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“Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de

utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma


que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba
progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos, y puesto que no
lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a
dificultades propias de otras ciencias”.
DESCARTES, Discurso del método, II parte.

2.- Identifique y explique las ideas contenidas en el texto.


El tema de este texto es uno de los aspectos fundamentales incluidos en el “problema
crítico” de la modernidad: el método adecuado para obtener conocimiento verdadero.
Habiéndose propuesto la fundamentación de todo el saber, D. cree que antes necesita
diseñar el método oportuno. Quiere uno que sirva para demostrar verdades (como el del análisis
geométrico, y no como la silogística de Aristóteles, que solo sirve para explicar cuestiones ya
conocidas, o la lógica de Lulio, que solo sirve para hablar sin juicio sobre lo que se ignora),
universal (un solo método para todas las ciencias; “no lo había limitado a materia alguna en
particular”; “me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias”)
y deductivo (no basado en la experiencia, sino en la razón, como los métodos de las ciencias
formales a los que hace críticas pero en los que se inspira).
Para D. la razón es nuestra facultad de conocimiento más fiable, pues no otorga mucho
crédito a la percepción sensible. Es única (con igual funcionamiento en todos los seres humanos
-piensa en la razón matemática-), sistemática y deductiva (no recurre a la experiencia; no
empírica). Sus operaciondes básicas son intuir y deducir.
Descartes diseña un método con cuatro reglas (pocas, a diferencia de la multitud de reglas
de la lógica y el álgebra, pero para seguirlas estrictamente) para utilizar bien las capacidades
naturales de la mente (como posibilita la lógica) y evitar que esta se desvíe de su correcto
funcionamiento debido a factores como la precipitación, la prevención o las pasiones.
Las reglas son:
Primera: Evidencia: exige partir de una idea evidente.
La evidencia es la especial “visibilidad” o claridad de presencia con la que se nos muestra y
hasta se nos impone un contenido de conocimiento, de tal modo que nos obliga a asentir a su
verdad (verdad epistemológica: la verdad se da en las ideas, lo que conocemos). Se trata de una
cualidad de ciertas ideas (“sus objetos” en texto) que provoca en nosotros, los sujetos
epistemológicos, el estado mental de certeza (firme adhesión a la verdad de un contenido de
conocimiento).
El propio D. define la evidencia como la conjunción de dos propiedades de las ideas:
claridad (presencia diáfana, manifestación transparente de la idea en la inteligencia que la intuye)
y distinción (perfecta delimitación de la idea en la mente, de modo que no contenga nada que
pertenezca a otra). Lo evidente se capta por intuición, no necesita demostración.
En D. idea es lo que conocemos (no conocemos directamente cosas -idealismo-), la forma
de un pensamiento por la inmediata captación de la cual se es consciente de ese pensamiento.
Mantiene una teoría representativista, pues cree que además de ser actos de pensar, las ideas
tienen contenido, se refieren a alguna realidad.
Las ideas pueden ser adventicias (extraídas de la experiencia), facticias (elaboradas por
nuestra mente combinando ideas) e innatas (connaturales al pensamiento; no extraídas de la
experiencia).
Según D. las ideas innatas son evidentes (puede que se refiera a que la mente, por su propia
constitución, esté predispuesta a pensar la realidad de esas maneras -sustancia, causa, etc.-) y han
sido implantadas en nuestra mente por Dios.
La intuición intelectual (comprensión súbita sin recurso a los sentidos ni necesidad de
demostración) de ideas innatas es el punto de partida del verdadero conocimiento, que luego se
desarrolla por deducción (paso necesario -la conclusión no puede negarse sin contradicción- de
premisas a conclusión no basado en la experiencia, sino en leyes lógicas) a partir de las ideas
innatas intuidas.
Segunda: Análisis: descomposición de una idea compleja (no evidente) en las simples que
la constituyen y que serán evidentes por intuición.
Tercera: Síntesis: reconstrucción de la idea compleja mediante las simples obtenidas en el
paso anterior y mediante la captación intuitiva de su encadenamiento deductivo (demostración).
Cuarta: Enumeración para comprobar el análisis y revisión para comprobar la síntesis.
Tras aplicar estas reglas se obtendría una intuición o captación evidente de las conclusiones
remotas como implicadas necesariamente por los primeros principios dados por intuición.
El propio D., tras enunciar las reglas, dice haberse inspirado en el método de los geómetras.
Entonces decide practicar por un tiempo el método (“la práctica del mismo”) para acostumbrarse
a su utilización, y lo hace revisando las mismas ciencias de las que lo había extraído: álgebra y
análisis (aludiendo a su síntesis de ambas: geometría analítica).
Tras esto, D. comenta lo que se lee en el texto: se felicita por haber diseñado un método en
el que solo usa la razón, la fuente de conocimiento que él considera más fiable (“lo que me
producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de utilizar en todo mi
razón”); después dice que, al practicar el método, nota que su mente se habitúa a captar
intuitivamente las ideas evidentes (“la práctica del mismo habituaba progresivamente mi
ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos”), es decir, que va mejorando su
capacidad de intuición; finalmente, anuncia su intención de aplicar el método al resto de las
ramas del saber (“me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras
ciencias”), puesto que quería un método universal: solo hay una razón, por lo que solo hay un
saber, el verdadero y cierto, no conjetural; por tanto solo hay un método correcto.

3.- Justifique las ideas del texto en relación con la filosofía del autor.
Los contenidos expuestos se entienden sabiendo que D. es el inaugurador del Racionalismo
moderno, corriente que, confiando en exceso en el poder de la razón humana, pone pocos límites
a nuestra capacidad cognoscitiva.
Asimismo hay que recordar que el objetivo que se propone D. es revisar y fundamentar el
conjunto del saber (Filosofía), al que concibe como un árbol, con sus raíces (metafísica), tronco
(física) y ramas (otras ciencias prácticas). Quiere ordenar deductivamente el saber en un sistema
en el que no se dé por supuesto nada que no sea indudable, con sus partes orgánicamente
conectadas y descansando todo en un fundamento seguro (una especie de axioma con contenido
metafísico -raíces del árbol-). Esto pretende hacerlo solo con la razón, pero necesita un método
adecuado.
Diseñado su método, D. nota que no está justificado, porque que en matemáticas se utilice
con éxito no asegura que también dé resultado en otras ciencias (quiere un método universal).
Además la primera regla pide partir de un principio evidente que aún no tiene.
Para justificar el método adopta una actitud de crítica radical de todo el saber, la duda
metódica, procedimiento consistente en considerar provisionalmente falsa toda proposición que
ofrezca la más mínima duda (estado en el que la mente fluctúa entre alternativas epistemológicas
sin adherirse a ninguna). Lo que busca D. es una proposición que se resista a ser falsada por
evidente o indudable.
La duda de D. es universal (se aplica a toda proposición dudosa), metódica (una etapa en la
búsqueda de la certeza; no escéptica), provisional (solo pretende revisar el saber, no sustituirlo) y
teórica (no aplicable a las normas y leyes que rigen la conducta moral o social).
Descartes cree que hemos de dudar de:
a.- La objetividad de la información que obtenemos por los sentidos, a menudo engañosos.
b.- La existencia de las cosas percibidas (hipótesis del sueño: no podemos saber si es la
vigilia o es el sueño el estado que nos pone en contacto con la realidad).
c.- Las verdades matemáticas: aunque solo en esta ciencia había encontrado Descartes
razonamientos ciertos, decide dudar también con la hipótesis del genio maligno. Puede que se
plantee que la mente, por su propia constitución, capte como evidentemente verdadero lo que no
lo es, con lo que la duda se convierte en hiperbólica.
De la radicalidad de la duda se le presenta la primera certeza: para dudar es necesario ser
algo y no nada. La proposición “cogito, ergo sum” (“pienso, luego existo”) es absolutamente
verdadera, porque la propia duda la confirma. No es una inferencia, sino una intuición de la
necesaria (su negación es un absurdo) conexión que existe entre pensar y ser. En “cogito”
incluye D. todos los estados de conciencia ademas del dudar. El “cogito” manifiesta la existencia
de la sustancia metafísica de la mente.
En definitiva, en “cogito” encuentra Descartes:
a.- El primer principio evidente y metafísico -raíz del árbol, base del sistema- sobre el que
reconstruir deductivamente todo el saber.
b.- La justificación de la aplicación de su método a todas las ciencias (la primera regla le
pedía partir de una evidencia que ya tiene).
c.- El modelo de toda verdad, lo que le hace optar por la evidencia como criterio: todo lo
que se capte con la misma claridad y distinción -evidencia- que “cogito” será verdadero.
Más tarde repara en que “cogito” no demuestra la existencia de ninguna realidad
extramental. Además vuelve a plantearse la duda sobre si nuestra mente pudiera captar como
evidentemente verdadero lo falso, por su propia constitución. Esto lo obliga a tener que justificar
el criterio de evidencia.
Recurre a lo único que tiene: el pensamiento y sus ideas. Descarta las adventicias y facticias
(dudosas) y repara en las innatas. Entre ellas encuentra la idea de “infinito” o “ser perfecto”, que
identifica con la idea de “Dios”. Entonces demuestra la existencia de Dios a priori, a partir de su
idea.
Un argumento que expone es el ontológico: tengo en la mente el concepto de Dios como Ser
Perfecto, la existencia es una perfección, por tanto debe estar incluida en la esencia divina (Dios
existe).
Ahora bien, si Dios existe y es perfecto, ha de ser veraz (no engañador; refuta hipótesis del
genio maligno), por lo que las ideas innatas evidentes que ha puesto en mi mente han de ser
verdaderas.
De este modo queda justificado el criterio de evidencia para separar las ideas verdaderas de
las falsas o dudosas y queda demostrada la existencia de la realidad extramental, puesto que
tenemos ideas evidentes sobre el mundo.
Razonando así comete la falacia de la petición de principio (círculo vicioso): para justificar
el criterio necesita demostrar la existencia de Dios. Esta la demuestra utilizando ese mismo
criterio (partiendo de la idea innata “evidente” de “ser perfecto”).
No obstante, cree haber resuelto el problema crítico y puede construir la metafísica.
Descartes cree que en la realidad hay tres tipos de sustancia (no la conocemos; una cosa que
existe por sí misma, con el concurso de Dios; el soporte de un atributo, que es lo que conocemos
y nos permite diferenciar tipos de sustancia), cada una con sus atributos esenciales (los captamos
como algo imprescindible de la sustancia, como su esencia) y sus atributos no esenciales o
modos (modificaciones cambiantes de los atributos esenciales que sí concebimos como
separables de la sustancia).
Siguiendo el orden en que fueron descubiertas por Descartes las sustancias son:
a.- Mentes o almas (sustancia finita espiritual; res cogitans): su atributo esencial es el
pensamiento y sus modos son los pensamientos particulares y los diversos estados de conciencia.
b.- Dios (sustancia infinita): su atributo esencial es la perfección. No tiene modos porque no
está sometido a cambios.
c.- Cuerpos (sustancia finita material; res extensa): su atributo esencial es la extensión
(dimensiones) y sus modos son las particulares formas o cantidades de extensión, el movimiento,
etc.
Por último decir que respecto del ser humano Descartes mantiene un dualismo psicofísico
sustancial, pues cree que está compuesto por dos sustancias (alma y cuerpo) distintas e
independientes, aunque interaccionan al comunicarse en la glándula pineal del cerebro.
Para Descartes el alma no es principio vital, sino razón o mente. Además, como hemos
visto en el “cogito”, cree que es más fácil de conocer (se conoce por introspección infalible) que
el cuerpo.

