiferencia.
—¿Con quién?
—Eres poli… deberías saberlo. —Le digo para fastidiarlo.
—Solo tengo curiosidad. —No puedo evitar poner los ojos en blanco y eso parece hacerle
gracia.
—Voy con Sol y José, a tomarnos unas copas. —Le soy sincera.
—Es mi noche libre, voy con ustedes. —Me sorprende ante sus palabras.
—¡No! —Respondo ipso facto.
—¿Por qué? ¿Llevas un ligue? —Me pregunta con diversión.
—No, solo que… Yo no te pido explicaciones nunca. Y no tengo porque dártelas. —Le
respondo irritada.
—Era broma, he quedado con Andrés y unos amigos para ver un partido de futbol.
—Vale, pásalo bien. —Le digo y justo antes de cerrar, oigo que dice “adiós”
Viene a buscarme hoy al trabajo, diciendo que tenemos que hablar. Después, cuando llego a
casa no dice nada y ahora actúa de ésta forma.
No lo comprendo, me confunde.
El conserje, me da las buenas noches con una amplia sonrisa y me abre la puerta del edificio.
Camino hacia el coche de Sol y justo cuando me subo, comienza a sonar mi móvil. Es un
whatsapp.
Iker: *Pásalo bien, si te quieres venir antes, no cojas un taxi. Llámame a mí e iré
enseguida. Cuídate. ¿Me echarás de menos? *
Martina: *Gracias, no te echaré de menos.*
Iker: *Jajaja, hasta después.*
No le vuelvo a responder, pero me quedo con una sonrisa boba mirando el móvil. Hasta que la
risa de Sol y José, me hacen volver a la realidad.

***
Nuestra noche de fiesta, transcurre aún mejor de lo esperado.
José, que se conoce palmo a palmo los mejores bares de copas de la capital, nos lleva a dos de
ellos donde la música y el ambiente son espectaculares.
Cuando entramos en el segundo bar, ya estoy un poco piripi, bueno tal vez… un poco se quede
corto… estoy borracha.
—¡José! Eres el pluto amo. —Le digo a la vez que sé que me he equivocado, se me confunden
los pensamientos y se me lía la lengua.
Le doy un beso en la mejilla, es un amor, lo quiero.
— ¡Lo sé nena! —Me dice, a la vez que le da un sorbo a su bebida.
—Creo que debemos de inmortalizar este momento, ¡vamos hacer un video! —Afirmo animada.
—Para inmortalizarlo sería una foto, pava. —Me dice Sol, a la vez que teclea algo con el
móvil.
—Deja ya a Andrés, que está noche eres para nosotros. —Le riñe José.
—Oye, vamos a mandarle el video a mis amigas, porfi. —Les pido a la vez que pongo la
cámara frontal, abro el grupo de whatsapp y comienzo a grabar el video. —¡Hola amores! —Les
digo aunque se me traba un poco la lengua.
—¡Mirad que bien os la cuido! —Dice José.
—Yo los cuido. —Afirma Sol, que es la que no ha probado alcohol en toda la noche. —¡Vaya
noche me que me están dando!
—José, con lo guapo que eres… —le digo mirándolo. —¿Por qué eres gay? —Le pregunto
haciéndole un pucherito y José, se destornilla de la risa por ello. —No me gustas, porque yo estoy
pillada por el poli… —Afirmo, reflexionando en voz alta y me tapo la boca, porque se me ha
escapado entonces se me suelta la risa floja.
—¿Cuándo venís? —Pregunta Sol, para cambiar el tema.
—Os tengo preparada la ruta del pecado. —Grita por encima de la música animado José.
—Shh… era un secreto. —Murmuro, entonces mi móvil se apaga sin batería.
—¡Vaya cogorza que has cogido! —Me reprocha José, entre risas.
—Pues anda que tú… —Digo en mí defensa.

***
Al volver a casa de Iker, el tiempo en el ascensor se me hace eterno. Cuando llego a la puerta,
no atino con la llave y pruebo con las tres del llavero hasta que a la segunda vuelta, una entra y
gira.
La tele sigue encendida y veo que Iker, está dormido en el sofá. Me quito los tacones y los dejo
en la puerta para no hacer ruido.
Doy un tropiezo, me mareo al agacharme y termino quitándomelos, sentada en el suelo.
Me doy cuenta que las medias están rotas… demasiado me han durado, que pedazo boquete
tienen.
¡Qué vergüenza!
Me las quito junto con la falda y las dejo en mi cuarto.
Cuando regreso al salón observo a Iker, dormir plácidamente, su rostro relajado lo hace
parecer un dios griego. Su camiseta está en el sillón de al lado y no dudo en ponérmela.
Huele muy bien. Sonrío como una boba.
Tal vez se ha quedado dormido esperándome.
¿Te imaginas? ¡Qué guapo está! ¡Me muero por qué me acurruque!
No lo pienso dos veces, cojo la manta que está doblada en el sofá de al lado y sé que aunque
este piripi, esa no es escusa para acurrucarme a su lado.
Soy consciente de lo que estoy haciendo, porque me apetece, porque quiero y porque he
perdido la poca vergüenza que me quedaba.
Tengo sueño y me hago un hueco en el sofá junto a él.
Abre los ojos soñolientos y me mira sin entender nada.
—¿Qué hora es? —Me pregunta.
—Shh… Es muuuuyyy tarde. —Susurro, porque todo comienza a darme vueltas. Me tumbo a su
lado y me acurruco junto a él, haciéndome un ovillo.
—¿Qué haces? —Pregunta alarmado.
—Acurrucarme, juuuu… —Le digo con mimo.
—¿Qué haces con mi camiseta puesta? —Vuelve a preguntarme.
—Hueles muy bien. —Le digo con sonrisa tonta a la vez que entierro mi cara en su cuell y
cierro los ojos. —La falda… —Hago una pausa, —me apretaba demasiado el culo.
—¡Estás borracha! —Afirma.
—Un poco. —Le digo con una sonrisa tonta.
—¿Mañana trabajas? —Me susurra, a la vez que le agarro el brazo y él me rodea.
—No. —Hago una pausa. —Me duele la cabeza.
—Descansa. —Murmura.
Siento que me coloca un mechón detrás de la oreja y me siento querida. Es lo que necesito, no
recuerdo la última vez que me quede dormida así con Víctor. Pero no voy a pensar en él ahora, ni
tampoco en las consecuencias de lo que estoy haciendo.
Estar junto a Iker, es tan agradable que me acostumbraría pronto. Pero, me prometo a mí misma,
que mañana seguiré distanciada de él.
Hoy solo ha sido una tregua.

***
Mmm… ¿qué hora es?
¡Au! Me duele la cabeza.
Lo que bebí anoche, me ha caído como mil rayos.
Ya se ha debido de duchar Iker, porque huele a esa fragancia tan suave, sexy y a la vez tan dulce…
que solo puede ser de él.
Cuando abro los ojos, me quedo paralizada, confundida, sin saber donde estoy.
¿Dónde estoy? Juraría que anoche llegué a casa.
Miro mi cuerpo alarmada, tengo una camiseta de algodón blanca puesta, me toco rápidamente y
tengo mi ropa interior puesta.
¡Gracias a Dios! Pero, aún así, sigo confundida.
Yo llegue a casa… ¿o no?
Juraría que hable con Iker y todo.
Creo recordarlo en el sofá… Me quite la falda, porque me apretaba el culo, cuando regresé de mi
habitación vi su camiseta y me la puse. Luego… me abracé a él.
¡Hay madre! ¡La he liado!
Me levanto apresuradamente y salgo de la habitación.
¡He dormido en la cama de Iker!
¡Llevo su camiseta puesta!
¡Hay por dios!
Cuando llego a mi habitación busco mi móvil y lo pongo a cargar para que se encienda.
Entonces, llamo a mis amigas por video llamada, seguramente están desayunando juntas.
—La he liado. —Es lo primero que les digo. —¡Me acabo de despertar en la cama de Iker! —
Revelo y me lamento de ello.
Cierro los ojos.
Espero que reaccionen alarmándose igual que yo. Pero entonces las tres comienzan a reír y se
lo toman genial.
—¡Por fin! ¡Qué buena falta te hacia! —Exclama Cris.
—¿Tan malo es en la cama? —Me pregunta Paula divertida.
—No lo sé. —Respondo con miedo.
—¿No lo recuerdas? —Pregunta alarmada Lola.
—¡No! Esa parte desde luego no. —Afirmo confundida.
—Martina, anoche nos mandaste un video con José y Sol. Estabas súper borracha. —Dice Cris.
¡Mierda! Me tapo la cara de vergüenza.
—¿Y ahora qué hago? —Les pregunto
—Afrontar las consecuencias. —Me aconseja Lola.
—Habla con él, sois adultos. —Dice Cristina, está vez enserio.
Oigo la puerta de la casa cerrarse, Iker, acaba de llegar.
—Os dejo, acaba de llegar. Luego hablamos.
—Suerteee. —Dice Paula feliz y cuelgo.
Me miro en un pequeño espejo y me paso los dedos por el pelo para peinármelo un poco.
Me quito el rímel corrido por mis mejillas y me pongo unos vaqueros, con una camiseta. No
estoy lista para afrontar la conversación con Iker.
Cuando, me lleno de valor para hablar con él, lo veo de espaldas a mí, está mirando el correo y
parece sumido en sus pensamientos.
Me fijo en que lleva unos vaqueros y una chaqueta azul oscura, ha cogido la moto.
Tengo que ser valiente. Me recuerdo a mí misma, para llenarme de valor.
—Iker…
—Buenos días. —Me dice, sin levantar la vista del papel que tiene entre las manos.
—Buenos días. —Respondo automáticamente.
—¿Cómo estás? —Me pregunta y se gira para mirarme.
—Bien… —Digo poco convencida.
—¿Te duele algo? —Me pregunta sin mirarme.
Lo primero que se pasa por mi mente es ¿debería? Pero no respondo, simplemente niego con la
cabeza. Iker, levanta la visa, me observa de esa forma tan suya y se pasa una mano por el pelo
despeinándose.
El silencio nos rodea, me muerdo los labios nerviosa y él se frota la barbilla.
—¿No trabajas? —Le pregunto.
—Descanso hasta el lunes. —sus mirada es tan profunda que parece que en ella se asoma el
universo.
—Oye Iker. —Hago una pausa, trago saliva y me armo de valor. —Anoche… ¿Pasó algo?
—Sí. —Afirma muy serio.
¡Mierda!
No esperaba esa respuesta, la verdad que no sé… recuerdo que bueno, yo fui y me acurruqué
junto a él. Me pillo la hora tontorrona…
Iker, comienza a caminar despacio. Su mirada oscura se clava en mí, me quedo quieta,
paralizada, incapaz de moverme, siento que no me sale la voz y mi respiración se vuelve irregular.
Quiero decirle que se detenga.
Veo que todo a nuestro alrededor parece cambiar, siento que hay algo en el aire tan denso que
se puede palpar. Es una fuerte atracción, un deseo que nunca antes había experimentado con nadie.
Ni siquiera con Víctor.
¿Qué me sucede? ¿Por qué él?
Iker, se detiene a escasos centímetros de mí y me toma de la barbilla para que no evite mirarlo.
—Necesito que no sigas. —Dice con dureza.
—¿Qué? —Pregunto sin comprender a nada.
—Martina, necesito que pares de hacerme esto. —Susurra.
Trago saliva, porque al escuchar esas palabras se me seca la boca.
Entonces, Iker, entorna un poco más los ojos, unos ojos que son nuevos para mí. Porque
encuentro una mirada atrayente y desconocida.
—Necesito que salgas de mi mente. —Hace una pausa. —Anoche no paso nada, pero no sé si
podré seguir controlándome. No creo que pueda. —Afirma sumido en sus pensamientos. —No
podía seguir tan alejado de ti y anoche cuando llegaste, fuiste… tan tú… sin barreras, sin nada.
Me pediste que te acurrucase.
Me muerdo el labio, me siento muy nerviosa al oír esas declaraciones. Lleva razón, anoche no
lo pensé dos veces y me refugie en sus brazos. Sabía lo que hacía, pero se me apetecía sentirme
cuidada, querida…
No debí beber tanto. Me lamento una vez más.
—Lo siento. —Logro decir. —Anoche no era yo. —Me intento excusar y veo como tensa su
mandíbula. —Lo siento, no debí pedirte eso. —Hago una pausa sin comprender nada. —¿Por qué
me desperté en tu cama?
—Porque tú te acurrucaste en el sofá y me iba a entrar tortícolis. —Hace una pausa, como si
estuviera reviviendo cada instante. —Te llevé a mi cuarto, tú ya tenías mi camiseta puesta, me
dijiste que la falda te apretaba el culo. —Dice con una sonrisa amarga.
—Pues no deberías de haberlo hecho. —Le digo furiosa, por sentirme frágil y sensible por él.
—Martina, solo te vi una vez más en ropa interior. —Dice con tanta tranquilidad y sinceridad,
que siento que me cala hasta mi interior.
Iker, da un paso al frente y yo contengo el aliento. Estira su mano y me coloca un mechón de
pelo detrás de la oreja, recuerdo que también lo hizo cuando me tumbe en el sofá.
—Deja de huir de mí. Deja de alejarte, cuando lo que realmente quieres es estar cerca. —Hace
una pausa. —Eres como un vendaval. La próxima vez, no podré resistirme y no podré apartarme.
—Declara con voz sincera.
Sigo mirándolo sin pestañear, estoy atónita de lo que acaba de decirme. Y justo cuando le voy a
decir que no se aparte, Iker, se va del salón y se marcha.
Dejándome paralizada, sintiéndome insegura de lo que estoy sintiendo, recordando en mi
mente, que me ha advertido que habrá una próxima vez…
13
Hace varios días, que no coincido con Iker. Realmente no hemos cruzado palabras, desde la
incómoda situación en la que nos encontramos al día siguiente de la cogorza que pillé y amanecí
en su cama.
Así que, hemos vuelto a evitarnos como hacemos desde el principio. Parece que no tenemos
punto intermedio. Al principio nos odiábamos, nos peleábamos continuamente y ahora nos
evitamos.
Sé que ha estado saliendo, las noches que no ha trabajado. Porque su perfume es inconfundible.
Además, por las mañanas le he preguntado a José o Sol, si ha pasado para desayunar. Sé
perfectamente cuando está en la casa, porque están sus llaves. O porque escucho música en el
gimnasio.
Pero creo que ambos preferimos evitarnos.
Es lo mejor que podemos hacer.
Pero pensar tanto en él, me confunde y me hace sentir vulnerable. Estoy pillada por él y creía
que evitarlo, no verlo y no saber de él, era la solución.
Creía que sería un antojo pasajero, que se me quitaría de la cabeza con el paso de los días. Que
después de lo sucedido con Víctor, tal vez yo había confundido la amabilidad de Iker, con algo
más… Pero la verdad es que estoy muy pillada por él y eso me asusta.
Yo sigo con mi rutina diaria, me voy a trabajar y paso el rato con mis amigos, con Sol y José,
que se han convertido en muy buenos amigos míos.
Cuando les conté lo sucedido con Iker, se rieron contentos de felicidad, pues decían que
habíamos dado un paso adelante. Pero lo que no saben, es que hemos dado unos cuantos pasos
hacia detrás.
He comenzado a buscar piso de nuevo de forma constante. Pues, vivir con él ha sido tan
agradable, que me había relajado de buscar algo e irme de allí. Pero, sé que por mi propio bien,
debo irme cuanto antes.
Son las once y media de la mañana hoy he salido un poco antes de trabajar. Anoche escuche a
Iker, salir tarde, dejo puesta la alarma de la casa.
Sol, me ha dicho está mañana que anoche Andrés, ceno con ella y que ella le sonsacó a Andrés
que Iker, tampoco trabajaba. Así pues, supongo que saldría por ahí a tomar algo, no sé porque
pensar que puede conocer a alguien me incomoda, me inquieta y me irrita.
¿Qué me pasa?
Está mañana, cuando salí para trabajar, él aún no había regresado, porque su coche no estaba
en el garaje, ni tampoco estaban sus llaves en el cuenco de la entrada.
—Buenos días Martina. —Me saluda con agrado el conserje encargado de la vigilancia del
edificio de casa de Iker.
—Buenos días Pepe. —Lo saludo amablemente.
Me pica la curiosidad de preguntarle si sabe algo de Iker, pero no está bien y tampoco es de mi
incumbencia. Subo en el ascensor, mirándome en el espejo y no pensando en nada.
Cuando entro en la casa, todo está en silencio.
Las llaves de Iker, están donde siempre.
Voy a mi dormitorio y me cambio de ropa, me pongo un pijama amplio y veo en mi ropero la
sudadera de Iker, sonrío sumida en mis pensamientos recordando aquella primera vez que lo
conocí.
Salgo y me dirijo a la cocina a por un vaso de zumo de naranja y entonces una tos se escucha
tras de mí.
—Buenos días. —Me dice una chica que está tomándose un vaso de agua.
Va con un pijama que muestra más que tapa.
Bosteza soñolienta y se espereza.
Parece una chica sacada de un anuncio. De esos que promocionan cereales y cosas saludables.
Tiene una espesa y larga melena rizada que le ondea hasta la cintura. Es delgada y su piel está
perfectamente bronceada. Es tremendamente guapa, tengo que reconocerlo aunque no me guste.
¿Quién es? ¡No! ¡No puede ser! Es el rollo de Iker.
¡Seguro! ¿Qué esperaba? Además ¿por qué estoy celosa?
A mi Iker, me da igual ¿no?
No.
—Buenos días. —Le respondo por ser educada.
<< ¡Serán para ti!>> Grita mi mente.
—Soy Sofía, tú debes de ser Martina, ¿verdad? —Me pregunta con una amable sonrisa.
¿Cómo sabe mi nombre?
—Encantada. Sí, soy Martina. —Afirmo confundida.
—Iker, me ha hablado de ti.
En ese instante entra Iker, sin camiseta con unos pantalones cortos de deportes. Tiene el pelo
rapado por los lados de la cabeza y un espeso tupe recogido con una gomilla en la nuca.
No puedo sentirme más confundida al verlo con ese aspecto.
Me doy cuenta que tiene tatuado a un león sobre las costillas y no puedo evitar fruncir el ceño
confundida.
¿Y cuando se hecho eso? Porque que yo recuerde no tenía tatuajes. Pero no me salen las
palabras.
Lo veo moverse con seguridad hacia Sofía y veo como la trae para si, a la vez que le da un
beso en el pelo.
¡Vaya que situación tan incómoda! No puedo mirar.
—Buenos días Martina. —Al pronunciar esas palabras, noto su voz diferente. —Soy Iván, el
hermano de Iker.
¿Esto es una broma?
Una risa nerviosa me sale al sentir un alivió en mi pecho.
Uff… es su hermano. ¡Qué alivio! ¡Su hermano, tonta! Me recuerda feliz, mi pequeña yo.
Es idéntico a él, solo que lleva un corte de pelo diferente y ese tatuaje.
Vale, ya paro de reírme, que debo de parecer una loca. Ni que me hubiese contado un chiste.
Ellos también ríen al unísono y es entonces, cuando uno todas las piezas del puzle.
—Vaya, no sabía que tenía un hermano gemelo. —Les digo sonando un poco nerviosa.
—Bueno, nosotros no sabíamos que compartía piso con una chica, hasta que nos lo dijo anoche.
—Me explica el clon macizo de Iker.
—Bueno, es algo temporal. —Hago una pausa. —No tengo pensado quedarme mucho tiempo.
Pronto me iré. —Les aclaro.
Tal como pronuncio esas palabras, Iker, aparece en la cocina. ¡Estábamos todos y parió la
abuela!
Iker, me fulmina con la mirada, si por él le valiese estoy segura que me soltaría cualquier
improperio que le pase por la mente. Ha oído lo que acabo de decir. Pero, cuando mira para su
hermano y Sofía, cambia su malhumor.
—Bueno, ya la conocéis. —Dice Iker con indiferencia, metiendo la cabeza en la nevera para
coger zumo.
Su voz suena un poco ronca, tal vez de la resaca que tendrá si salieron la noche anterior.
—Bueno, encantada de conoceros. Me tengo que ir. —Les digo a los presentes.
Busco la mirada de Iker, pero él sigue de espaldas a mí como queriendo evitar mirarme.
—¿Vienes a comer con nosotros? —Me pregunta animada Sofía.
—No puede. —Responde bruscamente Iker.
—Exacto, tengo planes. —Les digo intentando salir victoriosa, de ésta guerra silenciosa que
hay entre ambos.
—Una lástima. —Dice Iker, con una sonrisa falsa.
—La verdad es que sí. —Afirma Iván y sonríe desafiando la mirada furiosa de su hermano.
—Bueno encantada de conoceros. —Me despido y me marcho para mi dormitorio.
Cierro la puerta y me tumbo sobre mi cama.
Intento respirar un poco más tranquila.
¿Qué diablos ha pasado? ¿Por qué me he puesto celosa, al pensar que esa chica era un ligue de
Iker? ¿Por qué Iker está de tan mal humor?
Unos golpes suenan en mi puerta y sin esperar respuesta, entra Iker.
—¿Por qué entras así? ¡Podría estar en ropa interior! —Le gruño furiosa.
—Bueno… no vería nada nuevo. —Responde irónico.
—Ja-ja-ja, muy gracioso. —Le digo sin un atisbo de alegría.
—Martina, verás he dicho que tenías planes… porque…
—Sí que los tengo. - Le digo cortando lo que sea que vaya a decir.
Me siento en el filo de mi cama y pasan unos segundos que parecen eternos en los que ambos
estamos en silencio mirándonos, analizándonos, sin saber que decir.
Iker, cierra con un suave click la puerta y se apoya en ella, parece cansado.
—Sí que os parecéis tu hermano y tú. —Le digo para romper un poco está incómoda y absurda
situación.
—Sí, pero yo soy más borde que él. —Dice, queriendo disculparse de ser un capullo antes en
la cocina.
—Y más tonto. —Le digo riendo.
Entonces me parece ver una tenue sonrisa bailar en el filo de sus labios.
—Verás, es que te he escuchado decirles que pronto te irás. ¿Acaso no estás bien aquí? —Me
pregunta.
—Estoy genial aquí. Sólo que es lo que hemos hablado. No me quieres cobrar alquiler y no me
sabe bien aprovecharme de ti. —Intento aclararle.
—Ya pero no me importa que vivas aquí, la verdad que me gusta saber que hay alguien más en
casa y me he encanta como cocinas. —Dice sonriendo y desviando la vista hacia el suelo.
Iker, se pasa la mano por el pelo, despeinándoselo. No es consciente de lo atractivo y
apetecible que está cuando baja todas esas barreras que ambos nos tenemos puestas.
Cuando me vuelve a mirar le sonrío, me levanto y camino hacia él. Me detengo a unos pasos de
él y lo miro a los ojos.
—No he dicho que me vaya a ir mañana. —Susurro. —A no ser que tú quieras.
—No te vayas. —Me pide con sinceridad.
Iker, me mira de una forma tan diferente al resto de la gente, que sin ser él consciente siento que
su mirada me traspasa el alma, me hace sentir que hay una extraña conexión que fluye entre ambos.
Yo me quiero quedar a su lado para siempre.
¿Cómo me voy a ir?
Si me cuesta mantenerme alejada de él.
Los días que paso sin verlo, me los paso pensando en él. Parezco una enferma.
Agacho la vista y entonces sé, que lo mejor es cambiar la dirección a la que sea que vaya está
situación.
—Iker, este viernes llegan mis amigas aquí a Madrid y bueno, si no te importa… ¿sé podrían
quedar aquí hasta el domingo? —Le pregunto.
—No me importa, quiero decir que me da igual. Estás en tu casa. —Me responde con una
cálida sonrisa.
—Vale, muchas gracias. —Respondo con una sonrisa sincera.
—¿Quieres venir a comer con nosotros? —Me pregunta con una sonrisa, su actitud ha
cambiado en unos segundos.
—No, es que tengo planes. —Miento.
—¡Iker, tío! —Lo llama Iván.
—¡Voy! —Grita, a la vez que abre la puerta para salir. Entonces se despide de mí con esa
sonrisa dulce, que me descoloca.

