A lo largo de los años 20 un grupo de poetas alcanza su madurez
produciendo un momento de esplendor en la poesía española. Los
principales autores son: Pedro Salinas Jorge Guillén Gerardo Diego Vicente Aleixandre Dámaso Alonso Rafael Alberti Federico García Lorca Luis Cernuda Manuel Altolaguirre Emilio Prados En 1927 se celebra el tercer centenario de la muerte de Góngora y estos poetas reivindican su figura. Ven a Góngora como un ejemplo de poeta que, al igual que ellos, busca crear un mundo poético propio y un lenguaje poético autónomo. Estos poetas presentan muchos puntos de unión: Pertenecen a familias burguesas de talante liberal y progresista. Su defensa de la República les costó la muerte o el exilio. Un sólida formación intelectual. Muchos de ellos fueron, además de poetas, profesores universitarios. Presentan una actitud estética común: una síntesis entre la tradición y la vanguardia. Tratan temas universales (el amor, la muerte), usan esquemas métricos tradicionales (sonetos, romances…), pero, a la vez, recibirán la influencia del ultraísmo, del creacionismo y del surrealismo . La Generación del 27 se ve fuertemente marcada por los avatares históricos de su tiempo. El bienestar económico de los años veinte, facilita la aparición de intelectuales consagrados a los estudios y a la creación poética. No es extraño, entonces, que la Residencia de Estudiantes se convierta en el lugar de encuentro de jóvenes poetas venidos de diferentes puntos de España. Esa confluencia crea un grupo homogéneo que se disgrega a causa de la guerra civil y sus fatales consecuencias. Los factores históricos y las influencias europeas permiten distinguir dos etapas: 1922-1928. Esta etapa está marcada por el predominio de la poesía pura y la admiración por Juan Ramón Jiménez. Se caracteriza por: La supresión del sentimentalismo y la alabanza de la inteligencia. La búsqueda absoluta de la belleza. El rigor en la construcción poética y la depuración del lenguaje. La tendencia a la creación de poemas breves. 1928-1936. La cohesión del grupo empieza a resquebrajarse. Algunos de sus miembros (Cernuda, Alberti, Lorca, etc.,) buscan nuevas formas de expresión a través de las vanguardias. En esta segunda etapa domina la influencia del surrealismo, con matizaciones. Del surrealismo aceptan la rebeldía, la antirreligiosidad, la libertad imaginativa, el mundo de los sueños, pero rechazan la escritura automática. Esta nueva propuesta poética se rebela contra el magisterio y doctrina de Juan Ramón Jiménez y La deshumanización del arte de Ortega y Gasset. La guerra civil (1936-39) supone el final de la Generación del 27. La mayoría de sus componentes ha de exiliarse: Salinas, Cernuda, Alberti…; otros, como Gerardo Diego, Aleixandre y Dámaso Alonso se quedan en España, y otros son víctimas del régimen franquista: García Lorca y Miguel Hernández. La creación se dirige hacia una poesía social, comprometida con la situación política como se refleja en el libro El poeta en la calle, de Rafael Alberti. El neopopularismo. Algunos poetas, especialmente García Lorca, Rafael Alberti y Gerardo Diego, crearon una poesía influida por la lírica tradicional y la poesía de tipo popular de Lope de Vega. Se trata, por lo general, de textos breves, marcados por la subjetividad y los rasgos de este tipo de lírica: tono coloquial, abundancia de repeticiones, uso de estribillos, formas dramatizadas, métrica tradicional (canciones y romances). La poesía de la generación del 27 presenta, en un principio, dos líneas de desarrollo fundamentales: el neopopularismo y la poesía pura. El neopopularismo consiste en la incorporación de recursos y formas métricas de la poesía popular española (soneto, romances, décimas…). Dentro de esta tendencia destacan las siguientes obras: Romancero gitano, de García Lorca. A los gitanos, encarnación de la libertad, la naturaleza y la pasión, se oponen los guardias civiles, que representan la civilización, la razón y el orden