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Historia Del Arte 1.
Historia Del Arte 1.
Historia Del Arte 1.
ARQUITECTURA.
FRANCIA
La arquitectura románica en Francia se caracteriza por las diferentes soluciones que adoptó en la
construcción de bóvedas. Incluso en Provenza, donde se encuentra la arquitectura románica más
clasicista: la nave central se cubrió generalmente con bóveda de cañón. Sin embargo, los
edificios provenzales siguen estrechamente los modelos romanos en sus proporciones y detalles
decorativos. De todos los edificios románicos realizados fuera de Italia, la iglesia que más emuló
los órdenes clásicos fue la de Saint-Trophîme de Arlés (antigua catedral). Sus construcciones
principales datan del siglo XII. Existe un magnífico claustro contiguo a la iglesia (iniciado el año
1183 y concluido en el siglo XIV), excepcional por la decoración de sus columnas. En Aquitania,
en el suroeste de Francia, los arquitectos adoptaron la disposición bizantina de iglesia
centralizada cubierta con cúpulas, como se observa en Saint-Front de Périgueux (iniciada el año
1120) y en las catedrales del siglo XII de Cahors y Angulema. Sus características principales
fueron el uso de cúpulas apuntadas y fachadas de hileras de arcos ciegos decoradas con motivos
escultóricos.
La variante estilística que se desarrolló en Auvernia, en la parte central de Francia, representa
una evolución provinciana del románico borgoñón y es importante por la experimentación que
realizó para resolver el problema funcional de las iglesias de peregrinación. La iglesia de Saint-
Sernin de Toulouse (c. 1080-1120), situada en la provincia principal de la región del Languedoc al
sur de Francia, y la iglesia de Saint-Martin de Tours son los ejemplos más antiguos de iglesias
con una larga tribuna sobre las naves laterales y un ábside semicircular con deambulatorio
(pasillo semicircular) y capillas radiales. Este modelo de planta fue más tarde adoptado y
complicado en el periodo gótico. Saint-Sernin de Toulouse es famosa también por tener una
imponente torre central sobre el crucero (terminada en fechas posteriores), nave principal
cubierta con bóveda de cañón y composición simétrica.
En Borgoña, las iglesias basilicales de tres naves cubiertas por bóvedas de cañón se
desarrollaron enormemente, sobre todo gracias a las órdenes monásticas cisterciense y
benedictina, la primera originada en la abadía de Cîteaux (siglo XI) cerca de Nuits-Saint-Georges,
y la segunda encabezada por el monasterio de Cluny. La expansión de estas órdenes hizo que
los métodos constructivos borgoñones se extendieran por toda Europa. Un ejemplo temprano de
este estilo es la gran iglesia de Saint-Philibert de Tournus (siglo XI), extraordinaria por su nártex o
pórtico de acceso de dos niveles cubierto con bóvedas de arista, que contribuyó a la difusión de
las fachadas de doble torre. Otra iglesia monástica de impresionante tamaño y sencillez es la de
Saint-Benoît-sur-Loire (terminada en el siglo XII). La iglesia más grande de la cristiandad
medieval, demolida en tiempos de la Revolución Francesa, fue la abacial de Cluny, que se
construyó entre los años 1080 y 1130 y que influyó decisivamente en las construcciones de
Normandía, Lombardía y la zona del Rin.
Los arquitectos normandos asimilaron los métodos de la construcción de bóvedas desarrollados
en Lombardía y crearon un estilo original, ejemplificado en las iglesias abaciales de Caen, de
Saint-Étienne o abadía de los hombres y Sainte-Trinité o abadía de las mujeres (ambas iniciadas
a finales del siglo XI), en las que las bóvedas de crucería componen espacios bien
proporcionados. Las innovaciones estructurales normandas, así como la composición de sus
fachadas, caracterizadas por dos torres altas en los flancos, fueron adoptadas en la región de la
Île-de-France, en el norte y centro de Francia, conformando las bases para la evolución de la
arquitectura gótica temprana. La abadía de Saint-Denis, cerca de París, está estrechamente
asociada con la aparición del estilo gótico. Su reconstrucción desde el año 1136 hasta el 1147,
marca el final del periodo románico.
EL REINO ANGLONORMANDO.
Se conservan pocos ejemplos de arquitectura prerrománica en Inglaterra. Antes del siglo X la
mayoría de los edificios se construían en madera y los primeros de piedra (en los siglos X y XI)
fueron edificios toscos, como la torre de Todos los Santos (principios del siglo XI) de Earls Barton
en Northampton. Después de la conquista normanda en el año 1066, el estilo románico, conocido
en las islas Británicas con el nombre de normando, reemplazó al sajón. Desde aproximadamente
el año 1120 al 1200 se construyeron la mayoría de las estructuras monumentales normandas,
como las partes principales de las catedrales de Ely, Durham, Lincoln, Winchester y Gloucester y
las grandes iglesias abaciales en Fountains (Yorkshire) y Malmesbury (Wiltshire). Las naves
principales se cubrieron con techumbres planas, que más tarde se sustituyeron por bóvedas
pétreas, como en la catedral de Durham, mientras que las naves laterales presentaban bóvedas
de crucería. Otras características del estilo incluyen muros y pilares macizos, edificios largos y
estrechos, ábsides rectangulares, transeptos dobles y pórticos profundamente retranqueados que
se decoraron con molduras denticulares y en zigzag.
PRIMER ROMANICO.
En los condados catalanes del siglo XI, gracias sobre todo al impulso del abad Oliva (970-1046),
tiene lugar la construcción de una serie de edificios de estructura simple en los que se emplean
las novedades arquitectónicas introducidas en Europa por los monjes cluniacenses,
caracterizadas por el uso de un aparejo rústico, naves cubiertas con techumbres de madera o
bóvedas de cañón, zonas absidiales en sus cabeceras, soportes en forma de columnas o pilares,
fachadas torreadas y una característica decoración exterior a base de arcos ciegos y lesenas o
bandas decorativas de tradición lombarda. Los edificios más representativos de este primer
románico catalán son Sant Pere de Rodes, San Vicente de Cardona, el monasterio de Santa
María de Ripoll y San Pere de Casserres.
ROMANICO PLENO.
Arquitectura.
Gótico temprano.
En Francia, durante la primera mitad del siglo XII, la bóveda de crucería apareció
esporádicamente en cierto número de iglesias. Sin embargo, la fase que iba a conducir a la
construcción de las grandes catedrales francesas comenzó en 1137, con motivo de la
construcción de la girola de la iglesia abacial de Saint-Denis, panteón real en las afueras de
París. En el deambulatorio de Saint-Denis, las finas columnas que sustentan las bóvedas de
crucería y la ausencia de muros divisorios entre las distintas capillas radiales proporcionó un
nuevo sentido de espacio continuo, fluido, que anticipaba las creaciones posteriores.
Gótico clásico.
Gótico radiante
La catedral de Beauvais se comenzó en 1225, un año antes de que Luis IX de Francia
ascendiese al trono. Durante su largo reinado, de 1226 a 1270, la arquitectura gótica entró en una
nueva fase denominada radiante o rayonnant. El término rayonnant deriva de los elementos
radiales, como los de una rueda, que conforman los enormes rosetones característicos de este
estilo. La altura dejó de ser el principal objetivo, y en su lugar se extremó la desmaterialización
del muro reduciendo el espesor de la mampostería, extendiendo los ventanales y reemplazando
el muro exterior del triforio por vanos de tracería. Los muros de este periodo radiante asumieron
el carácter de membranas traslúcidas.
Escultura.
La escultura siguió el precedente románico, con una amplia difusión de imágenes cuyo fin era
adoctrinar a los fieles en los dogmas de la fe religiosa y decorar las fachadas de las catedrales.
La escultura de los siglos XII y principios del XIII tuvo un carácter predominantemente
arquitectónico. Las figuras más destacadas son las estatuas colosales de las jambas (pilastras
laterales) de las portadas y las de los parteluces de los vanos de entrada. Reciben el nombre de
estatuas-columna por estar adosadas a estos soportes. A veces, la estatua-columna tiende a
liberarse del marco arquitectónico, como si fuera una escultura exenta o de bulto redondo.
En España, en el segundo cuarto del siglo XIII se introdujeron las formas de la escultura francesa
a través de las intensas relaciones políticas y culturales que la monarquía española estableció
con la francesa. En el siglo XIII destacaron dos talleres en torno a las catedrales de Burgos y
León. En la primera cabe citar la portada de la Coronería y la del Sarmental, correspondientes a
los transeptos, así como las esculturas de las fachadas y el claustro. En relación con este taller,
destaca la escultura de la abadía de Las Huelgas, a pocos kilómetros de Burgos, con los
excepcionales sepulcros de Alfonso VIII y Leonor de Plantagenet. En cuanto a la de León, la
escultura española alcanzó altas cotas de calidad, como se aprecia en la portada de la Virgen
Blanca de la fachada occidental. Durante el siglo XIV en España la escultura exterior de las
catedrales se hizo más menuda por la influencia del arte mudéjar y las obras en marfil. Destacan
la puerta del Reloj de la catedral de Toledo y la puerta Preciosa de la de Pamplona; aunque es en
Cataluña donde se encuentran los conjuntos escultóricos más sobresalientes, formados por
sepulcros y retablos de influencia italiana.
En Francia a lo largo del siglo XIII las artes decorativas estuvieron bajo el dominio de la
evocación religiosa. Los medallones que aparecen en las ilustraciones de las Bibles moralisées
(Biblias moralizadas), en el segundo cuarto del siglo, se inspiraron sin duda en el diseño de las
vidrieras catedralicias. En el salterio de Luis IX (posterior a 1255), los gabletes con rosetones que
enmarcan las miniaturas imitan los modelos de la Sainte-Chapelle. A partir de 1250 el mismo
estilo cortesano inspira la escultura monumental y las pequeñas tallas elefantinas (de marfil). La
elegante estatuilla de marfil de la Virgen con el Niño (1265, Museo del Louvre, París) procedente
de la Sainte-Chapelle, reproduce la estatua monumental ubicada en el portal inferior de la capilla.
El colosal grupo de Cristo coronando a la Virgen en el tímpano central de la fachada occidental
de Reims posee la misma gracia íntima que las dos estatuillas con el mismo tema que también se
conservan en el Museo del Louvre. Los diminutos relicarios de orfebrería realizados a partir del
último tercio del siglo XIII tomaron la forma de las iglesias del gótico radiante, con sus transeptos,
rosetones y gabletes en fachadas. De este siglo, una buena muestra de miniatura gótica
española son los códices de las Cantigas de Alfonso X (El Escorial y Florencia).
París había encabezado el arte y la cultura europeas desde 1230. Sin embargo, tras los estragos
de la peste y el estallido de la guerra de los Cien Años a mediados del siglo XIV, París perdió la
supremacía y se convirtió en uno más entre los numerosos centros artísticos que florecieron en
este periodo.
Pintura
Escultura.
Arquitectura.
La última fase de la arquitectura gótica francesa recibió el nombre de gótico flamígero o
flamboyant, nombre derivado de los paralelismos entre los motivos de la intrincada tracería
curvilínea y la forma de las llamas. La profusa decoración del estilo flamígero se localiza
generalmente alrededor de los vanos exteriores. El interior de las iglesias emprendió un proceso
de simplificación basado en la eliminación de obstáculos visuales, como los capiteles sobre
soportes verticales. El interés estructural se concentró en las bóvedas, cuyos nervios, terceletes y
ligaduras conformaban una tupida red de complicados diseños.
Difundido por gran parte del continente, el estilo produjo sus frutos más elaborados en España.
En el siglo XV comenzaron a aparecer formas flamígeras en las obras de la corona de Aragón,
como puede observarse en la lonja de Palma de Mallorca. Al mismo tiempo se empleó el nuevo
estilo en la capilla de San Jorge del palau de la Generalitat de Barcelona, así como en otros
muchos palacios catalanes. Sin embargo lo más característico del siglo XV español es la creación
del denominado estilo hispano-flamenco, caracterizado por la fusión de formas flamencas y
mudéjares. También recibe el nombre de isabelino por corresponder cronológicamente con el
reinado de Isabel I la Católica. Entre los arquitectos más destacados de este último gótico cabe
reseñar a Hanequin de Bruselas autor de la capilla de don Álvaro de Luna en la catedral de
Toledo; Juan Guas, con el castillo de Manzanares el Real (Madrid), el palacio del Infantado en
Guadalajara y el convento toledano de San Juan de los Reyes; Antón y Enrique Egas, que
trazaron los hospitales de Santiago, Granada y el de Santa Cruz en Toledo; Juan y Simón de
Colonia, con obras como la capilla del Condestable de la catedral de Burgos; y, en el área de
Salamanca, Juan Gil de Hontañón y su hijo Rodrigo Gil de Hontañón, que construyó la catedral
de Segovia en pleno siglo XVI.
Inglaterra también tuvo su propio estilo gótico tardío, el estilo perpendicular, que triunfó en el siglo
XV. Se caracteriza por el uso de molduras verticales en los muros y las tracerías y por las
bóvedas de abanico.
En Francia, desde finales del siglo XV hasta las primeras décadas del siglo XVI, se construyeron
numerosos châteaux en estilo flamígero, como los de Amboise (1483-1501) y Blois (1498-1515)
en el Loira, o el de Josselin (principios del siglo XVI) en Bretaña (véase Castillos del Loira). Se
caracterizan exteriormente por sus tragaluces y buhardillas. Algunas veces, como en el caso de
la fachada añadida al palacio de justicia de Ruán, cada uno de los tragaluces está flanqueado por
diminutos contrafuertes. Otros ejemplos destacables en el campo de la arquitectura civil son el
gótico veneciano del palacio del Dux (comenzado hacia 1345) y la Ca’ d’Oro (1430); el gótico
tudor inglés del palacio de Hampton Court y los espléndidos edificios administrativos españoles,
entre los que destacan las lonjas de Barcelona, Valencia y Palma de Mallorca.
Durante el renacimiento, los artistas no eran considerados más que meros artesanos, al igual que
en la edad media, pero por vez primera fueron vistos como personalidades independientes,
comparables a poetas y a escritores. Es en este momento cuando empiezan a reivindicar una
consideración social superior e inician una actitud intelectual diferente, la del artista como teórico
además de ejecutor, que se reforzará progresivamente a lo largo del renacimiento. Buscaban
nuevas soluciones a problemas visuales y formales, y muchos de ellos realizaron experimentos
científicos. En este contexto, se desarrolló la perspectiva lineal, donde las líneas paralelas se
representan como convergentes en un punto de fuga. En consecuencia, los pintores comenzaron
a ser más exigentes con el tratamiento del paisaje, por lo que prestaron mayor atención a la
manera de representar los árboles, las flores, las plantas, la distancia de las montañas y los
cielos con sus nubes. Los artistas estudiaron el efecto de la luz natural, así como el modo en el
que el ojo percibe los diversos elementos de la naturaleza. Desarrollaron la perspectiva aérea,
según la cual los objetos perdían sus contornos y su color a tenor de la distancia que los alejaba
de la vista. Los pintores del norte de Europa, especialmente los flamencos, eran más avanzados
que los artistas italianos en la representación del paisaje y contribuyeron al desarrollo del arte en
toda Europa al introducir el óleo como una nueva técnica pictórica.
