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Para comprender los factores que llevaron a los europeos a llegar al nuevo mundo, hay que
entender la necesidad de las coronas europeas de incorporar nuevas fuentes de riquezas para
solventar los enormes gastos de sus monarquías, cada vez más centralizadas, y de la expansión
demográfica. Muestra de este afán de descubrimientos, son las grandes exploraciones
geográficas llevadas a cabo durante el S. XV, además de, un progreso tecnológico que permitió
la navegación oceánica o de mar abierto (Brújula, astrolabio, carabelas). Fue el navegante
Cristóbal Colón, de orígenes inciertos (lo más probable es que fuera genovés), que intentó
convencer a las monarquías europeas de que era capaz de encontrar una ruta hacia Asia por el
oeste. Finalmente, la reina Isabel de Castilla aceptó, tras acabar la reconquista con la toma de
Granada (1492), en las Capitulaciones de Santa Fe ese mismo año. Es el 12 de octubre de 1492
cuando Cristóbal Colón llega a América (La Española, las Antillas).
Desde las Antillas los españoles organizaron las expediciones al continente americano,
centrando su interés en las áreas más civilizadas, Imperio Mexica e Inca. La conquista de
México en 1519 fue llevada a cabo por Hernán Cortés, el cual se internó hasta llegar a
Tenochtitlan y apresar a su emperador, Moctezuma II, por otra parte, Francisco Pizarro llevó a
cabo la conquista de Perú (1531), aprovechando la guerra civil entre los incas huascas y
Atahualpa, apresando a este último y apoderándose de Cusco, finalmente fundaron la ciudad
de Lima (1535). Dominar el territorio americano fue difícil debido a que los nativos conocían
perfectamente su geografía, Diego de Almagro y Valdivia conquistaron el Sur de Chile.
Todas estas conquistas fueron un constante entre los siglos XVI y XVIII, y supusieron un
auténtico choque entre civilizaciones, debido a ella se desestructuró el mundo de los pueblos
originarios y se vieron sometidos a la dominación europea, que impuso su lengua, religión y
cultura, utilizando en ocasiones métodos violentos e inhumanos, como recogen algunas
crónicas, especial mención a Fray Bartolomé de las Casas o Fray Diego de Landa con sus
denuncias sobre los abusos, en 1542 se elaboran las Leyes Nuevas para defender los derechos
de los nativos constituyéndose como las únicas leyes para los nativos que ha habido en
América. Con el paso de los años, las nuevas tierras conquistadas fueron incorporándose a la
Corona de Castilla y se fundaron dos Virreinatos, el de Nueva España al norte (Centroamérica y
las islas caribeñas) y el del Perú (por América del Sur hasta la Patagonia, a excepción de Brasil),
la máxima extensión del Imperio español llegaría entre 1580 y 1640, cuando se dio la unión de
la Corona Portuguesa y la castellana, por medio del matrimonio entre Felipe II y María
Manuela de Portugal.
HITOS DE LA LEYENDA NEGRA
La Leyenda Negra surge en Europa por las numerosas guerra que mantuvo el Imperio español,
esto le llevó a una situación de enemistad contra numerosos países (Inglaterra, Países Bajos,
Francia…), especialmente para aquellos cuya religión no era la católica (protestantes,
luteranos, anglicanos o calvinistas) que temían que al querer imponer una religión universal,
Felipe II quería convertirse en Monarca Universal, ya que esta figura regia hizo todo lo posible
para la defensa de la fe católica, lo que le costó ser presentado como un fanático y despótico
por su enemigos, que lo apodaron como el “Demonio del Mediodía”, alguno de los elementos
que asistieron a esta leyenda negra fueron:
- La distribución de libros y gran variedad de obras, que fueron usadas para alimentar la
Leyenda Negra, acusando al Imperio de fanatismo y crueldad a través de la Inquisición
y denunciando atrocidades de los españoles en sus conquistas (especialmente en
América). Algunos ejemplos son, Apología (Guillermo de Orange acusa a Felipe II de
matar a su hijo y su esposa por celos, odio y orgullo), obras de Reginaldo Gonzalo
Montano (mostraba algunas mañas de la Santa Inquisición española) o Brevísima
destrucción de las Indias (Fray Bartolomé de las Casas denunciaba los efectos
destructivos para los pueblos indígenas en América).