***
El resto de la semana transcurre con total normalidad, Sofía e Iván, se marcharon hace unos
días y me hicieron prometerle que la próxima vez iríamos a cenar juntos.
Es viernes y he ido con José, a la estación de tren, a por mis tres amigas. Cuando nos hemos
visto, nos hemos abrazado como una piña y no he podido evitar que se me saltasen algunas
lágrimas de la alegría.
Como es obvio, José, también se unió a nuestro abrazo colectivo. José, solo conocía a Lola,
pero al minuto de hablar con ellas, Paula y Cristina, lo adoran también. Es tan bueno, amable y
cariñoso, que es imposible que no les caiga bien.
Nos hemos acercado a un centro comercial, que no queda lejos de la casa de Iker. José, nos ha
traído a un restaurante mejicano, donde nos asegura que los burritos de pollos quitan las penas.
—Bueno capulla, nos vas a contar de una vez, ¿por qué tienes la suerte de vivir con el poli
macizorro? —Pregunta Cris.
—Ya os lo dije, me quede sin piso, con el culo al aire y no tuve otra opción. —Afirmo.
—¡Ui… que mentirosa! —Afirma José. —El insistió y se la llevo a vivir con él. Claro que ella
no se opuso.
—Está lo que quiere es la porra del poli. —Termina por avergonzarme Lola.
—¿Pero qué decís? ¡No! —Intento defenderme. —Entre Iker y yo, no hay nada, no puede haber
nada… es imposible.
—¿Y eso por qué? —Pregunta Pau.
—¿Por qué estás tan segura? —Dice Lola.
—Porque es obvio, miradme a mí… no soy su tipo y… —Intento aclarar.
—Sí ustedes vierais como la mira… —Murmura José, —bueno ya lo veréis y vosotras solitas
sacáis vuestras conclusiones.
—No sé si coincidirán con él, porque Iker, trabaja todo el finde. Turno doble. —Afirmo, pues
me lo dejo escrito en un mensaje está mañana.
—Normal, quiere librarse de nosotras. —Dice Cris y todos reímos.
Intento cambiar un poco el tema de conversación y les pregunto que tal todo en el pueblo. Pero
cuando sale sin querer el tema de Víctor, intentan cortar, para que yo no sufra.
Les soy sincera, ya no me importa, no me duele. Me es indiferente. Pero, claro ellos lo achacan
a que estoy pillada por Iker.
—Y dale, que pesados sois… —Les digo, cansada del mismo tema de conversación.
—Martina, no lo niegues… cogiste una gorda y al volver a casa te dormiste con él. —Afirma
Cristina.
—Amaneciste en su cama… —Continúa Lola.
—Le preguntas a Sol, por él, cuando te has llevado varios días sin verlo y eso que compartís
techo. —Sigue José.
—¿No coincidís en la casa? —Pregunta Paula.
—No mucho, creo que ambos nos evitamos. —Afirmo pensativa.
—Dirás que queréis evitar lo inevitable… —Bromea José y todas reímos, por el tono en que lo
dice y el batir de sus pestañas.

***
Cuando terminamos de comer, José, se ha despedido de nosotras. Nos marchamos a casa de
Iker y al llegar les he presentado a Pepe, el conserje. Nada más entrar en el edificio, comenzaron a
sacar sus propias conclusiones, sobre el prestigio de la zona en la que vivía.
Una vez en la casa de Iker, quedaron prendadas de la exquisita decoración del apartamento. Las
lleve a mi dormitorio y allí dejaron sus maletas.
Como es temprano, nos hemos duchado y nos hemos sentado en el sofá, a ver cincuenta
sombras de Grey.
Estamos sumidas en la película, cuando oímos la puerta principal cerrarse, me levanto del
suelo donde estoy tumbada con varios cojines y me encuentro a Iker, que me sonríe.
—¿Qué haces aquí? —Susurro, cuando estoy cerca de él.
—Vivo aquí. —Dice con diversión.
—Eh… bueno sí, pero… ¿no trabajabas? —Estoy nerviosa al sentir las miradas curiosas de
mis amigas, clavadas en nosotros.
—Sí, pero también te recuerdo que soy una persona y necesito dormir… —Me dice con un tono
vacilante y burlón.
—¡Hola Iker! —Saluda, con tono amigable Cristina, detrás de mí.
—Hola chicas. —Dice, con un gesto de saludo con la mano.
—Encantada de conocerte. Martina nos ha hablado de lo bueno que eres con ella. —Suelta con
una amplia sonrisa Cris, a la vez que le da dos besos.
—¡Hola! Yo soy Paula. —Se presenta y le da dos besos. —Es aún más alto de lo que nos has
dicho. —Comenta y me hacen sentirme incómoda, la sonrisa de Iker se ensancha y ambas suspiran
embelesadas.
—Yo soy Lola y si que pareces tan adorable, como ella no para de repetirnos.
“Yo las mato” Es lo primero que se me pasa por la mente.
—Encantado de conoceros, —dice con esa sonrisa que derrite a cualquier fémina. — ¿Qué tal
el viaje? —Iker, actúa como si todos esos halagos que le acaban de hacer no le pillase por
sorpresa, será creído.
—Fenomenal, gracias por dejarnos hospedarnos en tu casa. —Le dice Cristina ronroneando.
Iker, parece divertirle la situación y a la vez que se ríe, se pasa la mano por el pelo
despeinándose. Miro a mis tres amigas que parece que están viendo a un dios y están hipnotizadas.
—Bueno, Iker… ya se iba a dormir, porque está agotado. ¿Verdad? —Le digo girándolo en
dirección a su dormitorio.
—La verdad es que… —comienza a decir.
—Sí, estás agotado… venga nosotras nos vamos ya mismo. —Vuelvo a insistir y está vez,
encamina rumbo a su dormitorio.
—Estáis en vuestra casa, disfrutad. —Dice sobre su hombro, antes de desaparecer.
—¡Gracias! —Dicen las tres divertidas, con voces adorables y babeando como tres
quinceañeras.
Las miro, con los brazos cruzados, hasta que pasado unos minutos se les va borrando la sonrisa
de idiota que tienen cada una.
—¿Qué os pasa? —Les pregunto molesta.
—¡Tía acabo de ver un dios! —Afirma Paula. —Quiero que el padre de mis hijos sea así.
—¡Está para mojar pan! Con ese uniforme… apretadito… Es un empotrador ideal. —Murmura
sumida en sus pensamientos Cristina.
—Martina… este tío ya se sabe de antemano, que tiene que ser un semental en la cama…
¿cómo que no te lo has tirado? —Me pregunta Lola.
—Shh…. ¿Estáis locas? Os va a oír. —Les digo nerviosa, a la vez que le doy al reanudar de
nuevo la película. —¡Sois de lo que no hay!
—¡Martina! —Se oye la voz de Iker, apagada desde su dormitorio.
Me levanto del sofá y les lanzo una mirada de advertencia a mis amigas, para que estén
calladitas. Ninguna dice nada y me dirijo hasta el final del pasillo donde veo la silueta de Iker.
Pulso el interruptor de la luz del pasillo encendiéndola y cuando veo que Iker, está en
calzoncillos la apago. Me pongo la mano en los ojos e intento no mirar.
La risa divertida de Iker, inunda toda la casa.
—Ves al Grey ese y conmigo te tapas los ojos… muy mal Martina. —Susurra divertido.
—¿Qué quieres Iker?
—Estás muy guapa cuando te avergüenzas. —Murmura a la vez que me sujeta la mano y me la
aparta de la cara para que pueda mirarlo. Iker, tiene un brillo travieso en los ojos. Le enseño mi
dedo anular de una forma infantil y me marcho.
—¡Martina! —Vuelve a llamarme divertido Iker, pero no me giro y lo ignoro, entonces lo oigo
desternillarse de risa.
Vuelvo al salón, con un hormigueo en todo mi cuerpo y un cosquilleo en mi estómago. Una
risita nerviosa se me escapa y encuentro las miradas interrogantes de mis amigas, pero hago como
si no me diese cuenta y sigo mirando la película, con aparente normalidad.
Me he puesto nerviosa, cuando lo he visto en ropa interior. ¿Seré idiota? Lo he visto en
pantalones de deportes y con él torso desnudo, montones de veces… No es para tanto.
Mi móvil vibra y es un mensaje de whatsapp de Iker.
*Sí salís, tened cuidado.
Está noche estoy de guardia, pero salgo a las cinco de la madrugada, si necesitas algo
llámame.
Te recuerdo que me prometiste que no te meterías en más líos con la poli… Por cierto, estás
muy guapa cuando de verdad eres tú y no me pones barreras*
Miro el mensaje de whatsapp y lo releo varias veces, sonrío como una idiota y le respondo.
*Gracias, y tú deberías descansar un poco más y no trabajar tantas horas seguidas.*
*¡Bruto! *
14
Cuando termina la peli, preparamos las cosas que vamos a necesitar para vestirnos y nos
marchamos a casa de José. Así dejamos descansar a Iker.
En casa de José, comienzan con la tradición de empezar a entonar, tomando algunas copas antes
de salir. Pero, ésta vez no se me apetece coger una cogorza, que al día siguiente me pueda
arrepentir de cualquier cosa. Así que, soy la única que no toma nada, hasta que llegamos a la
primera discoteca.
Cuando salimos de casa de José, ya van todos un poco piripi. Por lo que mis amigas ya no
ponen tapujos a hablarme de Víctor, la lengua les va sola.
Me informan de que Víctor, nada más está volcado con el trabajo y que ya no sale con la tal
Ali, sí con la que me puso los cuernos. También me cuentan, la de veces que él les pregunta por
mí.
Tal vez me quiera, pero ya es tarde, porque no queda amor en mí hacia él. Después de todo lo
sucedido.
Todo un personaje mi ex novio. Para mi Víctor, es un impresentable y prefiero no volver a
verlo nunca más.
Nos vamos en metro hasta el centro, que según José, es donde comienza nuestra ruta del
pecado.
La ruta consiste en ir de local en local, bailando y tomándome algún que otro chupito o copa.
No estoy bebiendo mucho, porque no he probado bocado durante la cena, la verdad es que no
tenía apetito, porque me sentía inquieta. Solo se me apetecía que se detuviese todo y estar con
ellas más tiempo.
Un fin de semana es muy poco.
Brindamos por cualquier tontería, ya que todo es un buen motivo de celebración.
Cuando estamos juntas, siempre terminamos montando una buena, pero después de lo que pasó
la última vez. Estoy intentando controlar la situación.
Sol, al igual que José, se ha integrado a nuestro grupo sin problemas, aunque Sol, está un poco
más ausente porque ha estado hablando por el móvil con Andrés, según nos ha contado. Están
empezando enserio y se llevan estupendamente.
—Está noche se va a liar parda. Tiene que pasar a la historia, igual que tu despedida de soltera
Tina. —Grita por encima de la música Cristina. Mi respuesta es negarme. —¿Por qué? ¡No me
seas aguafiestas!
—¡Está noche se lía! —Exclama efusiva Paula.
—¡Oye…. Qué tú no sabes el peligro que nosotras tenemos! —Le dice Lola, borracha a José.
—Sí no fueras gay, ya te hubiéramos violado.
—¡Martina! ¡Vuelve! Estás ausente. ¿Qué cojones te pasa? —Me pregunta José, tocando los
palillos delante de mi cara.
—Nada. —Respondo sonriente.
—¡Venga ya! —Afirma José, sin creérselo.
—¡Desembucha! Que te vas ahogar, de no contarnos que te traes con el poli! —Me dice
Cristina.
—Hombre… es obvio que algo tenéis, porque hoy cuando entro en la casa se te cambio la
cara… —Comenta Paula.
—No hay nada, tal vez si lo hubiese conocido de otra forma y todo eso… —Comienzo a decir
dubitativa.
—Es que está tan bueno, que da hasta miedo tocarlo, por si llegas al orgasmo antes de tiempo.
—Suelta Cristina, todos estallan en carcajadas y yo me echo a reír, por dejarme llevar.
Están demasiado borrachos. Le doy un codazo y me ignora, es una bruta.
Ya que tienen tanto, interés en que hable. Les cuento, todos los encontronazos que he tenido con
Iker.
Les recuerdo, la noche de mi despedida, también la primera vez que lo vi en la cafetería, o el
día que casi se llevan mi coche, y el colmo de todo fue cuando me detuvieron por culpa de mi
compañero de piso.
Pero, lo que para mí era una tragedia detrás de otra, para ellos se había convertido en
anécdotas graciosas, con lo que se estaban echando unas buenas risas.
La verdad, que le había dado la vuelta a todo, de forma que ahora me parecía menos grave. Y
sí que era mucha coincidencia todo con Iker, tal vez era cosa del destino.
—Bueno, pero hay algo más que no nos has contado, ¿verdad? —Vuelve a insistirme Paula,
cuando dejamos de reírnos.
¿Cómo podía percatarse de que había algo más estando borracha? A veces, me daba miedo ver
lo bien que me conocía.
Negué, pero todos los presentes siguieron expectantes a que desembuchase. Me puse sería,
comenzaban a picarme los ojos y sentía que se me humedecían.
—Me he enamorado de la persona equivocada. —Solté sin más.
Que lo entendieran como pudiesen.
Ninguno de los presentes dijo nada, me miraban y a pesar del ruido de la discoteca en nuestro
grupo se había hecho un silencio sepulcral.
Hasta que Cristina, lo rompió.
—¡Perdona! —le grita Cris al camarero. —¡Tráenos otra ronda y una buena copa cargadita
para ella! Esto va para largo.
Sonreí con amargura y me negué a beber más. Ya me sentía un poco mareada de tantas
emociones. Pero, al final terminé por tomarme la copa.
—No pasa nada, poco a poco te irás olvidando de Víctor. —Dice sin haber comprendido nada
Lola.
—¿Qué? ¡No tía! —Contesta Cris. —Está colada por el polvazo que tiene el poli.
—¡La virgen! —Grita atónita Lola. —¡No me fastidies tía! ¿Dónde está el problema?
—No puedo. —Respondo.
—Explícate. —Me pide Sol.
Les cuento, cómo poco a poco mis sentimientos han ido cambiando y aumentando con
intensidad hacia él.
Al principio no quería reconocerlo, intentaba evitarlo, no coincidir con él. Porque pensaba y
me decía una y mil veces, que solo era una atracción sexual tonta y pasajera… Pero, no era eso.
Son unos sentimientos, que nunca antes había sentido con nadie, ni siquiera con Víctor; y como
todos esos sentimientos, habían hecho que cada detalle que él tenía conmigo, hacia que me sintiera
más viva, más feliz, más yo…
Y aunque soy consciente de que todo es un problema para mí. Iker, no me ayuda a poder pasar
de él, porque siempre está atento a mí. Si intento evitarlo, tarde o temprano cuando lo vuelvo a
ver, siento como se mete cada vez un poco más bajo mi piel.
Les he sido sincera, no puedo permitirme dejar entrar en mí vida, a nadie… no puedo permitir
que me vuelvan a destrozar el corazón, como me hizo Víctor.
—Bueno ¿qué problema hay? —Nos pregunta José. —Ese tío se derrite con Martina, desde el
primer día que la vio en la cafetería una sonrisa socarrona se le dibujo en el rostro.
—Martina, eres una adulta. ¿Dónde está el problema? Ve a por él, tíratelo y saca provecho a
ese cuerpo que no tiene desperdicio. —Responde Cris.
—Pero, no seáis tan brutas, Martina, lo que os quiere decir es que Iker, le hace sentir
cosquilleo en el estómago. —Me defiende Sol.
—Pues, que se deje de estómago y que se lo haga en el clítoris. —Dice dándole un sorbo al
chupito José. —¡Qué en el estómago es hambre!
Todos ríen a carcajadas, menos Sol, que me mira con comprensión.
Entonces, intento aclararlo.
Les explico una vez más, que soy consciente de que hace mucho tiempo que deje de querer a
Víctor y eso que casi he estado a punto de casarme con él. Sí que lo quería mucho, que hice todo
por salvar nuestra relación. Pero, estaba con él por costumbre, por comodidad, no porque me
hiciese sentir completa.
Y cuando estoy con Iker, es diferente… no sé explicarlo. Porque nunca me había sentido tan
bien con nadie en mi vida.
—¡Martina despierta! —Me pide Lola.
—Lánzate a él, bésale y ya depende de cómo sea el beso, pues te acuestas con él o lo dejas ahí.
—Afirma con seguridad Cristina.
—¡No! Joder, no son así las cosas. ¿Os estáis escuchando? Yo no soy así. —Les digo cabreada.
—Creo que ya no puedo controlarme en ocultarlo y tampoco quiero que me vea que babeo por él.
Así que tengo que lidiar con ello. ¡No lo comprendéis! Bastante tengo ya con el tema.
Mi salida de tono es lo suficiente, para que así dejen el tema y se olviden de Iker, durante el
resto de la noche.
Lo cual agradezco enormemente.
Me tomo algún que otro chupito más, estoy alegre pero no borracha. A las tres de la madrugada
me suena el móvil y es un whatsapp de Iker.
*¿Qué tal lo estás pasando? *
*¿Aún controlas o volverás a quitarte la ropa en el salón como la última vez?*
No les digo nada de los mensajes recibidos de Iker, a ninguna de ellas, ni siquiera a Sol.
Prefiero omitirlo ahora que han pasado de mí y ya no soy su tema principal. Le respondo
fugazmente, me hago la valiente y le vacilo.
*Todo estupendo*
*Tranquilo, no volverás a tener esa suerte*
No ha pasado ni un minuto cuando me responde.
Iker: *Vaya… que mala suerte la mía, no me importaría*
Martina: *Olvídate*
Iker: *Entonces… ¿Por qué me sigues respondiendo? *
*¿No estás pasándotelo bien?*
Será chulito, no pienso responderle. Pasó de él.
Pero me ha dicho que no le importaría que volviese a ocurrir, además recuerdo la advertencia
que me hizo… de que la próxima vez no se apartaría.
Pero Iker, es un capullo integral, ¿qué diablos estoy pensando? Me tengo que olvidar de él, es
más no tendría que haberle contado nada a ésta gente, tengo que dejarlo pasar y buscarme otro
piso lo antes posible.
La noche se va acabando y nuestra ruta del pecado como la llama José, también. Claro que
José, dice que el lugar idóneo es entrar en una discoteca donde hay una cola de más de una hora y
eso si luego te dejaban entrar.
Según nos cuenta, es una discoteca famosa donde van futbolistas y gente de poderío como dice
él. Obviamente, no nos van a dejar pasar.
—Aquí pilláis a un buen empotrador, de esos que echan polvos mágicos. — Pronuncia las
palabras mágicas José.
A su vez, hace un gesto con su mano al aire, como si estuviese poniendo la palabra
empotrador, como un eslogan en el aire, mis amigas, miran maravilladas hacia la nada, con
ilusión, como si estuviesen viendo un unicornio volador. Pero la voz de José, las devuelve a la
realidad.
— Pero olvidarse, porque con está cola… está noche no entramos. Imposible. —Afirma
desanimado.
—Puff… ¿de verdad que merece la pena? —Le pregunta Cris.
—Ha dicho que ahí, voy a encontrar al empotrador de mis sueños, ¡Claro que merece la pena!
—Responde Lola entusiasmada.
—Seguidme el rollo. —Insiste Cris.
—¿Qué vas hacer? No la líes que no quiero pasar el resto de la noche en comisaría. —Le
contesto inquieta y atemorizada, recordando la promesa que le hice a Iker.
Por muchos años que lleves conociéndolas, nunca sabes que se les puede pasar por la mente.
Pero, desde luego nada normal. No sabía por dónde iban a salir el plan que tuviese en mente y sin
decir nada más, Cristina, se cae en redondo al suelo. Bueno, realmente se tira y muchas miradas,
se centran en nosotras.
—Por favor, ¡ayuda! —empieza a gritar Lola, con voz desesperada, a los porteros de la
discoteca. —Mi amiga se ha desmayado.
—¡Oh cielo santo! —Exclama Pau. —¡Lola! ¡Lola, por favor, no nos dejes! —Comienza a
exclamar con voz desolada Paula.
Miro a José y Sol, que están alucinando de lo que están presenciando, no dan crédito. Ellos tal
vez no lo sabían, pero mis amigas, son capaces de todo.
Dos, de los hombres corpulentos que están en la puerta, se acercan a nosotras para ayudarnos.
—Necesitamos que se siente. No podemos dejarla tirada en el suelo delante de la puerta de la
discoteca. —Dice Paula.
—¿Qué imagen le daríais? —Pincha de nuevo Lola. —Seguro que saldrías criticados mañana
en los periódicos, pues hay varios curiosos grabando con sus móviles. —Los vuelve a presionar,
manipulándolos.
Eso es más que suficiente, para convencer a los dos tipos, que por supuesto no pueden tener
mala imagen para la discoteca y nos dejan pasar.
Una vez allí, nos dirigen a una zona reservada de sofás, que está más tranquila del bullicio, es
la zona VIP. Como es de esperar, una vez que nos acomodan, a Cristina, se le pasa milagrosamente
el desvanecimiento y como por arte de magia, en cuestión de segundos se encuentra perfectamente.
Por supuesto, después de la escena que hemos montado, a ninguno de los camareros del local
se les ocurre volvernos a echar para que hagamos la cola, no fuera a ser que le diera otro desmayo
y la cosa vaya a peor.
—¡Vaya tela con ustedes! —Dice, sin dar crédito Sol. —¿Se os ha ido la olla? —Pregunta
atónita.
—¡Jolín tías, nunca había entrado en ésta zona! ¡Es genial! Mirad que tíos hay por aquí. —
Añade entusiasmado José.
—Sois de lo que no hay. —Les digo riendo, recordando que por mucho tiempo que pasemos
separadas, nada parece cambiar.
—No digas tonterías, sólo he usado algunos recursos. —Responde divertida Cris.
Me quedo observando a Lola, que tiene la mirada perdida en un par de mesas más lejos de
nosotras, le sigo la mirada y está mirando a varios chicos que están tranquilamente charlando.
Minutos después, nos hemos quedado solas Sol y yo.
—Bueno, cuéntame… ¿Cómo de enserio vas con Andrés? —Le pregunto con cariño.
—Pues, la verdad que hasta el punto que también estoy pillada como tú… —Me dice con una
sonrisa sincera. —Oye yo me voy ya, que mañana tú no curras, pero yo sí. ¿Te vienes?
—Sí. —No dudo en marcharme, no tengo ganas de conocer a ningún tipo, bastante tengo ya con
no poder sacarme a Iker de la cabeza.
Nos acercamos hasta el reservado en el que están mis amigas, José y los chavales con los que
conversan felizmente.
Nos despedimos de ellas, y aunque Cristina, me insiste y me repite varias veces en el oído que
están solteros. Me excuso, diciéndole que tengo escalofríos y me encuentro mal.
—Hoy pillamos fijo. —Dice Lola bajito y miro a los chicos que se muestran interesados por
mis amigas.
—Tened cuidado, ¿vale? —les digo. Aunque, creo que más cuidado tienen que tener ellos, que
mis amigas. —No volváis tarde y volver juntas. Llamadme al móvil y os abro.
—¡Sí mamá! —Gritan al unísono.

