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Aguilera, un
chocolate con whisky del
bueno
Jorge Enrique Lage
Marzo 18, 2020
002
La editorial Hypermedia acaba de poner entre tapa y contratapa el más reciente proyecto
de Carlos Alberto Aguilera: una antología que reúne textos de Abel Fernández-
Larrea, Legna Rodríguez Iglesias, Radamés Molina, José Manuel Prieto, Michael H.
Miranda, Ronaldo Menéndez, Abel Arcos, Ahmel Echevarría, Ernesto Hernández
Busto, Carlos Manuel Álvarez, Idalia Morejón, Waldo Pérez Cino, Pablo de Cuba
Soria, Ena Lucía Portela, Rolando Sánchez Mejías, Ramón Hondal e Iván de la
Nuez, además del propio antologador y también de quien firma esta entrevista.
¿Qué es lo que reúne a estos autores? La respuesta comienza en el mismo título del
volumen: Teoría de la transficción. Narrativa(s) cubana(s) del siglo XXI (Hypermedia,
2020; ya disponible en Amazon), pero es probable que no termine al final de su lectura.
Tenemos una teoría in progress, y tenemos a un escritor que piensa, que rumia mucho la
ficción —“Aguilera es de los que hasta cuando cagan, cagan literatura”, me dijo un
amigo común hace muchos años— y, por tanto, es más de ofrecer reflejos que certezas.
En literatura las teorías no se demuestran: se opera con ellas, en solitario y sin papel
higiénico.
Por ejemplo:
A eso que muchas veces él no sabe qué cosa es. Eso que a veces no pasa de una nota, un
pie de página, una palabra, un garabato, un coso.
Eso que siempre parece incompleto, que muchas veces nos deja con deseos de seguir
leyendo o mirando y sin embargo se detiene ahí porque ―en esencia― ya lo que se
tenía que decir se dijo. Algo que incluso desafía a la escritura como discurso, como
constructo racional o delirante, y que no necesita mostrarse como la elaboración
coherente de “un” algo.
Un ejemplo sería aquella autocaricatura de Martí con el pelo erizado. Un Martí que nos
habla de otro Martí, digamos. Un Martí cyborg, de poco uso. Un Martí muñón,
cagarruta, detrito. Y por ende un Martí que para mí territorializa algo que no está en el
Martí de muchos textos, siempre tan traspasado por una imagen formal de sí mismo…
Otro ejemplo sería el Watt de Beckett. Un muñón del tamaño de una novela.
Para no perderme: lo ideal era haber hecho un libro que, aparte de los representados,
tuviera también ejemplos de transficción en la fotografía o la pintura o el teatro,
digamos. Zonas donde lo transfictivo es una fuerza en sí. Y para eso, con seguridad, lo
mejor hubiera sido algo diferente al papel, como bien dices.
Más allá del caso Cuba y de esta antología, tomando la transficción como
diagnóstico general del presente: estoy pensando además en ciertas zonas de
YouTube, en podcasts, en algunos perfiles/personajes de Twitter…
Sería interesante poder aunar todas esas tecnologías, jugar con ellas, porque la
transficción es ante todo una “intención”, un entender como dispositivo literario aquello
que incluso a priori no lo es.
Digamos: una buena crónica de fútbol. O una imagen. O una música. Entonces, si se
pudieran canalizar esas dinámicas desde varios medios, sería genial.
Hablas también de los imaginarios que funcionan desde “ese lugar donde la mala
crítica y las malas editoriales no esperan encontrar eso que ellos llaman escritor
cubano”.
Sí, para mí las malas editoriales son esas que te clasifican en nombre de la nacionalidad
o identidad y de antemano “exigen” una escritura relacionada con el arquetipo que se
tiene en algunos países del mundo cubano (en nuestro caso). Es decir, que te siguen
observando como un animal exótico.
