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El ‘boom’ de las ensayistas estadounidenses

De Joan Didion y Vivian Gornick a Rebecca Solnit y Jia Tolentino, las escritoras de no
ficción protagonizan un fenómeno editorial que también ha llegado a España
ÁLEX VICENTE
13 FEB 2021 - 00:30 CET
Al final de Arrastrarse hacia Belén, el ensayo de 1967 sobre la escena hippy de San
Francisco que le dio la fama, Joan Didion tropieza con una niña de cinco años que está
leyendo un cómic en el suelo de su habitación mientras se relame los labios, pintados de
un inexplicable color blanco. La niña se halla en pleno subidón lisérgico: su madre le ha
dado LSD para merendar. Otras tardes le toca peyote. La desapegada descripción que
Didion hizo de ese momento, que no logra disimular el desdén por esa panda de
descerebrados que sentía quien firmaba la crónica, ha conquistado una página propia en
la historia universal de la ensayística, sin mucho que envidiar a la caída del caballo de
Montaigne o al canto del chotacabras en la obra de Thoreau, entre otras ilustres
epifanías de la muerte.
El caso de Didion es el más sintomático del cambio de paradigma en la literatura
estadounidense que tuvo lugar al entrar en el último tercio del siglo pasado. Solo unas
décadas atrás, el género femenino por antonomasia había sido la llamada ficción
doméstica, conjunto infinito de novelas y folletines escritos por autoras de gran éxito
como Harriet Beecher Stowe, Elizabeth Stuart Phelps, Louisa May Alcott y otras firmas
con nombres o apellidos compuestos. Todas ellas crearon historias pensadas para
fortalecer el modelo de feminidad imperante, fundamentado en valores como la pureza
y la piedad. Pregonaban el dogma de las “esferas separadas”, la convicción de que las
diferencias de género implicaban que hombres y mujeres ocupasen lugares distintos en
el plano simbólico y en el físico: el único destino posible para las mujeres era la
reclusión en el hogar. Didion se hizo adulta en los años de la posguerra, cuando los
hombres volvieron del frente y algunas de esas viejas ideas decimonónicas parecieron
regresar con ellos. Había crecido en el seno de una familia republicana de Sacramento y
era hija de militar, pero no tenía ninguna intención de quedarse en casa.
Didion no fue la única ensayista de renombre, ni siquiera la más importante de su
tiempo. Tuvo contemporáneas con el prestigio intelectual de Susan Sontag o Janet
Malcolm y predecesoras tan ilustres como Elizabeth Hardwick, Diana Trilling y Mary
McCarthy, que también usaron la primera persona como herramienta para analizar el
mundo. Fueron autoras de ensayos híbridos, que aunaban el virtuosismo de la novela
con el rigor factual del periodismo y dinamitaban la tradicional separación entre
información, interpretación y opinión, que hoy todavía sigue sin superarse.
A diferencia de todas ellas, y con la posible excepción de Sontag, Didion se ha
convertido en objeto de culto y fenómeno pop, en protagonista de documentales en
Netflix e imagen de marcas de lujo como Celine, en un icono inmortalizado en
bellísimas fotografías vintage, en las que aparece posando frente a su Corvette o en su
porche de Malibú junto a sus difuntos. Mientras las atildadas sentencias de Gay Talese y
la experimentación onomatopéyica de Tom Wolfe, entre otros alborotadores con traje de
tres piezas, cotizaban a la baja en el clima cultural, las frases de Didion, punzantes como
agujas y áridas como el desierto californiano, que daban cuenta de un país con la brújula
moral estropeada, iban cobrando un eco poderoso en un presente razonablemente
parecido. Didion nunca pasó de moda, pero su eclosión en los últimos años, que la ha
llevado a alcanzar un estatus de leyenda viva y tesoro nacional, podría responder a la
búsqueda de una genealogía alternativa a la oficial, siempre tirando a masculina. Ese
reconocimiento ha trascendido más allá de las fronteras estadounidenses. Cuando la
extinta editorial Global Rhythm Press tradujo El año del pensamiento mágico, la
inolvidable meditación sobre el luto que coronaba su etapa de madurez clásica, no logró
hacer excesivo ruido. Corría el año 2006. Hubo que esperar algo menos de una década
para que aparecieran legiones de fans (la hubieran leído o no).
