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María Carolina Geel:


pasión y cárcel en la novela chilena

Paula LETELIER

1. Introducción
Georgina Silva Jiménez (1913-1996), conocida con el seudónimo literario
de María Carolina Geel, fue una escritora controvertida e irreverente por su
propuesta literaria y por su vida personal.
Comenzó su carrera literaria con la publicación en 1946 de El mundo
dormido de Yenia. Luego aparecieron otros textos como: Extraño estío (1947),
Soñaba y amaba el adolescente Perces (1949), El pequeño arquitecto (1956) y
Huida (1961).
Su existencia transcurría entre sus creaciones y su trabajo, hasta que su
vida cambió radicalmente el 14 de abril de 1955. Ese día protagonizó uno de
los hechos pasionales que más conmovieron a la sociedad santiaguina, le
disparó a su amante, Roberto Pumarino, en el conocido Hotel Crillón de
Santiago. A causa de esos disparos el hombre murió. Por ese acto fue
condenada a tres años de prisión. Su amigo Alone1), le recomendó escribir
todas sus vivencias durante ese período sin libertad como una forma de
sanación. Ella así lo hizo redactando Cárcel de mujeres.
Esta novela surge en un momento en que en Chile las mujeres luchan por
realizar una apertura en la sociedad, la política y la construcción cultural.
Emergen así escritoras2) que tímidamente quieren mostrar la interioridad
psicológica de los personajes y sus relaciones amorosas, Lucía Guerra (1987),
observa que la novela femenina de esa época se concentra más en las
frustraciones de la existencia, que en las luchas políticas.
Este artículo es un análisis de Cárcel de mujeres, como una narración

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testimonial y fragmentaria que descubrió el mundo desconocido, oscuro e
inaccesible de la cárcel. María Carolina Geel realizó una mirada femenina de
este espacio, mostrando sentimientos, sensaciones, actitudes de rebeldía,
miedos de la vida que ella experimentaba en este desolado lugar.

2. Quién es María Carolina Geel.


Georgina Silva Jiménez nació en 1913 y murió en 1996. Trabajó como
taquígrafa en la Caja de Empleados públicos y periodistas.
Su vida parece inmersa en una tranquila familia de la burguesía de
Santiago. Sin embargo, padecía una enfermedad dolorosa, hiperestesia aguda,
un trastorno de la percepción que provoca una sobre estimulación táctil, lo que
genera grandes dolores corporales, para los que tomaba frecuentemente
analgésicos.
Su nombre literario es María Carolina Geel. Comenzó su carrera literaria
con la publicación en 1946 de El mundo dormido de Yenia. Luego escribe
Extraño estío (1947), Soñaba y amaba el adolescente Perces (1949), El
pequeño arquitecto (1956) y Huida (1961). Todas estas novelas recibieron una
dividida recepción por parte de la crítica. Catalogaron su narrativa como
impresionista al mostrar la interioridad femenina, mirado como un rasgo
negativo en un momento en que los temas de los escritores eran mayormente
preocupaciones sociales y reivindicativas. Por otro lado, sus personajes
mostraban mujeres que luchaban por su libertad intelectual y sexual, lo que
incomodó a los lectores de la época. Pese a esta fría recepción, fue admirada
por importantes intelectuales chilenos como Gabriela Mistral, Alone y María
Luisa Bombal3).
Carolina Geel pertenece a lo que se ha llamado la generación de 1938,
escritores nacidos después de 1910. Este grupo posee ciertos rasgos que lo
individualizan: por ejemplo, la importancia de la función social del escritor y
su esfuerzo por caracterizar al chileno dentro de un complejo momento
histórico. Milton Aguilar (1998) en su ensayo sobre la generación, al hablar
sobre la novela de la época, hace hincapié en que su narrativa no es un acto de
fantasía, pues sus límites están en el acontecer social. Geel se acerca a un
grupo de escritoras mujeres que toman ciertos aspectos del neorrealismo

