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El pueblo Yoruba, del cual hay en la actualidad más de 25 millones, ocupa la esquina
sur occidental de Nigeria, por todo el borde de Dahomey y se extiende hasta el mismo
Dahomey. Al este y al norte, la cultura Yoruba llega a sus límites en el río Níger. Sin
embargo, culturas ancestrales directamente relacionadas con los Yorubas florecieron
al norte del Níger (Mapa). Los descubrimientos arqueológicos y los estudios genéticos
señalan que los antepasados de los Yorubas pueden haber vivido en este territorio
desde la prehistoria.Evidencias arqueológicas indican que una sociedad proto-Yoruba
con altos niveles tecnológicos y artísticos, se encontraban viviendo al norte del Níger
en el primer milenio de nuestra era, y ya tenían conocimiento del hierro.
El reino de Oyo se fundó con la ayuda de las armas portuguesas. A finales del 18
siglo se produce una guerra civil en la que uno de los bandos consigue el apoyo de
los Fulani, quienes en el año 1830 se hacen con el control de todo el imperio Oyo. La
invasión Fulani empujó a muchos Yoruba hacia el sur donde se fundaron los pueblos
de Ibadan y Abeokuta. En 1888, con la ayuda de un mediador británico, Yorubas y
Fulanis firman un acuerdo por el que los primeros recuperan el control sobre su tierra.
En 1901 Yorubaland es colonizada oficialmente por el imperio británico, quienes
establecen un sistema administrativo que mantiene gran parte de la estructura de
gobierno Yoruba.
Durante todos estos años Ife mantuvo su importancia vital como una ciudad-estado
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sagrada, cuna de los Yorubas y base de su pensamiento religioso. Hasta hace poco
tiempo, los Yorubas no se consideraron a sí mismos como una sola nación. Más bien
se consideraban como ciudadanos de Oyo, Benin, Yagba, entre otras ciudades. Estas
ciudades consideraban a los habitantes de Lagos y Owo, por ejemplo, como vecinos
extranjeros. Los reinos Yorubas no solo guerrearon contra los Dahometanos, sino
también entre sí. El nombre Yoruba fue aplicado a todas estas personas relacionadas
lingüística y culturalmente por sus vecinos del norte, los Hausas.
Las típicas ciudades Yoruba antiguas, eran centros urbanos con granjas a su
alrededor que se extendían por docenas de millas o más. Oyo y Benin fueron
fundadas por reyes de Ife o sus descendientes. Benin obtuvo sus conocimientos
rituales directamente de Ife, y el sistema religioso de adivinación Ifa se expandió
desde Ife no solo a través de todo el territorio Yoruba, sino que alcanzó a todo el
mundo. Un sistema de creencias Yoruba común dominaba la región desde el Níger,
moviéndose hacia el este hasta el Golfo de Guinea en el sur.
No fue por accidente que la cultura Yoruba se expandiera a través del Atlántico hasta
América. Cazadores de esclavos europeos capturaron violentamente a millones de
africanos y los enviaron a su suerte en barcos negreros sobrecargados hacia América.
Guerras de esclavización comenzadas desde el reino de Dahomey contra algunos de
los reinos Yorubas, y similares guerras entre los mismos Yorubas, hicieron a estos
prisioneros de guerra, esclavos disponibles para su transportación hacia América.
Esclavos Yorubas fueron enviados a colonias inglesas, francesas, españolas y
portuguesas en el nuevo mundo, y en una gran parte de estos lugares, las tradiciones
Yorubas sobrevivieron con gran fuerza. En Cuba, Brasil, Haití y Trinidad, los ritos
religiosos Yorubas, creencias, música y mitos se encuentran entronizados hasta
nuestros días. En Haití los Yorubas fueron llamados Anagos. Actividades religiosas
afro haitianas dieron un lugar de honor a los ritos y creencias Yorubas, su panteón
incluye numerosas deidades de origen Yoruba.
La esclavitud en los Estados Unidos fue muy diferente a otras regiones colonizadas.
El idioma y la cultura de estos cautivos fue cruelmente eliminada, donde los africanos
recibían generalmente la pena de muerte por ejercer sus prácticas.
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Quien es Oroiña:
La Tierra era una gran masa incandescente y Olofin sintió tanto calor que envió
a Yemú a apagar el fuego. Tras largos días de trabajo, estaba extenuada, pero la
candela había desaparecido de la superficie.
El agua corría de los lugares más elevados a los más bajos, tan largo era el
camino que el dulce líquido cuando llegaba a su destino se tornaba salado, así
fueron naciendo los ríos y los mares. Oroíña, el fuego que había quedado preso
en el centro del planeta, no estaba conforme con su destino y fue a ver a Olofin
quien le reprochó su actitud anterior, pero con su bondad y sabiduría habituales
dijo: “Estás pagando tu culpa, mas para que nadie te olvide, cada cierto tiempo
te prestaré la loma y por ella dejarás oír tu voz y mostrarás tu descendencia.”
Por eso, cuando menos lo esperamos, un volcán nos espanta con su ruido, que
no es más que la voz de Oroíña, y Aggayú, su hijo, devora los sembrados y se
adueña de la sabana
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PATAKIES
Orula apostó con Olofin a que el maíz tostado paría. Olofin estaba seguro de que ello
era imposible, por lo que aceptó la apuesta en el convencimiento de que la ganaría.
Pero Orula llamó a Eleguá y a Shangó y se puso de acuerdo con ellos para ganarle la
apuesta a Olofin.
El día acordado, Orula acudió con un saco de maíz tostado y lo sembró en el terreno
escogido por Olofin. Después, ambos se fueron para el palacio de Olofin a esperar el
tiempo necesario. Esa noche Shangó hizo tronar en el cielo y ayudado por la luz de los
relámpagos, Eleguá cambió todos los granos por otros en perfecto estado.
