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Los Albigenses (Cátaros)

GENERALIDADES
Los albigenses fueron una secta herética de los siglos XI y XIII, que se extendió desde la ciudad de Albi
(Occitania) de la que toma su nombre, por toda Europa. También conocida como "cátara" -del griego
kataros (puro).

Era una comunidad que se distinguía por su pobreza y que se nutría en las fuentes de la primitiva Iglesia de
los apóstoles. Estos hombres, animados por unas sólidas creencias, no dudaban en utilizar los textos de las
Sagradas Escrituras en defensa de sus posiciones teológicas, lo que resultaba muy peligroso para la Iglesia
romana.

El catarismo fue un evangelismo que propugnaba la necesidad de llevar una vida ascética y la renuncia al
mundo para alcanzar la perfección.

Sus principales centros de desarrollo fueron Tolosa de Languedoc, Narbona, Carcassona, Besiers y Foix.
Sus militantes extendieron sus creencia por el Reino de Aragón y por el norte de Italia.

Del mismo modo que se sentían atraídos por los Evangelios, los cátaros rechazaban el Antiguo
Testamento. Igualmente, repudiaban la relajación de costumbres del clero medieval y las ansias de poder
temporal de sus prelados. Admitían únicamente, el sacramento de la imposición de manos y rechazaban
todos los sacramentos posteriores que no se fundaban en las Santas Escrituras.

Un punto especialmente conflictivo de la doctrina cátara fue que en Jesucristo solamente admitían la
naturaleza divina, en la medida en que pensaban que era un ser celestial enviado por el Padre para ofrecer
la esperanza de salvación a los hombres. Negaban tajantemente la naturaleza divina de Jesús y
rechazaban, igualmente, la eucaristía y la veneración de la cruz. Pensaban que esta era un simple madero
que se había utilizado por el Mal, que domina nuestro mundo, como instrumento de suplicio de Cristo por
los hombres. En suma , los cátaros ofrecían a los creyentes un cristianismo en el que gracias a la vía de
salvación ofrecida por Jesús se puede evitar la condena eterna; un cristianismo sin culto a la cruz; un
cristianismo sin eucaristía, ....

Otro de los factores del éxito de los cátaros fue que los buenos hombres llevaban el Nuevo Testamento a
los hogares en que realizaban las predicaciones. Los cátaros se mostraron a las poblaciones cristianas
como unos predicadores (itinerantes y pobres individualmente) de la Palabra de Dios. En unos tiempos en
que la Iglesia Católica solo citaba los textos sagrados en latín, con lo que resultaban incomprensibles para
el pueblo, los cátaros los tradujeron a la lengua romance. Ahora, gracias a la labor de los perfectos, el
Evangelio estaba al alcance de todos.

El catarismo, que adoptaba unas posturas muy críticas contra el materialismo de la Iglesia de Roma y
cuyos adeptos eran tremendamente exigentes consigo mismos en cuanto a pureza de costumbres llegó a
establecerse como una contraiglesia adecuadamente organizada, con su propio clero mixto y sus obispos.
En las casas cátaras los buenos hombres vivían en comunidad, recibiendo la predicación de sus diáconos.
Estas casas estaban abiertas a la sociedad de su entorno, no existiendo ningún tipo de clausura, sino que,
por contra, sus habitantes entraban y salían en cualquier momento y los vecinos tenían igualmente acceso
a ellas. Todas estas singularidades, unido a un modo de vida ascético y ejemplar, hacía que sus creencias
encontrasen fácil difusión, como de hecho sucedió.

