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La dogmática, en cada una y en todas sus divisiones y sus subdivisiones, con cada una de
sus preguntas y respuestas, con todas sus aseveraciones bíblicas e históricas, con toda la
gama de sus consideraciones formales y materiales, examinaciones y compensaciones, como
tarea primaria y última, como un todo y en parte, puede decir solamente que Dios “es”.
Karl Barth (1886 – 1968)
Teólogo protestante calvinista, considerado uno de los más importantes pensadores
cristianos del siglo XX
Introducción
Al entrar en este terreno, viene a nuestra mente aquel pasaje en que Zofar pregunta:
Francisco Lacueva acertadamente pregunta, ¿puede ser definido el ser de Dios? Para conocer la
naturaleza de algo, intentamos definirlo. Ahora bien, definir es un vocablo, derivado del latín, que significa
"establecer los precisos límites". Por tanto, solo se puede dar una definición propia cuando se puede
clasificar algo con precisión dentro de un determinado género y especie, mediante una característica que lo
diferencie de los demás. Ahora bien, Dios es un ser puro, sumo y trascendente, que está por encima de
géneros, especies y diferencias, puesto que abarca en sí la perfecta plenitud cualitativa de todo ser. De aquí,
que no podamos dar una definición sintética de Dios, sino solamente una descripción aproximada.1
Es evidente que necesitamos más que un conocimiento teórico de Dios. Recordamos que el
conocimiento que tenemos acerca de Dios es dado por Dios mismo en las Escrituras, y que no podemos
conocer las Escrituras hasta que permitimos ser transformados por el Espíritu de Dios. Así las preguntas,
"¿Quién es Dios? ¿Qué características tiene? ¿Cuál es su naturaleza?" deben ser respondidas por Dios
mismo a través de su propia revelación.
I. Dios verdadero
Puesto que la Biblia es el registro de la revelación de Dios, podríamos responder a las preguntas anteriores
con cualquier pasaje que encontremos en las Sagradas Escrituras. Pero uno de los mejores puntos por donde
podemos iniciar es con la revelación que hace el Señor de sí mismo a Moisés en la zarza ardiente.2 Una vez
que el Señor hubo comisionado a Moisés para ir a su pueblo, éste replica: "He aquí que llego yo a los hijos de
Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su
nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los
hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros".
El nombre YO SOY EL QUE SOY está relacionado con el nombre de Dios: "Yavhé" o Jehová. Pero
es mucho más que un simple nombre. Es un nombre descriptivo que expresa todo lo que Dios es en sí
mismo. Particularmente, lo muestra como Aquel que es autoexistente, autosuficiente y eterno.3
La autoexistencia significa que Dios no tiene origen y consecuentemente no da cuentas de sí mismo
ante nadie. La autoexistencia es un concepto difícil de comprender, pues conlleva la idea de inconocible.
Todo aquello que vemos, olemos, oímos, probamos o tocamos tiene origen. Difícilmente podemos pensar en
alguna otra categoría.4 La teología medieval acuñó este concepto en la frase latina "esse per se subsistens"
(el ser que existe y subsiste por sí mismo), de donde le ha venido a este concepto el nombre de "aseidad" o
"perseidad". Sin embargo, es preciso insistir en que no se trata de un concepto metafísico, frío, abstracto,
sino de una manifestación activa y concreta del eterno ser de Dios.5
1 Francisco Lacueva, Curso de Formación Teológica Evangélica, Tomo II, Un Dios en Tres Personas, 51-2.
2
Ex 3:1-4:17.
3
El nombre YHWH indica el Dios eterno que existe por sí mismo, en la unicidad y espiritualidad de la naturaleza
divina; exactamente lo contrario de todas las formas de idolatría, de seres humanos, celestiales o animales que prevalecían
en el resto de la tierra. Pero el YO SOY EL QUE SOY no tiene un contenido abstracto o metafísico, sino que enfatiza más
bien la manifestación activa de la existencia divina. Para los israelitas que se veían en la esclavitud, el sentido sería, aunque
todavía no ha desplegado todo su poder en su favor, Él lo hará (de ahí el imperfecto); Es eterno y de cierto los librará (J. H.
Hertz, Pentateuch and Hoftorahs citado por Francisco Lacueva, Curso de Formación Teológica Evangélica, Tomo II, Un
Dios en Tres Personas, 54-5.
4
James Montgomery Boice, Foundations of the Christian Faith: A Comprehensive and Readable Theology, 101-2.
5
Lacueva, 55.
El ser de Dios
Curso de doctrina cristiana – 19 de enero de 2023
Luis Manuel Sánchez G. – Pastor
La autosuficiencia significa que Dios no necesita a nadie y, por lo tanto, no depende de nadie. Esta
autosuficiencia la podemos dividir en tres aspectos. Primero, Dios no necesita adoradores. Arthur W. Pink,
dice:
Dios no está bajo de ninguna presión, ninguna obligación o necesidad de crear. Aquello
que ha escogido hacer fue un acto soberano de sí mismo, nada fuera de sí mismo lo
impulsó a hacerlo y no fue determinado por algo más que su propio deseo de hacerlo
"según el designio de su voluntad" (Ef 1:11). Aquello que él creó fue simplemente por la
manifestación de su gloria. El Señor no necesita recibir gloria externa por lo que hace,
sino le basta con su gloriosa majestad.6
En segundo lugar, Dios no necesita ayudantes. Esta verdad es probablemente más difícil de aceptar
para nosotros que cualquier otra. Muchas veces tenemos la imagen de un Dios amistoso, que invita a sus
criaturas a participar en su obra para salvar a un mundo perdido y que "requiere" de nuestra activa
participación. Pensamos que la obra de Dios en el mundo está bajo nuestra responsabilidad y que sin nuestra
participación ésta no se realiza. ¡Qué ilusión! ¡Dios no necesita de nuestra ayuda; nuestra participación en su
obra es un privilegio y no algo indispensable!