burgués. Marinero en tierra, de Rafael Alberti. La contraposición entre el mar, símbolo del paraíso perdido de la infancia, y la ciudad, asociada al mundo adulto, frío y artificioso. La poesía pura. Los poetas buscan la representación esencial del mundo, en el que sobresale la presencia de la naturaleza y sus cambios (el mar, el cielo, la luna, los distintos momentos del día, la luz), y rechazan el sentimentalismo y lo anecdótico. Se tiende a la sobriedad y al nominalismo: destaca la importancia de las palabras, incluso aisladas en los versos, hay preferencia por el sustantivo, también en los títulos (Cántico, Presagios), predominan la yuxtaposición y los enunciados cortos, así como la creación de imágenes por medio de novedosas asociaciones. En cuanto a la métrica, se cultiva la versificación regular: décimas, sonetos, liras. El iniciador de la poesía pura en España es Juan Ramón Jiménez con obras como Diario de un poeta recién casado y Eternidades. Se trata de una poesía que defiende la existencia de una realidad esencial, invisible, que se esconde detrás de la realidad material. En esta línea pueden encuadrarse las siguientes obras: La voz a ti debida y Razón de amor, de Pedro Salinas. A través del amor, el yo poético descubre el “tu” esencial, verdadero, de la persona amada, oculto tras las apariencias. Cántico, de Jorge Guillén. El poeta celebra jubilosamente la realidad (“el mundo está bien hecho”, dirá) y la plenitud del instante. A partir de 1929, algunos poetas del 27 recibieron el influjo del surrealismo. El surrealismo defendía la exploración del subconsciente y las dimensiones irracionales del ser humano y propugnaba un desafío a la moral establecida. Su huella se manifiesta en una expresión más directa y angustiada de conflictos íntimos y en la rebeldía frente a las convenciones sociales. Esta influencia se manifiesta en los siguientes rasgos formales: Utilización de imágenes o de metáforas irracionales: “la última fiesta de los taladros” (Lorca se refiere, probablemente, a la muerte). Asociaciones libres de palabras que esconden, sin embargo, una coherencia profunda “las nubes no salen de tu cabeza, pero hay peces que no respiran” (Aleixandre). Preferencia por el empleo del verso libre. Las obras más destacadas son: La realidad y el deseo, de Luis Cernuda. Para el poeta, solo el amor puede dar sentido a la existencia. Sobre los ángeles, de Rafael Alberti. Los ángeles caídos que acosan al yo poético representan las incertidumbres y angustias del autor, sumido en una profunda crisis personal. Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca. Nueva York se presenta como símbolo de la deshumanización del mundo moderno. La destrucción o el amor y Espadas como labios, de Vicente Aleixandre. Al fundirse con la persona amada, el amante sale de sí mismo y accede a una vida plena, en contacto con el cosmos. El compromiso cívico con la realidad conflictiva del momento se manifiesta en esta tendencia. Durante la Guerra Civil, algunos de ellos adoptan posturas activas a favor de la causa republicana contribuyendo con enardecidos poemas al creación de un cancionero y romancero de guerra: El poeta en la calle, De un momento a otro, de Rafael Alberti; Llanto en la sangre y Cancionero del pan y el pescado, de Emilio Prados. Tras el conflicto bélico abandonarán salvo en el caso de Rafael Alberti, esa posición beligerante; en cambio, otros poetas que no lo habían hecho hasta el momento, tratan el tema de la guerra española (Dámaso Alonso en Hijos de la Ira, Jorge Guillén en Maremagnun) o la Segunda Guerra Mundial (Pedro Salinas). Biografía Encuadrado en la generación del 36, grupo generacional roto por la guerra civil y que supone una transición entre la generación del 27 y los primeros poetas de posguerra. Nació en 1910 en Orihuela (Alicante). Pertenecía a una familia humilde y su primera educación fue muy rudimentaria. Tuvo una formación autodidacta. En 1931 marchó a Madrid, pero, desecantado, pronto