O esas editoriales a las que no les importas tú como escritor, como estilo, sino como
material que puede ser atornillado a un gusto “nacional” ya (pre)hecho y recalentado día
a día por la mafia editorial. Estas son muy comunes en España: no rechazan tu libro
porque sea malo o ingenuo o cualquier otra cosa, sino porque para ellos no va a tener
suficientes lectores ―lo que en verdad significa baja economía; o porque mueve
obsesiones diferentes, digamos, obsesiones que ellos piensan no pertenecen al público
donde ellos distribuyen.
Y a un escritor cubano situado en ese punto ciego, digamos, que quiera publicar y
tener lectores… ¿qué le dirías?, ¿qué puede hacer?
Alguien pudiera decir que, en la práctica, lo que has hecho aquí es una antología
de escrituras que te atraen particularmente, una curaduría de textos basada en tus
preferencias como lector y escritor… ¿Hay narradores cubanos que te interesan o
que disfrutas, pero que sin embargo nunca hubieras incluido en esta selección? Y
al revés: ¿puede haber narradores cubanos cuya obra te desagrade, aun cuando se
acoplen bien con tu concepto de transficción?
Bueno, el libro ―casi todo libro― es también un espejo, una manera de observar mi
escritura y, por qué no, aquellas que me gustan, que creo construyen su propio
“hábitat”.
En el proceso de selección dejé afuera algunas escrituras que aunque me interesaban ya
estaban, para mí, adentro; e incluí algunas (no hay que decir nombres) que aunque no
son las que más disfruto, creo que le venían muy bien a la antología, hacían más amplio
su foco.
Así que si se dice que Teoría de la transficción es una antología de escrituras que me
“atraen particularmente”, no se estaría en ningún caso mintiendo.
Teoría… es un libro que he hecho para pensar una zona donde se mezcla agenciamiento
y transgresión, y para darme también un pequeño placer; algo así como un chocolate
con whisky del bueno adentro.
Hay una narradora cubana que leí tiempo después de haber hecho la antología y que no
incluí porque ya tenía construido el libro y soy muy perezoso para romper lo que ya
tengo elaborado: algún fragmento de La Habana sentimental, de Rosie Inguanzo, podría
haber estado en Teoría...
Quizá también algo de la gente más joven, que escribe casi siempre en plan paja, con
mucho desenfado, como si todo fuera descarga; pero por lo dicho antes preferí cerrarla
en la Generación Cero y delimitar a este periodo su campo de acción. Así quedaba como
una antología sobre escrituras de dos promociones bisagras: una que publica en los años
previos al 2000 y otra que lo hace inmediatamente después, ambas observándose (y
poniéndose traspiés) de alguna manera.
A nivel global habría muchos autores. Demasiados. Y cuando hay tantos mejor no
mencionar a ninguno.
Son escrituras muy interesantes, porque entre otras cosas están atravesadas por algo a lo
que, por ejemplo, en los años 90, le teníamos fobia: la banalidad. Y digo esto como
elogio. La banalidad y el selfie bien usado pueden dar mucho de sí todavía. Igual que el
cruce de géneros. Algo que a muchos de los nuevos escritores les sale de modo natural y
nosotros tuvimos que aprender en el camino (aunque era ya una de mis maneras de
entender lo literario desde Retrato de A. Hooper y su esposa).
Sobre hacia dónde se mueven, no tengo idea. Cuando les pase por encima la “zafra” ya
se verá quiénes son los que sobreviven y quiénes no.
Por último, sobre tu propia escritura, sobre tu narrativa: ¿dónde estamos ahora?
¿Qué podemos esperar, para un futuro ojalá cercano, los lectores de Carlos A.
Aguilera?
Ando a medias con una nueva novela, de la que aún no he sacado fragmento en ninguna
parte. Y escribiendo también una serie de ensayos o reseñas o notas que publico por
aquí y por allá. Además de un libro con Umberto Peña que ya sale pronto por
Zuiderdok; un libro maravilloso con gran parte de su obra.
Ya sabes, lento es el paso del mulo en el abismo. Y si el mulo tiene que hacer además
otro millón de cosas, pues más, muuhuuucho más.