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criollista4), al que le agregan una visión femenina que se preocupa de la
interioridad psicológica de los personajes y sus relaciones sociales o
amorosas. Son escritoras que desarrollan una literatura en la cual aparecen
personajes y situaciones, que la sociedad dominante trata de ocultar.
Si tuviéramos que definir su carácter a partir de los estudios y artículos
publicados sobre su vida, podríamos decir que fue una mujer adelantada para
su tiempo, con una gran necesidad de libertad interior y externa, muy
decidida, pero también con fuertes rasgos depresivos, que la llevaban por
períodos alegres y otros de gran tristeza. Las críticas a sus obras y su escasa
recepción la atormentaban, le hacían sentir que su vida era un fracaso tanto en
su intimidad como en el ámbito público. Así entre tantos vaivenes no
encontraba la paz necesaria para vivir tranquila, sus dolores físicos y
sicológicos la apremiaban más allá de lo que ella podía controlar.
Su existencia transcurría entre su inestabilidad personal, sus creaciones y
su trabajo en la Caja de Empleados Públicos y Periodistas, hasta que su vida
cambió radicalmente el 14 de abril de 1955. Ese día protagonizó uno de los
hechos pasionales que más conmovieron a la sociedad santiaguina, le disparó
a su amante, Roberto Pumarino, en el conocido Hotel Crillón de Santiago. A
causa de esos disparos el hombre murió. Por ese acto fue condenada a tres
años de prisión. No cumplió toda su condena, gracias a la intervención de
Gabriela Mistral, quien desde Nueva York, pidió el indulto presidencial para
ella, el cual le fue concedido por Carlos Ibáñez del Campo.
Una vez en libertad siguió su labor como escritora y crítica, pero recluida
en su casa, nunca más volvería a ser la misma, estuvo mucho tiempo en una
profunda depresión, posteriormente publicó dos novelas que tampoco tuvieron
una buena acogida, El pequeño arquitecto en 1947 y Huida en 1969. Luego
vendría el Alzhéimer, que le borró todos los recuerdos lentamente hasta el día
de su muerte el primero de enero de 1996.
El hecho que conmocionó su vida fue el asesinato de su amante. Alejandra
Costamagna (2011), explica que las causas que la llevaron a cometer el crimen
nunca quedaron claras, la prensa especuló que fue producto de los celos, pues
Pumarino se iba a casar con una mujer mucho menor que la escritora,
circunstancia que ella siempre negó, pues ignoraba que su novio se iba a casar.

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Otros artículos periodísticos, la acusaron de buscar publicidad para sus novelas
y hacerse famosa con el escándalo que provocaría la noticia de un crimen
pasional, muchos catalogaron su acto como una escena cinematográfica de
Hollywood. Para Alia Trabuco, en su libro Las homicidas (2019), el crimen de
Geel fue catalogado por la prensa como un acto motivado por los celos, el
delirio, el amor, pero también se le juzgó por ser una mujer independiente, a
quien se la describió como una mujer que no era normal.

3. Las razones para escribir.


Carolina Geel estuvo recluida en el Correccional del Buen Pastor durante
un año y medio. Amparada por la Madre Superiora en un lugar protegido sin
contacto directo con las presas del lugar.
La escritora contaba con buenos amigos, uno de ellos Hernán Díaz
Arrieta, conocido como Alone, importante crítico literario chileno, le
recomienda escribir su historia, consejo que luego aparece en el prólogo del
texto:

“Escriba, cuente, diga simplemente cuanto sepa: porque, aunque se trate


de usted misma, usted no lo sabe todo. Declare su verdad, esa pequeña
parte de la verdad total que no alcanza a percibir. Le servirá para
explicarse a usted misma su caso” (p.16)

La escritora sigue su sugerencia y comienza a relatar todo lo que ve,


siente e intuye que sucede en ese lugar, visto por Alone como un espacio ideal
para escribir, alejado de la cotidianidad del día a día, dedicada solo a la
introspección y a la creatividad. Sería además un texto novedoso, una novela
carcelaria que contaría lo que realmente pasa dentro de una prisión.
Hay otra razón para escribir, la exculpación, el entendimiento del
inexplicable crimen por parte de sus lectores:

“Había que dar a luz la obra. No se podía ocultar ese testimonio. Muchas
y diversas serían como siempre, las interpretaciones, sin que, por cierto,
faltaran las corrosivas; pero existía una relación entre la escritora y el

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público, y eran numerosos los que tenían derecho a saber, también los
que a través de las palabras impotentes, las renunciaciones con la cabeza
atónita, entenderían.” (pp.20-21)

Alone, la convence de contar su verdad, de enfrentar a quienes la


acusaron de montar un espectáculo, acción donde fue ella una de las grandes
perjudicadas.

