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A diferencia del conocido apotegma, “lo que pasa en Las Vegas, queda en Las

Vegas” en Tandil pasa a la inversa, “lo que pasa en Tandil, no queda en Tandil”
o al menos no a la vista. Se archiva secretamente, se clasifica, se oculta en el
lugar más recóndito de la memoria popular y se sigue como si nada. Este
comportamiento psicológico de negación colectivo no escapa a las conductas
de las familias conservadoras que ante una tragedia familiar que pudiera
opacar el “buen nombre y honor” se barría debajo de la alfombra y
directamente no se tocaba más el tema. Si Tandil fuese una familia, sin lugar a
dudas seria conservadora, mezquina pero caritativa, hermética, avejentada,
pero con algunas licencias tecnológicas, las justas y necesarias, antigua pero
inserta en el mundo. Si Tandil fuese una persona sería sin dudas Mirtha
Legrand, no me cabe dudas, pero eso es otro tema.

Desde el caso del Tata Dios en 1872, envuelto en misterio, esoterismo,


masonería, crímenes y por sobre todo dinero, pasando por los picapedreros,
unos inmigrantes europeos que eran encerrados en una cantera, obligados a
trabajar hasta 16hs a cambio de techo y comida. Se les prohibía salir de la
cantera, relacionarse con la gente del pueblo y se les pagaba en una moneda
interna de la empresa que solo servía ahí dentro para que no interactúen con el
mundo exterior. De ese pacto inhumano de esclavitud a cambio de los
adoquines que el gobierno nacional necesitaba para adoquinar (valga la
redundancia) la capital federal en nombre del progreso, hoy solo nos queda la
pintura entusiasta de un grupo más de trabajadores. Nada se dice de su lucha,
de la gran huelga ni de sus ideales anarquistas que dieron origen a lo que hoy
conocemos por sindicalismo.

De ahí en adelante podemos hablar de crímenes sin resolver o “rápidamente


resueltos”, mafias, grandes estafas y todo lo que se les ocurra ha sucedido en
nuestra ciudad pasando prácticamente desapercibido. La gente no lo comenta,
los periodistas no lo cuentan y la historia no lo escribe, es un como un gran
pacto de silencio colectivo para protegernos a nosotros mismo de la realidad.
Entre esos casos está el de Johannes Bernhardt, viejo general de las SS.
Recordemos para los millenials que se engancharon recién en esta temporada
las Schutzstaffel fue una organización paramilitar, policial, política, penitenciaria
y de seguridad al servicio de Adolf Hitler y del Partido Nacionalsocialista Obrero
Alemán (socialista y obrero, ¿no suena como un partido de derecha no?)
en la Alemania nazi, y después por toda la Europa ocupada por los alemanes
durante la Segunda Guerra Mundial.

Corría el año 1953 y atrás había quedado ese poderoso general que había
tendido puentes entre Franco y Hitler para conseguir la financiación y la
logística necesaria para expandir el régimen nazi por España. A cambio de este
gran favor, Franco le otorgo a Bernhardt unas valijas llenas de pesetas y varios
cuadros famosos, entre ellos un Greco. Para que tengan una idea hace unos
años se subastó uno en casi 5 millones de euros. Ahora devenido en
empresario alemán y escapado de la cacería por parte de “los aliados”
encontró refugio, donde sino en el paraíso de los nazis, Argentina, de la mano
del dictador Perón quien entonces coqueteaba con el “eje” al punto que recién
tomo posición en contra del mismo y le declaro la guerra 5 meses antes del
final, claramente ya anunciado.

Bernhardt entró como entraban todos, con identidad argentina y además como
destacado hombre de negocios en búsqueda de un lugar pacífico y de bajo
perfil para vivir. Y fue así como eligió (o le eligieron) Tandil para radicarse en
una quinta en las afueras, lo que hoy conocemos como “La Elena”,
casualmente homónima de su esposa, Ellen Wiedembrüg. Las conexiones
políticas y económicas del instruido y sofisticado nazi y su vida ostentosa iban
muy en contra del bajo perfil recomendado para quien fuera el número de siete
en una lista de los más buscados de España por los aliados. Un empresario
que manejaba fondos y activos financieros entre otros de “Sofindus” un grupo
de 350 empresas al servicio del Reich. En su lujosa mansión de la zona de
“Elena” que para ser objetivos pasaba muy poco desapaercibida ostentaba en
el living el famoso Greco desparecido del Museo del Prado, ahí a la vista de
todo aquel que fuera invitado. En una oportunidad, un joven alemán de 18
años, hijo de otro empresario con pasado menos oscuro, se percató de la
importancia de ese cuadro, imaginamos que de pronto llegamos a una casa de
campo y vemos “La Gioconda”, no es algo que pase desapercibido. Primero
por su alto costo y segundo porque ese tipo de cuadros no se exhiben en casas
quintas, sino en grandes museos.

“Lo guardo para mi pensión. Nunca se sabe lo que pasará en


Argentina. Si algún día tengo que marcharme”
Le contesto Bernhardt al curioso adolescente alemán, que hace un tiempo,
ya con casi 80 años dio una entrevista y conto lo sucedido.

Y así sucedió, esto no está documentado pero se dice que en Tandil


paralelamente también había exiliados comunistas del régimen de Franco que
anoticiados de la presencia del general nazi comenzaron a idear un plan para
asesinarlo. Hoy solo quedan las ruinas, de su ostentosa mansión y también un
puñado de interrogantes muy difíciles de responder.

¿Bernhardt llego a Tandil por propia voluntad o el gobierno de Perón tenía un


sistema de protección y custodia de nazis?

¿Sabía la autoridad máxima municipal, también peronista de aquel entonces,


de la llegada de este afamado vecino?

¿Cuántos otros favores habrá comprado el oro con sangre de Bernhardt?

Esta noticia cobró más relevancia aun, hace unos pocos años cuando ocupo
los titulares del diario El País de España quien parece que tiene más inquietud
que nuestros propios medios por descubrir las verdades ocultas tras el inefable
pacto de silencio que envuelve nuestra ciudad.

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