Algo similar le ha sucedido a Vivian Gornick, a punto de cumplir 86 años y solo seis
meses mayor que Didion, que sería la antítesis wasp de esta hija de judíos comunistas,
que se hizo un nombre como reportera de The Village Voice. A lo largo del último
lustro, su libro Apegos feroces, la memoir de 1987 en la que relataba su conflictiva
relación con su madre, se ha traducido a 15 idiomas. Hasta entonces era un nombre más
respetado que celebrado y seguía siendo casi anónima en varias latitudes. Otras
ensayistas como Renata Adler, Lydia Davis, Siri Hustvedt o Susan Orlean han reforzado
su presencia en el mercado español, particularmente abierto a este nuevo nicho editorial
gracias al esfuerzo conjunto de distintos sellos. El caso de Rebecca Solnit, catapultada
por el pertinente neologismo mansplaining, podría ser el más espectacular, de la mano
de Lumen, que acaba de publicar su último volumen, Recuerdos de mi inexistencia, y de
Capitán Swing, que va camino de traducir toda su bibliografía anterior.
Individualismo romántico
En la nueva antología de Didion, Let Me Tell You What I Mean (Knopf), que reúne 12
ensayos escritos entre 1968 y 2000, la autora deja claro que robó el fuego a los dioses
literarios de su tiempo. Uno de sus mayores referentes fue, según sostiene en uno de sus
textos, Ernest Hemingway. “La propia gramática de una frase de Hemingway dictaba
una forma de mirar el mundo, una forma de observar sin unirse, una forma de moverse
sin apegarse, una suerte de individualismo romántico adaptado a su época y su origen”,
escribe Didion como si hablase de sí misma. Su estudiada mezcla de sequedad y
precisión clínica la aprendió, sin embargo, en una peculiar escuela de periodismo: la
revista Vogue, a la que llegó tras ganar un concurso literario. Su primer trabajo en la
revista consistió en escribir los pies de foto de las páginas de decoración. “Es fácil
tomarse a la ligera este tipo de escritura. Lo digo porque yo no lo hago: fue
en Vogue donde aprendí una especie de facilidad con las palabras, una forma de ver las
palabras no como espejos de mi propia insuficiencia, sino como herramientas, juguetes,
armas que distribuir estratégicamente en la página. En Vogue, una aprendía rápido o no
se quedaba”, añade en Telling Stories, otro de estos ensayos desenterrados.
La recuperación de Didion y otros nombres parece responder a un intento de transferir
un valor a mundos literarios situados al margen del canon e incluso de politizarlos, en el
marco de la nueva calibración impulsada por el cambio social. Pero eso no significa que
todas esas escritoras comulgaran con la causa. “Este grado de éxito personal a menudo
les supuso fricciones con la política feminista colectiva”, recuerda Michelle Dean en el
reciente ensayo Agudas. Mujeres que hicieron de la opinión un arte (Taurus). Sontag
empezó defendiendo el feminismo, pero años más tarde cambió de opinión y reprochó a
Adrienne Rich la “simpleza” del movimiento, que consideraba propia de “todas las
verdades morales capitales”. Nora Ephron, que murió habiendo retomado su faceta de
ensayista en primera persona del singular —que, incomprensiblemente, ningún editor
español ha recuperado todavía—, aseguró que le incomodaban “los esfuerzos de las
mujeres por organizarse”. Lo dijo en 1972, el año en el que la propia Didion firmaba un
artículo de portada en The New York Review of Books, en el que parecía criticar su
supuesto “victimismo”. La más vinculada al movimiento fue Gornick, aunque también
terminó tomando sus distancias. “Me di cuenta de que el feminismo no era suficiente
para entender mi lugar en la sociedad o en la historia”, declaró en enero de 2020. Por su
parte, Solnit, siempre atenta a las cuestiones de clase social, se dice más deudora de
Borges y de Orwell que de los libros de Didion, tan repletos “de bienes inmuebles y
vestidos muy caros”.