LAS HEREJÍAS EN LA BAJA EDAD MEDIA


Uno de los fenómenos más curiosos de la Edad Media fue la ola de herejías que se produjeron durante la
Baja Edad Media, las cuales llegaron a su culmen en el siglo XIII para luego ir perdiendo importancia hasta
prácticamente desaparecer. De todas ellas, una es la que más ha captado la atención tanto de historiadores
como de aficionados a la historia, tanto por lo que tiene de mito como de realidad: los cátaros.
Pero ¿cuáles fueron las causas de estos ataques contra la Iglesia católica romana?. Digamos que obedecen
por un lado a una profunda crisis social y por otro a un deseo de cambio de la iglesia.
La Baja Edad Media es una época de cambios en todos los sentidos, y al tiempo de acontecimientos
dramáticos que influyeron notablemente en el modo de vida y pensamiento de la sociedad europea. Las
epidemias, las hambrunas, las guerras y los saqueos subsiguientes, las malas cosechas consecutivas, y, al
final, la Peste Negra, crearon un grupo muy numerosos de desheredados, de pobres de solemnidad, muchos
de ellos sometidos a la Iglesia como siervos, ya que los monasterios ejercían su poder como cualquier otro
señor feudal y no tenían misericordia a la hora de recoger gabelas, cargas y tributos. Además, la riqueza y el
oropel de los que hace gala la Iglesia hace que la indignación de muchos de estos hombres creciera hasta
limites insospechados.
Por otra parte, hay un deseo de renovación eclesial que nace dentro de la propia Iglesia, poniendo de
manifiesto los pecados de la misma, en especial el nicolaísmo (las relaciones sexuales de los clérigos) y la
simonía (compra de cargos eclesiásticos). Ya desde los siglos X y XI se había puesto sobre el tapete la
cuestión, reclamando una solución, desde algunas altas jerarquías eclesiales, indicándola incluso como la
causa de la llegada del fin del mundo en el cambio de milenio. Pero, evidentemente, el fin del mundo no llegó,
ni tampoco cambiaron los vicios de la Iglesia.
Esto llevo a muchos, tanto intelectuales como gente del pueblo llano, a reclamar una vuelta al cristianismo
primitivo, a la pobreza de la iglesia, y al respeto absoluto a las reglas. Esos movimientos, evidentemente,
atentaban contra el poder eclesiástico, y por lo tanto, fueron condenados como heréticos y como tal
perseguidos.
Pero, ¿qué papel tuvieron los cátaros en todo esto? ¿Fue una herejía como las demás? ¿Qué buscaban?
¿Cuál fue su influencia para que por su causa se creara la Inquisición y fueran tan brutalmente perseguidos?.
EL INICIO DEL CATARISMO
El catarismo hunde sus raíces en el Zoroastrismo, que, a través de los esenios, los gnósticos, neoplatónicos y
maniqueos de los primeros siglos cristianos, pervivió en la región de Tracia, dando origen al bogomilismo.
¿Cómo llegó entonces desde zonas tan lejanas al Languedoc francés? La causa más probable son las
cruzadas: a la vuelta de una de ellas, algunos nobles de la zona pasarían por esta zona, de donde tomarían
los conceptos religiosos para luego llevarlos a su tierra natal.
De allí pasaría la nueva religión a otras zonas, como Italia.
Los cátaros, también llamados albigenses por ser una de sus sedes principales la ciudad de Albi, no son
herejes, en el sentido estricto del término, aunque como a tales se les incluya en los diferentes tratados y
artículos sobre las herejías medievales. No es una disensión en el seno de la ortodoxia eclesiástica, sino una
religión distinta. En este sentido, entrarían en el campo de los "infieles", con judíos y musulmanes.
 
LA RELIGIÓN CÁTARA
La religión cátara se basa en el dualismo:Defiende la existencia de dos dioses: uno bueno, creador de los
espíritus, y otro Malo, creador de lo material.
Todo lo material está en manos de este dios perverso, y, por tanto, todo lo material es perverso.
Lo único puro es el alma, el espíritu, que, sin embargo, se ve aprisionada en un cuerpo material dentro de un
mundo material, de todo lo cual no puede deshacerse sino a través de múltiples purificaciones, las cuales se
llevan a cabo en sucesivas reencarnaciones.
No existe el infierno, ya que el infierno está en la Tierra: el infierno es lo material y todos los obstáculos con
los que se enfrenta el alma en su camino de purificación.
En cuanto a Cristo, para los cátaros el mundo había estado gobernado por el mal hasta su venida, pero no lo
consideraban como Dios, sino como alguien venido para enseñar a los hombres el camino para llegar al
Espíritu. No creían ni en su muerte (que habría sido solo simbólica) ni en su resurrección.
En cuanto a la Iglesia católica, la consideraban como una especie de templo diabólico, ya que su culto es
visible y muy material (sacramentos, culto a santos y reliquias y organización). Rechazan por lo tanto los
sacramentos, a los que consideran como una divinización de algo intrínsecamente maligno. Claro ejemplo es
el matrimonio, donde a través del sacramento se intenta dar un cariz divino a algo tan material como el amor
por una persona (de carne y hueso) o el sexo; en tal caso, ya que la carne es débil, era mejor para ellos el
amor libre que manchar la acción del espíritu con algo tan material.
El culto cátaro no tenía, pues, ni imágenes, ni sacramentos, ni templos, y consistía simplemente en reuniones
en las que se leía el Nuevo Testamento traducido en lengua vulgar (lo cual estaba prohibido por el Concilio de
Toulouse de 1229), se hacía una homilía, se recitaba el pater y se bendecía el pan, a lo que a veces seguía
una comida en común. Una vez al mes se celebrara una confesión genérica de los pecados ante los
diáconos, aunque hubo casos de confesión secreta, específica e individual.
 