De: https://www.hypermediamagazine.com/entrevistas/carlos-a-aguilera-un-chocolate-con-
whisky-del-bueno/
SOBRE ARCHIVO Y
TERROR. UNA
CONVERSACIÓN CON
CARLOS A. AGUILERA
El escritor Carlos A. Aguilera resuena en el mundo cultural cubano —dentro
y fuera de la isla— por su pertenencia al grupo Diáspora(s), fundado en
1993 y cuya revista homónima circulara de manera autónoma entre 1997 y
2002, y por llevar adelante InCUBAdora, un archivo online que abarca todas
las aristas del conocimiento en torno a Cuba.
Carlos A. Aguilera: La idea de archivo remite a varias cosas en el libro. Por una
parte, a ese nacionalista, simple y secuestrado ideológicamente que se ha
practicado en el espacio Revolución en Cuba. Un archivo que por encima de
todo privilegia ―literariamente hablando― el mal realismo y la mala realidad
cubana, intentando castrar la noción de desvío, de otredad, de síntoma, de
problema. De ahí que, por ejemplo, el libro termine con una larga entrevista a
Rosa Ileana Boudet, quien no solo reconstruye desde su posición “esquiza” la
historia del teatro en Cuba (recordemos que ella, a la vez que gran estudiosa de
la escena cubana, fue directora de algunas de las revistas estatales donde mejor
se cumplía la política cultural castrista entre los setenta y noventa), sino que abre
precisamente con un ensayo sobre Los siervos, una de las mejores piezas de
Virgilio Piñera ―negada por él mismo en nombre de la razón estado― y que,
recuerdo, aún no se ha visto en Cuba sin cortes, sesenta y cinco años después de
haber sido publicada por primera vez en la revista Ciclón.
Por otra, la noción de archivo (y la de terror sobre y desde este archivo) remite a
mi propia subjetividad, a mi propia máquina de escritura y deseo. Es una
reconstrucción de mis trips, conversaciones y preguntas y, a la vez, un atravesar
disímiles zonas de vida, ya que el libro reúne algunos de los textos (en forma de
ensayo, en forma de entrevista) que he venido haciendo durante los últimos
veinte años en ciudades muy diferentes. Algunas páginas están atravesadas
tanto por Berlín, donde pasé unas horas fenomenales con la narradora rumano-
alemana Herta Müller, como por Dresde, La Habana, o Barcelona, ciudad donde
siempre me reúno con algunos de mis mejores amigos, entre ellos con Pedro
Marqués de Armas (con quien converso en el libro sobre su Ciencia y poder en
Cuba. Racismo, homofobia, nación (1790-1970)) y donde, por cierto, descubrí los
maravillosos filmes de Miñuca Villaverde. Una de las primeras que intentó hacer
cine-experimento en el mundo Cuba, tanto de manera antropológica como
autorreferencial.
HEH: Extendamos tu idea, “el terror sobre y desde el archivo”, más allá de los
paréntesis, pues me hace pensar en esta dependencia: el terror gubernamental
hacia las prácticas democráticas de archivo, y el control de éste desde sus
políticas —dirigidas o no al mundo cultural— como elemento esencial para
sistematizar el terror. ¿Hay referencias a este asunto en tu libro?
Pero a la par de esto sucede algo curioso, y aquí es donde entra el pos del
totalitarismo que enunciaba antes: un pos falso como todo prefijo que se le
intente dar a una ideología que no solo viola su propia constitución ―se supone
que ha sido hecha a su medida, es decir, la del PCC―, sino que burla sus propias
leyes para construir un plus mayor de terror. Y ese “algo curioso” sería el
simulacro. El simulacro entendido como abyección, trampa o falsedad, tanto en
su relación con la sociedad civil como con la razón intelectual. Simulacro que
muchas veces regula la relación entre las instituciones que representan al estado
y la retórica de las diferentes comunidades que componen el arquetipo civil e
intelectual en la isla. Comunidades como la del cine, por ejemplo, o la LGBTQIA,
o la literaria, quienes, a veces por miedo, a veces por indiferencia, y siempre por
mediocridad, son incapaces de oponerse o no aceptar las supuestas prebendas
del estado, esas migajas (el muy reciente Fondo de Fomento para el cine cubano
sería un ejemplo) con la que muchas veces más que silencio o tiempo, el
gobierno de la isla compra autismo, un mirar obsesivo hacia ninguna parte.