- La difusión de rumores de ámbito privado, con el fin de dar una imagen exagerada del
monarca, como la relación secreta con Ana de Mendoza, o la relación carnal con su
hermana Juana, y otras que lo presentan como sanguinario, cruel, sombrío, celoso,
fanático y mujeriego.
El problema esencial, básicamente se trataba de una mala integración, los moriscos convertidos
a la fuerza, realmente seguían conservando sus leyes, costumbres, modos de vida, y prácticas
religiosas islámicas, muchos de ellos formaban parte de comunidades agrícolas, con un
crecimiento demográfico mayor que el de los llamados “cristianos viejos”, con la amenaza de
desequilibrio poblacional que esto suponía. Además, existían otros factores que marcaban su
rechazo social como la alta oposición de la sociedad, su vinculación con la piratería y el
bandolerismo, sus posibles contactos con reinos islámicos (como turcos, berberiscos, Argel…)
que podían usarlos como punta de lanza para una conquista etc.
Finalmente, el real decreto de 1568, que prohibió la práctica de las costumbres y modos de vida
moriscos andaluces (vestimenta, costumbres, prácticas religiosas…), fue el detonante que
provocó la revuelta, iniciada en el Albaicín sin mucho existo, pero que rápidamente se propagó
y extendió por la región de las Alpujarras. Una rebelión social que finalizaría con la derrota
morisca, con la confiscación de bienes y la diseminación de los moriscos por el reino de Castilla,
estas medidas realmente no zanjaron el problema, ya que al final del reinado de Felipe III se
tendría que expulsar de manera total y absoluta a los moriscos de la Península, con graves
consecuencias en población y economía, especialmente en los reinos de Aragón y Valencia
(1609). La expulsión de los moriscos. Decretada por el rey Felipe III el 9 de abril de 1609 fue
acontecida de manera paulatina hasta 1614, fue sin duda otra de las grandes causas que
acentuaron la crisis demográfica, contribuyendo a la pérdida de población del siglo XVII. A pesar
de que la cuestión demográfica ya era un hecho, la expulsión fue llevada a cabo, además de por
su tenacidad en el abandono de sus costumbres y religión musulmana, otro de los grandes
problemas para la época fue que con la crisis que estaba teniendo lugar suponían una fuerte
competencia de trabajo para el campesinado. Se estima que el número de moriscos rondaba las
319.000 personas, suponiendo en torno al 5-6% de la población total de España, con un total de
8 millones de habitantes. Especial importancia tuvo este suceso a lo largo de la costa del levante,
donde residía aproximadamente el 60% de su población, en Valencia por ejemplo suponían el
33% (135.000 moriscos) y para el año 1612 ya habían expulsado a 117.000 moriscos. En Aragón
se gestionó eficazmente su expulsión y para el año 1610, habían sido expulsado unos 42.000 al
norte de África y otros 14.000 a Francia, también en Castilla se llevó a cabo la operación, aunque
debido a la resistencia que ofrecieron la expulsión duró hasta 1614. Con la conclusión de la
campaña, habían sido expulsados en torno a 275.000 moriscos, lo que supuso la pérdida del 4%
de la población para España.