“El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido
evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención,
admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a
mi espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas
como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente”.
DESCARTES, Discurso del método, parte II.

2.- Identifique y explique las ideas contenidas en el texto.


El tema de este texto de uno de los aspectos incluidos en el “problema crítico”: el método
adecuado para obtener conocimiento. En concreto este texto reproduce las dos primeras reglas
del método cartesiano.
Descartes se propone fundamentar todo el saber, pero es consciente de que para ello necesita
un método (conjunto de procedimientos -odos- de la filosofía y la ciencia para llegar a la verdad
de su objeto -meta-) . Quiere uno:
a.- que sirva para demostrar nuevas verdades, como sucede en el análisis geométrico y no
como la silogística de Aristóteles, que solo vale para explicar lo ya conocido, o como la lógica de
Lulio, que solo sirve para hablar sin juicio de lo que se ignora.
b.- deductivo (opera solo con la razón), como los métodos axiomático-deductivos de las
ciencias formales, en los que se inspira aunque también critica.
Para Descartes la razón (“espíritu” en texto) es la más fiable de nuestras facultades de
conocimiento pues no confía en la percepción sensible. La concibe como única o con idéntico
funcionamiento en todos los seres humanos (piensa en la razón matemática), sistemática y
deductiva. Sus operaciones básicas son intuir y deducir.
c.- universal, un solo método para todas las ciencias.
Finalmente Descartes diseña un método en cuatro reglas (pocas, a diferencia de lo que
ocurre en la lógica y el álgebra) para utilizar bien las capacidades naturales de la mente (justo lo
que enseña la lógica) y evitar que esta se desvíe de su correcto funcionamiento debido a factores
como las pasiones, la precipitación o la prevención (“debía evitar la precipitación y la
prevención” en texto).
La precipitación es la prisa o impaciencia por llegar a la verdad, asintiendo a lo que no es
evidente. La prevención es lo contrario, ir demasiado despacio, no atreverse a razonar por
modestia o excesiva conciencia de los propios límites. Entre ambos extremos estaría la actitud
correcta de prudencia intelectual o circunspección.
Las reglas del método son:
Primera (“el primero consistía” en texto): Evidencia, que exige partir de una idea evidente
(“no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como tal”;
“admitiendo exclusivamente en mis juicios ...” en texto).
La evidencia es la especial “visibilidad” o claridad de presencia con la que se muestra un
contenido de conocimiento (idea, proposición, “juicio” en texto -enunciado que transmite una
información que puede ser verdadera o falsa-) de modo que no nos queda más remedio que
asentir a su verdad (en sentido epistemológico, “verdadera” en texto se dice de las ideas, lo que
conocemos). Se trata de una cualidad de algunas ideas que provoca en nosotros el estado mental
de certeza o firme adhesión a la verdad de una proposición (“que no tuviera motivo alguno para
ponerlo en duda” en texto).
Para Descartes la evidencia es la suma de dos cualidades: la claridad, la presencia diáfana y
transparente de una idea en la inteligencia que la intuye y la distinción o perfecta delimitación de
la idea en la mente, sin contener elementos de otras ideas (“se presentara tan clara y
distintamente a mi espíritu” en texto).
Para Descartes la idea (“cosa” en texto) es la forma de un pensamiento por la inmediata
captación de la cual se es consciente del mismo. Es decir, las ideas (cualquier contenido de la
mente) son lo que conocemos (para la mentalidad idealista no conocemos directamente cosas,
sino ideas). Además de ser actos de pensar tienen contenido o correlato real (Teoría
representativista). Las ideas pueden ser:
a.- adventicias: extraídas de la experiencia.
b.- facticias: elaboradas por la mente combinando ideas.
c.- innatas: las posee la mente en sí misma sin extraerlas de la experiencia. Son las únicas
evidentes y han sido puestas en nosotros por Dios. Descartes puede referirse a que la mente, por
su propia constitución, esté predispuesta a pensar la realidad de esas maneras. En cualquier caso,
se trata de un innatismo virtual: estas ideas las concebimos “con ocasión” de alguna experiencia,
pero sin que la mente las derive de la misma.
La intuición (comprensión inmediata, sin necesidad de demostración ni de percepción
sensible) de ideas innatas es el origen del verdadero conocimiento, que luego se desarrolla por
deducción (paso necesario -no se puede negar sin contradicción- de premisas a conclusión no
basado en la experiencia, sino en leyes lógicas) a partir de las ideas innatas intuidas.
La deducción comporta el movimiento del pensamiento, mientras que la intuición no porque
es comprensión súbita. La deducción es válida porque no es más que una intuición seriada (una
serie de o una concatenación de intuiciones).
Segunda (“el segundo exigía” en texto): Análisis: descomposición (“que dividiese” en texto)
de una idea compleja no evidente (“dificultades” en texto) en las simples que la forman
(“parcelas” en texto) que serán evidentes por intuición.
Tercera: Síntesis: recomposición de la idea compleja con las simples obtenidas en el paso
anterior, que se encadenarán de modo deductivo (demostración).
Cuarta: Enumeración, para comprobar el análisis y revisión, para comprobar la síntesis.
Tras aplicar las reglas se obtiene la intuición de las conclusiones remotas deducidas como
evidentemente implicadas por los primeros principios dados por intuición.
Más tarde Descartes nota que este método no está justificado, porque que en matemáticas
funcione no prueba que sea válido para las demás ciencias. Además Descartes carece de un
principio evidente del que partir, como le pide la primera regla.