LA ORGANIZACIÓN DE LOS CÁTAROS
El catarismo se extendió por toda la sociedad languedociana, sin tener en cuenta estatus económico ni social.
Incluso muchos miembros de la Iglesia se convirtieron a esta nueva religión (como el obispo de Narbona). Su
organización social no se basaba en criterios materiales como dinero o poder, sino en el mayor o menor grado
de acercamiento al Espíritu, a la pureza total del alma. Así, hay dos grupos diferenciados: Los Perfectos
Los Creyentes.
Los Perfectos ocupaban el rango más alto de su jerarquía social. Su alma ya estaba totalmente purificada y
unida con el Espíritu, de manera que a su muerte conseguirán la total perfección con su cuerpo glorioso. No
tenían nada propio y practicaban la abstinencia sexual. No comían carne ni leche (ni derivados de ésta). No
juraban. No guerreaban. Se vestían de negro y vivían en comunidad, hombres y mujeres por separado. Entre
los hombres se escogía a los diáconos, cuya misión era viajar constantemente predicando y dando el
Consolamentum.
En cuanto a los Creyentes, todavía estaban demasiado atados a los bienes materiales y sentimientos
mundanos para conseguir a su muerte la unión con el Espíritu. Podían casarse y tener hijos (aunque, como se
ha señalado antes, era preferible el amor libre). Podían comer carne y tener bienes materiales. Sólo les
estaba vetado los juramentos y matar animales (ya que eran posibles receptáculos de reencarnación). Se les
recomendaba intentar zafarse de acudir a guerras, salvo que les fuera imposible.
Para llegar de Creyente a Perfecto, era necesario el Consolamentum o comunicación del Espíritu Consolador
(equivalente en cierta forma al Espíritu Santo cristiano) . El Consolamentum consistía en la imposición de
manos por parte de un Perfecto al Creyente, de modo que este alcanzaba el grado de Perfecto y por tanto, a
su muerte, pasaría a gozar de la gloria de Dios. Los asistentes al acto veneraban al nuevo "santo" mediante el
melioramentum, que consistía en una genuflexión, besando el cielo y pidiéndole la bendición. Sin embargo,
para muchos Creyentes llegar al estado de Perfecto no era tarea fácil, ya que se seguían sintiendo atraídos
por el mundo material, aunque sólo fuera por los afectos a su familia. En estos casos, se pactaba recibir el
Consolamentum a la hora de la muerte (convenentia convenensa). Esta costumbre dio lugar más tarde al
suicidio pasivo, que practicaron los enfermos graves para poder llegar más rápidamente a su unión con el
Espíritu.
 EL CATARISMO EN FRANCIA E ITALIA
Las zonas donde más se desarrolló el catarismo fue el Languedoc francés y el norte de Italia. El Languedoc,
por su posición geográfica, conservaba una cierta autonomía entre los territorios franceses del norte, los
ingleses de Aquitana, los catalano-aragoneses del Sur y los imperiales del este. Por su parte, el norte de Italia
era independiente del control imperial y papal.
La secta estuvo compuesta por gentes de todas las clases sociales: desde la alta nobleza, pasando por la
pequeña nobleza (hostil al poder eclesiástico y civil), la burguesía (que ansiaba el libre comercio y poder
efectuar prestamos con interés), los artesanos , hasta llegar a los campesinos (motivados por la aversión a los
diezmos y primicias que debían dar a la iglesia). Por lo tanto no es, como muchas otras herejías, un
movimiento contestatario de las clases bajas solamente, sino que hay que buscar en su arraigo un deseo de
perfección espiritual.
En su difusión también parece que actuó la poesía trovadoresca, cuyos ideales de valoración de la mujer, o la
sublimación del amor, con claras insinuaciones al amor carnal, entroncan claramente con la filosofía cátara.
 