Y por supuesto que este doble garrote, el de la censura y sus simulacros, aparece
en varios lugares del libro. A veces como dispositivo histórico, como en la
entrevista con ese monstruo de la plástica cubana que es Umberto Peña, una
entrevista donde habla de los setenta, del silencio, de las pequeñas maniobras
―dixit Piñera―, y a veces como mecanismo de obra, tal y como se lee en los
textos sobre Lorenzo García Vega, Santiago Sierra, la institución psiquiátrica o la
literatura cubana, un espacio ―este último― bastante prostituido en los últimos
sesenta años, por cierto. Quien tenga dudas, que lea mi conversación con la
investigadora Idalia Morejón Arnaiz (“El estremecimiento de los intelectuales”) a
raíz de su libro sobre Casa de las Américas. Un libro ―una entrevista― donde, a
mi entender, se ponen en claro algunas cosas.
Luis Manuel Otero Alcántara se preguntaba hace unos años «¿Dónde está Mella?» en
uno de sus trabajos performáticos más notorios. ¿Se habría preguntado Julio Antonio
Mella dónde está Luis Manuel cuando ha estado detenido por el régimen cubano?
Seguramente sí. Cortesía: 27N Cuba
Archivo y terror practica dos posiciones que son las que muchas veces también
busco en los textos que leo: investigación e intervención. Del primero solo decir
que me interesa fuera de la razón académica, fuera de toda escolástica o
informe, dejándole espacio a las intuiciones, lo biográfico, la seducción y al
falso close reading (por no académico y por lúdico), y donde se reacoplen teorías
y hechos con cierto espacio de escritura, a la manera que lo haría un Brodsky o
un Olson, quien escribió ―para mí― el mejor libro que se ha editado sobre Moby
Dick (con el perdón de Lawrence, quien también tiene un genial ensayo sobre
Melville en sus Estudios sobre literatura clásica norteamericana). Y sobre la
intervención, solo señalar que me interesa desde muchos lados, del modo en
que, por ejemplo, lo hago en mi conversación con Heiner Müller, donde
reordeno y traduzco algunas de sus respuestas a varias entrevistas en una
conversación imaginaria sobre Cuba, totalitarismo y teatro, dando paso a un
documento que de facto nunca existió pero que funciona o puede funcionar
como una suerte de microlaboratorio escénico, y de la manera en que lo hago
con Osvaldo Lamborghini, el fenomenal autor de El fiord ―para mí, uno de los
relatos políticos más importantes del siglo XX―, donde reinvento su biografía
levantando una suerte de transficción, texto que asume las subjetividades que el
mismo Lamborghini pone a funcionar en toda su obra junto a cierto punch de
crítica literaria, de cruce entre reseña y novelita corta.
De: https://artishockrevista.com/2021/07/14/sobre-archivo-y-terror-una-conversacion-con-
carlos-a-aguilera/#_edn1
Clausewitz y yo
CARLOS A. AGUILERA
LI TE RA TU RA IBER OA ME RI CA NA
José de Montfort
Carlos A. Aguilera
Algunos textos de la literatura cubana manifiestan una curiosa fascinación por
Rusia y su exuberante tradición cultural. Son pocos, pero no suelen carecer de
excelencia estética. Ahora bien, durante muchos años todo parecía indicar
que Livadia, de José Manuel Prieto, era la insuperable novela cubana sobre Rusia
y todo lo relacionado con la cultura eslava, pero la publicación de El imperio
Oblómov, de Carlos A. Aguilera, sugiere que otro libro de similar importancia se
ha insertado en esta genealogía narrativa.
