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ERCILLA N°2411, Pág.

35 y 37
14 octubre 1981
(publicado con 3 fotos)

Carmina Burana
Renace un éxito de antaño
A partir de 1953, el ballet-oratorio de Orff y Uthoff le valió muchos aplausos al Ballet
Nacional, tanto en Chile como en sus giras.

Conserva su atractivo y el reestreno alcanzó, en líneas generales, un buen nivel.

“Cármina Burana sacó un siete”, fue el título de ERCILLA cuando se estrenara en agosto de 1953,
y aunque la interpretación actual no alcance la misma nota máxima sigue siendo una de las
realizaciones más exitosas y logradas del Ballet Nacional. Además, una clara prueba de que uno
más uno son tres.

En otras palabras, la calidad del espectáculo es mayor que la suma de las partes; los valores no
están tanto en la música, coreografía, decorado o vestuario en sí, sino en la forma en Ernst Uthoff
logró que los diferentes aportes se complementaran y reforzaran recíprocamente.
A comienzos del sigo pasado, en un convento bávaro, se hallaron una serie de códices con las
canciones medievales de los “estudiantes vagabundos” (equivalente germano de los juglares
españoles) las que, con su combinación de himnos eclesiásticos y motivos populares constituían
un canto a la vida, al placer, al vino y al amor. El compositor alemán Carl Orff eligió algunas de
estas canciones para su ballet-oratorio. En un plano musical, Juan Orrego Salas se refirió en 1953
a la “heterogeneidad de estilo” e hizo una serie de sólidos reparos al trabajo de Orff. No obstante,
la música es funcional y –como diría un disc-jockey- muy “oreja”, lo que le ha valido una gran
popularidad.
En manos de Víctor Tevah –a cargo de la dirección musical de Cármina Burana desde que se
estrenara en Chile- siempre ha contado con una muy buena interpretación, a pesar de ocasionales
accidentes de tránsito como algunos que ahora produjeran en la primera función.
Por otra parte, la estilizada coreografía de Uthoff con su canto a la primavera y la adolescencia,
cuyo fino desarrollo contrasta eficazmente con el cuadro de la taberna donde se da rienda suelta a
los sentidos y a la sensualidad, se complementa perfectamente con la música. Este ciclo de la vida
está enmarcado por la rueda de la fortuna girando por lo alto y el destino que, en el impactante
final, va subyugando a los seres humanos con su magnética fuerza.
A estos elementos, musicales y coreográficos, se suman el buen decorado y vestuario de Thomas
Roessner y la iluminación de Bernardo Trumper.
Conservar una coreografía en el transcurso de los años no es una tarea fácil, sobre todo cuando
pasan largos períodos sin que se presente una obra, como en este caso. El método tradicional es
la transmisión de los pasos de los bailarines de una generación a otra. Posteriormente surgió el
método Laban de anotación de la danza, utilizado por algunas compañías, pero que aún no se
impone en forma universal, comparable con la escritura musical. En la actualidad, se está
recurriendo más bien a la filmación con video tape para conservar las coreografías.

La difícil supervivencia

En el caso de Cármina Burana, la clave de la fiel reproducción de la obra (se dio por última vez en
1977) fue la excepcional retentiva de Chela Gilberto, quien, en compañía de Uthoff (cuya memoria
es más frágil), reconstruyó la coreografía con toda precisión. Ojalá pudiera realizarse un trabajo
similar con La mesa verde de Jooss y otros ballets del propio Uthoff, por cuanto es la única forma
de conservar el repertorio del Ballet Nacional.
El que cuente ahora con la sala O’higgins de la Escuela Militar es positivo, aunque este recinto, por
la falta de foso para la orquesta, se presta menos para espectáculos de danza que otros de
conciertos o teatro. Lo indispensable, a lo largo plazo, es que la Facultad de Artes cuente con una
sala propia para sus cuerpos artísticos.
En cuanto a Cármina Burana , bien vale la pena recordar que su éxito no fue solamente nacional;
en las diferentes giras del Ballet Nacional, desde aquélla del Colón de Buenos Aires hasta la del
Lincoln Center de Nueva York, esta obra tuvo una buena acogida.
Tomada en forma global, su reestreno no desmerece frente al original; sin embargo, a pesar de
una buena labor de Berenice Perrin como la Mujer de Rojo, aún hay campo para considerable
progreso en los tres protagonistas, o sea la Doncella (Rosa Celis), el Doncel (Jorge Ruiz) y el
Bufón (Renato Peralta).

El problema no es aquí de baile propiamente tal, por cuanto en ese plano el trabajo es satisfactorio,
sino de interpretación, elemento que en cualquier obra de Uthoff es fundamental. A Rosa Celis, por
ejemplo, le hace falta una mayor inocencia y lirismo, mientras a Ruiz requiere más desplante y, en
dúo, debieran dar una mayor sensación de estar bailando juntos. A Peralta, sin duda talentoso, le
falta darle mayor vida al Bufón, un personaje clave de la obra, que a la vez anima la acción y sirve
de enlace. Es muy posible que en la función de estreno haya predominado en los bailarines la
preocupación por el nivel técnico de la danza propiamente tal y que, en las funciones posteriores
se sientan más sueltos. En todo caso, lo señalado corresponde a un terreno donde el espectáculo
bien puede perfeccionarse.

PIE DE FOTO

B-55 a y c
Dos Escenas de “Cármina Burana”

B-55 b
Ernst Uthoff

Fotos gentileza Ercilla

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