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Por todo esto, debemos preocuparnos por el otro y no verlo como alguien
contrapuesto o enfrentado, pues, al fin y al cabo, hay YO porque hay OTRO que se
responsabilizó por mí. El yo es el resultado de que alguien me haya cuidado. La
filosofía a partir de ahora no empezará en el yo, sino en el otro. Sin el otro no somos
nada. No debemos permitir que el amor a la sabiduría y a la verdad que buscan las
ciencias y la filosofía nos haga olvidar el amor al prójimo.
Según Lévinas, el modo en que se presenta el otro es a través del rostro. El rostro
habla. La manifestación del rostro es discurso, dice algo. El rostro del otro refleja su
debilidad y su grandeza. La moralidad, entonces, aparece en la relación cara a cara
con el otro, en la experiencia directa de la alteridad que rompe con la tranquilidad
satisfecha del yo, y en responsabilizarse del otro sin esperar ni siquiera reciprocidad.
Lévinas notó que, antes de conocer al otro, estoy llamado a responsabilizarme de él.
La cercanía hacia el otro no es para conocerlo, dado que no es una relación cognitiva,
sino más bien una relación ética, en el sentido de que el otro me importa, y debo
encargarme de él. La mejor manera de encontrarse con el otro es el encuentro de
almas, no el saber qué color de ojos o de cabello tiene esa persona. El alma del otro
es inabarcable desde el conocimiento intelectual.
La actitud de ser hospitalario (otro de los términos utilizados por Lévinas), es la que
tiene alguien que acepta al otro con su diferencia, le abre la puerta y lo recibe, a
pesar de que en cierto modo ese otro lo incomode por no encajar en su estructura.