LA REBELIÓN DE LOS MORISCOS DE LAS ALPUJARRAS: CAUSAS Y CONSECUENCIAS
A pesar de que esta rebelión tuvo lugar bajo el reinado de Felipe II (1568), el problema morisco
se había germinado y fraguado con anterioridad. Con la toma de Granada (1492) por los Reyes
Católicos, se disuelve el último bastión musulmán de la Península Ibérica, finalizando también
el periodo considerado de Reconquista. Políticamente la intención de Castilla fue siempre el de
absorber y asimilar Granada lo más rápido posible, dejándole sin ninguna autonomía,
generando una especie de colonialismo dentro de la propia Península: unos colonos nuevos,
una población sometida, con una opresión civil y militar. En un principio se respetaron las
leyes, costumbres, religión y tradiciones de los nuevos súbditos musulmanes, a través de una
política evangelizadora benevolente e integradoras, pero poco a poco esta situación se fue
radicalizando hacia políticas más restrictivas, es el caso de la obligación a la conversión forzosa
ocurrida en Castilla en 1502. Estos cristianos forzosos, “cristianos nuevos” o moriscos, seguirán
planteando problemas a lo largo del reinado de los primeros Austrias, a pesar de intentar
tomar medidas como la creación de la Inquisición (combatía la herejía y desviación de los
dogmáticos cristianos).
Finalmente, el real decreto de 1568, que prohibió la práctica de las costumbres y modos de
vida moriscos andaluces (vestimenta, costumbres, prácticas religiosas…), fue el detonante que
provocó la revuelta, iniciada en el Albaicín sin mucho existo, pero que rápidamente se propagó
y extendió por la región de las Alpujarras. Una rebelión social que finalizaría con la derrota
morisca, con la confiscación de bienes y la diseminación de los moriscos por el reino de
Castilla, estas medidas realmente no zanjaron el problema, ya que al final del reinado de Felipe
III se tendría que expulsar de manera total y absoluta a los moriscos de la Península, con
graves consecuencias en población y economía, especialmente en los reinos de Aragón y
Valencia (1609).
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS ENTRE LAS CORTES DE CASTILLA Y ARAGÓN
Las Cortes de Castilla y las de Aragón tenían un carácter muy diferente debido a las
particularidades históricas de ambos reinos.
Una de las principales diferencias reside, en que la primacía del rey sobre las Cortes siempre
fue mucho más clara en territorio castellano, con un carácter consultivo sin poder para legislar,
negociar o impedir la reparación de agravios, que quedaba totalmente subordinado al
monarca, estas habían vivido su momento álgido bajo la dinastía Trastámara, pero se
redujeron a un órgano de representación del patriciado urbano, a través de 2 procuradores
por cada una de las 18 ciudades con derecho. En Aragón también tenían un carácter
consultivo, pero gozaban de capacidad legislativa, ya que los nuevos proyectos que presentaba
el monarca debían de contar con su aprobación en la sesión de clausura antes de obtener los
subsidios.
Ambas Cortes eran convocadas por mandato real, pero la asistencia a las mismas tenía
diferentes consideraciones, en las castellanas era un privilegio a diferencia que las aragonesas
donde era considerado un derecho. Esto hizo que las Cortes Castellanas quedasen convertidas
en meros instrumentos de ratificación de las decisiones reales, convocados en casos de
absoluta necesidad y donde el monarca procedía de manera más absolutista, en cambio, en
Aragón, debido a la tradición pactista, existían unas Cortes Generales y otras diferenciadas
para los territorios que las componían (Aragón, Valencia y Cataluña), además, en estas estaban
representados por los 3 estamentos (4 en las aragonesas, con los caballeros), nobleza, clero y
tercer estamento o pueblo llano, con una representación de 12 ciudades. Aunque también las
Cortes aragonesas se dedicaran a la aprobación de impuestos, la votación de los nuevos
tributos se llevaba a cabo tras presentar al rey un memorial de agravios con todas sus
peticiones, gozando de capacidad legislativa, ya que los nuevos proyectos debían contar con la
aprobación de las Cortes.
También hay que mencionar otra diferencia significativa, esta era la existencia de organismos
permanentes que vigilaban el cumplimiento de los acuerdos entre convocatorias, como la
Diputación de Aragón o la Generalitat de Catalunya.
Por último, mencionaremos el caso de Navarra, en el cual las Cortes también se convocaron
con asiduidad y mantuvieron cierta autonomía.
