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Las confesiones1

Las Confesiones es la obra más famosa de San Agustín, y la única que figura en la literatura
universal. Sus trece libros son la fuente principal para el conocimiento de su vida y de su
evolución interior hasta su bautismo y hasta la muerte de su madre Mónica (387).
Confesión en latín no significa sólo confesión, sino también reconocimiento de la grandeza
y la bondad de Dios. Así entiende Agustín el título de su libro. Se divide en dos grandes
partes, siguiendo ese criterio: los libros 1-9 contienen la confesión de los errores de Agustín
hasta su conversión, terminando con la muerte de su madre Mónica en Ostia; y los libros
10-13 alaban a Dios y su creación, con el libro 11, que trata de la famosa y gran filosofía
del tiempo. San Agustín comenzó las Confesiones después de la muerte de Ambrosio2.

La obra competa fue terminada el año 400 d.c. Allí se describe la vida pagana y
revoltosa de este santo antes de convertirse al cristianismo. Un año tardó el filósofo para
terminar su antología que con el tiempo llegó a unir en un libro de amplio tamaño. La
filosofía de este santo es mucho más extensa, por lo que se pueden estudiar otras obras de
San Agustín en el mundo eclesiástico. San Agustín hizo de su obra un libro majestuoso, del
cual otros autores tomaron como referencia para escribir otras biografías de santos. El
manuscrito simplemente habla de los primeros 40 años de vida, principalmente de su
infancia tormentosa envuelta en pecados. Otros manuscritos que hicieron tendencia en la
religiosidad fueron las cartas de San Pablo que conforman trece en total.

En este libro séptimo que tomare como base principal para este trabajo, donde nos
habla sobre el bien y el mal. El marcó un antes y un después en el legado europeo, ya que la
vida de San Agustín trastocó las fibras sensoriales de los ministros laicos provenientes de
allá. En esta séptima parte de Las Confesiones de San Agustín se narra el comienzo de su
vida en la iglesia. Nuevamente se haya en una disyuntiva sobre las concepciones del bien y
el mal. Para él, Dios ya era un ser inmutable que penetraba la luz y las sombras. Dios ya era
una realidad en su vida, por lo que rinde veneración durante el resto de su vida. Agustín
hace una breve reflexión sobre la maldad, porque ésta no deriva de Dios, sino de uno
mismo cuando se aleja de él y de sus preceptos.

1
https://hablemosdereligion.com/confesiones-de-san-agustin/
2
4 de abril de 397
El libre albedrío

Esta obra fue escrita por Agustín de Hipona en el año 387. Principalmente expone su tesis
de lo que es el mal y si Dios es el autor del mal. Además, propone la diferencia entre
libertad y libre albedrio. La primera es la elección del bien y la segunda es poder elegir bien
o mal. También pone la voluntad como fuente del mal. Esta puede ser de dos formas.
Voluntad buena, la cual consiste en centrar la vida en los bienes eternos, que son los que
ayudan en el desarrollo interior del ser humano. y que, por lo tanto, no puede ser el mal, y
está la voluntad mala, que centra la vida en los bienes temporales, los cuales apartan al
hombre de lo divino, y de aquí si nace el mal.

Para San Agustín, el mal es la ausencia de Dios o la ausencia del bien, así como el
frio no existe, sino que es la ausencia de calor. Para él todos queremos la felicidad, pero no
todos escogemos un buen camino para llegar a ella, ya que, escogemos erróneamente
muestra voluntad: ‘Los hombres por su voluntad se hacen dignos de la vida feliz y por la
misma voluntad se hacen acreedores a la vida desdichada y en tal manera la merecen que lo
consigue’ (Agustín de Hipona, Libre Albedrio;23). Por ejemplo, cuando una persona
escoge engañar a su pareja está siendo dominada por los placeres y no por la razón,
entonces no alcanzará la sabiduría y, por lo tanto, no está escogiendo la buena voluntad ya
que: “es la voluntad por la que deseamos vivir recta y honestamente y llegar a la suma
sabiduría” (Agustín de Hipona, Libre albedrio: 19)

Esta persona se hace esclava de los vicios, o sea, de un bien temporal, por lo que es
justo que reciba castigo por parte de Dios ya que no está usando el libre albedrio para hacer
el bien. Al contrario de lo anterior, cuando una persona ocupa sus recursos temporales para
ayudar a los demás como, por ejemplo, al donar dinero a una obra de caridad, está
reflejando que no ama estos bienes, por lo que se deduce que no tiene concupiscencia, que
es el deseo del hombre por gozar de los placeres, en este caso el placer sería tener
dinero, entonces podemos decir que, logró controlar sus pasiones. Lo justo es que esta
persona sea premiada por Dios ya que, si uso su libre albedrío para hacer el bien y, además,
hace un esfuerzo por controlarse, o sea, que obra con buena voluntad y como dice Agustín:
‘De nuestra voluntad depende el que gocemos o carezcamos de un bien tan grande y tan
verdadero’ (Agustín de Hipona, Libre Albedrio: 20).
Podemos decir que, la felicidad depende de la voluntad que escojamos
seguir. Agustín de Hipona está en lo correcto al decir que es justo castigar a los obran mal y
premiar a los que obran de buena forma, ya que la persona que logra tener buena voluntad
se esfuerza mucho para controlar todos los placeres que se le presenten a su alrededor, en
cambio, no sería justo que las personas que escogen el camino equivocado
logren la felicidad ya que no hicieron ningún esfuerzo por obtenerla. Todos
debemos ser responsables de nuestros actos y asumir las consecuencias de ellos, por lo
que no podemos culpar a Dios de los males que nos ocurren.

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