“Ya había sido acusada de “espectacularidad”, de afán de atraer la


atención y aunque resultaba monstruosa, hasta ser cómica, la
desproporción, se le atribuyeron los motivos que el joven griego tuvo
que cortarle la cola a su can. Había que salvar ese obstáculo. Había que
acallar las maledicencias, desarmarlas.” (p.16)

Las palabras de Alone buscaban incentivar a la escritora que estaba dentro


del cuerpo de una mujer asustada, sobrepasada por sus actos irracionales, pero
con una sensibilidad aguda para relatar lo que veía.

“Más allá del bien y del mal, en una región donde ya casi nadie importa,
por una especie de milagro, el instinto de la escritora seguía existiendo y
respondía. No para defenderse. Tampoco para acusarse. Para hablar,
porque había que hablar. Tenazmente había rehusado ella proporcionar
elementos a sus defensores; porque no quería salvarse, porque la
absolución y la libertad no constituían una salvación a sus ojos, sino otra
cárcel más temible. Pero hablaba, escribía. Desdoblándose en su interior,
se contemplaba e iba diciendo. Primero lo que había en derredor, el
infierno de la cárcel de mujeres; pero un infierno donde encontró un
ángel, una santa religiosa. Después, poco a poco, aproximándose con
precaución, su historia personal, algo de sí misma, del caos en que
flotaba, de la confusión que la condujo al estadillo.” (p.17)

4. Cárcel de mujeres, una narración de pasión y dolor.


El texto que surgió de su experiencia es difícil de clasificar, es el

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testimonio de una reclusa en la cárcel, la autobiografía de una mujer que mató
a su amante y la ficción de personajes en un lugar infeliz. Un texto dividido en
dos objetivos, por un lado describir a las mujeres recluidas en la cárcel y las
circunstancias que rodean sus vidas. Y por otra, contar su propia historia, una
mujer aparentemente normal que se vio implicada en un hecho criminal,
gatillado por sus sentimientos autodestructivos.
La novela se divide en 27 meditaciones sobre el mundo del penal, que
según Mora,(1999), establecen un doble juego: uno de carácter religioso,
donde la narradora aparece requiriendo la absolución divina; y otro filosófico,
para encontrar sentido y conseguir el perdón de los hombres.
No sabemos el nombre de la protagonista, pero sí se muestra como una
mujer letrada dentro de un ambiente de mujeres delincuentes. Su narración
surge gracias a su poder de observación de las diferentes secciones de la
cárcel. Su aislamiento en un lugar separado del resto de las reclusas, le da una
visión global, pero subjetiva de lo que acontece en el interior. Mira el destino
aciago de mujeres que han llegado ahí por alcoholismo, prostitución, robo o
asesinato. Lucía Guerra (2014), hace notar que la narradora asume su posición
de receptora intelectual y burguesa para censurar a las presas. Sin embargo,
esta perspectiva es socavada por las experiencias mismas generando una
contradicción entre lo que ve y los sentimientos que generan en ella esas
vivencias.
La cárcel de mujeres está divida en diversos espacios que no conversan
entre sí, espacios destinados según los delitos que se han cometido. El
pensionado, donde se encuentra la protagonista, está destinado para mujeres
que han cometido una estafa y provienen de una clase social acomodada, ellas
pueden decidir no salir de sus habitaciones y, por la tanto, no tener ningún
contacto con el resto de las reclusas. El patio de las guaguas, donde pueden
estar las mujeres que han llegado embarazadas y dan a luz dentro del presidio.
A estas mujeres se les permite estar con sus hijos solamente un año, luego
viene la terrible separación. El pabellón de las condenadas el espacio general
para todas las reclusas. Y el proceso, el lugar de castigo, para quienes han
transgredido las normas establecidas.
Pero también la cárcel es un convento dirigido por la Reverenda Madre,