En tercer lugar, afirmar que Dios es autosuficiente, es decir que Dios no necesita apologetas o
defensores. Es cierto que tenemos la oportunidad de hablar por Dios ante aquellos que deshonran su nombre
y niegan su existencia, pero esto no quiere decir que Dios nos necesite como sus abogados.
Una tercera característica inherente en el nombre dado a Moisés es la eternidad. Esta cualidad de
Dios es difícil expresar en una sola palabra, pero simplemente describe que Dios es, siempre ha sido y
siempre será, y que siempre habrá de permanecer como el mismo ser eterno. Podemos encontrar esta
característica de Dios en varias afirmaciones bíblicas. Abraham llamó el nombre de Dios "Yavhé Dios eterno"
en Beerseba.7 Moisés escribió, "Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que
naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios."8 El libro de
Apocalipsis describe a Dios como "el Alfa y la Omega, el principio y el fin."9
6
Arthur W. Pink, The Atributes of God, 2-3.
7
Gn 21:33.
8
Sal 90:1-2.
9
Ap 1:8; 21:6; 22:13.
10
Manos de Dios (Is 65:2; Heb 1:10), pies (Gn 3:8; Sal 8:6); ojos (1Re 8:29; 2Cr 16:9), oídos (Neh 1:6; Sal 34:15);
espalda (Ex 33:23), etc.
11
La ira, la misericordia y la piedad de Dios (Ex 34:6-7); la compasión (Dt 13:17), etc.
12
Fisher Humphereys, Biblioteca de Doctrina Cristiana, Tomo IV, La Naturaleza de Dios, 59-60.
13
Francis A. Schaeffer, Huyendo de la Razón, 27.
El ser de Dios
Curso de doctrina cristiana – 19 de enero de 2023
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14
Humphereys, 61.
15
Compárese Lv 11:44,45; Jos 24:19; 1Sa 6:20; Sal 22:3; Is 40:23; Ez 39:7; Hab 1:12.
16
Según Lacueva, la santidad de Dios se manifiesta en tres formas: a. esencial u óntica, por el que la esencia
misma de Dios, al identificarse con el Bien Absoluto, está por encima de todo como algo inaccesible, separado, oculto en su
majestad infinita; b. moral o ético, por el que Dios está libre de toda imperfección y abomina toda iniquidad que pueda
cometerse en su presencia, y; c. global, por el que "santo" implica un conjunto total de las más sublimes cualidades éticas,
que abarca juntamente, en grado infinito, sublime, la bondad, la pureza, la suma rectitud (Francisco Lacueva, Curso de
Formación Teológica Evangélica, Tomo II, Un Dios en Tres Personas, 112).
17
Job 34:10; Hab 1:13; Is 6:15.
18
Luis Berkhof, Manual de Doctrina Cristiana, 48.
19
Walter C. Kaiser, Jr., Toward OT Ethics, 140.
20
Kaiser, 205.
21
Otros ven en el tabernáculo de Dios (heb. mishkân) otros significados básicos. En primer lugar, el
tabernáculo es un tipo, una ilustración visible, del lugar celestial donde Dios tiene su morada. En segundo lugar, el
tabernáculo es la manifestación pública de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Y, en tercer lugar, el tabernáculo
es el único camino a través del cual el adorador puede alcanzar la presencia de Dios. La característica principal en la
teología de la expiación y en la teología de la presencia divina en el Antiguo Testamento, era el arca del Testamento de
Dios. De las siete piezas del mobiliario que se encontraba en el Tabernáculo, el Espíritu Santo describe en primer lugar el
Arca del Testamento y el propiciatorio. El arca tenía una gran importancia porque sin ella, todo el servicio del Tabernáculo
era sin significado y sin valor. El arca era el símbolo de que Dios estaba presente entre su gente. El arca era el más
sagrado y glorioso instrumento del santuario.
El ser de Dios
Curso de doctrina cristiana – 19 de enero de 2023
Luis Manuel Sánchez G. – Pastor
estaba en la cámara más apartada del tabernáculo, el Lugar Santísimo. El pueblo en general no podía llegar
hasta allí. Un griego podía entrar a cualquier templo de sus deidades y suplicar ante la estatua de su dios o
diosa. Igualmente lo podía hacer un romano en algún templo en Roma. Pero un judío no podía entrar en el
Lugar Santísimo. De hecho, sólo una persona podía entrar allí, el sumo sacerdote; y sólo una vez al año, el
día de la expiación; y sólo de una forma, con la sangre del sacrificio de expiación.22 Así, el tabernáculo
establece la santidad absoluta de nuestro Dios.
Conclusión
Estas afirmaciones acerca de Dios son sólo parciales y describen una realidad aproximada más bien
que completa. Hablar de la doctrina de Dios en páginas escritas es semejante a tratar de contener toda el
agua del mundo en un vaso de cristal. Recordamos las palabras de San Agustín cuando dijo:
22
Montgomery Boice, 129.
23
San Agustín, Confesiones (Libro I, Cap. IV), 25-6.