AUDIENCIAS Y CHANCILLERIAS
También quisieron reorganizar la Administración Real, que estaba dividida en tres niveles:
La chancillería de Valladolid, fundada por Enrique II, a través de una ordenanza a la que se le
atribuyen las ciudades del al norte del Tajo y las del Sur de este, por la chancillería de Granada.
La chancillería de Valladolid tenía una sola y el juez mayor de Vizcaya, para atender las
apelaciones de este señorío. La sentencia de las chancillerías era inapelable e inamovible, sólo
en casos de extrema gravedad se podía acudir al Consejo Real. Las audiencias eran, también,
tribunales de apelación, pero con menos categoría que las chancillerías. En el siglo XVI se
crearon otras nuevas como La Coruña o Sevilla.
EL DIEZMO Y EL EXCUSADO
La Iglesia Católica, dentro de la Monarquía Hispánica, pertenecía a uno de los grupos sociales
considerados como privilegiados, no estando obligada al pago de impuestos a la Corona,
además, tenía la potestad de cobrar impuestos al pueblo llano.
-El diezmo, era un impuesto eclesiástico que cobraba la Iglesia a las clases más humildes o
pueblo llano, gravaba al campesinado de cada parroquia con un 10% (de ahí su nombre) de lo
producido, esta cantidad servía para el sustento del clero en cada parroquia, existiendo
diferencias en lo recaudado, según la importancia de cada una de las parroquias.
-El excusado por su parte, se trata de un impuesto de la Corona, que, previa autorización del
Papa de Roma consistía en el cobro, por parte de la Hacienda Real, del diezmo que había de
pagar la familia más importante de cada parroquia, lo que llegaba a producir problemas
financieros y de empobrecimiento, a aquellas parroquias donde la familia importante fuera un
porcentaje muy elevado del diezmo total. Esta prerrogativa papal de cobrar impuestos
eclesiásticos, o participar en ellos a la Corona, se extendía a otros impuestos, como los “Tercios
Reales”, cobro de la Corona de 2/9 partes del diezmo, las “Bulas de Cruzada”, emitidas con el
objetivo de conseguir financiación contra el infiel, es decir, contra el Islam y posteriormente
para la defensa de la Iglesia Católica, los subsidios sobre algunas rentas y tierras eclesiásticas, y
el derecho de la Corona al cobro de las rentas de las sedes vacantes.
SISTEMA POLISINODIAL
Se trata de un régimen de gobierno por el cual, el rey gobernaba y tomaba sus decisiones con
ayuda de un sistema de consejos. Este sistema de consejos era común en la Edad Moderna en
diversos estados europeos, sin embargo, la complejidad territorial de la monarquía hispánica
hizo que el sistema español fuese el que tuvo mayores complicaciones en su aplicación del
gobierno.
Fueron los Reyes Católicos quienes comenzaron a efectuar una reorganización del gobierno,
creando una serie de consejos que serían heredados por la administración de Carlos I, este
cogió la base anterior y continuó reformándola, asimilando este sistema de gobierno hasta tal
punto que se convirtió en un rasgo característico de los Austrias españoles. Con el tiempo los
consejos se burocratizarían y especializarían, convirtiéndose en comisiones de burócratas (con
una mayoría de juristas).
La división de estos consejos se puede establecer en, Consejo de Estado, como máximo
coordinador, consejos temáticos y consejos territoriales.
Los secretarios eran el contacto personal entre el rey y los consejos, con el tiempo fueron
ganando peso, ya que evitaban la parálisis de la administración que en ocasiones generaban
los consejos, con la acumulación de asuntos sin resolver.
Desde su reforma llevada a cabo por los Reyes Católicos, se convirtió en la piedra angular del
característico sistema polisinodial que desarrollarían posteriormente los Austrias. En la década
de los 20 del silgo XVI, salió de este la Cámara de Castilla, que actuaba como institución para la
gestión y provisión de las gracias y mercedes.