3.- Justifique las ideas del texto en relación con la filosofía del autor.
Los contenidos expuestos se entienden sabiendo que Descartes inaugura el Racionalismo
moderno, una corriente que confía en exceso en la razón humana, a la que pone pocos límites.
También conviene recordar el objetivo que se propuso: revisar y fundamentar todo el saber
(Filosofía), que compara con un árbol cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las
ramas son las demás ciencias. Pretende ordenar el saber en un sistema que no incluya nada
dudoso, con sus partes conectadas deductivamente y descansando todo en una base segura (como
un axioma, pero con contenido metafísico -raíces-). Para esto necesitó elaborar un método.
Para justificar el método adopta una actitud de crítica radical de todo el saber, la duda
metódica, procedimiento consistente en considerar provisionalmente falsa toda proposición que
ofrezca la más mínima duda (estado en el que la mente fluctúa entre alternativas epistemológicas
sin adherirse a ninguna). Lo que busca D. es una proposición que se resista a ser falsada por
evidente o indudable.
La duda de D. es universal (se aplica a toda proposición dudosa), metódica (una etapa en la
búsqueda de la certeza; no escéptica), provisional (solo pretende revisar el saber, no sustituirlo) y
teórica (no aplicable a las normas y leyes que rigen la conducta moral o social).
Descartes cree que hemos de dudar de:
a.- La objetividad de la información que obtenemos por los sentidos, a menudo engañosos.
b.- La existencia de las cosas percibidas (hipótesis del sueño: no podemos saber si es la
vigilia o es el sueño el estado que nos pone en contacto con la realidad).
c.- Las verdades matemáticas: aunque solo en esta ciencia había encontrado Descartes
razonamientos ciertos, decide dudar también con la hipótesis del genio maligno. Puede que se
plantee que la mente, por su propia constitución, capte como evidentemente verdadero lo que no
lo es, con lo que la duda se convierte en hiperbólica.
De la radicalidad de la duda se le presenta la primera certeza: para dudar es necesario ser
algo y no nada. La proposición “cogito, ergo sum” (“pienso, luego existo”) es absolutamente
verdadera, porque la propia duda la confirma. No es una inferencia, sino una intuición de la
necesaria (su negación es un absurdo) conexión que existe entre pensar y ser. En “cogito”
incluye D. todos los estados de conciencia ademas del dudar. El “cogito” manifiesta la existencia
de la sustancia metafísica de la mente.
En definitiva, en “cogito” encuentra Descartes:
a.- El primer principio evidente y metafísico -raíz del árbol, base del sistema- sobre el que
reconstruir deductivamente todo el saber.
b.- La justificación de la aplicación de su método a todas las ciencias (la primera regla le
pedía partir de una evidencia que ya tiene).
c.- El modelo de toda verdad, lo que le hace optar por la evidencia como criterio: todo lo
que se capte con la misma claridad y distinción -evidencia- que “cogito” será verdadero.
Más tarde repara en que “cogito” no demuestra la existencia de ninguna realidad
extramental. Además vuelve a plantearse la duda sobre si nuestra mente pudiera captar como
evidentemente verdadero lo falso, por su propia constitución. Esto lo obliga a tener que justificar
el criterio de evidencia.
Recurre a lo único que tiene: el pensamiento y sus ideas. Descarta las adventicias y facticias
(dudosas) y repara en las innatas. Entre ellas encuentra la idea de “infinito” o “ser perfecto”, que
identifica con la idea de “Dios”. Entonces demuestra la existencia de Dios a priori, a partir de su
idea.
Un argumento que expone es el ontológico: tengo en la mente el concepto de Dios como Ser
Perfecto, la existencia es una perfección, por tanto debe estar incluida en la esencia divina (Dios
existe).
Ahora bien, si Dios existe y es perfecto, ha de ser veraz (no engañador; refuta hipótesis del
genio maligno), por lo que las ideas innatas evidentes que ha puesto en mi mente han de ser
verdaderas.
De este modo queda justificado el criterio de evidencia para separar las ideas verdaderas de
las falsas o dudosas y queda demostrada la existencia de la realidad extramental, puesto que
tenemos ideas evidentes sobre el mundo.
Razonando así comete la falacia de la petición de principio (círculo vicioso): para justificar
el criterio necesita demostrar la existencia de Dios. Esta la demuestra utilizando ese mismo
criterio (partiendo de la idea innata “evidente” de “ser perfecto”).
No obstante, cree haber resuelto el problema crítico y puede construir la metafísica.
Descartes cree que en la realidad hay tres tipos de sustancia (no la conocemos; una cosa que
existe por sí misma, con el concurso de Dios; el soporte de un atributo, que es lo que conocemos
y nos permite diferenciar tipos de sustancia), cada una con sus atributos esenciales (los captamos
como algo imprescindible de la sustancia, como su esencia) y sus atributos no esenciales o
modos (modificaciones cambiantes de los atributos esenciales que sí concebimos como
separables de la sustancia).
Siguiendo el orden en que fueron descubiertas por Descartes las sustancias son:
a.- Mentes o almas (sustancia finita espiritual; res cogitans): su atributo esencial es el
pensamiento y sus modos son los pensamientos particulares y los diversos estados de conciencia.
b.- Dios (sustancia infinita): su atributo esencial es la perfección. No tiene modos porque no
está sometido a cambios.
c.- Cuerpos (sustancia finita material; res extensa): su atributo esencial es la extensión
(dimensiones) y sus modos son las particulares formas o cantidades de extensión, el movimiento,
etc.
Por último decir que respecto del ser humano Descartes mantiene un dualismo psicofísico,
pues cree que está compuesto por dos sustancias (alma y cuerpo) distintas e independientes,
aunque interaccionan al comunicarse en la glándula pineal del cerebro.
Para Descartes el alma no es principio vital, sino razón o mente. Además, como hemos
visto en el “cogito”, cree que es más fácil de conocer (se conoce por introspección infalible) que
el cuerpo.

“Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los


geómetras, […] repasé algunas de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que
esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino en que se las concibe con
evidencia, siguiendo la regla general que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en
ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que,
dado un triángulo, era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero esto no me
aseguraba que existiesen triángulos en el mundo. Por el contrario, examinando la idea de “ser
perfecto”, encontraba que la existencia está comprendida en la misma […]. Es, por tanto, tan
cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la
geometría”.
DESCARTES, Discurso del método, parte IV.

2.- Identifique y explique las ideas contenidas en el texto.


El texto reproduce uno de los argumentos demostrativos de la existencia de Dios que
Descartes expone.
Descartes tuvo que demostrar la existencia de Dios para justificar la utilización del criterio
(“regla general” en texto) que había obtenido del cogito.
Un criterio (de krino, juzgar, discernir) es un instrumento epistemológico que nos permite
distinguir nuestros conocimientos o ideas verdaderos de los falsos. La cuestión del criterio es uno
de los aspectos más importantes que se incluyen en el “problema crítico” de la Edad Moderna.
El criterio por que Descartes opta es el de evidencia: toda idea que capte de modo tan claro
y distinto -evidente- como “cogito, ergo sum”, será verdadera (“verdad” en sentido
epistemológico, verdad del conocimiento, de las ideas).
La evidencia es la especial “visibilidad” o claridad de presencia con la que se nos muestra y
hasta se nos impone un contenido de conocimiento, de tal modo que no tenemos más remedio
que asentir a su verdad. Se trata, pues, de una característica de ciertos objetos de conocimiento o
ideas que provoca en el sujeto el estado mental de certeza o firme adhesión a la verdad de un
contenido de conocimiento (“gran certeza....fundada en que se las concibe con evidencia” en
texto).
El propio Descartes define la evidencia como la suma de dos propiedades de las ideas:
claridad (presencia diáfana, manifestación transparente de una idea en la mente que la intuye) y
distinción (separación de una idea de todas las demás, de modo que no contenga nada que
pertenezca a otras; perfecta delimitación de la idea en la mente). Según Descartes lo evidente se
capta por intuición intelectual: comprensión inmediata de una idea en la mente, sin necesidad de
demostración ni de recurso a los sentidos.
Hay que decir que para Descartes idea es lo que conocemos (no conocemos cosas
directamente), la “forma” de un pensamiento por la inmediata captación de la cual se es
consciente de ese pensamiento. Mantiene una teoría representativista, pues cree que además de
ser actos de pensar, las ideas tienen contenido, se refieren a alguna realidad.
Las ideas pueden ser: adventicias (extraídas de la experiencia), facticias (elaboradas por la
mente combinando ideas) e innatas (las que posee el pensamiento por sí mismo, sin haberlas
extraído de la experiencia). Según Descartes las ideas innatas son evidentes y han sido inducidas
en nuestra mente por Dios. Puede que se refiera a que la mente, por su propia constitución, esté
predispuesta a pensar la realidad de esas maneras (“causa”, “sustancia”, etc.).
El punto de partida del verdadero conocimiento sería la intuición de ideas innatas. El
conocimiento se desarrollaría por deducción (paso de premisas a conclusión necesario -la
conclusión no se puede negar sin contradicción- basado en leyes lógicas, no en la experiencia) a
partir de las ideas innatas intuidas.
Ocurre que Descartes se planteó la posibilidad de que la mente, por su propia constitución,
captara como evidentemente verdadero lo falso. Además era consciente de que el cogito no
demostraba la existencia de cuerpos, ni la de ninguna realidad extramental. Por esto tuvo que
justificar que el criterio era fiable.
Para ello recurrió a lo único que por el momento tenía: el pensamiento (cogito) y las ideas que
el yo piensa. Rechazando las ideas adventicias y facticias (de contenido dudoso), se fijó en las
innatas, en concreto en la idea de “infinito” o de “ser perfecto” (“examinando la idea de `ser
perfecto´” en texto), que identificó con la idea de “Dios”, para utilizarla de punto de partida.
El argumento que figura en el texto es el argumento ontológico que ya utilizó San Anselmo de
Canterbury. Se trata de una prueba a priori, porque procede desde la idea de “Dios” o de “Ser
Perfecto” hasta la existencia extramental de Dios.
Básicamente consiste en hacer de “Dios existe” un enunciado analítico (predicado ya
contenido en la noción del sujeto; “la idea de un Ser Perfecto...la existencia estaba comprendida
en la misma” en texto). El argumento dice que tengo en mi mente la idea de “Ser Perfecto”; la
existencia es una perfección, por lo que debe pertenecer a la esencia de Dios. Por tanto, Dios
existe ( “Dios, el Ser Perfecto, es o existe” en texto).
En este mismo fragmento D. establece una comparación (“Así, por ejemplo” en texto) entre
el enunciado analítico “Dios existe” y los enunciados matemáticos (“otras verdades”; “objeto
de los geómetras”; “dado un triángulo, era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos
rectos” en texto). Los enunciados matemáticos son también analíticos y por tanto verdaderos por
su evidencia, previa aceptación de las definiciones de los símbolos que contienen (en el ejemplo,
las definiciones de “ángulo” o “ángulo recto”). Pero esto no significa que sus objetos existan
fuera de la mente, porque son entes de razón (“nada había en ellas que me asegurase de la
existencia de su objeto”; “esto no me aseguraba que existiesen triángulos en el mundo” en
texto). Por el contrario, en la idea de “Dios” la existencia fuera de nuestra mente sí está incluida.
Con este modo de razonar, Descartes (igual que San Anselmo) comete paralogismo, un error
lógico consistente en un tránsito indebido de premisas a conclusión, porque se parte de un orden
de realidad (orden ideal o mental) y se concluye un orden de realidad distinto (realidad
extramental). Además incurre en una petición de principio (círculo vicioso): para justificar el
criterio de evidencia necesita demostrar la existencia de Dios, pero ésta la demuestra utilizando
ese mismo criterio, pues concluye que Dios existe porque capta con evidencia la idea de “Ser
Perfecto”.
En cualquier caso, cree haber justificado su criterio, pues si Dios existe y es perfecto esto
incluye ser veraz, con lo que es seguro que las ideas innatas evidentes son verdaderas, porque
han sido causadas en nuestra mente por Dios, que no puede engañarnos. Además concluye que
la realidad extramental existe, puesto que poseemos ideas evidentes sobre el mundo.
Seguro de que Dios existe, Descartes lo concibe como sustancia infinita o increada, cuyo
atributo esencial es la perfección, que incluye la veracidad. A Dios no se le podrían atribuir
modos, puesto que en Dios, esencia inmutable, no hay cambios. Descartes defiende la constante
actividad de conservación en la existencia (recreación) del resto de las sustancias por parte de
Dios.