LA LUCHA CONTRA LOS CÁTAROS: FASE DE LOS COLOQUIOS
Aunque al principio, y dada la autonomía de que gozaban estas regiones, el movimiento cátaro se pudo
expandir sin muchos problemas, desde finales del siglo XII, Roma puso sus ojos en esta nueva secta,
plenamente consciente de los problemas que sus postulados podían acarrear al poder temporal eclesiástico.
Para ello en un primer momento acude a misioneros, que recorren estas zonas predicando la verdad y
manteniendo diversos debates con los Perfectos, para tratar de convencerles de su error. Estas misiones
fueron encomendadas primero a los cistercienses y más tarde con los dominicos.
En este sentido, la figura de Domingo de Guzmán es especialmente importante. Su orden, mendicante y por
tanto a favor de la pobreza, estuvo fuertemente vigilada en sus comienzos por si pudiera tratarse de una nueva
herejía. Pero al conseguir el visto bueno papal se la consideró como ideal para mantener las discusiones
teológicas con los cátaros, ya que los dominicos llevaban un modelo de vida renovado y en gran medida
semejante al de éstos. Los coloquios fueron tan importantes que incluso algunos estuvieron presididos por
reyes, como el que se organizó en Carcassonne en 1204, que presidió el rey Pedro II de Aragón.
 
LA LUCHA CONTRA LOS CÁTAROS: FASE ARMADA. LA CRUZADA
La fase pacífica, por la vía de la conversión, acabó en 1208, cuando el legado papal Pedro de Castelnau es
asesinado. El papa Inocencio III proclama entonces la Cruzada contra los cátaros, a la que se unen
rápidamente las tropas francesas, que ven en la cruzada la ocasión para apoderarse de dichos territorios.
Esta fase fue larga y sangrienta a más no poder.
El mando de la cruzada cae en manos de Simón de Monfort como legado papal, cuya crueldad será
largamente recordada. En la toma de la ciudad de Béziers murieron unas 17.000 personas; la consigna era
clara: "Matadlos a todos: Dios conocerá a los suyos". A continuación se acomete el sitio de Toulouse, pero la
ciudad consigue resistir y recibe la ayuda de Pedro II de Aragón, cuyo socorro habían pedido los jerarcas
tolosanos, unidos a él por lazos de parentesco. Esto hizo que el lado cátaro tomara nuevos bríos, hasta que
Pedro II muere en 1213 en la batalla de Muret. Sin jefe, la tropa aragonesa regresa a sus territorios y
Toulouse cae. Poco después, en 1215, el Concilio de Letrán condena ya explícitamente el catarismo. De
momento, la balanza se inclina hacia el bando papal - francés.
Sin embargo, Inocencio III muere en 1216, hecho que aprovecha todo el Languedoc para volver a sublevarse.
Esta vez al conde de Toulouse, Raimundo VI, le ayuda Jaime I, prestándole tropas, mientras que su hijo,
Raimundo VII, consigue desembarcar en Marsella. Los cátaros ganan nuevamente terreno y reconquistan
Toulouse en 1217. A esto se une la muerte del temible Simón de Monfort el año siguiente. Las tropas papales
y francesas, acosadas, deciden darse un respiro. Por unos años vuelve la calma al Languedoc y los Perfectos
regresan a la zona. Se recuperan otras plazas anteriormente perdidas, como Carcassonna (1226).
Pero Luis VIII, el monarca francés, no está satisfecho. Deseando aún el territorio, vuelve a lanzar una ofensiva
en 1226, que devastará prácticamente todo el Languedoc. Raimundo VII, viéndose perdido, firma el tratado de
Meaux en 1226, por el que él mismo se compromete a hacer penitencia por sus pecados en Notre-Dame, al
tiempo que promete en matrimonio a su hija Juana con Alfonso de Poitiers, hijo de Luis VIII, por lo que el
Languedoc pasa ya en la práctica a manos francesas, hecho que se corroborará más adelante con la alianza
de Beatriz de Provenza con Carlos de Anjou, hermano de Alfonso.
Comienza entonces un amplio proceso de represión inquisitorial, ya que la Inquisición se fundó
concretamente para luchar contra los cátaros. Esta represión fue tan dura que culminó en un nuevo
levantamiento en 1240. Pero dicho levantamiento, al que se unió en principio una conspiración Toulouse -
Inglaterra - Aragón contra el poder francés, fracasó de nuevo. El territorio fue violentamente pacificado por las
tropas del nuevo rey francés, Luis IX (San Luis), y solo quedó un pequeño reducto: Montségur.
Montségur era un pequeño monte, de 1200 metros de altura, que se encontraba cerca de Foix. En la fortaleza
que se alzaba en su cumbre se refugiaron los últimos combatientes cátaros. Allí se decía que los Perfectos
guardaban su tesoro, conseguido a través de los donativos que percibían. El asedio fue tenaz, y la resistencia
también. Montségur no era solo una fortaleza: era todo un símbolo, relacionado con un templo solar e incluso
con la leyenda del Grial, reliquia que se creía guardada entre sus muros.
Al final, Montségur cayó, el 2 de marzo de 1244, y el día 16 del mismo mes, en la llanura que se extendía
frente al castillo, 205 Perfectos fueron quemados. La llanura quedó hasta tal punto arrasada por las llamas
que se la conoce desde entonces como el Prat dels crematz. Sin embargo, siguió siendo un símbolo de poder
y misterio, hasta nuestros días. La caída de Montségur significó el fin del movimiento cátaro, aunque otra
fortaleza, la de Quéribus, no se rindió hasta 1255. Con ella, el catarismo fue aniquilado, y, aunque algunos
sobrevivieron, estos pasaron a la clandestinidad, y lentamente fueron desapareciendo.
 