Comenzaremos por mencionar que los Consejos eran asambleas consultivas, instituciones con
el objetivo de asesorar al monarca sobre diversas y múltiples cuestiones. Estos eran una de las
principales herramientas del sistema polisinodial establecido en la monarquía hispánica, un
sistema de gobierno y administración de la Corte Real, instaurado por los Reyes Católicos y
desarrollado en profundidad por los Habsburgo o Austrias (Carlos V, Felipe II…). Es con el
primero de los Austrias, Carlos V, cuando se afianza y desarrolla el sistema de Consejos: El
Consejo de Estado estaba a la cabeza como eje del sistema polisinodial, sumados a, Consejos
asesores de temáticas concretas (Inquisición, Guerra, Ordenes militares, Cruzadas, Hacienda) y
Consejos territoriales (Indias, Castilla, Navarra, Cámara de Castilla, Aragón, Italia, Portugal y
Flandes), y por último las Juntas (menor importancia y para asuntos más específicos).
-Consejo de Portugal: Creado tras la incorporación del reino a la monarquía de Felipe II (1580),
instaurado tras las Cortes de Tomar (1582), integrándose en el sistema centralista del rey. Se
ocupaba de asesorar y de las competencias, administrativas, judiciales y gubernativas de
dichos territorios (incluidas sus colonias). Estaba exclusivamente formado por asesores
juristas/letrados portugueses, este Consejo fue disuelto tras el reconocimiento definitivo de
independencia de Portugal en 1668.
-Consejo de Italia: Nacido del Consejo de Aragón cuando sus asuntos comenzaron a tener
demasiado peso, 1556. Similar a los anteriores, con el objetivo de asesorar al monarca,
competencias en Hacienda, Justicia y Administración de los asuntos italianos (Nápoles y
Presidios, Sicilia y Milanesado). En cada reino, siempre un regente italiano y otro por
nombramiento real.
LA ANEXIÓN DE PORTUGAL (1580)
Ya desde la Baja Edad Media, el reino lusitano estuvo volcado hacia Ultramar, vocación que se
acrecentó con la Casa de Avis (1385-1580). Los portugueses habían explorado las costas del
continente africano desde el siglo XV, circunnavegando África con Bartolomé Días en 1487, así
como con Vasco de Gama en 1499. Disponían de posesiones en África, Asia y en virtud de la
potestad que les confirió el Tratado de Tordesillas (1494), pudieron explorar y colonizar Brasil,
convirtiéndose en un reino con un vasto dominio colonial.
En 1578, a la muerte del joven rey Sebastián, se plantea un problema sucesorio. Sucedido por
el anciano cardenal don Enrique, se plantean tres candidatos a la sucesión:
-Don Antonio, prior de Crato, opción preferida por el estado llano y parte de la nobleza.
-Felipe II, rey de la Monarquía Hispánica, nieto de Manuel I “el Afortunado” en virtud del
matrimonio entre la hija de este, Isabel de Portugal y Carlos de Gante. La opción preferida por
la burguesía mercantil y financiera, y gran parte de la nobleza.
Tanto la diplomacia, de la mano de uno de los hombres fuertes del consejo privado de Felipe II,
el portugués Cristóbal de Moura, como las acciones militares emprendidas por tierra (don
Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba) y por mar (Álvaro de Bazán, marqués de Santa
Cruz), resultaron decisivas para la victoria de la candidatura del Felipe II.
En el verano de 1580, a la muerte de anciano don Enrique, se toma Lisboa por parte de los
tercios españoles y de la mano del Duque de Alba, mientras que lo hacía el marqués de Santa
Cruz por vía marítima. Proclamándose en 1581, en las Cortes de Tomar, Felipe II como Felipe I
de Portugal. El Duque de Alba quedó como Virrey hasta su muerte en 1582, reemplazado por
el archiduque Alberto de Austria, en ese mismo año se creó el Consejo de Portugal.
A pesar de la anexión, Portugal mantuvo sus instituciones y leyes, los principales cargos de
responsabilidad quedaron también en manos portuguesas.