3.- Justifique las ideas del texto en relación con la filosofía del autor.
Los contenidos expuestos se entienden sabiendo que Descartes es el inaugurador del
Racionalismo moderno, corriente que, confiando en exceso en el poder de la razón humana, pone
pocos límites a nuestra capacidad cognoscitiva.
También hemos de conocer el objetivo de Descartes: revisar y fundamentar el conjunto del
saber (Filosofía), al que concibe como un árbol, con sus raíces (Metafísica), tronco (Física) y
ramas (otras ciencias prácticas). Quiere ordenar deductivamente todo el saber en un sistema en el
que no se dé por supuesto nada que no sea indudable, con sus partes orgánicamente conectadas y
descansando todo en un fundamento seguro (una especie de axioma con contenido metafísico -
raíz árbol-).
Esto quiere hacerlo solo con la razón, a la que concibe como única o con igual funcionamiento
en todos los hombres (piensa en la razón matemática), sistemática y deductiva. Para Descartes la
razón es la fuente de conocimiento más fiable, ayudada con la memoria y la imaginación, pues
no confía en los sentidos, y sus operaciones básicas son intuir y deducir.
Para desarrollar su proyecto necesita diseñar con un método que sirva para demostrar verdades
(como el del análisis geométrico, y no como la silogística de Aristóteles o el arte de Lulio),
deductivo (como los de las ciencias formales en los que se inspira y a los que no obstante hace
críticas) y además universal, uno solo para todas las ciencias (puesto que la razón es única y el
saber también -el verdadero y cierto y no conjetural-).
Finalmente diseña un método en cuatro reglas (pocas, para seguirlas estrictamente, no como
la lógica o el álgebra, que contienen demasiadas reglas), para utilizar bien las capacidades y
operaciones de la mente (como posibilita la lógica) y evitar que se desvíe de su correcto
funcionamiento por factores como la prevención, la precipitación o las pasiones. Las reglas son:
Primera: Evidencia, que exige partir de una idea evidente.
Segunda: Análisis o descomposición de una idea compleja (no evidente) en las simples que
la forman, que serán evidentes por intuición.
Tercera: Síntesis o recomposición de la idea compleja mediante la captación intuitiva del
encadenamiento deductivo (demostración) de las simples obtenidas en el paso anterior.
Cuarta: Enumeración, o comprobación del análisis, y revisión o comprobación de la
síntesis.
Tras aplicar estas reglas se obtendría una intuición o captación evidente de las conclusiones
remotas como implicadas necesariamente por los primeros principios dados por intuición.
El propio Descartes nota que el método no está justificado, porque que en matemáticas
(álgebra, análisis geométrico, en cuyo método axiomático-deductivo se inspira) se utilice con
éxito no asegura que también dé resultado en otras ramas del saber. Además la primera regla le
pide partir de un principio evidente que aun no tiene.
Es entonces cuando decide hacer una crítica radical de todo el saber mediante la duda
metódica, un procedimiento consistente en considerar provisionalmente falsa toda proposición
acerca de cuya verdad sea posible la más mínima duda (estado mental de no adhesión a ningún
contenido de conocimiento, fluctuando la mente entre diversas alternativas epistemológicas).
Con esto trata de encontrar una proposición que se resista a ser falsada, por indudable o evidente.
La duda cartesiana es universal (se aplica a cualquier proposición dudosa), metódica (una
etapa en la búsqueda de la certeza; no quiere quedarse en el escepticismo), provisional (no
pretende sustituir el saber, solo revisarlo y fundamentarlo) y teórica (no se debe aplicar a los
principios y leyes que rigen la conducta personal o social).
Descartes cree que debemos dudar de la objetividad de la información que nos proporcionan
los sentidos, e incluso de que las cosas percibidas existan en la realidad, porque no sabemos si es
la vigilia o el sueño (en el que también creemos percibir cosas) el estado que nos pone en
contacto con la realidad. Fiel a su actitud revisionista decide dudar incluso de la veracidad de las
proposiciones matemáticas, única ciencia en la que había creído encontrar demostraciones
ciertas. Para ello se plantea la posibilidad de que nuestra mente esté de tal modo constituida que
capte como evidentemente verdadero lo que no lo es (hipótesis del genio maligno).
Del carácter radical de la duda se le presenta la primera certeza: para pensar es necesario
(no se puede negar sin contradicción) ser algo y no nada. No se trata de una inferencia, sino de la
intuición o comprensión inmediata de la conexión necesaria entre pensar y ser. La proposición
“cogito, ergo sum” (“pienso, luego existo”) es absolutamente verdadera porque hasta la duda la
confirma. Hay que aclarar que en “pienso” incluye todos los estados de conciencia, como el
dudar. En el cogito se pone de manifiesto su existencia como mente o sustancia pensante.
Hay que recordar que para Descartes una sustancia (no la conocemos) es una cosa existente
que no requiere más que de sí misma para existir (con el concurso de Dios) y el sujeto inmediato
de un atributo (lo que conocemos y nos hace distinguir los tipos de sustancias). Los atributos
pueden ser esenciales (los captamos como algo no separable o imprescindible de la sustancia,
como constituyendo su esencia) y no esenciales o modos (modificaciones variables de los
atributos esenciales que sí concebimos como separables de la sustancia).
La mente (res cogitans, más fácil de conocer que el cuerpo, por introspección infalible) es
una sustancia cuyo atributo esencial es el pensamiento, con modos como los pensamientos
particulares o los diversos estados de conciencia. El cuerpo (res extensa) es una sustancia cuyo
atributo esencial es la extensión (dimensiones), con modos como la forma o cantidad de
extensión, el movimiento, etc.
Según Descartes alma (que no es principio vital, sino razón) y cuerpo son en el ser humano
dos sustancias distintas e independientes, aunque interaccionan (dualismo antropológico
interaccionista y sustancial) al comunicarse en la glándula pineal sita en la base del cerebro.
En cogito encuentra Descartes la primera verdad metafísica evidente sobre la que
reconstruir deductivamente el saber, la justificación de la aplicación universal de su método
(cuya primera regla pedía partir de un principio evidente) y el modelo de toda verdad, lo que le
hace optar por la evidencia como criterio. Este criterio tuvo que justificarlo por los motivos ya
explicados, para lo que tuvo que demostrar la existencia de Dios.

“Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era
preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en
lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no
quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que
nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosas
alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se
equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y
que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error,
rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como
demostraciones”.
DESCARTES, Discurso del método, parte IV.

2.- Identifique y explique las ideas contenidas en el texto.