Así, no hay una sino decenas de historias; el texto se fragmenta y deviene una
pequeña enciclopedia esquizoide del Este, un extraño artefacto verbal que se
niega a articular una trama coherente: de la sátira de la retórica bíblica en los
desvaríos de Mamushka Oblómov a las divagaciones del jorobado Bertholdo, el
texto está más interesado en discutir ciertos conceptos (el paneslavismo, la
redención por el fracaso, la enfermedad como signo de superioridad espiritual)
que en articular cualquier tipo de mímesis.
Este rechazo del “realismo” (sea lo que sea que esto signifique) y de la
causalidad narrativa, junto a una más que evidente predilección por la parodia,
convierten el libro en una máquina de narrar grotesca y excesiva que se burla sin
contemplaciones de los hombres, los animales y todo lo demás: nos encontramos
ante una de las obras auténticamente nihilistas de la literatura hispanoamericana
contemporánea, sólo comparable quizá a Bajo este sol tremendo,[3] de Carlos
Busqued, esa apoteosis de mordacidad y pesimismo ontológico.
No hay que pensar, sin embargo, que la lectura del relato resulte particularmente
difícil: no se trata (por suerte para nosotros) de un soporífero tratado
heideggeriano y, a pesar de la complejidad de los temas tratados, el texto parece
confirmar el famoso apotegma de Gottfried Benn sobre el paradójico entusiasmo
de algunos estetas de la negación: esta es una narración que no condesciende
jamás a la monotonía y que en muchos momentos despliega un humor
verdaderamente extremo, casi patibulario (las páginas que narran la existencia
cotidiana de Oblómov el Tuerto y los “santones”[4] en su torre son un prodigio
de comicidad grotesca).
Por otra parte, el estilo también resulta sorprendente: en las antípodas del
refinamiento de Livadia (muy influenciado por Nabokov y Proust), Aguilera
apuesta por una prosa canallesca y escatológica, que mezcla con destreza
diversos registros del habla popular, la jerga filosófica y la parodia de la retórica
religiosa; un verdadero “estilo de decadencia” (pero sólo en el sentido
notoriamente complejo conferido por Baudelaire y Gautier a esta expresión)
[5] que consigue remedar, en el plano lingüístico, la crapulosa intensidad del
contenido. Así, al leer el texto es inevitable pensar en escritores como Céline y
Roberto Arlt: tipos mordaces, pesimistas radicales, estilistas consumados: un
magnífico linaje estético para esta extraña, sofisticada y ambiciosa novela.
De: https://rialta.org/el-imperio-oblomov-novela-rusa/#_ftnref2
En “Mao” estamos ante versos que van tejiendo un relato, un tino crítico que no
divorcia la poesía del pensar, la hace participar de otra capacidad reflexiva donde
accedemos a una nueva manera de comprender la belleza; lo cínico aquí alcanza
un esplendor, un estilo de lucirse en la pasarela de la barbarie y lo irracional.
Entre “Mao” y los gorriones se crea una riqueza dramática en gran medida fruto
del antagonismo que ambos representan. Cada trecho nos deja una fotografía
nítida, conmovedora, testimonio que la escritura nos devuelve a través de su
irreverencia.
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Sin embargo, el gato se roba el show, es el gran símbolo de esta contienda, donde
la madre acumula un odio insondable hacia todo lo que procede de Rusia y una
dosis de resentimiento para nada menor hacia las personas que han compartido el
hogar bajo el hostigamiento y la incertidumbre. Ese gato, en mi opinión, es el
punto más al alto de la escena, justo donde el lenguaje desborda la más eficaz
insidia contra todo que le resulta grosero y aprovecha para tomar venganza
transformando al felino en los ojos del Estado (ruso), que no dejan de observarte
hasta cuando duermes, y “espía lo que sueñas”, pero a la vez se presenta como
“el gato araña” y “el gato-Estado”, una bola de nieve que a gran velocidad
impacta, pero que termina derritiéndose a los pies de los más pacientes.
De: https://rialta.org/gatos-y-un-dibujo-chino-escritura-carlos-a-aguilera/?
fbclid=IwAR06jwAgOn4zWp6TBTolvqdoQKAupmqr0YuAaqx__Cn3juxa6ZHutn0xhgw