Aunque el retrato se consolidó como género específico a mediados del siglo XV, los pintores
renacentistas alcanzaron la cima con otro tipo de pintura, histórica o narrativa, en la que las
figuras contextualizadas en un paisaje o en un marco de fondo, relatan pasajes de la mitología
clásica o de la tradición judeo-cristiana. Dentro de un contexto, el pintor representaba hombres,
mujeres y niños en diferentes poses, que además mostraban diversas reacciones emocionales y
estados anímicos.
El renacimiento de las artes coincide con el desarrollo del humanismo, en el que sus seguidores
estudiaban y traducían textos filosóficos. Se revitalizó el uso del latín clásico. También fue un
periodo de descubrimientos de nuevas tierras; las embarcaciones se hicieron a la mar en busca
de nuevas rutas hacia Asia, que dieron como resultado el descubrimiento de América. Pintores,
escultores y arquitectos sentían las mismas ansias de aventura y el deseo de ampliar sus
conocimientos y obtener nuevas soluciones; tanto Leonardo da Vinci como Cristóbal Colón
fueron, en cierto sentido, descubridores de mundos completamente nuevos.
Renacimiento en Italia
Las primeras manifestaciones artísticas del renacimiento, en los comienzos del siglo XV, se dan
en el campo de la escultura. Tres orfebres florentinos realizaron algunas innovaciones que
supusieron una ruptura con las convenciones del estilo gótico. El primero fue Filippo Brunelleschi,
precursor de la perspectiva lineal. Convertido en arquitecto, fue el primer constructor del
renacimiento. Diseñó la enorme cúpula octogonal de la catedral de Florencia, terminada en el año
1436, para lo que estudió a fondo la arquitectura clásica, especialmente el colosal panteón de
Agripa. Dicha cúpula está considerada como una proeza tanto desde el punto de vista artístico
como del de la ingeniería desde los tiempos de los romanos. Brunelleschi, que estudió en Roma,
fue el responsable de este resurgir clásico en la arquitectura. Introdujo nuevas fórmulas de
racionalización del espacio aplicadas tanto a las construcciones públicas como privadas que se
convirtieron en únicas dentro del estilo renacentista.
Donato di Niccolò di Betto Bardi, más conocido como Donatello, fue uno de los artistas más
influyentes del renacimiento no sólo por la fuerza expresiva de sus figuras sino porque, a pesar
de ser florentino, trabajó en Venecia, Padua, Nápoles y Roma y, de ese modo, sirvió como
vehículo de difusión de innovaciones artísticas en Italia, sobre todo en lo que se refería a la
perspectiva. Sus esculturas representan la figura humana en su infinita diversidad de edades,
gestos, actitudes y movimientos. Entre sus principales obras destacan el bronce del David
(c. 1430-1435, Florencia, Museo del Bargello), que representa al héroe bíblico con la cabeza de
Goliat a sus pies. La figura semidesnuda, concebida para ser rodeada por otras, fue la primera
escultura exenta realizada desde la antigüedad. Otras grandes obras maestras son la Cantoria o
Galería de niños cantores (c. 1433-1439, Florencia, Museo dell´Opera del Duomo), realizada para
la catedral de Florencia, y la escultura ecuestre del condotiero Gattamelata (1446-1450, Padua),
inspirada directamente en la escultura ecuestre del emperador romano Marco Aurelio. Donatello,
que trabajó en terracota y madera, hizo uso de la perspectiva de Brunelleschi para ejecutar sus
relieves. Sus esculturas exentas y expresivas a menudo representan a santos que fueron el
modelo de los escultores de la siguiente centuria.
La dirección que marcó Masaccio fue seguida por contemporáneos suyos como Paolo Uccello,
quien imprimió más potencia a la perspectiva lineal. Entre sus mejores obras destacan las tres
versiones que realizó de la Batalla de san Romano, realizadas a fines de 1456 para el palacio
Medici en Florencia, en las cuales las figuras muestran bruscos escorzos. Estas obras se hallan
en la Galería de los Uffizi (Florencia); National Gallery (Londres) y el Louvre (París). También
pintó un gran fresco (1436, catedral de Florencia) que simula un monumento ecuestre en bronce,
un medio con precedentes romanos y que resurgió en las esculturas exentas de Donatello. Otro
maestro del mismo periodo es Fra Angelico, fraile dominico cuyo estilo refinado alterna con
formas aún incipientes del nuevo renacimiento resueltas con un delicado tratamiento del color. Su
obra se caracteriza por su dulce y elegante espiritualidad religiosa que, aún siendo de espíritu
medieval, se reviste de formas renacentistas, como refleja en sus anunciaciones (La Anunciación,
1430-1432, Museo del Prado, Madrid). Fra Angelico fue especialmente innovador en la
representación de paisajes. Su obra incluye una serie de frescos pintados en los años 1430 y
1440 ayudado por sus compañeros dominicos en el convento de San Marco en Florencia.
El arte del quattrocento se resume en gran medida por medio del trabajo del humanista y latinista
Leon Battista Alberti, que se formó en el norte de Italia después de que su familia fuera expulsada
de Florencia. Tuvo una experiencia directa con la pintura y con la escultura y también fue un
ingenioso arquitecto. Su arquitectura se caracteriza por el modo riguroso de componer los
elementos clásicos, proporcionando una base racional a la nueva concepción del espacio y del
edificio. Entre sus diseños más sugerentes se encuentra la fachada de Santa Maria Novella en
Florencia, terminada en el año 1458, en donde Alberti desarrolló el sistema de fachada aplanada,
de amplia repercusión posterior. También diseñó varias iglesias como la de Sant´Andrea en
Mantua (terminada en el año 1494). De igual importancia que sus construcciones son sus escritos
teóricos sobre pintura, escultura y arquitectura. Prolífico escritor, en sus libros, Alberti sintetizó
todas las innovaciones de sus contemporáneos e incluyó también algunos ejemplos de la
antigüedad. Destaca su tratado sobre arquitectura titulado De Re Aedificatoria (1453-1485).
Como resultado de sus escritos, las nuevas ideas fueron difundidas dentro y fuera de Italia.
Dedicó su libro Della Pittura (1436) a Brunelleschi, así como a Ghiberti, Donatello, Luca della
Robbia y Masaccio.
La segunda generación de pintores está representada por Sandro Botticelli, un artista que disfrutó
del mecenazgo de la familia de los Medici en Florencia. Su estilo es lírico, fluido y a menudo
decorativo y abarca tanto temas religiosos como paganos. Sus pinturas están muy influidas por el
pensamiento neoplatónico, según el cual las ideas cristianas podían conciliarse con las clásicas.
Sus dos obras más famosas, ambas en la Galería de los Uffizi, son el Nacimiento de Venus
(después de 1482) y la Primavera (c. 1478). El modelo de la figura del Nacimiento de Venus está
tomado de la escultura antigua, pero aquí la diosa se muestra de pie emergiendo de un pálido
mar azul. Botticelli realza el contorno de las figuras con una línea que les proporciona una
singular elegancia; por el contrario, sólo en contadas ocasiones utiliza el claroscuro.
El epicentro artístico durante este periodo fue Roma y la corte de Julio II, que contrató a los
artistas y arquitectos más importantes para sus ambiciosos proyectos. Donato Bramante fue el
arquitecto más relevante de este periodo aunque se inició como pintor siguiendo las pautas de
Piero della Francesca. Después de una larga estancia en Milán, durante la cual coincidió con
Leonardo, Bramante se estableció en Roma. Allí produjo obras como el Tempietto (1502), una
representación a menor escala del clásico tholos griego situado en el patio de San Pietro in
Montorio; una serie de palacios privados que incluían la casa de Rafael (destruida en el siglo
XVII), y, como su proyecto más notable, el diseño de la nueva basílica de San Pedro (c. 1506).
Para la primera iglesia de la cristiandad católica, Bramante trazó una planta de cruz griega, con
cúpula. Miguel Ángel tomó parte en la construcción realizando algunos cambios que modificaban
la nueva estructura arquitectónica pero respetando el diseño original de Bramante, que ejerció
una fuerte influencia en los arquitectos del cinquecento, como sucedió con el sienés Baldassare
Peruzzi, que construyó la villa Farnesina (1509-1511) en Roma para la familia Chigi, la primera
villa privada de comienzos del siglo XVI.
En el norte de Europa, las manifestaciones artísticas del gótico tardío fueron coetáneas con los
descubrimientos y con el cambio de visión del mundo producido en Italia. En el norte, países
como Alemania, los Países Bajos e Inglaterra fueron menos receptivos a la hora de aceptar el
incipiente renacimiento.
Las primeras obras del siglo XV fueron menos significativas y a escala menor que las que se
produjeron en Italia. Al mismo tiempo, la miniatura de la obra Las muy ricas horas del duque de
Berry (c. 1416, Musée Condé, Chantilly), realizada por los hermanos Limbourg, pone de
manifiesto un interés por el detalle naturalista y por lo anecdótico desconocido en Italia. También
son notables en esta obra la delicadeza y la minuciosidad con que están tratados todos los
elementos del paisaje.
A mediados del siglo XV, Van Eyck fue considerado por un estudioso italiano como el pintor más
significativo de su época. Su famoso retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (1434, National
Gallery, Londres) es la representación de los esponsales de un banquero italiano. En la pared del
fondo, detrás de la pareja, hay un espejo convexo que refleja la habitación en la que los esposos
permanecen en pie y en la que el artista se autorretrata. Van Eyck dejó constancia de su firma y
fechó la obra. Este magnífico pintor también produjo pequeños retratos de grupo de un
extraordinario realismo.
Rogier van der Weyden, pintor de Tournai (Flandes), fue quien, a diferencia de Jan van Eyck,
realizó un viaje a Italia en el año 1450. Su obra fue muy admirada en Italia e incluso pudo haber
influido en la escuela de Ferrara. La obra más importante de Van der Weyden es El
descendimiento de la cruz (1435, Museo del Prado, Madrid) pintado por encargo de un gremio de
artesanos de Lovaina. El dolor que reflejan sus personajes, aún desconocido para el arte italiano,
se plasma en sus expresiones faciales y en las posturas de sus cuerpos. Como Van Eyck, Rogier
tuvo gran destreza para el retrato, pero infundió a sus figuras una dimensión emocional añadida.
Sin duda, el artista más original de este periodo fue El Bosco que fue quien menos dependió de la
pasada tradición flamenca. Casi todas sus obras fueron totalmente anticonvencionales. El jardín
de las delicias, también conocido como La pintura del madroño (1510-c. 1515, Museo del Prado),
es una obra alegórica del pecado y de la redención, en la que se muestra un mundo surreal e
imaginario donde el pasado, el presente y el futuro se despliegan en imágenes de pesadilla. Su
extrema originalidad conduce al arte de Pieter Brueghel, el Viejo, quien realizó ya en el siglo XVI
una serie de grabados titulados Los siete pecados capitales (1557) que en su imaginación
fantasmagórica demuestran la poderosa influencia de El Bosco. Al tiempo que muchos de sus
contemporáneos acogieron las novedades italianas, Brueghel quiso rendir un homenaje al estilo
de los primeros pintores de los Países Bajos y flamencos en sus propias obras y grabados, que a
menudo ilustraban proverbios folclóricos, con frecuencia en clave satírica.
Los manieristas holandeses y flamencos, incluidos Bernard van Orley, Lucas van Leyden y Jan
van Scorel, recogieron la herencia de Miguel Ángel y de Rafael a través de grabados, o por medio
de obras de primera mano de los artistas. Además, las aportaciones de Alberto Durero, el
maestro alemán, sirvieron de estrecho vínculo entre los estilos italianos y el viejo estilo holandés.
En el primero, se funden elementos propios del estilo gótico con el mudéjar y con las
innovaciones renacentistas, por lo que el resultado es muy personal y los elementos como
columnas, pilastras o bóvedas se utilizan con mucha libertad. Desde el punto de vista de las
construcciones destacan los paramentos almohadillados, el uso de dos balaustradas con
capiteles compuestos, bóvedas, bien de crucería, bien de medio cañón con casetones, y el arco
de medio punto. En cuanto a la ornamentación, se utilizan las cresterías góticas y la decoración
de grutescos aplicada a las pilastras, así como los medallones con retratos o decoración
fantástica. Destacan varios centros con sus propias peculiaridades. En Toledo sobresale el
hospital de Santa Cruz, encargado por el cardenal Mendoza, y el estilo conocido como cisneros
en honor al cardenal Cisneros, que decora los interiores con artesonados y los muros con
yeserías de ritmo geométrico. Es importante añadir que en el año 1526 se publicó, en Toledo, el
libro de Diego de Sagredo, Medidas del romano, primer tratado teórico escrito fuera de Italia. En
Salamanca la catedral nueva y la casa de las Conchas representan lo más importante del
renacimiento salmantino religioso y civil, y en Burgos, la escalera Dorada, obra de Diego de Siloé,
resuelve magistralmente la angostura del espacio.
La arquitectura purista presenta una decoración más sobria; sus edificios son en general
monumentales y equilibrados, y sus elementos constructivos, mucho más clásicos. Destacan la
fachada de la Universidad de Alcalá de Henares y el palacio de Monterrey en Salamanca, ambas
obras de Rodrigo Gil de Hontañón. No obstante, la obra más importante de este periodo se debe
a Pedro Machuca, el palacio de Carlos V en Granada; se trata de un edificio de planta cuadrada
que incorpora un patio circular con bóveda anular en su interior y con alternancia de órdenes
superpuestos.
La pintura también es religiosa en su mayoría (son escasos los temas profanos y los mitológicos).
El primer tercio del siglo XVI presenta una fuerte influencia del realismo y de la minuciosidad
flamenca, manifestada por el gusto hacia lo concreto y hacia temas naturalistas. Fernando Yánez
de la Almedina es uno de los mejores representantes de la escuela valenciana, que introduce el
rafaelismo en la pintura, mientras que Castilla cuenta con Pedro Berruguete, que asume también
la corriente flamenca, junto a la idealización italiana sin prescindir de muchas reminiscencias
decorativas mudéjares. El segundo tercio acusa más la influencia clasicista del renacimiento
italiano, de la mano de artistas como Juan de Juanes en Valencia, quien introduce la técnica del
sfumato leonardesco y el equilibrio compositivo, además de Juan Correa de Vivar, que supone el
anticipo del manierismo por el estilo de sus composiciones, o Luis Morales, cuya pintura conecta
con la corriente mística.