En realidad, la habitual crítica al privilegio social que ha suscitado este subgénero,
caricaturizado como un puñado de escritos de pobres niñas ricas con apellidos
anglosajones y eufónicos, se revela parcialmente injusta a la luz de los últimos
acontecimientos. El género se democratiza y se diversifica, aunque sea a marchas
forzadas. La última sensación del ensayo estadounidense es Jia Tolentino, de 32 años,
hija de inmigrantes filipinos que se hizo un nombre en portales femeninos
como Jezebel o The Hairpin antes de fichar por The New Yorker. Su colección Falso
espejo (Temas de Hoy) reúne ensayos sobre asuntos tan diversos como la telerrealidad,
la cultura de la violación o el culto a “la mujer difícil”, de Hillary Clinton a Britney
Spears, en el que también participa este boom de la no ficción creativa. Otra de sus
nuevas estrellas, Leslie Jamison, es blanca y vive en Brooklyn, pero sus ensayos evitan
cualquier atisbo de glamur milénico: hablan de trastornos alimenticios y adicciones
varias, de cobayas médicas y memoriales de genocidios. Su último libro, La huella de
los días (Anagrama), es a la vez un testimonio en primera persona sobre sus problemas
con el alcoholismo y un ensayo sobre el mito literario que sigue explicando parte de su
atractivo.
Contra la glorificación
Tolentino afirmó en un artículo de 2016 que el gran momento del ensayo en primera
persona había terminado, tras el cierre de la plataforma LiveJournal en 2008, el ocaso
acelerado de los blogs y, sobre todo, la victoria de Trump, que evidenció la desconexión
entre quienes detallaban sus estados de ánimo en Internet desde sus comedores
metropolitanos y la realidad sociopolítica del resto del país. Recordó un poco a
cuando Virginia Woolf, allá por 1905, lamentó la multiplicación de artículos en primera
persona que había provocado la invención de la pluma estilográfica, “la amable
charlatanería de la mesa del té en forma de ensayo”. A juzgar por el torrente de
novedades que invaden las librerías, no cuesta adivinar que ambas se equivocaron, cada
una en su siglo.
En su día, Montaigne admitió que la representación literaria de sí mismo que figuraba
en las páginas de sus libros tenía “colores más vívidos” que los del hombre de carne y
hueso. Un rasgo compartido por este grupo de escritoras podría ser su voluntad de
rebajar esa tendencia a la glorificación. Si en sus escritos siempre hay un yo, este suele
ser una abstracción, una argucia técnica, un lugar vacío. Gornick admite haber pasado
media vida escribiendo sobre una persona “que era yo y a la vez no era yo”. Nancy
Mairs, que escribió sobre feminismo y sobre su batalla con la esclerosis múltiple,
definió a ese yo como “una invención”. Otras autoras tienen alergia a sentar cátedra y
no dudan en compartir sus inseguridades. “Siempre estoy confundida, nunca puedo estar
segura de nada. Escribir es mi manera de despojarme de mis autoengaños, o de
desarrollarlos”, escribe Tolentino. La propia Didion, rompiendo con la autoridad natural
que desprende su voz literaria, admite en el prólogo de Arrastrarse hacia Belén que
durante años sintió pánico ante la perspectiva de hacer una simple llamada telefónica en
el marco de su actividad periodística. Algo en lo que cualquier reportero imberbe puede
reconocerse, por mucha testosterona que uno comparta con Norman Mailer.
De: https://elpais.com/babelia/2021-02-12/mujeres-con-opiniones-el-boom-de-las-
ensayistas-estadounidenses.html?
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