Con esta anexión el Imperio Español conoció su máxima extensión, sumando los territorios de
la Monarquía Hispánica las posesiones de ultramar de los portugueses. Esta unión ibérica se
extendió durante 88 años, hasta que en 1668 se firma el Tratado de Lisboa, con el que se ponía
fin a la cruenta guerra iniciada en 1640 contra las medidas centralizadoras y confirmándose la
independencia de Portugal, bajo el gobierno de Alfonso VI de Braganza.
Durante el siglo XVII, a lo largo de los reinados de los llamados Austrias menores, España
padeció una profunda crisis con constantes y numerosos problemas que, desembocó en la
pérdida de su hegemonía en el poder mundial. La crisis política y económica afecto a todos los
países europeo, pero de forma dispar, para España supuso un punto de inflexión en su
dominio hegemónico mundial y a pesar de seguir en la cúspide de poder mundial comenzaba a
perder poder. Los reinados que fueron desarrollándose en España basaron su política en la
defensa del catolicismo y en el control sobre sus dominios del Imperio, esto desembocó en
verse arrastrada a numerosas guerras con el consiguiente gasto y gran daño que suponía para
las arcas públicas (quebrando la Hacienda Pública), además, a los frentes abiertos y la crisis
económica hay que añadir la situación en los dominios americanos, con unos ingresos que
fueron mermando y sobre todo la incapacidad para conseguir la unión del estado con el justo
reparto de cargas fiscales para cada uno de sus territorios, siendo Castilla el pilar del reino y
como tal la más perjudicada.
A lo largo de este siglo las tareas del gobierno que hasta ahora habían sido ejercidas
directamente por el rey, pasaron a manos de los validos o privados, que fueron ministros con
gran presencia, es en el reinado de Felipe III (1598-1621), cuando aparece esta figura a modo
de primer ministro. Su principal valido fue el Duque de Lerma, optando por una política de paz
y un sistema impositivo acuciante, es durante este mandato cuando tiene lugar, en 1609, la
expulsión de los moriscos, creando el problema demográfico mencionado anteriormente y las
graves consecuencias que tuvo especialmente en los territorios donde su mano de obra era
frecuente. Además, ese mismo año, se decretó la tregua de los 12 años o tregua de Amberes,
con las
Provincias Unidas de los Países Bajos, lo que supuso un receso pacífico en la guerra que los
holandeses mantuvieron con el Imperio español desde 1568, para conseguir su independencia.
Aunque esta tregua no reconocía la independencia de estos territorios, supuso un duro golpe
al papel de supremacía de España en el conjunto europeo, con concesiones hechas
inimaginables poco tiempo atrás. En materia económica puede tratarse como un fracaso,
especialmente del duque de Lerma, el intento de corregir el peso que soportaba Castilla
dentro del reino, especialmente en la defensa exterior. La política exterior contemporizadora y
pacifista (Pax Hispanica), degradó y desprestigió el papel de la monarquía hispánica,
situaciones como los fondos y tropas aportados a Fernando II (rey de Bohemia) frente a la
nobleza protestante y la consiguiente “Guerra de los 30 años” que concluyó en la Paz de
Westfalia (1648), la perdida de Dunquerque a favor de Inglaterra (1658) o la “Paz de los
Pirineos” (1659), supusieron perder la primacía de España ante una Francia cada vez más
fuerte, además de concesiones territoriales en parte de los de los Países Bajos, Cerdaña, el
Rosellón…
A la muerte del rey, le sucede su hijo Felipe IV (1621-1665), a él quedará asociada la figura de
su valido, el conde-duque de Olivares, que trato de revertir o frenar la situación con reformas
en varios ámbitos. Inmersa en tantos frentes, los ingresos procedentes de América fueron
prácticamente en su totalidad destinados a su financiación, además del soporte que ejercía
Castilla, para frenar este desgaste surgió una medida que, aunque fracasó, trató de integrar a
los diferentes reinos tanto en materia económica como en hombres, llamada Unión de Armas.