En América alcanzaron gran desarrollo tres tipologías arquitectónicas que habían tenido escasa
aplicación en el Viejo Mundo: el templo-fortaleza, la capilla abierta y las ‘posas’, una especie de
pequeñas capillas situadas en las esquinas de los atrios abiertos. La primera tiene su origen en la
España medieval y es de carácter defensivo. Uno de los ejemplos más representativos de este
tipo de edificios es el convento de Yanhuitlán, en Oaxaca, México, que conserva, por razones
funcionales, la estructura masiva y vertical de las construcciones defensivas medievales. La
capilla abierta tuvo gran aceptación en México por razones de culto, ya que permitía oficiar la
misa en un amplio espacio abierto al que tenía acceso la gran masa de nuevos catecúmenos.
MIGUEL ÁNGEL
Más tarde, Miguel Ángel viajó a Roma, ciudad en la que podía estudiar y examinar las ruinas y
estatuas de la antigüedad clásica que por entonces se estaban descubriendo. Poco después
realizó su primera escultura a gran escala, el monumental Baco (1496-1498, Museo del
Barguello, Florencia), uno de los pocos ejemplos de tema pagano realizados por el maestro, muy
ensalzado en la Roma renacentista y claramente inspirado en la estatuaria antigua, en concreto
en el Apolo de Belvedere. En esa misma época Miguel Ángel esculpió también la Pietà (1498-
1500) para la basílica de San Pedro en el Vaticano, magnífica obra en mármol que aún se
conserva en su emplazamiento original. La Pietà, una de las obras de arte más conocidas, la
terminó casi con toda seguridad antes de cumplir los 25 años de edad, es además la única obra
en la que aparece su firma. Sentada majestuosamente, la juvenil Virgen sostiene a Cristo muerto
en su regazo, iconografía que toma del arte del norte de Europa. En lugar de aparentar dolor,
María se contiene, se refrena, con una expresión en el rostro de total resignación. Con esta obra
Miguel Ángel resume las innovaciones escultóricas de sus predecesores en el siglo XV, como
Donatello, a la vez que introduce un nuevo criterio de monumentalidad característico del estilo del
cinquecento italiano.
Con anterioridad a la bóveda de la Sixtina, en 1505, Miguel Ángel había recibido el encargo del
papa Julio II de realizar su tumba, planeada desde un primer momento como la más magnífica y
grandiosa de toda la cristiandad. Pensada para ser emplazada en la nueva basílica de San
Pedro, entonces en construcción, Miguel Ángel inició con gran entusiasmo este nuevo desafío
que incluía la talla de más de 40 figuras, pasando varios meses en las canteras de Carrara para
obtener el mármol necesario. La escasez de dinero, sin embargo, llevó al Papa a ordenar a
Miguel Ángel que abandonara el proyecto en favor de la decoración del techo de la Sixtina.
Cuando, años después, retomó el trabajo de la tumba, la rediseñó a una escala mucho menor. No
obstante, Miguel Ángel pudo terminar algunas de sus mejores esculturas con destino a la tumba
de Julio II, entre las que destaca el Moisés (c. 1515), figura central de la nueva tumba, hoy
conservado en la iglesia de San Pedro ad Vincula, Roma. El musculoso patriarca aparece
sentado en actitud vigilante dentro de un nicho de escasa profundidad, sosteniendo las tablas de
la ley y con su larga barba entrelazada en sus poderosas manos. Parece una figura distante, en
comunicación directa con Dios, y con una mirada que resume a la perfección la sensación de
terribilità. Otras dos magníficas estatuas destinadas a esta tumba, el Esclavo moribundo y el
Esclavo rebelde (c. 1510-1513, Louvre, París), demuestran claramente los modos
miguelangelescos de abordar la escultura. Concibió las figuras como seres atrapados en el
bloque marmóreo, que al ser tallados van liberando sus formas. Aquí, como en muchas otras
obras suyas, deja las formas inacabadas (non finito), algunas veces por considerar que ésa era la
forma deseada y otras por haber abandonado el proyecto durante su realización.
Ya en Roma, Miguel Ángel comenzó a trabajar en 1536 en el fresco del Juicio Final para decorar
la pared situada tras el altar de la Capilla Sixtina, dando por concluidos los trabajos en 1541.
Cristo, en actitud de juez, se convierte en el centro de la composición; a la izquierda, la salvación
de las almas que van ascendiendo al cielo; a la derecha, los condenados que van cayendo a un
infierno dantesco. Como era normal en él, Miguel Ángel representó a todas las figuras desnudas,
desnudez que fue tapada una década después con los paños de pureza, realizados por Daniele
da Volterra (conocido como Il Braghettone precisamente por este motivo) en un momento en el
que el clima cultural se había vuelto mucho más conservador. El propio Miguel Ángel aparece
retratado en la piel desollada de san Bartolomé, a los pies de Cristo.
A lo largo de su dilatada vida, Miguel Ángel fue amigo de príncipes y papas, desde Lorenzo de
Medici a León X, Clemente VII y Pío III, así como también de cardenales, pintores y poetas. Él
mismo llegó a componer versos de indudable calidad, en los que pone de manifiesto sus
pensamientos, ansiedades, frustraciones, ideas estéticas y su relación con la filosofía
neoplatónica.
El gran poeta del renacimiento Ludovico Ariosto escribió refiriéndose a él: “Miguel Ángel, más que
mortal, divino”. Ciertamente, el epíteto ‘divino’ fue extensamente aplicado a este artista gracias a
sus extraordinarias dotes y talento. Dos generaciones de pintores y escultores italianos, entre los
que se encuentran Rafael, Annibale Carracci, Pontormo, Rosso Fiorentino, Sebastiano del
Piombo y Tiziano, admiraron su manera de tratar el cuerpo humano. La cúpula de San Pedro del
Vaticano se convirtió en modelo y paradigma para todo el mundo occidental.
LEONARDO DA VINCI
Existen evidencias de que Leonardo tenía discípulos en Milán, para los cuales probablemente
escribió los textos que más tarde se agruparían y publicarían en París después de la muerte del
artista bajo el título Tratado de la pintura (1651). La obra más importante del periodo milanés son
las dos versiones de la Virgen de las rocas (1483-1485, Louvre, París, y 1505, National Gallery,
Londres), donde aplica un esquema compositivo triangular que encierra a la Virgen, el Niño, san
Juan y el ángel, y por otro lado, utiliza por primera vez la técnica del sfumato (ver definición en el
apartado La obra pictórica). De 1495 a 1497 trabajó en su obra maestra La última cena, pintura
mural para el refectorio del monasterio de Santa Maria delle Grazie, Milán. Desgraciadamente, el
empleo de una técnica experimental de pintura al óleo sobre yeso seco provocó problemas
técnicos que condujeron a su rápido deterioro hacia el año 1500. Desde 1726 se llevó a cabo un
largo proceso de restauración y conservación que culminó en 1999. Una vez completado el
proceso, no exento de cierta polémica, han reaparecido muchos detalles ocultos durante años.
También se ha puesto de relieve el brillante colorido de la obra original, que había quedado
ensombrecido por las restauraciones anteriores. Aunque la mayor parte de la superficie original
se ha perdido, la grandiosidad de la composición y la penetración fisonómica y psicológica de los
personajes dan una visión aproximada de su pasado esplendor.
Durante su larga estancia en Milán, Leonardo también realizó otras pinturas y dibujos (la mayoría
de los cuales no se conservan), escenografías teatrales, dibujos arquitectónicos y maquetas para
la cúpula de la catedral de Milán. Su mayor encargo fue el monumento ecuestre en bronce a
tamaño colosal de Francesco Sforza, padre de Ludovico, para su ubicación en el patio del castillo
Sforzesco. Sin embargo, en diciembre de 1499, la familia Sforza fue expulsada de Milán por las
tropas francesas. Leonardo dejó la estatua inacabada (fue destruida por los arqueros franceses
que la usaron como diana) y regresó a Florencia en 1500. De esta primera etapa milanesa
también cabe citar algunos retratos femeninos como el de La dama del armiño (Museo
Czartoryski, Cracovia).
RAFAEL
Bajo La poesía se encuentra el célebre Parnaso, en el que el dios Apolo aparece rodeado por las
nueve musas y los grandes poetas (Homero, Virgilio, Dante, Boccaccio, y así hasta quince). El
colorido es brillante y variado, y la composición está marcada por el equilibrio y la simetría,
creando una escena de gran belleza. Por último, bajo La justicia, se puede observar el fresco
Gregorio IX aprobando los Decretales.
Es importante también su producción de dibujos sobre papel, tan célebres como muchas de sus
pinturas. En ellos se expresa de forma más personal y directa, lo que hace que sean muy
codiciados por museos y coleccionistas privados. Rafael demostró una espléndida capacidad
como retratista, logrando reflejar en sus obras una intensa captación psicológica, como en el
retrato de Baldassare Castiglione (1514-1515, Museo del Louvre, París), que inspirará
posteriormente a Petrus Paulus Rubens y a Rembrandt, o en el de Julio II (1511-1512, National
Gallery, Londres).
Los orígenes de la palabra barroco no están claros. Podría derivar del portugués barocco o del
castellano barrueco, término que designa a un tipo de perlas de forma irregular. La palabra es un
epíteto acuñado con posterioridad y con connotaciones negativas, que no define el estilo al que
hace referencia. De cualquier modo, a finales del siglo XVIII el término barroco pasó a formar
parte del vocabulario de la crítica de arte como una etiqueta para definir el estilo artístico del siglo
XVII, que muchos críticos rechazaron después como demasiado estrafalario y exótico para
merecer un estudio serio. Escritores como el historiador suizo Jakob Burckhardt, en el siglo XIX,
lo consideraron el final decadente del renacimiento; su alumno Heinrich Wölfflin, en Conceptos
fundamentales para la historia del arte (1915), fue el primero en señalar las diferencias
fundamentales entre el arte del siglo XVI y el del XVII, afirmando que “el barroco no es ni el
esplendor ni la decadencia del clasicismo, sino un arte totalmente diferente”.
Entre las características generales del arte barroco están su sentido del movimiento, la energía y
la tensión. Fuertes contrastes de luces y sombras realzan los efectos escenográficos de muchos
cuadros, esculturas y obras arquitectónicas. Una intensa espiritualidad aparece con frecuencia en
las escenas de éxtasis, martirios y apariciones milagrosas. La insinuación de enormes espacios
es frecuente en la pintura y escultura barrocas; tanto en el renacimiento como en el barroco, los
pintores pretendieron siempre en sus obras la representación correcta del espacio y la
perspectiva. El naturalismo es otra característica esencial del arte barroco; las figuras no se
representan en los cuadros como simples estereotipos sino de manera individualizada, con su
personalidad propia. Los artistas buscaban la representación de los sentimientos interiores, las
pasiones y los temperamentos, magníficamente reflejados en los rostros de sus personajes. La
intensidad e inmediatez, el individualismo y el detalle del arte barroco —manifestado en las
representaciones realistas de la piel y las ropas— hicieron de él uno de los estilos más arraigados
del arte occidental.
La actividad constructiva tuvo también relevancia fuera de Roma durante las primeras décadas
del siglo XVII. Francesco Maria Ricchino en Milán y Baldassare Longhena en Venecia destacan
por sus iglesias de planta centralizada. La iglesia de Santa María de la Salud, de Longhena,
comenzada en 1631, es famosa por su profusa decoración exterior y su privilegiada situación a la
entrada del Gran Canal veneciano. Especialmente singular y exótica es la obra turinesa de
Guarino Guarini. Su capilla del Santo Sudario (1667-1694, destruida por un incendio en 1997)
presentaba una elevada cúpula de complicadas formas geométricas, inspiradas en los edificios
islámicos. En Turín también destaca la figura de Filippo Juvarra, que practicó, ya en el siglo XVIII,
un estilo barroco de corte clasicista.
Francisco de Zurbarán, afincado en Sevilla desde 1629, fue el pintor monástico por antonomasia;
nadie como él supo representar con más sencillez el fervor religioso de la vida monástica
contrarreformista. Los volúmenes simples, la sencillez compositiva y el tenebrismo, caracterizado
por los fuertes contrastes de luz y sombra, definen el estilo que no cambiará hasta los últimos
años de su vida, cuando la influencia de Bartolomé Esteban Murillo le lleve a experimentar con
una pincelada más suelta y ligera y un uso más vaporoso de los colores. Diego Velázquez, el
pintor más importante del barroco español, se moverá entre el naturalismo de la primera mitad del
siglo XVII y el barroquismo de la segunda. De su etapa juvenil en Sevilla sobresalen obras como
la Vieja friendo huevos (1618, Galería Nacional de Escocia, Edimburgo) y la Adoración de los
Magos (1619, Museo del Prado, Madrid). En 1623 se trasladó a Madrid como pintor de corte de
Felipe IV, cargo que ocupará ya toda su vida. Sus series de retratos reales culminaron con Las
Meninas (1656, Museo del Prado), retrato colectivo de las infantas, las meninas y otros
personajes de la corte, en el que aparece también el propio pintor. Maestro en el tratamiento de
los volúmenes, la forma y el color, y pionero de la perspectiva aérea y las grandes pinceladas,
Velázquez destacó también por sus cuadros de tema histórico, como La rendición de Breda (Las
lanzas, 1635, Museo del Prado), y mitológico, con obras como La fragua de Vulcano (1630,
Museo del Prado) y la Venus del espejo (c. 1650, National Gallery, Londres).
El barroco en Flandes está dominado por la brillantez de Petrus Paulus Rubens. Durante los años
de juventud, el estilo pictórico de Rubens recibió influencias de fuentes italianas tan diversas
como Caravaggio, los Carracci y Miguel Ángel, como se aprecia, por ejemplo, en el Rapto de las
hijas de Leucipo (1616-1617, Alte Pinakothek, Munich). Rubens y sus ayudantes realizaron un
considerable número de cuadros de temas mitológicos y religiosos para clientes y mecenas de
toda Europa. El estilo maduro de Rubens, colorista, de composiciones dinámicas y voluptuosas
formas femeninas, marca el apogeo de la pintura barroca en el norte de Europa, ejemplificado en
su famosa serie de 21 enormes lienzos sobre la Vida de María de Medici (1621-1625, Louvre,
París) y en la serie de La torre de la Parada (1635-1640, Museo del Prado). Entre los seguidores
de Rubens el de más talento fue sin duda Anthony van Dyck, prestigioso pintor de la corte y la
aristocracia inglesas, entre cuyas obras destaca el Retrato de Carlos de Inglaterra en traje de
caza (1635, Louvre). Jacob Jordaens y Adriaen Brouwer son más conocidos por sus
convincentes escenas de género que retratan la sociedad pequeñoburguesa y campesina, como
también lo hicieron el artista flamenco David Teniers y el holandés Adriaen van Ostade.