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quien despierta la admiración de la protagonista, “puede oírse la fina,
mesurada, aristocrática voz de la Reverenda Madre que ejerce allí su
mandato” (p.23)
Las monjas emergen para la protagonista como heroínas, dignas de
ejemplo a seguir:

“Cárcel de Mujeres. Se piensa en ella y otro nombre acude a la mente,


inevitable: Congregación de las Monjas del Buen Pastor. Comunidad
admirable, rendida a una labor, como pocas heroica. Mujeres cuya
pureza de alma es capaz de dar temple necesario para una convivencia
diaria y sin tregua con seres que la vida situó exactamente en el cabo
opuesto de los mandatos morales. Mujeres de aspiraciones humildes,
que dan por bien pagado su duro trabajo cuando el número de
delincuentes que acceden a recibir el sacramento aumenta en diez o
quince. Mujeres, de raigambre aristocrático frente a otras, para cuya gran
mayoría no hay más ley que la violencia.” (p.63)

La protagonista no solo demuestra su admiración, sino también la necesidad


de seguir su ejemplo como una forma de expiar su pecado. Ella una mujer
agnóstica, busca una salida en la iglesia. Su salvadora es la madre
Anunciación, nombre emblemático, que la invita a entregarse a la religión.

“¿Por qué ella me observaba, dulce y con un imperceptible asombro en


su rostro? ¿y por qué ese ser tan profundamente, tan diáfanamente
religioso, pudo inclinar su afecto hacia mí que no adoraba a su Dios,
hecho que no desconocía? Y, pues, día a día, a la oración, ella rogaba
fervientemente a su Jesús por mí -¡Por mí!- y al contármelo la pura
sencillez de sus palabras me hacía bajar la cabeza. Una noche, sin que
nada en mí se resistiera, simplemente, me puse a rezar con ella una
oración de mi infancia. Ella rezaba y pensaba en Dios, yo, muy bajo, la
seguía y pensaba en mi gratitud hacia ella.” (p.40)

De esta manera, comienza a existir una unión entre ambas, unión social,

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pues ambas pertenecen a una clase superior, una unión religiosa, al rezar
juntas y luego pertenecer al coro de la iglesia. Y una unión de poder, la
religiosa era la encargada de poner orden, hacer que las reglas se cumplieran,
lo que le daba a la protagonista cierta tranquilidad, porque dentro de la cárcel
había una organización que nadie podía quebrantar.
En la cárcel están presentes el amor religioso y el amor carnal. El amor
entre las presas, hecho que sorprende a la protagonista, su moral no estaba
preparada para enfrentarse a este amor entre mujeres. En este espacio de
reclusión y castigo, la sexualidad explota sin límites, violentamente (Girad,
1977), lo que indudablemente fascina a la narradora. Ella mira desde fuera,
pero se da cuenta que dentro de la cárcel, el cuerpo femenino desafía las
convenciones y busca el amor más allá de lo establecido. Allí en el penal las
mujeres son libres de expresarse sin ataduras. Ella observa, las pasiones la
seducen, se convierte en una espía de los amores secretos:

“Miré. Las mujeres se detuvieron, pero no descolgaban ropa alguna.


Estaban muy juntas y hablaban secretamente. Casi un miedo me cogió y
una especie de pudor de que pudiera ocurrir algo por mí desconocido o
privado de ellas. De pronto una se inclinó, alzó un poco la falda y
extrajo algo, al parecer del rollo de su media. Después ¿qué hicieron con
tanta rapidez y qué provocó un breve y apagado quejido de la que no se
había movido? Solo vi que juntaban sus diestras, que al separarlas
estaban rojas de sangre y que sin duda pronunciaban palabras
sacramentales de un juramento inviolable. Luego, ¿se besaron ellas? No
sé. La luz abandonaba por segundos el Patio y solo vi sus cabezas
fugazmente juntas.” (p.54)

Lucía Guerra (2014), expresa que en Cárcel de mujeres, se elimina el


prejuicio sobre el lesbianismo, por el contrario esas historias hacen reflexionar
a la narradora sobre el amor. Uno de esos ejemplos es el personaje de
Adelaida, quien mata por amor, para volver a reunirse con su amante reclusa.