regreso a Orihuela. Tres años después volvió a la capital. Esta vez consiguió entrar en los círculos intelectuales donde conoció a Aleixandre, Lorca, Alberti, Neruda… En 1936 se afilió al partido comunista y al año siguiente viajo a la Unión Soviética. Al final de la guerra civil regresó a Orihuela, pero ante el peligro que corría decidió escapar a Portugal, donde, sin embargo, fue detenido. Ya repatriado, fue condenado a muerte. Murió de pulmonía en la prisión de Alicante el 28 de marzo de 1942. Primeros libros Perito en lunas. La moda en la época era la admiración hacia Góngora, con motivo de la celebración de su centenario. El poeta se siente atraído por el deseo de probar fortuna en ese mundo de perfección formal y se proponer captar la belleza como el fin último de la poesía. Supone su aportación al intento frustrado de implantar en España una poesía pura. El resultado es más que un ejercicio de estilo gongorino: es una creación conceptuosa y trabajada de la realidad con metáforas que, si bien arrancan de Góngora, tienen mucho de personales. El rayo que no cesa (1934). Cuando regresa a Madrid en 1934 se le reconoce la autenticidad que desprende su poesía. Durante los años de la República se impone la poesía impura que daba rienda suelta a la pasión y al sentimiento. Se vuelve a hablar de poesía del corazón y Miguel Hernández participa activamente en esta vuelta. El rayo que no cesa es un libro de pasión e impulso: Una revolución dentro de un hueso, / un rayo soy sujeto a una redoma. El tema principal es el amor y sus distintos estados de ánimo: el arrebato, el furor, la desesperación, el sufrimiento. El silbo vulnerado, nombre de la primera versión, silbo que lanzan los que penan de amor en su cuerpo y no solamente en su alma. El poeta coge su pena, su dolor y su alegría y los transforma en material lírico: la pasión amorosa, el dolor de la incomprensión, la angustiosa amenaza del “carnívoro cuchillo” que presiente que amenaza su vida, su mundo poblado de ansiedades y sombras trágicas, y todo expuesto sin rubor, como quien no teme airear su intimidad. Siente una atracción especial por el tema amoroso, incluso en su aspecto sexual, en su noble naturalidad, el choque de los cuerpos ante el común estremecimiento de tierra y firmamento La pasión desbordante de este poemario esta sometida a formas estrictamente clásicas. Veintisiete de treinta poemas son sonetos, más cercanos a Garcilaso y Lope que a Góngora. EL amor humano se identifica con la destrucción, planteamiento idéntico al de Aleixandre en La destrucción o el amor, libro modelo para Miguel Hernández. Pero en El rayo que no cesa no solo hay la dimensión ontológica del amor como destrucción incesante, hay también consideraciones de orden sociológico. El poeta, además de amante, es un novio y el libro es también el poemario de un noviazgo provinciano. El poeta es un amante rebelde que desde la fuerza de su amor quiere quebrar sus reglas, pues no se resigna a la situación convencional de novio. La fuerza natural amorosa se opone a la moral al uso. En el soneto Como el toro se identifica con este animal. En él simboliza su crecerse en el castigo y su deseo amoroso constantemente burlado. Pero también es símbolo de la existencia humana que desborda los límites insuficientes que le han sido impuestos. Otro famoso poema es la Elegía a Ramón Sijé, donde junto al dolor sincero por la muerte del amigo hay momentos de excesiva retórica. En Sino sangriento nos trasmite su personal sentido de la trágica existencia humana junto con sus sombrías premoniciones de muerte. Como el toro he nacido para el luto Una querencia tengo por tu acento, y el dolor, como el toro estoy una apetencia por tu compañía marcado y una dolencia de melancolía por un hierro infernal en el costado por la ausencia del aire de tu viento. y por varón en la ingle con un fruto. Paciencia necesita mi tormento, Como el toro lo encuentra diminuto urgencia de tu garza galanía, todo mi corazón desmesurado, tu clemencia solar mi helado día, y del rostro del beso enamorado, tu asistencia la herida en que lo como el toro a tu amor se lo disputo. cuento. Como el toro me crezco en el castigo, la lengua en corazón tengo bañada ¡Ay querencia, dolencia y apetencia!: y llevo al cuello un vendaval sonoro. tus sustanciales besos, mi sustento, Como el toro te sigo y te persigo, me faltan y me muero sobre mayo. y dejas mi deseo en una espada, como el toro burlado, como el toro. Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia, a serenar la sien del pensamiento que desahoga en mí su eterno rayo. Literatura de urgencia (1935-1938) La poesía se vuelve un arma de combate, un instrumento útil para mantener la moral del soldado y adoctrinarlo sobre la causa por la que lucha. Sus rasgos más destacados son los siguientes: Su intimidas cede a la identificación solidaria para adentrarse en la causa del pueblo. El foco pasa del “yo” al “nosotros”. Los contenidos temáticos se cargan de razón ideológica y presupuestos éticos. El poema busca una practicidad, una función de propaganda, denuncia, etc. Destacan obras como Viento del pueblo (1937) formada por veinticinco poemas en las que dominan los tonos épicos y elegíacos. El hombre acecha (1939), formada por diecinueve poemas en los que se duele del odio, la crueldad, la opresión y la muerte que acarrea la guerra. Cancionero y romancero de ausencia, escrito entre 1938 y 1949, corresponde a los poemas escritos en la cárcel. El libro recrea los elementos centrales de la poesía de Miguel Hernández: las heridas de la vida, el amor y la muerte, la concepción trágica de la existencia. La voz poética ha perdido todo, sufre de ausencia y falta de libertad: la guerra y la cárcel le han separado de sus seres queridos. Aparece un mundo lleno de ira, acecho, rencor, del que solamente el amor puede liberarlo, solo el amor triunfa ante el odio. Destaca la importancia del tema del hijo, fruto y culminación del amor a su mujer: la maternidad, el vientre de su mujer, es su único lazo con la vida. Hay alegría por el nacimiento del primer hijo y profundo dolor por su muerte; después, con su segundo hijo vuelve la esperanza, pero también el lamento por las privaciones que sufre, como se refleja en el célebre poema titulado Nanas de la cebolla. (Fragmento) Entre todos los muertos de elegía, sin olvidar el eco de ninguno, por haber resonado más en el alma mía, la mano de mi llanto escoge uno.
Federico García hasta ayer se llamó: polvo se llama. Ayer tuvo un espacio bajo el día que hoy el hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría, que agitaba columnas y alfileres, de tus dientes arrancas y sacudes, y ya te pones triste, y sólo quieres ya el paraíso de los ataúdes. Andaluces de Jaén Andaluces de Jaén, ¡Cuántos siglos de aceituna, Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, los pies y las manos presos, aceituneros altivos, decidme en el alma ¿quién sol a sol y luna a luna, decidme en el alma, quién amamantó los olivos? pesan sobre vuestros ¿quién, huesos! quién levantó los olivos? Vuestra sangre, vuestra vida, no la del explotador Andaluces de Jaén, No los levantó la nada, que se enriqueció en la herida aceituneros altivos, ni el dinero, ni el señor, generosa del sudor. pregunta mi alma: ¿de sino la tierra callada, quién, el trabajo y el sudor. No la del terrateniente de quién son estos olivos? que os sepultó en la pobreza, Unidos al agua pura que os pisoteó la frente, Jaén, levántate brava y a los planetas unidos, que os redujo la cabeza. sobre tus piedras lunares, los tres dieron la no vayas a ser esclava hermosura Árboles que vuestro afán con todos tus olivares. de los troncos retorcidos. consagró al centro del día eran principio de un pan Dentro de la claridad Levántate, olivo cano, que sólo el otro comía. del aceite y sus aromas, dijeron al pie del viento. indican tu libertad Y el olivo alzó una mano la libertad de tus lomas poderosa de cimiento