La escultura de Pierre Puget también fue característica del pleno barroco, mientras que François
Girardon y Antoine Coysevox practicaron un marcado clasicismo en las esculturas monumentales
para el rey Luis XIV. El grupo escultórico de Girardon Apolo y las ninfas (1666-1672), en la cueva
de Tetis de Versalles, es una muestra del gusto francés por la interpretación fidedigna de la
antigüedad.
El palacio de Versalles (comenzado en 1661), construido para albergar la corte de Luis XIV por
Louis Le Vau, André Le Nôtre y Charles Lebrun, es el monumento arquitectónico más importante
del barroco francés. Su dedicación al Rey Sol, sus estrictas formas clásicas, sus vastos y
complejos jardines y los suntuosos interiores, estaban destinados a mostrar la gloria y el poder
del monarca; dio origen a imitaciones encargadas por los reyes absolutistas de toda Europa. Un
proyecto igualmente grandioso, sutil y delicado, fue la ampliación del palacio (actual museo) del
Louvre (1660-1680), encargada a Bernini en un primer momento pero definitivamente realizada
por Le Vau, Lebrun y Claude Perrault entre otros.
La escultura del siglo XVII en Alemania y Austria conservó las características del gótico tardío y el
manierismo. En Alemania, el altar Überlingen (1613-1619), de Jörg Zürn, representa la
continuidad de la tradición alpina en la talla de madera, mientras que el de la iglesia parroquial de
Insterburg (c. 1623), de Ludwig Munstermann, evidencia la influencia manierista. Balthasar
Permoser, en Baviera, asimiló el estilo del pleno barroco italiano trasladándolo a Dresde, donde
se convirtió en el escultor barroco más destacado. Sus alegres esculturas para el Zwinger
(comenzado en 1711), una ampliación grandilocuente del palacio de Dresde proyectada por
Pöppelman, están consideradas por los estudiosos como la parte más interesante del edificio. En
Viena, al igual que en Dresde, la arquitectura barroca encontró entre los monarcas a sus mejores
mecenas. Uno de los más destacados arquitectos barrocos de Austria, Johann Bernhard Fischer
von Erlach, demostró su perfecto conocimiento de los modelos italianos en la exuberante iglesia
de San Carlos Borromeo en Viena (1716-1737).
En la escultura, su gran habilidad para plasmar las texturas de la piel o de los ropajes, así como
su capacidad para reflejar la emoción y el movimiento, eran asombrosas. Bernini introdujo
cambios en algunas manifestaciones escultóricas, como los bustos, las fuentes y las tumbas. Su
influencia fue enorme durante los siglos XVII y XVIII, y puede comprobarse en la obra de
maestros como Pierre Puget, Pietro Bracci y Andreas Schlüter.
Bernini fue el primer escultor que tuvo en cuenta el dramatismo potencial de la luz en los grupos
escultóricos. Esto se evidencia aún más en su famoso Éxtasis de santa Teresa (1645-1652,
Santa Maria della Vittoria, Roma), donde los rayos del sol, surgidos de una fuente invisible,
iluminan a la santa en trance y al ángel sonriente que está a punto de traspasarle el corazón con
una flecha de oro. Los numerosos bustos que realizó expresan un sentimiento análogo de
convincente realismo dramático, tanto los de carácter alegórico como El alma condenada y El
alma salvada (ambas de aproximadamente 1619, Casa de España, Roma), como los que eran
retratos, por ejemplo el del cardenal Scipione Borghese (1632, Galería Borghese) o el de Luis XIV
de Francia (1665, palacio de Versalles). Su última obra, El busto del Salvador (Museo Chrysler,
Norfolk, Virginia), presenta una imagen de Cristo sobria y contenida que hoy día ha sido
interpretada como la actitud de calma y resignación de Bernini ante la muerte.
FRANCESCO BORROMINI
Francesco Borromini (1599-1667), arquitecto italiano, uno de los más importantes del siglo XVII.
Junto con otras grandes figuras de su época, como Gian Lorenzo Bernini y Pietro da Cortona, y
principalmente gracias a sus iglesias, transformó la antigua Roma en una ciudad barroca. Al
contrario que Bernini y Cortona, Borromini tan sólo se dedicó a la arquitectura, llegando hasta la
obsesión su empeño heterodoxo de encontrar nuevas formas espaciales. En sus edificios, el
vacío y el lleno se combinan en una culminación de la búsqueda barroca de espacios dramáticos.
El primer encargo que recibió Borromini como arquitecto fue la iglesia de San Carlo alle Quattro
Fontane (1638-1641; fachada concluida en 1667). La traza general se compone de una planta en
forma de rombo, formada por la unión de dos triángulos equiláteros, cubierta por una cúpula oval.
Como todos los proyectos de Borromini, se ajusta a unas leyes estrictas de simetría y
proporciones. Su fachada, más alta que la propia iglesia, presenta una ondulación que se
convirtió en el arquetipo de las iglesias barrocas de Roma.
Borromini construyó Sant'Ivo della Sapienzia entre 1642 y 1660, que sigue siendo la iglesia de la
Universidad de Roma. El templo se levanta a partir de un hexágono regular estrellado, pero lo
más original es su cúpula hexagonal sin transición con la planta, construida como una
continuación solidaria con la geometría fundamental del templo. Otras de las obras del maestro
italiano fueron la nueva fachada de Sant'Agnese (1653-1666) en la Plaza Nabona o la
remodelación de la basílica paleocristiana de San Juan de Letrán (1647-1650), que perdió así su
aspecto original para convertirse en un templo barroco. Su último gran proyecto fue el Colegio de
Propaganda Fide (1646-1667), centro de la orden jesuita en Roma, un sorprendente palacio
barroco completamente sometido a un concepto geométrico unitario. El 2 de agosto de 1667
Borromini se suicidó.
Más que cualquier otro arquitecto coetáneo, Borromini consiguió una nueva forma de expresión
arquitectónica con sus muros ondulantes, cóncavo-convexos, así como con sus originales
volúmenes, desarrollados a partir de un motivo geométrico. Sin embargo, nunca rechazó el
estudio de los modelos clásicos, incorporando a su obra rasgos de la arquitectura antigua y de la
renacentista. La influencia de las ideas de Miguel Ángel fue importantísima, como el mismo
arquitecto explicó en su tratado Opus architectonicum (1648).
En el invierno de 1792, durante una visita al sur de España, Goya contrajo una grave enfermedad
que le dejó totalmente sordo y marcó un punto de inflexión en su expresión artística. Entre 1797 y
1799 dibujó y grabó al aguafuerte la primera de sus grandes series de grabados, Los caprichos,
en los que, con profunda ironía, satiriza los defectos sociales y las supersticiones de la época.
Series posteriores, como Los desastres de la guerra (Fatales consecuencias de la sangrienta
guerra en España con Buonaparte y otros caprichos enfáticos, 1810) y Los disparates (1820-
1823), presentan comentarios aún más cáusticos sobre los males y locuras de la humanidad.
Louis David nació en París el 30 de agosto de 1748 en el seno de una familia de clase media alta.
Estudió en la Academia real con el pintor rococó J. M. Vien. En 1774 ganó el Premio de Roma y
viajó a Italia donde recibió una fuerte influencia del arte clásico y de la obra del pintor del siglo
XVII Nicolas Poussin, de sólida inspiración clásica. David desarrolló rápidamente su propia línea
neoclasicista, sacando sus temas de fuentes antiguas y basándose en las formas y la gestualidad
de la escultura romana. Su famoso Juramento de los Horacios (1784-1785, Museo del Louvre,
París) fue concebido para proclamar el surgimiento del neoclasicismo, y en él destacan el
dramatismo en la utilización de la luz, las formas idealizadas y la claridad gestual. La obra
presentaba una temática de un elevado moralismo (y, por lo tanto, de patriotismo) que la convirtió
en el modelo de la pintura histórica de tono heroico y aleccionador de las dos décadas siguientes.
Después de 1789 adoptó un estilo más realista que neoclasicista para poder registrar las escenas
de su tiempo relacionadas con la Revolución Francesa (1789-1799), como en la obra de gran
dramatismo La muerte de Marat (1793, Museos Reales de Bruselas). Entre 1799 y 1815 fue el
pintor oficial de Napoleón I Bonaparte y registró las crónicas de su reinado en obras de gran
formato, como Coronación de Napoleón y Josefina (1805-1807, Louvre). Después de la caída de
Napoleón, David se exilió en Bruselas, donde habría de vivir hasta su muerte. Durante esos
últimos años retornó a los temas inspirados en la mitología griega y romana, que pintó
recurriendo a una mayor teatralidad.
David también fue un prolífico retratista. De dimensiones más pequeñas y de una humanidad más
recogida que sus obras de gran formato, sus retratos, como el de Madame Récamier (1800,
Louvre), demuestran una gran maestría en la técnica y análisis de caracteres. Muchos críticos
modernos consideran sus retratos como sus mejores obras, sobre todo porque no conllevan la
carga de los mensajes moralizantes y la técnica, a menudo artificiosa, de sus obras
neoclasicistas.
La carrera artística de David representa la transición del rococó del siglo XVIII al realismo del
siglo XIX. Su neoclasicismo frío y calculado ejerció una gran influencia sobre sus discípulos
Antoine-Jean Gros y Jean Auguste Dominique Ingres, y sus temas heroicos y patrióticos
prepararon el camino para el romanticismo. Murió el 29 de diciembre de 1825 en Bruselas.
EUGÈNE DELACROIX (1798-1863), pintor francés cuya obra constituye un gran exponente del
romanticismo del siglo XIX y cuya influencia se extendió hasta los impresionistas.
Delacroix nació el 26 de abril de 1798 en Charenton-Saint Maurice, y fue discípulo del pintor
francés Pierre Guérin. Recibió una formación neoclásica dentro de la escuela del pintor francés
Jacques-Louis David, pero su estilo se vio influenciado por el rico colorido y la opulencia de
maestros anteriores, como Petrus Paulus Rubens y Pablo Veronés. También absorbió el espíritu
de su contemporáneo Théodore Géricault, cuyas primeras obras representan la acción violenta,
el amor a la libertad y el romanticismo en ciernes del turbulento periodo postnapoleónico.
La carrera artística de Delacroix empezó en 1822 cuando su primer cuadro, Dante y Virgilio en los
infiernos (1822, Louvre, París), fue aceptado en el Salón de París. En 1824 obtuvo un gran éxito
popular con Las matanzas de Kíos (Louvre), que representa el tema heroico de la lucha de los
griegos por la independencia. En 1825 viajó a Inglaterra donde estudió la obra de los pintores
ingleses. La influencia de Richard Parkes Bonington, que pintaba con colores brillantes, se
manifiesta en obras posteriores de Delacroix como La muerte de Sardanápalo (1827, Louvre).
Esta exuberante obra de madurez, de gran colorido, violencia y fastuosidad, muestra a mujeres,
esclavos, joyas y telas combinados en una composición delirante, casi orgiástica. El tema del
cuadro es la decisión que toma un rey de la antigüedad de destruir sus posesiones (incluidas sus
esposas) antes de suicidarse.
Su obra más romántica y tal vez la más influyente es La libertad guiando al pueblo, también
conocida como La barricada (1830, Louvre), una glorificación semialegórica de la idea de libertad.
Este cuadro, que le valió la Legión de Honor, confirmó la clara división entre la pintura romántica,
que resaltaba la importancia del color y el espíritu, y el concurrente neoclasicismo (de cuyo
desarrollo Jean Auguste Dominique Ingres fue una de las figuras prominentes), que hacía más
hincapié en la importancia del dibujo y en el distanciamiento respecto al tema.
Delacroix fue durante toda su vida el pintor romántico más importante de Francia. Un viaje al
norte de África en 1832 le proporcionó un amplio repertorio temático que plasmó en más de 100
cuadros de gran sensualidad. Recibió además muchos encargos oficiales para hacer murales y
decorar el techo de diversos edificios gubernamentales. Muchas de sus últimas obras, en
especial las pinturas de animales, escenas de caza y temas marinos, son excepcionales, pero
otras exhiben una cierta aridez en su ejecución y falta de inspiración. También ilustró varias obras
de William Shakespeare, Walter Scott y Johann W. von Goethe.
La técnica de Delacroix, de grandes contrastes de color, que aplicaba con pequeños golpes de
pincel creando un particular efecto de vibración, influyó de forma importante en los
impresionistas. También es célebre por sus Diarios, en los que se manifiesta su talento literario y
expresa sus opiniones sobre el arte, la política y la vida. Delacroix murió el 13 de agosto de 1863
en París.
IMPRESIONISMO (ARTE)
Los impresionistas se preocuparon más por captar la incidencia de la luz sobre el objeto que por
la exacta representación de sus formas, debido a que la luz tiende a difuminar los contornos y
refleja los colores de los objetos circundantes en las zonas de penumbra. Los pintores
académicos definían las formas mediante una gradación tonal, utilizando el negro y el marrón
para las sombras. Los impresionistas eliminaron los detalles minuciosos y tan sólo sugirieron las
formas, empleando para ello los colores primarios —cyan, magenta y amarillo— y los
complementarios —naranja, verde y violeta—. Consiguieron ofrecer una ilusión de realidad
aplicando directamente sobre el lienzo pinceladas de color cortas y yuxtapuestas, que mezcladas
por la retina del observador desde una distancia óptima aumentaban la luminosidad mediante el
contraste de un color primario (como el magenta) con su complementario (verde). De este modo,
los impresionistas lograron una mayor brillantez en sus pinturas que la que se produce
normalmente al mezclar los pigmentos antes de aplicarlos.
El impresionismo ejerció una fuerte influencia durante décadas. Artistas que partieron del
impresionismo idearon otras técnicas e iniciaron nuevos movimientos artísticos. Los pintores
franceses Georges Seurat y Paul Signac ejecutaron lienzos a base de pequeños puntos de color,
aplicando una derivación científica de la teoría impresionista conocida como puntillismo o
divisionismo. Los postimpresionistas Paul Cézanne, Henri de Toulouse-Lautrec, Paul Gauguin y
Vincent van Gogh estuvieron muy influidos por la vivacidad del colorido impresionista. La obra de
Cézanne anticipó el cubismo, mientras que la de Gauguin y Van Gogh representaron el comienzo
del expresionismo.
POSTIMPRESIONISMO
Postimpresionismo, término que engloba los diferentes estilos pictóricos que sucedieron en
Francia al impresionismo, entre 1880 y 1905 aproximadamente. Fue acuñado por el crítico
británico Roger Fry en 1910, con motivo de la exposición celebrada en Londres de pinturas de
Paul Cézanne, Paul Gauguin y Vincent van Gogh. Además de estos tres artistas, también se
incluyen en esta corriente Henri de Toulouse-Lautrec y Georges Seurat.
Aunque los postimpresionistas basaron su obra en el uso del color experimentado por los
impresionistas, reaccionaron contra el deseo de reflejar fielmente la naturaleza y presentaron una
visión más subjetiva del mundo. Seurat, denominado neoimpresionista por sus criterios más
próximos al impresionismo, inventó una técnica denominada puntillismo, cuyo ejemplo más
destacado es el cuadro Un domingo de verano en la Grande Jatte (1884-1886, Instituto de Arte
de Chicago).