“La prisión impuesta para Adelaida tocaba a su fin. Todos los días se

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quejaba, plañidera, de que no tenía adónde ir, esperanzada en que se le
ofreciera quedarse, más las monjas guardaban silencio. La Adelaida tuvo
que partir. El mismo día se empleó de sirvienta. El raro amor que la
impedía. ¿Qué ancestros de paroxismo sanguinarios desencadenó en
ella? Al llegar la noche consumó lo más horrendo, porque descargó su
hacha y su locura sobre el cráneo de una mujer dormida. Después huyó,
más cuidando de ser descubierta sin gran trabajo. La Adelaida había
cumplido su obsesionado anhelo, volver y de nuevo, amar.” (pp.36-37)

Como dice Diamela Eltit en “Mujeres que matan” (2000), la protagonista


entiende el lesbianismo no como una opción, sino como una única alternativa,
que se les otorga a las mujeres, es una sobrevivencia afectiva frente a la
realidad carcelaria
Siguiendo las ideas de Michel Foucault en Vigilar y castigar (2015), se
puede decir que la protagonista tiene una mirada panóptica, es una visión
poderosa y omnipotente que observa los sucesos de la cárcel, sin ser vista por
nadie. Ella mira, clasifica, juzga, narra las acciones de sus compañeras, sin ser
juzgada por las mujeres que la rodean. Sin embargo, aunque ella no lo sepa, lo
que vive en la cárcel también le llega, los amores prohibidos de las presas le
hacen recordar a su amante:

“Y viene un recuerdo. En el Hotel Miramar, de Viña. Existe una piscina


formada entre rocas, que llena y desagua el propio mar. En cierta época
del año, si uno baja hasta ahí, cuando cae el anochecer, halla un
espectáculo cuya belleza entra en la memoria para siempre. Descendí
con él lentamente en zigzag y nos quedamos de pie junto a aquella
piscina mirando el obscuro crepúsculo en la lejanía. De pronto los ojos
bajaron y la belleza de aquello se entró inesperada hasta el mismo
corazón.” (pp.83-84)

Los recuerdos se desencadenan, comienza a evidenciar los hechos que


gatillaron su propio delito. El comentario de una de las reclusas sobre la
llegada de una asesina, despiertan en ella esos momentos que buscaba ahogar

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en la soledad de la cárcel. El relato es desordenado, se articula en torno a la
confusa situación de locura temporal que la narradora esgrime como causa del
asesinato de su amante. Ni siquiera acepta que la causa fueran los celos, pues
el novio planeaba su casamiento con otra mujer más joven. No fue un crimen
pasional, fue tal vez una totalidad de hechos funestos en la vida de la
protagonista, entre ellos la falta de un padre.

“Si hubiese podido cultivar yo un sentimiento maternal, ése que dicen


sentir muchas mujeres hacia el hombre, ¿nos hubiese salvado? Pienso
que sí, ya que las cosas sucedieron bajo un sentimiento contrario, es
decir, siempre la imagen del hombre estuvo en mí contenida en la idea
del padre que perdí y no conocí.” (p.85)

Como nos dice Llanos (2005), el testimonio de la narradora busca instalar


la idea de que ella solamente tuvo un momento punible, que fue producto de
un amor incomprendido y las acciones de su amante que la hicieron sentirse
acorralada hasta llevarla a la locura. La locura transitoria fue la verdadera
causa del homicidio. No hubo un móvil, ni planificación, hubo una serie de
situaciones que desencadenaron el disparo.

“Pero es necesario saber que todo esto es solo una fase, porque hubo
instantes muy extraños, instantes que precedieron. La mañana en que él
fue a comunicarme la muerte de quien lo dejara libre para unirse a mí, o
sea un mes y veintidós días antes, ocurrió que el momento en que
hablaba, el aparato de radio transmitía una música coincidente hasta lo
supersticioso y absurdo, es decir, la marcha nupcial de Mendelssohn.
Ambos percibimos y ambos callamos, pero en la fracción de un instante
me cogió la angustia de que aquella música entraba en la muerte o
emergía de ella.” (p.81)

En el texto, matar se vuelve parte de un destino que la llevaba por un camino


inexplicable, incluso desde el comienzo esa relación se había iniciado en torno
a una pistola y el deseo de la protagonista por tener una.