***
Cuando salimos de la discoteca, mis oídos aún me retumban. ¡Por dios! La música estaba
demasiado elevada ahí dentro, no se puede ni hablar tranquilamente. Sol, no para de teclear algo
en el móvil. Supongo que estará hablando con Andrés.
—Ya han salido de trabajar. —Me informa.
Escuchar esa afirmación hace que me ponga nerviosa, Iker, puede estar ahora en la casa y no
quiero encontrármelo.
Bueno sí quiero verlo, pero sé que no es lo mejor para mí.
No estoy borracha, no voy a terminar en su cama. Pero estoy un poco piripi y un pelín mareada.
Y siento que cada vez, me cuesta más esconder mis sentimientos.
Pedimos un taxi y lo compartimos.
Primero se baja Sol, en su casa y luego llego al edificio donde se encuentra la casa de Iker.
Me quito los tacones y camino descalza hasta llegar a la casa. Cuando entro, las llaves de Iker
están en el cuenco, pero no hay rastro de él en el salón.
Se habrá ido a dormir.
Me dirijo silenciosamente hasta mi dormitorio y me cambio de ropa poniéndome un pijama.
Mi gata duerme relajadamente sobre mi cama, me muero de ganas de tumbarme ya sobre mi
cama. Pero tengo la planta de los pies, más negras que el carbón, de la suciedad, de regresar
descalza hasta la casa. Entonces, voy al baño a lavarme las piernas con jabón.
El agua fría me calma el dolor de los pies, causado por los tacones. Me alivia las horas que
hemos caminado y estado de pie, pero sobre todo me relaja. Cuando voy a salir del baño, me
choco con Iker.
¡Joder!
Cuando camina por la casa, es siempre más silencioso que mi gata, debería de tener un
cascabel y así, yo sabría por donde va. No sé porque estúpida razón, se me viene esa idea a la
cabeza y una sonrisa tonta se me dibuja en el rostro.
Pero, mi mente se queda en el limbo, cuando comienzo a fijarme en el torso desnudo y
escultural, que tengo a unos palmos de distancia de mí. Poco a poco, voy elevando mi vista hasta
sus ojos, encontrándome con una mirada traviesa y cargada de intenciones.
—Hola, Martina. —Susurra, al tiempo que me coloca un mechón de pelo en mi coleta
desenfadada. —¿Qué tal la noche? —Me pregunta con indiferencia.
—Muy bien. —Logro decir aturdida.
—¿Por qué has vuelto sola? —Su voz, parece un ronroneo sexy y embriagador.
—Pues… porque estaba cansada. —Intento decirle, aparentando estar serena. Pero mi corazón
va a mil.
Iker, no responde a lo que le digo y me observa en silencio. La intensidad de su mirada hace
que me estremezca.
Está claro que mi cuerpo reacciona a él y no puedo evitarlo. Siento el calor agolparse en mi
rostro, noto los latidos de mi corazón en mis oídos y siento que me puedo desmayar de tanta
tensión, en cualquier momento.
Nos quedamos quietos, mirándonos sin saber qué decir. Ante mi nerviosismo, desvío la mirada
un par de veces hacía la puerta de mi dormitorio.
Estoy barajando la distancia que tengo desde donde estoy para mi dormitorio, creo que si salgo
corriendo él me atraparía. Pero mis piernas no obedecen, me estoy empezando a marear y no sé de
qué puede ser.
—No esperaba encontrarte aquí tan pronto. —Me susurra Iker amablemente, con una voz
profunda y aterciopelada, que lo caracteriza.
Me hace sentir un hormigueo, que recorre todo mi cuerpo, que comienza en mis manos y se
centra en mi estómago.
—Yo tampoco esperaba verte. ¿No estabas trabajando? —Le pregunto nerviosa.
—Ya he terminado mi turno, ¿más quieres que trabaje? —Me responde, con otra pregunta, a la
vez que alza una ceja y su rostro se vuelve aún más apetecible.
—No, este fin de semana te has pasado, trabajando tantas horas. —Susurro, sin saber donde
nos lleva ésta absurda conversación en medio del pasillo y en medio de la madrugada.
Estamos de pie, el uno frente al otro, mirándonos ante una tenue luz que sale de mi dormitorio.
Siento que me flaquean las piernas y me apoyo en la pared para disimular este cúmulo de
emociones. Lo hago, pensando que la pared me va ayudar a disminuir el mareo que empiezo a
sentir.
—¿Te encuentras bien? —Me pregunta Iker, con preocupación, a la vez que se acerca a mí, me
toma del rostro para mirarme y me sujeta del brazo.
Una intensa sensación me recorre todo el cuerpo al sentir su piel sobre la mía. El alcohol
comienza a hacer su efecto y el no haber cenado nada en toda la noche, también.
Mi respiración es lenta y calmada.
Me siento relajada, confiada en mi misma y segura.
Recuerdo las palabras de mis amigas, soy adulta y puedo hacer lo que quiera.
Lo que me dé la gana.
No va a pasar nada.
No voy a perder nada.
Mi cuerpo arde de amor, por el hombre que ésta con rostro preocupado, a unos centímetros de
mí.
Siento el calor que emana del cuerpo de Iker.
Sentir una sola caricia de él, activa todo mi cuerpo de sensaciones que hacen bailar de
felicidad, cada célula de mi cuerpo.
Iker, me gusta y mucho.
A pesar de que comenzamos con muy mal pie, discutíamos cada vez que nos veíamos, ahora
todo ha cambiado, algo ha cambiado en mí y en él. Mis barreras mentales han desaparecido por
completo.
Lo deseo.
—Perfectamente. —Le respondo en un susurro y él sonríe satisfecho.
Me atrevo a separarme de la pared y consigo controlar el mareo. Lo miro fijamente y pongo
mis manos sobre sus pectorales.
¿Qué puedo perder?
Iker, no retrocede, no se incomoda y me sonríe, es una invitación a que dé el siguiente paso.
Está guapísimo, sé perfectamente que está recién salido de la ducha. Lleva el pelo alborotado y
aunque tiene cara de cansancio, no deja de estar atractivo. Huele al gel de baño que tanto me
gusta, con un toque a cítricos y que me parece perfectamente creado para él.
Iker, se ha convertido en un imán para mi cuerpo.
Sin ser conscientes, nos encontramos a escasos centímetros. Ambos esperamos que toda ésta
tensión que sentimos, explote de un momento a otro. Noto como su respiración se vuelve más
intensa.
—Martina, estás borracha… —susurra, corroborando lo que yo misma sé.
Si no estuviese así, jamás me atrevería hacer lo que estoy dispuesta hacer. Me mira con
intensidad y dulzura a la vez que me quita la comilla del pelo, soltándomelo.
Estoy tan pegada a él, que puedo sentir lo excitado que está. La atracción es obvia y palpable,
fluye una corriente intensa entre ambos, un magnetismo peligroso…
Además, Iker, no se aparta de mí.
Sigue acariciándome el pelo, con dulzura, con una mano y con la otra me acorrala contra la
pared. Me está invitando a que del paso. ¡Soy adulta! me recuerdo mentalmente, para animarme.
Puedo hacerlo.
Entonces, subo mi mano hasta su nuca y siento como su cuerpo se estremece. Tiro de él con
suavidad y lo miro con pasión.
Encuentro en su mirada deseo, tensión, diversión y sobre todo a un Iker, que hace que pierda el
sentido y baje todas mis barreras…
—Joder… —Susurra con deseo, segundos antes de que me lance al vacío y lo bese.
Sentir sus carnosos labios con los míos, me queman. Siento como nuestras bocas arden de
pasión y necesidad. Sus manos me agarran ansiosamente, mientras nuestras lenguas chocan, en un
intento de evitar lo inevitable.
Un escalofrió me recorre todo mi cuerpo y poco a poco, nuestras respiraciones se van agitando
cada vez más, de la excitación que ambos sentimos.
El beso, comienza lento, siento como su lengua me acaricia con delicadeza y cuidado, pidiendo
una invitación para ir más allá. Le correspondo a ello, no puedo evitar cerrar los ojos y saborear
con el resto de mis sentidos ésta maravillosa y única sensación.
Como es el primer beso, siento que necesito más, que sus suaves caricias. Entonces, le muerdo
de forma traviesa el labio y una leve y preciosa sonrisa se dibuja en sus labios.
Nuestras bocas se vuelven a unir, en la danza de la pasión, pero el beso se torna de forma
adictiva. Es un beso cargado de pasión, de deseo y de descontrol.
Un beso, que marca un antes y un después en nosotros.
Se me escapa un leve suspiro y me dejo llevar. Sus labios son cálidos y dulces, son una
autentica perdición.
—Me vuelves loco… —susurra y me devuelve el beso.
Me atrae para él y me abraza, estoy rendida a él, deseaba mucho este momento. Siento que él
también me deseaba. Me he sentido atraída por él, desde el día que lo conocí, cuando me
obstaculizó porque fui a preguntarle por el chigua-gua que habíamos robado y nuestros cuerpos
respondieron por si solos.
Desde ese instante, Iker, se metió bajo mi piel y ha ido despertando una pasión en mí, que
nunca antes había experimentado.
Lo necesitaba.
Jamás pensé, que tendría el valor de hacer lo que estaba haciendo, lo deseaba todo de él. Un
latigazo de sensaciones me recorre todo mi cuerpo, mientras nuestros labios siguen besándose de
una forma dulce, suave y ardiente.
—Joder, Martina… no… —Es lo que dice, aún aturdido.
Iker, se aparta de mí.
Apoya su frente con la mía y todo mi cuerpo siente un abandono repentino. Estamos sin aliento,
no ha terminado la frase, pero de antemano presiento lo que va a decir.
—No puedo perder el control contigo. No debo. —Susurra y se agarra del pelo desesperado.
—Ahora no podemos. ¡Joder! —Grita furioso volviéndose y suspirando exasperado.
Yo lo sigo mirando perpleja, sintiendo la pena agolparse en mi interior, sin querer entender lo
que me está diciendo. Solo comprendiendo que me está rechazando.
—Iker… —Murmuro, intentando diluir el nudo de angustia que me oprime para hablar.
—Martina… es mejor dejarlo aquí. No quiero que te alejes de mí. No lo soportaría. Pero, no
digas nada… bastante has hecho ya. —Intenta explicarme, intentando aparentar que ésta calmado,
pero sé que está muy cabreado. —Vamos a olvidar lo que acaba de suceder, ¿de acuerdo?
¡Mierda! —Vuelve a gritar, perdiendo toda la compostura.
No digo nada, no puedo hacerlo.
Intento tragar saliva y diluir el nudo que me oprime la garganta. Me siento rota, lastimada,
desilusionada…
Me pican los ojos y siento como se me humedecen, me acaba de rechazar, se acaba de
arrepentir de lo que acaba de pasar. Acabo de poner todos mis sentimientos sobre la mesa y él ha
cogido y los ha hecho añicos.
Ha jugado conmigo.
Por un momento sentí, que él deseaba lo mismo que yo.
¡Soy una estúpida! Se me nubla la vista, de repente todo se vuelve aún más silencioso, me falta
el aire y solo siento una enorme punzada en el pecho.
Entonces, todo se vuelve negro…