La obra de Cézanne, Gauguin y Van Gogh se caracterizó por un uso expresivo del color y una
mayor libertad formal. Cézanne se interesó por resaltar las cualidades materiales de la pintura,
representando seres vivos y paisajes, volúmenes y relaciones entre superficies, como en Pinos y
rocas (1895-1898, Museo de Arte Moderno, Nueva York). Su interés por las formas geométricas y
la luz prismática inherente en la percepción de la naturaleza anticipó los experimentos del
cubismo.
Gauguin, en un intento por conseguir la capacidad comunicadora del arte popular, se centró en la
representación a base de superficies planas y decorativas, como se aprecia en la obra Calvario
bretón (1889, Palacio de Bellas Artes, Bruselas). Van Gogh, por su parte, se aproximó a la
naturaleza con vigorosas pinceladas coloristas, evocadoras de las emociones internas del artista.
Su experimentación subjetiva, ejemplificada en Noche estrellada (1889, Museo de Arte Moderno
de Nueva York), preludió el expresionismo. Toulouse-Lautrec estuvo fuertemente influido por las
composiciones lineales de los grabados japoneses, y su obra se caracterizó por los intensos
grabados de contorno y los colores planos.
HONORÉ DAUMIER
Honoré Daumier (1808-1879), pintor y caricaturista francés, cuyas obras, de gran crudeza y
dramatismo, tratan lo cotidiano desde una óptica muy marcada de protesta social.
Daumier nació en Marsella y de niño se trasladó con su familia a París. Trabajó en un tribunal de
justicia y en una librería, y después estudió dibujo y pintura. Comenzó su carrera artística
dibujando para anuncios publicitarios. Fue empleado de la revista cómica La Caricature y adquirió
fama por sus litografías de descarnada sátira política. Una de esas caricaturas, publicada en
1832, mostraba al rey, Luis Felipe I de Orleans, como Gargantúa (el gigante legendario de la obra
de François Rabelais), lo que le valió a Daumier seis meses de cárcel. Más tarde satirizó a la
sociedad burguesa en una serie de litografías publicadas en el periódico Le charivari y volvió a la
sátira política durante la Revolución de 1848. Las esculturas de escayola (yeso) y bronce que
hizo para utilizar como modelos de sus dibujos de diferentes personas son muy valoradas por
coleccionistas y galerías.
Daumier fue un dibujante de gran talento y muy prolífico, ya que realizó alrededor de 4000
litografías, 300 dibujos y 200 pinturas. Entre sus principales obras, no fechadas, se incluyen La
república, Los ladrones y el asno (Louvre, París) y El levantamiento (Colección Phillips,
Washington). Daumier tuvo un gran número de imitadores, pero ninguno de ellos alcanzó la
profundidad y agudeza de su estilo.
GUSTAVE COURBET
Gustave Courbet (1819-1877), pintor francés muy prolífico y de gran influencia que, junto a sus
compatriotas Honoré Daumier y Jean François Millet, fue pieza fundamental en el origen de la
escuela realista de pintura del siglo XIX.
Hijo de una familia acomodada de agricultores del Franco Condado, Courbet nació el 10 de junio
de 1819. Llegó a París alrededor de 1840, según parece para estudiar derecho; sin embargo, se
dedicó a pintar, cosa que aprendió copiando las obras maestras del Museo del Louvre. En 1850
expuso Los picapedreros (1849, en la Gemäldegalerie de Dresde, destruida por un bombardeo en
1945), cruda representación de unos obreros arreglando una carretera. En esta obra Courbet
evita deliberadamente el elemento exótico, de gran carga emocional, característico de la tradición
romántica y no sigue las reglas de composición de la pintura académica. Siguió escandalizando a
los académicos con su obra de enormes proporciones Entierro en Ornans (1850, Museo de
Orsay, París), en la que un friso de campesinos pobremente vestidos rodea una tumba de
grandes proporciones. El desafío a las convenciones se hace aún mayor en otra pintura de
colosal tamaño, El estudio del artista (1855, Museo de Orsay), que subtituló Alegoría real sobre
siete años de mi vida artística. En el centro se halla retratado el propio Courbet pintando un
paisaje, con un niño, un perro y una voluptuosa mujer desnuda; a la izquierda, un grupo de
personajes con aire aburrido le ignora manifiestamente; a la derecha, una multitud de amigos
llenos de vida y entusiasmo admira su obra. En esa misma época publicó un provocativo
manifiesto en el que exponía con todo detalle su credo social y realista sobre el arte y la vida, que
le proporcionó una gran popularidad.
Para entonces su estilo ya estaba totalmente maduro y se caracterizaba por una técnica
magistral, una paleta limitada aunque vigorosa, composiciones sencillas, figuras de modelado
sólido y severo (como puede apreciarse en los desnudos) y gruesos trazos de pintura muy
empastada que a menudo aplicaba con espátula, lo cual se manifiesta sobre todo en los paisajes
y las marinas.
Courbet, tan radical en política como en pintura, fue nombrado por la revolucionaria Comuna de
París en 1871 director de los museos de la ciudad, puesto desde el que logró salvar las
colecciones del Louvre del incendio de las Tullerías y del saqueo de las masas. Sin embargo, tras
la caída de la Comuna, Courbet fue acusado falsamente de haber permitido el derribo de la
columna triunfal de Napoleón ubicada en la Plaza Vendôme; fue encarcelado y condenado a
pagar la reparación. En 1873 fue obligado a expatriarse, se trasladó a Suiza y allí continuó
pintando hasta su muerte, el 31 de diciembre de 1877 en Verey.
ROMANTICISMO (ARTE)
NEOCLASICISMO
Dado que la escultura en Europa ha estado muy influida por las formas clásicas desde el
renacimiento, los principios neoclásicos han sufrido menor impacto que en otras manifestaciones
artísticas. En general, los escultores neoclásicos tienden a plasmar poses contorsionadas en
mármoles de colores característicos del último barroco o del rococó, preferentemente contornos
limpios, una reposada actitud y formas idealizadas ejecutadas en mármol blanco.
En la época de Napoleón I, las residencias reales más antiguas fueron redecoradas para el uso
oficial, de acuerdo con los planes diseñados por Percier y Fontaine: muebles, porcelanas,
tapices, todo ello con diseños y motivos grecorromanos. Interpretados como un todo, los
interiores definían el estilo imperio en las artes decorativas que fueron muy pronto imitadas en
toda Europa.
Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867), pintor francés y una de las principales figuras del
neoclasicismo en Francia.
Entre 1806 y 1820 trabajó en Roma, donde desarrolló una maestría extraordinaria como dibujante
y diseñador. Recibió la influencia de la obra de Rafael, hasta tal punto que su obra ha sido
definida como el resultado de la doble influencia de Rafael y David. En 1806 pintó Napoleón
imperator, que en un lenguaje sagrado se podría equiparar a un Cristo todopoderoso en su trono;
la minuciosidad con la que Ingres trata los ropajes de Napoleón remite directamente a los
primitivos flamencos, de un gran efecto táctil en las calidades de las telas, sedas y pieles. Ingres
recurrió con frecuencia a temas de bañistas, como La bañista de Valpiçon (1808), de gran
refinamiento y sensualidad, con un sutil juego de curvas y contracurvas. En 1814 pintó Odalisca
(Museo del Louvre, París), donde plasmó la fascinación que Oriente ha ejercido en Occidente,
incrementada por la campaña de Egipto de Napoleón I Bonaparte. Durante su estancia en Italia
realizó muchos retratos a lápiz notables por la pureza y sencillez de estilo. En 1820 abandonó
Roma y viajó a Florencia, donde permaneció durante cuatro años.
A su regreso a París alcanzó un éxito clamoroso con su cuadro El voto de Luis XIII (1820), que
presentó en el Salón de París de 1824, donde se expuso al lado de La matanza de Quíos, de
Eugène Delacroix. Se convirtió en el líder reconocido de la escuela neoclasicista opuesta al
nuevo romanticismo que encabezaban el propio Delacroix y Théodore Géricault. Durante ese
periodo pintó La apoteosis de Homero (1827) para el techo de una de las salas del Louvre de
París. Furioso ante la fría acogida que recibió su Martirio de san Sinforiano (1834, Catedral de
Autun), abandonó París y aceptó el nombramiento de director de la Academia Francesa en Roma
en 1834. Después de siete años como director de dicha academia regresó a París, donde se le
recibió como uno de los pintores más prestigiosos de Francia. A partir de entonces se consagró
su situación como pintor y portavoz académico oficial contra los románticos, que culminó con la
concesión de la Legión de Honor en 1845 con el grado de comandante. En la Exposición
Universal de París de 1855 recibió, junto con Delacroix, su principal rival artístico, la medalla de
oro. Murió en París el 14 de enero de 1867.
Las principales características del arte de Ingres, pureza del dibujo, sensibilidad para la expresión
del carácter y precisión en la línea de estilo neoclásico, demostraron ser perfectas para el arte del
retrato. Madame Moitessier (1851, Galería Nacional de Arte, Washington, Estados Unidos) y La
condesa de Haussonville (1845, Colección Frick, Nueva York) son claros ejemplos de ello, y su
M. Berlin (1832, Louvre) está considerado como uno de los mejores retratos del siglo XIX. Ingres
continuó pintando hasta una edad avanzada y a los 82 años hizo su famosa obra El baño turco
(1863, Louvre), culminación de sus espléndidos desnudos femeninos. En ella, Ingres opta por el
formato circular, donde, en un reducido espacio, multitud de mujeres desnudas se entrelazan
rítmicamente. Esta obra recoge, además, los motivos pictóricos propios del pintor: orientalismo y
exotismo, así como el desnudo femenino y el gusto por los movimientos sinuosos.
Otra de las características de la pintura de Ingres es su rigor histórico. Todos los objetos y
adornos que aparecen en sus obras son copias de los apuntes que tomaba de los yacimientos
arqueológicos que pudo visitar, así como de la colección de vasos griegos y etruscos que él
mismo poseía.
La influencia que ha ejercido en el arte hasta hoy ha sido inmensa; entre los pintores posteriores
que reconocen la influencia de su estilo se encuentran Edgar Degas, Pierre Auguste Renoir,
Henri Matisse y Pablo Picasso. Impresionistas, prerrafaelitas, simbolistas e incluso pintores de la
vanguardia se han dejado influir por el pintor francés. Sin embargo, Ingres ha sido siempre una
figura mal comprendida y encuadrada dentro de la historia del arte. Dada la complejidad de su
obra, ha sido difícil de clasificar: en ocasiones se le ha considerado neoclásico, el gran maestro
de la pintura académica, pero también romántico en cuanto a temas y contenidos.
EXPRESIONISMO
La escultura expresionista hunde sus raíces en el siglo XIX, en la obra del francés Auguste Rodin,
que expresó las emociones a través de sus esculturas figurativas. La línea experimental de Rodin
influyó en la obra de su discípulo Antoine Bourdelle, el escultor croata Iván Mestrovic, el británico
Jacob Epstein y el alemán Ernst Barlach. La obra de todos ellos ofrece diferentes formas de
distorsión, exageración y estilización a grandes escalas de la figura humana.
Futurismo, movimiento artístico de comienzos del siglo XX que rechazó la estética tradicional e
intentó ensalzar la vida contemporánea, basándose en sus dos temas dominantes: la máquina y
el movimiento. Se recurría, de este modo, a cualquier medio expresivo (artes plásticas,
arquitectura, urbanismo, publicidad, moda, cine, música, poesía) capaz de crear un verdadero
arte de acción, con el propósito de rejuvenecer y construir de nuevo la faz del mundo. El poeta
italiano Filippo Tommaso Marinetti recopiló y publicó los principios del futurismo en el manifiesto
de 1909. Al año siguiente los artistas italianos Giacomo Balla, Umberto Boccioni, Carlo Carrà,
Luigi Russolo y Gino Severini firmaron el Manifiesto del futurismo.
En 1914 se presentaron también los primeros dibujos sobre una ciudad moderna de Antonio
Sant'Elia y Mario Chiattone. Sant'Elia presentó ese mismo año su Manifiesto de la arquitectura
futurista, un proyecto utópico que cristalizó en las imágenes de la Ciudad Nueva: la nueva medida
ya no era el edificio, sino la estructura urbana, y apostaba, además, por las nuevas tipologías,
como estaciones de trenes y aeroplanos, centrales eléctricas, casas escalonadas con
ascensores… Se trataba de un nuevo mundo vertical y mecánico, conectado a través de redes de
ascensores de hierro y cristal.
Aunque el futurismo tuvo una corta existencia, aproximadamente hasta 1914, su influencia se
aprecia en las obras de Marcel Duchamp, Fernand Léger y Robert Delaunay en París, así como
en el constructivismo ruso. En 1915 algunos de los representantes del futurismo, como Marinetti y
Sant'Elia, se enrolaron en un batallón de voluntarios, de acuerdo con el punto nueve de su
decálogo fundacional, donde se ensalzaba la guerra como la única higiene del mundo. Algunos
de ellos murieron, como Sant'Elia, y los demás radicalizaron sus posiciones, como la conocida
conversión al fascismo en las elecciones de 1919.
CUBISMO
Cubismo, movimiento artístico que se manifestó sobre todo en pintura, cuyo objetivo principal era
el de alejarse de la representación naturalista y conseguir plasmar de modo simultáneo sobre la
superficie del cuadro un objeto visto desde múltiples ángulos. Desarrollado principalmente por
Georges Braque y Pablo Picasso hacia 1907, alcanzó su apogeo alrededor de 1914 y continuó
evolucionando durante la década de 1920. Al rechazar la representación realista seguida desde
el renacimiento, el cubismo significó un cambio crucial en la historia del arte, convirtiéndose en el
precursor de la abstracción y de la subjetividad artística. Fue una revolución contra el
sentimentalismo y el realismo de la pintura tradicional, contra la importancia que se daba al efecto
de la luz y el color y contra la ausencia de formas, características del impresionismo. Los cubistas
rechazan la perspectiva y el movimiento y le dan primacía a la línea y la forma. Se inspiró
fundamentalmente en el arte de las tribus de África y Oceanía.
Los cubistas seguían la sentencia del postimpresionista francés Paul Cézanne, que afirmaba que
“todas las formas de la naturaleza parten de la esfera, el cono y el cilindro” y está influido por el
afán constructivo y geometrizante de George Seurat. La expresión más frecuente dentro del
cubismo presenta un enfoque analítico y abstracto del tema; el artista determina y pinta las
formas geométricas básicas que componen el objeto, sobre todo el cubo o el cono, o los planos
básicos que revelan las formas geométricas subyacentes. Otra fase de la pintura cubista (el
cubismo sintético) presenta un objeto desde diferentes ángulos, imposibles de ver
simultáneamente en realidad, unificados en una estructura compositiva. En ninguno de los dos
cubismos, analítico o sintético, se pretende reproducir en detalle el aspecto real de los objetos.