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“Hace seis años. Un portero de mi oficina fue a ofrecerme un revólver
usado. Era muy fino y valía entonces varios miles; en el momento no los
tenía; el hombre estaba urgido y lo vendió a otro. Me quedé con un
renovado deseo de tener uno. Dos días después leí un aviso de venta en
el diario. Resolví ir a verlo, pero cuando salía a ello desde la oficina,
pensé que yo no entendía de armas y podría comprar quizás qué. Tenía
yo cuatrocientos compañeros hombres, de modo que decidí pedir a
alguno que me acompañase. En ese momento entró él a mi oficina,
precisamente él.” (p.101)

Su amante era entonces parte de esa coincidencia de acontecimientos que la


llevaron a atacarlo, era parte de su amor. La protagonista no puede escapar,
hay una suerte de fuerzas superiores con leyes desconocidas que la acercan a
su crimen. En su relato no hay un sentimiento de culpabilidad, su tarea es
contar cómo sucedió, que fue producto de energías incontrolables. Sus
palabras demuestran este descontrol.

“Dos días antes salí a la calle a tres cosas, que entre sí poco tenían de
común en su apariencia: a comprar un remedio, a averiguar cuándo
podría partir en tren a Mendoza, ya que mi proyecto consultaba el viaje a
Buenos Aires por tierra para conocer la cordillera y la pampa, y a
comprar una pistola o revólver.” (p.99)

El día mismo en que salió a encontrarse con su amante, ella sentía que la vida
se acababa, que iba en busca de su propia muerte, sin embargo, su mente la
traicionó y desencadenó la muerte del otro.

“¿Iba yo ciertamente al encuentro de mi muerte? La libertad de morir


había sido cultivada, meditada por mí desde muchos “estados”, es decir.
Era ella la reserva delicada de las tristezas que trajeron los años, el acto
simple de una soledad impenitente, la decisión justa que resultaba de una
incapacidad casi patológica de estar entre los seres, la meta natural de esa
grave y constante angustia de no servir para nada, ni para nadie.” (p.106)

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La autocensura de la protagonista, deja los hechos en la nebulosa, los
sucesos no contados corresponden a lo que Molloy (1996), muestra como una
característica de las autobiografías, donde los silencios apuntan a lo que no
puede contarse. Después del asesinato viene una suerte de enajenación, donde
se borran todos los recuerdos. La narradora deja ver que es un sujeto femenino
contradictorio, acechado en un mundo hostil, que la obligaba a entrar en un
matrimonio, del cual ella se rebela, seguir esa relación que si bien la había
hecho feliz, no era lo que ella buscaba para su futuro, sabía que más tarde se
sentiría prisionera: “Porque todo el bien que él pudiera darme no alcanzaría a
desplazar la espantosa miseria moral que el matrimonio llega a infiltrar en los
seres” (p.81)
El delito criminal en el texto se muestra como una infracción que borra
los límites entre ficción y realidad. En Cárcel de mujeres se une la realidad del
crimen con la ficcionalización del yo (Llanos, 2005). La pasión femenina se
une al crimen, como muestra Josefina Ludner (1999), esa mujer que mata es
representada como una delincuente que se subleva en contra de lo establecido
por un estado normativo y castigador. Por medio del crimen (Huízar, 2007), la
mujer como asesina, se hace visible en una sociedad donde su existencia es
invisible. En este momento, ella es percibida como una identidad subversiva a
la hegemonía dominante.
La novela tuvo una positiva recepción tanto en la crítica como en el
público. Podría decirse que es el texto que más relevancia ha tenido de todos
los que escribió Carolina Geel. Alone en el mismo prólogo lo elogia:

“Es una manera entregada, sin rodeos, sin armas; la dignidad de la


actitud, la elevación del tono, la justeza de los rasgos presentan algo
sonambúlico; diríase que la autora ha escrito llevada de la mano, con los
ojos vendados. La música delicadísima que a cada paso alza un
problema no hace sonar una sola nota desacorde” (p.19)