El tema del texto es la duda metódica, que Descartes utiliza para justificar el método que
había diseñado.
Las razones por las que el método debe ser justificado son: el hecho de que en matemáticas
se aplique con éxito no garantiza que tenga la misma eficacia en otras ciencias (el quería un
método universal); la primera regla del método exige partir de una idea o principio evidente, y no
lo tiene.
La duda es un estado mental de no adhesión a ningún contenido de conocimiento,
fluctuando la mente entre diversas alternativas sin escoger ninguna, pero en D. es un actitud
crítica de revisión de todo el saber. Como procedimiento, consiste en considerar
provisionalmente falsa toda proposición acerca de cuya verdad sea posible la más mínima duda
(“que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor
duda”). Su finalidad (“con el fin de comprobar...”) es encontrar una idea que se resista a ser
falsada por indudable (“quedaría algo en mi creeencia -aquí creencia significa la mera
aceptación, por parte de un sujeto, de la verdad de una proposición, sin que ello quiera decir que
la proposición es realmente verdadera- que fuese enteramente indudable”), es decir, evidente.
La evidencia, concepto fundamental de la filosofía de D., es la especial visibilidad o
claridad de presencia con la que se nos manifiesta y hasta se nos impone un contenido de
conocimiento, de tal modo que no tenemos más remedio que asentir a su verdad. Se trata, pues,
de una propiedad (para D. dos: claridad -presencia o manifestación transparente de la idea en la
mente que la intuye- y distinción -perfecta delimitación de la idea en la mente, de modo que no
contenga nada que pertenezca a otra-) que tienen ciertas ideas y que provoca en nosotros el
estado mental de certeza o firme adhesión a un contenido de conocimiento.
La duda cartesiana es universal (aplicable a toda proposición mínimamente dudosa),
metódica (no pretende quedarse en la duda, como los escépticos; es un paso para llegar a la
certeza), provisional (D. no quiere sustituir el saber, sino revisarlo y fundamentarlo) y teórica.
Que la duda es teórica significa que D. no quiere que la apliquemos a los principios y
normas que rigen nuestra conducta mora, social y política, aunque esas normas sean muy
discutibles por inciertas. La duda es asunto de la epistemología y del conocimiento filósofico-
científico. Por eso dice D. en este texto que hay que aplicarla cuando se trata de “la búsqueda de
la verdad”, entendiendo D. la “verdad” en sentido epistemológico (verdad del conocimiento,
cuyo lugar son las ideas).
Con respecto a la extensión de la duda, D. dice que debemos dudar de la objetividad de la
información que nos proporcionan los sentidos, porque a menudo nos engañan (“nuestros
sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error”). Por cierto que D. relaciona el error, más
que con el intelecto, con la voluntad, pues dice que se produce cuando la voluntad asiente a un
contenido de conocimiento de modo apresurado, sin dejar tiempo a la reflexión razonable.
También hemos de dudar de que las cosas percibidas existan (“que no existía cosa
alguna....”).
Para apoyar esto último D. introduce la hipótesis del sueño, la imposibilidad de distinguir la
vigilia del sueño, pues bien podría ser que (puede fingirlo; hipótesis; “decidí suponer que”)
estuviera soñando, e incluso soñando que soñaba, resultando falso todo lo que creía percibir. Esto
supondría poner en cuestión el conocimiento ordinario basado en la percepción sensible y el
propio conocimiento científico basado en la experiencia.
Se ve que D. desconfía de la percepción sensible y prefiere valerse de su razón, la facultad
de conocimiento para él más fiable, aunque se tenga que ayudar de la memoria, la percepción o
la imaginación. A esta última también la cita en el texto relacionándola con los sentidos
(“nuestros sentidos....nos la hacen imaginar”).
Para D. la imaginación es la facultad que produce imágenes conscientes y voluntarias de
cosas antes percibidas, haciéndolas aflorar a la conciencia. Es por eso que consiste en una re-
presentación o nueva presentación de imágenes, pero es muy limitada porque se reduce a lo
particular y corpóreo (el alma o Dios no se pueden imaginar).
Volviendo a la razón, D. cree que es única, con igual funcionamiento en todos los seres
humanos (piensa en la razón matemática), sistemática y deductiva (opera sin recurso a la
experiencia). Sus operaciones fundamentales son intuir y deducir.
Por fiarse tanto de la razón, D. en principio no duda de las verdades racionales por
excelencia, que son las verdades matemáticas (evidentes y ciertas). Pero, fiel a su intención de
revisar todo el saber, también las somete a crítica (“materias de la geometría”; “rechazaba
como falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones”),
diciendo que aunque las demostraciones matemáticas son claras, hay personas que se equivocan
al razonar en esta materia y cometen paralogismos (razonamientos incorrectos que, a diferencia
de los sofismas, no tienen intención de engañar o convencer), por lo que él también se puede
equivocar (“existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones ... de la geometría y que
incurren en paralogismos, ... yo, como cualquier otro estaba sujeto a error”). Así se plantea la
hipótesis de que nuestra mente, por su propia constitución, capte como evidentemente verdadero
lo falso (hipótesis del genio maligno), convirtiendo la duda en hiperbólica.
Del carácter radical de la duda encuentra D. la primera verdad cierta: para pensar es
necesario ser algo y no nada. La proposición “cogito, ergo sum” es absolutamente verdadera,
porque la propia duda la confirma. De ella extrae su criterio: el de evidencia. Pero entonces
vuelve a la duda, al planterarse la posibilidad de que su mente, por su propia constitución,
captara con evidencia ciertas ideas y las diera por verdaderas siendo falsas. Esto lo obligará a
tener que justificar el criterio.

3.- Justifique las ideas del texto en relación con la filosofía del autor.
Los contenidos expuestos se entienden sabiendo que D. es el inaugurador del Racionalismo
moderno, corriente que, confiando en exceso en el poder de la razón, pone pocos límites a
nuestra capacidad cognoscitiva.
También hemos de recordar que el objetivo de D. es reconstruir y fundamentar el conjunto
del saber (al que llama “Filosofía) y que compara con un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el
tronco la física y las ramas las demás ciencias. Quiere ordenar el saber en un sistema, en el que
no se dé por supuesto nada que no sea indudable, con sus partes conectadas deductivamente y
descansando todo en un fundamento seguro (algo parecido a un axioma, pero con contenido
metafísico -raíz del árbol-).
Para desarrollar su objetivo necesita un método. Quiere uno que sirva para demostrar
verdades (como el del análisis geométrico, y no como las lógicas de Aristóteles o de Lulio), que
sea deductivo (como los de las ciencias formales, en los que se inspira, aunque también les hace
críticas) y universal (un solo método para todas las ciencias).
Finalmente diseña uno con cuatro reglas (pocas, a diferencia del exceso de reglas del
álgebra y la lógica), destinadas a utilizar bien las capacidades naturales y operaciones de la
mente (como posibilita la lógica), y evitar que la razón se desvíe de su correcto funcionamiento
por factores como las pasiones, la precipitación o la prevención. Las reglas son:
Primera, la evidencia, que exige partir de una idea evidente.
Idea para D. es lo que conocemos (no conocemos cosas directamente -idealismo-). Es la
“forma” de un pensamiento por la inmediata captación de la cual se es consciente de ese
pensamiento. Tiene una concepción representativista de las ideas, porque cree que, además de ser
actos de pensar, tienen contenido, se refieren a alguna realidad.
Las ideas pueden ser adventicias (elaboradas a partir de la experiencia, por tanto dudosas),
facticias (elaboradas por la mente combinando ideas; también dudosas, no tienen la propiedad de
la “distinción”) e innatas (las que posee el pensamiento sin haberlas extraído de la experiencia.
Puede que D. se refiera a que la mente, por su constitución, tiende a interpretar la realidad de
esas maneras: “causa”, “sustancia”, etc.).
Las ideas innatas son evidentes, y han sido implantadas en nuestra mente por Dios.
Según D. las ideas innatas evidentes se captan por intuición intelectual (comprensión súbita
de un contenido de conocimiento, sin recurso a los sentidos ni necesidad de demostración),
siendo ésta el punto de partida del verdadero conocimiento. El conocimiento se desarrollaría por
deducción (paso de premisas a conclusión necesario -la conclusión no puede negarse sin
contradicción- basado en leyes lógicas, no en la experiencia), que no es más que una intuición
seriada.
La segunda regla es el análisis o descomposión de una idea compleja (no evidente) en las
simples que la forman, y que serán evidentes por intuición.
La tercera es la síntesis o reconstrucción de la idea compleja mediante la captación intuitiva
del encadenamiento deductivo (demostración) de las simples obtenidas en el paso anterior.
La cuarta es la enumeración (repasa el análisis) y revisión (repasa la síntesis).
Tras aplicar las reglas se obtendría una intuición general evidente de todo el conjunto,
viendo las conclusiones remotas como evidentemente implicadas por los primeros principios
dados por intuición.
Como se ha explicado, D. justificó el método con la duda, de la que extrajo el cogito.
Hay que aclarar que en “pienso” (cogito) D. incluye todos los actos de conciencia, además
de dudar. “Cogito, ergo sum” no es una inferencia, sino una intuición de la necesaria (no se
puede negar sin contradicción) conexión que existe entre pensar y ser. Así en cogito se pone de
manifiesto la existencia de una sustancia, una mente que piensa.
Para D. la sustancia (no la conocemos) es una cosa existente que solo requiere de sí misma
para existir, con el concurso de Dios. También es el sujeto de un atributo (lo que conocemos y
nos permite distinguir tipos de sustancia). Los atributos pueden ser esenciales (los concebimos
como inseparables de la sustancia, como constituyendo su esencia) y no esenciales o modos
(modificaciones variables de los esenciales, que concebimos como separables de la sustancia).
Pues bien. La mente o alma (res cogitans) es una sustancia espiritual finita cuyo atributo
esencial es el pensamiento, con modos como los diversos estados de conciencia o los
pensamientos particulares. Según D. es más fácil de conocer que el cuerpo, porque se conoce por
introspección, que es infalible.
Con cogito D. obtiene la primera verdad evidente y de contenido metafísico sobre la que
reconstruir deductivamente todo el saber; la justificación de la aplicación universal del método
(la evidencia que le pedía la primera regla); el modelo de toda verdad, lo que hace que D. opte
por la evidencia como criterio: todo lo que capte con la misma claridad y distinción que el cogito
será verdadero.
Llegados a este punto, como se ha señalado, D. ve que el cogito no demuestra la existencia
de la realidad extramental o mundo. Además está la posibilidad de que la mente, por su propia
constitución, capte como evidentemente verdadero lo falso. Así, tiene que justificar el criterio de
evidencia.
Para ello recurre a lo único que tiene, el pensamiento y sus ideas. Repara solo en las ideas
innatas, las evidentes, entre las que encuentra la de idea de “infinito”, “Ser Perfecto” o “Dios”.
Entonces, demuestra la existencia de Dios, a priori, partiendo de la idea de “Dios”.
Un argumento que plantea es: tengo en mi mente la idea de “dios” como “ser pefecto”.
Ahora bien, la existencia es una perfeccción, por lo que debe estar incluida en la esencia divina.
Por tanto, Dios o el Ser Pefecto existe.
D. argumenta entonces que Dios, por perfecto, es también veraz. Así que siendo él el autor de
mis ideas innatas evidentes, estas tienen que ser verdaderas. Queda así garantizado el uso del
criterio de evidencia, y la existencia de la realidad, puesto que tenemos ideas evidentes sobre el
mundo.
D. comete una petición de principio o círculo vicioso: para justificar el criterio de evidencia,
demuestra la existencia de Dios, pero para demostrarla usa ese mismo criterio (ya que demuestra
a partir de una idea evidente). No obstante, creyendo haber resuelto el “problema crítico”,
construye su metafísica.
En la realidad, además de las mentes, D. dice que hay cuerpos (res extensa), sustancias
finitas materiales cuyo atributo esencial es la extensión (dimensiones), con modos como las
particulares formas o cantidades de extensión, el reposo, el movimiento, etc.
El ser humano es concebido por D. desde un dualismo sustancial interaccionista: un
compuesto de alma (no es principio vital; es la razón) y cuerpo, dos sustancias distintas e
independientes, aunque interaccionan, ya que se comunican en la glándula pineal de la base del
cerebro.
Por último, en la realidad, como ha demostrado, está la sustancia infinita Dios, cuyo
atributo esencial es la perfección y del que no se pueden predicar modos porque es inmutable.
“Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que
todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y
dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y segura que todas las
extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que
podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba”.
DESCARTES, Discurso del método, parte IV.