EL FIN DEL CATARISMO: LA INQUISICIÓN
La región se había sometido por la fuerza, las fortalezas estaban destruidas, los jefes habían sido
ejecutados o se habían reconciliado con la Iglesia católica.
Sin embargo, esto no quiere decir que los cátaros desaparecieran: si bien eran pocos, mal organizados, y
mantenían su fe y sus costumbres en la más secreta clandestinidad, todavía seguían existiendo.
La inquisición se dedicó a acabar con los últimos cataros.
En 1231 el papa Gregorio IX confió la inquisición monástica a los dominicos.
Todos ellos fueron implacables. Las hogueras se contaban por cientos, y a ella iban a para tanto cátaros
como no cátaros: una simple sospecha, una simple denuncia, costaba el pase para la hoguera. Se llegó a
límites tan espeluznantes que el propio papa tuvo que ordenar a los inquisidores que moderaran sus
acciones, uniendo a los dominicos (conocidos desde entonces como los canis dei [perros de dios]) los
franciscanos, bastante más tolerantes. Aún así fueron muchas las atrocidades cometidas. Los acusados no
podían recurrir a abogados. En 1252 se autorizó la tortura para conseguir confesiones. Y la hoguera no era
el único castigo. También estaba la pena de prisión perpetua, que podía ser largus (que permitía cierta
movilidad), strictus (con cadenas en pies y manos, celda mínima y escasísima comida), o strictissimus (que
consistía en una especie de enterramiento en vida). Incluso se practicó la exhumación de condenados ya
difuntos y la quema de sus cuerpos.

El Inquisidor Domingo de Guzmán, se encuentra sobre una tribuna con dosel y está rodeado por seis
jueces, uno de ellos viste el hábito dominico, mientras que otro sostiene el estandarte del Santo Oficio.
Otros doce inquisidores completan el grupo. Hay dos herejes desnudos  que ocupan a la derecha su sitio
en la pira  (no se les quemaba con ropaje, excepto el indispensable para “ocultar sus vergüenzas”)
mientras otros dos aguardan su turno al pie de la misma. Los letreros enuncian "condenado herético".
 El Inquisidor Domingo de Guzmán presidiendo una quema de libros heréticos

Los pocos Perfectos que quedaron huyeron a Italia, donde lograron supervivir algún tiempo, y algunos llegaron
también a Cataluña. En el Languedoc se mantuvo un pequeño rescoldo en casas particulares, y hubo pequeñas
intentonas de rebelión hasta el siglo XIV, sin ningún éxito.

El movimiento cátaro, cada vez más recluido a aldeas y campos, se extinguió.