***
Cuando me despierto desorientada, Iker, me está abanicando con un cuaderno, que ha debido de
cogerlo de mi escritorio. Me mira con preocupación y tengo una manopla fría en la frente.
Me la quito y me siento en la cama sobresaltada, pero me mareo repentinamente y me vuelvo a
tumbar trastornada.
Me he desmayado, seguramente por un cúmulo de sentimientos, nervios y emociones,
mezclados con el alcohol y con que no había probado ni un bocado de comida desde el día
anterior. Tal vez, una bajada de azúcar.
Me mantengo en silencio, adormecida, intentando ser consciente de todo lo sucedido.
Cuando recupero el conocimiento y soy consciente la cruda realidad. Iker, sigue abanicándome
sin decir ni una palabra. Tengo imágenes sueltas de momentos antes de desmayarme, recuerdo a
Iker nervioso y malhumorado. Intentando aparentar estar sereno, pero terminó gritando y
rechazándome, arrepintiéndose de lo que había hecho.
Siento decepción, angustia y malestar. Una punzada aguda me atiza en las sienes y me obliga a
cerrar los ojos un instante.
—¿Cómo te encuentras? —Me pregunta, con voz atormentada en un susurro.
No le respondo con palabras, no puedo ni mirarlo a los ojos. Pero, levanto mi dedo pulgar para
decirle que estoy bien. Tengo la cabeza embotada y me va a estallar de un momento a otro.
¿En qué estaba pensando? ¿Lo he besado? ¡Loca!
Lo he fastidiado todo. Me he confundido, al pensar que él sentía lo mismo…
—Debería llevarte al médico. —Murmura con delicadeza.
—No. —Le respondo con voz ronda, me duele la garganta al hablar. —Ha sido una bajada de
azúcar. —Afirmo.
—¿Por qué estás tan segura? ¿Eres diabética? —Me pregunta con nerviosismo.
—No, sólo que no cené y he bebido un poco. —Le comento, intentando aparentar serenidad y
consiguiendo que no me tiemble la voz.
—¿Lo dices en serio? —Me pregunta preocupado, levantando un poco el tono de voz. Cierro
los ojos aún más y oigo una disculpa de sus labios. —Lo siento.
No sé, si se está disculpando de ser un capullo integral o de haber elevado el tono. Quiero
perderlo de vista, me encantaría desaparecer, ser invisible.
Ojalá la tierra me tragase justo ahora. Jamás, me he sentido tan avergonzada, ni siquiera el día
de la boda.
—Iker, es mejor que te vayas. —Le pido sin mirarlo. Sí, me avergüenzo de lo que he hecho.
—No, me quedaré un poco más. —Intenta convencerme.
—¡No! Quiero estar sola. —Le pido, aunque suena más como un alarido desesperado.
—Martina… —Insiste, con tono arrepentido.
—Por favor… me ha quedado todo muy claro. —Le digo con aparente serenidad e indiferencia
fingida.
—No es eso… —Murmura.
—No Iker. Déjalo. —Me cierro en banda, intentando mantenerme entera.
No quiero saber nada más, de lo sucedido ésta noche.
Ojalá, pudiese dar marcha atrás y no haber hecho el ridículo de ésta forma.
No logro decir nada más, porque entonces voy a romper a llorar. Siento que me tiembla el
alma. Me muerdo los labios y lo oigo maldecir por lo bajo.
No pienso volver a mirarlo a la cara, quiero que se largue. Necesito estar sola. Me giro y me
pongo de lado, dándole la espalda.
Que se vaya… por favor, por favor.
Entonces, oigo como camina hacia afuera y segundos después cierra la puerta. Me abrazo a mi
gata y me permito llorar en el silencio de la oscuridad.
15
Me despierto con un dolor agudo y punzante en la cabeza. Es como si un martillo estuviese
atizándome en las sienes, de forma constante.
Miro a mi alrededor, donde están plácidamente dormidas mis amigas, Paula, duerme a mi lado
y Cristina y Lola, comparten un colchón hinchable que se han traído del pueblo. Cuando miro mi
móvil, veo que son las dos del medio día.
¡Madre mía! Un poco más e hiberno.
Tenemos que aprovechar el tiempo que nos queda juntas. Así que las despierto y las dejo
soñolientas en mi habitación. Me levanto y me dirijo a la cocina, para preparar una ensalada de
pasta para todas. También, calculo un plato más, para dejárselo en la nevera a Iker. Suspiro
angustiada, al recordar lo sucedió la noche anterior.
Que metedura de pata.
¿Cómo pude ser tan ingenua?
Dejé llevarme por todo lo que me habían dicho las borrachas mis amigas y José. La he
fastidiado, porque cuando lo vea me voy a querer morir de la vergüenza. Yo nunca he dado el paso
de liarme con nadie, por no recordar que de verdad, solo he estado con Víctor.
Soy una inexperta con los hombres, soy patética.
No tendría que haberles hecho caso.
Mi mente va a mil, me siento un poco trastornada. Así pues, decido tomarme una pastilla para
el dolor de cabeza y justo cuando voy a llamar a mis amigas para que vengan a comer, aparece
Iker.
Ya os podéis imaginar la bochornosa e incómoda situación. Lo oigo caminar por la cocina y
acercarse a la nevera. No lo miro y lo ignoro, hago como si no me diese cuenta de su presencia.
Es estúpido e infantil, lo sé. Pero siento que me arde la cara de vergüenza y tengo que estar
ruborizada.
—Buenas tardes. —Me dice.
—Hola. —Respondo haciendo como la que sigue atareada preparando la comida.
—¿Cómo estás? —Me pregunta en un tono glacial.
—Genial. —Miento. Lo veo de reojo que se apoya en la encimera y sigue mirándome.
—Tenemos que hablar. —Me pide en un tono calmado.
—Ya lo estamos haciendo. —Afirmo.
—Lo que pasó anoche… —Comienza a decir.
—No volverá a suceder. —Le respondo rápidamente.
—Martina, malinterpretaste lo que te quería decir… entonces te desmayaste. —Intenta
aclararme, pero a mí, todo me quedo bastante claro anoche.
—Fue mejor dejarlo todo ahí. —Le digo a la vez que termino de aliñar la ensalada. —Así no
tenemos nada que lamentar. —Miento, sonando indiferente.
Oigo como Iker suspira.
Sé que mi forma de aparente indiferencia, lo exaspera. Entonces, se acerca hacía mí, me gira
con exigencia y lo miro furiosa.
—¿Qué quieres? —Pregunto malhumorada.
—Hablar. —Me dice calmado.
—Iker, no tendría que haber pasado, llevas razón… Además, fue sólo un beso tonto. —Miento,
aunque suena tan real que sé que se lo ha creído. —Somos adultos. ¡Supéralo!
Sé que me he pasado, pero necesito que se aleje de mí. Me he enamorado de él y eso, solo me
hará daño.
—¿Sabes? ¡Es imposible hablar contigo! —Gruñe furioso.
—Pues no lo hagas. —Lo desafío molesta.
—¡Joder! —Gruñe, perdiendo la compostura. — Estuvo bien, me gusto, quería más de ti. —
Hace una pausa, — pero no así. Estabas muy borracha, no te acordarías hoy ni de la mitad.
Escuchar esas palabras me cogen por sorpresa y no puedo evitar mi asombro al oírlas.
Iker, me mira esperando que yo reaccione ante eso, pero lo que menos pensaba es que me iba a
decir eso… después de lo de anoche.
—Martina, desde que te vi por primera vez, supe que me traerías problemas. Los mejores que
he tenido en mi vida. —Afirma, con una sonrisa nerviosa.
—Iker, es mejor dejarlo todo en lo que pasó anoche. —Le digo con todo el dolor de mi
corazón, intentando mantenerme firme ante mis flaquezas.
—¡Martina! —Oigo como me llama Paula.
—Bueno, quédate a comer si quieres. —Le digo intentando sonar indiferente. Y dada por
terminada ésta dolorosa conversación.
Me marchó de la cocina, intentando salir con paso seguro y decidido. Aunque, por dentro estoy
temblando como un flan y una montaña rusa de emociones, me azota todo el cuerpo.

***
Iker, no se quedó a comer. Se preparó la comida y se volvió a la oficina. Nosotras, comimos y
nos tumbamos en el sofá sin hacer gran cosa.
No pensaba contarles lo ocurrido la noche anterior con él. Sin embargo, ellas me contaron con
todo detalle, que la noche terminó siendo mejor de lo que esperaban.
Me notaron un poco ausente, pero me excuse, diciéndoles que tenía una resaca de mil
demonios. Cosa que no era del todo mentira. Así conseguí, no tener que contarles lo patética que
había sido la noche anterior.
Aunque recordando las palabras de él este medio día, me confundía un poco más.
El día fue transcurriendo con normalidad, aunque cada vez que pasaba por el pasillo.
Recordaba el beso de la noche anterior.
Antes del atardecer llagaron al piso, José y Sol. Se iban a quedar a cenar con nosotras, íbamos
hacer pizzas y luego nos estaríamos charlando tranquilamente. No tenía intención de beber ni una
gota de alcohol. Después de lo ocurrido, creo que no volveré a beber en mucho tiempo.
A pesar de que me muero de ganas de estar con ellos, me duele fingir que todo en mi está bien.
Cuando no es cierto, me siento vulnerable, confundida, agobiada. Por eso, sé que necesito salir de
aquí, tengo que despejarme, aclarar mi mente. Tengo la necesidad de estar sola, de estar conmigo
misma.
Por ello, decido irme a correr un poco y ordenar mis pensamientos. Es la mejor forma para
reiniciarme, cargarme de energía y aclararme las ideas de una vez.
—Chicas, me voy un rato hacer deporte. —Les digo a la vez que recorro el salón, rápidamente,
antes de que comience el interrogatorio.
—¿Ahora? Pero, si es casi la hora de cenar. —Me dice Sol.
—Ya lo sé, pero necesito relajarme. —Intento aparentar normalidad y no contarles todo lo
sucedido.
—Martina, cuando haces deporte es porque algo no va bien… —Comienza a decirme Cris,
conociéndome demasiado bien.
—Bueno me voy. Hasta luego, no me llevo el móvil. —Les digo, a la vez que huyo como una
cobarde.
No espero respuesta alguna y me marcho apresuradamente de allí. Sentía que me asfixiaba, al
oír como hablaban de él.
Bajo en el ascensor y me pongo la música a todo volumen en mis auriculares, para así, intentar
acallar mis aturdidos pensamientos.
Tal como las puertas del ascensor se abren, me cruzo con Andrés e Iker. Ambos se sorprenden
al verme y les hago un gesto a modo de saludo, a la vez que paso por su lado sin detenerme.
Una vez fuera, el aire fresco del atardecer me acaricia la piel y me calma un poco. Inspiro y
comienzo a correr, sin rumbo ni dirección.

***
No ha pasado mucho más de media hora, cuando estoy de regreso, me siento agotada y fatigada
del cansancio.
Mejor así.
Hacía mucho tiempo que no salía a correr.
Me subo en el ascensor y cuando llego al rellano, desde afuera se oye el bullicio que tienen
formado. Cuando llamo a la puerta, me abre Andrés, que me saluda con felicidad.
—Vaya, ya estás aquí. Justo a tiempo para presenciar el arte culinario de tu casero. —Me dice
divertido.
Todos los demás, están disfrutando de ver amasar a Iker, con torpeza, una masa viscosa y
pegajosa, que se supone que es la masa de la pizza. Lo veo de espalda y veo el lazo del delantal
de cupk-cake que tiene que tener puesto. No puedo evitar sonreír. Además, tengo que disimular,
que todo está bien.
—Será mejor que pidáis las pizzas a domicilio. —Les digo, intentando sonar animada e Iker,
me sonríe como si nada.
Eso me descoloca y me desconcierta, me marcho a darme una ducha rápida que me termine de
relajar y de calmar.
Cuando salgo, de mi dormitorio, están esperándome para cenar. Sobre la mesa hay unas pizzas
con unas pintas deliciosas, desde luego que este chico no para de sorprenderme.
Pero, pongo cara de indiferencia y me siento con los demás a ver la tele. No pienso hacerle la
“ola” porque haya estirado unas pizzas. Aunque mi pequeña yo interior, ésta borracha de amor.
Cenamos todos en un ambiente relajado y lleno de alegría. Hemos estado contando chistes,
anécdotas y echándonos algunas fotos hasta bien entrada la noche.
Después Sol, José y Andrés, se han despedido de mis amigas hasta la próxima vez que vuelvan.

***
El fin de semana, ha pasado más rápido de lo que a nosotras nos gustaría. Porque, cuando me
doy cuenta, vengo de dejarlas en la estación de tren.
Mientras no se montaban en el tren, llamamos a mi padre por una video-llamada. Le dio mucha
alegría vernos juntas y sobre todo, verme feliz. Porque al fin y al cabo es lo que desea cualquier
padre.
La verdad, es que estoy feliz de mí misma, por haberme olvidado de Víctor, de sentir
indiferencia por él. Ahora, sé que todo pasa por algo, que todo suma, porque me ha servido para
aprender cómo no debe ser una relación.
Para mí ésta visita exprés, ha sido como una pequeña burbuja de oxigeno, como una brisa de
aire fresco, como un rayo de luz en la oscuridad… Que me llena de fuerzas, para seguir.
A pesar de todo, mi cabeza va a mil.
No paro de pensar en todo lo que ha pasado en el fin de semana, en lo corto que se me ha hecho
y en el patético beso que le di a Iker.
¿En qué estaba pensando?
Yo no soy así, yo siempre he sido reservada en todo, por mucho que me dijesen todos, nunca
antes me había dejado influenciar de esa manera. Confundí su amistad con algo más…
No tendría que haberme lanzado a sus brazos, como una desesperada.
Ayer por la noche, mientras estuvimos todos en su casa cenando, intenté estar con él como si no
hubiese sucedido nada, pero me siento confundida…
Primero creo que todo son señales para dar el paso y luego me doy de bruces contra la pared.
¿Acaso está jugando conmigo?
—Eh… la masa de creps va a salir más liquida de la cuenta si sigues moviéndola con esa
parsimonia. —Me susurra José.
—Ya está lista. —Respondo con una amable sonrisa.
—¡Qué falta te hace, un buen polvo y liberar tensión! —Comienza a exclamar José, con total
seguridad.
—¡José! —Le riño avergonzada. —Es sólo… que ya las echo de menos. —No miento del todo.
—Sí tu qué vas a decir… —Hace una pausa, acercándose a mí. —Mira a Sol… desde que se
está follando al poli, le brilla más la piel. —Afirma con sonrisa socarrona.
—Eres un guarro. —Le digo entre risas, intentando sonar molesta, pero es imposible con él.
—No pequeña, soy realista… no confundas. —Me dice, dándome un empujoncito en el
hombro. —Yo no podría estar como estás tú, en secano. —Afirma pensativo.

***
La tarde transcurre más rápida de lo que me gustaría.
No tengo ganas de llegar a casa.
No quiero volver a estar con Iker, a solas después de todo lo sucedido.
Me parece embarazoso, seguramente será un silencio incomodo el que nos acompañe, desde
ahora en adelante.
Ha llegado el momento de buscar un piso y marcharme.
No puedo seguir viviendo bajo el mismo techo que él.
No puedo seguir allí, aparentando que no siento nada, cuando lo siento todo.
***
Nada más abrir la puerta de la entrada, un olor a verduras y especias inunda toda la casa. Iker y
su manía de no poner el extractor de la cocina. Paso apresuradamente hacia mi habitación, para
evitar cruzármelo en cualquier instante.
—¿Qué tal la tarde? —Oigo su voz desde la cocina.
—Muy bien. —Le respondo y sonrío, sin saber muy bien porque lo hago.
—No sabía cuando salías de trabajar y ésta noche he cocinado yo. —Me comenta con mucha
amabilidad.
—Gracias. —Le digo, parándome en la puerta de la cocina y lo observo que ésta de espaldas a
mí, seguramente con el delantal rosa, que a él le sienta genial.
—¿Te gustan las fajitas? —Me pregunta, a la vez que se gira al sentir mi presencia,
regalándome una sonrisa angelical.
—Sí. —Afirmo aturdida.
—Pues venga, date una ducha rápida y cenamos juntos. —Me ordena con cariño, sonando
animado.
No creo que sea una buena idea pasar tiempo con él, después de todo. Pero, creo que se está
esforzando para hacer como si nada hubiese ocurrido.
Su sonrisa se expande y se vuelve de espaldas a mí, para mover lo que sea que está cocinando
en la sartén. Tiene solo unos pantalones de deportes y está descalzo.
No puedo evitar contemplar su ancha y musculosa espalada. Sus músculos se contraen cuando
mueve los brazos para remover la comida. B
ueno, supongo que puedo hacerlo, actuar como una adulta. Después de todo, me ha dejado
hospedarme en su casa, más tiempo del que tenía pensado y si me voy a marchar, es mejor quedar
como amigos.
—Todavía estás ahí… —Me dice y me saca de mis pensamientos.
—Esto… yo… ya me iba. —Le digo confundida y desaparezco para mi dormitorio.
Lo escucho reírse divertido y tararear una canción.
Iker, está de muy buen humor y no comprendo a que es debido.