Fruto de esta medida y sus consecuencias en materia fiscal y humana, Cataluña se alzó en
rebelión contra el Imperio (1640) bajo la protección de Francia y la figura de Pau Claris, con
motivos de peso más orientados a la desigualdad social que a un ánimo nacionalista, a su vez
tiene lugar el levantamiento de Portugal, también por la fuerte presión fiscal pero al que había
que añadir un sentimiento de desatención en las colonias portuguesas y sí un fuerte
sentimiento nacionalista, finalmente se acordó el Tratado de Lisboa (1668), por el que se
reconoció la independencia del país.
El siguiente reinado fue el de Carlos II “El Hechizado”, donde Juan José de Austria hijo ilegítimo
de Felipe IV, se proclamó primer ministro a la fuerza. Lo más significativo fueron los intentos
por establecer una descendencia, que termino en fracaso y a la muerte del monarca tuvo lugar
la Guerra de Sucesión Española, que generó un cambio en el panorama cambiando la dinastía
de los Austrias por los Borbones.
A pesar de las dificultades existentes para obtener datos, debido a la escasez de censos de
población, y a qué en numerosas ocasiones los censos existentes se muestran limitados a
contar vecinos según los hogares o únicamente de forma práctica (para la recaudación
impositiva o reclutamiento militar), lo que podía conducir a un falseamiento, se estima que la
Corona de Castilla tenía unos 4 millones de habitantes al comenzar el siglo XVI, mientras que la
Corona de Aragón tenía algo menos de 1 millón.
A finales del siglo XVI, en torno a la década de 1590 es cuando se produjo el cambio de la
tendencia demográfica, hasta la fecha Castilla había alcanzado en torno a 7 millones de
habitantes, la Corona aragonesa, por su parte, finalizó el siglo con algo menos de 1,5 millones
de habitantes, habiendo vivido también un importante aumento de la población aunque en
menor magnitud. Este aumento de la población se produce durante los años de hegemonía
mundial de la Corona Hispánica, durante este siglo beneficiada por el monopolio del comercio
con América, a través de la Casa de Contratación de Sevilla. Asimismo, durante estos años las
posibilidades de prosperar y enriquecimiento mediante el comercio americano atrajeron a
numerosa inmigración europea, que llegó incluso a constituir importantes comunidades
dentro del territorio peninsular, como los genoveses en Sevilla.
La contracción demográfica producida a lo largo del siglo XVII produjo un cambio desde los
más de 8 millones de habitantes de España a los 7 del 1700. Las causas de esta contracción
fueron muy variadas, por un lado, la grave crisis económica que condujo a sucesivas
bancarrotas a lo largo de la centuria (1596,1607,1627,1647,1652), que, a pesar de intentos,
como los de recaudar tributos (como los millones), lo único que se consiguió fue empeorar la
situación del pueblo llano y ahondar en la contracción demográfica.
También hay que destacar la existencia de epidemias, que azotaron la península a lo largo del
siglo XVII, en mucha mayor medida que durante el siglo anterior. La peste atlántica, a lo largo
de la costa cantábrica y la meseta castellana, en 1596, la peste mediterránea (especial brote en
1680), y demás epidemias, provocaron que el balance de todas ellas dejara más de 1 millón de
víctimas.
Asimismo, tuvieron especial relevancia la reducción de la población por motivos bélicos, tanto
de fuera (Guerra de los Treinta Años) como de dentro de la Península (rebeliones de Cataluña
y Portugal, en 1640).
Otro de los factores a destacar, es la importancia que tuvieron los movimientos migratorios,
especialmente la expulsión de los moriscos, que hizo abandonar la Península a unas 275.000
personas, o la inmigración hacia territorios americanos.
Por último, hay que mencionar la mayor preeminencia del celibato, debido a la extensión de la
Contrarreforma y las corrientes surgidas a raíz de esta, o las crisis de subsistencia ocasionadas
por malas cosechas (como las ocasionadas por la pequeña Edad de Hielo, de este siglo).