El crítico que la convenció de escribir, luego también se da cuenta del


valor del texto.
Diamela Eltit, que agrega un breve ensayo en una de las últimas ediciones

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del texto, resalta el carácter fragmentario, que hace difícil clasificarla en un
género literario concreto. Resalta también el papel de la narradora, que se
eleva y mira todos los acontecimientos desde una ubicación elevada y
privilegiada. Finalmente Eltit nos dice:

“Estamos frente a un libro minoritario, prácticamente único. Ya sabemos


que son incontables las mujeres que asesinan a sus amantes, incontables
también las mujeres que escriben. Pero Cárcel de mujeres es más que
eso: es la materialización de una estética inteligente e implacable. Es
también la posibilidad de internarse por el trazado literario alojado en la
creatividad de una mente asesina.” (pp.12-13)

5. Conclusión
Cárcel de mujeres fue una ruptura en la novela chilena, primero al mostrar
a una narradora asesina, que rehúsa casarse con su amante y producto de esa
situación límite comete un crimen pasional. El acto es relatado en forma
fragmentaria, con recuerdos que se presentan como fotografías. En segundo
lugar, se describe un sitio vedado para el común de los ciudadanos, un espacio
que funciona como una metáfora de las limitaciones sociales y sexuales de las
mujeres, un espacio que también permite una liberación de los sentimientos y
la expresión sin pudores de la sexualidad. Irónicamente el penal permite a las
mujeres vivir sin las restricciones sociales impuestas por el deber ser.
En la cárcel ella encuentra la paz, la posibilidad de contar su verdad,
liberarse de las culpas que acorralan a una mujer destrozada por sus actos.
Mirado utópicamente es donde podrá escribir en calma y conocerse a sí misma
a través de la palabra.
Carolina Geel desaparece en una narradora observadora, que hace
comentarios y juzga el actuar de las otras presas. Muestra también la
dificultad de escapar de los discursos sociales imperantes, ella está por sobre
esas mujeres delincuentes, su educación, su clase social la salvan de la
barbarie que ve en sus compañeras, compañeras a las que mira, pero no
comparte con ellas.
Dentro de la historia de la literatura chilena, Cárcel de mujeres presenta

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por primera vez la experiencia carcelaria femenina y las transgresiones que se
producen en este sitio. La novela emerge como un texto inusual, por su
temática, el crimen pasional; su hibridez genérica, una mezcla de testimonio y
ficción; por la descripción desgarrada de la prisión y sus habitantes mujeres.
Cárcel de mujeres es un detallado estudio síquico y catártico, y a la vez se
convierte en un valioso análisis de una comunidad olvidada y silenciada en la
sociedad de esa época: las mujeres lesbianas. Lucía Guerra (1987) habla de un
feminismo implícito que significa una toma de conciencia de los problemas de
la mujer, aunque no se logre formar una base teórica.

Agradecimientos
Esta investigación ha sido parcialmente financiada por Grant — in - Aid for Scientific
research (C) de la Japan Society for the Promotion of Science

Notas
1 Alone, cuyo verdadero nombre es Hernán Díaz Arrieta (1891-1984), es un
reconocido crítico literario chileno. Desarrolló su actividad durante 60 años en
diversos periódicos y revistas, siendo su “Crónica literaria” de El Mercurio, la
que le otorgó un gran prestigio. En 1954 publicó su más renombrado texto,
Historia personal de la literatura chilena, luego vinieron otros como: Leer y
escribir, El vicio impune (50 años de crónica literaria) y sus memorias en
Pretérito Imperfecto. En 1959 obtuvo el Premio Nacional de Literatura.
2 Escritoras como María Luisa Bombal, Marta Jara, Carmen Alonso y la propia
María Carolina Geel.
3 María Luisa Bombal (1910-1980), escritora chilena que también protagonizó un
intento homicida, muy publicitado por la prensa. En 1941, en el mismo hotel
Crillón, disparó tres veces a Eulogio Sánchez, su gran amor no correspondido.
Eulogio quedó herido y no levantó cargos contra la escritora, a quien se le acusó
de actuar con la facultad mental alterada.
4 Cedomil Goic en Novela Chilena: los mitos degradados, hace referencia a una
nueva generación que muestra una sensibilidad especial para representar la
realidad. Por su parte, Hugo Montes y Julio Orlandi, agregan el término criollista,
por su interés en mostrar lo nacional.