Entre los retratos y naturalezas muertas cubistas destacan los instrumentos y los arlequines ya
que eran fáciles de diseccionar de forma geométrica. Para evitar todo efecto naturalista y
emocional, el cubismo utilizó durante su primer periodo, o periodo analítico, una paleta muy
restringida de grises, marrones, verdes y amarillos, o recurrió a obras pintadas en diferentes
tonalidades de un mismo color. Después de 1914, durante el periodo sintético, muchos cubistas
introdujeron colores más brillantes en sus obras.
Además de Pablo Picasso y Georges Braque, otros pintores cubistas importantes fueron: Albert
Gleizes, Robert Delaunay, Fernand Léger, Francis Picabia, Marcel Duchamp, Roger de La
Fresnaye y Juan Gris. Entre los escultores cubistas más importantes, que aplicaron a la escultura
los mismos principios artísticos que los pintores, se cuentan Pablo Picasso, Raymond Duchamp-
Villon, Jacques Lipchitz y Alexander Archipenko. Y entre los incontables artistas influidos por las
ideas y técnicas cubistas se encuentran Maurice de Vlaminck, Stuart Davis y Lyonel Feininger.
DADÁ
Dadá o Dadaísmo, movimiento que abarca todos los géneros artísticos y es la expresión de una
protesta nihilista contra la totalidad de los aspectos de la cultura occidental, en especial contra el
militarismo existente durante la I Guerra Mundial e inmediatamente después. Se dice que el
término dada (palabra francesa que significa caballito de juguete) fue elegido por el editor,
ensayista y poeta rumano Tristan Tzara, al abrir al azar un diccionario en una de las reuniones
que el grupo celebraba en el cabaret Voltaire de Zurich. El movimiento Dadá fue fundado en 1916
por Tzara, el escritor alemán Hugo Ball, el artista alsaciano Jean Arp y otros intelectuales que
vivían en Zurich (Suiza), al mismo tiempo que se producía en Nueva York una revolución contra
el arte convencional liderada por Man Ray, Marcel Duchamp y Francis Picabia. En París
inspiraría más tarde el surrealismo. Tras la I Guerra Mundial el movimiento se extendió hacia
Alemania y muchos de los integrantes del grupo de Zurich se unieron a los dadaístas franceses
de París. En 1922 el grupo de París se desintegró.
Con el fin de expresar el rechazo de todos los valores sociales y estéticos del momento, y todo
tipo de codificación, los dadaístas recurrían con frecuencia a la utilización de métodos artísticos y
literarios deliberadamente incomprensibles, que se apoyaban en lo absurdo e irracional. Sus
representaciones teatrales y sus manifiestos buscaban impactar o dejar perplejo al público con el
objetivo de que éste reconsiderara los valores estéticos establecidos. Para ello utilizaban nuevos
materiales, como los de desecho encontrados en la calle, y nuevos métodos, como la inclusión
del azar para determinar los elementos de las obras. El pintor y escritor alemán Kurt Schwitters
destacó por sus collages realizados con papel usado y otros materiales similares. El artista
francés Marcel Duchamp expuso como obras de arte productos comerciales corrientes —un
secador de botellas y un urinario— a los que denominó ready-mades. Aunque los dadaístas
utilizaron técnicas revolucionarias, sus ideas contra las normas se basaban en una profunda
creencia, derivada de la tradición romántica, en la bondad intrínseca de la humanidad cuando no
ha sido corrompida por la sociedad.
SURREALISMO (ARTE)
Surrealismo (arte), movimiento artístico y literario fundado por el poeta y crítico francés André
Breton.
Breton publicó el Manifiesto surrealista en París en el año 1924 y se convirtió, acto seguido, en el
líder del grupo. El surrealismo surgió del movimiento llamado Dadá, que reflejaba tanto en arte
como en literatura la protesta nihilista contra todos los aspectos de la cultura occidental. Como el
dadaísmo, el surrealismo enfatizaba el papel del inconsciente en la actividad creadora, pero lo
utilizaba de una manera mucha más ordenada y seria.
En pintura y escultura, el surrealismo es una de las principales tendencias del siglo XX.
Reivindica, como sus antecesores en las artes plásticas, a pintores como el italiano Paolo
Uccello, el poeta y artista británico William Blake y al francés Odilon Redon. En el siglo XX
también son admiradas, y a veces expuestas como surrealistas, ciertas obras de Giorgio de
Chirico, del ruso Marc Chagall, del suizo Paul Klee y de los franceses Marcel Duchamp y Francis
Picabia, así como del español Pablo Picasso, aunque ninguno de ellos formó parte del grupo. A
partir del año 1924 el alemán Max Ernst, el francés Jean Arp así como el pintor y fotógrafo
estadounidense Man Ray se incluyen entre sus miembros. Se unieron por un corto periodo de
tiempo el francés André Masson y el español Joan Miró. Ambos pintores fueron miembros del
grupo surrealista pero, demasiado individualistas para someterse a los dictados de André Breton,
se desligaron del mismo en 1925. Más tarde, se incorporó el pintor franco-estadounidense Yves
Tanguy, así como el belga René Magritte y el suizo Alberto Giacometti. El pintor catalán Salvador
Dalí se asoció en 1930, pero después sería relegado por la mayoría de los artistas surrealistas,
acusado de estar más interesado en la comercialización de su arte que en las ideas del
movimiento. A pesar de ello, durante cierto tiempo fue el artista más renombrado del grupo. Su
personal obra constituye una de las muestras más representativas del surrealismo.
La pintura surrealista es muy variada en contenidos y técnicas. Dalí, por ejemplo, transcribe sus
sueños de una manera más o menos fotográfica, inspirándose en la primera etapa de la pintura
de De Chirico. Las esculturas de Arp son grandes, lisas y de forma abstracta. Por otra parte, Miró,
miembro formal del grupo durante una corta etapa, representó formas fantásticas que incluían
adaptaciones de dibujos infantiles. El pintor ruso-estadounidense Pavel Tchelichew pintó cuadros
y también creó numerosas escenas para ballets. En la década de 1940, coincidiendo con el exilio
en México de artistas españoles influidos por el surrealismo, así como la visita de Bretón, que
recorrió el país acompañado de Diego Rivera y del político soviético Trotski, el movimiento se
extendió de forma relativa y limitada entre círculos intelectuales mexicanos (véase Remedios
Varo).
La rama surrealista estadounidense está formada por el grupo conocido como Los Realistas
Mágicos, bajo el liderazgo del pintor Paul Cadmus. El escultor Joseph Cornell comenzó como
surrealista, pero más tarde persiguió una forma de expresarse más individual. Una colección
representativa de la obra gráfica de los surrealistas se encuentra en el Museo de Arte Moderno
de Nueva York (MOMA).
Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), pintor y escultor español, considerado uno de los artistas más
importantes del siglo XX. Artista polifacético, fue único y genial en todas sus facetas: inventor de
formas, innovador de técnicas y estilos, artista gráfico y escultor, siendo uno de los creadores
más prolíficos de toda la historia, con más de 20.000 trabajos en su haber.
El busto de bronce de Fernande Olivier (también llamado Cabeza de mujer, 1909, Museo de Arte
Moderno) muestra la consumada habilidad técnica de Picasso en el tratamiento de las formas
tridimensionales. También realizó conjuntos —como Mandolina y clarinete (1914, Museo Picasso,
París)— formados por fragmentos de madera, metal, papel y otros materiales, explorando con
ello las hipótesis espaciales planteadas por la pintura cubista. Su Vaso de ajenjo (1914, Museo
de Arte Moderno) es una escultura en bronce coloreada que representa un vaso de ajenjo sobre
el que aparece colocada una cucharilla de plata y la reproducción exacta de un terrón de azúcar;
tal vez se trate del ejemplo más interesante de escultura policromada cubista realizado por
Picasso, anticipando con ella tanto sus posteriores creaciones de objetos encontrados del tipo
Mandril y joven (1951, Museo de Arte Moderno), como los objetos Pop art de la década de 1960.
Durante la I Guerra Mundial, Picasso viajó a Roma para realizar los decorados de los ballets
rusos de Sergei Diáguilev. Conoció allí a la bailarina Olga Koklova, con la que se casó poco
después. Dentro de un estilo realista, figurativo, en torno a 1917 Picasso la retrató en varias
ocasiones, al igual que a su único hijo legítimo, Pablo (por ejemplo, en Pablo vestido de Arlequín,
1924, Museo Picasso, París) y a sus numerosos amigos. A comienzos de la década de 1920
pintó una serie de cuadros con figuras robustas, pesadas, escultóricas, dentro del que se ha
denominado estilo ingresco, como por ejemplo Tres mujeres en la fuente (1921, Museo de Arte
Moderno) y obras inspiradas en la mitología, como Las flautas de pan (1923, Museo Picasso,
París). Al mismo tiempo creó también extraños cuadros de bañistas inflados e informes, con
cabezas muy pequeñas y grandes cuerpos, así como retratos de mujeres en actitudes violentas,
convulsas, indicando a menudo con ellas sus propias tensiones vitales. Aunque siempre declaró
que no era surrealista, en muchos de sus cuadros se pueden apreciar cualidades y
características propias de este movimiento artístico, como en Mujer durmiendo en un sillón (1927,
Colección Privada, Bruselas) y Bañista sentada (1930, Museo de Arte Moderno).
Muchos de los últimos cuadros de Picasso están basados en las obras de los grandes maestros
del pasado como Diego Velázquez, Gustave Courbet, Eugène Delacroix y Édouard Manet.
Además de en la pintura de cuadros, Picasso trabajó también en cientos de litografías que realizó
en la imprenta de Fernande Mourlot. Se interesó también por la cerámica, y así, en 1947, en
Vallauris, realizó cerca de 2.000 piezas. Durante este tiempo Picasso hizo también importantes
esculturas: El hombre del carnero (1944, Museo de Arte de Filadelfia), un bronce a tamaño
natural, y La cabra (1950, Museo de Arte Moderno), también en bronce, obra de enorme fuerza.
En 1964 llevó a cabo la maqueta de Cabeza de mujer, una monumental escultura levantada en
1966 en acero soldado en el Civic Center de Chicago. En 1968, y a lo largo de siete meses, creó
las notables series de 347 grabados con los que retornó a sus primitivos temas: el circo, las
corridas de toros, el teatro y las escenas eróticas.
ARTE NEOLÍTICO
La cerámica fue la primera manifestación del arte neolítico; otras importantes expresiones
artísticas fueron las esculturas adoradas como diosas madres y monumentos megalíticos de
piedra dedicados al culto religioso. Se ha encontrado cerámica neolítica en todas las regiones
ocupadas por los pueblos del neolítico, desde el Próximo Oriente a través de África y desde el
Mediterráneo a Europa y a las Islas Británicas. Generalmente son planas, con decoración simple
—triángulos, espirales, líneas onduladas y otros motivos geométricos— en superficies lisas u
onduladas. Dependiendo de la cultura particular que lo origine, adoptan distintas formas como por
ejemplo la cerámica realizada en forma de cesta, calabaza, campana o sacos de piel. La
cerámica neolítica campaniforme, con dibujos geométricos, inspirados en la cestería, es originaria
de España y se extendió a toda Europa.
Los monumentos neolíticos más importantes son los dólmenes, tumbas formadas por grandes
bloques de piedra que forman la cámara funeraria, como el dólmen de Aizkomendia, en Álava,
España; y los menhires (grandes piedras colocadas de pie, también llamadas megalitos) como
los de Bretaña, en Francia y los grandes círculos de piedras de Inglaterra, o crómlech, cuyo
ejemplo más representativo es Stonehenge (3000-1000 a.C.). Son signos extremadamente
significativos del desarrollo de esa cultura, dado que representan los comienzos de la arquitectura
en Occidente.
El pigmento rojo usado en las paredes de las cuevas estaba compuesto por óxido de hierro
(hematites u ocre) mientras que el pigmento negro suele ser manganeso o carbón vegetal,
derivado de la combustión de la madera. El análisis de los pigmentos, particularmente en la
cueva de Niaux, en los Pirineos, ha puesto de relieve el uso de recetas o trucos pictóricos
basados en la combinación del pigmento con talco o feldespato (para dar más cuerpo a la
pintura), y con aceites vegetales o animales como aglutinantes.
La manera más rudimentaria de aplicar la pintura en los muros de las cuevas fue con los dedos,
aunque por regla general se utilizaron diversos tipos de útiles que no se han conservado hasta
nuestros días. Las investigaciones apuntan hacia pinceles hechos con cerdas de animales o
pequeñas ramas. Los trozos de pigmento encontrados en el suelo pudieron haber formado parte
de lápices o tizas. Para esbozar el contorno de las manos (posándolas sobre la pared de la
cueva) y algunos puntos y figuras, la pintura fue, sin duda, rociada directamente con la boca o por
medio de un canutillo provisto de pintura. También se pintaron figuras en los techos de las
cuevas. Algunos, como los de Altamira (España), podían alcanzarse sin dificultad, pero en otros
lugares era necesario utilizar una escalera de mano o algún tipo de andamiaje. En Lascaux, los
huecos de una de las paredes de la galería sugieren cómo se construyó el andamiaje.
La luz provenía de las hogueras, pero para las zonas más interiores y profundas de las cuevas
fue necesario algún tipo de iluminación portátil, como por ejemplo los candiles de piedra, de los
que apenas se conservan unas cuantas muestras, en cuyo seno ardían distintas grasas animales.
A diferencia de las piezas portátiles del arte mueble, limitado a pequeños objetos, el arte rupestre
no restringió su tamaño, con lo que las figuras representadas en las cuevas oscilan entre las
formas más diminutas y las más desmesuradas. Algunas alcanzan un tamaño superior a los 2 m,
como los gigantescos toros de Lascaux que exceden de los 5 m. Las figuras, ya sean humanas o
animales, se representaban aisladas o formando conjuntos, y aunque en muchas ocasiones
captan el movimiento y el volumen, en ningún caso aparece el suelo o el paisaje de fondo.
En definitiva, la mayor parte del arte paleolítico no tiene una relación clara con la caza o la
reproducción. En la década de 1950 dos investigadores franceses, Annette Laming-Emperaire y
André Leroi-Gourhan, llegaron a la conclusión de que las cuevas no habían sido decoradas al
azar, sino de forma sistemática. Concibieron los diferentes ejemplos de arte rupestre como
composiciones cuidadosamente planificadas dentro de cada cueva, considerando a los animales
no como retratos sino como símbolos. Descubrieron toda una serie de asociaciones que se
repetían con frecuencia: el predominio de caballos y bóvidos, agrupados en los muros centrales,
se consideró una representación de la dualidad sexual. Dividieron también los signos abstractos
entre masculinos (falos) y femeninos (vulvas).