2.- Identificación y explicación del contenido del texto.


El texto reproduce el momento en que D. descubre el cogito tras (“inmediatamente
después”) aplicar la duda metódica.
Para desarrollar su objetivo, D. diseñó un método, pero notó que no estaba justificado, por
dos motivos: que en matemáticas (de donde lo había extraído) se aplicara con éxito, no
garantizaba que tuviera la misma eficacia en otras ciencias (él quería un método universal); la
primera regla del método le pedía partir de un principio evidente, que no tenía.
Por estas razones practicó la duda metódica, un procedimiento consistente en considerar
provisionalmente falsa toda proposición de la que se pudiera tener la más mínima duda
(“deseaba pensar de este modo que todo era falso”).
Lo que D. buscaba con la duda era justamente una idea que se resistiera a ser falsada por
evidente o indudable. Esto quiere decir que la duda es metódica, una etapa en la búsqueda de la
certeza; no es una duda (estado mental de no adhesión a ningún contenido de conocimiento,
fluctuando la mente entre las diversas opciones epistemológicas) en la que haya que quedarse,
como la de los escépticos. De hecho, D. combatió con dureza el escepticismo que se extendió en
su época como consecuencia de la renovación de la filosofía antigua (en este caso Pirronismo
helenístico) en el Renacimiento (“las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran
capaces de hacerla tambalear”).
De la radicalidad de la duda obtuvo D. la primera certeza (estado mental de firme adhesión
a la verdad de un contenido de conocimiento; “firme y segura” en texto): para pensar es
necesario ser algo (“era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa”) y
no nada. Por tanto, la proposición “cogito, ergo sum” (“pienso, luego soy” en texto) es verdadera
(“esta verdad” en texto; D. se refiere a la verdad epistemológica o del conocimiento, cuyo lugar
son las ideas), porque la propia duda la confirma.
En relación con el cogito (pienso) hemos de hacer las siguientes aclaraciones:
a.- En “pienso” se incluyen todos los actos o estados de conciencia, no solo el de dudar.
b.- No es una inferencia o razonamiento aunque parezca tener la estructura de premisa-
conclusión; además D. no piensa primero en la premisa mayor “Todo lo que piensa existe”. Se
trata de la intuición o comprensión inmediata de la necesaria (“era absolutamente necesario” en
texto; no se puede negar sin contradicción) conexión que existe entre pensar y ser.
c.- En cogito se pone de manifiesto la existencia de la sustancia finita espiritual (res
cogitans), el alma o mente (“yo”; “alguna cosa” en texto).
Hemos de aclarar que para D. la sustancia, que no conocemos, es una cosa existente que no
requiere más que de sí misma para existir, con el concurso de Dios. También es el sujeto de un
atributo, lo que conocemos, y nos permite distinguir tipos de sustancia. A su vez los atributos
puede ser esenciales (los concebimos como inseparables de la sustancia, como constituyendo su
esencia) y no esenciales o modos (modificaciones variables de los esenciales que sí podemos
concebir como separables de la sustancia).
Pues bien, la mente (que se descubre en el cogito) es una sustancia cuyo atributo esencial es
el pensamiento. Sus modos serían los pensamientos particulares y los distintos estados de
conciencia.
En definitiva, en cogito D. encontró:
a.- La primera verdad evidente y con contenido metafísico (“el primer principio” en texto)
sobre la que reconstruir deductivamente todo el sistema o conjunto del saber, al que él llama
Filosofía (“de la filosofía” en texto), y que era justamente su objetivo. En la base del sistema
quería colocar una idea con contenido metafísico (información sobre la realidad), y, como
sabemos, en cogito se manifiesta la existencia real de la mente.
b.- La justificación de la aplicación universal de su método, cuya primera regla le pedía
partir de un principio evidente y que ya tiene: el cogito.
c.- El modelo de toda verdad, lo que le hace optar por el criterio de evidencia para
diferenciar los conocimientos e ideas verdaderos de los falsos: todo cuanto capte con la misma
evidencia que “cogito, ergo sum” será verdadero.
Llegados a este punto, D. notó que en cogito se manifestaba la existencia de la mente, pero
no la de ninguna otra realidad extramental. Además contempló la posibilidad de que la mente,
por su propia constitución, captara como evidentemente verdadero lo falso (hipótesis del genio
maligno). Esto lo obligó a tener que justificar la utilización del criterio de evidencia.
Para ello recurrió a lo único que tenía: el pensamiento y sus ideas. Reparó en las ideas
innatas (evidentes), concretamente en la idea de “infinito”, “ser perfecto” o “Dios”. Entonces,
demostró la existencia de Dios a priori, partiendo de la idea de “Dios”.
Uno de los argumentos que expuso fue: tengo en mi mente la idea de “Dios” como “ser
perfecto”; la existencia es una perfección, por lo que debe estar incluida en el concepto o esencia
de Dios; por tanto Dios existe.
Probado que Dios existe, D. argumenta que si es perfecto es veraz, por lo que las ideas
innatas evidentes, puestas por Él en nuestra mente, tienen que ser verdaderas, porque Dios no
nos puede engañar.
Así consideró D. legitimada la utilización del criterio de evidencia y la existencia de la
realidad extramental, puesto que tenemos ideas evidentes sobre el mundo.
No obstante, hay que señalar que su razonamiento es falaz, no demuestra nada, es una
petición de principio (círculo vicioso): para justificar el criterio de “evidencia” tiene que
demostrar la existencia de Dios, pero la demuestra utilizando ese mismo criterio, ya que
argumenta a partir de la idea “evidente” de Ser Perfecto.

3.- Justificación del texto desde la posición filosófica del autor.


