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EL OJO DE LA BUTACA
22 marzo 1992, Pág. 36
Hay ciertas cosas que, a pesar de su obviedad, hay que repetir hasta la majadería: el sello personal de una
compañía no sólo depende de sus bailarines sino, sobre todo, de las coreografías, nacionales o extranjeras, que
conforman su repertorio.
Importa para las temporadas nacionales y, aún más, para la proyección internacional del conjunto que
interesará en otros países por las nuevas obras que pueda ofrecer y no por una enésima versión de, por
ejemplo El lago de los cisnes.
Hace años ya que lo anterior no recibe la atención que merece en el Ballet de Santiago; tanto que a estas
alturas Andrés Rodríguez, director de la Corporación Cultural, también debe asumir su parte de la
responsabilidad por la ubicación de los coreógrafos nacionales en la mesa del pellejo.
Entre los seis ballets de este festival, si bien los hubo alargados o endebles, también hubo dos coreografías
que, por sus méritos, no se debió (ni se debe) excluir de la temporada oficial: son Chungará de Mario
Bugueño y El estampido del trueno de Hilda Riveros. Jamás hay que olvidar que en el mundo de la danza
hay muchos buenos bailarines, pero pocos coreógrafos. En Chile se olvida.