De todos modos, el catarismo dejó una profunda huella espiritual que perduró a través de los siglos, llegando
hasta el siglo XVI, donde vemos ciertos parecidos con la aparición del protestantismo. Su pasado se hunde en lo
más remoto de los tiempos, en el zoroastrismo persa y el maniqueísmo, y su presente se halla, aunque
transformado, en las religiones protestantes, especialmente el calvinismo.

Y siempre estará rodeado de un halo de misterio que es lo que continúa atrayendo.

El Inquisidor Bernardo de Gui describe a los Albigenses (Cátaros)

 «Sería demasiado largo describir con lujo de detalles la manera en que estos mismos herejes Maniqueos
predican y enseñan a sus seguidores, pero hemos de considerarlo brevemente aquí.

En primer lugar, ellos generalmente dicen de sí mismos que son cristianos buenos, que no juran, ni mienten, ni
hablan la mal de otros; que no matan a hombre ni a animal, ni nada que tenga aliento de vida, y que tienen la fe
del Señor Jesucristo y su evangelio tal como la enseñaron los apóstoles. Ellos afirman que ocupan el lugar de los
apóstoles, y, por motivo de las cosas antes mencionadas, es que la Iglesia Romana, a través de los prelados, los
clérigos, y los monjes, y especialmente los inquisidores de la herejía, los persigue y les llama herejes, aunque
son buenos hombres y buenos cristianos, y que son perseguidos así como lo fueron Cristo y sus apóstoles por
los Fariseos.

Además, ellos hablan al laicado acerca de la perversa vida de los clérigos y prelados de la Iglesia Romana,
indicando y exponiendo el orgullo, codicia, avaricia e inmundicia de sus vidas, y otros tales males a su entender.
Ellos invocan con su propia interpretación y según sus habilidades la autoridad de los Evangelios y las Epístolas
contra la condición de los prelados, eclesiásticos, y monjes, a quienes ellos denominan Fariseos y falsos
profetas, quienes dicen, pero no hacen.

Después atacan y vituperan, uno por uno, todos los sacramentos de la Iglesia, especialmente el sacramento de
la eucaristía, diciendo que no es posible que contenga el cuerpo de Cristo, porque aunque fuese tan grande
como el monte más alto, los Cristianos ya lo habrían consumido para esta fecha. Afirman que la hostia viene de
la paja, que pasa por las colas de caballos, a saber, cuando la harina es limpiada por un cedazo (de pelo de
caballo); y además, pasa por el cuerpo y tiene un fin vil, lo cual, ellos dicen, no podría acontecer si Dios estuviera
allí.

Del bautismo, afirman que el agua es material y corruptible y es por lo tanto la creación del poder malo, y que no
puede santificar el alma, pero que los eclesiásticos venden esta por avaricia, tal como venden la tierra para
enterrar a los muertos, y el aceite a los enfermos cuando los ungen, y tal como venden la confesión de pecados
hecha a sacerdotes.

Por lo tanto ellos declaran que la confesión hecha a los sacerdotes de la Iglesia Romana es inútil, y que, puesto
que los sacerdotes pueden ser pecadores, ellos no tienen potestad de soltar ni de atar, y, siendo impuros en sí
mismos, no puede hacer limpios a otros. Afirman, además, que la cruz de Cristo no se debe adorar ni venerar,
porque, según insisten, nadie venera ni adora el patíbulo sobre el cual un padre, pariente, o amigo ha sido
colgado. Ellos también declaran que los que adoran la cruz deben, por razones semejantes, venerar todas las
espinas y las lanzas, porque cuando el cuerpo de Cristo estaba en la cruz durante la pasión, así mismo estuvo la
corona de espinas en su cabeza y la lanza del soldado en su costado, Ellos proclaman muchas otras cosas
escandalosas con respecto a los sacramentos.

Además ellos leen de los Evangelios y las Epístolas en la lengua vulgar, aplicándolas y exponiéndolas a su favor
y contra la condición de la Iglesia Romana en una manera que lo tomaría demasiado tiempo describir con lujo de
detalles; pero todo relacionado con este tema se puede leer de modo más completo en los libros que ellos han
escrito e infectado, y pueden aprenderse de las confesiones hechas por aquellos de entre sus seguidores
quienes se han convertido.»

Del Manual del Inquisidor de Tolosa (1307-1323), Bernardo Gui

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