***
Cuando regreso al salón, ha preparado la mesa y le ha puesto la cena a Lucy. Tiene encendida
la televisión, aunque tiene centrada su atención en su móvil.
—¡Venga Martina! Mueve tu culo aquí, estoy hambriento. —Grita y me sobresalto. —Ostras, no
sabía que estabas ya aquí. —Comenzamos a reírnos despreocupadamente.
Iker, me mira de detenidamente y veo como le brilla la mirada.
—Bueno, sorpréndeme con tus artes culinarios. —Le digo, intentando mostrarme afable. —
¿Por qué has hecho doble turno este fin de semana? —Le pregunto, intentando entablar una
conversación.
—Por hacerle un favor a un compañero.
—Mmm, vale. —Afirmo, a la vez que soy consciente de que aquí se acaba la conversación.
—¿Me has echado de menos? —Me pregunta pillándome por sorpresa. A la vez que me regala
una mirada pícara y llena de intenciones.
—No. —Miento, a la vez que doy el primer mordisco a la fajita de verduras y pollo. —Está
deliciosa. —Balbuceo.
—Es lo que mejor me sale, después de las pizzas. —Me dice a la vez que me guiña un ojo y
siento un cosquilleo recorrerme el cuerpo. Por eso, desvió la vista a la televisión.
Comemos relajados e Iker, me cuenta algunas historias que le han ocurrido desde que es
policía.
Me da la sensación que quiere ser cercano conmigo, acortar las distancias que yo misma he
creado. Es un tipo increíble, pero somos tan diferentes como el agua y el aceite. Lo mejor que
puedo hacer, es disfrutar de su amistad.
No sé si podremos ser amigos mucho tiempo, pero podemos intentarlo.
Cuando terminamos de comer, no me deja recoger la mesa y ambos seguimos sentados en el
sofá. Con la única diferencia, de que mi gata se ha encaramado en el regazo de Iker, sonrío ante la
tierna imagen al recordarme a Víctor… —¡Para! —Gruñe mi mente. —¡No vayas por ahí! —Es
cierto. No puedo compararlos.
—Bueno, después de este finde… mi opinión sobre tus amigas ha cambiado. —Dice pensativo,
rompiendo el silencio que nos abraza.
—¿Y eso por qué? —Le pregunto con una tierna sonrisa, que se me escapa.
—Porque, las tenía por tres locas de remate… después, de la que liaron con Andrés. —Me
recuerda.
—La verdad, que fue un desastre de despedida. —Le digo recordando la caótica noche.
—¿Por qué hablas tan bajito? —Murmura.
—No lo sé. —Le vuelvo a susurrar. Iker, bosteza y se recuesta en el sofá. —Deberías de
dormir ya. —Afirmo.
—¿Me acurrucas? —Pregunta travieso, volviéndome a confundir.
—¡No! —Afirmo divertida.
—Un poquito. —Vuelve a insistir, con una sonrisa pícara.
—¡Que no pesado! —Me niego, sonando poco convincente.
—Vale. —Dice con una enorme sonrisa dibujada en su rostro.
Iker, está relajado acariciando a mi gata y comenzamos a ver la peli de Hotel Transilvania. No
ha pasado ni diez minutos, cuando se queda dormido. Verlo tan relajado hace que no pueda evitar
mirarlo con ternura.
¿Qué me está pasando?
Me gusta mucho, me he pillado por él.
Es una persona increíble y para colmo está como un queso. Si te fijas bien, tiene todo bonito,
tanto que debería ser ilegal. Esas pestañas, espesas que le dan un toque único a su mirada. Es
guapísimo, hace deporte, es simpático y para colmo es buena persona. Porque es aún más bonito
por dentro, es atento, cuidadoso, maduro…
¡Mierda! Me resultaría más fácil, alejarme de él, si fuera un gilipollas, un arrogante o un
capullo integral.
Le pongo un cojín para el cuello, pero se mueve y apoya su cabeza en mi hombro. Está
profundamente dormido. Por un instante observo la situación, y parecemos una pareja.
Ojalá, todo fuese de otra forma.
No me quiero mover para que no se despierte, aguanto toda la película y cuando termina, no
tengo otra opción que despertarlo.
—Iker. —Susurro.
—Mmm…
—Iker, venga. ¡Levántate! —Le digo con voz suave.
—Sí. —Afirma, pero no se mueve.
—Iker, venga vamos a la cama. —Susurro. —Es tarde.
—Mentirosa… —Lo miro extrañada. —Me voy solo. —Entonces, no puedo evitar sonreír.
—Venga o te quedas aquí. —Me intento mover, pero me rodea con su enorme brazo y me sujeta
para que no me escape.
Cojo un cojín y lo golpeo.
—¡Au! —Se ríe y se incorpora. —¿Quieres pelear? —Me da la risa, pero niego con énfasis.
Siento que afloja su agarre y aprovecho para levantarme del sofá y marcharme. Pero, sólo
acabo de ponerme en pie, cuando Iker, vuelve a la carga.
—Como te pille… —Me dice totalmente despierto.
Son las únicas palabras que dice con una sonrisa pícara.
Entonces, me da los nervios y comienzo a correr para que no me coja. Me siento como una niña
pequeña, grito y el ríe porque se lo está pasando en grande. La verdad que yo también. Está a
punto de cogerme cuando me escapo de él y comienzo a corretear y girar sobre la mesa del salón.
Pero, cuando menos me lo espero Iker, me lanza un cojín que queda atrapado entre mis piernas
y pierdo el equilibrio.
Entonces, me agarra y evita que me dé de bruces contra una silla. Estamos riendo a carcajadas
y las lágrimas se me saltan de tanto reír. Su risa inunda toda la casa y estoy segura que se oyen en
todo el edificio.
Estoy abrazada a él, en cuanto soy consciente de la situación, me aclaro la garganta. Mi pulso
se acelera y mi corazón, no para de dar brincos de felicidad. Siento mariposas hiperactivas en mi
estómago.
Iker, parece darse cuenta de que estoy incomoda.
Entonces, me suelta.
Me levanto del suelo y me aliso el pantalón de pijama.
—Buenas noches. —Digo casi en un susurro.
—Que descanses Martina. —Murmura con voz aterciopelada.

***
El sol acaricia cada rincón de la casa, me despierto leyendo el whatsapp de mis amigas,
llegaron bien y me comentan una y otra vez, que ya me echan de menos, al igual que yo a ellas.
Me estoy planteando volver al pueblo, buscar allí trabajo y no estar tan lejos de todos. Pero a la
vez me contradigo, porque aquel pequeño pueblo, en el que he crecido me asfixia.
Entonces, desestimo todas las posibilidades de volver. Pero, sé que me tengo que marchar de
aquí, me tengo que alejar de Iker… solo soy una amiga para él y no podría imaginármelo con otra
chica, me rompería el corazón.
Entro en la cocina y soy consciente de que él no está en casa, miro por inercia al cuenco y veo
que no están sus llaves. Me preparo un cuenco de cereales y cuando voy a coger la leche de la
nevera, veo un sobre dorado. Lo miro extrañada, cuando veo que pone.
“Para Martina.”
Sonrío como una adolescente enamorada. Me encantan estos pequeños detalles. Lo abro y lo
primero que pienso es... “¿Pero qué…?”
Es una foto, compuesta por varias fotografías en las que aparezco distraída sin saber que me ha
tomado una foto. Es un collage, al pie de está pone escrito con tinta azul… “Brillas con luz
propia”
Esto me deja fuera de lugar, no comprendo que pretende, me confunde… Primero creo que
siente algo, lo beso y me rechaza y ahora esto.
No lo entiendo.

***
Llevo todo el día de buen humor con una sonrisa tonta de oreja a oreja. José y Sol, me han
preguntado muchas veces a que se debe mi buen humor. Pero, no les he dicho nada, ni a ellos ni a
mis amigas.
¿Para qué?
La última vez que hice caso de sus consejos, fue como el culo.
Salgo tarde de trabajar, está comenzando a anochecer y prefiero regresar caminando hasta la
casa de Iker. De repente un tipo robusto, corre hacia donde estoy, en un primer momento mi cuerpo
se pone en alerta de cualquier sospecha de peligro.
Dispuesta a defenderme si intenta hacerme daño.
Pero, no es hasta que lo tengo más cerca, cuando reconozco que es él. Se detiene a mi lado y
me sonríe a modo de saludo.
—¿De dónde vienes? —Le pregunto.
—De correr. —Dice con obviedad y no puedo evitar ponerle mala cara.
—¿Por aquí? —Inquiero, sé que no es habitual que corra por ésta zona.
—¿Por qué no? —Me desafía con la mirada y me sonríe, dejándome descolocada.
Pero él deja de correr y comienza a caminar junto a mí en silencio. Cuando pasamos por la
placa del Km O. Me detengo y me hago una fotografía junto con mis deportivas blancas.
—Eres una ñoña… —Me intenta picar Iker, dándome un empujoncito.
—No es eso… —Le digo sumida en mis pensamientos.
—Entonces, cuéntamelo. —Me pide.
—Es que es así como me siento, en el punto cero. —Me ruborizo, al decirle la verdad.
—Eh… no es malo. —Me responde, mirándome con intensidad a los ojos. — No te
avergüences de ello, yo creo que eres una persona increíble. Estás llena de misterio, —hace una
breve pausa. —Eres diferente a las chicas con las que normalmente trataba… tienes magia en los
ojos, sobre todo cuando sonríes de verdad. —Murmura con mirada sincera y siento como sus ojos
penetran en los míos, derritiendo mi frágil corazón helado. —Y ahora vamos a casa, me muero de
hambre. —Dice a la vez que me da un pequeño toque en la nariz.
Soy incapaz de hablar y mucho menos tras lo que me ha dicho. Siento un nudo de emociones en
el pecho, así que afirmo y le sonrío tímidamente.
No sé a que viene, este cambio de actitud conmigo. Siempre nos hemos llevado bien, pero
después de la noche en que lo besé, creí que nos alejaríamos más y me da la sensación que él, está
haciendo todo lo posible por acercarse un poco más a mí.

***
Cuando me estoy preparando para darme una ducha, mi móvil suena en algún lugar de mi
habitación. Lo encuentro dentro del bolso y veo que es Sol.
—Hola, ¿ha pasado algo? —Pregunto extrañada, pues siempre solemos escribirnos por
whatsapp o hacemos una video-llamada.
—Martina, verás… es que vamos a estar cerrados durante tres días. —Me informa.
—¿Y eso? ¿Va todo bien? —Me preocupo.
—Sí, estupendamente… es solo que se me ha pasado decírtelo. Mañana vendrán a desinfectar
el local, nada importante… Control de plagas y eso. —Me explica.
—Pero, ¿qué hay? —Pregunto preocupada.
—Nada, es meramente un protocolo de sanidad. Estaremos cerrados tres días, tómatelos libres.
—Me dice en tono jovial.
—Bueno, pues hablamos y quedamos para tomar algo. —Le digo, pues es el mejor plan que
puedo tener, es estar con ellos.
—Por supuesto, ya hablamos. Buenas noches. —Se despide apresuradamente de mí.
—Gracias, buenas noches Sol. —Me despido de ella confundida.
Me resulta extraño, que ni ella ni José, me comentasen nada del protocolo de sanidad. Además,
estaba hablándome de los proveedores que vendrían mañana.
No sé, me resulta extraño que me haya llamado de forma tan repentina.
Me dirijo para la cocina, para preparar algo para cenar. No hay rastro de Iker, ni allí, ni en el
salón.
Comienzo a preparar la cena, una ensalada y unos filetes de pollo a la plancha.
Entonces, Iker, llega a la cocina y coge una botella de agua de la nevera. Va a beber a morros,
odio que haga eso. Es una manía que tengo, le pongo mala cara para que no lo haga, así que utiliza
un vaso y me hace una mueca de “contenta” y yo asiento riéndome.
—¿Qué cocinas? —Me pregunta feliz, acercándose a mí.
—Ensalada y filetes de pollo.
—Puag… habrá que compensar las calorías con un buen helado de chocolate. —Lo miro y
eleva las cejas juguetón.
—Me ha llamado Sol. —Le comento como si tal cosa.
—¿Qué quería?
—Pues, me ha comentado que vamos a estar cerrados durante tres días, porque tienen que dar
un tratamiento anti-plagas. —Le digo sonando poco convencida, es que me sigue resultando
extraño.
—¿Y cuando cerráis? —Me pregunta con interés.
—Desde mañana.
Iker, mira su reloj y me hace un gesto de que ahora vuelve. Está extraño, cada vez tengo más
claro que me ve como una amiga y nada más. Siento una punzada de culpabilidad, cada vez que
recuerdo la noche en que le besé, confundí su amistad con algo más.
Seré idiota.
Sí es cierto que la convivencia con él, es inmejorable pero… Yo no soy así de lanzada y me
dejé influenciar por mis amigas, tal vez ellas sí lo hacen y les sacan partido a ello… pero yo tan
inexperta en los hombres, arriesgue demasiado.
Iker, carraspea detrás de mí y me giro para mirarlo, tiene una amplia sonrisa.
—¿Por qué sonríes de esa forma? —Le pregunto confundida.
—¿Por qué no? —Hace una pausa y se acerca a mí, comienza a enjuagar los tomates y se apoya
en la encimera. —¿Qué vas hacer estos días?
—La verdad es que no lo sé, me he planteado ir al pueblo a ver a mi padre y a mis tíos… pero
no creo que sea una buena idea. —Omito que es porque no quiero ver a Víctor. No siento nada por
él, pero me es incomodo su mera presencia. —Así que, quedaré con Sol y José. —Vuelvo a
mentirle, porque también voy a buscar piso.
—Pues entonces… prepara la maleta. ¡Nos vamos! —Me dice salpicándome con las manos de
agua.
—¿Qué dices? —Le pregunto confusa, a la vez que sonrío al sentir las diminutas gotas
mojarme. —¿Dónde?
—Mañana tienes que estar lista a primera hora de la mañana, coge ropa de deporte y de abrigo,
para dos noches y tres días. —Me dice juguetón.
—Iker, explícate.
—Ya te lo he dicho, nos vamos. Yo también tengo estos tres días libres. —Afirma divertido.
—¿Los has cambiado? —Le pregunto y mi pequeña yo interior, sonríe de felicidad.
—Eso no importa. Confía en mí osita. —Me dice con una voz suave, que hace que se me erice
la piel. —Mañana temprano te estoy levantando.
—¿Pero la maleta…? —Comienzo a preguntarle aturdida.
—Hazla ahora, venga… —Me ordena, girándome y dándome un suave empujoncito para que
camine. —Yo me encargo de la cena.
Una vez en mi habitación intento asimilar lo que acaba de suceder. Me ha invitado a que me
vaya con él, hacer una escapada a algún lugar.
Me siento ilusionada por la experiencia y a la vez nerviosa, pues con Víctor nunca fui de viaje,
él no tenía tiempo para viajes de ocio…
No debo compararlos, Víctor, era mi pareja y él es mi… compañero de piso. Pero, tengo una
sonrisa de idiota que no me la quitan ni a tortas.
Busco mi móvil en mi bolso y les mando un whatsapp al grupo de mis amigas, en el que hemos
agregado a José y a Sol.
Martina: *Buenas noches. Estos tres días que no trabajamos, Iker, me ha invitado a irme con
él. No me preguntéis donde, porque no me lo ha dicho. Ya hablamos amores. *
16
No recuerdo la última vez, que tuve tantos nervios para un viaje. Iker, cumplió con su palabra y
a las siete y media de la mañana llamó suavemente en la puerta de mi dormitorio, supongo que
pensaba que estaba dormida. Pero, lo cierto era que no había pegado ojo en toda la noche y me
levanté, antes de que sonase el despertador.
Anoche Iker, no volvió a sacar el tema del viaje y aunque yo insistía en que me dijese algo, él
se negaba a hacerlo. Antes de dormir llame a las niñas, a José y a Sol. Como es de saber, los
consejos más cuerdos y sabios, fueron los de Sol.
Ella, me dijo que aunque medio conocía a Iker y se le veía buen tipo, tuviese cuidado y no
hiciera nada que yo no quisiera. Por el contrario José, Paula, Cristina y Lola… ya os podéis hacer
una idea… lo más light que dijeron fue algo como que mi cuerpo iba a experimentar tantos
orgasmos, que me iba a desmayar del placer… son unas cochinas y unas brutas.
Iker, se ha levantado de muy buen humor.
Nunca deja de sorprenderme. Va vestido con un chándal que no le queda muy holgado, porque
se le marcan sus musculosos brazos y su espalda ancha.
El viaje en coche es muy agradable, su coche es amplio y cómodo. La calefacción está puesta y
aunque intento no dormirme, no sé exactamente en qué momento me quedo croquis.
—Eh… dormilona… ya hemos llegado. —Me susurra Iker, a la vez que me da pequeños toques
en el brazo para que despierte.
Lo miro con el ceño fruncido y eso parece hacerle gracia, me molesta la claridad. Pero, cuando
mis ojos se adaptan a ella, soy consciente de la belleza natural que nos rodea.
Obedezco y lo sigo.
Caminamos por un sendero empedrado, que nos lleva a una acogedora cabaña de madera. En la
parte delantera tiene un acogedor porche, con una tumbona que se balancea por la suave brisa
mañanera.
Una vez dentro, tiene todo lo necesario. Lo primero que vemos al entrar es una cocina, que es a
su vez el salón. Está acompañada de una mesa, una chimenea y junto a está, hay un sofá y una
pequeña televisión colgada en la pared.
En el resto de la cabaña sólo hay dos puertas.
Una está abierta, es el baño y justo al lado está, el dormitorio. Es un dormitorio decorado con
delicada exquisitez. Pero hay un problema… tiene una sola cama. Miro acusatoriamente a Iker,
que parece sumido en sus cosas, colocando comida en la nevera. Cuando se percata de que algo
me ocurre, camina junto a mí y al comprender a que me refiero me guiña un ojo.
—No pienso dormir contigo. —Le digo sin dudar, molesta por su arrogancia.
—Pues yo no pienso dormir en el sofá. —Se mofa de mí.
—Iker… esto hay que arreglarlo.
—Vale, ¿qué lado de la cama quieres? —Voy hablar, pero me interrumpe. —Tranquila, era
broma… puedes ponerte una pared de cojines para separarnos, si así vas a dormir más tranquila.
—Vale. —Digo poco convencida.
—Me sorprende que aún no veas que soy todo un caballero… —Me susurra en el oído,
haciendo que todo mi cuerpo responda a él y entonces se marcha.
No sé el tiempo que estamos en silencio, cada uno a lo suyo. Yo ordeno la poca ropa que me he
traído y la pongo en el diminuto ropero. Por suerte, en el armario encuentro una segunda almohada
y la uso para separar la cama en dos.
La cabaña es muy práctica, ya que tiene todo lo necesario para pasar unos maravillosos días
rodeados de la naturaleza. Lo que más me ha sorprendido, es que los móviles no tienen cobertura,
así que vamos a pasar tres días desconectados y aislados del mundo real.
Me he sentado con un libro en el porche y aunque hace fresco, la brisa helada me hace sentirme
viva. Contemplo el paisaje y es tan sencillo que me resulta alucinante, ya que parece sacado de
una postal. Pues, los enormes árboles junto con una espesa vegetación, bañan cada palmo de las
colinas que abrazan la cabaña. Si miro a lo lejos, se ve la nieve en los picos de las montañas más
altas. Y es que creo, que esto es el paraíso.
El maravilloso sonido del agua, me indica de que hay un río que pasa cerca de aquí, junto con
el canto de los pájaros y el murmullo de las ramas de los árboles, al moverse por la suave brisa…
forma una melodía perfecta.
—¿Qué te parece? —Iker, se apoya en el marco de la puerta y le da un trago a una cerveza.
—Me encanta. —Le digo y sé que no es suficiente. —Gracias.
—¿Quieres una? —Me pregunta, a la vez que hace un gesto con la cerveza.
—No, gracias.
—Bueno, la nevera está llena de cervezas, comida y por supuesto chocolate. —Me dice en tono
burlón, ya que sabe que adoro tomarme mi porción de chocolate diaria.
Lo observo y siento como me mira con tanta intensidad, que en no decimos nada, pero sé que lo
decimos todo. Bajo mi vista de nuevo a mi libro y siento su presencia un rato más observándome,
hasta que se da por vencido y se mete dentro de la cabaña.

***
El día ha sido relajado y todo es tan diferente, que parece un sueño. Nos hemos pasado todo el
día, paseando por los alrededores. He descubierto que junto a nuestra cabaña hay siete más.
Iker, me ha contado que sus padres lo trajeron una vez de pequeño y desde entonces, viene una
vez al año como mínimo a este lugar.
Es un sitio tranquilo, te hace olvidar de dónde vienes y solo deseas quedarte aquí para siempre.
Respirar este aire tan puro y está tranquilidad, hace que me sienta mejor que nunca.
Iker, que ha pensado en todo, se ha traído una plancha eléctrica y en ella ha hecho una pequeña
barbacoa para los dos. Nunca había conocido ésta cara de él… tan relajado, tan sereno y tan
atento… La verdad, que es muy agradable pasar el tiempo así con él.
Por la tarde, fuimos caminando a las afueras del pueblo, adentrándonos en el bosque y
paseando junto a un caudaloso rio, en la que el agua estaba tan fría, que te dolía la mano cuando la
tocabas.
Después de la cena y de charlar de nuestras infancias, decido irme a dormir.
Cuando me acuesto, me aseguro de que la almohada que separa la cama en dos, este bien
colocada. Una vez comprobada, me relajo y me dejo llevar por el agotamiento de este maravilloso
día.