Los vestigios más importantes del arte griego de los periodos más antiguos son piezas de
cerámica. Las vasijas del periodo geométrico se decoraban con bandas de meandros y otros
motivos geométricos, de ahí su denominación. En los ejemplos más antiguos, los motivos
rectilíneos se combinaron con elementos curvilíneos derivados del arte micénico.
Aproximadamente a principios del año 750 a.C. se introdujeron motivos humanos y zoomorfos de
formas estilizadas, como puede observarse en las representaciones del cuerpo de un guerrero
muerto o de un carro tirado por caballos. El mejor ejemplo de cerámica de estilo geométrico son
los vasos cinerarios, recipientes destinados a contener las cenizas de los difuntos, que se
encontraron en una necrópolis cercana a la puerta de Dipylon de Atenas.
Las columnas jónicas, originarias de Jonia (Asia Menor) y las islas griegas, son más esbeltas, con
estrías más finas y se colocan a mayor distancia que las dóricas. Cada una descansa sobre una
basa moldurada y termina en un capitel con forma de almohadilla plana que se enrolla en dos
volutas en los laterales. El entablamento, más ligero que en el estilo dórico, podía tener un friso
continuo. Se pueden encontrar ejemplos de templos jónicos en Éfeso, cerca de la moderna Izmir
(Turquía), en Atenas —el Erecteion— y algunos restos en Naucratis (Egipto).
Hacia el año 675 a.C. los pintores de cerámica de Corinto empezaron a decorar las piezas con
siluetas negras de figuras, generalmente animales desfilando, realizadas con formas
redondeadas y dispuestas en uno o varios pequeños frisos. Es el estilo denominado protocorintio.
En el estilo corintio, que se desarrolló plenamente hacia el 550 a.C. y del que se conservan
numerosos ejemplos, los vasos están abarrotados de figuras sobre fondos florales. En las vasijas
se representan a menudo monstruos fabulosos, como la quimera que escupe fuego, una criatura
con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón. Otros motivos orientales similares
aparecen en las piezas cerámicas encontradas en Laconia, Beocia, Calcis, Rodas y Sardes.
La decoración de las vasijas cerámicas con la técnica de las figuras negras, que llegó de Corinto
a Atenas hacia el 625 a.C., se combinó con el antiguo estilo ateniense, más lineal y de mayor
tamaño. La decoración se realizaba en engobe negro sobre el color rojo de la arcilla. Los detalles
se grababan por incisión y a veces se destacaban y se les daba profundidad con el uso de
reflejos de color rojo y blanco.
A partir de este momento, las escenas representadas en los vasos cerámicos y los artistas que
las pintaron se pueden identificar por ciertas inscripciones. Unos treinta pintores firmaron con su
nombre las piezas decoradas y otros cien han podido ser identificados por su estilo característico.
A los artistas más tardíos se les han asignado nombres modernos según la localización de alguna
de sus obras más importantes, como el pintor de Berlín; por el tema de alguna de sus pinturas
más representativas, como el pintor del jabalí; o por el nombre del ceramista para el que
trabajaron, como el pintor de Amasis. Entre las obras maestras de este periodo están el vaso
François, realizado el 560 a.C. por el alfarero Ergotimos y el pintor Klitias (Museo Arqueológico de
Florencia); la copa de Dioniso, realizada por Exekias (Gliptoteca de Munich), y los trabajos de dos
de los más destacados artistas en la técnica de las figuras negras, Lydos y Amasis (Museo
Metropolitano de Arte de Nueva York).
Los vasos decorados con la técnica de las figuras rojas se hicieron por primera vez el año
530 a.C., por iniciativa del ceramista Andocides. La decoración se realizaba con una técnica
pictórica a la inversa, es decir, el fondo se pintaba de negro, dejando las figuras en el color rojo
de la arcilla. Los detalles, en lugar de hacerse por medio de incisiones en la arcilla, se dibujaban
con engobe negro, que a menudo formaba un relieve sutil. Se utilizó también un nuevo color, el
castaño dorado, obtenido al diluir el barniz negro.
Período Clásico.
El arte griego del periodo clásico, que se desarrolló desde la época de las Guerras Médicas hasta
el final del reinado de Alejandro Magno, por una parte se mantuvo totalmente independiente y por
otra ejerció una gran influencia en otras culturas.
Después de la victoria griega sobre los persas, la necesidad de reparar la devastación de la
guerra generó una gran actividad artística tanto en arquitectura como en escultura. Esto fue
especialmente evidente en Atenas, centro neurálgico del poder político y económico.
La escultura de la alta época clásica no presenta la típica sonrisa arcaica o los suaves detalles
característicos del periodo anterior. En su lugar, transmite una cierta solemnidad además de
nueva fuerza y simplicidad de las formas. Entre los mejores ejemplos se encuentran los frontones
escultóricos del templo de Zeus en Olimpia (Museo Arqueológico de Olimpia), el Auriga de Delfos
(Museo Arqueológico de Delfos), el joven de pie o Efebo de Kritias—denominado así por el
escultor ateniense Kritias— y la cabeza del Efebo rubio (ambos en el Museo de la Acrópolis de
Atenas), así como el Idolino del Museo Arqueológico de Florencia.
El Partenón se erigió al lado de dos templos anteriores, el viejo templo de Atenea, conocido como
el Hecatompedón, construido aproximadamente el 570 a.C. y ampliado hacia el 530 a.C., y el
antiguo Partenón, comenzado el 488 a.C. y destruido por los persas el 480 a.C. cuando aún no
estaba terminado. La construcción del nuevo edificio se inició el 448 a.C.
Fidias y Policleto fueron los escultores más importantes del periodo clásico medio. Para los
antiguos, Fidias era el escultor de los dioses y Policleto el de los seres humanos o mortales. El
primero creó dos estatuas criselefantinas colosales, una de Zeus en Olimpia, considerada una de
las siete maravillas del mundo antiguo, y otra de Atenea en el Partenón, aunque ninguna de las
dos ha llegado hasta nuestros días. La cabeza de Atenea Lemnia (Museo de Bolonia) copia
romana de una obra de Fidias, junto con el trabajo de sus discípulos Alcámenes y Agorácrito,
permite deducir algunas ideas de su arte.
La Niké alada de Paionios, en Olimpia, y los trabajos posteriores del eminente escultor Mirón, son
contemporáneos al Partenón. El Discóbolo y Atenea y Marsias, dos de las esculturas más
famosas del segundo, estuvieron en un principio en la Acrópolis y son conocidas únicamente por
las copias romanas conservadas.
Aunque dibujadas con una perspectiva lineal rudimentaria, las figuras de las vasijas del periodo
clásico medio poseen un cierto efecto tridimensional. Estas pinturas se parecen probablemente a
las obras desaparecidas de Apolodoro y Zeuxis de Heraclea. El segundo es famoso por haber
pintado un racimo de uvas de forma tan veraz que hasta los pájaros trataron de picotear sus
granos.
La escultura del siglo IV a.C. llevó más lejos los logros de Policleto. Lisipo introdujo un nuevo
canon que alargaba la longitud del cuerpo en proporción a la cabeza. Además, como escultor de
la corte de Alejandro Magno, introdujo las imágenes de los gobernantes en el repertorio artístico.
Escopas, su contemporáneo, tal y como podemos observar en las figuras que se conservan del
templo de Atenea Alea en Tegea (hoy en el Museo Nacional de Atenas), abandonó gradualmente
la expresión serena del periodo clásico e introdujo en los rostros de las figuras una expresión
pasional y emotiva.
Se conservan numerosas estatuas en terracota sin esmaltar del siglo IV a.C. Estas piezas
proceden fundamentalmente de ajuares funerarios y se conocen como figurillas Tanagra en honor
a la ciudad de la región griega de Beocia donde se encontraron por primera vez. Muchas de ellas
están huecas porque se realizaron con moldes. Están pintadas al temple y recrean diversos
temas, como actores cómicos, mujeres elegantemente vestidas, enanos y dioses en miniatura.
Las lápidas áticas de los siglos IV y V a.C. consistían en una losa decorada en relieve, con
personajes que transmiten la tristeza de la partida. A menudo, las figuras estaban flanqueadas
por pilastras coronadas por una cornisa.
Todos los murales griegos del siglo IV a.C., incluyendo los del gran Apeles, han desaparecido.
Sin embargo, su influencia puede observarse en los trampantojos y en los paisajes
arquitectónicos pintados sobre los muros de las casas romanas de Pompeya y Herculano en el
siglo I d.C.
A partir del 320 a.C. Atenas no exportó más cerámica y sólo se fabricaron algunas vasijas que se
entregaban como premio a los atletas de las panateneas. La cerámica de la península Itálica
ocupó el lugar de la ateniense en el mercado mediterráneo. Las piezas italianas eran de distintos
tipos, entre los cuales destaca la cerámica de Canosa, ciudad al norte de Italia, que presenta a
menudo la firma de su ceramista. Las vasijas de Centuripa (Sicilia) son más complicadas y sus
escenas están decoradas con figuras pintadas que recuerdan la técnica actual del pastel. Los
cuerpos de estas piezas están adornados con motivos florales y tridimensionales.
Período Helenístico.
Con la conquista de Oriente por Alejandro Magno, los artistas cuestionaron el canon clásico del
arte griego y comenzaron a elegir como modelos para sus obras no sólo otras tipologías étnicas,
como persas o indias, sino también estados físicos diferentes, como ancianos, enfermos o
individuos con deformidades. La disolución del imperio de Alejandro propició el alzamiento de
varias dinastías rivales, y los reinos independientes que se originaron crearon sus propias
escuelas artísticas. Por ejemplo, la dinastía Tolemaica de Egipto perpetuó las tradiciones del
periodo clásico y de sus sucesores del siglo IV a.C. En Pérgamo (actual Bergama, Turquía), en
Asia Menor, Atalo I Sóter y sus sucesores siguieron la escuela de Escopas, por lo que, en las
escenas de combate, solían representar el cuerpo humano retorcido en violentas contorsiones.
Un ejemplo notable es el friso de más de 100 m del altar de Zeus en Pérgamo (Museos Estatales
de Berlín), que muestra la lucha entre dioses y gigantes. Este trabajo fue levantado en Pérgamo
por encargo del rey Eumenes II, hijo de Atalo I, que ganó numerosas batallas contra los gálatas y
el rey Seléucida Antíoco III Megas.
En los siglos XV y XVI, sobre todo gracias a las copias romanas, la tradición artística griega se
recuperó en el arte y arquitectura renacentistas. El realismo, el sentido de la proporción y los
órdenes arquitectónicos de la antigüedad clásica resurgieron en el arte europeo. Asimismo, las
excavaciones de Pompeya y otros hallazgos grecorromanos que tuvieron lugar durante el siglo
XVIII propiciaron un nuevo auge de la antigüedad griega en el arte y esbozaron el movimiento
conocido con el nombre de neoclasicismo. El término clásico llegó a definir no sólo un periodo
concreto del arte griego, sino el arte griego y romano en general.
El Imperio Antiguo de Egipto, dominado por las dinastías III a VI, abarca los cinco siglos
comprendidos entre los años 2755 y 2255 a.C. Hacia el año 3100 a.C. el país se unificó bajo el
mando de poderosos caudillos del sur, pero la idea de un Egipto dividido en dos zonas bien
diferenciadas (Alto Egipto al sur y Bajo Egipto al norte) persistió durante algún tiempo. Es la
época conocida como tinita, dominada por las dinastías I y II, y en ella destaca el rey Narmer
(algunos historiadores lo identifican con el rey Menes), artífice de la unificación y fundador de la I
Dinastía. En la Paleta de Narmer (c. 3100 a.C., Museo Arqueológico de El Cairo), en piedra
tallada, se puede ver al propio faraón portando la corona del sur y subyugando a las gentes del
norte, con dos animales entrelazados que significan la unificación de las dos zonas de Egipto
bajo el mando único del faraón.
El fin que se perseguía con las pirámides era preservar y proteger los cuerpos de los faraones
para la eternidad. Cada pirámide formaba parte de un conjunto en el que figuraban un templo en
el valle, un embarcadero y un corredor de comunicación entre unos espacios y otros, así como
también un espacio reservado para realizar los ritos religiosos previos al enterramiento. Alrededor
de las tres pirámides mayores de Gizeh (Keops, Kefrén y Mikerinos) creció una necrópolis
(ciudad de los muertos) integrada por sepulcros denominados mastabas (en árabe mastabah,
‘banco de adobe’). De cubierta plana y paredes inclinadas, recibieron ese nombre por su
semejanza con las casas egipcias de adobe en forma de pirámide truncada. Las mastabas fueron
las tumbas de los miembros de la familia real, altos mandos, cortesanos y funcionarios.
Exteriormente parece una pirámide truncada de planta rectangular que consta de una pequeña
sala denominada sirdab, donde se guardaba la estatua del difunto, considerada como un ser vivo,
y la falsa puerta que comunicaba el mundo de los muertos y de los vivos. Delante de ella se
depositaban las ofrendas y se realizaba el culto funerario. Bajo tierra se encontraba la cámara
sepulcral, a la que se accedía por un pasaje que se sellaba una vez depositado el cadáver.
Frente a la relativa abundancia de restos monumentales de carácter funerario conservados,
apenas hay ejemplos de arquitectura doméstica y construcciones civiles de las ciudades egipcias
del Imperio Antiguo; puede suponerse su disposición sobre calles bien trazadas y planificadas, tal
y como se hizo en las necrópolis, pero la utilización del adobe (ladrillos de barro mezclado con
heno o paja y cocidos al sol) para levantar los palacios y viviendas no ha permitido su
conservación hasta nuestros días. De este modo, los templos y tumbas, edificados en piedra y
construidos con una clara idea de eternidad, proporcionan la mayor y casi única información
acerca de las costumbres y forma de vida de los antiguos egipcios.
El artista egipcio no buscaba la representación del movimiento. Desde los primeros tiempos del
periodo dinástico se tenía un perfecto conocimiento de la anatomía humana, pero se le daba una
forma idealizada. La estatua sedente del faraón Kefrén (c. 2530 a.C. Museo Arqueológico de El
Cairo), artífice de la segunda pirámide más grande del conjunto funerario de Gizeh, engloba en sí
misma todas las características que hicieron memorable a la escultura egipcia de carácter regio.
El faraón aparece sentado sobre un trono decorado con el emblema de las tierras unificadas, con
las manos sobre las rodillas, la cabeza erguida, rígida y de frente, y los ojos mirando al infinito. El
halcón que representa al dios Horus aparece detrás de la cabeza de Kefrén, simbolizando que es
él, el faraón, el ‘Horus viviente’. La estatua, tallada en diorita, presenta en su conjunto una gran
unidad y equilibrio, creando una potente imagen de la majestad divina.