Los anteriores planteamientos se entienden sabiendo que D. el inaugurador del
Racionalismo moderno. Esta corriente confía en exceso en el poder de la razón (una razón no
empírica), por lo que pone pocos límites a nuestra capacidad cognoscitiva.
Por otra parte, es necesario saber que D. se propone revisar, reconstruir y fundamentar todo
el saber (Filosofía), que compara con un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la
física y las ramas otras ciencias particulares. Quiere ordenarlo deductivamente en un sistema en
el que no se incluya nada que no sea indudable, con sus partes orgánicamente conectadas y
descansando todo sobre un fundamento seguro (algo parecido a un axioma, pero con contenido
metafísico -raíz del árbol- y que, como se ha dicho, encontró en el cogito). Además todo esto
quiere hacerlo con la razón, fuente de conocimiento que considera más fiable (desconfía de la
percepción sensible o información que nos dan los sentidos) y a la que concibe como única
(igual funcionamiento en todos los hombres -piensa en la razón matemática-), sistemática y
deductiva (funciona sin recurso a la experiencia), siendo sus operaciones fundamentales intuir y
deducir.
Para cumplir su objetivo D. se ve obligado a diseñar un método, pensando en uno universal
(uno solo, válido para todas las ciencias), que sirva para demostrar verdades (como el del análisis
geométrico, cosa que no posibilitan ni la lógica de Aristóteles ni la de Lulio) y deductivo (como
los de las ciencias formales, a los que critica pero de los que piensa conservar sus ventajas).
Finalmente formula su método como un conjunto de reglas (pocas, pero para ser exactamente
observadas, a diferencia de lo que ocurre con la multiplicidad de reglas del álgebra y la lógica)
para utilizar bien las capacidades y operaciones de la mente (como posibilita la lógica) y evitar el
desvío de su correcto funcionamiento por factores como la precipitación, la prevención o las
pasiones.
Las reglas son:
1.- Evidencia: exige partir de un principio evidente (como hemos visto, lo encontró en
cogito). Se trata de la especial “visibilidad” o claridad de presencia con la que se nos manifiesta
un objeto de conocimiento, de tal modo que no cabe más que asentir a su verdad (provoca en el
sujeto el estado mental de certeza). D. la define como la suma de dos propiedades de ciertas
ideas: claridad (presencia diáfana, manifestación transparente de una idea en la inteligencia que
la intuye) y distinción (perfecta delimitación de la idea en la mente, de modo que no contenga
nada que pertenezca a otra).
Para D. idea es lo que conocemos, la forma de un pensamiento por la inmediata captación
de la cual somos conscientes de ese pensamiento. D. mantiene una teoría representativista de las
ideas: además de ser actos de pensar, tienen contenido, se refieren a alguna realidad. Las ideas
pueden ser adventicias (extraidas de la experiencia), facticias (elaboradas por la mente
combinando varias) e innatas (las posee el pensamiento por sí mismo sin extraerlas de la
experiencia; puede que D. se refiera a que la mente, por su propia constitución, está predispuesta
a pensar la realidad de esas maneras, en términos de “sustancia”, “causa”, etc,). Las ideas innatas
son evidentes, y según D. han sido inducidas en la mente por Dios. En cualquier caso, y como
todos los racionalistas, D. cree que la intuición intelectual (comprensión inmediata, sin necesidad
de demostración ni recurso a los sentidos) de ideas innatas es el origen del verdadero
conocimiento, que se desarrolla posteriormente por deducción o paso necesario (la conclusión
obtenida no se puede negar sin contradicción) de premisas a conclusión no basado en la
experiencia, sino en leyes lógicas.
2.- Análisis o descomposición de ideas complejas (no evidentes) en las simples que las
constituyen, que serán evidentes por intuición.
3.- Síntesis o recomposición de la idea compleja mediante la captación intuitiva del
encadenamiento deductivo de las simples obtenidas en el paso anterior (demostración).
4.- Enumeración para comprobar el análisis y revisión para comprobar la síntesis.
Tras aplicar estas reglas se obtendría una intuición general de las conclusiones remotas
como evidententemente implicadas por los primeros principios dados por intuición.
Como ya se ha dicho, D. tuvo que justificar el método, y lo hizo con la duda metódica, una
actitud de crítica radical de todo el saber.
La duda cartesiana es universal (se aplica sobre todo contenido mínimamente dudoso),
metódica (como ya se ha explicado), provisional (más que sustituir el saber, pretende revisarlo y
fundamentarlo) y teórica (D. no quiere que se aplique a las normas y leyes que rigen la conducta
social o moral).
Según D., hemos de dudar de la objetividad de la información que nos proporcionan los
sentidos, porque a menudo se equivocan. Incluso dice que se puede dudar de la existencia de las
cosas percibidas. Para ello introduce la hipótesis del sueño: no se puede saber, en principio, si es
la vigilia o el sueño (en el que también creemos percibir cosas), el estado que nos conecta con la
verdadera realidad.
Por fiarse tanto de la razón, D. en principio no duda de las verdades racionales por
excelencia, que son las verdades matemáticas, que nada tienen que ver con la percepción sensible
de cosas, por lo que le parecen ciertas y evidentes. Pero, fiel a su intención de revisar todo el
saber, también las somete a crítica, con la hipótesis de que nuestra mente, por su propia
constitución captara como evidentemente verdadero lo falso (hipótesis del genio maligno). Así
convierte la duda en hiperbólica.
Como ya se ha explicado, de la duda D. obtuvo la evidencia que andaba buscando: el
cogito.
Debidamente justificados su método y su criterio con la existencia de Dios, D. pudo
elaborar su metafísica, en la que estructura la realidad en tres tipos de sustancias:
a.- Sustancias finitas espirituales o mentes (ya explicadas).
b.- Sustancias finitas materiales o cuerpos (res extensa), cuyo atributo esencial es la
extensión (dimensiones), y sus modos las particulares formas o cantidades de extensión, el
reposo, el movimiento, etc.
c.- Sustancia infinita o Dios, cuyo atributo esencial es la perfección y al que no se le pueden
atribuir modos, porque es inmutable.
Por último, con respecto al ser humano, D. sostiene un dualismo sustancial interaccionista.
Cree que estamos formados por dos sustancias distintas e independientes: cuerpo y alma (mente,
razón, no principio vital; cree que es más fácil de conocer que el cuerpo, porque se conoce
directamente por introspección, que es infalible), que no obstante interaccionan o se influyen
mutuamente porque de algún modo conectan en la glándula pineal de la base del cerebro.

“Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para
afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que
cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y
habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a
no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que podía admitir
como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas
verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son
aquellas que concebimos distintamente”.
DESCARTES, Discurso del método, IV parte.

2.- Identificación y explicación del contenido del texto.


El tema del texto uno de los más importantes incluidos dentro del “problema crítico” de la
modernidad: el criterio (“regla general”).
Un criterio (del griego krino, juzgar, discernir) es un instrumento epistemológico del que
nos podemos valer para diferenciar nuestros conocimientos e ideas verdaderas de las falsas o
erróneas.
Este texto reproduce el momento en que Descartes lo establece, tras haber descubierto la
primera verdad cierta evidente, el cogito (“pienso, luego soy”) y haber analizado todo lo que esta
afirmación lleva implícito (“Analizadas estas cuestiones”).
Descartes quiere aclarar qué condiciones debe cumplir una proposición para que nos
provoque el estado mental de certeza sobre su verdad (“reflexionaba … sobre todo lo que se
requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta”). Debe saber qué condiciones
son esas, ya que acaba de encontrar una proposición que las cumple (“dado que acababa de
identificar una que cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste
esta certeza”).
La certeza es el estado de firme adhesión a la verdad de un contenido de conocimiento; se
trata de una afección del sujeto que por sí sola no aporta verdad al conocimiento.
Con el vocablo “verdad”, Descartes se refiere a la verdad epistemológica: la verdad se da en
las ideas, que es lo que conocemos.
Finalmente Descartes concluye que lo que le provoca el estado mental de certeza es que
capta con claridad y distinción (intuye intelectualmente, comprende de inmediato) la conexión
necesaria (no se puede negar sin caer en contradicción) entre pensar y ser, por lo que no necesita
demostración ( “veo muy claramente que para pensar es necesario ser”).
Decide entonces que todo lo que capte de igual modo, lo dará por verdadero (“podía admitir
como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas
verdaderas”).
Descartes ha optado por el criterio de evidencia, que es la especial “visibilidad” o claridad
de presencia con la que se nos manifiesta y hasta se nos impone un contenido de conocimiento,
de tal modo que no tenemos más remedio que asentir a su verdad (nos provoca certeza).
Para Descartes, la evidencia es una propiedad de ciertas ideas (“cosas” en el texto está por
“ideas”), las ideas innatas, y consiste en su claridad (manifestación transparente de la idea en la
inteligencia que la intuye) y distinción (perfecta delimitación de la idea en la mente, de modo
que no contenga nada que pertenezca a otras). Esta doble condición es la que debe cumplir un
contenido de conocimiento para ser declarado verdadero.
Al final del texto Descartes apunta que “hay solamente cierta dificultad en identificar
correctamente cuáles son aquellas que concebimos distintamente”. En su opinión, un contenido
de conocimiento puede ser “claro” y no “distinto”, por lo que no sería evidente; sin embargo no
puede ser “distinto” sin ser al mismo tiempo “claro”.
Más tarde, Descartes se planteó la posibilidad de que la mente, por su propia constitución,
captara como evidentemente verdadero lo falso (hipótesis del genio maligno). Además no tenía
certeza alguna sobre la existencia de la realidad física extramental Esto lo obligó a tener que
justificar la utilización del criterio de evidencia.
Para ello recurrió a lo único que tenía: el pensamiento y sus ideas. Reparó en las ideas
innatas (evidentes), concretamente en la idea de “infinito”, “ser perfecto” o “Dios”. Entonces,
demostró la existencia de Dios a priori, partiendo de la idea de “Dios”.
Uno de los argumentos que expuso fue: tengo en mi mente la idea de “Dios” como “ser
perfecto”; la existencia es una perfección, por lo que debe estar incluida en el concepto o esencia
de Dios; por tanto Dios existe.
Probado que Dios existe, D. argumenta que si es perfecto es veraz, por lo que las ideas
innatas evidentes, puestas por Él en nuestra mente, tienen que ser verdaderas, porque Dios no
nos puede engañar. De este modo consideró legitimada la utilización del criterio de evidencia y
asegurada la existencia extramental del mundo, puesto que tenemos ideas evidentes sobre el
mismo.
No obstante, hay que señalar que su razonamiento es falaz, no demuestra nada, es una
petición de principio (círculo vicioso): para justificar el criterio de “evidencia” tiene que
demostrar la existencia de Dios, pero la demuestra utilizando ese mismo criterio, ya que
argumenta a partir de la idea “evidente” de Ser Perfecto.

