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Mélich (2014) prefiere utilizar el término “ser finito”.
de sus escudos, del mundo o la gramática2 con la cual lo define, asumirse curioso
y contemplativo frente a lo extraño, frente al rostro del Otro que se presenta como
epifanía para acogerlo y hacerse responsable de él, de su particularidad antes que
él mismo me exija cualquier responsabilidad.
La relación con ese mundo y los objetos, es una relación moral, es una
gramática4 del mundo, en la cual encontramos todos los insumos para dirigirnos a
él de manera predeterminada, en esta relación las respuestas ante todas las
preguntas ya están dadas desde los acuerdos sociales y culturales, las normas y
las leyes que legitiman cada una de nuestras acciones y formas de pensar; esta
gramática de la cual no podemos escapar y que siempre que vamos en pos del
descubrimiento, de la novedad, de inmediato –inconscientemente- es clasificado,
categorizada, esquematizada para así sentirnos protegidos de la incertidumbre y
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Mélich (2014) en su obra Lógica de la Crueldad, desarrolla el concepto de gramática para
plantear que vivimos una realidad moral en la que todo está controlado, predeterminado, donde
todo ya ha sido nombrado y cuenta con un significado.
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Para Levinas, el “Infinito” es la humanidad en el Otro, que demanda una respuesta ética de mí, lo
que implica una respuesta no predeterminada, no de libreto ni de manual como la de la moral, sino
una respuesta contingente ante la contingencia que representa el Otro.
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Para Levinas, es el conocimiento, como ya se había mencionado, en cambio prefiero utilizar el
término gramática de Melich.
la extrañeza que representa, y justo allí, todo deja de ser extraño y novedoso para
ser “normal”.
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Utilizaremos dos formas de referirnos al sujeto frente a mí: la primera, como “otro” (sí, con “o”
minúscula) para nombrar al otro-como-objeto, es el otro que ha sido clasificado y organizado en la
consciencia, por su parte, la segunda, como “Otro” (con “o” mayúscula) para llamar a ese Otro de
la alteridad, como radical novedad que se presenta y rompe con todos los esquemas sociales y
culturales diseñados para clasificarle y nombrarle, en ese sentido un Otro que altera el sí-mismo en
su esencia misma.
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Desde esta perspectiva se desarrolla una amplia crítica a las políticas y apuestas por la inclusión,
pues incluir al Otro, es normalizarlo, es hacerlo otro más. Y, por tanto, diría Mélich, que la inclusión
en tanto gramática moral incluye también la exclusión de aquellos que no cumplen los requisitos
necesarios para ser incluidos o clasificados; este es uno de tantos ejemplos de lo que él denomina
lógica de la crueldad.
Este malestar Levinas lo denomina como “Nausea”, como esa presión que
se siente desde el interior, desde el encierro en el cual ha sido puesto y que ya no
basta para contenerlo, generando una “necesidad7 de evasión”, de salir de ese
molde que le ha sido impuesto, ir más allá del sí-mismo para ser-Otro, para dar
testimonio de sí a través de su propio lenguaje.
Pero este lenguaje propio, demanda del Otro su presencia, para ser
escuchado, para ser contemplado, para que lo encuentre y lo acoja, por eso
excederse para ir-al-Otro requiere del deseo por él o ella -pero no un deseo como
necesidad de algo que nos falta y podemos obtener, sino- como deseo de lo
inalcanzable, deseo de un horizonte que nos convoca pero que no podemos
alcanzar, deseo como eros.
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Necesidad, no como ausencia de algo que nos falte sino, como desbordamiento por exceso de algo.
Este encuentro con el Otro, entre Otros, acontecimiento al que se presenta
cada quien desde sus lenguajes, implica escucha atenta, contemplación,
responsabilidad (compasión diría Mélich) por el otro, responder a su demanda
incluso en ausencia de un llamado explícito. Apenas acá, luego de las rupturas
con el sí-mismo logramos aproximarnos al Otro sin abarcarlo, sin controlarlo ni
clasificarlo, justo acá asistimos, frente al rostro del Otro, a su epifanía, al
encuentro ético.
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Al mejor estilo de la “Educación Bancaria” ya denunciada por Freire en su “Pedagogía del Oprimido”.
rechazado, visto como un extraño, recluido, confinado al olvido, a la esquina más
profunda del salón.
No obstante, no podríamos decir que allí no está el Otro, claro que está, tan
presente que es permitido ser negada su alteridad, ser negado como
absolutamente Otro y dirigir hacia él (no con él, no para él) un conocimiento que
se transmite como iluminación, como salvación del salvajismo, en una estructura
ya dada, allí no se descubre nada, se enseña y se aprende un mundo ya
construido, ya ordenado. Un mundo totalitario, englobado bajo todo un esquema
de reconocimiento; al respecto Mèlich (2014a) nos plantea que:
Así es una educación que estando el Otro allí le desconoce bajo marcos
morales que desde la cultura y la sociedad han sido impuestos y que busca la
formación del Otro como imagen y semejanza del conocimiento instalado, del
deber ser que se propone; es entonces educación adoctrinadora que busca
dominar la voluntad, mandar sobre ella, ejercer una acción de control el Otro; esto
es formar sujetos que no piensen por sí mismos sino autómatas que sean todo lo
que les han dicho que pueden y deben ser.
Si estoy yo solo con el Otro, se lo debo todo a él; pero existe el tercero.
¿Acaso sé lo que mi prójimo es con respecto al tercero? ¿Es que sé si el
tercero está en complicidad con él o es su víctima? ¿Quién es mi prójimo?
Por consiguiente, es necesario pesar, pensar, juzgar, comparando lo
incomparable. La relación interpersonal que establezco con el Otro debo
también establecerla con los otros hombres; existe, pues, la necesidad de
moderar ese privilegio del Otro; de ahí, la justicia. Esta, ejercida por las
instituciones, que son inevitables, debe estar siempre controlada por la
relación interpersonal inicial (Levinas, 1991, 84).
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Ver GARCÍA RUIZ, Pedro Enrique (2014). Geopolítica de la Alteridad. Levinas y la Filosofía de la Liberación
de E. Dussel. En: Revista de Filosofía Moral y Política. N° 51, Julio-Diciembre, 2014. 777-792.
Educación desde la Revelación del Otro
Es por lo anterior que la ética obliga a no-igualar el Otro a mí, sino que, por
responsabilidad con él, debe exigirse de manera particular a cada quien de
acuerdo a lo que cada uno puede, está dispuesto a dar en tanto Otro, pues “...lo
que me permito exigirme a mí mismo no es comparable a lo que estoy en mi
derecho a exigir del Otro”. (Levinas, 2012: Pág. 51)