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Presidenta o presidente?
Todos; Todas y todos o Todes?
Casta o corpo?
Con el paso del tiempo, en ese gran mercado que es el lenguaje popular,
vamos observando como algunas palabras son sustituidas del consumo
frecuente y reemplazadas por otras, más modernas, más específicas o bien,
nuevas palabras que responden a la realidad del momento. No hay un
organismo que lo haga, ni se hacen audiencias públicas o asambleas donde se
vota quitar o agregar una palabra al uso cotidiano, justamente lo increíble de
esto es que se da por consenso tácito colectivo.
Quien sabe que día del siglo pasado murió el último hombre que le decía
“chambon” a sus amigos, lo que si sabemos que desde ese día esa palabra se
dejó de utilizar y pasó a ocupar un lugar en el museo de las palabras,
probablemente al lado de “piringundín” y de “sotreta”. Otras palabras puede
que no desaparezcan sin embargo cambian de sentido, mutan y se
redireccionan hacia otro lugar, por ejemplo “siniestra” podemos decir hoy que
hace referencia a una persona oscura y malvada, sin embargo, en su
denominación de origen hace referencia a la mano izquierda (diestra y
siniestra).
Usted dirá: ¿Qué tiene que ver esto con la política? Muchísimo.
Lo sospechoso es que todos sabemos que nadie (ni siquiera ellos lo utilizan en
el cotidiano) sin embargo llego al punto hasta de tener obligatoriedad en los
comunicados oficiales. Curioso para
El objetivo supuesto de esta “jerga” es evitar o combatir la “discriminación”
residual que genera el lenguaje ordinario. Lo curioso es que se le asigna a la
palabra “discriminación” también una connotación negativa, siendo que es una
función natural y esencial para la vida. Discriminar es seleccionar excluyendo y
es lo que hacemos todo el tiempo cuando elegimos con quien formar una
amistad, con quien trabajar o con quien acostarnos.
Y he aquí la cuestión de por qué esta jerga genera tanto rechazo en una parte
de la sociedad, ya que no es por el infantilismo semántico de cambiar una letra
por la otra. El verdadero motivo es porque se hace más que evidente que sus
objetivos son políticos y no la defensa efectiva de los derechos de la mujer.
Indigna el cinismo con el que sistemáticamente vacían de sentido las causas
legítimas y las utilizan como trincheras políticas. Como decía Foucault,
cambian la palabras para imponer su realidad.
Es por eso que aquellos que trabajamos con las palabras y que hacemos del
lenguaje un santuario, tenemos el deber de ser la guardia pretoriana que lo
custodie para desenterrar el hacha de guerra de aquí en adelante cada vez
que, por ejemplo decidan resignificar la palabra “procer” y poner al inefable de
Carlos Menem junto a San Martin y Belgrano.