Referencias
Aguilar, Milton. 1998. “El proceso creativo de la generación del 38”. Simpson 7.
— 152 —
Revista de la Sociedad de Escritores de Chile. Anuario 1998. pp.23-35.
Costamagna, Alejandra. 2011. María Carolina Geel. Cinco balas y un día. El Mercurio.
Santiago de Chile 10 de febrero de 2009. pp.28-32.
Díaz Arrieta, Hernán. 2000. “Prólogo” Cárcel de mujeres, Santiago, Editorial Cuarto
Propio.
Eltit, Diamela. 2000. “Mujeres que matan” Cárcel de mujeres, Santiago, Editorial
Cuarto Propio.
Eltit, Diamela. 2000. “Mujer frontera y delito” en Emergencias: escritos sobre
literatura, arte y política. Santiago, Planeta/Ariel.
Foucault, Michel. 2015. Vigilar y castigar, Madrid, Siglo veintiuno editores.
Geel, María Carolina. 2000. Cárcel de mujeres, Santiago, Editorial Cuarto Propio.
Guerra, Lucía. 1987. “La problemática de la existencia en la novela chilena de la
generación de 1950”. En Texto e ideología en la narrativa chilena, Minneapolis.
The Prisma Institute.
Guerra, Lucía. 2014. Ciudad, género e imaginarios urbanos en la narrativa
latinoamericana. Chile, Editorial Cuarto Propio.
Girard, Rene. (1977) Violence and sacred. Traducción Patrick Gregory. Baltimore: The
Johns Hopkins University Press.
Huízar, Angélica. (2007) “Con el cuerpo y la pluma: desafío panóptico del lesbianismo
en Cárcel de mujeres de María Carolina Geel”. Revista de Estudios Hispánicos de
la Universidad de Puerto Rico. Vol. XXXIV (pp.43-54)
Ludmer, Josefina, (1999) El cuerpo del delito. Un manual. Buenos Aires, Libros Perfil.
Llanos, Margarita. 2005. “Pasión que mata: Cárcel de mujeres de María Carolina
Geel”. En Signos literarios 2, julio-diciembre 2005. Páginas 127-133. Disponible
en:https://signosliterarios.izt.uam.mx/index.php/SL/article/view/178
Memoria chilena. María Carolina Geel. Disponible en: http://www.memoriachilena.
gob.cl/602/w3-article-743.html
Mora, Gladys. 1995. “María Carolina Geel (1911-1996)”. En Escritoras chilenas. Ed.
Patricia Rubio. Volumen III. Santiago, Cuarto Propio.
Molloy, Sylvia. 1996. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en
Hispanoamérica. Traducción de José Esteban Calderón. México, Tierra firme.
Trabuco, Alia. 2019. Las homicidas. Santiago de Chile, Penguin Random House Grupo
Editorial.

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<Resumen>

María Carolina Geel:


pasión y cárcel en la novela chilena

Paula LETELIER

Este artículo es un análisis de Cárcel de mujeres, como una narración testimonial


y fragmentaria que muestra el mundo desconocido, oscuro e inaccesible de la cárcel.
María Carolina Geel presenta una mirada femenina de este espacio, mostrando
sentimientos, sensaciones, actitudes de rebeldía, miedos de la vida que ella
experimentaba en este inhóspito lugar. Dentro de la historia de la literatura chilena,
Cárcel de mujeres presenta por primera vez la experiencia carcelaria femenina y las
transgresiones que se producen en este sitio. La novela emerge como un texto inusual,
por su temática, el crimen pasional; su hibridez genérica, una mezcla de testimonio y
ficción; por la descripción desgarrada de la prisión y sus habitantes mujeres.

Palabras clave:
literatura chilena, Geel, narrativa, cárcel de mujeres, femenino

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