***
Saco un brazo, fuera del nórdico, para estirarme.
¡Qué frío hace!
Entonces, perezosa me vuelvo a acurrucar entre algo cálido que me rodea y estoy abrazada. Es
reconfortante, inspiro su aroma y es tan agradable que me hace sonreír.
Escondo mi rostro en la agradable calidez, pero entonces lo noto…
¡Un momento!
Siento que alguien me acaricia la espalda y doy un respingo al darme cuenta de que estoy
abrazada a Iker. Él me sigue rodeando con sus brazos. Lo miro y veo que me está observando
impasible, con una sonrisa divertida.
Entonces, me separo de él, como si me quemase.
—¿Qué ha pasado? —Pregunto sin dar crédito.
—Pues… que eres una lapa durmiendo. Has rodado por encima de la almohada y te has
dormido sobre mi brazo, así que me era más cómodo abrazarte. —Me dice con templanza.
—No deberías haberlo hecho. —Me quejo.
—No soy yo el que se ha quedado dormido sobre ti. —Me comenta con picardía.
—Pues… te hubieras movido para el otro lado. —Sugiero soñolienta y me giro para el lado
opuesto a Iker.
—Venga, tenemos que levantarnos. —Me ordena.
—Tengo sueño. —Le digo y me tapo la cabeza con la almohada de forma infantil. Su risa
resuena en toda la habitación y no puedo evitar sonreír.
Dios mío, ¿dónde nos lleva todo esto?
—Venga, vamos osita perezosa. No querrás que te levante yo… ¿Verdad? —Hace una pausa.
—Te doy cinco minutos para que te pongas en pie.
Lo ignoro, pues no se va atrever a tocarme.
Noto como Iker, se levanta y camina por el dormitorio.
Sigo con los ojos cerrados y escucho la ducha, pero enseguida el agua cesa y entonces, ocurre.
Siento como me quitan toda la ropa de cama, dejando expuesto mi cuerpo al frío de la mañana.
Me encojo haciéndome un ovillo, pero cuando lo veo destornillarse de risa, me incorporo de mal
humor y eso parece hacerle aún más gracia.
Iker, está completamente vestido con ropa deportiva y el pelo húmedo. Algunas gotas de agua
aún le acarician el pecho y es una imagen tan agresiva, que para disimular el efecto que causa en
mí, le lanzo la almohada.
—¡Serás capullo! —Gruño. —¡No vuelvas a despertarme de esa forma nunca!
—Venga, bella durmiente… en cinco minutos te quiero vestida. —Iker, coge un chaquetón y se
dirige para salir del dormitorio. —No creo, que prefieras que vuelva a por ti, porque entonces te
cogeré y te meteré en la ducha con lo que llevas puesto. —Afirma y sé que es capaz de ello.
—Ni se te ocurra. —Gruño.
—Pues… no juegues con fuego, porque al final te quemas. —Afirma, con una media sonrisa.
Sin decir nada más, se marcha y yo me quedo perpleja, ante la borrosa línea que separa nuestra
amistad de algo más… Sé que nos hemos saltados todas las reglas de la amistad, sinceramente no
sé ni que somos, pero me gusta estar así.
Me levanto de un salto, no vaya a ser que vuelva y cumpla con su palabra.

***
Después de desayunar, hemos salido a explorar las afueras. La vista se pierde entre la
abundante vegetación, árboles que centenarios, caminos tan estrechos, que se pierden con la niebla
y parece un lugar mágico. Los troncos de muchos de ellos, están cubiertos por un espeso manto de
musgo que los hace aún más enigmáticos. Estos nos abren el camino a su paso y me van dejando
sorprendida al contemplar sus imponentes troncos, junto con sus enormes ramas retorcidas que
invitan a contar historias fantásticas de este lugar tan peculiar.
Caminamos ascendiendo junto al río, hasta que llegamos a un punto, que debemos pasar el río
sobre unas piedras redondeadas y húmedas.
A pesar de ello, no hay peligro, el agua es serena y parece fácil saltear las piedras. Entre
medio de estás, pasa de forma perezosa el agua cristalina, formando una cortina de abundante agua
que rompe sobre un cordón de rocas que hay más abajo, creando una impresionante cascada
natural.
En ésta zona, la humedad en el ambiente es mayor y siento como la nariz se me queda helada.
Siento que Iker me observa y veo el disfrute en su mirada. Durante nuestra caminata, hemos
permanecido la mayor parte del tiempo en silencio, yo he estado como una posesa fotografiando
cada lugar y también, le he tomado algunas fotos a Iker, de espaldas mientras caminaba delante de
mí. Pero, en el momento que se percato de ello, nos hemos tomado varios selfies, en los que salgo
espantosa.
Me siento serena, tranquila, feliz, en paz…
Es un lugar increíble, respiro profundo, inundando de este aire tan puro mis pulmones,
queriendo que estos momentos queden grabados para siempre en cada célula de mi cuerpo.
—Iker, es alucinante. —Hago una pausa. —Nunca había estado en un lugar tan enigmático
como este. Gracias. —Susurro a la vez que le doy pequeño apretón de felicidad en el brazo. A lo
que él reacciona, rodeándome con su brazo y trayéndome hacia él.
—Nunca antes había traído a nadie a aquí. —Murmura con mirada sincera y eso me hace
sentirme afortunada. —Pero, necesitaba enseñarte este lugar.
—¿Por qué? —Le pregunto curiosa.
—Ven, dame la mano y camina con cuidado sobre estás piedras. Vamos a rodear la presa. —
Me esquiva la pregunta, pero lo dejo estar y le tomo de la mano.
—Vale.
Iker, me sujeta la mano y yo me siento volar junto a él. Caminamos por un pequeño cordón de
piedras húmedas y redondeadas, que forman el camino para atravesar al otro lado del río. Las
piedras, están elevadas del nivel del agua por unos cuantos centímetros.
Iker, camina con paso decidido y yo estoy asustada de resbalarme y partirme la crisma.
Entonces ocurre.
—¡Martina! —Grita y se gira para cogerme.
Sin ser consciente, para no perder el equilibrio, me suelto de Iker y me caigo en el agua. La
profundidad del río no es mucha. Pero aún así, para mi mala suerte, hace que este empapada desde
la cabeza hasta los pies.
Iker, tira de mí y me saca al instante.
Toda mi ropa pesa demasiado y el agua comienza a chorrear de ésta. Estoy titiritando, creo que
voy a morir congelada.
—¡Joder! Ven, quítate toda la ropa. —Con dedos temblorosos comienzo a desabrocharme el
chaquetón y la impaciencia de Iker, hace que comience a desvestirme él.
—No me voy a quedar en bragas. —Le digo titiritando, con la respiración irregular,
acompañándola el castañeo de mis dientes.
—Estamos a bajo siete grados en ésta zona… tienes que quitarte todo eso mojado. —Me
ordena, con preocupación e impaciencia.
Segundos después, estoy solamente con la ropa interior.
Iker, se quita su chaqueta y me ayuda a ponérmela. Me da su gorro y me trae para él y comienza
a frotar mi espalda.
Refugio mi rostro halado en su cálido cuello y siento que Iker, nos rodea a ambos con una
pequeña manta de picnic.
—Tranquila, no pasa nada. Ya vamos para la cabaña. —Murmura.

***
Cuando llegamos a la cabaña.
Iker, me lleva sin pensarlo dos veces al cuarto de baño. Deja caer sobre el lavabo la ropa que
está empapada. Me mira con dureza y me mete en la ducha sin dudarlo.
Abre el grifo y poco a poco, el agua caliente nos va acariciando la piel a ambos. Dejo de
titiritar y me voy desentumeciendo.
La ropa que tenemos puesta comienza a pegarse a nuestra piel. Iker, apoya sus brazos sobre la
pared a cada lado de mí y nuestros cuerpos se aproximan atrayéndose de forma inconsciente.
Iker, me acaricia la mejilla y encuentro una mirada centelleante, llena de ternura y de pasión.
Nuestras respiraciones son irregulares y mis pulsaciones son cada vez más frecuentes y
aceleradas.
Pasa su mano hasta mi cintura y se aferra a mí. Nuestros labios se buscan con necesidad y se
rompen en un beso ávido de necesidad. Los labios de Iker, son tan cálidos, que me hacen temblar.
Me aferro a su cuello y me dejo embriagar por sus labios, que acarician con suavidad los míos. Le
paso mi mano por su pelo y tiro de él hacia mí.
Cuando él mordisquea mi labio inferior, un pequeño gemido se me escapa de placer. Me dejo
llevar, sintiéndome viva… sintiéndome bien.
Iker, apoya su frente sobre la mía y una perversa sonrisa se escapa de sus labios. Le quito la
camiseta y la tiro a un lado.
Entonces, lo veo, me centro en la parte lateral de sus costillas y no puedo evitar pasar mis
dedos sobre su piel.
—¿Qué es esto? —Le pregunto atónita.
—Es la única forma, en la que quiero que me creas, cuando te diga que contigo lo quiero todo.
Quiero demostrarte, que busco la estabilidad entre nosotros. —Comienza a decirme con
seguridad.
—Iker… —Pero me interrumpe y me da un suave beso para que no lo rechace.
—Sé que puede parecerte una locura. Pero es que tú eres mi timón y yo quiero ser tu ancla
Martina. —Me dice con sinceridad.
Esas palabras me dejan descolocada y sigo pasando mis dedos por el contorno del tatuaje. Un
ancla dibujado en su costado a juego con mi timón. Lo miro y sé que me ha abierto su corazón…
Le beso y su lengua acaricia con maestría la mía. Me desarmo en ese beso intenso, lento y cargado
de amor.
Me acaricia con una mano la espalda, de forma lenta y torturadora y con la otra, me agarra el
culo y tira de mí hacia él. Ese gesto, me produce un hormigueo delicioso por toda mi piel. Nos
devoramos a besos y sé que jamás he besado a nadie de ésta manera.
Siento, que con cada beso que él me da, me va desnudando el alma.
Iker, se aparta de mi boca y comienza a besarme en el cuello, va regando pequeños besos por
toda mi piel y me sujeta de la cintura deteniendo sus dedos sobre la liguilla de mis bragas.
Cierra el grifo de la ducha y me agarra por la cintura, haciendo que me suba a él y lo rodee con
mis piernas.
Iker, camina hacia el dormitorio y yo voy dejando pequeños mordiscos en su cuello y su pecho.
Adiós a todo mi autocontrol.
Me tumba sobre la cama y entonces, comienza a besarme con firmeza y seguridad.
Acaricia con maestría mi piel y sin preliminares, mete su mano entre la fina tela de mi ropa
interior, tirando de ella y quedando desnuda ante él.
Sus dedos me acarician de forma lenta, suave y torturadora. Yo gimo dentro de su boca y eso
parece avivarlo más. Desliza sus dedos en mi interior y siento que me derrito de placer.
Siento mucha tensión agolparse en esa zona dónde él me está tocando, echo la cabeza hacia
atrás y su lengua, se desliza acariciándome el cuello. Se detiene detrás de mi oreja y me besa
lentamente, provocándome un escalofrío que me recorre todo el cuerpo.
Nuestras respiraciones son irregulares, me muerdo el labio para evitar volver a gemir.
—Me encantas Martina… córrete para mí. —Susurra en mi odio, haciéndome que se me erice
la piel al escuchar su voz grave, sexy y segura.
Me encanta ésta sensación. Hundo mi cara en el cuello de Iker. Entonces llega, algo en mí se
rompe en mi interior, sintiendo que nada más existe en este instante. Solo él y yo.
Iker, lo nota y me besa, en el momento exacto en el que ahoga mi grito de placer en su boca.
Iker, se separa de mis labios lentamente y me observa con pasión. Puedo ver unos ojos
honestos, seguros de sí mismos y que arden de amor. Jamás, me he sentido tan embriagada después
de un orgasmo. Pero sé que Iker, ha marcado un antes y un después en mi vida.
Ya nada volverá a ser como antes.
Además no es sólo el placer, es todo… es él. Me hace sentirme bien, me hace querer intentar
algo entre nosotros… quedarme a su lado para siempre.
Con él, todo es diferente, es distinto a todo lo que conocía.
Vuelvo a besarlo sedienta de él y sé que después de lo que está pasando, ya no hay vuelta atrás.
Sin pensarlo dos veces, me subo a horcajadas sobre él.
Siento las manos de Iker, en mi culo y me acerco para atrapar su labio inferior y morderlo
salvajemente con sensualidad. Iker, me responde con un gruñido y un apretón en mis caderas que
hace que me mueva sobre él.
Comienzo a balancearme sobre él, frotándome contra su erección, sin prisa. Me mira con
perversión y cada vez respira de forma más errática. Me acaricia la espalda y se incorpora
volviéndome a tumbar debajo de él. Le sonrío con picardía y me lanza una mirada llameante.
Agacha su cabeza hasta atrapar con su boca uno de mis pezones, comienza a humedecerlo con
su lengua siendo una tortura para mí y un juego perverso para él. Me agarro a sus fornidos brazos,
hundiendo mis dedos en su piel. Una sonrisa divertida se le escapa y me pierdo de placer.
Hace unos minutos, acabo de tener el orgasmo más increíble de toda mi vida, pero debe de ser
que llevo tanto tiempo en sequía que vuelvo a sentirme excitada.
Se levanta y coge un preservativo de su cartera.
Le ayudo a quitarse los calzoncillos y libera su erección.
La atmosfera entre ambos está cargada de tensión y deseo.
Estamos completamente desnudos y él me sonríe con intensidad. Se coloca el preservativo y
comienza a juguetear conmigo, se roza contra mi sexo, abriéndose paso entre mis pliegues, pero
sin llegar a entrar. Lo agarro por las nalgas y tiro de él hacia mí, pero me ignora y sigue con ésta
dulce tortura, se ríe y es una risa ronca y despreocupada. No puedo con ésta situación mucho más
tiempo.
—Iker… —comienzo a decirle jadeante. —Hazlo ya. —Le ordeno.
Entonces, me obedece y entra en mí, gimo al sentirlo completo en mi interior. Iker, se detiene y
noto como mi cuerpo se adapta a él. Siento como clava su mirada en la mía y ésta tenso, pues
aprieta su mandíbula ya que se está conteniendo.
Poco a poco, comienza a moverse despacio, de forma delicada y busca mi boca para besarme
con pasión. Entonces, va cambiando el ritmo y se comienza a mover más fuerte, más seguro, más
rápido. Clavo mis dedos en sus brazos y siento un escalofrío que me recorre todo el cuerpo.
Me agarra con firmeza por la coronilla y no puedo evitar echar mi cabeza hacia atrás. Siento la
tensión acumularse en mi interior, como una bola de fuego que me quema y está a punto de estallar
en mil pedazos. Me muevo contra su sexo, recibiendo sus embestidas. Iker, me acaricia la mejilla
y gimo de placer.
—Iker… —Logro decir su nombre para liberar tensión.
—Eres preciosa. —Murmura y me besa.
Tiemblo, al sentir que no aguanto más ésta dulce tortura.
Su aliento en mi piel.
Su cuerpo y mi cuerpo.
Nosotros.
Iker, suelta un gruñido, y yo gimo bajito, de forma que hace que la tensión desaparezca de mi
cuerpo. Me aferro a su pelo, la tensión explota en mi interior y me azota, rompiéndome en mil
pedazos.
—Joder… Martina. —Gruñe.
Me besa con necesidad y se pierde por completo en mí.

***
El resto del día, se llevo diluviando y la verdad, que estaba en el paraíso junto a él.
No me quería mover de allí.
Parecía un sueño.
Que estábamos en nuestra burbuja y allí adentro todo era perfecto.
Iker, encendió la chimenea y me pase todo el día acurrucada a él.
Esa noche, hicimos el amor varías veces más. Un amor pasional, insaciable, desesperado y con
tantos sentimientos… que se me quedaría grabado para toda la vida.
Cuando me despierto bajo la dulce luz de la mañana, Iker, no ésta en la cama. Sonrío como una
tonta al recordar todo lo que ha pasado en los últimos dos días… en como me ha cambiado la
vida.
Me levanto y lo encuentro en la cocina preparando el desayuno. Ésta con el bóxer puesto, me
acerco a él y lo rodeo con mis brazos. Iker, se gira para mirarme y apoyo mi cara en su pecho,
recibiendo un dulce beso de buenos días. Me detengo a oír su corazón y siento que late en
consonancia con el mío.
—Buenos días osita… —Susurra, a la vez que me acaricia mi espalda, descendiendo hasta mis
nalgas y dándole un pícaro apretón.
—Buenos días, —murmuro con una sonrisa. —¿Qué preparas?
—Creps con chocolate. —Me dice, a la vez que menea las cejas para darle énfasis y yo me
echo a reír. —¿Tienes hambre?
—Mucha. —Le digo y le doy un pequeño mordisco en el cachete.
Él, se separa de mí para seguir con el desayuno y yo me siento a contemplarlo en una silla.
Para mi sorpresa, Iker lanza los creps al aire para darle la vuelta en la sartén. Sonrío al verlo y él,
al darse cuenta de que lo observo, sonríe de oreja a oreja y me guiña un ojo.
Cuando me pone el creps por delante, huele de maravilla y no está quemado. Me quedo
mirándolo fascinada. Veo que junto a mí hay, otro plato con varios creps que forman una pequeña
torre con chocolate por encima.
—¿Qué te parece? —Me pregunta, a la vez que me quita un trocito de mi creps.
—Que cada día, me sorprendes más. —Le respondo feliz.
—Me gusta tenerte intrigada… —Me dice, susurrándome en mi oído.
Iker, se encoje de hombros y se sienta junto a mí, dándole un mordisco a su desayuno.
Entonces lo comprendo, sonrío al entender todas esas películas romanticonas que tanto me
gustan, que reflejan que cuando te enamoras sólo estáis los dos.
Que cuando encuentras a la persona adecuada, todo con él suma y parece sacado de un cuento,
pero es real. Porque vuestras almas van en total consonancia.
He tenido la suerte, de encontrar lo que no andaba buscando. Y sin planearlo me enamoré de él.
—Muy bien glotona… —comienza a decirme Iker. —Cuando desayunemos y recojamos todo,
nos tenemos que ir, porque trabajo está noche.
—Vale, sin problemas. —Sonrío porque me siento la mujer más feliz y afortunada del mundo.
17

