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LA POESÍA DE LA GENERACIÓN DEL 27

El nombre de Generación del 27 reúne a un grupo de escritores que


protagonizaron uno de los momentos culminantes de la poesía española. La nómina
suele incluir a Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, F. Gª Lorca, L. Cernuda, V.
Aleixandre, Gerardo Diego y Dámaso Alonso. A ellos habría que sumar otros escritores
menores (Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Juan José Domenchina) y Miguel
Hernández, a pesar de ser mucho más joven.

Casi todos pertenecen a una burguesía ilustrada de provincias; comparten tertulias y la


conmemoración del centenario de Góngora en Sevilla, en 1927, de la que surge el
nombre de la Generación. También comparten revistas literarias (como Litoral) y
conviven en la Residencia de Estudiantes, centro cultural vinculado a la Institución
Libre de Enseñanza que fue crucial en la formación de muchos de ellos.

Desde el punto de vista literario, existen diversas claves comunes:


 Admiración hacia la poesía de Góngora.
 Influencia de la poesía pura, a través del magisterio de Juan Ramón Jiménez.
 Neopopularismo. Acuden con frecuencia a versos y formas métricas de origen
popular (romances, seguidillas, canciones…), así como a rasgos estilísticos de la
lírica tradicional.
 Gran influencia de las vanguardias. La gran importancia que conceden a la
metáfora y a las imágenes poéticas se relaciona con el influjo del ultraísmo y el
creacionismo. El futurismo explica su atracción por las máquinas modernas, el
cine o los deportes. Y la irrupción del surrealismo interviene en la evolución del
grupo desde la inicial estética deshumanizada hacia una progresiva
rehumanización de los temas, incluido el compromiso social y político.

La evolución conjunta del grupo queda abruptamente interrumpida con la Guerra


Civil. La muerte, el exilio y las imposiciones de la dictadura determinan que cada
cual emprenda por separado su trayectoria vital y literaria.

Principales autores

Pedro Salinas (1892-1951) fue, además de poeta, un importante ensayista y


profesor universitario. Tras unos primeros libros en la línea de la poesía pura, alcanza la
madurez con tres libros de temática amorosa: La voz a ti debida, Razón de amor y
Largo lamento. La poesía de Salinas sintetiza vanguardia y tradición, ironía e intimismo
para mostrar una compleja visión de los sentimientos y preocupaciones humanas.

Jorge Guillén (1893-1984). Su poesía se compone de tres grandes ciclos:


Cántico, Clamor y Homenaje. Se considera a Guillén un representante de la poesía pura
o intelectual, por su búsqueda del rigor y la perfección. Así se percibe en Cántico, obra
vitalista que exalta una realidad “bien hecha”. En Clamor, en cambio, aparece el reverso
doloroso de la realidad, pero sin abandonarse al pesimismo. Homenaje, por último, es
un libro de celebración con poemas de diversas épocas.
Gerardo Diego (1896-1987). Su obra se distingue por el dominio de la forma y
de la integración de lo clásico y de las nuevas tendencias vanguardistas. En su amplia
producción conviven libros de influencia creacionista (Manual de espumas) con otros
de temas y formas más tradicionales, como Versos humanos.

Federico García Lorca (1898-1936). En sus primeras obras (Poema del cante
jondo, Canciones) aparecen ya sus temas habituales: la frustración, el amor, la muerte.
En Romancero gitano conviven la tradición culta, los rasgos vanguardistas y lo popular
para ofrecer una visión trágica del destino humano. Recurre así a elementos simbólicos
como la luna, el caballo o el mundo gitano. Tras una estancia en Estados Unidos
compone una serie de poemas que se publicarían póstumamente. Se trata de Poeta en
Nueva York, su poemario más influido por el Surrealismo, donde denuncia la
insolidaridad, la explotación y la marginación que comporta sociedad capitalista. En
este contexto colectivo incluye sus propias preocupaciones personales, como su
desarraigo afectivo y los conflictos de la identidad sexual. Durante los años treinta
prosigue con la experimentación formal en obras como Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías y sus Sonetos del amor oscuro.

Vicente Aleixandre (1898-1984). Su poesía atraviesa por tres etapas. Los libros
anteriores a 1936 (como Pasión de la tierra y La destrucción o el amor) son poemarios
con una fuerte impronta surrealista. Tras la Guerra Civil su poesía pierde esa exaltación
vitalista para evocar con nostalgia el pasado perdido (Sombra del paraíso).

Dámaso Alonso (1898-1990) se adscribe tradicionalmente a la Generación del


27, aunque su obra capital, Hijos de la ira, se inscribe en el contexto poético de la
posguerra.

Luis Cernuda (1902-1963) agrupó toda su poesía bajo el título global de La


realidad y el deseo. Toda su obra está marcada por el conflicto entre realidad y deseo,
las imposiciones de la sociedad y las aspiraciones del poeta, tanto en el plano sexual
como en el ético. Esta confrontación conduce a la frustración, y explica la recurrencia
de determinados temas como la soledad, el hastío o la exaltación de la belleza. Por lo
que se refiere al estilo, la poesía de Cernuda comienza apegada a la poesía pura y al
surrealismo para evolucionar, ya en la época de su exilio americano, hacia un registro
más reflexivo y sobrio influida por la poesía inglesa.

Rafael Alberti (1902-1999). En su amplia producción se pueden distinguir


varias etapas. Sus primeros libros (Marinero en tierra, El alba del alhelí) están
marcados por la influencia de la poesía neopopular. Atraviesa después por una época
vanguardista, en la que sobresale su libro Sobre los ángeles. Tras una época, durante la
Republica, de fuerte compromiso político, su poesía del exilio muestra la añoranza por
lo perdido (Retorno de lo vivo lo lejano).

Miguel Hernández (1910-1942) se puede considerar un epígono del 27. Tras un


primer libro de influencias gongorinas (Perito en lunas), busca su propia personalidad
poética en El rayo que no cesa, libro donde se expresa un amor apasionado y el
vitalismo. Durante la G. Civil escribe una poesía comprometida que también se hace
eco del sufrimiento (Viento del pueblo, El hombre acecha). Su último libro, Cancionero
y romancero de ausencias, compuesto en la cárcel, expresa su angustia existencial a
través de sencillos versos populares.

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