Pasaron los días y una mañana Olofin le dijo a Orula que irían a ver si su dichoso maíz
tostado había parido o no. Como ya los granos que Eleguá había puesto comenzaban a
germinar, Olofin se quedó muy sorprendido y tuvo que pagarle lo apostado a Orula, el
que luego, en secreto, lo compartió con Shangó y Eleguá.
OSHUN Y ORULA
El rey mandó buscar a Orula, el babalawo más famoso de su comarca, pero el olúo se
negó a ir. Así sucedió varias veces, hasta que un día Oshún se ofreció para ir a buscar al
adivino.
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Por la mañana, se despertó muy temprano y puso el ékuele y el iyefá en su pañuelo.
Cuando el babalawo se despertó y tomó el desayuno que le había preparado Oshún,
ella le anunció que ya se tenía que marchar. Pero el hombre se había prendado de la
hermosa mulata y consintió en acompañarla un trecho del camino.
El rey, que desde hacía mucho estaba preocupado por las actividades de sus enemigos
políticos, quería preguntar si habría guerra o no en su país, y en caso de haberla, quién
sería el vencedor y cómo podría identificar a los que le eran leales.
El adivino tiró el ékuele y le dijo al rey que debía ofrendar dos eyelé y oú. Luego de
limpiarlo con las palomas, fue a la torre más alta del palacio y regó el algodón en
pequeños pedazos; finalmente le dijo que no tendría problemas, porque saldría
victorioso de la guerra civil que se avecinaba, pero que debía fijarse en todos sus
súbditos, pues aquellos que tenían algodón en la cabeza le eran fieles.
De esta manera Obegueño, que así se llamaba el rey, gobernó en aquel país hasta el día
de su muerte.
El pueblo hablaba mal de Orula y le deseaba la muerte, pero Orula, que es adivino, se
había visto la suerte en el tablero con sus dieciséis nueces y había decidido que tenía
que hacer una ceremonia de rogación con un ñame, y luego, con los pelos de la vianda,
untarse la cara. Fue por eso que cuando Ikú vino por primera vez preguntando por
Orula, él mismo le dijo que allí no vivía ningún Orula y la Muerte se fue.
Ikú estuvo averiguando por los alrededores y se dio cuenta de que Orula lo había
engañado, por lo que regresó con cualquier pretexto, para observarlo de cerca, hasta
tener la certeza de que se trataba del sujeto que estaba buscando para llevarse.
Orula, cuando la vio regresar, ni corto ni perezoso, la invitó a comer y le sirvió una gran
cena con abundante bebida.
Tanto comió y bebió Ikú, que cuando hubo concluido se quedó dormida. Fue la
oportunidad que aprovechó Orula para robarle la mandarria con que Ikú mataba a la
gente.
Al despertar, Ikú notó que le faltaba la mandarria. Al pensar que sin este instrumento
ella no era nadie, le imploró a Qrula que se la devolviera.
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Después de mucho llorar, Qrula le dijo que se la devolvería si prometía que no mataría a
ninguno de sus hijos, a menos que él lo autorizara. Desde entonces la Muerte se cuida
mucho de llevarse al que tiene puesto un idé de Orula.
Ya cerca del árbol que había escogido para suicidarse, el sabio tiró al piso las hojas que
envolvían el dulce que se había comido. Colgó una soga de las ramas del árbol y
entonces oyó que un pájaro le decía:
–Orula, mira qué sucedió con las hojas que envolvían el ekó. El hombre volvió el rostro
y pudo ver que otro babalawo se estaba comiendo los restos del dulce que
permanecían adheridos a la envoltura que él botara al piso.
Oyá tenía un rebaño de carneros. Había uno pequeño que por cariñoso se había
convertido en su mascota.
El rey del fuego pensó que había ganado fácilmente la guerra; pero no encontró a la
soberana por ninguna parte, lo que hizo que se sintiera desconcertado.
Oyá, ahora vencedora, no quiso ver más a los carneros por los que había sido
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descubierta y los echó de allí. El rebaño siguió los pasos de los hombres de Shangó, los
que al sentir aquel tropel pensaron que los espíritus los perseguían y corrieron cada vez
más rápido, para nunca volver.
EL PODER DE SHANGO
En una oportunidad Shangó pasó montado en su brioso corcel frente a casa de Ogún
y Oyá, la esposa de éste, se enamoró de él. Pensando que nunca tendría mejor ocasión
de vengarse, Shangó raptó a la mujer y la llevó a vivir a casa de su hermana.
Oyá no estuvo nada conforme con la derrota de su nuevo amante. Una mañana, Shangó
se estaba preparando para salir a la calle, fue hasta donde tenía un pequeño güiro que
le había regalado su padrino Osain, se mojó los dedos y luego se hizo una cruz en la
lengua. Oyá lo observaba a escondidas.
Cuando el guerrero abandonó el ilé, la mujer corrió a donde estaba el güiro e hizo la
misma operación. En eso entró Dadá, la hermana de Shangó y le preguntó algo. Cuando
Oyá fue a responder le salieron llamas de la boca. La hermana del orisha se entusiasmó
y le pidió a Oyá que le dijera el secreto.
De repente oyeron los pasos de Shangó que regresaba porque, al parecer, se le había
olvidado algo, y ambas corrieron a esconderse en una palma.
Shangó se dio cuenta que le habían tocado su güiro misterioso y salió a buscarlas. Al fin
dio con ellas y comenzó a recriminarlas.
Oyá le contestó:
Shangó y Oyá emprendieron una nueva batalla contra el dios de las forjas y los metales,
en la cual éste saldría derrotado, pues contra el rayo de Shangó y la centella de Oyá le
fue imposible vencer esta vez.