UNAS SEMANAS DEPUÉS…


Desde hace unas semanas, parece que vivo en un sueño y si es así, no quiero despertarme. Por
primera vez en mi vida, todo parece tener más sentido que nunca.
Con Iker, todo es completamente diferente.
Todo es nuevo, pero a la vez existe entre ambos una enorme confianza, que me hace sentirme,
más segura y relajada conmigo misma.
Desde que regresamos de aquella maravillosa casa de la sierra, toda mi vida ha dado un giro
de ciento ochenta grados. Claro que aún no les he contado nada de lo ocurrido a mis amigas; y eso
cuenta con que tampoco se lo he contado a Sol y a José. No les he dicho aún nada, porque todo va
tan bien, que tengo miedo a que se estropeé.
Estás semanas, ha sido un continuo ir y venir de risas, buenos momentos, caricias y sexo. El
mejor que he experimentado en mi vida.
Claro que no sé hasta dónde nos va a llevar todo esto, pero por ahora todo va estupendamente.
Iker y yo, hemos forjado una relación que jamás imaginé que podría ser así.
Además, parezco estar en racha, me han llamado está misma mañana para concertar una
entrevista de trabajo. Bueno realmente, me han dicho que es para hablar y firmar contrato…
Para trabajar ¡DE LO MÍO!
Sí.
De periodista.
¡OLE! ¡OLE!
En una cadena de radio, aquí en Madrid.
Estoy que ni me lo creo.
Cuando me dieron la noticia, di un gritito de felicidad, José y Sol, abrieron una botella de
batido de chocolate, como si de champán se tratase y brindamos por ello.
Hice una video-llamada con ellos, a cada una de mis amigas, las cuales hicieron un festeje y
me hicieron prometerles que lo celebraríamos como dios manda.
A Iker, no le he dicho nada, pues tengo ganas de llegar su casa y contárselo todo en persona.
Quiero darle la noticia y ver la cara que pone cuando se entere.
Voy saliendo del trabajo, con una enorme alegría y estoy convencida que la cara de felicidad
que tengo, no me la quitan ni a tortas…
Pero claro… eso es muy relativo.
Todo cambia, el tiempo se detiene y tengo una mala corazonada. Siento un retortijón en el
estómago, cuando veo junto a mi coche de espaldas a un tipo, alto, corpulento, enchaquetado y con
su perfecto look de tonto y medio.
¡No puede ser!
¡No, no por favor!
Pero cuando se gira y me muestra su enorme sonrisa, me descompongo por dentro.
Adiós a mi perfecto día.
Ojalá que no sea real.
—Cariño, ¡qué guapa estás! —Ronronea.
—¿Qué haces aquí? —Le increpo molesta.
—Yo también me alegro de verte. —Me dice con pitorreo.
—¿Cómo me has encontrado? —Pregunto irritada.
—Siempre te encontraré pequeña… —Dice con petulancia, a la vez que se acerca a mí.
—¡Para! ¡No te acerques a mí! —Le ordeno histérica.
Miro en dirección a la cafetería y dudo en si volver dentro y esconderme hasta que se vaya.
Pero entraría detrás de mí y eso empeoraría las cosas. Debo de ser adulta y afrontar la situación.
Tengo que plantarle cara.
—Martina, relájate. —Me pide.
—Déjame en paz Víctor. —Le suplico, sintiendo la necesidad en mi voz.
—He venido desde el pueblo a hablar contigo. —Me dice a la vez que me muestra su mejor
sonrisa.
¡No!
No tiene ningún efecto positivo en mi esa sonrisa, al revés, solo me despierta ganas de zurrarle
de lo lindo.
<<¡Dale una torta!>> Gruñe mi mente, esa sonrisa me irrita más que el jabón en los ojos, ya no
me haces sentir nada parecido al amor… sólo me hace sentir irritación y asco.
—No tenemos nada de lo que hablar. —Le gruño y me monto en el coche bloqueando el cierre
de todas las puertas.
No espero respuesta alguna de su parte.
No tengo nada nuevo que decirle, de lo que ya le dije el día de nuestra boda. Para mí, sigue
siendo un ser despreciable y egoísta. No tengo nada que ver con él, se acabó. No quiero oírle, no
quiero sus disculpas, quiero que me dejé en paz vivir mi vida.
Enciendo el motor del coche y el idiota de Víctor, sigue delante de mi coche para que me baje y
hable con él. Me siento nerviosa e insegura, pero meto la primera marcha y le doy para adelante.
O se quita… o lo quito.
Sé que si no se quita, tendré que frenar en seco… pero, espero que no sea tan idiota de
quedarse clavado delante del coche y jugarse a que lo atropelle.
Víctor, ve venir lo que voy hacer y se aparta echándose a un lado. Lo dejo montándose en su
coche y entonces, veo como me sigue.
¡No puede ser!
¡No me puede estar pasando esto!
Intento despistarlo y me cambio de carril varias veces, me incorporó a otras calles sin
encender intermitente para así desorientarlo, pero no lo consigo.
Doy dos vueltas a la manzana de la casa de Iker y cansada de que esto sólo parece divertirlo.
Descartó la posibilidad de meter mi coche en el sótano, pues le daría tiempo a Víctor, de meter su
coche y seguirme. Así pues, aparco en la puerta del bloque de piso y me apresuro a entrar.
Miro con ansiedad hacia la conserjería para que Pepe, le impida entrar. Pero para mi mala
suerte no está.
¡Mierda! ¿Dónde se ha metido?
Oigo como la puerta de cristal no sé termina de cerrar y veo a Víctor entrar tras de mí.
—¿Dónde vas? —Le pregunto, cuando lo veo seguirme. —¡Qué me olvides! —Grito.
—¡Martina! Perdóname, tienes que escucharme…
Mis ojos se agrandan un poco más, al escucharlo decir eso. Pienso la posibilidad de subir
cómodamente en el ascensor. Pero no soportaría a Víctor, en un espacio tan reducido.
Así que, me decido por subir por las escaleras hasta el ático, comienzo a subirlas
enérgicamente y veo como me sigue.
—¡Qué no me sigas! ¡Qué me dejes en paz! —Le ordeno irritada y desesperada porque me
tome enserio alguna vez. Pero como veo que no me hace caso vuelvo a intentarlo. —¡Voy a gritar!
—Exclamo histérica.
—¿Más de lo que ya lo estás haciendo? ¡Vamos! No montes un numerito de los tuyos… bastante
liaste en la boda. —Comienza a recordarme con petulancia.
—¿Qué? —Pregunto atónita.
Me detengo al escucharlo decir eso y me giro para abofetearle la cara, pero observo que le
llevo ventaja y sigo subiendo los escalones de dos en dos, las piernas me pinchan como si tuviese
mil alfileres clavados en ellas, me queman…
¡Puta escalera!
¡Maldito Víctor!
—No tengo nada que escucharte… tuviste tiempo de arreglar las cosas. —Le digo
entrecortadamente. Me falta el aire. —Pero, lo que hiciste jamás tendrá arreglo.
Cuando llego a la última planta, siento que se me va a salir el corazón por la boca. Iker, está en
la puerta con el torso desnudo, lleva sólo con unos pantalones de deportes y tiene el rostro tenso.
Su mirada cambia, de la preocupación a la irritación, cuando ve a Víctor, tras de mí. De repente,
todo me parece que ocurre a cámara lenta.
—¿Qué cojones pasa? —Pregunta Iker, con voz tensa y preocupada. —He escuchado tus
gritos… —Me dice suavizando su mirada, al ver que estoy bien.
—Iker, él es Víctor y ya se iba. —Le digo con la respiración entrecortada, lo miro con
necesidad de que necesito templanza por su parte. —Vamos para dentro.
Pero me ignora cuando se dirige hacia Víctor y se queda a escasos centímetros de él. Iker, es
más alto y corpulento que Víctor, pero sé que la prepotencia de este, no lo va a retraer ante un tipo
como Iker.
—¡Aléjate de ella! —Gruñe y en el tono amenazante que lo hace, hasta yo misma me
estremezco. —Te ha dicho que la dejes en paz.
—¿Pero quién coño es este? —Me pregunta ignorando a Iker.
—Soy su novio. —Afirma Iker.
—¡Vaya! Martinita…Ya veo que no has tardado mucho en buscar a otro que te mantenga… No
has perdido el tiempo. —Dice para herirme con una sonrisa frívola. —¿Desde cuándo te van los
gorilas de gimnasio? —Me pregunta con chulería.
Iker, actúa por impulso y lo toma del cuello de la camisa. Es entonces, cuando veo que Víctor,
se arrepiente de haber sido tan pedante conmigo.
—Iker… —Le digo con falsa serenidad, trago saliva y tomo aire, a la vez que pongo mi
diminuta mano, en su enorme brazo. —No merece la pena.
Pasan varios segundos de tensión, hasta que veo que mis palabras surten efecto en él, que
aparta la mirada de Víctor y me observa confundido. Sigo con mi mano apoyada en su brazo, Iker,
mira mi mano y suelta a Víctor.
El muy idiota comienza a reírse, ante la gran estupidez que sufre.
—¡Vaya! Este gorila es tu marioneta… —Vuelve a pinchar Víctor. —Buen chico.
Pero antes de que Iker, lo golpeé y se pueda meter en un buen lío, me pongo en medio de los
dos. Porque conozco muy bien al imbécil que tengo ante mis narices y sé, que si Iker, le pone un
dedo encima y se entera que es policía… No pararía hasta hacer que le quitasen la placa.
—Víctor, ¡cállate la boca y lárgate! —Le ordeno, a la vez que me pongo de espalda a Iker y me
pongo de frente a él.
Le planto cara como es debido.
Ésta vez, no voy a salir huyendo, como hice el día de nuestra boda que me fui para no aguantar
más el bochorno. Ésta vez, pienso quedarme, hasta verle la espalda y perderlo de vista para
siempre.
—¿Sabes? No siento nada por ti, no te quiero… pero, tampoco te odio. Me has enseñado todo
lo contrario al amor y te lo agradezco, porque gracias a eso, puedo compararlo con lo que
realmente siento por él. No es un musculitos, —le digo haciendo una pausa. —Es una gran
persona, con un enorme corazón y me hace sentirme bien.
Mi voz se rompe, por la angustia de estar soportando toda la tensión, de ésta absurda situación.
Por eso, me detengo, la boca se me seca, trago saliva y lo miro con falsa impasibilidad.
Estoy nerviosa, pero no quiero demostrárselo.
Víctor, no dice nada durante unos segundos, sólo se le dibuja una sonrisa de suficiencia en la
cara.
—Estás muy equivocada, pero vale… —dice con aparente tranquilidad. —Él no te hará tan
feliz como te hice yo; y lo sabes… éstas engañándote a ti misma.
Veo a Iker, junto a mí, está tenso y sus puños apretados, se está aguantando por mí. Lo sé, lo
conozco y tiene muchas ganas de zurrarle de lo lindo al gilipollas de Víctor. Pero, no es la mejor
solución.
—Hasta luego Martinita… porque sé que volverás. —Afirma con seguridad y me lanza una
sonrisa seductora.
Me siento vulnerable, pero me cruzo de brazos intentando que toda mi coraza no se rompa por
él. No pienso seguirle el juego, no voy a contestarle. Esa es la mejor respuesta que le puedo dar,
el silencio.
Me muerdo los labios y los aprieto, convirtiéndolos en una fina línea. Víctor, al ver que no voy
a decirle nada más se marcha.
Cuando veo las puertas del ascensor cerrarse, mi cuerpo se relaja y sé, que aún me queda por
lidiar, otra discusión con Iker.

***
Tal como entramos en la casa, Iker, da un portazo cerrándola tras él. Me giro y veo su rostro
lleno de furia y confusión. Sé que tal vez este molesto o haya malinterpretado algo, pero le pienso
explicar todo, entre nosotros ya no quedaba nada y sin embargo con Iker, me queda aún todo.
Siento el ambiente tenso por todo lo que acaba de ocurrir, sigo aún nerviosa e Iker, está muy
cabreado.
—¿Qué cojones ha sido todo eso? —Me pregunta furioso.
—No lo sé, me lo encontré a la salida del trabajo. —Le comento, intentando aparentar serenidad.
—¿Seguías en contacto con él? —Vuelve a preguntarme.
Iker, ésta fuera de sí.
—¿Qué? —Le pregunto atónita. — ¡No! ¿Cómo puedes pensar eso? —Le pregunto molesta de
que dude de mí de esa manera.
-Pues, explícame lo que acaba de suceder. Porque he visto como te influyen sus palabras. —Juzga,
a la vez que me lanza una mirada hiriente.
—¿Qué? Nada más es mi ex, no hay nada que explicar Iker. Ha llegado al trabajo, me ha
perseguido y lo demás lo has visto tu mismo. —Le resumo brevemente.
—Yo creo que sigues queriéndolo. —Responde en piloto automático, está sumido en sus
pensamientos.
—¿Qué? No me has oído antes, ¿verdad? —Hago una pausa y al ver que no obtengo respuesta,
vuelvo hablarle. —No siento nada por él. —Intento que me oiga.
—Pues, a mí no me lo ha parecido, cuando él te ha dicho que volverías, tú te has quedado muda.
—Gruñe herido.
—No iba a seguir su juego… ¿No lo ves? —Le pregunto. —Es un gilipollas.
Iker, parece no escucharme, está bloqueado.
Su mirada es fría y desconocida.
No me dice nada más, se marcha hacia el dormitorio y veo como no piensa responderme.
Voy tras él cabreada.
—¡No me ignores Iker! —Le pido y entro tras él. —Además, no tendrías que haberte metido, lo
tenía todo controlado.
—Controladísimo. —Dice furioso, a la vez que suelta una carcajada irónica.
Comienza a cambiarse de ropa. Se pone unos vaqueros, una camiseta básica que coge del
ropero y su chaqueta de la moto. Se marcha.
—¿Dónde vas? —Le pregunto irritada. —¡Estamos hablando!
—No estamos hablando Martina, estamos discutiendo. Así que, me voy. —Hace una pausa. —
Y no creo que discutir mejore nada. Y mucho menos, ahora que estamos tensos.
Sin esperar que le responda, Iker, sale de la habitación dejándome con mil cosas que decirle.
Siento la amargura en mi boca, al recordarme a la similitud de ésta situación con otras discusiones
que tuve con Víctor, en su día, siempre se marchaba dejándome con la palabra en la boca.
—¡Iker! —Le digo y salgo al pasillo viendo como sigue caminando hacia la puerta y no se gira.
—Iker, por favor, no te vayas. —Le ruego.
Al cabo de unos segundos, oigo la puerta cerrarse y entonces siento que algo se vuelve a
romper en mí. Las lágrimas se agolpan en mis párpados amenazando con salir y un nudo mudo me
oprime la garganta.
Me cuesta respirar. Este mal sabor de boca, no es más que una pesadilla, que me confirma
que… la historia se repite.
Iker, se ha marchado, debería haberse quedado.
A pesar de que nos estuviésemos gritando, de estar irritados y más sensibles de lo normal. Lo
hubiésemos arreglado juntos. Pero marchándose de esa forma, las cosas no se arreglan, se
estropean más.
Lo llamo al móvil, intentando quemar el cartucho de esperanza que me queda y dando una
oportunidad de que no está todo perdido.
Que va a darse la vuelta.
Que va a volver a la casa.
Pero, tras hacer tres llamadas y no obtener respuestas de él… sé que a pesar de quererlo… No
puedo dejar que la historia se repita.
No doy crédito de lo que acaba de suceder.
¿Como en cuestión de minutos te puede cambiar la vida?
¿Por qué?
No podemos salir huyendo de nuestros problemas, de nuestras preocupaciones, de las
discusiones.
No podemos huir de nuestra realidad.
Tenemos que quedarnos, plantarle cara a todo y solucionarlo juntos. No podemos tirar en
dirección contraria, pues eso sólo hace que la cuerda de nuestra relación se rompa.
No puedo, permitirme caer en la misma encrucijada que con Víctor.
Presiento que la historia se repite.
Mi mente se llena de malos momentos similares a este y no veo otra solución que marcharme.
Es la primera discusión que tenemos desde que estamos juntos; y va y se larga…
El problema de todo esto es, que me parecía vivir en un sueño y al despertarme la ostia ha sido
grande, terrible, monumental y dolorosa.
Esto no puede funcionar, si cada vez que algo no vaya bien, él va y se larga.
No puedo quedarme aquí más tiempo, debo de protegerme antes de que me enamore más de él y
entonces, me sienta tan adicta a él, que sea incapaz de imaginarme sin Iker.
Entonces, sé que es el momento de recoger mis cosas y marcharme sin mirar atrás.
18