LA UNIÓN DE ARMAS Y LAS CORTES DE BARBASTRO, MONZÓN Y BARCELONA
Durante la monarquía de Felipe IV y bajo el gobierno del valido del rey, el Conde duque de
Olivares, se siguieron una serie de reformas políticas cuyo fin era restablecer el prestigio
perdido y afianzar la figura real de la monarquía española. Impulsadas por el valido Olivares, a
través de un documento remitido al rey (El gran Memorial), se daban una serie de pautas para
la consecución de estos objetivos, partiendo del establecimiento de las relaciones entre
Castilla y los reinos periféricos, para integrarlos en un conjunto unitario y poderoso que
afianzara una única monarquía bajo un gobierno (un rey un país). Para consolidar esta idea, a
corto plazo el objetivo se convirtió en constituir un ejército unido y centralizado, para el cual
cada uno de los reinos aportara hombres y recursos económicos para su sostenimiento, en
base a criterios de proporcionalidad (hacendística y poblacional).
Felipe IV convocó a Cortes a Cataluña, Aragón y Valencia, los reino que por sus instituciones,
fueros y privilegios eran más reacios a la imposición de la unidad, en 1626 tiene lugar las
Cortes en Barbastro, Monzón y Barcelona, donde se reafirman en su posición con el pretexto
de que iba en contra de sus propias instituciones y fueros, Valencia y Aragón a pesar de no
proporcionar hombres si facilitaron un subsidio económico para el proyecto, Cataluña en
cambio no concedió nada (sentando un antecedente obvio para la situación de sublevación
que tendría lugar más tarde, 1640-1652).
La Paz de los Pirineos puso fin a la guerra franco-española comenzada en 1635. Ya desde la
Baja Edad Media los intereses políticos y expansionistas los habían enfrentado, con frecuentes
disputas por el control de los territorios limítrofes como Navarra, Cataluña, y desde Carlos I,
Borgoña o Países Bajos, en el siglo XVI, con el paso de Nápoles y el milanesado a la órbita
española, aumentaron estas tensiones.
Durante la Guerra de los Treinta Años, Francia mostró abiertamente su apoyo a las facciones
protestantes, con la intención de indirectamente socavar la hegemonía de España en Europa.
Ante los resultados foco favorables, Francia decidió intervenir, entrando en guerra en 1635,
ante el agotamiento de los Habsburgo obtuvo buenos resultados en el campo de batalla y en
1648, el primer ministro francés, el cardenal Mazarinos, fuerza el fin de la “Guerra de los
Treinta Años” contra el Imperio, consiguiendo importantes concesiones en territorios como
Alsacia o la frontera renana, además, debido a la debilidad hispana, Francia continuo la guerra
hasta que se decidió poner fin al conflicto debido al mutuo agotamiento, en 1659.
Tras meses de negociaciones, la definitiva firma se llevó a cabo en la isla de los Faisanes (cerca
de la desembocadura del Bidasoa) el 7 de Noviembre, con el valido Luis de Haro y el cardenal
Mazarinos como principales representantes.
Fue llamada la Paz de los Pirineos porque desde entonces se estableció esta cordillera como
frontera de ambos reinos, obteniendo Francia el Rosellón, la Cerdaña y otra zonas situadas al
norte, además, España renunció a las posesiones perdidas en Flandes, Hainaut y Luxemburgo.
Otra clausula que hizo desplazarse a los monarcas a la frontera, fue la entrega de la princesa,
María Teresa, hija de Felipe IV, como esposa al joven rey francés, Luis XIV, con una dote de
500.000 escudos y la renuncia del matrimonio a los derechos sobre el trono español. Esta
alianza matrimonial se suponía como el mejor remedio de cooperación y amistad entre ambos
países, pero una década más tarde se demostró inexistente.
Realmente con esta paz, España no perdía demasiados territorios y a pesar de que ambos
hicieron concesiones, marcó el inicio de la decadencia española en Europa, y el ascenso
francés a la nueva potencia hegemónica, como muestra de ello las ventajas comerciales que
obtuvo Francia en territorio español, que permitió a sus manufacturas abrirse paso con fuerza
en el mercado español.