La escultura en relieve servía a dos propósitos fundamentales: en los muros de los templos para
glorificar al faraón; en las tumbas para preparar al espíritu en su camino hacia la eternidad. En las
cámaras funerarias de las tumbas privadas es frecuente la decoración con escenas del muerto
ocupado en las actividades cotidianas que desarrolló en vida. La forma de representación del
cuerpo humano en dos dimensiones (frente y perfil), tanto en relieve como en pintura, vino
determinada por el deseo de preservar la esencia de lo representado. Se buscaba, por encima de
todo, la eternidad frente a lo transitorio. Como resultado de esto, se combina en las figuras la
disposición de perfil para la cabeza y extremidades inferiores con la frontal de los ojos y el torso.
Esta regla o canon se aplicó a los faraones y miembros de la nobleza, mientras que para los
sirvientes y campesinos no se llegó a utilizar de manera tan exhaustiva. Los relieves solían
pintarse para dar una mayor sensación de realidad, siendo frecuente la inclusión en ellos de
diversos detalles sólo pintados, sin necesidad de haberlos tallado previamente en la roca. La
pintura de carácter meramente decorativo aparece muy raras veces en las piezas del Imperio
Antiguo que se han descubierto hasta el momento presente.
Imperio Medio
Mentuhotep II, faraón de la XI Dinastía, reinó entre los años 2061 y 2010 a.C., y fue el primer
faraón del nuevo Egipto unificado del Imperio Medio (2134-1570 a.C.). Creó un nuevo estilo o una
nueva tipología de monumento funerario, probablemente inspirado en los conjuntos funerarios del
Imperio Antiguo. En la orilla oeste de Tebas, al otro lado del Nilo, en el lugar denominado Dayr al-
Bahari, construyó un templo en el valle conectado por un largo camino real a otro templo que se
encontraba adosado a la ladera de la montaña. Formado por una mastaba coronada por una
pirámide y rodeado de pórticos a dos niveles, los muros fueron decorados con relieves del faraón
en compañía de los dioses.
Imperio Nuevo
Durante la XIX Dinastía, en época de Ramsés II, uno de los más importantes faraones del
Imperio Nuevo, se levantaron los gigantescos templos de Abu Simbel, en Nubia, al sur de Egipto.
Fueron excavados en el interior de la roca, sobre la falda de una montaña y con las fachadas
custodiadas por cuatro figuras monumentales del faraón y su esposa respectivamente. Entre
1964 y 1968 ambos templos tuvieron que ser desmontados en bloques y trasladados a un lugar
más elevado con el fin de salvarlos de su inmersión bajo las aguas de la nueva presa de Asuán.
Durante el Imperio Nuevo las artes decorativas, al igual que la pintura y la escultura, alcanzan las
más elevadas cotas de perfección y belleza. Los objetos de uso cotidiano utilizados por la corte
real y la nobleza fueron exquisitamente diseñados y elaborados con gran destreza técnica. No
hay mejor ejemplo para ilustrar esta afirmación que el ajuar funerario de la tumba (descubierta en
1922) de Tut Anj Amón, donde con ricos materiales —alabastro, ébano, oro, marfil y piedras
semipreciosas— se crearon múltiples objetos de consumada habilidad artística. La cerámica del
Imperio Nuevo ofrece también este mismo gusto decorativo, con sus superficies frecuentemente
pintadas con motivos vegetales. En esta época se produce el apogeo del vidrio, técnica en la que
los artesanos mostraron una gran originalidad. En general, y a tenor de los restos conservados,
se puede decir que los egipcios de esta época encontraron un particular deleite en la riqueza
ornamental y en los vivos colores de las pinturas y artes decorativas.
La XXVI Dinastía acaba con la invasión del Imperio persa, y, salvo breves periodos, Egipto nunca
recuperó su libertad de manos de la dominación extranjera. La conquista del país por parte de
Alejandro III el Magno en el 332 a.C., y por los romanos en el año 30 a.C., introdujo a Egipto
dentro de la órbita del mundo clásico, aunque persistieron sus antiguas tradiciones artísticas.
Alejandro (que había fundado la ciudad de Alejandría, que se convirtió en un importante foco de
la cultura helenística) y sus sucesores aparecen representados en los muros de los templos como
si fueran auténticos faraones en un claro estilo egipcio. Los templos construidos durante el
periodo tolemaico (la dinastía fundada por Alejandro el Magno) repiten los modelos
arquitectónicos tradicionales de Egipto.
El arte egipcio ejerció también una poderosa influencia sobre las culturas de sus invasores. En
los primeros artistas griegos se reconoce una clara deuda con Egipto. Los romanos también
mostraron gran interés por el arte de este país, se llevaron a Roma piezas originales extraídas de
los templos y tumbas, e imitaron su estilo en numerosas esculturas realizadas por artistas
romanos. La influencia de Egipto, su cultura y su arte, así como la fascinación que despiertan sus
antigüedades, ha persistido hasta nuestros días.
La típica ciudad colonial romana del periodo final de la República y del pleno Imperio tuvo una
planta rectangular similar a la de los campamentos militares romanos con dos calles principales
—el cardo (de norte a sur) y el decumano (de este a oeste)—, una cuadrícula de pequeñas calles
que dividen la ciudad en manzanas y un perímetro amurallado con puertas de acceso. Las
ciudades anteriores a la adopción de este tipo de planificación, como la propia Roma,
conservaron el esquema laberíntico de calles sinuosas. El punto focal era el foro, por lo general
situado en el centro de la ciudad, en la intersección del cardo y el decumano. Este espacio
abierto, rodeado de tiendas, funcionó como el lugar de reunión de los ciudadanos romanos. Fue
además el emplazamiento de los principales edificios religiosos y cívicos, entre ellos el Senado, la
oficina de registro y la basílica, que consistía en una gran sala cubierta, flanqueada por naves
laterales, con frecuencia de dos o más pisos. En las basílicas romanas se celebraban las
transacciones comerciales y los procesos judiciales, pero este edificio se adaptó en tiempos
cristianos, convirtiéndose en la tipología de iglesia occidental con un ábside y un altar al final de
la nave mayor. Las primeras basílicas se levantaron a comienzos del siglo II a.C. en el propio foro
romano, pero es en Pompeya donde se encuentran los ejemplos de basílicas más antiguas y
mejor conservadas (c. 120 a.C.).
Los anfiteatros (literalmente, teatros dobles) tenían planta elíptica con una pista (arena) central,
donde se celebraban combates entre gladiadores y animales, y un graderío alrededor similar al
de los teatros. El anfiteatro más antiguo conocido es el de Pompeya (75 a.C.) y el más grande es
el Coliseo de Roma (80 d.C.), que podía albergar a unos 50.000 espectadores sentados, más o
menos la capacidad actual de los estadios deportivos. En la Hispania romana destacan los
anfiteatros de Mérida, Tarragona e Itálica. También se construyeron circos o hipódromos en las
ciudades más importantes; la piazza Navona de Roma ocupa el lugar de un circo que fue
construido durante el reinado de Domiciano (81-96 d.C.).
Tanto las ciudades grandes como las pequeñas, tuvieron termas o baños públicos (véase Baños
y termas). Bajo la República se completaron generalmente con un vestuario (apodyterium) y
habitaciones para bañarse con agua caliente, templada y fría (caldarium, tepidarium, frigidarium)
junto a una zona de ejercicios llamada palestra. Las termas cerca del foro de Pompeya,
construidas hacia el siglo II a.C., son un ejemplo excelente de los modelos más antiguos. Bajo el
Imperio estas estructuras comparativamente modestas se volvieron progresivamente más
grandiosas. Ejemplos posteriores, como los baños de Caracalla (c. 217 d.C.) en Roma tenían
incluso bibliotecas, tiendas y enormes espacios públicos abovedados, decorados con estatuas,
mosaicos, pinturas y estucos.
El puente de Alcántara sobre el río Tajo, en Cáceres (España), puede ser considerado como una
gran obra de ingeniería, gracias a la combinación del arco y la bóveda. Fue construido por el
arquitecto Lacer en tiempos de Trajano y llevaba asociados un arco de triunfo y un templo. Aún
se yergue el famoso acueducto de Segovia. Está formado por dos series de arquerías (160 arcos
en su totalidad), superpuestas en dos niveles por robustos pilares de granito. Su cometido
radicaba en surtir y proveer a la ciudad del agua necesaria. Fue construido en el siglo I d.C.
Debemos destacar también los acueductos de los Milagros y de San Lázaro en Emerita Augusta
(Mérida).
La denominada tumba o torre de los Escipiones (primera mitad del siglo I d.C.) constituye uno de
los mejores sepulcros conservados en la Hispania romana. Localizado cercano a Tarragona,
presenta un aspecto de torre con cuerpos superpuestos, en los que se colocaron esculturas del
dios Atis y bajorrelieves que quizás representan a los difuntos para los que se realizó el
monumento, supuestamente rematado por una pequeña pirámide.
A lo largo de todo el mundo romano las estatuas y relieves escultóricos adornaron los edificios
públicos y privados. De hecho, algunas construcciones romanas fueron poco más que soportes
monumentales para la escultura.
Los arcos de triunfo levantados en todas las partes del Imperio se destacan como uno de los
monumentos más importantes. Aunque casi ninguno de los grandes grupos escultóricos (a
menudo cuadrigas) que alguna vez remataron estos arcos ha subsistido, el propósito originario de
tales construcciones fue únicamente servir de soporte a la estatuaria honorífica. Los arcos
primitivos eran muy sencillos pero bajo Augusto y los emperadores posteriores se fueron
complicando. Con el tiempo se convirtieron en verdaderos soportes propagandísticos, recubiertos
con series extensas de bajorrelieves, anunciando las victorias y las grandes hazañas de los
emperadores. Las imágenes solían representar acontecimientos históricos concretos, pero
frecuentemente se desarrollaron también temas alegóricos en los que el emperador podía
aparecer en compañía de los dioses o recibiendo el homenaje de los pueblos conquistados.
Los relieves sepulcrales más importantes, utilizados a partir de mediados del siglo II tanto por las
clases medias como por las altas, decoraron los sarcophagi (literalmente carnívoros), sarcófagos,
producidos en Roma y otras metrópolis importantes del Mediterráneo, incluyendo Atenas y varias
ciudades griegas. Muchos de los relieves de los sarcófagos conservados están compuestos
únicamente de guirnaldas y otros motivos decorativos, pero se representaron también gran
variedad de temas narrativos. Los relatos mitológicos, como los trabajos de Hércules, Meleagro
cazando el jabalí enviado por la diosa Ártemis y la leyenda de Níobe y sus hijos, fueron
particularmente estimados. El Museo Arqueológico Nacional de Madrid conserva un sarcófago
procedente de Husillos (Palencia) realizado en tiempos de Adriano, en el que sus relieves
escultóricos muestran una temática relacionada con el mito de Orestes y su venganza, y el
Museu Arqueològic de Barcelona conserva otra pieza procedente de Alicante que representa el
rapto de Proserpina (siglo II d.C.). A menudo se sustituyó el retrato del fallecido por el busto de un
héroe o heroína mitológica. Algunas veces los relieves sepulcrales fueron también de naturaleza
pseudobiográfica de modo que el cliente pudiera elegir, a partir de un catálogo, las
representaciones de escenas de guerra, sacrificio y matrimonio. La composición de estas
escenas se basaba en los relieves imperiales, que podían mostrar al emperador haciendo
sacrificios a los dioses oficiales o recibiendo a los emisarios de los bárbaros.
El mármol blanco fue el material preferido por los romanos para los relieves escultóricos, pero en
muchas ocasiones emplearon variedades menos costosas de piedra. Por lo general, los relieves
se policromaron y en ocasiones incluyeron piedras de colores como el pórfido, material predilecto
en el siglo IV, sobre todo en los sarcófagos imperiales.
El retrato escultórico romano compone uno de los grandes capítulos en la historia del arte
antiguo. Los retratos conservados varían en tamaño, desde bustos pequeñísimos a enormes
estatuas como la de Constantino I el Grande (c. 315 d.C.-330 d.C.), ubicada en su basílica del
foro romano. Durante la República fue costumbre que los miembros de la familia portaran
imágenes del fallecido durante el cortejo fúnebre. Recientes estudios sugieren que la
representación de hombres y mujeres ancianos asociados con monumentos funerarios no son
retratos concretos del fallecido sino convenciones culturales sobre su imagen. Esta costumbre se
complementaba con los actos conmemorativos y otros eventos como la presencia de sus
imágenes en espacios públicos. En cualquier caso, la representación veraz se incluía para
completar el compendio de virtudes republicanas. Otra teoría ha sugerido que estas imágenes
fueron esculpidas por artistas griegos cuya propia hostilidad hacia los romanos les impulsó a
exagerar estos convencionalismos hasta el límite caricaturesco. El concepto simbólico de las
imágenes continuó en el periodo de la Roma imperial, tal como revelan las imágenes de Augusto.
Cuando el primer emperador murió en el año 14 d.C. a una edad muy avanzada, sus retratos
oficiales todavía lo representaban como un hombre joven. Aunque la representación oficial varió a
lo largo de su vida en innumerables ocasiones, ninguna le muestra como un monarca anciano.
Con el tiempo, sin embargo, las imágenes de los emperadores se volvieron más figurativas.
Actualmente se conservan pocas tablas pintadas, pero se sabe por la literatura antigua que los
artistas romanos elaboraron sobre este soporte una gran variedad de temas, incluyendo
acontecimientos históricos, mitos, escenas de vida cotidiana, retratos y bodegones.
En el periodo de la Roma imperial, los retratos pintados están tipificados por unas tablas que han
aparecido en diferentes lugares de Egipto. Estas pinturas, tradicionalmente denominadas retratos
del Fayum, por la región al norte de Egipto donde fueron descubiertas, están realizadas con la
técnica de la encáustica, un método que disuelve los pigmentos en cera fundida. Estas tablas son
los únicos retratos que se conservan en cierto número y aunque se trata de trabajos provincianos,
muestran el alto nivel de los pintores romanos. Estas imágenes reflejan los gustos imperantes del
momento y suministran una visión de la evolución del retrato durante el periodo imperial. Se
conserva (Staatliche Museen de Berlín) un retrato imperial pintado que representa a Lucio
Septimio Severo, su mujer Julia Domna y sus hijos Caracalla y Geta. La cabeza de Geta fue
borrada después de su condena oficial (damnatio memoriae).
En España se conservan muchos mosaicos de época romana. Entre ellos cabe destacar los del
Museo de Barcelona (temática circense y pisciforme), los del Museo Arqueológico Nacional de
Madrid (sobre todo los que representan los trabajos de Hércules), los de Tarragona (con el tema
de la Medusa), los del Museo de Navarra en Pamplona (Triunfo de Baco y Teseo y el Minotauro),
los de Itálica (mosaico de Neptuno), los de Mérida (mosaico de los siete sabios y mosaicos de la
casa del Mitreo) y los de Ampurias en Girona (Sacrificio de Ifigenia).