DOS MESES DESPUÉS…


Mi despertador vuelve a sonar, después de haberlo pospuesto tres veces… tengo que
levantarme ya, o llegaré tarde a trabajar. Dejo a Lucy relajada y dormida plácidamente sobre su
camita.
La tenue luz de la mañana ilumina la pequeña habitación.
Aún es temprano.
Abro la ventana y la fría brisa del alba, me acaricia cada palmo de mi piel, haciéndome sentir
que estoy viva.
El olor a césped, recién cortado de las aceras, me hace recordar al fin de semana que pasé en
casa de mi padre, hace apenas una semana.
Por fin, volví al pueblo.
Después, del estrepitoso encuentro con Víctor y de toda la discusión con Iker. Me sentí con
fuerzas de volver al lugar donde me han visto crecer.
Pase un fugaz fin de semana junto a mi padre, mi tía Elo y mis amigas, incluido José y Sol, que
también se vinieron… un finde que me ha servido para recargarme de vitalidad, para volver a la
rutina.
Pese a todo, han pasado dos meses.
Dos eternos meses, sin volver a saber nada de él.
Aquel día tuve experiencias agridulces, porque había conseguido un trabajo de lo mío… y de
repente, sin previo aviso, mi mundo se volvió a poner del revés.
Dejándome de nuevo, en el punto cero.
Ese día, recogí todas mis cosas y me marché a casa de José, me dio alojamiento hasta que no
encontré un piso a las afueras de Madrid, para mí sola.
Dejé la cafetería, para comenzar el nuevo trabajo.
Pero, sigo viendo todas las semanas a mis amigos.
Claro que les hice que me prometieran que no le dirían a Iker, nada de mi paradero. Les hice
prometer, que ellos le mentirían diciendo que no habían vuelto a saber de mí.
Ni siquiera Sol a Albert, no quiero que sepa nada de mí.
No quería que me encontrase.
Sin embargo, cada día que pasa, tengo la sensación que estoy intentando sobrevivir dos meses
después de Iker.
Es absurdo, sentir tanto por una persona con la que solo he compartido un breve período de
tiempo.
Pero, cada instante vivido con él, fue tan distinto, tan único, tan intenso. Que se me ha quedado
grabado bajo mi piel.
Nunca antes me había sentido tan viva, tan querida, tan enamorada.
Mi nuevo hogar es un piso, pequeño y acogedor. Que tiene todo lo necesario y es precioso.
Solamente, tiene una habitación diminuta que es el cuarto de baño, el resto del piso es una mezcla,
de dormitorio-salón que se divide por una pequeña barra americana de la pequeña cocina.
Sí todo muy diminuto y pequeño.
Pero, es para mí sola.
Es mi hogar, mi santuario, mi refugio…
Es tan pequeño, como una caja de cerillas. Pero es el lugar perfecto.
Me ha venido muy bien este cambio de aires.
Mi nuevo hogar, es tranquilo, hay poco bullicio y reina el silencio.
Es un lugar nuevo para mí.
Justo lo que necesito, un lugar sin recuerdos.
Tardo una media hora en llegar hasta el trabajo, pero no me importa. Es maravilloso estar lejos
de la ciudad, del estrés y sobre todo… de los recuerdos.
El tiempo pasa volando, entre una multitud de caras nuevas, cosas que conocer cada día en el
estudio y el experimentar nuevas sensaciones en mi nuevo trabajo.
He estado narrando, cada mañana, un programa matutino para comenzar el día animando a los
radioyentes. Se llama “Venga despégate de las sábanas.”
Trabajo junto a mi compañero Fernando, al que todos llamamos Fer. Es un chico, con grandes
dotes de humor.
Él lleva varios años trabajando en ésta emisora y comparte conmigo, el nuevo programa que
está siendo todo un éxito. Todos mis compañeros de producción son muy amables y serviciales.
Hay muy buen rollo entre todos y da gusto, trabajar cada día con ellos.
He salido varios viernes a almorzar con ellos y Fer, me ha pedido ir a cenar un día los dos
solos, pero no tengo ánimos, a pesar de ser muy mono, no me atrae.
Además, ir a cenar con él, podría parecer que quiero algo más y yo no tengo interés en empezar
nada con nadie.
Creo que ya ha desistido.
Mejor así.
No logro quitarme a Iker, de la cabeza, hay tantas cosas que me recuerdan a él, si veo un coche
patrulla me pongo tensa pensando en que podría ser él, si veo una pareja que caminan juntos por la
calle, me entra la melancolía y es que es inevitable.
Hasta el chocolate me recuerda a él.
Al principio pensé que sería algo pasajero, pero estaba muy equivocada.
Me he sentido más viva, con él durante el breve tiempo en el que estuvimos juntos, que con
Víctor, en cuatro años.
Aunque las comparaciones sean odiosas, no podía evitar compararlo con Fer o con Víctor y
ninguno me hacía sentir tan bien… como me hizo sentir Iker.
Las llamadas de Iker, no cesan, me llama varías veces todos los días. Pero espero que pronto
se canse y deje de intentarlo.
Que se dé por vencido, que se olvide de mí.
Que sea como si nunca hubiese existido.
Entonces, cuando cesen sus llamadas, tal vez, su ausencia comience a doler menos.
Desde el día que se marchó de su casa, dejándome allí no he vuelto a saber de él. No leí ningún
mensaje suyo, ni he respondido a ninguna llamada.
Después, de la discusión que tuvimos, Iker me llamó entrada la madrugada, supongo que lo hizo
cuando regreso a su casa y vio que ya no quedaba nada de mí en ella.
Le dejé la sudadera que me regaló, con la que comenzó nuestra amistad, también le dejé las
fotos que me había regalado impresas de momentos que habíamos pasado juntos y la copia de
llaves que me entregó.
Mis amigas me dicen que si insiste tanto en hablar conmigo, debo dejar que lo haga. Pero, no
me encuentro con fuerzas para hacerlo.
No soy capaz de oír su voz una última vez.
Me angustia la idea de pensarlo, no quiero.
Yo solo quiero pasar página, conocerme a mí misma, darme una oportunidad de ser feliz sola.
Tampoco es tan horrible.
Mis amigos saben que ya no vivo con Iker, que algo paso entre nosotros. Pero, les he pedido
tiempo a todos, para contarle lo que realmente sucedió.
Porque recordar aquel momento tan amargo, es como ponerme sal en una herida.
Duele, escuece y es insoportable.
No quiero hablar de ello, tal vez solo sea cuestión de tiempo y me olvide de su maravillosa
sonrisa, de su mirada sincera, de sus abrazos que eran vida y de su amor que parecía
incondicional.
La mayor parte del tiempo, intento mantenerme distraída haciendo cosas que me eviten pensar
en él, en nosotros.
Lo hago con música en general y me atiborro de leer libros sin parar. Es una forma de evadirme
de la realidad y de no pensar.
Todas las tardes salgo a correr, hasta que mis piernas no pueden más por el agotamiento.
Intento tener la mente tan aturdida como sea posible, porque no quiero volver a llorar, otra vez
no…
Cojo mi bolso, me pongo la chaqueta y me dirijo a la puerta, con un pequeño termo con café.
He perdido el apetito, me cuesta comer.
Aunque, me esfuerzo por tomar algo en cada comida. Me he aliado a la cafeína que es lo que
me mantiene en marcha y al chocolate, que me endulza las penas, aunque me recuerde a él.
Una parte de mí no quiere olvidarlo.
Simplemente, quiero que deje de doler al recordarlo.
Una vez en la calle, inspiro profundamente el aire fresco de la mañana. Intento inundar mi
pecho de el, para así intentar llenar este vacío tan grande que tengo en mi pecho.
Siento un dolor tan agudo, como si me hubiesen clavado mil alfileres en el corazón.
Doy un sorbo al café, para así intentar mezclar y reducir el sabor amargo que tengo en la boca,
desde aquel día. Pero nunca logro borrar ese sabor, a veces pienso que está angustia me
acompañará, toda la vida.
He intentado establecer una rutina.
Cada mañana me despierto temprano, me marcho para la radio y comienzo a preparar el trabajo
que tengo que hacer.
Me obligo a comer algo, porque sigo perdiendo peso y a este paso, me voy a quedar sin ropa
que ponerme.
Intento no llorar cuando la angustia reboza en mi interior.
Cuando me siento que estoy al límite, me pongo los cascos y oigo música sin cesar. Subo el
volumen e intento acallar los recuerdos.
Todas las noches, me voy a dormir temprano y deseo, que al día siguiente duela menos. Que sea
un día mejor y que no piense tanto en lo que pudo haber sido.
A veces, cuando sueño con Iker, me despierto sudando angustiada, entonces, cierro los ojos y
parece que lo veo a él. Mirándome con dulzura y pasión, junto con su risa.
¿Dónde quedó todo?

***
Una vez más, he llegado hasta el estudio en piloto automático.
¡No puedo seguir así!
No me he fijado en nada durante el camino. Me recrimino a mí misma, he estado distraída
desde que me he despertado y todos mis pensamientos, han girado nuevamente en torno a él.
Me aprieto las sienes, intentando concentrarme en el programa de ésta mañana, es un programa
alegre, donde se intenta empezar el día con energía positiva y humor.
Además, de que ponemos las canciones que son éxito del momento.
Es irónico ¿verdad? Yo que estoy más lúgubre que un cementerio. Finjo ser la persona más
feliz y positiva de la faz de la tierra.
Cada día, intento concentrarme en el programa y me pinto una sonrisa mientras dura.
Miro a Fer, que está radiante con su sonrisa arrebatadora que me hace un gesto de que entramos
en directo, en tres… dos… uno…
—¡Muy buenos días! Aquí estamos un día más junto con Martina. —Comienza a decir muy
animado Fer.
—¡Buenos días! Aunque para muchos os cueste despegarse de las sábanas… ¡Vengaaa
levantad! Sí ya vais para el trabajo, o simplemente estáis merodeando por casa… No hay mejor
manera de comenzar la mañana, que junto con nosotros. —Digo con simpatía.
—Muy bien, Martina… ¿Sabes de qué va el tema qué pondremos en redes sociales, para
comentar con todos nuestros radioyentes?
—No, Fer… no tengo ni idea. —Le respondo risueña, la verdad que mientras estoy en el
trabajo, desconecto de mis tristes pensamientos.
—Pues, no te lo vas a creer… pero a todos nos ha pasado. El tema de ésta mañana va ha ser
sobre… —Suena un redoble de tambores. —Qué cosas os habéis propuesto conseguir, como un
propósito… pero nunca encontráis el momento para cumplirlo.
—Vaya, Fer… Mi propósito cada día es dejar de comer tanto chocolate, pero no tengo la
voluntad suficiente. —Digo entre risas. —Ya sabéis para contactarnos por vía whatsapp al
número 712223000. Y no olvidéis, que podéis llamarnos cuando abramos la línea en unos minutos
para compartir con todos nosotros esas anécdotas. Además, que podéis comentarlo en redes
sociales, en nuestro Facebook y nuestro Instagram, usando el hastag #propositosincumplidos.
—Bueno mientras, os dejamos con la última canción de Ed Sheeran.

***
Cuando la canción deja de sonar, anunciamos que en cinco minutos abriremos la línea
telefónica para hablar en directo con nosotros. Animándolos, a que entre todos aquellos que
participen, se sortearán dos entradas para el próximo concierto de Manuel Carrasco, de su gira
La cruz del mapa.
Antes de abrir la línea de llamadas, comenzamos a reproducir, algunas notas de audio de
nuestros radioyentes que comparten sus anécdotas, contándonos que se proponen comenzar y nunca
lo logran hacer.
Me lo paso genial, mientras estoy en el estudio, adoro mi trabajo. Y me sirve para no pensar en
él, porque tengo que estar volcada, atenta y consciente de todo lo que hablo, es el único momento
del día que mi corazón se queda adormecido de dolor.
Soy feliz en mi trabajo, porque cada día, me sirve como si fuese una sesión de riso-terapia.
Pero, aún así, me sigue doliendo el corazón.
Porque, no es fácil aparentar que todo está genial por fuera, cuando por dentro me siento en
ruinas. Es una sensación agridulce.
—Bueno éstas son alguna de las anécdotas que a casi todos nos pasa… Hemos dicho que
abrimos líneas ¿no Fer?
—Sí, la cuestión es que mientras recibimos las primeras llamadas… el tiempo en siete
palabras. —Me sonríe para que no me trabe diciéndolo.
—Norte, lluvia. Resto buen tiempo. Suben temperaturas. —Digo con simpatía. —Muy bien,
aquí tenemos nuestra primera llamada. ¡Buenos días! —Comento, dando paso a nuestro oyente.
—Buenos días Martina, buenos días Fer. Soy Iker.
Esas dos últimas palabras hacen que me quede helada.
Sí, petrificada.
Mi mundo se detiene.
Esa voz… hace que se me revuelva el estómago y tiemble todo mi ser. No puede ser él, pero es
su voz… siento como se me acelera el pulso, mi corazón comienza a latir frenético y mi
respiración se hace irregular… estoy muy nerviosa.
—¡Hola Iker! —Saluda alegre Fer, ajeno a todo. —Muy bien, eres nuestro primer oyente en
directo de ésta mañana. Cuéntanos, ¿qué te propones empezar, pero nunca lo terminas?
—Verás… cada día me propongo contactar con una persona, pero nunca lo consigo. —Esas
palabras parecen flotar en el aire.
Fernando, me mira y creo que por la cara que tengo que tener de muerta, se da cuenta que algo
en mí no va bien.
Le hago un gesto de negación, no puedo hablar.
La angustia me oprime la garganta y no me sale la voz.
Las lágrimas amenazan con salir y me pican los ojos de aguantarlas.
Entonces, Fer, continúa la conversación por mí.
—Bueno, ¿por qué crees que deberías ganar las entradas que sorteamos en el programa de hoy
para el próximo concierto de Manuel Carrasco?
—No pretendo ganar nada, simplemente quiero que esa persona que está cada mañana narrando
con su dulce voz el programa, me deje explicarme. Pero, ella nunca me coge el teléfono.
—¡Oh, Martina! ¡Tenemos un admirador! —Fer, se da cuenta que es cierto lo que dice, porque
yo sigo muda.
—Martina, por favor escúchame. Lo que me propongo pero no consigo terminar, es aclarar
todo.
Oír esas palabras, hacen que reaccione y me quite los cascos.
No puedo seguir escuchando a Iker.
Un dolor punzante me azota en el corazón y las lágrimas comienzan a salir.
Fernando, que me ve tan mal, reacciona como un campeón y aborda la situación.
—Muy bien Iker, espero que tu Martina te haya escuchado y ya sólo te queda ser paciente y ver
si ella es capaz de hablar contigo. Que tengas una buena mañana. —Hace una pausa, me mira con
serenidad y me sonríe, dándome confianza de que todo está bien. —Bueno damos un descanso y
volvemos después de escuchar el siguiente bloque de música sin interrupciones. Que lo
comenzamos, con una canción tan perfecta de amor como es All of me, de John Legend.
Fernando, no dice nada, solo me contempla con serenidad. Acerca su mano a la mía y me da un
apretón para que me relaje. Me hace un gesto para que mire al jefe de producción, que me indica
que salga del estudio y me despeje.
Sin dudarlo, salgo de allí, sintiéndome un desastre.
No puede ser verdad lo que acaba de pasar.
Siento que todo lo que he intentado olvidar, ha aflorado en cuanto he oído su voz. Todo este
tiempo, queriéndome mantener lejos de él, ha sido inútil.
Soy un conjunto de emociones desordenadas andante.
Me vienen muchísimos recuerdos con él, recuerdos que se me han metido bajo mi piel y me
duelen.
Camino, buscando el baño, tengo que dejar de llorar, no quiero comenzar el día así.
Entonces, mis piernas dejan de responderme, me quedo paralizada. Pero mi corazón comienza
a latir más fuerte, más rápido, como si de un caballo desbocado se tratase. Mis ojos se abren un
poco más y trago saliva para suavizar mi garganta. Me muerdo el labio nerviosa al ver a Iker, que
camina hacia mí…
No es real, seguro que me he desmayado y estoy soñando.
Pero, lo veo como sigue caminando hacia mí con paso seguro y decidido. Parece que todo
sucede a cámara lenta.
Aún lleva el uniforme puesto y a pesar, de todo el tiempo que ha pasado, desde la última vez
que lo vi, sigue estando terriblemente guapo.
Tiene el pelo un poco más largo desde la última vez y su mirada parece cansada. Se detiene
justo delante de mí y yo me cruzo de brazos, abrazándome a mí misma, intentando recomponerme
de lo que está pasando.
—Martina, por favor… no sé qué hacer para poder hablar contigo. Déjame explicarme. —Me
ruega.
Su voz suena como un alarido desesperado de dolor.
Él también está nervioso, tiene la mandíbula apretada y todos sus músculos están en tensión.
Me fijo en su barba incipiente, que solo lo hace más hermoso aún.
No soy capaz de pronunciar ni una sola palabra.
Entonces, asiento para que se explique. Veo como su nuez baja y sube, se moja los labios antes
de hablar.
—Verás, cada día intento olvidarte. Pero, no puedo, porque cada rincón de casa me recuerda a
ti. Cada día me propongo disculparme de lo estúpido que fui, pero no puedo, porque no he podido
hablar contigo… Cuando supe que trabajabas aquí, pensé en venir, tal como me enteré. Pero, la
verdad que no he encontrado las fuerzas suficientes, hasta hoy, de hablar aquí contigo, de
enfrentarme a la realidad. De que me digas que no quieres volver a saber de mí, que ya no formo
parte de tu vida… Y lo comprendo —Hace una pausa derrotado. —Fui un estúpido aquel día…
Iker, se detiene, me mira con ansiedad y yo no puedo más, rompo a llorar. Las lágrimas surcan
mis mejillas, entonces Iker, me las seca con el pulgar y toma aire.
—Martina, desde que apareciste en mi vida, fuiste como un remolino. Pusiste todo mi mundo
patas arriba, me desordenaste, de la forma más bonita que puede existir. Haciéndome sentir vivo,
haciéndome ver que todo merecía la pena y después, entre tanto desorden te perdí a ti. —Hace una
pausa. —Perdóname. Empecemos, como tú siempre sueles decir… en el punto cero. Me
equivoqué, no tendría que haberme marchado nunca de tu lado, porque eres el único lugar en el
que quiero estar.
Jamás en mi vida, pensé que sentiría tanto amor, al escuchar la sinceridad de sus palabras…
Si no le cogí el teléfono cada vez que me llamaba, fue por temor. Miedo de tener que
enfrentarme a oírlo despedirse de mí. Miedo a aceptar la realidad de que nuestras vidas
continuarían por separadas.
Ver a Iker, tan vulnerable, solo me hace darme cuenta que bajo esa fachada de tipo duro, se
esconde un hombre bueno, con un gran corazón. Sus ojos albergan esperanza y yo después de
todo… no voy a ser tan idiota de desaprovechar este momento.
Por supuesto que quiero, lo quiero.
Entonces, entre tantas lágrimas sonrío, una sonrisa sincera que me sale desde el corazón.
—Empecemos, en el punto cero.
IKER
Ha sido una noche agotadora y no hemos parado en la comisaría. Ha habido mucho revuelo, al
ser viernes noche y haber un partido de futbol donde las calles estaban llenas de hinchas del Paok,
un equipo griego.
Así que, menos mal que ya acabé mi turno y he regresado a casa. Joder, la alarma va a sonar en
unos minutos y yo sólo llevo media hora en casa.
Verla dormida de nuevo en mi cama, me parece un sueño. Por fin, accedió a volver a venirse a
vivir conmigo.
Claro que comenzamos en el punto cero, tal como le prometí. Le respete su espacio, cada uno
vivíamos en nuestra casa y nos veíamos casi todos los días.
Quería que volviera a confiar en mí y yo, no me iba a ir a ningún lado sin ella. Pero, me moría
de ganas de volver a tenerla paseando descalza por casa, de verla poniéndole la comida cada día
a su gata y observar cuanto lo adora. Tenía muchas ganas, de escucharla tararear canciones y de
que al llegar a casa, está volviera a estar llena de vida.
Porque eso es ella.
Martina, es esa brisa de aire fresco que te hace sentir más vivo cada mañana. Ella, es capaz de
cambiarte el estado de ánimo con tan solo sonreírte. Ella, es pura energía y felicidad.
Martina, es todo lo que alguien puede imaginar tener en su vida. Y yo me siento afortunado.
Me meto la mano en el bolsillo de mi pantalón y saco la pequeña caja de terciopelo rojo. La
abro y observo una vez más el anillo. Es sencillo, pero resalta por su belleza. Sé que solo lleva un
mes de nuevo viviendo conmigo.
Pero ha pasado casi un año, desde el día que me colé en el estudio de radio, desesperado por
pedirle una oportunidad, no me hubiera perdonado a mí mismo si Martina, no me hubiese dado
otra oportunidad.
Y quiero hacerlo bien.
Que cojones, quiero toda mi vida a su lado.
Quiero casarme con ella, por eso, llevo desde que se mudo, con el anillo escondido… Porque
no tengo el valor de proponérselo.
Aún tengo que esperar, porque sé que como le enseñe el anillo sale corriendo. Sonrío y lo
vuelvo a guardar en mi bolsillo.
Martina, se mueve entre las sábanas adormecida y abre un ojo hacia el lado de mi cama. Me ve
sentado en la silla y entonces, se incorpora soñolienta. Se espereza de forma descarada y me
regala una amplia sonrisa llena de felicidad.
—Buenos días inspector. —Me saluda con amor.
—Buenos días osita. —Le respondo, sintiéndome afortunado.
Martina, sale de la cama con tan solo, una camiseta mía como pijama y se sienta en mi falda
con mirada pícara.
Sí, después de todo.
Mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados, ahora soy el inspector jefe de la policía
nacional de Madrid y me siento el hombre más afortunado del mundo por tenerla a ella como mi
compañera de vida.
¿Qué más puedo pedir?
Así que, creo que el anillo aún puede esperar.
En primer lugar, muchísimas gracias a ti querid@ lector@. Por vivir ésta bonita historia junto a
mí y convertirla en un pedacito tuyo. Espero, que hayas disfrutado de la historia de Martina,
porque es también vuestra.
Gracias a mi familia, por apoyarme de forma incondicional y aportar en esta aventura un
pedacito de sí mismos.
Sois maravillosos.
Gracias a mis padres, porque todo lo que soy y todo lo que espero ser, se lo debo a ellos.
Gracias a mi hermano, mi mitad. Que aunque estemos a miles de kilómetros, estás ahí, a
centímetros de distancia para ayudarme en todo, codo con codo.
Gracias a mi novio, mi confidente, mi lector cero favorito. Gracias por tu perspectiva y
sinceridad. Gracias por quererme tan bonito.
Gracias a tod@s, porque sois mi motivación para seguir escribiendo.
Gracias.
Kayla Laurels.
Julieta, es una chica normal, llena de metas, de sueños, de fuerza y de coraje. Pero a veces
la vida da giros inesperados.
Tras perder de forma injusta su empleo y finalizar sus estudios de fisioterapia; se encuentra
frustrada
y dolida con la vida.
Una familia desbordada de deudas y una oportunidad del destino. Un hombre difícil, de pelo
rebelde y con una mirada que le traspasa el alma. Julieta, se marcará un reto y no piensa perder.
Pero, justo cuando la vida parece sonreírle, ésta le da un revés. El regreso de un padre con un
pasado muy oscuro, que intentará conseguir su victoria cueste lo que cueste.
¿Será capaz Julieta de desafiar al destino y luchar con el coraje de una mujer valiente, por
aquello que ama?

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