3.- Justificación del texto desde la posición filosófica del autor.


Los anteriores planteamientos se entienden sabiendo que D. el inaugurador del
Racionalismo moderno. Esta corriente confía en exceso en el poder de la razón (una razón no
empírica), por lo que pone pocos límites a nuestra capacidad cognoscitiva.
Por otra parte, es necesario saber que D. se propone revisar, reconstruir y fundamentar todo
el saber (Filosofía), que compara con un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la
física y las ramas otras ciencias particulares. Quiere ordenarlo deductivamente en un sistema en
el que no se incluya nada que no sea indudable, con sus partes orgánicamente conectadas y
descansando todo sobre un fundamento seguro (algo parecido a un axioma, pero con contenido
metafísico -raíz del árbol-). Además todo esto quiere hacerlo con la razón, fuente de
conocimiento que considera más fiable (desconfía de la percepción sensible o información que
nos dan los sentidos) y a la que concibe como única (igual funcionamiento en todos los hombres
-piensa en la razón matemática-), sistemática y deductiva (funciona sin recurso a la experiencia),
siendo sus operaciones fundamentales intuir y deducir.
Para cumplir su objetivo D. se ve obligado a diseñar un método, pensando en uno universal
(uno solo, válido para todas las ciencias), que sirva para demostrar verdades (como el del análisis
geométrico, cosa que no posibilitan ni la lógica de Aristóteles ni la de Lulio) y deductivo (como
los de las ciencias formales, a los que critica pero de los que piensa conservar sus ventajas).
Finalmente formula su método como un conjunto de reglas (pocas, pero para ser exactamente
observadas, a diferencia de lo que ocurre con la multiplicidad de reglas del álgebra y la lógica)
para utilizar bien las capacidades y operaciones de la mente (como posibilita la lógica) y evitar el
desvío de su correcto funcionamiento por factores como la precipitación, la prevención o las
pasiones.
Las reglas son:
1.- Evidencia: exige partir de un principio o idea evidente.
Para D. idea es lo que conocemos, la forma de un pensamiento por la inmediata captación
de la cual somos conscientes de ese pensamiento. D. mantiene una teoría representativista de las
ideas: además de ser actos de pensar, tienen contenido, se refieren a alguna realidad. Las ideas
pueden ser adventicias (extraidas de la experiencia), facticias (elaboradas por la mente
combinando varias) e innatas (las posee el pensamiento por sí mismo sin extraerlas de la
experiencia; puede que D. se refiera a que la mente, por su propia constitución, está predispuesta
a pensar la realidad de esas maneras, en términos de “sustancia”, “causa”, etc,). Las ideas innatas
son evidentes, y según D. han sido inducidas en la mente por Dios. En cualquier caso, y como
todos los racionalistas, D. cree que la intuición intelectual (comprensión inmediata, sin necesidad
de demostración ni recurso a los sentidos) de ideas innatas es el origen del verdadero
conocimiento, que se desarrolla posteriormente por deducción o paso necesario (la conclusión
obtenida no se puede negar sin contradicción) de premisas a conclusión no basado en la
experiencia, sino en leyes lógicas.
2.- Análisis o descomposición de ideas complejas (no evidentes) en las simples que las
constituyen, que serán evidentes por intuición.
3.- Síntesis o recomposición de la idea compleja mediante la captación intuitiva del
encadenamiento deductivo de las simples obtenidas en el paso anterior (demostración).
4.- Enumeración para comprobar el análisis y revisión para comprobar la síntesis.
Tras aplicar estas reglas se obtendría una intuición general de las conclusiones remotas
como evidententemente implicadas por los primeros principios dados por intuición.
Descartes tuvo que justificar el método, ya que se planteó que el hecho de que en
matemáticas se utilizara con éxito no garantizaba su aplicación universal (quería un solo método
para todas las ciencias); además la primera regla exigía partir de un principio evidente, que no
tenía.
Por estas razones se dio a una actitud de crítica radical de todo el saber, la duda metódica,
un procedimiento consistente en considerar provisionalmente falsa toda proposición de la que se
pudiera tener la más mínima duda.
Lo que D. buscaba con la duda era justamente una idea que se resistiera a ser falsada por
evidente o indudable. Esto quiere decir que la duda es metódica, una etapa en la búsqueda de la
certeza; no es una duda (estado mental de no adhesión a ningún contenido de conocimiento,
fluctuando la mente entre las diversas opciones epistemológicas) en la que haya que quedarse,
como la de los escépticos. La duda es también universal (aplicable a toda proposición
mínimamente dudosa), provisional (solo pretende revisar y fundamentar el saber, no sustituirlo)
y teórica (no debe aplicarse a las normas y leyes que rigen la conducta moral y social).
Según D., hemos de dudar de la objetividad de la información que nos proporcionan los
sentidos, porque a menudo se equivocan. Incluso dice que se puede dudar de la existencia de las
cosas percibidas. Para ello introduce la hipótesis del sueño: no se puede saber, en principio, si es
la vigilia o el sueño (en el que también creemos percibir cosas), el estado que nos conecta con la
verdadera realidad.
Por fiarse tanto de la razón, D. en principio no duda de las verdades racionales por
excelencia, que son las verdades matemáticas, que nada tienen que ver con la percepción sensible
de cosas, por lo que le parecen ciertas y evidentes. Pero, fiel a su intención de revisar todo el
saber, también las somete a crítica, con la hipótesis de que nuestra mente, por su propia
constitución captara como evidentemente verdadero lo falso (hipótesis del genio maligno). Así
convierte la duda en hiperbólica.
De la radicalidad de la duda obtuvo D. la primera certeza: para pensar es necesario ser algo
y no nada. Por tanto, la proposición “cogito, ergo sum” es verdadera porque la propia duda la
confirma.
En relación con el cogito (pienso) hemos de hacer las siguientes aclaraciones:
a.- En “pienso” se incluyen todos los actos o estados de conciencia, no solo el de dudar.
b.- No es una inferencia o razonamiento aunque parezca tener la estructura de premisa-
conclusión; además D. no piensa primero en la premisa mayor “Todo lo que piensa existe”. Se
trata de la intuición o comprensión inmediata de la necesaria (no se puede negar sin
contradicción) conexión que existe entre pensar y ser.
c.- En cogito se pone de manifiesto la existencia de la sustancia finita espiritual (res
cogitans), el alma o mente.
En definitiva, en cogito D. encontró:
a.- La primera verdad evidente y con contenido metafísico sobre la que reconstruir
deductivamente todo el sistema o conjunto del saber, que era justamente su objetivo. En la base
del sistema quería colocar una idea con contenido metafísico (información sobre la realidad), y,
como sabemos, en cogito se manifiesta la existencia real de la mente.
b.- La justificación de la aplicación universal de su método, cuya primera regla le pedía
partir de un principio evidente y que ya tiene: el cogito.
c.- El modelo de toda verdad, lo que le hace optar, como hemos visto, por el criterio de
evidencia para diferenciar los conocimientos e ideas verdaderos de los falsos: todo cuanto capte
con la misma evidencia que “cogito, ergo sum” será verdadero.
Debidamente justificado el criterio con la existencia de Dios, D. pudo elaborar su
metafísica, en la que estructura la realidad en tres tipos de sustancias.
Hemos de aclarar que para D. la sustancia, que no conocemos, es una cosa existente que no
requiere más que de sí misma para existir, con el concurso de Dios. También es el sujeto de un
atributo, lo que conocemos, y nos permite distinguir tipos de sustancia. A su vez los atributos
puede ser esenciales (los concebimos como inseparables de la sustancia, como constituyendo su
esencia) y no esenciales o modos (modificaciones variables de los esenciales que sí podemos
concebir como separables de la sustancia).
Los tipos de sustancia son:
a.- Sustancias finitas espirituales o mentes (res cogitans), cuyo atributo esencial es el
pensamiento. Sus modos serían los pensamientos particulares y los distintos estados de
conciencia.
b.- Sustancias finitas materiales o cuerpos (res extensa), cuyo atributo esencial es la
extensión (dimensiones), y sus modos las particulares formas o cantidades de extensión, el
reposo, el movimiento, etc.
c.- Sustancia infinita o Dios, cuyo atributo esencial es la perfección y al que no se le pueden
atribuir modos, porque es inmutable.
Por último, con respecto al ser humano, D. sostiene un dualismo sustancial interaccionista.
Cree que estamos formados por dos sustancias distintas e independientes: cuerpo y alma (mente,
razón, no principio vital; cree que es más fácil de conocer que el cuerpo, porque se conoce
directamente por introspección, que es infalible), que no obstante interaccionan o se influyen
mutuamente porque de algún modo conectan en la glándula pineal de la base del cerebro.

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